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TEATRO DE LOS SIGLOS DE ORO Félix Lope de Vega- “Peribáñez y el Comendador de Ocaña” Pedro Calderón de la Barca- “La vida es sueño” (La presente obra ha sido incorporada a la biblioteca digital de www.ladeliteratura.com.uy con fines exclusivamente didácticos)

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TEATRO DE LOS SIGLOS DE ORO

Félix Lope de Vega- “Peribáñez y el Comendador de Ocaña”

Pedro Calderón de la Barca- “La vida es sueño” (La presente obra ha sido incorporada a la biblioteca digital de www.ladeliteratura.com.uy con fines exclusivamente didácticos)

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Félix Lope de Vega

“Peribáñez y el Comendador de Ocaña”

Acto I Acto II Acto III

Personajes

INÉS, madrina COSTANZA, labradora CASILDA, desposada

PERIBÁÑEZ, novio BARTOLO, labrador

COMENDADOR BLAS MARÍN, lacayo LUJÁN,

lacayo LEONARDO, criado El REY

Enrique La REINA

El CONDESTABLE Un PAJE

Un SECRETARIO Dos REGIDORES de Toledo

GÓMEZ MANRIQUE Un CURA, a lo gracioso

GIL ANTÓN BENITO MENDO

LLORENTE CHAPARRO

HELIPE BELARDO

Un PINTOR Los MÚSICOS, de villanos

LABRADORES SEGADORES Un CRIADO

ACOMPAÑAMIENTO

ACTO PRIMERO Boda de villanos. El CURA; INÉS, madrina; COSTANZA, labradora; CASILDA,

novia; PERIBÁÑEZ; MÚSICOS, de labradores

INÉS: Largos años os gocéis. COSTANZA: Si son como yo deseo, casi inmortales seréis. CASILDA: Por el de serviros, creo que merezco que me honréis. CURA: Aunque no parecen mal, son excusadas razones para cumplimiento igual, ni puede haber bendiciones

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que igualen con el misal. Hartas os dije; no queda cosa que deciros pueda el más deudo, el más amigo. INÉS: Señor doctor, yo no digo más de que bien les suceda. CURA: Espérolo en Dios, que ayuda a la gente virtüosa. Mi sobrina es muy sesuda. PERIBÁÑEZ: Sólo con no ser celosa saca este pleito de duda CASILDA: No me deis vos ocasión, que en mi vida tendré celos. PERIBÁÑEZ: Por mí no sabréis qué son. INÉS: Dicen que al amor los cielos le dieron esta pensión. CURA: Sentaos, y alegrad el día en que sois uno los dos. PERIBÁÑEZ: Yo tengo harta alegría en ver que me ha dado Dios tan hermosa compañía. CURA: Bien es que a Dios se atribuya, que en el reino de Toledo no hay cara como la suya. CASILDA: Si con amor pagar puedo, esposo, la afición tuya, de lo que debiendo quedas me estás en obligación. PERIBÁÑEZ: Casilda, mientras no puedas excederme en afición, no con palabras me excedas. Toda esta villa de Ocaña poner quisiera a tus pies, y aun todo aquello que baña Tajo hasta ser portugués, entrando en el mar de España. El olivar más cargado de aceitunas me parece menos hermoso, y el prado que por el mayo florece, sólo del alba pisado. No hay camuesa que se afeite que no te rinda ventaja, ni rubio y dorado aceite conservado en la tinaja que me cause más deleite. Ni el vino blanco imagino de cuarenta años tan fino como tu boca olorosa, que como al señor la rosa le güele al villano el vino. Cepas que en diciembre arranco y en octubre dulce mosto, ni mayo de lluvias franco, ni por los fines de agosto

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la parva de trigo blanco, igualan a ver presente en mi casa un bien, que ha sido prevención más excelente para el invierno aterido y para el verano ardiente. Contigo, Casilda, tengo cuanto puedo dese y sólo el pecho prevengo; en él te he dado lugar, ya que a merecerte vengo. Vive en él; que si un villano por la paz del alma es rey, que tú eres reina está llano, ya porque es divina ley, y ya por derecho humano. Reina, pues, que tan dichosa te hará el cielo, dulce esposa, que te diga quien te vea: la ventura de la fea pasóse a Casilda hermosa. CASILDA: Pues yo ¿cómo te diré lo menos que miro en que lo más del alma fue? Jamás en el baile oí son que me bullese el pie, que tal placer me causase cuando el tamboril sonase, por más que el tamborilero chíllase con el guarguero y con el palo tocase. En mañana de San Juan nunca más placer me hicieron la verbena y arrayán, ni los relinchos me dieron el que tus voces me dan. ¿Cuál adufe bien templado, cuál salterio te ha igualado? ¿Cuál pendón de procesión, con sus borlas y cordón, a tu sombrero chapado? No hay pies con zapatos nuevos como agradan tus amores; eres entre mil mancebos hornazo en Pascua de Flores con sus picos y sus huevos. Pareces en verde prado toro bravo y rojo echado; pareces camisa nueva, que entre jazmines se lleva en azafate dorado. Pareces cirio pascual y mazapán de bautismo, con capillo de cendal, y paréceste a ti mismo,

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porque no tienes igual. CURA: Ea, bastan los amores, que quieren estos mancebos bailar y ofrecer. PERIBÁÑEZ: Señores, pues no sois en amor nuevos, perdón. MÚSICO: Ama hasta que adores. Canten y danzan *Dente parabienes el mayo garrido, los alegres campos, las fuentes y ríos. Alcen las cabezas los verdes alisos, y con frutos nuevos almendros floridos. Echen las mañanas, después del rocío, en espadas verdes guarnición de lirios. Suban los ganados por el monte mismo que cubrió la nieve, a pacer tomillos. Folia * Y a los nuevos desposados eche Dios su bendición; parabién les den los prados, pues hoy para en uno son.+ Vuelven a danzar *Montañas heladas y soberbios riscos, antiguas encinas y robustos pino dad paso a las aguas en arroyos limpios, que a los valles bajan de los hielos frí Canten ruiseñores, y con dulces silbos sus amores cuenten a estos verdes mirtos. Fabriquen las aves con nuevo artificio para sus hijuelos amorosos nidos. Folia *Y a los nuevos desposados eche Dios su bendición; parabién les den los prados, pues hoy para en uno son.

Hagan gran ruido y entre BARTOLO, labrador CURA: ¿Qué es aquello?

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BARTOLO: ¿No lo veis en la grita y el rüido? CURA: ¿Mas que el novillo han traído? BARTOLO:¿Cómo un novillo? Y aun tres. Pero el tiznado que agora traen del campo, ¡voto al sol, que tiene brío español! No se ha encintado en una hora. Dos vueltas ha dado a Bras, que ningún italiano se ha vido andar tan liviano por la maroma jamás. A la yegua de Antón Gil, del verde recién sacada, por la panza desgarrada se le mira el perejil. No es de burlas, que a Tomás, quitándole los calzones, no ha quedado en opiniones, aunque no barbe jamás. El nueso Comendador, señor de Ocaña y su tierra, bizarro a picarle cierra, más gallardo que un azor. ¡Juro a mí, si no tuviera cintero el novillo! CURA: ¿Aquí no podrá entrar? BARTOLO: Antes sí. CURA: Pues, Pedro, de esa manera, allá me subo al terrado. COSTANZA: Dígale alguna oración, que ya ve que no es razón irse, señor licenciado. CURA: Pues oración ¿a qué fin? COSTANZA: ¿A qué fin? De resistillo. CURA: Engáñaste, que hay novillo que no entiende bien latín. Éntrese COSTANZA: Al terrado va sin duda. La grita creciendo va. Voces INÉS: Todas iremos allá, que, atado, al fin, no se muda. BARTOLO: Es verdad, que no es posible que más que la soga alcance. Vanse, se quedan PERIBÁÑEZ y CASILDA PERIBÁÑEZ: ¿Tú quieres que intente un lance? CASILDA: ¡Ay no, mi bien, que es terrible! PERIBÁÑEZ: Aunque más terrible sea, de los cuernos le asiré, y en tierra con él daré, por que mi valor se vea. CASILDA: No conviene a tu decoro el día que te has casado,

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ni que un recién desposado se ponga en cuernos de un toro. PERIBÁÑEZ: Si refranes considero, dos me dan gran pesadumbre; que a la cárcel, ni aun por lumbre, y de cuernos, ni aun tintero. Quiero obedecer. Ruido dentro CASILDA: ¡Ay Dios! ¿Qué es esto? Dentro ¡Que gran desdicha! CASILDA: Algún mal hizo por dicha. PERIBÁÑEZ: ¿Cómo, estando aquí los dos? BARTOLO vuelve BARTOLO: ¡Oh, que nunca le trujeran, pluguiera al cielo, del soto! A la fe, que no se alaben de aquesta fiesta los mozos. ¡Oh, mal hayas, el novillo! ¡Nunca en el abril llovioso halles yerba en verde prado, más que si fuera en agosto; siempre te venza el contrario cuando estuvieres celoso, y por los bosques bramando, halles secos los arroyos; mueras en manos del vulgo, a pura garrocha, en coso no te mate caballero con lanza o cuchillo de oro; mal lacayo por detrás, con el acero mohoso, te haga sentar por fuerza, y manchar en sangre el polvo! PERlBÁÑEZ: Repórtate ya, si quieres, y dinos lo que es, Bartolo; que no maldijera más Zamora a Bellido Dolfos. BARTOLO: El Comendador de Ocaña, mueso señor generoso, en un bayo que cubrían moscas negras pecho y lomo, mostrando por un bozal de plata el rostro fogoso, y lavando en blanca espuma un tafetán verde y rojo, pasaba la calle acaso, y viendo correr el toro, caló la gorra y sacó de la capa el brazo airoso. Vibró la vara, y las piernas puso al bayo, que era un corzo y al batir los acicates, revolviendo el vulgo loco,

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trabó la soga al caballo y cayó en medio de todos. Tan grande fue la caída, que es el peligro forzoso. Pero ¿qué os cuento, si aquí le trae la gente en hombros? Sale el COMENDADOR entre algunos labradores; dos lacayos de librea, MARÍN y LUJÁN, en borceguíes, capa y gorra

SANCHO: Aquí estaba el licenciado y lo podrán absolver. INÉS: Pienso que se fue a esconder. PERIBÁÑEZ: Sube, Bartolo, al terrado. BARTOLO: Voy a buscarle. Vase PERIBÁÑEZ: Camina. LUJÁN: Por silla vamos los dos en que llevarle, si Dios llevársele determina. MARÍN: Vamos, Luján, que sospecho que es muerto el Comendador. LUJÁN: El corazón de temor me va saltando en el pecho. Vanse CASlLDA: Id vos, porque me parece, Pedro, que algo vuelve en sí, y traed agua. PERIBÁÑEZ: Si aquí el Comendador muriese, no vivo más en Ocaña. ¡Maldita la fiesta sea! Vanse todos. Queden CASILDA y el COMENDADOR en una silla, y ella tomándole las manos CASILDA: ¡Oh qué mal el mal se emplea en quien es la flor de España! ¡Ah gallardo caballero! ¡Ah valiente lidiador! ¿Sois vos quien daba temor con ese desnudo acero a los moros de Granada? ¿Sois vos quien tantos mató? ¡Una soga derribó a quien no pudo su espada! Con soga os hiere la muerte; mas será por ser ladrón de la gloria y opinión de tanto capitán fuerte.

¡Ah señor Comendador! COMENDADOR: ¿Quién llama? ¿Quién está aquí? CASILDA: ¡Albricias, que habló! COMENDADOR: ¡Ay de mí! ¿Quién eres? CASILDA: Yo soy, señor. No os aflijáis, que no estáis

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donde no os desean más bien que vos mismo, aunque también quejas, mi señor, tengáis de haber corrido aquel toro. Haced cuenta que esta casa aunque pobre es vuestra hoy... COMENDADOR: ¡Pasa todo el humano tesoro! Estuve muerto en el suelo, y como ya lo creí, cuando los ojos abrí, pensé que estaba en el cielo. Desengañadme, por Dios, que es justo pensar que sea cielo donde un hombre vea que hay ángeles como vos. CASILDA: Antes por vuestras razones podría yo presumir que estáis cerca de morir. COMENDADOR: ¿Cómo? CASILDA: Porque veis visiones. Y advierta vueseñoría que, si es agradecimiento de hallarse en el aposento de esta humilde casa mía, de hoy solamente lo es. COMENDADOR: ¿Sois la novia, por ventura? CASILDA: No por ventura, si dura y crece este mal después, venido por mi ocasión. COMENDADOR: ¿Que vos estáis ya casada? CASILDA: Casada y bien empleada. COMENDADOR: Pocas hermosas lo son. CASILDA: Pues por eso he yo tenido la ventura de la fea. COMENDADOR: Aparte (¡ Que un tosco villano sea de esta hermosura marido!) ¿Vuestro nombre? CASILDA: Con perdón, Casilda, señor, me nombro. COMENDADOR: Aparte (De ver su traje me asombro y su rara perfección: diamante en plomo engastado.) ¡Dichoso el hombre mil veces a quien tu hermosura ofreces! CASILDA: No es él el bien empleado; yo lo soy, Comendador; créalo su señoría. COMENDADOR: Aun para ser mujer mía tenéis, Casilda, valor. Dame licencia que pueda regalarte. Sale PERIBÁÑEZ PERIBÁÑEZ: No parece el licenciado. Si crece

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el accidente... CASILDA: Ahí te queda, porque ya tiene salud don Fadrique, mi señor. PERIBÁÑEZ: Albricias te da mi amor. COMENDADOR: Tal ha sido la virtud de esta piedra celestial. Salen MARÍN y LUJÁN, lacayos MARÍN: Ya dicen que ha vuelto en sí. LUJÁN: Señor, la silla está aquí. COMENDADOR: Pues no pase del portal, que no he menester ponerme en ella. LUJÁN: ¡Gracias a Dios! COMENDADOR: Esto que os debo a los dos, si con salud vengo a verme, satisfaré de manera que conozcáis lo que siento vuestro buen acogimiento. PERIBÁÑEZ: Si a vuestra salud pudiera, señor, ofrecer la mía, no lo dudéis. COMENDADOR: Yo lo creo. LUJÁN: ¿Qué sientes? COMENDADOR: Un gran deseo que cuando entré no tenía. LUJÁN: No lo entiendo. COMENDADOR: Importa poco. LUJÁN: Yo hablo de tu caída. COMENDADOR: En peligro está mi vida por un pensamiento loco. Vanse; queden CASILDA y PERIBÁÑEZ PERIBÁÑEZ: Parece que va mejor. CASlLDA: Lástima, Pedro, me ha dado. PERIBÁÑEZ: Por mal agüero he tomado que caiga el Comendador. ¡Mal haya la fiesta, amén, el novillo y quien le ató! CASlLDA: No es nada, luego me habló. Antes lo tengo por bien, por que nos haga favor si ocasión se nos ofrece. PERIBÁÑEZ: Casilda, mi amor merece satisfacción de mi amor. Ya estamos en nuestra casa, su dueño y mío has de ser; ya sabes que la mujer para obedecer se casa, que así se lo dijo Dios en el principio del mundo; que en eso estriba, me fundo, la paz y el bien de los dos. Espero amores de ti que has de hacer gloria mi pena. CASlLDA: ¿Qué ha de tener para buena

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una mujer? PERIBÁÑEZ: Oye. CASILDA: Di. PERIBÁÑEZ: Amar y honrar su marido es letra de este abecé, siendo buena por la B, que es todo el bien que te pido. Haráte cuerda la C, la D dulce, y entendida la E, y la F en la vida firme, fuerte y de gran fe. La G grave, y para honrada la H, que con la I te hará ilustre, si de ti queda mi casa ilustrada. Limpia serás por la L, y por la M maestra de tus hijos, cual lo muestra quien de sus vicios se duele. La N te enseña un no a solicitudes locas, que éste no, que aprenden pocas, está en la N y la O. La P te hará pensativa, la Q bien quista, la R con tal razón que destierre toda locura excesiva. Solicita te ha de hacer de mi regalo la S, la T tal que no pudiese hallarse mejor mujer. La V te hará verdadera, la X buena cristiana, letra que en la vida humana has de aprender la primera. Por la Z has de guardarte de ser zelosa, que es cosa que nuestra paz amorosa puede, Casilda, quitarte. Aprende este canto llano, que con aquesta cartilla, tú serás flor de la villa, y yo el mas noble villano. CASILDA: Estudiaré, por servirte, las letras de ese abecé; pero dime si podré otro, mi Pedro, decirte, si no es acaso licencia. PERIBÁÑEZ: Antes yo me huelgo. Di, que quiero aprender de ti. CASILDA: Pues escucha, y ten paciencia. La primera letra es A, que altanero no has de ser; por la B no me has de hacer burla para siempre ya.

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La C te hará compañero en mis trabajos; la D dadivoso, por la fe con que regalarte espero. La F de fácil trato, la G galán para mi, la H honesto, y la I sin pensamiento de ingrato. Por la L liberal, y por la M el mejor marido que tuvo amor, porque es el mayor caudal. Por la N no serás necio, que es fuerte castigo; por la O sólo conmigo todas las horas tendrás. Por la P me has de hacer obras de padre; porque quererme por la Q, será ponerme en la obligación que cobras. Por la R regalarme, y por la S servirme, por la T tenerte firme, por la V verdad tratarme, por la X con abiertos brazos imitarla ansí, Abrázale y como estamos aquí estemos después de muertos. PERIBÁÑEZ: Yo me ofrezco, prenda mía, a saber este abecé. ¿Quieres más? CASILDA: Mi bien no sé si me atreva el primer día a pedirte un gran favor. PERIBÁÑEZ: Mi amor se agravia de ti. CASILDA: ¿Cierto? PERIBÁÑEZ: Sí. CASILDA: Pues oye . PERIBÁÑEZ: Di cuánto se obliga mi amor. CASILDA: El día de la Asunción se acerca; tengo deseo de ir a Toledo, y creo que no es gusto, es devoción

de ver la imagen también del Sagrario, que aquel día sale en procesión. PERIBÁÑEZ: La mía es tu voluntad, mi bien. Tratemos de la partida. CASILDA: Ya por la G me pareces galán; tus manos mil veces beso.

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PERIBÁÑEZ: A tus primas convida, y vaya un famoso carro. CASILDA: ¿Tanto me quieres honrar? PERIBÁÑEZ: Allá te pienso comprar... CASILDA: Dilo. PERIBÁÑEZ: ...un vestido bizarro. Vanse. Salen el COMENDADOR y LEONARDO, criado COMENDADOR: Llámame, Leonardo, presto a Luján. LEONARDO: Ya le avisé, pero estaba descompuesto. COMENDADOR: Vuelve a llamarle. LEONARDO: Yo iré . COMENDADOR: Parte. LEONARDO: (¿En qué ha de parar esto? Aparte Cuando se siente mejor, tiene más melancolía, y se queja sin dolor. Sospiros al aire envía: ¡mátenme si no es amor! ) Vase COMENDADOR: Hermosa labradora, más bella, más lucida que ya del sol vestida la colorada aurora; sierra de blanca nieve que los rayos de amor vencer se atreve: parece que cogiste con esas blancas manos en los campos lozanos que el mayo adorna y viste cuantas flores agora Céfiro engendra en el regazo a Flora. Yo vi los verdes prados llamar tus plantas bellas por florecer con ellas, de su nieve pisados, y vi de tu labranza nacer al corazón verde esperanza. ¡Venturoso el villano que tal agosto ha hecho del trigo de tu pecho con atrevida mano, y que con blanca barba verá en sus eras de tus hijos parva! Para tan gran tesoro de fruto sazonado el mismo sol dorado te preste el carro de oro, o el que forman estrellas, pues las del norte no serán tan bellas. Por su azadón trocara mi dorada cuchilla, a Ocaña tu casilla, casa en que el sol repara.

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¡Dichoso tú, que tienes en la troj de tu lecho tantos bienes! Sale LUJÁN LUJÁN: Perdona, que estaba el bayo necesitado de mí. COMENDADOR: Muerto estoy, matóme un rayo; aún dura, Luján, en mí la fuerza de aquel desmayo. LUJÁN: ¿Todavía persevera, y aquella pasión te dura? COMENDADOR: Como va el fuego a su esfera, el alma a tanta hermosura sube cobarde y ligera. Si quiero, Luján, hacerme amigo de este villano, donde el honor menos duerme que en el sutil cortesano, ¿qué medio puede valerme? Será bien decir que trato de no parecer ingrato al deseo que mostró, hacerle algún bien? LUJÁN: Si yo quisiera bien, con recato, quiero decir, advertido de un peligro conocido, primero que a la mujer, solicitara tener la gracia de su marido. Éste, aunque es hombre de bien y honrado entre sus iguales, se descuidará también si le haces obras tales, como por otros se ven. Que hay marido que, obligado, procede más descuidado en la guarda de su honor: que la obligación, señor, descuida el mayor cuidado. COMENDADOR: ¿Qué le daré por primeras señales? LUJÁN: Si consideras lo que un labrador adulas, será darle un par de mulas más que si a Ocaña le dieras. Éste es el mayor tesoro de un labrador. Y a su esposa, unas arracadas de oro; que con Angélica hermosa esto escriben de Medoro: Reinaldo fuerte en roja sangre bana por Angélica el campo de Agramante; Roldán valiente, gran señor de Anglante, cubre de cuerpos la marcial campana; la furia Malgesí del cetro engaña;

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sangriento corre el fiero Sacripante; cuanto le pone la ocasión delante, derriba al suelo Ferragut de España. Mas, mientras los gallardos paladines armados tiran tajos y reveses, presentóle Medoro unos chapines, y entre unos verdes olmos y cipreses gozó de amor los regalados fines, y la tuvo por suya trece meses.

COMENDADOR: No pintó mal el poeta lo que puede el interés. LUJÁN: Ten por opinión discreta la del dar, porque al fin es la más breve y más secreta. Los servicios personales son vistos públicamente y dan del amor señales. El interés diligente que negocia por metales, dicen que lleva los pies todos envueltos en lana. COMENDADOR: ¡Pues alto, venza interés! LUJÁN: Mares y montañas allana y tú lo verás después. COMENDADOR: Desde que fuiste conmigo, Luján, al Andalucía, y fui en la guerra testigo de tu honra y valentía, huelgo de tratar contigo todas las cosas que son de gusto y secreto, a efeto de saber tu condición; que un hombre de bien discreto es digno de estimación en cualquier parte o lugar que le ponga su fortuna; y yo te pienso mudar de este oficio. LUJÁN: Si en alguna cosa te puedo agradar, mándame, y verás mi amor, que yo no puedo, señor, ofrecerte otras grandezas. COMENDADOR: Sácame de estas tristezas. LUJÁN: Éste es el medio mejor. COMENDADOR: Pues vamos, y buscarás el par de mulas más bello que él haya visto jamás. LUJÁN: Ponles ese yugo al cuello, que antes de un hora verás arar en su pecho fiero surcos de afición, tributo de que tu cosecha espero; que en trigo de amor, no hay fruto

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si no se siembra dinero. Vanse. Salen INÉS, COSTANZA Y CASILDA CASILDA: No es tarde para partir INÉS: El tiempo es bueno y es llano todo el camino. COSTANZA: En verano suelen muchas veces ir en diez horas, y aun en menos. ¿Qué galas llevas, Inés? INÉS: Pobres y el talle que ves. COSTANZA: Yo llevo unos cuerpos llenos de pasamanos de plata. INÉS: Desabrochado el sayuelo, salen bien. CASILDA: De terciopelo sobre encarnada escarlata los pienso llevar, que son galas de mujer casada. COSTANZA: Una basquiña prestada me daba Inés, la de Antón. Era palmilla gentil de Cuenca, si allá se teje, y obligame a que la deje Menga, la de Blasco Gil, porque dice que el color no dice bien con mi cara. INÉS: Bien sé yo quién te prestara una faldilla mejor. COSTANZA: ¿Quién? INÉS: Casilda. CASILDA: Si tú quieres, la de grana blanca es buena, o la verde, que está llena de vivos. COSTANZA: Liberal eres y bien acondicionada; mas si Pedro ha de reñir, no te la quiero pedir, y guárdete Dios, casada. CASILDA: No es Peribáñez, Costanza, tan mal acondicionado. INÉS: ¿Quiérete bien tu velado?

CASILDA: ¿Tan presto temes mudanza? No hay en esta villa toda novios de placer tan ricos; pero aún comemos los picos de las roscas de la boda. INÉS: ¿Dícete muchos amores? CASILDA: No sé yo cuáles son pocos; sé que mis sentidos locos lo están de tantos favores. Cuando se muestra el lucero, viene del campo mi esposo de su cena deseoso;

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siéntele el alma primero, y salgo a abrirle la puerta, arrojando el almohadilla, que siempre tengo en la villa quien mis labores concierta. Él de la mula se arroja, y yo me arrojo en sus brazos; tal vez de nuestros abrazos la bestia hambrienta se enoja y, sintiéndola gruñir, dice: *En dándole la cena al ganado, cara buena, volverá Pedro a salir. Mientras él paja les echa, ir por cebada me manda; yo la traigo, el la zaranda y deja la que aprovecha. Revuélvela en el pesebre, y allí me vuelve a abrazar, que no hay tan bajo lugar que el amor no le celebre. Salimos donde ya está dándonos voces la olla, porque el ajo y la cebolla, fuera del olor que da por toda nuestra cocina, tocan a la cobertera el villano de manera que a bailarle nos inclina. Sácola en limpios manteles, no en plata, aunque yo quisiera; platos son de Talavera, que están vertiendo claveles. Aváhole su escodilla de sopas con tal primor, que no la come mejor el señor de muesa villa; y él lo paga, porque a fe, que apenas bocado toma, de que, como a su paloma, lo que es mejor no me dé. Bebe y deja la mitad, bébole las fuerzas yo, traigo olivas, y si no, es postre la voluntad. Acabada la comida, puestas las manos los dos, dámosle gracias a Dios por la merced recibida, y vámonos a acostar, donde le pesa al aurora cuando se llega la hora de venirnos a llamar. INÉS: ¡Dichosa tú, casadilla, que en tan buen estado estás!

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Ea, ya no falta más sino salir de la villa. Sale PERIBÁÑEZ CASILDA: ¿Está el carro aderezado? PERIBÁÑEZ: Lo mejor que puede está. CASILDA: Luego ¿pueden subir ya? PERIBÁÑEZ: Pena, Casilda, me ha dado el ver que el carro de Bras lleva alfombra y repostero. CASILDA: Pídele a algún caballero. INÉS: Al Comendador podrás. PERIBÁÑEZ: El nos mostraba afición, y pienso que nos le diera. CASILDA: ¿Qué se pierde en ir? PERIBÁÑEZ: Espera, que a la fe que no es razón que vaya sin repostero. INÉS: Pues vámonos a vestir. CASILDA: También le puedes pedir. PERIBÁÑEZ: ¿Qué, mi Casilda? CASILDA: Un sombrero. PERIBÁÑEZ: Eso no. CASILDA: ¿Por qué? ¿Es exceso? PERIBÁÑEZ: Porque plumas de señor podrán darnos por favor a ti viento y a mi peso. Vanse todos. Salen el COMENDADOR, y LUJÁN COMENDADOR: Ellas son con extremo. LUJÁN: Yo no he visto mejores bestias, por tu vida y mía, en cuantas he tratado, y no son pocas. COMENDADOR: Las arracadas faltan. LUJÁN: Dijo el dueño que cumplen a estas yerbas los tres años, y costaron lo mismo que le diste, habrá un mes, en la feria de Mansilla, y que saben muy bien de albarda y silla. COMENDADOR: ¿De qué manera, di, Luján, podremos darlas a Peribáñez, su marido, que no tenga malicia en mi propósito? LUJÁN: Llamándole a tu casa, y previniéndole de que estás a su amor agradecido. Pero cáusame risa en ver que hagas tu secretario en cosas de tu gusto un hombre de mis prendas. COMENDADOR: No te espantes; que sirviendo mujer de humildes prendas, es fuerza que lo trate con las tuyas. Si sirviera una dama, hubiera dado parte a mi secretario o mayordomo, o a algunos gentilhombres de mi casa. Éstos hicieran joyas y buscaran cadenas de diamantes, brincos, perlas, telas, rasos, damascos, terciopelos, y otras cosas extrañas y exquisitas,

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hasta en Arabia procurar la fénix; pero la calidad de lo que quiero me obliga a darte parte de mis cosas, Luján, aunque eres mi lacayo; mira que para comprar mulas eres propio, de suerte que yo trato el amor mío de la manera misma que él me trata. LUJÁN: Ya que no fue tu amor, señor, discreto, el modo de tratarle lo parece.

Sale LEONARDO LEONARDO: Aquí está Peribáñez. COMENDADOR: ¿Quién, Leonardo? LEONARDO: Peribáñez, señor. COMENDADOR: ¿Qué es lo que dices? LEONARDO: Digo que me pregunta Peribáñez por ti, y yo pienso bien que le conoces. Es Peribánez, labrador de Ocaña, cristiano viejo y rico, hombre tenido en gran veneración de sus iguales, y que, si se quisiese alzar agora en esta villa, seguirán su nombre cuantos salen al campo con su arado, porque es, aunque villano, muy honrado. LUJÁN: ¿De qué has perdido el color? COMENDADOR: ¡Ay cielos! ¡Que de sólo venir el que es esposo de una mujer que quiero bien, me sienta descolorir, helar y temblar todo! LUJÁN: Luego ¿no ternás ánimo de verle? COMENDADOR: Di que entre, que del modo que a quien ama, la calle, las ventanas y las rejas agradables le son, y en las crïadas parece que ve el rostro de su dueño, así pienso mirar en su marido la hermosura por quien estoy perdido. Sale PERIBÁÑEZ con capa PERIBÁÑEZ: Dame tus generosos pies. COMENDADOR: ¡Oh Pedro! Seas mil veces bien venido. Dame otras tantas tus brazos. PERIBÁÑEZ: ¡Señor mío! ¡Tanta merced a un rústico villano de los menores que en Ocaña tienes! ¡Tanta merced a un labrador! COMENDADOR: No eres indigno, Peribáñez, de mis brazos, que, fuera de ser hombre bien nacido, y por tu entendimiento y tus costumbres honra de los vasallos de mi tierra, te debo estar agradecido, y tanto, cuanto ha sido por ti tener la vida, que pienso que sin ti fuera perdida. ¿Qué quieres de esta casa? PERIBÁÑEZ: Señor mío,

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yo soy, ya lo sabrás, recién casado. Los hombres, y de bien, cual lo profeso, hacemos, aunque pobres, el oficio que hicieron los galanes de palacio. Mi mujer me ha pedido que la lleve a la fiesta de agosto, que en Toledo es, como sabes, de su santa iglesia celebrada de suerte que convoca a todo el reino. Van también sus primas. Yo, señor, tengo en casa pobres sargas, no franceses tapices de oro y seda, no reposteros con doradas armas, ni coronados de blasón y plumas los timbres generosos; y así, vengo a que se digne vuestra señoría de prestarme una alfombra y repostero para adornar el carro, y le suplico que mi ignorancia su grandeza abone, y como enamorado me perdone. COMENDADOR: ¿Estás contento, Peribáñez? PERIBÁÑEZ: Tanto que no trocara a este sayal grosero la encomienda mayor que el pecho cruza de vuestra señoría, porque tengo mujer honrada, y no de mala cara, buena cristiana, humilde, y que me quiere no sé si tanto como yo la quiero, pero con más amor que mujer tuvo. COMENDADOR: Tenéis razón de amar a quien os ama, por ley divina y por humanas leyes; que a vos eso os agrada como vuestro. ¡Hola! Dadle el alfombra mequinesa con ocho reposteros de mis armas, y pues hay ocasión para pagarle el buen acogimiento de su casa, adonde hallé la vida, las dos mulas que compré para el coche de camino, y a su esposa llevad las arracadas, si el platero las tiene ya acabadas. PERIBÁÑEZ: Aunque bese la tierra, señor mío, en tu nombre mil veces, no te pago una mínima parte de las muchas que debo a las mercedes que me haces. Mi esposa y yo, hasta aquí vasallos tuyos, desde hoy somos esclavos de tu casa. COMENDADOR: Ve, Leonardo, con él. LEONARDO: Vente conmigo. Vanse COMENDADOR: Luján, ¿qué te parece? LUJÁN: Que se viene la ventura a tu casa. COMENDADOR: Escucha aparte: el alazán al punto me adereza, que quiero ir a Toledo rebozado, porque me lleva el alma esta villana.

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LUJÁN: ¿Seguirla quieres? COMENDADOR: Sí, pues me persigue, por que este ardor con verla se mitigue. Vanse. Salen con acompañamiento el rey ENRIQUE y el CONDESTABLE CONDESTABLE: Alegre está la ciudad, y a servirte apercibida, con la dichosa venida de tu sacra majestad. Auméntales el placer ser víspera de tal día. ENRIQUE: El deseo que tenía me pueden agradecer. Soy de su rara hermosura el mayor apasionado. CONDESTABLE: Ella, en amor y en cuidado, notablemente procura mostrar agradecimiento. ENRIQUE: Es octava maravilla, es corona de Castilla, es su lustre y ornamento; es cabeza, Condestable, de quien los miembros reciben vida, con que alegres viven; es a la vista admirable. Como Roma, está sentada sobre un monte que ha vencido los siete por quien ha sido tantos siglos celebrada. Salgo de su santa iglesia con admiración y amor. CONDESTABLE: Este milagro, señor, vence al antiguo de Efesia. ¿Piensas hallarte mañana en la procesión? ENRIQUE: Iré, para ejemplo de mi fe, con la imagen soberana, que la querría obligar a que rogase por mí en esta jornada. Sale un PAJE PAJE: Aquí tus pies vienen a besar dos regidores, de parte de su noble ayuntamiento. ENRIQUE: Di que lleguen. Salen dos REGIDORES REGIDOR: Esos pies besa, gran señor, Toledo y dice que, para darte respuesta con breve acuerdo a lo que pides, y es justo, de la gente y el dinero, junto sus nobles, y todos, de común consentimiento,

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para la jornada ofrecen mil hombres de todo el reino y cuarenta mil ducados. ENRIQUE: Mucho a Toledo agradezco el servicio que me hace; pero es Toledo en efeto. ¿Sois caballeros los dos? REGIDOR: Los dos somos caballeros . ENRIQUE: Pues hablad al Condestable mañana, por que Toledo vea que en vosotros pago la que a su nobleza debo.

Salen INÉS y COSTANZA y CASILDA con sombreros de borlas y vestidos de labradoras a uso de la Sagra y PERIBÁÑEZ y el COMENDADOR, de camino, detrás

INÉS: Pardiez, que tengo de verle, pues hemos venido a tiempo que está el Rey en la ciudad. COSTANZA: ¡Oh qué gallardo mancebo! INÉS: Éste llaman don Enrique Tercero. CASILDA: ¡Qué buen tercero! PERIBÁÑEZ: Es hijo del Rey don Juan el Primero, y así, es nieto del Segundo don Enrique, el que mató al Rey don Pedro, que fue Guzmán por la madre, y valiente caballero; aunque más lo fue el hermano, pero, cayendo en el suelo, valióse de la Fortuna, y de los brazos asiendo, a Enrique le dio la daga, que agora se ha vuelto cetro. INÉS: ¿Quién es aquél tan erguido que habla con él? PERIBÁÑEZ: Cuando menos el Condestable. CASILDA: ¿Que son los reyes de carne y hueso? COSTANZA: Pues ¿de qué pensabas tú? CASILDA: De damasco o terciopelo. COSTANZA: ¡Si que eres boba en verdad! COMENDADOR: (Como sombra voy siguiendo Aparte el sol de aquesta villana, y con tanto atrevimiento, que de la gente del Rey el ser conocido temo. Pero ya se va al alcázar) Vanse el REY y su gente INÉS: ¡Hola! El Rey se va. COSTANZA: Tan presto, que aún no he podido saber

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si es barbirrubio o taheño. INÉS: Los reyes son a la vista, Costanza, por el respeto, imágenes de milagros, porque siempre que los vemos, de otra color nos parecen. Sale LUJÁN con Un PINTOR LUJÁN: Aquí está. PINTOR: ¿Cuál de ellos? LUJÁN: ¡Quedo! Señor, aquí está el pintor. COMENDADOR: ¡Oh amigo! PINTOR: A servirte vengo. COMENDADOR: ¿Traes el naipe y colores? PINTOR: Sabiendo tu pensamiento, colores y naipe traigo. COMENDADOR: Pues con notable secreto, de aquellas tres labradoras me retrata la de en medio, luego que en cualquier lugar tomen con espacio asiento. PINTOR: Que será dificultoso temo, pero yo me atrevo a que se parezca mucho. COMENDADOR: Pues advierte lo que quiero. Si se parece en el naipe, de este retrato pequeño quiero que hagas uno grande con más espacio en un lienzo. PINTOR: ¿Quiéresle entero? COMENDADOR: No tanto; basta que de medio cuerpo, mas con las mismas patenas, sartas, camisa y sayuelo. LUJÁN: Allí se sientan a ver la gente. PINTOR: Ocasión tenemos. Yo haré el retrato. PERIBÁÑEZ: Casilda, tomemos aqueste asiento para ver las luminarias. INÉS: Dicen que al ayuntamiento traerán bueyes esta noche. CASILDA: Vamos, que aquí los veremos sin peligro y sin estorbo. COMENDADOR: Retrata, pintor, al cielo todo bordado de nubes, y retrata un prado ameno todo cubierto de flores. PINTOR: Cierto que es bella en extremo. LUJÁN: Tan bella que está mi amo todo cubierto de vello, de convertido en salvaje. PINTOR: La luz faltará muy presto. COMENDADOR: No lo temas, que otro sol

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tiene en sus ojos serenos, siendo estrellas para ti, para mi rayos de fuego.

ACTO SEGUNDO Salen cuatro labradores: BLAS, GIL, ANTÓN, y BENITO BENITO: Yo soy de este parecer. GIL: Pues asentaos y escribildo. ANTÓN: Mal hacemos en hacer entre tan pocos cabildo. BENITO: Ya se llamó desde ayer. BLAS: Mil faltas se han conocido en esta fiesta pasada. GIL: Puesto, señores, que ha sido la procesión tan honrada y el santo tan bien servido, debemos considerar que parece mal faltar en tan noble cofradía lo que agora se podría fácilmente remediar. Y cierto que, pues que toca a todos un mal que daña generalmente, que es poca devoción de toda Ocaña, y a toda Espana provoca, de nuestro santo patrón, Roque, vemos cada día aumentar la devoción una y otra cofradía, una y otra procesión en el reino de Toledo. Pues ¿por qué tenemos miedo a ningún gasto?

BENITO: No ha sido sino descuido y olvido. Sale PERIBÁÑEZ PERIBÁÑEZ: Si en algo serviros puedo, veisme aquí, si ya no es tarde. BLAS: Peribáñez, Dios os guarde, gran falta nos habéis hecho. PERIBÁÑEZ: El no seros de provecho me tiene siempre cobarde. BENITO: Toma asiento junto a mí. GIL: ¿Dónde has estado? PERIBÁÑEZ: En Toledo, que a ver con mi esposa fui la fiesta. ANTÓN: ¿Gran cosa? PERIBÁÑEZ: Puedo decir, señores, que vi un cielo en ver en el suelo su santa iglesia, y la imagen que ser más bella recelo, si no es que a pintarla bajen

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los escultores del cielo; porque, quien la verdadera no haya visto en la alta esfera del trono en que está sentada, no podrá igualar en nada lo que Toledo venera. Hízose la procesión con aquella majestad que suelen, y que es razón, añadiendo autoridad el Rey en esta ocasión. Pasaba al Andalucía para proseguir la guerra. GIL: Mucho nuestra cofradía sin vos en mil cosas yerra. PERIBÁÑEZ: Pensé venir otro día y hallarme a la procesión de nuestro Roque divino, pero fue vana intención, porque mi Casilda vino con tan devota intención, que hasta que pasó la octava no pude hacella venir. GIL: ¿Que allá el señor Rey estaba? PERIBÁÑEZ: Y el Maestre, oí decir, de Alcántara y Calatrava. ¡Brava jornada aperciben! No ha de quedar moro en pie de cuantos beben y viven el Betis, aunque bien sé del modo que los reciben. Pero, esto aparte dejando, ¿de qué estábades tratando? BENITO: De la nuestra cofradía de San Roque, y, a fe mía, que el ver que has llegado cuando mayordomo están haciendo, me ha dado, Pedro, a pensar que vienes a serlo. ANTÓN: En viendo a Peribáñez entrar, lo mismo estaba diciendo. BLAS: ¿Quién lo ha de contradecir? GIL: Por mi digo que lo sea, y en la fiesta por venir se ponga cuidado y vea lo que es menester pedir. PERIBÁÑEZ: Aunque por recién casado replicar fuera razón, puesto que me habéis honrado, agravio mi devoción huyendo el rostro al cuidado. Y por servir a San Roque, la mayordomía aceto para que más me provoque

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a su servicio. ANTÓN: En efeto, haréis mejor lo que toque. PERIBÁÑEZ: ¿Qué es lo que falta de hacer? BENITO: Yo quisiera proponer que otro San Roque se hiciese más grande, por que tuviese más vista. PERIBÁÑEZ: Buen parecer. ¿Qué dice Gil? GIL: Que es razón, que es viejo y chico el que tiene la cofradía. PERIBÁÑEZ: ¿Y Antón? ANTÓN: Que hacerle grande conviene, y que ponga devoción. Está todo desollado el perro, y el panecillo más de la mitad quitado, y el ángel, quiero decillo, todo abierto por un lado. Y a los dos dedos, que son con que da la bendición, falta más de la mitad. PERIBÁÑEZ: Blas, ¿qué diz? BLAS: Que a la ciudad vayan hoy Pedro y Antón, y hagan aderezar el viejo a algún buen pintor, porque no es justo gastar ni hacerlo agora mayor, pudiéndole renovar. PERIBÁÑEZ: Blas dice bien, pues está tan pobre la cofradía; mas ¿cómo se llevará? ANTÓN: En vuesa pollina o mía sin daño y golpes irá de una sábana cubierto. PERIBÁÑEZ: Pues esto baste por hoy, si he de ir a Toledo. BLAS: Advierto que este parecer que doy no lleva engaño encubierto; que, si se ofrece gastar, cuando Roque se volviera San Cristóbal, sabré dar mi parte. GIL: Cuando eso fuera, ¿quién se pudiera excusar? PERIBÁÑEZ: Pues vamos, Antón, que quiero despedirme de mi esposa. ANTÓN: Yo con la imagen te espero. PERIBÁÑEZ: Llamará Casilda hermosa éste mi amor lisonjero; que, aunque disculpado quedo

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con que el cabildo me ruega, pienso que enojarla puedo, pues en tiempo de la siega me voy de Ocaña a Toledo. Vanse. Salen el COMENDADOR y LEONARDO COMENDADOR: Cuéntame el suceso todo. LEONARDO: Si de algún provecho es haber conquistado a Inés, pasa, señor, de este modo. Vino de Toledo a Ocaña Inés con tu labradora, como de su sol aurora, más blanda y menos extraña. Pasé sus calles las veces que pude, aunque con recato, porque en gente de aquel trato hay maliciosos jüeces. A baile salió una fiesta, ocasión de hablarla hallé; habléla de amor y fue la vergüenza la respuesta. Pero saliendo otro día a las eras, pude hablarla, y en el camino contarla la fingida pena mía. Ya entonces más libremente mis palabras escuchó, y pagarme prometió mi afición honestamente, porque yo le di a entender que ser mi esposa podría, aunque ella mucho temía lo que era razón temer. Pero aseguréla yo que tú, si era tu contento, harías el casamiento, y de otra manera no. Con esto está de manera que si a Casilda ha de haber puerta, por aquí ha de ser, que es prima y es bachillera. COMENDADOR: ¡Ay Leonardo! ¡Si mi suerte al imposible inhumano de aqueste desdén villano, roca del mar siempre fuerte, hallase fácil camino! LEONARDO: ¿Tan ingrata te responde? COMENDADOR: Seguíla, ya sabes dónde, sombra de su sol divino, y, en viendo que me quitaba el rebozo, era de suerte que, como de ver la muerte, de mi rostro se espantaba. Ya le salían colores al rostro, ya se teñía

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de blanca nieve y hacía su furia y desdén mayores. Con efetos desiguales yo, con los humildes ojos, mostraba que sus enojos me daban golpes mortales. En todo me parecía que aumentaba su hermosura, y atrevióse mi locura, Leonardo, a llamar un día un pintor, que retrató en un naipe su desdén. LEONARDO: Y ¿parecióse? COMENDADOR: Tan bien, que después me le pasó a un lienzo grande, que quiero tener donde siempre esté a mis ojos, y me dé más favor que el verdadero. Pienso que estará acabado, tú irás por él a Toledo; pues con el vivo no puedo, viviré con el pintado. LEONARDO: Iré a servirte, aunque siento que te aflijas por mujer que la tardas en vencer lo que ella en saber tu intento. Déjame hablar con Inés, que verás lo que sucede. COMENDADOR: Si ella lo que dices puede, no tiene el mundo interés... Sale LUJÁN entre como segador LUJÁN: ¿Estás solo? COMENDADOR: ¡Oh buen Luján! Sólo está Leonardo aquí. LUJÁN: ¡Albricias, señor! COMENDADOR: Si a ti deseos no te las dan ¿Qué hacienda tengo en Ocaña? LUJÁN: En forma de segador, a Peribáñez, señor Ctanto el apariencia engañaC pedí jornal en su trigo, y, desconocido, estoy en su casa desde hoy. COMENDADOR: ¡Quién fuera, Luján, contigo! LUJÁN: Mañana, al salir la aurora, hemos de ir los segadores al campo; mas tus amores tienen gran remedio agora que Peribáñez es ido a Toledo, y te ha dejado esta noche a mi cuidado; porque, en estando dormido el escuadrón de la siega

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alrededor del portal, en sintiendo que al umbral tu seña o tu planta llega, abra la puerta, y te adiestre por donde vayas a ver esta invencible mujer. COMENDADOR: ¿Cómo quieres que te muestre debido agradecimiento Luján, de tanto favor? LUJÁN: Es el tesoro mayor del alma el entendimiento. COMENDADOR: Por qué camino tan llano has dado a mi mal remedio! Pues no estando de por medio aquel celoso villano, y abriendome tú la puerta al dormir los segadores, queda en mis locos amores la de mi esperanza abierta. ¡Brava ventura he tenido no sólo en que se partiese, pero de que no te hubiese por el disfraz conocido! ¿Has mirado bien la casa? LUJÁN: Y, ¡cómo si la miré! Hasta el aposento entré del sol que tu pecho abrasa. COMENDADOR: ¿Que has entrado a su aposento? ¿Que de tan divino sol fuiste Faetón español? ¡Espantoso atrevimiento! ¿Qué hacía aquel ángel bello? LUJÁN: Labor en un limpio estrado, no de seda ni brocado, aunque pudiera tenello, mas de azul guadamecí con unos vivos dorados que, en vez de borlas, cortados por las cuatro esquinas vi. Y como en toda Castilla dicen del agosto ya que el frío en el rostro da, y ha llovido en nuestra villa, o por verse caballeros antes del invierno frío, sus paredes, señor mío, sustentan tus reposteros. Tanto, que dije entre mí, viendo tus armas honradas: Rendidas, que no colgadas, pues amor lo quiere ansí. COMENDADOR: Antes ellas te advirtieron de que en aquella ocasión tomaban la posesión de la conquista que hicieron;

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porque, donde están colgadas, lejos están de rendidas. Pero, cuando fueran vidas, las doy por bien empleadas. Vuelve, no te vean aquí, que, mientras me voy a armar, querrá la noche llegar para dolerse de mí. LUJÁN: ¿Ha de ir Leonardo contigo? COMENDADOR: Paréceme discreción, porque en cualquiera ocasión es bueno al lado un amigo.

Vanse. Salen CASILDA e INÉS CASILDA: Conmigo te has de quedar esta noche, por tu vida. INÉS: Licencia es razón que pida. De esto no te has de agraviar, que son padres en efeto. CASILDA: Enviaréles un recaudo, por que no estén con cuidado, que ya es tarde, te prometo. INÉS: Trázalo como te dé más gusto, prima querida. CASILDA: No me habrás hecho en tu vida mayor placer, a la fe. Esto debes a mi amor. INÉS: Estás, Casilda, enseñada a dormir acompañada; no hay duda, tendrás temor. Y yo mal podré suplir la falta de tu velado, que es mozo, a la fe, chapado y para hacer y decir. Yo, si viese algún rüido, cuéntame por desmayada. Tiemblo una espada envainada; desnuda, pierdo el sentido. CASILDA: No hay en casa qué temer, que duermen en el portal los segadores. INÉS: Tu mal soledad debe de ser, y temes que estos desvelos te quiten el sueño. CASILDA: Aciertas, que los desvelos son puertas para que pasen los celos desde el amor al temor y en comenzando a temer, no hay más dormir que poner con celos remedio a amor. INÉS: Pues ¿qué ocasión puede darte en Toledo? CASILDA: ¿Tú no ves

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que celos es aire, Inés, que vienen de cualquier parte? [INÉS:] Que de Medina venía oí yo siempre cantar. CASILDA: ¿Y Toledo no es lugar de adonde venir podría? INÉS: Grandes hermosuras tiene. CASILDA: Ahora bien, vente a cenar. Salen LLORENTE y MENDO, segadores LLORENTE: A quien ha de madrugar dormir luego le conviene. MENDO: Digo que muy justo es. Los ranchos pueden hacerse. CASILDA: Ya vienen a recogerse los segadores, Inés. INÉS: Pues vamos, y a Sancho avisa el cuidado de la huerta. Vanse LLORENTE: Muesama acude a la puerta. Andará dándonos prisa por no estar aquí su dueño. Salen BARTOLO y CHAPARRO, segadores BARTOLO: A alba he de haber segado todo el repecho del prado. CHAPARRO: Si diere licencia el sueño. Buenas noches os dé Dios, Mendo y Llorente. MENDO: El sosiego no será mucho si luego habemos de andar los dos con las hoces a destajo, aquí manada, aquí corte. CHAPARRO: Pardiez, Mendo, cuando importe, bien luce el justo trabajo. Sentaos y, antes de dormir, o cantemos o contemos algo de nuevo y podremos en esto nos divertir. BARTOLO: ¿Tan dormido estáis, Llorente? LLORENTE: Pardiez, Bartol, que quisiera que en un año amaneciera cuatro veces solamente. Salen HELIPE y LUJÁN, segadores HELIPE: ¿Hay para todos lugar? MENDO: ¡Oh Helipe! Bien venido. LUJÁN: Y yo, si lugar os pido, ¿podréle por dicha hallar? CHAPARRO: No faltará para vos. Aconchaos junto la puerta. BARTOLO: Cantar algo se concierta. CHAPARRO: Y aun contar algo, por Dios. LUJÁN: Quien supiere un lindo cuento, póngale luego en el corro. CHAPARRO: De mi capote me ahorro y para escuchar me asiento.

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LUJÁN: Va primero de canción, y luego diré una historia que me viene a la memoria. MENDO: Cantad. LLORENTE: Ya comienzo el son. Canten con las guitarras *Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele! Trébole, ¡ay Jesús, qué olor! Trébole de la casada, que a su esposo quiere bien; de la doncella también, entre paredes guardada, que, fácilmente engañada, sigue su primero amor. Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele! Trébole, ¡ay Jesús, qué olor! Trébole de la soltera, que tantos amores muda; trébole de la vïuda, que otra vez casarse espera, tocas blancas por defuera y el faldellín de color. Trébole, ¡ay Jesús, cómo güele! Trébole, ¡ay Jesús, qué olor!+ LUJÁN: Parecen que se han dormido.

No tenéis ya que cantar. LLORENTE: Yo me quiero recostar, aunque no en trébol florido. LUJÁN: ¿Qué me detengo? Ya están los segadores durmiendo. Noche, este amor te encomiendo. Prisa los silbos me dan. La puerta le quiero abrir. ¿Eres tú, señor? Salen el COMENDADOR y LEONARDO COMENDADOR: Yo soy. LUJÁN: Entra presto. COMENDADOR: Dentro estoy. LUJÁN: Ya comienzan a dormir. Seguro por ellos pasa, que un carro puede pasar sin que puedan despertar. COMENDADOR: Luján, yo no sé la casa. Al aposento me guía. LUJÁN: Quédese Leonardo aquí. LEONARDO: Que me place. LUJÁN: Ven tras mí. COMENDADOR: ¡Oh amor! ¡Oh fortuna mía! ¡Dame próspero suceso! Vanse LLORENTE: Hola, Mendo! MENDO: ¿Qué hay, Llorente? LLORENTE: En casa anda gente. MENDO: ¿Gente?

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Que lo temí te confieso. ¿Así se guarda el decoro a Peribáñez? LLORENTE: No sé. Sé que no es gente de a pie. MENDO: ¿Cómo? LLORENTE: Trae capa con oro. MENDO: ¿Con oro? Mátenme aquí si no es el Comendador. LLORENTE: Demos voces. MENDO: ¿No es mejor callar? LLORENTE: Sospecho que sí. Pero ¿de qué sabes que es el Comendador? MENDO: No hubiera en Ocaña quien pusiera tan atrevidos los pies, ni aun el pensamiento, aquí. LLORENTE: Esto es casar con mujer hermosa. MENDO: ¿No puede ser que ella esté sin culpa? LLORENTE: Sí. Ya vuelven. Hazte dormido. [Salen el COMENDADOR y LUJÁN] COMENDADOR: ¡Ce! ¡Leonardo! LEONARDO: ¿Qué hay, señor? COMENDADOR: Perdí la ocasión mejor que pudiera haber tenido. LEONARDO: ¿Cómo? COMENDADOR: Ha cerrado y muy bien el aposento esta fiera. LEONARDO: Llama. COMENDADOR: ¡Si gente no hubiera...! Mas despertarán también. LEONARDO: No harán, que son segadores, y el vino y cansancio son candados de la razón y sentidos exteriores. Pero escucha, que han abierto la ventana del portal. COMENDADOR: Todo me sucede mal. LEONARDO: ¿Si es ella? COMENDADOR: Tenlo por cierto. Sale a la ventana con un rebozo, CASILDA CASILDA: ¿Es hora de madrugar, amigos? COMENDADOR: Señora mía, ya se va acercando el día y es tiempo de ir a segar. Demás que, saliendo vos, sale el sol, y es tarde ya. Lástima a todos nos da de veros sola, por Dios.

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No os quiere bien vuestro esposo, pues a Toledo se fue y os deja una noche. A fe que si fuera tan dichoso el Comendador de Ocaña Cque sé yo que os quiere bien, aunque le mostráis desdén y sois con él tan extrañaC que no os dejara, aunque el Rey por sus cartas le llamara; que dejar sola esa cara nunca fue de amantes ley. CASILDA: Labrador de lejas tierras, que has venido a nuesa villa convidado del agosto, ¿quién te dio tanta malicia? Ponte tu tosca antiparra, del hombro el gabán derriba, la hoz menuda en el cuello, los dediles en la cinta. Madruga al salir del alba, mira que te llama el día, ata las manadas secas sin maltratar las espigas. Cuando salgan las estrellas, a tu descanso camina, y no te metas en cosas de que algún mal se te siga. El Comendador de Ocaña servirá dama de estima, no con sayuelo de grana ni con saya de palmilla. Copete traerá rizado, gorguera de holanda fina, no cofia de pinos tosca, y toca de argentería. En coche o silla de seda los disantos irá a misa, no vendrá en carro de estacas de los campos a las viñas. Dirále en cartas discretas requiebros a maravilla, no labradores desdenes envueltos en señorías. Olerále a guantes de ámbar, a perfumes y pastillas, no a tomillo ni cantueso, poleo y zarzas floridas. Y cuando el Comendador me amase como a su vida, y se diesen virtud y honra por amorosas mentiras, más quiero yo a Peribáñez con su capa la pardilla que al Comendador de Ocaña

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con la suya guarnecida. Más precio verle venir en su yegua la tordilla, la barba llena de escarcha y de nieve la camisa, la ballesta atravesada, y del arzón de la silla dos perdices conejos, y el podenco de traílla, que ver al Comendador con gorra de seda rica, y cubiertos de diamantes los brahones y capilla; que más devoción me causa la cruz de piedra en la ermita, que la roja de Santiago en su bordada ropilla. Vete, pues, el segador, mala fuese la tu dicha, que si Peribáñez viene no verás la luz del día. COMENDADOR: Quedo, señora. ¡Señora! Casilda, amores, Casilda, yo soy el Comendador; abridme, por vuestra vida. Mirad que tengo que daros dos sartas de perlas finas y una cadena esmaltada de más peso que la mía. CASILDA: Segadores de mi casa, no durmáis, que con su risa os está llamando el alba. Ea, relinchos y grita, que al que a la tarde viniere con más manadas cogidas, le mando el sombrero grande con que va Pedro a las viñas. Quítase de la ventana MENDO: Llorente, muesa ama llama. LUJÁN: Huye, señor, huye aprisa, que te ha de ver esta gente. COMENDADOR: ¡Ah, crüel sierpe de Libia! Pues aunque gaste mi hacienda, mi honor, mi sangre y mi vida, he de rendir tus desdenes, tengo de vencer tus iras. Vanse el COMENDADOR, [LUJÁN y LEONARDO] BARTOLO: Yérguete cedo, Chaparro, que viene a gran prisa el día. CHAPARRO: Ea, Helipe, que es muy tarde. HELIPE: Pardiez, Bartol, que se miran todos los montes bañados de blanca luz por encima. LLORENTE: Seguidme todos, amigos, porque muesama no diga

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que porque muesamo falta andan las hoces baldías. Vanse todos relinchando. Salen PERIBÁÑEZ, y el PINTOR y ANTÓN PERIBÁÑEZ: Entre las tablas que vi de devoción o retratos, adonde menos ingratos los pinceles conocí, una he visto que me agrada o porque tiene primor, o porque soy labrador y lo es también la pintada. Y pues ya se concertó el aderezo del santo, reciba yo favor tanto que vuelva a mirarla yo. PINTOR: Vos tenéis mucha razón, que es bella la labradora. PERIBÁÑEZ: Quitadla del clavo ahora, que quiero enseñarla a Antón. ANTÓN: Ya la vi, mas, si queréis, también holgaré de vella. PERIBÁÑEZ: Id, por mi vida, por ella. PINTOR: Yo voy. Vase PERIBÁÑEZ: Un ángel veréis. ANTÓN: Bien sé yo por qué miráis la villana con cuidado. PERIBÁÑEZ: Sólo el traje me le ha dado, que en el gusto os engañáis. ANTÓN: Pienso que os ha parecido que parece a vuestra esposa. PERIBÁÑEZ: ¿Es Casilda tan hermosa? ANTÓN: Pedro, vos sois su marido, a vos os está más bien alabarla que no a mí. Sale el PINTOR con el retrato de CASILDA, grande PINTOR: La labradora está aquí. PERIBÁÑEZ: (Y mi deshonra también.) Aparte PINTOR: ¿Qué os parece? PERIBÁÑEZ: Que es notable. ¿No os agrada, Antón? ANTÓN: Es cosa a vuestros ojos hermosa y a los del mundo admirable. PERIBÁÑEZ: Id, Antón, a la posada y ensillad mientras que voy. ANTÓN: (Puesto que ignorante soy, Aparte Casilda es la retratada, y el pobre de Pedro está abrasándose de celos.) Adiós. Vase ANTÓN PERIBÁÑEZ: No han hecho los cielos cosa, señor, como ésta. ¡Bellos ojos! ¡Linda boca!

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¿De dónde es esta mujer? PINTOR: No acertarla a conocer a imaginar me provoca que no está bien retratada-- porque dónde vos nació. PERIBÁÑEZ: ¿En Ocaña? PINTOR: Sí. PERIBÁÑEZ: Pues yo conozco una desposada a quien algo se parece. PINTOR: Yo no sé quién es, mas sé que a hurto la retraté, no como agora se ofrece, mas en un naipe. De allí a este lienzo la he pasado. PERIBÁÑEZ: Ya sé quién la ha retratado. Si acierto, ¿diréislo? PINTOR: Sí. PERIBÁÑEZ: El Comendador de Ocaña. PINTOR: Por saber que ella no sabe el amor de hombre tan grave, que es de lo mejor de España, me atrevo a decir que es él. PERIBÁÑEZ: Luego, ¿ella no es sabidora? PINTOR: Como vos antes de agora; antes, por ser tan fïel, tanto trabajo costó el poderla retratar. PERIBÁÑEZ: ¿Queréismela a mi fïar, y llevársela yo? PINTOR: No me han pagado el dinero. PERIBÁÑEZ: Yo os daré todo el valor. PINTOR: Temo que el Comendador se enoje, y mañana espero un lacayo suyo aquí. PERIBÁÑEZ: Pues, ¿sábelo ese lacayo? PINTOR: Anda veloz como un rayo por rendirla. PERIBÁÑEZ: Ayer le vi, y le quise conocer. PINTOR: ¿Mandáis otra cosa? PERIBÁÑEZ: En tanto que nos reparáis el santo, tengo de venir a ver mil veces este retrato. PINTOR: Como fuéredes servido. Adiós. Vase el PINTOR PERIBÁÑEZ: ¿Qué he visto y oído cielo airado, tiempo ingrato? Mas si de este falso trato no es cómplice mi mujer, ¿cómo doy a conocer mi pensamiento ofendido? Porque celos de marido

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no se han de dar a entender. Basta que el Comendador a mi mujer solicita, basta que el honor me quita, debiéndome dar honor. Soy vasallo, es mi señor, vivo en su amparo y defensa; si en quitarme el honor piensa, quitarélo yo la vida. que la ofensa acometida ya tiene fuerza de ofensa. Erré en casarme, pensado que era una hermosa mujer toda la vida un placer que estaba el alma pasando; pues no imaginé que, cuando la riqueza poderosa me la mirara envidiosa, la codiciara también. ¡Mal haya el humilde, amén, que busca mujer hermosa! Don Fadrique me retrata a mi mujer, luego ya haciendo dibujo está contra el honor que me mata. Si pintada me maltrata la honra, es cosa forzosa que venga a estar peligrosa la verdadera también. ¡Mal haya el humilde, amén, que busca mujer hermosa! Mal lo miró mi humildad en buscar tanta hermosura, mas la virtud asegura la mayor dificultad. Retirarme a mi heredad es dar puerta vergonzosa a quien cuanto escucha glosa y trueca en mal todo el bien. ¡Mal haya el humilde, amén, que busca mujer hermosa! Pues, también salir de Ocaña es el mismo inconveniente, mi hacienda no consiente que viva por tierra extraña. ¡Cuánto me ayuda me daña! Pero hablaré con mi esposa, aunque es ocasión odiosa pedirle celos también. ¡Mal haya el humilde, amén, que busca mujer hermosa! Vase. Salen LEONARDO y el COMENDADOR COMENDADOR: Por esta carta, como digo, manda su majestad, Leonardo que le envíe de Ocaña y de su tierra alguna gente.

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LEONARDO: ¡Y qué piensas hacer? COMENDADOR: Que se echen bandos y que se alisten de valientes mozos hasta doscientos hombres, repartidos en dos lucida compañías, ciento de gente labradora y ciento hidalgos. LEONARDO: ¿Y no será mejor hidalgos todos? COMENDADOR: No caminas al paso de mi intento, y así vas lejos de mi pensamiento. De estos cien labradores hacer quiero cabeza y capitán a Peribáñez, y con esta invención tenerle ausente. LEONARDO: ¡Extrañas cosas piensan los amantes! COMENDADOR: Amor es guerra y cuanto piensa, ardides. ¿Si habrá venido ya? LEONARDO: Luján me dijo que a comer le esperaban y que estaba Casilda llena de congoja y miedo. Supe después de Inés que no diría cosa de lo pasado aquella noche y que, de acuerdo de las dos, pensaba disimular, por no causarle pena; a que, viéndola triste y afligida, no se atreviese a declarar su pecho, lo que después para servirte haría. COMENDADOR: ¡Rigurosa mujer! ¡Maldiga el cielo el punto en que caí, pues no he podido desde entonces, Leonardo, levantarme de los umbrales de su puerta! LEONARDO: Calla, que más fuerte era Troya y la conquista derribó sus murallas por el suelo. Son estas labradoras encogidas y, por hallarse indignas, las más veces niegan, señor, lo mismo que desean. Ausenta a su marido honradamente, que tú verás el fin de tu deseo. COMENDADOR: Quiéralo mi ventura, que te juro que, habiendo sido en tantas ocasiones tan animoso como sabe el mundo, en ésta voy con un temor notable. LEONARDO: Bueno será saber si Pedro viene. COMENDADOR: Parte, Leonardo, y de tu Inés te informa, sin que pases la calle ni levantes los ojos a ventana o puerta suya. LEONARDO: Exceso es ya tan gran desconfïanza, porque ninguno amó sin esperanza. Vase LEONARDO COMENDADOR: Cuentan de un rey que a un árbol adoraba, y que un mancebo a un mármol asistía, a quien, sin dividirse noche y día, sin amores y quejas le contaba. Pero el que un tronco y una piedra amaba, más esperanza de su bien tenía, pues, en fin, acercársele podía,

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y a hurto de la gente le abrazaba. ¡Mísero yo, que adoro en otro muro colgada aquella ingrata y verde hiedra, cuya dureza enternecer procuro! Tal es el fin que mi esperanza medra; mas, pues que de morir estoy seguro, ¡plega al amor que te convierta en piedra!

Vase. Salen PERIBÁÑEZ y ANTÓN

PERIBÁÑEZ: Vos os podéis ir, Antón, a vuestra casa, que es justo. ANTÓN: Y vos, ¿no fuera razón? PERIBÁÑEZ: Ver mis segadores gusto, pues llego a buena ocasión. que la haza cae aquí. ANTÓN: ¿Y no fuera mejor haza vuestra Casilda? PERIBÁÑEZ: Es ansí, pero quiero darles traza de lo que han de hacer, por mí. Id a ver vuesa mujer, y a la mía así de paso decid que me quedo a ver nuestra hacienda. ANTÓN: (¡Extraño caso! Aparte No quiero darle a entender que entiendo su pensamiento.) Quedad con Dios.

Vase ANTÓN

PERIBÁÑEZ: Él os guarde. Tanta es la afrenta que siento, que sólo por entrar tarde hice aqueste fingimiento. ¡Triste yo! Si no es culpada Casilda, ¿por qué rehúyo el verla? ¡Ay mi prenda amada! Para tu gracia atribuyo mi fortuna desgraciada. Si tan hermosa no fueras, claro está que no le dieras al señor Comendador causa de tan loco amor. Éstos son mi trigo y eras. ¡Con qué diversa alegría, oh campos, pensé miraros cuando contento vivía! Porque viniendo a sembraros, otra esperanza tenía. Con alegre corazón pensé de vuestras espigas henchir mis trojes, que son agora eternas fatigas

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de mi perdida opinión. Se oyen voces Mas quiero disimular, que ya sus relinchos siento. Oírlos quiero cantar, porque en ajeno instrumento comienza el alma a llorar. Dentro grita como que siegan MENDO: Date más priesa, Bartol, mira que la noche baja, y se va a poner el sol. BARTOLO: Bien cena quien bien trabaja, dice el refrán español. LLORENTE: Échote una pulla, Andrés: que te bebas media azumbre. CHAPARRO: Échame otras dos, Ginés. PERIBÁÑEZ: Todo me da pesadumbre, todo mi desdicha es. MENDO: Canta, Llorente, el cantar de la mujer de muesamo. PERIBÁÑEZ: ¿Qué tengo más que esperar? La vida, cielos, desamo. ¿Quién me la quiere quitar? Canta un SEGADOR SEGADOR: *La mujer de Peribáñez hermosa es a maravilla; el Comendador de Ocaña de amores la requería. La mujer es virtüosa cuanto hermosa y cuanto linda; mientras Pedro está en Toledo de esta suerte respondía: Más quiero yo a Peribáñez con su capa la pardilla, que no a vos, Comendador, con la vuesa guarnecida.+ PERIBÁÑEZ: Notable aliento he cobrado con oír esta canción, porque lo que ésta ha cantado las mismas verdades son que en mi ausencia habrán pasado. ¡Oh cuánto le debe al cielo quien tiene buena mujer! Que el jornal dejan, recelo. Aquí me quiero esconder. ¡Ojalá se abriera el suelo! Que aunque en gran satisfacción, Casilda, de ti me pones, pena tengo con razón, porque honor que anda en canciones tiene dudosa opinión. Vase. Salen INÉS y CASILDA CASILDA: ¿Tú me habías de decir desatino semejante? INÉS: Deja que pase adelante.

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CASILDA: Ya, ¿cómo te puedo oír? INÉS: Prima, no me has entendido, y este preciarte de amar a Pedro te hace pensar que ya está Pedro ofendido. Lo que yo te digo a ti es cosa que a mí me toca. CASILDA: ¿A ti? INÉS: Sí. CASILDA: Yo estaba loca. Pues si a ti te toca, di. INÉS: Leonardo, aquel caballero del Comendador, me ama y por su mujer me quiere. CASILDA: Mira, prima, que te engaña. INÉS: Yo sé, Casilda, que soy su misma vida. CASILDA: Repara que son sirenas los hombres, que para matarnos cantan. INÉS: Yo tengo cédula suya. CASILDA: Inés, plumas y palabras todas se las lleva el viento. Muchas damas tiene Ocaña con ricos dotes, y tú ni eres muy rica ni hidalga. INÉS: Prima, si con el desdén que agora comienzas, tratas al señor Comendador, falsas son mis esperanzas, todo mi remedio impides. CASILDA: ¿Ves, Inés, cómo te engañas, pues por que me digas eso quiere fingir que te ama? INÉS: Hablar bien no quita honor, que yo no digo que salgas a recibirle a la puerta ni a verle por la ventana. CASILDA: Si te importara la vida, no le mirara la cara. Y advierte que no le nombres, o no entres más en mi casa, que del ver viene el oír, y de las locas palabras vienen las infames obras. Sale PERIBÁÑEZ con una alforjas en las manos PERIBÁÑEZ: ¡Esposa! CASILDA: ¡Luz de mi alma! PERIBÁÑEZ: ¿Estás buena? CASILDA: Estoy sin ti. ¿Vienes bueno? PERIBÁÑEZ: El verte basta para que salud me sobre. ¡Prima! INÉS: ¡Primo!

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PERIBÁÑEZ: ¿Qué me falta, si juntas os veo? CASILDA: Estoy a nuestra Inés obligada, que me ha hecho compañía lo que has faltado de Ocaña. PERIBÁÑEZ: A su casamiento rompas dos chinelas argentadas, y yo los zapatos nuevos que siempre en bodas se calzan. CASILDA: ¿Qué me traes de Toledo? PERIBÁÑEZ: Deseos, que por ser carga tan pesada, no he podido traerte joyas ni galas. Con todo, te traigo aquí para esos pies, que bien hayan, unas chinelas abiertas que abrochan cintas de nácar. Traigo más: seis tocas rizas, y para prender las sayas dos cintas de vara y media con sus herretes de plata. CASILDA: Mil años te guarde el cielo. PERIBÁÑEZ: Sucedióme una desgracia, que a la fe que fue milagro llegar con vida a mi casa. CASILDA: ¡Ay, Jesús! Toda me turbas. PERIBÁÑEZ: Caí de unas cuestas altas sobre una piedras. CASILDA: ¿Qué dices? PERIBÁÑEZ: Que si no me encomendara al santo en cuyo servicio caí de la yegua baya, a estas horas estoy muerto. CASILDA: Toda me tienes helada. PERIBÁÑEZ: Prometíle la mejor prenda que hubiese en mi casa para honor de su capilla, y así quiero que mañana quiten estos reposteros nos harán poca falta, y cuelguen en las paredes de aquella su ermita santa en justo agradecimiento. CASILDA: Si fueran paños de Francia, de oro, seda, perlas, piedras, no replicara palabra. PERIBÁÑEZ: Pienso que nos está bien que no están en nuestra casa paños con armas ajenas; no murmuren en Ocaña que un villano labrador cerca su inocente cama llenos de blasones y armas. Timbre y plumas no están bien

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entre el arado y la pala, de paños comendadores bieldo, trillo y azadón, que en nuestras pareces blancas no han de estar cruces de seda, sino de espigas y pajas con algunas amapolas, manzanillas y retamas. Yo, ¿qué moros he vencido para castillos y bandas? Fuera de que sólo quiero que haya imágenes pintadas: la Anunciación, la Asunción, San Francisco con sus llagas, San Pedro mártir, San Blas contra el mal de la garganta, San Sebastián y San Roque, y otras pinturas sagradas, que retratos es tener en las pareces fantasmas. Uno vi yo, que quisiera... Pero no quisiera nada. Vamos a cenar, Casilda, y apercíbanme la cama. CASILDA: ¿No estás bueno? PERIBÁÑEZ: Bueno estoy. Sale LUJÁN LUJÁN: Aquí un crïado te aguarda del Comendador. PERIBÁÑEZ: ¿De quién? LUJÁN: Del Comendador de Ocaña. PERIBÁÑEZ: Pues, ¿qué me quiere a estas horas? LUJÁN: Eso sabrás si le hablas. PERIBÁÑEZ: ¿Eres tú aquel segador que anteayer entró en mi casa? LUJÁN: ¿Tan presto me desconoces? PERIBÁÑEZ: Donde tantos hombres andan, no te espantes. LUJÁN: (Malo es esto.) Aparte INÉS: (Con muchos sentidos habla.) Aparte PERIBÁÑEZ: (¿El Comendador a mí? Aparte ¡Ay, honra, al cuidado ingrata! Si eres vidrio, al mejor vidrio cualquiera golpe le basta.)

Vanse

ACTO TERCERO Salen el COMENDADOR y LEONARDO COMENDADOR: Cuéntame, Leonardo, breve lo que ha pasado en Toledo. LEONARDO: Lo que referirte puedo, puesto que a ceñirlo pruebe en las más breves razones, quiere más paciencia. COMENDADOR: Advierte que soy un sano a la muerte,

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y qué remedios me pones. LEONARDO: El rey Enrique el Tercero, que hoy Justiciero llaman, porque Catón y Aristides en la equidad no le igualan, el año de cuatrocientos y seis sobre mil estaba en la villa de Madrid, donde le vinieron cartas, que, quebrándole las treguas el rey moro de Granada, no queriéndole volver por promesas y amenazas el castillo de Ayamonte, ni menos pagarle parias, determinó hacerle guerra; y para que la jornada fuese como convenía a un rey el mayor de España, y le ayudasen sus deudos de Aragón y de Navarra, juntó cortes en Toledo, donde al presente se hallan prelados y caballeros, villas y ciudades varias. Digo sus procuradores, donde en su real alcázar la disposición de todo con justos acuerdos tratan el obispo de Sigüenza, que la insigne iglesia santa rige de Toledo agora, porque está su silla vaca por la muerte de don Pedro Tenorio, varón de fama; el obispo de Palencia, don Sancho de Rojas, clara imagen de sus pasados, y que el de Toledo aguarda; don Pablo el de Cartagena, a quien ya a Burgos señalan; el gallardo don Fadrique, hoy conde de Trastamara, aunque ya duque de Arjona toda la corte le llama, y don Enrique Manuel, primos del rey, que bastaban, no de Granada, de Troya ser incendio sus espadas; Ruy López de Ávalos, grande por la dicha y por las armas, Condestable de Castilla, alta gloria de su casa, el Camarero mayor del Rey, por sangre heredada

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y virtud propia, aunque tiene también de quién heredarla, por Juan de Velasco digo, digno de toda alabanza; don Diego López de Estúñiga, que Justicia mayor llaman; y el mayor Adelantado de Castilla, de quien basta decir que es Gómez Manrique, de cuyas historias largas tienen Granada y Castilla cosas tan raras y extrañas; los oidores del Audiencia del Rey y que el reino amparan: Pero Sánchez del Castillo, Rodríguez de Salamanca, Periáñez... COMENDADOR: Detente. ¿Qué Periáñez? Aguarda, que la sangre se me hiela con ese nombre. LEONARDO: ¡Oh qué gracia! Háblote de los oidores del Rey y del que se llama Peribáñez, imaginas que es el labrador de Ocaña. COMENDADOR: Si hasta agora te pedía la relación y la causa la jornada del Rey, ya no me atrevo a escucharla. Eso ¿todo se resuelve en que el Rey hace jornada con lo mejor de Castilla a las fronteras que guardan, con favor del granadino, los que le niegan las parias? LEONARDO: Eso es todo. COMENDADOR: Pues advierte Cno lo que me es de importanciaC que mientras fuiste a Toledo tuvo ejecución la traza. Con Peribáñez hablé, y le dije que gustaba de nombrarle capitán de cien hombres de labranza, y que se pusiese a punto. Parecióle que le honraba, como es verdad, a no ser honra aforrada en infamia. Quiso ganarla en efeto, gastó su hacendilla en galas, y sacó su compañía ayer, Leonardo, a la plaza, hoy, según Luján me ha dicho, con ella a Toledo marcha.

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LEONARDO: ¡Buena te deja a Casilda, tan villana y tan ingrata como siempre! COMENDADOR: Sí, mas mira que amor en ausencia larga hará el efeto que suele en piedra el curso del agua. Tocan cajas

LEONARDO: Pero ¿qué cajas son éstas? COMENDADOR: No dudes que son sus cajas. Tu alférez trae los hidalgos. Toma, Leonardo, tus armas, por que mejor le engañemos, para que a la vista salgas también con tu compañía. LEONARDO: Ya llegan. Aquí me aguarda. Vase Leonardo. Sale una compañía de labradores, armados graciosamente, y detrás PERIBÁÑEZ con espada y daga PERIBÁÑEZ: No me quise despedir sin ver a su señoría. COMENDADOR: Estimo la cortesía. PERIBÁÑEZ: Yo os voy, señor, a servir. COMENDADOR: Decid al Rey mi señor. PERIBÁÑEZ: Al Rey y a vos... COMENDADOR: Está bien. PERIBÁÑEZ: ...que al Rey es justo, y también a vos, por quien tengo honor; que yo, ¿cuándo mereciera ver mi azadón y gabán con nombre de capitán, con jineta y con bandera del Rey, a cuyos oídos mi nombre llegar no puede porque su estatura excede todos mis cinco sentidos? Guárdeos muchos años Dios. COMENDADOR: Y os traiga, Pedro, con bien. PERIBÁÑEZ: ¿Vengo bien vestido? COMENDADOR: Bien. No hay diferencia en los dos. PERIBÁÑEZ: Sola una cosa querría. No sé si a vos os agrada. COMENDADOR: Decid, a ver. PERIBÁÑEZ: Que la espada me ciña su señoría, para que ansí vaya honrado. COMENDADOR: Mostrad, haréos caballero, que de esos bríos espero, Pedro, un valiente soldado. PERIBÁÑEZ: ¡Pardiez, señor, hela aquí! Cíñamela su mercé. COMENDADOR: Esperad, os la pondré, por que la llevéis por mí. BELARDO: Híncate, Blas, de rodillas;

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que le quieren her hidalgo. BLAS: Pues ¿quedará falto en algo? BELARDO: En mucho, si no te humillas. BLAS: Belardo, vos, que sois viejo, ¿hanle de dar con la espada? BELARDO: Yo de mi burra manchada, de su albarda y aparejo entiendo más que de armar caballeros de Castilla. COMENDADOR: Ya os he puesto la cuchilla. PERIBÁÑEZ: ¿Qué falta agora? COMENDADOR: Jurar que a Dios, supremo Señor, y al Rey serviréis con ella. PERIBÁÑEZ: Eso juro, y de traella en defensa de mi honor, del cual, pues voy a la guerra, adonde vos me mandáis, ya por defensa quedáis, como señor de esta tierra. Mi casa y mujer, que dejo por vos, recién desposado, remito a vuestro cuidado cuando de los dos me alejo. Esto os fío, porque es más que la vida con quien voy; que, aunque tan seguro estoy que no la ofendan jamás, gusto que vos la guardéis, y corra por vos, a efeto de que, como tan discreto, lo que es el honor sabéis; que con él no se permite que hacienda y vida se iguale, y quien sabe lo que vale, no es posible que le quite. Vos me ceñistes espada, con que ya entiendo de honor, que antes yo pienso, señor, que entendiera poco o nada. Y pues iguales los dos con este honor me dejáis, mirad cómo le guardáis, o quejaréme de vos. COMENDADOR: Yo os doy licencia, si hiciere en guardarle deslealtad, que de mí os quejéis. PERIBÁÑEZ: Marchad, y venga lo que viniere. Vanse, marchando detrás con graciosa arrogancia COMENDADOR: Algo confuso me deja el estilo con que habla, porque parece que entabla o la venganza o la queja. Pero es que, como he tenido

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el pensamiento culpado, con mi malicia he juzgado lo que su inocencia ha sido. Y cuando pudiera ser malicia lo que entendí, ¿dónde ha de haber contra mí en un villano poder? Esta noche has de ser mía, villana rebelde, ingrata, por que muera quien me mata antes que amanezca el día. Vanse. Salen en lo alto COSTANZA, CASILDA e INÉS COSTANZA: En fin ¿se ausenta tu esposo? CASILDA: Pedro a la guerra se va, que en la que me deja acá pudiera ser más famoso. INÉS: Casilda, no te enternezcas, que el nombre de capitán no comoquiera le dan. CASILDA: ¡Nunca estos nombres merezcas! COSTANZA: A fe que tiene razón Inés, que entre tus iguales nunca he visto cargos tales, porque muy de hidalgos son. Demás que tengo entendido que a Toledo solamente ha de llegar con la gente. CASILDA: Pues si eso no hubiera sido, ¿quedárame vida a mí? INÉS: La caja suena. ¿Si es él? COSTANZA: De los que se van con él ten lástima, y no de ti. La caja y salen PERIBÁÑEZ, con bandera, y los soldados BELARDO: Véislas allí en el balcón, que me remozo de vellas; mas ya no soy para ellas, ni ellas para mí lo son. PERIBÁÑEZ: ¿Tan viejo estáis ya, Belardo? BELARDO: El gusto se acabó ya. PERIBÁÑEZ: Algo de él os quedará bajo del capote pardo. BELARDO: ¡Pardiez, señor capitán, tiempo hue que al sol y al aire solía hacerme donaire, ya pastor, ya sacristán! Cayó un año mucha nieve, y como lo rucio vi, a la Iglesia me acogí. PERIBÁÑEZ: ¿Tendréis tres dieces y un nueve? BELARDO: Esos y otros tres decía un aya que me crïaba, mas pienso que se olvidaba. ¡Poca memoria tenía! Cuando la Cava nació me salió la primer muela.

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PERIBÁÑEZ: ¿Ya íbades a la escuela? BELARDO: Pudiera juraros yo de lo que entonces sabía, pero mil dan a entender que apenas supe leer, y es lo más cierto, a fe mía; que como en gracia se lleva danzar, cantar o tañer, yo sé escribir sin leer, que a fe que es gracia bien nueva. CASILDA: ¡Ah gallardo capitán de mis tristes pensamientos! PERIBÁÑEZ: ¡Ah dama la del balcón, por quien la bandera tengo! CASILDA: ¿Vaisos de Ocaña, señor? PERIBÁÑEZ: Señora, voy a Toledo a llevar estos soldados que dicen que son mis celos. CASILDA: Si soldados los lleváis, ya no ternéis pena de ellos, que nunca el honor quebró en soldándose los celos. PERIBÁÑEZ: No los llevo tan soldados que no tenga mucho miedo, no de vos, mas de la causa por quien sabéis que los llevo. Que si celos fueran tales que yo los llamara vuestros, ni ellos fueran donde van, ni yo, señora, con ellos. La seguridad, que es paz de la guerra en que me veo, me lleva a Toledo, y fuera del mundo al último estremo. A despedirme de vos vengo y a decir que os dejo a vos de vos misma en guarda, porque en vos y con vos quedo, y que me deis el favor que a los capitanes nuevos suelen las damas que esperan de su guerra los trofeos. ¿No parece que ya os hablo a lo grave y caballero? ¡Quién dijera que un villano que ayer al rastrojo seco dientes menudos ponía de la hoz corva de acero, pies en las tintas uvas, rebosando el mosto negro por encima del lagar, la tosca mano al hierro del arado, hoy os hablara en lenguaje soldadesco, con plumas de presunción

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espada de atrevimiento! Pues sabed que soy hidalgo y que decir y hacer puedo, que el Comendador, Casilda, me la ciñó, cuando menos. Pero esté menos, si el cuando viene a ser cuando sospecho, por ventura será más, que yo no menos bueno. CASILDA: Muchas cosas me decís en lengua que ya no entiendo; el favor sí, que yo sé que es bien debido a los vuestros. Mas ¿qué podrá una villana dar a un capitán? PERIBÁÑEZ: No quiero que os tratéis ansí. CASILDA: Tomad, mi Pedro, este listón negro. PERIBÁÑEZ: ¿Negro me lo dais, esposa? CASILDA: Pues ¿hay en la guerra agüeros? PERIBÁÑEZ: Es favor desesperado; promete luto o destierro. BLAS: Y vos, señora Costanza, ¿no dais por tantos requiebros alguna prenda a un soldado? COSTANZA: Bras, esa cinta de perro, aunque tú vas donde hay tantos, que las podrás hacer de ellos. BLAS: ¡Plega a Dios que los moriscos las hagan de mi pellejo si no dejaré matados cuantos me fueren huyendo! INÉS: ¿No pides favor, Belardo? BELARDO: Inés, por soldado viejo, ya que no por nuevo amante, de tus manos le merezco. INÉS: Tomad aqueste chapín. BELARDO: No, señora, detenedlo, que favor de chapinazo, desde tan alto, no es bueno. INÉS: Traedme un moro, Belardo. BELARDO: Días ha que ando tras ellos. Mas, si no viniere en prosa, desde aquí le ofrezco en verso. Sale LEONARDO, capitán, caja y bandera y compañía de hidalgos LEONARDO: Vayan marchando, soldados, con el orden que decía. INÉS: ¿Qué es esto? COSTANZA: La compañia de los hidalgos cansados. INÉS: Más lucidos han salido nuestros fuertes labradores. COSTANZA: Si son las galas mejores, los ánimos no lo han sido.

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PERIBÁÑEZ: ¡Hola! Todo hombre esté en vela y muestre gallardos bríos. BELARDO: ¡Que piensen estos judíos que nos mean la pajuela! Déles un gentil barzón muesa gente por delante. PERIBÁÑEZ: ¡Hola! Nadie se adelante, siga a ballesta lanzón. Va una compañía al derredor de la otra, mirándose BLAS: Agora es tiempo, Belardo, de mostrar brío. BELARDO: Callad, que a la más caduca edad suple un ánimo gallardo. LEONARDO: ¡Basta que los labradores compiten con los hidalgos! BELARDO: Éstos huirán como galgos. BLAS: No habrá ciervos corredores como éstos, en viendo un moro, y aún basta oírlo decir. BELARDO: Ya los vi a todos huír cuando corrimos el toro. Vanse los labradores LEONARDO: Ya se han traspuesto. ¡Ce! ¡Inés! INÉS: ¿Eres tú, mi capitán? LEONARDO: ¿Por qué tus primas se van? INÉS: ¿No sabes ya por lo que es? Casilda es como una roca. Esta noche hay mal humor. LEONARDO: ¿No podrá el Comendador verla un rato? INÉS: Punto en boca, que yo le daré lugar cuando imagine que llega Pedro a alojarse. LEONARDO: Pues ciega, si me quieres obligar, los ojos de esta mujer, que tanto mira su honor, porque está el Comendador para morir desde ayer. INÉS: Dile que venga a la calle. LEONARDO: ¿Qué señas? INÉS: Quien cante bien. LEONARDO: Pues adiós. INÉS: ¿Vendrás también? LEONARDO: Al alférez pienso dalle estos bravos españoles, y yo volverme al lugar. INÉS: Adiós. LEONARDO: Tocad a marchar, que ya se han puesto dos soles. Vanse. Sale el COMENDADOR, en casa con ropa, y LUJÁN, lacayo COMENDADOR: En fin, ¿le viste partir? LUJÁN: Y en una yegua marchar,

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notable para alcanzar y famosa para huír. Si vieras cómo regía Peribáñez sus soldados, te quitara mil cuidados. COMENDADOR: Es muy gentil compañía, pero a la de su mujer tengo más envidia yo. LUJÁN: Quien no siguió, no alcanzó. COMENDADOR: Luján, mañana a comer en la ciudad estarán. LUJÁN: Como esta noche alojaren. COMENDADOR: Yo te digo que no paren soldados ni capitán. LUJÁN: Como es gente de labor, y es pequeña la jornada, y va la danza engañada con el son del atambor, no dudo que sin parar vayan a Granada ansí. COMENDADOR: ¿Cómo pasará por mí el tiempo que ha de tardar desde aquí hasta las diez? LUJÁN: Son casi las nueve. No seas tan triste, que cuando veas el cabello a la Ocasión, pierdas el gusto esperando; que la esperanza entretiene. COMENDADOR: Es, cuando el bien se detiene, esperar desesperando. LUJÁN: Y Leonardo, ¿ha de venir? COMENDADOR: ¿No ves que el concierto es que se case con Inés, que es quien la puerta ha de abrir? LUJÁN: ¿Qué señas ha de llevar? COMENDADOR: Unos músicos que canten. LUJÁN: ¿Cosa que la caza espanten? COMENDADOR: Antes nos darán lugar para que con el rüido nadie sienta lo que pasa de abrir ni cerrar la casa. LUJÁN: Todo está bien prevenido. Mas dicen que en un lugar una parentela toda se juntó para una boda, ya a comer y ya a bailar. Vino el cura y desposado, la madrina y el padrino, y el tamboril también vino con un salterio extremado. Mas dicen que no tenían de la desposada el sí, porque decía que allí sin su gusto la traían.

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Junta pues la gente toda, el cura le preguntó, dijo tres veces que no, y deshízose la boda. COMENDADOR: ¿Quieres decir que nos falta entre tantas prevenciones el sí de Casilda? LUJÁN: Pones el hombro a empresa muy alta de parte de su dureza y era menester el sí. COMENDADOR: No va mal trazado así; que su villana aspereza no se ha de rendir por ruegos; por engaños ha de ser. LUJÁN: Bien puede bien suceder, mas pienso que vamos ciegos. Salen un CRIADO y los MÚSICOS PAJE: Los músicos han venido. MUSlCO : Aquí, señor, hasta el día, tiene vuesa señoría a Lisardo y a Leonido. COMENDADOR: ¡Oh amigos! Agradeced que este pensamiento os fío, que es de honor y, en fin, es mío. MUSlCO : Siempre nos haces merced. COMENDADOR: ¿Dan las once? LUJÁN: Una, dos, tres... No dio más. MÚSICO : Contaste mal. Ocho eran dadas. COMENDADOR: ¿Hay tal? ¡Que aun de mala gana des las que da el reloj de buena! LUJÁN: Si esperas que sea más tarde, las tres cuento. COMENDADOR: No hay qué aguarde. LUJÁN: Sosiégate un poco, y cena. COMENDADOR: ¡Mala Pascua te dé Dios! ¿Que cene dices? LUJÁN: Pues bebe siquiera. COMENDADOR: ¿Hay nieve? PAJE: No hay nieve. COMENDADOR: Repartidla entre los dos. PAJE: La capa tienes aquí. COMENDADOR: Muestra. ¿Qué es esto? PAJE: Bayeta. COMENDADOR: Cuanto miro me inquieta. Todos se burlan de mí. ¡Bestias! ¿De luto? ¿A qué efeto? PAJE: ¿Quieres capa de color? LUJÁN: Nunca a las cosas de amor va de color el discreto. Por el color se dan señas

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de un hombre en un tribunal. COMENDADOR: Muestra color, animal. ¿Sois crïados o sois dueñas? PAJE: Ves aquí color. COMENDADOR: Yo voy, Amor, donde tú me guías. Da una noche a tantos días como en tu servicio estoy. LUJÁN: ¿Iré yo contigo? COMENDADOR: Sí, pues que Leonardo no viene. Templad, para ver si tiene templanza este fuego en mí. Vanse. Sale PERIBÁÑEZ PERIBÁÑEZ: ¡Bien haya el que tiene bestia de estas de huír y alcanzar, con que puede caminar sin pesadumbre y molestia! Alojé mi compañía, y con ligereza extraña he dado la vuelta a Ocaña. Oh, cuán bien decir podría: ¡Oh caña, la del honor! Pues que no hay tan débil caña como el honor a quien daña de cualquier viento el rigor. ¡Caña de honor quebradiza, caña hueca y sin sustancia, de hojas de poca importancia con que su tronco entapiza! ¡Oh caña, toda aparato, caña fantástica y vil, para quebrada sutil, y verde tan breve rato! Caña compuesta de nudos, y honor al fin de ellos lleno, sólo para sordos bueno y para vecinos mudos. Aquí naciste en Ocaña conmigo al viento ligero; yo te cortaré primero que te quiebres, débil caña. No acabo de agradecerme el haberte sustentado, yegua, que con tal cuidado supiste a Ocaña traerme. ¡Oh, bien haya la cebada que tantas veces te di! Nunca de ti me serví en ocasión más honrada. Agora el provecho toco, contento y agradecido. Otras veces me has traído, pero fue pesando poco,

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que la honra mucho alienta; y que te agradezca es bien que hayas corrido tan bien con la carga de mi afrenta. Préciese de buena espada y de buena cota un hombre, del amigo de buen nombre y de opinión siempre honrada, de un buen fieltro de camino y de otras cosas así, que una bestia es para mí un socorro peregrino. ¡Oh yegua! ¡En menos de un hora tres leguas! Al viento igualas, que si le pintan con alas, tú las tendrás desde agora. Ésta es la casa de Antón, cuyas paredes confinan con las mías, que ya inclinan su peso a mi perdición. Llamar quiero, que he pensado que será bien menester. ¡Ah de la casa! Dentro ANTÓN ANTÓN: ¡Hola mujer! ¿No os parece que han llamado? PERIBÁÑEZ: ¡Peribáñez! ANTÓN: ¿Quién golpea a tales horas? PERIBÁÑEZ: Yo soy, Antón. ANTÓN: Por la voz ya voy, aunque lo que fuere sea. [Sale ANTÓN] ¿Quién es? PERIBÁÑEZ: Quedo, Antón, amigo; Peribáñez soy. ANTÓN: ¿Quién? PERIBÁÑEZ: Yo, a quien hoy el cielo dio tan grave y crüel castigo. ANTÓN: Vestido me eché a dormir porque pensé madrugar; ya me agradezco el no estar desnudo. ¿Puedoos servir? PERIBÁÑEZ: Por vuesa casa, mi Antón, tengo de entrar en la mía, que ciertas cosas de día sombras por la noche son. Ya sospecho que en Toledo algo entendiste de mí. ANTÓN: Aunque callé, lo entendí. Pero aseguraros puedo que Casilda... PERIBÁÑEZ: No hay que hablar.

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Por ángel tengo a Casilda. ANTÓN: Pues regaladla y servilda. PERIBÁÑEZ: Hermano, dejadme estar. ANTÓN: Entrad, que si puerta os doy es por lo que de ella sé. PERIBÁÑEZ: Como yo seguro esté, suyo para siempre soy. ANTÓN: ¿Dónde dejáis los soldados? PERIBÁÑEZ: Mi alférez con ellos va, que yo no he traído acá sino sólo mis cuidados. Y no hizo la yegua poco en traernos a los dos, porque hay cuidado, por Dios, que basta a volverme loco. Vanse. Sale el COMENDADOR y LUJÁN con broqueles, y los MÚSICOS COMENDADOR: Aquí podéis comenzar para que os ayude el viento. MÚSICO : Va de letra. COMENDADOR: ¡Oh cuánto siento esto que llaman templar! Los MÚSICOS canten *Cogíme a tu puerta el toro, linda casada; no dijiste: Dios te valga. El novillo de tu boda a tu puerta me cogió; de la vuelta que me dio se rió la villa toda; y tú, grave y burladora, linda casada, no dijiste: Dios te valga.+ Sale INÉS a la puerta INÉS: ¡Cese, señor don Fadrique! COMENDADOR: ¿Es Inés? INÉS: La misma soy. COMENDADOR: En pena a las once estoy. Tu cuenta el perdón me aplique para que salga de pena. INÉS: ¿Viene Leonardo? COMENDADOR: Asegura a Peribáñez. Procura, Inés, mi entrada, y ordena que vea esa piedra hermosa, que ya Leonardo vendrá. INÉS: ¿Tardará mucho? COMENDADOR: No hará, pero fue cosa forzosa asegurar un marido tan malicioso. INÉS: Yo creo que a estas horas el deseo de que le vean vestido de capitán en Toledo, le tendrá cerca de allá.

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COMENDADOR: Durmiendo acaso estará. ¿Puedo entrar? Dime si puedo. INÉS: Entra, que te detenía por si Leonardo llegaba. LUJÁN: (Luján ha de entrar.) Aparte COMENDADOR: Acaba, Lisardo. Adiós, hasta el día. Vanse. Quedan los MÚSICOS MÚSICO : El cielo os dé buen suceso. MÚSICO : ¿Dónde iremos? MÚSICO : A acostar. MÚSICO : ¡Bella moza! MÚSICO : Eso... callar. MÚSICO : Que tengo envidia confieso. Vanse. Sale PERIBÁÑEZ, solo en su casa PERIBÁÑEZ: Por las tapias de la huerta de Antón en mi casa entré, y de este portal hallé la de mi corral abierta. En el gallinero quise estar oculto, mas hallo que puede ser que algún gallo mi cuidado los avise. Con la luz de las esquinas le quise ver y advertir, y vile en medio dormir de veinte o treinta gallinas. Que duermas, dije, me espantas, en tan dudosa fortuna; no puedo yo guardar una, y quieres tú guardar tantas. No duermo yo, que sospecho y me da mortal congoja un gallo de cresta roja, porque la tiene en el pecho. Salí al fin y, cual ladrón de casa, hasta aquí me entré. Con las palomas topé, que de amor ejemplo son; y como las vi arrullar, y con requiebros tan ricos a los pechos por los picos las almas comunicar, dije: ¡Oh, maldígale Dios, aunque grave y altanero, al palomino extranjero que os alborota a los dos! Los gansos han despertado, gruñe el lechón, y los bueyes braman; que de honor las leyes hasta el jumentillo atado al pesebre con la soga desasosiegan por mí, que soy su dueño, y aquí ven que ya el cordel me ahoga.

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Gana me da de llorar. Lástima tengo de verme en tanto mal. Mas ¿si duerme Casilda? Aquí siento hablar. En esta saca de harina me podré encubrir mejor, que si es el Comendador, lejos de aquí me imagina. Escóndese. Salen INÉS y CASILDA CASILDA: Gente digo que he sentido. INÉS: Digo que te has engañado. CASILDA: Tú con un hombre has hablado. INÉS: ¿Yo? CASILDA: Tú, pues. INÉS: Tú, ¿lo has oído? CASILDA: Pues si no hay malicia aquí, mira que serán ladrones. INÉS: ¡Ladrones! Miedo me pones. CASILDA: Da voces. INÉS: Yo no. CASILDA: Yo sí. INÉS: Mira que es alborotar la vecindad sin razón. Salen el COMENDADOR Y LUJÁN COMENDADOR: Ya no puede mi afición sufrir, temer ni callar. Yo soy el Comendador, yo soy tu señor. CASILDA: No tengo señor más que a Pedro. COMENDADOR: Vengo esclavo, aunque soy señor. Duélete de mí, o diré que te hallé con el lacayo que miras. CASILDA: Temiendo el rayo, del trueno no me espanté. Pues, prima, ¡tú me has vendido! INÉS: Anda, que es locura agora, siendo pobre labradora, y un villano tu marido, dejar morir de dolor a un príncipe; que más va en su vida, ya que está en casa, que no en tu honor. Peribáñez fue a Toledo. CASILDA: ¡Oh prima crüel y fiera, vuelta de prima, tercera! COMENDADOR: Dejadme, a ver lo que puedo. A INÉS LUJÁN: Dejémoslos, que es mejor. A solas se entenderán. Vanse CASILDA: Mujer soy de un capitán, si vos sois comendador.

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Y no os acerquéis a mí, porque a bocados y a coces os haré... COMENDADOR: Paso, y sin voces. PERIBÁÑEZ: (¡Ay honra! ¿Qué aguardo aquí? Aparte Mas soy pobre labrador bien será llegar y hablarle pero mejor es matarle.) Perdonad, Comendador, que la honra es encomienda de mayor autoridad. Hiere al COMENDADOR COMENDADOR: ¡Jesús! ¡Muerto soy! ¡Piedad! PERIBÁÑEZ: No temas, querida prenda, mas sígueme por aquí. CASILDA: No te hablo de turbada. Vanse. Siéntese el COMENDADOR en una silla COMENDADOR: Señor, tu sangre sagrada se duela agora de mí, pues me ha dejado la herida pedir perdón a un vasallo. Sale LEONARDO LEONARDO: Todo en confusión lo hallo. Ah, Inés! ¿Estás escondida? ¡Inés! COMENDADOR: Voces oigo aquí. ¿Quien llama? LEONARDO: Yo soy, Inés. COMENDADOR: ¡Ay Leonardo! ¿No me ves? LEONARDO: ¿Mi señor? COMENDADOR: Leonardo, sí. LEONARDO: ¿Qué te ha dado? Que parece que muy desmayado estás. COMENDADOR: Dióme la muerte no más. Más el que ofende merece. LEONARDO: ¡Herido! ¿De quién? COMENDADOR: No quiero voces ni venganzas ya. Mi vida en peligro está, sola la del alma espero. No busques ni hagas extremos, pues me han muerto con razón. Llévame a dar confesión y las venganzas dejemos. A Peribáñez perdono. LEONARDO: ¿Que un villano te mató y que no lo vengo yo? Esto siento. COMENDADOR: Yo le abono. No es villano, es caballero; que pues le ceñí la espada con la guarnición dorada, no ha empleado mal su acero. LEONARDO: Vamos, llamaré a la puerta del Remedio.

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COMENDADOR: Sólo es Dios.

Vanse. Salen LUJÁN, enharinado; INÉS, PERIBÁÑEZ, y CASILDA PERIBÁÑEZ: Aquí moriréis los dos. INÉS: Ya estoy, sin heridas, muerta. LUJÁN: Desventurado Luján, ¿dónde podrás esconderte? PERIBÁÑEZ: Ya no se excusa tu muerte. LUJÁN: ¿Por qué, señor capitán? PERIBÁÑEZ: Por fingido segador. INÉS: Y a mí, ¿por qué? PERIBÁÑEZ: Por traidora. Huye LUJÁN, herido, y luego INÉS LUJÁN: ¡Muerto soy! INÉS: ¡Prima y señora! CASILDA: No hay sangre donde hay honor. PERIBÁÑEZ: Cayeron en el portal. CASILDA: Muy justo ha sido el castigo. PERIBÁÑEZ: ¿No irás, Casilda, conmigo? CASILDA: Tuya soy al bien o al mal. PERIBÁÑEZ: A las ancas de esa yegua amanecerás conmigo en Toledo. CASILDA: Y a pie, digo. PERIBÁÑEZ: Tierra en medio es buena tregua en todo acontecimiento, y no aguardar al rigor. CASILDA: Dios haya al Comendador. Matóle su atrevimiento. Vanse. Salen el REY Enrique y el CONDESTABLE REY: Alégrame de ver con qué alegría Castilla toda a la jornada viene. CONDESTABLE: Aborrecen, señor, la monarquía que en nuestra España el africano tiene. REY: Libre pienso dejar la Andalucía, si el ejército nuestro se previene, antes que el duro invierno con su hielo cubra los campos y enternezca el suelo. Iréis, Juan de Velasco, previniendo, pues que la Vega da lugar bastante, el alarde famoso que pretendo, por que la fama del concurso espante por ese Tajo aurífero, y subiendo al muro por escalas de diamante, mire de pabellones y de tiendas otro Toledo por las verdes sendas. Tiemble en Granada el atrevido moro de las rojas banderas y pendones. Convierta su alegría en triste lloro. CONDESTABLE: Hoy me verás formar los escuadrones. REY: La Reina viene, su presencia adoro. No ayuda mal en estas ocasiones. Salen la REINA y acompañamiento REINA: Si es de importancia, volveréme luego. REY: Cuando lo sea, que no os vais os ruego.

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¿Qué puedo yo tratar de paz, señora, en que vos no podáis darme consejo? Y si es de guerra lo que trato agora, ¿cuándo con vos, mi bien, no me aconsejo? ¿Cómo queda don Juan? REINA: Por veros llora. REY: Guárdele Dios, que es un divino espejo donde se ven agora retratados, mejor que los presentes, los pasados. REINA: El príncipe don Juan es hijo vuestro; con esto sólo encarecido queda. REY: Mas con decir que es vuestro, siendo nuestro, él mismo dice la virtud que hereda. REINA: Hágale el cielo en imitaros diestro, que con esto no más que le conceda, le ha dado todo el bien que le deseo. REY: De vuestro generoso amor lo creo. REINA: Como tiene dos años, le quisiera de edad que esta jornada acompañara vuestras banderas. REY: ¡Ojalá pudiera, y a ensalzar la de Cristo comenzara! Sale GÓMEZ Manrique [REY:] ¿Qué caja es esa? GÓMEZ: Gente de la Vera y Extremadura. CONDESTABLE: De Guadalajara y Atienza pasa gente. REY: ¿Y la de Ocaña? GÓMEZ: Quédase atrás por una triste hazaña. REY: ¿Cómo? GÓMEZ: Dice la gente que ha llegado que a don Fadrique un labrador ha muerto. REY: ¿A don Fadrique y al mejor soldado que trujo roja cruz? REINA: ¿Cierto? GÓMEZ: Y muy cierto. REY: En el alma, señora, me ha pesado. ¿Cómo fue tan notable desconcierto? GÓMEZ: Por celos. REY: ¿Fueron justos? GÓMEZ: Fueron locos. REINA: Celos, señor, y cuerdos, habrá pocos. REY: ¿Está preso el villano? GÓMEZ: Huyóse luego con su mujer. REY: ¡Qué desvergüenza extraña! ¿Con estas nuevas a Toledo llego? ¿Así de mi justicia tiembla España? Dad un pregón en la ciudad, os ruego, Madrid, Segovia, Talavera, Ocaña. que a quien los diere presos, o sean muertos, tendrán de renta mil escudos ciertos. Id luego y que ninguno los encubra ni pueda dar sustento ni otra cosa,

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so pena de la vida. GÓMEZ: Voy. Vase REY: ¡Que cubra el cielo aquella mano rigurosa! REINA: Confïad que tan presto se descubra, cuanto llega la fama codiciosa del oro prometido. Sale un PAJE PAJE: Aquí está Arceo, acabado el guión. REY: Verle deseo.

Sale un SECRETARIO con un pendón rojo, y en él las armas de Castilla con una mano arriba que tiene una espada, y en la otra banda un Cristo crucificado

SECRETARIO: Éste es, señor, el guión. REY: Mostrad. Paréceme bien, que este capitán también lo fue de mi redención. REINA: Qué dicen las letras? REY: Dicen: *Juzga tu causa, Señor.+ REINA: Palabras son de temor. REY: Y es razón que atemoricen. REINA: De esotra parte ¿qué está? REY: El castillo y el león, y esta mano por blasón, que va castigando ya. REINA: ¿La letra? REY: Sólo mi nombre. REINA: ¿Cómo? REY: *Enrique Justiciero,+ que ya, en lugar del Tercero, quiero que este nombre asombre. Sale GÓMEZ GÓMEZ: Ya se van dando pregones, con llanto de la ciudad. REINA: Las piedras mueve a piedad. REY: ¡Basta que los azadones a las cruces de Santiago se igualan! ¿Cómo o por dónde? REINA: ¡Triste de él si no se esconde! REY: Voto y juramento hago de hacer en él un castigo que ponga al mundo temor. Sale un PAJE PAJE: Aquí dice un labrador que le importa hablar contigo. Sale PERIBÁÑEZ, todo de labrador, con capa larga y su mujer, CASILDA REY: Señora, tomemos sillas. CONDESTABLE: Éste algún aviso es. PERIBÁÑEZ: Dame, gran señor, tus pies. REY: Habla, y no estés de rodillas.

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PERIBÁÑEZ: ¿Cómo, señor, puedo hablar, si me ha faltado la habla y turbados los sentidos después que miré tu cara? Pero, siéndome forzoso, con la justa confïanza que tengo de tu justicia, comienzo tales palabras. Yo soy Peribáñez REY: ¿Quién? PERIBÁÑEZ: Peribáñez, el de Ocaña. REY: ¡Matadle, guardas, matadle! REINA: No en mis ojos. Tenéos, guardas. REY: Tened respeto a la Reina. PERIBÁÑEZ: Pues ya que matarme mandas, ¿no me oirás siquiera, Enrique, pues Justiciero te llaman? REINA: Bien dice. Oílde, señor. REY: Bien decís; no me acordaba que las partes se han de oír, y más cuando son tan flacas. Prosigue. PERIBÁÑEZ: Yo soy un hombre, aunque de villana casta, limpio de sangre, y jamás de hebrea o mora manchada. Fui el mejor de mis iguales, y en cuantas cosas trataban me dieron primero voto, y truje seis años vara. Caséme con la que ves, también limpia, aunque villana, virtüosa, si la ha visto la envidia asida a la fama. El Comendador Fadrique, de vuesa villa de Ocaña, señor y Comendador, dio, como mozo, en amarla. Fingiendo que por servicios, honró mis humildes casas de unos reposteros, que eran cubiertos de tales cargas. Dióme un par de mulas buenas, mas no tan buenas que sacan este carro de mi honra de los lodos de mi infamia. Con esto intentó una noche, que ausente de Ocaña estaba, forzar mi mujer, mas fuese con la esperanza burlada. Vine yo, súpelo todo, y de las paredes bajas quité las armas que al toro pudieran servir de capa. Advertí mejor su intento,

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mas llamóme una mañana y díjome que tenía de Vuestras Altezas cartas para que con gente alguna le sirviese esta jornada. En fin, de cien labradores me dio la valiente escuadra. Con nombre de capitán salí con ellos de Ocaña; y como vi que de noche era mi deshonra clara, en una yegua a las diez de vuelta en mi casa estaba; que oí decir a un hidalgo que era bienaventuranza tener en las ocasiones dos yeguas buenas en casa. Hallé mis puertas rompidas y mi mujer destocada, como corderilla simple que está del lobo en las garras. Dio voces, llegué, saqué la misma daga y espada que ceñí para servirte, no para tan triste hazaña; paséle el pecho, y entonces dejó la cordera blanca, porque yo, como pastor, supe del lobo quitarla. Vine a Toledo y hallé que por mi cabeza daban mil escudos, y así quise que mi Casilda me traiga. Hazle esta merced, señor, que es quien agora la gana, porque vïuda de mí, no pierda prenda tan alta. REY: ¿Qué os parece? REINA: Que he llorado, que es la respuesta que basta para ver que no es delito, sino valor. REY: ¡Cosa extraña! ¡Que un labrador tan humilde estime tanto su fama! ¡Vive Dios que no es razón matarle!¿ Yo le hago gracia de la vida. Mas qué digo? Esto justicia se llama. Y a un hombre de este valor le quiero en esta jornada por capitán de la gente misma que sacó de Ocaña. Den a su mujer la renta, y cúmplase mi palabra;

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después de esta ocasión, para la defensa y guarda de su persona, le doy licencia de traer armas defensivas y ofensivas. PERIBÁÑEZ: Con razón todos te llaman don Enrique el Justiciero. REINA: A vos, labradora honrada, os mando de mis vestidos cuatro, por que andéis con galas, siendo mujer de soldado. PERIBÁÑEZ: Senado, con esto acaba la tragicomedia insigne del Comendador de Ocaña.

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Pedro Calderón de la Barca

“La vida es sueño”

ACTO 1 ACTO II ACTO III

Personajes

ROSAURA, dama

SEGISMUNDO, príncipe

CLOTALDO, viejo

ESTRELLA, infanta

CLARÍN, gracioso

BASILIO, rey de Polonia

ASTOLFO, infante

GUARDAS

SOLDADOS

MÚSICOS

ACTO PRIMERO

[En las montañas de Polonia]

Salen en lo alto de un monte ROSAURA, en hábito de hombre, de camino, y en representado los primeros versos va bajando

ROSAURA: Hipogrifo violento que corriste parejas con el viento, ¿dónde, rayo sin llama, pájaro sin matiz, pez sin escama, y bruto sin instinto natural, al confuso laberinto de esas desnudas peñas

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te desbocas, te arrastras y despeñas? Quédate en este monte, donde tengan los brutos su Faetonte; que yo, sin más camino que el que me dan las leyes del destino, ciega y desesperada bajaré la cabeza enmarañada de este monte eminente, que arruga al sol el ceño de su frente. Mal, Polonia, recibes a un extranjero, pues con sangre escribes su entrada en tus arenas, y apenas llega, cuando llega a penas; bien mi suerte lo dice; mas ¿dónde halló piedad un infelice?

Sale CLARÍN, gracioso

CLARÍN: Di dos, y no me dejes en la posada a mí cuando te quejes; que si dos hemos sido los que de nuestra patria hemos salido a probar aventuras, dos los que entre desdichas y locuras aquí habemos llegado, y dos los que del monte hemos rodado, ¿no es razón que yo sienta meterme en el pesar, y no en la cuenta? ROSAURA: No quise darte parte en mis quejas, Clarín, por no quitarte, llorando tu desvelo, el derecho que tienes al consuelo. Que tanto gusto había en quejarse, un filósofo decía, que, a trueco de quejarse, habían las desdichas de buscarse. CLARÍN: El filósofo era un borracho barbón; ¡oh, quién le diera más de mil bofetadas! Quejárase después de muy bien dadas. Mas ¿qué haremos, señora, a pie, solos, perdidos y a esta hora en un desierto monte, cuando se parte el sol a otro horizonte? ROSAURA: ¿Quién ha visto sucesos tan extraños! Mas si la vista no padece engaños que hace la fantasía, a la medrosa luz que aun tiene el día, me parece que veo un edificio. CLARÍN: O miente mi deseo, o termino las señas. ROSAURA: Rústico nace entre desnudas peñas un palacio tan breve

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que el sol apenas a mirar se atreve; con tan rudo artificio la arquitectura está de su edificio, que parece, a las plantas de tantas rocas y de peñas tantas que al sol tocan la lumbre, peñasco que ha rodado de la cumbre. CLARÍN: Vámonos acercando; que éste es mucho mirar, señora, cuando es mejor que la gente que habita en ella, generosamente nos admita. ROSAURA: La puerta --mejor diré funesta boca--abierta está, y desde su centro nace la noche, pues la engendra dentro.

Suena ruido de cadenas

CLARÍN: ¿Qué es lo que escucho, cielo! ROSAURA: Inmóvil bulto soy de fuego y hielo. CLARÍN: ¿Cadenita hay que suena? Mátenme, si no es galeote en pena. Bien mi temor lo dice.

Dentro SEGISMUNDO

SEGISMUNDO:¡Ay, mísero de mí, y ay infelice! ROSAURA: ¡Qué triste vos escucho! Con nuevas penas y tormentos lucho. CLARÍN: Yo con nuevos temores. ROSAURA: Clarín... CLARÍN: ¿Señora...? ROSAURA: Huyamos los rigores de esta encantada torre. CLARÍN: Yo aún no tengo ánimo de huír, cuando a eso vengo. ROSAURA: ¿No es breve luz aquella caduca exhalación, pálida estrella, que en trémulos desmayos pulsando ardores y latiendo rayos, hace más tenebrosa la obscura habitación con luz dudosa? Sí, pues a sus reflejos puedo determinar, aunque de lejos, una prisión obscura; que es de un vivo cadáver sepultura; y porque más me asombre, en el traje de fiera yace un hombre de prisiones cargado y sólo de la luz acompañado. Pues huír no podemos, desde aquí sus desdichas escuchemos.

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Sepamos lo que dice.

Descúbrese SEGISMUNDO con una cadena y la luz vestido de pieles

SEGISMUNDO:¡Ay mísero de mí, y ay infelice! Apurar, cielos, pretendo, ya que me tratáis así, qué delito cometí contra vosotros naciendo. Aunque si nací, ya entiendo qué delito he cometido; bastante causa ha tenido vuestra justicia y rigor, pues el delito mayor del hombre es haber nacido. Sólo quisiera saber para apurar mis desvelos --dejando a una parte, cielos, el delito del nacer--, ¿qué más os pude ofender, para castigarme más? ¿No nacieron los demás? Pues si los demás nacieron, ¿qué privilegios tuvieron que no yo gocé jamás? Nace el ave, y con las galas que le dan belleza suma, apenas es flor de pluma, o ramillete con alas, cuando las etéreas salas corta con velocidad, negándose a la piedad del nido que dejan en calma; ¿y teniendo yo más alma, tengo menos libertad? Nace el bruto, y con la piel que dibujan manchas bellas, apenas signo es de estrellas --gracias al docto pincel--, cuando, atrevido y crüel, la humana necesidad le enseña a tener crueldad, monstruo de su laberinto; ¿y yo, con mejor instinto, tengo menos libertad? Nace el pez, que no respira, aborto de ovas y lamas, y apenas bajel de escamas sobre las ondas se mira, cuando a todas partes gira, midiendo la inmensidad de tanta capacidad como le da el centro frío;

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¿y yo, con más albedrío, tengo menos libertad? Nace el arroyo, culebra que entre flores se desata, y apenas sierpe de plata, entre las flores se quiebra, cuando músico celebra de las flores la piedad que le dan la majestad del campo abierto a su huída; ¿y teniendo yo más vida, tengo menos libertad? En llegando a esta pasión, un volcán, un Etna hecho, quisiera sacar del pecho pedazos del corazón. ¿Qué ley, justicia o razón negar a los hombres sabe privilegios tan süave excepción tan principal, que Dios le ha dado a un cristal, a un pez, a un bruto y a un ave? ROSAURA: Temor y piedad en mí sus razones han causado. SEGISMUNDO:¿Quién mis voces ha escuchado? ¿Es Clotaldo? CLARÍN: Di que sí. ROSAURA: No es sino un triste, ¡ay de mí!, que en estas bóvedas frías oyó tus melancolías. SEGISMUNDO:Pues la muerte te daré porque no sepas que sé que sabes flaquezas mías. Sólo porque me has oído, entre mis membrudos brazos te tengo de hacer pedazos. CLARÍN: Yo soy sordo, y no he podido escucharte. ROSAURA: Si has nacido humano, baste el postrarme a tus pies para librarme. SEGISMUNDO:Tu voz pudo enternecerme, tu presencia suspenderme, y tu respeto turbarme. ¿Quién eres? Que aunque yo aquí tan poco del mundo sé, que cuna y sepulcro fue esta torre para mí; y aunque desde que nací --si esto es nacer-- sólo advierto eres rústico desierto donde miserable vivo, siendo un esqueleto vivo, siendo un animado muerte. Y aunque nunca vi ni hablé

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sino a un hombre solamente que aquí mis desdichas siente, por quien las noticias sé del cielo y tierra; y aunque aquí, por que más te asombres y monstruo humano me nombres, este asombros y quimeras, soy un hombre de las fieras y una fiera de los hombres. Y aunque en desdichas tan graves, la política he estudiado, de los brutos enseñado, advertido de las aves, y de los astros süaves los círculos he medido, tú sólo, tú has suspendido la pasión a mis enojos, la suspensión a mis ojos, la admiración al oído. Con cada vez que te veo nueva admiración me das, y cuando te miro más, aun más mirarte deseo. Ojos hidrópicos creo que mis ojos deben ser; pues cuando es muerte el beber, beben más, y de esta suerte, viendo que el ver me da muerte, estoy muriendo por ver. Pero véate yo y muera; que no sé, rendido ya, si el verte muerte me da, el no verte ¿qué me diera? Fuera más que muerte fiera, ira, rabia y dolor fuerte fuera vida. De esta suerte su rigor he ponderado, pues dar vida a una desdichado es dar a un dichoso muerte. ROSAURA: Con asombro de mirarte, con admiración de oírte, ni sé qué pueda decirte, ni qué pueda preguntarte; sólo diré que a esta parte hoy el cielo me ha guïado para haberme consolado, si consuelo puede ser del que es desdichado, ver a otro que es más desdichado. Cuentan de un sabio que un día tan pobre y mísero estaba, que sólo se sustentaba de unas yerbas que comía. ¿Habrá otro --entre sí decía-- más pobre y triste que yo?

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Y cuando el rostro volvió, halló la respuesta, viendo que iba otro sabio cogiendo las hojas que él arrojó. Quejoso de la fortuna yo en este mundo vivía, y cuando entre mí decía: ¿Habrá otra persona alguna de suerte más importuna?, piadoso me has respondido; pues volviendo en mi sentido, hallo que las penas mías, para hacerlas tú alegrías las hubieras recogido. Y por si acaso mis penas pueden aliviarte en parte, óyelas atento, y toma las que de ellas no sobraren. Yo soy...

Dentro CLOTALDO

CLOTALDO: Guardas de esta torre, que, dormidas o cobardes, disteis paso a dos personas que han quebrantado la cárcel... ROSAURA: Nueva confusión padezco. SEGISMUNDO:Éste es Clotaldo, mi alcalde. ¿Aun no acaban mis desdichas? CLOTALDO: Acudid, y vigilantes, sin que puedan defenderse, o prendedles o matadles. TODOS: ¡Traición! CLARÍN: Guardas de esta torre, que entrar aquí nos dejasteis, pues que nos dais a escoger, el prendernos es más fácil.

Sale CLOTALDO con pistola y soldados, todos con los rostros cubiertos

CLOTALDO: Todos os cubrid los rostros; que es diligencia importante mientras estamos aquí que no nos conozca nadie. CLARÍN: ¿Enmascaraditos hay? CLOTALDO: ¡Oh vosotros que, ignorantes de aqueste vedado sitio, coto y término pasasteis contra el decreto del rey, que manda que no ose nadie

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examinar el prodigio que entre estos peñascos yace! Rendid las armas y vidas, o aquesta pistola, áspid de metal, escupirá el veneno penetrante de dos balas, cuyo fuego será escándalo del aire. SEGISMUNDO:Primero, tirano dueño, que los ofendas y agravies, será mi vida despojo de estos lazos miserables; pues en ellos, ¡vive Dios!, tengo de despedazarme con las manos, con los dientes, entre aquestas peñas, antes que su desdicha consienta y que llore sus ultrajes. CLOTALDO: Si sabes que tus desdichas, Segismundo, son tan grandes, que antes de nacer moriste por ley del cielo; si sabes que aquestas prisiones son de tus furias arrogantes un freno que las detenga y una rienda que las pare, ¿por qué blasonas? La puerta cerrad de esa estrecha cárcel; escondedle en ella.

Ciérranle la puerta, y dice dentro

SEGISMUNDO: ¡Ah, cielos, qué bien hacéis en quitarme la libertad; porque fuera contra vosotros gigante, que para quebrar al sol esos vidrios y cristales, sobre cimientos de piedra pusiera montes de jaspe! CLOTALDO: Quizá porque no los pongas, hoy padeces tantos males. ROSAURA: Ya que vi que la soberbia te ofendió tanto, ignorante fuera en no pedirte humilde vida que a tus plantas yace. Muévate en mí la piedad; que será rigor notable, que no hallen favor en ti ni soberbias ni humildades. CLARÍN: Y si Humildad y Soberbia no te obligan, personajes que han movido y removido mil autos sacramentales,

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yo, ni humilde ni soberbio, sino entre las dos mitades entreverado, te pido que nos remedies y ampares. CLOTALDO: ¡Hola! SOLDADOS: Señor... CLOTALDO: A los dos quitad las armas, y atadles los ojos, porque no vean cómo ni de dónde salen. ROSAURA: Mi espada es ésta, que a ti solamente ha de entregarse, porque, al fin, de todos eres el principal, y no sabe rendirse a menos valor. CLARÍN: La mía es tal, que puede darse al más ruín. Tomadla vos. ROSAURA: Y si he de morir, dejarte quiero, en fe de esta piedad, prenda que pudo estimarse por el dueño que algún día se la ciñó; que la guardes te encargo, porque aunque yo no sé qué secreto alcance, sé que esta dorada espada encierra misterios grandes, pues sólo fïado en ella vengo a Polonia a vengarme de un agravio. CLOTALDO: (¡Santos cielos! Aparte ¿Qué es esto? Ya son más graves mis penas y confusiones, mis ansias y mis pesares). ¿Quién te la dio? ROSAURA: Una mujer. CLOTALDO: ¿Cómo se llama? ROSAURA: Que calle su nombre es fuerza. CLOTALDO: ¿De qué infieres agora, o sabes, que hay secreto en esta espada? ROSAURA: Quien me la dio, dijo: "Parte a Polonia, y solicita con ingenio, estudio o arte, que te vean esa espada los nobles y principales; que yo sé que alguno de ellos te favorezca y ampare;" que, por si acaso era muerto, no quiso entonces nombrarle.

CLOTALDO: (¡Válgame el cielo! ¿Qué escucho? Aparte Aun no sé determinarme si tales sucesos son

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ilusiones o verdades. Esta espada es la que yo dejé a la hermosa Violante, por señas que el que ceñida la trujera había de hallarme amoroso como hijo y piadoso como padre. ¿Pues qué he de hacer, ¡ay de mí!, en confusión semejante, si quien la trae por favor, para su muerte la trae, pues que sentenciado a muerte llega a mis pies? ¡Qué notable confusión! ¡Qué triste hado! ¡Qué suerte tan inconstante! Éste es mi hijo, y las señas dicen bien con las señales del corazón, que por verle llama al pecho y en él bate las alas, y no pudiendo romper los candados, hace lo que aquel que está encerrado, y oyendo ruido en la calle se arroja por la ventana, y él así, como no sabe lo que pasa, y oye el ruido, va a los ojos a asomarse, que son ventanas del pecho por donde en lágrimas sale. ¿Qué he de hacer? ¡Válgame el cielo! ¿Qué he de hacer? Porque llevarle al rey, es llevarle, ¡ay triste!, a morir. Pues ocultarle al rey, no puedo, conforme a la ley del homenaje. De una parte el amor propio, y la lealtad de otra parte me rinden. Pero ¿qué dudo? La lealtad del rey, ¿no es antes que la vida y que el honor? Pues ella vida y él falte. Fuera de que, si agora atiendo a que dijo que a vengarse viene de un agravio, hombre que está agraviado es infame. No es mi hijo, no es mi hijo, ni tiene mi noble sangre. Pero si ya ha sucedido un peligro, de quien nadie se libró, porque el honor es de materia tan frágil que con una acción se quiebra, o se mancha con un aire, ¿qué más puede hacer, qué más el que es noble, de su parte,

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que a costa de tantos riesgos haber venido a buscarle? Mi hijo es, mi sangre tiene, pues tiene valor tan grande; y así, entre una y otra duda el medio más importante es irme al rey y decirle que es mi hijo que le mate. Quizá la misma piedad de mi honor podrá obligarle; y si le merezco vivo, yo le ayudaré a vengarse de su agravio, mas si el rey, en sus rigores constante, le da muerte, morirá sin saber que soy su padre). Venid conmigo, extranjeros, no temáis, no, de que os falte compañía en las desdichas; pues en duda semejante de vivir o de morir no sé cuáles son más grandes.

Vanse todos

[En el palacio real]

Sale por una puerta ASTOLFO con acompañamiento de soldados, y por otra ESTRELLA con damas. Suena m&ucute;sica.

ASTOLFO: Bien al ver los excelentes rayos, que fueron cometas, mezclan salvas diferentes las cajas y las trompetas, los pájaros y las fuentes; siendo con música igual, y con maravilla suma, a tu vista celestial unos, clarines de pluma, y otras, aves de metal; y así os saludan, señora, como a su reina las balas, los pájaros como a Aurora, las trompetas como a Palas y las flores como a Flora; porque sois, burlando el día que ya la noche destierra, Aurora, en el alegría, Flora en paz, Palas en guerra, y reina en el alma mía. ESTRELLA: Si la voz se ha de medir con las acciones humanas,

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mal habéis hecho en decir finezas tan cortesanas, donde os pueda desmentir todo ese marcial trofeo con quien ya atrevida lucho; pues no dicen, según creo, las lisonjas que os escucho, con los rigores que veo. Y advertid que es baja acción, que sólo a una fiera toca, madre de engaño y traición, el halagar con la boca y matar con la intención. ASTOLFO: Muy mal informado estáis, Estrella, pues que la fe de mis finezas dudáis, y os suplico que me oigáis la causa, a ver si la sé. Falleció Eustorgio Tercero, rey de Polonia; quedó Basilio por heredero, y dos hijas, de quien yo y vos nacimos. No quiero cansar con lo que no tiene lugar aquí, Clorilene, vuestra madre y mi señora, que en mejor imperio agora dosel de luceros tiene, fue la mayor, de quien vos sois hija; fue la segunda, madre y tía de los dos, la gallarda Recisunda, que guarde mil años Dios; casó en Moscovia; de quien nací yo. Volver agora al otro principio es bien. Basilio, que ya, señora, se rinde al común desdén del tiempo, más inclinado a los estudios que dado a mujeres, enviudó sin hijos, y vos y yo aspiramos a este estado. Vos alegáis que habéis sido hija de hermana mayor; yo, que varón he nacido, y aunque de hermana menor, os debo ser preferido. Vuestra intención y la mía a nuestro tío contamos; él respondió que quería componernos, y aplazarnos este puesto y este día. Con esta intención salí de Moscovia y de su tierra;

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con ésta llegué hasta aquí, en vez de haceros yo guerra a que me la hagáis a mí. ¡Oh!, quiera Amor, sabio dios, que el vulgo, astrólogo cierto, hoy lo sea con los dos, y que pare este concierto en que seáis reina vos, pero reina en mi albedrío. Dándoos, para más honor, su corona nuestro tío, sus triunfos vuestro valor y su imperio el amor mío. ESTRELLA: A tan cortés bizarría menos mi pecho no muestra, pues la imperial monarquía, para sólo hacerla vuestra me holgara que fuese mía; aunque no está satisfecho mi amor de que sois ingrato, si en cuanto decís sospecho que os desmiente ese retrato que está pendiente del pecho. ASTOLFO: Satisfaceros intento con él... Mas lugar no da tanto sonoro instrumento, que avisa que sale ya el rey con su parlamento.

Tocan y sale el rey BASILIO, viejo y acompañamiento

ESTRELLA: Sabio Tales... ASTOLFO: Docto Euclides... ESTRELLA: ...que entre signos... ASTOLFO: ...que entre estrellas... ESTRELLA: ...hoy gobiernas... ASTOLFO: ...hoy resides... ESTRELLA: ...y sus caminos... ASTOLFO: ...sus huellas... ESTRELLA: ...describes... ASTOLFO: ...tasas y mides... ESTRELLA: ...deja que en humildes lazos... ASTOLFO: ...deja que en tiernos abrazos... ESTRELLA: ...hiedra de ese tronco sea. ASTOLFO: ...rendido a tus pies me vea. BASILIO: Sobrinos, dadme los brazos, y creed, pues que leales a mi precepto amoroso venís con afectos tales, que a nadie deje quejoso y los dos quedéis iguales; y así, cuando me confieso rendido al prolijo peso, sólo os pido en la ocasión

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silencio, que admiración ha de pedirla el suceso. Ya sabéis --estadme atentos, amados sobrinos míos, corte ilustre de Polonia, vasallo, deudos y amigos--, ya sabéis que yo en el mundo por mi ciencia he merecido el sobrenombre de docto, pues, contra el tiempo y olvido, los pinceles de Timantes, los mármoles de Lisipo, en el ámbito del orbe me aclaman el gran Basilio. Ya sabéis que son las ciencias que más curso y más estimo, matemáticas sutiles, por quien al tiempo le quito, por quien a la fama rompo la jurisdicción y oficio de enseñar más cada día; pues, cuando en mis tablas miro presentes las novedades de los venideros siglos, le gano al tiempo las gracias de contar lo que yo he dicho. Esos círculos de nieve, esos doseles de vidrio que el sol ilumina a rayos, que parte la luna a giros; esos orbes de diamantes, esos globos cristalinos que las estrellas adornan y que campean los signos, son el estudio mayor de mis años, son los libros donde en papel de diamante, en cuadernos de zafiros, escribe con líneas de oro, en caracteres distintos, el cielo nuestros sucesos ya adversos o ya benignos. Éstos leo tan veloz, que con mi espíritu sigo sus rápidos movimientos por rumbos o por caminos. ¡Pluguiera al cielo, primero que mi ingenio hubiera sido de sus márgenes comento y de sus hojas registro, hubiera sido mi vida el primero desperdicio de sus iras, y que en ellas mi tragedia hubiera sido; porque de los infelices

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aun el mérito es cuchillo, que a quien le daña el saber homicida es de sí mismo! Dígalo yo, aunque mejor lo dirán sucesos míos, para cuya admiración otra vez silencio os pido. En Clorilene, mi esposa, tuve un infelice hijo, en cuyo parto los cielos se agotaron de prodigios. Antes que a la luz hermosa le diese el sepulcro vivo de un vientre --porque el nacer y el morir son parecidos--, su madre infinitas veces, entre ideas y delirios del sueño, vio que rompía sus entrañas, atrevido, un monstruo en forma de hombre, y entre su sangre teñido, le daba muerte, naciendo víbora humana del siglo. Llegó de su parto el día, y los presagios cumplidos --porque tarde o nunca son mentirosos los impíos--, nació en horóscopo tal, que el sol, en su sangre tinto, entraba sañudamente con la luna en desafío; y siendo valla la tierra, los dos faroles divinos a luz entera luchaban, ya que no a brazo partido. El mayor, el más horrendo eclipse que ha padecido el sol, después que con sangre lloró la muerte de Cristo, éste fue, porque anegado el orbe entre incendios vivos, presumió que padecía el último parasismo; los cielos se escurecieron, temblaron los edificios, llovieron piedras las nubes, corrieron sangre los ríos. En este mísero, en este mortal planeta o signo, nació Segismundo, dando de su condición indicios, pues dio la muerte a su madre, con cuya fiereza dijo: "Hombre soy, pues que ya empiezo a pagar mal beneficios."

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Yo, acudiendo a mis estudios, en ellos y en todo miro que Segismundo sería el hombre más atrevido, el príncipe más crüel y el monarca más impío, por quien su reino vendría a ser parcial y diviso, escuela de las traiciones y academia de los vicios; y él, de su furor llevado, entre asombros y delitos, había de poner en mí las plantas, y yo, rendido, a sus pies me había de ver --¡con qué congoja lo digo!-- siendo alfombra de sus plantas las canas del rostro mío. ¿Quién no da crédito al daño, y más al daño que ha visto en su estudio, donde hace el amor propio su oficio? Pues dando crédito yo a los hados, que adivinos me pronosticaban daños en fatales vaticinios, determiné de encerrar la fiera que había nacido, por ver si el sabio tenía en las estrellas dominio. Publicóse que el infante nació muerto, y prevenido hice labrar una torre entre las peñas y riscos de esos montes, donde apenas la luz ha hallado camino, por defenderle la entrada sus rústicos obeliscos. Las graves penas y leyes, que con públicos editos declararon que ninguno entrase a un vedado sitio del monte, se ocasionaron de las causas que os he dicho. Allí Segismundo vive mísero, pobre y cautivo, adonde sólo Clotaldo le ha hablado, tratado y visto. Éste le ha enseñado ciencias; éste en la ley le ha instruído católica, siendo solo de sus miserias testigo. Aquí hay tres cosas: La una que yo, Polonia, os estimo tanto, que os quiero librar

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de la opresión y servicio de un rey tirano, porque no fuera señor benigno el que a su patria y su imperio pusiera en tanto peligro. La otra es considerar que si a mi sangre le quito el derecho que le dieron humano fuero y divino, no es cristiana caridad; pues ninguna ley ha dicho que por reservar yo a otro de tirano y de atrevido, pueda yo serlo, supuesto que si es tirano mi hijo, porque él delito no haga, vengo yo a hacer los delitos. Es la última y tercera el ver cuánto yerro ha sido dar crédito fácilmente a los sucesos previstos; pues aunque su inclinación le dicte sus precipicios, quizá no le vencerán, porque el hado más esquivo, la inclinación más violenta, el planeta más impío, sólo el albedrío inclinan, no fuerzan el albedrío. Y así, entre una y otra causa vacilante y discursivo, previne un remedio tal, que os suspenda los sentidos. Yo he de ponerle mañana, sin que él sepa que es mi hijo y rey vuestro, a Segismundo, que aqueste su nombre ha sido, en mi dosel, en mi silla, y en fin, en el lugar mío, donde os gobierne y os mande, y donde todos rendidos la obediencia le juréis; pues con aquesto consigo tres cosas, con que respondo a las otras tres que he dicho. Es la primera, que siendo prudente, cuerdo y benigno, desmintiendo en todo al hado que de él tantas cosas dijo, gozaréis el natural príncipe vuestro, que ha sido cortesano de unos montes y de sus fieras vecino. Es la segunda, que si él, soberbio, osado, atrevido

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y crüel, con rienda suelta corre el campo de sus vicios, habré yo, piadoso, entonces con mi obligación cumplido; y luego en desposeerle haré como rey invicto, siendo el volverle a la cárcel no crueldad, sino castigo. Es la tercera, que siendo el príncipe como os digo, por lo que os amo, vasallos, os daré reyes más dignos de la corona y el cetro; pues serán mis dos sobrinos que junto en uno el derecho de los dos, y convenidos con la fe del matrimonio, tendrá lo que han merecido. Esto como rey os mando, esto como padre os pido, esto como sabio os ruego, esto como anciano os digo; y si el Séneca español, que era humilde esclavo, dijo, de su república un rey, como esclavo os lo suplico. ASTOLFO: Si a mí responder me toca, como el que, en efecto, ha sido aquí el más interesado, en nombre de todos digo, que Segismundo parezca, pues le basta ser tu hijo. TODOS: Danos al príncipe nuestro, que ya por rey le pedimos. BASILIO: Vasallos, esa fineza os agradezco y estimo. Acompañad a sus cuartos a los dos atlantes míos, que mañana le veréis. TODOS: ¡Viva el grande rey Basilio!

Vanse todos. Antes que se va el rey BASILIO, sale CLOTALDO, ROSAURA, CLARÍN, y detiénese el rey

CLOTALDO: ¿Podréte hablar? BASILIO: ¡Oh, Clotaldo!, tú seas muy bien venido. CLOTALDO: Aunque viniendo a tus plantas es fuerza el haberlo sido, esta vez rompe, señor, el hado triste y esquivo el privilegio a la ley y a la costumbre el estilo. BASILIO: ¿Qué tienes?

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CLOTALDO: Una desdicha, señor, que me ha sucedido, cuando pudiera tenerla por el mayor regocijo. BASILIO: Prosigue. CLOTALDO: Este bello joven, osado o inadvertido, entró en la torre, señor, adonde al príncipe ha visto, y es... BASILIO: No te aflijas, Clotaldo; si otro día hubiera sido, confieso que lo sintiera; pero ya el secreto he dicho, y no importa que él los sepa, supuesto que yo lo digo. Vedme después, porque tengo muchas cosas que advertiros y muchas que hagáis por mí; que habéis de ser, os aviso, instrumento del mayor suceso que el mundo ha visto; y a esos presos, porque al fin no presumáis que castigo descuidos vuestros, perdono.

Vase el rey BASILIO

CLOTALDO: ¡Vivas, gran señor, mil siglos! (Mejoró el cielo la suerte. Aparte Ya no diré que es mi hijo, pues que lo puedo excusar). Extranjeros peregrinos, libres estáis. ROSAURA: Tus pies beso mil veces. CLARÍN: Y yo los piso, que una letra más o menos no reparan dos amigos. ROSAURA: La vida, señor, me das dado; y pues a tu cuenta vivo, eternamente seré esclavo tuyo. CLOTALDO: No ha sido vida la que yo te he dado; porque un hombre bien nacido, si está agraviado, no vive; y supuesto que has venido a vengarte de un agravio, según tú propio me has dicho, no te he dado vida yo, porque tú no la has traído; que vida infame no es vida. (Bien con aquesto le animo). Aparte

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ROSAURA: Confieso que no la tengo, aunque de ti la recibo; pero yo con la venganza dejaré mi honor tan limpio, que pueda mi vida luego, atropellando peligros, parecer dádiva tuya. CLOTALDO: Toma el acero bruñido que trujiste; que yo sé que él baste, en sangre teñido de tu enemigo, a vengarte; porque acero que fue mío --digo este instante, este rato que en mi poder le he tenido--, sabrá vengarte. ROSAURA: En tu nombre segunda vez me le ciño. Y en él juro mi venganza, aunque fuese mi enemigo más poderoso. CLOTALDO: ¿Eslo mucho? ROSAURA: Tanto, que no te lo digo, no porque de tu prudencia mayores cosas no fío, sino porque no se vuelva contra mí el favor que admiro en tu piedad. CLOTALDO: Antes fuera ganarme a mí con decirlo; pues fuera cerrarme el paso de ayudar a tu enemigo. (¡Oh, si supiera quién es!) Aparte ROSAURA: Porque no pienses que estimo tan poco esa confïanza, sabe que el contrario ha sido no menos que Astolfo, duque de Moscovia. CLOTALDO: (Mal resisto Aparte el dolor, porque es más grave, que fue imaginado, visto. Apuremos más el caso). Si moscovita has nacido, el que es natural señor, mal agraviarte ha podido; vuélvete a tu patria, pues, y deja el ardiente brío que te despeña. ROSAURA: Yo sé que aunque mi príncipe ha sido pudo agraviarme. CLOTALDO: No pudo, aunque pusiera, atrevido, la mano en tu rostro. (¡Ay, cielos!) ROSAURA: Mayor fue el agravio mío. CLOTALDO: Dilo ya, pues que no puedes

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decir más que yo imagino. ROSAURA: Sí dijera; mas no sé con qué respeto te miro, con qué afecto te venero, con qué estimación te asisto, que no me atrevo a decirte que es este exterior vestido enigma, pues no es de quien parece. Juzga advertido, si no soy lo que parezco y Astolfo a casarse vino con Estrella, si podrá agraviarme. Harto te he dicho.

Vanse ROSAURA y CLARÍN

CLOTALDO: ¡Escucha, aguarda, detente! ¿Qué confuso laberinto es éste, conde no puede hallar la razón el hilo? Mi honor es el agraviado, poderoso el enemigo, yo vasallo, ella mujer; descubra el cielo camino; aunque no sé si podrá, cuando, en tan confuso abismo, es todo el cielo un presagio, y es todo el mundo un prodigio.

Vase CLOTALDO

FIN DEL PRIMER ACTO

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ACTO SEGUNDO (En el palacio real)

Salen BASILIO Y CLOTALDO

CLOTALDO: Todo, como lo mandaste, queda efectuado. BASILIO: Cuenta, Clotaldo, cómo pasó. CLOTALDO: Fue, señor, de esta manera: con la apacible bebida que de confecciones llena hacer mandaste, mezclando la virtud de algunas hierbas, cuyo tirano poder y cuya secreta fuerza así el humano discurso priva, roba y enajena, que deja vivo cadáver a un hombre, y cuya violencia, adormecido, le quita los sentidos y potencias... No tenemos que argüir que aquesto posible sea, pues tantas veces, señor, nos ha dicho la experiencia, y es cierto, que de secretos naturales, está llena la medicina, y no hay animal, planta ni piedra que no tenga calidad determinada, y si llega a examinar mil venenos la humana malicia nuestra que den la muerte, ¿qué mucho que, templada su violencia, pues hay venenos que maten, haya venenos que aduerman? Dejando aparte el dudar, si es posible que suceda, pues que ya queda probado con razones y evidencias... Con la bebida, en efeto, que el opio, la adormidera y el beleño, compusieron, bajé a la cárcel estrecha de Segismundo; con él hablé un rato de las letras humanas, que le ha enseñado la muda naturaleza de los montes y los cielos, en cuya divina escuela la retórica aprendió de las aves y las fieras. Para levantarle más el espíritu a la empresa que solicitas, tomé por asunto la presteza de una águila caudalosa, que despreciando la esfera

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del viento, pasaba a ser, en las regiones supremas del fuego, rayo de pluma, o desasido cometa. Encarecí el vuelo altivo diciendo: "Al fin eres reina de las aves, y así, a todas es justo que te prefieras." Él no hubo menester más; que en tocando esta materia de la majestad, discurre con ambición y soberbia; porque, en efecto, la sangre le incita, mueve y alienta a cosas grandes, y dijo: "¡Que en la república inquieta de las aves también haya quien les jure la obediencia! En llegado a este discurso, mis desdichas me consuelan; pues, por lo menos, si estoy sujeto, lo estoy por fuerza; porque voluntariamente a otro hombre no me rindiera." Viéndole ya enfurecido con esto, que ha sido el tema de su dolor, le brindé con la pócima, y apenas pasó desde el vaso al pecho el licor, cuando las fuerzas rindió al sueño, discurriendo por los miembros y las venas un sudor frío, de modo que, a no saber yo que era muerte fingida, dudara de su vida. En esto llegan las gentes de quien tú fías el valor de esta experiencia, y poniéndole en un coche, hasta tu cuarto le llevan, donde prevenida estaba la majestad y grandeza que es digna de su persona. Allí en tu cama le acuestan, donde al tiempo que el letargo haya perdido la fuerza, como a ti mismo, señor, le sirvan, que así lo ordenas. Y si haberte obedecido te obliga a que yo merezca galardón, sólo te pido --perdona mi inadvertencia-- que me digas, ¿qué es tu intento, trayendo de esta manera a Segismundo a palacio?

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BASILIO: Clotaldo, muy justa es esa duda que tienes, y quiero sólo a vos satisfacerla. A Segismundo, mi hijo, el influjo de su estrella, --vos lo sabéis--, amenaza mil desdichas y tragedias; quiero examinar si el cielo --que no es posible que mienta, y más habiéndonos dado de su rigor tantas muestras, en su crüel condición-- o se mitiga, o se templa por lo menos, y, vencido, con valor y con prudencia se desdice; porque el hombre predomina en las estrellas. Esto quiero examinar, trayéndole donde sepa que es mi hijo, y donde haga de su talento la prueba. Si magnánimo se vence, reinará; pero si muestra el ser crüel y tirano, le volveré a su cadena. Agora preguntarás, que para aquesta experiencia, ¿qué importó haberle traído dormido de esta manera? Y quiero satisfacerte, dándote a todo respuesta. Si él supiera que es mi hijo hoy, y mañana se viera segunda vez reducido a su prisión y miseria, cierto es de su condición que desesperara en ella; porque, sabiendo quién es, ¿qué consuelo habrá que tenga? Y así he querido dejar abierta al daño esta puerta del decir que fue soñado cuanto vio. Con esto llegan a examinarse dos cosas; su condición, la primera; pues él despierto procede en cuanto imagina y piensa; y en consuelo, la segunda, pues, aunque agora se vea obedecido, y después a sus prisiones se vuelva, podrá entender que soñó, y hará bien cuando lo entienda; porque en el mundo, Clotaldo, todos lo que viven sueñan.

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CLOTALDO: Razones no me faltaran para probar que no aciertas; mas ya no tiene remedio; y, según dicen las señas, parece que ha despertado y hacia nosotros se acerca. BASILIO: Yo me quiero retirar; tú, como ayo suyo, llega, y de tantas confusiones como su discurso cercan, le saca con la verdad. CLOTALDO: ¿En fin, que me das licencia para que lo diga? BASILIO: Sí; que podrá ser, con saberla, que, conocido el peligro, más fácilmente se venza.

Vase el rey BASILIO y sale CLARÍN

CLARÍN: (A costa de cuatro palos, Aparte que el llegar aquí me cuesta, de un alabardero rubio que barbó de su librea, tengo de ver cuanto pasa; que no hay ventana más cierta que aquella que, sin rogar a un ministro de boletas, un hombre se trae consigo; pues para todas las fiestas, despojado y despejado se asoma a su desvergüenza). CLOTALDO: (Éste es Clarín, el crïado Aparte de aquélla, ¡ay cielos!, de aquélla que, tratante de desdichas, pasó a Polonia mi afrenta). Clarín, ¿qué hay de nuevo? CLARÍN: Hay, señor, que tu gran clemencia, dispuesta a vengar agravios de Rosaura, la aconseja que tome su propio traje. CLOTALDO: Y es bien, por que no parezca liviandad. CLARÍN: Hay, que mudando su nombre, y tomando, cuerda, nombre de sobrina tuya, hoy tanto honor se acrecienta, que dama en palacio ya de la singular Estrella vive. CLOTALDO: Es bien que de una vez tome su honor por mi cuenta. CLARÍN: Hay, que ella se está esperando

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que ocasión y tiempo venga en que vuelvas por su honor. CLOTALDO: Prevención segura es ésa; que, al fin, el tiempo ha de ser quien haga esas diligencias. CLARÍN: Hay, que ella está regalada, servida como una reina, en fe de sobrina tuya. Y hay, que viniendo con ella, estoy yo muriendo de hambre y nadie de mí se acuerda, sin mirar que soy Clarín, y que si el tal Clarín suena, podrá decir cuanto pasa al rey, a Astolfo y a Estrella; porque Clarín y crïado son dos cosas que se llevan con el secreto muy mal; y podrá ser, si me deja el silencio de su mano, se cante por mí esta letra: "Clarín que rompe el albor, no suena mejor." CLOTALDO: Tu queja está bien fundada; yo satisfaré tu queja, y en tanto, sírveme a mí. CLARÍN: Pues ya Segismundo llega.

Salen músicos cantando, y criados dando de vestir a SEGISMUNDO, que sale como asombrado

SEGISMUNDO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué veo? -V lgame el cielo! (Qué miro? Con poco espanto lo admiro, con mucha duda lo creo. ¿Yo en palacios suntuosos? ¿Yo entre telas y brocados? ¿Yo cercado de crïados tan lucidos y brïosos? ¿Yo despertar de dormir en lecho tan excelente? ¿Yo en medio de tanta gente que me sirva de vestir? ¡Decir que es sueño es engaño! Bien sé que despierto estoy. ¿Yo Segismundo no soy? Dadme, cielos, desengaño. Decidme, ¿qué pudo ser esto que a mi fantasía sucedió mientras dormía, que aquí me he llegado a ver? Pero sea lo que fuere, ¿Quién me mete en discurrir?

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Dejarme quiero servir, y venga lo que viniere. CRIADO 2: ¡Qué melancólico está! CRIADO 1: Pues a quién le sucediera esto, que no lo estuviera? CLARÍN: A mí. CRIADO 2: Llega a hablarle ya. CRIADO 1: ¿Volverán a cantar? SEGISMUNDO: No. No quiero que canten más. CRIADO 2: Como tan suspenso estás, quise divertirte. SEGISMUNDO: Yo no tengo de divertir con sus voces mis pesares; las músicas militares sólo he gustado de oír. CLOTALDO: Vuestra alteza, gran señor, me dé su mano a besar, que el primero le ha de dar esta obediencia mi honor. SEGISMUNDO: (Clotaldo es. Pues, ¿cómo así Aparte quien en prisión me maltrata, con tal respeto me trata? ¿Qué es lo que pasa por mí?) CLOTALDO: Con la grande confusión que el nuevo estado te da, mil dudas padecerá el discurso y la razón; pero ya librarte quiero de todas, si puede ser, porque has, señor, de saber que eres príncipe heredero de Polonia. Si has estado retirado y escondido, por obedecer ha sido a la inclemencia del hado, que mil tragedias consiente a este imperio, cuando en él el soberano laurel corone tu augusta frente. Mas, fïando a tu atención que vencerás las estrellas, porque es posible vencellas a un magnánimo varón, a palacio te han traído de la torre en que vivías, mientras al sueño tenías el espíritu rendido. Tu padre, el rey mi señor, vendrá a verte, y de él sabrás, Segismundo, lo demás. SEGISMUNDO: Pues, vil, infame, traidor, ¿qué tengo más que saber,

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después de saber quien soy, para mostrar desde hoy mi soberbia y mi poder? ¿Cómo a tu patria le has hecho tal traición, que me ocultaste a mí pues que me negaste, contra razón y derecho, este estado? CLOTALDO: ¡Ay de mí, triste! SEGISMUNDO: Traidor fuiste con la ley, lisonjero con el rey, y crüel conmigo fuiste. Y así el rey, la ley y yo, entre desdichas tan fieras, te condenan a que mueras a mis manos. CRIADO 2: ¡Señor!... SEGISMUNDO: No me estorbe nadie, que es vana diligencia. ¡Y vive Dios! Si os ponéis delante vos, que os eche por la ventana. CRIADO 1: Huye Clotaldo. CLOTALDO: ¡Ay de ti, que soberbia vas mostrando sin saber que están soñando!

Vase CLOTALDO

CRIADO 2: Advierte... SEGISMUNDO: Apartad de aquí. CRIADO 2: ...que a su rey obedeció. SEGISMUNDO: En lo que no es justa ley no ha de obedecer al rey; y su príncipe era yo. CRIADO 2: Él no debió examinar si era bien hecho o mal hecho. SEGISMUNDO: Que estáis mal con vos sospecho, pues me dais que replicar. CLARÍN: Dice el príncipe muy bien, y vos hicisteis muy mal. CRIADO 1: ¿Quién os dio licencia igual? CLARÍN: Yo me la he tomado. SEGISMUNDO: ¿Quién eres tú, di? CLARÍN: Entremetido. Y de este oficio soy jefe, porque soy el mequetrefe mayor que se ha conocido. SEGISMUNDO: Tú sólo en tan nuevos mundos me has agradado. CLARÍN: Señor, soy un grande agradador de todos los Segismundos.

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Sale ASTOLFO

ASTOLFO: ¡Feliz mil veces el día, oh príncipe, que os mostráis sol de Polonia, y llenáis de resplandor y alegría todos estos horizontes con tan divino arrebol; pues que salís como el sol de debajo de los montes! Salid, pues, y aunque tan tarde se corona vuestra frente del laurel resplandeciente, tarde muera. SEGISMUNDO: Dios os guarde. ASTOLFO: El no haberme conocido sólo por disculpa os doy de no honrarme más. Yo soy Astolfo. Duque he nacido de Moscovia, y primo vuestro. Haya igualdad en los dos. SEGISMUNDO: Si digo que os guarde Dios, ¿bastante agrado no os muestro? Pero ya que, haciendo alarde de quien sois, de esto os quejáis, otra vez que me veáis, le diré a Dios que no os guarde. CRIADO 2: Vuestra alteza considere que como en montes nacido con todos ha procedido, Astolfo, señor, prefiere... SEGISMUNDO: Cansóme como llegó grave a hablarme, y lo primero que hizo, se puso el sombrero. CRIADO 1: Es grande. SEGISMUNDO: Mayor soy yo. CRIADO 2: Con todo eso, entre los dos que haya más respeto es bien que entre los demás. SEGISMUNDO: ¿Y quién os mete conmigo a vos?

Sale ESTRELLA

ESTRELLA: Vuestra alteza, señor, sea muchas veces bien venido al dosel que agradecido le recibe y le desea; adonde, a pesar de engaños, viva augusto y eminente, donde su vida se cuente por siglos, y no por años.

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SEGISMUNDO: Dime tú agora, ¿quién es esta beldad soberana? ¿Quién es esta diosa humana, a cuyos divinos pies postra el cielo su arrebol? ¿Quién es esta mujer bella? CLARÍN: Es, señor, tu prima Estrella. SEGISMUNDO: Mejor dijeras el sol. Aunque el parabién es bien darme del bien que conquisto, de sólo haberos hoy visto os admito el parabién; y así, de llegarme a ver con el bien que no merezco, el parabién agradezco. Estrella, que amanecer podéis, y dar alegría, al más luciente farol, ¿qué dejáis que hacer al sol, si os levantáis con el día? Dadme a besar vuestra mano, en cuya copa de nieve el aura candores bebe. ESTRELLA: Sed más galán cortesano. ASTOLFO: (Si él toma la mano, yo Aparte soy perdido). CRIADO 2: (El pesar sé Aparte de Astolfo, y le estorbaré). Advierte, señor, que no es justo atreverte así, y estando Astolfo... SEGISMUNDO: ¿No digo que vos no os metáis conmigo? CRIADO 2: Digo lo que es justo. SEGISMUNDO: A mí todo eso me causa enfado; nada me parece justo en siendo contra mi gusto. CRIADO 2: Pues yo, señor, he escuchado de ti que en lo justo es bien obedecer y servir. SEGISMUNDO: ¿También oíste decir que por un balcón,a quien me canse, sabré arrojar? CRIADO 2: Con los hombres como yo no puede hacerse eso. SEGISMUNDO: ¿No? ¡Por Dios que lo he de probar!

Cógele en los brazos y éntrase, y todos tras él, y torna a salir

ASTOLFO: ¿Qué es esto que llego a ver?

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ESTRELLA: Llegad todos a ayudar. SEGISMUNDO: Cayó del balcón al mar; ¡vive Dios, que pudo ser! ASTOLFO: Pues medid con más espacio vuestras acciones severas, que lo que hay de hombres a fieras, hay desde un monte a palacio. SEGISMUNDO: Pues en dando tan severo en hablar con entereza, quizá no hallaréis cabeza en que se os tenga el sombrero.

Vase ASTOLFO y sale el rey BASILIO

BASILIO: ¿Qué ha sido esto? SEGISMUNDO: Nada ha sido. A un hombre que me ha cansado, de ese balcón he arrojado. CLARÍN: Que es el rey está advertido. BASILIO: ¿Tan presto? ¿Una vida cuesta tu venida el primer día? SEGISMUNDO: Díjome que no podía hacerse, y gané la apuesta. BASILIO: Pésame mucho que cuando, príncipe, a verte he venido, pensado hallarte advertido, de hados y estrellas triunfando, con tanto rigor te vea, y que la primera acción que has hecho en esta ocasión, un grave homicidio sea. ¿Con qué amor llegar podré a darte agora mis brazos, si de sus soberbios lazos, que están enseñados sé a dar muertes? ¿Quién llegó a ver desnudo el puñal que dio una herida mortal, que no temiese? ¿Quién vio sangriento el lugar, adonde a otro hombre dieron muerte, que no sienta? Que el más fuerte a su natural responde. Yo así, que en tus brazos miro de esta muerte el instrumento, y miro el lugar sangriento, de tus brazos me retiro; y aunque en amorosos lazos ceñir tu cuello pensé, sin ellos me volveré, que tengo miedo a tus brazos. SEGISMUNDO: Sin ellos me podré estar como me he estado hasta aquí; que un padre que contra mí

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tanto rigor sabe usar, que con condición ingrata de su lado me desvía, como a una fiera me cría, y como a un monstruo me trata y mi muerte solicita, de poca importancia fue que los brazos no me dé, cuando el ser de hombre me quita. BASILIO: Al cielo y a Dios pluguiera que a dártele no llegara; pues ni tu voz escuchara, ni tu atrevimiento viera. SEGISMUNDO: Si no me le hubieras dado, no me quejara de ti; pero una vez dado, sí, por habérmele quitado; que aunque el dar la acción es más noble y más singular, es mayor bajeza el dar, para quitarlo después. BASILIO: ¡Bien me agradeces el verte de un humilde y pobre preso, príncipe ya! SEGISMUNDO: Pues en eso, ¿qué tengo que agradecerte? Tirano de mi albedrío, si viejo y caduco estás, ¿muriéndote, qué me das? ¿Dasme más de lo que es mío? Mi padre eres y mi rey; luego toda esta grandeza me da la naturaleza por derechos de su ley. Luego, aunque esté en este estado, obligado no te quedo, y pedirte cuentas puedo del tiempo que me has quitado libertad, vida y honor; y así, agradéceme a mí que yo no cobre de ti, pues eres tú mi deudor. BASILIO: Bárbaro eres y atrevido; cumplió su palabra el cielo; y así, para el mismo apelo, soberbio desvanecido. Y aunque sepas ya quién eres, y desengañado estés, y aunque en un lugar te ves donde a todos te prefieres, mira bien lo que te advierto: que seas humilde y blando, porque quizá estás soñando, aunque ves que estás despierto.

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Vase le rey BASILIO

SEGISMUNDO: ¿Que quizá soñando estoy, aunque despierto me veo? No sueño, pues toco y creo lo que he sido y lo que soy. Y aunque agora te arrepientas, poco remedio tendrás; sé quién soy, y no podrás aunque suspires y sientas, quitarme el haber nacido de esta corona heredero; y si me viste primero a las prisiones rendido, fue porque ignoré quién era; pero ya informado estoy de quién soy y sé que soy un compuesto de hombre y fiera.

Sale ROSAURA, dama

ROSAURA: (Siguiendo a Estrella vengo, Aparte y gran temor de hallar a Astolfo tengo; que Clotaldo desea que no sepa quién soy, y no me vea, porque dice que importa al honor mío; y de Clotaldo fío su efecto, pues le debo, agradecida, aquí el amparo de mi honor y vida). CLARÍN: ¿Qué es lo que te ha agradado más de cuanto hoy has visto y admirado? SEGISMUNDO: Nada me ha suspendido, que todo lo tenía prevenido; mas, si admirar hubiera algo en el mundo, la hermosura fuera de la mujer. Leía una vez en los libros que tenía que lo que a Dios mayor estudio debe, era el hombre, por ser un mundo breve; mas ya que lo es recelo la mujer, pues ha sido un breve cielo; y más beldad encierra que el hombre, cuanto va de cielo a tierra. ¡Y más di es la que miro! ROSAURA: (El príncipe está aquí; yo me retiro). SEGISMUNDO: Oye, mujer, detente; no juntes el ocaso y el oriente huyendo al primer paso; que juntos el oriente y el ocaso, la lumbre y sombra fría, serás, sin duda, síncopa del día. ¿Pero qué es lo que veo? ROSAURA: Lo mismo que estoy viendo, dudo y creo.

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SEGISMUNDO: (Yo he visto esta belleza Aparte otra vez). ROSAURA: (Yo esta pompa, esta grandeza Aparte he visto reducida a una estrecha prisión). SEGISMUNDO: (Ya hallé mi vida). Aparte Mujer, que aqueste nombre es le mejor requiebro para el hombre, ¿quién eres? Que sin verte adoración me debes, y de suerte por la fe te conquisto, que me persuado a que otra vez te he visto. ¿Quién eres, mujer bella? ROSAURA: (Disimular me importa). Aparte Soy de Estrella una infelice dama. SEGISMUNDO: No digas tal; di el sol, a cuya llama aquella estrella vive, pues de tus rayos resplandor recibe; yo vi en reino de olores que presidía entre comunes flores la deidad de la rosa, y era su emperatriz por más hermosa; yo vi entre piedras finas de la docta academia de sus minas preferir el diamante, y ser su emperador por más brillante; yo en esas cortes bellas de la inquieta república de estrellas, vi en el lugar primero por rey de las estrellas el lucero; yo en esferas perfetas, llamando el sol a cortes los planetas, le vi que presidía como mayor oráculo del día. ¿Pues cómo, si entre flores, entre estrellas, piedras, signos, planetas, las más bellas prefieren, tú has servido la de menos beldad, habiendo sido por más bella y hermosa, sol, lucero, diamante, estrella y rosa?

Sale CLOTALDO

CLOTALDO: (A Segismundo reducir deseo, Aparte porque, en fin, le he criado; mas ¿qué veo?) ROSAURA: Tu favor reverencio. Respóndote retórico el silencio; cuando tan torpe la razón se halla, mejor habla, señor, quien mejor calla. SEGISMUNDO: No has de ausentarte, espera. ¿Cómo quieres dejar de esa manera a escuras mi sentido? ROSAURA: Esta licencia a vuestra alteza pido.

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SEGISMUNDO: Irte con tal violencia no es pedir, es tomarte la licencia. ROSAURA: Pues si tú no la das, tomarla espero. SEGISMUNDO: Harás que de cortés pase a grosero, porque la resistencia es veneno crüel de mi paciencia. ROSAURA: Pues cuando ese veneno, de furia, de rigor y saña lleno, la paciencia venciera, mi respeto no osara, ni pudiera. SEGISMUNDO: Sólo por ver si puedo, harás que pierda a tu hermosura el miedo; que soy muy inclinado a vencer lo imposible; hoy he arrojado de ese balcón a un hombre, que decía que hacerse no podía; y así, por ver si puedo, cosa es llana que arrojaré tu honor por la ventana. CLOTALDO: (Mucho se va empeñando. Aparte ¿Qué he de hacer, cielos, cuando tras un loco deseo mi honor segunda vez a riesgo veo?) ROSAURA: No en vano prevenía a este reino infeliz tu tiranía escándalos tan fuertes de delitos, traiciones, iras, muertes. ¿Mas, qué ha de hacer un hombre que de humano no tiene más que el nombre? ¡Atrevido, inhumano, crüel, soberbio, bárbaro y tirano, nacido entre las fieras! SEGISMUNDO: Porque tú ese baldón no me dijeras, tan cortés me mostraba, pensando que con eso te obligaba; mas, si lo soy hablando de este modo, has de decirlo, vive Dios, por todo. --¡Hola, dejadnos solos, y esa puerta se cierre, y no entre nadie!

Vase CLARÍN

ROSAURA: (Yo soy muerta). Aparte Advierte... SEGISMUNDO: Soy tirano, y ya pretendes reducirme en vano. CLOTALDO: (¡Oh, qué lance tan fuerte! Aparte Saldré a estorbarlo, aunque me dé la muerte). Señor, atiende, mira. SEGISMUNDO: Segunda vez me has provocado a ira, viejo caduco y loco. ¿Mi enojo y rigor tienes en poco? ¿Cómo hasta aquí has llegado? CLOTALDO: De los acentos de esta voz llamado a decirte que seas

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más apacible, si reinar deseas; y no, por verte ya de todos dueño, seas crüel, porque quizá es un sueño. SEGISMUNDO: A rabia me provocas, cuando la luz del desengaño tocas. Veré, dándote muerte, si es sueño o si es verdad.

Al ir a sacar la daga, se la tiene CLOTALDO y se arrodilla

CLOTALDO: Yo de esta suerte librar mi vida espero. SEGISMUNDO: Quita la osada mano del acero. CLARÍN: Hasta que gente venga, que tu rigor y cólera detenga, no he de soltarte. ROSAURA: ¡Ay cielos! SEGISMUNDO: ¡Suelta, digo! Caduco, loco, bárbaro, enemigo, o será de esta suerte:

Luchan

el darte agora entre mis brazos muerte. ROSAURA: Acudid todos presto, que matan a Clotaldo.

Vase ROSAURA. Sale ASTOLFO a tiempo que cae CLOTALDO a sus pies, y él se pone en medio

ASTOLFO: ¿Pues, qué es esto, príncipe generoso? ¿Así se mancha acero tan brïoso en una sangre helada? Vuelva a la vaina tu lucida espada. SEGISMUNDO: En viéndola teñida en esa infame sangre. ASTOLFO: Ya su vida tomó a mis pies sagrado; y de algo ha servirme haber llegado. SEGISMUNDO: Sírvate de morir, pues de esta suerte también sabré vengarme, con tu muerte, de aquel pasado enojo. ASTOLFO: Yo defiendo mi vida; así la majestad no ofendo.

Sacan las espadas, y sale el rey BASILIO y ESTRELLA

CLOTALDO: No le ofendas, señor. BASILIO: ¿Pues, aquí espadas? ESTRELLA: (¡Astolfo es, ay de mí, penas airadas!)

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BASILIO: ¿Pues, qué es lo que ha pasado? ASTOLFO: Nada, señor, habiendo tú llegado.

Envainan

SEGISMUNDO: Mucho, señor, aunque hayas tú venido; yo a ese viejo matar he pretendido. BASILIO: Respeto no tenías a estas canas? CLOTALDO: Señor, ved que son mías; que no importa veréis. SEGISMUNDO: Acciones vanas, querer que tengo yo respeto a canas; pues aun ésas podría ser que viese a mis plantas algún día; porque aun no estoy vengado del modo injusto con que me has crïado.

Vase SEGISMUNDO

BASILIO: Pues antes que lo veas, volverás a dormir adonde creas que cuanto te ha pasado, como fue bien del mundo, fue soñado.

Vase el rey BASILIO y CLOTALDO; quedan ESTRELLA y ASTOLFO

ASTOLFO: ¿Qué pocas veces el hado que dice desdichas, miente, pues es tan cierto en los males, cuanto dudoso en los bienes! -Qué buen astrólogo fuera, si siempre casos crüeles anunciara; pues no hay duda que ellos fueran verdad siempre! Conocerse esa experiencia en mí y Segismundo puede, Estrella, pues en los dos hizo muestras diferentes. En él previno rigores, soberbias, desdichas, muertes, y en todo dijo verdad, porque todo, al fin, sucede; pero en mí, que al ver, señora, esos rayos excelentes, de quien el sol fue una sombra y el cielo un amago breve, que me previno venturas,

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trofeos, aplausos, bienes, dijo mal, y dijo bien; pues sólo es justo que acierte cuando amaga con favores, y ejecuta con desdenes. ESTRELLA: No dudo que esas finezas son verdades evidentes; mas serán por otra dama, cuyo retrato pendiente trujisteis al cuello cuando llegasteis, Astolfo, a verme; y siendo así, esos requiebros ella sola los merece. Acudid a que ella os pague, que no son buenos papeles en el consejo de amor las finezas ni las fees que se hicieron en servicio de otras damas y otros reyes.

Sale ROSAURA al paño

ROSAURA: (¡Gracias a Dios, que han llegado Aparte ya mis desdichas crüeles al término suyo, pues quien esto ve nada teme!) ASTOLFO: Yo haré que el retrato salga del pecho, para que entre la imagen de tu hermosura. Donde entre Estrella no tiene lugar la sombra, ni estrella donde el sol; voy a traerle. (Perdona, Rosaura hermosa, Aparte este agravio, porque ausentes, no se guardan más fe que ésta los hombres y las mujeres).

Vase ASTOLFO

ROSAURA: (Nada he podido escuchar, Aparte temerosa que me viese). ESTRELLA: ¡Astrea! ROSAURA: ¿Señora mía? ESTRELLA: Heme holgado que tú fueses la que llegaste hasta aquí; porque de ti solamente fïara un secreto. ROSAURA: Honras, señora, a quien te obedece. ESTRELLA: En el poco tiempo, Astrea, que ya que te conozco, tienes de mi voluntad las llaves; por esto, y por ser quien eres,

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me atrevo a fïar de ti lo que aun de mí muchas veces recaté. ROSAURA: Tu esclava soy. ESTRELLA: Pues para decirlo en breve, mi primo Astolfo --bastara que mi primo te dijese, porque hay cosas que se dicen con pensarlas solamente-- ha de casarse conmigo, si es que la fortuna quiere que con una dicha sola tantas desdichas descuente. Pesóme que el primer día echado al cuello trujese el retrato de una dama; habléle en él cortesmente, es galán y quiere bien; fue por él, y ha de traerle aquí. Embarázame mucho que él a mí a dármele llegue; quédate aquí, y cuando venga, le dirás que te lo entregue a ti. No te digo más; discreta y hermosa eres; bien sabrás lo que es amor.

Vase ESTRELLA

ROSAURA: ¡Ojalá no lo supiese! ¡Válgame el cielo! ¿Quién fuera tan atenta y tan prudente, que supiera aconsejarse hoy en ocasión tan fuerte? ¿Habrá persona en el mundo a quien el cielo inclemente con más desdichas combata y con más pesares cerque? ¿Qué haré en tantas confusiones, donde imposible parece que halle razón que me alivie, ni alivio que me consuele? Desde la primer desdicha, no hay suceso ni accidente que otra desdicha no sea; que unas a otras suceden herederas de sí mismas. A la imitación del Fénix, unas de las otras nacen, viviendo de lo que mueren, y siempre de sus cenizas está el sepulcro caliente. Que eran cobardes decía un sabio, por parecerle

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que nunca andaba una sola; yo digo que son valientes, pues siempre van adelante, y nunca la espalda vuelven. Quien las llevare consigo a todo podrá atreverse, pues en ninguna ocasión no haya miedo que le dejen. Dígalo yo, pues en tantas como a mi vida suceden, nunca me he hallado sin ellas, ni se han cansado hasta verme herida de la fortuna, en los brazos de la muerte. ¡Ay de mí! ¿Qué debo hacer hoy en la ocasión presente? Si digo quién soy, Clotaldo, a quien mi vida le debe este amparo y este honor, conmigo ofenderse puede; pues me dice que callando honor y remedio espere. Si no he de decir quién soy a Astolfo, y él llega a verme, ¿cómo he de disimular? Pues, aunque fingirlo intenten la voz, la lengua, y los ojos, les dirá el alma que mienten. ¿Qué haré? ¿Mas para qué estudio lo que haré, si es evidente que por más que lo prevenga, que lo estudie y que lo piense, en llegando la ocasión ha de hacer lo que quisiere el dolor? Porque ninguno imperio en sus penas tiene. Y pues a determinar lo que he de hacer no se atreve el alma, llegue el dolor hoy a su término, llegue la pena a su extremo, y salga de dudas y pareceres de una vez; pero hasta entonces ¡valedme, cielos, valedme!

Sale ASTOLFO con el retrato

ASTOLFO: Éste es, señora, el retrato; mas ¡ay Dios! ROSAURA: ¿Qué se suspende vuestra alteza? ¿Qué se admira? ASTOLFO: De oírte, Rosaura, y verte. ROSAURA: ¿Yo Rosaura? Hase engañado vuestra alteza, si me tiene

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por otra dama; que yo soy Astrea, y no merece mi humildad tan grande dicha que esa turbación le cueste. ASTOLFO: Basta, Rosaura, el engaño, porque el alma nunca miente, y aunque como a Astrea te mire, como a Rosaura te quiere. ROSAURA: No he entendido a vuestra alteza, y así, no sé responderle; sólo lo que yo diré es que Estrella --que lo puede ser de Venus-- me mandó que en esta parte le espere, y de la suya le diga que aquel retrato me entregue --que está muy puesto en razón--, y yo misma se lo lleve. Estrella lo quiere así, porque aun las cosas más leves como sean en mi daño es Estrella quien las quiere. ASTOLFO: Aunque más esfuerzos hagas, ¡oh, qué mal, Rosaura, puedes disimular! Di a los ojos que su música concierten con la voz; porque es forzoso que desdiga y que disuene tan destemplado instrumento, que ajustar y medir quiere la falsedad de quien dice, con la verdad de quien siente. ROSAURA: Ya digo que sólo espero el retrato. ASTOLFO: Pues que quieres llevar al fin el engaño, con él quiero responderte. Dirásle, Astrea, a la infanta que yo la estimo de suerte, que, pidiéndome un retrato, poca fineza parece enviársele, y así, porque le estime y le precie le envío el original; y tú llevársele puedes, pues ya le llevas contigo, como a ti misma te lleves. ROSAURA: Cuando un hombre se dispone, restado, altivo y valiente, a salir con una empresa aunque por trato le entreguen lo que valga más, sin ella necio y desairado vuelve. Yo vengo por un retrato y aunque un original lleve

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que vale más, volveré desairada; y así, déme vuestra alteza ese retrato, que sin él no he de volverme. ASTOLFO: ¿Pues cómo, si no he de darle, le has de llevar? ROSAURA: De esta suerte, suéltale, ingrato. ASTOLFO: Es en vano. ROSAURA: ¡Vive Dios, que no ha de verse en mano de otra mujer! ASTOLFO: Terrible estás. ROSAURA: Y tú aleve. ASTOLFO: Ya basta, Rosaura mía. ROSAURA: ¿Yo tuya, villano? Mientes.

Sale ESTRELLA

ESTRELLA: Astrea, Astolfo, ¿qué es esto? ASTOLFO: (Aquésta es Estrella). Aparte ROSAURA: (Déme Aparte para cobrar mi retrato ingenio el Amor). Si quieres saber lo que es, yo, señora, te lo diré. ASTOLFO: ¿Qué pretendes? ROSAURA: Mandásteme que esperase aquí a Astolfo, y le pidiese un retrato de tu parte. Quedé sola, y como vienen de unos discursos a otros las noticias fácilmente, viéndote hablar de retratos, con su memoria acordéme de que tenía uno mío en la manga. Quise verle, porque una persona sola con locuras se divierte; cayóseme de la mano al suelo; Astolfo, que viene a entregarte el de otra dama, le levantó, y tan rebelde está en dar el que le pides, que en vez de dar uno, quiere llevar otro; pues el mío aun no es posible volverme, con ruegos y persuasiones; colérica e impaciente yo se le quise quitar. Aquél que en la mano tiene, es mío; tú lo verás con ver si se me parece. ESTRELLA: Soltad, Astolfo, el retrato.

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Quítasele

ASTOLFO: Señora... ESTRELLA: No son crüeles, a la verdad, los matices. ROSAURA: ¿No es mío? ESTRELLA: ¿Qué duda tiene? ROSAURA: Di que ahora te entregue el otro. ESTRELLA: Tomas tu retrato, y vete. ROSAURA: (Yo he cobrado mi retrato, Aparte venga ahora lo que viniere).

Vase ROSAURA

ESTRELLA: Dadme ahora el retrato vos que os pedí; que aunque no piense veros ni hablaros jamás, no quiero, no, que se quede en vuestro poder, siguiera porque yo tan neciamente le he pedido. ASTOLFO: (¿Cómo puedo Aparte salir de lance tan fuerte?) Aunque quiera, hermosa Estrella, servirte y obedecerte, no podré darte el retrato que me pides, porque... ESTRELLA: Eres villano y grosero amante. No quiero que me le entregues; porque yo tampoco quiero, con tomarle, que me acuerdes de que yo te le he pedido.

Vase ESTRELLA

ASTOLFO: Oye, escucha, mira, advierte. ¡Válgame Dios por Rosaura! ¿Dónde, cómo, o de qué suerte hoy a Polonia has venido a perderme y a perderte?

Vase ASTOLFO

[En la torre de SEGISMUNDO]

Descúbrese SEGISMUNDO, como al principio, con pieles y cadena, durmiendo en el suelo; salen CLOTALDO, CLARÍN y los dos criados

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CLOTALDO: Aquí le habéis de dejar pues hoy su soberbia acaba donde empezó. CRIADO 1 Como estaba, la cadena vuelvo a atar. CLARÍN: No acabes de despertar, Segismundo, para verte perder, trocada la suerte siendo tu gloria fingida, una sombra de la vida y una llama de la muerte. CLOTALDO: A quien sabe discurrir, así, es bien que se prevenga una estancia, donde tenga harto lugar de argüir. Éste es el que habéis de asir y en ese cuarto encerrar. CLARÍN: ¿Por qué a mí? CLOTALDO: Porque ha de estar guardado en prisión tan grave, Clarín que secretos sabe, donde no pueda sonar. CLARÍN: ¿Yo, por dicha, solicito dar muerte a mi padre? No. ¿Arrojé del balcón yo al Icaro de poquito? ¿Yo muero ni resucito? ¿Yo sueño o duermo? ¿A qué fin me encierran? CLOTALDO: Eres Clarín. CLARÍN: Pues ya digo que seré corneta, y que callaré, que es instrumento ruín.

Llévanle a CLARÍN. Sale el rey BASILIO, rebozado

BASILIO: ¿Clotaldo? CLOTALDO: ¡Señor! ¿Así viene vuestra majestad? BASILIO: La necia curiosidad de ver lo que pasa aquí a Segismundo, ¡ay de mí! de este modo me ha traído. CLOTALDO: Mírale allí, reducido a su miserable estado. BASILIO: ¡Ay, príncipe desdichado y en triste punto nacido! Llega a despertarle, ya que fuerza y vigor perdió con el opio que bebió. CLOTALDO: Inquieto, señor, está,

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y hablando. BASILIO: ¿Qué soñará agora? Escuchemos, pues.

En sueños

SEGISMUNDO: Piadoso príncipe es el que castiga tiranos; muera Clotaldo a mis manos, bese mi padre mis pies. CLOTALDO: Con la muerte me amenaza. BASILIO: A mí con rigor y afrenta. CLOTALDO: Quitarme la vida intenta. BASILIO: Rendirme a sus plantas traza.

En sueños

SEGISMUNDO: Salga a la anchurosa plaza del gran teatro del mundo este valor sin segundo; porque mi venganza cuadre, vean triunfar de su padre al príncipe Segismundo.

Despierta

Mas, ¡ay de mí! ¿Dónde estoy? BASILIO: Pues a mí no me ha de ver; ya sabes lo que has de hacer. Desde allí a escucharle voy.

Retírase el rey BASILIO

SEGISMUNDO: ¿Soy yo por ventura? ¿Soy el que preso y aherrojado llego a verme en tal estado? ¿No sois mi sepulcro vos, torre? Sí. ¡Válgame Dios, qué de cosas he soñado! CLOTALDO: (A mí me toca llegar, Aparte a hacer la desecha agora). SEGISMUNDO: ¿Es ya de despertar hora? CLOTALDO: Sí, hora es ya de despertar. ¿Todo el día te has de estar durmiendo? ¿Desde que yo al águila que voló con tarda vista seguí y te quedaste tú aquí, nunca has despertado? SEGISMUNDO: No. Ni aun agora he despertado;

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que según, Clotaldo, entiendo, todavía estoy durmiendo, y no estoy muy engañado; porque si ha sido soñado lo que vi palpable y cierto, lo que veo será incierto; y no es mucho que, rendido, pues veo estando dormido, que sueñe estando despierto. CLOTALDO: Lo que soñaste me di. SEGISMUNDO: Supuesto que sueño fue, no diré lo que soñé; lo que vi, Clotaldo, sí. Yo desperté, y yo me vi, --¡qué crueldad tan lisonjera!-- en un lecho, que pudiera con matices y colores ser el catre de las flores que tejió la primavera. Aquí mil nobles, rendidos a mis pies nombre me dieron de su príncipe, y sirvieron galas, joyas y vestidos. La calma de mis sentidos tú trocaste en alegría, diciendo la dicha mía; que, aunque estoy de esta manera, príncipe en Polonia era. CLOTALDO: Buenas albricias tendría. SEGISMUNDO: No muy buenas; por traidor, con pecho atrevido y fuerte dos veces te daba muerte. CLOTALDO: ¿Para mí tanto rigor? SEGISMUNDO: De todos era señor, y de todos me vengaba; sólo a una mujer amaba... que fue verdad, creo yo, en que todo se acabó, y esto sólo no se acaba.

Vase el rey BASILIO

CLOTALDO: (Enternecido se ha ido Aparte el rey de haberle escuchado). Como habíamos hablado de aquella águila, dormido, tu sueño imperios han sido; mas en sueños fuera bien entonces honrar a quien te crïó en tantos empeños, Segismundo, que aun en sueños no se pierde el hacer bien.

Vase CLOTALDO

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SEGISMUNDO: Es verdad; pues reprimamos esta fiera condición, esta furia, esta ambición, por si alguna vez soñamos; y sí haremos, pues estamos en mundo tan singular, que el vivir sólo es soñar; y la experiencia me enseña que el hombre que vive, sueña lo que es, hasta despertar. Sueña el rey que es rey, y vive con este engaño mandando, disponiendo y gobernando; y este aplauso, que recibe prestado, en el viento escribe, y en cenizas le convierte la muerte, ¡desdicha fuerte! ¿Que hay quien intente reinar, viendo que ha de despertar en el sueño de la muerte! Sueña el rico en su riqueza, que más cuidados le ofrece; sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza; sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende, sueña el que agravia y ofende, y en el mundo, en conclusión, todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende. Yo sueño que estoy aquí de estas prisiones cargado, y soñé que en otro estado más lisonjero me vi. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.

FIN EL SEGUNDO ACTO

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ACTO TERCERO (En la torre)

Sale CLARÍN

CLARÍN: En una encantada torre, por lo que sé, vivo preso. ¿Qué me harán por lo que ignoro si por lo que sé me han muerto? ¡Que un hombre con tanta hambre viniese a morir viviendo! Lástima tengo de mí. Todos dirán: "bien lo creo;" y bien se puede creer, pues para mí este silencio no conforma con el nombre Clarín, y callar no puedo. Quien me hace compañía aquí, si a decirlo acierto, son arañas y ratones. ¡Miren qué dulces jilgueros! De los sueños de esta noche la triste cabeza tengo llena de mil chirimías, de trompetas y embelecos, de procesiones, de cruces, de disciplinantes; y éstos unos suben, otros bajan, otros se desmayan, viendo la sangre que llevan otros; mas yo, la verdad diciendo, de no comer me desmayo; que en esta prisión me veo, donde ya todos los días en el filósofo leo Nicomedes, y las noches en el concilio Niceno. Si llaman santo al callar, como en calendario nuevo San Secreto es para mí, pues le ayuno y no le huelgo; aunque está bien merecido el castigo que padezco, pues callé, siendo crïado, que es el mayor sacrilegio.

Ruido de cajas y gente, y dicen dentro

SOLDADO 1º: Ésta es la torre en que está. Echad la puerta en el suelo; entrad todos. CLARÍN: ¡Vive Dios! Que a mí me buscan, es cierto,

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pues que dicen que aquí estoy. ¿Qué me querrán?

Salen los soldados que pudieren

SOLDADO 1º: Entrad dentro. SOLDADO 2º: Aquí está. CLARÍN: No está. TODOS: Señor... CLARÍN: (¿Si vienen borrachos éstos?) Aparte SOLDADO 2º: Tú nuestro príncipe eres. Ni admitimos ni queremos sino al señor natural, y no príncipe extranjero. A todos nos da los pies. TODOS: ¡Viva el gran príncipe nuestro! CLARÍN: (¡Vive Dios, que va de veras! Aparte (Si es costumbre en este reino prender uno cada día y hacerle príncipe, y luego volverle a la torre? Sí, pues cada día lo veo; fuerza es hacer mi papel). TODOS: Danos tus plantas. CLARÍN: No puedo, porque las he menester para mí, y fuera defecto ser príncipe desplantado. SOLDADO º: Todos a tu padre mismo le dijimos que a ti solo por príncipe conocemos, no al de Moscovia. CLARÍN: ¿A mi padre le perdisteis el respeto? Sois unos tales por cuales. SOLDADO 1º: Fue lealtad de nuestros pechos. CLARÍN: Si fue lealtad, yo os perdono. SOLDADO 2º: Sal a restaurar tu imperio. ¡Viva Segismundo! TODOS: ¡Viva! CLARÍN: (¿Segismundo dicen? ¡Bueno! Aparte Segismundo llaman todos los príncipes contrahechos).

Sale SEGISMUNDO

SEGISMUNDO: ¿Quién nombra aquí a Segismundo? CLARÍN: (¡Mas que soy príncipe huero!) Aparte SOLDADO 2': (Quién es Segismundo? SEGISMUNDO: Yo. SOLDADO 2º: ¿Pues, cómo, atrevido y necio, tú te hacías Segismundo? CLARÍN: ¿Yo Segismundo? Eso niego,

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que vosotros fuisteis quien me segismundeasteis, luego vuestra ha sido solamente necedad y atrevimiento. SOLDADO 1º: Gran príncipe Segismundo --que las señas que traemos tuyas son, aunque por fe te aclamamos señor nuestro--, tu padre, el gran rey Basilio, temeroso que los cielos cumplan un hado, que dice que ha de verse a tus pies puesto, vencido de ti, pretende quitarte acción y derecho y dársela a Astolfo, duque de Moscovia. Para esto juntó su corte, y el vulgo, penetrando ya, y sabiendo que tiene rey natural, no quiere que un extranjero venga a mandarle. Y así, haciendo noble desprecio de la inclemencia del hado, te ha buscado donde preso vives, para que valido de sus armas, y saliendo de esta torre a restaurar tu imperial corona y cetro, se la quites a un tirano. Sal, pues; que en ese desierto, ejército numeroso de bandidos y plebeyos te aclama. La libertad te espera. Oye sus acentos. DENTRO: ¡Viva Segismundo, viva! SEGISMUNDO: ¿Otra vez? ¿Qué es esto cielos? ¿Queréis que sueñe grandezas que ha de deshacer el tiempo? ¿Otra vez queréis que vea entre sombras y bosquejos la majestad y la pompa desvanecida del viento? ¿Otra vez queréis que toque el desengaño os el riesgo a que el humano poder nace humilde y vive atento? Pues no ha de ser, no ha de ser. Miradme otra vez sujeto a mi fortuna; y pues sé que toda esta vida es sueño, idos, sombras, que fingís hoy a mis sentidos muertos cuerpo y voz, siendo verdad que ni tenéis voz ni cuerpo; que no quiero majestades

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fingidas, pompas no quiero, fantásticas ilusiones que al soplo menos ligero del aura han de deshacerse, bien como el florido almendro, que por madrugar sus flores, sin aviso y sin consejo, al primero soplo se apagan, marchitando y desluciendo de sus rosados capillos belleza, luz y ornamento. Ya os conozco, ya os conozco, y sé que os pasa lo mismo con cualquiera que se duerme; para mí no hay fingimientos; que, desengañado ya, sé bien que la vida es sueño. SOLDADO 2º: Si piensas que te engañamos, vuelve a ese monte soberbio los ojos, para que veas la gente que aguarda en ellos para obedecerte. SEGISMUNDO: Ya otra vez vi aquesto mesmo tan clara y distintamente como agora lo estoy viendo, y fue sueño. SOLDADO 2º: Cosas grandes siempre, gran señor, trujeron anuncios; y esto sería, si lo soñaste primero. SEGISMUNDO: Dices bien. Anuncio fue y caso que fuese cierto, pues la vida es tan corta, soñemos, alma, soñemos otra vez; pero ha de ser con atención y consejo de que hemos de despertar de este gusto al mejor tiempo; que llevándolo sabido, será el desengaño menos; que es hacer burla del daño adelantarle el consejo. Y con esta prevención, de que cuando fuese cierto, es todo el poder prestado y ha de volverse a su dueño, atrevámonos a todo. Vasallos, yo os agradezco la lealtad; en mí lleváis quien os libre, osado y diestro, de extranjera esclavitud. Tocad al arma, que presto veréis mi inmenso valor. Contra mi padre pretendo

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tomar armas, y sacar verdaderos a los cielos. Presto he de verle a mis plantas... (Mas si antes de esto despierto, Aparte (no ser bien no decirlo, supuesto que no he de hacerlo?) TODOS: ¡Viva Segismundo, viva!

Sale CLOTALDO

CLOTALDO: ¿Qué alboroto es éste, cielos? SEGISMUNDO: Clotaldo. CLOTALDO: Señor... (En mí Aparte su rigor prueba). CLARÍN: (Yo apuesto Aparte que le despeña del monte).

Vase CLARÍN

CLOTALDO: A tus reales plantas llego, ya sé que a morir. SEGISMUNDO: Levanta, levanta, padre, del suelo; que tú has de ser norte y guía de quien fíe mis aciertos; que ya sé que mi crïanza a tu mucha lealtad debo. Dame los brazos. CLOTALDO: ¿Qué dices? SEGISMUNDO: Que estoy soñando, y que quiero obrar bien, pues no se pierde obrar bien, aun entre sueños. CLOTALDO: Pues, señor, si el obrar bien es ya tu blasón, es cierto que no te ofenda el que yo hoy solicite lo mesmo. ¡A tu padre has de hacer guerra! Yo aconsejarte no puedo contra mi rey, ni valerte. A tus plantas estoy puesto; dame la muerte. SEGISMUNDO: ¡Villano, traidor, ingrato! (Mas, ¡cielos!, Aparte reportarme me conviene, que aún no sé si estoy despierto). Clotaldo, vuestro valor os envidio y agradezco. Idos a servir al rey que en el campo nos veremos. Vosotros, tocad al arma. CLOTALDO: Mil veces tus plantas beso. SEGISMUNDO: A reinar, Fortuna, vamos; no me despiertes, si duermo,

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y si es verdad, no me duermas. Mas, sea verdad o sueño, obrar bien es lo que importa. Si fuere verdad, por serlo; si no, por ganar amigos para cuando despertemos.

Vanse y tocan al arma

[Salón del palacio real]

Salen el rey BASILIO y ASTOLFO

BASILIO: ¿Quién, Astolfo, podrá parar prudente la furia de un caballo desbocado? ¿Quién detener de un río la corriente que corre al mar soberbio y despeñado? ¿Quién un peñasco suspender, valiente, de la cima de un monte desgajado? Pues todo fácil de parar ha sido y un vulgo no, soberbio y atrevido. Dígalo en bandos el rumor partido, pues se oye resonar en lo profundo de los montes el eco repetido; unos ¡Astolfo, y otros ¡Segismundo! El dosel de la jura, reducido a segunda intención, a horror segundo, teatro funesto es, donde importuna representa tragedias la Fortuna. ASTOLFO: Suspéndase, señor, el alegría; cese el aplauso y gusto lisonjero que tu mano feliz me prometía; que si Polonia, a quien mandar espero, hoy se resiste a la obediencia mía, es porque la merezca yo primero. Dadme un caballo, y de arrogancia lleno, rayo descienda el que blasona trueno.

Vase ASTOLFO

BASILIO: Poco reparo tiene lo infalible, y mucho riesgo lo previsto tiene; y si ha de ser, la defensa es imposible de quien la excusa más, más la previene. ¡Dura ley! ¡Fuerte caso! ¡Horror terrible! quien piensa que huye el riesgo, al riesgo viene; con lo que yo guardaba me he perdido; yo mismo, yo mi patria he destruído.

Sale ESTRELLA

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ESTRELLA: Si tu presencia, gran señor, no trata de enfrenar el tumulto sucedido, que de uno en otro bando se dilata, por las calles y plazas dividido, verás tu reino en ondas de escarlata nadar, entre la púrpura teñido de su sangre; que ya con triste modo, todo es desdichas y tragedias todo. Tanta es la ruina de tu imperio, tanta la fuerza del rigor duro y sangriento, que visto admira, y escuchado espanta; el sol se turba y se embaraza el viento; cada piedra un pirámide levanta, y cada flor construye un monumento; cada edificio es un sepulcro altivo, cada soldado un esqueleto vivo.

Sale CLOTALDO

CLOTALDO: ¡Gracias a Dios que vivo a tus pies llego! BASILIO: Clotaldo, ¿pues qué hay de Segismundo? CLOTALDO: Que el vulgo, monstruo despeñado y ciego, la torre penetró, y de lo profundo de ella sacó su príncipe, que luego que vio segunda vez su honor segundo, valiente se mostró, diciendo fiero que ha de sacar al cielo verdadero. BASILIO: Dadme un caballo, porque yo en persona vencer valiente a un hijo ingrato quiero; y en la defensa ya de mi corona, lo que la ciencia erró, venza el acero.

Vase el rey BASILIO

ESTRELLA: Pues yo al lado del sol seré Belona. Poner mi nombre junto al tuyo espero; que he de volar sobre tendidas alas a competir con la deidad de Palas.

Vase ESTRELLA, y tocan al arma. Sale ROSAURA y detiene a CLOTALDO

ROSAURA: Aunque el valor que se encierra en tu pecho, desde allí da voces, óyeme a mí, que yo sé que todo es guerra. Ya sabes que yo llegué pobre, humilde y desdichada a Polonia, y amparada de tu valor, en ti halle

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piedad; mandásteme, ¡ay cielos!, que disfrazada viviese en palacio, y pretendiese disimulando mis celos, guardarme de Astolfo. En fin, él me vio, y tanto atropella mi honor, que viéndome, a Estrella de noche habla en un jardín; de éste la llave he tomado, y te podré dar lugar de que en él puedas entrar a dar fin a mi cuidado. Aquí, altivo, osado y fuerte, volver por mi honor podrás, pues que ya resuelto estás a vengarme con su muerte. CLOTALDO: Verdad es que me incliné desde el punto que te vi, a hacer, Rosaura, por ti --testigo tu llanto fue-- cuanto mi vida pudiese. Lo primero que intenté quitarte aquel traje fue; porque, si Astolfo te viese, te viese en tu propio traje, sin juzgar a liviandad la loca temeridad que hace del honor ultraje. En este tiempo trazaba cómo cobrar se pudiese tu honor perdido, aunque fuese --tanto tu honor me arrestaba-- dando muerte a Astolfo. ¡Mira qué caduco desvarío! Si bien, no siendo rey mío, ni me asombra ni me admira. Darle pensé muerte, cuando Segismundo pretendió dármela a mí, y él llegó su peligro atropellando, a hacer en defensa mía muestras de su voluntad, que fueron temeridad pasando de valentía. Pues ¿cómo yo agora --advierte--, teniendo alma agradecida, a quien me ha dado la vida le tengo de dar la muerte? Y así, entre los dos partido el afecto y el cuidado, viendo que a ti te la he dado, y que de él la he recibido, no sé a qué parte acudir, no sé qué parte ayudar. Si a ti me obligué con dar,

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de él lo estoy con recibir, y así, en la acción ofrece, nada a mi amor satisface, porque soy persona que hace, y persona que padece. ROSAURA: No tengo que prevenir que en un varón singular, cuanto es noble acción el dar, es bajeza el recibir. Y este principio asentado, no has de estarle agradecido, supuesto que si él ha sido el que la vida te ha dado, y tú a mí, evidente cosa es que él forzó tu nobleza a que hiciese una bajeza, y yo una acción generosa. Luego estás de él ofendido, luego estás de mí obligado, supuesto que a mí me has dado lo que de él has recibido; y así debes acudir a mi honor en riesgo tanto, pues yo le prefiero, cuanto va de dar a recibir. CLOTALDO: Aunque la nobleza vive de la parte del que da, el agradecerle está de parte del que recibe; y pues ya dar he sabido, ya tengo con nombre honroso el nombre de generoso; déjame el de agradecido, pues le puedo conseguir siendo agradecido, cuanto liberal, pues honra tanto el dar como el recibir. ROSAURA: De ti recibí la vida, y tú mismo me dijiste, cuando la vida me diste, que la que estaba ofendida no era vida; luego yo nada de ti he recibido; pues vida no vida ha sido la que tu mano me dio. Y si debes ser primero liberal que agradecido --como de ti mismo he oído--, que me des la vida espero, que no me la has dado; y pues el dar engrandece más, sé antes liberal; serás agradecido después. CLOTALDO: Vencido de tu argumento antes liberal seré.

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Yo, Rosaura, te daré mi haciendo, y en un convento vive; que está bien pensado el medio que solicito; pues huyendo de un delito, te recoges a un sagrado, que cuando tan dividido, el reino desdichas siente, no he de ser quien las aumente, habiendo noble nacido. Con el remedio elegido soy con el reino leal, soy contigo liberal, con Astolfo, agradecido; y así escogerle te cuadre, quedándose entre los dos que no hiciera, ¡vive Dios!, más, cuando fuera tu padre. ROSAURA: Cuando tú mi padre fueras, sufriera esa injuria yo; pero no siéndolo, no. CLOTALDO: ¿Pues qué es lo que hacer esperas? ROSAURA: Matar al duque. CLOTALDO: ¿Una dama que padres no ha conocido, tanto valor ha tenido? ROSAURA: Sí. CLOTALDO: ¿Quién te alienta? ROSAURA: ¡Mi fama! CLOTALDO: Mira que a Astolfo has de ver... ROSAURA: Todo mi honor lo atropella. CLOTALDO: ...tu rey, y esposo de Estrella. ROSAURA: ¡Vive Dios, que no ha de ser! CLOTALDO: Es locura. ROSAURA: Ya lo veo. CLOTALDO: Pues véncela. ROSAURA: No podré. CLOTALDO: Pues perderás... ROSAURA: Ya lo sé. CLOTALDO: ...vida y honor. ROSAURA: Bien lo creo. CLOTALDO: ¿Qué intentas? ROSAURA: Mi muerte. CLOTALDO: Mira que ese es despecho. ROSAURA: Es honor. CLOTALDO: Es desatino. ROSAURA: Es valor. CLOTALDO: Es frenesí. ROSAURA: Es rabia, es ira. CLOTALDO: En fin, ¿que no se da medio a tu ciega pasión. ROSAURA: No. CLOTALDO: ¿Quién ha de ayudarte? ROSAURA: Yo.

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CLOTALDO: ¿No hay remedio? ROSAURA: No hay remedio. CLOTALDO: Piensa bien si hay otros modos... ROSAURA: Perderme de otra manera.

Vase ROSAURA

CLOTALDO: Pues si has de perderte, espera, hija, y perdámonos todos.

Vase CLOTALDO

[Campo]

Tocan y salen, marchando, soldados, CLARÍN y SEGISMUNDO, vestido de pieles

SEGISMUNDO: Si este día me viera Roma en los triunfos de su edad primera, ¡oh cuánto se alegrara viendo lograr una ocasión tan rara de tener una fiera que sus grandes ejércitos rigiera, a cuyo altivo aliento fuera poca conquista el firmamento! Pero el vuelo abatamos, espíritu; no así desvanezcamos aqueste aplauso incierto, si ha de pesarme cuando esté despierto, de haberlo conseguido para haberlo perdido; pues mientras menos fuere, menos se sentirá si se perdiere.

Dentro suena un clarín

CLARÍN: En un veloz caballo --perdóname, que fuerza es el pintallo en viniéndome a cuento--, en quien un mapa se dibuja atento, pues el cuerpo es la tierra, el fuego el alma que en el pecho encierra, la espuma el mar, el aire su suspiro, en cuya confusión un caos admiro; pues en el alma, espuma, cuerpo, aliento, monstruo es de fuego, tierra, mar y viento; de color remendado, rucio, y a su propósito rodado, del que bate la espuela;

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que en vez de correr, vuela; a tu presencia llega airosa una mujer. SEGISMUNDO: Su luz me ciega. CLARÍN: ¡Vive Dios, que es Rosaura!

Vase CLARÍN

SEGISMUNDO: El cielo a mi presencia la restaura.

Sale ROSAURA, con vaquero, espada y daga

ROSAURA: Generoso Segismundo, cuya majestad heroica sale al día de sus hechos de la noche de sus sombras; y como el mayor planeta, que en los brazos de la Aurora se restituye luciente a las flores y a las rosas, y sobre mares y montes, cuando coronado asoma, luz esparce, rayos brilla, cumbres baña, espumas borda; así amanezcas al mundo, luciente sol de Polonia, que a una mujer infelice, que hoy a tus plantas se arroja, ampares, por ser mujer y desdichada; dos cosas, que para obligar a un hombre que de valiente blasona, cualquiera de las dos basta, de las dos cualquiera sobra. Tres veces son las que ya me admiras, tres las que ignoras quién soy, pues las tres me has visto en diverso traje y forma. La primera me creíste varón, en la rigurosa prisión, donde fue tu vida de mis desdichas lisonja. La segunda me admiraste mujer, cuando fue la pompa de tu majestad un sueño, una fantasma, una sombra. La tercera es hoy, que siendo monstruo de una especie y otra, entre galas de mujer, armas de varón me adornan. Y porque, compadecido mejor mi amparo dispongas, es bien que de mis sucesos

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trágicas fortunas oigas. De noble madre nací en la corte de Moscovia, que, según fue desdichada, debió de ser muy hermosa. En ésta puso los ojos un traidor, que no le nombra mi voz por no conocerle, de cuyo valor me informa el mío; pues siendo objeto de su idea, siento agora no haber nacido gentil, para persuadirme, loca, a que fue algún dios de aquellos que en Metamorfosis lloran --lluvia de oro, cisne y toro-- Dánae, Leda y Europa. Cuando pensé que alargaba, citando aleves historias, el discurso, halle que en él te he dicho en razones pocas que mi madre, persuadida a finezas amorosas, fue, como ninguna, bella, y fue infeliz como todas. Aquella necia disculpa de fe y palabra de esposa la alcanza tanto, que aun hoy el pensamiento la cobra; habiendo sido un tirano tan Eneas de su Troya, que la dejó hasta la espada. Enváinese aquí su hoja, que yo la desnudaré antes que acabe la historia. De éste, pues, mal dado nudo que ni ata ni aprisiona, o matrimonio o delito, si bien todo es una cosa, nací yo tan parecida, que fui un retrato, una copia, ya que en la hermosura no, en la dicha y en las obras; y así, no habré menester decir que, poco dichosa, heredera de fortunas, corrí con ella una propia. Lo más que podré decirte de mí, es el dueño que roba los trofeos de mi honor, los despojos de mi honra. Astolfo... ¡ay de mí!, al nombrarle se encoleriza y se enoja el corazón, propio efecto de que enemigo se nombra.

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Astolfo fue el dueño ingrato que, olvidado de las glorias --porque en un pasado amor se olvida hasta la memoria--, vino a Polonia llamado de su conquista famosa, a casarse con Estrella, que fue de mi ocaso antorcha. ¿Quién creerá que habiendo sido una estrella quien conforma dos amantes, sea una Estrella la que los divida agora? Yo ofendida, yo burlada, quedé triste, quedé loca, quedé muerta, quedé yo, que es decir, que quedó toda la confusión del infierno cifrada en mi Babilonia; y declarándome muda, porque hay penas y congojas que las dicen los afectos mucho mejor que la boca, dije mis penas callando, hasta que una vez a solas, Violante, mi madre, ¡ay cielos!, rompió la prisión, y en tropa del pecho salieron juntas, tropezando unas con otras. No me embaracé en decirlas; que en sabiendo una persona que, a quien sus flaquezas cuenta, ha sido cómplice en otras, parece que ya le hace la salva y le desahoga; que a veces el mal ejemplo sirve de algo. En fin, piadosa oyó mis quejas, y quiso consolarme con las propias; juez que ha sido delincuente, ¡qué fácilmente perdona!, y escarmentando en sí misma, y por negar a la ociosa libertad, al tiempo fácil, el remedio de su honra, no le tuvo en mis desdichas; por mejor consejo toma que le siga, y que le obligue, con finezas prodigiosas, a la deuda de mi honor; y para que a menos cosa fuese, quiso mi fortuna que en traje de hombre me ponga. Descolgó una antigua espada, que es ésta que ciño. Agora es tiempo que se desnude,

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como prometí, la hoja, pues confïada en sus señas, me dijo, "Parte a Polonia, y procura que te vean ese acero que te adorna, los más nobles; que en alguno podrá ser que hallen piadosa acogida tus fortunas, y consuelo tus congojas." Llegué a Polonia, en efecto; pasemos, pues que no importa el decirlo, y ya se sabe, que un bruto que se desboca me llevó a tu cueva, adonde tú de mirarme te asombras. Pasemos que allí Clotaldo de mi parte se apasiona, que pide mi vida al rey, que el rey mi vida le otorga, que, informado de quién soy, me persuade a que me ponga mi propio traje, y que sirva a Estrella, donde ingeniosa estorbé el amor de Astolfo y el ser Estrella su esposa. Pasemos que aquí me viste otra vez confuso, y otra con el traje de mujer confundiste entrambas formas; y vamos a que Clotaldo, persuadido a que le importa que se casen y que reinen Astolfo y Estrella hermosa, contra mi honor me aconseja que la pretensión deponga. Yo, viendo que tú, ¡oh valiente Segismundo!, a quien hoy toca la venganza, pues el cielo quiere que la cárcel rompas de esa rústica prisión, donde ha sido tu persona al sentimiento una fiera, al sufrimiento una roca, las armas contra tu patria y contra tu padre tomas, vengo a ayudarte, mezclando entre las galas costosas de Dïana, los arneses de Palas, vistiendo agora, ya la tela y ya el acero, que entrambos juntos me adornan. Ea, pues, fuerte caudillo, a los dos juntos importa impedir y deshacer estas concertadas bodas:

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a mí, porque no se case el que mi esposo se nombra, y a ti, porque estando juntos sus dos estados, no pongan con más poder y más fuerza en duda nuestra victoria. Mujer, vengo a persuadirte al remedio de mi honra; y varón, vengo a alentarte a que cobres tu corona. Mujer, vengo a enternecerte cuando a tus plantas me ponga, y varón, vengo a servirte cuando a tus gentes socorra. Mujer, vengo a que me valgas en mi agravio y mi congoja, y varón, vengo a valerte con mi acero y mi persona. Y así, piensa que si hoy como a mujer me enamoras, como varón te daré la muerte en defensa honrosa de mi honor; porque he de ser, en su conquista amorosa, mujer para darte quejas, varón para ganar honras.

SEGISMUNDO: (Cielos, si es verdad que sueño, Aparte suspendedme la memoria, que no es posible que quepan en un sueño tantas cosas. ¡Válgame Dios, quién supiera, o saber salir de todas, o no pensar en ninguna! ¿Quién vio penas tan dudosas: Si soñé aquella grandeza en que me vi, ¿cómo agora esta mujer me refiere unas señas tan notorias? Luego fue verdad, no sueño; y si fue verdad --que es otra confusión y no menor--, ¿cómo mi vida le nombra sueño? Pues, ¿tan parecidas a los sueños son las glorias, que las verdaderas son tenidas por mentirosas, y las fingidas por ciertas? ¡Tan poco hay de unas a otras que hay cuestión sobre saber si lo que se ve y se goza es mentira o es verdad!

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¿Tan semejante es la copia al original, que hay duda en saber si es ella propia? Pues si es así, y ha de verse desvanecida entre sombras la grandeza y el poder, la majestad, y la pompa, sepamos aprovechar este rato que nos toca, pues sólo se goza en ella lo que entre sueños se goza. Rosaura está en mi poder; su hermosura el alma adora; gocemos, pues, la ocasión; el amor las leyes rompa del valor y confïanza con que a mis plantas se postra. Esto es sueño; y pues lo es, soñemos dichas agora, que después serán pesares. Mas ¡con mis razones propias vuelvo a convencerme a mí! Si es sueño, si es vanagloria, ¿quién por vanagloria humana pierde una divina gloria? ¿Qué pasado bien no es sueño? ¿Quién tuvo dichas heroicas que entre sí no diga, cuando las revuelve en su memoria: "sin duda que fue soñado cuanto vi?" Pues si esto toca mi desengaño, si sé que es el gusto llama hermosa, que la convierte en cenizas cualquiera viento que sopla, acudamos a lo eterno; que es la fama vividora donde ni duermen las dichas, ni las grandezas reposan. Rosaura está sin honor; más a un príncipe le toca el dar honor que quitarle. ¡Vive Dios!, que de su honra he de ser conquistador, antes que de mi corona. Huyamos de la ocasión, que es muy fuerte).

A un soldado

¡Al arma toca que hoy de dar la batalla, antes que a las negras sombras sepulten los rayos de oro

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entre verdinegras ondas. ROSAURA: ¡Señor! ¿Pues así te ausentas? ¿Pues ni una palabra sola no te debe mi cuidado, ni merece mi congoja? ¿Cómo es posible, señor, que ni me miras ni oigas? ¿Aun no me vuelves el rostro? SEGISMUNDO: Rosaura, al honor le importa, por ser piadoso contigo, ser crüel contigo agora. No te responde mi voz, porque mi honor te responda; no te hablo, porque quiero que te hablen por mí mis obras; ni te miro, porque es fuerza, en pena tan rigurosa, que no mire tu hermosura quien ha de mirar tu honra.

Vase SEGISMUNDO

ROSAURA: ¿Qué enigmas, cielos, son éstas? Después de tanto pesar, ¡aun me queda que dudar con equívocas respuestas!

Sale CLARÍN

CLARÍN: ¿Señora, es hora de verte? ROSAURA: ¡Ay, Clarín! ¿Dónde has estado? CLARÍN: En una torre encerrado brujuleando mi muerte, si me da, o no me da; y a figura que me diera pasante quínola fuera mi vida; que estuve ya para dar un estallido. ROSAURA: ¿Por qué? CLARÍN: Porque sé el secreto de quién eres, y en efeto,

Dentro cajas

Clotaldo... ¿Pero qué ruido es éste? ROSAURA: Qué puede ser? CLARÍN: Que del palacio sitiado sale un escuadrón armado a resistir y vencer el del fiero Segismundo. ROSAURA: ¿Pues cómo cobarde estoy,

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y ya a su lado no soy un escándalo del mundo, cuando ya tanta crueldad cierra sin orden ni ley?

Vase ROSAURA. Hablan dentro

UNOS: ¡Vive nuestro invicto rey! OTROS: ¡Viva nuestra libertad! CLARÍN: ¡La libertad y el rey vivan! Vivan muy enhorabuena; que a mí nada me da pena como en cuenta me reciban, que yo, apartado este día en tan grande confusión, haga el papel de Nerón, que de nada se dolía. Si bien me quiero doler de algo, y ha de ser de mí; escondido desde aquí toda la fiesta he de ver. El sitio es oculto y fuerte entre estas peñas. Pues ya la muerte no me hallará, ¡dos higas para la muerte!

Escóndese, suena ruido de armas. Salen el rey BASILIO, CLOTALDO y ASTOLFO huyendo

BASILIO: ¿Hay más infelice rey? ¿Hay padre más perseguido? CLOTALDO: Ya tu ejército vencido baja sin tino ni ley. ASTOLFO: Los traidores vencedores quedan. BASILIO: En batallas tales los que vencen son leales, los vencidos, los traidores. Huyamos, Clotaldo, pues, del crüel, del inhumana rigor de un hijo tirano.

Disparan dentro y cae CLARÍN, herido, de donde está

CLARÍN: ¡Válgame el cielo! ASTOLFO: ¿Quién es este infelice soldado, que a nuestros pies ha caído en sangre todo teñido? CLARÍN: Soy un hombre desdichado, que por quererme guardar

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de la muerte, la busqué. Huyendo de ella, topé con ella, pues no hay lugar para la muerte secreto; de donde claro se arguye que quien más su efecto huye, es quien se llega a su efeto. Por eso tornad, tornad a la lid sangrienta luego; que entre las armas y el fuego hay mayor seguridad que en el monte más guardado; que no hay seguro camino a la fuerza del destino y a la inclemencia del hado; y así, aunque a libraros vais de la muerte con huír. ¡Mirad que vais a morir, si está de Dios que muráis!

Cae dentro

BASILIO: "¡Mirad que vais a morir si está de Dios que muráis!" Qué bien, ¡ay cielos!, persuade nuestro error, nuestra ignorancia a mayor conocimiento este cadáver que habla por la boca de una herida siendo el humor que desata sangrienta lengua que enseña que son diligencias vanas del hombre cuantas dispone contra mayor fuerza y causa! Pues yo, por librar de muertes y sediciones mi patria, vine a entregarle a los mismos de quien pretendí librarla. CLOTALDO: Aunque el hado, señor, sabe todos los caminos, y halla a quien busca entre los espeso de las peñas, no es cristiana determinación decir que no hay reparo a su saña. Sí hay, que el prudente varón victoria del hado alcanza; y si no estás reservado de la pena y la desgracia, haz por donde te reserves. ASTOLFO: Clotaldo, señor, te habla como prudente varón que madura edad alcanza; yo, como joven valiente. Entre las espesas ramas

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de ese monte está un caballo, veloz aborto del aura; huye en él, que yo entretanto te guardaré las espaldas. BASILIO: Si está de Dios que yo muera, o si la muerte me aguarda aquí, hoy la quiero buscar, esperando cara a cara.

Tocan al arma y sale SEGISMUNDO y toda la compañía

SEGISMUNDO: En lo intricado del monte, entre sus espesas ramas, el rey se esconde. ¡Seguidle! No quede en sus cumbres planta que no examine el cuidado, tronco a tronco, y rama a rama. CLOTALDO: ¡Huye, señor! BASILIO: ¿Para qué? ASTOLFO: ¿Qué intentas? BASILIO: Astolfo, aparta. CLOTALDO: ¿Qué quieres? BASILIO: Hacer, Clotaldo, un remedio que me falta.

A SEGISMUNDO

Si a mí buscándome vas, ya estoy, príncipe, a tus plantas. Sea de ellas blanca alfombra esta nieve de mis canas. Pisa mi cerviz y huella mi corona; postra, arrastra mi decoro y mi respeto; toma de mi honor venganza, sírvete de mí cautivo; y tras prevenciones tantas, cumpla el hado su homenaje, cumpla el cielo su palabra. SEGISMUNDO: Corte ilustre de Polonia, que de admiraciones tantas sois testigos, atended, que vuestro príncipe os habla. Lo que está determinado del cielo, y en azul tabla Dios con el dedo escribió, de quien son cifras y estampas tantos papeles azules que adornan letras doradas; nunca engañan, nunca mienten, porque quien miente y engaña es quien, para usar mal de ellas, las penetra y las alcanza.

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Mi padre, que está presente, por excusarse a la saña de mi condición, me hizo un bruto, una fiera humana; de suerte que, cuando yo por mi nobleza gallarda, por mi sangre generosa, por mi condición bizarra hubiera nacido dócil y humilde, sólo bastara tal género de vivir, tal linaje de crïanza, a hacer fieras mis costumbres; ¡qué buen modo de estorbarlas! Si a cualquier hombre dijesen "Alguna fiera inhumana te dará muerte," ¿escogiera buen remedio en despertallas cuando estuviesen durmiendo? Si dijeras: "Esta espada que traes ceñida, ha de ser quien te dé la muerte," vana diligencia de evitarlo fuera entonces desnudarla, y ponérsela a los pechos. Si dijesen: "Golfos de agua han de ser tu sepultura en monumentos de plata," mal hiciera en darse al mar, cuando, soberbio, levanta rizados montes de nieve, de cristal crespas montañas. Lo mismo le ha sucedido que a quien, porque le amenaza una fiera, la despierta; que a quien, temiendo una espada la desnuda; y que a quien mueve las ondas de la borrasca. Y cuando fuera --escuchadme-- dormida fiera mi saña, templada espada mi furia, mi rigor quieta bonanza, la Fortuna no se vence con injusticia y venganza, porque antes se incita más; y así, quien vencer aguarda a su fortuna, ha de ser con prudencia y con templanza. No antes de venir el daño se reserva ni se guarda quien le previene; que aunque puede humilde --cosa es clara-- reservarse de él, no es sino después que se halla en la ocasión, porque aquésta

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no hay camino de estorbarla. Sirva de ejemplo este raro espectáculo, esta extraña admiración, este horror, este prodigio; pues nada es más, que llegar a ver con prevenciones tan varias, rendido a mis pies a mi padre y atropellado a un monarca. Sentencia del cielo fue; por más que quiso estorbarla él, no pudo; ¿y podré yo que soy menor en las canas, en el valor y en la ciencia, vencerla? Señor, levanta. Dame tu mano, que ya que el cielo te desengaña de que has errado en el modo de vencerle, humilde aguarda mi cuello a que tú te vengues; rendido estoy a tus plantas. BASILIO: Hijo, que tan noble acción otra vez en mis entrañas te engendra, príncipe eres. A ti el laurel y la palma se te deben; tú venciste; corónente tus hazañas. TODOS: ¡Viva Segismundo, viva! SEGISMUNDO: Pues que ya vencer aguarda mi valor grandes victorias, hoy ha de ser la más alta vencerme a mí. --Astolfo dé la mano luego a Rosaura, pues sabe que de su honor es deuda, y yo he de cobrarla. ASTOLFO: Aunque es verdad que la debo obligaciones, repara que ella no sabe quién es; y es bajeza y es infamia casarme yo con mujer... CLOTALDO: No prosigas, tente, aguarda; porque Rosaura es tan noble como tú, Astolfo, y mi espada lo defenderá en el campo; que es mi hija, y esto basta. ASTOLFO: ¿Qué dices? CLOTALDO: Que yo hasta verla casada, noble y honrada, no la quise descubrir. La historia de esto es muy larga; pero, en fin, es hija mía. ASTOLFO: Pues, siendo así, mi palabra cumpliré. SEGISMUNDO: Pues, porque Estrella no quede desconsolada,

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viendo que príncipe pierde de tanto valor y fama, de mi propia mano yo con esposo he de casarla que en méritos y fortuna si no le excede, le iguala. Dame la mano. ESTRELLA: Yo gano en merecer dicha tanta. SEGISMUNDO: A Clotaldo, que leal sirvió a mi padre, le aguardan mis brazos, con las mercedes que él pidiere que le haga. SOLDADO 1º: Si así a quien no te ha servido honras, ¿a mí, que fui causa del alboroto del reino, y de la torre en que estabas te saqué, qué me darás? SEGISMUNDO: La torre; y porque no salgas de ella nunca, hasta morir has de estar allí con guardas; que el traidor no es menester siendo la traición pasada. BASILIO: Tu ingenio a todos admira. ASTOLFO: ¡Qué condición tan mudada! ROSAURA: ¡Qué discreto y qué prudente! SEGISMUNDO: ¿Qué os admira? ¿Qué os espanta, si fue mi maestro un sueño, y estoy temiendo, en mis ansias, que he de despertar y hallarme otra vez en mi cerrada prisión? Y cuando no sea, el soñarlo sólo basta; pues así llegué a saber que toda la dicha humana, en fin, pasa como sueño, y quiero hoy aprovecharla el tiempo que me durare, pidiendo de nuestras faltas perdón, pues de pechos nobles es tan propio el perdonarlas.