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E l 20 de abril de 1937, la dere- cha política española sufrió una portentosa y traumática transformación, que cambió su modelo organizativo, y aún su propia naturaleza a lo largo de siguientes cua- tro décadas. Ese día, el Boletín Oficial publicó un decreto, firmado la víspera en Salamanca, en el que el general Fran- cisco Franco, jefe del Gobierno del Es- tado Español, establecía que “Falange Española y Requetés, con sus actuales servicios y elementos, se integran, bajo mi Jefatura, en una sola entidad política de carácter nacional, que de momento se denominará Falange Española Tra- dicionalista y de las J.O.N.S. (...). Que- dan disueltas las demás organizaciones y partidos políticos”. Culminaba así el proceso de desapa- rición del complejo sistema de partidos derechistas que había sido incapaz de evitar el triunfo electoral del Frente Po- pular y que luego se había subordinado a la autoridad del grupo de generales al- zados contra el régimen constitucional en julio de 1936. Falangistas, carlistas, los ca- tólicos de la CEDA, los alfonsinos de Re- novación Española, o los conservadores del Partido Agrario, se integraban, me- diante el Decreto de Unificación, en el partido único que precisaba el Estado to- talitario en construcción. Las resistencias fueron mínimas y quienes las protago- nizaron –el falangista Hedilla, el carlista Fal Conde– pagaron su rebeldía con lar- gos años de cárcel y de destierro. FET y de las JONS sirvió en los años de la posguerra para vertebrar los me- canismos de control social de la dicta- dura del general Franco, para distribuir los diversos niveles de recompensa entre los vencedores de la Guerra Civil y pa- ra encauzar las adhesiones populares al Régimen. Pero, pastiche de doctrinas y grupos de intereses incompatibles, fue incapaz de elaborar un corpus doctrinal sólido, ante la dificultad de integrar los principios conservadores del nacional- catolicismo y la retórica populista de la “revolución pendiente”, que defendían quienes se proclamaban herederos del falangismo de preguerra. Las familias del Régimen La gran coalición derechista que era FET no tardó en reproducir en su seno las tradiciones diversas que la habían in- formado. Se fueron conformando así, en el interior del partido y luego del aún más descafeinado Movimiento Nacional que le sucedió, las familias políticas. Es- te término –en los partidos actuales se utilizaría corrientes, o sensibilidades– que popularizó el sociólogo Amando de Miguel a comienzos de los años seten- ta, hacía referencia a “sustitutos de gru- pos o de partidos que compiten –a ba- se de arreglos y de aquiescencia con los deseos del Caudillo– por su parcela de poder”. Aunque el tema ha sido muy de- batido, la mayoría de los especialistas se muestra de acuerdo en la existencia, al menos, de cinco familias franquistas: los 36 JULIO GIL PECHARROMÁN es profesor titular de Historia Contemporánea, UNED. Las derechas políticas españolas, disueltas como partidos por el mismo decreto de Franco que, en 1937, instituyó el pastiche ideológico Falange Española Tradicionalista y de las JONS, constituyeron las bases del Régimen. Julio Gil Pecharromán recuerda su evolución hasta la muerte del dictador, quien utilizó hábilmente en su provecho sus diferencias Sostén de la DICTADURA El escudo español franquista, en una postal impresa por la Editora Nacional.

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El 20 de abril de 1937, la dere-cha política española sufrióuna portentosa y traumáticatransformación, que cambió su

modelo organizativo, y aún su propianaturaleza a lo largo de siguientes cua-tro décadas. Ese día, el Boletín Oficialpublicó un decreto, firmado la vísperaen Salamanca, en el que el general Fran-cisco Franco, jefe del Gobierno del Es-tado Español, establecía que “FalangeEspañola y Requetés, con sus actualesservicios y elementos, se integran, bajomi Jefatura, en una sola entidad políticade carácter nacional, que de momentose denominará Falange Española Tra-dicionalista y de las J.O.N.S. (...). Que-dan disueltas las demás organizacionesy partidos políticos”.

Culminaba así el proceso de desapa-rición del complejo sistema de partidosderechistas que había sido incapaz deevitar el triunfo electoral del Frente Po-pular y que luego se había subordinadoa la autoridad del grupo de generales al-zados contra el régimen constitucional enjulio de 1936. Falangistas, carlistas, los ca-tólicos de la CEDA, los alfonsinos de Re-novación Española, o los conservadores

del Partido Agrario, se integraban, me-diante el Decreto de Unificación, en elpartido único que precisaba el Estado to-talitario en construcción. Las resistenciasfueron mínimas y quienes las protago-nizaron –el falangista Hedilla, el carlistaFal Conde– pagaron su rebeldía con lar-gos años de cárcel y de destierro.

FET y de las JONS sirvió en los añosde la posguerra para vertebrar los me-canismos de control social de la dicta-dura del general Franco, para distribuirlos diversos niveles de recompensa entre

los vencedores de la Guerra Civil y pa-ra encauzar las adhesiones populares alRégimen. Pero, pastiche de doctrinas ygrupos de intereses incompatibles, fueincapaz de elaborar un corpus doctrinalsólido, ante la dificultad de integrar losprincipios conservadores del nacional-catolicismo y la retórica populista de la“revolución pendiente”, que defendíanquienes se proclamaban herederos delfalangismo de preguerra.

Las familias del RégimenLa gran coalición derechista que era FETno tardó en reproducir en su seno lastradiciones diversas que la habían in-formado. Se fueron conformando así, enel interior del partido y luego del aúnmás descafeinado Movimiento Nacionalque le sucedió, las familias políticas. Es-te término –en los partidos actuales seutilizaría corrientes, o sensibilidades–que popularizó el sociólogo Amando deMiguel a comienzos de los años seten-ta, hacía referencia a “sustitutos de gru-pos o de partidos que compiten –a ba-se de arreglos y de aquiescencia con losdeseos del Caudillo– por su parcela depoder”. Aunque el tema ha sido muy de-batido, la mayoría de los especialistas semuestra de acuerdo en la existencia, almenos, de cinco familias franquistas: los

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JULIO GIL PECHARROMÁN es profesor titularde Historia Contemporánea, UNED.

Las derechas políticas españolas, disueltas como partidos por el mismodecreto de Franco que, en 1937, instituyó el pastiche ideológico FalangeEspañola Tradicionalista y de las JONS, constituyeron las bases delRégimen. Julio Gil Pecharromán recuerda su evolución hasta la muertedel dictador, quien utilizó hábilmente en su provecho sus diferencias

Sostén de la

DICTADURA

El escudo español franquista, en una postalimpresa por la Editora Nacional.

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LA DERECHA, TREINTA AÑOS SIN FRANCO

Franco, brazo en alto, rindehomenaje a los caídos en laGuerra Civil, bajo los símbolosde la Falange.

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falangistas; los tradicionalistas, de origencarlista; los monárquicos, partidarios deAlfonso XIII y de su heredero, don Juande Borbón; los católicos, vinculados aorganizaciones dependientes de la je-rarquía episcopal, y los tecnócratas, aquienes se señalaron relaciones perso-nales con el Opus Dei.

En este conjunto de corrientes delfranquismo, podemos señalar cuatro ca-racterísticas fundamentales:

1.º Las familias tienen su origen en lospartidos políticos de la Segunda Repú-blica que concurrieron a la gran coali-ción franquista. En cierto modo, losmiembros de los antiguos partidos man-

tuvieron su personalidad política en elseno del Régimen y Franco jugó en sudistribución de los espacios de podercon esta pluralidad inicial de su Movi-miento.

2.º Carecían de estructura y de capa-cidad de representación formales. La exi-gencia constitucional de una única or-ganización política legal, y el hecho deque la promoción personal en las éli-tes institucionales fuera virtual potestaddel dictador, anulaba cualquier posibili-dad de que los políticos franquistas im-pulsaran asociaciones al margen del Mo-vimiento. No obstante, la existencia delas familias era admitida por el conjun-to del establishment y por el propioFranco, que las utilizaba en su juego deequilibrios políticos.

3.º En el seno de cada familia cabía unaamplia gama de matices respecto al Mo-vimiento Nacional, que iba desde la ad-hesión incondicional a los “principios del18 de julio” hasta una visión crítica, queutilizaba la coartada reformista de mejo-rar la funcionalidad de las institucionesy asegurar su continuidad tras la muertede Franco. Cuando esa visión crítica setornaba incompatible con el Régimen,se producía el paso al antifranquismo,

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Bajo la presidencia de Franco y ante el secretario general del Movimiento, Torcuato FernándezMiranda, Luis Carrero Blanco presta juramento como consejero nacional (15-11-1971).

Francisco Franco Bahamonde nació en ElFerrol en 1892. Tras suspender los exá-

menes para el ingreso en la Academia Naval,entró en la de Infantería de Toledo, en 1907.Su carrera militar comenzó en Marruecos apartir de 1912. Obtuvo el grado de coman-dante en 1916 y un año después participó enla represión de la huelga revolucionaria deOviedo. En 1920, regresó a Marruecos y, tresaños más tarde, fue nombrado gentilhombrede cámara de Alfonso XIII, que apadrinó suboda con Carmen Polo en 1923. Ese mis-mo año regresó a Marruecos, donde ascendióa teniente coronel y en 1926 se convirtió enel general más joven de Europa. En 1928,Primo de Rivera le nombró director de laAcademia militar de Zaragoza, que fue clau-surada por la república en 1931.

Durante unos años desempeñó diversospuestos de menor relevancia, ya que Azañale consideraba poco afecto. En 1934, el mi-nistro de la Guerra, Diego Hidalgo, le en-cargó que organizara la represión militar dela Revolución de Octubre en Asturias.

En 1936, tras la victoria del FrentePopular, fue destinado a Canarias, dondetomó la decisión de participar en lospreparativos del golpe de Estado contra el

Gobierno de la república, liderado por San-jurjo desde su exilio en Lisboa. Tras la muer-te accidental de éste, Franco fue nombradolíder de los alzados, en Burgos, en septiem-bre de 1936. En enero de 1938 era procla-mado jefe de Estado, del Ejército y del Go-bierno, y se convertía en Caudillo de España.

Aunque no entró en la II Guerra Mundialal lado del Eje, sus simpatías por Hitler yMussolini, así como el envío de la DivisiónAzul a combatir contra los rusos, le costaronel ostracismo internacional hasta que la Gue-rra Fría le sirvió para ser apoyado por EE UU,en 1953, y reconocido por la ONU, en 1955.

En 1969, nombró sucesor a Juan Carlos deBorbón, el mismo año en que había decre-tado el estado de excepción ante el crecien-te descontento de la población.

El asesinato en 1973 de Carrero Blanco,que había sido presidente de Gobierno, ace-leró la descomposicion del Régimen. El 20de noviembre de 1975, falleció en el Hos-pital de la Paz de Madrid, tras una largaagonía.

Cuatro décadas con todo el poder

Retrato de Franco con el uniformede la Marina, a finales de la década

de los años cuarenta.

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como sucedió con el falangista DionisioRidruejo, el católico Joaquín Ruiz Gi-ménez o el monárquico Pedro SáinzRodríguez. Se trataba, sin embargo, deauténticas excepciones en el senode unas derechas que se mantuvieronmasivamente favorables a la dictadura.

4.º Las familias del régimen mantení-an una fuerte rivalidad entre ellas. Susdiferencias en cuanto a doctrinas y pro-yectos políticos eran tan variadas quepuede hablarse de auténticas incompa-tibilidades. Era Franco, desempeñandola función arbitral que le era privativa,quien mantenía la cohesión en el senodel Movimiento, reduciendo en etapassucesivas el poder acumulado por las fa-milias hegemónicas y primando el as-censo de otras más modernas o con me-nor peso en los aparatos del Estado.

El estudio de la política interna delfranquismo patentiza esta dinámica derivalidad entre las derechas españolas.A la hegemonía inicial compartida porfalangistas y carlistas, dos sectores siem-pre mal avenidos, siguió la totalitaria EraAzul, de predominio falangista, primerocon el valimiento de Serrano Súñer y,luego, con la Falange más “domestica-da” de Fernández Cuesta y Arrese. Trasla derrota del Eje y el aislamiento inter-nacional del Régimen, fueron los católi-cos –Martín Artajo, Castiella, Ruiz Gi-ménez– quienes aseguraron el cambiode rumbo hacia un régimen de corte au-toritario y confesional, tolerado por Oc-cidente. Finalmente, el desarrollismoeconómico y social de finales de losaños cincuenta y los sesenta fue impul-sado por los tecnócratas (López Rodó,López Bravo, Navarro Rubio), pese a loscoletazos de un falangismo que se re-sistía a perder protagonismo (proyectoconstitucional de Arrese, en 1957; es-cándalo Matesa, en 1969).

Salidas para una dictadura En el momento en que los tecnócratasalcanzaban su apogeo, con el Gobier-no monocolor de 1969, el rígido es-quema dictatorial sobre el que se sos-tenía desde hacía treinta años el régi-men de Franco daba muestras de fatiga.La dura posguerra quedaba muy atrás,el país se había modernizado económi-ca y socialmente y el proletariado in-dustrial y la clase media urbana emer-gían como factores dinámicos de cam-bio, reclamando espacios políticos más

amplios y una mayor libertad individual.La cuestión no era si el Régimen debíaevolucionar. Sólo un sector reducido delfranquismo, pronto conocido como elbúnker, se oponía a cualquier modifi-cación del sistema político. La cuestiónera hacia dónde, hasta dónde y, sobretodo, en qué plazos, ya que era evi-dente que al anciano Generalísimo nole quedaba mucha vida. Las clásicas

familias del Movimiento, cada vez másdesideologizadas, cedieron paso a cua-tro corrientes de opinión que, entre lapromulgación de la Ley Orgánica del Es-tado (1967) y la Ley para la Reforma Po-lítica (1976), se disputaron el control delos aparatos de poder del Régimen convistas a la organización del posfran-quismo: inmovilistas, aperturistas, evo-lucionistas y reformistas.

Los inmovilistas, los “duros” del bún-ker, se oponían a cualquier liberalización

política que pusiera en peligro los in-mutables “principios del 18 de Julio”.Combativos y muy influyentes entre losaltos mandos del Ejército, estaban en-cabezados por figuras como el ex mi-nistro José Antonio Girón, líder de losex combatientes, y Blas Piñar, presidentede Fuerza Nueva.

Los aperturistas tenían como portavo-ces más cualificados al ministro falan-

gista José Solís y al influyente periodis-ta Emilio Romero, director de Pueblo, eldiario de los sindicatos. Buscaban fle-xibilizar el sistema político, adaptándo-lo a las nuevas condiciones de la socie-dad española e internacional, pero con-servando las llamadas “esencias del Ré-gimen”. Para esta operación de maqui-llaje se adoptó un lenguaje próximoal del capitalismo democrático y seensayaron análisis críticos del siste-ma político y de la sociedad española,

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Los símbolos de la España franquista –la bandera rojigualda, la enseña de Falange y la Cruz delos Requetés–, en un recortable de la Sección Femenina.

En el momento en el que los tecnócratasalcanzaban su apogeo, el régimen deFranco daba muestras de fatiga

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ciertamente tímidos, pero orientados amodernizar sus estructuras, con gran es-cándalo de los inmovilistas.

Estos aperturistas, que deseaban quecasi todo cambiara un poco para que elconjunto se mantuviera incólume, fue-ron rápidamente superados en el afán decambio por los evolucionistas. En estegrupo militaba el grueso de los dirigen-tes tecnócratas, pero también muchos al-tos funcionarios y políticos de segundafila, que ascendían trabajosamente en elseno de las familias del Movimiento, in-cluidos bastantes procuradores en Cor-tes, muy conocidos entonces, y hoy prác-ticamente olvidados: Esperabé de Artea-ga, Cantarero del Castillo, Fanjul Sede-ño, Silva Muñoz, etcétera.

El proyecto de los evolucionistas eraclaro: la transformación pacífica y muylenta del régimen autoritario en una de-mocracia liberal, término maldito queeludían con alusiones a la “homologa-ción de nuestro régimen con el de lospaíses occidentales”. Su visión a cortoplazo se concretaba en ciertas modifi-caciones institucionales, que respondíande modo muy lejano a los principios bá-sicos del parlamentarismo. A la separa-ción de poderes apuntaba claramente lapetición de incompatibilidad entre loscargos políticos y la representaciónparlamentaria. Con las elecciones libres

pretendían relacionar su pretensión dereducir al mínimo el número de puestosdesignados a dedo por Franco en lasCortes y fortalecer el papel de los pro-curadores del tercio familiar. Y una muylimitada pluralidad buscaba el proyectode las asociaciones de acción política, laprincipal apuesta de los evolucionistasen los años del tardofranquismo.

La hora de los jóvenes técnicosPor último, los reformistas, entre los quefiguraban personalidades de gran pres-tigio durante la Transición, como Pío Ca-banillas, Luis González Seara o Francis-co Fernández Ordóñez, integraban unacorriente mucho más fluida que las an-teriores, formada casi toda ella por losllamados técnicos, jóvenes y educadosmuchos de ellos en universidades ex-tranjeras, que empezaban a incorporar-se a los escalones superiores de la Ad-ministración o del mundo de la empre-sa, pero que hasta el primer Gobiernode Arias Navarro (enero de 1974) noocuparon puestos políticos de relieve.Tenían como meta última la superacióndel franquismo y su conversión en unademocracia parlamentaria, para lo quese daban plazos más cortos que los evo-lucionistas. Pero, a diferencia de la opo-sición antifranquista, deseaban realizar-lo por medios estrictamente legales y

manteniendo un pleno control oficia-lista sobre la Transición. Impulsores delliberalizador Espíritu del 12 de febrero,no dudaban en enfrentarse a las presio-nes de los inmovilistas, como hizo unade sus figuras más brillantes, el minis-tro de Economía Antonio Barrera de Iri-mo, que dimitió en octubre de 1974,descontento con el ritmo de la apertu-ra política. Al proceder igual el tambiénministro Pío Cabanillas, el GobiernoArias se vio sumido en una crisis inédi-ta en la historia del Régimen.

Para entonces, existía ya una serie dealternativas derechistas al Movimientoque, aunque distaban de inquietar a lasautoridades, se erigían como alternati-vas a medio plazo. En primer lugar, unaderecha democrática que veía en el fran-quismo un obstáculo insalvable para lahomologación de España con las de-mocracias occidentales. Vinculados du-rante algún tiempo a la figura de donJuan de Borbón, estos grupitos de opo-sitores tolerados seguían a figuras conprestigio político, varias de las cuales te-nían un pasado de colaboración con ladictadura.

Entre los liberales, los jefes de fila eranlos veteranos Joaquín Satrústegui y JoséMaría de Areilza, pero surgían jóvenesvalores, como Joaquín Garrigues Walker,Ignacio Camuñas o Ramón Trías Fargas.

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Franco posa en El Pardo junto a su último Gobierno, presidido por Arias Navarro, en la toma de posesión de José Solís Ruiz (20 de junio de 1975).

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En cuanto a la Democracia Cristiana, susdocenas de grupúsculos se habían fe-derado en dos organizaciones naciona-les, la Izquierda Democrática, de JoaquínRuiz Giménez, y la Federación PopularDemocrática, que presidía un político dela Segunda República, José María Gil-Robles. Al margen de ellas estaban elPartido Nacionalista Vasco y la Unió De-mocràtica de Catalunya, partidos conuna larga historia en la clandestinidadantifranquista y cuyos proyectos nacio-nalistas implicaban no sólo la desapa-rición del franquismo, sino la transfor-mación del Estado unitario en otro plu-rinacional y federal.

Si de los grupos liberales y democris-tianos se decía que sus militantes cabíanen un taxi, algunos más eran los apoyosde la extrema derecha no vinculada a lasorganizaciones del Movimiento. Eran va-rios miles de herederos del falangismoy del tradicionalismo de preguerra, ensu mayoría viejos combatientes de laGuerra Civil y jóvenes estudiantes de cla-se media, que entendían que el propioMovimiento era un cadáver político, yque la defensa de sus valores contra elliberalismo y el marxismo obligaba a unamovilización continua y muy radical.Ideológicamente existían diferenciasconsiderables entre organizaciones co-mo la neonazi CEDADE, el falangistaFrente de Estudiantes Sindicalistas, oFuerza Nueva, la mayor y más influyenteorganización que ha tenido la extremaderecha española desde la Guerra Civil,defensora a ultranza de los Principiosdel 18 de Julio y adversaria irreductible,por tanto, de cualquier operación aper-turista surgida en las filas del Régimen.

De las asociaciones a los partidosFue a partir de la designación de JuanCarlos de Borbón como sucesor de Fran-co en la Jefatura del Estado, con lo queparecía garantizada la perpetuación delfranquismo, cuando se planteó abierta-mente el debate sobre el reconocimien-to de la pluralidad de corrientes dentrodel Movimiento Nacional y la conve-niencia de convertirlas en auténticos par-tidos. La idea era recuperar la deterio-rada base de apoyo social al régimen,mantener en la marginación a los parti-dos de la oposición, que nunca acep-tarían la legalidad constitucional fran-quista, y ofrecer al exterior una falsaimagen de pluralismo, que facilitara el

acceso a viejos objetivos, como el in-greso en el Mercado Común Europeoo en la OTAN.

La llamada liberalización del Régimense centró, en gran medida, en la articu-lación de un sistema de asociaciones po-líticas dentro del Movimiento, que ver-tebraran una nueva derecha plural, mo-nopolizadora de la representación po-lítica legal. El proceso suscitó intensosdebates durante años, aunque resultó unauténtico fracaso. Hubo hasta tres in-

tentos legislativos de lanzar el asocia-cionismo, cada uno a cargo de una co-rriente del Movimiento.

El primero, y de más cortos alcances,lo lanzaron los aperturistas. El promotorde la iniciativa fue José Solís, ministrosecretario general del Movimiento, quienen la primavera de 1969 intentó sacaradelante una Ley de Bases del RégimenJurídico de Asociaciones. Era un pro-yecto que no hablaba de asociacionespolíticas, sino de “asociaciones no es-trictamente culturales”, y que limitaba suactuación a la emisión de opinionesorientadoras y a la movilización popular

en apoyo del régimen. Aun así, a los in-movilistas les pareció que se abría lapuerta al comunismo, y Franco, acon-sejado por su círculo de íntimos, se negóa firmar la ley, una vez la hubo apro-bado el Consejo Nacional del Movi-miento.

El frustrado inicio del debate puso enmarcha, sin embargo, a evolucionistas yreformistas. Los primeros retomaron elproyecto de asociaciones de Solís unaño después. La autoría intelectual del

nuevo intento recayó sobre un fino ju-rista, Torcuato Fernández Miranda, quiendesde la Secretaría General del Movi-miento preparó un Estatuto de Asocia-ciones de Acción Política y de Partici-pación que, tras muchos avatares, vio laluz a finales de 1974, una vez que los re-formistas habían perdido la batalla pormantener el espíritu del 12 de febrero.

Esta Ley de Asociaciones, también bas-tante restrictiva, parecía lo único que sehabía podido salvar del impulso aper-turista del Gobierno Arias y fue entu-siásticamente adoptada por los evolu-cionistas. Enfrente tuvo a las distintas

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Franco preside el XXXVI Desfile Conmemorativo de la Victoria celebrado en Madrid.

Con la designación de Juan Carlos comosucesor, se planteó el debate sobre lapluralidad de corrientes en el Movimiento

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organizaciones del búnker –las Her-mandades de Combatientes, la vieja guar-dia de Falange, Fuerza Nueva, etcétera–que desencadenaron sucesivas ofensivaspara detener su aprobación. Lo consi-guieron a medias, porque el nuevo mo-delo político resultó ser tan limitado, queen la práctica nació muerto.

Tímidas aperturasUna asociación política debía consti-tuirse con la firma de 25.000 ciudadanos,de pasado político intachable a ojos delRégimen, y su actividad sería estricta-mente controlada por el Ministerio de laGobernación. Las asociaciones deberíandesenvolverse como meros foros decontraste de pareceres, sin atentar enningún momento contra las Leyes Fun-damentales del Reino o los principiosdoctrinales del Movimiento Nacional, encuyo seno debían actuar.

Naturalmente, la oposición democráti-ca en bloque rechazó esta tímida aper-tura. También lo hicieron los reformistas,encabezados ahora por una figura sin-gular, en quien muchos veían al estadis-ta que encabezaría la transición a la de-mocracia: Manuel Fraga Iribarne. Fraga,que había sido uno de los animadoresdel proyecto Solís, había evolucionado

desde su salida del Gobierno en 1969,derrotado por sus rivales tecnócratas.Desde entonces se había decantado porformulaciones reformistas, y su negativaa encabezar una asociación política fueuna señal para muchos de que era pre-ciso buscar otros cauces de actuación le-gal al margen del Movimiento.

Surgió así, durante el año 1975, unaserie de sociedades de estudios, legali-zadas con carácter cultural o económi-co, pero que buscaban burlar el limita-do sistema de asociaciones del Movi-miento amparando el germen de futu-ros partidos políticos de la derecha de-mocrática. Las principales fueron FEDI-SA y GODSA, que presidía el propio Fra-ga, con reformistas como Pío Cabanillas,Leopoldo Calvo-Sotelo, Francisco Fer-nández Ordóñez o Marcelino Oreja, y elClub Libra, de los liberales que enca-bezaba Joaquín Garrigues. Otro era elsistema del Grupo Tácito, integrado pordemócrata-cristianos más o menos afi-nes al reformismo franquista que, bajoeste nombre colectivo, publicaban en losperiódicos propiedad de la Iglesia ar-tículos a favor de la evolución del régi-men hacia la democracia.

Aperturistas y evolucionistas seguían,sin embargo, empeñados en sacar

adelante las asociaciones políticas, con-vencidos de que eran el único futurodel Movimiento Nacional. A finales de1975 se legalizaron las primeras aso-ciaciones. Hoy apenas son recordadas,pero en aquella época hicieron corrermucha tinta. La más importante fue laUnión del Pueblo Español, montadadesde el propio Gobierno para contro-lar el proceso de apertura y en la quefiguraba una impresionante nómina deveteranos franquistas: José Solís, elideólogo Jesús Fueyo, el almirante Nie-to Antúnez, etc. Presidía la asociacióngubernamentalista un joven político,Adolfo Suárez, que realizaba entoncesun brillante ascenso en las filas del Mo-vimiento Nacional.

En la senda de la democraciaOtras asociaciones respondían a la ne-cesidad de las antiguas familias del Mo-vimiento de encauzar su futuro. Tal erael caso de la Unión Tradicionalista Es-pañola, de los falangistas del Frente Na-cional Español y de Reforma Social Es-pañola o de los católicos de la UniónDemocrática Española. Y hubo, incluso,asociaciones un tanto exóticas, como laProverista, cuyo fin principal era defen-der en abstracto la ética ciudadana, oUnidad y Convivencia Nacional, pro-movida por un taxista madrileño.

Tras la muerte de Franco, los sectoresreformistas volvieron al Gobierno, con fi-guras como Areilza y Fraga. Este último,ministro de la Gobernación, puso en mar-cha un tercer intento, en junio de 1976,con una nueva Ley de Asociaciones, tanamplia que debía acabar facilitando le le-galización, con ciertas restricciones, detodos los partidos de la oposición, conexcepción de los comunistas. El encar-gado de defender la ley en las Cortesfranquistas fue el nuevo secretario ge-neral del Movimiento, Adolfo Suárez. Seaprobó, pero no tuvo mayores efectosprácticos. Tras la caída de Arias Nava-rro, el Rey encomendó al propio Suárezacelerar la salida de la dictadura, y co-menzó el proceso de elaboración de laLey para la Reforma Política. Inmovilis-tas, evolucionistas y reformistas hubieronde imprimir rápidos giros estratégicos so-bre la marcha, a fin de cerrar el paso a laizquierda “rupturista”. Y la derecha es-pañola comenzó a prepararse, dividida,convulsa y acelerada, para los nuevostiempos democráticos. ■

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El cadáver de Franco, en la capilla ardiente instalada en el Palacio de Oriente. Tras la muertedel dictador, los sectores reformistas volvieron al Gobierno, con figuras como Areilza y Fraga.