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 16 Átopos E l concepto de suicidio, desde el punto de vis- ta clínico, es bastante amplio, puesto que se refiere a manifestaciones muy diversas, que com- prenden no sólo los actos suicidas, sino también los intentos de suicidio, e igualmente las ideas, fantasías, amenazas y deseos suicidas, además de los intentos encubiertos , que asumen la forma de actos autodestructivos, accidentes, etc. La di - ferencia existente entre estas diversas manifesta- ciones tiene una importancia clínica enorme, puesto que supone franquear –o no– el paso des- de la representación de la propia muerte a la au - todestrucción real. Sin embargo, la experiencia nos autoriza a postular una “psicodinámica del suicidio” que operaría como sustrato común, ya sea que esa expresión se produzca en actos, pen- samientos o palabras, en función de las posibili- dades de elaboración simbólica de cada sujeto. Me referiré, entonces, a esa dinámica psíquica. El acto suicida consumado nos arrebata al sujeto cuyo discurso es el único que nos daría acceso a su comprensión. Pero los pacientes pueden hablarnos de sus fantasías autodestructi- vas, y también podemos analizar a quienes han cometido un intento de suicidio fallido. Por otra parte, la literatura psicoanalítica sobre pacientes que pusieron fin a sus días es prácticamente nula. Es digna de análisis la dificultad que expe- rimentamos a la hora de hablar de la muerte real de nuestros pacientes... No obstante, podemos hallar una fuente de in- formación sustitutiva en los diarios escritos por suicidas aunque, en la medida en que no conta- mos con las asociaciones de sus autores, nuestras inferencias no podrán ser confirmadas ni re - futadas. Recurriré, de todos modos, a algunos apuntes del diario de Cesare Pavese para ilustrar, y también complementar, las hipótesis freudianas acerca de la metapsicología del suicidio. Este tex- to abona la hipótesis de una continuidad en tre las representaciones del suicidio (en actos, palabras o fantasmas) y la autodestrucción cumplida, pues- to que revela la existencia de una tendencia a la aniquilación que estuvo presente du rante más de veinte años antes de su co nsumación. Pero esta continuidad se refiere fundamentalmente al de- seo de muerte que, si bien se expresa en el suici- dio de una manera directa, puede hacerlo tam- bién por muchos otros caminos. El acto suicida tampoco es unívoco; está múltiplemente deter- minado por la interacción de una serie de motiva- ciones, de modo que la psicopatología del suici- dio es compleja y su naturaleza polisémica. El diario de Pavese, escrito entre 1935 y 1950 y publicado bajo el título El oficio de vivir , ha si- do definido con agudeza por Ángel Crespo como el testigo de un verdadero “autoanálisis denigratorio” (Crespo, 1992, p. 7), situándonos de lleno en el marco de la tendencia autodes- tructiva que habría de llevar a su autor a la muer- te a los 42 años. No se trata de hacer un “diag- nóstico” del autor , que sólo podría ser abusivo y pretencioso, sino leer la obra como descripción de una posición melancólica del narrador. En tex- tos escritos por Pavese en 1926, a los 19 años, ya se hace presente el deseo de muerte, desperta- do por el suicidio de un amigo y por una prime- ra decepción amorosa. Y a lo largo de su diario se aprecia un insistente fatalismo, que no le per- mite esperar de la vida más que la repetición de lo ya experimentado, concretamente, el fracaso: “...cuanto le sucede a un hombre está condicio- nado por todo su pasado” (Pavese, 1992, p. 37). En 1935 Pavese, nacido en San Stefano Belbo El suicidio: Una perspectiva psicoanalítica Silvia Tubert* *Psicoanalista. Profesora de Teoría Psicoanalítica en la UCM. Es autora de libros como Malestar en la palabra (Biblioteca Nueva, 1999), Sigmund Freud (Edaf, 2000), entre otros.

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El concepto de suicidio, desde el punto de vis-

ta clínico, es bastante amplio, puesto que serefiere a manifestaciones muy diversas, que com-prenden no sólo los actos suicidas, sino tambiénlos intentos  de suicidio, e igualmente las ideas,

fantasías, amenazas y deseos suicidas, además delos intentos encubiertos , que asumen la forma deactos autodestructivos, accidentes, etc. La di-ferencia existente entre estas diversas manifesta-ciones tiene una importancia clínica enorme,puesto que supone franquear –o no– el paso des-de la representación de la propia muerte a la au-todestrucción real. Sin embargo, la experiencianos autoriza a postular una “psicodinámica delsuicidio” que operaría como sustrato común, yasea que esa expresión se produzca en actos, pen-samientos o palabras, en función de las posibili-dades de elaboración simbólica de cada sujeto.Me referiré, entonces, a esa dinámica psíquica.

El acto suicida consumado nos arrebata alsujeto cuyo discurso es el único que nos daríaacceso a su comprensión. Pero los pacientespueden hablarnos de sus fantasías autodestructi-vas, y también podemos analizar a quienes hancometido un intento de suicidio fallido. Por otraparte, la literatura psicoanalítica sobre pacientesque pusieron fin a sus días es prácticamentenula. Es digna de análisis la dificultad que expe-rimentamos a la hora de hablar de la muerte realde nuestros pacientes...

No obstante, podemos hallar una fuente de in-formación sustitutiva en los diarios escritos por suicidas aunque, en la medida en que no conta-mos con las asociaciones de sus autores, nuestrasinferencias no podrán ser confirmadas ni re-futadas. Recurriré, de todos modos, a algunosapuntes del diario de Cesare Pavese para ilustrar,

y también complementar, las hipótesis freud

acerca de la metapsicología del suicidio. Esteto abona la hipótesis de una continuidad entrrepresentaciones del suicidio (en actos, palao fantasmas) y la autodestrucción cumplida, pto que revela la existencia de una tendenciaaniquilación que estuvo presente durante máveinte años antes de su consumación. Perocontinuidad se refiere fundamentalmente aseo de muerte que, si bien se expresa en el sdio de una manera directa, puede hacerlo

bién por muchos otros caminos. El acto sutampoco es unívoco; está múltiplemente dminado por la interacción de una serie de mociones, de modo que la psicopatología del sdio es compleja y su naturaleza polisémica.

El diario de Pavese, escrito entre 1935 y y publicado bajo el título El oficio de vivir , hdo definido con agudeza por Ángel Crcomo el testigo de un verdadero “autoandenigratorio” (Crespo, 1992, p. 7), situándde lleno en el marco de la tendencia autotructiva que habría de llevar a su autor a la mte a los 42 años. No se trata de hacer un “dnóstico” del autor , que sólo podría ser abuspretencioso, sino leer la obra como descripde una posición melancólica del narrador. Entos escritos por Pavese en 1926, a los 19 añose hace presente el deseo de muerte, despdo por el suicidio de un amigo y por una prra decepción amorosa. Y a lo largo de su dse aprecia un insistente fatalismo, que no lemite esperar de la vida más que la repeticiólo ya experimentado, concretamente, el frac“...cuanto le sucede a un hombre está condnado por todo su pasado” (Pavese, 1992, p

En 1935 Pavese, nacido en San Stefano B

El suicidio: Una perspectiva psicoanalítiSilvia Tube

*Psicoanalista. Profesora deTeoría Psicoanalítica en laUCM. Es autora de libroscomo Malestar en la palabra(Biblioteca Nueva, 1999),Sigmund Freud (Edaf, 2000),entre otros.

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(Piamonte), fue confinado por el régimen fascistaa un pueblecito de Calabria y al año siguiente, alregresar a Turín, supo que la mujer que amaba lohabía dejado para casarse con otro. Se inicia así un nuevo confinamiento, un proceso que le cos-tará mucho tiempo y sufrimiento, y que describeminuciosamente junto a sus reflexiones sobre la

creación literaria y la situación del escritor.Aunque no podré desarrollar esta cuestión,

quiero evocar al menos la articulación existenteentre el suicidio individual y las fuerzas destructivasque operan en el seno de la civilización. Esta ar-ticulación se sostiene no sólo desde la perspectivapsicoanalítica, sino también desde la de otras dis-ciplinas. La historia nos muestra que el suicidio noes un acto que pueda comprenderse sólo desde laproblemática personal del sujeto que lo realiza, si-no que su sentido se construye en el orden cultu-ral y simbólico en que aquél está inmerso. Por ejemplo, en pueblos del extremo Oriente se acep-taba como protesta por una ofensa (China) o comouna forma de purificarse del deshonor (Japón). Enla India existió la costumbre de la cremación volun-taria (aunque en ocasiones también forzosa) de laviuda del difunto. El budismo acepta la cremaciónvoluntaria de los monjes. En Occidente, el derechoromano lo consideraba lícito pero fue penado, encambio, por el derecho medieval. El intento de sui-cidio está penalizado en las legislaciones de in-fluencia anglosajona, excepto en los casos de per-turbación mental. Las legislaciones inspiradas en elmodelo napoleónico, como la española, sólo cas-tigan el auxilio o instigación al suicidio (Nueva En -

ciclopedia Larousse, 1985). Los sociólogos, comoDurkheim, consideran que tanto el suicidio comola criminalidad son síntomas de un proceso de dis-gregación social.

Concepción freudiana del suicidio.

Hasta 1910, las observaciones de Freud acer-ca del suicidio se sitúan en el marco de la teoría

de la libido, en tanto contrapuesta a las pulsio-nes de autoconservación. Si bien estaba claroque en la raíz del deseo suicida se hallaban elsadismo y el masoquismo, éstos no habían en-contrado aún un sitio en el marco de la primerateoría de las pulsiones. Alrededor de 1910,Freud ya había identificado un conjunto de ras-

gos característicos del suicidio: sentimientos deculpa por deseos de muerte hacia terceros,especialmente los propios padres, como en elcaso del hombre de las ratas (Freud, 1981); pér-dida de la satisfacción libidinal o, más bien, re-chazo a aceptar esa pérdida, como sucede conAnna O. (Freud y Breuer, 1985); en la historia clí-nica de Dora (Freud, 1981) menciona los deseosde venganza, especialmente por la pérdida desatisfacción, la identificación con un padre o ma -dre suicida la huída de una situación de humilla-ción, la significación de un mensaje o demandade ayuda.

La década siguiente corresponde a una fasede transición, condicionada por la introduccióndel concepto de narcisismo (1914). Después de1920, con el reconocimiento de un “más allá delprincipio del placer”, el referente teórico funda-mental será la segunda teoría de las pulsiones,que acoge la noción de pulsión de muerte.

En 1915 Freud redacta Duelo y melancolía,que habría de publicarse en 1917 (Freud, 1981).Se propone dilucidar la esencia de la melancolíay compararla con el duelo, puesto que descubreun paralelismo entre ambos procesos, patológi-co uno y “normal” el otro. Ambos han sido pro-vocados por causas análogas: el duelo es, por logeneral, la reacción a la pérdida de un ser ama-do o de otro objeto equivalente, como la patria,la libertad, el ideal. En las mismas circunstancias,algunas personas reaccionan con una melancolíaen lugar del duelo, lo que permite suponer enellas una predisposición patológica. La melanco-lía se caracteriza por un estado de ánimo profun-damente doloroso, una desaparición del interéspor el mundo exterior, la pérdida de la capacidad

La historia nos muestrael suicidio no es un acque pueda comprendesólo desde la problempersonal del sujeto qurealiza, sino que su sense construye en el ordcultural y simbólicoen que aquél está inm

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de amar, la inhibición de todas las funciones yoi-cas y la disminución del amor propio. Esto ultimose manifiesta bajo la forma de reproches y auto-acusaciones y puede conducir también a la bús-queda de castigos.

 Veremos cómo lo describe Pavese: “Y sé queestoy condenado para siempre al suicidio ante

todo obstáculo y dolor. Es esto lo que me aterra:mi principio es el suicidio, nunca consumado,que no consumaré nunca pero que me halaga lasensibilidad”. (Pavese, 1992, p. 38) No se tratasólo de la pérdida del objeto amado; el autor alude a una tendencia autodestructiva previa,que no hace más que reaparecer ante cadahecho doloroso. También se aprecia la libidiniza-ción de la pulsión destructiva en el regodeo consus fantasías de suicidio, que le “halagan la sen-sibilidad”.

El duelo incluye los mismos caracteres queeste estado melancólico, con excepción de laperturbación de la autoestima. Las inhibiciones yrestricciones del yo ponen de manifiesto que es -te se encuentra totalmente entregado al procesode elaboración del duelo: el objeto amado hadesaparecido y el examen de la realidad exigeque la libido abandone sus relaciones con él. Aesto se opone una poderosa resistencia, ya queno es fácil abandonar las posiciones libidinalesestablecidas; esto solo puede producirse de unamanera gradual, que requiere el transcurso deltiempo y un gasto de energía psíquica. Se invis-te sucesivamente cada uno de los recuerdos yesperanzas que constituían enlaces entre la libi-do y el objeto, y en ellos se lleva a cabo la sepa-ración de la libido, de manera que al final del tra-bajo de duelo el Yo queda nuevamente libre ypuede vincularse libidinalmente con otros obje-tos o intereses.

La melancolía se produce, en muchos casos,como reacción a la pérdida de un ser amado,pero en otros se trata de una pérdida de natura-leza más ideal: el objeto no ha muerto sino quese lo ha perdido como objeto erótico. Finalmen-

te, hay un tercer grupo de casos en los qusujeto no distingue claramente lo que ha pdo. Ejemplo de ello es el caso de la pérdidun ser amado, en el que el sujeto sabe a qha perdido pero ignora qué ha perdido coLuego, mientras en el duelo se conoce todreferente a la pérdida, en la melancolía el d

se desarrolla en otra escena, puesto que se de la pérdida de un objeto inconsciente.

Se observan, entonces, dos rasgos que rencian la melancolía del proceso de duelo “mal”: la naturaleza inconsciente de la pérdque presta a la inhibición melancólica su carenigmático y, como ya he mencionado, unatraordinaria disminución del amor propio, ecir, un considerable empobrecimiento del Yen el duelo el mundo parece desierto y despdo a los ojos del sujeto, en la melancolía es mismo el que se le presenta de ese mododescribe al propio Yo como indigno de estción, incapaz de alguna producción valiomoralmente censurable. El melancólico se dreproches, se insulta y sólo espera de los derechazo y castigo. Se humilla ante los otrcompadece a sus seres queridos por estar cionados con alguien tan indigno de apreciootra parte, no experimenta todo esto como circunstancial, sino que extiende su autocrítipasado y entiende que nunca ha tenido valoguno. Así, escribe Pavese: “¿He hecho algmi vida que no fuese de tonto? De tonto esentido más trivial e irremediable, de homque no sabe vivir, que no ha crecido moralmte, que es vano, que se sostiene con el puntasuicidio, pero no lo comete”. (Pavese, 1p.39)

A esto se suma el insomnio, el rechazo alimentos, y algo que desconcierta a Freuderrota de la pulsión que mantiene a todoviviente unido a la vida. Pavese da cuenteste combate, no por la vida sino con la vidalas fuerzas destructivas que se enfrentan coconstructivas: “El autodestructor es un tipo

“Y sé que estoy condenadopara siempre al suicidio

ante todo obstáculo y dolor. Es esto lo que meaterra: mi principio es el 

suicidio, nunca consumado,que no consumaré nunca

pero que me halaga lasensibilidad”.

(Pavese, 1992)

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vez desesperado y utilitario. El autodestructor seesfuerza en descubrir dentro de sí todos los vi-cios, todas las vilezas, y de orientar estas dispo-siciones hacia su propia supresión, observándo-las, embriagándose con ellas, disfrutándolas. (...)El autodestructor es sobre todo un comediantey un dueño de sí mismo. No pierde ninguna

oportunidad de sentirse y de ponerse a prueba.Es un optimista. Lo espera todo de la vida y seva afinando para dar bajo las manos del acasofuturo los sonidos más agudos y significativos. Elautodestructor no puede soportar la soledad.Pero vive en un peligro continuo: que lo sor-prenda un frenesí de construcción, de arreglo,un imperativo moral. Entonces sufre sin remi-sión, y hasta podría matarse. (...) En nuestrostiempos, el suicidio es un modo de desaparecer,se comete tímida, silenciosamente, anonadada-mente. No es un hacer, es un padecer”. (Pavese,1992, p. 41-42)

El autor establece en este texto una diferenciaentre las manifestaciones de la pulsión autodes-tructiva, todavía ligada a la libido –se embriaga,disfruta de ella– y el acto suicida, cuando se pier-de el dominio de sí mismo, cuando ya no se ob-tiene placer sino goce, cuando se acaba la come-dia y de la acción se pasa a la pasión, es decir,cuando el sujeto se ha convertido en objeto dela pulsión aniquiladora. A pesar de la evidentedesproporción entre la intensidad de la autocríti-ca y su justificación real, Freud considera que loimportante no es que el sujeto tenga o no razón,ni que sus críticas coincidan o no con la opiniónque podría tener de él un observador externo.Lo esencial es que él está describiendo con todaexactitud su estado psíquico: ha perdido su auto-

estima y debe tener alguna razón para ellos. Lue-go, más allá de la pérdida real del objeto, en lamelancolía se ha producido una pérdida en elpropio Yo, tal como Pavese la describe.

Como en otras ocasiones, en las que extendióun concepto formulado en el terreno de la psi-copatología al funcionamiento psíquico en gene-

ral –represión, identificación, narcisismo– a partir de estas observaciones Freud enunció algunasproposiciones acerca de la constitución psíquicadel ser humano. En efecto, el reconocimiento deesta dimensión del Yo, en la que una parte se en-frenta con otra y la valora críticamente, tomán-dola por objeto, se encuentra en el origen del

concepto de Superyo o conciencia moral. Peroaún dará un paso más: en su opinión, las acusa-ciones que esta instancia crítica dirige al Yo, yque parecen absurdas porque no correspondena la personalidad del sujeto, resultan más ade-cuadas si se las refiere a otra persona, a la que elenfermo ama, ha amado o debería amar.

Freud encuentra en esa hipótesis la clave delcuadro psicopatológico: en los autorreprochesdel melancólico se pueden reconocer los repro-ches dirigidos a un objeto de amor, que se des-cargan contra el propio Yo. Estos reproches seoriginan en la ambivalencia de sentimientos quecondujo a la pérdida amorosa. De este modo, lasaparentes quejas o lamentos encubren protestaso denuncias, lo que resulta coherente con el he-cho de que el melancólico, lejos de mostrarsehumilde y obediente, como correspondería a sudañada autoestima, es irritable, susceptible y sesiente tratado injustamente. Pavese también nosilustra en este aspecto, al pasar insensiblementede las referencias a su propia supuesta abyeccióna las críticas a la mujer que lo abandonó: “Y contoda la debilidad que había en mí, aquella per-sona sabía atarme a una disciplina, a un sacrifi-cio, con el simple don de mí mismo”. (Pavese,1992, p.38) “¿Quién puede decir si mi tortura nonace precisamente de esto –que se me ha hechouna injusticia, una maldad?” (Pavese, 1992, p.40)

 Veremos más adelante la intensidad y la persis-tencia de esta hostilidad hacia el objeto.Freud intenta reconstruir el proceso que ha

tenido lugar: inicialmente existía una elecciónde objeto, es decir, una relación libidinal conotra persona. A causa de una ofensa real o deuna decepción experimentada con la persona

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amada se ha producido una perturbación en larelación con ella. Pero la consecuencia de estasituación no fue la habitual, que consiste en reti-rar la libido del objeto para desplazarla haciauno nuevo, sino un proceso muy diferente: lalibido, apartada del primer objeto, se ha reple-gado sobre el Yo y ha generado una identifica-

ción con el objeto abandonado. “La sombra delobjeto cayó así sobre el Yo”, que a partir de esemomento será considerado como un objeto, esdecir, como el objeto abandonado por una ins-tancia especial que se diferencia del Yo. De estemodo, la pérdida del objeto se transforma enuna pérdida del Yo, y el conflicto entre el Yo y lapersona amada se traduce ahora en una divisiónentre el Yo crítico y el Yo modificado mediante laidentificación. Para que se produzca este proce-so tienen que haberse dado algunas condicio-nes previas:

1. Una fuerte fijación al objeto de amor y, pa-radójicamente, una escasa resistencia de la libi-do objetal, lo que conduce a renunciar al objetosin renunciar al amor al mismo. Esta contradic-ción, a su vez, se basa en un requisito previo: quela elección del objeto se haya producido sobreuna base narcisista, de modo que la libido deobjeto, cuando se encuentra con obstáculos,tiende a regresar a la posición narcisista infantil.La identificación narcisista con el objeto se esta-blece entonces como sustituto de la relación conel mismo, lo que determina que no se puedaabandonar la relación amorosa a pesar del con-flicto que se ha establecido con la persona ama-da. Esta sustitución del amor al objeto por laidentificación es un mecanismo específico de lasafecciones narcisistas y corresponde a la regre-

sión desde un tipo de elección de objeto al nar-cisismo originario. En efecto, la identificación esla fase preliminar de la relación objetal y la pri-mera forma en que el Yo distingue a un objeto.Pero esta forma de relación es sumamente ambi-valente puesto que el Yo parece querer incorpo-rar al objeto en sí mismo devorándolo, como

corresponde a la fase canibalista del desarde la libido.

En suma, la predisposición a la melancolíapende, al menos parcialmente, del predomdel tipo narcisista de relación de objeto, coincide con la fase oral. Por eso la melantiene algunas características en común con e

bajo del duelo, en tanto ambos son reaccionla pérdida real del objeto erótico, y otras difetes que derivan de la regresión de la elección

 jetal al narcisismo, que no se produce en el lo normal y, en el caso de producirseconvierte en un duelo patológico.

Así lo describe Pavese: “Hasta mi miso(1930-1934) era un principio voluptuoso: no ría fastidios y me complacía con la actitud. Cinvertebrada era esta actitud, se ha visto pués. Y también en la cuestión del trabajo,sido nunca otra cosa que un hedonista? Me cplacía en el trabajo febril a golpes, bajo el ede la ambición, pero tenía miedo, miedo de me. Nunca he trabajado de verdad y, en rdad, no sé ningún oficio”. (Pavese, 1992, p38) A esta descripción de su dificultad acceder realmente al objeto, ya sea la mujertrabajo, añade aún: "Existe también el tipocuanto más cae a tierra, y debería pensar sóponerse de pie, más piensa en volar y se exEs ante todo el gusto de los contrastes y latumbre de contemplarse. Nadie que no tenvicio de mirarse a sí mismo como a otro –unportantísimo otro– puede durante el dolorpreocupación entusiasmarse por el contrariel placer y en la libertad.” (Pavese, 1992, pEsta omnipotencia narcisista se remonta, omente, a la infancia: “...de la nada de mis pa

de aquella hostil nada, he brotado y crecidsolo, con todas mis bajezas y mis gloria(Pavese, 1992, p.64) En estas condiciones, elno es más que un doble imaginario y el Yo epropio objeto: “Pasaba la tarde sentado anespejo para hacerme compañía”. (Pavese, 1p.130)

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2. La pérdida del objeto erótico constituyeuna ocasión propicia para la manifestación de laambivalencia que caracteriza a las relacionesamorosas. Cuando la melancolía se desencadenacomo consecuencia de una ofensa o decepción,estas introducen en la relación con el objeto laantítesis de amor y odio, o bien intensifican una

ambivalencia ya existente. Pavese explica lagénesis de estos sentimientos contradictoriosremitiéndola a la herida narcisista que provoca elhecho de que el otro sea siempre irreductible auno mismo, en tanto posee una voluntad propiaque escapa a nuestro control: “El odio es siem-

pre una contraposición de NUESTRO espíritu al 

cuerpo ajeno. El odio será, por consiguiente, la

sospecha de que un cuerpo ajeno posea por su

cuenta un espíritu y pueda pasarse sin nosotros”.

(Pavese, 1992, p.132)El conflicto provocado por la ambivalencia es,

entonces, otra de las precondiciones de la me-lancolía. Pero si del amor al objeto se ha pasadoa la identificación narcisista con el mismo, elodio, que constituye el otro término de la ambi-valencia, también se dirige al objeto sustitutivo,que no es otro que el propio Yo, al que se inju-ria, humilla y hace sufrir, consiguiendo de estemodo una satisfacción sádica. Luego, el odio y elsadismo referidos al objeto que se sustrae en-cuentran la posibilidad de descargarse en la pro-pia persona y se satisfacen mediante los “gozo-sos tormentos” de la melancolía. Pero elenfermo logra también, mediante el rodeo delautocastigo, vengarse del objeto originario ycastigar igualmente a sus seres queridos por me -dio de su propia enfermedad, después de haber-se refugiado en ella precisamente para no mos-trarles directamente su hostilidad.

De este modo, en la melancolía el amor alob jeto sufre un doble destino: en parte regresaa la identificación narcisista y en parte, bajo lainfluencia del conflicto ambivalente, actualiza lafase correspondiente al sadismo, lo que resultaen la orientación de la hostilidad hacia el propio

 Yo, colocado ahora en el lugar del objeto. Estemovimiento pulsional se puede apreciar en lossiguientes fragmentos del diario de Pavese:“Una mujer que no sea una estúpida, antes odespués, encuentra una ruina humana y trata desalvarla. Algunas veces lo consigue. Pero unamujer que no sea una estúpida, antes o después

encuentra un hombre sano y lo reduce a escom-bros. Lo consigue siempre”. Hasta aquí el obje-to es el culpable, el acusado; más adelante loserá el su jeto mismo: “La razón por la que lasmujeres han sido siempre 'amargas como lamuerte', sentinas de vicios, pérfidas, Dalilas,etc., es, en el fondo, sólo esta: el hombre eya-cula siempre –si no es un eunuco– con cualquier mujer, mientras ellas llegan raramente al placer liberador y no con todos, y frecuentemente nocon el adorado –precisamente porque es el ado-rado– y si llegan una vez no sueñan ya en otro.Por el deseo –legítimo– de ese placer están dis-puestas a cometer cualquier iniquidad. Están

obligadas a cometerla. Es lo trágico fundamen-tal de la vida, y el hombre que eyacula demasia-do rápidamente es me jor que no hubiese naci-do. Es un defecto por el que vale la penamatarse”. (Pavese, 1992, p.55)

Este es precisamente el punto clave para lacomprensión del tema que nos ocupa; puestoque es este sadismo vuelto contra sí mismo loque nos permite entender la tendencia al suici-dio que caracteriza a la melancolía y la hace tanpeligrosa. Pero la teoría de la libido no alcanza adar cuenta de ello. El deseo de suicidio pareceenigmático porque, tras haber reconocido que lavida pulsional se origina en un enorme amor del

 Yo a sí mismo, y haber constatado la magnitudde la libido narcisista que se libera ante el peli-gro de muerte, no es fácil explicar cómo el Yopuede acceder a su propia destrucción.

Si bien Freud ya había observado que los im-pulsos suicidas de los neuróticos son siempre im-pulsos homicidas orientados contra el propio Yo,quedaba por explicar cómo estos impulsos pue-

El odio y el sadismoreferidos al objetoque se sustrae encuenla posibilidad dedescargarse en la proppersona y se satisfacenmediante los “gozosotormentos”de la melancolía.

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den convertirse en actos . El análisis de la melan-colía revela que el Yo sólo llega a matarse cuan-do el retorno de las pulsiones previamente diri-gidas al objeto le permite tratarse a sí mismocomo a un objeto, es decir, cuando puede orien-tar hacia sí mismo la hostilidad referida a otro,hostilidad que representa la reacción originaria

del Yo contra un objeto del mundo exterior. Enefecto, este odio es más eficaz que el amor paramantenerse unido imaginariamente al objeto. Alrespecto, escribe Pavese: “Quien odia, no estánunca solo: está en compañía del ser que le fal-ta”. (Pavese, 1992, p.102) Si bien el objeto hasido abandonado, en cierto sentido se ha con-vertido en alguien más poderoso que el propio

 Yo.En las dos situaciones opuestas del máximo

enamoramiento y del suicidio –que se alternaronpermanentemente en la vida de Pavese– aunquepor caminos completamente diferentes, el Yo seencuentra subyugado, sojuzgado, avasallado por el objeto: “Nada es más abyecto que el estadode desintegración moral que comporta la idea–la costumbre de la idea– del suicidio”. (Pavese,1992, p.56)

Tras haber introducido la noción de pulsión demuerte en Más allá del principio del placer 

(1919), en El Yo y el Ello (1923), Freud está encondiciones de precisar algunos de los concep-tos mencionados. Así, por ejemplo, afirma que elconflicto melancólico se establece entre el Yo yel Superyo, en tanto anteriormente hablaba dedos aspectos del Yo: uno era el resultado de laidentificación con el objeto, y el otro una instan-cia crítica constituida en su seno pero diferencia-da del mismo. Correlativamente, asigna una ma-

yor importancia a los sentimientos inconscientesde culpabilidad, puesto que estos se apoyan enla tensión existente entre el Yo y su Ideal y, almismo tiempo, expresan una condena del Yo por parte de la instancia crítica. En algunos cuadrospsicopatológicos, como la neurosis obsesiva y lamelancolía, el Superyo se muestra particular-

mente severo y descarga sus iras, a vecesextremada crueldad, en el Yo. Los sentimiede culpabilidad corresponden a la percepcióla crítica superyoica motivada por deseos inccientes inaceptables, y son precisamente allos sentimientos los que buscan alivio indudo al Yo a someterse al castigo. Pero en tan

 Yo ha acogido en su seno, es decir, se ha idficado con el objeto de la ira, se castiga simneamente al otro y a uno mismo; se alivia eltimiento de culpa y se satisface al mismo tiela tendencia a la destrucción.

En la melancolía el Superyo se encaimplacablemente con el Yo, dice Freud, “comse hubiera apoderado de todo el sadismo dnible en el individuo”: el componente destvo se ha instalado en el Superyo y se vuelve tra el Yo. Pavese alude a estos dos momen“La soledad verdadera, es decir, sufrida, consigo el deseo de matar”. (Pavese, 1992, p

 Y poco más adelante: “Nunca le falta a nadiebuena razón para matarse”. (Pavese, 1992, En efecto, una cosa lleva a la otra: “Se aquello que se teme, aquello, pues, que se

de ser, que se siente ser un poco. Se odia a

mismo”. (Pavese, 1992, p.117)En el Superyo reina ahora la pulsión de m

te que consigue, con frecuencia, la autodesción del sujeto, cuando el Yo no se libra dtirano refugiándose en la manía –que a vecera muy poco. Después de recibir en Roma elmio Strega, dos meses antes de su muertescritor consigna: “En Roma, apoteosis. ¿Y

 Ya estamos. Todo se derrumba”. (Pavese, 1p.374)

El ser humano puede tramitar las pulsione

muerte de diferentes maneras: pierden pamente su peligrosidad mediante su fusión ociación con componentes eróticos; en partmanifiestan como agresión hacia el mundo erior; y en su mayor parte prosiguen su trainterior. ¿Cómo llegan, en la melancolía, a centrarse las pulsiones de muerte en el Supe

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Esta instancia puede ser tan cruel como el Ellocuando se torna, más que crítica, hipermoral . Pe-ro sabemos que la dimensión de la moralidad seestablece en el ser humano mediante la restric-ción pulsional, de modo que, cuanto más reducela agresividad hacia el mundo externo, más seve-ro y agresivo se vuelve su Ideal del Yo. Se trata

de un desplazamiento, de una orientación de ladestructividad hacia el propio Yo.

A esta altura de la reflexión, Freud introduceel concepto de sublimación, proceso esencial enel establecimiento de la moralidad, que convier-te al individuo en portador, creador y transmisor de la cultura. Se trata de la derivación de la ener-gía propia de la pulsión sexual hacia nuevos fineso actividades que no tienen un carácter sexual yque se refieren a objetos socialmente valoriza-dos, tal como sucede en el caso de la actividadartística y en la investigación intelectual. El Su-peryo mismo resulta de una identificación con elmodelo parental, pero esta identificación suponeuna desexualización e incluso una sublimación.

El problema es que esta transformación da lu-gar, paralelamente, a una separación de las pul-siones eróticas y agresivas: en la medida en queel componente erótico queda despojado, por elproceso de sublimación, de la energía necesariapara ligar o combinarse con la agresividad, estase libera y se manifiesta como tendencia destruc-tiva. Ese es el origen del carácter riguroso y crueldel Ideal, en su exigencia de cumplimiento deldeber moral. Esto explica la paradoja de que,cuanto más elevado es el nivel ético de una per-sona, tanto mayor es la severidad de sus exigen-cias y autocríticas.

Pavese menciona este proceso de control pul-

sional y sus consecuencias: “Tú, si te proponesun sacrificio, lo quieres tan fuerte y exclusivo queen definitiva no le interesa a nadie. Acuérdate deque, cuando hiciste la primera comunión, no tetragabas la saliva para no romper el ayuno. Tú,durante el confinamiento, no mirabas a Conciapor escrúpulo. Sin embargo, no seré yo la vícti-

ma”. (Pavese, 1992, p.78) Bajo la forma de la ne-gación, reconoce que acabará por ser, efectiva-mente, la víctima del cruel verdugo que lo sub-yuga. El drama consiste en que está condenadoa ser su propia víctima porque sólo es capaz deaplicarse a sí mismo la agresividad que liberansus esfuerzos por sublimar, y estos a su vez, son

los únicos que le permiten salir de la posiciónmelancólica: “La lección es esta: construir en artey construir en la vida, desterrar lo voluptuoso delarte lo mismo que de la vida, existir trágicamen-te”. (Pavese, 1992, p.40)

El intento de liberarse de la melancolía me-diante la creación literaria aparece en los apun-tes del diario, al comienzo sólo como un proyec-to: “Expresar en forma de arte, con propósitocatártico, una tragedia interior (...) El único modode salvarse del abismo es mirarlo y medirlo ysondarlo y bajar a él”. (Pavese, 1992, p.42) Des-pués de registrar durante cinco años los efectosdel abandono de Tina, sobre todo del odio, elresentimiento, la humillación y los celos –sin nin-guna alusión a la ternura o a momentos de felici-dad vividos en su relación con ella– el autor sededicó afanosamente a comentar las obras quehabía escrito, las que se proponía escribir, lostextos de otros autores que leía, sus opinionessobre la literatura y el arte, su interés por la mito-logía. Su diario da cuenta de una intensa activi-dad intelectual, realizada en el aislamiento, conescasas referencias a sus encuentros con otraspersonas: “Es preciso, en fin, amar una actividadcomo si no hubiese nada más en el mundo, por sí misma”. (Pavese, 1992, p.110)

Las referencias a relaciones amorosas son bre-ves y marginales, y producen la impresión de que

trata de preservarse de nuevas decepciones:“Quede claro, de una vez por todas, que estar enamorado es un hecho personal que no consi-dera al objeto amado –ni siquiera cuando estecorresponde. Se cambian –también en este caso-gestos y palabras simbólicos en los que cada unolee lo que tiene dentro de sí y, por analogía, su -

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pone en el otro. Pero no hay razón, no hay nece-sidad, de que los dos contenidos encajen”. (Pa-vese, 1992, p.67) Esta posición narcisista, de-fensiva, le impide establecer una relaciónsignificativa con una mujer que no acabe, unavez más, en el fracaso que confirmará la necesi-dad de protegerse.

De tanto en tanto reaparecen las alusiones asu impotencia que, probablemente, no es la cau-sa del fallo de sus relaciones de pareja, sino laconsecuencia de su imposibilidad de establecer una relación de objeto en la que sea capaz deestar con el otro sin fundirse con él, tolerando ladiferencia. La impotencia aparece como unacoartada, para justificar los fracasos y, al mismotiempo, dar salida a la agresividad: “Y en esteaño ha salido en la colada mi larga y secreta ver-güenza”. (Pavese, 1992, p.73) “¿Hay un suicidiomejor justificado?” (Pavese, 1992, p.71) Cadavez que se plantea esta cuestión, vuelven lasevocaciones del duelo no elaborado por la pér-dida de Tina: “Si te ha ido mal con ella, que eratodos tus sueños, ¿con quién te podrá ir biennunca?” (Pavese, 1992, p.72) Esta pregunta insis-te ante la posibilidad de toda nueva relación,arrastrándola a la repetición del fracaso: “Vivir escomo hacer una larga suma, en la que basta ha-berse equivocado en el total de los dos primerossumandos para que ya no salga nunca. Quieredecir engranarse en una cadena dentada, etc.”(Pavese, 1992, p.46) Es de suponer que esos dosprimeros sumandos deben haber sido muchomás antiguos que su relación con Tina, pero ca -recemos de información al respecto.

Sólo después de cinco años de cavilaciones–ya que no de una verdadera elaboración del

duelo– logra Pavese ceñirse a su propósito:“Vendrá ahora una vida de sabia separación:toda la energía se dirigirá a crear”. (Pavese,1992, p.142) Esto le permite salir de la melanco-lía y producir una obra que le valdrá el reconoci-miento público.

Los apuntes de Pavese ejemplifican el drama

de un Yo que se debate entre los dos tipopulsiones: para intentar dominar la libido diante los procesos de identificación y subción, debe colmarse precisamente de libconstituyéndose así en representante de por lo que aspira a vivir y a ser amado. Peromo estos procesos dejan libre a la pulsión ag

va en el Superyo, su lucha contra la libido lo ca en peligro de ser maltratado y hasta de mLuego, la angustia ante la muerte tendría lugaeste enfrentamiento entre el Yo y el SupPavese nos muestra también cómo el logro sublimación va asociado a la angustia de muA la afirmación, referida al balance del año 1“Ha sido el primer año digno de mi vida pohe puesto en práctica un programa”, le sucesta otra: “He vivido para crear: esto es adquisición. En compensación, he temido mla muerte y sentido el horror del cuerpo que de traicionarme”. (Pavese, 1992, p.163)

En el caso de la melancolía, el Yo liberagran parte de libido narcisista, lo que signque se abandona a sí mismo –como dejaría objeto en una situación de angustia– porqulugar de ser amado por el Superyo se siodiado y perseguido por él. Dice Pavese:único claro es por qué se pudren los mueCon todo ese veneno en el cuerpo”. (Pav1992, p.45) Para el Yo, vivir es equivalente aamado por el Superyo, que aparece tambiéeste sentido, como representante del Ello (fte de libido). El Superyo ejerce la misma funprotectora y salvadora que antes desempeñlos padres y luego la providencia o el des

Cuando el Yo se encuentra en peligro y se siabandonado por los poderes de los que de

de, se deja morir.Es la misma situación que se produce anseparación de la madre protectora, que decadena las primeras angustias en la infanciaañade: “Pero esto no quita que la cruz del eñado, del frustrado, del vencido -de mí- sea de cargar. Después de todo, el más famoso

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cificado era un dios: ni engañado ni frustrado nivencido y sin embargo ha gritado 'Elí' con todassus fuerzas”. (Pavese, 1992, p.63) “Si naces otravez, tendrás que andar despacio incluso al aficio-narte a tu madre. Sólo llevas las de perder”. (Pa-vese, 1992, p.85) Se aprecia la intolerancia a laprimera pérdida, inevitable, a la carencia de una

relación absoluta de fusión con el otro, que seríalo único que podría contentarlo: “¿Qué me im-porta de una persona que no esté dispuesta asacrificarme toda su vida? ¿O es que casarse esquizá pretender otra cosa?” (Pavese, 1992, p.86)Se refiere aquí el escritor a los primeros suman-dos, que para él fueron verdaderamente sus-traendos, ya que él mismo considera que su difi-cultad para relacionarse con las mujeres tiene unorigen anterior: “No se huye del propio carácter:misógino eras y misógino sigues siendo”. (Pave-se, 1992, p.87) Su posición de niño excluido fren-te a la pareja parental es la misma del amantetraicionado y celoso: “De niño sufrías esto, vien-do a dos mayores que desdeñosos y satisfechosse miraban. Y no sabías bien qué era lo que pen-saban hacer y no tenías treinta años. Ahora erescomo entonces –sólo conoces el horror de esosapretones y tienes treinta años y no crecerás 

más. ¿Cuál es tu más vertiginoso deseo? Verlosabrazarse y desnudarse y saber lo que hacen, loque se dicen, hasta dónde llegan. ¿No es este elestado mental en el que se cometen los deli-tos?” (Pavese, 1992, p.88)

La teoría psicoanalítica establece un anuda-miento entre la tendencia a la autodestrucción yel proceso por el cual el sujeto se convierte enmiembro de una cultura, es decir, en un sujetohumano cabal. En El problema económico del 

masoquismo (1924) Freud afirma que el retornodel sadismo contra la propia persona se produceregularmente en ocasión de la restricción culturalde las pulsiones, que impide utilizar en la vidauna gran parte de las tendencias destructivas.Esa parte rechazada de la agresividad se presen-ta en el Yo bajo la forma de una intensificación

del masoquismo. Pero los fenómenos que carac-terizan a la conciencia moral permiten suponer que la hostilidad que retorna del mundo exterior sin sufrir esa transformación es empleada por elSuperyo, aumentando su sadismo.

El masoquismo del Yo y el sadismo del Super-yo se completan mutuamente y se unifican para

producir las mismas consecuencias. Sólo así pue-de comprenderse la aparente paradoja de que,del sojuzgamiento cultural de las pulsiones resul-te el sentimiento de culpabilidad, y que la con-ciencia moral se haga tanto más rígida y suscep-tible cuanto mayor sea la contención de laagresividad hacia los otros. Queda claro, enton-ces, que la primera renuncia pulsional ha sido im-puesta por fuerzas externas, creando así la mora-lidad, que se expresa en la instancia superyoica yhabrá de exigir ulteriores renuncias. Luego, elmasoquismo moral da cuenta de la existencia deuna combinación de las pulsiones eróticas yagresivas. Su peligrosidad deriva del hecho deque se ha originado en las pulsiones de muerte ycorresponde a los componentes de las mismasque no se han exteriorizado como conductasdestructivas. Sin embargo, también incluye uncomponente erótico, puesto que la libido se haasociado al sufrimiento, de manera que la auto-destrucción del sujeto no puede lograrse sin unasimultánea satisfacción libidinal.

El diario de Pavese muestra cómo, despuésde cinco o seis años de haber concluido su rela-ción fallida con Tina, retorna el ensañamientoconsigo mismo: “El golpe bajo que te ha dadoTina lo llevas siempre en la sangre. Has hecho detodo para encajarlo, hasta lo has olvidado, perode nada te sirve huir. ¿Sabes que estás solo?¿Sabes que no eres nada? ¿Sabes que te dejapor eso? ¿Sirve de algo hablar? ¿Sirve de algodecirlo? ¿Has visto que no sirve de nada”. (Pave-se, 1992, p.291) Al mismo tiempo, resurgen elsufrimiento narcisista por el derrumbe de la ilu-sión de omnipotencia y la identificación con elobjeto: “Estás solo y lo sabes. Has nacido para

La teoría psicoanalíticaestablece un anudamientre la tendenciaa la autodestrucción y el proceso por el cuael sujeto se convierteen miembro deuna cultura, es decir,en un sujeto humano c

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vivir bajo las alas de otro, sostenido y justificadopor otro, pero que sea tan gentil que te deje ha-cer el loco y hacerte la ilusión de que tú solo tebastas para arreglar el mundo. No encuentrasnunca a nadie que aguante tanto; de aquí proce-den tu sufrimiento y tus desintereses, y no de laternura. De aquí tu rencor contra el que se ha

ido; de aquí tu facilidad para encontrarte un nue-vo protector, y no de la cordialidad. Eres una mu-

 jer, como mujer eres terco. Pero no te bastas túsolo, y lo sabes”. (Pavese, 1992, p.314)

Por fin, en 1949, Pavese habla de su éxito co-mo escritor y del reconocimiento social que halogrado: “Te dicen: tienes cuarenta años y lo haslogrado, eres el mejor de tu generación, pasarása la historia...” Pero esto no hace más que inten-sificar las fantasías omnipotentes propias del nar-cisismo aparentemente restablecido, a través deuna huída a una posición maníaca: “Quería conti-nuar, ir más allá, comerme a otra generación, vol-verme perenne como una colina”. (Pavese, 1992,p.342) “Para que la gloria sea grata tienen queresucitar los muertos, rejuvenecerse los viejos,volver los que están lejos”. (Pavese, 1992, p.343).

El fracaso de estas ilusiones, que incluyen elcontrol del tiempo, y el triunfo sobre la muerte,pone de manifiesto que el ser humano no puedeagotar todas sus energías en la sublimación, enel intento de situarse en un universo puramentesimbólico, ignorando su dimensión corporal conlas necesidades, carencias y limitaciones queesta impone. El narrador describe el trasvase desu subjetividad a su obra, que da lugar a una ver-dadera alienación en la que se pierde a sí mismo,en tanto se paraliza la dialéctica que debería per-mitirle reconocerse en esa obra y hacerse cargo

del sentido –o de la búsqueda de sentido– queella revela: “Ya no tienes intimidad. Mejor, tu inti-midad es objetiva, es el trabajo (pruebas, cartas,capítulos, sesiones) que haces. Eso es pavoroso,ya no tienes dudas, temores, estupores existen-ciales. Te vas desaguando”. (Pavese, 1992,p.353) Y más adelante agrega: “¿Qué es lo que

me sostiene? El trabajo hecho, el trabajo hago”. (Pavese, 1992, p.368) En efecto, ha edo en un circuito en el que tiene que seguirando permanentemente, en el que su prexistencia depende de sus productos: “Ahofastidio es que todo esto se acabará. Antesiabas tenerlo, ahora temes perderlo. Tam

has conseguido el don de la fecundidad. dueño de ti mismo, de tu destino. Eres célcomo quien no trata de serlo. Pero todo estacabará”. (Pavese, 1992, p.355)

La identificación femenina del narrador, que había aludido al nombrarse como mujer yinsiste al referirse a su fecundidad, en tantsuma a una masculinidad de la que no renieguno de los soportes de la omnipotencia, auesta no es fácil de sostener. En la condición mcólica lo más importante no es la pérdida dobjeto y la reacción que ella suscita, sino la inrancia al carácter perecedero de todo objetoposibilidad siempre presente de la pérdida,devuelve al sujeto a la carencia y al desamparoginarios. Así, por ejemplo, basta una crítica ade sus libros para que todo el edificio se derone: “Disgusto de lo hecho, de la opera omSentimiento de malestar, de decadencia físicayecto declinante. Y la vida, los amores ¿dóndeestado? Conservo un optimismo: no acusovida; encuentro que el mundo es bello y dPero yo caigo. He hecho lo que he hechoposible? Deseo, avidez, ansioso de coger, de der, de hacer. ¿Llegaré todavía? (Todo pollueven los juicios negativos sobre Diavolo colline.)” (Pavese, 1992, p.365)

El fracaso de su ultima relación amorosa c joven actriz norteamericana Constance Dow

puede haber sido el desencadenante del suicida, como materialización de una tendecontra la que luchó, pero que también lo sostdesde la adolescencia. Finalmente, la concedel Premio Strega lo enfrentará dolorosamcon la oposición entre su éxito profesional fracaso amoroso; el triunfo de su obra no es,

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él, su propio triunfo sino que, por el contrario, loanonada: “Es la primera vez que hago balance deun año todavía no terminado. En mi oficio soy rey.En diez años lo he hecho todo. (...) ¿Qué he con-seguido? Nada. He ignorado durante unos añosmis taras, he vivido como si no existiesen. He sidoestoico. ¿Era heroísmo? No, no ha costado nada.

 Y luego, al primer asalto de la 'inquieta acongo- jada' he vuelto a caer en las arenas movedizas.Desde marzo me debato en ellas. No importanlos nombres. ¿Son algo más que nombres al azar,nombres casuales –si no aquellos, otros? Quedaque ahora sé cuál es mi más alto triunfo –y a estetriunfo le falta la carne, le falta la sangre, le faltala vida. No tengo nada que desear en este mun-do, salvo lo que quince años de fracasos excluyenahora. Este es el balance del año no acabado,que no acabaré”. (Pavese, 1992, p.376)

Sus últimos apuntes dan testimonio de unalucidez que quizá sólo se alcance al precio de lamelancolía: “El amor es verdaderamente la granafirmación. (...) Y sin embargo siempre está uni-

do a él el deseo de morir, de desaparecer. (...) Nonos matamos por el amor de una mujer. Nosmatamos porque un amor, cualquier amor, nosrevela en nuestra desnudez, miseria, indefensión,nada”. (Pavese, 1992, p.371)

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