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Tema I.2. Teoría del conocimiento ASIGNATURA: FILOSOFÍA Y CIUDADANÍA (1º BACH.)

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Tema I.2.

Teoría del conocimiento

ASIGNATURA: FILOSOFÍA Y CIUDADANÍA (1º BACH.)

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HERMENÉUTICA: INTERPRETACIÓN Y VERDAD

Sujeto y objeto:

Sujeto y objeto son dos conceptos fundamentales en la teoría del conocimiento. En todo acto de conocer existen dos elementos básicos: el sujeto que conoce y el objeto que es conocido. Se llama sujeto a la parte que realiza la actividad de conocer y objeto a la realidad conocida.

Aquellos filósofos que consideran al sujeto la parte más importante del acto del conocer se les denomina idealista. Los idealistas creen que el sujeto no es un elemento que “recibe” impresiones del mundo externo sino que es un actor que interpreta y reconfigura los contenidos del mundo1. Los realistas, por el contrario, consideran que el sujeto es un elemento pasivo en el acto de conocer; el sujeto sería para el realismo algo así como un espejo que refleja la realidad.

El problema de la interpretación:

El cuadro que hay a la izquierda de esta página es un fragmento de la famosa obra de Leonardo Da Vinci “La Mona Lisa”. Observa detenidamente su sonrisa e intenta responder a la pregunta ¿qué significa la sonrisa de la mujer del cuadro? En un primer momento la pregunta resulta ingenua pero observando el cuadro con parsimonia descubrimos que algo se oculta a nuestros ojos, algo misterioso representa esa sonrisa que desconocemos ¿qué es?

Ante esta pregunta pronto comprobamos que las respuestas se

multiplican; cada sujeto mantiene una visión que se presenta no sólo como diferente sino incluso como antagónica a las demás. Parece ser que no podemos saber con certeza, con verdad que representa esa sonrisa... cabe incluso preguntarse si representa algo, si hay algún verdadero significado en su risa, si todas nuestras interpretaciones y las pasadas no son más que palabras, juegos de la imaginación ¿quién puede preguntarle a la mujer del cuadro porqué sonríe como lo hace? ¡quizás ni siquiera ella pudiese respondernos!

1 En ciertas corrientes idealistas más radicales el sujeto no configura sino que sencillamente crea la realidad a través de la actividad de su conciencia.

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Este es el problema de la interpretación y de la verdad. En sencillas palabras: ¿existe verdad o sólo interpretaciones? Cuando hablamos de lo verdadero o lo falso, de lo bello o lo feo, de lo bueno o lo malo ¿qué hacemos? ¿nos referimos a conceptos ajenos a nuestra subjetividad o estas palabras sólo reflejan nuestros prejuicios, nuestras visiones parciales... son simples juegos de palabras?

Si respondiésemos que sí existe una verdad ahí fuera, si mantenemos que lo verdadero es verdadero independientemente de nuestra interpretación surgen ahora otros problemas: ¿quién delimita el criterio absoluto de verdad? ¿cómo se fundamenta? La experiencia de la filosofía, de las ideas políticas y de la religión parece contraria a esta respuesta. A lo largo de la historia de la civilización han muerto religiones, filosofías, sistemas políticos de lo más diverso, lo único que tenían en común, irónicamente, es que creían haber alcanzado “la Verdad”. Tarde o temprano esa verdad se mostró como insuficiente, como falsa o como parcial: ¿quién hace hoy sacrificios a Isis o a Zeus? ¿quién vive o cree en el sistema feudal hoy en día o quién en que la Tierra es plana? Todas estas creencias se tuvieron como verdaderas e indiscutibles durante siglos e incluso milenios ¿qué queda de ellas ahora..?

Por otro lado ¿quién permitiría que su opinión o la de otro se viera atropellada por “la Verdad”? Todas las tiranías, todos los fanatismos y la mayoría de los crímenes contra la humanidad se han basado en ese concepto objetivo de la Verdad.

Ante lo dicho podríamos pensar que la respuesta a la pregunta de si existe una Verdad objetiva independiente de nuestra experiencia es que no. Podemos decir que no creemos que existe una Verdad sino sólo interpretaciones, visiones, perspectivas; podemos decirlo pero ¿podemos vivir así? Nadie puede aceptar en la práctica cotidiana que no existan criterios de verdad: si un profesor corrige tu examen echando una moneda al aire ¿lo considerarías justo? ¿si te suspende por que la moneda salió cruz te parecería bien? Si crees que todos los criterios valen, si piensas que no existe verdad sino sólo interpretación ¿no es el método de corregir exámenes con una moneda una interpretación tan correcta como otra cualquiera?

Dijimos que la idea de un concepto rígido de la Verdad ha acarreado tiranías y violencias sin límites para los hombres pero, la otra perspectiva no ha sido menos dolorosa para la humanidad. Sin criterios, sin ley todo vale y lo que vale, generalmente, es el argumento de la fuerza. Si no existe lo justo y alguien tiene el poder de la violencia ¿porqué no usarlo? ¿qué puede frenar al león de matar a una cebra? Anular por completo el criterio de verdad nos lleva a la ley de la selva.

Este es uno de los problemas centrales de la teoría del conocimiento: ¿verdad o interpretación? Sin embargo, las consecuencias de esta cuestión hunden sus raíces profundamente en la praxis cotidiana; en efecto, no podemos analizar este asunto sin calibrar las consecuencias prácticas de nuestras respuestas. Despreciar las consecuencias de nuestras teorías es irresponsabilidad

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e hipocresía. Este problema central es el problema de la hermenéutica.

¿Qué es la hermenéutica?2

La hermenéutica (del griego ερμηνευτική τέχνη, hermeneutiké tejné, ‘arte de explicar, traducir, o interpretar’) es la ciencia y arte de la interpretación, sobre todo de textos, para determinar el significado exacto de las palabras mediante las cuales se ha expresado un pensamiento.

La necesidad de una disciplina hermenéutica está dada por las complejidades del lenguaje, que frecuentemente conducen a conclusiones diferentes e incluso contrapuestas en lo que respecta al significado de un texto. El camino a recorrer entre el lector y el pensamiento del autor suele ser largo e intrincado. Ello muestra la conveniencia de usar todos los medios a nuestro alcance para llegar a la meta propuesta.

Sinónimo de hermenéutica es exégesis (del griego εξηγεσθαι, exegeiszai, "explicar, exponer, interpretar"). Evémero de Mesene (siglo IV a. C.) realizó el primer intento de interpretar racionalmente las leyendas y mitos griegos reduciendo su contenido a elementos históricos y sociales (evemerismo). En el siglo VI a.C. Teágenes de Regio intentó una empresa parecida para interpretarlos de forma alegórica y extraer su sentido profundo.

Pero el origen de los estudios hermenéuticos se encuentran realmente en la teología cristiana, donde la hermenéutica tiene por objeto fijar los principios y normas que han de aplicarse en la interpretación de los libros de la Biblia, que, como revelados por Dios pero compuestos por hombres, poseían dos significados distintos: el literal y el espiritual.

Después de permanecer recluida durante varios siglos en el ámbito de la teología, la hermenéutica se abrió en la época del Romanticismo a todo tipo de textos escritos. En este contexto se sitúa Schleiermacher (1768-1834), que ve en la tarea hermenéutica un proceso de reconstrucción del espíritu de nuestros antepasados. El modo de hacerlo consistirá en "trasladarse" al espíritu (alma individual, pensamiento particular) del autor del texto que se está interpretando en cada momento.

Wilhelm Dilthey (1833-1911) cree que toda manifestación espiritual humana, y no sólo los textos escritos, tiene que ser comprendida dentro del contexto histórico de su época. Se puede afirmar con esto, que la hermenéutica propuesta por Dilthey permite comprender a un autor mejor de lo que el propio autor se entendía a sí mismo, y a una época histórica mejor de lo que pudieron comprenderla quienes vivieron en ella. El método histórico de leer críticamente los documentos y testimonios históricos es en última instancia una herencia del criticismo de la Ilustración dieciochesca.

2 Del artículo “Hermenéutica” de la Wikipedia

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Posteriormente, ya en el siglo XX, Heidegger introducirá nuevos derroteros en la hermenéutica al dejar de considerarla únicamente como un modo de comprensión del espíritu de otras épocas y pensarla como el modo fundamental de situarse el ser humano en el mundo: existir es comprender. En esta concepción hermenéutica se va a desarrollar el trabajos de Hans-Georg Gadamer (1900-2002).

El prejuicio como modo de estar situado en el mundo:

Si alguien te dijera que estas cargado de prejuicios ¿lo considerarías un halago? Naturalmente que no pero, ¿porqué? Si pensamos con detenimiento el concepto de prejuicio no tiene, a priori, nada negativo ni descalificador. Un prejuicio es un juicio previo y para emitir un juicio es preciso un conocimiento previo de la cosa a juzgar. Pongamos un ejemplo: alguien te pregunta qué opinas sobre el sujeto que responde al nombre de Huy-Wen. ¿qué dirías de él? No lo conoces y no puedes decir nada sobre él. Necesitamos un conocimiento de las cosas a juzgar para poder mantener un juicio determinado sobre ellas; sin el prejuicio el juicio es imposible.

Por otra parte, todos estamos cargados de prejuicios. Si eres capaz de comprender estas líneas sólo puedes hacerlo gracias a que posees conocimientos previos que te permiten comprenderlas. Un conocimiento previos sine qua non para entender esto es saber español, si no lo supieras, si carecieras de ese prejuicio que según la hipótesis Sapir-Whorf condiciona fuertemente tu pensamiento ¿entenderías lo que se dice en este párrafo? ¿Sabes lo que significa “sine qua non”? ¿Porqué? Necesitamos los prejuicios para interpretar la realidad, la idea empirista de que el conocimiento debe partir de una “tabula rasa” no sólo es falsa sino inoperante.

Según Gadamer fue en la Ilustración cuando floreció el prejuicio de los prejuicios. Este prejuicio sostiene que todo prejuicio es pernicioso, ensucia nuestra visión del mundo y promueve interpretaciones parciales y subjetivas. Destruir nuestros prejuicios nos permite, según el pensamiento ilustrado, establecer un juicio objetivo de la realidad. La hermenéutica de Dilthey es un ejemplo de este prejuicio de los prejuicios: sólo críticamente se haya la verdadera interpretación.

Hoy en día el conocimiento de las ciencias positivas es el principal heredero de la tradición desprejuiciadora: la objetividad científica, al menos teóricamente, reivindica ver la realidad sin juicios previos, transformando los conceptos empíricos en conceptos objetivos y matemáticos; se repite una observación ciento o miles de veces, si es preciso, para que todo matiz personal se diluya en la suma de observaciones individuales. Sin embargo, el prejuicio de la objetividad es el más peligroso de los prejuicios ya que se ignora a sí mismo como tal. Si conocemos nuestros prejuicios no somos presos de ellos sino sus portadores; los prejuicios pueden frustrar la interpretación cuando están a un nivel inconsciente y operamos con ellos como si fueran modos naturales de “estar en el mundo”. Es el

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prejuicio que se ignora a sí mismo el prejuicio que pone en peligro un acceso reflexivo a la realidad.

Para que el prejuicio resulte operativo debe ser capaz de reconocerse y reconstruirse constantemente en la tarea hermenéutica. Pero este reconocerse y reconstruirse van unidos; el sujeto no conoce sus prejuicios sino es en la tarea hermenéutica, cuando un prejuicio choca frontalmente contra la objetividad el sujeto es consciente de él y este reconocimiento es, a la vez, reconstrucción. El sujeto hermenéutico debe tener esta capacidad reconstructiva de sus prejuicios ya que, si no, su interpretación quedaría anquilosada y ahogada bajo el peso de las ideas preconcebidas. La hermenéutica es una tarea dialéctica en donde sujeto y objeto se interpretan y reinterpretan de continuo. Construcción y deconstrucción son los movimientos naturales del acto interpretativo.

Veamos los conceptos anteriores con un ejemplo: todo niño pequeño tiene la ingenua idea de que sus padres siempre le dicen la verdad; con el transcurrir del tiempo el niño va descubriendo este prejuicio inconsciente; esto frustra sus ideas previas y hace que se percate de ellas. Normalmente el niño reconstruirá ese prejuicio pensando que sus padres no suelen mentirle si no es por una causa justificada o inadvertidamente. En este caso el sujeto tomó conciencia del prejuicio y lo reconstruyó. Otros niños pueden decidir permanecer con ese prejuicio inalterado, la conciencia de que sus padres le pueden mentir se traslada al inconsciente y el niño queda atrapado en una red de infantilismo cuando debería haber salido de ella. Por último, podría ser que el niño ante la mentira de sus padres opte por creer que sus padres son, en definitiva, unos mentirosos redomados y no depositar en ellos su fe nunca más. En este caso el sujeto no reconstruye su prejuicio positivamente sino que lo destruye cayendo, de nuevo, en una dinámica interpretativa no dialéctica sino opositiva.

El conocimiento como autointerpretación

Hemos visto en el punto anterior como los prejuicios que nos constituyen como sujetos interpretativos sólo son replanteados cuando chocan con la “objetividad del mundo”. Pero ¿qué es eso que llamamos objetividad del mundo?

La objetividad del mundo sólo queda manifestada cuando es percibida como oposición a nuestras preconcepciones. Su naturaleza para el sujeto hermenéutico no es una esencia sino un acto que se muestra como resistencia. Ya que el sujeto sólo conoce como sujeto y no cabe un conocimiento “des-subjetivado” es lógico que esa objetividad sólo se presente en la conciencia del sujeto.

Determinar si la objetividad es algo externo o interno a la conciencia escapa a las pretensiones de esta exposición; lo que nos interesa mostrar es el carácter “resistente” de esa objetividad. El sujeto ante el mundo se siente polo de una oposición: nuestras ideas o sentimientos, en otras palabras nuestros prejuicios, no crean ni doman a la objetividad. La realidad, por otra parte, no se impone al sujeto hermenéutico ya que no puede cobrar significación mas que a

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través de este sujeto. El sujeto, inmerso en este antagonismo, anhela superarlo.

Existen básicamente tres formas de intentar superar ese antagonismo de lo real: la actitud reafirmante, la actitud receptiva y la actitud de conformación.

En la actitud de reafirmación el sujeto adopta una posición eminentemente activa en su relación con el objeto. El sujeto no es impresionado por la resistencia que muestra el mundo hacia sus prejuicios e intenta imponer sus preconcepciones al mundo. Si alguien tiene el prejuicio de que los hombres conducen peor que las mujeres y ve a un hombre conduciendo mucho mejor que la mayoría de las mujeres podría adoptar esta actitud de dominio de muchas maneras: despreciando el dato objetivo; justificándolo con “la excepción confirma la regla” etc. El sujeto intenta situarse más allá de los datos objetivos que deberían hacer cuestionar sus prejuicios.

La actitud receptiva es la contraria a la actitud reafirmante. En ella el sujeto se muestra como elemento pasivo, un mero espejo de lo objetivo. Su prejuicios son esquemas fantasmagóricos que pueden ser deshechos como nubes por la más leve brisa. Adoptando esta actitud es fácil caer en el relativismo o escepticismo.

Por último la actitud conformativa es un punto intermedio entre las dos actitudes anteriores. El sujeto reinterpreta la objetividad como elemento que reconstruye y perfila sus prejuicios a la vez que, concibe a sus prejuicios como elementos que constituyen y recrean su percepción del mundo. En esta actitud el sujeto no es un elemento ni meramente pasivo ni meramente activo sino que adopta una posición intermedia entre ambos opuestos.

Por todo lo dicho, se entiende que el acto hermenéutico es, además de un acto de conocimiento, un acto de autoconocimiento para el sujeto. El sujeto al percibir el mundo objetivo percibe en su resistencia la naturaleza de sus prejuicios lo que, le permite, efectivamente, reinterpretar el mundo pero, también, reinterpretarse a la nueva luz de la conciencia de sus preconcepciones.

Este hecho se muestra claramente con un ejemplo: todo individuo tiene una serie de relaciones con otros individuos: padres, hermanos, primos, tíos, amigos, compañeros de trabajo etc. En cierto sentido el individuo es un “nudo significativo”, es decir, es amigo de X, hijo de Y, hermano de Z... Nos definimos, en este sentido, por nuestra relación con otras “cosas” que no somos nosotros mismos (esto sería la relación de la objetividad). Por otro lado nosotros rompemos o reinterpretamos esas relaciones de continuo ya que, debilitamos o fortalecemos los vínculos que tenemos y creamos otros nuevos o los destruimos. De esta manera el sujeto se muestra pasivamente como un ser situado por sus relaciones y como elemento activo de ellas; como portador de significaciones y como creador de las mismas. El sujeto conociendo sus relaciones se autoconoce y gracias a ese autoconocimietno puede tomar las decisiones oportunas para reconstruir esas relaciones: comprensión es autocomprensión.

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Terminamos aquí esta exposición volviendo a plantear una de las preguntas iniciales del texto. A la luz de lo dicho: ¿existen interpretaciones privilegiadas? Y si existen ¿cuál es el criterio para determinar su “superioridad” hermenéutica?

CUBO DE NECKER

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FRAGMENTO DE

“SOBRE VERDAD Y MENTIRA EN SENTIDO EXTRAMORAL”

DE FRIEDRICH NIETZSCHE

En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la “Historia Universal”: pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves

respiraciones de la naturaleza, el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer. Alguien podría inventar una fábula semejante pero, con todo, no habría ilustrado suficientemente cuán lastimoso, cuán sombrío y caduco, cuán estéril y arbitrario es el estado en el que se presenta el intelecto humano dentro de la naturaleza. Hubo eternidades en las que no existía; cuando de nuevo se acabe todo para él no habrá sucedido nada, puesto que para ese intelecto no hay ninguna misión ulterior que conduzca más allá de la vida humana. No es sino humano, y solamente su poseedor y creador lo toma tan patéticamente como si en él girasen los goznes del mundo. Pero, si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseída de ese mismo pathos, y se siente el centro volante de este mundo. Nada hay en la naturaleza, por despreciable e insignificante que sea, que, al más pequeño soplo de aquel poder del conocimiento, no se infle inmediatamente como un odre; y del mismo modo que cualquier mozo de cuerda quiere tener su admirador, el más soberbio de los hombres, el filósofo, está completamente convencido de que, desde todas partes, los ojos del universo tienen telescópicamente puesta su mirada en sus obras y pensamientos.

Es digno de nota que sea el intelecto quien así obre, él que, sin embargo, sólo ha sido añadido precisamente como un recurso de los seres más infelices, delicados y efímeros, para conservarlos un minuto en la existencia, de la cual, por el contrario, sin ese aditamento tendrían toda clase de motivos para huir [...]. Ese orgullo, ligado al conocimiento y a la sensación, niebla cegadora colocada sobre los ojos y los sentidos de los hombres, los hace engañarse sobre el valor de la existencia, puesto que aquél proporciona la más aduladora valoración sobre el conocimiento mismo. Su efecto más general es el engaño —pero también los efectos más particulares llevan consigo algo del mismo carácter—.

El intelecto, como medio de conservación del individuo, desarrolla sus fuerzas principales fingiendo, puesto que éste es el medio, merced al cual sobreviven los individuos débiles y poco robustos, como aquellos a quienes les ha sido negado servirse, en la lucha por la existencia, de cuernos, o de la afilada dentadura del animal de rapiña. En los hombres alcanza su punto culminante este arte de fingir; aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, la murmuración, la farsa, el vivir del brillo ajeno, el enmascaramiento,

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el convencionalismo encubridor, la escenificación ante los demás y ante uno mismo, en una palabra, el revoloteo incesante alrededor de la llama de la vanidad es hasta tal punto regla y ley, que apenas hay nada tan inconcebible como el hecho de que haya podido surgir entre los hombres una inclinación sincera y pura hacia la verdad. Se encuentran profundamente sumergidos en ilusiones y ensueños; su mirada se limita a deslizarse sobre la superficie de las cosas y percibe “formas”, su sensación no conduce en ningún caso a la verdad, sino que se contenta con recibir estímulos, como si jugase a tantear el dorso de las cosas. Además, durante toda una vida, el hombre se deja engañar por la noche en el sueño, sin que su sentido moral haya tratado nunca de impedirlo, mientras que parece que ha habido hombres que, a fuerza de voluntad, han conseguido eliminar los ronquidos. En realidad, ¿qué sabe el hombre de sí mismo? ¿Sería capaz de percibirse a sí mismo, aunque sólo fuese por una vez, como si estuviese tendido en una vitrina iluminada? ¿Acaso no le oculta la naturaleza la mayor parte de las cosas, incluso su propio cuerpo, de modo que, al margen de las circunvoluciones de sus intestinos, del rápido flujo de su circulación sanguínea, de las complejas vibraciones de sus fibras, quede desterrado y enredado en una conciencia soberbia e ilusa? Ella ha tirado la llave, y ¡ay de la funesta curiosidad que pudiese mirar fuera a través de una hendidura del cuarto de la conciencia y vislumbrase entonces que el hombre descansa sobre la crueldad, la codicia, la insaciabilidad, el asesinato, en la indiferencia de su ignorancia y, por así decirlo, pendiente en sus sueños del lomo de un tigre! ¿De dónde procede en el mundo entero, en esta constelación, el impulso hacia la verdad?

En un estado natural de las cosas, el individuo, en la medida en que se quiere mantener frente a los demás individuos, utiliza el intelecto y la mayor parte de las veces solamente para fingir, pero, puesto que el hombre, tanto por la necesidad como por hastío, desea existir en sociedad y gregariamente, precisa de un tratado de paz y, de acuerdo con este, procura que, al menos, desaparezca de su mundo la más grande “guerra de todos contra todos”. Este tratado de paz conlleva algo que promete ser el primer paso para la consecución de ese misterioso impulso hacia la verdad. En este mismo momento se fija lo que a partir de entonces ha de ser “verdad”, es decir, se ha inventado una designación de las cosas uniformemente válida y obligatoria, y el poder legislativo del lenguaje proporciona también las primeras leyes de verdad, pues aquí se origina por primera vez el contraste entre verdad y mentira. El mentiroso utiliza las designaciones válidas, las palabras, para hacer aparecer lo irreal como real; dice, por ejemplo, “soy rico” cuando la designación correcta para su estado sería justamente “pobre”. Abusa de las convenciones consolidadas haciendo cambios discrecionales, cuando no invirtiendo los nombres. Si hace esto de manera interesada y que además ocasione perjuicios, la sociedad no confiará ya más en él y, por este motivo, lo expulsará de su seno. Por eso los hombres no huyen tanto de ser engañados como de ser perjudicados mediante el engaño; en este estadio tampoco detestan en rigor el embuste, sino las consecuencias perniciosas, hostiles, de ciertas clases de embustes. El hombre nada más que desea la verdad en un sentido análogamente limitado: ansía las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que mantienen la vida; es indiferente al conocimiento puro y sin consecuencias e incluso hostil frente a las verdades susceptibles de efectos perjudiciales o destructivos. Y, además, ¿qué sucede con esas convenciones del lenguaje? ¿Son quizá productos del conocimiento, del sentido de la verdad?

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¿Concuerdan las designaciones y las cosas? ¿Es el lenguaje la expresión adecuada de todas las realidades?

Solamente mediante el olvido puede el hombre alguna vez llegar a imaginarse que está en posesión de una “verdad” en el grado que se acaba de señalar. Si no se contenta con la verdad en forma de tautología, es decir, con conchas vacías, entonces trocará continuamente ilusiones por verdades. ¿Qué es una palabra? La reproducción en sonidos de un impulso nervioso. Pero inferir además a partir del impulso nervioso la existencia de una causa fuera de nosotros, es ya el resultado de un uso falso e injustificado del principio de razón. ¡Cómo podríamos decir legítimamente, si la verdad fuese lo único decisivo en la génesis del lenguaje, si el punto de vista de la certeza lo fuese también respecto a las designaciones, cómo, no obstante, podríamos decir legítimamente: la piedra es dura, como si además captásemos lo “duro” de otra manera y no solamente como una excitación completamente subjetiva! Dividimos las cosas en géneros, caracterizamos el árbol como masculino y la planta como femenino: ¡qué extrapolación tan arbitraria! ¡A qué altura volamos por encima del canon de la certeza! Hablamos de una “serpiente”: la designación cubre solamente el hecho de retorcerse; podría, por tanto, atribuírsele también al gusano. ¡Qué arbitrariedad en las delimitaciones! ¡Qué parcialidad en las preferencias, unas veces de una propiedad de una cosa, otras veces de otra! Los diferentes lenguajes, comparados unos con otros, ponen en evidencia que con las palabras jamás se llega a la verdad ni a una expresión adecuada pues, en caso contrario, no habría tantos lenguajes. La “cosa en sí” (esto sería justamente la verdad pura, sin consecuencias) es totalmente inalcanzable y no es deseable en absoluto para el creador del lenguaje. Éste se limita a designar las relaciones de las cosas con respecto a los hombres y para expresarlas apela a las metáforas más audaces. ¡En primer lugar, un impulso nervioso extrapolado en una imagen! Primera metáfora. ¡La imagen transformada de nuevo en un sonido! Segunda metáfora. Y, en cada caso, un salto total desde una esfera a otra completamente distinta. Se podría pensar en un hombre que fuese completamente sordo y jamás hubiera tenido ninguna sensación sonora ni musical; del mismo modo que un hombre de estas características se queda atónito ante las figuras acústicas de Chladni en la arena, descubre su causa en las vibraciones de la cuerda y jurará entonces que, en adelante, no se puede ignorar lo que los hombres llaman “sonido”, así nos sucede a todos nosotros con el lenguaje. Creemos saber algo de las cosas mismas cuando hablamos de árboles, colores, nieve y flores y no poseemos, sin embargo, más que metáforas de las cosas que no corresponden en absoluto a las esencias primitivas. Del mismo modo que el sonido configurado en la arena, la enigmática x de la cosa en sí se presenta en principio como impulso nervioso, después como figura, finalmente como sonido. Por tanto, en cualquier caso, el origen del lenguaje no sigue un proceso lógico, y todo el material sobre el que, y a partir del cual, trabaja y construye el hombre de la verdad, el investigador, el filósofo, procede, si no de las nubes, en ningún caso de la esencia de las cosas.

Pero pensemos especialmente en la formación de los conceptos. Toda palabra se convierte de manera inmediata en concepto en tanto que justamente no ha de servir para la experiencia singular y completamente individualizada a la que debe su origen, por ejemplo, como recuerdo, sino que debe encajar al mismo tiempo con innumerables experiencias, por así decirlo, más o menos similares, jamás idénticas estrictamente hablando; en suma, con

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casos puramente diferentes. Todo concepto se forma por equiparación de casos no iguales. Del mismo modo que es cierto que una hoja no es igual a otra, también es cierto que el concepto hoja se ha formado al abandonar de manera arbitraria esas diferencias individuales, al olvidar las notas distintivas, con lo cual se suscita entonces la representación, como si en la naturaleza hubiese algo separado de las hojas que fuese la “hoja”, una especie de arquetipo primigenio a partir del cual todas las hojas habrían sido tejidas, diseñadas, calibradas, coloreadas, onduladas, pintadas, pero por manos tan torpes, que ningún ejemplar resultase ser correcto y fidedigno como copia fiel del arquetipo. Decimos que un hombre es “honesto”. ¿Por qué ha obrado hoy tan honestamente?, preguntamos. Nuestra respuesta suele ser así: a causa de su honestidad. ¡La honestidad! Esto significa a su vez: la hoja es la causa de las hojas. Ciertamente no sabemos nada en absoluto de una cualidad esencial, denominada “honestidad”, pero sí de una serie numerosa de acciones individuales, por lo tanto desemejantes, que igualamos olvidando las desemejanzas, y, entonces, las denominamos acciones honestas; al final formulamos a partir de ellas una qualitas occulta con el nombre de “honestidad”.

La omisión de lo individual y de lo real nos proporciona el concepto del mismo modo que también nos proporciona la forma, mientras que la naturaleza no conoce formas ni conceptos, así como tampoco ningún tipo de géneros, sino solamente una x que es para nosotros inaccesible e indefinible. También la oposición que hacemos entre individuo y especie es antropomórfica y no procede de la esencia de las cosas, aun cuando tampoco nos aventuramos a decir que no le corresponde: en efecto, sería una afirmación dogmática y, en cuanto tal, tan demostrable como su contraria.

¿Qué es entonces la verdad? Una hueste en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas, una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; metáforas que se han vuelto gastadas y sin fuerza sensible, monedas que han perdido su troquelado y no son ahora ya consideradas como monedas, sino como metal.

F. Nietzsche; Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (fragmento)

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Carta a Meneceo, de Epicuro,

Textos de los grandes filósofos. Edad Antigua, Herder, Barcelona 1982, p.93-97.

Cuando se es joven, no hay que vacilar en filosofar, y cuando se es viejo, no hay que cansarse de

filosofar. Porque nadie es demasiado joven o demasiado viejo para cuidar su alma. Aquel que dice

que la hora de filosofar aún no ha llegado, o que ha pasado ya, se parece al que dijese que no ha

llegado aún el momento de ser feliz, o que ya ha pasado. Así pues, es necesario filosofar cuando se

es joven y cuando se es viejo: en el segundo caso para rejuvenecerse con el recuerdo de los bienes

pasados, y en el primer caso para ser, aún siendo joven, tan intrépido como un viejo ante el

porvenir. Por tanto hay que estudiar los medios de alcanzar la felicidad, porque, cuando la tenemos,

lo tenemos todo, y cuando no la tenemos lo hacemos todo para conseguirla.

Por consiguiente, medita y practica las enseñanzas que constantemente te he dado, pensando que

son los principios de una vida bella.

Acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros, puesto que el bien y el mal no

existen más que en la sensación, y la muerte es la privación de sensación. Un conocimiento exacto

de este hecho, que la muerte no es nada para nosotros, permite gozar de esta vida mortal

evitándonos añadirle la idea de una duración eterna y quitándonos el deseo de la inmortalidad. Pues

en la vida nada hay temible para el que ha comprendido que no hay nada temible en el hecho de no

vivir. Es necio quien dice que teme la muerte, no porque es temible una vez llegada, sino porque es

temible el esperarla.

Por tanto, el principio de todo esto, y a la vez el mayor bien, es la sabiduría. Debemos considerarla

superior a la misma filosofía, porque es la fuente de todas las virtudes y nos enseña que no puede

llegarse a la vida feliz sin la sabiduría, la honestidad y la justicia, y que la sabiduría, la honestidad y

la justicia no pueden obtenerse sin el placer. En efecto, las virtudes están unidas a la vida feliz, que

a su vez es inseparable de las virtudes.

¿Existe alguien al que puedas poner por encima del sabio? El sabio tiene opiniones piadosas sobre

los dioses, no teme nunca la muerte, comprende cuál es el fin de la naturaleza, sabe que es fácil

alcanzar y poseer el supremo bien, y que el mal extremo tiene una duración o una gravedad

limitadas.

Por consiguiente, medita estas cosas y las que son del mismo género, medítalas día y noche, tú solo

y con un amigo semejante a ti. Así nunca sentirás inquietud ni en tus sueños, ni en tus vigilias, y

vivirás entre los hombres como un dios.

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Eclesiastes:

LIBRO I

1. Palabras de Cohélet, hijo de David, rey en Jerusalén.

2. ¡Vanidad de vanidades! - dice Cohélet -, ¡vanidad de vanidades, todo vanidad!

3. ¿Qué saca el hombre de toda la fatiga con que se afana bajo el sol?

4. Una generación va, otra generación viene; pero la tierra para siempre permanece.

5. Sale el sol y el sol se pone; corre hacia su lugar y allí vuelve a salir.

6. Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el

viento a girar.

7. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a

fluir.

8. Todas las cosas dan fastidio. Nadie puede decir que no se cansa el ojo de ver ni el oído de

oír.

9. Lo que fue, eso será; lo que se hizo, ese se hará. Nada nuevo hay bajo el sol.

10.Si algo hay de que se diga: "Mira, eso sí que es nuevo", aun eso ya sucedía en los siglos que

nos precedieron.

11.No hay recuerdo de los antiguos, como tampoco de los venideros quedará memoria en los

que después vendrán.

12.Yo, Cohélet, he sido rey de Israel, en Jerusalén.

13.He aplicado mi corazón a investigar y explorar con la sabiduría cuanto acaece bajo el cielo.

¡Mal oficio éste que Dios encomendó a los humanos para que en él se ocuparan!

14.He observado cuanto sucede bajo el sol y he visto que todo es vanidad y atrapar vientos.

15.Lo torcido no puede enderezarse, lo que falta no se puede contar.

16.Me dije en mi corazón: Tengo una sabiduría grande y extensa, mayor que la de todos mis

predecesores en Jerusalén; mi corazón ha contemplado mucha sabiduría y ciencia.

17.He aplicado mi corazón a conocer la sabiduría, y también a conocer la locura y la necedad,

he comprendido que aun esto mismo es atrapar vientos,

18.pues: Donde abunda sabiduría, abundan penas, y quien acumula ciencia, acumula dolor.

LIBRO II

1. Hablé en mi corazón: ¡Adelante! ¡Voy a probarte en el placer; disfruta del bienestar! Pero vi

que también esto es vanidad.

2. A la risa la llamé: ¡Locura!; y del placer dije: ¿Para qué vale?

3. Traté de regalar mi cuerpo con el vino, mientras guardaba mi corazón en la sabiduría, y

entregarme a la necedad hasta ver en qué consistía la felicidad de los humanos, lo que

hacen bajo el cielo durante los contados días de su vida.

4. Emprendí mis grandes obras; me construí palacios, me planté viñas;

5. me hice huertos y jardines, y los planté de toda clase de árboles frutales.

6. Me construí albercas con aguas para regar la frondosa plantación.

7. Tuve siervos y esclavas: poseí servidumbre, así como ganados, vacas y ovejas, en mayor

cantidad que ninguno de mis predecesores en Jerusalén.

8. Atesoré también plata y oro, tributos de reyes y de provincias. Me procuré cantores y

cantoras, toda clase de lujos humanos, coperos y reposteros.

9. Seguí engrandeciéndome más que cualquiera de mis predecesores en Jerusalén, y mi

sabiduría se mantenía.

10.De cuanto me pedían mis ojos, nada les negué ni rehusé a mi corazón ninguna alegría; toda

vez que mi corazón se solazaba de todas mis fatigas, y esto me compensaba de todas mis

fatigas.

11.Consideré entonces todas las obras de mis manos y el fatigoso afán de mi hacer y vi que

todo es vanidad y atrapar vientos, y que ningún provecho se saca bajo el sol.

12.Yo me volví a considerar la sabiduría, la locura y la necedad. ¿Qué hará el hombre que

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suceda al rey, sino lo que ya otros hicieron?

13.Yo vi que la sabiduría aventaja a la necedad, como la luz a las tinieblas.

14.El sabio tiene sus ojos abiertos, mas el necio en las tinieblas camina. Pero también yo sé

que la misma suerte alcanza a ambos.

15.Entonces me dice: Como la suerte del necio será la mía, ¿para qué vales, pues, mi sabiduría?

Y pensé que hasta eso mismo es vanidad.

16.No hay recuerdo duradero ni del sabio ni del necio; al correr de los días, todos son

olvidados. Pues el sabio muere igual que el necio.

17.He detestado la vida, porque me repugna cuanto se hace bajo el sol, pues todo es vanidad y

atrapar vientos.

18.Detesté todos mis fatigosos afanes bajo el sol, que yo dejo a mi sucesor.

19.¿Quién sabe si será sabio o necio? El se hará dueño de todo mi trabajo, lo que realicé con

fatiga y sabiduría bajo el sol. También esto es vanidad.

20.Entregué mi corazón al desaliento, por todos mis fatigosos afanes bajo el sol,

21.pues un hombre que se fatigó con sabiduría, ciencia y destreza, a otro que en nada se fatigó

da su propia paga. También esto es vanidad y mal grave.

22.Pues ¿qué le queda a aquel hombre de toda su fatiga y esfuerzo con que se fatigó bajo el

sol?

23.Pues todos sus días son dolor, y su oficio, penar; y ni aun de noche su corazón descansa.

También esto es vanidad.

24.No hay mayor felicidad para el hombre que comer y beber, y disfrutar en medio de sus

fatigas. Yo veo que también esto viene de la mano de Dios,

25.pues quien come y quien bebe, lo tiene de Dios.

26.Porque a quien le agrada, da El sabiduría, ciencia y alegría; mas al pecador, da la tarea de

amontonar y atesorar para dejárselo a quien agrada a Dios. También esto es vanidad y

atrapar vientos.

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¿Par quÓ habría¡ncs

de ser razonable s?

¿Ouién ent re vosot ros purede ju rar no habe i 'escuchado nL lnca: uSé razona-

b le) , (No eres razonabler , nEso no es razonabler o r<ZCulándo enipezarás a ser

razonable?r y o t ras inv i tac iones para sumarse a los argLtmentos c ie los

padres? Nacl ie . De hecho, los adul tos no pueden pr ivarse de reprender o cr i -

t i car un Compor tamiento que, a sus o jos , pasa por inmaduro, in fant i l o

ret rasado. Cualqu iera que os reproche no ser razonable cree tene r razÓn y

por ese parecer se pe rmi te ordena r , luzgar y dar su op in ión. Porquie e I u¡so de

la razón es Ltn verc iadero desaf ío soc ia l , L lna lóg ica de guerra ev idente en e l

combate por ser adul l to -como dec imos.

Ser razonable cons is te en ur t i l i zar la razon como los ot ros. Muchas veces

reconnpe nsamos a a lgu ie n con un: r rT ie nes razón>t cuando s impleme nte p ien-

sa como nosot ros y mani f ies ta una op in ion exactamente conforme a la

nuest ra, De ahí procede la idea de que, s iendo razonables, exponemos L lna

propos ic ion impos ib le de censurar , qut damos ml ¡es t ras c le un ju ic io sano y

normal -en una pa labra , que no somos poco raz0nables . No se puec l t o f re-

cer nre jor perspect iva c ie esta expres ión y sLts supuestos: un ind iv ic luo nor-

malmente const i tu ic lo u l t i i i za su razÓn como todo e l rnunc io para poner sL ls

op in iones en conformidac l con las de la mayor ía .

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De igual manera, esta expresión también s igni f ica que sabemos contener yretener nuestros deseos y anhelos. Al n iño que quiere todo inmediatamen-te se le l lama poco razonable, a l que renuncia a sus deseos, en cambio, se lecal i f ica de razonable. Así , la razon actúa como un instrumento de integra-c ión socia l y de dominio de sí , a t ravés de la renuncia de sus impulsos pr i -meros. Destru i r en uno ni ismo los desecs, rechazar las puls iones que quieren,ahí está lo que dist ingue al indiv iduo razonable, y, por c ier tc, también res-ponsable, d igno de consjderación. Renunciar a uno mismo, a l mundo, d i fe-r i r sus ganas, inc luso ext inguir las: ¿se puede proponer proyecto más s in ies-t ro a los n ipos, los acjo lescentes, e inc luso a los adul tos?

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Los aCul tos in tegran a l adolescente en su mundo s i este ha aprendido adesplazar sus deseos a un segundo p lano y a dar pr imacía a los imperat i -vos de la real idad. La razón funciona en ese caso, pr inc ipalmente, como uninst rumento normat ivo (product ivo de normas), una facul tad út i l parainver t i r la pr ior idad in fant i l que hace de la real idad i lus ión según nuestrodeseo. El adul tc se def ine a l contrar io : toma la real idad por su deseo, t ras-forma lo real en obteto c jeseable y termina por acornodarse a é1. La razónrazonable crea ei o i 'den socia l que rrp i 'oduce los mecanismos jerárquicosút i les para e l buen funcionamiento dei muncio ta l y como va. Al l í c londeimpera la v i ta l idad natura l , la razón opera con f recue nc ia una convers ióny reemplaza e l movimiento impuls ivo por una sumis ión cul tu i 'a l , un ordenciv i l izado.

lgualmente, la razón puede serv i r para just i f icar otra cosa dist inta a lorden socia l . A veces, s i rve también, desgraciadamente, para legi t imaropciones indefe ndib les, inmorales o pel igrosas. Su uso no ga rant iza laobtención de pensamie ntos sanos, e levados y del icados o moralmentedefendibles. En tanto que instrumento, s i rve a las más bel las tareas tantocomo a las más bajas faenas. Desconfiad, pues, del uso de la razón si escon-de una ideología perversa y pel igrosa. La razón t iene también su vert ientesombría, no s iempre se emplea para l iberar a los pueblos: es igualmente ut i -l izada por rétores, hábi les habladores, d ia léct icos retór icos (br . renos ora0orescapaces de arrasar en los sufragios por procesos deshonestos), t r ibunos hip-nÓi icos que envLielven la negat iv idad bajo formas especí f icas, racionales, yapa rentemenie lóq icas.

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Ls t l l i - r a c l c [ - cn in e r r \ i r l t ¿ r , Uc ran i i ' r ' l 99 r i [o togra t ía c le N lar t in Par r ) .

Los fasc isrnos, iaS t i ranías, los regí rnenes autor i tar ios, los cc lon ia l is rnos se

han c lesarro l lac lo con razones, argumentos, demostrac iones, teor ías, d ia léc-

t ica y , tambrén, c ienc ia . H i t i t r , Len in , s ta l in , Mao ' Péta in , todos han recur r i -

c lo a la raTan pai .a fasc inar a los pureblos y condr ;c i r los de l lado en e l qL le

t r iun fa la pu ls ion c le muer te , e l oc i io a l o t ro , la in to leranc ia y e l fanat ismo

cl rs t r r - rc ior c le hombres. Las c loct r inas c le l espac¡o v i ta l , Ia l i rcha de lcs rnás

f r - ter tes cont ra los menos aptos, e l oct io a los judíos, la gurerra i rnper ia l is ta

como sa l r - rc l c le la c iv i l izac ion, la c lest ru¡cc iÓn de la bu¡rguesía, la d ic tadura de l

pro le tar iac lo , la lurcha c le c lases, la revo luc iÓn nac ional , todas esas ideas-pro-

gran- ras sr han c lesar ro l iac lo ampl iarnente a go lpe de razonamientos ' de

razonsingr- r lar , Con ayLrc la c le las ar rnaS habi tua les de la re tÓr ica y la expost -

c ion c l t iCtas, antes c le t raer a l mr ' lnc lo las cárnaras de !JaS' los campos de

cxtermin io , los gur lag;s c lespurés; mas tarc le , s iempre con e l misnro fervor

rac iona l , la bornba a tomica, la pur r i f i cac ion é tn ica , la g lL ler ra c lu imlca ' La

r¿zon ian lb len Par t nronst ru¡os '

En e i o r rgcn c l t l c peor l ra l lannos pas iones naustabunc las , pr - r ls ionts ant -

i ; ta l rs v v io lentas , c ieseos c le honr ic lc i io , resent lmlcn ios recoc ldos, cc l lo a l

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mLrndo en cant idad, vo luntad de venganza, ya qL ie todos los d ic tadores

const ruyen sLt poc le r esenc¡a lmente sobre esas pu ls iones fuer tes y best ia les.

Seguidame nte, r- lsan la razon para disirazar esos intereses primeros, y les dan

,n, for*a aceptable, presentable, a la cual una gran par te c le inc l iv ic iuos

tcrmina por asent i i - . Ser razonable cons is te en rendl rse a los argt lmenios de

la autor ic lad, de la mayor ía , de l je fe , de l d ic tador . ¿Pcco razonable e l ind iv i -

d , ;o que no se o l ie ga a esas rezones pe rn ic iosas?

5e ha encer rado, apr is ionado ba jo la acusac ión de locura , a los rebe ldes

c ie esta razón mayor i ta i ' ia y obediente, a los que prefer ían la razón cr í t ica y

res is tente . A menudo, los regí rnenes po l í t i cos l laman loco a l indrv idL lo que

conserva su razón cuando toc los la han perd ido o la usan de rnanera er rát i -

ca. Como un loco qr , re est imamos desprov is to de razón, e l opos i tor a los

lugares Comunes de su época pasa muchas VeCeS, inc luso s iempre, por L ln

or ig ina l , una c lase de ben igno cha lado, a l que se le concede moderadamen-

ie e l derecho de d ivagar , o a qu ien se le o f recen, de vez en cuando, estan-

c ias en e l hosp i ta l ps iqu iá t r ico .

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La razón no debe conver t i rse en ído lo , como fue e l caso durante la Revolu-

c ión Francesa, en la qr . re los Templos de ia Razon ( ig les ias t ransformacias en

lugai ' rs consagrados a la venerac ión de ia Razón, a veces personi f icada bajo

e l semblante de una ch ica joven l levada en proces ión) brotan a la sombra de

las gu i l lo t inas Conde se decap i taba a los hombres y rnu jeres que no parecían

razonables -porqLre no defendían las ideas de los proveedores de la V iuda

(e l sobrenombre dado a l aparato de la GLr i l lo t ina) . Cu l to de la razón también

en Lenin, amante de la d ia léct ica (e l ar te de exponer las ideas ba jo r - rna

forma c ient í f ica, r igurosa y aparentemente i r re fu l tab leJ e inventor de cam-

pos de depor tac ion en S iber ia . Desconf iad razonablemente de la razÓn,

sabie ndo que también se ap l ica para rea l izar f ines cr r lpables.

El r iesgo en la empresa rac ional izadora cons is te s iempre en qL lerer redu-

c i r lo rea l y la comple j idad del mundo a fórmLr las práct icas pero fa lsas. La

razón s i rve a menudo para reduc i r en Lrn pLrñac lo de ideas s imples Ltna rea-

l ic lad más compl icada de lo qLte se imagina o pr ior i . La rec lucc ión rac ional y

la p lan l f icac ión suponen c¡ue lo rea l es rac iona l y qr - re ' lo rac iona l puede

siempre conver t i rse en rea l . S in embargo, ex is te un munclo ent re esos dos

urn ivr rsos, que se cornLln ican bastante poco y mant iene n re lac iones c j i f íc i les .

Perdernos en in te l rgenc ia c lesde e l momento en c lLre apr is ionamos con la

razÓn, cn pocas pa labras, Lrn rnunc io d lverso, pro l i jo , resp landec i tn l r ; c l t

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igual manera, corremos e i r iesgo de la s impl i f icac ión excesiva s i .nos c l t t ic i i -

mos a hacer de lo rac ional , de lo que tenemos una idea, modelo qLle ha Ci t

ser encarnado para producir efectos en la h istor ia.

Los utopistas del s ig lo xtx anhe laron sociedades que les parecían raciona-

les, razonables. Todo en el las estaba decid ido: desde la forma de vest i r hasta

la organización de las comidas, pasando por la d imensión de las casas, t l

reparto c le las tareas, la estructura de la cuidad, e l estatuto de los niños, c l t

las mujeres, de los hombres, de las personas mayores, de los muler tcs, nacla

se c ie jaba al azar, todo estaba r igurosame nte plani f icaio según pr incip ios

racionaies. La razón, a l haber ocupado todo el espacio, r io dejaba luga¡

alguno para la fantas ia, la imaginación, la invención, la creación - la v ida.

Todas las exper ienc¡as que buscaban la real izaciÓn de esas microsociedadts

utóoicas se han t ransformado en f racasos. . .

A l l í donde lo razonable, lo rac ional y la razÓn t r iunfan por completo,

surge con f recuencia e l malestar , inc luso lo peor. Dejemos alarazón el podtr

exclusivo de dis ipar las i lus iones, de destru i r las creencias, de ser un instr r - l -

mento cr í t ico, de desmontar las f icc iones fa lsasy que cuestan sangre ht¡rna-

na. Desde e l momento en que e l la contr ibuye a crear nuevas i lus iones, a dar

a luz quimeras rac ionales, anuncia s iempre lo peor , mientras que, a l contra-

r io, deber ia ayudarnos a temer lúc idamente, y después a conjurar '

Proyecto de arquitectwra d.e una ciu.claclicleal (después de 1470), escuela de Pierc della

Francesca (hacia 1'+ I 6- I194).