Teoría de la Extrañeza

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Teoría dela Extrañeza

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Primera edición en REINO DE CORDELIA, septiembre de 2020Título original: Teorie podivnosti, 2018

Edita: Reino de Cordeliawww.reinodecordelia.esN P @reinodecordelia.es M facebook.com/reinodecordelia

Derechos exclusivos de esta edición en lengua española© Reino de Cordelia, S.L.Avda. Alberto Alcocer, 46 - 3º B28016 Madrid

© Pavla Horáková, 2018

Traducción: © Patricia Gonzalo de Jesús, 2020

Sobrecubierta: © Pedro Arjona, 2020Cubierta: Detalle de Paisaje bajo la lluvia (1928), de Josef Čapek

Este libro se publica con la ayuda del Ministerio de Cultura de la República Checa

IBIC: FAISBN: 978-84-18141-21-8Depósito legal: M-23322-2020

Diseño y maquetación: Jesús EgidoCorrección de pruebas: María Robledano

Imprime: Técnica Digital PressImpreso en la Unión EuropeaPrinted in E. U.Encuadernación: Felipe Méndez

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

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Teoría dela Extrañeza

Pavla HorákováTraducción de Patricia Gonzalo de Jesús

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1. De la comunicación, los desniveles y las crisis de la mediana edad

2. De las simpatías, la explotación del sistema y los bienes inmuebles

3. De los sueños, los hombres buenos y el determinismo nominativo

4. De la memoria de los edificios, los puentesquemados y el fin del mundo

5. De la vejez, la craneometría y los niños salvajes6. De las comunas, el contacto visual y la cosmética

7. De la escala de heces de Bristol, el lastre de la historia y la vida en el campo

8. De cuerpos, almas y el Mercado de Ganado9. De los orígenes, la arenisca y la žemlovka

10. De las sincronías, la materialización y los soldados11. Del bajo vientre, los monarcas y los ángeles

12. De la educación, el talento y la literalidad

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Índice

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13. De los aviones de caza, los bombardeos y la selectividad

14. De la depresión matutina, la locura y la mecánica cuántica

15. De las ejecuciones, el monólogo y los fractales16. De la división del trabajo, los vasos comunicantes

y los planes de negocios17. De los oráculos, la belleza y la holografía18. De los nómadas, los cobertores de cabeza

y la finitud19. De Fausto, el contacto y las enfermedades

autoinmunes20. De la incontinencia, los estafadores matrimoniales

y la crisis psicoespiritual21. De las mentiras, la anticoncepción y las vacas flacas

22. Del polvo, el barniz y la vellosidad23. Del tabaco, la peste y la conciencia externa

24. De las bolas de Mozart, las lombrices y los vaticinios25. De los correspondientes, las puertas y la autoecolalia

26. De los agravios, el alcohol y la microflora27. De gatos, científicos británicos y leyes naturales

28. Del amor, la asistencia y la caída libre

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29. De la desrealización, el zurullo y el signo lunar30. De los medianos, la genética y el polvo estelar

31. Del entrelazamiento cuántico, las salchichasšpekáčky y la conservación del fuego

32. De la transubstanciación, la dopamina y la singularidad

33. De Flaubert, los reyes y la espontaneidad34. De los normandos, los carroñeros

y el espacio interestelar35. Del eterno retorno, la tonsura

y el complejo de Electra36. De los neutrinos, las tramas paralelas

y los perros extraviados37. Del perro de Schrödinger, la astuta hija

del campesino y el baño caliente38. Del té caliente, la causalidad retroactiva

y la concepción39. De la muerte, el agravio y la Gran Obra

40. De los cangrejos ermitaños, las fracturas astilladas y la inmortalidad

41. De la rosca de las tuercas, los ingresos pasivos y los finales abiertos

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ECHÉ UN VISTAZO ALREDEDOR, a las casas de vecinos cente-narias por delante de las cuales paso de camino al trabajohace ya tantos años. Sus fachadas, negras cerca del suelo yalgo más claras según ascienden los pisos, son prueba de quela concentración de tóxicos es mayor cerca del suelo. Contu-ve la respiración inconscientemente.

En esta calle y otras adyacentes hace años que no vivecasi nadie. Los locales en la planta baja están vacíos o sonsede de negocios de dudosa reputación que se suceden rápi-damente. No hay vegetación por ningún lado, no se mantie-ne nada, nada más que la porquería. Y también el Institutode Estudios Interdisciplinares sobre el Ser Humano.

El semáforo empezó a hacer tictac a una velocidad cuatroveces mayor y se encendió la luz verde. Me dirigí a través dela calzada hacia las puertas metálicas: llevaban allí desde losaños setenta y desentonaban manifiestamente en el frontispicio

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1. De la comunicación, los desniveles y las crisis de la mediana edad

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neorrenacentista. Cuanto más me acercaba, con mayor rotun-didad notaba lo mucho que me repelían. Después de diez añosyendo a diario, a veces incluso los fines de semana y las vaca-ciones, se había ido acumulando en mí el rechazo hacia el edi-ficio entero y lo que encarnaba. Siempre me afectaba más porla mañana, frente a aquella puerta de entrada como de bloquede pisos de la época de la Normalización: con un agarradero dealuminio y un sucio cristal de vidrio armado. Después de tan-tos años mi mano ya debía de haber erosionado el metal.

Inspiré por última vez el aire de la calzada y me adentréen el oscuro pasaje. La peste en su interior permanece inal-terable con los años. La compone una mezcla emisiones con-taminantes del exterior, olor a cerrado y humedad, humo decigarrillos incrustado en la garita del portero (si bien existenciertas normas que impiden fumar, nadie las cumple) y olora café instantáneo. La titilante, granulosa pantalla en blancoy negro de la vetusta Tesla Merkur ha sido sustituida por elresplandor compacto de un modelo más moderno.

Como cada día, saludo al manco señor Kožnar, apodadoBezruč1, que trabaja aquí hace ya tanto tiempo que ningunode los empleados recuerda a ningún otro portero. El señorKožnar ha sobrevivido a decenas de jefes, cinco cambios denombre de la institución, así como sus dos cierres y sucesi-vas renovaciones según cambiaba la atmósfera política traslas paredes del edificio.

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1Juego de palabras que hace referencia al adjetivo bezruký («sin brazos») y al nom-bre del poeta checo Petr Bezruč (pseudónimo de Vladimír Vašek, 1867-1958). (Todaslas notas son de la traductora).

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La segunda constante es la bibliotecaria de la institución,Valerie Hauserová. A primera vista, a casi nadie se le pasa-ría por la cabeza que esta discreta sexagenaria en bata blan-ca de nailon es la persona con nivel educativo y puesto en elescalafón más altos de toda la institución. La profesora titu-lar Hauserová fue la directora durante unos cuantos años.Después, antes de que venciera su mandato, renunció al car-go de un día para otro. Terminó todas las investigaciones quetenía a medias, destruyó los apuntes y trasladó su modestapersona y efectos personales imprescindibles a un despachomás pequeño con vistas y muebles peores.

Dimitió por motivos personales. En efecto, su único hijo,un joven peculiar y de gran talento, había sido declarado desa-parecido poco antes. A día de hoy aún no lo han encontrado.Jamás hablaba de ello por iniciativa propia y, tras varios inten-tos inútiles de dirigir la conversación hacia el tema, ya nadieintentaba sonsacarle. Día tras día, llegaba al trabajo la prime-ra, antes de las siete, y cerraba la biblioteca a las tres. Aun-que los empleados echaban pestes sobre el horario, que nocoincidía demasiado con su jornada laboral habitual, sus refun-fuños no habían servido de nada: las condiciones no habíancambiado en absoluto. A veces me paso a verla por la maña-na, cuando no tengo fuerzas o motivación para trabajar.

—¿Te tomas un té verde conmigo? —me ululó con vozronca por el tabaco al pasar por su puerta—. El agua está aúncaliente.

Aquello no me cuadraba. En la vida había visto a Valeriecomer o beber nada que se pareciera ni de lejos a una ali-

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mentación sana. No ocultaba su actitud desdeñosa hacia losadelantos de la modernidad. Varias veces al día se hacía uncafé turco directamente en el vaso: una taza de café barato,sobre el que vertía agua hirviendo, con dos terrones de azú-car. Al ver mi expresión confundida, señaló un vaso lleno deun líquido verde oscuro humeante.

—Licor de hierbas con agua hirviendo. Me estoy pillan-do algo. No me digas que nunca lo has probado, Ada.

Por lo que conozco a Valerie, seguramente acababa deinventarse aquella bebida. Me di cuenta de que, además deldesayuno, me había saltado por error el lavado de dientes. Elagua caliente con peppermint sería mejor que la pasta.

—¿Quieres echarle azúcar? —Negué con la cabeza—.Voy a fumarme un cigarro al balcón. Puedes acompañarme siquieres.

El inhóspito despacho bibliotecario tiene acceso a la terra-za junto a la biblioteca. Da a la calle, así que sentarse allí noes precisamente idílico, pero para una fumadora habitualcomo Valerie Hauserová es una suerte.

Nos sentamos frente a una mesita polvorienta y nos caldea-mos las manos con aquel vaso de mejunje de color venenoso.A nuestros pies avanzaban poco a poco caravanas de coches,dosificadas regularmente por los semáforos. La peristalsis deltráfico. Hileras de vehículos se desplazaban en cada contrac-ción de una luz a otra para volver a detenerse. Una y otra vez.Y, del mismo modo que el bolo intestinal, también los vehícu-los producían gases pestilentes. Inhalar voluntariamente máshumo y expelerlo a la atmósfera parecía un derroche. O quizás

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al revés: el medio ambiente estaba tan desconsoladamente con-taminado que ya no tenía importancia si uno aspiraba unascuantas decenas de componentes cancerígenos más.

—¿Y Robert? ¿Sabes algo? —preguntó Valerie al cabodel rato.

—Nada.—Pues mejor —asintió y permaneció en silencio.Hace un mes Robert y yo todavía teníamos una relación

seria, como suele decirse. Lo conocí cuando ya estaba hartade sabelotodos que no eran capaces ni de atornillar un estan-te. Así que me busqué a un hombre que, pese a tener sola-mente la Formación Profesional, se comportaba como un adul-to, tenía músculos, negocio y coche propios, y al que mis dosdoctorados le importaban un bledo. Me había hecho a su mas-culinidad sin complicaciones y me había convencido de queaquello era la vida real y de que la abnegación haría de míuna persona mejor y una mujer adulta. Los fines de semana,durante las retransmisiones deportivas, cocinaba recetas dellibro de Rettigová2, limpiaba gotitas del suelo del baño y porla noche me metía a escondidas tapones en los oídos para poderdormir con sus ronquidos. Me había acostumbrado. Aprendí aquererlo y, en cierto modo, contaba con él. La última vez quelo vi, estaba imprimiendo en casa un documento. Ni siquierame interesaba saber qué era. Lo miré de reojo más bien porerror. Era un certificado de antecedentes penales en blancoque acababa de hacerse. Falso. Sabía de una condicional. De

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2Se refiere al best seller del siglo XIX La cocinera doméstica (Domácí kuchařka,1826), de la escritora checa Magdalena Dobromila Rettigová (1785-1845).

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las condenas y ejecutorias me enteré mucho después, cuandoRobert ya se había dado a la fuga. No sin antes llevarse todassus cosas y también un par de las mías. No sé en qué país seesconde ahora para evitar la extradición. El dinero que mepidió prestado y que invirtió malamente en coches y dios sabequé más ya no volveré a verlo. Y a él espero que tampoco. Enrealidad me alegra que se haya largado. Lo único que no meperdono es haber estado dispuesta a volverme del revés paraadaptarme a él y sobre todo a las convenciones. Me quedaronde él un par de agujeros con tacos para tornillos en la paredy una herida abierta en el lugar en que solía estar la confian-za en el género humano. Me gustaría pasarle la cuenta en com-pensación por la vida que había malgastado.

—Todo lo que te sucede ahora no es más que el prólogoa los milagros que se revelarán con el tiempo —me consolóentonces Valerie. De momento sigo esperando.

Contemplábamos la animada comunicación allí abajo.Coches, gente, mercancías, ideas: todo circula de un lugar aotro. Cuando la comunicación se interrumpe, se forma unberenjenal. Así de gráficamente me lo explicaba mi psicólo-ga cuando me insistía en que tengo que hablar de los proble-mas, comunicar.

—Se me ha ocurrido que en esta calle no dura nada másque la suciedad —señalé abajo—. Por ejemplo ahí, en laesquina, la tienda 24 horas. ¿Cuántas tiendas han pasado porahí en los últimos años? Y ya la han vuelto a cerrar.

—Pasa como con los vasos sanguíneos, cielo —la profe-sora Hauserová dio una calada—. Esto es un vaso enfermo

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por el que circulan solo elementos tóxicos, de modo que susparedes se van obstruyendo. Como si se pegaran a ella cris-tales de colesterol. Bueno, y sobre esos sedimentos luego seamontona más porquería. Por eso en los alrededores no fun-cionan más que sex shops, casas de empeños o casas de jue-go. La mugre se pega a la mugre —concluyó y soltó el restodel humo.

—Los negocios de reputación dudosa se mantienen en lascalles que van cuesta abajo. ¿Te has dado cuenta? —conti-nué especulando—. Tienes, por ejemplo, calles en las quehay panaderías, cafeterías, papelerías y carnicerías… mien-tras van por lo llano. Pero en cuanto empiezan a descenderproliferan las tiendas 24 horas pasajeras, los bares, las tien-das de segunda mano, las tiendas de alquiler de vestidos denovia y los baratillos.

Valerie se quedó pensativa:—Debe de ser que a la gente no le gusta caminar cuesta

arriba ni cuesta abajo. Ni a los clientes ni a los comercian-tes. Tal vez por eso los alquileres ahí son más baratos. Y cuan-do quieres abrir deprisa y corriendo un negocio y necesitasrecuperar rápido el dinero con la mínima inversión, en unamala ubicación consigues un local más fácilmente.

—O en las cuestas nada bueno aguanta por culpa de lagravedad —observé—. La calidad o bien se queda en la par-te superior, o bien se desliza hasta el valle. Y a la ladera seadhiere solo lo que es especialmente viscoso y pegajoso, ytampoco por mucho tiempo.

Valerie me dio una palmadita en el hombro.

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—Tal vez podía mencionarlo hoy en la reunión, ¿no crees?—Le guiñé un ojo—. ¿Hay alguien aquí que se dedique ala geografía antropológica local? Sería un buen tema de inves-tigación: Relación entre los fenómenos sociales patológicos ylos desniveles en el entorno urbano.

—¡Es lo suficientemente estúpido para lograr una sub-vención! —A Valerie le entró la tos de la risa. A mí no mehacía tanta gracia. Mi propia investigación llevaba ya un tiem-po estancada y no lograba avanzar con ella.

—Bueno. Gracias por ese té verde. —Me levanté paramarcharme.

—No hay de qué —respondió Valerie—. Y ánimo.¿Cuántas veces había escuchado esa palabra últimamen-

te? ¿Cuántas veces la había pronunciado yo misma? ¿Llegaen la vida un momento concreto en el que tus amigos, paradespedirse, en vez de «Que te vaya bien» empiezan a decir-te «Ánimo»? ¿O estoy simplemente sugestionada por mis sen-timientos coyunturales y veo dificultades allá donde miro? Talvez es el preludio a la manida crisis de la mediana edad, soloque en mi caso se ha presentado antes de que me haya dadotiempo a acumular la experiencia y los bienes que correspon-den a la mediana edad. Puedes vestirte y comportarte con unaire juvenil, posponer la madurez y sus obligaciones, pero nopuedes burlar al tiempo. En mi currículo empieza a aumen-tar la lista de pérdidas.

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«LAS COSAS SE LEVANTAN sobre ideas», anoté aquella maña-na en el cuaderno en el que suelo apuntar mis sueños. Con-templé aquella frase un momento, luego la subrayé y cerré lalibreta de golpe. En aquel instante aquel pensamiento mepareció magnífico. Sentada en la cama, recorrí la habitacióncon los ojos entornados. Todos los objetos a la vista existíanen realidad, antes que nada, en mi imaginación. Incluso mipiso era originariamente solo objeto de mi deseo. Todo lo queallí estaba había surgido de pensamientos, sueños y anhelosy se había materializado con el dinero que había ganado tam-bién por otros pensamientos. Me entró la duda de si aquellamáxima provenía realmente de mi cabeza o si la había leídoen alguna parte y me había apropiado de ella. Preferí levan-tarme y abrir las cortinas.

Es imposible cansarse de esa vista. Una hilera de pala-cios junto a la catedral, todo perfectamente asentado en una

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2. De las simpatías, la explotacióndel sistema y los bienes

inmuebles

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colina junto al río. Se veía a través de la ventana una pano-rámica de sellos y postales solo para un par de afortunados.

Tenía hambre, pero en la panera no encontré más que unabolsa vacía. La puerta del cuarto de invitados estaba cerra-da. Eso significaba que mi hermano estaba durmiendo la juer-ga y que cuando llegó aquella noche le había dado tiempo asaquearme la cocina. Le dejo dormir en mi casa cuando notiene dónde caerse muerto. Es decir, siempre y cuando no estéviviendo con alguien. Como justo en este momento. Mi her-mano normalmente se queda un par de semanas, con los gas-tos pagados de mi bolsillo, y luego vuelve a trasladarse a casade otra persona que lo acoge en su seno. Sin miramientos acer-ca de su sexo, edad, nacionalidad o posición social. Mi her-mano menor, Gregor, fruto de una pasión tardía o de un fallode los anticonceptivos. Ayudó a mis padres a posponer el apo-geo de su crisis matrimonial, solo que en los desenfrenadosaños posteriores a la revolución les resultaba más bien unincordio, dado que ambos tenían preocupaciones de sobra consus nuevas carreras y neurosis. Por eso, más que hacia nues-tros padres, tira hacia nosotras, sus hermanas, sobre todo haciamí, seguramente porque la mayor, Sylva, vive hace ya añosen el extranjero. Ninguno de nosotros estábamos en los pla-nes. Podían habernos llamado tranquilamente Imprevista,Equivocación y Error, supongo que como a la mayoría de nues-tra generación. Tal vez como a la mayoría de la humanidad.

El firmamento otoñal sobre la colina de Petřín estaba des-pejado. En el occidente palidecía la luna, que iba retroce-diendo como cuando pisas un globo.

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Una hora y media después, el mentol y el alcohol en lafaringe me recordaron con resquemor que no había desayu-nado. Abrí el despacho, lancé el bolso al alféizar y encendíel ordenador y la radio. Una voz femenina anunciaba:

«… Otras noticias nacionales. La policía de Šumperkinvestiga el insólito caso de impacto de un rayo. Durante eltemporal que afectó a la región el mes pasado, una descar-ga eléctrica alcanzó a un hato de vacas que pernoctaba bajoun árbol y acabó con la vida de todas las cabezas de gana-do. Los especialistas de la administración veterinaria cons-tataron que no recuerdan nada semejante. Bajo el tilo pere-ció un hato compuesto por veinte cabezas de ganado vacuno.El ganadero ha cuantificado los daños, que ascienden a tres-cientas mil coronas. Según los especialistas, existe la posi-bilidad de que un rayo alcance a todo un hato. Si bien esremota, no puede descartarse. Si los animales se encuen-tran muy cerca unos de otros, la tierra mojada puede actuarcomo conductor. Y ahora el deporte…».

Apagué la radio sin mirar, porque entretanto la pantalladel ordenador ya estaba brillando, las actualizaciones se esta-ban cargando y los programas, abriendo. En mitad del escri-torio destacaba el documento con el título provisional «Per-cepción subjetiva de la mutua compatibilidad visual». Mitrabajo para la oposición a profesora titular. Fui yo quien seempeñó en este tema, pero a decir verdad no sé qué hacer conél: la hipótesis se me deshace entre los dedos. Colegas más

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experimentados me aconsejaron con acierto que eligiera unamateria que no me interesara demasiado a nivel personal y conla que no tuviera ningún vínculo emocional. Simplemente que-ría ser escrupulosa en mi proyecto científico y dedicarme aalgo que de veras me entusiasme. Simplificando, el objetivode mi trabajo es cuantificar hasta qué punto tiene validez quele caigas automáticamente simpático a otra persona cuandoesa persona te cae simpática a ti y viceversa. Estrictamenteen función de los rasgos y expresiones del rostro, antes de quealguno de los sujetos de estudio abra la boca. Un poco comoun doble efecto halo, aunque no del todo.

Me quedé mirando el icono del documento en el escrito-rio mientras consideraba si no debería salir mejor un momen-to a buscar algo de comida. En ese mismo instante se abrió degolpe la puerta y entró el compañero con el que comparto des-pacho. Por lo general, no vemos con frecuencia a la gente delinstituto, porque muchos de ellos están contratados en variossitios y además enseñan en la Universidad. Cada dos por tresalguien está investigando sobre el terreno o de sabático.

—¿Qué haces tú aquí tan temprano? —me espetó nada másentrar por la puerta. Ivan Mrázek no tiene por costumbre apare-cer por el despacho antes de las once, así que se sorprendió alverme allí sentada a las nueve. Hoy, excepcionalmente, ha lle-gado antes porque ha cogido el primer autobús de la mañana des-de su región fronteriza natal. Hace ya varios años que reformapaulatinamente la casa de campo que ha heredado en el somon-tano de Jeseníky. Sus abuelos adquirieron a precio de risa la casade unos alemanes justo después de la guerra. Cien años atrás

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formaba parte de una aldea con una población considerable, hoyestá aislada. El sueño de toda la vida de Ivan es montar un hos-tal. Dedica a la reconstrucción todo su tiempo libre y sus ingre-sos. En cuanto ponga en marcha el negocio, se despedirá de laciencia y se convertirá en hotelero alpino, formará una familia,adoptará un perro y un gato y será feliz hasta su muerte.

Nunca ha ocultado que la ciencia es para él el camino másaccesible para hacerse un hueco en la sociedad. Ni se le pasa-ba por la cabeza un empleo en una multinacional, porque noestaba hecho para un ritmo de trabajo exigente, un entornocompetitivo ni la cultura corporativa. Como yo. Claro está, paraponer en marcha un negocio propio no tenía capital. No le que-daba otra que encontrar un empleo en el sector público. Yadurante sus estudios estimó que justo la esfera académica leofrecía mayor libertad y espacio para su espíritu emprende-dor y, si era lo suficientemente aplicado, al final incluso unsalario razonable. Un par de contratos como profesor asisten-te en Universidades, el sueldo del instituto, publicaciones, tra-ducciones, dietas de viajes al extranjero: sumándolo todo,lograba ahorrar decentemente y sin el estrés que conllevanpuestos de responsabilidad. Y su área de investigación es enci-ma bastante divertida. Trabaja en la probabilidad de que seproduzcan fenómenos adversos. Dicho de otra forma, investi-ga si en la práctica funciona de forma real y verificable la leyde Murphy o si solo es una impresión subjetiva. El método delmínimo esfuerzo le está dando resultado en la esfera acadé-mica y ningún superior ha adivinado que no se trata más quede un camuflaje. Nadie ha puesto en duda su ética de traba-

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jo, los resultados de sus investigaciones, sus publicaciones nisu estilo de enseñanza. ¿Por qué iban a hacerlo? Todos pre-fieren cubrirse las espaldas: ¿y si para resarcirse alguien hus-meara demasiado en sus resultados? Así es como funciona todoen nuestro instituto desde hace unos años. Por otra parte, máso menos así es también como se graduó nuestra generación.Con el cambio de sistema echaron de las Universidades al per-sonal comunista y regresaron los docentes a los que antes nose les permitía dar clase. Muchos de ellos ya no se orientabanen el ambiente académico. No había suficientes catedráticosni titulares, así que daban clase los asociados y los puestos deprofesor se pagaban de cualquier manera. Cualquier docentetemía que lo tacharan de partidario del antiguo régimen, demodo que preferían hacer la vista gorda, con lo que la liber-tad de los estudiantes no pocas veces rozaba la anarquía.

Conseguí mi diploma en una época en que los profesoresfingían enseñar y los estudiantes fingían estudiar. En los exá-menes se mantenía un pacto entre caballeros: «Nosotros osaprobamos y ustedes no se quejan de que no les hemos ense-ñado nada». Era común que los docentes dieran las clasesmagistrales leyendo de cuadernos ajados sus propios apuntesde la Universidad. Los estudiantes anotaban obedientes ver-dades de hacía treinta años y luego las regurgitaban en el exa-men. Rara vez se suspendía y más que por ignorancia era porla total incapacidad para los estudios. La mayoría de los matri-culados en nuestra Facultad al final nos graduamos con éxito.Solo los verdaderamente ineptos tenían que ir a una segundaconvocatoria de examen de vez en cuando. La Universidad per-

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día puestos en los rankings internacionales de forma implaca-ble. Los años posteriores a la revolución pasaron y la situaciónempezó a asentarse. Pese a todo, en la enseñanza universita-ria se mantiene algo del caos originario, sobre todo en los depar-tamentos ignotos. Por ejemplo, precisamente del nivel de losseminarios de Ivan no me hago grandes ilusiones. El dicho queafirma que quien sabe hace y quien no sabe enseña está toma-do de la vida misma. Y me da un poco de aprensión que se mepueda aplicar también a mí. Aunque me tomo en serio mi tra-bajo, no puedo librarme de la sensación de estar fingiendo todasmis cualificaciones, del temor a que me vayan a desenmasca-rar con ignominia de un momento a otro. Al parecer es un diag-nóstico común que afecta a neuróticos como yo. Se llama sín-drome del impostor. Últimamente no estoy segura de casi nada.Ivan, por el contrario, no parece dudar de sí mismo.

—Imagínate: el obrero de Hanušovice me ha puesto losazulejos de dos baños a lo ancho en vez de a lo alto. Menosmal que me he dado cuenta a tiempo. Le he mandado quitar-los. Por suerte tenía el encargo por escrito, así que el perjui-cio corre a cargo de su empresa. Tiene que estar uno subidoa su chepa, si no, no dan pie con bola —se quejaba mientrasse frotaba las manos. Creo que es el único hombre que conoz-co que tiene sobre su escritorio un tubo de crema con la quese unta las manos varias veces al día.

Ivan me cuenta anécdotas de la obra una semana sí y otratambién, de modo que ya ni siquiera tengo que fingir interés,ni mucho menos hacer preguntas adicionales. Simplementeasiento con la cabeza y de vez en cuando mascullo algo. Yo

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misma sé lo mío acerca de reformas y reconstrucciones. Comosentenció una vez un amigo en nuestra celebración conjuntade la treintena: «Los bienes inmuebles son el tema de nuestrageneración». Empezamos a independizarnos a finales de ladécada de los noventa, en la época en que por fin se liberali-zó el mercado de los pisos. En las ciudades se privatizaba, serestituía, se vendía, se hacían chanchullos con los decretos pararegular arrendamientos, se compraba, se revendía, se especu-laba y, excepcionalmente, también se construía. Todo ello enmasa. La regulación del alquiler y la marea de extranjeros enPraga pusieron patas arriba el mercado de la vivienda de alqui-ler, así que a los jóvenes les merecía la pena comprarse un pisoy pagarle cada mes al banco por la hipoteca una suma que deotro modo iría a parar al bolsillo del casero. Una generacióncasi al completo se endeudó así antes de lo que debería, se hizomansa, extorsionable y obediente.

A diferencia de la mayoría, yo tuve suerte. El piso en laorilla del río me salió barato, como a Mrázek la casa de cam-po. Durante la privatización compré a precio de ganga el pisode tres habitaciones de mi abuela. Bastó con reformarlo. Elmartirio de los obreros todavía se podía aguantar; lo peor eratratar con la Administración. Ignoré una petición de sobornoy por eso tuve que esperar un año para que al fin me otorga-ran la cédula de habitabilidad. Me habría encantado olvidar-me de todo aquello, pero Ivan me recordaba el tormento cadasemana con sus historias sobre el hostal.

—También he tenido que reclamar el suelo, porque en unrincón sobresalía dos centímetros por arriba. He hecho que

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los tipos arranquen las láminas y que echen una capa más depasta niveladora, imagínate.

Su alojamiento en Praga lo resolvía Ivan del modo máseconómico. A pesar de su edad y de su categoría académica,había logrado seguir viviendo en una residencia universitaria.Había encontrado resquicios en las normas y disposiciones ycada año documentaba que tenía derecho a que le dotaran dealojamiento en las instalaciones de la Universidad. La proba-da teoría socialista de que quien no roba es porque sisa a supropia familia se aplicaba con éxito también en el nuevo sis-tema. Completamente dentro del marco legal, había consegui-do exprimirle el máximo de posibilidades. Me juré que lo feli-citaría por esos privilegios tan bien discurridos, siempre ycuando no se vanagloriara de ellos demasiado a menudo.

—Y también pillé al pintor pasando la brocha por los mar-cos de las ventanas sin decaparlos primero. ¿Tú lo entiendes?

—¿Sabes lo que suelen decir los arquitectos y los cons-tructores? —lo interrumpí—. Que en las obras todas las maña-nas tienes que elegir al azar a un obrero y pegarle un tiro, amodo de advertencia. Seguro que no es inocente. Voy a com-prar algo de comer. Vuelvo enseguida.

Tengo una manía rara. Por la noche, antes de dormir, porejemplo mientras leo en la cama, me entran unas ganas horri-bles de desayunar. No es un hambre común y corriente quemates con un panecillo o un plátano. Es una apetencia espe-cífica de té caliente o café con leche, cruasanes crujientes,tortitas con sirope de arce y tostadas recién hechas con man-tequilla y mermelada de naranja. Normalmente no me prepa-

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ro nada de esto para desayunar, por la mañana no me da tiem-po y, además, nunca tengo en casa todos los ingredientes a lavez. Y, sobre todo, por la mañana casi nunca tengo ganas dedesayunar algo así. Me levanto con un nudo en el estómagoy la mayor parte de las veces si acaso consigo tragar un tro-zo de pan con algo. Pero justo acababa de presentarse la oca-sión de cumplir mi sueño.

Los coches avanzaban lentamente por las entrañas de laciudad como tenias a las que no paraban de crecerle cada vezmás anillos. Los sorteé y doblé la esquina hacia una calle mástranquila pero igual de desconsoladora. En los soportales jun-to a la salida del metro estaba sentado entre charcos un toxi-cómano desmejorado que soplaba en la flauta dulce El cón-dor pasa. Sus dedos con largas uñas negras tapaban losagujeros. Cada dos por tres tenía que retroceder en la melo-día porque no acertaba con las notas. Después de cada estri-billo daba una calada a un cigarrillo masticado y seguía desa-finando. En la esquina había una pareja de drogatas, unhombre joven y una mujer, sus caras llenas de abscesos, ellacasi desdentada, que discutían con las palabras más soeces.Entre los coches aparcados junto a la acera había un hombreorinando de pie que apuntaba al medio de la calle.

Sin embargo, la cafetería que había al lado estaba repletade gente joven, sana, atractiva. Cada cual estaba sentado fren-te a una mesita, con su taza de café o su zumo de frutas delan-te, mirando al ordenador. El local había abierto hacía poco,acomodado a todas las nuevas modas, por eso de inmediato sehabían reunido allí todos los que tenían que ser los primeros.

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Mis planes de un desayuno tranquilo se aguaron al topar-me con un colega del instituto. Ya era imposible fingir que nolo había visto. Patrik Sváček, también llamado el hombre sinatributos. Se levantó de inmediato a darme dos besos. TambiénPatrik se sabe mover bien en el sistema. Aunque toda la vidaha debido de tener claro que no es ninguna lumbrera, graciasa cierto tipo de diligencia y aplicación había superado con éxi-to todos los niveles educativos y a base de trabajo había llega-do al mundo académico. Lo que no consigue con sagacidad ycultura general, lo logra con diligencia y obsequiosidad, con unasonrisa, un cumplido, información útil, un contacto o un peque-ño detalle. Ahora que lo pienso, no es que me ponga de los ner-vios que sea un trepa, sino más bien que se salga con la suya.Incluso su inteligencia social es de manual y de series estadou-nidenses. Es un poco homúnculo, un prototipo de hombre nue-vo fabricado en algún laboratorio en el que cargaron un únicoprograma: encontrar siempre el modelo de comportamiento másventajoso y actualizarlo regularmente. Es una persona que nun-ca ha expresado una opinión propia, solo proclama apasionadolas que han sido en un determinado momento más aceptadas ensu entorno, ya sea la sostenibilidad ecológica, la política o lacalidad de los alimentos. Jamás ha dicho una mala palabra sobrenadie, para no rebajarse; jamás ha expresado nada controverti-do, no fuera a ser que tuviera que defender su postura con argu-mentos que no había podido estudiar por anticipado. Cuandoen una situación no tenía un patrón emocional o argumentati-vo, desaparecía de escena. Jamás había visto en él un senti-miento espontáneo (alegría, entusiasmo o enfado), siempre valo-

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raba la coyuntura con su software oportunista y sacaba del com-partimento correspondiente la manifestación externa espuria deuna determinada emoción. Pero, a decir verdad, me cabreabasobre todo porque me la había colado. No lo calé a la primera.Y lo que más me irritaba de todo es que había pasado inclusomi test de compatibilidad visual. Así que toda la ira por mi maljuicio acerca de la gente la proyecto ahora en Patrik Sváček.

—Tienes que probar el café de filtro, es fabuloso —meadvirtió como iniciado en la materia.

Patrik se diferenciaba del resto de los colegas del institu-to también por su aspecto. Mientras que la mayoría de los aca-démicos vestía ropa discreta, práctica, él iba perfectamentearreglado, tenía debilidad por el calzado de calidad y los com-plementos. Cambiaba de peinado según las modas, lo mismoque de novia. Aguantaba una temporada con cada una. Cuan-do cambiaban las tendencias, había que mudar de pareja. Meavergüenza haber sido en su momento una de ellas. Antes deque me diera cuenta, me había cambiado por un nuevo mode-lo, del mismo modo que era imprescindible renovar regular-mente el teléfono y el ordenador. Ahora, con distancia, deduz-co de esa suma de indicios que tras su inconstancia amorosano se esconde más que su homosexualidad no asumida.

—¿En qué estás trabajando ahora, Patrik? —desvié laconversación del café hacia un tema que compartía. Sváčektrabajaba en otro departamento, así que no estábamos en con-tacto a diario.

—Tengo ahora la oportunidad de conseguir una subven-ción estupenda. Estoy consultando con el jefe, pero no se nosocurre nada…

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—Yo sé de algo. Me ronda la cabeza ya hace tiempo. —Meincliné hacia él y bajé la voz—. ¿Y si analizaras qué signifi-cado evolutivo tiene el hecho de que el hombre a menudo, jus-to después del acto sexual, se quede dormido, mientras que lamujer suele estar en ese momento predispuesta a continuar?—Me miraba sin comprender, así que continué—. Yo diría quees un vestigio del comunismo primitivo. Cuando quedaba eli-minado rápidamente el macho alfa de la cueva, podía rempla-zarlo otro para satisfacer por fin a la mujer en cuestión, a hur-tadillas, ¿entiendes? Y de esta forma la mujer podía asegurarsefuturas ventajas en el caso de que el primer macho muriera yel segundo ascendiera en el grupo a alfa. Se produce un com-portamiento similar en los chimpancés o algún animal así.

Se acercó la camarera e hice mi pedido.—En mi opinión se trata tan solo un error evolutivo, una

desviación sin sentido —Sváček meneó la cabeza y dio unsorbo al café con el dedo meñique estirado. No había pilladola alusión a nuestro pasado en común.

—Vale, entonces, ¿qué tal analizar la composición del Par-lamento y del Senado según los signos del zodiaco y compa-rarla con la distribución normal de los signos en la población?

—¿Qué clase de estupidez es esa? Nadie va a darme dine-ro para eso.

—Yo no lo descartaría. Una vez, por pasar el rato, lo cal-culé y obtuve resultados interesantes, grandes desviacionesa favor de dos signos concretos y, por el contrario, una llama-tiva ausencia de otros dos… Naturalmente, siempre y cuan-do le des a la astrología cierta importancia.

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—Por supuesto que no. No es más que charlatanería. Sino, según mi signo debería ser…

«Exactamente como eres», pensé.—En ese caso tengo para ti otra idea. Hace un rato esta-

ba hablando de ello con Valerie y se nos ocurrió proponérse-lo a alguien del instituto.

Patrik aguzó el oído, porque el nombre de la antigua jefaprometía que de ahí podía salir algo. Solamente tenía en cuen-ta las opiniones y las ideas sancionadas por la autoridad. Patrik,definitivamente, no era ningún pionero, aunque le gustaríaconsiderarse como tal. Era especialista en ir a lo seguro.

—Se nos ha ocurrido que los fenómenos sociales negati-vos proliferan en lugares semejantes.

—¿Como por ejemplo…?—Por ejemplo, los establecimientos de dudosa reputa-

ción, como casas de juego y sex shops, los encuentras a menu-do en lugares en los que la calle está en cuesta. Tenemosincluso el título: Relación entre los fenómenos sociales patoló-gicos y los desniveles en el entorno urbano.

Patrik no parecía entusiasmado.—No importa. Me lo quedo para mí. —Me encogí de hom-

bros.—En serio, deberías probar ese café de filtro. Etiopía,

recién tostado, aquí mismo.Sonreí y me senté en otra mesa.

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UNA DE MIS CUALIDADES es que me sobran las ideas y tengoteorías para todo. Ideas para estudios científicos, guiones decine, cuentos, planes de mejora de ingeniería social, etc. Talvez se trate de algún trastorno de la personalidad: megaloma-nía, síndrome mesiánico, trastorno obsesivo compulsivo o algopor el estilo. El entorno en ocasiones considera mis ideas bue-nas y factibles, pero de vez en cuando hacen un gesto de incre-dulidad con la cabeza, añadiendo que si estuviera casada ytuviera hijos se me pasarían semejantes despropósitos. Estolo contrarrestan los casos en que he logrado poner en prácti-ca alguna de estas ideas estrafalarias en el trabajo o cedér-sela a un compañero.

Por supuesto para las ideas más estrambóticas tengo lamás ansiosa y ferviente salida. Se trata del ingeniero AlešDrlík y su empresa, la start-up llamada DreamFactory, SLL.Si cuando estoy despierta mis ideas son descabelladas, duran-

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3. De los sueños, los hombresbuenos y el determinismo

nominativo

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te la noche mi inconsciente sin censuras produce en esenciacreaciones visionarias. Aleš Drlík se percató de ello cuandovivíamos juntos, hace unos años. Eso fue antes del episodiocon Sváček.

Soy una de esas personas en las que la fase REM del sue-ño dura la mayor parte de la noche. A excepción de los pri-meros veinte minutos después de quedarme dormida, cuan-do no me logra sacar del sueño profundo prácticamente nada.Si algo me despierta del todo, por ejemplo una llamada deteléfono, pueden pasar incluso varios minutos hasta que mialma regresa de los confines por los que vagan las almas cuan-do abandonan el cuerpo. El resto de la noche disfruto de unaproyección ininterrumpida de trabajados argumentos, en len-guas extranjeras o en decorados alternativos insertados enlugares conocidos. Viajo mucho en sueños, sobre todo entransporte ferroviario. Y una parte fundamental de mis sue-ños la constituyen cuestiones técnicas. Aparatos, accesorios,inventos inexistentes. Tengo por costumbre, al despertarme,compartir mis sueños con quien tengo cerca en ese momen-to, y Aleš fue ese destinatario durante casi dos años. Al prin-cipio se burlaba de mis partos nocturnos, pero cuando se diocuenta de que, al poco tiempo, en algún lugar en el otro extre-mo del mundo, se materializaban con éxito, intuyó la oportu-nidad. Comenzó a anotar mis sueños técnicos y a controlar laevolución del área en cuestión. Poco a poco fue elaborandoimprovisados estudios de viabilidad, hasta que por fin llegóa la conclusión de que si reunía mis sueños, los transforma-ba en proyectos, en caso necesario tramitaba una marca regis-

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trada o una patente y las vendía, ambos podíamos ganar dine-ro con ello. Lo que más le impresionó fue cuando salieron almercado los primeros teléfonos móviles con cámara integra-da y radio en los que se podía jugar a juegos. No mucho tiem-po antes me había estado tomando el pelo a causa de un sue-ño en el que podía fotografiar con mi transistor preferido y enla pantalla de la esquina jugar a videojuegos. Esto sucedió enla época en que mi ruidoso móvil no tenía más que una pan-talla en blanco y negro de dos líneas.

Le desbaraté a Aleš sus proyectos empresariales cuandolo dejé. Y es que el ingeniero Drlík es un buen hombre. Ama-ble, ordenado, empático, equilibrado, puntual, íntegro, asea-do, de fiar y, en definitiva, todo lo que se considera un buenpartido. Solo que después de unos cuantos meses de convi-vencia me empezó a doler el estómago y, más tarde, la tripaentera de arriba abajo. Tenía ardor de estómago, me atormen-taba la diarrea, me daban vahídos en cuanto ponía un pie fue-ra de casa. Recordé que la última vez que me había sentidoasí había sido cuando en la Universidad salía con otro buenchico, así que corté la relación con Aleš. Me dio su beneplá-cito hasta mi psicóloga. El alivio fue completo al cabo de pocosdías y los problemas no se volvieron a repetir.

Me costó explicárselo a Aleš. Nunca discutíamos y no pudemencionar ni una sola cosa de importancia que me molestarade él y que pudiera cambiar para complacerme. Era como sila falta de defectos evidentes en Aleš y la ausencia de un con-flicto abierto chocaran con mis problemas de salud. Como nopodía pelearme con él por amor, mis intestinos se peleaban

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consigo mismos. Mi cuerpo reaccionaba con rechazo y, comoes de todos conocido, el cuerpo nunca miente. Y había algomás. Tan insignificante que no podía contárselo absolutamen-te a nadie porque me pondrían a caldo. Lo que pasa es quetengo la idea fija de que un nombre de pila masculino debesonar masculino. Y a ser posible contener la letra R. Para misparejas no tengo demasiados requisitos concretos, por ejem-plo en lo tocante a su patrimonio, educación, aspecto o posi-ción social. Pero la R en su nombre de pila como indicaciónde su pertenencia al sexo opuesto es una condición indispen-sable. Creo en la relación entre el nombre y el carácter. Alešes un nombre ovalado de rasgos insulsos, color indefinido yconsistencia blanda, indeterminado en el espacio. Y para másinri ese apellido diminutivo… Sus portadores suelen ser ambi-ciosos, pero los diminutivos no son compatibles con la gran-deza. El poder de los nombres no se tiene en suficiente con-sideración y, sin embargo, nomen omen es una máximacomprobada. De hecho, lo que me cuadra a mí es estar sola.

Pese a todo, Aleš Drlík no se ha dado por vencido. Siguecubriéndome de pequeños obsequios, más o menos una vezal año me repite, medio en broma, su propuesta de matrimo-nio, pero principalmente mantiene el contacto conmigo a tra-vés de la empresa que fundó y que transforma mis sueñosvisionarios en proyectos presentables. Dirige la empresaDreamFactory en el tiempo libre que le deja su verdaderoempleo de programador. Él es el único empleado de su start-up: la mayoría de los proyectos los desarrolla solo y para ope-raciones concretas contrata ayuda externa. Pero con un

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cociente intelectual en torno a 150 y su formación como mate-mático rara vez se le atraganta algo que no sepa resolver.

Se procuró a ese efecto un espacio no residencial en unpatio del barrio de Vinohrady, un antiguo taller. Consta de doshabitaciones y un baño. Una la tiene acondicionada como ofi-cina y la otra sirve de dormitorio especial o laboratorio oníri-co. La ventaja del patio interior es que, para una gran ciudad,puedes confiar en que haya un relativo silencio, así que no hizofalta invertir en aislamiento sonoro. Normalmente apunto missueños en casa, pero más o menos una vez a la semana paso lanoche en DreamFactory, donde Aleš regula de distintas mane-ras la temperatura y la humedad del aire o la comodidad de lacama, anota minucioso cuántas horas he trabajado ese día, quéhe comido y bebido, en qué fase del ciclo me encuentro, etc.,e intenta dar con las condiciones óptimas para un sueño lo másprofuso posible. No se trata de que duerma bien, sino de quemi inconsciente libere la mayor cantidad posible de sueños,del tipo de los que es posible explotar comercialmente. Porejemplo, me obliga a beber mucho antes de irme a dormir, paraque me entren ganas de ir al baño, y tenga un sueño más lige-ro y me despierte más a menudo. Prueba conmigo también losefectos del té, el café, el alcohol y otras sustancias psicoacti-vas más o menos legales. Lo importante es que recuerde lamayor cantidad de material onírico posible. Ni siquiera tengoque tomar nota de nada. Basta con apretar un botón junto a laalmohada y dictar el sueño aún fresco a una grabadora. Aleš aveces pasa la noche al lado, en la oficina, y por la mañana tem-prano discutimos juntos los sueños, mientras permanecen en

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mi memoria y hasta que no queda de ellos más que un auranebulosa. Tal vez Aleš tenga la esperanza de que de nuestrasnoches de trabajo resulte algo más romántico, pero, desde lue-go, no es insistente. Esa es la única razón por la que he acce-dido a este sistema. Y también por el dinero, con el que mejo-ro un poco mi sueldo académico.

Esta noche, precisamente, le correspondía a Aleš. Eranlas ocho de la tarde cuando iba cerrando las tablas de datosde mi investigación en el despacho. Según mi costumbre, ojeémis servidores de noticias preferidos para estar al día, dadoque me había perdido el noticiario de la tele.

«Este domingo sufrió una lesión de columna vertebralun hombre que saltó en parapente desde el desnivel de laCiudad Vieja de Šumperk. Durante el salto el parapente nose llenó de suficiente aire y el hombre impactó de nalgascontra un tocón…

»… Dos presos tuvieron un altercado el domingo por lanoche en una celda de la penitenciaría de Mírov, en Šum-perk. La trifulca, según la Policía, fue provocada por el pre-so más joven, que despertó al hombre mayor…

»… Un vándalo sin identificar dañó la noche del sába-do al domingo la fachada del centro deportivo de Šumperk.Restregó arándanos congelados en los muros circundantes.Provocó al propietario daños valorados en 20.000 coronas».

Arqueé las cejas sorprendida y apagué el ordenador.

Entrada al laboratorio onírico de Aleš siempre a las diezde la noche. Pasé por casa para comer algo, ducharme y cam-

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biarme de ropa. Mi hermano no estaba en casa y parecía quese había llevado también sus cosas. Tiene su propia llave, asíque no le di más vueltas.

Me dirigí a pie al despacho de Aleš en Vinohrady. Salí des-de el río, por la bulliciosa calle Resslova, a la plaza Carlos,donde en el parque, al caer la tarde, se despabilan los droga-dictos. Frente a la iglesia de san Ignacio de Loyola intenté ima-ginarme en los raíles del tranvía la capilla del Corpus Christi,derribada, como la Bastilla de París, en el año 1789. Me asaltóla idea de si Aleš tentaría a la suerte conmigo y si esta vez, porcasualidad, debería sucumbir a sus encantos. La paradoja denuestra relación era que, a pesar de lo dispar de nuestros tem-peramentos, el sexo funcionaba de maravilla. Para ser más exac-tos, la parte mecánica. El ingeniero Aleš Drlík es lo que se lla-ma un tipo técnico. Le interesa el funcionamiento de lasmáquinas y los aparatos, y el mecanismo del cuerpo femeninono es más que un peldaño más de dificultad técnica que eranecesario alcanzar. Desde el comienzo de nuestra relación pudeobservar, atónita, con qué seriedad y, al mismo tiempo, apasio-nado interés procedía con mi cuerpo, con qué tacto, casi derelojero, encontraba en mis entrañas botones de los que yo mis-ma no tenía ni la más mínima idea, y lograba resultados sor-prendentemente rápidos e intensos. Como si estuviera firme-mente decidido a desmontar el mecanismo para a continuaciónrecomponerlo de forma impecable. Nos funcionaba de maravi-lla, pero a aquello le faltaba espontaneidad, impredecibilidady soltura. Me gustaba su actitud sin prejuicios ni pudor haciami carnalidad. Él, sin embargo, solo aceptaba determinadas

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maniobras y exigía siempre los mismos procedimientos. Sobretodo, nada de experimentos, como con la comida. Amaba laregularidad en todo, incluso en las secreciones. Se despertabacada día a las ocho y a las ocho cero cinco evacuaba. Comíaunos cinco alimentos, una y otra vez. Sospecho que tiene unligero trastorno del espectro autista. También encaja con esosu falta de sentido del humor, así como su incapacidad de reac-cionar espontáneamente con una broma ante una situación for-tuita de la vida. Creo que es consciente de ello, por eso tieneen reserva cientos de anécdotas, probablemente sacadas deinternet, que no duda en utilizar. Aparte de la falta de sentidodel humor, encaja su nulidad para mentir, que, aun siendo enco-miable, resulta en la vida cotidiana poco práctica. Aleš no eracapaz de mentir ni siquiera a desconocidos en mi beneficio, locual yo percibía como un defecto fundamental. ¿Cómo puedovivir en pareja con alguien que no tiene el más mínimo senti-do de la complicidad ni de la alianza? De camino a su casarecordé todo esto y llegué a la conclusión de que esta nochemejor prescindiría del sexo.

Aleš me recibió con una de sus bromas sin gracia y meinformó de que para esta noche había regulado la temperatu-ra a veinte grados, pero que había preparado una manta másabrigada. Dispuso la bebida junto a la cama y vaporizó laestancia con aroma de naranja.

—¿Recuerdas que a los niños, en los campamentos, leshacían oler jabón? ¿Para que lo desvelaran todo mientras dor-mían? He comprado esencia de cítricos y la he pulverizado.Por probar…

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Me hizo reír. Por algún motivo no lograba imaginarme queincluso alguien como Aleš estuviera iniciado en las novata-das de campamento, y me entraba aún menos en la cabezaque conservara recuerdos de esas leyendas infantiles y quese las tomara en serio.

Se disculpó por no poder pasar allí la noche aquel día yme confirmó que vendría por la mañana, antes de las nueve,a discutir los resultados. El dilema del sexo se resolvió asísin que yo tuviera nada que ver. Volvió a tomarme el pulso yla tensión, anotó las condiciones del laboratorio en un libro,como en tiempos en las prácticas de física de la Universidad,y apuntó algo así como que se prescindía de él, puesto queno solo la presencia, sino incluso la misma existencia de unobservador influye en el experimento.

Últimamente en casa me cuesta despertarme y permanezcoun buen rato con los ojos bien cerrados en una especie de pará-lisis corporal. Un poco como cuando se enciende Windows, devez en cuando arranca una actualización y el sistema se reini-cia. Por el contrario, en el laboratorio onírico de Aleš me des-pierto cinco minutos antes de que suene el despertador, rápido,como cuando enciendes la televisión. Clic, y estoy totalmentefuncional. El cuerpo está en marcha y por el torrente sanguíneocirculan las hormonas adecuadas, incluso sin luz diurna. Meconozco y sé que cuando tengo una razón de peso para levantar-me por la mañana, por ejemplo una cita en el médico o un via-je, me despierto de lleno en modo de emergencia con los moto-res ya arrancados. El doloroso despertar de los días corrienteses evidencia de que en realidad no tengo una razón para vivir.

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Me desperté a las 7:55 y dicté rápidamente al micrófonojunto a la almohada los últimos sueños matutinos. Extraje dela efímera memoria caché, que se borró automáticamente a lavelocidad del rayo, todos los detalles que me fue posible cap-tar. Cuando por la mañana reviso con Aleš las grabaciones dela noche, a menudo no recuerdo en absoluto los sueños regis-trados. Hoy tenía la impresión de haber grabado algo tambiéndurante la noche. A menudo sucede que en duermevela dic-to un sueño que por la mañana resulta ser de carácter mar-cadamente personal, lo cual nos turba a ambos. Pero hemosfirmado una cláusula de confidencialidad y, dado que sé bienque Aleš no sabe mentir, no tengo que temer que vaya a reve-lar nada. Y lo que él piense de mis sueños es asunto suyo.

Cuando llegó Aleš, antes de las nueve, estaba ya sentada enla oficina, arreglada y maquillada, bebiendo té. Del último sue-ño, justo antes de despertarme, me acordaba hoy perfectamen-te. Soñé que viajaba en un tranvía que, en los ángulos rectos, envez de rodear el bloque de casas, lo atravesaba, en diagonal porel patio. Cuando desde fuera se topaba con una esquina, la casase abría mediante unas complejas bielas de acero y el tranvíapasaba de los raíles a unas cintas transportadoras de goma quelo llevaban en silencio a través del patio interior cuesta arriba.Toda la casa estaba como con las tripas fuera, no quedaba másque parte de la escalera y un trozo de patinillo, y la puerta delportal se abría como la de la casa del terror de una feria. Cuan-do el tranvía ya había pasado, la casa volvía a cerrarse en el ladocontrario. «Algo así como los puentes levadizos de San Peters-burgo», añadí a modo de explicación.

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Aleš tenía cara de decepción. Hacía ya un par de mesesque no producía nada rentable. Tal vez se hubiera agotado mifantasía, me hubiera desconectado de la fuente del incons-ciente colectivo, o de donde sea que surgen los inventos einnovaciones. O hiciera falta mejorar las condiciones de sue-ño y estimular mi actividad REM, lo cual es tarea de Drlík.

Aleš tenía la esperanza de encontrar algo decente escon-dido en la grabación. En primer lugar, a las 02:21, dicté unsueño que, al escucharlo, me costaba evocar. Se trataba dealgún tipo de instrumento de limpieza que con una ronquerasomnolienta describía como «una cosa curvada peluda en unpalo, como un cepillo para limpiar botellas». En el sueño, alparecer, resultaba muy apropiado para barrer bajo la cama,porque recogía todo el polvo, llegaba hasta las esquinas y nohabía que meter la escoba en horizontal.

—Es una pena que no se te ocurriera antes de que inven-taran los robots aspiradores —se burló Aleš, que, sin embar-go, tomó nota.

En la siguiente grabación musitaba bastante, pero se mepodía entender. Contaba que me había encontrado con miginecóloga y que había decidido ir a su consulta. Y no sola,sino con mi madre y mi abuela; pero no con mi abuela mater-na, sino con la madre de mi padre, a quien, por cierto, jamásconocí. Nos desvestimos juntas en el vestuario: mi abuela lle-vaba puesta una enagua de lino antigua y de la axila le aso-maban restos de plumas, como cuando se despluma una galli-na. Entré sola a la consulta, donde la doctora y la enfermeratenían a sus hijos pequeños, porque justo eran las vacacio-

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nes de Navidad. La doctora me indicó que me sentara en lacama deshecha, que hacía las veces de sillón de reconoci-miento. Y de repente no era ya una doctora, sino un doctor.Empezó a mostrarme cómo había reformado la consulta. Porlo visto había allí una tubería que desembocaba en el vacío,por lo que había tenido que cegarla con un gran tornillo cro-mado que parecía un sacacorchos grueso. Con eso acababa elsueño. Entonces, al escuchar la grabación, hice como si noestuviera allí mientras, concentrada, me arrancaba un padras-tro de un dedo y, de vez en cuando, ponía los ojos en blanco.

—Sé que quieres ser concienzuda y no pasar nada por alto,pero, en el futuro, ¿no podrías filtrar estas cosas? Resérvatelaspara el terapeuta, ahora estamos perdiendo el tiempo con esto.—Siempre sereno y amable, de repente Aleš sonaba irritado.No me lo tomé a mal. La gente que no tiene sueños propios enocasiones actúa movida por la envidia. Aleš al menos habíaaprendido a sacar provecho indirecto de los míos. Solo que aveces es demasiado para él. Sobre todo si se trata de lo que lla-man «grandes» sueños o si el tema es de cariz demasiado ínti-mo o erótico. En ocasiones pienso si se podría comprobar si laspersonas que afirman no tener sueños no sueñan realmente, osi sus sueños son tan inconcebiblemente horribles, tan incon-fesablemente atroces que la válvula censora del inconscienteno los deja salir.

Yo soy consciente de la irrupción de materia subconscien-te, puede que demasiado, y es una triste verdad que mis sue-ños son en suma mucho más dramáticos y emocionalmentesatisfactorios que mi vida en vigilia.

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