Tabares, Antonio-La Punta Del Iceberg

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La punta del iceberg Antonio Tabares 1

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La punta del iceberg

Antonio Tabares

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PERSONAJES

Sofía Cuevas

Carlos Fresno

Gabriela Benassar

Jaime Salas

Alejandro García

Carmelo Luis

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1.

(En el despacho. Sofía fuma junto a la ventana. Entra Carlos Fresno.)

Fresno. En este edificio no está permitido fumar.

Sofía. (Apaga precipitadamente el cigarrillo y agita el humo con la mano.) Lo sé. Lo siento.

Fresno. Las normas son estrictas.

Sofía. Lo siento. No he podido evitarlo. Por más que trato de dejarlo no lo consigo. Lo he intentado unas cinco o seis veces pero siempre caigo de nuevo.

Fresno. ¿Falta de voluntad?

Sofía. Absolutamente. Pero sólo con el tabaco. Soy Sofía Cuevas.

Fresno. La esperábamos. Carlos Fresno. Hablamos ayer.

Sofía. Me alegro de conocerle. En Madrid se habla mucho de usted. Estamos muy satisfechos con el rendimiento del Centro en estos años. Muy satisfechos.

Fresno. ¿Pero…?

Sofía. ¿Pero…?

Fresno. Siempre hay un ‘pero’.

Sofía. Bueno. De pronto surge todo esto y estamos desconcertados. Hasta ahora habíamos oído hablar de casos así en Francia, en Japón… pero, ¿aquí? Sinceramente, no estamos acostumbrados a esto. Imagino que para usted estará resultando especialmente duro.

Fresno. No. ¿Por qué?

(Silencio.)

Sofía. He concertado unas pocas entrevistas con los colaboradores más directos. Me gustaría llevar este tema con cierta discreción.

Fresno. ¿Discreción? Todo el Centro sabe que está aquí. Es usted el principal tema de conversación desde ayer. Algunos piensan que es policía. (Ríe.)

Sofía. Vaya. Hubiese preferido pasar desapercibida.

Fresno. Es difícil con tanto revuelo. Pero no se preocupe. Haga su trabajo. No la molestarán.

Sofía. ¿Cómo se explica lo sucedido?

Fresno. (Se encoge de hombros.) ¿Un cúmulo de fatalidades?

Sofía. ¡Fatalidades!

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Fresno. La crisis, problemas familiares, depresión… qué se yo. ¿Quién sabe lo que pasa por la mente de un hombre para llegar a eso?

Sofía. Sí, pero no se trata de un hombre. ¿Podemos sentarnos? (Fresno la invita a sentarse con un gesto. Sofía consulta unos papeles.) Marcelo Miralles, 39 años, ingeniero. Casado. Su mujer esperaba un hijo que, si no me equivoco, ha perdido. Desde hacía ocho meses trabajaba en el proyecto Iceberg.

Fresno. Ese pequeño cabrón sigue dándonos problemas.

Sofía. ¿Perdón?

Fresno. El Iceberg. Hay algún problema de fiabilidad con el prototipo. Los ingenieros no terminan de encontrar la causa. El proyecto lleva semanas de retraso. Pero cumpliremos los plazos. Seguro.

Sofía. El 27 de octubre se arrojó al vacío desde el séptimo piso de este mismo edificio.

Fresno. Fue terrible. Sí.

Sofía. Varios trabajadores que lo vieron necesitaron ayuda psicológica.

Fresno. La compañía asumió ese coste.

Sofía. Uno de los que precisaron de esa ayuda fue Andrés Miró, técnico informático de 44 años, casado. Tres hijos. Asociado desde septiembre al proyecto del nuevo Argos.

Fresno. Un diseño exclusivo. El mejor de la gama, sin duda.

Sofía. Andrés Miró fue encontrado muerto en el estanque de captación de aguas de la fábrica.

(Fresno guarda silencio.)

Sofía. Eso fue el 24 de enero. El 16 de febrero, Eduardo Rus, técnico coordinador del nuevo Osiris, se quitó la vida en los lavabos ahorcándose con su propio cinturón. Tenía 37 años. Estaba casado y, según consta aquí, iba a ser ascendido en un par de meses. (Pausa.) Esto no puede ser un cúmulo de fatalidades. ¿Qué está pasando?

Fresno. ¿Qué?

Sofía. ¿Por qué se suicida la gente en este centro?

Fresno. La gente no se suicida “en este centro”.

Sofía. ¿Ah, no?

Fresno. No. La gente se suicida. En este centro y en cualquier otro lugar del mundo.

Sofía. Eduardo Rus dejó escrita una carta.

Fresno. Lo sé.

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Sofía. En Madrid no les gusta que la compañía aparezca en los medios de comunicación si no es porque se ha disparado el índice de cotización en bolsa o se ha ganado una carrera de fórmula uno.

Fresno. Los periodistas. Con tal de buscar un titular a cuatro columnas son capaces de hablar de “ola de suicidios” y disparates por el estilo.

Sofía. Ha habido tres casos en cinco meses.

Fresno. ¿Y qué? ¿Sabe cuál es la tasa de suicidios en este país? 25,9 al año por cada cien mil habitantes. Sólo nos superan los finlandeses. El suicidio es la principal causa de mortalidad entre los 30 y los 60 años, por encima de los accidentes de tráfico. Nosotros hemos tenido tres casos. Estamos en un promedio de 25 por cada cien mil. 0’9 puntos por debajo de la media.

Sofía. Si no me equivoco, el año pasado hubo dos intentos frustrados.

Fresno. Entonces estaríamos hablando de cinco casos en dos años. Eso haría bajar aún más la media.

Sofía. Veo que se ha documentado.

Fresno. Me he documentado porque en las últimas semanas he tenido que malgastar muchísimo tiempo respondiendo a preguntas estúpidas.

Sofía. Como las mías.

Fresno. Yo no he dicho eso.

(Silencio.)

Sofía. ¿Le molesta que sea mujer?

Fresno. ¿Qué?

Sofía. ¿Le molesta que hayan enviado a una mujer desde Madrid para elaborar este informe?

Fresno. Qué tontería. Claro que no.

Sofía. Tanto mejor.

Fresno. Lo que me molesta es que en Madrid se cuestione nuestro trabajo mientras aquí estamos dejándonos la piel por sacar adelante una producción que mejore los resultados del resto del país. ¿Qué cojones están haciendo en las otras factorías? ¿Por qué no se dejan los cuernos como hacemos nosotros? Si en Zaragoza y Valencia produjeran al ritmo que lo hacemos aquí, las cosas serían muy distintas. ¿Por qué no investigan también allí?

Sofía. Allí no ha habido ningún suicidio.

Fresno. Hasta en eso carecen de iniciativa. Sé por donde va. Usted piensa que porque nuestro ritmo de trabajo es duro se ha desatado una epidemia en el centro. No siga por ese camino. Ninguno de los tres se suicidó por culpa del trabajo.

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Sofía. ¿Cómo puede estar tan seguro?

Fresno. Lo sé.

Sofía. ¿Y la carta de Eduardo Rus?

Fresno. ¿La carta qué? Rus era un neurótico. La carta menciona el trabajo en la planta. Eso se han encargado de repetirlo las televisiones día y noche. Lo que no se dice es que también habla de los problemas que tenía en su familia. Todo el mundo aquí lo sabía. Su mujer se la pegaba con otro. Pregúntele a cualquiera de su sección. ¿Sabe dónde estaba ella cuando él decidió quitarse de en medio? En el sur de Portugal con un amiguito. Eso sí que es un motivo para suicidarse; no tener que trabajar ocho o diez horas más a la semana.

Sofía. No se trata sólo de ocho o diez horas más de trabajo.

Fresno. ¿Y de qué se trata?

Sofía. ¿No lo ve? El centro tiene un problema con sus trabajadores.

Fresno. Si desciende la producción y se desploman los ingresos, entonces ustedes empezarán a echar gente a la calle. Ese es el verdadero problema de los trabajadores. Pregúnteles. Ninguno quiere perder su puesto.

Sofía. Se lo voy a decir con claridad: no queremos más suicidios en la empresa.

Fresno. Pues evítenlos si saben cómo. El mundo está lleno de suicidas. Hay un millón de suicidios al año. Tres mil al día. Mientras usted y yo tenemos esta conversación se habrán suicidado medio centenar de personas. Y ustedes vienen aquí a investigarnos como si fuéramos un campo de exterminio, sólo porque hemos tenido tres accidentes.

Sofía. Y dos intentos frustrados.

Fresno. ¡Mierda! Esas muertes no tienen nada que ver con el trabajo en esta planta. O tienen muy poco que ver. Averígüelo. Hable con el personal. Haga todas las entrevistas que quiera. Se supone que está aquí para eso. Pero no cargue su muerte sobre mis espaldas. Y ahora, lo siento, pero tengo que preparar una reunión importante. (Sofía se enciende un cigarro.) No está permitido fumar.

Sofía. ¡Ya lo sé!

(Fresno sale. Sofía fuma.)

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2.

Sofía. En primer lugar quiero recordarle que esto es una investigación interna de la compañía. No pertenezco a ninguna consultaría externa ni mucho menos a la guardia civil, como sé que se rumorea en los pasillos. Pertenezco al equipo de dirección de la sede central. Puede comprobarlo al terminar esta entrevista, si lo desea. También me gustaría dejar bien claro que esto no es un interrogatorio. No se le va a tomar declaración ni se grabarán sus palabras. Cuanto diga permanecerá en la más absoluta confidencialidad. Considérelo una charla informal. Un simple intercambio de pareceres entre alguien que quiere reconstruir un puzzle y alguien que puede tener la clave de alguna de las piezas. ¿De acuerdo? Le agradezco que sea lo más sincera posible. Y, por

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favor, no oculte ningún dato que crea que puede ayudar a la investigación. ¿Quiere preguntar algo? (Silencio.) Si lo desea puede fumar.

Gabriela. ¿Perdón?

Sofía. ¿Quiere fumar?

Gabriela. No está permitido.

Sofía. No le he preguntado eso.

Gabriela. No. No quiero fumar.

Sofía. Usted trabajaba en el equipo de Marcelo Miralles, ¿no es así?

Gabriela. Sí. Sí.

Sofía. ¿Había notado algo?

Gabriela. ¿Cómo dice?

Sofía. En los días antes de... ya sabe... antes de...

Gabriela. ¿De que saltara?

Sofía. Sí. Eso es. Diría usted que estaba más deprimido...

Gabriela. No. No diría eso.

Sofía. Tal vez más estresado...

Gabriela. ¿Estresado?

Sofía. Sí, ya sabe. Por la carga de trabajo.

Gabriela. No. No más estresado de lo normal.

Sofía. ¿Lo normal?

Gabriela. Aquí el ritmo es muy duro. No hay mucho tiempo para distraerse.

Sofía. Miralles dependía directamente de Fresno, ¿no es así?

Gabriela. Sí.

Sofía. ¿Cómo era la relación entre ellos?

Gabriela. No lo sé. Supongo que normal.

Sofía. ¿Qué significa normal?

Gabriela. Fresno marca los objetivos y los demás los cumplen. Eso es lo normal.

Sofía. Me refiero en lo personal. ¿Tenían un trato correcto?

Gabriela. Apenas se veían.

Sofía. ¿Cómo?

Gabriela. No se veían casi nunca. Quizá se reunieran una o dos veces al mes, pero yo nunca los vi juntos.

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Sofía. Antes ha dicho que el trabajo de Marcelo dependía directamente de Fresno.

Gabriela. Sí, es cierto.

Sofía. ¿Cómo es posible entonces que nunca se vieran?

Gabriela. En el Tecnocentro las comunicaciones funcionan por teléfono y por intranet. No nos relacionamos mucho entre nosotros, a no ser las personas de un mismo equipo de trabajo, y a veces ni siquiera.

Sofía. ¿Y con usted?

Gabriela. ¿Conmigo?

Sofía. ¿Marcelo se comunicaba con usted personalmente o también recurría a la intranet?

Gabriela. Personalmente. A veces. No siempre.

Sofía. ¿Cree que el sistema de trabajo de esta planta tuvo algo que ver?

Gabriela. Yo no... ¿Qué quiere decir?

Sofía. Desde la llegada de Fresno los niveles de producción se han multiplicado.

Gabriela. ¿De veras?

Sofía. Usted tiene que haberlo notado.

Gabriela. Sí. No. Ya le he dicho que el ritmo de trabajo aquí es duro.

Sofía. Pero el proyecto del Iceberg llevaba dos meses de retraso.

Gabriela. Puede ser.

Sofía. ¿Diría que Marcelo estaba sometido a una tensión que no pudo soportar?

Gabriela. No... sé, no... Me hace usted unas preguntas muy difíciles.

(Silencio.)

Sofía. Me cuesta creer que usted, que trabajaba codo con codo con él, no hubiese notado algo. No sé, un cambio en el carácter. Estaba más irritado. Más taciturno. Qué sé yo. Algo.

Gabriela. Bueno... sí es cierto que en los últimos meses estaba un poco... distinto.

Sofía. ¿En qué sentido?

Gabriela. Antes nunca gritaba.

Sofía. ¿A usted?

Gabriela. En general. Antes nunca... eso... nunca gritaba. Al principio parecía lógico. El proyecto empezó a acumular retrasos y se cometieron… fallos estructurales, fallos tremendos… Estábamos muy presionados. Pero luego…

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Sofía. ¿Luego?

Gabriela. Empezó a perder los nervios cada vez con mayor facilidad. Montaba unas broncas terribles por cosas sin importancia. Ridiculizaba a los compañeros delante de los demás. A veces nos insultaba.

Sofía. ¿A usted también?

Gabriela. Sí. A mí también, claro. A todo el mundo.

Sofía. ¿Nadie se quejó?

(Silencio. Gabriela se encoge de hombros.)

Gabriela. Las primeras veces te desconcierta. Es muy desagradable que alguien que hasta ese momento ha sido tan… equilibrado, empiece a comportarse así. Durante la primera semana aún te resulta incomprensible. Durante el primer mes. Luego empiezas a verlo como algo normal y te acabas acostumbrando. Al final te da igual, con tal de que la bronca no vaya contigo.

Sofía. ¿Por eso pidió que la trasladaran de departamento?

Gabriela. Pedí el traslado dentro del mismo departamento, pero a otro proyecto.

Sofía. Y sin embargo al poco tiempo anuló la solicitud.

Gabriela. Sí.

Sofía. ¿Por qué lo hizo?

Gabriela. Lo hice por… bueno, no quería terminar como Marota.

Sofía. ¿Marota?

Gabriela. Margarita Torres. Fue directora de área antes de la llegada de Fresno. Cuando se quedó embarazada

Sofía. Sí, lo recuerdo.

Gabriela. tuvo todos aquellos problemas con la dirección.

Sofía. No hubo ningún problema con la dirección. Fue ella la

Gabriela. Ya sé que muchos se dedicaron/

Sofía. que provocó/

Gabriela. Se dedicaron a desacreditarla. A decir que era una esquizofrénica, con tendencias depresivas y cosas peores.

Sofía. Se investigó el caso.

Gabriela. Una investigación igual que ésta.

Sofía. No se pudo demostrar nada.

Gabriela. Todo el departamento lo sabía.

Sofía. Nadie declaró en su favor.

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Gabriela. Porque tienen miedo. Nadie quiere arriesgarse a perder el trabajo. Pero todo lo que ella dijo/

Sofía. No entiendo… ¿Qué tiene que ver…?

Gabriela. Todo lo que publicó en su blog es la pura verdad. Cuando se reincorporó/

Sofía. Se quedó embarazada, ¿verdad? Usted. Estaba embarazada, por eso retiró la petición de traslado.

(Silencio.)

Gabriela. Yo no quería que me pasara lo mismo que a Marota. Cuando pidió la baja de maternidad todo fueron facilidades, la felicitaron, le dijeron que se tomara el tiempo necesario… Cuando se reincorporó ni siquiera tenía despacho. Por no tener, no tenía ni ordenador. Le asignaron funciones que no haría ni una becaria. Le hicieron la vida imposible.

Sofía. ¿A Marcelo también le hicieron la vida imposible?

(Silencio.)

Gabriela. Yo no… Ya le he dicho que no sé. No puedo saber qué es lo que pasaba por su cabeza.

Sofía. ¿Y a usted?

Gabriela. ¿A mí?

Sofía. ¿Alguien le está haciendo la vida imposible?

Gabriela. (Se encoge de hombros.) No… No.

(Silencio. Suena el móvil de Sofía.)

Sofía. Discúlpeme un momento. Es importante. (Contesta al teléfono. Se retira un poco.) ¿Sí? Sí, soy yo. Bien, de acuerdo. (…) Hello? Monsieur Martinon? Yes, Sofia Cuevas speaking. We’ve been trying to contact you. (…) Exactly. (…) The models, that’s right. (…) I beg your pardon? (…) You have not received them, yet. (…) I see, yes. (…) An attached document? (…) Yes, I apologise. We surely had a problem with the information because I knew nothing about that document. Yes. (…) I understand. (…) Yes. (…) Ok. I shall solve it right now. (…) Yes, I apologise so much. I see. (…) Don’t worry, I assure you that you will definitely have it there by tomorrow. I don’t quite understand what has happened but we are going to solve it immediately. Ok? (…) Thank you very much. Merci. Merci beaucoup. Au revoir. (Cuelga.) Joder, esto es increíble. (Marca.) Vamos a ver, ¿cómo es posible que me llamen de París para plantarnos la mosca porque no han recibido las maquetas del prototipo? (…) Sí, ahora mismo. ¿Dónde están esas maquetas? (…) ¿Qué anexo? ¿Qué cojones de anexo? (…) A mí nadie me ha dicho nada de un puto anexo. (…) ¿Pero por qué cojones nadie me dijo que habían enviado un anexo? (…) O sea, que quien queda con el culo al aire soy yo. ¿Dónde están las putas maquetas? (…) ¡Eran

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para ayer! (…) No me cuentes historias, ¿eh? ¡No me cuentes historias! Mañana a primera hora quiero las jodidas maquetas en la central de París. (…) ¡Me da lo mismo, como si tienes que ir en persona a llevarlo! (…) ¡Que no me cuentes tu vida, hostia! ¡Manda las putas maquetas de los cojones y deja de discutirme! (…) ¡A la mierda! (Cuelga. Resopla. Trata de calmarse.) ¿Por dónde íbamos? (Se gira para descubrir que está sola. Gabriela ha salido del despacho durante la conversación.)

3.

Jaime. Perdón por el retraso.

Sofía. Está bien. Adelante.

Jaime. (Apresuradamente.) Me he escapado de una reunión. Estamos implementando la base de datos de toda la planta. Sólo puedo quedarme un momento.

Sofía. Serán dos minutos.

Jaime. (Se sienta. Coge un cigarro de la cajetilla que está sobre la mesa.) ¿No te importa?

Sofía. Creía que estaba prohibido fumar.

Jaime. Esa prohibición no afecta a los programadores. (Fuma.)

Sofía. Ya. (Consulta un papel.) Jaime Salas, ¿verdad?

Jaime. Vamos a ver. Yo no sé qué te puedo contar de todo este asunto. En nuestra sección hemos sido los primeros sorprendidos. Bueno, sorprendidos es poco. La verdad es que nos hemos quedado hechos mierda. Es muy fuerte. (Le llega un mensaje a su móvil, que ha dejado sobre la mesa. Lo mira y continúa hablando mientras escribe.) Andrés era un tipo cojonudo. Tenía buenas ideas. Un tío implicado en el proyecto. Joder, tenía presión, sí, pero como la tenemos todos. (Deja el móvil sobre la mesa.) Quiero decir, tú trabajas en esta empresa, sabes lo que hay. O rindes al máximo o te llevan por delante. Tú me entiendes, ¿no? Aquí diseñamos ahora mismo siete modelos al año. Siete. Eso es la hostia. Hasta hace nada sacábamos al mercado cuatro modelos y eso forzando la máquina al máximo. O sea que imagínate ahora. Con menos personal, casi el doble de trabajo. La hostia. Pero es lo que hay. Yo

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entiendo que tal y como están las cosas, o aplicamos el plan de Fresno o se va todo a la mierda. Así de claro. (Le llega un mensaje, lo lee. Deja el móvil sobre la mesa.) Así de claro. Fresno será todo lo hijo de puta que tú quieras, pero es un hijo de puta que sabe muy bien lo que hace. A Andrés, pues no sé. Se le fue la cabeza en algún momento, pero la verdad es que no sé. Muy fuerte.

Sofía. ¿Y Eduardo Rus?

Jaime. Rus... Bueno. Lo de él era distinto. A ver si me entiendes. También estaba implicado en el proyecto y tal, aunque... mira, te lo voy a decir claramente, lo siento si está muerto: Rus era un gilipollas. Así mismo. Un auténtico gilipollas. Primero era un tipo amargado de los que están continuamente dando por culo: con él todo eran problemas, no sabía trabajar en grupo, siempre cuestionando lo que haces delante de los demás. Un tocapelotas, vaya. Y luego era un tipo rarísimo. Un maniático. Bueno, podría contarte cantidad de anécdotas de esas que dices: este tío está chalado. Lo siento por él pero era así. Sinceramente, a mí me parece -esto es una opinión personal mía, ¿eh?- a mí me parece que no estaba preparado para el puesto que tenía... Tío, si estás en este puesto tienes que dominar todos los lenguajes de programación. Y Rus tenía unos bloqueos del copón.

Sofía. Pero iba a ser ascendido.

Jaime. Algo de eso se rumoreaba. Pero yo no me lo creo. Ni de coña. ¿El tipo que menos idea tiene de toda el área y pasa a dirigir? Esta empresa no funciona así. Aquí si no curras al cien por cien no vas a ninguna parte. (Le llega un nuevo mensaje. Lo responde.) ¿Tú sabes lo que es depender de un tío que no controla ni la mitad que tú? Pero si hasta los becarios tenían más idea que él. Te vuelvo a decir que siento mucho todo el tema, pero era un tipo que creaba muy mal rollo. Rus no estaba preparado para ese puesto. Es más, yo diría que ni siquiera estaba preparado para trabajar aquí. Me jode decirlo, pero es lo que hay. Tengo que volverme a la reunión.

Sofía. ¿Sabes si él o Miró veían a un psicólogo?

Jaime. Rus ni idea. Andrés no creo que tuviera tiempo para eso. Al menos en los últimos seis meses. Teniendo en cuenta que hemos estado saliendo de aquí entre las ocho y las diez de la noche como muy pronto, no sé cuándo le iba a quedar tiempo para ir al psicólogo. (Suena una llamada a su móvil. Contesta.) ¿Qué? (…) Ya estoy ahí. (…) Que sí, joder. (Cuelga.) Tengo que irme.

Sofía. Me gustaría que hablásemos con un poco más de tranquilidad. ¿Podemos vernos luego?

Jaime. (Resopla.) Luego tengo otra reunión con un grupo de diseño y ésa sí que va para largo. Y aún tengo que pasar por la planta de comercialización. Me pilla un poco apurado.

Sofía. Serán dos minutos.

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Jaime. Nunca son dos minutos. Esto han sido más de dos minutos.

Sofía. Tendrás que parar para comer.

Jaime. Hoy creo que no. Tiraré con una chocolatina de la máquina. De verdad, tengo que irme.

Sofía. Nos vemos en la máquina de las chocolatinas, entonces.

Jaime. Como quieras. A eso de las dos por fuera de la cafetería. Pero no voy a saber decirte mucho más. (Suena el móvil.) Que ya voy, hostia. Mira, no me toques más los cojones. Que te den. (Cuelga.) Aquí dentro algún otro tendría que suicidarse. (Sale.)

4.

Alejandro. Hola.

Sofía. (Con una mezcla apenas perceptible de incredulidad y fastidio.) No puedo creerlo.

Alejandro. Ya ves.

Sofía. (Tratando de reponerse.) No tenía ni idea de que estuvieras aquí.

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Alejandro. Yo, en cambio, en cuanto oí que nos enviaban a alguien desde Madrid, supe que serías tú. Hoy no se habla de otra cosa en el Centro.

Sofía. ¿Tú no estabas en Alemania?

Alejandro. Pedí el traslado hace un año.

Sofía. ¿Pediste el traslado?

Alejandro. Me cansé del chucrut y las salchichas de Frankfurt.

Sofía. Pero no de las cervezas.

Alejandro. No. De las cervezas por supuesto que no.

Sofía. Ni de las alemanas.

Alejandro. De las alemanas tampoco. Sólo de una.

Sofía. Más bien se cansaría ella de ti.

Alejandro. Ya ves. La historia se repite. Como el ajo.

Sofía. Eh… Menuda sorpresa. Pero, no… Tú no… Tenía que reunirme con un tal Esteban Vidal.

Alejandro. Mi compañero. Le ha surgido un problema. Vengo yo en su lugar.

Sofía. Ah. Eh… De acuerdo. ¿Te va bien aquí?

Alejandro. Ajá. Veo que sigues interesada en mi vida.

Sofía. No sueñes. Sólo era una pregunta de cortesía. Claro que tú no sabes de qué va eso.

Alejandro. ¿Y qué hay de ti?

Sofía. ¿De mí qué?

Alejandro. ¿Sigues con el jardinero?

Sofía. Botánico. Y sí, sigo con él.

Alejandro. No pareces muy convencida.

Sofía. Sigo con él. Y mucho más convencida que cuando estaba contigo.

Alejandro. Tampoco es que eso signifique gran cosa. Al menos has conseguido escalar hasta lo más alto en la empresa. Lo que siempre quisiste.

Sofía. Y tú has vuelto al sindicato. Lo que nunca quisiste.

Alejandro. Uno se acostumbra rápidamente al fracaso. ¿No te parece?

Sofía. Ya vale. No me apetece tener contigo la misma discusión estúpida con los reproches de siempre.

Alejandro. ¿Y qué hay de tu informe? Creía que buscabas una opinión cualificada.

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Sofía. ¿Qué tienes que decirme?

Alejandro. ¿Qué quieres oír?

Sofía. ¿Por qué se suicida la gente en esta fábrica?

Alejandro. Menos mal. Pensaba que ibas a preguntarme por qué no me he suicidado yo.

Sofía. Ésa era la siguiente pregunta.

Alejandro. Sigues siendo encantadora.

Sofía. Y tú sigues siendo un cínico.

Alejandro. Sí, pero el de ahora es un cinismo mucho más depurado. Es el cinismo que otorgan veintiocho años de militancia sindical. En este tiempo hemos pasado de tirar piedras y hacer barricadas a sentarnos cómodamente a una mesa para rellenar impresos y estamparles un sello. Esto ya no es como cuando tú y yo pintábamos las fachadas de los bancos. Nada que ver. Entonces hablábamos de luchar contra la desigualdad, la explotación y la injusticia social. Ahora hay una palabra que engloba todas las demás.

Sofía. ¿Una palabra?

Alejandro. Una sola palabra creada expresamente para cerrarnos la boca. Hace veinte años habríamos convocado una huelga general sólo para impedir que figurase en el diccionario. ¿No adivinas cuál es?

Sofía. Dímela tú.

Alejandro. ‘Deslocalización’. Encima es fea de cojones. ‘Des-lo-ca-li-za-ción’. Te sueltan ese palabro y te quedas desarmado. Por cada empleado pijo del Tecnocentro hay en la India mil tíos tanto o más preparados que tú, dispuestos a hacer tu mismo trabajo y cobrando la mitad de la mitad de tu sueldo.

Sofía. Y ellos además no tienen tendencias suicidas.

Alejandro. De acuerdo. Teníamos que haberlo visto venir. Presentimos algo cuando encontraron a Miró flotando en el estanque, pero no hicimos nada. Esos suicidios son nuestro propio fracaso.

Sofía. ¿Conocías a alguno de ellos?

Alejandro. No. Sí. A Rus. No mucho. Hablábamos a veces, en los cambios de turno. En la salida.

Sofía. ¿De qué hablabais?

Alejandro. De fútbol, de mujeres...

Sofía. ¿Del trabajo?

Alejandro. No hacía falta. No había más que verle la cara. No tienes más que mirar a la cara a los doce mil trabajadores de esta fábrica.

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Desde el jefe de ingenieros hasta el tipo que aprieta la última tuerca al final de la cadena de producción, este trabajo se ha convertido en una puta cantera de esclavos.

Sofía. No exageres.

Alejandro. ¿Te parece que exagero? No te imaginas cómo ha cambiado esto desde que tú y yo entramos en la casa. Lo del volumen de trabajo es lo de menos. La punta del iceberg. El verdadero problema es la presión. Ese hijoputa de Fresno ha implantado un sistema militar que nos tiene a todos así. Acuérdate de lo que éramos capaces de organizar cada vez que la dirección intentaba meterle el traspiés a uno de los nuestros. Íbamos todos como una piña. Eso ya no existe. Ya nadie se juega el tipo. A los señoritos que entran ahora les importan una mierda los compañeros. Sólo les preocupa engrosar la cuenta corriente a base de bajarse los pantalones y poner el culo en horizontal. Pero si ya te has dado una vuelta por el Centro lo habrás comprobado por ti misma. ¿Qué te han contado?

Sofía. Es confidencial.

Alejandro. Anda ya.

Sofía. No puedo decírtelo.

Alejandro. Dime al menos con quién has hablado.

Sofía. De momento con una compañera de Marcelo Miralles en el proyecto del/

Alejandro. Ah, sí. Gabriela no sé qué.

Sofía. ¿Cómo lo sabes?

Alejandro. “Una compañera de Marcelo Miralles”.

Sofía. Benassar.

Alejandro. Gabriela Benassar, eso es. Miralles la dejó preñada y ella pidió el traslado

Sofía. ¿Cómo?

Alejandro. aunque luego lo anuló. Le ofrecimos asesoramiento pero no quiso saber nada de nosotros. ¿Qué te pasa?

Sofía. ¿Me estás diciendo que Gabriela estaba embarazada de Marcelo Miralles?

Alejandro. Desde luego si el hijo no era suyo, el tipo tenía muy mala puntería, porque se la follaba en la mesa de su despacho tarde sí y tarde también. No pongas esa cara. Todo el mundo lo sabía. De todas formas esa chica es más rara que un perro verde.

Sofía. ¿Por casualidad hay alguien que te parezca normal?

Alejandro. ¿Qué te ha contado?

Sofía. No pienso decírtelo.

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Alejandro. Te lo diré yo. Que el departamento de diseño ha suprimido más de veinticinco puestos en dos años, que han trasladado a la mitad del personal y ahora como remate el plan de Fresno establece el diseño de tres nuevos prototipos por año. O sea, 25% menos de plantilla, 50% más de trabajo. Acojonante, ¿no?

Sofía. No me habló ni una palabra de eso.

Alejandro. ¿Quién?

Sofía. Gabriela.

Alejandro. Es igual. ¿Y cómo sacamos adelante el doble de trabajo con un tercio menos de la plantilla?

Sofía. Un tercio no, un cuarto.

Alejandro. Un cuarto. Ya sé que es un cuarto. ¿Me dejas terminar? ¿Cómo sacamos siete modelos al año? Pues que la plantilla trabaje el doble, o el triple, pero eso sí, cobrando lo mismo. O, ya puestos, cobrando un poco menos. De entrada suprimimos los horarios establecidos. El Centro no para de producir. Produce veinticuatro horas al día. Cada trabajador tiene un turno de ocho horas, claro. ¿Qué menos que ocho horas de trabajo? Ahora bien, nadie abandona su puesto sin terminar el curro. Pero, oye, que el volumen de trabajo ahora es el triple. No es mi problema. Puedes quedarte todo el tiempo que quieras por tu cuenta. Ahora bien, mejor que no la cagues, porque a la mínima pifia te vas a la calle. Y así te encuentras a gente haciendo doce, quince horas diarias, con unos niveles de fatiga y estrés insoportables. Ésos son los verdaderos resultados del plan de Fresno. Vale que los ratios de producción han aumentado, claro que sí, pero ¿a qué precio? (Sofía fuma.) Creía que lo habías dejado.

Sofía. Y yo. Con ésta son cinco o seis veces que lo intento. Ya he perdido la cuenta.

Alejandro. En este edificio no está permitido fumar.

Sofía. No me digas.

Alejandro. Te lo digo en serio. Y además no le conviene a tu asma.

Sofía. Vete a la mierda. (Pausa. Fuma pensativa.) Me cuesta creerlo.

Alejandro. ¿El qué?

Sofía. Que alguien llegue a tirarse desde un séptimo piso sólo porque tiene sobrecarga de trabajo.

Alejandro. No es sólo eso.

Sofía. De repente terminar con todo… Si de verdad están tan mal, ¿por qué no lo dejan?

Alejandro. No pueden. Aguantan porque no tienen adónde ir.

Sofía. Tres coordinadores con puestos de responsabilidad, ¿y ninguno tenía dónde ir?

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Alejandro. ¿Sabes cómo está el sector? Ser un trabajador cualificado ya no es garantía de nada. Si te vas, te quedas en la calle. Nadie quiere arriesgarse. La mayoría están desangrados por la hipoteca.

Sofía. Yo también tengo hipoteca y estoy de trabajo hasta el culo.

Alejandro. Tú no tienes hijos. (Sofía lo mira con rabia contenida. Alejandro no percibe su reacción.) Y ya te lo he dicho. El volumen de trabajo es lo de menos.

Sofía. Ya. La punta del iceberg.

Alejandro. Exacto. Lo peor es el trato al que te ves sometido día tras día. Los insultos. Las humillaciones. El desprecio. Aquí la mayoría ha tocado fondo. Tendrías que ver la cantidad de tipos que sobreviven a base de pastillas. Lógico. Si tratas a un trabajador como si fuera una máquina, tarde o temprano termina por romperse. Solo que para estos casos no hay piezas de recambio. (Le entrega una carpeta.) Aquí está todo.

Sofía. ¿Qué es esto?

Alejandro. Quejas por discriminación. Mobbing laboral. Conductas abusivas. Desgaste psicológico. Todo lo que nos ha llegado desde que se puso en marcha el plan de Fresno. También hay casos como el de Carmelo Luis, que por rechazar la prejubilación/

Sofía. ¿Carmelo Luis? ¿Todavía trabaja aquí?

Alejandro. Sí. Todavía. Ahí sigue, sirviendo desayunos en la cafetería igual que hace veinte años. No ha cambiado nada. Deberías ir a verlo. Se alegrará. Uno de los pocos de la vieja guardia que no quiso prejubilarse y por eso ha tenido que aguantar auténticas barbaridades.

(Sofía hojea la carpeta.)

Alejandro. Y eso son sólo las denuncias que nos han llegado. Imagínate la de casos que no han trascendido.

Sofía. ¿Los equipos de atención psicológica no están funcionando?

Alejandro. Los equipos de atención psicológica son los primeros que necesitan atención psicológica. El nivel es muy bajo. Y están desbordados. (Silencio.) Si vas a seguir fumando, al menos podrías tener el detalle de pasarme uno.

Sofía. En este edificio no está permitido fumar.

Alejandro. No se lo diré a nadie.

Sofía. Tú sí que lo habías dejado.

Alejandro. Lo confieso. He vuelto a caer.

Sofía. ¿También tú?

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Alejandro. Sí. Hace exactamente… (Da una calada.) Ocho…, nueve…, diez segundos que he vuelto. Ah. Creo que no me fumaba un pitillo desde hacía años. Por lo menos catorce años.

Sofía. Desde el viaje a Mallorca.

Alejandro. Catorce años. Exacto. ¿Lo recordabas?

Sofía. Lo recordaba. Pero no te hagas ilusiones. También recuerdo otras muchas cosas de aquel viaje.

Alejandro. ¿No vas a dejarme pasar ni una?

Sofía. ¿Estás de coña?

Alejandro. Pues yo creo que lo de aquella cala de Sóller no estuvo tan mal.

(Sofía no puede evitar una sonrisa.)

Sofía. No fue en Sóller.

Alejandro. Claro que fue en Sóller. Como para olvidarlo.

Sofía. No fue en Sóller.

Alejandro. Te digo que sí. Me juego lo que quieras.

Sofía. Fue en Pollença. (Silencio.)

Alejandro. Es verdad, fue en Pollença. En cualquier caso, ¿lo ves? No todo fue tan terrible.

Sofía. Lástima que luego lo estropearas. Como siempre. Contigo todo empieza como una gran promesa y termina como una mala hostia en la cara.

Alejandro. Menos mal que no ibas a hacerme ningún reproche.

Sofía. Vale. Mejor dejamos esta conversación. Los suicidios.

Alejandro. ¿Qué vas a hacer?

Sofía. ¿Qué voy a hacer con qué?

Alejandro. Con el informe. ¿Qué vas a decirle a esos fenómenos de Madrid?

Sofía. Todavía no lo sé.

Alejandro. Por favor. Está clarísimo.

Sofía. ¿Qué quieres que haga?

Alejandro. A la mierda el plan de Fresno.

Sofía. Ya.

Alejandro. Vamos. No se pueden sacar siete modelos con la mitad del personal. Lo sabes perfectamente. Di que es un error. Que resulta inviable.

Sofía. No.

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Alejandro. Di que el coste humano de aplicar el plan será incalculable. Que los objetivos son imposibles.

Sofía. Y ya puestos, que echen a Fresno a la calle, ¿no?

Alejandro. ¿Por qué no?

Sofía. Tú flipas.

Alejandro. Al menos, que lo trasladen. A Honolulu, a ser posible.

Sofía. Pero si en Madrid están que babean por él. Colocarían a un Carlos Fresno al frente de cada una de las fábricas de la compañía. Es intocable. Y él lo sabe. Yo creía iba a encontrarme a un hombre hundido y en lugar de eso lo único que parece preocuparle son los porcentajes de producción y los índices de venta.

Alejandro. Hijo de perra.

Sofía. Sí, un hijo de perra que ha reflotado a la compañía cuando todo el sector está en números rojos.

Alejandro. Con números negros a nosotros también nos toca poner el culo.

Sofía. Si todo lo que tienes que proponerme es el cese de Fresno…

Alejandro. ¿Y qué propones tú, si puede saberse?

Sofía. Eso es precisamente lo que trato de aclarar, por si no te has dado cuenta.

Alejandro. Pues ya puedes hilar fino, porque ha habido tres suicidios en cinco meses.

Sofía. ¿En serio? No tenía ni idea.

Alejandro. Por si se te pasa por alto. Los parches no valen de nada. Pensáis que con echar a la calle al director de Recursos Humanos ya está el problema resuelto. Y no está resuelto. En programación cualquier día de estos tendremos otro disgusto. Allí no hay quien aguante la presión. ¿Lo has visto, no? Supongo que ya has estado con los de programación.

Sofía. No hace ni quince minutos.

Alejandro. ¿Y?

Sofía. ¿Qué?

Alejandro. ¿No habrás hablado con el colega de Miró, ese gilipollas de Jaime Salas?

Sofía. No voy a decirte nada.

Alejandro. No me jodas. Imagino las respuestas de ese lameculos.

Sofía. No he dicho que haya hablado con él.

Alejandro. Es igual. Tarde o temprano tendrás que hacerlo. Salas es el ejemplo perfecto de lo que pasa en este Centro. Un tipo con una buena especialización, no te lo voy a negar, pero al que lo único

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que le importa es escalar puestos pisoteando a quien haga falta. No lleva ni cinco años en la compañía y se comporta como si todos estuvieran a su servicio. En su equipo están desquiciados. Nadie soporta su chulería. Por no hablar de cuando pierde los papeles cada vez que se esnifa una raya.

Sofía. ¿Es eso cierto?

Alejandro. ¿Qué?

Sofía. ¿Consume cocaína?

Alejandro. Es broma, ¿no?

Sofía. ¿Qué?

Alejandro. ¿De verdad quieres hacerme creer que tú, ahí, en esa lujosa y luminosa oficina de la Castellana, no has visto correr la nieve por delante de sus narices? ¿Crees que alguien es capaz de soportar esa presión sin meterse nada? Aquí todo el mundo se mete.

Sofía. ¿Tú también?

Alejandro. ¿Yo? ¿Qué dices? Hablo de los gordos. De los jefes de sección para arriba. Esos que tienen que tragarse toda la mierda que genera esta empresa. Las reuniones maratonianas. Las dieciocho horas de trabajo sin parar apenas para comer. ¿Crees que alguien puede resistir mucho tiempo a ese ritmo? Yo soy un simple representante sindical. No paso de fumarme un par de porros a la semana.

Sofía. Has dicho que no fumabas desde Mallorca.

Alejandro. Eh… ¿Eso dije? ¿En qué estaría pensando? Me refería a tabaco. ¿Te ha dicho algo coherente?

Sofía. ¿Quién? ¿Jaime?

Alejandro. ¿Ves como sí has hablado con él?

Sofía. He hablado con él. ¿Y qué?

Alejandro. Que te habrá puesto a parir a todos sus compañeros, empezando por Rus, y habrá contado maravillas de Fresno, ¿no? Ése es el modelo que está matando a los nuestros. Lo de trabajar en equipo pasó a la historia. Ahora es el sálvese quien pueda. Y si de paso puedo hundir un poco más al que tengo al lado, mejor. Si tu informe no detiene esto habrá más suicidios. Y antes de lo que te imaginas.

Sofía. Mi informe. Eso es muy fácil de decir. ¿Y vosotros qué?

Alejandro. ¿Nosotros?

Sofía. El sindicato. ¿No pensáis hacer nada?

Alejandro. (Estalla en una carcajada.) Recogida de firmas. Concentraciones silenciosas… Una mierda. Algunos ilusos todavía creen que contamos, pero ni los propios compañeros nos hacen

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caso. Ya te lo he dicho. Hace años una reunión sindical era una asamblea de combatientes. Hoy no asisten más que un puñado de burócratas acomodados. Y la mayoría se marcha en seguida. Sólo se interesan por los días libres. Menuda mierda.

Sofía. Si tan quemado estás, ¿por qué has vuelto?

Alejandro. (Se encoge de hombros.) Puede que yo tampoco tenga adónde ir. (Silencio.) En todo caso prefiero engañarme a mí mismo pensando que lo que hago sirve de algo, antes que seguirles el juego a esos niños de papá que sólo mean por el chalet y el coche de lujo. Date luego una vuelta por el parking de la dirección. No hay un coche que baje de cincuenta mil.

Sofía. No hay nada de malo en aspirar a tener un buen coche.

Alejandro. Perdón. Perdón. Olvidaba que ahora tú también aparcas ahí.

Sofía. Si crees que eso me hace sentir culpable, estás muy equivocado.

Alejandro. No, no. Es sólo que de repente me vino a la cabeza la Sofía de los pantalones de campana y el pelo suelto. Y las blusas estampadas, sin sujetador. Y sin operar, por cierto.

Sofía. Yo no me he operado.

Alejandro. (Ríe). Anda ya.

Sofía. Piensa lo que quieras.

Alejandro. Hay tamaños que nunca se olvidan. Sobre todo si caben en una mano.

Sofía. ¿Lo dices por ti?

Alejandro. (Suelta una carcajada.) No importa. Estás muy bien así.

Sofía. Gracias.

Alejandro. Eras la primera que intervenía en las asambleas. La que proponía las acciones más atrevidas. Había directivos que sentían auténtico pánico de sentarse a hablar contigo. ¿Te acuerdas?

Sofía. No.

Alejandro. ¿No te acuerdas?

Sofía. Claro que me acuerdo. Es sólo que no me paso el día pensando en cómo era hace treinta años.

Alejandro. Ya. Pues yo sí que pienso en ello. ¿Qué tiene de malo? Entonces éramos más auténticos. Creíamos que las cosas no tenían por qué ser como querían imponernos. Que podían cambiarse. Y existía compromiso. Sí. Esa palabra que ahora te escupen como un insulto. Compromiso con los demás y sobre todo compromiso con tus propias convicciones.

Sofía. Eh, eh, para. Que te estás entusiasmando.

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Alejandro. ¿Lo ves? Ahora ni siquiera tú eres capaz de tomarlo en serio.

Sofía. Deja para otro día la retórica del perdedor. No te pega nada.

Alejandro. Y eso lo dices tú, que eras una de los nuestros.

Sofía. Vete a la mierda. He hecho yo más por los trabajadores de esta fábrica en seis meses que tú en treinta años engordando tu culo de sindicalista en el sillón de tu despacho.

Alejandro. De eso estoy seguro.

Sofía. Pues entonces no me toques las narices.

(Silencio.)

Alejandro. Esta es tu gran oportunidad, ¿verdad? Haz un buen informe y ya nadie discutirá tu puesto en la dirección.

Sofía. ¿Qué dices? Nadie discute mi puesto en la dirección. (Silencio.) ¿Estás tratando de decirme algo?

Alejandro. No. No.

Sofía. ¿Por qué has dicho eso?

Alejandro. ¿Dicho el qué?

Sofía. Tú has oído algo.

Alejandro. Te juro que no.

Sofía. Cómo me repatea la política de esta compañía.

Alejandro. Si yo sólo lo decía por/

Sofía. Tú te callas. Ahora no trates de arreglarlo. Todo porque tres o cuatro cromañones no soportan que un par de ovarios les levanten el puesto. Treinta años y no hemos avanzado ni un tanto así.

Alejandro. Pero que yo/

Sofía. Que te calles. Treinta años tragando comentarios estúpidos, chistes sin gracia, bromas de pésimo gusto. Y cuanto más arriba es peor. Quien crea que entre los directivos reina la caballerosidad y los buenos modales es que no tiene ni idea.

Alejandro. ¿Y qué? Tú vales mil veces más que cualquiera de esos catetos de la dirección.

Sofía. Gracias. Pero no te equivoques. No hay ningún cateto en la dirección. Todos tienen una capacidad que ya quisieran muchos premios Nobel.

Alejandro. Es igual. No tienes nada que envidiarles. Estás tan capacitada como el que más. Me juego lo que quieras a que ni uno solo de esos genios tiene ni de lejos el talento y la intuición que tienes tú para resolver situaciones complicadas.

Sofía. Ya.

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Alejandro. ¿Por qué te han elegido, si no? Esto les sobrepasa. Tres suicidios en cinco meses y las televisiones apostadas a la puerta del Centro. No son capaces de resolver un problema de este calibre. No saben cómo actuar. Y aunque supieran, no tienen huevos para tomar la decisión que hay que tomar.

Sofía. (Sonríe.) Y yo sí los tengo.

Alejandro. Sí. O sea no. Pero tienes un par de ovarios. Tú misma lo has dicho. Así que no dejes que te avasallen.

(Silencio.)

Sofía. Esa era la parte de ti que me gustaba.

Alejandro. ¿Cuál?

Sofía. La que me hacía creer en mí.

(Un silencio largo. Una mirada que reilumina viejos rincones.)

Alejandro. ¿De verdad era ésa la parte de mí que te gustaba?

(Sofía suelta una carcajada.)

Sofía. Tienes razón. También me gustaban otras.

(Silencio. Se miran.)

Alejandro. (Descolocado.) Yo creo que si se propone una reducción progresiva en la producción de los prototipos al tiempo que reforzamos la plantilla

Sofía. (Sorprendida y divertida.) ¿Qué?

Alejandro. en los departamentos de diseño y sobre todo en programación, y al mismo tiempo logramos una mejor distribución de los equipos de trabajo para compensar ciertos desequilibrios…

Sofía. ¿Te pasa algo?

Alejandro. ¿Y si te invito a cenar?

Sofía. (Ríe.) Buen intento. Pero no puede ser. Vuelvo a Madrid a última hora. Mañana antes de las diez tengo que presentar las recomendaciones. Supongo que no dormiré más que un par de horas.

Alejandro. También puedes coger el primer vuelo de mañana y pasarte la noche sin dormir.

Sofía. (Ríe.) Ya.

Alejandro. Yo podría ayudarte con el informe.

Sofía. No creo que sea buena idea.

Alejandro. Me refiero a transcribirlo, nada más.

Sofía. Gracias, pero no.

Alejandro. En nuestros tiempos nos funcionaba bien.

Sofía. ¿El qué?

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Alejandro. Lo de trabajar juntos.

Sofía. Por desgracia no todo funcionaba tan bien.

Alejandro. A veces pienso que si hubiésemos tenido hijos/

Sofía. Si sacas ese tema, me voy.

Alejandro. Okay. Okay. (Silencio.) Al menos convendrás conmigo en que la empresa no nos lo puso fácil. Y aún con todo, si lo comparamos con lo que tenemos ahora aquello parecía el Plan Nacional de Fomento de la Natalidad. Cuando un trabajo no te permite tener hijos… Ya me callo.

Sofía. Eres un imbécil.

Alejandro. Por fin estamos de acuerdo en algo.

(Se miran. Silencio.)

Alejandro. ¿Qué?

Sofía. Nada. Voy a proponer que se refuerce la atención psicológica en todas las secciones.

Alejandro. ¿Qué?

Sofía. Ajustar los horarios de la plantilla y redistribuir los grupos de trabajo. Y mejorar las vías de comunicación entre los empleados y los directivos.

Alejandro. Qué horror. Hablas como un manual de empresa.

Sofía. Vete a la mierda.

Alejandro. ¿Ya está? ¿Eso es todo?

Sofía. No puedo hacer más.

Alejandro. Cuando aparezca el siguiente tipo colgado de una soga, o con un tiro en la sien, te darás cuenta de que tus soluciones de bolsillo no bastan. ¿Y quién se hará responsable entonces? ¿Eh? El problema no es la falta de psicólogos. El verdadero problema es el Plan.

Sofía. Entérate de una vez. El Plan de Fresno es irrenunciable.

Alejandro. ¿Por qué?

Sofía. Porque si no producimos los siete modelos, esta empresa se va a pique.

Alejandro. ¿Quién lo dice?

Sofía. Los números lo dicen.

Alejandro. Pues adelante con el Plan y que continúen los suicidios a la puerta del Centro. Para eso podías haberte ahorrado el viaje desde Madrid.

Sofía. Yo no voy a enfrentarme a Fresno.

Alejandro. Tú eres la única en esta empresa que puede hacerlo.

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Sofía. Bah.

Alejandro. Sí. No me jodas con lo que dicen los números. Yo te hablo de lo que dicen los trabajadores, que son seres humanos, no números. ¿Por qué no te lees ese dossier y luego hablamos?

Sofía. Yo no puedo recomendar que se cambie el plan de producción.

Alejandro. Pero sí puedes recomendar que se estudie una reducción del número de prototipos por año. Sólo que se estudie. Nada más. Y cuando tengamos el estudio sobre la mesa nosotros sabremos a qué atenernos. Por favor. Léete el dossier. No te estoy pidiendo nada del otro mundo. Sólo que hagas una propuesta.

Sofía. Que yo lo proponga no significa que lo apoye.

Alejandro. Ya lo sé.

Sofía. No van a aceptar.

Alejandro. Lo tendrán en cuenta. Para nosotros es importante.

(Silencio.)

Sofía. Me estoy jugando mi puesto.

Alejandro. Pero sabes que tenemos razón.

Sofía. Yo no he dicho eso.

Alejandro. Lo sabes. Si no, no aceptarías.

Sofía. Tampoco he dicho que acepte.

Alejandro. Pero aceptas. ¿Verdad que aceptas?

Sofía. Antes debería leerme esto.

Alejandro. ‘Muito obrigado’. Te debo una.

Sofía. No te equivoques. No lo hago por ti.

(Silencio.)

Alejandro. Cambia el billete. Quédate.

(Sofía niega.)

Alejandro. Déjame al menos invitarte a tomar algo antes de que te marches.

Sofía. Eh…

Alejandro. A eso no me puedes decir que no. Va contra la tradición de nuestros reencuentros. (Sofía ríe.) ¿Sabes cómo te llaman ahí fuera? “El témpano”. Si ellos supieran la temperatura que puede llegar a alcanzar ese témpano. (Sofía sonríe. Alejandro le susurra al oído.) Apuesto a que sigues excitándote con la misma facilidad.

Sofía. (Lo aparta con suavidad.) Anda. Déjame.

(Suena el móvil de ella.)

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Alejandro. Deja que suene.

Sofía. ¿Estás loco? (Responde.) ¿Sí? (…) Sí (…) ¿Has podido arreglarlo? (…) ¿Creo? (…) Ah, bien, de acuerdo. (...) Por tu madre asegúrate de que esté toda la documentación. (…) ¿El anexo está cotejado con el resto del departamento? (Alejandro le hace un gesto de despedida. Sofía le pide con la mano que espere un poco.) Sí, sí. ¿Qué? (Alejandro la besa en la mejilla ante el desconcierto de Sofía, y se despide.) Un momento, no cuelgues.

Alejandro. Tengo que irme. Suerte con el informe.

Sofía. Oye…

Alejandro. Voy a estar hasta tarde en mi oficina. Si antes de irte quieres pasarte por allí, prometo no hablar del trabajo.

Sofía. Eh… Está bien.

(Alejandro sale. Sofía tarda en reaccionar y ponerse de nuevo al teléfono.)

Sofía. Sí, perdona. ¿Me decías? (…) ¿El anexo? (…) Sí. Eh… Entiendo. (…) Ya. (…) No, no. Está bien. Está bien. No te preocupes. (…) No, de verdad, no pasa nada. Seguro que mañana encontramos la solución. (…) Sí. Mañana por la mañana. (…) Me parece bien. (…) Ningún problema. Oye que… lo de antes… Bueno, te pido perdón. Estaba un poco alterada. Ya sabes. Hay mucho jaleo y esto es importante y… Bien, hablamos mañana, ¿ok? Adiós.

(Cuelga. Resopla mientras se recuesta en el sillón, pensativa. Tal vez esboza una sonrisa. Luego toma el dossier de Alejandro y comienza a estudiarlo detenidamente.)

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5.

(En la cafetería.)

Carmelo. (Sin verla. Agachado tras el mostrador.) Todavía está cerrado. Faltan cinco minutos. ¿No podéis esperar ni cinco minutos?

Sofía. Aquí el servicio sigue siendo tan lamentable como hace veinte años.

Carmelo. (Se incorpora.) Sofi. ¡La leche, Sofi! Eres tú. Pero bueno, déjame que te dé dos besos. (La abraza y le estampa dos besos.)

Sofía. Me he colado por la cocina.

Carmelo. La leche. O sea que eres tú. La investigadora que nos han enviado de Madrid eres tú.

Sofía. (Sonríe.) La investigadora.

Carmelo. Como lo quieras llamar. ¿No estás tú con el asunto ése de los suicidios?

Sofía. Sí.

Carmelo. Pues eso. Menudo tema, ¿eh? Pero bueno. Estás muy cambiada. Para mejor.

Sofía. Gracias.

Carmelo. ¿Quieres tomar algo? ¿Te preparo un café?

Sofía. No quiero nada. Gracias.

Carmelo. Bueno, bueno. Esto sí que es una sorpresa. ¿Te quedarás muchos días?

Sofía. Me marcho esta noche.

Carmelo. ¿Tan pronto?

Sofía. Creo. Aún no lo sé. Tal vez me quede hasta mañana.

Carmelo. Oye, mientras me cuentas de ti no te importa que siga colocando esto, ¿verdad? Como no abramos en punto nos comen vivos esas malas bestias. Son peores que críos de instituto. ¿Seguro que no quieres nada?

Sofía. Luego. He quedado con alguien.

Carmelo. ¿Con Alejandro?

Sofía. No. A él ya lo he visto. (Gesto interrogativo de Carmelo.) Y nada. Era un encuentro de trabajo. Nada más.

Carmelo. Vale, vale. Si yo no/

Sofía. De hecho fue él quien me dijo que todavía trabajabas aquí. Yo te hacía ya en el asilo.

Carmelo. Me queda un mes y medio para jubilarme. Cuarenta y cinco días. Entré en la casa con dieciocho añitos recién cumplidos,

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en el edificio viejo. Cuando yo empecé el arquitecto que diseñó este Centro todavía usaba pañales. Entonces no llegábamos a mil personas en plantilla. Pero se trabajaba tanto como ahora, o más, ya lo creo.

Sofía. Alejandro me ha dicho que te ofrecieron prejubilarte, pero no quisiste.

Carmelo. No es que me lo ofrecieran. Es que pretendían obligarme. Se pusieron un poco pesados con ese tema. Pero mira… ¿Cuántos años tienes tú?

Sofía. Eso nunca se le pregunta a una mujer. Y menos si está a punto de cumplir los cincuenta.

Carmelo. Cincuenta.

Sofía. Cuarenta y nueve todavía.

Carmelo. Cuando yo tenía cincuenta años, Dios, tenía la cabeza repleta de ideas para cuando me llegara la jubilación. Viajar, cultivar mi propio huerto, pintar…, sí, también me gusta pintar. Anda que no me iba a sobrar tiempo para hacer lo que me diera la gana. Pero, lo que son las cosas, ahora estoy a punto de jubilarme y me pregunto para qué quiero yo todo ese tiempo. Ya no tengo ni fuerzas ni ganas para los viejos proyectos. Ni siquiera sé por qué me ilusionaban entonces. Así que para qué me iba prejubilar. Pero vale ya. ¿Qué me cuentas de ti? ¿Sigues con el jardinero?

Sofía. Botánico.

Carmelo. ¿No era jardinero?

Sofía. No. ¿De dónde has sacado eso?

Carmelo. Estaba confundido. No sé quién me habrá dicho que era jardinero.

Sofía. Me lo imagino.

Carmelo. Y sigues con él. Con el botánico.

Sofía. Sí. No. Nos… separamos hace poco. No… (Trata en vano de encontrar las palabras.)

Carmelo. Oye, que si no quieres hablar

Sofía. No. Si no se

Carmelo. del tema, déjalo. No quiero/

Sofía. trata de eso. No se trata de eso. Es sólo que… (Se emociona. Respira hondo.) Yo tampoco me reconozco en la Sofía de hace veinte años. Lo que quería entonces me parece como de otra vida. De repente me encuentro con Alejandro y no entiendo cómo pude estar con él tanto tiempo. Y el caso es que cuando lo he visto hace un rato, ha sido… como si… como si…

Carmelo. ¿Como si…?

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Sofía. ¿Por qué tienes el poder de sonsacar a las personas? Yo no quería soltar nada de esto. No sé por qué lo he dicho. Estabas hablando tú y me has hecho decir estupideces como una tonta.

(Silencio. Se sonríen con complicidad.)

Sofía. Supongo que aquí tampoco se podrá fumar.

Carmelo. No. Pero enciéndete uno, si te apetece. ¿Ahora eres un alto cargo en la casa, no?

Sofía. Sí. Algo así.

Carmelo. ¿Muy alto?

Sofía. Sí.

Carmelo. Caramba. Me alegro por ti. Eso suena bien. ¿Por encima de Fresno?

Sofía. Hasta hoy yo creía que sí. Ahora no sé qué pensar.

Carmelo. Fuma si quieres. Para eso eres la jefa.

Sofía. No. Prefiero no saltarme la norma.

Carmelo. Pues si no puedes fumar donde te dé la gana entonces a ver para qué demonios sirve ser jefa.

Sofía. Soy la primera interesada en saberlo. Tú estarás a punto de jubilarte pero Alejandro tiene razón: eres el único que parece no haber cambiado.

Carmelo. ¿Yo? Qué va.

Sofía. Sí, tú. Los demás no hemos hecho otra cosa que envejecer. Nos hemos vuelto gruñones y amargados. Pero tú estás igual.

Carmelo. Bueno. Si trabajase en un departamento de los de ahí arriba seguramente sería igual de gruñón y amargado. Pero sólo soy un simple camarero.

Sofía. ¿Tú crees?

Carmelo. ¿Que si creo el qué?

Sofía. Dime la verdad, ¿tú has notado que las cosas en el Centro hayan ido a peor en los últimos años? Quiero decir, desde la llegada de Fresno.

Carmelo. ¿Cómo “a peor”?

Sofía. La relación entre las personas. El estrés por el trabajo. Ese tipo de cosas.

Carmelo. Te soy sincero. No sé cómo serán las cosas en las oficinas, pero aquí abajo yo lo único que he notado es que la gente come cada vez peor y más deprisa. De resto, me encuentro las mismas caras de hace treinta años.

Sofía. Hay quien dice que ahora la presión es insoportable.

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Carmelo. Bueno. Es verdad que últimamente parece que han apretado las clavijas. Pero de ahí a que un padre de familia se ahorque con su cinturón… que es adonde tú quieres llegar, ¿no? No sé que decirte. Feo asunto ése. Yo en todos los años que llevo aquí jamás había visto nada parecido. Y mira que han pasado cosas. Tendría para escribir un libro. Incluso asesinatos he visto. Pero como lo de ahora… ¿Quieres saber lo que pienso?

Sofía. Por favor.

Carmelo. (Tras una larga pausa.) Pues no pienso nada. (Silencio.) Yo creo que la vida merece la pena vivirla. Y que no siempre el que más tiene es el más rico. Pero claro, a veces la vida te trata mal y ganas de vivir quedan pocas. Y estos tres no es que fueran precisamente la alegría de la huerta, con todo el equipaje que traían a la espalda.

Sofía. ¿A qué te refieres?

Carmelo. A desgracias personales, en la familia. Ese tipo de cosas. Ya me entiendes.

Sofía. No.

Carmelo. ¿No me entiendes?

Sofía. ¿Quién tenía alguna desgracia?

Carmelo. Pues estaba este bajito, el moreno. El que se ahogó.

Sofía. Andrés Miró.

Carmelo. Miró, sí. Cruasán plancha y café con leche.

Sofía. ¿Qué?

Carmelo. Todas las mañanas desayunaba lo mismo. Cruasán plancha y café con leche. La mayoría lo hacen. Si es que somos animales de costumbres. Bueno, lo que yo creo es que nos repetimos porque nos da miedo tener que elegir todos los días. Aunque sea algo tan sencillo como el desayuno. Tú desayunabas…

Sofía. Es imposible que te acuerdes.

Carmelo. (Cierra los ojos haciendo un esfuerzo.) ¿Descafeinado con sacarina y mixto vegetal?

Sofía. Qué fuerte. Pero si por aquí deben haber pasado miles de personas.

Carmelo. El tuyo es un caso especial. Mi memoria ya no funciona tan bien como antes, pero todavía le queda algo de gasoil.

Sofía. ¿Y Miró…?

Carmelo. Miró. Sí. Ya te lo he dicho. Cruasán plancha y/

Sofía. Estabas hablando de desgracias personales o algo así.

Carmelo. Ah, sí. En fin. No sé si… Está bien. Te lo digo porque eres tú y estás con este tema, pero no me gusta ir contando por ahí/

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Sofía. ¿Qué?

Carmelo. Muy poca gente lo sabe, pero la madre de Miró se pegó un tiro en la cabeza cuando él sólo tenía dieciséis años. Con una escopeta de caza. Imagínate.

Sofía. No puedo creerlo.

Carmelo. Esta cafetería cierra muy tarde. Y al final del día uno tiene que escuchar muchas historias.

Sofía. ¿Te lo contó él?

Carmelo. Creo que eso está considerado, ¿cómo dicen?, factor de riesgo. Ya sabes. Tener antecedentes. Eso marca a una persona para toda su vida. Imagínate. Me parece que lleva años en tratamiento o algo así.

Sofía. ¿Y los otros? ¿También tenían antecedentes en su familia?

Carmelo. ¿Qué otros?

Sofía. Marcelo Miralles, por ejemplo.

Carmelo. Zumo multifrutas y pincho de tortilla. Y café con un chorrito de coñac.

Sofía. ¿Tenía antecedentes?

Carmelo. No que yo sepa. Pero estaba aquella historia de su secretaria. Eso no es ningún secreto. Sabes que tenía un lío con su secretaria, ¿no? Sí, claro. Hasta tú te has enterado. Figúrate. La única que nunca llegó a enterarse fue la desgraciada de su mujer. Mejor así. Ya tenía suficiente desgracia con lo del niño que perdió.

Sofía. ¿El niño? ¿Qué niño?

Carmelo. La mujer de Miralles tuvo un aborto poco antes de que él se suicidase. Tenía un embarazo bastante avanzado. Eso también tuvo que ser muy jodido para él. Seguro que no estaba en su mejor momento.

Sofía. Yo pensaba que ella había perdido el bebé después. A raíz de la muerte de Marcelo.

Carmelo. No. En cierto modo podría decirse que ocurrió al revés. Fue Marcelo quien se mató a raíz de perder el niño. Se deprimió, qué se yo. Es triste, pero es así.

Sofía. Pero eso significa que Gabriela y la mujer de Miralles estaban/

Carmelo. ¿Quién es Gabriela?

Sofía. Gabriela Benassar, la… secretaria de Miralles.

Carmelo. Ah, Gabriela, sí. (Silencio.)

Sofía. ¿No me vas a decir qué desayuna?

Carmelo. Esa mujer nunca viene por aquí. Debe traerse la comida de casa y se la toma en la misma oficina. (Confidencial.) Claro que

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a mí me consta que a veces sube a comer a la azotea. Aunque eso va contra las normas.

Sofía. ¿A qué azotea?

Carmelo. A la de este edificio, ¿a cuál va a ser?

Sofía. ¿Quieres decir, desde donde se tiró Marcelo?

Carmelo. Eh… Pues sí. Ahora que lo dices, sí.

Sofía. ¿Cómo es posible que te enteres de todo?

(Carmelo se encoge de hombros.)

Sofía. ¿Qué hora es?

Carmelo. La leche. Las dos y cinco. Y teníamos que abrir a las dos. De milagro no han tirado la puerta abajo esos animales. Me alegro mucho de verte Sofi. Quédate y te tomas algo.

Sofía. Vendré después. Creo que ahora voy a darme una vuelta por la azotea.

Carmelo. Está prohibido subir.

Sofía. No te preocupes. Ya me he dado cuenta de cómo funcionan las prohibiciones en este Centro.

(Se enciende un cigarro.)

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6.

(En la azotea.)

Sofía. Me dijeron que la encontraría aquí.

Gabriela. ¿Quién se lo ha dicho?

Sofía. Eh… Es igual. No tiene importancia. (Silencio.) Siento lo de esta mañana.

Gabriela. ¿El qué?

Sofía. Ya sabe. Haberla dejado con la palabra en la boca. Era una llamada importante.

Gabriela. Creí que habíamos terminado. Por eso me marché.

Sofía. En realidad sí; solo que luego me ha surgido una pequeña duda. Es sólo una pregunta. Pero no quisiera… Si a usted no le molesta. (Silencio.) He apagado el móvil. (Silencio.) ¿Gabriela?

Gabriela. Fue aquí desde donde saltó.

Sofía. ¿Aquí?

(Silencio. Las dos miran al vacío.)

Gabriela. A primera hora de la mañana. La mayoría aún no se había incorporado. Estaban todavía en la explanada.

Sofía. ¿Usted lo vio tirarse?

Gabriela. (Silencio. Niega con la cabeza.) Yo estaba ya en la oficina. Siempre soy la primera en llegar. Pero esa mañana Marcelo ya estaba allí. No sé. Quizá pasó la noche en la oficina. Me crucé con él en el pasillo. Le di los buenos días pero no contestó. Pasó a mi lado sin verme. Bueno, eso era muy normal en las últimas semanas. Todavía no había encendido el ordenador cuando escuché los gritos en la explanada. En seguida supe que se había tirado.

Sofía. ¿Por qué? ¿Había amenazado antes con hacer algo así? (Silencio.) ¿Gabriela?

Gabriela. Hay algo extraño que nos atrae hacia el vacío, ¿verdad? (Silencio. Las dos miran hacia abajo.) Marcelo debió de sentir algo parecido.

Sofía. Por favor. No se acerque tanto al borde. (Silencio. Gabriela la mira. Mira al vacío.) Gabriela, por favor, me está poniendo nerviosa. Aléjese del borde.

Gabriela. No se preocupe. Yo no voy a saltar. Me gusta… Me gustaba subir aquí en los cambios de turno. En la explanada dondequiera que miras tienes siempre la gran mole del Tecnocentro sobre ti, oprimiéndote como una losa. Y en la cafetería los compañeros no dejan de agobiarte con sus problemas en la planta. Son incapaces de hablar de otra cosa que no sea el trabajo. Es insoportable. Aquí arriba una no ve más que el cielo y no tiene que escuchar conversaciones estúpidas. Así es más fácil no pensar

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en… (Se encoge de hombros. Silencio.) Hacía meses que no estaba aquí arriba. Pensé que ya no volvería a subir. A Marcelo también le gustaba este sitio. Al menos al principio. Luego ya no tenía tiempo. Dejó de tener tiempo para nada que no fuera el Centro ni para nadie que no estuviera relacionado con el proyecto. Cuando empezaron a acumularse los retrasos todo fue a peor. Nos exigía cada vez más. Pero sobre todo se exigía a sí mismo. Los últimos meses apenas dormía. Acabó por transformarse en alguien extraño. A veces se le veía hundido, apagado, y en cuestión de minutos te lo volvías a encontrar eufórico, fuera de sí. Otras veces proponía ideas sin sentido o nos pedía cosas… imposibles, absurdas. Iba con la mirada perdida, como si ya tuviera la muerte dentro de sí. Hasta que aquella mañana subió hasta aquí arriba y se lanzó al vacío. Eso es todo. (Silencio.) Tengo que volver al trabajo. ¿Quería preguntarme algo?

Sofía. Eh… Sí. No. Sólo una cosa. Es una pregunta muy personal. Si no quiere no… no tiene por qué contestarme. ¿De acuerdo? (Silencio. Gabriela la mira fijamente.) El caso es que no sé si… Uf. Esto me resulta muy violento. (Mira al vacío.) El niño que usted esperaba, cuando anuló el traslado… ¿Marcelo era el padre?

(Silencio.)

Gabriela. Sí.

Sofía. ¿Lo sabía él? ¿Llegó a decírselo?

Gabriela. Sí.

(Silencio.)

Sofía. Luego él sabía que iba a tener dos hijos casi al mismo tiempo. El de su propia mujer y el que/

Gabriela. ¿Puedo irme? Se ha hecho muy tarde.

Sofía. Sí, claro. Discúlpeme. (Gabriela inicia el mutis.) Gabriela, ¿qué pasó con usted? Su embarazo.

Gabriela. No seguí adelante.

(Silencio. Se miran.)

Gabriela. ¿Qué?

Sofía. ¿Se lo pidió él?

Gabriela. Eso a usted no le importa.

(Sale. Sofía mira al vacío.)

36

7.

(En la máquina de chocolatinas. Jaime come con la mirada perdida. Entra Sofía.)

Sofía. Ah, todavía estás aquí. Pensé que ya no te encontraría.

Jaime. Estaba a punto de irme.

Sofía. No te lo vas a creer.

Jaime. No importa. También a mí se me ha hecho tarde. ¿Quieres?

Sofía. No. No tengo estómago para nada.

Jaime. ¿Pasa algo?

Sofía. Acabo de llevarme un susto de muerte. Estaba en la azotea con una compañera de trabajo de Miralles.

Jaime. ¿En la azotea? Eso está prohibido.

Sofía. ¿Sí? Pues ésta se sube un día sí y otro también.

Jaime. ¿Quién?

Sofía. Te lo estoy diciendo. La compañera de Miralles. Gabriela…

Jaime. No la conozco.

Sofía. Lo juro. Pensé que iba a tirarse abajo delante de mis narices. Estaba allí, en la cornisa, mirándome como una esquizofrénica y hablando no sé qué del vacío. Qué horror.

Jaime. En esta empresa hay mucho tarado. Si hicieran un test entre todo el personal se demostraría que más del 70% de la plantilla está mal de la cabeza. (Sofía extrae nerviosa un cigarro de su cajetilla y se la ofrece a Jaime.) ¿Qué haces? ¡Esconde eso ahora mismo!

Sofía. ¿Qué pasa?

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Jaime. Aquí está prohibido fumar, joder. ¿Quieres que me abran un expediente y me manden al puto paro?

Sofía. Me habías dicho que los programadores…

Jaime. Y tú te lo crees, ¿no? No se puede fumar en todo el edificio, tía. Y esto es una sala de uso común. Si te ven aquí con tabaco se te cae el culo. Da igual quien seas, te vas a la puta calle.

Sofía. Está bien. Cálmate. No lo sabía.

Jaime. Joder.

Sofía. Tampoco es para ponerse así.

Jaime. Lo dice bien claro en los carteles.

Sofía. Te juro que no me he dado cuenta. No… Es por culpa de esa loca, a punto de tirarse de la azotea. Me ha puesto de los nervios. ¿Por qué te ríes?

Jaime. Porque si esa tía hubiese saltado, qué putada para tu informe, ¿no?

Sofía. No tiene ninguna gracia.

Jaime. (Sin dejar de reír.) Claro que para Fresno la cosa sería todavía peor.

Sofía. ¿El qué?

Jaime. Imagínatelo. Otro suicidio y todas sus estadísticas se le van a hacer puñetas.

Sofía. (Sofía también ríe. Es una risa liberadora para ambos.) Le daría un infarto.

Jaime. (Ríe más fuerte.) O mejor. Se suicidaría. Él mismo se suicidaría. Y los porcentajes de la estadística disparados. Por las nubes.

(La carcajada de Jaime es ahora desproporcionada. Sofía, sin dejar de reír, lo mira con desconcierto.)

Jaime. (Secándose una lágrima.) Qué fuerte. Los porcentajes disparados. Yo voy a comerme otra. ¿Quieres algo?

Sofía. No. De verdad.

(Jaime introduce una moneda pero la máquina no devuelve ninguna chocolatina.)

Jaime. ¿Y ahora qué coño pasa? No me lo puedo creer. (Le da un golpe a la máquina.) ¡La hostia! Se me ha tragado la moneda. ¿Será puta? (Toquetea todos los botones.) Mira que me joden estas cosas. (Le da otro golpe, más fuerte.) ¡La puta madre que te parió! ¡Máquina de los cojones! Suelta la jodida chocolatina. (La emprende a patadas contra la máquina.) ¡Hija de la gran puta! A la mierda… A la puta mierda… (Finalmente desiste. Menea la cabeza

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y musita algo para sí con la mirada perdida. Sofía está atónita. Hay un silencio incómodo.)

Sofía. Sólo son dos euros.

Jaime. (Repara en Sofía.) ¿Qué?

Sofía. ¿Algo va mal?

Jaime. Sí, no, todo bien. Me revienta que me tomen el pelo. Nada más. Los dos euros es lo de menos. A tomar por culo los dos euros. Pero lo que no soporto… (Musitando casi para sí.) Esos cabrones no pueden… No pueden hacerme esto… Eso es cosa mía... No pueden… Hijos de puta…

Sofía. ¿No ha ido bien la reunión?

Jaime. ¿Qué?

Sofía. Creía que tenías una reunión de programación.

Jaime. Eh, sí. Nada. Bien. La reunión bien. Un problema de coordinación. Lo normal. Quiero decir… no es que haya descoordinación… O sea, la reunión bien. Bueno, sí. Bien no. La reunión, mal. La reunión mal de cojones. ¿Tú me explicas…? A ver… ¿Tú me explicas cómo pollas pretenden sacar adelante un nuevo proyecto con este equipo? Pero si esto no es un equipo ni hostias. ¿Qué quieren? ¿Qué resuelva yo todos los problemas de la planta para ser luego el primero al que le dan la patada en el culo? Y una mierda.

Sofía. Oye…

Jaime. ¡No me sale de los cojones! ¡Llevo cuatro años en esta jodida empresa! Aquí hay prototipos enteros que me los he currado yo solito. Y ahora pretenden echarme la mierda encima. Sálvese quien pueda, ¿no? ¡Pues no me sale de los cojones!

Sofía. Cálmate, por favor.

Jaime. Yo sé qué es lo que quieren algunos. Esperan verme como a Andrés. Flotando en el estanque de captación. Pues lo llevan claro. Yo no me voy a suicidar. Eso te lo garantizo. Ni me suicido ni me voy. Que me echen si se atreven. Andrés decía que por esta empresa merecía la pena dejarse el pellejo, pero que a alguno de los que trabajan aquí habría que arrancárselo a tiras. Cuando pienso que él y yo llegamos a currar hasta veinte horas diarias durante semanas para sacar adelante el Argos. Muchas noches dormimos aquí. Eso sí que es creer en el proyecto. Para que luego vengan otros a joderte el trabajo y a ponerse las medallas. Todavía no me creo que esté muerto. (Rompe a llorar. De inmediato trata de contenerse.) Joder.

Sofía. Lo siento.

Jaime. Ahora resulta muy fácil decir: “Miró tenía problemas”. Mentira. Yo trabajé con él y jamás le oí quejarse del Centro, ni del

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funcionamiento de la planta. Y con su familia le iba de puta madre. No como al desgraciado de Rus.

Sofía. ¿Eduardo Rus? ¿Qué pasa con él?

Jaime. Él era el único que no sabía nada. O hacía como que no sabía, que para el caso es lo mismo. Pero en su sección todos estaban enterados de lo de su mujer. Como para no estarlo. Ésa es otra que ha conseguido el puesto a base de… bueno, no me hagas hablar.

Sofía. ¿El puesto de qué?

Jaime. De jefa de grupo en la sección de diseño. ¡Jefa de grupo! Hay que joderse.

Sofía. ¿Aquí? ¿La mujer de Rus trabaja en el Centro?

Jaime. Ahora está de baja. Por depresión, dicen. Pero eso no hay quien se lo crea. Y que conste que a mí Rus nunca me cayó bien. Pero lo de su mujer… Con decirte que cuando él se mató ella llevaba una semana en el Algarve montándose al del sindicato.

Sofía. ¿Al del sindicato?

Jaime. Aquí se sabe todo, tía. Ella se veía, o se ve, qué sé yo, con uno de los representantes sindicales. Alejandro García nosequé, creo que se llama. Un gilipollas como la copa de un pino. Un tipo empeñado en que unos cuantos privilegiados vivan como si esto fuera un puto balneario de ricos en lugar de un centro de producción. Y la mujer de Rus… Bah. Pero si me da igual. Por mí como si quiere tirarse a todo el Tecnocentro en Portugal o en la Patagonia. Oye. Que yo me tengo que volver al curro. ¿Qué más quieres?

Sofía. ¿Eh? ¿Qué?

Jaime. ¿No habíamos quedado porque ibas a hacerme no sé qué preguntas?

Sofía. Eh… Sí. No. En realidad ya me has dicho bastante. Más de lo que necesitaba saber.

Jaime. Pues nada. Suerte con tu informe. (Suena su móvil. Contesta de malos modos.) ¿Qué? Ah. Vale. De acuerdo. (Antes de salir le da una patada a la máquina.) Tu puta madre. No, no es a ti. A la máquina, que se me ha tragado dos euros. Sí, tío. Dos euracos. Hay que joderse.

(Sale. Sofía, aturdida, se apoya en la máquina, que escupe una chocolatina. La recoge y la contempla sin saber si comérsela o tirarla a la basura.)

40

8.

Sofía. ¿Por qué no me dijiste que te acostabas con la mujer de Rus?

Alejandro. ¿Cómo te has enterado?

Sofía. ¿Por qué no me lo dijiste?

Alejandro. Creía que no estabas interesada en mi vida.

Sofía. ¡En la tuya no, pero en la de Eduardo Rus sí!

Alejandro. En este caso viene a ser lo mismo.

Sofía. Serás cerdo.

Alejandro. ¿Qué te pasa? Tengo un lío con una mujer casada. Ni que fuera la primera vez.

Sofía. ¿Y no te has parado a pensar en que a lo mejor a Rus no le hizo ninguna gracia descubrir que mientras él se pasaba dieciocho horas pringando en este Centro, tú te dedicabas a tirarte a su mujer?

Alejandro. Eh, ¿qué insinúas?

Sofía. Nada. No insinúo nada.

Alejandro. Rus se ahorcó porque no aguantó la presión. Pregúntale a cualquiera de su planta. Te dirán que estaba desesperado con el trabajo. Puede que tuviera algún problema en casa, pero…

Sofía. ¿Algún problema? ¡Te estabas tirando a su mujer!

Alejandro. ¿Y yo cómo iba a saberlo? No tenía ni idea. Si llego a sospechar que era la mujer de un compañero no habría dejado que las cosas llegaran tan lejos. De verdad.

Sofía. ¡Serás cínico! Te habrías acostado con ella de todas formas. Y conociéndote estoy segura de que disfrutabas mucho más sabiendo que saludabas a su marido todas las mañanas.

Alejandro. Yo no he dicho que saludara a Rus todas las mañanas. Apenas lo conocía. Hablábamos muy de cuando en cuando.

Sofía. Sí, ya sé. De fútbol y de mujeres.

Alejandro. Exacto.

Sofía. ¡Seguro que cuando hablabas con él de mujeres nunca se te ocurrió mencionar que te acostabas con la suya!

Alejandro. Nunca me lo preguntó.

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Sofía. Cerdo.

Alejandro. Ahora en serio. Yo no tenía ni idea de que estuviera casada. La conocí en un curso de formación. Empezamos a vernos. Que su marido trabajaba en programación lo supe mucho después.

Sofía. Y por supuesto, te dio igual.

Alejandro. No me dio igual, ¿pero qué querías que hiciera?

Sofía. Podías haberte quitado de en medio en lugar de seguir jodiéndole la vida a los demás, como has hecho siempre.

Alejandro. No puede ser.

Sofía. ¿Qué?

Alejandro. Estás celosa.

Sofía. Vete a la mierda.

Alejandro. ¡Estás celosa!

Sofía. ¿Quieres dejar de mezclarlo todo? Un hombre se ahorca en los lavabos de esta empresa y tú me vienes con que estoy celosa de su mujer. ¡Mira que eres imbécil!

Alejandro. Eres tú la que lo mezcla todo. Te envían de Madrid para averiguar en qué condiciones se trabaja en este jodido Centro. Y en lugar de eso, tú te dedicas a cotillear quién folla con quién.

Sofía. A mí me han enviado de Madrid para saber por qué han ocurrido tres suicidios en cinco meses. Y puede que Eduardo Rus tuviera otras razones para quitarse la vida además de tu teoría del estrés laboral.

Alejandro. ¿Otras razones? ¿Qué otras razones?

Sofía. Por ejemplo que su mujer lo engañaba con otro.

Alejandro. Venga ya. Si los hombres se suicidasen cada vez que les ponen los cuernos no quedaríamos ni uno. Esto sería el reino de las amazonas.

Sofía. Deja de hacer chistes con este tema, por favor. Me recuerdas a Fresno.

Alejandro. Y no es mi “teoría del estrés laboral”. ¿Qué pasa con Miralles? ¿Y Miró? ¿También lo de ellos era un problema de cuernos? Eso por no hablar de los dos que lo intentaron el año pasado.

Sofía. Miralles acababa de perder el hijo que esperaba. Mejor dicho, los dos hijos que esperaba. Y Miró estaba en tratamiento psiquiátrico. Tenía antecedentes en su familia. Su madre se pegó un tiro cuando él tenía dieciséis años. (Silencio.) ¿No lo sabías?

Alejandro. ¿Qué intentas decirme? ¿Que ninguno de esos suicidios tiene que ver con el trabajo en el Centro?

Sofía. Puede que no haya sido tan determinante como tú crees.

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Alejandro. Esta mañana no pensabas lo mismo.

Sofía. Esta mañana no sabía lo que sé esta tarde.

Alejandro. Que me acuesto con la mujer de Rus.

Sofía. Entre otras cosas.

(Silencio.)

Alejandro. No estarás pensando en cambiar el informe.

Sofía. ¡No es real!

Alejandro. ¡No puedes hacerlo!

Sofía. Tú sigues viendo el mundo

Alejandro. Joder. No puedes hacerlo.

Sofía. como hace treinta años. En términos que ya nadie cree: los jefes explotan a los pobres trabajadores. Los obreros luchan por la justicia social. El sistema está al servicio de los poderosos.

Alejandro. El sistema está al servicio de los poderosos.

Sofía. La vida es mucho más complicada que todo eso.

Alejandro. ¿La vida de quién?

Sofía. La de cualquier trabajador de este centro. La vida de Eduardo Rus, que debió de tocar fondo al descubrir que su mujer se la pegaba con un compañero delante de todo el mundo. Suele pasar cada vez que una persona en la que confías te clava una puñalada por la espalda. ¿Te suena?

Alejandro. Pues por lo que se ve, tú no te suicidaste.

Sofía. No iba a darte ese gusto.

Alejandro. No debías de quererme mucho.

Sofía. Esto es demasiado. Cuando pienso que esta mañana estuve a punto de cambiar mi vuelo. Debo tener la palabra “gilipollas” escrita en la frente.

Alejandro. ¿Ibas a cambiar el vuelo?

Sofía. Por suerte todavía me queda algo de sentido común.

Alejandro. ¿De verdad que ibas a cambiar el vuelo?

Sofía. “Coge el primer avión de la mañana. Te puedes pasar la noche sin dormir”. Es como si…

Alejandro. ¿Como si…?

Sofía. No. No puedes ser tan retorcido.

Alejandro. ¿Qué?

Sofía. Sólo te interesaba el informe. Todo lo que me dijiste era sólo para que yo informara contra el plan de Fresno.

Alejandro. Estás loca.

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Sofía. Por eso viniste tú a hablar conmigo. Creías que te sería fácil convencerme recordando Mallorca y nuestra época hippie.

Alejandro. Estás para que te encierren.

Sofía. Y hablándome de los hijos que no tuvimos. Hijo de puta.

Alejandro. (Se encoge de hombros). Puedes pensar lo que quieras. Lo que no entiendo es que cambies un informe que afecta a todo el Centro sólo porque te habías montado no sé que película conmigo y ahora estás resentida.

Sofía. Cerdo.

Alejandro. ¿A santo de qué viene ese cuento de Eduardo Rus?

Sofía. Te parece un cuento, ¿verdad? No tienes ni el más mínimo sentimiento de culpa.

Alejandro. ¿Sentimiento de culpa? ¿Por la muerte de Rus? Estás de coña. ¿Qué tengo que ver yo con que al pobre tipo se le fuera la pinza?

Sofía. Nada. Simplemente te dedicabas a cepillarte a su mujer. Una forma muy lúdica de joderle la vida.

Alejandro. Eso díselo a su mujer, no a mí. Pero no te compliques. No hace falta tener una historia truculenta para suicidarse. Basta con que te jodan la vida cada mañana al llegar a tu puesto de trabajo.

Sofía. También te la puede joder la persona que duerme contigo.

Alejandro. En eso tienes razón. Hasta un simple jardinero puede joderte la vida.

Sofía. ¿Qué?

Alejandro. Perdón, botánico.

Sofía. ¿Qué?

Alejandro. ¿No era botánico?

Sofía. ¿A qué viene eso?

Alejandro. Relacionado con el mundo vegetal, en todo caso.

Sofía. ¿Pero de qué estás hablando?

Alejandro. El caso es que lo supe casi antes de que ocurriera. Cuando nos lo presentaron en aquella fiesta en casa de Ismael, ¿te acuerdas? “Te acuerdas”. Menuda pregunta. Cómo no vas a acordarte si desde el primer momento te quedaste hipnotizada por su verborrea. Se expresaba de una forma que hacía que todos los demás pareciéramos imbéciles. Yo veía cómo lo mirabas y recuerdo que pensé: “Si algún día me deja, será por el jardinero éste”. Es como estar cruzando una calle y darte cuenta de que el coche que dobla la esquina acelera al verte. Sabes que se te viene encima a toda velocidad pero no puedes reaccionar. Cuando descubrí que te veías con él, fue como si me arrollara un camión cisterna. Te

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sientes menos que una mierda. Quieres morirte. Pero una cosa es desear morirte y otra muy distinta suicidarte. Yo no me voy a suicidar nunca. Por nadie ni por nada. Y menos por esta puta empresa.

Sofía. ¿Pensaste que te engañaba con Adrián?

Alejandro. ¿Quién es Adrián?

Sofía. El jardinero. Mierda. El botánico. ¿Pensaste que te engañaba con él cuando tú y yo todavía estábamos juntos?

Alejandro. Y tú me llamas cínico.

Sofía. Estás enfermo. Adrián y yo no empezamos a quedar hasta un año después de romper contigo.

Alejandro. Eso hubiese estado bien. Lástima que os pillaran juntos.

Sofía. ¿Que nos qué?

Alejandro. Juntos. Tú y él.

Sofía. Yo alucino. Puede que quedáramos un par de veces para charlar y tomar café, pero ni siquiera/

Alejandro. Charlar y tomar café. Un par de veces.

Sofía. Me parece muy fuerte que tengamos esta conversación después de veinte años.

Alejandro. Tienes toda la razón. Ya es un poco tarde para explicaciones. En cuanto a Eduardo Rus, sólo te diré una cosa: yo no sé por qué se ha suicidado. Pero sí sé que su trabajo en este Centro era un puto infierno. Y ahora tú escribe lo que te dé la gana en tu informe. Me voy. (Inicia el mutis, pero retrocede.) ¿Cómo que me voy? Te vas tú. Mientras no me echen a la calle ésta sigue siendo mi oficina. (Le abre la puerta para que Sofía salga.)

Sofía. ¿Ves como yo tenía razón? Contigo todo empieza como una gran promesa y termina como una gran cagada.

(Sofía sale.)

9.

Fresno. De modo que las conclusiones del informe son éstas.

Sofía. Es sólo un borrador. Esta noche terminaré la redacción definitiva y mañana la presentaré a la dirección. Pero en líneas generales, sí. Las conclusiones son ésas.

(Silencio.)

Fresno. Lo admito. Esperaba cualquier cosa menos esto. Las informaciones que tenía sobre ti…, no te importa que te tutee, ¿verdad? Entre colegas no vamos a estar con tanto formalismo. Sí. Reconozco que me habían advertido contra ti. Comprenderás que con tus antecedentes no podía/

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Sofía. Me lo imagino. Pero mis antecedentes son una cosa y lo que veo con mis ojos es otra.

Fresno. Eso es jugar limpio.

Sofía. No obstante, si piensa que todo puede seguir como hasta ahora se equivoca. El informe deja bien claro que hay que tomar medidas. Y algunas son muy urgentes.

Fresno. (Hojeando el informe.) Reforzar los equipos de psicólogos, sí. Redistribución de tareas.

Sofía. Y la composición de los grupos de trabajo.

Fresno. Sí, sí.

Sofía. El reajuste de horarios/

Fresno. De horarios. De acuerdo, de acuerdo. Pero lo que a mí me interesa está aquí: (Lee.) “No es posible establecer una relación causa-efecto entre los suicidios ocurridos en el Tecnocentro y el nuevo plan de producción de tres nuevos prototipos. Atribuir a los mecanismos de producción cualquier responsabilidad sobre estos accidentes resulta precipitado y carece de consistencia”.

Sofía. No se/

Fresno. Esto ha sido escrito por alguien con mucha capacidad de análisis.

Sofía. Gracias. Pero a lo mejor usted piensa/

Fresno. Por favor, tutéame. Yo te tuteo, tú me tuteas.

Sofía. Está bien. A lo mejor tú piensas que yo estoy a favor de los métodos que se han implantado en el Centro.

Fresno. Y no.

Sofía. De ninguna manera. El ambiente de trabajo está viciado por completo. Lograríamos mayor implicación de los trabajadores y mejores resultados si en lugar de amenazarles continuamente con un ERE recurriéramos a algún tipo de incentivo. Y tampoco me parece lógico que en lugar de motivarles para que su compromiso con la empresa… (Se interrumpe de pronto.)

Fresno. ¿Qué?

Sofía. ¿Qué ha sido eso?

Fresno. ¿El qué?

Sofía. Ese ruido.

Fresno. ¿Qué ruido?

Sofía. ¿No lo has oído? Ha sonado como si… No. Nada.

Fresno. Mira. Yo entiendo tu postura. La entiendo, de verdad. Si yo pensara que esa política de incentivos de la que tú hablas funciona, la pondría en práctica mañana mismo. Pero no te engañes. Mucha

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gente sólo sabe trabajar bajo presión. Ésa es la realidad. No me estoy inventando nada. A mí me han colocado al frente de este Centro para sacar a la compañía de los números rojos. Eso sólo se consigue a base de rendir al 200%. No hay más. Si yo permito que la producción se relaje, olvídate de las cifras en negro. Por eso no me vale que los empleados me vengan al Centro con la mente en otras cosas que nada tienen que ver con el trabajo. Que no me cuenten historias. Yo también tengo problemas. ¿O te crees que mi vida se limita a este edificio? Ahora bien, mis problemas los dejo en casa cada mañana antes de venir aquí. Porque a mí lo que me pregunta Madrid al final de cada trimestre no es cómo responde mi hija al tratamiento, ni cuánta pasta me pide mi ex mujer. No. Me pregunta por la cuenta de resultados. Me pregunta por el diferencial de producción. Me pregunta por el valor de cada unidad. Y esas son las preguntas que yo tengo que responder. Y el trabajador de esta empresa tiene que saber que aquí remamos todos en la misma dirección. Y si yo me sacrifico quiero que todos se sacrifiquen. Y si yo me dejo los cuernos en esta empresa no es porque quiera llenarme los bolsillos. Es porque quiero que esto salga adelante. Y ya sabemos cuál es la situación por la que atraviesa el sector. Un ERE no es algo que yo me invente para acojonar a nadie. No. Es una amenaza que está ahí. De modo que si hay que joderse y currar más horas, nos jodemos y curramos más horas. Y si hay que leerle la cartilla al personal, se lee la cartilla. Pero si nos dormimos pensando en los problemas que esperan en casa, nos arrastra la corriente. Así es como funciona el sistema. (Silencio.)

Sofía. ¿Qué le pasa a tu hija?

Fresno. ¿Qué?

Sofía. ¿Por qué está en tratamiento?

(Pausa.)

Fresno. Anorexia.

(Pausa.)

Fresno. Todo esto es excepcional. En cuanto pase esta puta crisis podremos distribuir mejor los tiempos y aliviar la carga de trabajo. Seguro. Pero mientras tanto no queda más remedio que apechugar. ¿Un cigarrillo?

Sofía. No.

Fresno. ¿No?

Sofía. No. Voy a tratar de dejarlo. Una vez más.

Fresno. ¿Te importa si…? (Se enciende un cigarro.) Sí. Yo también fui fumador. Llegué a fumar más de dos cajetillas diarias. Un día aposté con unos amigos a que sería capaz de dejarlo de la noche a la mañana. Y gané. De eso hace ya más de diez años. Pero a veces no me resisto a echar un cigarrillo cuando estoy de buen humor.

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Sofía. Y hoy estás de buen humor.

Fresno. ¿Por qué no voy a estarlo? La reunión de mediodía ha ido sobre ruedas. Esta tarde me han confirmado que los problemas con el prototipo del Iceberg por fin están resueltos. Y ahora tu informe. La mejor forma de terminar la jornada. Hasta me está apeteciendo una copa. ¿Te animas?

Sofía. Gracias, pero no puedo. Mi avión sale dentro de dos horas.

Fresno. ¿Dos horas? Hay tiempo de sobra.

Sofía. Gracias pero no.

Fresno. Vamos. Ha sido un día largo. Nos tomamos un gin tonic y te llevo al aeropuerto.

Sofía. Cogeré un taxi.

Fresno. No me supone ningún problema. Me pilla de camino.

Sofía. Cogeré un taxi.

Fresno. Muy bien. Como quieras. (Pausa.)

Sofía. Está bien. De acuerdo.

Fresno. ¿Una copa?

Sofía. Sí, ¿por qué no?

Fresno. Perfecto. Conozco un sitio aquí cerca.

Sofía. Recojo mis cosas y nos vamos. (Inicia el mutis.) Oye, ¿cuál fue la apuesta?

Fresno. ¿Cómo?

Sofía. Para dejar de fumar. ¿Qué habías apostado con tus amigos?

Fresno. A mi mujer.

Sofía. ¿A tu mujer?

Fresno. Si yo perdía, ellos podían acostarse con mi mujer. Todos a la vez, o de uno en uno. Como quisieran. Pero si no volvía a probar un cigarro, entonces era yo quien podía irme a la cama con las mujeres de todos ellos. Imagínate qué orgía. Dejé de fumar al momento. (Sofía lo mira atónita. Fresno suelta una carcajada.) No. Te estoy tomando el pelo. Apostamos una cena. Nada más.

(Sofía ríe forzadamente. Suena el teléfono de la mesa.)

Fresno. (Responde.) Sí. (…) ¿Qué? (...) Entiendo. (…) Sí. (…) Está bien. Llámame en cuanto sepas algo. (Cuelga. A Sofía.) No creo que puedas irte esta noche.

Sofía. ¿Por qué?

Fresno. Y seguramente tendrás que hacer algunos cambios en ese jodido informe.

Sofía. ¿Pero qué ha pasado?

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Fresno. Todavía no sabemos de quién se trata. Han encontrado a una persona muerta en uno de los ascensores. Al parecer se ha pegado un tiro.

Oscuro

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