Sub Sole Baldomero Lillo

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Uno de los cuentos incluidos en la antología "CUENTOS DE HORROR Y MUERTE" del escritor chileno de relatos Baldomero Lillo (1867 - 1923), publicadapor QUÁLEA EDITORIAL en su colección "Mundo Móvil".

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  • C O L E C C I N M U N D O M V I L

    Cuentos dehorror y muerte

    Baldomero Lillo

    QULEAEDITORIAL

  • Primera edicin, abril de 2015

    QULEA EDITORIAL, S. L.Apartado de Correos 106

    39300 TorrelavegaCANTABRIA

    [email protected]

    de la presente edicin, Qulea Editorial, S. L., 2015Imagen de cubierta: Aarstudio / Fotolia

    IBIC: FYBISBN: 978-84-942022-7-8Depsito legal: SA 255-2015

    Impreso en Espaa - Printed in Spain

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  • SUB SOLE

    Sentada en la mullida arena y mientras el pequeo acalla-ba el hambre chupando vido el robusto seno, Cipriana, conlos ojos hmedos y brillantes por la excitacin de la marcha,abarc de una ojeada la lquida llanura del mar.

    Por algunos instantes olvid la penosa travesa de los are-nales ante el mgico panorama que se desenvolva ante suvista. Las aguas, en las que se reflejaba la celeste bveda, erande un azul profundo. La tranquilidad del aire y la quietud dela bajamar daban al ocano la apariencia de un vasto estanquedifano e inmvil. Ni una ola ni una arruga sobre su tersocristal. All en el fondo, en la lnea del horizonte, el velamende un barco interrumpa apenas la soledad augusta de lascalladas ondas.

    Cipriana, tras un breve descanso, se puso de pie. An te-na que recorrer un largo trecho para llegar al sitio adonde sediriga. A su derecha, un elevado promontorio que se inter-naba en el mar mostraba sus escarpadas laderas desnudas devegetacin, y a su izquierda, una dilatada playa de fina y blan-ca arena se extenda hasta un oscuro cordn de cerros que sealzaba hacia el oriente. La joven, pendiente de la diestra elcesto de mimbre y cobijando al nio que dorma bajo los plie-gues de su rebozo de lana, cuyos chillones matices escarlatay verde resaltaban intensamente en el gris montono de las

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  • dunas, baj con lentitud por la arenosa falda de un terrenofirme, ligeramente humedecido, en el que los pies de la ma-riscadora dejaban apenas una leve huella. Ni un ser humanose distingua en cuanto alcanzaba la mirada. Mientras algu-nas gaviotas revoloteaban en la blanca cinta de espuma, pro-ducida por la tenue resaca, enormes alcatraces con las alasabiertas e inmviles resbalaban, unos tras otros, como cometassuspendidas por un hilo invisible, sobre las dormidas aguas.Sus siluetas fantsticas alargbanse desmesuradamente porencima de las dunas y, en seguida, doblando el promontorio,iban a perderse en alta mar.

    Despus de media hora de marcha, la mariscadora se en-contr delante de gruesos bloques de piedra que le cerrabanel paso. En ese sitio la playa se estrechaba y conclua pordesaparecer bajo grandes planchones de rocas baslticas, cor-tadas por profundas grietas. Cipriana salv gilmente el obs-tculo, torci hacia la izquierda y se hall, de improviso, enuna diminuta caleta abierta entre los altos paredones de unaprofunda quebrada.

    La playa reapareca all otra vez, pero muy corta y an-gosta. La arena de oro plido se extenda como un tapiz fi-nsimo en derredor del sombro semicrculo que limitaba laensenada.

    La primera diligencia de la madre fue buscar un sitio alabrigo de los rayos del sol donde colocar la criatura, lo que en-contr bien pronto en la sombra que proyectaba un enormepeasco cuyos flancos, hmedos an, conservaban la huellaindeleble del zarpazo de las olas.

    Elegido el punto que le pareci ms seco y distante de laorilla del agua, desprendi de los hombros el amplio rebozoy arregl con l un blando lecho al dormido pequeuelo,acostndolo en aquel nido improvisado con amorosa solicitudpara no despertarle.

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  • Muy desarrollado para sus diez meses, el nio era blancoy rollizo, con grandes ojos velados en ese instante por susprpados de rosa finos y transparentes.

    La madre permaneci algunos minutos como en xtasisdevorando con la mirada aquel bello y gracioso semblante.Morena, de regular estatura, de negra y abundosa cabellera, lajoven no tena nada de hermoso. Sus facciones toscas, de l-neas vulgares, carecan de atractivo.La boca grande, de labiosgruesos, posea una dentadura de campesina: blanca y recia;y los ojos pardos, un tanto humildes, eran pequeos, sin ex-presin. Pero cuando aquel rostro se volva hacia la criaturalas lneas se suavizaban, las pupilas adquiran un brillo de in-tensidad apasionada y el conjunto resultaba agradable, dulcey simptico.

    El sol, muy alto sobre el horizonte, inundaba de luz aquelrincn de belleza incomparable. Los flancos de la cortaduradesaparecan bajo la enmaraada red de arbustos y plantastrepadoras. Dominando el leve zumbido de los insectos y elblando arrullo del oleaje entre las piedras, resonaba a inter-valos, en la espesura, el melanclico grito del pito.

    La calma del ocano, la inmovilidad del aire y la placidezdel cielo tenan algo de la dulzura que se retrataba en la faz delpequeuelo y resplandeca en las pupilas de la madre, subyu-gada a pesar suyo, por la magia irresistible de aquel cuadro.

    Vuelta hacia la ribera, examinaba la pequea playa delantede la cual se extenda una vasta plataforma de piedra que seinternaba una cincuentena de metros dentro del mar. La su-perficie de la roca era lisa y bruida, cortada por innumera-bles grietas tapizadas de musgos y diversas especies de plan-tas marinas.

    Cipriana se descalz los gruesos zapatos, suspendi entorno de la cintura la falda de percal descolorido y, cogiendola cesta, atraves la enjuta playa y avanz por encima de las

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  • peas hmedas y resbaladizas, inclinndose a cada instantepara examinar las hendiduras que encontraba al paso. Todaclase de mariscos llenaban esos agujeros. La joven, con ayu-da de un pequeo gancho de hierro, desprenda de la piedralos moluscos y los arrojaba en un canasto. De cuando encuando, interrumpa la tarea y echaba una rpida mirada a lacriatura que continuaba durmiendo sosegadamente.

    El ocano asemejbase a una vasta laguna de turquesa l-quida. Aunque haca ya tiempo que la hora de la bajamar ha-ba pasado, la marea suba con tanta lentitud que slo un ojoejercitado poda percibir cmo la parte visible de la roca dis-minua insensiblemente. Las aguas se escurran cada vez conms fuerza y en mayor volumen a lo largo de las cortaduras.

    La mariscadora continuaba su faena sin apresurarse. El si-tio le era familiar y, dada la hora, tena tiempo de sobra paraabandonar la plataforma antes que desapareciera bajo las olas.

    El canasto se llenaba con rapidez. Entre las hojas trans-parentes del luche destacbanse los tonos grises de los cara-coles, el blanco mate de las tacas y el verde viscoso de los cha-pes. Cipriana, con el cuerpo inclinado, la cesta en una manoy el gancho en la otra, iba y vena con absoluta seguridad enaquel suelo escurridizo. El apretado corpio dejaba ver elnacimiento del cuello redondo y moreno de la mariscadora,cuyos ojos escudriaban con vivacidad las rendijas, descu-briendo el marisco y arrancndolo de la spera superficie dela piedra. De vez en cuando se enderezaba para recoger so-bre la nuca las negrsimas crenchas de sus cabellos. Y su tallevasto y desgarbado de campesina destacbase entonces sobrelas amplias caderas con lneas vigorosas, no exentas de ga-llarda y esbeltez. El clido beso del sol coloreaba sus gruesasmejillas, y el aire oxigenado que aspiraba a plenos pulmoneshaca bullir en su venas su sangre joven de moza robusta enla primavera de la vida.

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  • El tiempo pasaba, la marea suba lentamente invadiendopoco a poco las partes bajas de la plataforma, cuando de pron-to Cipriana, que iba de un lado para otro afanosa en su tarea,se detuvo y mir con atencin dentro de una hendidura.Luego se enderez y dio un paso hacia adelante; pero casi in-mediatamente gir sobre s misma y volvi a detenerse en elmismo sitio. Lo que cautivaba su atencin, obligndola a vol-ver atrs, era la concha de un caracol que yaca en el fondo deuna pequea abertura. Aunque diminuto, de forma extraa,pareca ms grande visto a travs del agua cristalina.

    Cipriana se puso de rodillas e introdujo la diestra en elhueco, pero sin xito, pues la rendija era demasiado estrechay apenas toc con la punta de los dedos el nacarado objeto.Aquel contacto no hizo sino avivar su deseo. Retir la manoy tuvo otro segundo de vacilacin, mas el recuerdo de su hijole sugiri el pensamiento de que sera aquello un lindo ju-guete para el chico y no le costara nada.

    Y el tinte rosa plido del caracol con sus tonos irisados tanhermosos destacbase tan suavemente en aquel estuche deverde y aterciopelado musgo que, haciendo una nueva tenta-tiva, salv el obstculo y cogi la preciosa concha. Trat deretirar la mano y no pudo conseguirlo. En balde hizo vigoro-sos esfuerzos para zafarse. Todos resultaban intiles: estabacogida en una trampa. La conformacin de la grieta y lo vis-coso de sus bordes haban permitido con dificultad el desli-zamiento del puo a travs de la estrecha garganta que, ci-ndole ahora la mueca como un brazalete, impeda salir ala mano endurecida por el trabajo.

    En un principio Cipriana slo experiment una leve con-trariedad que se fue transformando en una clera sorda, a me-dida que transcurra el tiempo en infructuosos esfuerzos.Luego una angustia vaga, una inquietud creciente fue apo-derndose de su nimo. El corazn precipit sus latidos y un

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  • sudor helado le humedeci las sienes.De pronto la sangre separaliz en sus venas, la pupilas se agrandaron y un temblornervioso sacudi sus miembros. Con ojos y rostro desenca-jados por el espanto, haba visto delante de ella una lneablanca, movible, que avanz un corto trecho sobre la playay retrocedi luego con rapidez: era la espuma de una ola. Yla aterradora imagen de su hijo, arrastrado y envuelto en elflujo de la marea, se present clara y ntida a su imaginacin.Lanz un penetrante alarido, que devolvieron los ecos de laquebrada, resbal sobre las aguas y se desvaneci mar aden-tro en la lquida inmensidad.

    Arrodillada sobre la piedra se debati algunos minutosfuriosamente. Bajo la tensin de sus msculos sus articula-ciones crujan y se dislocaban, sembrando con sus gritos elespanto en la poblacin alada que buscada su alimento en lasproximidades de la caleta: gaviotas, cuervos, golondrinas demar alzaron el vuelo y se alejaron presurosos bajo el radianteresplandor del sol.

    El aspecto de la mujer era terrible: las ropas empapadasen sudor se haban pegado a la piel; la destrenzada cabellerale ocultaba en parte el rostro atrozmente desfigurado; lasmejillas se haban hundido y los ojos despedan un fulgorextraordinario. Haba cesado de gritar y miraba con fijeza elpequeo envoltorio que yaca en la playa, tratando de calcularlo que las olas tardaran en llegar hasta l. Esto no se hacaesperar mucho, pues la marea precipitaba ya su marcha as-cendente y muy pronto la plataforma sobresali algunos cen-tmetros sobre las aguas.

    El ocano, hasta entonces tranquilo, empezaba a hincharsu torso, y espasmdicas sacudidas estremecan sus espaldasrelucientes. Curvas ligeras, leves ondulaciones interrumpanpor todas partes la azul y tersa superficie.Un oleaje suave, conacariciador y rtmico susurro, comenz a azotar los flancos

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  • de la roca y a depositar en la arena albos copos de espumaque bajo los ardientes rayos del sol tomaban los tonos cam-biantes del ncar y del arcoris.

    En la escondida ensenada flotaba un ambiente de paz yserenidad absolutas. El aire tibio, impregnado de las acresemanaciones salinas, dejaba percibir a travs de la quietudde sus ondas el leve chasquido del agua entre las rocas, elzumbido de los insectos y el grito lejano de los halcones demar.

    La joven, quebrantada por los terribles esfuerzos hechospara levantarse, gir en torno sus miradas imploradoras yno encontr ni en la tierra ni en las aguas un ser viviente quepudiera prestarle auxilio. En vano clam a los suyos, a laautora de sus das, al padre de su hijo, que all detrs de lasdunas aguardaba su regreso en el rancho humilde y miserable.Ninguna voz contest a la suya, y entonces dirigi su vistahacia lo alto y el amor maternal arranc de su alma inculta yruda, torturada por la angustia, frases y plegarias de elocuen-cia desgarradora:

    Dios mo, apidate de mi hijo; slvalo; socrrelo!Perdn para mi hijito, Seor! Virgen Santa, defindelo!Toma mi vida; no se la quites a l! Madre ma, permite quesaque la mano para ponerlo ms all! Un momento, unratito no ms! Te juro volver otra vez aqu! Dejar quelas aguas me traguen; que mi cuerpo se haga pedazos en es-tas piedras; no me mover y morir bendicindote! VirgenSanta, ataja la mar; sujeta las olas; no consientas que mueradesesperada! Misericordia, Seor! Piedad, Dios mo!yeme, Virgen Santsima! Escchame, madre ma!

    Arriba la celeste pupila continuaba inmvil, sin una sombra,sin una contraccin, difana e insondable como el espacio in-finito. La primera ola que invadi la plataforma arranc a lamadre un ltimo grito de loca desesperacin. Despus slo

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  • brotaron de su garganta sonidos roncos, apagados, como es-tertores de moribundo.

    La frialdad del agua devolvi a Cipriana sus energas, y lalucha para zafarse de la grieta comenz otra vez ms furiosay desesperada que antes. Sus violentas sacudidas y el roce dela carne contra la piedra haban hinchado los msculos, y laargolla de granito que la aprisionaba pareci estrecharse entorno de la mueca.

    La masa lquida, subiendo incesantemente, concluy porcubrir la plataforma. Slo la parte superior del busto de lamujer arrodillada sobresali por encima del agua.A partir deese instante los progresos de la marea fueron tan rpidos quemuy pronto el oleaje alcanz muy cerca del sitio en que yacala criatura.Transcurrieron an algunos minutos y el momen-to inevitable al fin lleg.Una ola, alargando su elstica zarpa,rebals el punto donde dorma el pequeuelo, quien, al sen-tir el fro contacto de aquel bao brusco, despert, se retorcicomo un gusano y lanz un penetrante chillido.

    Para que nada faltase a su martirio, la joven no perda undetalle de la escena. Al sentir aquel grito que desgarr lasfibras ms hondas de sus entraas, una rfaga de locura ful-gur en sus extraviadas pupilas, y as como la alimaa cogi-da en el lazo corta con los dientes el miembro prisionero,con la hambrienta boca presta a morder se inclin sobre lapiedra; pero aun ese recurso le estaba vedado; el agua quela cubra hasta el pecho obligbala a mantener la cabeza enalto.

    En la playa las olas iban y venan alegres, retozonas, en-volviendo en sus pliegues juguetonamente al rapazuelo. Ha-banle despojado de los burdos paales, y el cuerpecillo re-gordete, sin ms traje que la blanca camisilla, rodaba entrela espuma agitando desesperadamente las piernas y brazosdiminutos. Su tersa y delicada piel, herida por los rayos del

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  • sol, reluca, abrillantada por el choque del agua y el roce s-pero e interminable sobre la arena.

    Cipriana con el cuello estirado, los ojos fuera de las rbi-tas, miraba aquello estremecida por una suprema convulsin.Y en el paroxismo del dolor, su razn estall de pronto.Tododesapareci ante su vista. La luz de su espritu azotada poruna racha formidable se extingui y mientras la energa y elvigor aniquilados en un instante cesaban de sostener el cuer-po en aquella postura, la cabeza se hundi en el agua, un leveremolino agit las ondas y algunas burbujas aparecieron en lasuperficie tranquila de la pleamar.

    Juguete de las olas, el nio lanzaba en la ribera vagidoscada vez ms tardos y ms dbiles, que el ocano, como unanodriza cariosa, se esforzaba en acallar, redoblando sus abra-zos, modulando sus ms dulces canciones, ponindolo yaboca abajo o boca arriba, y trasladndolo de un lado para otro,siempre solcito e infatigable.

    Por ltimo los lloros cesaron: el pequeuelo haba vueltoa dormirse y aunque su carita estaba amoratada, los ojos y laboca llenos de arena, su sueo era apacible; pero tan profundoque, cuando la marejada lo arrastr mar adentro y lo depositen el fondo, no se despert ya ms.

    Y mientras el cielo azul extenda su cncavo dosel sobre latierra y sobre las aguas, tlamos donde la muerte y la vida seenlazan perpetuamente, el infinito dolor de la madre que, di-vidido entre las almas, hubiera puesto taciturnos a todos loshombres,no empa con la ms leve sombra la divina armonade aquel cuadro palpitante de vida, de dulzura, de paz y amor.

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  • NDICE

    El pozo................................................................................. 7Juan Faria (Leyenda)......................................................... 27Era l solo ........................................................................ 41El ahogado........................................................................... 57Vspera de difuntos.............................................................. 71El remolque.......................................................................... 79El vagabundo....................................................................... 91Sub sole................................................................................. 107Sobre el abismo.................................................................... 117Cambiadores........................................................................ 125La Chascuda........................................................................ 131El angelito............................................................................ 145El calabozo nmero 5.......................................................... 157El anillo............................................................................... 169Pesquisa trgica.................................................................... 177El perfil................................................................................ 187Carlitos................................................................................ 195