Tema 2 - Expansión Agraria y Renacimiento Urbano

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Tema 2: Expansión agraria y renacimiento urbano 1. La conquista de la tierra: roturación y colonización en la Edad Media 2. Instrumentos y sistemas de cultivo 2.1. El desarrollo tecnológico como factor del progreso agrario 2.2. El instrumental agrícola 2.2.1. El utillaje agrícola 2.2.2. El arado 2.3. Sistemas de cultivo 3. Paisajes agrarios 3.1. La zona de cultivo 3.1.1. Parcelación de las tierras de labor y productos de cultivo 3.1.2. Huertas 3.1.3. Viñedos y olivares 3.1.4. Prados 3.2. Las tierras comunales: bosques y baldíos 3.3. El poblamiento rural 3.3.1. Las formas del poblamiento campesino 3.3.2. La vivienda y la granja campesinas

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Expansion agraria y renacimiento urbano

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Tema 2:Expansión agraria y renacimiento urbano

1. La conquista de la tierra: roturación y colonización en la Edad Media2. Instrumentos y sistemas de cultivo

2.1. El desarrollo tecnológico como factor del progreso agrario2.2. El instrumental agrícola

2.2.1. El utillaje agrícola2.2.2. El arado

2.3. Sistemas de cultivo3. Paisajes agrarios

3.1. La zona de cultivo3.1.1. Parcelación de las tierras de labor y productos de cultivo3.1.2. Huertas3.1.3. Viñedos y olivares3.1.4. Prados

3.2. Las tierras comunales: bosques y baldíos3.3. El poblamiento rural

3.3.1. Las formas del poblamiento campesino3.3.2. La vivienda y la granja campesinas

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1. LA CONQUISTA DE LA TIERRA: ROTURACIÓN Y COLONIZACIÓN EN LA EDAD MEDIA

Uno de los fenómenos en los que mejor se expresa el avance de la colonización europea a lo largo de la Edad Media es en las roturaciones. Se trata de un vasto movimiento que afectó a toda Europa, desde las mesetas de la Península Ibérica hasta el norte de Escandinavia y las tierras situadas al este del río Elba, pero que tuvo un alcance distinto según las regiones y las diferentes épocas históricas.

El período comprendido entre los siglos XI al XIII está considerado como una fase de expansión y crecimiento general de la civilización europea, que tiene su más clara expresión en un importante crecimiento demográfico y en un amplio movimiento roturador, que tendrá como consecuencia una gran expansión de la superficie cultivada y un importante desarrollo de la economía agrícola. Las roturaciones plenomedievales modificaron profundamente la naturaleza y el paisaje europeos, que en este momento adquirieron la apariencia que conservaron en muchas regiones hasta el siglo XIX. De un paisaje caracterizado por el escaso poblamiento y por el dominio de las zonas boscosas y pantanosas se pasa a otro dominado por el aprovechamiento agrícola intensivo. Se llevan a cabo ahora empresas de tanta relevancia como la preparación para la explotación agrícola del valle del Po; la desecación y puesta en cultivo de las comarcas pantanosas de los litorales flamencos (pólders) e ingleses (fens); el avance organizado en las masas boscosas del norte de Francia y de la cuenca de Londres; las colonizaciones en el suroeste francés; la repoblación y colonización de la España cristiana; o la colonización promovida por los alemanes al este del río Elba; así como en Silesia, Bohemia y Moravia.

Las razones que en este momento impulsaron el movimiento roturador son diversas, pero entre ellas destaca la necesidad de ampliación de la superficie cultivada, como consecuencia del fuerte crecimiento que conoció la población europea desde mediados del siglo X.

Las labores de la roturación, muy dificultosas, se vieron favorecidas por los perfeccionamientos en el instrumental agrícola, en el que el hierro tuvo una importancia creciente a partir de la Plena Edad Media.

Para Robert Fossier el esquema más probable en el proceso de las roturaciones plenomedievales sería el siguiente:

- Una primera fase de expansión de los espacios rurales cultivados en torno a los núcleos de población y de ocupación de los yermos o montes bajos a base de trabajos individuales de los campesinos o, como mucho, organizados por la comunidad aldeana (siglos X y XI).

- Una segunda fase (siglo XII y, en algunas regiones, primera mitad del XIII), que Fossier denomina «fase de contratos», que viene marcada por la lucha decidida contra el bosque, el mar y las marismas y por el nacimiento, mediante fundación regia o nobiliaria, de numerosas aldeas y pueblos nuevos: borghi y castelli en Italia; sauvetés y bastides en el sur de Francia; pueblas y villas nuevas o francas

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en España; green villages en Inglaterra; Waldhufendörf y Marschufendörf en Alemania. Se trata de un proceso planificado, que requirió una importante inversión de capitales, y que dio lugar a amplios movimientos migratorios, propiciados por el ofrecimiento al campesinado de mejores condiciones jurídicas y de contratos agrarios claramente favorables a sus intereses.

- Una tercera fase que se iniciaría hacia 1180 o 1200 –cuanto más al este más tarde–, en la que se aprecia una cierta ralentización del proceso roturador y un debilitamiento de la iniciativa señorial dominante en la fase anterior. Se caracteriza por el esfuerzo individual o de pequeños grupos, con el fin de aprovechar mejor parajes aún incultos para una dedicación predominantemente ganadera; surgió de este modo un poblamiento intercalar entre núcleos de población antiguos.

- El avance roturador se detuvo desde mediados del siglo XIII, cuando se alcanzó el punto de equilibrio entre la superficie cuyo cultivo era necesario para el mantenimiento de la población y la superficie de bosques y pastos que resultaba imprescindible para una comunidad rural. A partir de este momento comenzaron también a ser abandonadas algunas de las últimas tierras ocupadas ya que, en general, eran poco aptas para un cultivo continuado, y sus escasos rendimientos no justificaban los esfuerzos de su puesta en explotación.

Resulta muy difícil medir la amplitud de la conquista de tierras como consecuencia del movimiento roturador, pero todo permite suponer que en Gran Bretaña, en Alemania y en regiones montañosas, hasta entonces de débil ocupación, pudo ganarse a lo largo de la Edad Media hasta una cuarta parte de las tierras cultivadas. Por el contrario, en las cuencas sedimentarias de la Europa atlántica y en las llanuras mediterráneas, zonas de muy antigua ocupación, los avances fueron mucho más limitados, en torno a un 10 o un 15 por 100; en estas regiones los cultivos progresaron desde las vegas y fondos de los valles hacia las vertientes de los montes bajos, mediante cultivos aterrazados y muros de piedra que contenían las tierras.

Las roturaciones dieron también lugar a modificaciones en el poblamiento y en el paisaje rural, de forma que en las áreas de nueva colonización (especialmente en las tierras al este del río Elba) hubo un predominio absoluto de las formas de poblamiento planificadas, lo que obedece al creciente influjo de los señores laicos y eclesiásticos en las colonizaciones llevadas a cabo a lo largo de los siglos XII y XIII.

Pero, en cualquier caso, el rasgo más significativo de las roturaciones fue la progresiva reducción del espacio boscoso. La acuciante necesidad de cereales panificables con que alimentar a una población en continuo crecimiento, condujo a una drástica reducción de los bosques y de las zonas de pastos comunales, que afectó negativamente en muchas regiones a los ganados. Entre 1225 y 1290 surgieron en el noroeste de Europa las primeras protestas contra las roturaciones abusivas; son protestas promovidas por los grandes señores, que veían amenazadas sus reservas de caza, y por las comunidades campesinas, que asistían con preocupación a la paulatina reducción de las tierras de uso comunitario para pasto de los ganados y para la recolección. Asimismo las ordenanzas locales, señoriales y de las comunidades aldeanas, limitaron cada vez más el crecimiento de la ganadería y el aprovechamiento del bosque, y desde fines del siglo XIII los reyes y los grandes señores procedieron al adehesamiento de sectores del bosque, dando lugar a cotos o vedados.

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En definitiva, las roturaciones tuvieron consecuencias muy positivas para la economía europea medieval, pero provocaron también importantes alteraciones en el equilibrio natural. La creciente presión demográfica llevó a la ocupación de suelos en algunos casos muy poco apropiados para el cultivo, y provocó también una importante deforestación en amplias comarcas, que fue causa de una profunda erosión en los suelos y de la reducción del nivel freático, circunstancias todas ellas que dieron lugar a malas cosechas reiteradas que condujeron en la Baja Edad Media al abandono de tierras de cultivo y de aldeas y pueblos nuevos. Esta importante alteración del equilibrio natural se encuentra, para algunos autores, en la base de la aparición de crisis alimenticias y de hambrunas que constituyen el precedente inmediato de las llamadas crisis bajomedievales.

El impulso demográfico, consecuencia de las mejoras técnicas introducidas en el cultivo de los campos y del mayor rendimiento de los mismos, actuó a la vez como factor que alentaba la expansión general. Pero, a la hora de intentar aproximarse al conocimiento de la población europea en tiempos medievales, se tropieza con una grave dificultad: la escasez de las fuentes y la dificultad de su utilización. Es cierto que a partir del siglo XII se multiplican los documentos (el interés por lo “escrito”), e igualmente hacen su tímida aparición los testimonios cifrados (la preocupación por la “medida”). Pero la inexistencia de censos de población y de documentos directamente demográficos obliga a acudir a testimonios indirectos, como las fuentes fiscales. Cuando se dispone de una encuesta general (tal es el caso del célebre Domesday Book inglés), su valor puede calificarse de excepcional. Por eso es Inglaterra el país europeo cuya demografía medieval es mejor conocida.

Numerosos indicios indirectos atestiguan el crecimiento de la población europea. El poblamiento de nuevas comarcas, el crecimiento de aldeas y ciudades (comprobado por el número de fuegos), el hecho de que el precio de la tierra suba escandalosamente (por ejemplo, en Normandía ascendió siete veces entre 1200 y 1300), etc., son aspectos bastante elocuentes. Puede afirmarse que el ritmo de crecimiento de la población europea fue más acusado en el siglo XII que en el XIII. El siglo XII fue el que registró más roturaciones de tierras, y por ello mismo fue también el de mayor impulso demográfico. En el siglo XIII el equilibrio aún se mantiene, aunque ya comienzan los primeros síntomas de agotamiento. Según los datos aportados por los especialistas, el período 1150-1200 conoció el índice más alto de crecimiento de población, cayendo éste bruscamente en la segunda mitad del siglo XIII.

Desde luego la falta de fuentes estadísticas y la diversidad incluso de las que se pueden utilizar para tener una idea aproximada del número de habitantes existente hace que las cifras que se hayan ofrecido hasta la fecha para el conjunto de buena parte de Europa sean dispares. Con todo se admite que esa población creció, duplicó sus efectivos y en algunos casos hasta los triplicó. Y que ese crecimiento se inició al parecer más prontamente en la zona mediterránea aunque luego afectó a las áreas septentrionales. A la hora de las cifras, teniendo siempre muy en cuenta lo cauto que hay que ser conviene atender a los datos establecidos por Bennet y por Russell sobre la evolución de los efectivos demográficos europeos. El primero nos dice que la población total pasó de unos 42 millones en el año 1000 a 46 en el 1050 y cerca de 73 en 1300. Sólo Europa occidental ascendió desde el año 1100 al 1300 en un 125 por 100 (de 23 a 55 millones de habitantes).

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El segundo de los autores anteriormente comentado ha calculado ese incremento demográfico para la Europa Occidental en un 140 por 100 entre los años 950 y 1300. Habría pasado según él de los 22 millones a mediados del siglo X hasta los 54 millones de comienzos del siglo XIV. Y todo pese a la fuerte mortalidad, cuya tasa se calcula en un 52 por mil en torno a 1300. Pero, para entonces se calcula que Occidente rebasa ya los 54 millones de habitantes y con densidades que oscilan según las zonas que han sido estudiadas. Por ejemplo, se estiman 5 habitantes por km2 en el territorio de La Mancha, 19 habitantes por km2 en Sicilia y 60 habitantes por km2 para Flandes. Para el caso inglés, el mejor conocido, la población se estima que pasó de 1.100.000 a 3.300.000 habitantes para el 1300.

Como claramente se puede apreciar, existe disparidad en los datos. Se sabe que la esperanza de vida mejoró situándose en torno a los 35 años. La tasa de mortalidad infantil siguió siendo alta como lo fue también la de la mujer. Para explicar esto último se echa mano de fallecimientos tras el parto, lo que a su vez explicaría un dato peculiar, que la tasa de mortalidad sería superior de manera que se piensa que habría unos 140 hombres por cada 100 mujeres. Por tanto, la población creció pero hay factores negativos que continuaron existiendo en este período, por ejemplo, el grupo campesino se mantuvo en relación con la tasa de mortalidad con unos porcentajes muy inferiores a los de la nobleza. Son datos aproximativos y globales que dejan muchas cuestiones sin resolver: los movimientos migratorios desde las zonas superpobladas hacia tierras recientemente conquistadas por el hombre, las diferencias radicales de densidad de unas comarcas a otras y otros aspectos varios.

Según Julio Valdeón, en la segunda mitad del siglo XIII se observa en Europa una tendencia a la superpoblación porque el crecimiento demográfico sostenido chocó con el estancamiento de la población y la dificultad de buscar tierras nuevas que roturar. En cualquier caso, el mundo rural sigue prácticamente en todos los sitios absorviendo la mayor parte de los efectivos humanos. Incluso en aquellas comarcas más urbanizadas de la ciudad que adquiere un protagonismo evidente, como es el caso de Flandes, donde se estima que la población que vive en el campo se sitúa en torno al 70 por 100 y en otros países ese porcentaje es mucho mayor y se eleva al 90 por 100 en aquellos sitios donde por razones obvias la ciudad ha aglutinado por sí misma un número importante de pobladores.

Lo más significativo de este período es la importancia que tuvo el fenómeno de las roturaciones que, en parte, se vio favorecido no sólo por el incremento de la población sino, igualmente, por el perfeccionamiento en el material agrícola en el que el hierro adquiere, cada vez más, una mayor importancia. También todo el proceso se vio favorecido por el clima más favorable, lo que permitió que el proceso roturador se desarrollara sin grandes dificultades. Asimismo desempeñaron un papel importante los cambios sociales y económicos, la ruralización de las clases dominantes sirvió como acicate a los campesinos para producir más y satisfacer mejor las crecientes exigencias de los dueños de las tierras. Simultáneamente, la desaparición de la familia extensa de tipo patriarcal induce a las parejas jóvenes a abandonar el pequeño manso para crear nuevas unidades de explotación.

El lento desarrollo de los intercambios que se da desde fines del siglo X aumenta las necesidades de productos agrícolas de los sectores de población no productores e introduce en el campo el estímulo de la ganancia y por otra parte, el cambio de los hábitos alimenticios impone una producción más variada. También hay una serie de

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condicionantes políticos que favorecen el desarrollo rural, por ejemplo, las situaciones de paz y tregua de Dios que mitigan la violencia feudal y protegen no sólo a los clérigos sino también a los campesinos. Los caballeros tenían prohibido hacer la guerra en primer lugar los sábados y más tarde desde el miércoles por la noche hasta el lunes por la mañana durante, de acuerdo con el calendario litúrgico, el Adviento, la Navidad, la Cuaresma y la Pascua. Si contravenían esa norma, podían llegar a ser excomulgados.

2. INSTRUMENTOS Y SISTEMAS DE CULTIVO

2.1. El desarrollo tecnológico como factor del progreso agrario

Parece, ciertamente, exagerado hablar de una «revolución tecnológica» en la Plena Edad Media, ya que la principal fuente de energía siguió siendo a lo largo de todo el Medievo la humana y la animal. Asimismo, durante la Edad Media el maquinismo logró muy pocos progresos cualitativos, pues la mayoría de las máquinas en uso habían sido ya descritas por los sabios de época helenística. Sin embargo, no es menos cierto que surgen y se difunden algunas innovaciones que permitieron un mejor aprovechamiento de la energía humana y animal.

Los progresos en la utilización de la fuerza de tiro de los animales fueron de gran trascendencia para la agricultura, por cuanto el arado pesado exigía una mayor potencia de tiro.

Al menos desde el siglo XII había sido sustituido el tradicional yugo de cruz de los bueyes (el yugo descansaba en la cruz de los animales y se sujetaba con una correa que pasaba por debajo del cuello) por un yugo sujeto a los cuerno; este yugo cornal, muy útil, era ya conocido en época romana, pero no fue muy utilizado. Asimismo, desde el siglo XIII se difundió el yugo frontal, consistente en una pieza de madera que apoyaba en la nuca mediante un cojín, y que permitía que la fuerza de empuje o de tracción se situara en la prolongación de la espina dorsal, facilitando el trabajo del animal.

Por lo que se refiere al caballo, desde el siglo XI se había producido ya la sustitución generalizada del tradicional atalaje romano, que apretaba mucho el cuello del animal, por el collar rígido de espaldilla, probablemente conocido ya desde principios del siglo IX, que le facilitaba la respiración y la circulación de la sangre aunque arrastrara cargas muy pesadas. Es probable que fuera importado desde las estepas euroasiáticas, de donde procede también el enganche en hilera, ya bastante corriente en el siglo XI, y que permitía una mayor potencia de tiro que la que se obtenía con los enganches frontales, por la suma de las fuerzas de tracción.

Por otra parte, y en estrecha conexión con la nueva difusión del hierro, se generaliza la práctica del herraje de los animales (mediante herraduras con clavos), lo que evita la erosión de la pezuña e impide deformaciones en las patas. Las primeras herraduras conocidas son del siglo VIII (Siberia), pero su generalización, muy lenta, no tuvo lugar hasta los siglos XI al XIII.

Por último, a lo largo de la Plena Edad Media se procedió a la paulatina sustitución del buey por el caballo como animal de labor, lo que obedecía, fundamentalmente, a la mayor rapidez y resistencia de éste. Pero este proceso fue muy lento hasta el siglo XIII, afectando sólo a las grandes explotaciones agrícolas, de forma que en muchas regiones el buey continuó siendo el animal de labranza por excelencia a lo largo de toda la Edad

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Media. Y ello por varios motivos: por el elevado precio de los caballos y por las dificultades para su alimentación (avena y forraje cultivados); por la más frágil salud de los caballos; y por el carácter rutinario del campesino medieval, poco dado a introducir novedades en sus tradicionales métodos de trabajo.

Pero si la introducción del caballo fue muy lenta en las explotaciones campesinas, su mayor rapidez lo convirtió en el animal de tiro por excelencia en el tráfico y transporte de mercancías, ya desde comienzos de la Plena Edad Media.

Mayor importancia tuvo aún la explotación de las fuentes de energía natural. La difusión del molino hidráulico en la Edad Media tuvo tal significación económica y social que algunos autores han llegado a comparar su trascendencia con la de la máquina de vapor para los tiempos contemporáneos.

Las primeras referencias claras de molinos de agua datan del siglo II a. C. en Iliria y del siglo I a. C. en Asia Menor. Sin embargo, a lo largo de la Antigüedad los molinos de grano y de aceite siguieron moviéndose, en general, a mano o mediante tracción animal.

De la Alta Edad Media se conservan abundantes noticias acerca de molinos hidráulicos, si bien su generalización no se produjo sino a partir de la segunda mitad del siglo X.

La importancia del molino hidráulico fue extraordinaria a lo largo de la Plena y Baja Edad Media, tanto desde el punto de vista de la transformación de las estructuras de la producción como de las relaciones sociales. El molino se transformó en el instrumento por excelencia de control y dominio de los campesinos por parte del señor, ya que su elevado coste y el hecho de que la mayor parte de los cursos de agua fueran de propiedad señorial restringían las posibilidades de construcción de molinos a una minoría, que se enriqueció con ellos, imponiendo su uso a sus vasallos y subordinados.

También a lo largo de la Plena Edad Media se extendió por la Europa occidental el uso del molino de viento, novedad traída desde el Próximo Oriente por los árabes, y que tuvo su mayor difusión en la Europa meridional, debido a las dificultades para la utilización de los molinos hidráulicos en los meses de verano, al bajar el caudal de los ríos.

En los siglos XI y XII se construyeron también algunos molinos en el mar (en rías o en estuarios encajados), con el fin de aprovechar la energía de las mareas, pero su importancia fue escasa en todo momento, y los señores perdieron muy pronto cualquier interés por esta potencial fuente de energía.

2.2. El instrumental agrícola

2.2.1. El utillaje agrícola

Normalmente eran los propios campesinos quienes elaboraban los útiles de madera (mayales, horquillas, bieldos) y los accesorios de este material (mangos), obteniendo la materia prima en los bosques comunales. La fabricación de los útiles de labor más complejos (arados, principalmente) era realizada por artesanos locales, adquiriendo una importancia cada vez mayor el herrero.

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En los trabajos del campo se utilizaban herramientas y útiles muy varios. Para las tareas de cava y de laboreo de los suelos se utilizaban, principalmente, azadas y legones (muy útiles en suelos pedregosos o inclinados en los que el uso del arado era difícil), palas y layas (en suelos húmedos y pesados), y gradas, además del arado, que era el útil de trabajo de la tierra por excelencia.

La grada o rastrillo era utilizada para la preparación de los campos para la siembre (con ella se rompían los terrones tras el arado, se allanaba la tierra y se eliminaban las malas hierbas) y para cubrir la simiente. Su origen se remonta a época romana, pero su difusión se produjo a partir del siglo XI, probablemente en relación con la introducción de piezas metálicas que contribuirían a incrementar su eficacia. Sin embargo, al ser un instrumento caro, a lo largo de la Edad Media sólo fue utilizada con regularidad en algunas comarcas de la Europa occidental. También se utilizó muy poco en la Europa meridional, debido a que no resultaba apropiada para suelos pedregosos, tan frecuentes en el área mediterránea.

Para la siega se utilizaban la hoz y la guadaña. El trabajo de la hoz era más lento y pesado que el de la guadaña, pero tenía sobre ésta la ventaja de que producía un menor desgrane y de que cortaba la caña del cereal a poca distancia por debajo de la espiga, de forma que, una vez concluida la siega, el ganado podía alimentarse con el tallo que aún permanecía en el suelo. La guadaña estuvo ligada, generalmente, a la siega del heno de los prados. Pese a que desde el siglo XIV comenzó a ser utilizada para la siega de la cebada y la avena – pocas veces para la del trigo– en algunas regiones cerealícolas especialmente desarrolladas –norte de Francia, Flandes, Renania–, su uso para la siega del cereal en grandes superficies no fue realmente importante hasta la Edad Moderna.

El instrumental para la recolección se completaba con algunos útiles que facilitaban el manejo del grano y de la paja, como rastrillos, horcas y bieldos, realizados enteramente de madera. Para la poda de la viña y de los árboles frutales el campesino medieval disponía de podones y de podaderas con formas diversas, aunque generalmente muy parecidas a la antigua falx potatera o vineatoria de época romana.

Por último, la trilla se realizaba mediante el pisoteo de las espigas por parte de una pareja de bueyes o de caballos o, más frecuentemente, con el mayal. El mayal vino a sustituir a un bastón o pértica con el que se golpeaban las espigas en época romana y en los primeros tiempos de la Edad Media. Parece que el mayal era ya conocido en la Galia en el siglo IV, pero su difusión no se produjo hasta bien entrada la Edad Media. Por el contrario, debió ser muy escasa la utilización del trillo (instrumento caro y de laboriosa fabricación), cuyo origen se encuentra, posiblemente, en el tribulum de época romana.

2.2.2. El arado

Pero sin duda alguna, el instrumento por excelencia de trabajo en el campo era el arado, del cual coexistieron dos modelos básicos a lo largo de la Edad Media: el arado simétrico o romano y el arado asimétrico o pesado.

El arado simétrico es el arado utilizado en la Antigüedad clásica; en la Alta Edad Media fue denominado con el término latino aratrum, del que provienen los sustantivos arado en español, arato en italiano y araire en francés. En su forma más sencilla, consiste en un grueso palo excavador, en cuya parte final está embutida la reja, consistente en una pieza metálica generalmente de forma triangular. La reja del arado

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simétrico no voltea el suelo; tan sólo dibuja un surco, ni muy profundo ni muy ancho, apartando la tierra por igual a uno y otro lados. Al dejar una cuña de tierra intacta entre los surcos, se hacía necesario arar en cruz, con el fin de conseguir la pulverización del suelo. El arado se une al yugo (formado por un único animal o por una o dos parejas de bueyes) por medio del timón, que solía estar formado por una pieza única de madera.

El arado simétrico es un arado ligero y manejable, y al mismo tiempo barato y fácil de construir para el campesino. Sin embargo, sus inconvenientes eran también considerables: así, sólo arañaba el suelo, en lugar de abrirlo y voltearlo, de forma que, al no labrarlo en profundidad, cada cierto número de años debía procederse a un desfonde profundo con la azada, a fin de propiciar la regeneración de la tierra.

En conclusión, este tipo de arado resultaba útil para los suelos ligeros y pedregosos de la Europa mediterránea y oriental, así como para terrenos difíciles y accidentados de regiones montañosas, pero no era apropiado para los suelos húmedos y pesados de las llanuras y de las tierras pantanosas de la Europa atlántica y central. Por este motivo, en los primeros siglos de la Edad Media el cultivo se limitó en estas regiones a los terrenos altos y bien drenados, con suelos ligeros y arenosos que eran aptos para el cultivo pero que ofrecían rendimientos menores que los de los suelos pesados de las llanuras; es aquí donde el arado asimétrico o pesado alcanzará su pleno desarrollo.

Se ha discutido mucho acerca de la procedencia exacta y de la fecha de aparición aproximada de este arado asimétrico. Es muy posible que sus elementos constitutivos –cuchilla vertical, reja, vertedera, juego delantero de ruedas– tuvieran su origen en lugares distintos, y que se fusionaran por primera vez en los últimos siglos del Imperio Romano en alguna región centroeuropea situada al sur del río Danubio, probablemente Baviera, desde donde se difundiría inmediatamente hacia las regiones vecinas. Es el plaumorati o plovum Raeti (=arado de los recios) del que habla Plinio, término estrechamente relacionado con el Pflug germano y con el plough sajón.

En su forma definitiva, el arado asimétrico constaba de las siguientes piezas principales: a) Una reja o cuchilla pesada, insertada en el travesaño o cama del arado y dispuesta para cortar la tierra verticalmente. b) Una reja chata que formaba ángulo con la anterior, y que cortaba la tierra horizontalmente, ensanchando y ahondando el surco abierto por la reja vertical. c) La vertedera o plancha de madera, plana o ligeramente curvada, cuya función consistía en voltear la tierra cortada por la cuchilla vertical y por la reja horizontal. Con el volteo de la tierra se combatía más eficazmente el crecimiento de las malas hierbas, favoreciéndose la formación de humus. d) Con el fin de facilitar su movilidad fue muy frecuente el añadido de un juego de ruedas delantero, lo que también permite la realización de unos surcos más prefectos y la utilización de una reja más gruesa y más pesada y, por tanto, más potente. Con este juego de ruedas, el arado asimétrico adquiría la forma de un pequeño carro, por lo que comenzó a ser denominado carruca (en francés charrue), en contraposición al tradicional término aratrum (en francés araire) que designaba al arado simétrico o romano.

Este arado, más pesado, debía ser arrastrado por dos o tres parejas de animales, y hacía necesario el trabajo de dos labriegos: uno que conducía el arado, y otro que conducía y tiraba de los animales.

De la utilización de este modelo de arado se derivaron muy importantes ventajas para la agricultura en regiones de suelos húmedos y pesados: a) Una mejor aireación, humidificación, limpieza y recuperación de la fertilidad de los suelos. b) Al remover la

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tierra en profundidad no era ya necesario arar en cruz, lo que suponía un importante ahorro de tiempo que permitiría cultivar una extensión mayor de terreno. c) Al no ser necesario arar en cruz, los paisajes agrarios evolucionaron en las regiones donde se utilizó el arado asimétrico hacia unos campos estrechos y alargados. d) La mayor potencia de este arado permitió trabajar las tierras de aluvión de las llanuras y zonas pantanosas de la Europa atlántica y central, que ofrecen rendimientos muy superiores a los de los suelos livianos de las tierras altas, que hasta la difusión del arado asimétrico habían sido los únicos posibles de cultivar.

Pese a todo, su difusión fue muy lenta y estuvo circunscrita, fundamentalmente, a la Europa atlántica y central; e incluso aquí, hubo comarcas en las que, tanto por lo abrupto del terreno como por un poblamiento disperso, se siguieron utilizando variantes del arado simétrico ligero. Del mismo modo, por condicionamientos edafológicos y de carácter social, el arado asimétrico tuvo en la Edad Media una difusión muy escasa en la Europa mediterránea, que permaneció ligada al tradicional arado romano, y en la Europa oriental, donde durante mucho tiempo primó un tipo de arado simétrico llamado socha.

2.2.3. Sistemas de cultivo

En la Edad Media los sistemas de cultivo más perfeccionados son los basados en una alternancia de cultivo y barbecho. Los más importantes son dos: el sistema de rotación bienal y el sistema de rotación trienal.

El sistema de rotación bienal, conocido en la Castilla de la Edad Media como cultivo de año y vez, consiste en la alternancia anual entre cultivo y barbecho. Las tierras se dividían en dos parcelas de igual o de parecido tamaño, una de las cuales se sembraba con trigo, centeno o cebada de otoño y la otra se dejaba en barbecho, alternando al año siguiente. En la Edad Media fue el sistema de cultivo propio de la Europa mediterránea, aunque aparece también con mucha frecuencia en regiones situadas más al norte, asociado a tierras de mala calidad. El barbecho servía para dar descanso a las agotadas tierras y propiciaba la conservación de la humedad del suelo, tan necesaria en un clima seco como el de la Europa mediterránea.

En ocasiones, y como consecuencia de unas peores condiciones edafológicas o de un sistema combinado de agricultura y ganadería, se aplicaban sistemas más extensivos –cultivo al tercio, cultivo al cuarto–, consistentes en el cultivo de una parcela cada tres, cuatro o más años.

El sistema de rotación trienal es, en opinión de diversos autores, la más importante novedad agrícola de toda la Edad Media europea. Consiste en la división de las tierras de labor en tres parcelas de igual o de parecido tamaño: una se sembraba en octubre con cereal de otoño (trigo o centeno), otra en marzo con cereal de primavera o tremesino (cebada o avena) y la tercera se dejaba en barbecho (en ella pastaban libremente los rebaños, contribuyendo a la fertilización de la tierra), alternándose sucesivamente en los años siguientes.

Aunque las primeras noticias documentales que permiten suponer la existencia de un sistema de rotación trienal de cultivos datan de la segunda mitad del siglo VIII, la generalización de este sistema agrícola no se produjo sino a partir de la Plena Edad Media, y de manera muy especial en regiones que conocían una fuerte presión

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demográfica (Inglaterra, norte de Francia, Países Bajos y oeste de Alemania). En el siglo XIV estaba ya plenamente desarrollado en la mayor parte de las regiones de campos abiertos de la Europa occidental y central, y perduró con pocas modificaciones hasta el siglo XVIII o XIX.

Este sistema de cultivo tuvo su área de difusión por excelencia en la Europa atlántica, cuyo clima (primaveras lluviosas y veranos tardíos) resultaba especialmente propicio; además, el elevado riesgo de heladas tardía, con el consiguiente peligro de pérdida de la cosecha de otoño, animaba a tratar de garantizar una cosecha adicional con cereal de primavera.

Las ventajas derivadas de la aplicación de un sistema de rotación trienal de cultivos son diversas: a) Un incremento considerable de la productividad, al reducirse a un tercio, en lugar de a la mitad, la superficie de tierras de labor dejada en barbecho. b) La distribución más uniforme a lo largo del año de los trabajos de labranza, siembra y recolección, con lo que mejoró la efectividad del trabajo campesino. c) La reducción de los riesgos de años catastróficos por causas climáticas, al compensarse las cosechas de otoño con las de primavera. d) La mejora del régimen alimenticio del campesinado, como consecuencia de la diversificación de cultivos. e) En último término, la siembra de primavera permitió la obtención de una importante cosecha de avena, cereal que constituía la base alimenticia del caballo, lo que contribuyó a su creciente utilización como animal de labor en las regiones de la Europa atlántica y central a lo largo de la Plena y Baja Edad Media.

Ciertamente, los condicionamientos técnicos cambiaron y lo hicieron de forma positiva los progresos en el campo, pero no estamos ante una revolución técnica sino ante una difusión de métodos y útiles ya conocidos, algunos ya desde la Antigüedad.

Lo que sí resulta interesante resaltar es el cambio de actitud del hombre frente a la innovación técnica. Se comienza a pensar que la naturaleza puede ser estudiada y que a través de ese estudio se pueden extraer de ella mejores rendimientos. Será entonces cuando aparezcan los primeros tratados agrícolas cuyos autores intentaron hallar métodos racionales combinando el estudio de las antiguas fuentes romanas con las prácticas de la época en la que escribían. Autores como Roberto Grosseteste que escribió Reglas agrícolas organizadas por meses y otros como Walter de Henley o como Pietro de Crescenzi que escribió El libro de los beneficios rurales hacia el año 1306.

De cualquier manera, las técnicas siguen siendo rudimentarias y los resultados a esperar no deben considerarse demasiado óptimos. En cualquier caso sí siempre superiores a los conocidos para época carolingia. Conviene sin embargo hacer aquí algunas matizaciones. Los datos que se poseen en particular proceden de algunas explotaciones monásticas, por lo que no son datos que se puedan aplicar a todas las fincas y explotaciones rurales, pero se puede aventurar y teniendo en cuenta que esos mismos datos pueden ser engañosos en tanto que las condiciones climáticas pueden oscilar y generar resultados muy dispares no ya entre regiones diferentes, sino en un mismo territorio o zona, aún así se estima que frente a los datos estimados de 2,5 por 1 en época carolingia los rendimientos medios del siglo XIII estarían en el 4 por 1.

No obstante, más que en un incremento, siempre débil, de los rendimientos, la expansión agraria europea de los siglos XI al XIII quedó plasmada en la conquista de nuevas tierras para el cultivo, en el fabuloso proceso de roturaciones de la Plena Edad

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Media. Retrocedió el bosque, se ganó tierra al mar, se colonizaron espacios incultos. La fiebre roturadora de estos siglos puede, en parte reconstruirse gracias a los documentos existentes, pero también por las huellas materiales, la toponimia y los vestigios botánicos.

2.3. Sistemas de cultivo

En la Edad Media los sistemas de cultivo más perfeccionados son los basados en una alternancia de cultivo y barbecho. Los más importantes son dos: el sistema de rotación bienal y el sistema de rotación trienal.

El sistema de rotación bienal, conocido en la Castilla de la Edad Media como cultivo de año y vez, consiste en la alternancia anual entre cultivo y barbecho. Las tierras se dividían en dos parcelas de igual o de parecido tamaño, una de las cuales se sembraba con trigo, centeno o cebada de otoño y la otra se dejaba en barbecho, alternando al año siguiente. En la Edad Media fue el sistema de cultivo propio de la Europa mediterránea, aunque aparece también con mucha frecuencia en regiones situadas más al norte, asociado a tierras de mala calidad. El barbecho servía para dar descanso a las agotadas tierras y propiciaba la conservación de la humedad del suelo, tan necesaria en un clima seco como el de la Europa mediterránea.

En ocasiones, y como consecuencia de unas peores condiciones edafológicas o de un sistema combinado de agricultura y ganadería, se aplicaban sistemas más extensivos –cultivo al tercio, cultivo al cuarto–, consistentes en el cultivo de una parcela cada tres, cuatro o más años.

El sistema de rotación trienal es, en opinión de diversos autores, la más importante novedad agrícola de toda la Edad Media europea. Consiste en la división de las tierras de labor en tres parcelas de igual o de parecido tamaño: una se sembraba en octubre con cereal de otoño (trigo o centeno), otra en marzo con cereal de primavera o tremesino (cebada o avena) y la tercera se dejaba en barbecho (en ella pastaban libremente los rebaños, contribuyendo a la fertilización de la tierra), alternándose sucesivamente en los años siguientes.

Aunque las primeras noticias documentales que permiten suponer la existencia de un sistema de rotación trienal de cultivos datan de la segunda mitad del siglo VIII, la generalización de este sistema agrícola no se produjo sino a partir de la Plena Edad Media, y de manera muy especial en regiones que conocían una fuerte presión demográfica (Inglaterra, norte de Francia, Países Bajos y oeste de Alemania). En el siglo XIV estaba ya plenamente desarrollado en la mayor parte de las regiones de campos abiertos de la Europa occidental y central, y perduró con pocas modificaciones hasta el siglo XVIII o XIX.

Este sistema de cultivo tuvo su área de difusión por excelencia en la Europa atlántica, cuyo clima (primaveras lluviosas y veranos tardíos) resultaba especialmente propicio; además, el elevado riesgo de heladas tardía, con el consiguiente peligro de pérdida de la cosecha de otoño, animaba a tratar de garantizar una cosecha adicional con cereal de primavera.

Las ventajas derivadas de la aplicación de un sistema de rotación trienal de cultivos son diversas: a) Un incremento considerable de la productividad, al reducirse a un

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tercio, en lugar de a la mitad, la superficie de tierras de labor dejada en barbecho. b) La distribución más uniforme a lo largo del año de los trabajos de labranza, siembra y recolección, con lo que mejoró la efectividad del trabajo campesino. c) La reducción de los riesgos de años catastróficos por causas climáticas, al compensarse las cosechas de otoño con las de primavera. d) La mejora del régimen alimenticio del campesinado, como consecuencia de la diversificación de cultivos. e) En último término, la siembra de primavera permitió la obtención de una importante cosecha de avena, cereal que constituía la base alimenticia del caballo, lo que contribuyó a su creciente utilización como animal de labor en las regiones de la Europa atlántica y central a lo largo de la Plena y Baja Edad Media.

3. PAISAJES AGRARIOS

3.1. La zona de cultivo

Dentro del ager, o zona de cultivo propiamente dicha, hay que referirse a los campos de cereal (las tierras de pan llevar de la documentación medieval castellana) y a su parcelación, a las huertas, a los viñedos y a los prados artificiales que, en conjunto, constituían la zona más próxima al núcleo de población campesino.

3.1.1. Parcelación de las tierras de labor y productos de cultivo

Pocos temas de la historia de la agricultura han sido objeto de tanta atención y han dado lugar a tan diversas hipótesis como el de la parcelación de las tierras de labor y las formas de poblamiento a lo largo de la Edad Media. El historiador holandés Slicher van Bath, asociando en un mismo sistema los tipos de parcelación de los campos de labor y de poblamiento rural, distingue cuatro grandes modelos a lo largo de la Edad Media: parcelación en bloque, con vivienda fuera de los campos de labor; parcelación en franjas, con vivienda fuera de los campos de labor; parcelación en bloque con vivienda en las parcelas; y parcelación en franjas, con vivienda en las parcelas.

3.1.1.1. Parcelación en bloque, con vivienda fuera de los campos de labor

Las parcelas tenían forma aproximadamente cuadrada y estaban rodeadas de una pequeña valla. La población se concentraba en pueblos o en pequeñas aldeas. Este tipo de parcelación es el propio de época romana, y perduró más tiempo en la Europa meridional (sur de Italia, Cerdeña, sur de Francia, Península Ibérica) y en las cuencas arcillosas de algunos ríos de la Europa atlántica y central.

3.1.1.2. Parcelación en franjas, con vivienda fuera de los campos de labor

Se trata de parcelas muy estrechas y alargadas, sin cercas permanentes, que daban lugar a un paisaje de campiña abierta (en inglés, openfield; en francés champs ouverts et allogés). Este sistema de parcelación de los campos de labor es el propio de la Europa atlántica y central (Francia al norte del río Loira, Alemania, Inglaterra, Países Bajos), desde el siglo VI, sustituyendo al anterior sistema de época romana. Más tarde se extendió también por buena parte de Escandinavia. La población se concentraba en

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aldeas o en pequeños pueblos, y los terrazgos se organizaban según un esquema básico en el que podrían distinguirse tres zonas principales:

- El núcleo del pueblo, que constituía el área de habitación de los campesinos, y en el que se levantaban los edificios de vivienda y de explotación agraria. Inmediatos a los hogares, y protegidos mediante unas cercas, aparecían los huertos, que se cultivaban de forma individual por parte de las familias campesinas.

- En torno al pueblo se extendían las tierras dedicadas al cultivo del cereal. Si estas tierras se explotaban mediante un sistema de rotación trienal reglamentado, se organizaban en tres grandes hojas, dedicándose los campos de una de ellas a cereal de otoño, los de otra a cereal de primavera, y quedando los de la tercera en barbecho. Estas grandes hojas se dividían a su vez, en virgates (en alemán Gewanne), cada una de las cuales comprendía un número variable de parcelas o longueras (lanière en francés, strip en inglés, Flur en alemán) cuyas dimensiones eran de cinco a quince metros de ancho por doscientos a mil metros de longitud. Los campesinos solían poseer parcelas en cada una de las virgates, en número variable según su riqueza y su posición social.

La utilización del arado pesado daba lugar a un paisaje a base de lomos o caballones (formados por la tierra apartada por la vertedera) y de surcos, lo que era de gran importancia en unos suelos húmedos y pesados porque una superficie alomada facilita el drenaje. Al final de la parcela, en la cabecera de los campos, se dejaban unos pequeños campos sin labrar (campos de vuelta), en los que se procedía a la difícil tarea de dar la vuelta al arado pesado; una vez concluida la labor con el arado, los campos de vuelta eran cavados con la azada o se araban en sentido transversal. En este mismo círculo, a lo largo de ríos o arroyos, o en terrenos más húmedos, se extendían algunas tierras dedicadas a prados. Estas praderas, que se explotaban de forma individual por los campesinos, podían situarse entre las hojas de cultivo o en la parte más externa, junto a las tierras comunales.

- Por último, más allá de las tierras de cultivo y de los prados se extendían las tierras comunales (bosques y pastos), aprovechadas de forma comunitaria por los vecinos del pueblo.

3.1.1.3. Parcelación en bloque, con vivienda en las parcelas

Las parcelas eran de forma irregular, pero con pocas diferencias en sus medidas de longitud y anchura, y estaban cercadas de forma permanente mediante muros de piedra o pequeña vallas, y con mayor frecuencia con setos vivos o hiladas de árboles, surgiendo un paisaje agrario con aspecto boscoso (en francés, bocage = bosque; en inglés, enclosure = cercado). La vivienda campesina se levantaba en el interior de la parcela, lo que daba lugar a un poblamiento muy disperso, a base de granjas individuales, caseríos o muy pequeñas aldeas.

Se trata del paisaje rural propio de la Europa mediterránea, al menos desde el siglo VIII, aunque también aparecía en diversas comarcas de la Europa atlántica y central, generalmente en territorios en los que la roturación de los bosques se hizo de forma

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individual. En regiones ganaderas este paisaje puede obedecer al deseo de proteger los cultivos del ganado. Este sistema de parcelación daba lugar a una explotación agrícola predominantemente individualista, en la que el campesino estaba libre de cualquier tipo de obligaciones comunales.

3.1.1.4. Parcelación en franjas, con vivienda en las parcelas

Este tipo de parcelación de las tierras de labor es el propio de comarcas de roturación dirigida. La estructura es siempre muy similar: las viviendas se levantaban a lo largo de un camino, y las parcelas, perpendiculares a éste, se extendían en largas y estrechas hileras desde detrás de las viviendas hasta el horizonte. Este sistema de parcelación se conoce genéricamente en francés como terroir en arête de poisson (= tierra en espina de pescado) y es el que en Alemania presentan las poblaciones de «nueva planta» conocidas como Waldhufendörfer y Marschufendörfer.

En definitiva, puede señalarse la existencia de dos grandes áreas en la Europa occidental medieval en cuanto a la parcelación de las tierras de labor:

- La Europa atlántica y central, dominio del arado pesado, caracterizada por una parcelación en campos estrechos y alargados, abiertos, y por una agricultura sujeta a una estricta organización comunal.

- La Europa mediterránea, dominio del arado romano, caracterizada por unos campos cuadrados y cercados, y por una organización de la agricultura predominantemente individualista. La diversidad de prácticas y técnicas agrícolas daba lugar a una mayor variedad de paisajes agrarios que en la Europa atlántica y central. La interacción entre agricultura y ganadería era aquí menor y, por el contrario, tuvo mayor importancia el cultivo de la vid y de árboles frutales.

Como es lógico, existían excepciones a la norma general y términos medios que reflejaban la multiplicidad de factores que determinaban la evolución de las prácticas agrícolas y de las formas del poblamiento rural.

A lo largo de toda la Edad Media la agricultura estuvo dirigida, principalmente, a la producción de la mayor cantidad posible de cereales panificables, que constituían la base de la alimentación humana. Los cultivos de cereales ocupaban, en general, las dos terceras, o incluso, las tres cuartas partes de la superficie cultivada. Los cereales principales eran el trigo, el centeno, la cebada y la avena, que tenían distintas exigencias en cuanto al suelo y al clima, y que proporcionaban un producto de consumo también diferente. Los cereales más apropiados para cocer pan y, por tanto, los predilectos, eran el trigo y el centeno; la cebada y la avena proporcionaban un pan de mucha peor calidad, por lo que se utilizaban preferentemente para preparar gachas (grano triturado y mezclado con agua o leche).

El trigo es el cereal más exigente; no soporta bien los inviernos crudos ni los suelos demasiado húmedos o ácidos. Asimismo absorbe gran cantidad de nitrógeno, por lo que contribuye a agotar la tierra. Pese a todo, fue el cereal más apreciado y cultivado en las regiones cerealistas de toda la Europa occidental, conociendo una gran difusión a partir de los siglos XII y XIII, porque al tratarse de un producto de calidad siempre encontraba fácil salida en el mercado. La especie más apreciada era el trigo candeal, que a lo largo

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de los siglos XI y XII ganó terreno a costa de otras especies como el trigo duro, la escanda o la espelta.

El centeno es un cereal mucho menos exigente que el trigo. Crece en suelos ácidos o pobres y soporta temperaturas invernales muy bajas, lo que favoreció su difusión por la Europa central. Pese a su aceptables rendimientos, a partir de la Plena Edad Media conoció un lento retroceso hacia las tierras más frías, lo que obedece tanto a la creciente apreciación de la harina blanca del trigo, como a su mala fama por ser un cereal propicio a los parásitos, en particular el cornezuelo, hongo alucinógeno que provoca el ergotismo (conocido en la Edad Media como fuego de San Antón o epidemia ardiente).

Entre los cereales de primavera o tremesinos (se sembraban en marzo y se cosechaban en junio) destacaron especialmente la cebada y la avena. La cebada fue un cereal muy cultivado en la Antigüedad, pero que conoció un retroceso en la Edad Media. Se cultivó principalmente en la Europa mediterránea y septentrional. Normalmente se consumía en forma de gachas, por su mediocre capacidad para la panificación. Fue también muy frecuente su empleo en la fabricación de cerveza, que se convirtió en la bebida frecuentemente para la alimentación del ganado, por lo que en la Baja Edad Media sustituyó al trigo en diversas regiones ganaderas.

La avena fue un cereal muy poco cultivado en la Antigüedad y en la Alta Edad Media, pero que conoció una gran difusión desde la Plenitud medieval, en relación con el progreso de la ganadería caballar. Resiste bien a la humedad y los fríos intensos, y es poco exigente en cuanto a suelos, por lo que se cultivó con éxito en amplias comarcas de la Europa occidental y septentrional. Por el contrario, a lo largo de toda la Edad Media tuvo muy escasa importancia en la Europa mediterránea.

Junto a los cereales, el cultivo de leguminosas adquirió una importancia creciente en la Europa medieval. Pese a que los tratados agronómicos de época romana hacían referencia a la acción enriquecedora de las leguminosas sobre el suelo –al absorber el nitrógeno directamente del aire no agotan la tierra y, además, tras la recolección los matojos constituían un excelente abono natural–, el agricultor romano no les dedicó excesiva atención. Su auténtica difusión se produjo a partir del siglo XII, momento en el que se hace frecuente la alusión en la documentación a guisantes, judías o alubias, habas, garbanzos, lentejas y arvejas o algarrobas, estas últimas destinadas a la alimentación del ganado.

El cultivo de leguminosas se extendió por toda la Europa occidental, sembrándose en pequeños huertos próximos a la vivienda o, cada vez en mayor medida, entre el cereal. El cultivo combinado de cereal y leguminosas contribuyó en muchas comarcas a la reducción de las superficies dejadas en barbecho.

En definitiva, a lo largo de la Edad Media las leguminosas tuvieron una importancia creciente en la alimentación humana, contribuyendo a la mejora de la dieta alimenticia al aportar proteínas vegetales a los carbohidratos proporcionados por los cereales. Las leguminosas se consumían preferentemente hervidas con otras verduras, o secas y molidas se preparaba con su harina una especie de tortas.

3.1.2. Huertas

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El huerto consistía en una pequeña parcela de terreno próxima a la casa, que se protegía de la entrada de los animales domésticos mediante una sencilla valla de madera o una cerca de mimbres. La proximidad de la vivienda facilitaba el traslado a los huertos del abono producto de la vida doméstica, así como el trabajo en ellos de las mujeres. El cuidado intensivo de las huertas permitía la obtención de ajos, chalotes y cebollas, zanahorias, alcachofas, puerros, coles, rábanos y nabos, de gran importancia en la alimentación de los sectores inferiores de la sociedad rural medieval. Asimismo se cultivaba en las huertas una enorme diversidad de verduras, como lechugas, achicorias, espinacas, acelgas, remolachas o berros, que se consumían crudas o cocidas. En el área mediterránea se cultivaban también espárragos, melones, pepinos y calabazas, y en algunas comarcas arroz, introducido por los árabes.

Junto a verduras y hortalizas se cultivaban también diversas plantas textiles y tintóreas, destinadas a la producción artesanal, y cuya mayor difusión se produjo desde el siglo XII en áreas próximas a las ciudades. Entre las plantas textiles destacan especialmente el lino y el cáñamo, que ya desde la Antigüedad se cultivaban por la fibra de sus tallos. El lino y el cáñamo necesitaban suelos húmedos y fértiles, por lo que se cultivaban, generalmente, en pequeños terrenos próximos a ríos y arroyos. El área de cultivo por excelencia se situaba en una banda que iba desde el noroeste de Francia hasta Polonia.

En el sur de Italia y de España se cultivó también en terrenos de huerta el algodón, cultivo introducido por los árabes desde el norte de África y el Oriente Medio y que requería múltiples cuidados y riegos frecuentes. El algodón daría lugar, especialmente en Italia, a una industria textil nada desdeñable.

Entre las plantas tintóreas destacaban la gualda y el azafrán (tintes amarillos); el glasto o hierba pastel y el añil (tintes azules); o la rubia (tintes rojos).

Por último, a lo largo de la Plena y Baja Edad Media fue constituyéndose el huerto de árboles frutales, también en tierras próximas a las viviendas; en ocasiones los frutales se sembraban entre viñedos. A lo largo de la Edad Media es fácilmente apreciable la creciente expansión de los árboles con frutos pulposos y azucarados (manzanos –muy extendidos desde los siglos XII y XIII en Francia y en el norte de España, donde tuvo gran importancia la elaboración de sidra–, perales, ciruelos, cerezos, melocotoneros, albaricoqueros, moreras –ligadas a la cría del gusano de seda–, higueras –muy extendidas por toda la Europa mediterránea–), a costa de las especies con frutos harinosos y oleaginosos (nogales, muy apreciados por su aceite, y castaños, por su harina). También se difundieron diversas especies de cítricos introducidas en la Europa mediterránea por los árabes.

El cultivo de huerta conoció un particular desarrollo en distintas regiones de la Europa mediterránea (en particular en al-Andalus), estrechamente ligado al regadío, lo que dio lugar a detalladas regulaciones relativas al uso del agua.

En la Europa no mediterránea el cultivo de hortalizas fue mucho menos importante, y a lo largo de toda la Edad Media estuvo restringido, generalmente, a pequeños huertos próximos a las viviendas. Sólo en algunas comarcas del norte de Francia, de Flandes y de Inglaterra están documentados desde el siglo XII cultivos específicos de huerta en el curso de distintos ríos; son parcelas de explotación individual, cercadas, dedicadas al cultivo de legumbres, verduras y hortalizas, y de plantas textiles y tintóreas.

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A partir de la Plena Edad Media surgieron también algunas áreas de cultivo intensivo en torno a las grandes ciudades, en particular en regiones muy urbanizadas (Flandes, Lombardía). En la proximidad de las ciudades se extendían auténticos «cinturones hortícolas», constituidos por campos bien abonados y trabajados, cuya producción iba destinada al mercado urbano.

Las zonas de huerta y de regadío se caracterizaban por un paisaje en el que predominaban los campos cercados, resultado de una explotación individualista y del deseo de proteger los cultivos de los rebaños de ganado.

3.1.3. Viñedos y olivares

El cultivo de la vid conoció una gran difusión en toda la Europa occidental a lo largo de la Edad Media, pese a que el origen de esta planta es mediterráneo y su adaptación a otras regiones bioclimáticas fue muy lenta. La gran expansión de los viñedos en época medieval, especialmente a partir de los siglos XI y XII, puede considerarse como una de las grandes conquistas agrícolas de la Edad Media, y obedece a varios motivos:

- A su alta rentabilidad, ya que no es necesario dejar la tierra en barbecho.

- A su resistencia y adaptabilidad a distintos climas y suelos. La vid soporta tanto los inviernos crudos como los veranos calurosos, fructifica incluso en suelos pobres, y no solían afectarle plagas ni enfermedades

- El trabajo de las viñas no precisaba ni de un instrumental complejo ni de una financiación de base considerable, por lo que resultaba una práctica agrícola muy apropiada para el campesino pobre.

- En último término, el vino era un elemento imprescindible para la liturgia cristiana, y asimismo era exigido por los señores para su mesa por razones de prestigio social. Del mismo modo, ya desde la Alta Edad Media el vino era considerado en las regiones vitícolas como una parte importante de la alimentación humana, ya que aportaba un importante número de calorías.

Por estas circunstancias –y por las grandes dificultades para el comercio del vino, por la mediocridad del proceso de vinificación–, en la Edad Media el cultivo de la vid tuvo una extensión muy superior a la actual, apareciendo en regiones donde hoy en día es inconcebible su cultivo (Inglaterra, norte de Alemania).

La expansión del viñedo fue promovida por los grandes señores laicos y por los monasterios, y desde el siglo XII también por las villas y ciudades, cuyos mercados reclamaban cada vez mayores cantidades de vino. En este proceso expansivo jugó un papel de primer orden un tipo especial de contrato agrario, conocido en francés como complant (= plantío): el propietario de un terreno inculto lo cedía a un campesino para que lo plantara con vid; al cabo del tiempo fijado (de cuatro a ocho años), durante el cual el campesino habría cuidado la viña, y cuando la vid comenzara ya a dar fruto, la propiedad se dividía en dos partes iguales, una de las cuales retornaba en plena posesión al autor de la concesión, mientras que la otra quedaba en manos del concesionario, según condiciones jurídicas variables que iban desde la plena propiedad al disfrute vitalicio, aunque sometida a una renta anual. Desde el siglo XIII el contrato de complant llevaba frecuentemente aparejado un derecho transmisible y hereditario.

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La creciente demanda de vino por parte de los mercados urbanos dio lugar a la aparición de «cinturones vitícolas» en torno a las ciudades, así como a una minuciosa regulación de su venta en las ordenanzas concejiles con el fin de proteger a los productores locales.

El cultivo del olivo fue muy importante a lo largo de la Edad Media en toda la Europa mediterránea. Sin embargo su extensión fue, probablemente, menor que la que conoció en la Antigüedad clásica: el olivo es un árbol de crecimiento muy lento, de forma que un olivar representaba una inversión a muy largo plazo, que quedaba fuera del alcance de los pequeños campesinos.

Al-Andalus fue durante toda la Edad Media el gran productor europeo de aceite de oliva, que exportaba hacia los reinos hispanocristianos del norte de la Península Ibérica y hacia todo el mundo islámico.

En la Europa atlántica y central el aceite era sustituido en la cocina por grasas animales y también, aunque en menor medida, por aceites obtenidos mediante el prensado de frutos secos, principalmente nueces. A fines de la Edad Media se extendió el cultivo de otras plantas oleaginosas, entre las que destaca la colza, una especie de col que tuvo su principal expansión en los Países Bajos, y cuyo aceite era utilizado tanto en la cocina como para alumbrar.

3.1.4. Prados

A lo largo de la Alta Edad Media los prados fueron considerados en la misma categoría que los bosques y los pastos de las tierras comunales. Sólo desde el siglo XII se aprecia un interés creciente por los prados naturales y artificiales, en relación con la atracción que la actividad ganadera ejercía sobre los grandes propietarios.

A partir de la Plena Edad Media las fuentes documentales distinguen entre prata (prados artificiales de propiedad particular dedicados específicamente a la producción de hierba para el ganado) y pascuae (pastos de las tierras comunales y rastrojeras de los barbechos).

Debido a su necesidad de abundante humedad, los prados naturales suelen localizarse en el fondo de los valles, en las márgenes de los ríos o marismas, o en tierras aluviales. En el área mediterránea, a causa de la mayor sequía, los prados naturales sólo aparecían en áreas de marismas y las praderas era, generalmente, artificiales y de propiedad señorial.

Debido a la importante inversión que exigía, el cultivo de praderas artificiales quedó restringido a los grandes señores laicos y a los monasterios, que fueron quienes pudieron desarrollar unas explotaciones ganaderas más intensivas. Las crecientes restricciones en el uso de bosques y baldíos desde el siglo XIII movieron a los grandes propietarios y a los campesinos más acomodados a sembrar prados en terrenos pantanosos del norte de Francia, Flandes, Países Bajos, Inglaterra y Alemania.

3.2. Las tierras comunales: bosques y baldíos

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La valoración de las tierras incultas (el incultum) fue simultánea a la de huertos, viñedos y prados. Desde muy antiguo el bosque y las landas y dehesas tuvieron un importante papel en la economía campesina, desarrollándose diversos sistemas de participación en su explotación.

En la Edad Media bosques y baldíos formaban un cinturón en torno a los campos de labor y eran objeto de explotación común por una o varias comunidades campesinas limítrofes. Mediante estrictas prescripciones, las comunidades aldeanas velaban por la protección de los bosques, y regulaban su uso por parte de los campesinos.

Además de hierbas para el ganado, los bosques ofrecían recursos muy variados para la vida campesina: madera para construir viviendas y para fabricar el utillaje agrícola y los toneles y cubas para el vino; leña para el hogar campesino y para los hornos y talleres; resina para las antorchas; cortezas de árbol para los cordeleros y los curtidores; cera para velas y cirios; cal para preparar el mortero; cenizas de los matorrales, utilizadas para el lavado y para los tintes; carbón para las fraguas.

El bosque proporcionaba también musgos y hojas para las camas del ganado, bellotas para los cerdos, y hierbas y frutos silvestres, bayas y hongos diversos que constituían un apartado importante en la alimentación campesina, y en épocas de carestía una de las pocas posibilidades de sobrevivir. Del bosque se obtenía también el principal edulcorante de la Edad Media, la miel, que se recolectaba en enjambres silvestres.

El bosque era asimismo el lugar privilegiado para la caza, que aportaba un cierto complemento a la alimentación del campesino medieval (liebres y conejos, y pequeños pájaros como mirlos, tórtolas o golondrinas), aunque la caza era una actividad propiamente señorial; las pieles de los animales eran utilizadas para el vestido y para el equipamiento doméstico campesino.

Con el avance de las roturaciones y la ampliación de las tierras de cultivo se produjo un importante retroceso de los bosques y de los pastos comunales, y la ruptura del equilibrio entre las zonas de labrantío y los bosques, lo que provocó una reacción de los señores y de las comunidades aldeanas en defensa de los espacios incultos. Desde fines del siglo XII se hacen frecuentes las restricciones al derecho de uso del bosque, mediante reglamentos que limitan la entrada del ganado y regulan el aprovechamiento de los árboles.

Este proceso supuso un cambio significativo en la concepción del bosque. En la Alta Edad Media el bosque era una especia de amplia reserva abierta a todos los vecinos, que tenían libertad absoluta para sacar de él lo que quisieran y para llevar sus animales domésticos, sin ningún tipo de límites. Desde el siglo XIII el bosque se convirtió en una especie de «cultivo protegido de especies arbóreas» (Duby), cuya finalidad era proporcionar los elementos necesarios para la construcción, la calefacción y el trabajo artesano. La explotación forestal atrajo a los mercaderes de las ciudades y benefició considerablemente a los señores; por el contrario, al privarse a los campesinos de una importante fuente de recursos surgieron protestas violentas de las comunidades campesinas e interminables litigios.

3.3. El poblamiento rural

3.3.1. Las formas del poblamiento campesino

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El poblamiento rural medieval presenta una gran diversidad de formas y categorías, en un amplio abanico que va desde las distintas modalidades del poblamiento disperso hasta los núcleos concentrados.

El poblamiento rural altomedieval fue mucho menos estable de lo que tradicionalmente se había supuesto. Los agrupamientos humanos, entre los que predominaban las granjas individuales, los grupos de granjas y los caseríos, estaban muy expuestos a los efectos de la guerra y de los desastres naturales, por lo que conocían frecuentes desplazamientos; la movilidad del poblamiento llevaba a la utilización preferente de materiales constructivos perecederos (madera, barro, paja). Asimismo, la Alta Edad Media conoció una baja densidad general de la población, aunque existía un abierto contraste entre zonas densamente pobladas y zonas boscosas y pantanosas que conocían un poblamiento muy escaso.

La Plena Edad Media vino marcada por una progresiva sedentarización de la población campesina, como consecuencia de la difusión de sistemas de cultivo más avanzados y rentables y del incremento de la producción cerealista. Este proceso fue acompañado de la utilización de materiales de construcción de mayor calidad y más perdurables.

A lo largo de la Plena y Baja Edad Media el poblamiento rural y los paisajes agrarios adquirieron unos rasgos que perdurarían en muchos casos hasta la actualidad.

La primera gran división que cabe realizar dentro de las formas del poblamiento medieval es entre poblamiento disperso y poblamiento concentrado.

3.3.1.1. Poblamiento disperso

El poblamiento disperso (granjas o grupos de granjas, caseríos y aldeas con un número reducido de casas), podía tener un origen muy diverso. Podía ser una perpetuación de formas primitivas del poblamiento humano; pero también podía ser el resultado de la colonización individual de zonas incultas, boscosas y pantanosas, o de un progresivo proceso de división de las parcelas de cultivo como consecuencia de sucesivas herencias. Por otra parte, existe también una estrecha relación entre las formas de parcelación de las tierras de labor y las del poblamiento rural, de forma que una parcelación en campos cercados fue casi siempre acompañada de un poblamiento disperso.

La naturaleza del poblamiento tenía importantes repercusiones en la vida social y económica. Si el pueblo daba lugar a una comunidad de intereses y a un espíritu de grupo, el poblamiento disperso se caracteriza por un marcado individualismo (lazos de cohesión basados no en el grupo sino en el parentesco, y economía de autosuficiencia).

El poblamiento a base de granjas aisladas o de grupos de granjas aparecía en época medieval, principalmente, en la Europa mediterránea. Las aldeas formadas por grupos de diez a quince casas dominaban el paisaje rural de las áreas con sistema agrícola atlántico o céltico. El poblamiento disperso era también el propio de comarcas montañosas y pantanosas o con suelos pobres.

3.3.1.2. Poblamiento concentrado

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Las formas de poblamiento concentrado se disponían en la Edad Media a lo largo de dos franjas: una que se extendía desde la cuenca del río Sena hasta la estepa rusa, y otra que cubría las costas mediterráneas. Si en la primera de ellas el poblamiento concentrado obedece, principalmente, a la fortaleza del régimen señorial y a la aplicación de sistemas de cultivo basados en el corporativismo, en la Europa mediterránea el fundamento hay que buscarlo en la tradición urbana del mundo clásico y en la búsqueda de una mayor seguridad (concentración de la población dentro de un recinto amurallado, bajo la protección de un castillo).

El régimen señorial, en efecto, procuraba el poblamiento de sus dominios, así como la concentración de la población, con el fin de facilitar la percepción de las rentas, en particular de las corveas, que se satisfacían en forma de trabajo en la reserva señorial.

Los sistemas de cultivo basados en una parcelación en campos de labor abiertos, con parcelas estrechas y alargadas, contribuyeron también a la concentración del poblamiento rural y al reforzamiento del corporativismo campesino, propiciando la constitución de pueblos propiamente dichos. Porque, para que exista un pueblo es necesario algo más que un mero agrupamiento ocasional; es imprescindible la existencia de una conciencia de unos intereses comunes y duraderos que actúe como elemento de cohesión (Fossier).

Otros polos de concentración de la población campesina fueron el castillo y la iglesia y las instituciones parroquiales. Además de su función fundamentalmente religiosa, la parroquia era también el centro de la vida social del pueblo y el lugar de reunión por excelencia de sus habitantes.

Dentro del poblamiento rural concentrado pueden distinguirse dos grupos principales de núcleos de población, en cuanto a su forma externa de organización:

- Poblaciones en las que casas y granjas se amontonaban sin una aparente estructura planificada; es el tipo de poblamiento predominante a lo largo de la Alta Edad Media. Sólo con el paso del tiempo fueron surgiendo caminos entre unas y otras casas y entre las casas y los campos circundantes.

Estos poblados no surgieron en un momento concreto, sino que son el resultado de un largo proceso evolutivo.

- Poblaciones que presentan un plano regular, conformado por varias calles a lo largo de las cuales se alineaban las casas, en torno a una plaza, a una calle central o a un espacio dedicado a prados para los animales (en alemán Platzdörfer, Strassendörfer y Angerdörfer, respectivamente). Se trata, en general, de pueblos de «nueva planta», que surgen en diferentes regiones de la Europa occidental y central, en su mayor parte entre mediados de los siglos XII y XIII, como resultado de la presión demográfica y de la búsqueda consiguiente de nuevas áreas de expansión, y que se denominan de diferente modo según las regiones: villafrancas en el Piamonte italiano; castelnaus en Gascuña; bourgages en Normandía; villeneuves en el norte de Francia; sauvetés y bastides en el sur de Francia; villafrancas o villanuevas en España; Waldhufendörf y Marschufendörf en Alemania; green villages en Inglaterra.

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El modelo más simple de este tipo de poblaciones es el formado por una calle, con dos hileras de casas, una a cada lado de la calle. Detrás de cada casa se extendían las tierras de labor, en estrechas parcelas paralelas y perpendiculares al eje de la aldea, que se prolongaban hasta el límite de la zona ocupada por el pueblo. Se trata del pueblo lineal característico de la colonización organizada del centro y este europeo, pero que también aparece en Gran Bretaña y en otras distintas regiones de la Europa occidental. Esta estructura es denominada en espina de pescado (en francés en arête de poisson), y es la típica de los Waldhufendörfer alemanes. Pero existen también otros diversos tipos de poblaciones con planos geométricos, concéntricos o cuadrangulares.

Pese a que a partir del siglo XIII se observa en algunas regiones una tendencia a la extensión del poblamiento disperso (es el caso de Inglaterra, en relación con el retroceso de los openfields), en esta centuria es ya manifiesta la progresiva estabilización del poblamiento concentrado, de forma que el siglo XIII puede considerarse el momento decisivo en el proceso de formación de los pueblos.

La Baja Edad Media estuvo marcada por un notable proceso de despoblamiento del medio rural, que tiene su explicación en diversas causas, con frecuencia entremezcladas: el acentuado descenso demográfico consecuencia de las grandes epidemias; el abandono de tierras marginales, menos productivas, y la búsqueda de formas más rentables de producción y de organización de los campos de labor; los cambios producidos en el régimen de propiedad y uso de la tierra y en las relaciones laborales; o la presión ejercida por los poderosos para atraer población hacia sus tierras, con el consiguiente desarraigo de comunidades campesinos.

Se trata de un fenómeno común a toda la Europa occidental, y central, pero que presenta diversidades regionales. En general, la reducción de la superficie cultivada y la desaparición de numerosos núcleos de población dio lugar a una reordenación de la actividad agraria, con una tendencia progresiva hacia la especialización regional con vistas al mercado. La escasez de trabajadores y el consiguiente incremento de los costes laborales, así como el descenso en el precio de los cereales, dieron lugar a respuestas diversas que suponen una alteración significativa en los sistemas tradicionales de explotación de la tierra: sustitución de explotaciones intensivas por otras extensivas, principalmente ganaderas; abandono de las tierras menos rentables; tendencia al cultivo de productos con fácil salida en el mercado; y modificación de los tipos de contrato agrario y de los regímenes de uso de la tierra.

3.3.2. La vivienda y la granja campesinas

La granja campesina medieval estaba constituida por la vivienda y por un conjunto de edificios anejos destinados a la explotación agrícola (graneros, cobertizos, silos), así como por pequeñas construcciones auxiliares, como hornos de pan, cocinas y baños.

En la Alta Edad Media los edificios eran, generalmente, de una sola planta, y estaban construidos a base de madera o de adobe, según métodos constructivos muy semejantes entre unas y otras regiones. El edificio de vivienda consistía en una especie de gran cobertizo de planta rectangular (20-25 metros de largo por 5-10 metros de ancho), cuya techumbre estaba sostenida por una o varias filas de pilastras de madera. El edificio de la vivienda solía englobar el establo bajo el mismo techado, con el fin de que los

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animales proporcionaran calor; normalmente estaba formado por dos estancias: la sala o aposento principal, en una de cuyas paredes se situaba el hogar, que servía como calefacción y cocina, y la alcoba o dormitorio. Con el tiempo el establo pasaría a ocupar una dependencia aneja, independiente de la sala.

En los siglos XII y XIII se produjo la configuración de la casa y la granja campesinas, con arreglo a modelos que se mantuvieron durante la Baja Edad Media y buena parte de la Edad Moderna.

En este momento existían dos tipos básicos de granjas: a) La granja consistente en un edificio integral, que englobaba la vivienda, el establo, los almacenes y los demás edificios complementarios. Era el modelo predominante en la Europa septentrional, central y oriental, donde los rigores del invierno y las dificultades de trabajar al aire libre en los meses invernales eran mayores. b) La granja constituida por varios edificios independientes (vivienda, establo, granero), ordenados en torno a un patio cuadrado o rectangular, que se extendía, principalmente, por la Europa atlántica y mediterránea.

Si había superficie suficiente, a la sala y a la alcoba única se añadieron otras diversas estancias, dispuestas alrededor de la sala o alineadas a lo largo de la vivienda. Al mismo tiempo, los progresos en las técnicas constructivas facilitaron la construcción en más de una planta, de forma que a partir de los siglos XII y XIII son más frecuentes viviendas y dependencias agrícolas que contaban con dos e incluso con tres plantas.

Los sistemas de construcción se encontraban en estrecha conexión con las condiciones bioclimáticas y con los materiales disponibles. En general, la construcción en madera fue más frecuente en la Europa atlántica, central y septentrional, así como en regiones boscosas y montañosas, en tanto que la piedra y el adobe fueron los materiales más empleados en la Europa mediterránea, por la escasez de arbolado.

La madera permitía una construcción relativamente sencilla y, además, era un excelente aislante contra el frío, pero era poco duradera y, generalmente, las viviendas no perduraban más de una generación.

Mucho más sólida era la construcción en fábrica (piedra, ladrillo, adobe) que, además, facilitaba la construcción en plantas y reducía los riesgos de incendios, uno de los mayores desastres de los poblados medievales. Por el contrario, la construcción en fábrica exigía mayor trabajo, por la talla y el transporte del material.

En el mundo mediterráneo se utilizó con frecuencia el adobe, muy apto para un clima seco y, al mismo tiempo, un buen aislante. En el norte de Europa fue más frecuente el uso de arcilla mezclada con guijarros y con paja.

En regiones de suelo arcilloso y carentes de piedra se utilizó el ladrillo como material constructivo. Pero era un material caro, por lo que su uso en el medio rural no fue muy frecuente, salvo en la construcción de iglesias, así como de hogares, chimeneas y hornos por su alta capacidad para resistir elevadas temperaturas.

La techumbre era siempre de madera, y existían múltiples variantes desde el modelo más sencillo, a base de ramas entretejidas cubiertas por hojas y paja, hasta la fabricación de una armadura de madera que se cubría con paja, con tejamaniles de madera, con tejas de terracota, con pizarra o con piedra laminada, aunque estos procedimientos más complejos sólo fueron más frecuentes a partir del siglo XII.

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La disposición de la techumbre variaba también en función del clima, de forma que en regiones con nieve y lluvia frecuentes eran más inclinados y contaban con aleros más amplios y salientes.

Los suelos de las viviendas eran, generalmente, de tierra apisonada o de arcilla, sobre la que se esparcía arena, paja o serrín.