Teología e historia

7
TEOLOGÍA E HISTORIA: HISTORIA DE LA TEOLOGÍA Jaime Alberto Cruz Vásquez Tutor Pbro. Héctor Andrés Mazo Martínez Licenciado en Filosofía y Educación Religiosa Seminario Diocesano Santo Tomás de Aquino Teología Santa Rosa de Osos 2014

Transcript of Teología e historia

TEOLOGÍA E HISTORIA: HISTORIA DE LA TEOLOGÍA

Jaime Alberto Cruz Vásquez

Tutor

Pbro. Héctor Andrés Mazo Martínez

Licenciado en Filosofía y Educación Religiosa

Seminario Diocesano Santo Tomás de Aquino

Teología

Santa Rosa de Osos

2014

Teología e historia: Historia de la teología

Introducción

El mundo constantemente escuchó de boca del Papa Benedicto XVI la expresión

“la fe cristiana no es una «religión del Libro»: el cristianismo es la «religión de la

Palabra de Dios», no de «una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y

vivo»” (Ratzinger, 2010 n° 7). Esta expresión da pie para afirmar la historicidad del

cristianismo y sus dogmas, pues Aquel que es su esencia, Jesucristo, participa de

la dinámica espacio-tiempo, de lo comprobable y, por ello, de la categoría de

histórico.

El “evangelio de Pablo” es testigo del factum historicum de la encarnación al

afirmar que “al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de

mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para

que recibiéramos la condición de hijos” (Gal 4,4-5). Valga la pena resaltar que

Pablo escribe sus cartas antes de la aparición de los Evangelios, razón por la cual

se trae a colación este texto y no el de los Evangelios.

La existencia de Jesús es comprobable históricamente gracias no sólo a los

testimonios de Pablo y los evangelistas, sino, también, por medio de fuentes

paganas tales como la carta que envió Plinio el joven al emperador Trajano y el

testimonio del historiador Flavio Josefo en sus Antigüedades judaicas.

Pero para el cristianismo entender a Cristo en su plenitud necesita otra luz, la de la

revelación, pues Él es aquél de quien hablaron la Ley y los antiguos profetas (Jn

1,45), es decir, las Escrituras (para los cristianos el Antiguo Testamento), pues,

“aunque Cristo fundó el Nuevo Testamento en su sangre, no obstante los libros del

Antiguo Testamento recibidos íntegramente en la proclamación evangélica,

adquieren y manifiestan su plena significación en el Nuevo Testamento,

ilustrándolo y explicándolo al mismo tiempo” (Dei Verbum 16), de tal manera que

el Nuevo nunca se entenderá sin el Antiguo.

Un último punto a tener en cuenta es que con Cristo se cierra la revelación de

Dios, de manera que “no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de

la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo” (Dei Verbum 4).

Puestas estas bases, es hora de preguntar ¿Cuándo surgió el dogma? ¿Cuál ha

sido su desarrollo? Y ¿Cómo una determinación dogmática reciente puede formar

parte de una revelación acabada hace veinte siglos?

1. Origen del dogma

Según el cardenal Newman

“la aparición de Cristo suscitó en la conciencia creyente de los apóstoles una

especie de intuición global de la esencia del cristianismo. En esta «impresión» o «idea» inicial, al lado de los conocimientos explícitos se encontraban también orientaciones implícitas, sin expresar, sin formular, más «vividas» que conocidas por reflexión… En el correr de los tiempos, los primitivos contenidos de fe, todavía no percibidos reflexivamente, en virtud de la naturaleza propia de las leyes psicológicas y sociológicas del crecimiento del espíritu humano, y bajo el impulso del Espíritu Santo, son proyectados de una manera más viva en la conciencia

explícita de la Iglesia creyente” (Schillebeeckx, 1969, pág. 74),

para finalmente ser expuestos sistemáticamente y por medio de un lenguaje

universal que permitiera que todos los hombres apreciasen en su formulación la

verdad misma traída por Jesucristo. A este último momento es al que la Teología

denomina “dogma” en sentido estricto; sin embargo, su origen se halla en la

revelación misma de Dios a través de Jesucristo. Es Cristo el que ha dado origen

a la Iglesia, comunidad de salvación y Cuerpo Místico de Él, la cual acoge su

revelación y la convierte en palabras humanas, que a su vez se se convierten en

símbolo de la verdad divina. Símbolo, que viene del griego symballein, es aquello

que se junta, a la manera de un anillo dividido en dos partes, como señal de que

dos hombres se conocen, pues una vez cada hombre junte con el otro la parte que

tiene del anillo, descubre que hay algo que los une.

Anota el cardenal Ratzinger:

“El sentido primitivo del dogma es posibilitar el culto común, posibilitar la comunión

en lo sagrado. Así, la palabra symbolum, en la que reconocíamos el precursor y el punto de referencia constante de la palabra y de la realidad «dogma», nos ha llevado a dos determinaciones básicas y esenciales de éste:

1. El dogma como símbolo tiene siempre el carácter de mitad, de lo incompleto e insuficiente. Sólo referido a algo más allá de sí expresa la verdad… 2. De esta forma se manifiesta claramente el carácter esencialmente comunitario, litúrgico y verbal del dogma. Su sentido no es hacer captable un pensamiento como puro pensamiento, su sentido radica precisamente en la palabra y en la palabra en cuanto que es la forma de comunicación del pensamiento, el pensamiento como comunicación. Su sentido esencial es crear la posibilidad de expresar en común lo que nunca puede expresar suficientemente: Os ruego que digáis lo mismo dice Pablo 1 Cor 1,10 (…). El dogma tiene carácter verbal, su acento primordial no está en el pensamiento sin más, sino precisamente en la palabra, aunque es claro que no en una palabra irreflexiva. Pero esto significa (… que) el fundamento de su obligatoriedad y de su perennidad no es el que se pueda decir sola y exclusivamente así y no de otra manera, sino el que se

pueda decir sólo así en común…” (Ratzinger, Teología e historia, 1972, pág.

80).

El segundo sitz im leben en el cual se desarrolla el dogma (el primero es la

predicación de Jesús transmitida por sus apóstoles) es la liturgia; ella ha dado

origen a los primeros himnos cristológicos (Col 1,12-20 y Flp 2,5-11) y a las

tradiciones eucarísticas (1 Cor 11,23-26), al igual que al principal dogma cristiano:

la Santísima Trinidad (Mt 28,19).

El Cardenal Ratzinger afirma que

“la primera forma de lo que hoy llamamos «dogma», aparece en la profesión

bautismal. Originalmente no se trata de una colección de frases doctrinales que puedan sumarse unas a otras hasta constituir una determinada serie de dogmas

escritos en un libro (…)” (Ratzinger, Introducción al cristianismo, 1970, pág. 71).

En el antiguo rito del bautismo, y en el actual ritual de la Iglesia, el sacerdote

realizaba tres escrutinios a los catecúmenos: ¿Crees en Dios? ¿Crees en

Jesucristo su único Hijo? Y ¿Crees en el Espíritu Santo? A cada una de estas

preguntas el catecúmeno respondía “creo”, afirmando así su adhesión a la fe

eclesial.

2. Desarrollo del dogma

“En la tradición de la fe, hay que distinguir una fase constitutiva, que contiene toda la revelación y que se acaba al mismo tiempo que la Iglesia católica primitiva, y una fase explicativa, que no le añade nada al contenido de la fe, ya que se ha cerrado la revelación, pero que va iluminando las riquezas que en él están

contenidas” (Schillebeeckx, 1969, pág. 63).

A esta segunda fase es a la que se denomina Historia del dogma, pues, la verdad

revelada hasta Jesucristo empieza a desarrollarse y a plasmarse en el lenguaje

filosófico del hombre de cada época. Esta fase suele dividirse en tres períodos:

1. Período patrístico: el cual va desde los primeros autores cristianos,

posteriores a los apóstoles, hasta el siglo VIII; se caracteriza por el uso profundo

de la Biblia, haciendo uso de los símbolos y la alegoría para comentar los textos.

Esta teología surge como respuesta a los ataques a la fe cristiana y a las herejías

que se presentaban en la interpretación de la revelación, desembocando en un

vibrante diálogo entre fe y razón. Es la época de los grandes concilios dogmáticos.

Este período se subdivide, a su vez, en otros tres: a) la etapa primera, que es la

época de los Padres apostólicos (designados así por su cercanía temporal a los

apóstoles); b) la edad dorada en los siglos IV y V, en la cual el pensamiento

cristiano alcanza un alto grado de madurez gracias al período de paz inaugurado

por el edicto de Constantino en el 313; c) hacia el siglo VIII se da la transición

entre la Antigüedad y la Edad media.

2. Período escolástico: va desde la mitad del siglo VIII hasta mediados del

siglo XVII. Se caracteriza por la introducción de un nuevo estilo teológico con

método racional, analítico y discursivo, y por el uso de la filosofía aristotélica. Es la

época en la que aparecen las grandes Summae, como la de Santo Tomás.

3. Período moderno y contemporáneo: marcado por el racionalismo francés y

el empirismo inglés. Se suele dividir en tres épocas: a) continuación de la

decadencia en el pensar teológico del siglo XVIII; b) la vuelta a las fuentes bíblicas

y patrísticas en el siglo XIX; c) la renovación del Concilio Vaticano II.

3. Continuidad, revelación y dogma

El dogma de más reciente declaración, afirma la Iglesia, tiene su origen en la

revelación misma de Dios; de manera que, su actual definición se convierte en una

expresión nueva de lo que ya Dios había mostrado y que por la tradición de la

Iglesia llegó hasta el hoy de la historia para formularse en términos inteligibles

para el hombre contemporáneo. Por ello, “la tradición no es más que el hecho de

escuchar incesantemente de nuevo, en la gracia, el suceso revelado que ha

recibido su expresión constitutiva en la Iglesia apostólica y en sus Escrituras”

(Schillebeeckx, 1969, pág. 171). “Un dogma es, por tanto, la expresión eclesial

auténtica de una verdad revelada (…). Este sitz im leben (contexto) no altera la fe

original, sino que permite precisamente entenderla en la situación

contemporánea.” (Schillebeeckx, 1969, pág. 268).

Conclusión

Dios, movido por su gran amor, siempre ha hablado a los hombres como a amigos

para invitarlos a la comunicación con Él. La plenitud de esa revelación ha sido el

misterio de la encarnación, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo (Dei

Verbum 4), quien con sus gestos y palabras ha dado a conocer la interioridad del

Padre (Jn 14,9-11). Cristo ha cerrado la revelación de Dios, pero ha inaugurado el

tiempo de la Iglesia, la cual, siempre volverá a sus fuentes (Cristo, Palabra y

Tradición) para beber de la novedad de la revelación, y así alentar a la Iglesia

peregrina, a través de sus formulaciones dogmáticas, en su caminar a la

consumación de la historia, cuando Dios será todo en todos (1 Cor 15,28).

Bibliografía

Ratzinger, J. (1970). Introducción al cristianismo. Salamanca: Sígueme.

Ratzinger, J. (1972). Teología e historia. Salamanca: Sígueme.

Ratzinger, J. (2010). Exhortación Apostólica Postsinodal Verbum Domini.

Vaticano.

Schillebeeckx, E. (1969). Revelación y teología. Salamanca: Sígueme.