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SALMO 129 Desde lo hondo a ti grito, Señor: Señor, escucha mi voz; estén tus oídos acentos a la voz de mi súplica. Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto. Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela a la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa: y él redimirá a Israel de todos sus delitos. Para la Oración Este salmo es conocido en la tradición cristiana como “De Profundis”. En él reconocemos nuestra debilidad y nuestro pecado, así como la necesidad de que sea Dios el que nos saque de nuestro pecado.. Donde pone Israel, no- sotros entendemos Iglesia. Jaén noviembre 2006 Nota: Los siete salmos penitenciales son los salmos 6, 31(32), 37(38), 50 (51), 101(102), 129 (130), 142 (143) puedes buscarlos en tu Biblia El perdón de los pecados Parroquia de La Asunción de Martos. Diócesis de Jaén www.asunciondemartos.es Tema XVIII Catequesis Parroquial

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SALMO 129 Desde lo hondo a ti grito, Señor: Señor, escucha mi voz; estén tus oídos acentos a la voz de mi súplica. Si llevas cuentas de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto. Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela a la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora; porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa: y él redimirá a Israel de todos sus delitos.

Para la Oración

Este salmo es conocido en la tradición cristiana como “De Profundis”. En él reconocemos nuestra debilidad y nuestro pecado, así como la necesidad de que sea Dios el que nos saque de nuestro pecado.. Donde pone Israel, no-sotros entendemos Iglesia.

Jaén noviembre 2006

Nota: Los siete salmos penitenciales son los salmos 6, 31(32), 37(38), 50 (51), 101(102), 129 (130), 142 (143) puedes buscarlos en tu Biblia

El perdón de los pecados

Parroquia de La Asunción de Martos.

Diócesis de Jaén www.asunciondemartos.es

Tema XVIII

Catequesis Parroquial

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T odos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: « Este acoge a los pecadores y come con ellos.» Entonces les dijo esta parábola.

«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdi-do." Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión. «O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosa-mente hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido." Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta. »

Lectura Bíblica

Luc 15,1-9

SALMOS PENITENCIALES El libro de los salmos contiene las oraciones de Israel. Son 150 oraciones muy diversas en contenido y extensión. Están inspiradas por Dios y forma parte de la S. E. Con estas oraciones Dios nos enseña a orar.

Algunos salmos son muy útiles para pedir perdón. La Iglesia ha seleccionado siete de esos salmos y los llama “Salmos Penitenciales” por-que expresan muy bien los sentimientos del que está arrepentido. Son: Salmo 6; 31(32); 37 (38) ; 50(51); 101(102); 129(130); 142(143).

(Fíjate que muchos salmos tienen un doble número que los identifica. En tu Biblia los debes buscar por el número más alto, pero en los libros de oraciones se pone el más bajo)

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RECUERDA Pecado es toda desobediencia voluntaria a la ley de Dios..Se cae en el pecado cuando se actúa egoístamente, se desea lo que nos aparta de Dios o de los demás o se deja de hacer lo que haya que hacer. Pecado mortal es una ruptura consciente y voluntaria con Dios o con las demás personas, ofendiéndoles de forma grave de pensamiento, deseo, obra u omisión. Para que haya pecado grave hacen falta tres condiciones: materia grave, conocimiento pleno y querer cometerlo. Pecados veniales son las imperfecciones, fallos y ligerezas de la vida diaria, que debilitan nuestro amor y nuestra vida cristiana. Los pecados cometidos después del bautismo se perdonan en el sacra-mento de la penitencia. Este sacramento lo recibimos cuando nos confesamos bien y recibimos la absolución. Para recibir bien el sacramento de la penitencia hacen falta seis cosas: ♦ Examen de conciencia, ♦ dolor de los pecados ♦ propósito de la enmienda ♦ decir los pecados al confesor ♦ recibir la absolución ♦ cumplir la penitencia LEER EL Salmo 49 (50). Destaca cuales son sus principales ideas. ¿Cómo se presenta Dios? ¿Por qué hace ese despliegue de majestad? ¿Qué pecados reprueba expresamente? ¿Qué alternativa ofrece Dios al pecador? Luc 19,1-10; la historia de Zaqueo, ¿Cuál era el pecado de Za-queo; ¿Qué pasos da para cambiar? ¿Cómo corresponde Jesús a su acti-tud? ¿En que se nota que Zaqueo tuvo una verdadera conversión? Luc 15, las parábolas de la misericordia. ¿En que se parecen? ¿En que se diferencian? ¿qué contraste encuentras entre la postura del padre y la del hijo mayor? PREPÁRATE para hacer una buena confesión

ACTIVIDADES

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POR QUÉ DIO EL SEÑOR A SU IGLE-SIA EL PODER DE PERDONAR

Un bello texto del Beato Isaac de Stella (Sermón 11. LH IV Viernes XXIII TO) nos explica muy bien por qué dio Jesús el poder de perdonar a su Iglesia: “Hay dos cosas que son de la exclu-siva de Dios: la honra de la confesión y el poder de perdonar. Hemos de confesarnos a Él. Hemos de esperar de Él el perdón. ¿Quién

puede perdonar los pecados fuera de Dios? Por eso, hemos de confesar ante Él. Pero al desposarse el Omnipotente con la débil, el Altísimo con la humilde, haciendo reina a la esclava, puso en su costado a la que estaba a sus pies. Por-que brotó de su costado. En él le otorgó las arras de su matrimonio. Y, del mismo modo que todo lo del Padre es del Hijo, y todo lo del Hijo es del Padre, porque por naturaleza son uno, igualmente el Esposo dio todo lo suyo a la es-posa y la esposa dio todo lo suyo al Esposo, y así la hizo uno consigo mismo y con el Padre. Este es mi deseo, dice Cristo dirigiéndose al Padre en favor de su esposa, que ellos también sean uno en nosotros, como tú en mí y yo en ti.

Por eso, el Esposo, que es uno con el Padre y uno con la esposa, hizo desaparecer de su esposa todo lo que halló en ella de impropio, lo clavó en la cruz y en ella expió todos los pecados de la esposa. Todo lo borró por el made-ro. Tomó sobre sí lo que era propio de la naturaleza de la esposa y se revistió de ello; a su vez , le otorgó lo que era propio de la naturaleza divina. En efecto, hizo desaparecer lo que era diabólico, tomó sobre sí lo que era humano y co-municó lo divino. Y así es del Esposo todo lo de la esposa. Por eso, el que no cometió pecado y en cuya boca no se halló engaño pudo muy bien decir: Mise-ricordia, Señor que desfallezco. De esta manera, participa Él en la debilidad y en el llanto de su esposa, y todo resulta común entre el Esposo y la esposa, in-cluso el honor de recibir la confesión y el poder de perdonar los pecados; por ello dice: ve a presentarte al sacerdote.

Nada podría perdonar la Iglesia sin Cristo: nada quiere perdonar Cris-to sin la Iglesia. Nada puede perdonar la Iglesia sino al que se arrepiente, o sea, al que ha sido tocado por Cristo.. Nada quiere mantener perdonado Cristo al que desprecia a la Iglesia. Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hom-bre. Es este un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a su Iglesia. No quites la cabeza al cuerpo. Así no podría estar el Cristo total en ninguna parte. En ningún sitio está entero Cristo sin en su Iglesia. En ningún sitio está entera la Iglesia si Cristo. Porque el Cristo entero e integral es cabeza y cuerpo. Por eso dice el Evangelio: Nadie ha subido al cielo, sino el Hijo del Hombre, que está en el cielo. Y este es el único hombre que puede perdonar los pecados”

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Comentarios

Pecado es todo lo que nos hace romper con Dios o con los demás culpablemente. Pecado es ir contra la voluntad de Dios que garantiza los derechos de toda persona. El pecado es negarnos a colaborar en la cons-trucción de un mundo mejor, es hacer que los demás sufran o no lu-char contra el sufrimiento de los otros cuando podemos hacerlo. Quien pretende prescindir de Dios, poniéndose como centro de todas las cosas, ofende a Dios y se convierte en opresor de los demás hombres. Muchas veces sentimos en noso-tros la experiencia del pecado, senti-mos que nos hemos vuelto de espal-das a Dios y que nos encontramos lejos de Él. Y sentimos que alejados de Dios, las relaciones con los demás se rompen y aparecen en nuestra vida la violencia, el odio, el egoísmo y la mentira.

Clases de pecados Pecado original Es la situación de lejanía de Dios y de necesidad de salvación con la que nacemos todos los hombres a causa del primer pecado de la huma-nidad. El pecado original encuentra su remedio en el Bautismo. Pecados capitales Se llaman pecados capitales las posturas interiores que nos llevan a pecar de muchas maneras. La tradi-

El Pecado ción cristiana los agrupa en siete gran-des vicios, contra los cuales hay siete virtudes o posturas interiores que nos ayudan a vencer el pecado

soberbia humildad

avaricia generosidad

ira paciencia

envidia amor

gula templanza

lujuria castidad

Vicios Virtudes

pereza diligencia

Pecado mortal Pecado mortal o grave es el que nos hace perder la gracia santificante y, por consiguiente, la plena comunión con la Iglesia. Nace de una mala disposición de la persona que vive de forma egoísta y prescinde de la voluntad de Dios. Se concreta en actitudes de rebeldía frente a Dios y en acciones malas u omisiones culpables. No se puede pecar sin querer. Para que haya pecado mortal hacen falta tres condiciones: ♦ que sea algo importante ♦ que se sepa que es malo ♦ que se quiera hacer Entre los pecados más graves podemos enumerar estos: ♦ Vivir alejados de Dios ♦ Renegar de la fe cristiana ♦ Blasfemar conscientemente ♦ Maltratar o abandonar a los padres

necesitados ♦ Maltratar o dañar a los débiles

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CONSECUENCIAS DEL PECADO Para un cristiano el pecado es el peor

de los males porque destruye lo más grande que hay en él, su relación de hijo con Dios Padre, su relación de hermano con Jesús y aleja al Espíritu Santo de su vida.

El pecado endurecido en nuestra vida puede hacernos morir y permanecer lejos de Dios para siempre. Es esta una conse-cuencia que debería hacernos temblar si nos la tomáramos en serio. Pero además el pecado, en esta misma vida, nos cierra a los dones salvadores de Dios, nos aleja íntima-mente de la comunidad e impide nuestro verdadero crecimiento interior como perso-nas.

PECADO Y CULPA

No debemos identificar nunca el peca-do con los sentimientos de culpa. Hay ve-ces que hay pecado y faltan esos sentimien-tos y hay veces que están esos sentimientos sin que haya verdadero pecado. Los senti-mientos de culpa mal controlados pueden llevarnos a la desesperanza de la salvación que es el pecado peor que podemos come-ter porque es desconfiar del amor generoso del Padre manifestado en la Pasión de Je-sús.

LA CONVERSIÓN Convertirse es apartarse del pecado y

volver a hacer el bien. No es sólo un senti-miento de arrepentimiento, es mucho más. La conversión: ♦Es volverse a Dios, humillarse ante Él,

buscar su rostro. ♦Es proponerse seriamente dejar de hacer

el mal y empezar a hacer el bien. ♦Es cambiar de postura frente a la vida y

frente a los demás. ♦Es dejarse encontrar por Dios. ♦Es volver a la casa de nuestro Padre que

nos espera (Luc 15)

♦ El asesinato ♦ Negarse a perdonar ♦ El adulterio ♦ La opresión a los pobres ♦ No pagar el justo salario ♦ El falso testimonio en el tribunal ♦ Incitar a otros a pecar El pecado será tanto más grave cuanto más daño cause o quiera causar a las relaciones con Dios o con los otros, cuanto más voluntario sea y cuanto más claramente nos demos cuenta de la maldad que supone el cometerlo. Cuando el pecado es muy grave y nos lleva a una ruptura real con Dios o con los otros supone una especie de muerte de nuestra vida cristiana. El que peca mortalmente, rompe con Dios, y, si es cristiano, rompe con la comunidad, deja de estar en comunión con la Iglesia, es como una rama cortada del árbol de la Iglesia. De aquí que el que está en pecado mortal no pueda comul-gar (sería una mentira en lo más santo) . Pecado venial o leve Pecados veniales son las imper-fecciones, fallos o ligerezas de la vida ordinaria. No nos hacen rom-per con Dios, ni con los demás, pero enfrían nuestro amor y nuestra vida cristiana.

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va tus propósitos de reparar el mal hecho y de evitar las ocasiones de pecado. Puedes añadir esta oración: Señor, padre y dueño de mi vida, No me entregues a caprichos perniciosos. No permitas que mis ojos sean soberbios. Aparta de mi los malos deseos. No me entregues, Señor, a pa-sión vergonzosa. No me abandones , Señor, para que no aumenten mis ignoran-cias, Ni se multipliquen mis pecados No me entregues, Señor, a pa-sión vergonzosa (LH III 200. Miércoles 7º del T. O. Cfr Sir 23,1-6. ) .

También puedes rezar el cántico de la Virgen (Luc 1,46-55) Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo y su miseri-cordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de cora-zón, derriba del trono a los poderosos

y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vací-os. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericor-dia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y su descendencia por siempre.

Cumple cuanto antes la peni-tencia que se te ha impuesto.

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motivos de pura comodidad y ego-ísmo? ¿He robado? He sido injusto? ¿He cumplido con mi trabajo? ¿He pa-gado los salarios y los impuestos debidos? He mentido, calumniado o dado falso testimonio? ¿Me he recreado contando las faltas o defectos aje-nos? ¿He reparado los daños causados a otros? Después de hacer el examen, pí-dele a Dios que te dé dolor de tus pecados y fuerza para no cometerlos más. Puedes decir alguno de los salmos penitenciales o una de estas oraciones: Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Tú me quie-res y yo también te quiero. He hecho lo que te ofende y me da miedo quedarme lejos de Ti pa-ra siempre. Con tu ayuda no vol-veré a pecar y me acercaré a confesar para recibir tu perdón. Amén Señor, tu sabes que soy indeciso y que me canso fácilmente. Ahora mismo quisiera empezar a ser me-jor y no soy capaz. No quisiera que esta confesión que voy a hacer fue-ra una rutina más. Dame la gracia de conocerme como soy de verdad, y de conocer mis intenciones más profundas. Concédeme descubrir las causas de mis pecados y arre-pentirme de verdad. Haz que de tu

mano recorra el camino de la penitencia, para llegar a ti reno-vado sinceramente Piensa como podrás reparar los males que hayas hecho y co-mo evitar en adelante volver a caer en el pecado. Al confesar Al empezar a confesar santí-guate y saluda al sacerdote. Di el tiempo (aproximado) que llevas sin confesar Di los pecados que has cometi-do, con sencillez y claridad. Em-pieza por los que más trabajo te cueste reconocer o declarar. Si se ha recibido una absolución gene-ral (3ª fórmula) hay que decir los pecados graves que allí se perdo-naron. Recuerda que hay obliga-ción de decir todos los pecados mortales cometidos. Si no hay pecados graves se deben decir algunos de los venia-les y acusarse de forma general de los pecados ya perdonados diciendo: y me acuso además de todos los pecados de mi vida.. Escucha lo que te dice el sa-cerdote y procura recordar la pe-nitencia que se te impone. Escucha las palabras del per-dón o absolución (En este mo-mento no se debe estar rezando ninguna otra oración.) y cuando acabe responde Amén. Después de confesar Dale gracias al Señor y renue-

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Necesidad de que Dios nos

llame a la conversión Por nuestras propias fuerzas no pode-

mos salir del pecado. Hace falta que alguien nos saque de esa situación y ese alguien sólo puede ser Dios ya que sólo Dios puede invitarnos a restablecer las relaciones rotas por el pecado.

Hace falta: ♦ que Dios esté dispuesto a perdonar y

nos llame ♦ que Jesús nos haya conseguido el

perdón ♦ que la Iglesia nos ponga en presencia

de Dios, llamándonos por la predica-ción y transmitiéndonos el perdón de Dios.

Dios perdona Las parábolas de la misericordia San Lucas en el centro de su evange-

lio ha colocado las tres grandes parábo-las de la misericordia: la oveja perdida, la dracma perdida y el padre compasivo. En ellas aparece la misericordia de Dios como su rasgo más distintivo: Dios goza perdonando y acogiendo al pecador que se deja perdonar por Dios.

Dios quiere que todos los hombres se

salven Ya en el AT Dios había dicho por me-

dio de Ezequiel En cuanto al malvado, si se aparta de

todos los pecados que ha cometido, ob-serva todos mis preceptos y practica el derecho y la justicia, vivirá sin duda, no morirá. 22 Ninguno de los crímenes que cometió se le recordará más; vivirá a causa de la justicia que ha practicado. 23 ¿Acaso me complazco yo en la muer-

te del malvado - oráculo del Señor Yahveh - y no más bien en que se con-vierta de su conducta y viva? (Eze 18,21-23)

Después de Cristo Pablo puede decir con todo fundamento

Esto es bueno y agradable a Dios, nuestro Salvador, 4 que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad. (1Ti 2,4)

Jesús nos ha conseguido el perdón de los pecados

Había algo en la conducta de Jesús que ciertos hombres, tenidos por reli-giosos, no podían tolerar: Jesús se acer-caba a las gentes que ignoraban la Ley y no cumplían los ritos que ésta pres-cribía. Mar 2, 18.24; 3. 2 No sólo salía a su encuentro y aceptaba comer con ellos sino que hasta perdonaba sus pe-cados Luc 15, 1-2, atribuyéndose el poder de Dios Mar 2. 7 . Pero Jesús decía a las personas que murmuraban de su conducta: - Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se con-vierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse. Las pala-bras de Jesús, su conducta, y el entu-siasmo de la gente que se iba tras El,

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indignaron a sus enemigos. Estos, inca-paces de renunciar a sus ideas, decidie-ron prender a Jesús y darle muerte. Je-sús, sin embargo, no cambió su manera de tratar y querer a todos. Quiso cumplir hasta el extremo, con amor y confianza, la voluntad de Dios Luc 15, 7.10; Juan 12, 19 ; Juan 11, 53 ; Mar 3, 6

En la muerte de su Hijo, Dios perdonó de raíz el pecado del hombre y lo recon-cilió consigo. Cristo resucitado confió a sus apóstoles la misión de anunciar a todos los hombres el perdón de los pe-cados que brota de su muerte y resurrec-ción.

La Iglesia ha recibido la mi-sión de perdonar los pecados

El Señor nos llama, por medio de la predicación de la Iglesia a convertirnos, y nos da su perdón y fuerzas para hacer el bien. Jesús que acogió a tantos peca-dores, nos da un signo de su acogida y su perdón en el sacramento de la Peni-tencia

Cuando hemos pecado es la Iglesia la que nos lleva ante el Señor para que recibamos su perdón. El Evangelio lo explica muy bien con el relato de la curación del paralítico (Mar 2,1-12)

Los Apóstoles no sólo predicaron de parte de Dios el perdón de los pecados, sino que ellos mismos perdonaron los pecados, gracias al poder que Cristo les confió al darles el Espíritu Santo.

En efecto, en el don del Espíritu San-to, Cristo resucitado concedió a su Igle-sia el poder de perdonar los pecados. Dice el evangelio de San Juan: «Jesús exhaló su aliento sobre los discípulos y les dijo:

- Recibid el Espíritu Santo; a quie-nes les perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis les quedan retenidos» Juan 20, 19-23.

La Iglesia puede perdonar los pe-cados porque el principal agente de su remisión, que es el Espíritu San-to, habita en ella. El Espíritu Santo penetra en el hombre como una un-ción; y le hace sentir a la vez en su interior el atractivo del Dios santo, puro y justo y la necesidad de con-vertirse a El.

El hombre se siente, entonces, juzgado y, al mismo tiempo, reani-mado por la confianza en el perdón y la gracia: caen las falsas excusas y se abre una brecha en las defensas que alzan y oponen su autojustifica-ción y egoísmo.

Según una oración de la Iglesia, el Espíritu Santo, fundamentalmente, es, El mismo, «la remisión de los pecados». (Oración sobre las ofren-das del Sábado de la VII semana de Pascua)

Dios ofrece a todos los hombres el perdón de los pecados:

♦ por la acción del Espíritu Santo quien con su gracia nos comuni-ca la salvación que Jesucristo nos ha alcanzado;

♦ y por el ministerio de la Iglesia, sacramento universal del perdón y la reconciliación.

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HAZ BIEN LA CONFESIÓN

Antes de confesar Ponte con tranquilidad en la pre-sencia de Dios y después de pedir-le ayuda, haz el examen de con-ciencia, es decir ve repasando mentalmente como te portas con Dios y con los demás en tu familia, en tu trabajo, con las personas que te rodean. Puede venirte bien un libro o un formulario de examen de conciencia. En el NT tienes algu-nos trozos que te pueden ayudar . Por ejemplo 1 Cor 13 o Gál 5,13-26. También puedes usar el que sigue. EXAMEN DE CONCIENCIA ¿Cuando fue mi última confesión? ¿He callado voluntariamente algún pecado mortal en anteriores confe-siones? ¿Tengo que confesar pe-cados olvidados o perdonados en absolución general? ¿He recibido indignamente algún sacramento? He dudado o negado de las verda-des de fe? ¿He sido supersticioso o he practicado espiritismo? He puesto en peligro voluntariamente mi fe en reuniones o lecturas? He tomado el nombre de Dios en vano en juramentos? ¿He blasfe-mado o hablado con indiferencia o irreverencia de Dios, de los santos o de la Iglesia? ¿Rezo con frecuencia y devoción? ¿He faltado a Misa los domingos?

¿Recibo los sacramentos con frecuencia y bien? He respetado y honrado a mis padres? ¿He cumplido mis obliga-ciones con mi cónyuge y mis hijos? ¿Estoy enemistado con alguien? ¿Estoy sinceramente dispuesto a perdonar a los que me han ofen-dido? ¿He causado algún mal físico a alguien? ¿He insultado o injuriado a alguna persona? ¿Me he embriagado o comido sin ninguna moderación? ¿He toma-do drogas o sustancias que me hagan perder el dominio propio? ¿He practicado, aconsejado o facilitado el crimen del aborto? ¿He tenido malos pensamientos, miradas o acciones impuras? He tenido o difundido pornografía en revistas o películas? ¿He usado métodos artificiales para evitar los hijos? ¿Rechazo tener hijos por

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santidad propia de un discípulo de Jesús.

CELEBRACION DEL SACRA-MENTO DE LA PENITENCIA

El sacramento de la Reconcilia-ción o Penitencia, según lo manda hacer la Iglesia, se celebra ordina-riamente de dos formas:

Según la primera forma cada penitente, debidamente dispuesto, confiesa de manera individual sus pecados ante el sacerdote y recibe de él la absolución.

Según la segunda forma, en una «celebración comunitaria», varios penitentes confiesan sus pecados de manera individual ante el sacerdote y, cada uno, recibe de él la absolución.

Hay en la Iglesia, además, una tercera forma de celebrar el sacra-mento de la reconciliación. Se trata de una forma extraordinaria y ex-cepcional, a cuya celebración se puede acudir, cuando se dan las circunstancias y la necesidad pre-vistas por la Iglesia. En ese caso, varios penitentes, sin confesión individual de sus pecados, se arre-pienten de ellos y reciben del sa-cerdote una absolución general. Quienes son reconciliados así con Dios y con la Iglesia deben confe-sar individualmente sus pecados graves ante un sacerdote lo antes posible, y, en todo caso, antes de

acercarse de nuevo a otra absolución general.

La segunda forma de celebración de este sacramento pone de mani-fiesto muy claramente la naturaleza eclesial de la penitencia: al escuchar juntos la palabra de Dios, los peni-tentes se sienten movidos a procla-mar la grandeza de la misericordia divina. Juntos, examinan su vida a la luz de la misma palabra de Dios y, unidos, se ayudan con la oración de unos por otros. Después de haber recibido la absolución individual- mente, todos a la vez agradecen a Dios su perdón y las maravillas que ha realizado en favor de su pueblo por la sangre de su Hijo y el envío del Espíritu de santidad.

Aunque, según las normas de la Iglesia, la segunda forma de celebrar el sacramento es una forma legítima-mente ordinaria, de hecho, la Iglesia, en su práctica pastoral, quiere conce-der una preferencia a la que llama-mos «primera forma de confesarse», es decir, la reconciliación de un solo penitente, pues ésta mantiene, de modo sustancial los mismos elemen-tos de celebración comunitaria que la llamada «segunda forma»; pero, al mismo tiempo, pone más de relieve los valores de la auténtica conver-sión personal a Dios y evoca más significativamente la actitud de Je-sús, que curaba a los enfermos po-niendo sus manos sobre cada uno y, como buen pastor, llamaba a sus ovejas por sus propios nombres.

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EL SACRAMENTO DE LA PENI-TENCIA

LA HISTORIA

Después de su resurrección Jesús se hace presente en medio de sus discípulos y les da tres dones: La paz, la misión, el po-der de perdonar los pecados.

Son tres dones tan gran-des que suponen una nueva vida en la comunidad. Una vida que ya no es humana sino sobrehu-mana, o mejor dicho divina. Por eso Jesús da a sus discípulos una nueva fuente de vida: el Espíritu Santo.

Cuando Dios creó a Adán “sopló en sus narices aliento de vida y existió el hombre con aliento y vida” (Gn 2,7). Ahora es Jesús el que crea al hombre nuevo en la comunidad cristiana y, soplando también, le infunde la vida divina.

EL PODER DE PERDONAR La Iglesia se hizo poco a poco consciente de su poder de per-donar los pecados. Primero, desde el mismo comienzo, supo que ese poder lo ejercía cuando bautizaba. El bautismo es para la remisión de los pecados.

Pero el bautismo se recibe válidamente sólo una vez. ¿Qué hacer cuando un bautizado volvía a pecar? ¿Qué hacer cuando el cris-tiano por el pecado se convierte en una rama cortada del árbol de la Iglesia?.

Se vio que también entonces la Iglesia podía perdonar: hay una segunda tabla de salvación: la Peni-tencia. Si el cristiano pecador hace penitencia por sus pecados la Igle-sia puede volver a perdonarlo. Pero al principio la Iglesia ejercía este poder sólo una vez en la vida. No quería dar la impresión de que daba igual que los cristianos fueran peca-dores o no. De aquí que las normas de la Iglesia fueran muy severas.

Luego se fue viendo que la Igle-sia como el Señor, puede perdonar siempre. La Iglesia no es una co-munidad de puros impecables sino que en ella hay debilidad y pecado. Por eso fue ejerciendo su poder ca-da vez con más frecuencia. Nació así la práctica de confesar y de

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hacer penitencia cada vez que se cometía un pecado o cada vez que uno quería limpiar su conciencia de las obras muertas que se van acumulando con el paso de los días.

QUE SE REQUIERE PARA RECIBIR EL PERDÓN

Para recibir el perdón de Cris-to, que se otorga por medio de la Iglesia, hace falta convertirse: Es decir, hace falta querer cambiar, aborrecer el mal que se ha hecho y querer empezar a vivir como un hombre nuevo al estilo de Cristo. O sea hace falta tener dolor por haber pecado y tener verdadero deseo de no volver a pecar más.

La conversión es un don de Cristo que tenemos que saber aceptar cuando el nos lo da. La conversión supone reconocimien-to del propio pecado y de la nece-sidad de perdón que tenemos. Por eso hay que confesar, es decir declarar los pecados ante la Igle-sia. Este reconocimiento que an-tes se hacía en público, se hace en privado ante el sacerdote que re-presenta a la Iglesia y, por tanto a Cristo. Hay obligación de decir al sacerdote los pecados mortales, sin callarse ninguno, pero es bue-no que declaremos también los principales pecados veniales.

Para poder hacer esto bien es conveniente dedicar un tiempo antes de confesarse a examinar

la propia conciencia, es decir a ver que anda mal en nuestra vida y qué tiene que sanar el Señor.

El arrepentimiento lleva consigo el deseo de reparar el mal que se ha hecho, eso es la penitencia. Como a veces es difícil hacerlo directamente y como hace falta un signo de que que-remos hacerlo de verdad, el sacerdote nos impone una penitencia que te-nemos que cumplir. Esta penitencia no agota nuestra reparación del mal pero es una señal de que queremos limpiar todas las consecuencias de nuestro pecado.

Y lo más importante: Hay que reci-bir la absolución o el perdón de Cristo que nos llega por las palabras de la absolución que da el sacerdote

Confesarse, por tanto, no es un jue-go de niños, ni algo tan terrible que

ABSOLUCIÓN

Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo el mundo por la muerte y Re-surrección de su Hijo y de-rramó el Espíritu Santo pa-ra la remisión de los peca-dos, te conceda por el mi-nisterio de la Iglesia, el per-dón y la paz. Y YO TE AB-SUELVO DE TUS PECA-DOS EN EL NOMBRE DEL PADRE, Y DEL HIJO, Y DEL ESPÍTITU SANTO”

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sólo de pensarlo nos tenga que poner nerviosos. Es sencillamente un reen-cuentro con Dios por medio de su Iglesia.

Todo esto lo podemos resumir di-ciendo que para confesarse bien son necesarias seis cosas:

♦ Examen de conciencia, ♦ dolor de los pecados ♦ propósito de la enmienda ♦ decir los pecados al confesor ♦ recibir la absolución ♦ cumplir la penitencia

El que está perdonado puede parti-cipar de nuevo en todos los bienes de la Iglesia y, por tanto puede recibir al Señor en la Eucaristía. El que está en comunión con la Iglesia está en comu-nión con Cristo. Después de la Peni-tencia resuenan aquellas palabras de Cristo al paralítico de la piscina cuan-do fue curado: “Anda y no peques más, no sea que te suceda algo peor.” O aquellas otras con las que culmina la parábola del Hijo pródigo: “Y cele-braron un banquete”

PECADOS QUE HAY QUE CONFESAR

Los cristianos que han tenido la desgracia de cometer un pecado grave deben procurar acudir, lo antes posible, al sacramento de la penitencia para recuperar el gran don de la amistad con Dios y vi-vir, en la Iglesia, como discípulos fieles de Jesucristo. No se puede recibir la Eucaristía con concien-cia de peca o grave.

Los cristianos tenemos muchos medios o caminos para alcanzar de Dios el perdón de los pecados ve-niales. Por ejemplo, participar en la eucaristía, realizar actos de con-trición y obras de misericordia, orar, cumplir los deberes propios por amor de Dios.

Sin embargo, es muy aconseja-ble confesar con frecuencia los pecados veniales ya que, en el sa-cramento de la penitencia, Dios nos da fuerza para arrancar las raíces de¡ pecado y nos ayuda a seguir con prontitud la gracia de su Espíritu que nos conduce a la

Si han cometido pecados graves, los cristianos han de recibir el sacramento de la Reconciliación o pe-nitencia al menos una vez al año, cuando se encuen-tran en peligro de muerte y cuando van a comulgar.