Surrealismo en Espana

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Sección de Notas ¿SURREALISMO EN ESPAÑA? La cuestión increíble del surrealismo en España es más 1 ridicula todavía que increíble. El surrealismo no es (aunque lo fuera) una escuela, sino un movimiento intemporal del pensamiento o del espí- ritu. Bien que se sitúa en un lugar y en un espacio histórico. En este sentido espacio-temporal puede decirse categóricamente que ese mo- vimiento vanguardista es engendrado en forma de rebeldía (hasta la toma de conciencia revolucionaria) por una especie de taedium vitae romántico del hombre megalopolita. Ciertamente, la patotopografía de un tal origen la definió muy bien Cyril Connolly: «El surrealismo es un movimiento típico de delirio de las grandes ciudades, una vio- lenta explosión de claustrofobia urbana.» Toda auténtica revolución se lleva a cabo en las calles. Con el surrealismo—y antes 1 con Dada— aparecen jefes (Tzara, Bretón) decididos a ametrallar todas las torres de marfil. El poeta burgués vive y escribe dentro de casa. Con los surrealistas, la profesión de poeta desaparece y se opone literatura a vida. Considérese un momento todo lo que la palabra vida comporta: pasión, delirio, belleza, sueño, humor... El poeta sale a la calle, desde muy temprano: se pasea. Sólo así ocurren las cosas que ocurren en Nadja. A este respecto, recuérdese; lo que escribió, en 1911, Norman Douglas: «No estamos todavía maduros para crecer en las calles... ¿Algo bueno salió alguna vez del acervo nauseabundo de ese prole- tariado humano predilecto de los humanitarios? Nada jamás; ellos esperan solamente un jefe, un cualquier idiota inspirado, para des- cuartizar nuestra pobre civilización.» El idiota inspirado fue Hitler. Y un ministro surrealista no existirá nunca. Ante todo se es surrea- lista, luego o simultáneamente se hace surrealismo. La misma palabra surrealismo (que los literatos españoles preocupados de lingüística pu- rista modificaron y adulteraron llamándolo suprarrealismo, superrea- lismo, sobrerrealismo}, ya se sabe, fue inventada por Apollinaire como resonancia renaciente del sobre-naturalismo romántico que el germa- nófico Carlyle considera en un capítulo de su admirable Sartor Resar- tus. Hoy en día, desaparecido André Bretón, aunque vigente el espí- 579

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Surrealismo en España

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  • Seccin de Notas

    SURREALISMO EN ESPAA?

    La cuestin increble del surrealismo en Espaa es ms1 ridicula todava que increble. El surrealismo no es (aunque lo fuera) una escuela, sino un movimiento intemporal del pensamiento o del esp-ritu. Bien que se sita en un lugar y en un espacio histrico. En este sentido espacio-temporal puede decirse categricamente que ese mo-vimiento vanguardista es engendrado en forma de rebelda (hasta la toma de conciencia revolucionaria) por una especie de taedium vitae romntico del hombre megalopolita. Ciertamente, la patotopografa de un tal origen la defini muy bien Cyril Connolly: El surrealismo es un movimiento tpico de delirio de las grandes ciudades, una vio-lenta explosin de claustrofobia urbana. Toda autntica revolucin se lleva a cabo en las calles. Con el surrealismoy antes1 con Dada aparecen jefes (Tzara, Bretn) decididos a ametrallar todas las torres de marfil. El poeta burgus vive y escribe dentro de casa. Con los surrealistas, la profesin de poeta desaparece y se opone literatura a vida. Considrese un momento todo lo que la palabra vida comporta: pasin, delirio, belleza, sueo, humor... El poeta sale a la calle, desde muy temprano: se pasea. Slo as ocurren las cosas que ocurren en Nadja. A este respecto, recurdese; lo que escribi, en 1911, Norman Douglas: No estamos todava maduros para crecer en las calles... Algo bueno sali alguna vez del acervo nauseabundo de ese prole-tariado humano predilecto de los humanitarios? Nada jams; ellos esperan solamente un jefe, un cualquier idiota inspirado, para des-cuartizar nuestra pobre civilizacin. El idiota inspirado fue Hitler. Y un ministro surrealista no existir nunca. Ante todo se es surrea-lista, luego o simultneamente se hace surrealismo. La misma palabra surrealismo (que los literatos espaoles preocupados de lingstica pu-rista modificaron y adulteraron llamndolo suprarrealismo, superrea-lismo, sobrerrealismo}, ya se sabe, fue inventada por Apollinaire como resonancia renaciente del sobre-naturalismo romntico que el germa-nfico Carlyle considera en un captulo de su admirable Sartor Resar-tus. Hoy en da, desaparecido Andr Bretn, aunque vigente el esp-

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  • ritu surrealista, codificado por Bretn mismo, se pone en evidencia el carcter restrictivo de la etiqueta bautismal; es decir, el empleo co-rriente dado a esta palabra desde Bretn y sus Manifiestos, desde hace cincuenta aos. Dionys Masclo, recientemente, examina ese carcter deliberadamente restringido. Se daba por sentado, en el vocablo mismo, un realismo de lo imaginario y del sueo en oposicin al realismo rei-nante y sus productos de imitacin. Y as, este surralisme restreint, hall su definicin susceptible de evolucin permanente en el juego del automatismo psquico reconocido como primordial dentro de los complejos surrealistas1: el humor, lo maravilloso, el sueo, la locura. Y en este sentido, et seulement en ce sens, le surralisme est histori-que-. Ahora bien, ms all de lo previsible, los desarrollos obtenidos por aquel movimiento del espritu en rebelda contra lo conocido y, por tanto, contra el orden existente, sobrepasando en profundidad la aventura propia de la conquista de lo desconocido, se propag por encima de la ptica de los problemas de expresin hacia los dems campos de la actividad del hombre : filosfico, potico, poltico. Mas-clo aade, considerando tales desarrollos, que es1 la fortuna misma de la palabra lo que obliga a recordar que el surrealismo, lejos de haber sido realizado en ningn sitio ni por nadie, permanece una exigencia infinita {sin cumplimiento posible, porque tras todo cum-plimiento posible ella, debe volverse a encontrar entera), al mismo tiempo que una facultad de ruptura indefinida.... Despus de con-venir en la casi nulidad del epteto que designa una superficie cultu-ral y que como tal resulta un mot vasif, vid, vidant, Masclo aniquila la etiqueta histrica: Afirmar que somos todos surrealistas justificara por s solo la reciente decisin del grupo surrealista, prohi-bindose sine die llevar este nombre v marcar con l las actividades qu persigue.

    No hay que olvidar, sobre todo, la finalidad extraliteraria de los surrealistas. Movimiento de exigencia revolucionaria (no menos que el comunismo), en la accin como en el pensamiento, su historia arran-ca de un fondo doctrinario cuyo tema reincide en la realizacin del hombre integral. La evolucin dialctica del surrealismo puede re-sumirse, por tanto, en los tres nombres de Lautramont, Freud y Trotsky, precursores de cada una de sus etapas, escribe Yves Duples-sis, quien asimismo recuerda que el surrealismo pertenece a esa vasta empresa de recreacin del universo a la cual Lautramont y Lenin se dieron por completo.

    Veamos, ahora, el problema, falsamente planteado, del presunto surrealismo espaol, esto es, dentro de Espaa; surrealismo que no se pudo dar, voluntariamente, en unos hombres no surrealistas; toda-

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  • va ms, que no se pudo dar en hombres catlicos. Otro asunto es, desde luego, el hecho del surrealismo castellano, en lengua castellana, practicado, doctrinalmente, por poetas sudamericanos. A raz de la publicacin, en Valencia, de la Antologa del surrealismo espaol, compilada por Jos Albi y Joan Fuster (Revista Verbo nms. 23-24-25), escrib un artculo en Correo Literario (Madrid, 15 junio 1952, nme-ro 50), titulado Surrealismo ibero y apertura de polmica, en el que citaba lo esencial de mi comunicacin postal con dichos autores de la Antologa, quienes me consultaron previamente en el curso de su tra-bajo. Me bastar glosar y copiar aqu algunos prrafos del artculo que no tuvo eco alguno. Deca entonces que la voz del surrealismo sopl en la barahnda de otros tiempos, incluso mezclndose, es evi-dente, con la voz ms cascada del ultrasmo. Evidentemente, se pres-taba odo atento, desde lo de dentro, a lo de fuera. Pero haba un ejemplo nico, que llam diamantino; Juan Larrea. Y hay que decir que la Antologa en cuestin est encabezada por Juan Larrea. (Por lo dems, slo ahora se saca del olvido ese ejemplo en su verdadera dimensin.) Yo les deca sin ambages que resultaba ser una falsa iVntologa del Surrealismo Espaol, porque Amigos, en Espaa no ha hecho nadie surrealismo integral. Mejor dicho, s, lo han hecho... muy pocos hombres. Entonces los nombro, a saber: Juan Larrea, Vicente Aleixandre, Salvador Dal, Carlos Edmundo de Ory. Cuatro solamente. El resto de los poetas espaoles, que se viene creyendo que hicieron surrealismo, no hizo tal cosa, por supuesto. Luego digo: Los rboles del surrealismo tienen sus races en la tierra surrealista del hombre. Claro que los rboles falsos tambin se sostienen por medio de S'us presuntas races.

    Conviene precisar, en este momento, la otra raz, la histrica, aque-lla que establece oficialmente la importacin de savias surrealistas en nuestro suelo. Exactamente, la infiltracin dadasta en Espaa, rese-ada minuciosamente por Michel Saiiouillet en el prembulo (Dada dans le monde) de su voluminosa obra de informacin exhaustiva ti-tulada Dada a Pars. Se indica por memoria la estancia de Picabia en Barcelona con fecha 1916-1917; la aparicin entonces de su revista 39/, en la que participan un grupo de amigos del pintor (seis meses des-pus aparece la revista Tronos, difundida por el mismo editor cataln Jos Dalmu). Ahora bien, independientemente del episodio fugitivo de la revista picabiana en Barcelona, desde los ltimos aos de la guerra, muchos escritores espaoles van a fijarse en Francia como corresponsales parisienses promovidos por pequeas' revistas lite-rarias de su pas. Es, pues, incontestable, que es de Pars, y no de Nueva York, que debe llegar a Espaa el virus dadasta. Precisa-

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  • mente son aquellas pequeas revistas de posguerra las canastas ae huevos frescos importados de Pars. Una de ellas, UInstant, boletn bimensual barcelons (1918-1919), de Joaquim Horta, publica artcu-los de Reverdy, Soupault, Albert-Birot, etc., cuyos textos procura J. P-rez-Jorba. Sin contar un importante rgano, la revista Creacin, de Vicente Huidobro, poeta chileno; revista con sede primigenia en Ma-drid, y que desde 1922 se traslada a Pars. Pero el principal promo-tor de la vanguardia potica en Espaa fue, ya se sabe, Guillermo de Torre, primer responsable del ultrasmo. Gracias a l pudo efec-tuarse la unin entre Bretn, Tzara y Picabia... (M. S.). Otros ani-madores de primordial importancia histrica, en torno al ultrasmo, fueron Rafael Cansinos-Assens, Rafael Lasso de la Vega, Ramn G-mez de la Serna y Jorge Luis Borges, el gran escritor argentino. Un nombre de poeta (que yo aconsej a Albi-Fuster para su Antolo-ga), hoy olvidado, es el de Vando-Villar (director de la revista se-villana Grecia}, preferentemente abierto a la dobl influencia de Picabia y Tzara; se recuerda la Pequea Antologa Dada (Grecia, 20 de noviembre de 1919). Hacia la misma poca aparecen en Es-paa otras revistas idneas: Cervantes y Persea (Madrid, 1919), Ver-tical (Madrid, 1920), rgano del dadasmo-ultrasmo, y Cosm-polis (1922), cuyo secretario de redaccin fuera A. Hernndez Cata, El prurito de informacin exhaustiva de M. Sanouillet le lleva a con-signar los otros peridicos que simpatizan en diversos grados con la causa dadasta, repartidos en diferentes lugares de la pennsula.

    Los nombres de algunos surrealistas ortodoxos (en lengua espa-, ola y espaoles) estn hace tiempo sepultados en el ms ttrico ol-vido. Dir que ellos eran ms bien larrestas inmediatos, lo cual habla en su honor. Uno de ellos, Basilio Fernndez, autor de un libro que hizo mis delicias en aquella mi adolescencia visitada tambin con en-canto por J. R. J. El ttulo del libro lo recuerdo: Nuca Sola, y recuer-do un verso, el primero del poema Ultima Hora, que dice as:

    Todos los nios prohibidos han puesto su higiene en los pjaros,

    poema publicado en el nmero 5 de la revista Carmen, cuyo direc-tor era Gerardo Diego (el misino Diego segua tambin a Larrea).

    El otro larresta-surrealistaigualmente enterrado en el olvido, llamado Luis Alvarez Pier, public en el nmero 6-7 de la mencio-nada revista el poema Diariamente, y he aqu los tres primeros versos:

    Aquel hombre experto de barbas regulares era tan dueo de sus ojos como la cortesa del humo

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  • Tampoco olvidar mencionar a1 Pedro Garca Cabrera, poeta su-rrealista canario y amigo de Bretn. Yo le tres poemas1 suyos en la Revista Internacional de Cultura, que fund Westerdhal.

    Rafael Mgica (Gabriel Celaya), en su primer libro Marea del si-lencio (1935), amaneci contagiado de salpullidos liricoides albertianos que ya mostraba un surrealismo tardo en nuestro pas. Eran ver-sos as:

    la luna decapita cisnes blandos y nios lo que cantan tristemente las estatuas en la noche desmayada

    Y se poda hablar del surrealismo de Fernando Villaln; recur-dese, aunque slo sea, su poema titulado Audaces Fortuna Juvat, Ti-midosque Repellit, que comienza con este verso:

    Incendia tu cuerpo en el mo, y simula una evasin del presidio, de la normalidad

    Ms tarde, en 1945, aparece el Postismo, coetneo de Cirlot y de Miguel Labordeta. El Postismo no reconoce herencia alguna en la generacin del 2.7. Abomina lo profesoral y el seoritingo burgus. CARLOS EDMUNDO DE ORY (545, ru Saint Fuscien. 80 AMIENS, Francia).

    EL CONCEPTO DEL TIEMPO EN EL ENSAYO DE EZEQUIEL MARTNEZ ESTRADA

    Como sus contemporneos en la generacin literaria de 1924, entre ellos Jorge Luis Borges y Alejo Carpentier, Ezequiel Martnez Estrada manifiesta una preocupacin especial por el tiempo. Este tema, y la gran mayora de los temas literarios en el ensayo de este autor se han quedado sin valorizar en la polmica que ha suscitado su obra, desde la aparicin del primer ensayo, la Radiografa de la pampa (1), que contiene en germen todo su pensamiento.

    Basndonos en la Radiografa, nos proponemos analizar el con-cepto del tiempo en la obra de Martnez Estrada desde las siguientes perspectivas: su visin del mundo y sus correspondientes dimensiones1, la polaridad bsica que rige la dimensin temporal de su mundo, y el ciclo que traza el flujo del tiempo en sus ensayos.

    (1) Quinta edicin (Buenos Aires, Editorial Losada, 1961). Todas las pginas dadas en parntesis se refieren a esta edicin, en adelante citada como Radio-grafa,

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