Tema 9. lecciones 3 7. bachillerato

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TEMA 9. LECCIÓN 3 Las fuerzas políticas marginadas del sistema

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TEMA 9. LECCIÓN 3

Las fuerzas políticas marginadas del sistema

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Durante la Restauración, los republicanos, carlistas, socialistas y nacionalistas quedaron relegados a la oposición y nunca consiguieron obtener un número suficiente de diputados para formar gobierno o constituir una minoría parlamentaria influyente.

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En la práctica, el sistema de la Restauración marginó de la vida política a amplios sectores de la sociedad. Para eso, se formuló una doble estrategia:

Por un lado, integrar en el juego político a las facciones más acomodaticias de la oposición, otorgándoles un espacio reducido en el Parlamento.

Por otro, marginar del sistema a los elementos más radicales.

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Carlistas:

Este es uno de los sectores que se decidieron por el enfrentamiento con la Restauración, la dirección de los cuales, tras su fracaso bélico, optó por el exilio en Francia y por constantes conspiraciones; de esta manera, se formaron partidas de combatientes y se introdujeron armas clandestinamente, pero los carlistas carecían de capacidad y de apoyos para organizare levantamientos con fuerza; sin embargo, en algunas ocasiones, llegaron a colaborar con las insurrecciones republicanas para derrocar a la monarquía.

Vencido militarmente, el carlismo pretendió presentarse ante la opinión pública como la única fuerza política auténticamente católica. Pero el apoyo explícito de una buena parte de la jerarquía eclesiástica y del Vaticano a la dinastía alfonsina dificultó el éxito de esta operación y condujo al movimiento carlista a una escisión. En el año 1888, un sector carlista de carácter integrista, encabezado por Ramón Nocedal, creó el Partido Tradicionalista, definido por el antiliberalismo y por la defensa a ultranza de la tradición y de la religión católica.

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El Republicanismo:El gran vencido por el golpe de Estado de 1874,

se debió enfrentar: Al desencanto de una buena parte de sus seguidores.

A una fuerte represión por parte de las autoridades.

A las divergencias y divisiones dentro del propio partido:

Una pequeña parte del republicanismo, dirigida por Emilio Castelar, fundó el llamado Partido Posibilista, y optó por entrar en el juego político de la Restauración, aceptando un papel sencillamente testemonial.

Los núcleos más radicales formaron el Partido Republicano Progresista encabezado por Ruíz Zorrilla, que desde el exilio fue protagonista de varios pronunciamientos a finales de la década de los ochenta.

El resto del republicanismo unitario se organizó alrededor de Salmerón.

Los federales, que era el grupo más numeroso, siguió bajo la influencia de Pi i Margall, su líder histórico.

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Otras fuerzas políticas

Unión Católica:

Surge gracias al nuevo espíritu del Papa León XIII, favorable a la participación de los católicos en la política liberal, lo que supuso el fin del apoyo que una parte de la jerarquía católica española le había dado al carlismo.

Se funda en el año 1881, y es liderada por Alejandro Pidal. Su espíritu es conservador y católico, muy crítico con los conservadores.

Partido Democrático-Monárquico:

1881, Segismundo Moret.

Se trata de una escisión izquierdista de los fusionistas (liberais) de Sagasta unida a los partidarios demócratas de la Revolución Gloriosa que reivindicaban los principios democráticos de la Constitución de 1869 (Montero Ríos)

Izquierda Dinástica:

1882, Serrano.

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TEMA 9. LECCIONES 4 y 5

El nacimiento de nacionalismos y regionalismos

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Uno de los fenómenos más destacados de la Restauración fue la emergencia de movimientos de carácter nacionalista y regionalista en diversas zonas de España, como Cataluña, País Vasco o Galicia. La gestación de estos nacionalismos se debe comprender como una reacción frente a las pretensiones uniformadoras del sistema político y administrativo adoptado por el liberalismo y su pretensión de imponer una cultura oficial castellanizada, que ignoraba la existencia de otras lenguas y culturas.

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El catalanismo Hacia el año 1830, dentro del contexto cultural del

Romanticismo y en el marco de un Estado liberal español con dificultades para vertebrar un desarrollo económico armónico, surgió en Cataluña un amplio movimiento cultural y literario, conocido como la Renaixença.

En sus comienzos, tenía como fin la recuperación de la cultura catalana y carecía de aspiraciones y proyectos políticos. Sin embargo, las primeras formulaciones catalanistas de contenido político vinieron de mano de Valentí Almirall, un republicano federal decepcionado, que fundó el Centre Catalá (1882): Pretendía sensibilizar a la opinión pública catalana con el fin de

conseguir la autonomía, por lo que en el año 1885 impulsó la redacción de un “Memorial de Agravios”, que le fue presentado a Alfonso XII. El memorial denunciaba la opresión de Cataluña y reclamaba la armonía entre los intereses y las aspiraciones de las diferentes regiones españolas.

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Un grupo de intelectuales, vinculados al periódico La Renaixença y contrarios al progresismo de Almirall, fundaron la Unió Catalanista (1891), una federación de entidades de carácter catalanista de tendencia conservadora. Su programa quedó fijado en las Bases de Manresa, que defendía una organización confederal de España y la soberanía de Cataluña en política interior.

El impacto de la crisis del año 1898 fue decisivo para la maduración y expansión social del catalanismo. La convergencia de intereses entre los sectores catalanistas favorables a la intervención electoral y la burguesía industrial y comercial, cada vez más alejada de los partidos dinásticos y más próxima al regionalismo, dereivó en la creación en 1901 de un nuevo partido, la Lliga Regionalista (Francesc Cambó):

La Lliga presentaba un programa político conservador, centrado en la lucha contra el corrupto e ineficaz sistema de Restauración y a favor de un reformismo político que le otorgase autonomía a Cataluña.

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El nacionalismo vasco

En el País Vasco, el fortalecimiento de una corriente de defensores de la lengua y la cultura vascas (euskeros) surge como reacción a: La abolición de los foros tras la última guerra carlista dio origen

al nacimiento de una corriente de reivindicaba la reintegración foral.

Por otro lado, el proceso industrializador favoreció una fuerte inmigración, que supuso una ruptura de la sociedad tradicional vasca.

Sabino Arana, recogiendo la tradición foralista y éuscara, formuló los principios originarios del nacionalismo vasco y fundó el Partido Nacionalista Vasco (PNV. 1894). Su ideología se articulaba en torno a los principios de: La raza vasca. Los foros. La religión.

Su lema era “Dios y Leyes antiguas” y defendía la vieja sociedad patriarcal desde una perspectiva antiliberal y tradicionalista, al mismo tiempo que abogaba por la total reintegración de los foros.

En sus últimos años de vida, su discurso se fue moderando, para impulsar la creación de un partido autonomista.

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Galeguismo La sociedad gallega,

diferenciándose de la catalana o de la vasca, seguía siendo eminentemente rural. Presentaba una débil burguesía frente a una clases dominantes, compuestas básicamente por una vieja hidalguía y por la Iglesia.

El regionalismo fue más débil y tardío en Galicia, a pesar de contar con una sociedad mucho más homogénea y con una población mayoritariamente campesina en la que la lengua y las tradiciones culturales estaban muy arraigadas.

A mediados del siglo XIX, se inició una corriente que dio lugar al Rexurdimento; Esto significó el redescubrimiento literario de la lengua y de la cultura gallegas. Solamente unas minorías cultas, insatisfechas ante la situación del país, comenzaron a responsabilizar a la subordinación política de Galicia de su atraso económico, que forzaba a muchos gallegos a emigrar.

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Este grupo, introduce en el pensamiento gallego el historicismo, esto es, la convicción del carácter singular de cada pueblo, que se manifiesta en una trayectoria histórica propia e irrepetibles caracteres étnicos. Todo esto implicaba que Galicia era un organismo colectivo que, por existir objetivamente, tenía una derechos culturales, económicos y políticos.

Fue durante la última etapa de la Restauración, cuando el galeguismo fue adquiriendo un carácter más político, pero este movimiento se mantuvo minoritario, a pesar del prestigio de algunas de sus figuras (Manuel Murguía, Alfredo Brañas ou Rosalía de Castro). Estos jóvenes recogían la herencia ideológica de sus precursores y recuperan el discurso galeguista, tratando de promover el resurgimiento literario del gallego. Este provincialismo no será más que una corriente de opinión en la prensa (El Clamor de Galicia, Galicia: Revista Universal de este Reino, La Ilustración Gallega y Asturiana, etc.) y en la intelectualidad gallega hasta la aparición del regionalismo (años ochenta del siglo XIX).

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Regionalismo (Rexionalismo): Con el regionalismo, el galeguismo deja de

estar políticamente subordinado para adquirir un programa y organización propia (social y políticamente).

En estos años pasa a tener tres corrientes distintas:La liberal: heredera del provincialismo y encabezada

por Manuel Murguía, fundador de las primeras organizaciones del galeguismo. Su programa reclamaba:

La autonomía política de Galicia. La erradicación del caciquismo. La cooficialidad del gallego. La regaleguización del funcionariado y de la cultura del

país. Políticas superadoras del atraso económico y de la

emigración.La tradicionalista, dirigida por Alfredo Brañas.La federalista, representada por Aureliano Xosé

Pereira.

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Valencianismo y andalucismoMás débiles resultaron los movimientos

regionalistas valenciano y andaluz: El valencianismo adquirió cierta

importancia a partir de la creación de Valencia Nova (1904) y de la Juventut Valenciana (1908), primeros pasos hacia la creación de un movimiento político.

En Andalucía se empezó a forjar un regionalismo andalucista alrededor del Ateneo de Sevilla, al que Blas Infante le dio un fuerte impulso a partir de 1910, pero no consiguió tener una influencia política importante antes de la Guerra Civil.

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TEMA 9. LECCIÓN 6

Las Guerras Coloniales

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El comienzo de la insurrección cubana y el éxito experimentado por la misma a lo largo de 1895, tuvo como consecuencia inmediata la sustitución de Sagasta por Cánovas del Castillo. La tarea gubernamental quedó concentrada de forma automática en la guerra de Cuba.

Cánovas envió a la isla al general Martínez Campos, esperando que pudiese repetir la pacificación de los años setenta (Paz de Zanjón 1878), pero éste se dio cuenta de que la situación era diferente. Martínez Campos llegó a recomendar una política de mayor dureza que él no se sentía capaz de llevar a cabo. Así, en 1896 fue sustituido por Valeriano Weyler quien llegó con un mayor contingente de tropas españolas (superaba los 2000 soldados). Su llegada supuso la transición de un género de guerra convencional a la dureza de la lucha antiguerrillera. Lejos de acabar con la insurrección cubana, el sistema empleado por Weyler provocó una elevada mortandad entre la población civil y militar, además de afectar seriamente a la economía cubana.

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Tras el asesinato de Cánovas, el nuevo gobierno liberal cambió de estrategia decantándose por la conciliación, es decir, en 1897 se concedió a Cuba la Autonomía (sufragio universal, igualdad de derechos, autonomía arancelaria, con todo, estas medidas llegaron tarde y la rama independentista cubana, apoyada por Estados Unidos, se negó a aceptar el fin de la guerra. De este modo, en 1898 España y Estados Unidos comenzaron una guerra por el control de Cuba. El pretexto de entrada de Estados Unidos en al Guerra fue el hundimiento (por parte de España) de uno de sus buque de guerra, el Maine, acorazado en el puerto de La Habana.

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Paralelamente a la guerra cubana, también se produjo la insurrección de Filipinas. La presencia e intereses españoles en este archipiélago eran menores que en las Antillas, quedando limitado a la explotación de recursos naturales y a su utilización como punto comercial estratégico con China. El principal dirigente del levantamiento sería José Rizal.

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En abril de 1898 los americanos intervinieron en Cuba y Filipinas, y llevaron a cabo una rápida guerra que acabó con la derrota de la escuadra española en Cavite (Filipinas) y Santiago de Cuba. En diciembre de 1897 se firmó la Paz de París, por la que España renunciaría a sus últimas colonias en Cuba, Filipinas y Puerto Rico, que quedaban, a partir de entonces, bajo la influencia estadounidense.

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TEMA 9. LECCIÓN 7

As consecuencias do ano 1898

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La crisis colonial favoreció la aparición de movimientos que, desde una óptica cultural o política, criticaron el sistema de la Restauración y propugnaron la necesidad de una regeneración y modernización de la política española, destacando en este ámbito el pensamiento de Joaquín Costa que hablaba de la necesidad de dejar atrás los mitos de un pasado glorioso, modernizar la economía y la sociedad y alfabetizar a la población (“escuela y despensa y siete llaves al sepulcro del Cid”).

En el contexto interno el “Desastre do 98” abrió un debate sobre las responsabilidades de la guerra, el revisionismo político y el regeneracionismo nacional. Los escritores de la “Generación del 98” produjeron una “literatura del Desastre”, que era una autocrítica nacional. El 98 cerró una etapa y abrió otra nueva para España.

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Entre las consecuencias podemos subrayar: Las pérdidas humanas, unos 60.000 soldados

españoles perdieron la vida. Los perjuicios psicológicos también fueron importantes, los soldados volvieron heridos y fueron pésimamente atendidos, muriendo de hambre, mutilados o tarados por la guerra. A esto se le añade la desmoralización de una país consciente de la propia debilidad y de lo inútil del sacrificio.

El pueblo español vivió la derrota como un trauma nacional, extendiéndose el sentimiento de inferioridad, desmoralización e impotencia. La incertidumbre alcanzó incluso a la prensa de la época, que llegó a temer un ataque y posterior ocupación de las Islas Canarias.

Las perdidas materiales. La derrota supuso la pérdida de los ingresos procedentes de las colonias, así como de los mercados privilegiados que éstas suponían y de las mercancías que, como el azúcar o el cacao o el café deberían comprarse a precios internacionales de ahora en adelante.

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La crisis política resultó inevitable. El desastre político afectó a ambos partidos, pero sobre todo al Liberal, a Sagasta, a quien le tocó firmar la derrota.

Consecuencia inmediata fue la pérdida de prestigio y el final de la primera generación de dirigentes de la Restauración, que debía ceder el terreno a los nuevos líderes “regeneracionistas”, como Francisco Silvela y Antonio Maura en el Partido Conservador, y Segismundo Moret, Eugenio Montero Ríos, y José Canalejas en el Partido Liberal.

Tras el gobierno liberal de Sagasta, se inició una política reformista de manos de Silvela, basada en: Diversos proyectos de descentralización administrativa. El impulso de una política impositiva que aumentaba los tributos

sobre los productos de primera necesidad y creaba otros nuevos para hacer frente a las deudas contraídas en la guerra.

El espíritu regeneracionista duraría poco, ya que estas cargas fiscales acabarían provocando la huelga de los contribuyentes y, consecuentemente, la dimisión de los ministros más renovadores, conscientes de la dificultad de continuar la reforma. Las promesas de regeneración apenas tenían incidencia em la vida política del país, que continuaría llevando a cabo sus sistema de turnos.

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Fue también muy grave el desprestigio militar, derivado de la dureza de la derrota. Aunque la responsabilidad era más política que militar, el Ejército saldrá muy dañado en su imagen. La mentalidad militar se inclinará hacia posturas más autoritarias a la vuelta a su intervencionismo en la vida política española.

Frente al fracaso del nacionalismo español, crecerán con fuerza en el siglo XX los nacionalismos catalán (Lliga Rexionalista desde 1901) y vasco (PNV) y, en menor medida, el gallego, andaluz y valenciano (Valencia Nova).

En el aspecto intelectual y literario, el desastre colonial influyó el desarrollo del “Regeneracionismo”, así como en las amargas y pesimistas reflexiones de los autores de la Generación del 98.

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En conclusión, la crisis del 98 expuso la necesidad de importantes cambios: Conocer y mejorar las condiciones de vida

del pueblo (la “España real”). Modernizar la sociedad y la economía. Reformar el sistema político. Recuperar el prestigio perdido en el 98.