Tercer Domingo de Adviento ciclo a

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Ciclo A “Mirad a nuestro Salvador, que llega”

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Ciclo A“Mirad a nuestro Salvador, que llega”

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El Adviento es preparación para la Navidad y preparación para que Cristo venga más profunda y amablemente a nuestra alma. Queremos que venga a iluminarnos, a calentar a este mundo que se muere de frío. Se lo pedimos de verdad.

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Ven, ven, Señor,

no tardes.

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Ven, ven, que te

esperamos

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Ven, ven, Señor, no tardes.

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Ven pronto, Señor.

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Todos necesitamos algún mesías o salvador. El problema está en que hay mucha desorientación de cómo debe ser el verdadero Mesías de Dios. Algunos están completamente desorientados. y ¡Qué difícil es que entren en la verdadera órbita que nos enseñó Jesús!

A los apóstoles les costó bastante

hasta que vino el Espíritu Santo.

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San Juan Bautista, que es nuestro modelo y orientador en los domingos 2º y 3º de Adviento, parece que estaba también un poco desorientado sobre el sentido mesiánico de Jesús.

Seguramente por eso envió aquella embajada. Veamos lo que nos dice la primera parte del evangelio de este día. Mt 11, 2-6

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En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras del Mesías, le mandó a preguntar por medio de sus discípulos:

"¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?" Jesús les respondió: "Id a

anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven, y los inválidos

andan; los leprosos quedan limpios, y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los

pobres se les anuncia el Evangelio. ¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!"

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Sabemos por los Hechos de los Apóstoles que bastantes años después había discípulos del Bautista que seguían teniendo a su maestro como un profeta superior a Jesús.

Es muy difícil saber si la duda la tenía el mismo san Juan o era una manera de ayudar a sus discípulos, quienes tendrían la gran duda.

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San Juan Bautista parece haber reconocido la grandeza de Jesús, al menos en el momento del bautismo; y que así lo demostró cuando al día siguiente le señaló diciendo: “He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. Sabemos que Juan declaraba ser su bautismo sólo de agua, mientras el de Jesús sería con el fuego y el Espíritu.

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Sin embargo parece que san Juan tenía una crisis, quizá estaba en la noche del espíritu. Quizá la crisis le vino por el modelo de Mesías que había forjado en su interior, debido a su formación. Juan habría aprendido de los profetas y del ambiente una imagen de mesías imponente y avasallador; pero Jesús era humilde y acogedor.

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Juan había predicado que el Mesías vendría con el hacha en la mano para cortar todo árbol podrido, y que vendría con el bieldo para separar la paja del trigo y luego quemarla; y Jesús se presenta con las manos abiertas llenas de misericordia y de paciencia, alegrándose en poder perdonar; y disfruta con los niños y sencillos de corazón.

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Esto era como un escándalo. Por eso el profeta decía sobre el Mesías: “Dichoso quien no se escandalice de mi”. Esto era porque muchos del pueblo, especialmente los jefes, que se tenían por devotos y perfectos, se veían defraudados ante la imagen que difundía la vida de Jesús.

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El hecho es que mandó a dos discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”. Hoy desgraciadamente muchos ni se lo preguntan, porque se sienten liberados por los adelantos modernos. Una liberación provisional y para nada completa.

Quizá san Juan

estaba en una duda, quizá en

una noche del espíritu.

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Lo malo de estas liberaciones, fuera de Jesús, es que se quedan en lo estrictamente material, diferente de la que Dios quiere darnos valedora para toda nuestra existencia, la que nos dará la paz total. Dios, al que esperamos, es Dios de bondad y misericordia.

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Si Jesús les hubiera dicho a los discípulos de Juan que pronto el templo será purificado y castigados los pecadores, que pronto romperemos el yugo romano, o que Juan saldría pronto de la cárcel y los enemigos serían destruidos, o que Jerusalén brillará como la aurora, etc. quizá se hubieran ido contentos.

Pero Dios no es así. Es el Dios de la

misericordia; pero es

también de la paciencia que

conlleva el amor.

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A veces el Dios que viene no es exactamente el Dios que esperamos. Dios siempre es sorprendente, no actúa según nuestros criterios. Los signos de Dios que proclama el profeta son: “Los ciegos ven, los sordos oyen, y sobre todo, “a los pobres se les anuncia la buena nueva”. Son signos de misericordia.

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Pero también son signos de alegría. En este tercer domingo de Adviento se habla especialmente de la alegría. Es la que Dios da a aquellos que le buscan sinceramente. Lo acentuará la 1ª lectura en que el profeta Isaías (el 2º, discípulo del 1º), estando en el destierro, anuncia de parte de Dios el consuelo y la paz. Y a los israelitas les invita a una gran esperanza.

Dice así: Isaías 35,1-6a.10

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El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría. Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarión. Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: "Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará." Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Volverán los rescatados del Señor, vendrán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos, gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

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Mirad a vuestro Dios que viene en persona:

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Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes.

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decid a los cobardes de corazón: no temáis, sed fuertes.

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Recobrará la vista el ciego

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y romperá a cantar el silenciado.

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Los pies del impedido saltarán como el ciervo.

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Traerá la paz,

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traerá la paz, traerá

la bendición.

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Dios, que es fuerza y plenitud, se acerca a la debilidad y tristeza humana. Por eso se acerca Dios con alegría, pues en la humanidad pecadora abunda la tristeza.

En la vida de Jesús se vio de manera

clara el encuentro de

la misericordia

con la miseria.

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El mundo necesita profetas de la esperanza, profetas de la alegría. Porque existe mucha alegría barata o pasajera. Necesitamos la alegría que se instale en el fondo del alma, una alegría que esté unida al amor de Dios y que es un fruto del Espíritu Santo.

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Para ello es necesaria la fortaleza. El profeta nos dice hoy: “Sed fuertes, no temáis”. En un ambiente duro, como era el destierro para los israelitas, como es hoy en muchos lugares, se necesita la fortaleza para vivir en la alegría. Es la alegría que vemos en los mártires y santos.

En este domingo se nos dice: vivid alegres, porque el Señor está cerca.

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Vivid alegres, el Señor está cerca.

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Vivid alegres, el Señor está cerca.

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Vivid alegres, el Señor viene ya.

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Valor. No

temáis: El Señor

viene ya.

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Y nos salvará.

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Aquellas personas o comunidades que viven en la presencia de Dios, experimentan una alegría indecible, que no conocen aquellos que sólo están metidos en lo material. Porque lo material pasa; el don de la alegría perdura. Es la alegría que vemos en Jesucristo a través de su paz.

Y la de aquellos que

saben que Dios está siempre

presente.

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Unas de las palabras más repetidas de Jesucristo son: “Bienaventurados, dichosos”. Jesús viene con medicinas para las heridas del cuerpo y del alma. Jesús muchas veces consolaba; y decía: “no llores” o “no temáis”. Sus palabras siempre se cumplían y siguen cumpliéndose.

Jesús sólo necesita el

corazón abierto para derramar

sus misericordias, dando su paz y

alegría.

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El salmo responsorial de este día es el 146 en que decimos: El Señor está del lado de los oprimidos. Dios escucha siempre nuestras plegarias; pero nosotros solemos tener demasiada prisa.

Hay otra virtud que hoy nos enseñan las lecturas y que Dios emplea mucho con nosotros: la paciencia. Es una virtud muy necesaria para el cristiano en la espera del Señor.

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Esta demasiada prisa en la vida suele ser hija de la cultura tecnológica. Las máquinas siempre tienen prisa. En nosotros la prisa es signo del egoísmo, de estar demasiado enraizados en lo material. El caso es que no sabemos esperar y nos ponemos enseguida nerviosos.

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La paciencia es necesaria para todos: da serenidad y profundidad a las personas. Es necesaria para las relaciones de convivencia y de amistad. Hay que saber esperar, pues la paciencia es hija del amor y la esperanza. “La paciencia todo lo alcanza”, como decía Santa Teresa.

Dios escucha.

Dios espera.

Dios tiene paciencia con todos.

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La falta de paciencia en la espera del Señor solía ser un defecto de la primitiva cristiandad, que especialmente el apóstol san Pablo pretendía corregir. Hoy en la 2ª lectura es el apóstol Santiago quien nos habla (5,7-10):

Hay que saber tener paciencia también en la espera del Salvador, fomentando siempre el amor.

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Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia

también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca. No os

quejéis, hermanos, unos de otros, para no ser condenados. Mirad que el juez está ya a la puerta. Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas,

que hablaron en nombre del Señor.

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Nos es difícil aprender la pedagogía divina. Todas las esperas se hacen largas, pero son necesarias. La espera paciente enraíza la fe, fortalece la esperanza y agranda el amor. La espera paciente hace valorar más lo que se espera y a la vez capacita para mejor recibirlo. La espera paciente agranda la misma capacidad.

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Si lo que esperamos es la visita de Dios, podemos comprender cuánto necesitamos de paciencia amorosa para ensanchar el corazón, de modo que quepa Dios. Y cuánta paciencia amorosa necesitamos para poder comprender a Aquel que viene a visitarnos. Si consiguiéramos los dones enseguida, terminaríamos por despreciarlos. Por eso, amigo:

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Como el labrador espera llegue el grano, debes mantener abiertas tu las manos.

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Procura que el tiempo no te haga olvidar que a cada día bástele su afán.

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Ten paciencia, hermano.

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Esperando crece el deseo; con el deseo crece el amor; con el amor vuelve a crecer el deseo; y luego más amor. Este deseo, cuando es verdadero, está adornado con súplicas, con arrepentimiento y hasta con lágrimas.

Así hasta que el deseo se haga realidad y la espera paciente se corone con sus frutos.

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La espera para la venida del Señor no es pasiva, sino activa. Es como la madre que está esperando a su hijo: está actuando para que el hijo venga lo mejor posible a este mundo. Así se van fraguando las cosas de Dios, con paciencia pero actuando. Esa actuación consistirá sobre todo en aumentar la fe, la esperanza y sobre todo el amor. Todo ello amasado con la alegría que da la paz del Señor.

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Un elogio que desconcierta un poco, ya que en nuestra mentalidad queremos traducir y comprender al pie de la letra. Debemos entender que el arameo no tiene comparativos y que al hablar usan imágenes que intentan impresionar para que se entienda mejor.

Terminamos hoy con la 2ª parte del evangelio. Es un elogio que hace Jesús de Juan Bautista, cuando se han marchado los discípulos de éste.

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Dice así el evangelio: Mt 11, 7-11

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: "¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O qué fuisteis a

ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué

salisteis?, ¿a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío

mi mensajero delante de ti, para que prepare el camino ante ti." Os aseguro que no ha nacido de

mujer uno más grande que Juan, el Bautista; aunque el más pequeño en el reino de los cielos es

más grande que él."

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Pero lo que verdaderamente hace grande a Juan el Bautista es que es fiel a su misión y la cumple con toda prontitud y firmeza, quedando como ejemplo de los que recibimos diferentes misiones de parte de Dios.

Está claro que Jesús estima grandemente a Juan Bautista porque había recibido de parte de Dios una gran misión: la de preparar el camino del Redentor.

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Termina Jesús diciendo que nosotros, personas de la Nueva Alianza, unidos a Jesús por el bautismo, nos podemos llamar tan bienaventurados o más que san Juan, si sabemos ser plenamente fieles a la misión de ser hijos de Dios y misioneros para que otros muchos puedan comprender y llamar Padre a Dios.

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Recordando y poniendo en práctica

estas virtudes convenientes y

necesarias para una fiel y amorosa

espera a la venida de Jesús en Navidad y

sobre todo en nuestros corazones, recordamos el elogio de Jesús a san Juan

Bautista:

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Entre los nacidos de mujer

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Entre los

nacidos de

mujer

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no hay nadie mayor que Juan el Bautista.

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AMÉN