Sujeto e Identidad

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Sujeto e Identidad

Una tensión no resuelta

“El ser humano es esta noche, esta nada vacía, que lo contiene todo en su simplicidad -una riqueza inagotable de muchas representaciones, múltiples, ninguna de las cuales

le pertenece- o esta presente. Esta noche, el interior de la naturaleza, que existe aquí -puro yo- en representaciones fantasmagóricas,

es noche en su totalidad, donde aquí corre una cabeza ensangrentada -allá otra horrible aparición blanca,

que de pronto está aquí, ante él, e inmediatamente desaparece. Se vislumbra esta noche cuando uno mira a los seres humanos

a los ojos -a una noche que se vuelve horrible.”1

(Hegel)

¿De qué hablamos cuando hablamos de Identidad? ¿Qué presupuestos involucramos

-con o sin propiedad- cuando además, referimos este concepto a la idea de Sujeto? ¿Es el

Sujeto idéntico a sí mismo, es decir, una unidad que comienza y termina en ella misma?

Claramente, hacemos frente a un núcleo problemático que no sólo considera aspectos de

orden lógico, vale decir, la Identidad como categoría lógica y formal, sino que estamos

comprometidos con un horizonte ontológico y epistemológico casi al mismo tiempo. Pues,

en realidad, qué es el sujeto, qué es la identidad del sujeto, cómo puedo conocer y dar

cuenta de esta o aquella identidad, al mismo tiempo este o aquel sujeto, en circunstancias

en que todo ello retorna a quien interroga como una pregunta por el yo. Si bien es cierto,

existe una larga tradición en relación con la pregunta por el yo, que bien podríamos ubicar

desde las reflexiones cartesianas -por remitir a un lugar común-, no es menos cierto que la

insistencia en y sobre esta misma interrogante, hablan de la diversidad de perspectivas que

ha despertado su posible despeje.

Para este caso, que sólo corresponde a una exposición de orden introductoria y

descriptiva de este problema, revisaremos dos momentos de esta discusión. En primer

lugar, vamos a reseñar la relación entre el yo, la representación y el reconocimiento, en

tanto elementos constitutivos de lo que podríamos entender como Identidad; y, en segunda

instancia, nos acercaremos a la Identidad en tanto Subjetividad en el marco de la economía

que opera sobre ella a partir de su enunciación. Teniendo claro que corresponden a dos

1 Hegel, Jenaer Realphilosophie. Cita tomada de El Espinoso Sujeto, Slavoj Zizek, editorial Paidos, Buenos Aires, 2005. pág. 40

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lecturas diferentes y distantes, han de servirnos como ejes en medio de los cuales nuestras

consideraciones pueden tomar la forma de un diálogo posible.

Permitámonos comenzar con una memorable escena del Film El Séptimo Sello de

Ingmar Bergman. Como es sabido, el protagonista de este film es Antonius Block, caballero

que, a mediados del siglo XIV regresa a su tierra natal y hogar en Suecia, luego de batallar

en las cruzadas durante años. La peste negra arrecia el territorio. En las orillas de una playa,

al comienzo de esta película, la Muerte aparece tras Block. Ha caminado junto a él desde

hace un tiempo y ya es hora de llevarlo con ella. Para evitar este hecho, Antonius propone a

la Muerte jugar una partida de ajedrez. La Muerte no acostumbra dar prórrogas, pero se

considera buena jugadora y acepta el reto. El objetivo es claro: de ganar la muerte Antonius

se irá con ella; de vencer él, la Muerte ha de dejarlo vivir.

El tablero de ajedrez ocupa aquí el lugar de una escenificación: las piezas blancas de

Antonius y las negras de la Muerte son el propio Antonius y la Muerte en su confrontación;

representación del enfrentamiento del protagonista con su propia imposibilidad. Describe

esta escena el intento de un aplazamiento, posponer el límite precisamente en la medida en

que lo enfrenta inmediatamente. Dibujo de una subjetividad que encara su verdad bajo

costo de extrañarla; de desplazarla hacia el tablero, multiplicando los ángulos, posibilidades

y tiempos. Hacer aparecer una realidad otra como mediación. Enajenando el encuentro.

La escena que nos interesa ocurre en un pequeño pueblo ya asolado por la peste

negra; Antonius se halla en un confesionario y dialoga con el confesor al otro lado de la

ventanilla: “el vacío es como un espejo delante de mi rostro”, señala. ¿Qué dice Block en

este momento? ¿Qué involucra el hecho de que el vacío ocupe el lugar del reflejo de sí

mismo, de su rostro, de su mirada? El reflejo de sí, aquel contacto visual contingente e

inmediato que acontece en el espejo (en todo espejo), es también inmediatamente una

referencia a lo otro. Una suerte de indicación al exterior en que el yo se expone: un yo allí

afuera. Pero ya esta sola oración nos puede parecer una aberración, pues cómo es posible

concebir un yo allá afuera, distante del yo que lo origina. Un yo diferente de yo, quizá

incluso, sólo un fragmento; pero tampoco un fragmento en el sentido de una parte que -en

la medida en que es adosada a otras partes- puede mostrar exactamente aquello que

denotamos con la noción de yo. En otras palabras, no constituye un fragmento que pudiera

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ser “completado”, no es una parte de un todo, pues ese reflejo, esa imagen no puede

presentar en ella misma una biografía, un saber, un sentir, un pro-yectar.

Podemos pensar, entonces que, en efecto, la noche del mundo, referida en el

epígrafe, es el protagonista de aquella escena, por ello, el vacío que Block ve en el reflejo

de su rostro como imagen en el espejo. Representaciones fragmentadas que no le

pertenecen y que hacen de este puro yo algo que no se encuentra presente allí donde se

refleja. Surge, entonces, la relación con la (im)posibilidad de reconocimiento del propio

sujeto en su imagen. Pues ¿cómo puede el sujeto, al mirar su rostro en el espejo, verse y

saberse si habita en sus ojos la noche del mundo?2 En otras palabras, la pregunta por una

imagen reflejada del sujeto, no es otra cosa que el problema de una coincidencia consigo

mismo, fuera de sí mismo. La coincidencia con representaciones y fragmentos que ni

siquiera le pertenecen, pero que ocupan el lugar del propio sujeto. Es decir, el individuo

que experimenta su Identidad allí en una imagen que es, al mismo tiempo, un arquetipo

imposible.

En este sentido, en el del sujeto en tanto experiencia, consideremos, la descripción

que Lacan hace de este proceso constitutivo del sujeto y la Identidad. Se trata de la

observación de un infante que a los pocos meses de vida (de acuerdo a las observaciones de

Baldwin, a partir de los 6 meses de edad) ve su imagen reflejada en el espejo; no tiene este

lactante un manejo sobre sus movimientos, no puede caminar y menos aún posee lenguaje.

A pesar de ello, ve su reflejo, se mueve frente a él y “experimenta lúdicamente la relación

de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado”3, para Lacan:

“Basta para ello comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a ese término: a saber, la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen, cuya predestinación a este efecto de fase esta suficientemente indicada por el uso, en la teoría, del término antiguo imago.”

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2 Cabe considerar que la misma descripción de la noche del mundo realizada por Hegel ha alimentado el debate acerca de lo absolutamente racional o radicalmente irracional que resulta el propio pensamiento hegeliano. Al respecto, el mismo Zizek sostiene: “La razón para Hegel no es una red apaciguadora que simplemente resuelve o tapa las contradicciones, las explosiones, la locura, etcétera. Es al contrario: para Hegel la razón es la locura total. Podríamos decir que la razón es el exceso de la locura.” (Arriesgar lo Imposible, pág. 64) 3 Jacques Lacan, El Estadio del Espejo como formador de la función del yo tal y como se nos revela en la experiencia psicoanalítica. Compilado en Ideología, un mapa de la cuestión,. Slavoj Zizek, ed. FCE, Argentina 2003 4 Ibid. Pág. 108

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Siguiendo este enfoque, podemos pensar que el sujeto comienza el encuentro

consigo mismo en la medida en que se desconoce, es decir, en que no coincide exactamente

consigo mismo, sino sólo con su imagen. Una imagen que, sin embargo es siempre una

suerte de no-presentación de sí. Es algo que esta allí, que no soy yo, pero que pese a ello,

aún no deja de ser yo al mismo tiempo. Un yo tardío, perplejo, sugerido irreductiblemente

desde múltiples rasgos y ángulos que no me pertenecen (pues están “frente” a mi, en la

imagen), pero que se exponen como la forma que poseo de alcanzarme, de asirme, de dar

con algo que -pese a todo-, puedo ser yo sin serlo exactamente. Lo que sugiere esta

reflexión, es que el sujeto carecería de un patrón de conocimiento primario (primigenio,

primitivo) y la identidad sólo se constituye en el re-conocimiento, vale decir, en el

encuentro consigo mismo en el exterior a modo de una repetición de algo que no ha sido

siquiera presentado con anterioridad.5

Esto implicaría que la sustancia del conocimiento (el sujeto mismo en tanto tal), de

algún modo se hace esquivo a la conciencia, o al menos se presenta a ella en la forma de la

extrañeza. El sujeto no puede conocerse sin re-conocerse y el mecanismo por el cual se

lleva a cabo este procedimiento es la identificación en su sentido más clásico.

Ahora bien, si nos detenemos un poco en este punto, hemos de señalar que la

condición para poder identificarse con eso, es precisamente que no sea eso. O sea que la

relación con lo que se es, exige cierta trascendencia de la conciencia con respecto a eso que

ella es. En otras palabras, el sujeto ha de ser más de lo que es (en el reflejo) para reconocer

5 Resulta interesante, como esta misma idea de constitución del sujeto es aquella en que Althusser sostiene se describe el movimiento ideológico por excelencia, de hecho, el estadio del espejo hace de marco referencial para lo que Althusser llama el Sujeto (con mayúscula) que interpela al sujeto (con minúscula), y el ejemplo más a la mano esta representado en el cristianismo como fenómeno ideológico. Dios, el Sujeto, que interpela al hombre, el sujeto, en una relación de doblez siempre constitutivo de la identidad del sujeto en la perspectiva de su relación con el Sujeto. En palabras de Althusser: “Observamos que la estructura de toda ideología, al interpelar a los individuos como sujetos en nombre de un Sujeto Único y Absoluto, es especular, es decir, en forma de espejo y doblemente especular; este redoblamiento especular es constitutivo de la ideología y asegura su funcionamiento. Lo cual significa que toda ideología esta centrada, que el Sujeto Absoluto ocupa el lugar único del Centro e interpela a su alrededor a la infinidad de los individuos como sujetos, en una doble relación especular tal, que somete a los sujetos al Sujeto, al mismo tiempo que les da en el Sujeto en que todo sujeto puede contemplar su propia imagen (presente y futura) la garantía de que se trata precisamente de ellos y de Él” (Louis Althusser, Ideología y Aparatos Ideológicos del Estado, texto de 1970, publicado en Ideología, un mapa de la cuestión,. Slavoj Zizek, ed. FCE, Argentina 2003 pag. 151 (las cursivas corresponden al texto original)

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que allí es menos de lo que es. Esta especie de deuda constante en el re-conocimiento es la

falta constitutiva del sujeto. El espejo es el escenario de una coincidencia imposible.

Esta no-coincidencia se encuentra justamente en el espacio crítico de Block frente al

espejo, pues la imagen es una forma de desaparecer el yo, pese a lo cual -parafraseando a

Gadamer-, es el sí mismo, el sujeto como sujeto, lo que permanece de la desaparición6 .

Evidentemente, en este momento, Identidad no es lo mismo que Identificación.

Mientras lo primero remite a la idea de un sí mismo único e irrepetible, lo segundo describe

más bien un proceso determinado. El problema radica en que, de acuerdo a lo descrito, no

puede existir Identidad sin Identificación, no existe un conocimiento primero del yo, sino

una experiencia mediada por la representación de sí, respecto de la cual se configura el

proceso de Identificación. Así las cosas, podemos apuntar una problemática mayor: ni

siquiera enfrentó Block su pura condición determinada -en tanto Identidad-, sino su propia

carencia de determinación, pues no puede determinarse allí donde no coincide consigo

mismo. Esta sería quizá la imagen de una extrañeza radical.

Ahora bien, esta extrañeza radical, esta manifestación de la falta constitutiva del

sujeto, pareciera aún insistir en presentarse allí afuera, en una exterioridad del sujeto, como

presuponiendo que el sujeto en cuestión pudiera “reservarse” cierta interioridad en que -

pese a todo- pudiera también conservarse intacto. Entonces, sólo en el momento de su

“salida”, de su mirar el espejo o enfrentar su imagen, presentara el abismo en que se disloca

de sí, pero ello insistiría en el error de postular un quiebre entre aquel yo que aparece en la

imagen, y el yo que se mantiene en su desaparición, de lo que se trataría más bien, es de que

no es, por tanto, la apariencia como opuesta a la realidad, sino más bien, la apariencia

como realidad misma. La apariencia es una totalidad del aparecer (…) la apariencia es

más bien la totalidad de la realidad7, y el Sujeto habita irreductiblemente ese aparecer.

Esto es una caracterización sucinta de lo que se enmarca en una Teoría de la

Representación, y que ha permeado, no sin justicia, tanto la reflexión filosófica como el

ámbito del arte, la estética y un campo no menor de la propia psicología. Veamos ahora,

6 Gadamer, Hans Georg. La Dialéctica de Hegel. Cinco Ensayos Hermenéuticos. Pág. 22. Ediciones Cátedra, Colección Teorema. Madrid 1979 7 Gadamer, Hans Georg.Op. Cit. Pág. 57.

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que sucede en la dimensión de la subjetividad (identidad) desde el problema de la

enunciación y su economía sobre los cuerpos.

Claramente es Foucault el pensador que abre este campo reflexivo, que presenta el

fenómeno de la subjetividad (y en este caso involucramos la identidad de ella) como el

resultado de un proceso que escapa a los márgenes del mero sujeto en cuestión. Se trata, por

el contrario, de una constitución discursiva que define y determina al momento de “hablar

de”. La caracterización del sujeto, su delimitación, es el resultado de diferentes modos de

enunciación, de su enunciación, en tanto este enunciar es el código del poder en la esfera

que conocemos como disciplinaria. Desde sus primeros textos, Historia de la Locura,

Historia de la Sexualidad, y otros, podemos encontrar el registro de los usos discursivos

para determinar el lugar y posición de cada sujeto. Pero es talvez su texto Vigilar y

Castigar, particularmente el capítulo segundo, en que esta descripción alcanza uno de sus

más sistemáticos desarrollos, pues presenta en él los puentes y conexiones por medio de los

cuales el uso discursivo y enunciativo respecto del sujeto se ramifican ocupando

definitivamente el lugar de lo que clásicamente se concebía como “poder político”.

En este sentido, referirse a los medios del buen encauzamiento, es hacer mención a

todos los métodos de un poder disciplinario cuyo objeto sea “enderezar conductas”8.

Constituye, por lo tanto toda una “ortopedia” aplicada a los individuos para su fabricación

a modo de una “técnica específica de un poder que se da a los individuos a la vez como

objetos y como instrumentos de su ejercicio”9. Este poder disciplinario o continua ortopedia

no es un poder, sin embargo, que aprecie su eficacia desde los excesos que pudiera cometer,

sino mas bien, se presenta modesto, expandido a través de un modelo de economía

calculada pero permanente, y que de hecho va permeando las formas mayores de orden y

vigilancia.

El poder disciplinario se establece para Foucault como un poder que adiestra los

límites de la conducta del individuo a partir del uso de elementos simples como la

inspección jerárquica, la sanción normalizadora y su combinación en el proceso de examen.

8 Como bien sabemos las conductas no son sino la expresión de la red simbólica a la cual el sujeto ha traducido su experiencia, por lo cual, el encauzamiento del cuerpo que es asimismo un ancauzamiento de la experiencia, posee su importancia principal en el propio hecho de su construcción simbólica y la significación que adquiera para el sujeto. Este tópico intentaremos desarrollarlo más adelante en este texto. 9 Foucault, Michel. Vigilar y Castigar, nacimiento de la prisión, pag. 175. Editorial Siglo XXI, Bs. As. 2002.

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La puesta en práctica de la disciplina supone inmediatamente el ejercicio de la

observación, es decir, la detección y la vigilancia. Una mirada que desde su reserva es

capaz de ver, informar, clasificar, sancionar. Este ejercicio constituye a la vez una red de

relaciones de poder, de jerarquías y mandos en la dimensión de un aparato de control, pero

que no se evidencia como tal; es más un cuerpo o la organización de un tejido que se

muestra sólo por medio de los individuos en tanto se ejerce la acción de la vigilancia y la

disciplina, es decir, quedando la visibilidad de este aparato sólo en su efecto.

La vigilancia y la disciplina conforman un proceso silencioso de acomodamiento, de

amoldamiento, del individuo a las necesidades de los movimientos del gran cuerpo político.

Ello significa la educación de la conducta, del gesto, de la utilización del tiempo, hacia una

direccionalidad que haga a los individuos semejantes. Claro debe quedar que esto no se

encuentra referido a la pretensión de una situación “standard” de aptitudes, cualidades o

valoraciones, sino que existen distinciones que bien cabría entender como distintos tiempos

en el proceso de sometimiento disciplinario, para lo cual se ha articulado por medio de

rangos y jerarquías que en su efecto producen la “humillación” o la “honra” del individuo,

y que develan a su vez, el grado de inserción y respuesta en el campo normativo de cada

caso en particular.

Puede considerarse como la gran característica de la vigilancia jerarquizada el hecho

de que esta se diluye por entre todos los espacios e instituciones, llegando a ser cotidiana,

permitiendo que el poder disciplinario se convierta en un sistema integrado “vinculado del

interior a la economía y a los fines del dispositivo en que se ejerce”10. Para Foucault:

“Las instituciones disciplinarias han secretado una maquinaria de control

que ha funcionado como un microscopio de la conducta.”11

Pero este microscopio es tal, no en el sentido de ser un aparato centralizado de

vigilancia y observación, sino en la forma de su diseminación, o sea, en la medida en que la

conducta es observada desde diversos ángulos que operan en la realidad social efectiva

desde diversas especificidades. En este sentido, la gran economía del poder disciplinario se

10 Foucault, Michel. Op. cit., pags. 181-182. 11 Foucault, Michel. Op. cit., pag. 178.

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expresa en la sustitución del antiguo esquema del encierro y la clausura, por el cálculo de

las aberturas a partir de las cuales se canalizará el caudal de las conductas en fabricación.

La discreción de esta mirada vigilante y de sus medios de control, las expone

Foucault de la siguiente manera:

“El poder en la vigilancia jerarquizada de las disciplinas no se tiene

como se tiene una cosa, no se transfiere como una propiedad; funciona

como una maquinaria. Y si es cierto que su organización piramidal le da

‘un jefe’, es el aparato entero el que produce ‘poder’ y distribuye los

individuos en ese campo permanente y continuo.”12

El “jefe” trabaja desde su invisibilidad debido a que el ejercicio del poder no se

manifiesta en la fuerza de un cuerpo sobre otro o de una maquinaria concreta sobre un

cuerpo, sino más bien, en su puro resultado. El poder se vuelve discreto en el sentido en que

no se muestra como una operación vertical clásica, se ha inscrito en el espectro de la

cotidianidad. Esta misma discreción, a su vez, contribuye a la silenciosa integración del

poder disciplinario en los espacios de cotidiana desenvoltura del individuo, de allí que la

sanción normalizadora se encuentre caracterizada, en primer lugar, por poseer un carácter

de infra-penalidad, involucrando todos los vacíos que ante los ojos de la legalidad queden

expuestos, y que encontramos remitidos fundamentalmente al orden de la

“micropenalidad del tiempo (retrasos, ausencias, interrupciones de

tareas), de la actividad (falta de atención, descuido, falta de celo), de la

manera de ser (descortesía, desobediencia), de la palabra (charla,

insolencia), del cuerpo (actitudes “incorrectas”, gestos impertinentes,

suciedad), de la sexualidad (falta de recato, indecencia).”13

12 Op. Cit. pag. 182. 13 Op. Cit. pag 183.

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Todos estos factores traslucen el carácter conductual-corpóreo individual que ocupa

a la disciplina como proceso de adecuación de los cuerpos en su desarrollo, para luego

desenvolverse en el plano macro-corpóreo político del orden.

La forma de sanción y de castigo atañe a la inobservancia; todo cuanto no se ajuste

a la regla (lo alejado de ella; las desviaciones), y opera a su vez de modo mixto,

conteniendo una doble referencia jurídico-natural. Es decir, se sostiene en un marco

“artificial” dispuesto en ley (programa y/o reglamento) al mismo tiempo que se define

desde procesos “naturales” y observables, como el tiempo de un ejercicio o la duración de

un aprendizaje.

“El castigo disciplinario tiene por función reducir las desviaciones”.14 Debido a

ello, no posee el carácter de la mera venganza de la ley transgredida, sino que más bien,

pretende ser de un orden correctivo. Producto de esta característica se privilegian los

castigos referidos al ejercicio: el aprendizaje intensificado, repetido. El castigo lo

constituye el ejercicio de repetición de la ley transgredida, es “isomorfo a la obligación

misma”15. Es el re-encauzamiento de la conducta que conduce al arrepentimiento: castigar

es ejercitar.

El castigo disciplinario se encuentra inmerso en un sistema dual de gratificación-

sanción, sistema que enmarca o conforma el juego de la formación (concepto que bajo este

marco es sinónimo de disciplinación). En él, es una tecla fundamental la gratificación, la

recompensa como el incentivo, evitando en lo posible el uso del castigo.

La utilización del premio o la recompensa busca atraer al individuo a la norma, a la

regla, atracción que intenta adelantarse a la transgresión16: prever la falta, incluso cediendo

elementos que atenúen el castigo, como la utilización de “puntos acumulativos”17 (ejemplo

que expone Foucault en el caso escolar) como medios de canje por ciertas faltas y sus

penalidades. De esta forma se permite, además, buscar pretenciosamente el despeje entre lo

“bueno” y lo “malo” envolviendo toda conducta en el campo de las buenas y las malas

notas; se aprecia así una distinción entre los polos positivo y negativo. Es posible establecer

14 Op. Cit. pag. 184. 15 Op. Cit. pag. 185. 16 De un modo similar al que pudiéramos encontrar en el hecho de la producción de acontecimiento político como modo de adelantarse al develamiento del desajuste, buscando atraer al individuo al sentido que el modelo político oficicializa como narración del acontecer histórico. 17 Ibidem.

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una cuantificación o economía cifrada de las conductas que arroje, en su permanente

revisión, un “balance punitivo de cada cual”18. Ahora bien, basado en esta estadística-

conductual-normalizadora, se establecen, dentro de los aparatos disciplinarios, jerarquías

de los unos respecto de los otros, descubriendo las “buenas” y “malas” personas y a partir

de esta llamada “economía de la penalidad perpetua”19, se establece la diferenciación, ya

no de los actos, sino de los individuos mismos (virtualidad y valor). La penalidad integrada

y practicada en este sistema dual, se integra al proceso de conocimiento de los individuos.

La distribución en rangos y grados, en su doble papel de –por un lado- señalar las

desviaciones, y -por otro- de castigar y recompensar, configuran aquello que Foucault

nombra como el “funcionamiento penal de la ordenación y el carácter ordinal de la

sanción”. La jerarquización establece rangos; la disciplina recompensa con los ascensos; el

castigo hace retroceder y degradar. Cada rango no es otra cosa que una recompensa o un

castigo.

El mérito y la conducta deciden el lugar del individuo, y en este sentido, los puestos

más bajos o degradantes tenderían a desaparecer, puesto que el óptimo funcionamiento del

modelo, convocaría a los individuos a ser premiados o ascendidos, entrando ya cabalmente

al orden disciplinario. El sistema de gratificación debe atraer al individuo a la norma para

que éste reciba los puestos y honores públicos que correspondan, estableciéndose así una

doble función de esta penalidad jerarquizante: por una parte, ubicar a los sujetos según sus

aptitudes y conductas mostradas; por otra, la presión constante de someter a todos a un

mismo modelo: hacerlos semejantes en la subordinación y docilidad, buscando el uso y

lugar de cada cual en tanto parte del corpus político.

Lo que agrega complejidad en este sentido, es el hecho de que el castigo

disciplinario difiere del castigo puramente legislativo, en tanto no significa una mera

descarga de fuerza sobre quien transgrede la ley en un cierto campo que sólo muestra lo

permitido, por el contrario, se conforma desde la atracción a la norma por medio de la

gratificación y posee el plus de un castigo que no es otra cosa que la repetición de la norma

transgredida: es decir, el puro ejercicio de la norma. De este modo asienta la brecha entre lo

“bueno” y lo “malo”, y acorde a ello diferencia, distribuye y jerarquiza.

18 Ibidem. 19 Op.cit. pag.186.

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Sólo como parte de esta disciplina, el examen deja ver el nivel de encauzamiento del

cuerpo a la norma, cuestión que valida su acto de calificar, clasificar y en último término

castigar. Es la expresión de la mirada normalizadora que permite la diferenciación de los

individuos y su lugar como sanción. Dentro del tejido de relaciones de poder disciplinario,

juega el examen un papel de mostración y ocultamiento (reserva) de los aparatos de

vigilancia y normalización, ya que el examen exhibe los “resultados” del trayecto de la

operatoria normalizadora sin por ello mostrar los mecanismos que mantienen y hacen

posible su misma operación: no descubre la maquinaria disciplinante, sino que la disciplina

misma se muestra en los individuos que rinden el examen. Es decir, la disciplina se muestra

en los individuos ya como cierta cristalización del trayecto recorrido. De este modo, el

poder disciplinario no actúa como el poder político clásicamente concebido en la figura

estatal, que se muestra y evidencia manteniendo en la sombra a aquellos sobre quienes se

ejerce su fuerza, sino que se manifiesta en la mirada sobre aquello “súbditos” que son

ofrecidos como objeto de observación.

El examen es una técnica demostrativa del proceso y del poder que se mantiene en

reserva, y que aún vigila. En palabras de Foucault:

“La visibilidad apenas soportable del monarca, se vuelve visibilidad

inevitable de los súbditos. Y esta inversión de visibilidad en el

funcionamiento de las disciplinas es lo que habrá de garantizar hasta sus

grados más bajos el ejercicio del poder. Entramos en la época del

examen infinito y de la objetivación coactiva.”20

cuestión que entendemos como la inversión de la economía de la visibilidad en el

ejercicio del poder.

Existe para Foucault, sin embargo, un campo más individual en el ejercicio del

examen y que no es otra cosa sino la señalización corpórea del proceso o trayecto de

vigilancia. Un “historial” del cuerpo; los antecedentes de los efectos mostrados por el

cuerpo y que dan paso a la formación de diversos códigos que muestran la individualidad

20 Foucault, Michel. Op. cit. pag. 193.

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disciplinaria, que a su vez permite establecer los rasgos particulares descubierto en el

examen:

“código físico de la señalización, código médico de los síntomas, código

escolar o militar de las conductas y de los hechos destacados.”21

Estos hechos constituyen la formalización de lo individual en el interior de las

relaciones de poder. A su vez, esta formalización significa la escritura (el poder de la

escritura), el archivo de aquella individualidad, posibilitando la constitución del individuo

como “hecho descriptible” o analizable, y la conformación de sistemas comparativos que

permiten la medida de fenómenos globales, descripción de grupos. Vale decir, un tejido

comunicacional e histórico respecto de lo individual para sentar el manejo y lugar de un

individuo determinado en uno u otro plano operacional y productivo.

La articulación de estos elementos normalizadores disciplinarios, van mostrando

una cohesión no sólo hacia sí mismos, hacia su interior en tanto métodos disciplinarios

contingentes o actuales, sino también en su ejercicio histórico como fuentes de patrones de

conducta y de lectura respecto del desarrollo del corpus político. Es decir, la normalización

o disciplina legitima desde su funcionalidad más básica tanto la moral como su

direccionalidad socio-política. Esta es una forma de explicar el por qué los rangos de

clasificación y distribución más bajos apuesten a desaparecer, siguiendo la idea de

consolidar, a partir de la gratificación y el ascenso, una atracción en el plano del

“convencimiento” del individuo, o –lo que en este caso es lo mismo- la consolidación de su

ceguera. Por ello el carácter reiterativo del castigo, sometimiento conductista que haga de

un plano de realidad el único posible de concebir, volviendo a quitar la mirada que de sesgo

pudiera percibir los desajustes políticos que hacen necesaria la propia economía conductual

y asociativa.

Para Foucault, la práctica de la observación continua y rigurosa, en espacios como

la cárcel o el hospital psiquiátrico, ha sido el bastión que ha hecho posible el discurso de las

denominadas “ciencias humanas”, dentro de las cuales considera claramente aquellas

comenzadas con el prefijo “psi”, la psicología, la psiquiatría, la psicopedagogía, etc. Al

21 Op. Cit. pag. 194.

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encierro y vigilancia, le deben éstas sus especificidades, sus conocimientos técnicos, el

desarrollo de sus herramientas teóricas. La observación se vuelve técnica, la técnica es

poder, el poder se ejerce en la disciplina.

Podríamos pensar como ejemplo, el Film de Peter Weir, The Truman Show. Hemos

de recordar que Truman es un individuo que, dentro de una ciudad ficticia creada sólo para

él, es filmado y transmitido en vivo y en directo por televisión desde el propio momento de

su nacimiento; de este modo, es seguido por millones de espectadores a lo largo de toda su

vida en tiempo real dentro de ese mundo que es lo único que el personaje conoce. Si bien

pudiera pensarse que el mundo que habita Truman está hecho a la medida del personaje, es

más bien el personaje quien está hecho a la medida del mundo fabricado para él. Los

amigos de la infancia, sus amores, la relación con su padre, de una u otra forma, lo fueron

“moldeando” según el requerimiento del director del programa, que permanece oculto –

junto al equipo de producción- en la luna, (más bien, en la maqueta de luna que está en el

cielo), pero al mismo tiempo absolutamente diseminado en cada uno de los actores son los

cuales Truman se relaciona. Todas las conductas de Truman están determinadas, como es

de esperarse, por la experiencia de éste a lo largo de su vida, de este modo, su carácter ha

sido “trabajado” con minuciosa supervisión desde temprana edad: los amigos de infancia y

sus amores de juventud han venido corrigiendo las conductas del personaje que pudieran

luego estropear el show, llevando a Truman a descubrir la gran farsa de la realidad, pero el

mayor cuidado lo han puesto con los límites de la ciudad, en especial, con aquel que lo

pudiera llevar hasta el telón de fondo que, pintado de cielo, se encuentra en el horizonte al

final del mar. Para que Truman no llegue hasta este lugar se monta un viaje junto a su padre

en bote, siendo sorprendidos por una enorme tormenta que termina por arrojar al agua al

padre de Truman sin que su cuerpo vuelva a ser encontrado; el trauma impedirá,

posteriormente, que Truman se atreva a navegar y llegue así al límite de todo.¿No son,

acaso, todos los amigos de Truman y sus parejas un medio de encauzamiento de la

conducta del personaje?, ¿no fueron los padres y su enseñanza los elementos que perfilan el

comportamiento del individuo?. En el mundo-esfera de Truman, todos estos “agentes” del

poder disciplinario (encarnado por Christoph, el director del programa) han operado en

forma tal, que hacen que las relaciones sociales que mantiene Truman no sean sino la

dislocación misma de toda la realidad del show, es decir, el desajuste entre lo que sucede en

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el mundo de Truman y lo que “realmente” está sucediendo, la distancia entre la actuación

como realidad y la conciencia de estar actuando de cada uno de los personajes, para quienes

esa realidad no es sino el show. El actuar “como si” ese mundo fuera el mundo propiamente

tal, sabiendo que no es sino, un pequeño mundo dentro de otra realidad que lo determina.

Asimismo, su barrera de protección la constituye el miedo, el trauma de infancia, la pérdida

del padre, que impide la posible salida de la esfera de esas relaciones sociales. Sin embargo,

lo que hace de este film un curioso ejemplo, es que, a pesar de que a todos los espectadores

del programa, la realidad de Truman les parezca nada más que una farsa destinada al

entretenimiento, y que a los mismos actores no les signifique más que otro montaje,

debemos reconocer que para Truman, y en si misma, toda esa “falsedad” no deja de ser

“real”, pues, desde Truman, corresponde a la concatenación de redes simbólicas que

mantienen sentido de realidad. De hecho, lo que mueve al protagonista a sospechar de su

propio mundo, es el momento en que su esposa –en medio de una fuerte discusión entre él y

ella- pide auxilio hacia ese exterior invisible para Truman. Es decir, en ese momento la

mujer se “actúa como actriz” y hace presente el desarreglo en que toda esa realidad se

articula, hace aparecer precisamente lo que en términos del acontecimiento ha de

permanecer oculto, un “exterior” que es la absoluta alteridad de la realidad conocida por

Truman, una “otra escena” fuera de todo orden simbólico del personaje.

A partir de esto, pudiera pensarse que, hacia el final del film, el momento en que el

protagonista lleva la sospecha hasta el extremo y, desafiando su propio miedo, se embarca

hasta los límites de la escenografía para chocar su bote contra el borde de la esfera, el “final

del mundo”, nos encontramos con el acto que libera de la ilusión, llevándonos directamente

hasta el núcleo de la “realidad” como tal, pero en el fondo, este acontecimiento expresa la

apertura de una nueva “etapa”. Truman, haciendo la reverencia junto a la puerta que lo saca

de la escenografía del mundo que conoce, para luego traspasarla y perderse tras de ella,

significa la entrada al reordenamiento identitario a partir del cual el sentido de la realidad se

vuelva a articular, y de hecho, manifiesta también un gesto ideológico por excelencia, cual

es, el de la esperanza de una realidad más allá de la conocida como lugar de redención, en

el sentido que la “tierra firme” tiene para el navegante, el fin del peligro que acosa, la

seguridad. The Truman Show, que desde su título construye la parodia insinuando el “true

man”, el “hombre verdadero”, hace recurrente la imagen del espejismo constitutivo de la

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ilusión identitaria, toda vez que se rebasa sobre sí misma en la escena del escape del

mundo-esfera.

Mientras Block observa en su reflejo especular nada más que una representación del

yo, es decir, mira precisamente la distancia irreductible entre el yo y aquello que ocupa el

lugar del yo para aparecer, Truman ha construido el yo a partir de su disciplinación

espectacular, vale decir, sobre la base de un poder diseminado que transformó la

observación continua en verdadero saber acerca de Truman. Mientras Block veía en sus

ojos la noche del mundo y en ello su fragmentación radical, su no-pertenencia, su abismo,

Truman habitó la continuidad discursiva del orden que determinaba su posición, su lugar,

su conducta. Si una cosa podemos encontrar común a ambos personajes es que algo, una

especie de simulación, de presentación incompleta, ocupó el lugar de la realidad del yo, y

en ese momento, dejó de ser un simulacro tornándose la única realidad posible de éste. Es

decir, siempre la Identidad del sujeto ha sido tensionada por su propia diferencia radical.

Podríamos decir, aunque sea de manera transitoria, que Block y Truman son el

cruce de miradas entre las cuales el sujeto expone su propia deuda.

Felipe Berríos A.

Magíster Filosofía Política y Axiología Noviembre, 2008