TEMPLARIOS DE CRISTO

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REVISTA Nº 034 MAR. 2012 “ORDEN CATÓLICA DEL TEMPLEANNO TEMPLI DCCCXCIV

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REVISTA DE MARZO DE 2012

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REVISTA Nº 034 – MAR. 2012 “ORDEN CATÓLICA DEL TEMPLE” ANNO TEMPLI DCCCXCIV

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+Editorial:

Federico Leiva i Paredes. Editor y Director.

+Colaboradores:

Gerardo Arturo González Escobedo.

Joaquín Salleras Clarió (Historiador de Fraga).

Albert Coll Vilá.

Fredy H. Wompner G.

+Publicación de artículos:

Email: [email protected]

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Non Nobis Domine

Non Nobis

Sed Nomine Tuo Da Gloriam

+Contenido:

PORTADA

PERSONAJES DE LAS CRUZADAS. (Reyes de Jerusalén - Balduino IV).

MARAVILLAS DE AMÉRICA DEL SUR. (Argentina, El Cerro Aconcagua).

EL CUADRADO MAGICO SATOR-ROTAS.

EL RINCÓN DE JOAQUÍN SALLERAS.

LOS PAPAS DE LA HISTORIA. (Introducción I Parte).

LA ESPADA EN LA ORDEN DEL TEMPLE II

LEYENDAS Y TRADICIONES POPULARES. (El Cantar de los Nibelungos).

VIAJE DE BENEDICTO XVI A MÉXICO.

CONTRAPORTADA.

EDITA: OCT (Orden Católica del Temple)

La OCT no se responsabiliza de las opiniones o doctrinas de los autores, ni de la posible violación de autoría y originalidad de los trabajos, colaboraciones o artículos enviados a esta redacción. Los autores serán los únicos responsables de todas las cargas pecuniarias que pudieran derivarse frente a terceros de acciones, reclamaciones o conflictos derivados del incumplimiento de estas obligaciones previstas por la Ley.

Reservados todos los derechos de edición, publicación y difusión

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Reyes de Jerusalén Balduino IV – El Leproso

Descendiente de la Casa de Château-Landon, Balduino pasó su niñez y juventud en la corte de su padre en Jerusalén, con poco contacto con su madre, Inés de Courtenay, condesa de Jaffa y Ascalón (y posteriormente señora de Sidón), de la cual su padre se había visto obligado a divorciarse. Balduino IV fue educado por el historiador Guillermo de Tiro (que luego sería arzobispo de Tiro y canciller del reino), que descubrió que el niño padecía

lepra: el niño y sus amigos estaban jugando un día a pincharse en los brazos, pero Balduino no sintió dolor cuando le pincharon, Guillermo reconoció el hecho inmediatamente como señal de la lepra.

Su padre murió en 1174 y el niño ascendió al trono con trece años. Durante su

minoría, el reino fue gobernado por dos regentes sucesivos, primero Miles de Plancy, aunque de forma no oficial, y luego por Raimundo III de Trípoli. En tanto que leproso, no se esperaba que Balduino reinase muchos años o que tuviese un heredero, por eso, cortesanos y señores buscaron cómo influir sobre los herederos de Balduino: su hermana la princesa Sibila y su medio hermana la princesa Isabel.

Raimundo de Trípoli, como regente, casó a Sibila con Guillermo de Monferrato en otoño de 1176, y se les dio el título de condes de Jaffa y Ascalón. Pero éste murió al año siguiente, dejando a Sibila embarazada del futuro Balduino V de Jerusalén.

Ese año llegó como cruzado Felipe de Flandes, primo hermano del rey y su pariente más próximo por el lado paterno. Como tal, intentó gobernar por encima de la autoridad del regente, pero la Haute Cour se lo denegó. Felipe abandonó el reino y apoyó al principado de Antioquía.

El obispo y cronista Guillermo de Tiro descubre que Balduino padece la lepra (MS de L'Estoire d'Eracles (traducción francesa de la Historia de este autor. Francia, años 1250. Biblioteca Británica, Londres.)

Balduino IV (Jerusalén, 1161 – ibídem, 16 de marzo de 1185), llamado el Leproso, o "el santo" hijo de Amalarico I de Jerusalén y de su primera mujer Inés de Courtenay, fue rey de Jerusalén desde el 15 de julio de 1174 hasta su muerte en 1185.

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Ese mismo año, Balduino alcanzó la mayoría de edad. Contaba con pocos familiares

hombres en los que poder delegar. Inés ganó influencia y logró que su hermano Joscelino III de Edesa fuese nombrado senescal.

En 1176 Reinaldo había sido liberado de su cautividad en Alepo y Balduino le hizo señor de Kerak, una fortaleza sobre el mar Muerto.

En 1177, Balduino permitió a su madrastra, la reina viuda, que se casase con Balián de Ibelín. Era una alianza peligrosa, pues con el apoyo de María, la ambiciosa familia de Ibelín intentaría casarse con las princesas Sibila e Isabel. Durante ese año, Balduino obtuvo una gran victoria con Reinaldo de Châtillon a la cabeza del ejército de Jerusalén, Saladino invadió los campos del reino creyendo atacar un país sin defensores. Pero el joven rey Balduino IV reunió a todos los caballeros que le quedaban y se llevó la Vera Cruz. Primero fue a refugiarse a Ascalón con un ejército reclutado a toda prisa y con sólo 350 caballeros entre sus filas, y luego los musulmanes fueron sorprendidos por la retaguardia, lo que provocó su derrota.

En 1179 se libró la Batalla del Vado de Jacobo, el rey Balduino IV de Jerusalén y los Caballeros Templarios iniciaron la construcción del castillo de Chastellet en el Vado de Jacobo (el tamaño que iba a establecerse para el castillo era rival al del Krak de los Caballeros) el único lugar de cruce del río Jordán y la carretera principal entre el Imperio de Saladino y el Reino de Jerusalén. El castillo estaba a sólo un día de marcha de Damasco, la capital de Saladino, y esto socavaba gravemente su autoridad por lo que no podía permitir la existencia de una fortaleza enemiga tan cerca de su capital, por lo que el sultán decidió atacar antes de la terminación de la fortaleza cogiendo a los cruzados prácticamente indefensos. Balduino al ver su castillo en llamas, dio marcha atrás. Saladino desmanteló el castillo, pero no antes que una "peste" devastase su ejército matando a diez de sus comandantes.

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Balduino había salvado su reino con la

astucia y habilidad de un gran gobernante, por ello fue recibido triunfalmente en Jerusalén. Fue la última gran batalla ganada por los cruzados en Tierra Santa antes de la capitulación de Jerusalén, recordada como la batalla de Montgisard.

En el verano de 1180, Balduino IV

casó a Sibila con Guido de Lusignan, hermano del condestable Amalarico de Lusignan. Guido se había aliado con Reinaldo, el cual aprovechaba ahora su posición para atacar las caravanas comerciales entre Egipto y Damasco. Después de que Saladino respondiese a estos ataques, Balduino nombró a Guido regente del reino.

Pero en 1183, Balduino estaba

descontento con las acciones de Guido como regente, y terminó por destituirlo, por lo que éste se retiró a Ascalón con su mujer, la princesa Sibila. También durante ese año evitó la conquista de Al Kerak, fortaleza de Reinaldo de Châtillon, señor de Oultrejordain, situado a 124 kilómetros al sur de Ammán a manos de Saladino, debido a que Reinaldo no paraba de saquear caravanas de comerciantes musulmanes que pasaban por sus territorios con motivo del pacto de paz entre cruzados y sarracenos. El colmo fue cuando organizó una expedición en el Mar Rojo. Capturó la ciudad de Eilat, obteniendo una base de operaciones contra la ciudad más sagrada del Islam, la Meca. Saladino, el líder de las fuerzas musulmanas, no podía tolerar esto y avanzó en contra de la fortaleza de Reinaldo. El rey Balduino inmediatamente marchó con el ejército de Jerusalén, acompañado por su regente, Raimundo III de Trípoli, llegó mientras las fuerzas de Saladino continuaban luchando contra las pesadas fortificaciones. A sabiendas de que carecían de tropas para una batalla, y que corrían el riesgo de ser aplastados entre el ejército cruzado y los muros del Kerak, el sultán decidió huir con su ejército.

El rey de Jerusalén había burlado de

nuevo sus rivales musulmanes, a pesar de

que sufría la lepra.

Si bien la suerte de los cruzados

estaba ligada a la vida del rey, esta fue una demostración de fuerza decisiva.

Aunque no parece que tuviese

animadversión a su hermana, en los primeros meses de 1184, Balduino intentó que se anulase el matrimonio entre Sibila y Guido. La pareja se resistió, por lo que Balduino decidió nombrar sucesor a su sobrino, con el apoyo de Inés, Raimundo y de muchos barones, excluyendo así a Sibila de la sucesión. Raimundo actuaría como tutor del niño.

Los años y la enfermedad hicieron estragos en su condición física: apenas con 20 años, el Rey presentaba graves secuelas físicas, toda su cara estaba desfigurada, encontrándose el pobre rey prácticamente ciego y con las manos y piernas mutiladas. Ocultaba su terrible estado físico con una máscara de plata. Balduino murió en 1185, poco después de su madre Inés. Aunque había sufrido toda su vida los efectos de la lepra, pudo mantenerse en el trono mucho más de lo previsto. Le sucedió Balduino V, tal y como se había decidido, con Raimundo de Trípoli como regente.

Murió siendo muy joven, cuando tenía veinticuatro años y por todo lo que hizo en esos pocos años a pesar de su tormentosa enfermedad, su incapacidad y su ceguera final, llena de admiración y respeto a quienes conocen su historia. Por ello no sólo los francos se inclinaron ante su memoria, sino también sus enemigos, los árabes. El Imad de Isapahán escribió: «ese joven leproso hizo respetar su autoridad al modo de los grandes príncipes como David o Salomón ». Su estoica y dolorosa figura, tal vez la más noble de las Cruzadas, símbolo de heroísmo en la frontera de la santidad, ha sido víctima de un injusto olvido histórico.

Por FLP

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La primera ascensión al Aconcagua se realizó en 1897, por una expedición liderada por el británico Briton Edward Fitzgerald. La cumbre fue alcanzada por el suizo Mathias Zurbriggen el 14 de enero y por otros dos miembros de la expedición unos días después.

El cerro Aconcagua es una montaña ubicada íntegramente en el departamento Las Heras de la Provincia de Mendoza —en el noroeste provincial—, al centro-oeste de la República Argentina, en la cordillera de los Andes. Es la montaña más alta de los hemisferios Sur y Occidental; incluso es la cumbre más elevada del mundo fuera de los Himalayas. Posee dos picos principales: la cumbre norte de 6962 msnm (22.841 ft),1 coordenadas: S32 39.11 W70.00. 42, y la cumbre sur de 6930 msnm.2 3 Durante décadas figuró en las publicaciones la altura de 6959 msnm, hasta que múltiples registros en GPS en los últimos años demostraron que este cerro es 3 metros más alto.

Durante los inicios de su exploración se pensó que era un volcán, pues uno de sus exploradores, Paul Güssfeldt, comprobó que las rocas que lo conformaban eran de origen volcánico, pero el profesor Walter Schiller, investigador geólogo del Museo de La Plata, publicó en uno de sus trabajos, que estas rocas volcánicas fueron depositadas en el lugar por fuertes eventos tectónicos y que no se evidenciaba ningún orificio o cráter en la cima del mismo.

Al norte y al este limita con el valle de las Vacas y al oeste y al sur con el valle de los Horcones inferior. Varios glaciares atraviesan sus laderas; los más importantes son el glaciar nororiental o polaco y el del este o inglés. Se encuentra dentro del Parque provincial Aconcagua, y es una montaña muy frecuentada por andinistas de todo el mundo, con una entrada de 6000 a 7000 visitantes por temporada, que se extiende entre diciembre y marzo.

Argentina El Cerro Aconcagua

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Estudios geológicos sitúan la elevación del

Aconcagua en la edad Permotriásica, unos 200 a 280 millones de años atrás. La montaña fue creada por la subducción de la placa de Nazca debajo de la placa Sudamericana durante la orogenia andina (terciaria, por lo tanto geológicamente reciente). En este sector de la frontera de Argentina y Chile el límite entre los dos países se establece por la línea de las altas cumbres que dividen aguas y los cerros Catedral y Tolosa impiden que

los deshielos que nacen en el Aconcagua se encaminen hacia el océano Pacífico, siendo tributarios del Atlántico. Además las aguas de estos dos últimos cerros tampoco van al Pacífico, por lo que la frontera corre a 14 km hacia el occidente del Aconcagua, hasta el cerro, sobre el Cordón de los Dedos, dejando al Aconcagua enteramente en territorio argentino.

El origen del término Aconcagua es incierto, aunque se postulan dos procedencias; la primera es que proviene del mapudungun aconca hue que

significa 'que viene del otro lado'; la segunda es que proviene del quechua ackon y cahuak del verbo cahua, que significa 'mirar' o 'el que mira'; tal vez 'la gran roca que mira sus alrededores', o 'centinela de piedra', sin embargo en la lengua aimara los vocablos kon kawa podrían ser traducidos como 'centinela blanco' o 'monte nevado'.

En términos montañistas el Aconcagua es técnicamente sencillo desde la cara norte, a través de la «vía normal» del noroeste, en la que no es necesario el uso de técnicas de escalada.

Los efectos de la altitud son muy severos (la presión atmosférica es el 40% de la existente a nivel del mar) provocando generalmente apunamiento en los escaladores, y las condiciones climatológicas pueden cambiar bruscamente desde un clima tranquilo y diáfano a en pocos minutos un clima tempestuoso o producirse el viento blanco del Aconcagua). No se requiere el uso de oxígeno artificial.

En la ―vía normal‖ se asciende a través de campamentos de altura con sus correspondientes días de descanso. Los hitos más significativos de la vía son: Campo Base (Plaza de Mulas) (4300 msnm), El Semáforo (4350 msnm), Piedras Conway, Plaza Canadá, Piedra de 5000, Cambio de Pendiente, Nido de Cóndores (5250 msnm), Berlín, Piedras Blancas, Piedras Negras, Independencia, Portezuelo de los Vientos, Gran Travesía, La Canaleta y Cumbre del Aconcagua (siguiendo el orden creciente de dificultad).

La segunda vía, mucho más peligrosa que la anterior, es la del glaciar de los Polacos. Ésta se aproxima a la montaña a través del valle de las Vacas, asciende hasta la base del glaciar de los Polacos y cruza la vía normal hasta la subida final a la cumbre.

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El primer argentino en hacer cumbre fue Nicolás Plantamura, perteneciente al Ejército Argentino, el 8 de marzo de 1934; la primera mujer fue la francesa Adriana Bance, el 7 de marzo de 1940, quien ascendió acompañada por miembros del Club Andinista de Mendoza.

Las vías desde las crestas situadas al sur y suroeste son las más duras, considerándose la Pared Sur como la más difícil. Se trata de una escalada muy comprometida y de alta dificultad en una de las mayores paredes del mundo (3000 m de pared aprox.) La primera ascensión de la Pared Sur fue realizada el 25 de febrero de 1954 por los franceses Pierre Lesueuer, Adrien Dagory, Edmond Denis, Robert Paragot, Lucien Berardini y Guy Poulet. El jefe de la expedición era René Ferlet.

La primera ascensión al Aconcagua se realizó en 1897 por una expedición liderada por el británico Briton Edward Fitzgerald. La cumbre fue alcanzada por el suizo Mathias Zurbriggen el 14 de enero y por otros dos miembros de la expedición unos días después.

En 1952, los miembros del Club Alemán Andino o DAV Santiago, Eberhard Meier, Ludwig Krahl y Wolfgang Förster completaron el ascenso por la llamada ruta chilena o de Güssfeldt. Esta ruta nace en territorio chileno y asciende por el valle del río Colorado para cruzar por algunos de los pasos hacia territorio argentino y a través del glaciar de Güssfeldt se conecta con la ruta normal en su último tramo. Esta ruta ya había sido intentada en 1883 por el científico alemán Paul Güssfeldt, quien debido al mal tiempo fracasó en su intento de hacer cumbre a poca distancia de ella, alcanzando los 6600 msnm.

La «Variante Altoaragonesa»:

escalada en 1995, una serie de corredores que salen del glaciar de lo Polacos, con una inclinación de 75° y pasos de IV+; tras un largo flanqueo a los 6.500 msnm se unen de nuevo con la Directa, abierta por los Aragoneses

Javier Subias, José Antonio Hidalgo, Javier Alvira y José Vilalta.

A sólo 3 kilómetros está un caserío llamado Puente del Inca, donde aún existe una fuente de aguas termales, una feria de artesanías, y un hostal de 2 estrellas del mismo nombre.

Al final del Parque Aconcagua esta el «Puente confluencia», lugar donde varias parejas han realizado el ritual de compromiso y que da inicio al ascenso al Monte Aconcagua.

Un nuevo centro de asistencia fue inaugurado el viernes 7 de enero de 2011 a 6.400 metros de altura: el Refugio Elena, en el cerro Aconcagua (se considera por ahora el refugio estable de montaña más alto de la Tierra), gracias a la donación que realizaron familiares de la andinista italiana Elena Senín, quien perdió la vida luego de llegar a la cumbre en enero de 2009. El refugio —destinado a emergencias y operativos de rescate— está ubicado en el campamento Plaza Cólera, en la bifurcación de las dos rutas más transitadas de ascenso al Aconcagua, la Norte y la del Glaciar de los Polacos.

Por PRM

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La numerología religiosa, la cábala y la alquimia, el pensamiento hermético en suma, en esas épocas en que la cultura se estructura en un completo simbolismo geométrico y numerológico, tiene, como vemos, evidente influencia en la creación artística. En cualquier caso, esa interpretación no puede formularse siempre desde esta única perspectiva ni hacerla extensiva a la mayoría de las producciones. Deberá reconocerse sin embargo que el geometrismo y la numerología son elementos básicos al menos en

determinados artificios literarios que, desde el periodo helenístico hasta la Edad Media y el Renacimiento especialmente, configuran un corpus de creación bastante importante. Incluso, como ha señalado, entre otros, Claude Gilbert Dubois, resulta interesante la relación existente entre las formas estróficas más comunes, y los números sobre las que éstas se basan, con los valores que las ciencias herméticas les conceden, su significación simbólica en

definitiva.

Un ejemplo ya relativamente frecuente en algunos estudios sobre curiosidades herméticas es el conocido y aún no descifrado texto: ―SATOR AREPO TENET OPERA ROTAS‖, verso anacíclico perfecto, legible en ambas direcciones con idéntico resultado y al que se le atribuye un claro carácter mágico.

Con la expresión cuadrado Sator se indica una estructura con forma de cuadrado mágico compuesta por cinco palabras latinas: SATOR, AREPO, TENET, OPERA, ROTAS, que, consideradas en conjunto (de izquierda a derecha

o de arriba abajo), dan lugar a un palíndromo.

Al disponer las palabras en una matriz cuadrada, se obtiene una estructura que

recuerda la de los cuadrados mágicos de tipo numérico. Las cinco palabras se repiten si son leídas de izquierda a derecha o de derecha a

izquierda, o bien, de arriba abajo o de abajo hacia arriba. En el centro del cuadrado la palabra TENET forma una cruz.

No olvidemos que estos laberintos, talismanes literarios y figuras geométricas han sido bastante más frecuentes desde los primeros siglos de nuestra era de lo que a menudo se reconoce. Uno de los más antiguos es el cuadrado central de la Iglesia de San Reparatus en Asnan (Argelia), construida en el 324 d.C. en la localidad de Castellum

Tingitatium, con el cual la relación resulta indiscutible.

Los laberintos trazados en el suelo, con frecuencia sin ningún tipo de inscripciones, aparecen en multitud de iglesias cristianas como símbolo del proceso de la vida y sus dificultades, aunque tales formas se encuentran en muy diversas culturas: el laberinto de Creta es uno de los ejemplos más conocidos.

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Caballeros Templarios jugando al ajedrez, del libro

de Los Juegos del rey Alfonso X.

Todo esto puede resultar gratuito de no ser

relativamente frecuente la inclusión de alguno de estos signos en laberintos literarios del primer milenio de nuestra era, desde Venancio Honorio Clamenciano Fortunato hasta un importante autor del Renacimiento carolingio, Rabano Mauro (a los que más adelante estudiamos), que incluyen en diversos textos estos signos, especialmente el Crismón.

Existen otras interpretaciones relacionadas

con el esoterismo y, en particular, con la Alquimia. Cabe mencionar en este sentido la relación con los constructores de catedrales mencionada por Louis Charpentier y, en el mismo sentido, su vínculo con la Teoría Quiliásmica o Milenarismo, hipótesis que analiza el cuadrado sustituyendo las letras por números para conformar una matriz de cuya resolución podría derivar en una suerte de calendario antiguo. Para Pedro Guirao, el cuadrado esconde el secreto hermético de la cuadratura del círculo. De igual forma, existen diversos desarrollos cabalísticos y matemáticos presentados por el profesor Rafael de Cózar de la Universidad de Sevilla que, partiendo de la configuración formal de un texto poético y en razón de sus exigencias métricas, desarrolla geometrías herméticas con las que concluye que las razones de su conformación parecen más estéticas que contener un fundamento filosófico.

Otra posibilidad en el estudio de este

cuadrado es la relación que guarda con el tablero de ajedrez Templario, también de 25 casillas, lo que explicaría su presencia en algunos monumentos de la citada Orden. Refuerza esta interpretación el hecho de que haya un cuadrado Sator en el Duomo de Siena, en cuyo interior se encuentra sorprendentemente una estatua de Hermeto Trismegisto, fundador del hermetismo. En la mayoría de los lugares donde hay un cuadrado Sator hubo una presencia importante de los Templarios.

―Por su relación con el tablero de ajedrez de los Templarios es muy posible que estos trajesen el Cuadrado Mágico

desde Constantinopla‖.

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UN SÍMBOLO CRISTIANO

La presencia del palíndromo en muchas

iglesias medievales induce a considerarlo -aun cuando es probable que tenga un origen más antiguo- como un símbolo que se ha introducido en la cultura cristiana de aquel período. A partir de la identificación de la palabra SATOR, (el sembrador, con el Creador), se ha propuesto la siguiente interpretación: ―El Creador, autor de todas las cosas, mantiene con destreza sus propias obras‖.

La interpretación del palíndromo en el ámbito de

la cultura cristiana es coherente con la gran cantidad de ocasiones y lugares donde se ha encontrado el cuadrado Sator. El hallazgo de este en Pompeya ha suscitado diversas controversias sobre el origen cristiano del cuadrado en cuando aun cuando se puede suponer que existían comunidades cristianas en el lugar, la A y la O colocadas a los lados de la cruz pueden ser una referencia al Apocalipsis de san Juan que tuvo difusión en Italia casi 100 años después.

El primero en proponer la tesis del apocalipsis fue F. Grosser que al observar el conjunto de las letras que

lo componen ha mostrado que pueden servir para formar una cruz, en la que la palabra PATERNOSTER se cruza en la letra N: sobran dos A y dos O, que pueden ponerse a los cuatro extremos de la cruz, como si fueran la alfa y la omega, el principio y el fin. Por tanto, el cuadrado sería una crux dissimulata, una muestra escondida en uso entre los primeros cristianos durante las persecuciones. Esta interpretación queda reforzada por el hecho de que el cuadrado mágico mismo contiene una cruz griega disimulada, constituida por el cruce, en el centro del cuadrado, de dos veces que aparece el TENET, la única palabra de la

estructura que es palíndroma de sí misma. Además, se ha observado que el mismo carácter T era usado por los primeros cristianos para indicar el signo de la Cruz, así como usaban otras estructuras que podían dar a entender la forma, como el palo o el timón de una embarcación. Esta interpretación, no es aceptada por todos los estudiosos ya que normalmente rechazan el origen cristiano del palíndromo.

Una explicación más simple -en relación con la de la crux dissimulata- sostiene que, coherentemente con hábitos difundidos en la Edad Media, el empleo en ambiente cristiano del cuadrado de Sator debía

corresponder a finalidades apotropaicas, como sucedió con muchas inscripciones sugestivas del tipo ―Abracadabra‖ o ―Abraxas‖. No es menos considerable el hecho de que dentro del cuadrado se presenta la cruz formada por la doble TENET.

Por FLP

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Traemos aquí una carta de donación del siglo XII,

otorgada por el noble Gombaldo de Santa Lecina, que presenta –a nuestro juicio- diversas características.

Por un lado, menciona un lugar de la zona de la Litera –dependiente que fue de Monzón- cuyo nombre ha desaparecido: Alcorn. Hace mención de Alcorn como una almunia o casa de campo que dispuso de castillo o fortaleza, con sus tierras circundantes o términos, posiblemente de cierta extensión, pues el documento hace señala tierras cultivadas y tierras sin cultivar. El hecho de hacer referencia al nombre vulgar, es decir, al antiguo, -también escrito como Alcort- nos induce a plantearnos la existencia de un poblamiento árabe, o incluso prerromano, que pretendemos relacionarlo con el lugar de Esplugs o la localidad actual de Esplús.

No hay que olvidar que, hasta ahora, no ha sido hallada correspondencia de Esplús con nombre anterior. Aunque sea aventurado por nuestra parte, creemos que podría ser Esplús el nombre primitivo, o el homónimo de Alcorn, al que la documentación llama el vulgar, o el adoptado posteriormente. Esplús será mencionado siete años después de la mencionada donación que traemos en estas líneas. Para apoyar nuestra tesis, relacionaremos nuestro documento -extraído de la Corona de Aragón de Barcelona-, fechado en el año 1169, con otros distintos de los años 1095 y 1176, que creemos guardan ciertas similitudes. Veamos.

Un documento datado en 1095, nos informa que Caritas, la esposa de Brocardo, había hecho donación de tres almunias cercanas a Monzón a favor de la sede de Roda; dos de ellas en la Sosa, y una, en la Horta. No aporta nombres de almunias, sin embargo, señala que una de las dos primeras se la conoce como la Torre Blanca, en la Sosa, posiblemente por el color de la piedra de la casa fuerte. Precisamente esta almunia, sin nombre, había de ser motivo de litigio en el año 1176 entre Gombaldo de Santa Lecina nuestro donador, y los canónigos del monasterio Roda, el perceptor en la fecha, haciendo mención a que Gombaldo posee la mitad del honor en alodio y la otra mitad en feudo.

Exactamente es el tema mencionado en la donación que pocos años antes de la disputa con el monasterio de Roda había hecho a los Templarios en nuestro documento de 1169. Por lo tanto, que se trate de una donación a la Orden del Temple es otra de las características del documento del archivo condal.

Gombaldo de Santa Lecina

y la Orden del Temple

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Gombaldo de Santa Lecina hizo su donación a los Templarios el 15 de febrero de 1169, en dos documentos distintos. En el primero, dice conceder la almunia de Alcorn –situada en la Litera-, siendo el perceptor Deditac (¿?) de Torres. Este primer documento es aceptado y confirmado por el rey de Aragón y Navarra don Alfonso II (1162-1196), conde de Barcelona. Especifica en él que la Orden del Temple aceptaba la donación de don Gombaldo de Santa Lecina. Fueron testigos de la redacción Miguel de Berbegal, y Blasco de Azlor. Pere d‘Estada pidió que se le inscribiera como testigo de la carta, acomodándolo en hacerlo Berenguer de Torres?, a cambio de un caballo que le facilitó el propio donador Gombaldo. Añade el documento que en realidad hace la cesión de una mitad de su honor, reservándose el noble Gombaldo la jurisdicción en nombre del rey, o sea la parte de feudo, el servicio a la corona, y el castillo. Consta como Maestre de Monzón fr. Arnaldo de Mudia (¿?), nombre del que manifestamos nuestras reservas por las propias dificultades que presenta su lectura. También se cita a tenentes

aragoneses como: Peregrín, señor de Alquéza (Alchezar) y Barbastro; Fertun, señor de Estada; Berenguer, en Tamarite (Tamarit); y Bernard Aspes, señor en Valcarca (Barcarcal).

Pocos meses después, concretamente en diciembre de 1169, en una segunda carta, el noble Gombaldo de Santa Lecina confirmaba la donación de la Almunia llamada Alcorn ante el Maestre fr.Arnaldo de Torroja, (1166-1179 Maestre en la Corona de Aragón; 1179-1181 nominado Maestre general de la Orden), y ante fr. Raymundo de Cubelles escribano en Monzón, y ante fr. Guillermo de Cautelar. No obstante, con esta confirmación puso una condición: la donación la hacía por la salvación del alma de sus padres y familiares, pero no podía hacerse efectiva hasta después de su muerte. En esta segunda redacción añadía a dicha donación post mortem otros bienes, como eran la Almunia de Queruetunez (¿?), -no conocemos a que almunia podría estar refiriéndose-, incluyendo además dos pozos de sal en el lugar de Calasanz (Qlasanz). Testimoniaron esta segunda donación los señores Bernardo de Gavasa y Bernardo de Torres, ante el escribano Raymundo de Fercals (¿?).

Teniendo en cuenta que entre las almunias que rodean a la ciudad de Monzón, al menos las hasta hoy conocidas, son las siguientes: Almunia de San Juan, San Esteban de Litera, Valcarca, Binaced, Alfántega, Pueyo de Santa Cruz o de Moros, Conchel, Vallonga, Torre Grosa, Ripoll, Casas Novas, Esplús, y Las Pueblas; sus nombres nos proporcionan escasa aproximación al lugar de Alcorn o el transcrito como Queruetunez.

(Carta de donación de Gombaldo de Santa Lecina, ACA, C. 310, fol. 77)

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En años sucesivos a la fecha de donación, el noble Gombaldo de Santa Lecina debió cambiar de parecer por presiones del monasterio de Roda de Isábena, aunque no nos consta que anulara la donación. De 1176 es la donación de Splugs insistiendo que dicha almunia tenía castillo, y que el dominio de Esplugs estaba dividido también en dos mitades. ¿Es una simple coincidencia?

Curiosamente, Esplús era una posesión o tenencia del dicho Gombaldo de Santa Lecina en 1176, fecha en la que el monasterio de Roda le reclamaba el lugar, negándose a ello al afirmar que era suyo, sin poder demostrar, porque los canónigos de Roda se lo dieron a su padre. Es del 3 de septiembre del citado año de 1176 la concordia -conservada en el Archivo de la catedral de Lleida, (Roda, carp. 12, nº 847)- en las que se menciona el pacto entre la iglesia de Roda y don Gombaldo de Santa Lecina sobre el castellum de Esplús, y sobre dos almunias, una de ellas como ―turrem Albam‖, que tenía el noble la mitad por

alodio y mitad por feudo. No sabemos si como consecuencia del pacto, o por fallecimiento del noble, en 1177, el obispo de Roda ofrecía el lugar de Esplús a 26 pobladores, localidad que ya había sido propiedad inicial de Roda en 1089. ¿Fueron las que Roda cedió a Caritas, en 1095, y al padre de Gombaldo posteriormente?

De la donación prometida a los Templarios, hecha en 1169 por don Gombaldo de Santa Lecina, no volvemos a tener noticia alguna, debiendo suponer que falleció este noble en 1177 o fecha posterior. Suceso que, según el acto de donación, debía determinar la toma de posesión por parte de la Orden del Temple sobre la almunia de Alcorn (Esplús?) y otros bienes y lugares. En cualquier caso, por la similitud de la donación de Alcorn con la posesión posterior de Esplús, -propiedad que era de Gombaldo de Santa Lecina- nos atrevemos a inducir que ambas almunias pudieron ser la misma.

Por Joaquín Salleras Clarió

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Introducción I Parte

El papa, como sobradamente sabemos es

el obispo de Roma, por lo que, como tal, se le considera la cabeza visible de la Iglesia católica, cabeza del Colegio episcopal y el jefe de Estado y soberano del Estado de la Ciudad del Vaticano. El actual papa (electo el 19 de abril de 2005) es el antes cardenal alemán Joseph Ratzinger, que escogió el nombre de Benedicto XVI.

Al papa también se le conoce como obispo de Roma, o como vicario de Cristo, sucesor de Pedro, siervo de los siervos de Dios, o Santo Padre y Sumo Pontífice. A nivel internacional, el papa recibe el tratamiento de jefe de Estado y el honorífico y protocolario de Su Santidad.

Igualmente, es el representante por excelencia de la Santa Sede la cual tiene

personalidad jurídica propia, canónica e internacional. Tiene inmunidad diplomática, es decir no puede ser acusado en tribunales, ya que más de 170 países lo reconocen como Jefe de Estado del Vaticano.

Conforme a la tradición católica, el papado tiene su origen en el apóstol de Jesús: San Pedro, quien fuera constituido como primer Papa y a quien se le otorgó la dirección de la Iglesia y primado Apostólico. Hasta el pontífice presente, la Iglesia católica enumera una lista de 265 papas en los dos milenios de historia de dicha institución. Cabe destacar que conforme a otros credos no católicos, tanto la primacía de Pedro como la sucesión papal y hasta el papado mismo, no son considerados como verdaderos o se interpretan bajo sentidos diversos al sentir católico.

Como jefe supremo de la Iglesia tiene las facultades de cualquier obispo, y además aquellas exclusivas e inherentes a la cátedra petrina, entre éstas: la declaración universal de santidad (canonización) y de beatificación, nombramiento de cardenales y la potestad

de declarar dogmas o declaración ex cathedra. Esta última es una de las más controvertidas, ya que implica la llamada infalibilidad papal, por la cual, conforme a la teología católica, el Pontífice está exento de cometer errores al momento de promulgar una enseñanza dogmática en materia de fe y moral.

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Popularmente se cree que PAPA (abreviado P.5 ó PP.) es un acrónimo del latín Petri Apóstoli Potestatem Accipiens: ―el que sucede al apóstol Pedro‖. Sin embargo, en el latín clásico significaba ‗tutor‘ o ‗padre‘; dicho término proviene a su vez del griego (páppas), que significa ‗padre‘ o ‗papá‘, término usado desde el siglo III para referirse a los obispos en el Asia Menor y desde el siglo XI exclusivo del Romano Pontífice.

ORIGEN DE LA PALABRA «PAPA»

Durante los primeros siglos de la

historia de la Iglesia y del cristianismo, la expresión Papa se usaba para dirigirse o referirse a los obispos, en especial a los metropolitas o a los obispos de diócesis mayores en extensión o importancia. Así, Cipriano de Cartago, por ejemplo, es llamado papa (cf. Epist. 8, 23, 30 etc.). La primera vez que se tiene constancia del empleo de esta expresión para el obispo de Roma es en una carta de Siricio (cf. Carta VI en PL 13, 1164), a fines del siglo IV. Sin embargo, seguía utilizándose indistintamente para otros obispos. Hay que esperar a Gregorio VII para un uso ya exclusivo del obispo de Roma. Historia del papado. Origen

La visión de la Iglesia Católica de los relatos evangélicos en torno al apóstol Simón Pedro (conocido como San Pedro) resalta su preeminencia sobre los demás apóstoles: Jesús le da un nombre especial, Kefás (Roca en arameo) traducido al griego como πέτρος (Pedro), el cual señalaría la futura misión del apóstol. Además, en los listados de apóstoles los evangelistas siempre lo nombran en primer lugar (a pesar de no haber sido el primero en recibir la llamada de Jesús), incluso utilizando el título de "el primero". Con todo, el pasaje evangélico clave es Mateo 16, 13-20, donde Jesús -más adelante- hace entrega a Pedro de las "llaves del reino de los cielos" y se refiere a él como la roca sobre la cual fundaría su Iglesia. Luego de la resurrección, Jesús nuevamente le menciona su papel: "Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas", donde apacentar en términos bíblicos es ‗gobernar‘.

Por ello, según la visión de la Iglesia Católica, el evangelio reflejaría la voluntad

de Jesucristo de que sus discípulos permanecieran unidos bajo la dirección de Pedro, a quien Jesucristo dio ese nombre en un momento solemne, llevando a sus apóstoles a una ciudad edificada junto a una roca.

La interpretación de las llaves del Reino de los Cielos actual no se hizo hasta el papa Gregorio VII. La interpretación más común de los Padres de esta metáfora es la predicación de Pedro, el cual abrió el Reino de los Cielos a los judíos y a los gentiles.

En los Hechos de los Apóstoles se mostraría el papel de dirección que tiene Pedro: se encarga de iniciar la dirección del que tomaría el lugar de Judas, el primero en salir a hablar después de la venida del Espíritu Santo, el primero en hablar en el concilio de los apóstoles. Todo ello es interpretado por la Iglesia Católica como muestra del papel y misión que Jesús dio a Pedro en relación con la Iglesia que él supuestamente fundaría.

―Y yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra, Yo edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no prevalecerá contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que atares sobre la tierra será también atado en los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra será también desatado en los cielos‖. Mateo, 16, 18-20

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Simón Pedro (Detalle del cuadro Los cuatro apóstoles de Alberto Durero)

Por tales motivos Pedro es considerado dentro de la Iglesia Católica como el primer papa. Aunque en aquel tiempo no llevaba el título pero sí la misma función y autoridad.

Pese a esto, muchos Padres de la Iglesia dicen que la piedra a la que se refiere Cristo es su confesión, no Pedro; pero sin rechazar el pontificado.

A partir del siglo XI la Iglesia Católica ha hecho

énfasis en el origen de la sucesión apostólica a partir de Roma. Debe tenerse en cuenta que en los inicios de esta tradición, el peso del Imperio Romano se había trasladado a Bizancio. Sin embargo, Roma era el Patriarcado que tenía la primacía sobre los demás patriarcas, pues Constantinopla no fue elevada a Patriarcado sino hasta el siglo V, y aún así no gozó de la autoridad espiritual que tenía Roma, principalmente con papas como San León Magno. Luego de la caída del Imperio romano de Occidente, la figura del obispo de Roma se volvió relevante también en lo político, siendo la única autoridad de los romanos. Pocos disputan estas pruebas desde el punto de vista histórico, pero como ya se dijo, sí se disputa la conclusión de autoridad a que se puede llegar a partir de ellas, por otras razones. Entre las pruebas de esta sucesión apostólica, están las siguientes:

Las excavaciones arqueológicas realizadas en la segunda mitad del siglo XX bajo el altar mayor de la Basílica de San Pedro de Roma probaron que la tumba principal allí contenida, junto a varias inscripciones con el nombre "Petrus", contiene restos del siglo I. Existen además numerosos testimonios escritos. Los dos más importantes son:

La epístola de Clemente de Roma (tercer sucesor de Pedro), dirigida hacia el año 98 a los fieles de Corinto, menciona el martirio de Pedro en Roma y el de Pablo. El

hecho de que se dirija con autoridad a una Iglesia lejana, como lo era una griega, deja claro que los cristianos reconocían la autoridad del sucesor de Pedro.

Veinte años más tarde (hacia el año 117), el obispo Ignacio de Antioquía (Iglesia que también había sido presidida por Pedro) escribió siete cartas a sus fieles mientras viajaba como condenado a muerte hacia Roma. En una de ellas pide a los cristianos romanos que no intercedan por su liberación, pero aclarando que "Yo no os mando como Pedro y Pablo" Lo que hace suponer la estancia de dichos apóstoles en la capital imperial y, a la vez, la sumisión de las demás iglesias a la de Roma.

El Evangelio de Juan, redactado a fines del siglo I, cuando Pedro ya había muerto, no señala el lugar de su martirio, pero alude claramente a la muerte de Pedro por el martirio, y sabe evidentemente que fue ejecutado en la cruz. Que el lugar es Roma puede deducirse por los versículos finales de la primera carta de Pedro, que dice estar escrita en "Babilonia". La identificación entre Babilonia y Roma aparece en el Apocalipsis de Juan (14, 8; 16) y en la literatura judía apocalíptica y rabínica.

Otro documento cristiano, la "Ascensión de Isaías", redactado hacia el año 100, habla en estilo profético (documentando en realidad algo ocurrido en el pasado) de que uno de los doce apóstoles será entregado en manos de "Beliar, el asesino de su madre" (Nerón).

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(Plaza de San Pedro – Roma) El Apocalipsis de Pedro, datable asimismo a principios del siglo II, muestra también

conocer el martirio de Pedro en Roma, al dirigirle esta frase: "Mira, Pedro, a ti te lo he revelado y expuesto todo. Marcha, pues, a la ciudad de la prostitución, y bebe el cáliz que yo te he anunciado".

Los testimonios sobre la muerte de Pedro en Roma continúan en oriente, con el

obispo Dionisio de Corinto (180 d. C.); en Occidente, con Ireneo de Lyon (muerto en el 208, discípulo de Policarpo de Esmirna, que a su vez había sido discípulo del apóstol Juan), y en África, por Tertuliano (muerto en el 220). Aún es más importante el hecho de que no haya iglesia cristiana que pretenda para sí esta tradición ni se levante una voz contemporánea que la combata o ponga en duda.

El gobierno jerárquico de la Iglesia Católica se basa en la autoridad de los sucesores de los apóstoles, llamados obispos, reunidos en concilio bajo la autoridad del primero de los obispos. Para los católicos romanos, éste es el obispo de Roma, llamado papa, porque tanto Pedro (que primero se trasladó de Jerusalén a Antioquía de Siria) como Pablo murieron en Roma. Ésta es una de las razones por la que, a partir del siglo XI, la Iglesia de esa ciudad fue

reconocida por la Iglesia de Occidente como cabeza de las demás Iglesias católicas romanas: por haber tenido dentro de sí a dos apóstoles, dándole por ello mayor autoridad frente a otras ciudades que sólo habrían tenido a uno. Para el caso de Pablo, además del testimonio de sus cartas desde la prisión romana, existen testimonios arqueológicos y escritos de su martirio en Roma. Más importante es el caso de Pedro, a quien los católicos considera que suceden los 264 papas que después de él han regido la Iglesia Católica Romana.

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SUCESIÓN APOSTÓLICA DEL OBISPADO DE ROMA

Tal como lo asevera el catolicismo, la legitimad de los obispos de las iglesias cristianas

se fundamenta en la transmisión de la autoridad espiritual de los Apóstoles a sus sucesores. En el caso del primado apostólico de Roma, al igual que el resto de las sedes episcopales, su origen y antigüedad parece confirmada por las fuentes más antiguas, como Ireneo de Lyon (Adversus Haereses) y Eusebio de Cesaréa (Historia Eclesiástica), quienes parecen coincidir en que tras el martirio y muerte del apóstol Pedro, el siguiente en ser elegido como obispo de Roma fue Lino, de quien no se tienen mayores informaciones sobre su vida, y que sin embargo ambos autores identifican con aquel mencionado por San Pablo en sus cartas a Timoteo Tal sucesión, como se ha dicho, se daría tras la muerte de Pedro, esto es, hacia el año 64 ó 67 d.C.

Cabe destacar, que dichos padres de la Iglesia, parecen aseverar además la primacía

de la iglesia de Roma, entre las demás existentes, por lo que Ireneo se limita a enumerar el listado de los obispos de dicha iglesia. Dichos catálogos son considerados dentro de la Iglesia católica como los listados más exactos de los primeros papas:

Luego de haber fundado y edificado la Iglesia los beatos Apóstoles, entregaron el servicio del episcopado a Lino: a este Lino lo recuerda Pablo en sus cartas a Timoteo, Anacleto lo sucedió. Después de él, en tercer lugar desde los Apóstoles, Clemente heredó el episcopado, el cual vio a los beatos Apóstoles y con ellos confirió, y tuvo ante los ojos la predicación y Tradición de los Apóstoles que todavía resonaba. A Clemente sucedió Evaristo, a Evaristo Alejandro, y luego, sexto a partir de los Apóstoles, fue constituido Sixto. En seguida Telésforo, el cual también sufrió gloriosamente el martirio; siguió Higinio, después Pio, después Aniceto. Habiendo Sotero sucedido a Aniceto, en este momento Eleuterio tiene el duodécimo lugar desde los Apóstoles. Ireneo de Lyon.Adversus Haereses (Contra los herejes) III, 3.3

Así, se ha establecido que posteriormente a Lino, se sucedió Anacleto siguiendo la línea hasta Eleuterio quien era el obispo de Roma en tiempos en que San Ireneo escribió el "Adversus Haereses" (hacia 180 d. C.), de estos nombres cabe destacar el de Clemente, cuya existencia parece comprobada por la epístola atribuida a él, tanto por Eusebio28 como por Ireneo, y dirigida a una de las iglesias establecidas en Grecia llamada ―Carta a los Corintios‖, en la que el autor saluda en nombre de ―la Iglesia de Dios que reside en Roma‖, y en cuyo texto se reafirma la sucesión apostólica de todas las Iglesias, incluyendo la romana

Si bien, la citada carta no hace declaración sobre el primado de la sede romana, no obstante, no puede suponerse que la misma se dirigiera a una comunidad tan lejana, si la misma no fuera a ser recibida como proveniente de una autoridad, cuanto más cuando la citada carta fue enviada en virtud de los conflictos y divisiones en que se encontraban los corintios. CONTINUARÁ…

Por FLP

‖Y nuestros apóstoles sabían por nuestro Señor Jesucristo que habría contiendas sobre el nombramiento del cargo de obispo. Por cuya causa, habiendo recibido conocimiento completo de antemano, designaron a las personas mencionadas, y después proveyeron a continuación que si éstas durmieran, otros hombres aprobados les sucedieran en su servicio.‖

San Clemente de Roma. Epístola a los Corintios. XLIV

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II Parte

(VIENE DEL NÚMERO ANTERIOR)

3) PORQUE NO SE CONOCE TRADICIÓN PREVIA:

MAESTROS DE ARMAS.

La tradición de los maestros de armas, además, secunda este concepto: pero hay que hablar de algunas cuestiones más. En sus orígenes, cuando empiezan a verse estas armas, los planteamientos que hacen los que serán sus primeros maestros, que recogen la técnica, son que las "armas largas" no son armas para la batalla, sino armas para duelos. Prácticamente toda la tratadística de las "armas largas" del momento y hasta momentos avanzados del siglo XV se refiere a estas armas como exclusivamente de duelo (ya ni hablaremos de órdenes militares en este aspecto). Y es que para que un arma presente técnica y tradición ha de tener toda una trayectoria de uso previo. Claro, ¿qué tradición o trayectoria va a tener un "arma larga" en la segunda mitad del siglo XIII cuando, por tantas razones, podemos creer que no nacen hasta el XIV?. Es, de nuevo, una falacia: un anacronismo.

El primer maestro de armas que se reconoce y escribe un tratado sobre la "espada de mano y media" es el alemán hanko döbringer, cuya obra está, nada menos, documentada en el año 1389. ¿Que tradición puede tener este arma en el siglo XIII, el último siglo que vive la orden, cuando el primer tratado de estas armas se escribe en 1389? es posible que hubiera algún tratado o cierta técnica de enseñanza previas a este momento, pero ¿hasta qué punto podría retrotraerse en el tiempo?, ¿hasta 1300? seguiría siendo insuficiente. Es posible que se nos haya perdido algún tratado intermedio, pero de nuevo, ¿hasta qué punto podríamos retrotraerlo con conocimiento de causa?, ¿hasta 1350?

Porque después de döbringer ya sí que habría una "explosión" de tratadística de la

"espada larga", a lo largo de todo el siglo XV, comenzando sencillamente por el flos duellatorum de fiore dei liberi (1400-1410). Pero aquí ya estamos en el siglo XV y, espadas bastardas, mano y media o espada a dos manos indiferentemente, ya no tienen lugar respecto a la Orden del Temple.

Y aún así, claro está, también conviene recordar que el planteamiento que dieron

estos hombres a la práctica de la "espada larga" no era el uso en combate, ciertamente arriesgado, a pesar de todo, teniendo en cuenta que el arma que seguía predominando por excelencia era el escudo. El planteamiento que ellos dieron, y que resultaría tremendamente exitoso del XV al XVII era el de una espada de duelo: un arma entre caballeros.

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Los Templarios tenían todo muy reglamentado, incluso, su sistema de combate. Cuando los templarios luchaban a caballo realizando una carga general, (huelga decir que las "espadas largas" no se empleaban a caballo, por razones obvias, aunque cuidado, porque eso no quiere decir que no se llevaran en el caballo, y hay algunos usos sobre este, concretamente a partir del siglo XV-XVI). Y en esta carga general, por tanto, a caballo, no hay sitio alguno para las espadas largas.

4) PORQUE NO SE REGLAN: LA IDIOSINCRASIA

DE LA ORDEN DEL TEMPLE.

Pero además de todo lo ya dicho, que es suficiente y no es poco, hay que tener otro factor a considerar: la reglamentación interna de la Orden. Independientemente de que existiera o no, ¿la llevaría un caballero Templario? la respuesta es no.

He leído en algunas ocasiones que el

Templario solo llevaría el escudo a caballo porque resultaba pesado y que, si combatía a pie, el arma larga era una preferencia mucho más aconsejable. Lógicamente, esto es falso. además de que el arma larga no existe, y que si existiera su uso carecería de técnica dada la ausencia de tradición, y de que si tuviera lo anterior sería un arma de

duelo, y de que si tuviera lo anterior sería morfológicamente inútil, además resulta que la Orden no la permitiría.

La Orden era una organización de combate muy precisa y muy eficaz, algo propio de la rigidez y la disciplina monástica. Era capaz de armar fuertemente a todos sus soldados (o casi todos, según el caso), y disponía de un método de combate muy efectivo que vendrá utilizándose desde finales del siglo XI, recogiéndolo en su regla para la posterioridad del siglo XII. Y una de las cosas que hacía que los templarios fueran tan eficaces en combate era, precisamente, que todo su modo de actuar en combate y el armamento que llevaban estaba religiosamente reglamentado. Los caballeros y sargentos Templarios (estos últimos si había abundancia de material, generalmente) llevaban a la batalla: cota de malla, escudo, lanza, espada, maza y daga, en la mayoría de los movimientos armados. Y ahí, la espada está muy bien definida: una espada de mano, o espada que permita una adecuada utilización desde el caballo y a pie, según las necesidades: una espada de arzón. En todo este cúmulo de armamento, cada pieza está específicamente diseñada para utilizarse de una manera eficaz y resolutiva. No hay dudas: el Templario lucha con escudo y lanza, sustituyendo la lanza por la espada si la pierde, y sustituye la espada por la maza si la

pierde, y combate con la daga si pierde la maza, e incluso en el caso de que perdiera el escudo y hubiera de empuñar su espada con sendas manos, lo único que estaría haciendo es empuñar una espada de mano o arzón con ambas manos: sigue sin aparecer la citada "espada larga". Es más, lo más probable es que ni siquiera hiciera eso, sino que combinara su espada o su maza con la daga, combinación de armas bastante más efectiva (dado que una espada de mano o una de arzón, a fin de cuentas, siguen teniendo la longitud de una espada de mano o una de arzón).

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El escudo no es un armatoste de solemnidad: es una absoluta falacia afirmar que "un caballero Templario se desprendería de él por su peso y que un arma larga sería más eficaz en esas circunstancias porque también cumple sus funciones defensivas", como me han comentado por ahí. Eso es incorrecto: entre otras cosas porque una espada de mano y media no es capaz de parar las flechas (de nuevo hay que insistir en que no podría utilizarse si la armadura corporal no ha evolucionado lo suficiente como para no necesitar escudo: es decir, lo suficiente para ofrecer una solida protección, por ejemplo, contra flechas). El escudo es un arma muy efectiva, útil para golpear y especialmente para defender, cuyo peso no es excesivamente alto, y menos para un individuo entrenado: hay que saberlo usar. Posiblemente, el escudo sea el mejor amigo de un combatiente en batalla.

Cuando los Templarios luchaban a pie, cosa que tenían que hacer en no pocas ocasiones, entonces empleaban un sistema clásico y tremendamente conocido en el mundo

medieval: un sólido y muy organizado muro de escudos. Estos muros protegían a los soldados mediante su cohesión y efectividad, y permitían romper con mucha eficacia a unidades de combate menos organizadas. Los muros de escudos dependían del entrenamiento de sus integrantes, pues igual que un muro de escudos bien entrenado, en el que cada miembro cumple su papel, es irrompible; un muro de escudos mal organizado se rompe con mirarlo. Y en estos muros, por tanto, el escudo es la pieza fundamental, que cada miembro utilizaba y que servía para proteger al resto: y había que entrenarse con ellos. Este era uno de los métodos de la época, muy efectivo, y muy utilizado. Estos muros, además, solían verse erizados con numerosas lanzas (nada comparable, por supuesto, con picas, en un principio), y con otras armas que los apoyaban. Lógicamente, estos muros se daban cuando no se usaba la caballería, es decir, en no tantas ocasiones como la carga.

Pero independientemente de eso hay una cuestión clave, y es que en un muro de escudos una espada empuñada a dos

manos es inútil: no solo no defiende al que la empuña, sino que además rompe la cohesión y la continuidad del muro. Y esto no es un beneficio. El arma para esos casos es simple: la espada de mano o de arzón, la lanza o la maza, y todas ellas con el escudo: armas a empuñar con una sola mano.

Por lo tanto, siendo la idiosincrasia de la orden el llevar el armamento de sus

hermanos y su organización en batalla como algo perfectamente determinado y organizado (la regla nos ha dejado buena cuenta de ello, y en ningún sitio se habla de armas largas), ¿donde quedaría la "espada larga", si además ignoráramos todos los demás datos? la respuesta es simple, de nuevo: en ningún sitio. La regla Templaría fue modificada en varias ocasiones, siendo las últimas en la segunda mitad del siglo XIII y, sumando además este dato: siguieron sin mostrar ninguna innovación al respecto. Recordemos una cuestión muy simple: los tejidos regulares de una orden podían absorber innovaciones, pero en general no sustituían sus métodos de combate ni su armamento a la ligera, y su sistema de combate era efectivo: mucho.

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Se ha llegado a decir que la Orden del Temple, por ser los guerreros más experimentados y la élite de combate, podrían haber empezado a usarla y luego haberla exportado al resto de los combatientes, que con la desaparición de la orden la pondrían de moda y de ahí ya se vería en el exterior a partir del siglo XIV. Pero esta teoría, además de ignorar todos los datos y cuestiones que he expuesto hasta ahora, es absolutamente carente de pruebas y relaciona a las órdenes militares con maestros (denominación posterior, claro) que poco o nada tenían que ver con los cúmulos religiosos de la época y que no se sitúan ni siquiera en sus mismos marcos geográficos y cronológicos. La absoluta ausencia de pruebas, el resto de los factores citados sobre morfología y uso, o la misma organización e idiosincrasia interna Templaría terminan de condenar el resto de la teoría. Es un manifiesto

anacronismo, por no decir que una tontería.

Esto también lo elimina otro hecho, que además aporta otro dato a la cuestión general del arma larga: la orden entrenaba a los Templarios, pero no les enseñaba de cero en condiciones normales. Aquellos que ingresaban en la orden ya eran caballeros o eran plebeyos con experiencia en sus oficios. Se les entrenaba y enseñaba a combatir, pero el 95% de ellos ya había sido educado en su hogar, recibiendo la instrucción de combate antes de entrar en la Orden, y recibiéndola allí en casos muy excepcionales. En este contexto, el hecho de que la Orden enseñara o manifestara el uso de estas armas es, por todo lo dicho, falacia. 5) PORQUE NO APARECEN: AUSENCIAS DOCUMENTALES Y GRÁFICAS.

Y además de todo lo anteriormente citado, que creo que ya sería bastante en lineas general, además hemos de manifestar un último apartado: la absoluta y tremenda carencia de fuentes documentales o gráficas que manifiesten este uso dentro de las órdenes militares (e incluso fuera de ellas).

Y hay que especificar pues, a fin de cuentas, sí conservamos algunos ejemplos muy

primitivos de armas largas que pudieran haber existido en la Edad Media de la Orden del Temple, como el siguiente cuchillo largo, el faussar (un estilo muy primitivo de hoja que, empuñada a dos manos, parece manifestar simbólicamente un armamento de gran fuerza, ídem de que lo usa a caballo). Y, lógicamente, no es de un templario, y casi poco tiene que ver con una "espada" en sí misma (no es una espada, dado que no tiene guarnición). Lo encontramos en la Biblia Maciejowski, a mediados del siglo XIII.

Y sin embargo, apenas existen más elementos con armas de algún tipo semejante, ni

siquiera parecidas y ya ni hablamos de iguales, a una espada larga. Seguimos sin encontrar muchas imágenes a nivel corriente, civil o de individuos laicos. Pero si además intentamos encontrar una sola referencia a armas largas en el caso de la orden del Temple, la respuesta es aún más sencilla: no las hay. Ni una sola evidencia.

Se ha hablado de los Templarios en otra calidad de tropas: flanqueadores, combate ligero, asedios, etc. pero aún así no existe ni una sola evidencia de que cambiaran en esas funciones su armamento por otro y, ya ni mucho menos, por "espadas largas" en concreto.

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En todos los casos, los Templarios aparecen con sus atributos clásicos: una lanza y un escudo. Siempre se manifiestan de esta forma, y no hay ningún caso en el que aparezca, ni mucho menos, una espada larga.

Pero no lo hay en imágenes y tampoco lo hay en fuentes documentales escritas: sencillamente es un silencio absoluto. Y a pesar de que la espada, como tal, de una mano o de arzón típica del siglo XIII, como escribe Oakeshott (en las fuentes, "espada" a secas), aparece en varias ocasiones, no existe absolutamente nada parecido a un arma mayor. Por lo tanto, sin pruebas documentales o escritas,

además, y con un sustrato arqueológico que corrobora estas cuestiones, lo cierto es que hay que rechazar el uso de las armas largas dentro de las órdenes militares, al menos hasta este siglo XIV citado, por no decir también que del resto de organizaciones o ejércitos laicos de la época. Sencillamente, no tiene cabida.

Se han manifestado las datos: hasta el hecho de que su uso en combate muchas veces se eliminaba (por un buen escudo), relegándose su práctica a un mero combate duelístico, donde tiene lugar más esgrima que dura lucha cerrada, más propia de una batalla.

CONCLUSIÓN Actualmente la imaginería popular comete el error (lógico, por otro lado), de representar siempre a estos caballeros y sargentos Templarios como esos monjes-guerreros de élite con sus yelmos de cubo y sus espadas a dos manos. Para nosotros. Los Caballeros Católicos del Temple, no sentimos pudor de destruir estas mitologías y leyendas fantasiosas, en un compromiso por mostrar y enseñar la verdadera e histórica cara de sus miembros: eran monjes y guerreros, el yelmo de cubo era casi inexistente, y relegado a escasas cuestiones a caballo, y la espada a dos manos es un completo anacronismo.

Las "espadas largas" (de espadas bastardas/mano y media y espadas a dos manos), por

tanto, NO se usaban en la Orden del Temple (ni prácticamente en ningún otro sitio en esta época) dado su cronología y ámbito geográfico, su morfología y uso en combate, la reglamentación templaría, la ausencia de documentación o pruebas, y la carencia de una tradición esgrimista que lo avale.

Contra todo esto, de forma genérica, simplemente se encuentran un gran conjunto de

ideas preconcebidas, estudios relativos y de muy poca profundidad y, en algunos casos, incluso razonamientos que poco o nada tienen que ver con el estudio científico o documentado. Las pruebas, no obstante, bastante solidas, hablan de otro modo.

Con el fin de restaurar la Historia y eliminar ideas erróneas incluso entre los

recreacioncitas que muchas veces las han de enseñar y mostrar a la juventud lo que no es y lo que realmente fue. Humildes guerreros de la fe, con espadas nobles pero humildes, con valores y virtudes.

Por Gerardo González Escobedo

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El Cantar de los Nibelungos El príncipe Sigfrido de Niederland, de las tierras

bajas, es el protagonista ausente de "La canción de los nibelungos", apuesto doncel y noble guerrero de sangre real, el involuntario causante del dramático desenlace de la historia legendaria, la razón esgrimida en una poética explicación dada a la desaparición histórica de la nación burgunda ante el huno Atila. La princesa Crimilda de los burgondos, la dama de Worms, es el objeto de su amor, la doncella soñada, la bella virgen de la cual se enamora perdidamente Sigfrido por las referencias que le han llegado de su inigualable hermosura. Los dos jóvenes se enamorarán mutuamente y su matrimonio será pronto un hecho. Brunilda es una extraña reina de Islandia, tan bella como brutal, que ofrece su mano a quien pueda vencerla en combate mortal, pero que caerá irremisiblemente rendida ante Gunther, el enamorado hermano de Crimilda, pero sólo por la astuta y mágica intervención de Sigfrido, y ese insólito romance también se saldará con el matrimonio deseado, para satisfacción de Gunther.

La historia hubiera acabado felizmente ahí, pero las consideraciones de un honor

arbitrario y, más que nada, la intromisión de las nada deseables voluntades femeninas en el mundo brutal e inflexible de los hombres germánicos, harán que todo un pueblo se inmole para dar cumplida satisfacción a una venganza sanguinaria que tiene su excusa y primer origen, en un acto tan trivial como es el protocolo real por el que se compite, para establecer el orden oficial de entrada en la iglesia de las dos damas centrales de nuestra historia, las cuñadas rivales Crimilda y Brunilda, complicado luego con la muerte alevosa del buen Sigfrido. Junto a ellos está, en un puesto destacado, el indefinible personaje de Hagen, brazo armado de Gunther, que hace alternativamente de héroe y de villano en la historia, al ser primero el ejecutor cobarde de Sigfrido y, más tarde, el heroico paladín del rey Gunther cuando llega la hora de la lucha final, al ponerse en marcha la máquina sangrienta de la traición final, el postrer acto del poema, con la ejecución del plan inmisericorde e innoble de la vengativa Crimilda.

Con la descripción del apuesto príncipe de Niederland da comienzo el poema. Su virtud es la más digna de un héroe germánico: reside pues en la potencia de su brazo y en su incansable bravura ciega, sumada a la permanente capacidad juvenil de dar muerte a quien quiera ser su rival, sea en una batalla campal o en un amistoso torneo entre caballeros. Matar en combate es la mejor tarjeta de presentación de alguien que quiera refrendar su noble origen y su limpia ejecutoria en el mundo de las tribus germánicas, tan poco versadas en letras, pero tan eternamente dispuestas a dar o recibir la muerte. Porque la muerte a manos enemigas es el mejor camino de los pueblos germánicos para llegar al paraíso celestial, a la más alta gloria de Dios, a lo que hasta hace sólo unos pocos siglos todavía se llamaba Valhalla.

Page 26: TEMPLARIOS DE CRISTO

Ahora, en plena vigencia de la cristianización, se ha olvidado el papel jugado por la

mitología de los dioses batalladores, porque sólo se admite la presencia del dios de los cristianos, y su intervención queda reservada para el combate contra los infieles, o cuando es necesario recurrir a su arbitraje, en aquellos juicios de Dios, en los que -cómo no- el tribunal es una arena y la muerte del rival es la mejor sentencia posible, porque va refrendada por el invisible sello de Dios. No queda, pues, sitio para el recurso a Thor, Odín o las Valkirias, pero se mantiene la idea esencial de la santificación de los hombres por el ejercicio constante y, hasta sus últimas consecuencias, de las armas. Pero, ahora, a Sigfrido no le mueve en su aventura la búsqueda de una confrontación contra un par de la caballería, sino la relatada belleza de la hermosa Crimilda, una princesa de Burgundia, hija del fallecido rey Dankrat y de la reina Uta, hermana de tres reyes, Gunther, Gernot y Giselher.

SIGFRIDO LLEGA A WORMS

Sigfrido, Sigfrid, hijo de Sigmond y Siglind, reyes de Niederland, era un príncipe apuesto y valeroso; un joven deseado entre las más nobles vírgenes de la corte de Santen, pero él no podía ni siquiera conceder su atención a aquellas doncellas, porque su inquieto corazón estaba en Worms, allí donde moraba la dulce Crimilda. Los reyes de Niederland quedaron preocupados con la revelación de su hijo, puesto que los burgondos eran gente temida y, entre ellos, destacaba el terrible barón Hagen, un adversario casi imposible de vencer. Pero Sigfrido, una vez que hubo comunicado su irrevocable decisión, preparó su marcha a Worms, con la sola escolta de una docena de hombres. Con ellos cabalgó a su destino, dirigiéndose a la corte del rey Gunther sin más dilaciones. El rey lo recibió, una vez que fue informado de la identidad de su visitante, para conocer la razón de su viaje, y el intrépido Sigfrido, sin más preámbulos, respondió que quería probar la afamada destreza del rey de los burgondos con las armas, seguro como estaba de vencerlo y hacerse con su reino y sus

gentes. Los nobles quisieron lanzarse sobre el osado Sigfrido, pero el tenso ambiente pronto se calmó y Sigfrido, el bravo e insolente caballero de las tierras bajas fue admitido como huésped de la corte de Worms, aunque su estancia se alargaba y él no llegaba a ver, aunque fuera en la distancia, a su amada Crimilda. Todo cambió cuando se supo en Worms de la llegada de una tropa de daneses y sajones que venían contra Worms. Enterado Sigfrido, ofreciese a Gunther para estar a su lado en esa confrontación que se avecinaba dura y peligrosa, aconsejándole que diera vigorosa respuesta a la afrenta de los daneses y sajones, y pidiendo a su rey Gunther el honor y la responsabilidad de poder bien servirle al mando de una tropa de mil guerreros con la que defender la Burgondia. Con ellos salió a castigar a los sajones, matando docena tras docena de enemigos, hasta capturar al rey Ludeger. Los daneses, al conocer la rápida victoria de Sigfrido, acudieron en ayuda de sus aliados sajones, pero también Sigfrido presentó combate y los venció con facilidad, rindiendo a su jefe, el rey Ludegast. Terminada la batalla, los dos sometidos soberanos fueron llevados a la corte de Worms, como prisioneros de guerra, para mayor honra de su señor Gunther de Burgondia.

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DE RIVAL A LEAL AMIGO

La noticia de la victoria no sólo alegró al rey Gunther y a sus súbditos; la princesa

Crimilda también quedó emocionada al conocer la hazaña de Sigfrido "el fuerte", de Sigfrido "el demonio", como le llamaban los pocos que habían combatido cerca de él y habían tenido la fortuna de sobrevivir. Ahora Sigfrido ya era el leal amigo y podía ser presentado a la princesa Crimilda, pues el rey su hermano no ignoraba su amor por ella. Al conocerse, ambos pudieron darse cuenta al instante de que el amor vivido por cada uno de ellos era un sentimiento mutuo. Sólo le faltaba al valeroso príncipe Sigfrido pasar por otra nueva prueba de armas, la prueba de rigor que le permitiera acceder a la mano de la princesa que acababa de conocer, y esta oportunidad soñada no tardó demasiado en presentarse. La ocasión de ganar el amor de la adorada Crimilda se llamaba Brunilda y era una reina tan bella como violenta, nada menos que la indómita soberana del lejano reino de Islandia. El rey Gunther la amaba en la distancia y necesitaba alcanzar su corazón. No era tarea sencilla, pues la singular reina exigía ser vencida en combate para conceder su corazón, y desgraciadamente, era tan fuerte como cruel, ya que muchos habían sido los nobles que habían pagado con su cabeza la derrota ante Brunilda. El rey Gunther era un temerario luchador, pero necesitaba de la ayuda de aquellos fieles voluntarios que quisieran arriesgarse con él en su intento. El buen Sigfrido, naturalmente, fue el primer caballero en ofrecerse incondicionalmente a su servicio, reclamando como única compensación, claro está, a Crimilda en matrimonio si la expedición resultaba favorable a los deseos de su rey y señor. Para completar la breve fuerza de acompañamiento, solicitó la presencia de los hermanos Hagen y Dankwart. También Sigfrido tomó algo más que nadie, salvo él conocía: un manto mágico arrebatado al enano Alberic, del país de los nibelungos, con el que podía hacerse invisible a la voluntad y quedar a cubierto de cualquier arma, por afilada que estuviera y por robusto que fuera el brazo que la empuñara. Sigfrido era invencible, pero en esta ocasión no trataba de conquistar prestigio para sí, sino la posibilidad de ganar el privilegio de ser el esposo de Crimilda.

Así que estuvo preparada la tropilla, los cuatro valientes partieron en barco hacia Islandia y, tras doce días de travesía marina, estaban frente a sus costas, divisando maravillados la altiva fortaleza de Isenstein. Fueron inmediatamente recibidos por la reina Brunilda, que debía estar ansiosamente a la espera de emociones violentas. Apenas estuvieron ante ella, los recién llegados, por boca de Sigfrido, anunciaron la intención del rey Gunther de ganarse la mano de Brunilda, la mujer con fama de ser más fuerte que doce hombres. Aceptó feliz Brunilda el reto esperado, recordando a todos los presentes que el fallo de Gunther en cualquiera de las pruebas supondría automáticamente su muerte, pues nunca se daba cuartel al vencido y le propuso competir primero en un combate a lanza y, si lo superaba, después en el lanzamiento de una piedra hasta tan lejos como se pudiera, para más tarde tener que alcanzarla de un solo salto. Aceptadas que fueron las dos absurdas pruebas, Sigfrido llamó en un aparte a Gunther para informarle de que, gracias a la posesión de la capa del enano Alberic, él iba a convertirse en el invisible contendiente de Brunilda, mientras que el rey actuaría fingiendo ser él el único combatiente de Brunilda. Así se hizo y fue Sigfrido quien derrotó con suma facilidad a la reina Brunilda con la lanza tras un combate en el que ella veía asombrada cómo la fuerza de Gunther se multiplicaba hasta desarmarla. Más tarde, Sigfrido arrastró la piedra por el aire, para luego transportar a Gunther de la misma forma y a lo largo del mismo trecho. Cumplido el trámite, Gunther, supuesto vencedor, hizo saber a su amada y vencida Brunilda que ahora ya era su prometida en toda regla y, por tanto, ella debía cumplir lo pactado, siguiéndole de buen grado en su viaje de regreso al país de los burgondos. La derrotada reina, entristecida por su obligada marcha, pero aceptando el que creía justo resultado quiso despedirse de sus súbditos y pidió el tiempo necesario para hacerlo en buena forma y preparar su marcha definitiva hacia el país del que iba a ser su esposo, y en el cual ella seguiría manteniendo su real rango.

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LA PREPARACIÓN DEL MATRIMONIO

Vencida Brunilda y otorgada por Gunther su hermana Crimilda en matrimonio, Sigfrido fue al país de los nibelungos a preparar un ejército que diera escolta a su rey, y para recoger del fabuloso tesoro de los nibelungos su propia dote. Sólo tuvo que vencer la oposición del guardián armado, pero eso no era más que un ejercicio de prácticas para el joven, movido como estaba por la felicidad de su próxima boda. Nadie más se opuso, ni siquiera el enano Alberic, ya despojado de su mágica capa y rendido de antemano ante el empuje de su antiguo vencedor. Eligió, pues, Sigfrido las más ricas joyas del tesoro de los nibelungos y exigió la escolta de los mejores mil hombres, con los que formó la majestuosa columna que debía pasar por Islandia para acompañar a su señor y a Brunilda, para más tarde arribar triunfal a Burgondia, a tono con la doble ceremonia que habría de realizarse. Dejando a los mil nibelungos en Islandia, Sigfrido se adelantó, para ser el primero que diera la noticia de la victoria de Gunther en Worms.

La noticia fue acogida con júbilo y todo el país se aprestó afanosamente en los preparativos del matrimonio real. Toda la corte se volcó en las calles de la capital, para recibir a su rey y a quien iba a ser pronto su reina. Sigfrido, en la gran fiesta de recepción, recibió oficialmente la mano de su amada. En el mismo día se celebró el doble matrimonio y todo parecía ser perfecto, salvo una mirada triste de Brunilda, quien sufría viendo a la princesa Crimilda acompañada por el vasallo Sigfrido. Gunther trató de tranquilizar su pesar, advirtiéndola que se trataba de un príncipe de Niederland, amigo fiel como ningún otro podía serlo. La respuesta irritó a la brutal Brunilda, que abandonó la sala y se dirigió airada hacia su aposento seguida del atónito Gunther. Allí, en la soledad de la cámara nupcial, exigió una explicación a ese extraño -para ella- emparejamiento. El rey quiso demostrar su poder sobre la esposa, pero Brunilda no se dejó ganar la mano y zarandeó a su marido dejándolo después colgado de un garfio de la pared. Sigfrido, que había presenciado la primera parte del sorprendente enfrentamiento entre la recién casada y su marido, se envolvió en la capa de Alberic a tiempo de seguir a la real pareja hasta la intimidad de sus habitaciones, tratando de averiguar la razón de aquella súbita cólera de la inexplicable Brunilda. A la vista de lo que sucedía, apagó las antorchas y, actuando con rapidez en la oscuridad libró de su humillación a Gunther, para inmediatamente abalanzarse sobre la fiera

Brunilda y propinarla una inolvidable paliza. Sin saber bien porque lo hacía, tal vez para descargar su ira ante tamaña desconsideración de la reina, Sigfrido aprovechó la situación para arrebatarla un anillo de su mano y el elegante cinturón que ceñía su talle. Los golpes ablandaron el genio de la reina y hasta la debieron hacerse sentir en su elemento, mientras que ésta, ignorante de nuevo de la invisible presencia de Sigfrido, pedía feliz y humilde perdón a su marido, al tiempo que le prometía eterno sometimiento a su real voluntad.

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CUESTIÓN DE PROTOCOLO

Sigfrido y su esposa Crimilda partieron para el reino de Niederland, en donde ocuparía el trono que le transmitía su padre el rey Sigmund y también aquel otro ganado por su mano, el de los nibelungos. Sigfrido reinaría con rectitud y prudencia, y su esposa, la reina Crimilda le daba un hijo, al que se le impuso el nombre de Gunther, en recuerdo del noble rey de los burgondos, al tiempo que allí, Brunilda tenía también un varón, al que le fuera dado el nombre de Sigfrido, en homenaje a este héroe. Pero, a pesar de las apariencias no había quedado zanjado el asunto de la boda entre vasallo y princesa. Fue por esta razón por la que Brunilda volvió a insistir en que Sigfrido rindiera vasallaje a su señor y la mejor manera sería

hacerle venir a la corte de Worms, con la excusa de un torneo entre caballeros. En mala hora aceptó el matrimonio la invitación de Gunther, pues la insistente Brunilda, tan pronto tuvo a su cuñada frente a sí, la hizo saber que Sigfrido no era más que el vasallo de su marido, pues así lo había oído ella de boca de Gunther al ser vencida en Islandia. Crimilda negó el vasallaje y se jactó de que en la ceremonia religiosa del día siguiente estaría situada por delante de su cuñada. Y fue cierto, Crimilda entró por delante de Brunilda en la catedral de Worms, humillándola delante de toda la corte. A la salida de los oficios, Brunilda exigió pública rectificación, pero Crimilda se limitó a mostrar aquella sortija y aquel ceñidor que Sigfrido hubiera arrebatado en la lucha con la airada dama, indicándola que ella, Brunilda, era la derrotada por su marido. Más encolerizada que nunca, Brunilda mandó llamar al rey Gunther para pedir explicación, pues ella creía firmemente que él era su doble vencedor. Gunther, al conocer la razón del alboroto, pidió la presencia de Sigfrido, para cuestionarle si era cierto que se hubiera jactado de su victoria. Sigfrido estaba ya listo para jurar ante su señor y amigo que nunca él había presumido de tales actos y aquello bastó para que Gunther interrumpiera el juramento, recuperada la confianza en quien siempre había demostrado su fidelidad, siendo culpable de todo lo sucedido su hermana Crimilda y su vana arrogancia.

SIGFRIDO PAGA CON SU VIDA

Gunther y Sigfrido seguían siendo inseparables, pero Brunilda y Crimilda estaban definitivamente enfrentadas. Hagen se acercó a su señora, para conocer la causa de su padecimiento y ésta le hizo saber que necesitaba satisfacer su sed de venganza con la sangre de Sigfrido. Entonces Hagen prometió dar fin a esa odiada vida con su propia mano, pero el rey y su corte -enterados de la promesa de Hagen- quisieron culpar a Crimilda y, sobre todo, evitar la posible respuesta violenta del invencible Sigfrido. Entonces todos se juramentaron para mantener en secreto la decisión de matarle, urdiendo un falso ataque extranjero a Gunther, para hacer que el héroe acudiera junto a su amigo y así poderlo matar a traición. En efecto, Sigfrido voló más que cabalgó hacia Worms, mientras Hagen se acercaba a la solitaria reina Crimilda, pretextando ser portavoz de la petición de perdón y de la gracia de su amistad por parte de la arrepentida Brunilda. Al tiempo, haciendo ver que quería guardar a Sigfrido del daño de un arma enemiga, consiguió que la ingenua Crimilda le revelase el punto débil de su marido, el único lugar de su cuerpo no bañado en la sangre del dragón que le había hecho invulnerable, en el centro de su espalda. Conociendo Hagen el punto exacto, todo lo que tuvo que hacer fue convencerle de que le acompañara en una pretendida cacería para, a traición, darle muerte con una lanza que clavó entre sus omoplatos.

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Después, el cadáver es llevado a Worms para dejarlo

a la puerta de Crimilda, como un insulto añadido a su muerte. Con sólo ver que no hay más herida que la que le ha atravesado la zona que ella desveló a Hagen, Crimilda sabe que Sigfrido ha sido asesinado, y también, quién ha sido el que ha causado su muerte por la espalda; para probarlo, la viuda hace desfilar a todos los nobles de la corte de su hermano delante del féretro de Sigfrido. Cuando le tocó el turno a Hagen, la herida se abre y de ella brota la sangre reveladora. Crimilda ya no necesita ninguna otra señal, Sigfrido ha sido la víctima de Hagen y, tras de él, se esconde el odio de Brunilda. Crimilda comunica a los padres de Sigfrido que se quedará en Burgondia junto a la tumba de su marido y que no renuncia a la justa venganza. ATILA CONSUELA SU VIUDEDAD La desgraciada Crimilda había quedado encerrada en su dolor, pero todo se volvía contra ella y sus recuerdos;

hasta el tesoro de los nibelungos había caído en manos de Hagen; mientras todo sucedía de este modo, el también reciente viudo Atila había oído de la bella y enajenada viuda de Sigfrido y quiso pedirla en matrimonio. No parecía posible que tal oferta fuera aceptada, pero, tras pensar en las posibilidades de poder que se le abrían al unirse a tan poderoso rey de Angra, Crimilda cambió de parecer y comunicó al mensajero Rudiger que ella aceptaba la proposición del muy valiente y noble Atila, y en partir tan pronto estuviera listo su séquito, para encontrarse con su prometido en Tulne, junto al río Danubio. De allí salió la más fastuosa comitiva real que se haya conocido, camino de Viena, en donde habría de celebrarse el matrimonio, en Pentecostés. Terminados los fastos reales, los reyes fueron a Etzelburg, a instalarse en la capital del reino de Angra. Nada sucedió durante siete años, y un día, Crimilda quiso que Atila invitase a los suyos, para que fueran testigos de su gran felicidad. Consintió el rey y envió mensaje a Worms para que viniera a su corte el rey Gunther y su nobleza. La noticia levantó dudas en Hagen, quien se sabía marcado por la muerte de Sigfrido, así como en otros nobles partícipes de la conspiración; otros querían creer que ya se habría olvidado Crimilda de la muerte canallesca de Sigfrido, y todos discutían sobre la conveniencia de tal viaje, pero el rey Gunther prefirió aceptar la invitación de su hermana, mandando organizar una caravana de más de mil guerreros a caballo y de nueve mil infantes que acompañaría a los visitantes burgondos hasta Etzelburg, para disuadir a Atila de cualquier deseo de traición hacia sus invitados; mientras salían de la corte las interminables columnas de hombres armados, en Worms reinaba el dolor de las esposas que quedaban atrás, pues ellas ya presentían el trágico final de esa impresionante comitiva. El viaje no tuvo incidente alguno en su primera parte, y pronto llegaron los diez mil hombres a orillas del Danubio, el primer obstáculo a la marcha de la expedición burgonda; a Hagen se le encomendó hallar el medio de cruzarlo y fue la mágica intervención de unas ninfas del río la que dio la clave de aquel paso, y asimismo, la advertencia de que la muerte les esperaba al otro lado del poderoso río. Hagen encontró al barquero del que le habían hablado las ondinas y se hizo con su balsa, aunque tuvo que dar muerte al obstinado hombre, que se negaba a prestar su embarcación a desconocidos. Con ella atravesaron todos el crecido Danubio. En la otra orilla, Hagen, conocedor de su suerte, destruyó la balsa, haciendo saber a todos que ya se había traspasado el punto sin retorno; que ahora ya sólo les quedaba enfrentarse a su destino hasta las últimas consecuencias. Pronto se vio que la situación había cambiado radicalmente, pues tuvieron que enfrentarse y derrotar al margrave Else, señor de aquellas tierras, que había intentado cerrarles el paso.

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Gunther ordena ocultar el tesoro en el Rhin.

Más tarde, en Bechelaren, se les unió el

margrave Rudiger, con quinientos hombres más. En la frontera de Angra les aguardaba Teodorico, que pronto esperaba casarse con la sobrina de Atila, pero que iba al encuentro de los de Worms con la idea de advertirles de aquellos planes de venganza que había atisbado en Crimilda; los burgondos le contestaron que sabían cuál era el designio de la segunda esposa de Atila, pero que ya habían cruzado el punto tras el cual no se podía regresar, por ello, seguían su viaje hasta el palacio del rey de los hunos, como si nada fuera a sucederles. CRIMILDA RECIBE PUBLICA OFENSA Crimilda recibió a su hermano el rey y pretendió mostrar su felicidad por tenerle junto

a ella. Sin embargo, Hagen espetó a su anfitriona que sabía que esta supuesta fiesta no era más que el ropaje de una emboscada, haciendo que Crimilda se obligara a demostrar su encono hacia los asesinos de su primer y amado marido: después, refrenándose, invitó a los burgondos a despojarse de sus armas, pero ellos se negaron; más encolerizada todavía, Crimilda inquirió sobre la identidad de quién había podido inspirar tal temor en los invitados y Teodorico se adelantó para comunicarla que él mismo había advertido del peligro a los burgondos. Ya instalado en palacio, Hagen, con la espada Balmung arrebatada a Sigfrido sobre su regazo, permaneció sentado ante la reina Crimilda y su guardia, en clara señal de desafío, a la vez que declaraba públicamente haber sido él quien había dado muerte a Sigfrido. Crimilda se vio insultada y, lo que es peor, comprobó cómo su guardia retrocedía ante la figura tremenda y desafiante del decidido Hagen. Sin fuerzas que la respaldasen, la reina dejó que la recepción comenzara. Nada pasó en su desarrollo y sólo, al llegar la noche, cuando los burgondos quisieron retirarse a sus dormitorios, vieron que se les cerraba el paso. No obstante, pronto se retiró la tropa de los hunos y los invitados pudieron encaminarse a sus lechos, atentos a lo que se cernía ostensiblemente sobre sus cabezas, ya que se cerraba el copo de los hunos alrededor de su dormitorio, pero bastó la presencia de Hagen armado y presto para la lucha, para que el nuevo intento de dar muerte a los burgondos se desbaratara.

EL BAÑO DE SANGRE

En la mañana siguiente, los burgondos se dirigieron al templo totalmente armados; tras la misa se preparó el torneo, del que el prudente Teodorico retiró a sus seiscientos hombres; quedaron solamente hunos y burgondos, y tampoco nada sucedió en las justas. Crimilda, en un aparte, pidió ayuda a Teodorico para vengar el asesinato de su marido, pero Teodorico recordó que todos estaban sometidos a la ley de la hospitalidad y que nunca atacaría a quien se encontraba bajo la protección de Atila. Con la negativa de Teodorico, Crimilda se fue a Bloedel, el hermano de Atila, y éste aceptó la venganza a la hora de la comida. Con mil guerreros entró Bloedel en la estancia secundaria en la que se hallaban los infantes de Burgondia, anunciando su intención de dar muerte al asesino de Sigfrido, pero Dankwart, el hermano de Hagen, lo mató con su espada tan pronto hubo terminado de hablar. Así empezó la disparatada batalla, con armas quienes las tenían y los que no disponían de ellas con los restos del mobiliario en sus manos. Dankwart, herido, penetra en la sala principal, interrumpiendo la comida de los reyes; Hagen, al ver a su hermano sangrando, mata sin pensarlo una segunda vez, al hijo de Atila con su espada; Atila y Gunther intentan parar la matanza pero, al no conseguirlo, se unen a la furiosa lucha.

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Crimilda vuelve a rogar a Teodorico que empuñe la espada por ella, pero el godo pide una tregua a Atila y se retira con sus hombres del escenario. El margrave Rodajear, sintiéndose también ajeno a la contienda, pide permiso a Gunther para hacer lo mismo con su gente. Y el combate prosiguió con saña hasta la noche; los agotados contendientes acordaron un alto, pidiendo la continuación del desafío en campo abierto, pero Crimilda intervino para negar tal posibilidad, exigiendo la entrega de Hagen por la vida del resto de los burgondos. Ante la negativa de Gunther y sus hermanos, Crimilda mandó a los hunos abandonar el palacio y prenderle fuego para acabar con todos los burgondos encerrados dentro de él. Pero tampoco el fuego terminó con sus odiados enemigos, al salir el sol estaban vivos y listos para la lucha. Rudiger, de vuelta en palacio, se vio compelido, en contra de su voluntad, pero a tenor de su lealtad hacia Atila, a empuñar las armas contra los burgondos hasta su muerte; Teodorico, al conocer las noticias, regresó al campo de batalla para rescatar el cadáver del inmolado Rudiger, pero los burgondos tomaron su vuelta como un ataque y sólo quedaron en pie Hagen y Volker, con su rey, Hagen, por un bando, frente al anciano Hildebrando por el otro. A él se le unió Teodorico, y fue su espada la que malhirió a Hagen y terminó el combate con la captura de Hagen y Gunther. Llevados a presencia de Crimilda, ésta mandó matar a su propio hermano y, con la espada Balmung en sus brazos, decapitó a Hagen. Entonces, Hildebrando, viendo que se daba muerte a un hombre indefenso, mató a Crimilda. Sólo quedaron con vida Atila, Teodorico y el viejo Hildebrando, en Hungría, mientras la cruel y despótica Brunilda estaba a salvo, en la remota Worms, sin importarle, al parecer, haber sido la causante de aquella matanza sin sentido.

LA LEJANA REALIDAD HISTÓRICA

Con este relato fabricado por trovadores, por los restos del pueblo burgondo, o por

alguno de sus exegetas, que vivieran en la lejanía del siglo XII, a setecientos años de distancia, se trata de explicar la razón poética de la desaparición del efímero país de los burgondos, apoyándose en la figura trágica de la traición de una mujer a su propio pueblo, la alevosa maniobra de una mujer insensata empujada por el febril ansia de venganza; y sitúan la acción en un escenario que les libere de la responsabilidad de la derrota, allá en la muy remota indefensión del palacio de Atila, el huno, siendo también este rey otra víctima de su esposa, no el protagonista de la masacre. En realidad, los burgondos, venidos desde el Báltico hasta Worms en una marcha guerrera que duró cientos de años, tras su asentamiento en Germania, en las fronteras con Sarmatia, y que no se detiene en esa fría orilla del mar suévico. Los burgondos cruzan después el Oder y siguen hacia el fértil sur, al despojo de las antiguas Galias, saltando la barrera natural del Rhin, al finalizar el año 406. Son los bárbaros haciéndose con los despojos del que fuera grandioso imperio romano. Se detienen en Vaugiones, Worms, allí encuentran su terreno soñado, la efímera capital de su reino burgondo, pero los vándalos nómadas no pueden o no saben sostener su único reino más que veintitrés años, pues en el 436 su territorio es rebasado por las huestes fugitivas de Atila, que se ve empujado hacia el oeste por las últimas fuerzas romanas del general bárbaro Aecio y de su aliado, el visigodo Teodorico, precisamente hacia las mismas Galias que pretenda obtener Atila como dote en el propuesto matrimonio con Honoria, la hija de Placídia, en ese ofrecimiento de la asustada Roma. Gunther (Gundahar), el rey elegido, apenas puede hacer otra cosa que ofrecer el bulto de su cuerpo y la vida de casi veinte millares de hombres, al experimentado y poderoso ejército del pagano rey Atila, para quien el final de ese reino burgondo nada significaba, que no fuera otra victoria más. Atila moriría más tarde, y no precisamente por mano de los extintos burgondos, pues su derrota en las cercanías de Troyes, en los Campos Cataláunicos se produce en el año 451, frente al ejercito de Aecio: después intenta atravesar los Alpes y también vuelve a ser rechazado, esta vez por León I, muriendo, finalmente, en el año 453, diecisiete años después de que el reino de los burgondos hubiese cesado su brevísima crónica.

Por FLP

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Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de Salomón

(Orden Católica del Temple)

Maestrazgo Templario Católico Internacional