Tarahumaras
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YOLA SIERRAKARY VAZQUEZ
YOLA VIGUERIAS.
CULTO A LOS MUERTOSCULTO A LOS MUERTOSTARAHUMARASTARAHUMARAS
Chihuahua, MéxicoChihuahua, México
Para los tarahumaras la muerte no es el fin de la existencia si no
un incidente de transición para una
vida mejor.
LA MUERTE NO REPRESENTA OCASIÓN DE DOLOR O
SENSACIÓN DE PÉRDIDA.
En los panteones las tumbas de los indígenas apenas son reconocidas por una sencilla cruz, no instalan lapidas en
las tumbas, ni realizan ceremonias religiosas al momento de enterrar los
cadáveres o cultos posteriores como la visita anual de los muertos.
En la vejez, el tarahumara vive en una casa separada, a donde sus hijos le llevan presentes de comida y ropa;
cuando muere, se le incinera en alguna cueva o en un cementerio (si es que
esta bautizado) y se hacen complicadas ceremonias para que su alma viaje sin
tropiezo.
Una vez fallecido el ser querido se entierra al día siguiente de su muerte posteriormente se realizan los rituales
mortuorios donde cada persona muerta se representa con una pequeña cruz de madera llamada “cruz de los muertos”.
Tan arraigada está en los tarahumaras la idea de la inmortalidad, que la muerte no es para ellos,
sino un cambio de forma. Pero temen a los muertos, pues creen que se complacen en causar
daños a los vivos.
Los rarámuri en una primera etapa colocan al muerto en una cama de ceniza, envuelto en una cobija, el primer animal que pisa la ceniza
es en lo que se convertirá. Luego le colocan piedras encima y
plantas en una segunda etapa.
Durante la primera noche encienden fuego los dolientes, cerca de la fosa. Se dejan su bolsa de cuero y tres pequeños bules con frijoles. A la izquierda de la cabeza se le ponen tres mazorcas y un jarro de tesgüino, su arco y sus flechas, en una palabra todo lo que poseía.
Las sandalias del muerto, su violín y las vasijas en que acostumbraba tomar su comida se guardan en un lugar aparte durante un año, esto es hasta que se ha hecho la
última función en honor al muerto; enseguida el curandero y los otros hombres se llevan por la noche
dichos objetos para enterrarlos en cualquier lugar, menos con el difunto.
Se considera también que la muerte es una experiencia individual porque al final de cuentas morimos solos; sin embargo, en la mayoría de las sociedades éste es un acontecimiento social y, por lo tanto, se pone en práctica una serie de deberes familiares y comunitarios que en muchos casos es indispensable cumplir.
Al tercer día del fallecimiento, los parientes comienzan a disponer para el muerto el primer convite, que se celebra dentro de los quince días, para el que se matan dos ovejas o cabras, cuyos pulmones, corazón y tráquea se cuelgan de un palo en el exterior de la cueva sepulcral.
A sus muertos continúan dejándoles comida para el viaje sin retorno y les "ayudan" a subir al cielo mediante la celebración de tres o cuatro
fiestas, según si el difunto es hombre o mujer. Onorúame, Dios padre-madre, cuando creó a los Rarámuris, le dio tres almas grandes a los
hombres y cuatro a las mujeres.
A ellas les dio una más, por ser las dadoras de vida. Las que trasmiten el aliento divino. Por eso, la ceremonia de presentación de un niño a Onorúame se hace a los tres días de su nacimiento y a los cuatro, si es niña. Por eso cuando muere un Rarámuri se hacen tres
fiestas para ayudarlo en su camino y cuatro cuando muere una mujer.
Otras celebraciones dignas de mención son las de nutema, que viene de nuté, “alimentar”, dedicadas a los parientes recientemente muertos. Se realizan para darles comida en
su largo viaje hacia ripá (“arriba”). Igualmente importantes son las que se llevan a cabo cuando se entierra a un difunto
o chuwé,
En varias comunidades rarámuris de la Alta y Baja Tarahumara, centraremos
la atención en el jícuri el bacánowa, manifestaciones culturales de carácter
generalmente propiciatorio que, junto con el yúmari, constituyen los rituales
esenciales que marcan la religiosidad rarámuri, la manera propia de interpretar los
acontecimientos, de entender el mundo y actuar ante él. y en la
muerte.
Jícuri y bacánowa sonambos rituales propiciatorios destinados fundamentalmente a curar o proteger a
quienes así lo desean y participan del círculo sagrado, o bien a liberar el espíritu de
quien fallece y ha tenido relación con él, para que su alma suba al cielo. Funciones
pues, benefactoras, orientadas a procurar un mejor bienestar en la vida