Taller 1 - Viento Seco
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TALLER 1 (VIENTO SECO) – Marzo 11 - 2013Tendencias Narrativas en Colombia IProfesor: Oscar Osorio
LO QUE HAY MÁS ALLÁ DEL VIENTO SECO
Los muchachos y muchachas de mi generación, ya no tan muchachos y
poco conscientes de que fuimos o somos una generación, hemos tenido
distintos acercamientos a la época que los historiadores y sociólogos
denominan la Violencia, con mayúscula. En algunos casos, como el mío,
se sabe de ella a través de los relatos de los mayores1 que sí la vivieron;
en otros casos, a partir de los testimonios encontrados en proyectos de
investigación y producción que inicialmente nada tenían que ver con el
tema pero que surgieron en medio de la dinámica2; igualmente los
relatos que los profes de primaria en un primer momento, y de
secundaria años más tarde, hacían cuando por currículo tenían que
tratar el tema; en otros casos, la información llegaba en el marco de
algunas tertulias de gente más vieja en la que por cosas del destino
pudimos participar. Encontrarse entonces con un relato como Viento
Seco de Daniel Caicedo de alguna forma no nos conmueve tanto en
torno a las atrocidades de la violencia, pero si nos despierta preguntas
dormidas tiempo atrás y que indagan más sobre la naturaleza y el
sentido de este conflicto que sobre sus formas de expresión.
Y decir que no nos conmueve no implica insensibilidad. Me refiero a que
la deshumanización de ese conflicto ha sido narrada tanto y de tantas
formas, que es poco lo que puede mover nuestra capacidad de asombro:
los distintos cortes sobre el cuerpo humano, la incineración, la muerte
heredada a las futuras descendencias, los vejámenes sexuales que 1 A mi padre, hombre negro liberal y maestro de albañilería, un grupo de “godos” armados, haciéndose pasar por liberales, lo quisieron obligar a que lanzara un “viva” al partido rojo y tener una excusa válida para acribillarlo; un jefe conservador a quien él le arreglaba su casa lo salvó, eximiéndolo de la responsabilidad de la arenga pública.2 Me refiero al caso en el que haciendo un trabajo de producción documental audiovisual sobre la locura en el Cotolengo de Jamundí, nos encontramos a un anciano peluquero abandonado en ese sitio ante la desaparición forzada de toda su familia en un evento similar a la masacre de Ceylan que relata Daniel Caicedo.
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acompañan los ajusticiamientos, en fin, todo lo que aparece en Viento
Seco de alguna manera, ya lo sabíamos3. Lo que no sabemos y
seguimos sin saber con precisión, es esa serie de razones que llevaron a
que tantos hombres y mujeres fueran matados con tanta saña, como si
fueran lo peor del mundo o como si sus faltas contra la humanidad, no
tuvieran ni siquiera el derecho al perdón de Dios. Es ahí donde el texto
de Alberto Valencia, entra a mediar un poco y a ofrecer ciertas luces que
sin ser una respuesta contundente, brinda pistas para llegar a una
comprensión más cercana.
Por ejemplo, el primer hallazgo sirve para derrumbar el mito que dice
que hubo un partido perverso y un partido víctima. Valencia asegura que
las muertes violentas las sufrieron ambos partidos, que igual había
detectives en un lado como matones en el otro. La mayoría de relatos,
incluido el texto de Caicedo, pintan una violencia atroz unidireccional4.
Hasta ahora, ese mito estaba institucionalizado en mi persona de tal
forma que se me inculcó una verdad adicional a gritos: los hombres
negros, como yo, no pueden ser conservadores por respeto a los miles
de muertos que dejaron los pájaros y en honor a que fue un liberal, José
Hilario López, quien finalmente ordenó la abolición de la esclavitud5.
Otro elemento importante que toma cuerpo con los aportes del texto,
tiene que ver con la presencia y la actuación de instituciones como el
Estado y la Iglesia, que en muchos de estos relatos brillan por su
ausencia, dándole al contexto una especie de matiz de ciudad sin ley.
Valencia expresa, por un lado, la ausencia del Estado en su papel de
apaciguador de los ánimos y en la búsqueda de unidad entre unos
partidos que se estaban auto-exterminando; y por el lado de la Iglesia en
3 Además se ha actualizado con los horrores que Molano relata cuando escribe las crónicas sobre el actuar de los paramilitares en los campos colombianos, en los episodios de nuestra reciente historia.4 El relato documental “Pájaros” de Oscar Campo, por ejemplo, centra su cuento en el testimonio de uno de los tantos “pájaros” matones.5 A esta máxima se unían otras dos sentencias como la de no poder ser homosexual ni ser seguidor del Deportivo Cali (por aquello de que era el equipo de los barrios ricos), pero estas no vienen al caso.
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cambio, una actuación que estuvo más en dirección contraria: alentando
el conflicto en aras de una suerte de guerra santa que libró casi sin usar
las manos más allá que para bendecir lo maldito.
Otro mito generalizado que Valencia pone en duda con su escrito, es
aquel que endosa los conflictos armados a las clases populares y con
menor acceso a la educación. Es decir, el texto plantea como la
Violencia no era una lucha de clases ni un conflicto por intereses
netamente económicos. Ni siquiera políticos en el sentido estricto del
término6. Valencia da cuenta de una lucha transversal a todas las
instancias de la sociedad con una génesis mucho más puntual, pero a la
vez, más nebulosa: el sentimiento de arraigo a unas banderas.
Adscripción a las que en muchos casos no respaldaba una ideología
clara en términos de conocer la filosofía fundacional de estos partidos;
banderas de colores heredados y que se asumen por naturaleza, sin
indagar por ellas, sin cuestionarlas. Algo de lo que Valencia denomina la
simbología impuesta a una nación, que fuera sembrada por los partidos
y que han generado y determinado en Colombia formas de ver y asumir
la vida en ámbitos distantes a la misma política: la familia y la vecindad,
por ejemplo, que se ven afectadas por lo establecido en los partidos; y
no solo en esta época violenta retratada en el escrito de Daniel Caicedo,
en la que en medio de la masacre el rival pierde su historia, su
humanidad, el nivel de afecto que por él se haya podido sentir y los
lazos de solidaridad pasada, sino también en los recientes eventos de la
historia nacional en la que nuevas banderas con nuevas caras, están
determinando la polarización de una nación condenada eternamente a
la división7.
A manera de pequeña conclusión, hay que decir que la Violencia, esta
entidad a la que, como lo plantea Valencia, se le da vida propia y se le 6 Se mata por pertenecer o no a un partido político, pero no por su pensamiento político. Suena extraño, pero es así.7 Recuérdese los procesos de polarización que al interior de los espacios comunes y de los hogares estableció el fenómeno del uribismo.
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atribuye un protagonismo que anula en el discurso a los propios sujetos
actantes de la misma, tiene en su naturaleza generadora elementos
que están lejos de ser entendidos sin un profundo análisis y con altos
riesgos de caer en el facilismo de explicarla desde las causas más
comunes o evidentes: tenencia de tierras, choques ideológicos,
conflictos raciales, etc. Explicarla es una tarea que está aún por
realizarse, sin embargo, creemos que los aportes de Valencia no solo
dan una luz para ampliar la perspectiva y la posibilidad de
interpretación, sino que incluso pueden ser extrapolados a otros
fenómenos más actuales, más urgentes y si se quiere más delicados: las
llamadas barras bravas por ejemplo, donde el otro, vestido del color
contrario pierde fácilmente su condición de ser humano, su identidad,
los lazos de familiaridad y fraternidad generados en otros espacios, la
humanidad y de una manera “aparentemente” irracional, se convierte
en el objeto de desfogue de las rabias y motivaciones criminales que
surgen por la simple adscripción a un equipo determinado; membrecía
roja, verde, blanca o blaugrana, que se hereda o a la que se llega por
contagio y en la que el otro, como en la Violencia, pierde el nombre y su
valor, y se vuelve un trapo al que hay que eliminar, simplemente porque
así debe ser.
JORGE CAICEDO Código 1200754
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