Ternura y confianza del padre

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TERNURA Y CONFIANZA DEL PADRE

Pbro. P. Vallarino

El padre Pepe Vallarino es responsable pastoral de la comunidad El Arca. Entiende al más

pobre, al roto, con su vida y testimonio.

Invocamos al Espíritu Santo, para que esté en este ratito y le pedimos a la Virgen María

que interceda ante el Padre, para que derrame su Espíritu, como si este lugar fuera un

nuevo cenáculo, y podamos abrir nuestros corazones para comprender una partecita de

este misterio de Dios, su Misericordia. Santa Teresita dice que es el atributo más

misterioso de Dios.

Pedimos al Espíritu Santo que podamos penetrar en la hondura de este misterio, no tanto

desde la razón o intelecto, sino desde el corazón, desde lo más profundo donde se

depositó el agua bautismal, donde el Espíritu Santo nos ayude a romper la costra que

impide que gritemos y volvamos a clamar: “Abba, Padre”.

Rezamos a María.

María, Reina de los Apóstoles: Ruega por nosotros.

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La charla de hoy será sobre la Paternidad de Dios, su Misericordia, que es lo más original

del mensaje de Jesús.

Jesús se encarna para mostrarnos el rostro de un Dios que es Padre, que escucha el

gemido del hombre y su miseria….y tiene compasión de él; no el rostro de un Dios lejano y

descomprometido de su criatura.

El Antiguo Testamento muestra con claridad la Misericordia de Dios, que es el de la

herida de su corazón ante el dolor del hombre. El abismo de la miseria del hombre, llama

al abismo de la Misericordia de Dios.

En el éxodo, Dios le dice a Moisés desde la zarza: “He escuchado el gemido de mi pueblo,

y he tenido compasión de él”. El gemido es un grito contenido, fuerte en su origen pero

tenue en su expresión, gime el que está rebalsado de dolor. Cuando uno tiene mucho

dolor grita, habla fuerte, se queja…pero cuando está absolutamente saturado de dolor, lo

único que puede hacer es gemir.

Dios no conoce a la humanidad en abstracto. Conoce personalmente a cada uno, se

preocupa y escucha el gemido de cada uno (la oveja perdida, la viuda que va a enterrar a

su único hijo, etc.)

La palabra “Misericordia”, se define en el Antiguo Testamento por dos términos hebreos:

1- Hesse: Indica una actitud profunda de bondad y fidelidad; es la relación de Alianza

que Dios tiene con su pueblo.

2- Ra’hamim: Define el vínculo más profundo, el que liga a la madre con su hijo. Es el

útero materno, la matriz materna, el espacio en el que la vida se desarrolla. El

cariño, la ternura. Es paternidad y maternidad de Dios.

En el Éxodo, muchas veces, Moisés, enojado con Dios le dice: “Vos engendraste,

concebiste este pueblo, ¡hacete cargo! Estás hablando de dureza de corazón, pero lo

llevaste en tu regazo, ¡no podés tacharlo del libro de la vida!”. (Ex. 32, 11-14; 33, 12; 34, 8-

10).

En Isaías (49, 15) dice el Señor: ¿Puede una madre olvidarse de su criatura, dejar de

querer al hijo de sus entrañas? Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.

Este texto lo recordaba cuando era capellán del Muñiz. Comenzaba a difundirse el sida en

Buenos Aires. Enfrente, estaba la cárcel de Caseros. Cada día, sobre las tres de la tarde,

con frío o calor, veía a esas madres que hacían fila para visitar a sus hijos. Allí desnudaban

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a las visitas femeninas, para ver si guardaban droga en sus genitales. Se prestaban a esa

humillación por sus hijos. Había muchos presos en el Muñiz, que también habían fajado,

buscando obtener plata para la droga. Allí me resonaban las palabras de Isaías…

Solamente puedo creer en un Dios que de verdad puede llorar. Toda esta manifestación se

encarna en Jesús, no puedo creer en un Dios que no sea Cristo. Un Dios que, ante la

tumba de su amigo, al ver la angustia de Marta Y María, se conmueve (Juan 11, 33-40). En

el versículo más corto de la Biblia dice: “Jesús se echó a llorar” (Juan 11, 35). Solamente

puedo creer en Cristo, en el Dios que es capaz de compadecerse por el dolor del hombre.

Toda la vida de Jesús es un misterio de relación, en donde se muestra su “ser hijo”. A lo

largo de todo el Evangelio, Jesús hace continuamente referencia a su Padre. La redención

de Jesús se puede definir como un misterio de obediencia, no nos libera por sus palabras,

por sus discursos, por sus milagros, etc., nos redime por ser “EL Obediente”. “Ab audire”

viene del latín y significa: Escuchar con atención, ser todo oído a la voz del Amado. Jesús,

a lo largo de toda su vida, mostró que él era Hijo. Define el misterio de Dios en una sola

palabra, de su lenguaje materno arameo, “abba”, como “Mi Papá” (Gálatas 4,6). Para

Jesús Dios es papá, “es mío”, como dicen los chicos. Lo dice continuamente, desde el

comienzo de su vida pública en el bautismo, antes de hacer la resurrección de Lázaro, en

Lucas 10,21 ¡“Abba, te alabo Padre, Señor de cielo y tierra, porque, ocultando estas cosas

a los sabios y entendidos, se las diste a conocer a la gente sencilla! Sí Padre, ésta ha sido

tu elección.” En Getsemaní, era un hombre profundamente angustiado porque quería

rezar y no podía…pide a Pedro, Santiago y Juan que velen con él, y se quedan dormidos…Y

le grita a su Padre:” Abba, aparta de mí esta copa”. Suda sangre. Jesús era un hombre

traspasado por la angustia, no puede quedarse quieto. Idealizamos la imagen de Jesús,

pero Jesús redime en la obediencia, redime con miedo, pero hace la voluntad del

Padre:”Padre, si es posible, que se aparte de mí esta copa. Pero no se haga mi voluntad,

sino la tuya” (Mateo 26, 39).

A veces pensamos que Jesús es un superhombre, y somos herejes, porque la Iglesia dice

que Jesús es profundamente humano. Tuvo miedo, se quejó y se angustió. El cristiano

hace la voluntad de Dios ¡como le da el cuero!, por eso Jesús, de verdad cargó su cruz, y

fue aplastado por su peso, tres veces cayó y necesitó ser ayudado. ¡Qué orgullosos somos,

cómo nos cuesta pedir ayuda!, Jesús necesitó que lo ayuden para ser obediente, pero hizo

la voluntad del Padre, cargó la cruz como pudo, arrastrándola.

La Biblia es un relato de fe, no una biografía; a los apóstoles no les interesaba hacer un

relato histórico, querían suscitar la fe de los oyentes. Se muestra en Lucas 2, 49. Cuando

Jesús se encuentra perdido y es hallado en el templo, el Evangelio relata hermosamente la

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angustia de la madre: “Tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Y Jesús replicó: ¿Por

qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo estar en los asuntos de mi Padre?

Muestra su obediencia durante la crucifixión. Pero también su humanidad. La cruz es

muerte por asfixia. El cielo hace silencio y Jesús grita: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me

has abandonado?” Muchas veces vi a personas morir en profunda agonía, que gritaban a

Dios, y… el cielo hacía silencio. Pero la última palabra de Jesús es una palabra de creyente,

muere en un acto de fe. El Hijo de Dios muere como hombre: “Padre, en tus manos

encomiendo mi espíritu” (Lucas 23,46)No te veo, no te siento, pero creo; sé que tus

manos me van a sostener, no voy a caer en el vacío. Nos enseña que el hombre, no muere

solo.

Jesús muestra la relación de este Dios misericordioso en el relato de La oveja perdida

(Lucas 15, 10-14). Dios no pone condiciones, porque su esencia es el Amor. ¿Por qué va a

buscar a la oveja perdida? ¿Qué cualidad tenía?: Que estaba perdida; tiene una atracción

por el perdido, el roto, el pecador, por el cachivache… ¡los doce apóstoles eran

cachivaches de verdad! Busca abajo. Cuántas veces el hombre se enrieda en el fondo del

abismo, en un montón de zarzas que uno crea, así queda solo y asilado. El Buen Pastor

baja al fondo del barranco, no le importa romperse la ropa, pincharse, para desatar la

oveja, para desprenderla de las zarzas, que son nuestra miseria, angustias, miedos,

depresiones, fantasmas, culpas…para cargarnos sobre los hombros y llevarnos hasta la

casa del Padre.

Siempre pensaba en una imagen hermosa del pastorcito con la oveja sobre sus hombros,

hasta que observé a mi sobrino de 10 años intentando atrapar una oveja. Es un animal

muy asustadizo y nervioso; le costó mucho alcanzarla y, cuando lo consiguió, se hizo

encima por el miedo. Entonces pensé: “A Jesús no le importó enchastrarse, embadurnarse

con nuestras porquerías para llevarnos a la casa del Padre. Esa imagen era sucia. Esa es la

Pasión: meterse en la porquería de la humanidad para alcanzar el corazón del Padre. Dios

sabe, en Jesús, que lo que más quiere el hombre, es el descanso en el pecho de un padre y

una madre.

El primer sonido que escucha el ser humano en el útero materno, es el latido del corazón

de la madre. Todo hombre tiene una profunda nostalgia de que alguien lo cobije y lo ame

sin condiciones. El hombre necesita reclinarse sobre alguien, estamos hechos para encajar

perfectamente en una partecita del corazón de Dios. Ninguno de nosotros tiene

experiencia de un amor incondicional.

En la parábola del Padre misericordioso, nos muestra la relación de este Dios que no

pone condiciones, porque su esencia es el Amor. Dios no puede no amar. Nos enseñaron

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muy mal el catecismo. Nos dicen, en general, que el que se porta bien va para arriba y el

que se porta mal para abajo. Y eso es una herejía, porque Dios de verdad nos ama

incondicionalmente. Pablo dice, en la Primera carta a Timoteo, que Dios desea que todos

los hombres se salven. El querer de Dios es la salvación, entonces no puede no amar,

independientemente de lo que hagamos. Cuando uno piensa en la experiencia de este

amor incondicional, es libre y feliz. El hombre vive aterrado y paralizado, porque en el

fondo no cree en este amor incondicional. Pensamos que la santidad la tenemos que

conseguir apretando los puños y los dientes, y eso está condenado por la Iglesia (Pelagio,

un monje del siglo V, fue considerado hereje, decía que el hombre se salvaba y alcanzaba

la santidad por el esfuerzo). El que salva es Dios, nosotros tenemos que abrirnos o

cerrarnos al Amor. Cuando sentimos que Dios nos ama, que no debemos esforzarnos por

ello, el hombre se siente libre y pleno. Y así es santo. Cuando uno se siente

profundamente amado, hace lo mejor para agradar al que Ama de esa manera.

EL HIJO PRÓDIGOLucas 14 (11-32)

Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo al padre: Padre, dame la parte de la fortuna que

me corresponde. Él les repartió los bienes.

A los pocos días el hijo menor reunió todo y emigró a un país lejano, donde derrochó su

fortuna viviendo una vida desordenada. Cuando gastó todo, sobrevino una carestía grave

en aquel país, y empezó a pasar necesidad. Fue y se puso al servicio de un hacendado del

país, el cual lo envió a sus campos a cuidar cerdos. Deseaba llenarse el estómago de las

bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitando pensó: A

cuántos jornaleros de mi padre les sobra el pan mientras yo me muero de hambre. Me

pondré en camino a casa de mi padre y le diré: He pecado contra Dios y te he ofendido; ya

no merezco llamarme hijo tuyo. Trátame como a uno de tus jornaleros.

Y se puso en camino a casa de su padre. Estaba aún distante cuando su padre lo divisó y

se enterneció. Corriendo se echó al cuello y le besó.

El hijo le dijo: Padre, he pecado contra Dios y te he ofendido, ya no merezco llamarme hijo

tuyo.

Pero el padre dijo a sus sirvientes: Enseguida, traigan el mejor vestido y vístanlo; pónganle

un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo.

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Celebremos un banquete. Porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido, se había

perdido y ha sido encontrado. Y empezaron la fiesta.

El hijo mayor estaba en el campo. Cuando se acercaba a la casa, oyó música y danzas y

llamó a uno de los sirvientes para informarse de lo que pasaba. Le contestó: Es que ha

regresado tu hermano y tu padre ha matado el ternero engordado, porque lo ha

recobrado sano y salvo.

Irritado se negaba a entrar. Su padre salió a rogarle que entrara.Pero él le respondió:

Mira, tantos años llevo sirviéndote, sin desobedecer una orden tuya, y nunca me has dado

un cabrito para comérmelo con mis amigos. Pero, cuando ha llegado ese hijo tuyo, que ha

gastado tu fortuna con prostitutas, has matado para él el ternero engordado.

Le contestó: Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Había que hacer fiesta

porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, se había perdido y ha sido

encontrado.

En el capítulo 15 de Lucas, primero aparecen otras dos parábolas: La oveja perdida y la

moneda perdida. Jesús hace estas parábolas porque los publicanos y pecadores se

acercaban para escucharlo. Sin embargo, los fariseos y los escribas, los hombres religiosos

y ortodoxos murmuraban diciendo:” Éste recibe a pecadores y come con ellos” (Lucas 15,

2). Éste es el gran escándalo, que lo llevó a su muerte en la cruz: Se juntaba con los

pecadores, crea intimidad con ellos. Las parábolas iban dirigidas a los fariseos y escribas, a

las personas que tenían una imagen muy rígida de Dios, de la justicia. Jesús quiere

revolucionar esto diciendo: La justicia de Dios es su Misericordia.

El hijo mayor representa a los fariseos que cumplían, pero que estaban muy lejos del

corazón incomprensible de un Padre que Ama, que no hace diferencias. Ama al hijo que

prácticamente le escupió en la cara al pedirle: “dame la parte de la herencia que me

corresponde”, porque en esa época era como decirle:” Papá morite, no me interesás”.

Despilfarra, pero el padre continuamente lo está esperando. En el fondo, la parábola

muestra que ninguno de los dos hijos quería al padre: uno vuelve por hambre y el otro lo

critica, pero está absolutamente lejos. Continuamente sale a buscar a los dos y a

reconciliar. A uno, hermosísimamente, cuando lo ve venir en el horizonte: “corre y se le

cuelga al cuello”. Se enterneció, se conmovió profundamente. El Dios de Jesús es un Dios

que se conmueve por nuestra miseria. ¡Qué olor debía tener el hijo que venía del

chiquero y el padre lo abraza y lo besa! Con el hijo mayor sale de vuelta. Dice: ¡Pero no

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entendés, volvió tu hermano, qué importa el cumplimiento, lo que importa es el Amor!

Esto es lo más importante en toda la revelación de la Biblia.

En (Génesis 3, 7-10), nos habla de la raíz de todo pecado. Cuando Adán y Eva son tentados

por el demonio, éste les dice: no le creas a Dios, porque si comes de este fruto del bien y

del mal, vas a ser como Él. La raíz de todo pecado es ésta: yo decido lo que está bien o

mal, no quiero ser criatura. Ninguno de nosotros es tan necio como para decir que es Dios,

pero muchas veces nos comportamos como si lo creyéramos. Deseamos que las cosas y

personas giren en torno a nuestra voluntad, por eso nos enojamos y ponemos mal cuando

no hacen lo que queremos.

Adán y Eva se esconden en el momento que se dan cuenta que están desnudos. Y dice la

Biblia, hermosamente, que todas las tardes, a la hora de la brisa, Dios bajaba a conversar

con el hombre. Dios lo creó a su imagen y semejanza para la comunión, la relación. Nos

definimos por el vínculo: soy hijo de, hermana de, esposo de… cuando no nos vinculamos,

dejamos de ser. El obrar sigue al ser, actuamos en la medida que somos. No es importante

lo que hacemos, sino lo que somos. Es lo que le importa a Dios.

Dios baja esa tarde y no encuentra a su amigo. La primera oración que registra la Biblia no

es una oración del hombre hacia Dios, es de Dios hacia el hombre: “¿Dónde estás?”, es el

llamado, el grito de un Dios totalmente dolido, porque su criatura, que fue creada para el

amor, lo gambetea. Lo había hecho para la alianza y el hombre se le esconde. Toda la

historia de la salvación en la Biblia es el relato de un Dios que sale a buscar a su criatura, y

el hombre le dice que sí, pero después que no. Le dice: Yo quiero ser Dios.

Pablo II nos hace ver que el judeo-cristianismo es la única religión en la que Dios busca al

hombre y se hace mendigo. Por eso, en un momento determinado se encarna en Jesús.

En (Juan 14, 8-11) Felipe le dice. “Señor, enséñanos al Padre y nos basta.” Y Jesús se

agarra la cabeza y le dice: Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes ¿y todavía no

me conocen? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre: ¿cómo pides que te enseñe al

padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Mi padre y yo somos uno”.

Jesús ama como ama el Padre, con un amor eterno.

Si Dios es en esencia Padre y posee un sentir de padre, entonces el hombre debe ser en

esencia niño y poseer un sentir de niño. La infancia espiritual es el camino hacia el cielo.

Haciéndonos niños, cada mañana, resumiríamos nuestra oración en un “upa papá”. Jesús

se encarnó para mostrarnos que Dios se inclina para hacernos upa. Por eso, el hombre,

ante las tormentas de la vida, siempre querría que alguien lo tomara en brazos. Como cura

del hospital, tengo experiencia de mucha gente, que en la inconciencia final llama al papá

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o a la mamá, porque siempre hay una nostalgia de seguridad. Nuestra vocación a la

santidad es eso: estamos hechos para el corazón, para el pecho de Dios.

Les cuento una anécdota que habla de un viajero del siglo XIX. Navegando en un enorme

transatlántico, imposible de hundir, se levanta un enorme tormenta, las olas rompen la

cubierta, suena la sirena, el barco se inclina y todos corren hacia los botes salvavidas.

Entonces el viajero ve a un niño de 12 años en la proa del barco, tomado de la baranda

frente a esa tempestad que barre la cubierta. Lo observa con el rostro tranquilo.

Asombrado, el hombre se acerca y le dice: ¿Por qué no vas a los botes salvavidas?¿No

tenés miedo? Y el niño lo mira fijamente y dice: “No, mi papá es el capitán”.

Cuantas veces nosotros no confiamos en esto, no dejamos de verdad las riendas de

nuestra vida, el timón al Padre. Si nosotros pudiéramos hacer esto, viviríamos mucho más

tranquilos.

Santa Teresita dice que ante Dios, cada uno de nosotros es como un chico cuando comienza a caminar: toca todo, rompe todo…la madre lo único que puede hacer es estar detrás de él. Un padre, sobre todo cuando es primerizo, está deseando llegar a casa para encontrarse con el hijo. Pero cuando abre la puerta se encuentra a la mujer de los pelos, porque el niño ha roto todo. La esposa le dice: por favor: ¡se firme, ponele límites, decile algo! Luego la madre se va dejándolos solos. Entonces el padre dice al niño: “Mostrame todo lo que hiciste”, lo alza y llena de besos. ¡Qué es la vida del hombre ante la inmensidad de Dios! ¿Qué le puede dar el hombre a Dios al final?: cosas rotas. Cuando al final nos encontremos con Él cara a cara, le daremos nuestros juguetes rotos. Pero Dios, que nos está esperando con los brazos abiertos, va a tomar los juguetes rotos, los va a dejar en un lado, nos va a alzar y nos va a llenar de besos. Eso es el cielo.

Tenemos que creer en esto, porque si creemos en esto, podemos todo. Tendremos una alegría y libertad interior en medio del dolor.

El único que dice: “Todo va a ir bien”, es Coca-Cola. Jesús nunca dijo eso. Dijo que íbamos a ser felices, pero atravesando el dolor. Vamos a ser plenos.

Él se encarnó para estar a nuestro lado y acompañarnos.

PONERME EN TUS MANOS

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Ponerme en tus manos es soltarme ante todo de las mías;

Es dejar de llamar mío a lo que solo por ellas pasaría;

Es saber decirte vamos cuando anuncies la partida;

Es no esconderte aquello que bien clarito me pedías.

Ponerme en tus manos es quedar en otras manos extendidas;

Es dejar que otro me lleve, a donde solo, nunca yo me iría;

Es confiar que el que acompaña pueda mostrarme una salida;

Es creer que “El que todo lo puede”, en mí también poder podría.

Ponerme en tus manos es mirar lo que otros tienen sin envidia;

Es aceptar la Cruz que nos visita, y descubrir que siempre es bien-venida;

Es compartir con otros mis cansancios y fatigas;

Es mirar mis necesidades y aprender sabiduría.

Ponerme en tus manos es saber que aún me doy, con mis manos vacías;

Es creer que tú ya estás donde yo no llegaría;

Es no pedirte más cuando migajas bastarían;

Es no buscar más signos, que los que a mí, tú ya ponías.

Ponerme en tus manos es obra de ti, pues de ser por mí, no me atrevería.

Javier Albisu S.J.

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