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OCTUBRE / DICIEMBRE 2015 133 CUADERNOS de pensamiento político RESEÑAS Sueño y destrucción de España. Los nacionalistas españoles (1898-2015) JOSÉ MARÍA MARCO Editorial Planeta, Barcelona, 2015. 416 páginas. José María Marco ha dedicado sus mejores re- flexiones académicas a defender lúcidamente la historia y la idea de España, tal y como ates- tiguan sus obras El fondo de la nada. Biografía de Manuel Azaña; Francisco Giner de los Ríos. Poder, estética y pedagogía; Una historia pa- triótica de España, y Antonio Maura. La política pura. En el marco de este tapiz intelectual, po- demos disfrutar ahora de su publicación más reciente, un elogioso ejercicio de patriotismo ti- tulado Sueño y destrucción de España. Los na- cionalistas españoles (1989-2015). En esta obra, el profesor Marco relata los intentos in- fructuosos de crear un nacionalismo español durante los dos últimos siglos al tiempo que intenta explicar el perpetuo proceso de cons- trucción nacional y la incapacidad de conven- cer al conjunto de la sociedad española sobre la bondad de un proyecto común 1 . En defini- tiva, pretende dar cuenta de las razones por las que España no disfruta de contenido intelec- tual, moral y también político, así como de la supuesta excepcionalidad peyorativa que acompaña a la cuestión nacional. La obra comienza con un primer capítulo de- dicado a la crisis de fin del siglo XIX y con la impugnación que plantea el autor respecto de la supuesta imposibilidad española para in- cardinarse en las coordenadas de su entorno europeo, como si España fuese una excentri- cidad política y antropológica. Así, nos re- cuerda José María Marco, la crisis del 98 no es más que la “forma española de una crisis ge- 1 El nacionalismo pregunta por quién forma parte de un pueblo o Nación y llama a la identidad antes que a la vo- luntad, a diferencia de las demás ideologías modernas, que preguntan cómo debe organizarse una sociedad. Vid. Caminal, Miquel, “Dimensiones del nacionalismo”, p. 49, en Fernando Quesada (ed.), Ciudad y ciudadanía. Sen- deros contemporáneos de la Filosofía Política. Madrid, Editorial Trotta, 2008, pp. 49-67. Dentro de las definicio- nes de este término, marcado por su carácter polisémico y polémico, conviene recordar que esta “palabra no aparece en las principales lenguas hasta mediados del siglo XIX, y se refiere, por una parte, al apego a una iden- tidad colectiva (en lo cultural o en lo artístico) y, por otra, en el sentido político… al programa dirigido a la crea- ción de un nuevo Estado”, Rivero, Ángel, “La comunidad sentimental”, La aventura de la historia, 200, p. 144. Para Elie Kedourie, el término Nación, que desde su origen correspondía a un conjunto de hombres que com- partían un mismo origen, terminaría por adquirir un significado político como el cuerpo de personas que podían pretender representar o elegir representantes de un territorio. Vid. Kedourie, Elie, Nacionalismo, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1988, pp. 4 y 5.

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OCTUBRE / DICIEMBRE 2015 133

CUADERNOS de pensamiento político

RESEÑAS

Sueño y destrucción deEspaña. Los nacionalistasespañoles (1898-2015)

JOSÉ MARÍA MARCOEditorial Planeta, Barcelona, 2015. 416 páginas.

José María Marco ha dedicado sus mejores re-flexiones académicas a defender lúcidamentela historia y la idea de España, tal y como ates-tiguan sus obras El fondo de la nada. Biografíade Manuel Azaña; Francisco Giner de los Ríos.Poder, estética y pedagogía; Una historia pa-triótica de España, y Antonio Maura. La políticapura. En el marco de este tapiz intelectual, po-demos disfrutar ahora de su publicación másreciente, un elogioso ejercicio de patriotismo ti-tulado Sueño y destrucción de España. Los na-cionalistas españoles (1989-2015). En estaobra, el profesor Marco relata los intentos in-fructuosos de crear un nacionalismo españoldurante los dos últimos siglos al tiempo queintenta explicar el perpetuo proceso de cons-trucción nacional y la incapacidad de conven-

cer al conjunto de la sociedad española sobrela bondad de un proyecto común1. En defini-tiva, pretende dar cuenta de las razones por lasque España no disfruta de contenido intelec-tual, moral y también político, así como de lasupuesta excepcionalidad peyorativa queacompaña a la cuestión nacional.

La obra comienza con un primer capítulo de-dicado a la crisis de fin del siglo XIX y con laimpugnación que plantea el autor respecto dela supuesta imposibilidad española para in-cardinarse en las coordenadas de su entornoeuropeo, como si España fuese una excentri-cidad política y antropológica. Así, nos re-cuerda José María Marco, la crisis del 98 no esmás que la “forma española de una crisis ge-

1 El nacionalismo pregunta por quién forma parte de un pueblo o Nación y llama a la identidad antes que a la vo-luntad, a diferencia de las demás ideologías modernas, que preguntan cómo debe organizarse una sociedad. Vid.Caminal, Miquel, “Dimensiones del nacionalismo”, p. 49, en Fernando Quesada (ed.), Ciudad y ciudadanía. Sen-deros contemporáneos de la Filosofía Política. Madrid, Editorial Trotta, 2008, pp. 49-67. Dentro de las definicio-nes de este término, marcado por su carácter polisémico y polémico, conviene recordar que esta “palabra noaparece en las principales lenguas hasta mediados del siglo XIX, y se refiere, por una parte, al apego a una iden-tidad colectiva (en lo cultural o en lo artístico) y, por otra, en el sentido político… al programa dirigido a la crea-ción de un nuevo Estado”, Rivero, Ángel, “La comunidad sentimental”, La aventura de la historia, 200, p. 144.Para Elie Kedourie, el término Nación, que desde su origen correspondía a un conjunto de hombres que com-partían un mismo origen, terminaría por adquirir un significado político como el cuerpo de personas que podíanpretender representar o elegir representantes de un territorio. Vid. Kedourie, Elie, Nacionalismo, Madrid, Centrode Estudios Constitucionales, 1988, pp. 4 y 5.

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neral, la crisis del liberalismo y de la nación, lanación liberal y constitucional. Las respuestasque elaboraron nuestros compatriotas no sealejaron por lo sustancial de las que se inten-taron ofrecer en otros países” (p. 45). La res-puesta española a esta crisis generalizadarecibiría el nombre específico de “regenera-cionismo”, un movimiento político, social y cul-tural de contenido muy amplio, y conpropuestas a menudo incompatibles entre sí enbusca de la “restauración de la armonía pri-mera”. La palabra regeneración, como veremosa lo largo de la obra, quedará enhebrada enmovimientos políticos de distinto signo. A juiciode nuestro autor, esto hará del regeneracio-nismo el verdadero artífice de los nacionalismosespañoles. Unos nacionalismos a menudo an-titéticos y contradictorios entre sí, que recurrie-ron a herramientas de revelación natural de laesencia popular. Esta ingeniería histórica y po-lítica, sumada a la situación postraumática definales del siglo XIX, convertiría cualquier as-pecto de la vida en una dolorosa manifesta-ción del “problema de España”. Tristemente,hablar de la cuestión nacional, pasaría a seralgo ininteligible para los españoles y para elresto de europeos.

En el segundo capítulo, dedicado a la iz-quierda nacionalista, José María Marco nosrecuerda que el Partido Socialista Obrero Es-pañol mantuvo la herencia maximalista delmarxismo. En esta ordalía antipolítica paraconquistar una utópica sociedad sin clases,la lealtad nacional resultaba una cuestión ab-solutamente baladí. Otro epígono de la iz-quierda, Giner de los Ríos, cayó rendido alkrausismo –antes espíritu ético, estético, pe-dagógico e intelectual que filosofía estricta ycoherente–. Por medio de la Institución Librede Enseñanza, Giner articuló un nacionalismoestético antipolítico que hizo suyos el organi-cismo, la defensa de la sociedad como con-junción armónica y el federalismo. Así, elnúcleo cerrado y elitista de la Institución semarcó el objetivo de depurar la vieja España

de todo rastro de ensimismamiento y ata-vismo pero sin el loable empeño de formar aesos mismos españoles atávicos. En estalínea de construcción nacionalista de una Es-paña nueva, la Segunda República elucubróun edificio político, institucional e ideológicoajeno a la dimensión nacional, con unasuerte de supuestas realidades históricasoprimidas bajo la falsa nación de la monar-quía constitucional.

Dentro del nacionalismo de derechas encon-tramos en el carlismo –de carácter antiliberal,antirrevolucionario y antimoderno– la conti-nuación del movimiento antiilustrado. Su po-tencia contrarrevolucionaria “consiguió poneren jaque el liberalismo aliado con la causade Isabel”, pero se agostaría tras el Abrazode Vergara, en 1839. La idea de regeneraciónvolverá a aparecer para inspirar el proyectonacionalista de la dictadura de Miguel Primode Rivera en una amalgama antipolítica deprograma nostálgico y pulsión tecnocrática.En cambio, su hijo José Antonio Primo de Ri-vera vertebró un ideal de nacionalismo espa-ñol ajeno a veleidades regeneracionistas ytradicionalistas. Su propuesta elitista, heroicay esteticista quedaba lejos de los totalitaris-mos, pues su irrenunciable catolicismo le im-pedía reconocerse en el nazismo. Así, laautenticidad de la nación española quedabasustentada por la trascendencia religiosa,que otorga unas bases permanentes y meta-físicas. El fulgor falangista periclitaría con lallegada del régimen autoritario de FranciscoFranco, surgido de la contienda entre espa-ñoles y de carácter pragmático e intervencio-nista. Cabe señalar que este proyectonacionalista recibiría su inspiración del rege-neracionismo para rescatar a España de ladecadencia liberal y socialista. Esta cons-trucción contrarrevolucionaria culminará conel nacionalcatolicismo, un “proyecto de res-taurar la unanimidad católica de la socie-dad”, que al mismo tiempo marchitará lacreatividad de la derecha española.

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“El fantasma del nacionalismo español”–cuarto y último capítulo del libro– vuelve a in-cidir en la idea de la normalidad de España ysu carácter homologable con los países de suentorno. José María Marco recuerda que el sur-gimiento de nuevos nombres entre los jóvenesintelectuales, universitarios y escritores durantelos años posteriores a la Guerra Civil y la II Gue-rra Mundial fue un rasgo que España compar-tió con los países europeos. Con el final delfranquismo, en plena crisis de las religiones po-líticas y de la utopía del hombre nuevo socia-lista, triunfaría el esfuerzo de la Transición, unproyecto de transformación política y una lec-ción de generosidad y reconciliación. Pese atodo, este esfuerzo adolecía de una vertientenegativa: la retirada de la dimensión nacionalde la naciente democracia. Esto consolidó aEspaña como una comunidad política posna-cional sin idea efectiva de nación.

En el epílogo provisional –“2015. Fin deciclo”– nos situaremos ante un escenario muyfamiliar por su cercanía. La dureza de una cri-sis económica, los nacionalismos periféricos,así como el descrédito de las instituciones yde la política hicieron resurgir la potencia tau-matúrgica, seráfica y algo posmoderna del re-generacionismo como respuesta propiamentenacional ante un complejo escenario com-partido por nuestros vecinos.

Para recapitular, José María Marco realiza unejercicio de patriotismo al señalar las conse-cuencias de la búsqueda de un proyecto per-petuo de refundación nacional puro que ya hadurado demasiado tiempo y que ha caídorendido en muchos ocasiones ante una per-sistente pulsión regeneracionista. El resultadode esta ininteligibilidad ha sido la de conver-tir la cuestión de España en un arma políticade exclusión en lugar de en un vínculo patrió-tico de lealtad. En este sentido, Sueño y des-trucción de España. Los nacionalistasespañoles (1989-2015) es el reverso tétricode una realidad más luminosa presentada enlibros suyos como Una historia patriótica deEspaña o la biografía Antonio Maura. La polí-tica pura. Pese a todo, no nos encontramosante un funesto presagio ni un canto fúnebrepor la suerte de la nación española, pues elrelato patriótico que subyace en este libro re-cuerda el indudable éxito histórico, político,social y económico de España2. Ahora, nospreviene el autor, “ha llegado la hora de li-brarnos de los siniestros fantasmas del na-cionalismo y de que España, la idea deEspaña y la propia palabra ‘España’ dejen deser un problema, un argumento político, y seconviertan en la base del asombroso éxito es-pañol de estos años” (p. 376).

MARIO RAMOS VERA

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2 “La identidad de la nación española como nación de ciudadanos es resultado de la identificación con una his-toria particular de la libertad. Esta identificación amplifica los sentimientos positivos del patriotismo al vincular-los a la permanencia de la comunidad política y da sentido colectivo a un proyecto de defensa de la libertadindividual”, Rivero, Ángel, La constitución de la nación. Patriotismo y libertad individual en el nacimiento de laEspaña liberal, Madrid, Gota a gota, 2011, pp. 92 y 93.

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Tras haber pasado en unos años del “opti-mismo antropológico” a la voluntad directa de“asaltar los cielos”, el liberalismo declinadopor Carlo Gambescia (Roma, 1954) bienpuede leerse como un contraveneno frente alas políticas que “conocen los medios parasalvar al género humano”. No en vano, si laprimera edición –bien traducida y bien prolo-gada– del profesor italiano en nuestra lenguaofrece una parada en las distintas estacionesdel pensamiento liberal, no deja de ser espe-cialmente estimulante en lo que tiene de ana-tomía del pensamiento de matriz iliberal. Así,frente al realismo político de erigirse en “cen-tinela de los hechos”, los utopistas de la reac-ción o de la revolución no vienen sino a afir-mar “la creencia en que es posible salvarsedel mal del mundo cambiando el orden delser (…) a través de un proceso histórico delque, a partir de un mundo malo, debe salir unmundo bueno”. Como hoy mismo estamosviendo, de España a Grecia, el hecho de quela realidad tienda a vengarse de quien intentenegarla no vendrá sino a alimentar ese sueñodel revolucionario que es la revolución per-manente. Y –como igualmente vemos estosdías– la capacidad para reducir a simpleza losproblemas de la política les habilita para unasrespuestas que, igualmente simples, no pue-den sino encontrar la complicidad de unagran audiencia.

Conocedor, con Jouvenel, de que lo públicopresenta problemas insolubles, Gambesciabien podría haber firmado, con Oakeshott,que los planteamientos inherentemente im-posibles –todos esos mundos de felicidad vo-luntariosa que nos venden– constituyen en símismos una empresa perversa. Al fin y alcabo, no podemos cambiar “el fuste torcidode la humanidad”, ni podemos sustraernos ala observación de “la corrupción y la caduci-dad de las obras humanas”. Y la “roca dura”de la realidad política no solo nos impide caeren el determinismo de quienes piensan que lahistoria camina de su lado, sino que nosobliga a mirar el poder como una pondera-ción de intereses contrapuestos “al alcancede quien tenga la imaginación del desastre”.

Hay ya aquí algunas nociones del liberalismonon ridens que postula Gambescia, y cuyagenealogía remonta –extraña poco– hastaHobbes, en una estirpe que se perpetuarácon Burke y Tocqueville, con Ortega y Aron,con Freund y Röpke hasta llegar a Isaiah Ber-lin. Para Gambescia, esta línea, afecta a “lasabia melancolía que proviene del reposadoconocimiento de las constantes de la políticay la metapolítica”, se opone al libertarismo“despolitizado y satisfecho” de un Hayek o unFukuyama, al tiempo que se distancia de lospostulados libertarios y de unos defensores

Una política sin “optimismo antropológico”CARLO GAMBESCIALiberalismo triste. Un recorrido de Burke a BerlinEncuentro, 2015. 206 páginas.

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del intervencionismo ya cercanos a la social-democracia redistributiva. Partidario tanto delmercado como del Estado en tanto que “im-perativos permanentes de la política”, el li-beralismo triste tendrá por rasgo distintivo lanecesidad burkeana de “compensar, recon-ciliar y equilibrar”. Asimismo, buscará un“sentido de la realidad” que no es una doc-trina más, sino una mediación de la inteli-gencia política entre la metafísica y lahistoria, la teoría y el impulso de acción y de-cisión inescapable a lo político. Röpke lo cifrócon acierto cuando habla de “someter los he-chos a las ideas”.

Este liberalismo “melancólicamente cons-ciente” limita, por tanto, las expectativas dela política. Considerada, al cabo, como ex-presión del “poder nudo del hombre sobre elhombre”, su viabilidad superior estará, conHobbes, en remediar los perjuicios quepuede causar a los hombres la “trágica li-bertad” de sus apetitos cruzados. Y si esterasgo fundacional abona un respeto de laautonomía del individuo y las toleranciaspropias de nuestras sociedades abiertas,exigirá a su vez del mandatario una “sobriaética de la responsabilidad”. Es la políticatomada –dice Gambescia– como el phàrma-kon griego: triaca o veneno según la dosifi-cación, lo que recomienda “una prudentecircunspección” en su manejo, toda vez quela voluntad de originalidad e innovaciónpuede convertirse en “víctima de las necesi-dades de la experiencia y la pesanteur de lopolítico”. Si estamos condenados a vivir ensu realidad y a tomar decisiones conformescon ella, nuestro margen de maniobra se re-duce a “mandar sobre la política al tiempoque obedecemos sus leyes”: no podemossuprimir el poder del hombre sobre el hom-bre, pero sí podemos transformar el veneno

de la política en un fármaco capaz de sofre-nar el abuso de poder.

Antiutópico y grave, sabedor de la ineluctabi-lidad de lo político, el liberalismo melancólicode Gambescia no es ajeno a nuestra capaci-dad de “mal radical” ni al conocimiento de laprovisionalidad de las conquistas sociales.Ese mismo realismo, sin embargo, lejos deasomarnos tan solo a la decadencia, es loque nos permite también valorar en su justamedida “el fulgor de la civilización”. Y, de paso,nos insta a valorar la magna obra de un libe-ralismo que, con su prudente vigilancia, nosolo sustituyó las balas (bullets) por los votos(ballots), sino que, en su operatividad histó-rica, ha ido reduciendo los espacios de coli-sión del poder del Estado con la concienciamoral del individuo.

Si el volumen de Gambescia no busca la ex-haustividad en su trazado de las distintas es-cuelas liberales, y si algunos de sus decursos–por ejemplo, los atinentes a la capacidad deexportar el ideario liberal como una “soberbiade la razón”– se quedan cortos, Liberalismotriste ofrece un gran estímulo: ofrecerse comouna meditación sobre los límites de la políticay los equilibrios entre autoridad y libertad. “Lanaturaleza del hombre es complicada, los finesde la sociedad son de la mayor complejidad”,escribió Burke. Pero esta misma toma de con-ciencia del pecado original y la “roca dura” dela realidad política es la que, en último plazo,puede convertir en virtuoso el uso del poder yhacerlo susceptible de utilidad y grandeza. Noes la política, ciertamente, como muestra Gam-bescia, el lugar de la utopía. Pero sí puede serun lugar, como muestran tantos maestros libe-rales, para el vigor de la razón.

IGNACIO PEYRÓ

Quien esto firma puede constatar con amar-gura que habrá de pasar bastante, muchotiempo, para que una Facultad como la de Po-líticas de la Complutense vuelva a ser cono-cida por sus méritos académicos, en lugar depor haber engendrado, en la versión “boliva-riana” (esto es, especialmente zafia) de Po-demos, la resurrección triunfal de losgrupúsculos trotskistas y maoístas surgidos alcalor del Mayo del 68. Aquellos como estos,sus hijos y nietos, se caracterizaron por suaversión y desprecio ya entonces a la transi-ción democrática y a su resultado esencial: laConstitución de 1978. Por más que no pro-curaban ocultar como hoy su entusiasmo porla violencia y la dictadura revolucionarias,conscientes de que, sin terror, no hay –niluego se puede mantener– “la revolución”. Poreso, porque se posee esta experiencia y seconoce el medio, la edición de los textos deDaniel Bell por Ángel Rivero en Alianza (Ellibro de bolsillo) representa uno de esos mag-níficos antídotos contra la demagogia igno-rante y la ceguera voluntaria.

Pero vayamos por partes. Los textos traduci-dos y editados por Rivero son dos: El final dela ideología en Occidente, texto de 1960 re-visado en 1961, y la nueva reflexión sobre sucontenido que Bell llevó a cabo en 1988 y ti-tuló Retorno al final de la ideología. Uno y otroconstituyen el epílogo de una obra más am-

plia, denominada asimismo El final de las ideologías, de 1960. El grueso de esta con-siste en un análisis en profundidad de loscambios experimentados en la sociedad nor-teamericana en la primera mitad del siglo XX.Tal como indica el editor, de ella hubo una pri-mera edición en Tecnos del año 1964, objetoluego de sucesivas reediciones hasta el año2000. Podría señalarse que, en 1992, la edi-torial del Ministerio de Trabajo publicó unaedición completa de esta obra de Bell, coor-dinada y con una introducción de JoaquínAbellán.

El interés principal de Bell en estos dos textosepilogales se centra en el concepto de “ideo-logía”. Habría que decir que a este respectose crea un equívoco interesado. Por ejemplo,Vallespín en su necrológica de Bell (El País, 6de febrero de 2011) parece dar a entenderque el final de las ideologías equivale al finalde las ideas, lo que dista de ser cierto. ParaBell, las ideas y la ideología son cosas muydistintas. Las primeras son debatibles, con-trastables y, al mismo tiempo, imprescindiblespara vertebrar y alimentar el proceso político.Por el contrario, la ideología es algo monista,fideísta, dogmático y, como diría Popper, ho-lístico y esencialista. Su propósito es el de re-crear el mundo de arriba abajo llevando acabo la gran ruptura con un pasado a calci-nar. Para Bell son también rasgos esenciales

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Ideología y libertadDANIEL BELLEl final de la ideología. Edición y traducción de Ángel Rivero. Madrid, Alianza Editorial,2015, 178 páginas.

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la demolición del individualismo, la integra-ción en el grupo, bien “la clase”, bien “la raza”o los nacionalismos y fundamentalismos ac-tuales. La pretensión omnisciente de la ideo-logía es lo que fundamenta en el marxismo latan apreciada por Gramsci “filosofía de la pra-xis”; esto es, la cancelación de ese nicho parala libertad moral y de la búsqueda de la ver-dad que representa el conflicto entre lo quees y lo que debe ser. Por tanto, de toda incer-tidumbre intelectual o escrúpulo moral. Loshorrores del Gulag, la trayectoria de la URSS,de la China de Mao, de la Camboya de PolPot, de la Cuba castrista ejemplifican paraBell la santificación de la brutalidad en losmedios en aras del carácter emancipador delos fines. Pero nada de todo esto impidió fi-nalmente el fracaso total de la ideología, quees lo que Bell constata, sobre todo para unacon pretensiones “científicas”, como la deMarx. Frente al sistema surgido en 1917, lospaíses anglosajones y aquellos de la Europacontinental que no cayeron tras el telón deacero al término de la victoria de la GranAlianza con la URSS contra el nazi-fascismo,forjaron un consenso de ideas y políticas, quetal como se manifestó en sucesivos congre-sos por la Libertad de la Cultura y, en particu-lar, en el Congreso habido en Milán en 19551,acabaría triunfando en toda la línea con lacaída del Muro y rige todavía nuestras vidas.Dicho consenso consiste en la defensa de lademocracia representativa, la sociedad plura-lista, la economía denominada “mixta” y el Es-tado de bienestar. Para Bell, el final de laideología se refiere al de la ideología totalita-ria en sus distintas versiones y no al triunfode una sociedad inverosímilmente “tecnocra-tizada”, sin ideas y sin política. Hubo, no obs-tante, una voz discrepante en ese consenso,que fue la de Hayek, el cual chocó en Milán

especialmente con Raymond Aron, factótumde aquella asamblea. De ello, como mencio-naremos rápidamente, extrae lo esencial desu reflexión Ángel Rivero en su magnífica in-troducción.

La otra cuestión en la que se centra el textode 1988 consiste en la respuesta a la pre-gunta: ¿fracasó la predicción del fin de la ideología con la re-ideologización y radicaliza-ción tremendas de la América de los sesentay la Europa del Mayo del 68? Bell cree que no.No porque la derrota del nazi-fascismo en1945 y el hundimiento del Muro de Berlín en1989 dejaron claro que el modelo del con-senso (aunque ya en revisión, por cierto, lo dela economía “mixta”, gracias en no poca me-dida a Hayek) demostró que la realidad de-molía la ferocidad triunfalista de la ideología.Pero, al mismo tiempo, Bell explica que no poreso nos libraremos de ella. Como religión se-cular, la ideología lleva a la catástrofe al sus-tituir el otro mundo de las religionesmonoteístas por este como localización delparaíso. Pero esa es la forma de emular lo quepara Bell constituye, como para Hume, la clavede la religión: ayudarnos a aceptar la muertey dar así un sentido a la vida. Aunar la pasiónjusticiera con una pseudorracionalidad. Deeste modo describe con ironía la fracasadatrayectoria del Black Power en los EE.UU. y delguevarismo o la ideología de Fanon en el Ter-cer Mundo. Si bien reconoce que, en el terrenocultural, el tercer gran elemento de la trasgre-sión y la deconstrucción, representado por lacultura del desmadre y su proyección en losdiferentes terrenos artísticos, ha triunfado entoda la línea desde esos años sesenta. Nadade todo esto resucitó, sin embargo, un pro-yecto de la envergadura y pretensiones delmarxismo. Este, como ya lo entendiera el his-

1 Véase Pierre Grémion, Intelliegence de l’anticomunisme, Fayard 1995. Dichos congresos congregaron a desta-cados intelectuales contrarios al comunismo en distintas ciudades del mundo, de 1950 a 1970. El más impor-tante fue el citado de Milán de 1955.

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toriador George Lichtheim, siguió siendo uncaput mortem después de los años sesenta.

La edición de Ángel Rivero resulta excelente portres motivos. El primero, por el modo como ligaen la introducción un texto tan famoso comoel de Bell a otro que le sucedió inmediata-mente y no ha tenido menos repercusión, el deFrancis Fukuyama titulado, con interrogantes,¿El fin de la historia? (1989). Rivero se dacuenta de que Fukuyama habla del triunfo delliberalismo como el de una ideología alterna-tiva a los totalitarismos pero asimismo ideoló-gica, esto es, programática. Por tanto, entiendeel editor, Fukuyama se habría hecho eco de la

voz minoritaria de Hayek y su defensa del libe-ralismo frente al Estado de bienestar, enten-diendo que era aquel el verdadero triunfadorcontra las variantes totalitarias en una lucha demás de un siglo. En segundo lugar, las notasde la edición muestran una erudición y unacompetencia capaces de facilitar a un alumnolecturas complementarias que justificarían porsí mismas todo un curso y aun media carrera.Y la eficacia de este silencioso antídoto contrael lavado de cerebro se comprueba en la exce-lente bibliografía y el índice de nombres queacompañan el volumen y multiplican su valor.

LUIS ARRANZ NOTARIO

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Tal vez existen pocos textos contemporáneostan discutidos e interpretados como el queFrancis Fukuyama tituló, con intención polé-mica, El fin de la historia. Originalmente publi-cado como artículo en The National Interest,en 1989, y más tarde como libro, la idea defondo ha llegado a formar parte de nuestra cul-tura política, pese a que, como el propio Fuku-yama ha sugerido, ha sido desgraciadamentemás comentado que leído en profundidad. Peronada de lo que afirma en estas páginas era no-vedoso desde un punto de vista filosófico: latesis de que se ha consumado la evolución ideológica, de que se ha completado el desa-

rrollo, es algo que vaticinó Hegel. Siguiendo aeste y a Kojève, que actualizó de alguna ma-nera la Fenomenología del Espíritu, lo intere-sante del análisis de Fukuyama es el haberaprovechado un momento histórico –la caídadel comunismo– y utilizar un marco conceptualespeculativo para renovar la teoría política.

Al cabo de los años, la lectura de El fin de lahistoria constituye un revulsivo, de ahí que estaedición, y su clarificador texto introductorio,sean tan pertinentes. Políticamente hoy en díase debate el futuro del sistema liberal y a la filade sus antiguos críticos –los posmodernos– se

¿El fin de la Historia? y otros ensayos

FRANCIS FUKUYAMAAlianza Editorial. 2015. 164 páginas.

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ha sumado la de aquellos que inciden en ladesigualdad como fallo estructural del sis-tema. No es de extrañar que su relectura en elcontexto actual, en el que la democracia libe-ral parece haber perdido a sus principales de-fensores, encienda pasiones más enconadas.Además de aquellos que socavaron las pre-tensiones universalistas de la Modernidad –yque entendieron que el análisis de Fukuyamaestaba todavía apegado al mito de los gran-des relatos y aherrojado en los prejuicios deun proyecto claramente ideológico y volunta-rista–, ahora la crisis del sistema es tan in-soslayable que incluso el propio politólogoamericano ha tenido que elaborar una teoríade la decadencia.

Sin embargo, Fukuyama tiene la suficiente for-mación y sutileza intelectual para diferenciarentre teoría y praxis, entre dimensión normativay empírica. No quiso decir que la historia comoámbito de sucesos y de hechos hubiera con-cluido. Lo que indicó fue la victoria teórica de laideología liberal. La caída del comunismo hizodesaparecer la esperanza de alternativas a unaforma de organización tan desarrollada comoanhelada. La pregunta es si a tenor de los acon-tecimientos de los últimos años la conclusiónde Fukuyama sigue siendo válida. Y explícita-mente él mismo ha reivindicado su primera for-mulación en sus últimos ensayos, pues afirmarla necesaria universalización del sistema liberalno supone incurrir en un rapto extremadamenteutópico e idealista que exija negar adaptacioneso correcciones del sistema. No habría que con-fundir lo normativo con lo pragmático.

A mi juicio, El fin de la historia gana en profun-didad y comprensión si se estudia tras la teoríadel orden político y su evolución que ha perge-ñado Fukuyama en los últimos años. Así, lo quepodríamos denominar “la teoría política” de esteautor se antoja extremadamente profunda y su-ficientemente fundada, de manera que es difí-cil de rebatir políticamente. Por otro lado, sucapacidad prospectiva es innegable: tanto en

el texto principal, como en los epílogos que serecogen en esta edición, en los que se defiendede las críticas, vuelve a insistir en la diferencia-ción entre lo normativo y lo fáctico para mostrarque las amenazas al sistema liberal –el nacio-nalismo, los regímenes autoritarios, incluso elfundamentalismo islámico– pueden ser desa-fíos, pero no alternativas ideológicas.

La conexión entre evolución científica, tecnoló-gica, económica y política, junto con la hipóte-sis de que es el deseo de reconocimiento lo queguía el desarrollo, presagian que la contradic-ción entre un nivel económico satisfactorio y unsistema político antiliberal debe resolverse afavor de cambios institucionales. En este sen-tido, ni el éxito pragmático de China ni la ho-mogeneidad cultural impuesta desde el Kremlin–tampoco el rejuvenecimiento de su narrativaimperial ni su oferta como opción frente al blo-que occidental– son suficientes para acallar lasexigencias de una clase media que lucha porser reconocida jurídicamente. En lo que se re-fiere a alternativas, son las propias demandasde la sociedad civil las que cancelan la viabili-dad de otras formas institucionales diferentesa la liberal. ¿No es tan evidente esta conclusiónante la ingente llegada de refugiados?

Debido a la polémica que suscitó y a las di-versas interpretaciones que se han realizadodel texto, puede concluirse que la falta decomprensión nace de los diferentes niveles desentido que posee. Fukuyama expone unatesis política, pero cifra su legitimidad en unfundamento filosófico, cultural e histórico. Poreso, como veremos, las emociones que pro-voca son ambivalentes. Institucionalmente, lademocracia liberal es un éxito –con sus erro-res y aciertos–, pero tiene déficits que permi-ten augurar un empobrecimiento culturalpaulatino. Convendría recordar que las co-rrecciones no alterarán el diseño originario.

No es políticamente correcto apostar por unaforma política que es hoy tan denostada. El sur-

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gimiento de opciones populistas, las épicas dela desigualdad y los mensajes apocalípticosestán poco a poco calando en la opinión pú-blica. Pero la defensa de la democracia liberalque hace Fukuyama no es un alegato econó-mico, sino explícitamente política, ni omite ladialéctica entre igualdad y libertad. En cualquiercaso, es dogmático y obsceno reclamar la trans-formación de un sistema político sin concretarinstitucionalmente las alternativas, moviéndosede la crítica económica a la crítica política, conclara intención ideológica, y sin reconocer quela viabilidad de las abstracciones no asegura nisu justicia ni su eficacia práctica.

Pero si las críticas políticas son desacertadas,no ocurre lo mismo con las filosóficas. En estecaso, la cancelación de la evolución históricasupone aceptar una visión hegeliana que no esevidente por sí misma ni en muchos casos de-fendible desde otros paradigmas. Entre otrascosas porque la consumación de la historiaconlleva, desde esa perspectiva, la culminación

del saber y el fin de la filosofía, como atinada-mente observó el propio Fukuyama.

“El fin de la historia será un tiempo triste”, seafirma en estas páginas. Y en efecto, uno po-dría preguntarse si la victoria final de la demo-cracia liberal no es trágicamente pírrica.Consiste en la llegada del último hombre, el in-dividuo anestesiado y consumista, que rastreaotras formas –más banales, más superficiales–de reconocimiento. Por eso, la sensación quequeda tras la constatación del fin de la historiano es la altivez que debió empachar el orgullode Hegel tras contemplar la entrada de Napo-léon en Jena, sino cierta nostalgia al contem-plar retrospectivamente el “museo de lahistoria”. Porque el fin de lo histórico provocasentimientos ambivalentes y no puede desesti-marse que “los siglos de aburrimiento” que va-ticina la victoria ideológica del liberalismo noobliguen a empezar de nuevo la historia.

JOSÉ MARÍA CARABANTE

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The First Presidential Contest1796 and the Founding of AmericanDemocracy

JEFFREY L. PASLEYUniversity Press of Kansas, 2013, 504 páginas.

En el año 1796 se firmaba entre el reino deEspaña y la República francesa el Tratado deSan Ildefonso, alianza entre ambas potenciasque retomaba la amistad tradicional entre lasdos naciones que durante un trienio estuvie-

ron oficialmente en guerra tras la ejecuciónde Luis XVI por los revolucionarios, obligandoa la borbónica España a declarar la guerra alpaís galo, situación que finalizó en 1795 conla Paz de Basilea, que valió entre otras cosas

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al valido Manuel Godoy el título de Príncipede la Paz.

El Directorio francés, sucesor del régimen dela Convención personificado en la tétrica fi-gura de Robespierre, debía poner fin a los ex-cesos revolucionarios y enfrentarse a unasituación bélica frente a las principales po-tencias europeas, destacando sobremanerala Gran Bretaña regida por el monarca Jorge IIIy gobernada por William Pitt el joven. Curio-samente, Francia no contaba entre sus alia-dos con otro país del cual esperaba apoyo,más que nada porque, surgido este igual-mente de una revolución apoyada en su díapor el reino de Francia, se suponía simpatiza-ría con la nueva situación existente en el paísgalo. Sin embargo, los Estados Unidos, pese averse afectados sobremanera por los aconte-cimientos revolucionarios franceses, se en-frentaban a un reto desconocido e imprevisto:las primeras elecciones presidenciales de lahistoria.

Los Estados Unidos, antiguas colonias britá-nicas que se habían emancipado de la me-trópoli tras una guerra en la que recibieron elapoyo de los reinos de España y Francia, sehabían articulado como una federación conel texto constitucional de 1787, que entró envigor dos años más tarde. En dicha Consti-tución se pretendió garantizar las libertadesindividuales a través de un doble meca-nismo: la división de poderes y la articula-ción del federalismo mediante la divisiónfederación-estados. Ahora bien, Bruce Ac-kerman en su magnífica obra The failure ofthe founding fathers, hace una precisión queconviene tener muy en cuenta: “Los hombresde 1787 se enorgullecían de ser revolucio-narios, pero en modo alguno simpatizabancon la democracia”.

Ese recelo hacia el principio democrático,que entendían podría conducir a que un de-magogo o populista alcanzase los máximos

destinos de la nación, les llevó a articularciertos mecanismos correctores, uno de loscuales fue precisamente el electoral college,institución que tenía por objeto evitar el ac-ceso de demagogos a la presidencia; y elloporque dado que se exigía a cada compro-misario el votar a un ciudadano no residenteen el estado de procedencia, se esperabacon ello que figuras de gran talla o autoridadmoral y carisma indiscutido, y que trascen-dieran de la política meramente estatal, esdecir, estadistas como George Washington,copasen la presidencia de los Estados Uni-dos. De igual forma, los founding fathers abo-minaban de la lucha partidista, y no llegarona plantearse ni siquiera la existencia de par-tidos, a los que veían como un mal intrínsecoy fuente de potenciales conflictos, aunqueeran conscientes de que podían existir con-flictos o rivalidades menores, que se ventila-rían en la Cámara de Representantes. Porello, la aparición del bipartidismo apenas unlustro después de la entrada en vigor deltexto constitucional supuso no solo unaenorme sorpresa, sino un reto para la reciéncreada nación estadounidense. Y una de lasprimeras luchas entre partidos iba a venti-larse, precisamente, en la contienda presi-dencial de 1796, que en puridad constituyeel primer enfrentamiento real entre dos can-didatos de facciones enfrentadas.

La elección de George Washington a la presi-dencia de los Estados Unidos en 1789 y sureelección para un segundo mandato en1792 no se ventiló en unas elecciones pro-piamente dichas, pues el virginiano, elegidopor unanimidad de los compromisarios, care-cía en puridad de rival y la elección fue unmero trámite. No ocurrió lo mismo en el casode la vicepresidencia, donde el voto estuvomás repartido, resultando elegido en amboscasos John Adams, quien no debía encon-trarse demasiado cómodo en un cargo quepor entonces era apenas simbólico, dado queen una de sus más célebres frases, en su co-

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rrespondencia privada, se refería a la vicepre-sidencia como “the most insignificant officethat ever the invention of man contrived or hisimagination conceived”. Durante esos años sefue larvando el germen de la división entredos facciones opuestas que terminaríansiendo identificadas como federalistas y re-publicanos. Los federalistas, cuyo líder indis-cutible era Alexander Hamilton, secretario delTesoro, eran anglófilos, partidarios de unpoder federal robusto y estaban sustentadospor pequeños comerciantes y profesionales li-berales, teniendo su principal fuerza electoralen los estados de Nueva Inglaterra; mientrasque los republicanos, acaudillados por Tho-mas Jefferson, secretario de Estado, eran fran-cófilos, partidarios de la prevalencia de losestados sobre la federación y sustentados bá-sicamente por los pequeños propietarios ru-rales, y su fuerza principal radicaba en losestados del sur.

La discrepancia inicial se produjo inicialmentepor el deseo del secretario del Tesoro de quela Federación asumiese las deudas de los es-tados, así como por la creación del primerBanco de los Estados Unidos, a lo que los re-publicanos se oponían con uñas y dientes.Pero, sobre todo, en el segundo mandato pre-sidencial de George Washington la lucha entreambas tendencias se exacerbó precisamentea la hora de dilucidar el papel que deberíanasumir los Estados Unidos en relación a losacontecimientos en Francia, pues los federa-listas eran partidarios de aliarse con Inglate-rra mientras que los republicanos defendían elapoyo a Francia.

Gore Vidal, en su obra La invención de unanación, hace explícita referencia a que Ha-milton filtraba las reuniones del gabinete nor-teamericano al embajador inglés, mientrasque otros autores imputan a Jefferson uncomportamiento idéntico respecto al emba-jador de Francia. La neutralidad acordada porel gobierno estadounidense no convenció a

nadie. Thomas Jefferson dimitió de su cargoen 1793 alegando que su vida pública habíaterminado, y Alexander Hamilton hizo lo pro-pio en 1795. Pero las espadas estaban enalto entre ambas tendencias y, cuando enseptiembre de 1796 el presidente Washing-ton anunció su intención de no presentarsea un tercer mandato, tanto federalistas comorepublicanos se prepararon para intentar al-canzar la sucesión del indiscutido y respe-tado líder virginiano cuya figura habíalogrado, aunque a duras penas, contener encierta medida la lucha abierta.

La situación de enfrentamiento entre federa-listas y republicanos era tal que el propioWashington, en su discurso de despedida, sevio obligado a incluir un párrafo alertandosobre los peligros de esa división: “Let menow take a more comprehensive view, andwarn you in the most solemn manner againstthe baneful effects of the spirit of party ge-nerally”. De nada sirvió la admonición presi-dencial y en los tres meses que restaban ladivisión quedó patente, y por primera vez doscandidatos rivales iban a disputarse abierta-mente la presidencia: el federalista JohnAdams y el republicano Thomas Jefferson,que regresaba así a la vida pública apenasdos años después de considerarla definitiva-mente finiquitada.

Los dos candidatos en liza eran amigos per-sonales. Ambos poseían un enorme arraigo yvinculación con el proceso independentista,ambos contaban con enorme experiencia di-plomática (John Adams como embajador enInglaterra y Thomas Jefferson como represen-tante diplomático en Francia) y ambos habíantrabajado juntos en el gabinete de GeorgeWashington. Ambos eran juristas brillantísimosque habían colaborado en la redacción de lapropia Declaración de Independencia y quecontaban en su haber con valiosos trabajos.Pero mientras Adams no ocultaba su admira-ción por el sistema inglés, Jefferson simpati-

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zaba con los revolucionarios franceses. Ambosse disputarían la primera campaña presiden-cial propiamente dicha.

Esos comicios son descritos de forma ex-haustiva por el libro de Jeffrey L. Pasley, que nosolo se limita a analizar el desarrollo de lacampaña presidencial, sino que expone deforma clara y precisa los antecedentes y elcomienzo de las divisiones políticas en elseno de la nueva república estadounidense. Ylo hace, sobre todo, incidiendo en el papelque entonces desempeñaban los periódicos,panfletos y publicaciones, dada la inexisten-cia de campañas propiamente dichas al estilode las que estamos habituados a observar enlos siglos XX y XXI. Y ello por varias circuns-tancias, las más significativas de las cualesson la ausencia de una campaña electoralpropiamente dicha, la nula intervención de loscandidatos a la presidencia (tarea que reser-vaban para sus subordinados) y, sobre todo,el hecho de que la campaña se prolongaseen el tiempo, dado que en muchos estadoslos compromisarios no eran elegidos directa-mente por el pueblo sino por la legislatura delos estados, lo que convertía en decisivos loscomicios estatales, que lógicamente podíantener cierta interpretación en clave nacional.Toda esa batalla ideológica que se libró fun-damentalmente en la prensa escrita es minu-ciosamente narrada en la obra de Pasley.

El resultado de los comicios, con una ajusta-dísima victoria de John Adams por tres votos

de los compromisarios y la circunstancia deque la vicepresidencia fuese a parar a manosde Thomas Jefferson (al ser la segunda per-sona con más votos), puso de alguna maneraen entredicho el mecanismo del electoral co-llege según se encontraba articulado en eltexto constitucional. Las elecciones presiden-ciales de 1800, con el empate a votos de loscompromisarios entre Thomas Jefferson yAaron Burr, dos personas de la misma ten-dencia que acudían en un “ticket electoral”,hizo evidente la quiebra del sistema de elec-ción presidencial tal y como lo habían conce-bido inicialmente los padres fundadores,quiebra que fue ocasionada paradójicamentepor la aparición del bipartidismo, sin perjui-cio de que, como bien indica el autor, hablarde partidos políticos en el sentido modernodel término es algo impropio, puesto quecomo tales no aparecen hasta la democraciajacksoniana, es decir, al finalizar el primer ter-cio del siglo XIX.

La lectura de este extenso pero apasionanteestudio es muy aconsejable no solo por elhecho de que el lector pueda adentrarse enlos orígenes del bipartidismo y comprobarcómo se desarrolló la primera campaña pre-sidencial de la historia estadounidense, sinopara verificar en qué medida y hasta quépunto se ha evolucionado a la hora de elegiral máximo representante de la nación esta-dounidense.

JORGE PÉREZ ALONSO

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La gran revolución americanaRaíces ideológicas de la política exterior de Estados Unidos

PEDRO F. R. JOSAEditorial Encuentro. Madrid, 2015. 320 páginas.

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La publicación de un libro que verse sobre Es-tados Unidos es siempre un acontecimientopositivo en un país que tradicionalmente ha te-nido una de las posiciones más antiamerica-nas de Europa, defendida particularmentedesde determinados sectores ideológicos, prin-cipalmente –aunque no de manera exclusiva–vinculados a determinada izquierda política. Espor ello que la publicación de La gran revolu-ción americana debe ser recibida con satis-facción ante la escasez de especialistasexistentes en España, como acertadamenteafirma Florentino Portero en su prólogo, sobrelos distintos actores estatales que conformanel sistema internacional y a lo que cabe añadirel escaso desarrollo de las Relaciones Interna-cionales como disciplina académica en Españafrente al Derecho o la Historia.

Este libro, escrito por Pedro F. R. Josa, antiguodoctorando por el Instituto Gutiérrez Melladoy colaborador de fundaciones como el Insti-tuto de investigación Floridablanca, con pró-logo de Florentino Portero, está dedicado demanera principal a la comprensión del fenó-meno ideológico que está en las raíces histó-ricas de la política exterior estadounidense.

Dividido en cuatro capítulos distintos, el pri-mero constituye un detallado estudio histó-rico de cómo los primeros debates e ideas

sobre el sistema político estadounidense aca-barían conformando las primeras corrientesde la política exterior estadounidense, a me-nudo consideradas desde la formulación delfamoso discurso de despedida del presidenteWashington como “aislacionistas”, pero sobrela que en este caso el autor elabora unanueva conceptualización denominándolacomo “unilateralismo aislacionista”, que per-mitiría lograr a lo largo del tiempo y conformea la evolución y el fortalecimiento de la propianación estadounidense su inserción en el sis-tema internacional, ya a finales del siglo XIX,como una gran potencia tras la derrota de Es-paña en la guerra de 1898.

El segundo trata el desarrollo de los interna-cionalismos tanto “conservadores” como “li-berales”, vinculados a destacadas figuraspresidenciales de la historia estadounidensecomo son el presidente Theodore Roosevelto el presidente Woodrow Wilson, considera-dos por diversos historiadores y especialis-tas, empezando por el exsecretario de EstadoHenry Kissinger, como las figuras representa-tivas de las alas realista e idealista de la po-lítica exterior estadounidense. En este caso,esta etapa supondrá la consolidación defini-tiva del internacionalismo, pese a las dificul-tades experimentadas en el periodo deentreguerras y al antiguo predominio del “uni-

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lateralismo aislacionista”, que iría desapare-ciendo progresivamente de la centralidad delos debates en política internacional de lapotencia norteamericana.

Los capítulos tercero y cuarto se centran en laevolución de la política exterior estadouni-dense, concentrándose respectivamente en lasdiferentes estrategias de contención elabora-das durante la Guerra Fría por las sucesivas Ad-ministraciones estadounidenses, después desu elaboración por la Administración Truman yen los eventos acaecidos en la Posguerra Fríade cara a las Administraciones de Clinton, Bushy Obama. En este último caso el autor aportaun interesante, y probablemente acertado,toque pesimista sobre el futuro de la políticaexterior estadounidense, aun cuando no secomparta necesariamente que esto se deba ala falta de una “gran estrategia”, en ausenciade la emergencia de un rival de entidad globalcomo fue la Unión Soviética que la justifique.

Independientemente de las ocasionales discre-pancias –y numerosas coincidencias– de matizque siempre puede surgir en cuanto a la inter-pretación de determinados hechos o la estruc-tura de la obra –¿por qué el tercer capítulocomienza con Eisenhower y no con la enuncia-ción de la doctrina de la contención en 1947?–,parece conveniente destacar algunos puntoscríticos que toda obra académica recoge y queno empañan el balance final positivo que tieneel libro, con momentos particularmente valio-sos en los dos primeros capítulos, como son losdebates de los padres fundadores sobre el sis-tema político estadounidense y su implemen-tación en la política exterior, los acaecidos enrelación a la Guerra con México de 1846 o ladescripción de los fundamentos de los primerosinternacionalismos de Roosevelt o Wilson.

Tal y como se recoge en el prólogo del autor, ellibro se centra principalmente en un estudio decarácter histórico antes que en la ciencia polí-tica o las relaciones internacionales. Esta op-

ción implica dimensiones tanto positivas comonegativas. Entre las positivas cabe destacar laposibilidad de realizar una narración fluida de laevolución de la política exterior estadounidense,que permite incorporar el contexto interno y laevolución de la misma más allá de los procesosde toma de decisiones y la incorporación deta-llada de los eventos más lejanos en el tiempo.

La negativa sería precisamente el sacrificio deun mayor detalle en aquellos momentos másrecientes, como los relativos a la Guerra Fría yla Posguerra Fría, y sobre los que existe más in-formación y debate, que obligarían a una mayordedicación a los debates, los procesos de tomade decisiones internos de cada Administración,los casos empíricos que lo fundamentan y losactores principales y las ideas defendidas porestos en cada Administración concreta, asícomo una mayor sistematización de los mis-mos. En este caso, la realización de un estudiotan extenso en términos temporales evita pro-fundizar lo necesario en la política exterior desa-rrollada por las Administraciones recientes, a lahora de afrontar desafíos como el estableci-miento de una “gran estrategia” y su conve-niencia, necesidad o pertinencia a la vista delos resultados de lo más parecido a una estra-tegia coherente que Estados Unidos ha tenidoen la Posguerra Fría: la doctrina de Bush jr.

En segundo lugar, cabe dividir el libro en dospartes, una primera parte más innovadora co-rrespondiente a los capítulos 1 y 2, respalda-dos por una tesis sólida, frente a una segundaparte más descriptiva correspondiente a loscapítulos 3 y 4, más difíciles de encajar en latesis central del libro y que obligarían a unmayor tratamiento de las teorías/ideologíasexistentes en este periodo como son el rea-lismo político –de inspiración europea-conti-nental según Walter Mead y a la vez una teoríaacadémica que explica el funcionamiento delas relaciones internacionales–, el neoconser-vadurismo o el liberalismo intervencionistapresente en Administraciones como las de

Clinton y –en menor medida– Obama y susprincipales fundamentos, sin que la focaliza-ción en dimensiones de participación comoel unilateralismo, regionalismo o multilatera-lismo permitan compensarlo. En este casoquizá hubiese sido interesante haber fusio-nado ambos capítulos en un capítulo de con-clusiones final como respaldo a lo recogidoen los dos primeros capítulos sin necesidadde alargarlos innecesariamente para probarla tesis central existente en el libro.

A pesar de estas críticas, que como ocurrecon toda obra académica son posibles de

suscitar, el balance final como antes se co-mentaba es globalmente positivo, y la obraestá respaldada por una tesis sólida sobre losorígenes y la consolidación de una gran po-tencia, particularmente relevante en los dosprimeros capítulos. Este libro, cuya publica-ción viene a ayudar a rellenar el vacío exis-tente en nuestro país de estudios académicosde interés sobre la potencia norteamericana,gustará a todos aquellos interesados en lahistoria y evolución política de los EstadosUnidos de América.

JUAN TOVAR RUIZ

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148 OCTUBRE / DICIEMBRE 2015

Coptos. Viaje al encuentrode los mártires de Egipto

FERNANDO DE HAROEditorial Encuentro. Madrid, 2015. 198 páginas.

Ser copto debería ser una forma más de sen-tirse natural de Egipto. De hecho, etimológi-camente, la palabra en su origen significabasolo eso: egipcio. Y esto mismo es lo quepiensan con absoluta normalidad la mayoríade los coptos a los que el periodista Fernandode Haro se ha acercado para realizar su ex-celente documental, Walking next to the wall(2014), y cuyas vivencias e impresiones enaquella tierra narra ahora en este interesantelibro. Su propósito final es loable: descubrir-nos la realidad de la Iglesia copta, una de lasmás antiguas del mundo, de un pueblo mile-

nario de Oriente Medio que sobrevive orgu-lloso de su fe frente a la histórica presión mu-sulmana y la persecución islamista, y quetrata de mantener contra viento y marea suidentidad cristiana oriental incardinada en elser de la nación egipcia.

La realidad, sin embargo, dista mucho de unanormalidad que solo en algunos momentosde la historia ha sido posible para esta im-portantísima minoría cristiana cuyo númerono sé conoce con seguridad: los estudios másrealistas estiman que puede sobrepasar el

10% de la población solo en Egipto, lo queallí la situaría en cifras cercanas a los 10 mi-llones de almas.

Este viaje al interior del mundo copto está es-crito con un respeto y admiración por su tra-dición y cultura dignas de elogio. De Haro,curtido en muchas lides periodísticas, trasladasu particular forma radiofónica de narrar loshechos a una prosa pulcra y cercana que ellector agradece y que le permite situarse in-formativamente en el terreno con datos pre-cisos, con entrevistas adecuadas y unconocimiento sólido de la historia de estarama oriental del cristianismo desde el siglo Ihasta la delicada situación de nuestros días.

En su opinión, “los coptos son el testimoniomás nítido de que el cristianismo y el islampueden vivir juntos”. Aunque eso sí, la historiamuestra siglos de altibajos y una sangría re-currente en su sometimiento al poder terre-nal: Bizancio, el califato omeya, el abasí, elfatimí, incluso las cruzadas sirvieron de ex-cusa para su persecución por parte de unos yde otros; sin olvidar épocas de un cierto re-nacimiento en el siglo XIX y la primera mitaddel XX, superar gobernantes dispares en sutrato hacia esta minoría (Nasser, el-Sadat oMubarak) y llegar al reciente acoso de los her-manos musulmanes, a la esperanza de unacierta normalidad con Al-Sisi y al rechazo aun Estado Islámico que quisiera hacerlos desaparecer por considerarlos una “anoma-lía” en la tierra del profeta.

Evidentemente, la supervivencia copta en unEstado confesionalmente musulmán, inclusocuando la Constitución egipcia haya respe-tado formalmente el ejercicio de otras religio-nes, ha sido una tarea complicada, rayanacuando no en el martirio sí en la persecución,el pago de la yizia o directamente en la dis-criminación en el acceso a altos cargos de laesfera educativa, el funcionariado o las pro-fesiones liberales, convirtiéndose así la salva-

guardia de parcelas de libertad económica ode libertad de culto en objetivos prioritariosde los coptos. En este sentido, De Haro des-taca el papel de los monasterios copto-orto-doxos y de sus monjes, a donde viaja y a losque entrevista, en su supervivencia durantelos catorce siglos de dominación musulmanay en la conservación milagrosa de su lengua;y más con los constantes problemas para laconstrucción de nuevos templos en los paísesen los que la sharia es fuente de derecho.

¿Quiénes son, pues, los coptos? Uno de estosmonjes, el abuna Efrén, del Monasterio deSan Macario el Grande, responde con clari-dad: “Somos la gente que desde el siglo I re-cogió la herencia de los antiguos faraones yque testimonia a Jesucristo. Tenemos nuestrosderechos como egipcios, cooperamos con losmusulmanes para construir un puente de paz.Queremos construir nuestro país”. Visión estasin duda bienintencionada, a la que suma unaopinión no siempre compartida: el daño queharía la confusión entre cristianismo y Occi-dente, la responsabilidad que las intervencio-nes en Irak o Afganistán habrían tenido en lasrepresalias infligidas a los cristianos orienta-les por los radicales islamistas, y la crítica alintento de instaurar los valores occidentalessin tener en cuenta las necesidades concretasde la gente y sin valorar a las minorías cris-tianas como estabilizadoras de la región. Evi-dentemente, adecuar libertad, democracia yderechos humanos en algunas culturas radi-cadas en Estados musulmanes regidos por laley islámica, puede ser una labor ardua y quedebe medirse en las formas, pero no por elloes menos necesaria y recomendable para sushabitantes.

A la búsqueda de información para su docu-mental, De Haro sortea la presión del gobiernoque le asigna un funcionario para controlarsus movimientos, recorre las iglesias ataca-das o destruidas, visita a los zabbaleen (loscoptos que se dedican a recoger la basura de

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El Cairo), habla con las viudas de los asesi-nados y recaba a lo largo del libro distintasopiniones de personalidades musulmanas ocristianas. Así, la juez y virtual vicepresidenta,Tahani el Gebali, culpa de los ataques a losHermanos Musulmanes y afirma que “el ver-dadero islam respeta todas las religiones y noadmite la destrucción de iglesias, de temploso sinagogas”. Joussuf Shidom, director de Wa-tani, el diario de los coptos ortodoxos, insisteen que “ser egipcio no es ser musulmán,árabe o cristiano sino la suma de identidadesdiversas” y en que “como coptos no queremosayuda, queremos que se ayude a todos losegipcios”. Osama Abd, rector de la universi-dad islámica Al-Azhar, cree que “los coptos enEgipto no son considerados una minoría reli-giosa, son parte integral de la sociedad egip-cia, son tan patriotas como nosotros. El islamno incita al odio a los no musulmanes. Somosuna nación unida”.

Estamos pues ante un libro que nos descubretanto los deseos como la realidad de una delas minorías más amenazadas del mundo yque, en este recorrido, aborda algunos hechosrelevantes en la reciente historia de Egipto re-lacionados con los coptos, como fue el aten-tado en la iglesia de Alquidisim, en Alejandría,que acabó con la vida de 22 personas el 1 deenero de 2011. No se sabe quién lo cometió,unos creen que los Hermanos Musulmanes yotros que fue instigado por el propio régimen

para luego reforzarse ante Occidente en sulucha contra el radicalismo. Sin embargo, unosdías después, las manifestaciones de la Pri-mavera Árabe en la plaza Tahir (esta vez sí, “elCorán y la Cruz juntos”) terminarían por obte-ner la dimisión de Hosni Mubarak y abrir pasoa la esperanza de un Egipto democrático, libe-ral y moderno. Una esperanza rápidamenteagostada por la apropiación de la revoluciónpor los Hermanos Musulmanes y su radicali-dad reflejada en la nueva Constitución, y des-pués por el golpe militar que destituyó alpresidente Mohamed Morsi, el primer presi-dente elegido democráticamente en el país.

El futuro de los coptos que, como hemosvisto, no es fácilmente separable del futurodel propio Egipto, está ahora en manos delactual presidente, el mariscal Abdelfatah Al-Sisi, que abandonó todos sus cargos milita-res y fue también elegido por casi el 97% delos votantes, y dependerá de la cara que fi-nalmente muestre su Gobierno. En todo caso,y utilizando como metáfora las palabras delpropio autor referidas a lo que supone elniqab: “sin la cara falta la persona, la voz queescuchas no tiene historia ni personalidadpropia. (…) Las mujeres que tapan sus carasestán condenadas al anonimato. (…) Decidi-damente, no todas las culturas son iguales”.Seguramente... las democracias tampoco.

JOSÉ MANUEL DE TORRES

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