TEMPERAMENTO Y CARÁCTER

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TEMPERAMENTO Y CARÁCTER Con gran estupor, el pasado seis de mayo del presente año, veía y escuchaba decir al Dr. Oswaldo Hurtado Larrea, ex presidente del Ecuador, en un canal de televisión local, mientras le entrevistaban sobre la actuación y personalidad del Presidente Rafael Correa D., que éste no cambiaría su estilo y forma de gobernar, atrabiliaria y confrontante, rayana a lo dictatorial, según sus criterio, y que los seres humanos no cambiamos, somos como somos, de allí el dicho: genio y figura hasta la sepultura. Winston Churchill, polémico estadista inglés, admirado por unos y denostado por otros, afirmaba, con gran sapiencia, una gran verdad: Churchill decía que: mejorar es cambiar, ser perfecto es cambiar a menudo. Las leyes naturales hablan de que sin movimiento, sin cambio, no existiría evolución. Nada es inmutable ni estático en la naturaleza. Somos parte de esta biósfera y por tanto, cambiamos a cada instante, no solo fisiológicamente, sino anímica y caracterológicamente. Que el temperamento sea el conjunto de cualidades y tendencias con las que hemos nacido y que identifican nuestra forma de ser, que el temperamento sea la base biológica del carácter que

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TEMPERAMENTO Y CARÁCTER

Con gran estupor, el pasado seis de mayo del presente año, veía y escuchaba decir al Dr. Oswaldo

Hurtado Larrea, ex presidente del Ecuador, en un canal de televisión local, mientras le

entrevistaban sobre la actuación y personalidad del Presidente Rafael Correa D., que éste no

cambiaría su estilo y forma de gobernar, atrabiliaria y confrontante, rayana a lo dictatorial, según

sus criterio, y que “los seres humanos no cambiamos, somos como somos, de allí el dicho: genio y

figura hasta la sepultura”.

Winston Churchill, polémico estadista inglés, admirado por unos y denostado por otros, afirmaba,

con gran sapiencia, una gran verdad: Churchill decía que: “mejorar es cambiar, ser perfecto es

cambiar a menudo”. Las leyes naturales hablan de que sin movimiento, sin cambio, no existiría

evolución. Nada es inmutable ni estático en la naturaleza. Somos parte de esta biósfera y por

tanto, cambiamos a cada instante, no solo fisiológicamente, sino anímica y caracterológicamente.

Que el temperamento sea el conjunto de cualidades y tendencias con las que hemos nacido y

que identifican nuestra forma de ser, que el temperamento sea “la base biológica del carácter que

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está determinado por los proceso fisiológicos y factores genéticos que inciden en las

manifestaciones conductuales”, es una cosa y está regido por una serie de factores de diversa

naturaleza fenotípica y biotipológica, sobre todo. Pero el carácter o personalidad es más bien la

conjunción de características o patrón de sentimientos, emociones y pensamientos ligados al

comportamiento de los individuos, el que tenemos que ir puliendo a medida que caminamos por

el sendero pedregoso de nuestras existencias y haceres cotidianos.

Hace unos años escribía sobre el amor y el carácter y afirmaba que uno de los principales objetivos del destino humano, sea éste conscientes o no de ello, es la forja del carácter. Nuestro Ego (1), decía, es comparable a una joya, un diamante en bruto y una corteza gruesa la envuelve tan pronto como se saca a la luz y recelosa esconde el esplendor que contiene. Para convertirse en una gema esplendente, la mano experta limpia cada una de sus caras y debidamente la pule en un molino de piedra muy dura. Poco a poco, poco a poco, el albor se refleja en sus múltiples facetas, finalmente, mostrando su belleza oculta, tal como lo expresó tan bellamente Max Heindel en sus escritos.

Como una alhaja oculta en su viaje a través de la materia y por medio de la rueda de moler fundamental que es la experiencia y luego mediante el pulimento fundamental que es la toma de de consciencia, en cada vida el Ego limpia los depósitos impuros y acepta la nueva luz de la inteligencia. El temperamento y el carácter del Triple Espíritu difieren en cada vida que vivimos y con el tiempo pueden mostrar una pequeña parte de nuestra verdadera naturaleza espiritual y poco a poco desarrollar una cualidad latente de nuestras posibilidades divinas. Pero tenemos que completar y hacer nuestro temperamento más estable y por lo tanto buscar la meta de auto-control a través de un sacrificio y disciplina continua y permanente. Creo apropiado citar una vez más a Goethe, que concentra en una sola frase estas importantes realidades: "De todo el poder que le encadena el mundo, el hombre se libera cuando gana auto-control”

El proceso es lento, pero inevitable. Sin embargo, hay un factor que regula su magnitud, circunstancias y consecuencias, buenas o malas, alegres o dolorosos es decir, la disyuntiva que se presenta al ego, el espíritu, en el llamado libre albedrío. Por medio de nuestra capacidad de decidir, nuestra libertad para el bien o el mal, hemos creado nuestro destino, nuestra salud, nuestras enfermedades, fracasos y escasez o la sonrisa de la fortuna. No olvidemos que nacemos inocentes, pero entregados desnudos al mundo y llenos de tendencias, fortalezas, virtudes, debilidades y activos o pasivos en nuestra cuenta personal que en un determinado período de tiempo y circunstancias particulares hay que emplear y pagar para alcanzar ciertos objetivos. Pero como se mencionó anteriormente, podemos cambiar esas tendencias y revitalizar nuestras virtudes a través de la práctica de la voluntad y la perseverancia. Cuando creemos que un objetivo es valioso e importante en nuestras vidas, cualquier sacrificio personal o colectivo deja de serlo y es soportable y todo esfuerzo es poco, en aras de la consecución del mismo.

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Empero, en la sociedad actual se han subvertido los valores y creemos que el éxito material o económico es per se el epítome de la felicidad y la complementación del ser y que aquello es paralelo a la obtención de triunfos personales. Nuestro sistema utilitarista nos ha llevado a creer firmemente que el cumplimiento de los deseos y la acumulación de "cosas", bienes o posesiones nos traen la felicidad y que el bienestar es paralelo a la riqueza personal. Lamentablemente, si el objetivo ha sido perseguido sólo sobre las bases de estos pseudovalores y una vez satisfechas las necesidades físicas o emocionales, no habrá nada más que vacío y oscuridad en el alma. Hay un realismo trivial en la búsqueda de ese estilo de vida acelerado y superficial y la experiencia a lo largo de los siglos confirma esta afirmación ya que al final estos comportamientos conducen a un destino protervo. Más cerca de la felicidad es la práctica permanente de la verdad, el compromiso real con nuestras responsabilidades adquiridas junto con nuestras promesas a los demás y especialmente nuestras obligaciones y promesas interiores, si aquellas están orientadas hacia la práctica del bien, de la prosperidad inegoísta y de la búsqueda del bien común....Y su consecución se logra solamente si el sujeto social modifica permanentemente su visión conciencial y por ende su carácter.

El arte de la política requiere de dinamismo y sabiduría, pero por sobre todo, de adaptación y aplicación sosegada, más no estática, a los cambios y retos que la misma competencia febril impuesta por un mundo voluble y tecnificado impone. De tal suerte que la sepultura será un destino menos sombrío si su irremediable y obligado ocupante llega a ella con un carácter y personalidad modificados y mejorados, pues esta mudanza es la esencia misma y razón de nuestras vidas.

José Mejía R.

14-05-2013

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(1) Ego, diferente de la personalidad, entendido aquel como la suma del espíritu triple revestido de sus vehículos o cuerpos que se transforman lentamente en alma, su alimento, y finalmente en consciencia, lo que se consigue mediante el bien vivir, bien actuar y bien pensar. Generalmente se confunde o utiliza el término “ego” como sinónimo de personalidad o temperamento, diferente del carácter, pues mientras con el primero se nace, como herencia evolutiva, al segundo se lo hace, se lo modela y construye en base a las experiencias y el conocimiento.