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SORPRENDIDOS POR LAESPERANZA

Repensando el cielo, la resurrección

y la vida eterna

N.T. Wright

(2014)

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Índice

Prefacio

PRIMERA PARTE: Preparando la escena

Capítulo 1: ¿Listos para salir y sin ningún lugar adónde ir?1. Introducción2. La confusión sobre la esperanza: el mundo más amplio3. Variedades de creencias

Capítulo 2: ¿Desconcertado sobre el paraíso?1. La confusión cristiana con respecto a la esperanza2. Exploración de las opciones3. Los efectos de la confusión4. Las implicaciones más amplias de la confusión5. Las preguntas clave

Capítulo 3: La esperanza cristiana en los primeros tiempos dentro de su ambientehistórico

1. Introducción2. La resurrección y la vida después de la muerte en el paganismo y en eljudaísmo antiguos3. El carácter sorprendente de la esperanza de los primeros cristianos

Capítulo 4: La extraña historia de la Pascua de Resurrección1. Historias sin precedente2. La Pascua y la historia3. Conclusión

SEGUNDA PARTE: El plan futuro de Dios

Capítulo 5: Futuro cósmico: ¿progreso o desesperación?1. Introducción2. Opción 1: el optimismo evolutivo3. Opción 2: Almas en tránsito

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Capítulo 6: Aquello por lo que está esperando todo el mundo1. Introducción2. Estructuras fundamentales de la esperanza3. La siembra y la cosecha4. La batalla victoriosa5. Ciudadanos del cielo que colonizan la tierra6. Dios será todo en todo7. Un nuevo nacimiento8. El matrimonio del cielo y de la tierra9. Conclusión

Capítulo 7: Jesús, el cielo y la nueva creación1. La ascensión2. ¿Qué es, entonces, la «segunda venida»?

Capítulo 8: Cuando él aparezca1. Introducción2. La venida, la aparición, la revelación y la presencia real

Capítulo 9: Jesús, el juez que viene1. Introducción2. La segunda venida y juicio

Capítulo 10: La redención de nuestros cuerpos1. Introducción2. La resurrección: la vida después «de la vida después de la muerte»3. La resurrección en Corinto4. La resurrección: los debates posteriores5. Repensando la resurrección hoy: quién, dónde, qué, por qué, cuándo ycómo

Capítulo 11: Purgatorio, paraíso, infierno1. Introducción2. El purgatorio3. El paraíso4. Más allá de la esperanza, más allá de la piedad5. Conclusión: las metas humanas y la nueva creación

TERCERA PARTE: La esperanza en la práctica: la resurrección y la misión de laIglesia

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Capítulo 12: La reformulación de la salvación: el cielo, la tierra y el reino deDios

1. Introducción2. El significado de la «salvación»3. El reino de Dios

Capítulo 13: La construcción del reino1. Introducción2. La justicia3. La belleza4. El evangelismo5. Conclusión

Capítulo 14: La nueva forma que asume la Iglesia para su misión (1): raícesbíblicas

1. Introducción2. Los evangelios y los Hechos de los Apóstoles3. Pablo

Capítulo 15: La nueva forma que asume la Iglesia para su misión (2): viviendo elfuturo

1. Introducción1.1. La celebración de la Pascua

2. El espacio, el tiempo y la materia: la creación redimida3. La resurrección y la misión4. La resurrección y la espiritualidad

4.1 El nuevo nacimiento y el bautismo4.2 La eucaristía4.3 La oración4.4 Las escrituras4.5 La santidad4.6 El amor

Epílogo

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Dos sermones de Pascua de Resurrección Prefacio ¿Qué es lo que estamos esperando? ¿Y qué vamos a hacer al respecto mientras tanto? Estas son las dos preguntas que le dan su configuración a este libro. En primer lugar,esta obra tiene que ver con la esperanza futura última que se establece en el Evangeliocristiano: nos referimos, claro está, a la esperanza de «salvación», de «resurrección»,de «vida eterna» y de toda una serie de elementos similares con los que se relaciona.En segundo lugar, tiene que ver con el descubrimiento de la esperanza dentro delámbito de nuestro mundo actual: a este respecto, hablamos sobre las maneras prácticasen las que la esperanza puede cobrar vida entre aquellas comunidades y personas quecarecen de ella, por cualquiera que sea la razón. También tiene que ver con las formasen las que al adoptar la primera, se puede y debe generar y mantener la segunda. Según mi experiencia, la mayoría de las personas, entre las que se cuentan muchoscristianos, no sabe verdaderamente lo que es la esperanza cristiana fundamental. Lamayoría de las personas y, una vez más es lamentable que tenga que incluir en estegrupo a muchos cristianos, no espera que los cristianos tengan mucho que decir sobrela esperanza en el mundo actual. La mayoría de las personas no imagina que estos doselementos pudieran tener relación alguna entre sí. Es por ello que el título de este libro,la esperanza, los toma por sorpresa y esto sucede a varios niveles al mismo tiempo. Sin lugar a dudas, en un primer nivel, el libro habla acerca de la muerte y de lo quepuede decirse, desde la perspectiva cristiana, sobre lo que hay más allá de la misma.No voy a intentar hacer un análisis físico o médico de la muerte y del periodo posteriora la misma, así como tampoco daré una descripción psicológica o antropológica de lascreencias y prácticas que tienen que ver con la muerte. Hay un número muyconsiderable de libros que se dedica a esos temas. Más bien voy a abordar este temadesde mi perspectiva de teólogo bíblico y recurriré a otras disciplinas, aunque siemprecon la esperanza de brindar aquello de lo que, por lo general, éstas carecen y que esprecisamente lo que yo creo que la Iglesia necesita recuperar: la respuesta cristianaclásica a la pregunta por la muerte y lo que hay después de la muerte. Es más, cabemencionar que en estos tiempos no es tanto que no se crea en la vida después de lamuerte (a nivel, tanto del mundo, como de la Iglesia), sino que no se conocemayormente nada al respecto. Una encuesta sobre las creencias acerca de la vida

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después de la muerte que se llevó a cabo en Gran Bretaña en el año de 1995, permitióllegar a la conclusión de que, aunque muchas personas creían en algún tipo de vida quecontinuaba, sólo una muy pequeña minoría, incluso de practicantes, creía en laposición cristiana clásica, que es la de la resurrección corporal futura. En realidad, mehe podido percatar con mucha frecuencia de que aunque los cristianos siguenutilizando el término resurrección, lo emplean como sinónimo de vida después de lamuerte o de ir al cielo y que, cuando se ven contra la pared, a menudo comparten laconfusión que tiene el mundo en general sobre este tema. De igual manera, algunosescritores cristianos que abordan el tema de la muerte logran marginar la resurreccióny todo lo que ésta implica, sin suponer aparentemente que se está ocasionando algúndaño con esta actitud. A modo de descargo de responsabilidad, debería decir que a un nivel yo no estoy muybien calificado para hablar acerca del tema de la muerte. Ahora que tengo más decincuenta años, soy la persona de edad madura menos afligida que conozco. Mi vidaha estado excepcionalmente libre de tragedias. Casi todos mis parientes han vividohasta una edad muy avanzada. En realidad, estoy tanto sorprendido como agradecidopor ello y es algo que valoro. Lo que es más, aunque fui ordenado hace más de treintaaños, el hecho de que mi vocación me haya llevado a las universidades, por un lado, ypor el otro, al trabajo diocesano y de catedral, significa que he tenido que oficiarmuchos menos entierros y funerales que la mayoría de los miembros del clero en susdos o tres primeros años. Son muy pocas las veces en las que he tenido que acudir allecho de muerte de una persona. Sin embargo, a pesar de que es evidente que es mucholo que tengo que aprender de primera mano sobre estos aspectos, creo que esto lo hepodido compensar ampliamente metiéndome de lleno, de una manera que muchos nohubieran tenido la oportunidad de hacer, en la vida y en el pensamiento de los primeroscristianos. Y cuando lo he hecho, por lo general, siempre me ha quedado la sensaciónde que no se trata de que no se haya creído lo que ellos manifestaron, sino quesimplemente no se les ha escuchado en lo absoluto. El propósito que persigo en estelibro es el de volver a sacar estas creencias a la luz y espero también que cobren vidapuesto que estoy convencido de que ofrecerán no solo la mejor esperanza, sino laesperanza mejor fundada que podamos tener. Es más, será una esperanza que se una,tal como lo he mencionado con anterioridad, a la esperanza que deberá activar nuestrotrabajo por el reino de Dios en el mundo actual. Luego, en un segundo nivel, el libro tiene que ver con las bases de la teología prácticae, incluso, política, de lo que podríamos llamar la reflexión cristiana sobre lanaturaleza de la tarea que enfrentamos cuando intentamos que el reino de Dios se hagasentir verdaderamente en el mundo real y doloroso en el que vivimos. (Me disculpocon los bibliotecarios en caso de que esto les cause alguna confusión: ¿se deberácatalogar este libro bajo la categoría de «escatología» (muerte, juicio, cielo o infierno)

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o de «política»?). También a este respecto se hace necesario otro descargo deresponsabilidad. Debo aclarar que no soy político, aunque también es cierto que envirtud de mi cargo, soy miembro de la Cámara de los Lores de Gran Bretaña. Peronunca me he inscrito como candidato a ninguna elección para desempeñar un cargopúblico, así como tampoco nunca he hecho campaña de forma activa en términos deltrabajo arduo de hablar, escribir, marchar, tratar de convencer a nadie a favor de lasmúltiples causas en las que creo. He tratado de arrimar el hombro y dar micontribución por otros medios. Sin embargo, en mí se ha ido fortaleciendo laconvicción de que los temas en los que me he especializado y las situaciones pastoralesque ahora enfrento todos los días en una diócesis, muchos de los cuales han sufrido demanera muy aguda las crueldades sin rostro de los últimos cincuenta años, nosimponen el reto de pensar y analizar, cuando menos, lo que todo cristiano debería estardiciendo y pensando sobre el redescubrimiento de la esperanza en el mundo público ypolítico. En vista de que yo lo he hecho, he podido descubrir que estos dos temas sobrela esperanza se han unido una y otra vez. Les manifiesto libremente a cualesquieracríticos potenciales que puedan surgir estos dos descargos de responsabilidad: miinexperiencia, tanto en el sufrimiento, como en la política, y espero que a pesar de ello,la sorpresa de la esperanza cristiana en ambas áreas les brinde una energía renovada yrefresque a aquellos que trabajan, más de lo que yo he logrado hacerlo, tanto con losmoribundos, como con los desposeídos. En este punto, quisiera formular un comentario más a modo de introducción general.Tal como lo podrá afirmar cualquier economista o político, todas las palabras que sedigan acerca del futuro son simplemente una serie de señales que apuntan hacia unaniebla densa. Como dice San Pablo cuando analiza detenidamente lo que el futuro nosdepara: es como mirar a través de un vidrio que sólo nos permite ver perfiles borrosos.Todo nuestro lenguaje sobre los estados futuros del mundo y de nosotros mismosconsiste en imágenes complejas que pudieran o no corresponder muy bien a la realidadúltima. Sin embargo, eso no quiere decir que sea la adivinanza de alguien o que todaslas opiniones tengan el mismo peso. ¿Y si suponemos que alguien sale de esa nieblaespesa para darnos la bienvenida? Sin lugar a dudas, ésa es la creencia central, básica,aunque a menudo ignorada, del cristianismo. Este libro surgió como resultado de una serie de charlas que di originalmente en laAbadía de Westminster durante el año de 2001. Algunas de éstas se reformularon ypasaron a constituir la Serie de Conferencias Stephenson que ofrecí en Sheffield en laprimavera de 2003. Otras las di en la Iglesia La Santísima Trinidad de Guildford,también en la primavera de 2003. Algunas de ellas las volvía reformular para queformaran parte de la Serie de Charlas Didsbury que me invitaron a dar en el ColegioNazareno de Manchester, en octubre de 2005. Otras forman parte de mis días deestudios religiosos en la Iglesia St. Andrew de Charleston, Carolina del Sur, en enero

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de 2005; en la Iglesia Episcopal St. Mark de Jacksonville, Florida, en marzo de 2005;en City Church, Newcastle, también en el año 2005; en el Centro Teológico St. Markde Canberra, en abril de 2006; en un consorcio de iglesias de Roanoke, Virginia, enmarzo de 2007 y (bajo el esquema de la Charla Faraday) en Cambridge, en el mes demayo de 2007. Manifiesto mi más profundo agradecimiento a todos aquellos que meinvitaron, me dieron la bienvenida y me recibieron en sus instalaciones en todas esasocasiones y, muy especialmente, a quienes me formularon preguntas y me hicieroncomentarios agudos que me ayudaron a pensar más aún en todos estos temas y a evitar,cuando menos, algunos errores. Le estoy también muy agradecido al sitio de la Web«Ship of Fools» por encargarme el artículo que aparece al final del libro y por habermedado el permiso para incluir en esta obra la versión ligeramente corregida del mismo.También quisiera expresarle mi agradecimiento al Dr. Nick Perrin, quien durante eltiempo que estuvo en la Abadía de Westminster, leyó y corrigió el texto tal comoestaba entonces y me hizo una serie de sugerencias muy útiles. Y mi agradecimiento,como siempre y en todo momento, a Simon Kingston, Joanna Moriarty y al personalincansable y atento a todos los detalles de SPCK. N.T. WrightCastillo Auckland

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PRIMERA PARTE

Preparando la escena

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Capítulo 1

¿Listos para salir y sin ningún lugar adónde ir?

1. Introducción Hay cinco imágenes que preparan la escena para las dos preguntas que aborda estelibro. En otoño de 1997, Gran Bretaña se vio sumida en una semana de luto nacional por lamuerte de la princesa Diana, la cual llegó a su clímax con el extraordinario funeralcuyo servicio religioso se celebró en la Abadía de Westminster. La gente envió floresdesde todos los rincones del país y de muchas partes del mundo, al igual que osos depeluche y otros objetos que fueron a parar a las iglesias, catedrales y alcaldías del país.También fue mucha la gente que hizo colas durante horas para escribir mensajesconmovedores aunque, a veces, de mal gusto, en los libros de pésame. Unamanifestación similar de dolor público, aunque quizás de menores proporciones, fue laque se evidenció luego de los incidentes del desastre de Hillsborough que tuvo lugar en1989 (cuando muchos aficionados al fútbol murieron aplastados), del mismo modo quedespués de las bombas que se detonaron en la ciudad de Oklahoma en el año de 1995.Todos estos acontecimientos demuestran una clara confusión de creencias, lasensación de que lo que ha sucedido no es posible, los sentimientos y lassupersticiones sobre el destino de los muertos. Las reacciones de las iglesiasdemostraron cuanto terreno habíamos recorrido con respecto a lo que una vez habíansido las enseñanzas cristianas tradicionales sobre este tema. La segunda escena fue una farsa, aunque tuvo su trasfondo serio. A principios de 1999,me acababa de despertar una mañana cuando, al escuchar la radio, me enteré de quehabían destituido a una figura pública por sus declaraciones heréticas acerca de la vidadespués de la muerte. Escuché con mucha atención. ¿Se trataba quizás de un obispo ode un teólogo radical, quien por fin habría quedado expuesto a la luz pública? Prontotuve la respuesta. Increíble, pero cierto. No, de quien se trataba era de un entrenador defutbol. Hablaban de Glenn Hoddle, el director técnico de la selección de Inglaterra quedeclaraba su creencia en una versión particular de la reencarnación, de conformidadcon la cual los pecados que se cometen en una vida son castigados con las

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discapacidades que sufre la persona en su próxima vida. Los grupos que representan alas personas discapacitadas fueron los primeros en manifestar sus objeciones másrotundas y la federación terminó por despedir a Hoddle. Sin embargo, en esa época secomentaba que la reencarnación había adquirido mucha aceptación en nuestra sociedady que sería muy extraño que los hindúes (muchos de los cuales tienen creenciassimilares) terminaran proscritos automáticamente de la posibilidad de ser entrenadoresde la selección nacional de algún deporte de su país. La tercera escena no ocupa un momento especifico del tiempo, sino que representa la“instantánea» de una acción que les será muy familiar a todos. Veinte o treintapersonas llegan en automóviles que se desplazan lentamente y se detienen ante unedificio viejo y destartalado ubicado en las afueras de la ciudad. Un diminuto órganoelectrónico toca música de supermercado. Se mencionan unas cuantas palabras, sepresiona un botón, se aprecia la mirada solemne del encargado de la funeraria y todosvuelven a casa tranquilamente para tomar una taza de té y preguntarse de qué se tratótodo eso que acaban de experimentar. La cremación, aunque era una práctica casidesconocida en el Reino Unido hace cien años, ahora es el método preferido de la granmayoría. Bueno, eso es lo que se supone o lo es en realidad. Esta práctica refleja ygenera cambios de actitud sutiles, aunque de amplio alcance, con respecto a la muertey a cualquier esperanza que haya más allá de la misma. Corría el año 2001 cuando escribí inicialmente estas descripciones de apertura dellibro. Sin embargo, es necesario recordar que, a fines de ese mismo año, se habíaevidenciado un cuarto acontecimiento, uno que es ampliamente conocido, aunquetambién demasiado terrible como para describirlo o abordarlo con mayor grado dedetalle. Se trata de los eventos que tuvieron lugar el 11 de septiembre de ese año y quetodos llevamos grabados en la memoria global. Todos recordamos a los miles de seresque murieron y a las decenas de miles de familiares y amigos que quedarondesconsolados por la partida de sus seres queridos, a quienes tenemos presentes ennuestro amor y oraciones. No es mucho más lo que quisiera decir acerca de este día,aunque cabe afirmar que a muchas personas este acontecimiento les trajo a la mente,de una manera muy clara y aguda, por cierto, las preguntas que este libro tiene comopropósito abordar. Este también fue el caso, aunque de diferentes maneras, de los tresgrandes «desastres naturales» de 2004 y de 2005: el tsunami asiático de 2004 que tuvolugar el día en que se celebra Boxing Day; los huracanes de la costa del Golfo deEstados Unidos del mes de agosto de 2005 que ocasionaron especialmente ladevastación de Nueva Orleans, la cual ha tardado tanto en ser superada; y el terribleterremoto que sacudió a Pakistán y Cachemira en octubre de ese mismo año. La quinta escena es un cementerio, aunque de corte diferente. Si uno visita la aldeahistórica de Easington en el Condado de Durham y camina colina abajo hacia el mar,

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llegará hasta el pueblo que lleva por nombre Easington Colliery. El pueblo sigueteniendo ese nombre, aunque ya no opere en las afueras ninguna mina de carbón.Donde una vez se podía apreciar la boca de esta mina en la que trabajaban miles depersonas, produciendo cada vez más carbón con mayor eficiencia y rapidez que en lamayoría de las otras minas, ahora no hay más que un terreno uniforme de grama sinningún agujero. Es algo que nuestros ojos no pueden captar pero que está cargado dedolor y pesar. En toda la zona y a pesar de los esfuerzos inmensos que han hecho loslíderes locales, se siguen apreciando los indicios de esa plaga postindustrial con todaslas secuelas humanas de los juegos de poder de otras gentes. Y esa visión se mantieneen mi mente como un símbolo o, más bien, como una pregunta simbólica. ¿Quéesperanza les queda a las comunidades que han perdido su camino, que han perdido suforma de vida, su coherencia, su esperanza? Este libro plantea dos preguntas que a menudo se abordan por separado, pero que yocreo con toda firmeza que deben ir unidas estrechamente. La primera es: ¿cuál es laesperanza cristiana fundamental? La segunda es: ¿qué esperanza hay de cambio,rescate, transformación y nuevas posibilidades dentro de nuestro mundo actual? Y larespuesta principal puede plantearse de la manera siguiente. Siempre y cuando veamosla «esperanza cristiana» en términos de «ir al cielo», de una «salvación» quebásicamente está apartada de este mundo, terminará por parecer que las dos preguntasno están relacionadas. En realidad, algunos insisten con bastante fuerza en que elhecho de incluso formular la segunda pregunta implica ignorar la primera, la cual esverdaderamente la más importante. Esto, a su vez, hace que otros se molesten cuandola gente habla de resurrección, como si se pudiera apartar la atención de los aspectosque son verdaderamente importantes y los más urgentes en la preocupación socialcontemporánea. Ahora bien, si la «esperanza cristiana» es una esperanza por la nuevacreación de Dios, por los «nuevos cielos y la nueva tierra» y si esta esperanza ya se hahecho vida en Jesús de Nazaret, entonces no existe razón alguna por la que nopodamos unir estas dos preguntas. Más aún, si lo hacemos nos percataremos de que, alresponder la primera pregunta, también se le estará dando respuesta a la segunda. Meparece que en el caso de muchos, y por supuesto entre ellos se cuentan los cristianos,esto los toma por verdadera sorpresa: en el sentido de que la esperanza cristiana essorprendentemente diferente a lo que habían supuesto y también en el sentido de queesta misma esperanza ofrece una base coherente y vigorizante para trabajar en elmundo actual. En este primer capítulo, quiero preparar la escena y abrir el ámbito de las preguntaspara analizar la confusión contemporánea que se aprecia en nuestro mundo sobre lavida después de la muerte, y me refiero en este caso al mundo más amplio que va másallá de las iglesias. A continuación, ya en el segundo capítulo, me dedicaré a analizarlas iglesias en sí mismas, en las que me parece que hay una incertidumbre muy similar

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y que, por ende, es fuente de mucha preocupación. De esta manera, se resaltarán laspreguntas clave que se tienen que formular y se podrá sugerir un marco de referenciasobre cómo vamos a hacer para responderlas. Me he ido convenciendo poco a poco de que la mayoría de las personas, entre las queincluyo a muchos cristianos practicantes, están confundidas y equivocadas respecto aeste tema y que esta confusión genera errores bastante graves en nuestra manera depensar y en nuestra manera de rezar, al igual que en nuestras liturgias, en nuestrapráctica y, quizás, en nuestra misión en el mundo. Lo que es más, tal como lo indicanlos ejemplos que presento al principio de este capítulo, el mundo no cristiano, del queno excluyo al mundo occidental contemporáneo, no solo está confundido sobre lo quedebe creer por su propia cuenta, sino que también está confundido con respecto a loque se supone que deben creer los cristianos. A menudo, la gente supone que loscristianos están comprometidos simplemente con una creencia en la «vida después dela muerte» en los términos más generales y que no tienen idea alguna sobre lasnociones más específicas de la resurrección, el juicio, la segunda venida de Jesucristoy otros temas similares, así como en torno a la manera en la que todos encajan paratener sentido global. Tienen menor idea aún sobre la forma en la que todo esto serelaciona con las preocupaciones urgentes del mundo real que hoy enfrentamos. No se trata, tampoco, de dedicarnos simplemente a clasificar en qué debemos creercuando se trata de alguien que ha muerto, ni de ponernos a deliberar sobre el destinoprobable que cada uno tendrá luego de la muerte, por importantes que sean estos dosaspectos, como en realidad lo son. Más bien, de lo que se trata es de pensar conclaridad acerca de Dios y sus propósitos con respecto al cosmos y sobre lo que Diosestá haciendo precisamente ya desde ahora como parte de esos propósitos. DesdePlatón hasta Hegel y aquellos que los siguieron, algunos de los filósofos másimportantes han declarado que lo que uno piensa acerca de la muerte y de la vida quehay más allá de la muerte, es la clave para pensar con la debida seriedad sobre todo lodemás y que, en realidad, este pensamiento es lo que le da a uno las principalesrazones y fundamentos para pensar con la debida seriedad sobre cualquier tema oaspecto. Esto es algo con lo que cualquier teólogo cristiano debería estar totalmente deacuerdo. Por consiguiente, y ya sin seguir hablando en términos generales, dediquémonos ahoraa analizar la confusión que existe en torno a este tema en el mundo general, aquelmundo que está más allá de las puertas de nuestra Iglesia. 2. La confusión sobre la esperanza: el mundo más amplio Las creencias acerca de la muerte y de lo que se encuentra más allá de la muerte son de

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todo tipo, de toda forma y de todo color. Incluso cuando le echamos una rápida ojeadaa las opiniones clásicas de las religiones más importantes, las tradiciones son las quenos llevan a la vieja idea de que todas las religiones son básicamente iguales. Hay todoun mundo de diferencia entre el musulmán que cree que un muchacho palestino quemuere en manos de los soldados israelíes se va directo al cielo y el hindú para quien elobrar riguroso del karma significa que uno debe volver al mundo en un cuerpodiferente para vivir la siguiente etapa del destino que tiene. Hay un mundo dediferencia entre el judío ortodoxo que cree que todos los justos serán elevados a unavida corporal individual nueva en la resurrección y el budista que espera que despuésde la muerte va a desaparecer como una gota que se hunde en el océano, perdiendo supropia identidad en ese gran espacio sin nombre y sin forma que es el Más Allá. Yclaro está, hay una serie de variaciones de importancia entre las diferentes ramas oescuelas de pensamiento que tienen vida en estas grandes religiones. Así, podemos ver que existe también una amplia variedad de creencias sobre losmuertos y a lo que éstos se dedican. En muchas partes del continente africano, losancestros siguen jugando un papel de vital importancia en la vida de la comunidad y dela familia; hay sistemas muy diseminados y complejos que se ponen en práctica parabuscar su ayuda o, cuando menos, para evitar que nos hagan alguna travesura o algunamaldad. Tampoco estas creencias están confinadas a los que se conocen como pueblos«primitivos», tal como pudieran suponer de forma por demás arrogante los secularistasoccidentales. El antropólogo Nigel Barley nos relata que una vez conoció a un colegajaponés ampliamente calificado que había trabajado muy cerca de él en Chad. Barleyhabía quedado fascinado por «la forma complicada de culto a los ancestros en la queentraban en juego hasta los huesos y la destrucción del cráneo y una serie deintercambios entre los muertos y los vivos». Su amigo japonés consideraba que todoeso era muy aburrido. Barley, por su parte, nos comenta lo siguiente:

Sin lugar a dudas, era un budista y, como tal, tenla un altar para sus padres que ya sehabían ido de este mundo. El altar estaba en la sala de su casa. Acudía a este lugar parahacerles ofrendas con cierta regularidad... Se había llevado a África un hueso de lapierna de su difunto padre y lo había envuelto con todo cuidado en una tela blanca paraasegurar que estuviera protegido durante su trabajo de campo. Para mí [comentaBarley], el culto a los ancestros era algo que bien valía la pena describir y que tambiéndebía ser analizado. Para él, sería la ausencia de vínculos entre los vivos y los muertoslo que requeriría de una explicación especial.

Volviendo a nuestras propias tradiciones, en nuestra propia época y en nuestra culturahemos apreciado una variedad desconcertante y apabullante, no sólo de creenciasmanifestadas, sino de prácticas reveladoras que se asocian con la muerte y la vidadespués de la muerte. Me atrevería a decir que nunca ha habido un período en el que laortodoxia cristiana sobre el tema haya constituido la creencia incluso de la mayoría de

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personas de Gran Bretaña. Es más, ya en la época victoriana, había una ampliavariedad de creencias cuando la gente trataba de lidiar con los aspectos de la fe y de laduda y los analizaba desde diferentes ángulos. La famosa pintura de Henry AlexanderBowler que lleva por título The Doubt: Can these Dry Bones Live? (La duda: ¿puedenvivir estos huesos secos?), que el artista pintara entre 1855 y 1856, resume en pocasimágenes el problema cuando se ve a una mujer joven que se reclina sobre la lápida deun tal John Faithful y en la losa se lee el siguiente texto: «Yo soy la resurrección y lavida». En la lápida de al lado aparece la palabra Resurgam, «Me levantaré», que era loque se inscribía en muchas de las tumbas en esa época. Un castaño de Indias estánaciendo de la tumba y una mariposa, que simboliza el alma, descansa sobre un cráneoexpuesto. Las preguntas que vienen a la mente y las creencias a medias representadasen este cuadro son muy similares a las que aparecen en las preguntas que formulaTennyson en su gran poema In Memoriam. El mismo Tennyson, en el último poema desus obras coleccionadas que fueran escritas en 1889, tan sólo tres años antes de sumuerte, suena por un momento como si estuviera inclinándose hacia la visión budistadel ser que es absorbido como una gota en el océano, aunque a la larga termina conuna nota cristiana:

Estrella del atardecer y de la noche,¡Y una clara llamada para mí!Y no habrá lamento desde la barra,cuando zarpe a la mar, Pero la marea al moverse parece dormida,Demasiado plena está para el sonido y la espuma,Cuando aquello que surgió del sueño profundoVuelve a casa. Campana del anochecer y de la noche,¡Y después de eso la oscuridad!Y que no haya tristeza por la despedida,Cuando yo me embarque; Ya que aunque en el Tiempo y el LugarLa marea pueda llevarme lejos,Espero ver cara a cara a mi PilotoCuando haya cruzado la barra.

No obstante y en claro contraste con esto tenemos la visión ortodoxa más sólida deRudyard Kipling, tal como se aprecia en un poema que él escribiera en 1892. No sécuánto creía él en eso y claro está que el poema tiene que ver más con el arte que conlas teorías de la vida futura. Ahora bien, sin lugar a dudas, lo utiliza como marco parasus ideas y se basa en la creencia cristiana de que, luego de un período de descanso,habrá una nueva vida, una nueva encarnación:

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Cuando se pinte la última imagen de la tierra y los tubos estén todos doblados y secos,Cuando se hayan desvanecido los colores más viejos y haya muerto el crítico más joven,Descansaremos y necesitaremos la fe para yacer descansando durante un siglo o dos,Hasta que el Maestro de Todos los Buenos Trabajadores nos ponga de nuevo a trabajar. Y aquellos que fueron buenos serán felices: se sentarán en una silla dorada;Salpicarán un lienzo de diez leguas con brochas de cabello de cometas.Encontrarán en los verdaderos santos sus inspiraciones-Magdalena, Pedro y Pablo.¡Trabajarán durante toda una era sin parar y nunca se sentirán cansados! Y sólo el Maestro nos alabará y sólo el Maestro nos culpará;Y nadie trabajará por dinero y nadie trabajará por la fama,Más bien, cada uno trabajará por el placer de hacerlo y cada uno en su estrella separada.Dibujará la Cosa como la ve para el Dios de las Cosas ¡como Ellas son*5!

Esta variedad de creencias que se aprecia a fines del siglo diecinueve se refleja muyclaramente, como podremos observar, en los himnos y en las oraciones de la Iglesia. Si nos remontamos un poco más atrás en la historia, podemos analizar este hecho enShakespeare. En Measure for Measure (Medida por medida), el Duque aborda aClaudia, quien ha sido condenado, y lo insta a que se enfrente a la muerte. Le dice quela vida en sí misma no vale tanto y que la muerte debe valer lo mismo:

Lo mejor del descanso es el sueño,Y aquello que a menudo provocaste; aunque temiste muchoTu muerte que ya no es más. Tú no eres tú mismo;Porque tú existes en muchos miles de granosQue surgen del polvo. No estás feliz;Ya que sigues luchando por obtener lo que no tienes,Y lo que tienes, lo olvidaste... Si tú eres rico, eres pobre;Pues, como un asno cuyo lomo se dobla con el peso de los lingotes,Tú cargas tus riquezas pesadas para el viaje,Y la Muerte te descarga... ¿Qué es todavía estoQue lleva el nombre de vida? Y aunque en esta vidaYace escondido el dolor de miles de muertes, aún tememos a la muerte,Que hace que estas incertidumbres sean todas iguales.

Por un momento, Claudia parece estar convencido por este argumento: Te agradezco humildemente.Para buscar vivir, busco y encuentro morir.

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Y al buscar la muerte, encuentro la vida. Que así sea. No obstante, poco después, Claudio está hablando con Isabella, quien se estáofreciendo a sacrificar su propio honor para salvarlo. Él enfrenta el dilema; como nosdice, la muerte es algo que atemoriza:

¡Ay! morir e ir sin saber a dónde;Yacer en una fría obstrucción y podrirnos;Este acertado movimiento cálido que se convierteEn un terrón trabajado; y el espíritu encantado queSe baña en feroces inundaciones o que resideEn una región que se estremece debajo del grueso hielo;Estar aprisionado en vientos que no alcanzamos a describirY ser arrastrado por una violencia sin cesar que nos rodea yRodea a todo el mundo o ser peor que lo peor.Estar sujeto a aquellos sin ley y al pensamiento inciertoTan sólo imaginar los aullidos -es demasiado terrible.La vida terrenal más dura y despreciadaEsa edad, ese dolor, esa penuria y esa prisión,Que pueden posarse sobre la naturaleza son un paraísoSi las comparamos con nuestro temor a la muerte.

La comodidad es fría y allí sigue presente la triste realidad. Volviendo a nuestra propia época, cabe destacar que la Primera Guerra Mundialprodujo no solo una serie muy considerable de muertes súbitas, sino que también secomenzó a reflexionar acerca de su significado. Algunos historiadores han sugeridoque la creencia en el infierno, que ya estaba sometida al ataque de los teólogos en elsiglo diecinueve, fue una de las más grandes bajas de la Gran Guerra. Se había vividotanto infierno en la tierra que la gente no podía creer que Dios pudiera crear tal lugartambién para la eternidad. Pero esto no quiso decir que la gente creyera en eluniversalismo cristiano, en un cielo o una resurrección cristiana para todos o, cuandomenos, para la mayoría. Más bien, muchos se desplazaron en direcciones muydiferentes que ya Shelley esboza en su poema memorial para Keats:

¡Paz, paz! Él no está muerto, él no está dormidoÉl se ha despertado del sueño de la vida-Somos nosotros, quienes, perdidos en visiones tormentosas,Mantenemos una lucha infructífera con fantasmas... Él es ahora uno con la Naturaleza: allí se escuchaSu voz en toda su música, desde el gemido

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Del relámpago, hasta el dulce trinar del pájaro nocturno;Él es una presencia que debe sentirse y conocerse En la oscuridad y en la luz, de la yerba y de la piedra,Diseminándose por doquiera que se desplace el PoderQue ha replegado a sí mismo su ser... Él es una porción del encantoQue tornó una vez más encantador: él carga conSu parte, mientras la tensión plástica del propio EspírituBarre y atraviesa todo el mundo denso y aburrido... Yo nací en la oscuridad, con temor, lejos;Aun quemándome a través del velo más interno del Cielo,El alma de Adonais, como una estrella,Lanza su luz desde la morada de los Eternos.

Shelley, en su condición de ateo, sabía perfectamente bien que esta visión neoplatónicade una transformación del alma en parte de la belleza del universo estaba muy lejos delas enseñanzas cristianas tradicionales. La ironía actual es que muchos expresansentimientos similares y piensan que son cristianos, así como también esperan que laIglesia les permita que se lean poemas como éste en los funerales y entierroscristianos. Bueno, sigamos con algo similar sin tardanza. Encontramos una posiciónmuy similar en Rupert Brooke, cuando inspiraba a sus amigos en 1914 con lassiguientes palabras:

Cuando yo muera, sólo piensen esto de mí:Que hay algún rincón en un campo extranjeroQue será por siempre Inglaterra. HabráEscondido en esa tierra rica un polvo aún más rico;Un polvo nacido, formado y nutrido por Inglaterra, queUna vez le dio sus flores para amar, sus caminos para recorrer,Un cuerpo de Inglaterra que respira el aire inglés,Bañado por los ríos, bendito por los soles del hogar. Y piensen, que este corazón expulsará todo el mal,Un pulso en la mente eterna, igualmente devolveráDe alguna manera los pensamientos que Inglaterra le dio;Sus paisajes y sonidos; sus sueños felices como sus días;Y la risa, aprendida de los amigos, así como su gentileza,En corazones que están en paz bajo un cielo inglés.

Sí quizás sea un cielo inglés, pero es muy difícil que sea el cielo de la tradicióncristiana o del Nuevo Testamento. Se escuchan opiniones similares y bastantefamiliares en el caso de otros escritores, tales como George Eliot, quien habló sobre

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«los muertos inmortales que vuelven a vivir / en mentes que se han convertido en algomejor por su presencia». El preludio más obvio del desahogo del dolor que se sintió por la princesa Diana fue elfuneral del Soldado Desconocido en noviembre de 1920. En esa oportunidad, millonesde personas que habían perdido a miembros de su familia por la acción de explosionesque los despedazaron o que nunca fueron recuperados, tuvieron la ocasión de expresarsu dolor como si este soldado desconocido fuera en realidad su propio hijo o su propioesposo. Tanta muerte afectó a tantos en ese momento y, luego, volvió a hacerlo unavez más, menos de una generación después, como resultado de la Segunda Guerra. Losafectó a tal grado que mi propia interpretación es que nuestras actitudes británicas delsiglo veinte con respecto a la muerte manifiestan que, simplemente, fue demasiado loque tuvieron que sobrellevar. Yo crecí en una cultura de un silencio evidente respectoa la muerte. En la década de los cincuenta, a los niños se les aislaba de la muerte. Elprimer funeral o entierro al que asistí fue cuando ya casi tenía veinte años. Diría queesto pudiera haber sido una reacción contra las prácticas victorianas que semanifestaban ante el lecho de muerte y durante los funerales, que se percibían comoclaramente melodramáticas. También pudo haber sido una estrategia mediante la cuallos adultos podían protegerse de su propio sufrimiento enorme y aún sin aflorar, que sepodría reflejar con mucha claridad y ser expresado en las reacciones inocentes de unniño. Ahora bien, si la muerte y la vida después de la muerte eran las palabras que menos semencionaban en la década de los cincuenta, sin lugar a dudas éste no es el caso ahora.Las películas, las obras de teatro y las novelas las han explorado desde todos losángulos. Hay películas como Cuatro bodas y un funeral y Posibilidad de un sueño quehan reflejado el interés e, incluso, la fascinación que tiene la nueva generación por unapregunta que ellos no se habían formulado y con respecto a la cual no han recibidorespuestas que los satisfagan. El lado más oscuro y sórdido del mercado se regodea enla muerte y no solo en la violencia que aparece en la pantalla, sino en las películassobre crímenes, en las que la muerte se convierte en la máxima emoción. El nihilismoal que ha dado lugar el secularismo puede dejar sin razón para vivir a muchos y lamuerte, una vez más, está flotando en el ambiente cultural. La obra de teatro másbrillante que vi cuando vivía en Londres fue la que se ganó el Premio Pulitzer. Sunombre es Wit y fue escrita por Margaret Edson, una profesora de colegio de Atlanta,Georgia. La heroína, Vivian Bearing, es una especialista renombrada en los Sonetossagrados de John Donne y la totalidad de la obra de teatro tiene lugar en el pabellón decáncer del hospital donde ella yace moribunda y reflexiona durante la obra sobre elgran soneto de Donne «Death Be not Proud» («Muerte no te sientas orgullosa»), al quededicaré mi atención a continuación. La obra de teatro tuvo más éxito en Nueva Yorkque en Londres. Quizás en Gran Bretaña no estamos todavía listos para una

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exploración cabal de la muerte en la edad madura, como lo están nuestros primosnorteamericanos. Sin embargo, las preguntas siempre las tenemos en nuestra mente. Enla época en la que estaba escribiendo las charlas en las que se basó este libro, elcolumnista John Diamond era famoso a nivel nacional por escribir con un ingenioestoico, aunque también lacónico, sobre su cáncer de garganta que estaba en etapaterminal y acerca de su sólido ateísmo mediante el cual rehusaba todo consuelo y todoofrecimiento de algún tipo de salvación más allá de la tumba. Ya para el momento enque me dedique a escribir el libro había muerto. El interés por su columna y lacorrespondencia que nos intercambiamos indican con toda claridad el fuerte yrenovado interés que existe en nuestro mundo por todo lo que tiene que ver con el temade la muerte y lo que nos espera o no nos espera más allá de la misma. ¿A dónde nos conduce todo esto? No hace mucho tiempo, Ruth Gledhill, lacorresponsal de asuntos religiosos del The Times, publicó un artículo en el queargumentaba que se había abierto la brecha entre las iglesias de la corriente dominante,por un lado, y la «magia» de las diferentes filosofías, cultos y supersticiones de laNueva Era, por el otro. Un lector le escribió para decirle que vistas desde fuera, lasiglesias de la corriente dominante también parecían inclinadas a creer en lo mágico.«Para los no cristianos», escribe este lector, «los miembros de la iglesia anglicanaaparentemente creen en los cadáveres reanimados», y la implicación es que si esto noes magia, él no sabía, entonces, de qué se trataba. Pero bueno, ¿se trata o no de creencias mágicas? ¿En qué es en lo que cree la gentecuando habla sobre la Pascua de Resurrección? ¿Y cómo se relaciona eso con lo quelos credos de las iglesias de la corriente dominante declaran sobre nuestro destinofuturo cuando dicen: «Creo en la resurrección del cuerpo»? ¿Qué significaba esta frasecuando la usaron los primeros cristianos y qué puede significar hoy en día? ¿Qué es loque estamos esperando alcanzar después de la muerte? ¿Qué respuesta podríamosobtener a esta pregunta si hiciéramos una encuesta aleatoria en las calles de nuestrospueblos y ciudades? Y, ya que la buena teología nunca es cuestión que se decida apartir de una mayoría de votos, entonces, ¿cuál es la enseñanza que encontramos en laBiblia en torno a este tema y sobre Jesús y los Apóstoles? 3. Variedades de creencias Yo diría que las principales creencias que surgen en el clima actual son de tres tipos,ninguno de los cuales se corresponde con la ortodoxia cristiana. Igualmente, seaprecian intentos por restablecer una visión más tradicional. Me viene a la mente, porejemplo, la oscura, aunque brillante obra de William Golding, Pincher Martin. Noobstante, en términos generales, lo que ha prevalecido como opinión es que lascreencias tradicionales, tanto acerca del juicio, como del infierno, por un lado, y sobre

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la resurrección, por el otro, son ofensivas a las sensibilidades modernas. En primer lugar, algunos creen en la total aniquilación. Cuando menos, esa posibilidades metódica y transparente, por insatisfactoria que pueda ser en lo que al destinohumano se refiere. Podría suponerse que esto es lo que subyace al estallido molesto deDylan Thomas ante la muerte de su padre:

No caigas con suavidad en esa noche buena.Manifiesta tu ira, exprésala contra la luz que se apaga.

Sin embargo, no muchos pueden mantener una negación completa de cualquier vidafutura. Analicemos las secciones de «religión» de las librerías convencionales y nospercataremos de que cada día son más las personas que en estos tiempos parecen creeren alguna forma de reencarnación. Esto no se reduce a los hindúes practicantes o a losconversos a medias, como es el caso de Glenn Hoddle. En la truculenta, aunquefascinante novela de Will Self, How the Dead Live (Cómo viven los muertos), supersonaje central, una mujer londinense gruñona que acaba de fallecer y que vive enuna parodia fantasmal de Londres, descubre que estará condenada a una reencarnaciónconvencional, a menos que ella logre comprender lo que su guía del más allá denomina«los broches de la gracia», a través de los cuales pareciera que ella podrá escapar deeste ciclo continuo:

«Muchachita, todavía tienes una última oportunidad para que logresbajarte del carrusel... Todavía te queda tiempo para colgarte de losbroches de la gracia. Si lo deseas. Si puedes—incluso por unos pocosinstantes— lograr una concentración y unifocalidad de pensamiento».

Pero ella no lo logra y vuelve a nacer como una bebita infeliz, predestinada a una vidacorta y brutal. Will Self parece concebir un tipo de hinduismo en el que el logro mentalde un pensamiento breve y totalmente enfocado remplaza a la mente o al alma quedivaga y que está distraída y es la clave para escapar del ciclo, de la rueda que nuncadeja de girar, la rueda de la muerte y el nacimiento. Aquellos muchos para quienes,juzgando por la literatura disponible, la reencarnación se ha convertido en una manerade intentar el psicoanálisis por otros medios que les permiten descubrir aspectos de supersonalidad que se derivan de quiénes fueron o qué les sucedió en una vida anterior,le dan un giro diferente a todo esto. De esta manera, todo fluye hacia la cultura másamplia de la New Age (Nueva Era), en la que las diferentes creencias esotéricas semezclan con los sueños de la autoayuda, el autodesarrollo y la realización. También alrededor de diferentes ideas de la Nueva Era encontramos un resurgimientode las opiniones que descubrimos en Shelley, una forma de religión primitiva basada

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en la naturaleza y de amplio alcance popular, con elementos budistas. Al momento dela muerte, uno termina siendo absorbido hacia el mundo más amplio que nos rodea,hacia el viento y los árboles. El poema anónimo que dejó un soldado en caso deencontrar la muerte cuando se dirigía hacia Irlanda del Norte, lo expresa con muchaclaridad:

No te pares ante mi tumba a llorar;Yo no estoy allí. No estoy dormido.Yo soy miles de vientos que soplan,Soy el resplandor de diamantes sobre la nieve.Soy la luz del sol que brilla sobre el grano madurado,Soy la suave lluvia de otoño... No te pares ante mi tumba a llorar,Yo no estoy allí. Yo no muero.

Luego de la muerte de Diana, en un mensaje que dejaron en Londres, hablaban comosi la princesa misma lo estuviera haciendo a viva voz: «Yo no los he dejado en loabsoluto. Sigo aún con ustedes. Estoy en el sol, como estoy en el viento. Incluso estoypresente en la lluvia. Yo no me he muerto, yo estoy con todos ustedes». En tantosservicios funerarios, entierros y aniversarios, incluso en el caso de muchas lápidas ydedicatorias, ahora se hace referencia a este tipo de creencias. Muchos supuestoscristianos tratan de convencerse a sí mismos y a los demás de que este tipo de vida encurso es verdaderamente a lo que se refieren las enseñanzas tradicionales que noshablan, bien sea sobre la inmortalidad del alma o sobre la resurrección de los muertos.Sin embargo, otros, como Philip Pullman, el famoso escritor de libros infantiles quetanto éxito ha tenido, siguen sólo hasta cierto punto esta línea. Pullman ha establecidocon bastante claridad que, de este modo, él está atacando y deconstruyendo la creenciacristiana tradicional y que, más bien, está ofreciendo algo a cambio. Encontramos un ejemplo sorprendente y claramente delineado que no deja deasombrarnos en el libro Fever Pitch (Al rojo vivo) de Nick Hornby. Se trata de unrecuento apasionado y gracioso de su amor por el fútbol y, especialmente, su pasiónpor el equipo Arsenal. Al encontrarse a un aficionado del futbol muerto y tirado en lacalle, él se pone a pensar acerca de la muerte y el fútbol. Piensa, entonces, si no seríaterrible morir en plena temporada sin saber cómo terminó. A continuación, dejemos que él mismo nos lo relate:

Quizás moriremos la noche justo antes de que nuestro equipo haga su aparición enWembley o el día después del primer juego de la primera ronda de la Copa de Europa, opudiera ser en plena campaña de ascenso o en plena pelea para no descender en la liga yson muchas las probabilidades, según la mayoría de las teorías sobre la vida después dela muerte, de que no podremos descubrir el resultado final. El verdadero punto sobre la

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muerte, hablando en términos metafóricos, es que es casi seguro que ésta ocurra antes deque se hayan entregado los trofeos más importantes.

Ahora bien, esto es altamente insatisfactorio y lleva a Hornby a especular sobre lasposibilidades que todos podemos tener de una vida después de la muerte en la que elfútbol (claro está) seguirá jugando un papel de vital importancia. La cremación ofreceuna posibilidad:

Creo que yo sería uno de aquellos que estaría feliz de que dispersaran sus cenizas sobrela grama de Highbury (aunque entiendo que habría ciertas restricciones: demasiadasviudas entrarían en contacto con el club y se teme que el terreno no respondería muybien al recibir una urna tras otra)... Sin duda, yo preferiría que dispersaran mis cenizassobre la Tribuna de Occidente que sobre el Atlántico o que las dejaran en la cumbre dealguna montaña.

Y aunque esto pudiera dar lugar a un tipo diferente de «sobrevivencia», él se preguntasobre lo siguiente:

Sería agradable pensar que yo me pudiera quedar dentro del estadio de alguna manera, yver al primer titular jugar un sábado, y a los equipos de reserva los sábados siguientes;quisiera sentir que mis hijos y mis nietos serán también fanáticos del Arsenal y que yopodré ver los partidos con ellos. No me parece una mala idea pasarme así toda laeternidad... Quiero flotar por Highbury como un fantasma que ve los partidos de losequipos de reserva hasta el fin de los tiempos.

Aquí podemos apreciar la confusión total actual sobre la vida después de la muerte quese expresa, por así decirlo, sobre el terreno de una obsesión monomaniaca (siendo éstala propia descripción de Hornby) con un área específica de la vida. Las prácticas funerarias que han ido surgiendo o que han reaparecido en nuestra épocaactual exhiben el mismo grado de confusión. Hasta hace muy poco, el hecho de colocar objetos en el ataúd para que acompañen almuerto y le den consuelo o lo ayuden en la vida que le espera, era algo que describíanlos estudiantes de cultura y civilización como una práctica interesante que había sidoplenamente abandonada por el mundo occidental moderno. Sin embargo, con el pasarde los días vuelven a hacerse más comunes los regalos que se le dejan a los muertos.Pudiera tratarse de fotografías, joyas, osos de peluche y otros objetos similares quequedan con ellos en el ataúd. Nigel Barley nos relata las historias contadas por unempleado de un crematorio acerca de algunas viudas que colocan en el ataúd unpaquete de galletas o los anteojos de repuesto del difunto, así como su dentadurapostiza. Nos cuenta que, en una ocasión, una viuda colocó en el ataúd de su esposo doslatas del adhesivo en espray que el difunto solía utilizar para colocarse el peluquín sin

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que se le moviera y esto ocasionó una explosión de tal magnitud que casi dobló lapuerta del horno crematorio. ¿Qué tipo de creencia refleja todo esto, si acaso relejaalguna? Finalmente, a nivel popular, la creencia en los fantasmas y en la posibilidad de uncontacto espiritualista con los muertos se ha resistido a todos los avances de un siglode secularismo. Cuando este libro no era más que una serie de charlas que dicté en laAbadía de Westminster, en el boletín semanal en el que se hacía la publicidad de laprimera charla, también se anunciaba que uno de los fantasmas del siglo diecisiete quehabitaba la Abadía bien podría estar haciendo su aparición anual alrededor de esafecha. Y, claro está, hay evidencia de numerosos fenómenos populares a ambos ladosdel Atlántico, tal como el culto continuo a Elvis Presley en Estados Unidos, el cualrequeriría de sus propias categorías para describirlo. Supongo que estoy describiendo un mundo que reconocerán mis lectores. Mi propósitono es el de catalogarlo de forma muy exhaustiva sino, más bien, el de atraer la atenciónhacia algunas de sus características y hacia el hecho sorprendente de que no solo esbastante improbable que algo así pueda llamarse una creencia cristiana ortodoxa sinoque, según tengo entendido, la mayoría de la gente simplemente no sabe lo quepudiera ser una creencia cristiana ortodoxa. Se da por sentado que los cristianos creenen la vida después de la muerte, en contraposición a una negativa clara y directa decualquier forma de «sobrevivencia» y de todos y cada uno de los tipos de «vidadespués de la muerte». Por lo tanto, debe ser más o menos lo mismo desde el punto devista cristiano. La posibilidad de que dentro de la idea general de la «vida después dela muerte» pueda haber variaciones que personifican diferentes creenciassignificativamente distintas acerca de Dios y el mundo y diferentes maneras en las quela gente puede vivir en la actualidad, es algo que simplemente no se le ha ocurrido a lamayoría de las personas modernas que viven en el mundo occidental. Cabe mencionar,en particular, que muchas personas tienen una idea muy limitada o no tienen ni idea delo que verdaderamente quiere decir la palabra «resurrección» o la razón por la que loscristianos dicen que creen en ella. Lo que es más preocupante aún es que esta ignorancia múltiple parece a menudotambién verse en las iglesias. Éste es precisamente el tema del siguiente capítulo.

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Capítulo 2¿Desconcertado sobre el paraíso?

1. La confusión cristiana con respecto a la esperanza Uno de los sermones anglicanos que se ha citado con mayor frecuencia en el XX estambién, por coincidencia, uno de los que más se presta a malentendidos. En una guíaampliamente utilizada para la organización y celebración de funerales laicos, laspalabras que pronuncia el canónigo Henry Scott Holland de la catedral de San Pablo secitan como el prefacio y son innumerables las personas que solicitan que se lea esteprefacio en los servicios funerarios de entierros y aniversarios de defunción:

La muerte no es nada en lo absoluto. No cuenta para nada. Simplemente me heescabullido hacia la otra habitación. Nada ha sucedido. Todo permanece exactamente taly como era. Yo soy yo y tú eres tú y la vida anterior que compartíamos con tanto cariñoy afecto ha quedado igual, sigue inalterada, sin que nada haya cambiado. Todo lo quefuimos el uno para el otro, lo seguimos siendo. Al llamarme, sigue usando el nombrefamiliar con el que solías hacerlo. Habla de mí con la misma facilidad y naturalidad conla que siempre solías referirte a mí. No cambies en lo absoluto tu tono de voz al referirtea mí. No te veas obligado tampoco a asumir un aire de solemnidad o de tristeza... Lavida significa todo lo que siempre ha significado. Es exactamente igual a como siemprefue. Sigue existiendo una continuidad absoluta e inquebrantable. ¿Qué es la muerte si noun accidente insignificante? ¿Por qué deberías dejar de tenerme en tu mentesimplemente porque ya no aparezco ante tus ojos? Estoy esperando por ti en esteintervalo. Espero por ti en algún lugar muy cercano que no está más que al dar la vueltaa la esquina. Todo está bien. Nada ha sufrido daño alguno; nada se ha perdido. En unbreve momento todo será tal como era antes. ¡Cómo nos reiremos de todos losinconvenientes de la separación cuando volvamos a reunirnos!

En términos generales, lo que nadie se toma el trabajo de resaltar es que ésta no era lavisión que Scott Holland pretendía propugnar. Tal como él mismo lo señala, esto erasimplemente lo que le venía a la mente cuando «contemplaba a alguien que yacía en lapaz del sepulcro», cuando se trataba de «alguien que había sido muy cercano y que eramuy querido». En otro pasaje del mismo sermón que fuera predicado en el año de 1910con motivo de la muerte del rey Eduardo VII, también se refirió a otros sentimientosque se relacionan igualmente con la muerte, que parece

…tan inexplicable, tan despiadada, tan cegadora... la cruel emboscada que nos hace caeren la trampa... se abre paso interrumpiendo implacablemente nuestra felicidad sintomarnos para nada en cuenta en su inhumano desprecio por nosotros... más allá de la

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oscuridad se esconde su impenetrable secreto... ¡Mudo como la noche, ese aterradorsilencio!

Scott Holland prosigue en un intento por lograr un punto medio que reconcilie estasdos visiones de la muerte. Según lo que nos dice el Nuevo Testamento, el cristiano «yaha pasado de la muerte a la vida», de manera que la transición ulterior de la muerte realno debería ser tan aterradora como parece serlo. Además (según nos sugiere ScottHolland), deberíamos pensar en la vida más allá de la muerte en términos de unacontinuación de aquel crecimiento en el conocimiento de Dios y en la santidadpersonal que ya ha empezado en esta vida. Esto aborda aspectos que no podemostomar en cuenta en esta etapa del libro. Sin embargo, no nos debe quedar duda algunade que el hecho de mencionar este párrafo, que se ha citado con tanta frecuencia, fueradel contexto del sermón al que perteneció originalmente, distorsiona seriamente lasintenciones del autor. En realidad, apenas podríamos especular sobre la extraordinarianegación en la que se incurre cuando se le cita fuera de su contexto. No sería más queuna total y completa negativa a decir la verdad sobre esta ruptura real y salvaje, laterrible negación de la bondad de la vida humana que toda muerte implica. Meencantaría pensar que uno de los efectos que pueda tener este libro que les estoypresentando sea el de cuestionar el uso de este fragmento de Scott Holland en losentierros y aniversarios de defunción cristianos. En realidad, nos ofrece un consuelovano. En sí mismo y sin venir acompañado de algún otro comentario, simplemente nosdice mentiras. No es tan siquiera una parodia de la fe cristiana. Más bien, simplementeempieza por negar que exista algún problema, incluso alguna necesidad de esperanza. En contraste con ese fragmento tan ampliamente conocido, podemos hacer mención dela actitud sólida de una teología cristiana clásica, aquella que manifestó John Donne,quien en algún momento fuera Deán de la Catedral de San Pablo:

Muerte, no te sientas orgullosa, pues aunque te hayan llamado Poderosa y digna detemer, no lo eres;Ya que aquellos que tú crees que logras vencerNo mueren, pobre Muerte, como tampoco tú puedes matarme.Del descanso y del sueño que solo tus imágenes transmiten,Mucho placer de ti, entonces debe fluir;Y muy pronto nuestros mejores hombres contigo se irán,Descanso de sus huesos y entrega de su alma.Tú eres esclava del destino, de la suerte, de los reyes y de los hombres desesperados,Y reinas con tu veneno, tu guerra y tu enfermedad,También las amapolas o los hechizos nos pueden hacer dormir,Y mejor aún que tu golpe. ¿Por qué entonces te enorgulleces?Tras un corto sueño, nos despertaremos por toda la eternidad,Y la muerte ya no será más. Muerte, tú morirás.

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A primera vista, esto pudiera parecer bastante similar a lo que nos dice Scott Holland.¿La muerte no es nada en lo absoluto? ¿Después de todo, la muerte no es ni poderosani digna de temer? No, no es así. Las dos últimas líneas son las que nos dicen todo. Lamuerte es una gran enemiga, pero ha sido conquistada y al fin de los tiempos seráconquistada plenamente. «Tras un corto sueño, nos despertaremos por toda laeternidad, / Y la muerte no será más. Muerte, tú morirás». En el pasaje de ScottHolland, no hay nada que deba ser conquistado. A su vez, para John Donne la muertesi es importante, es un enemigo, pero para el cristiano, es un enemigo vencido. Muy atono con gran parte del pensamiento cristiano clásico…, Donne ve la vida después dela muerte en dos etapas: en primer lugar, es un sueño corto y, luego, es un despertarpor toda la eternidad. Y la muerte ya no será más. Donne ha captado lo quedescubriremos que es la creencia medular del Nuevo Testamento: que, al final de lostiempos, la muerte no será simplemente redefinida, sino que será vencida. La intenciónde Dios es no permitir que la muerte se salga con la suya con respecto a nosotros. Si elfuturo final que se nos ha prometido es simplemente que las almas inmortales leshabrán dejado atrás sus cuerpos mortales, ¿por qué entonces sigue imperando lamuerte? Ésta es una descripción no de la derrota de la muerte, sino de la muerte en símisma, aunque vista desde otro ángulo. Ahora bien, creo que me estoy adelantando demasiado en estas líneas. La posicióncristiana clásica ha quedado establecida en los primeros credos, los cuales dependen, asu vez, del Nuevo Testamento en maneras que exploraremos más adelante en estelibro. En mi iglesia, nosotros declaramos todos los días y todas las semanas quecreemos en «la resurrección del cuerpo». ¿Pero esto es verdaderamente cierto? Muchosprofesores y teólogos cristianos de las décadas más recientes han cuestionado si estamanera de hablar es apropiada. Un libro ilustrado de gran formato y de mucho lujo quefuera publicado recientemente sobre el tema de la muerte y de la vida después de lamuerte, simplemente le dedica unas cuatro páginas a la idea aparentemente extraña dela resurrección y declara de forma bastante anodina que el «cristianismo ortodoxoactual ya no se rige por la creencia de la resurrección física y prefiere el concepto de laexistencia eterna del alma, aunque algunos credos siguen aferrándose a las viejasideas». Una vez más, es necesario que seamos muy claros. Si esto es cierto, entoncesno se conquista a la muerte, sino se le redescribe: ya no como un enemigo, sinosimplemente como el medio a través del cual, al igual que en Hamlet, el alma inmortalse desprende de su envoltura mortal. 2. Exploración de las opciones En realidad, se ha venido fluctuando entre los dos polos de opinión, lo cual se puedeapreciar con toda facilidad si uno visita cualquier iglesia vieja y observa losmonumentos que hay en ella. Algunos conciben la muerte como un terrible enemigo

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que acecha a su presa. Esto se combina, a menudo, con la proclamación firme queestablece que, a pesar de ser una enemiga, la muerte será finalmente derrotada: de ahíque la tradición de inscribir la palabra Resurgam, que quiere decir «Me levantaré», talcomo destacáramos en el capítulo anterior, significa que, al igual que en Donne yKipling, el difunto creía en un sueño intermedio que sería seguido de una nueva vidacorporal en algún momento futuro. Es por eso que a la gente se le enterraba mirandohacia el este, de manera que se levantara para saludar al Señor a su llegada. Sinembargo, Stanley Spencer, uno de los pintores más recientes que ilustra laresurrección, ignora ese detalle y se inclina más bien, hacia el semirrealismo de loscadáveres que salen de sus tumbas en todas las direcciones en el cementerio deCookham. Este aspecto lo volveremos a analizar de manera más específica en elcapítulo 10 este libro. El otro polo de creencia es aquel que representa el himno de San Francisco «Todas lascriaturas de nuestro Dios y Rey», con su destacada invocación: «Y tú, mi muy queriday gentil muerte, qué esperas para apagar nuestro último aliento». Muchos himnos,muchas oraciones y muchos sermones han intentado suavizar el golpe al presentar a lamuerte como un amigo, que viene para llevarnos a un lugar mejor. Este era un temamuy familiar en el siglo XIX y hace sentir su eco secular en los movimientosmodernos que se inclinan hacia la eutanasia voluntaria. Por lo tanto, el pensamientocristiano ha oscilado entre la corriente que ve a la muerte como un vil enemigo y laque la ve como a una amiga a la que hay que darle la bienvenida. Claro está que tradicionalmente hemos supuesto que el cristianismo nos enseña acercadel cielo que está arriba y al que van aquellos que han sido salvados o estánbendecidos y el infierno que está abajo, esperando a los malvados e impenitentes. Estoes lo que muchos siguen tomando como la línea oficial, tanto en el caso de los queestán dentro, como fuera de la Iglesia, aunque sea una línea que ellos pudieran aceptaro no. Un ejemplo muy destacado al respecto me llegó por correo hace no mucho tiempo: setrataba de un libro, aparentemente uno de los más vendidos de la temporada, que habíaescrito Maria Shriver, la esposa de Arnold Schwarzenegger y sobrina de John F.Kennedy, que se denomina What’s Heaven? (¿Qué es el cielo?). El libro va dirigido alos niños y tiene muchas ilustraciones grandes de suaves y acolchadas nubes en cielosazules. Cada página de texto tiene una frase que aparece en una letra mucho másgrande y que transmite el mensaje básico del libro de una manera muy clara y obvia.Tal como nos dice Maria Shriver en su libro, el cielo

…es algún lugar en el que uno cree... un lugar muy bello en el que te puedes sentarsobre suaves nubes y hablar con las otras personas que están allí. En la noche, puedes

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sentarte cerca de las estrellas, que son las más brillantes que se pueden ver en todo eluniverso... Y si eres bueno durante toda tu vida, entonces te puedes ir al cielo... cuandotermina tu vida aquí en la Tierra, Dios te envía a sus ángeles a buscarte para que telleven al cielo a estar con El... [Y mi abuela está] viva dentro de mí... Lo más importantede todo esto es que ella me enseñó a creer en mí misma... Ella está en un lugar seguro,con las estrellas, con Dios y con los ángeles... ella nos está mirando desde allá arriba...«Quiero que todos ustedes sepan [le dice la heroína a su bisabuela] que incluso cuandotú ya no estés aquí, tu espíritu siempre estará vivo dentro de mí».

Sin lugar a dudas, palabras más, palabras menos, esto es exactamente lo que millonesde personas han llegado a creer y a aceptar como verdad en el mundo occidental, razónpor la que se lo enseñan a sus hijos. Este libro me lo envió un amigo que trabaja conniños que están aquejados por alguna pérdida y me lo describió como «uno de lospeores libros para los niños». Al respecto, me dijo lo siguiente: «¡Espero que este librotan horroroso te sirva de ayuda para saber exactamente qué es lo no se debe decir! ».Es un auténtico y excelente ejemplo de ese género. La verdad de lo que la Biblia nosenseña es muy diferente y es verdaderamente muy diferente en diversos niveles. A mucha gente le sorprende ampliamente cuando se le dice lo que en realidad es elcaso: que es muy poco lo que se menciona en la Biblia sobre «ir al cielo cuando unomuere». Es más, tampoco es mucho lo que dice acerca de un infierno posterior a lamuerte. Las imágenes medievales del cielo y del infierno, las cuales fueronestimuladas, aun cuando no fueron creadas por la obra clásica de Dante, han ejercidouna inmensa influencia sobre la imaginación cristiana de Occidente. Son muchos loscristianos que crecen bajo la suposición de que en todos aquellos momentos en los quese habla del «cielo» en el Nuevo Testamento, se refiere al lugar al que irán aquellosque se han salvado después de su muerte. En el evangelio según san Mateo, lasreferencias que hace Jesús al «reino de Dios» aparecen en los otros evangelios como el«reino de los cielos». Ya que muchos leen primero a Mateo, cuando encuentranpasajes en los que Cristo habla de «entrar al reino de los cielos», simplementeconfirman sus suposiciones y piensan que en realidad está hablando de «cómo ir alcielo cuando uno muere». Ahora bien, sin lugar a dudas, eso no es precisamente lo queJesús, así como tampoco Mateo, tenían en mente. Alrededor de esto se han ido tejiendomuchas imágenes mentales que ahora damos por sentadas «como lo que enseña laBiblia» o «aquello en lo que creen los cristianos». Sin embargo, el lenguaje del cielo en el Nuevo Testamento no opera de esta manera.En las prédicas de Jesús, el «reino de Dios» no se refiere al destino posterior a lamuerte, ni a nuestro escape de este mundo hacia otro, sino, más bien, tiene que ver conel reinado soberano de Dios que se ejerce «así en la tierra como en el cielo». Las raícesde este malentendido son bastante profundas y se remontan incluso a las etapasresiduales del platonismo que ha infectado escuelas y tendencias completas de

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pensamiento cristiano y ha llegado a inducir a la gente a creer erróneamente que loscristianos tienen que restarle valor a este mundo presente y a los cuerpos en los quellevan esta vida, debiendo considerarlos deteriorados o dignos de vergüenza. De igual manera, también se han malentendido ampliamente las imágenes que ilustranel cielo en el libro del Apocalipsis. Muy a pesar de los grandes himnos de CharlesWesley, la fabulosa descripción que aparece en Ap. 4 y 5 de los veinticuatro ancianosque se despojan de sus coronas y las arrojan delante el trono de Dios y del Cordero, allado del mar transparente semejante al cristal, no es una ilustración del último día en laque todos los redimidos por fin están en el cielo. Es, más bien, una ilustración de larealidad actual, la dimensión celestial de nuestra vida actual. En la Biblia, el cielo noes, a menudo, un destino futuro. Más bien, es la otra dimensión, la dimensión oculta denuestra vida cotidiana. Por así decirlo, es la dimensión de Dios. Dios hizo el cielo y latierra. En los últimos días, Él rehará el cielo y la tierra y los unirá para siempre. Deigual manera, cuando llegamos a la imagen del verdadero Final en Ap. 21 y 22, noencontramos almas rescatadas que están logrando llegar a un cielo incorpóreo, sinomás bien a la Nueva Jerusalén que baja del cielo a la tierra hasta que el cielo y la tierrase unen en un abrazo por siempre. Mucho me temo que hoy en día la mayoría de los cristianos nunca medita sobre esto,ni siquiera una vez al año. Se sienten satisfechos con lo que es, cuando mucho, unaversión truncada y distorsionada de la gran esperanza bíblica. En realidad, la imagenpopular se ve reforzada una y otra vez por los diferentes himnos, oraciones,monumentos e, incluso, obras muy serias de teología e historia. Se suponesimplemente que la palabra «cielo» es el término adecuado que se utiliza para designarel destino final, el «hogar» final y que el idioma de la «resurrección» y de la nuevatierra, al igual que de los nuevos cielos, debe encajar de alguna manera dentro de eseconcepto. Me parece que lo que hoy en día apreciamos en la Iglesia actual es una combinaciónconfusa de muchos aspectos diferentes. Por un lado, sabemos que se ha venidoatacando la antigua visión del cielo y del infierno. Son muchos los que ahora incluso serehúsan a creer en el infierno. No obstante, en el transcurso del último siglo, a medidaque se iba desarrollando esta negativa, también hemos descubierto queparadójicamente esto llevaba a una disminución de la promesa del cielo, ya que sitodos están en el mismo camino, sería bastante injusto permitir que algunos vayandirecto a su destino en vez de que continúen el largo viaje posterior a la muerte. Laidea de tal «viaje» posterior a la muerte ahora es bastante infrecuente aunque, una vezmás, casi no encuentra justificación alguna en la Biblia o en el pensamiento cristianoprimitivo. También hemos visto la rehabilitación de una versión moderna, aséptica dela antigua idea del purgatorio: en vista de que en el momento de la muerte, todos

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seguimos estando muy poco preparados para presentarnos ante nuestro Creador, (sesugiere que) necesitaremos, por lo tanto, un período de refinamiento y mejora parapoder crecer hacia la luz. (Las personas que piensan hoy en día de esta manera tiendena optar por expresarlo de ese modo, en vez de enfatizar el concepto de «purgar» u otrosconceptos igualmente incómodos). Muchos han preferido adoptar un universalismo enel que Dios les ofrecerá por siempre a los que no se han arrepentido todavía laalternativa de elegir la fe, hasta que al fin todos sucumban al llamado del amor divino.Algunos han declarado que el cielo, tal como éste se ha ilustrado de forma tradicional,pareciera ser insufriblemente aburrido con todos sentados en las nubes tocando arpastodo el tiempo y que, bien sea no creen en este tipo de cielo o simplemente no quierenir al cielo. Otros han declarado, con bastante desdeño, que un Dios que simplementequiere que la gente lo esté adorando todo el tiempo no es en lo absoluto un personajeque ellos respetarían. Aquellos de nosotros que manifestamos que la figura ortodoxa esla de una vida humana vibrante y activa, que refleja la imagen de Dios en los nuevoscielos y en la nueva tierra, a veces somos acusados de proyectar nuestra vidacontemporánea dinámica y decidida en la pantalla del futuro. 3. Los efectos de la confusión Esta confusión tan compleja y que tiene tantas aristas se refleja e interpreta claramenteen los himnos que cantamos, en la manera en la que celebramos el año litúrgicocristiano y en el tipo de funerales y de cremaciones que organizamos. Tan solo unascuantas palabras que les diga sobre cada uno de estos ejemplos les demostraráclaramente a qué me refiero. Tomemos, en primer lugar, el caso de los himnos. Si echamos un vistazo rápido acualquier libro convencional de himnos, nos podremos percatar de que se realizanquizás demasiadas referencias a la vida futura más allá de la muerte y que todas éstasse acercan más a Tennyson, o incluso a Shelley, que al cristianismo ortodoxo. Veamosun ejemplo:

Hasta que en el océano de tu amorNos perdamos en el cielo que está en las alturas.

Esas son las palabras del piadoso John Keble, pero fue él quien se perdió por unmomento aquí, no en el cristianismo, sino en una gota del océano de la escatologíabudista. ¿Y qué podríamos decir de lo que nos habla este colega del Movimiento deOxford, John Henry Newman, con su línea casi gnóstica?

Siempre que tu poder me haya bendecido, todavíaMe seguirá guiando,Más allá de páramos o pantanos, riscos y torrentes, hasta

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Que se vaya la noche.Y al llegar la mañana, esas caras de ángeles sonríenAquellos a quienes siempre amé y que por un tiempo había perdido.

¿Acaso Newman creía verdaderamente que él había tenido una vida previa con losángeles, bien sea antes de haber sido concebido o en los primeros años de su niñez yque volvería a esa vida a su debido tiempo? Y, aunque no cabe duda de que la idea delperegrino solitario que sigue la «amable luz» por páramos y pantanos es una idearomántica y poderosa, igual nos podríamos preguntar si él piensa verdaderamente queel mundo actual y la vida de hoy podrían describirse simplemente como «noche». De igual manera, ¿qué podría decirse sobre el platonismo abierto y patente del himno«Abide with me» («Mora en mí»), que sigue siendo favorito de algunos círculos?:

Despunta la mañana del cielo y huyen las sombras vanas de la tierra. Hay una serie de himnos y cánticos que expresan claramente esta línea depensamiento. Recordemos, por ejemplo, aquel de Vaughan: «My soul, there is acountry» («Mi alma, hay un país»), o el de Isaac Watts: «There is a land of puredelight» («Existe una tierra de deleite total»). Prefiero a Watts. Después de todo, estáutilizando la tipología bíblica del cruce del Jordán y la entrada en la tierra prometida,mientras que Vaughan lo que nos ofrece es un mundo abiertamente platónico de lo dearriba y lo de abajo que, en realidad y según yo lo veo, tiene poco contenido cristianomás allá de la superficie. En una breve ojeada que le di al libro de himnos, me percatéde que existían docenas de otros ejemplos similares y no todos podían explicarsemediante el proceso de selección en un momento en el que la teología imperante queríadecir ese tipo de cosas. Y qué podríamos decir sobre el himno de Navidad «It came upon the midnight clear»(«Apareció claro sobre la media noche»), que declara en su estrofa final lo siguiente:

¡He ahí! Que los días anticipadosPor bardos y profetas están prontos a llegar,Cuando, con los años que giran sin cesarViene por fin la edad de oro.Cuando la paz extenderá sobre toda la tierraSu antiguo esplendor,Y todo el mundo repetirá la canciónQue ahora cantan los ángeles.

Es un villancico de Navidad que a todos les gusta, pero la idea de ciclos de la historiaque a la larga vuelven a la edad de oro tampoco es una idea cristiana ni judía. Es, másbien, abiertamente pagana. Y ya que hablamos de villancicos de Navidad, recordemos

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el que lleva por título «Away in a manger» («Lejos en un pesebre»), que reza losiguiente: «y haznos dignos de entrar al cielo para que vivamos allá contigo». Ahí nose habla de resurrección, ni de ninguna nueva creación. Tampoco se hace alusión aningún matrimonio entre el cielo y la tierra. Más aún, cuando encontramos en el librode himnos el universalismo y la naturaleza-religión abiertamente romántica de PaulGerhardt, en su poema: «The duteous day now closeth» («El día del deber llega a sufin», incluso hasta se nos puede perdonar por pensar que quien quiera que hayacompilado el libro de himnos sólo leyó el primer verso y ni siquiera se tomó el trabajode verificar la teología que tenía el resto. De lo contrario, no nos cabe duda de quealguien habría levantado una ceja de puro asombro ante la simple sugerencia de queuna vida sin fe en el mundo creado presente pudiera llevar a un futuro de salvación enun escape platónico de la creación:

Por el momento su ceguera mortalPuede pasar por alto a la amorosa amabilidad de DiosY andar a tientas en una lucha sin fe;Pero cuando el día de la vida haya llegado a su fin,Entonces la noche clara de la muerte descubriráLos campos de la vida perdurable.

En el Nuevo Testamento, la muerte nunca es una «noche clara». Es simplemente unenemigo, conquistado por Jesús, pero que sigue a la espera de ser vencido por siempre. Algunos de los himnos que se aprecian en la tradición evangelista y carismática caencon mucha facilidad en el error fácil que se relaciona, como ya veremos, con lasvisiones confusas de la «segunda venida» que nos sugieren que Jesús volverá paratomar a su pueblo y sacarlo de la tierra y de su «hogar» para llevarlo al cielo. Es porello que el fabuloso himno, «How great thou art» («Cuán grande eres»), declara en suestrofa final lo siguiente:

Cuando venga Cristo con su grito de aclamación,Y me lleve a casa, qué alegría llenará mi corazón.

La segunda línea (lo que permitirá anticipar el argumento que esgrimiré acontinuación) pudiera leerse mejor de esta manera: «Y curará a este mundo...». Enrealidad, la versión sueca original de este himno no habla sobre un Cristo que vienepara llevarme a casa. Ésta no es más que la adaptación del traductor. Más bien,menciona que caerán los velos del tiempo y que la fe cambiará a una visión clara y lascampanas de la eternidad nos llamarán a nuestro descanso del sábado, todo lo cualpermite que se le recomiende mucho más ampliamente. Sin lugar a dudas, hay algunos himnos que se oponen firmemente a esta tendencia. El

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himno «Jerusalem the golden» («La dorada Jerusalén») llama la atención hacia loscapítulos finales y decisivos del Apocalipsis. Unos cuantos himnos nos expresan queestamos «siendo despertados por la última y temida llamada», o hablan de «elevarnosgloriosos el último día». Un gran himno nos habla de un Dios que se asegura de que supropósito se haga realidad, de manera que «la tierra se llene de la gloria de Dios alcubrir las aguas el mar». Pero el que descolla por encima de todos estos himnos, no esotro que el gran himno del Día de todos los Santos, denominado «For all the saints»(«Para todos los santos») cuya secuencia de pensamiento capta a la perfección elénfasis del Nuevo Testamento. Después de conmemorar y celebrar la vida de lossantos en sus primeros versos, nuestra comunión con ellos en el cuarto y nuestrofortalecimiento en el quinto, el sexto verso nos habla de cómo nos uniremos a ellos ensu morada actual que no es el lugar final de descanso, sino más bien el sitio intermediode descanso, alegría y refrescamiento, al que se le da por nombre paraíso:

La noche dorada brilla en el Oeste;Pronto, muy pronto, llegará el descanso a los fieles guerreros:Dulce es la calma del Paraíso bendito. ¡Aleluya! ¡Aleluya!

Sólo después de esto es cuando ocurre la resurrección: Pero he ahí que despunta un día aún más glorioso,Los santos triunfantes se levantan en todo su esplendor,El Rey de la gloria pasa por aquí en su recorrido. ¡Aleluya! ¡Aleluya!

Y de ahí se nos lleva al verso final, triunfal, a la llegada a la nueva Jerusalén. Si nuestros himnos revelan la confusión en la que hemos caído, la forma en la quecelebramos el año litúrgico cristiano demuestra más o menos lo mismo. He escrito enotra ocasión sobre el simple enredo que en los años recientes ha permitido ese festivalde dos días, si así podemos llamarlo, en que se han convertido el Día de todos losSantos y el Día de todos los Muertos, que viene precedido por una fecha que confundemás aún y que no es otra que la de la víspera del Día de todos los Santos o Halloween,como se le conoce en inglés. Muy pocos de aquellos que celebran esta doble (o triple)festividad son los que, en mi opinión, creen en la teología medieval que intentó darlesiquiera algún sentido a estas tres fechas. En realidad, lo que refleja esta celebración esla confusión de una Iglesia que ya no cree verdaderamente en el cielo y,probablemente, ni siquiera cree en el infierno; una Iglesia que prefiere, más bien, unasuerte de purgatorio blando e indulgente que viene a remplazar a cualquiera de losotros dos y en el que no hay lugar en lo absoluto para la resurrección del cuerpo, lanueva creación o la nueva Jerusalén que desciende del cielo a la tierra. Ahora bien, esto no es más que parte del enredo. En ciertos esquemas anglicanos

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recientes, se ha dejado sin definir claramente una sección completa del año cristiano.El Adviento, los cuatro domingos inmediatamente anteriores a la Navidad, solíanenfocarse sobre las doctrinas de la segunda venida, del juicio de Dios y del destinofinal de los seres humanos. Hoy en día, los leccionarios han cambiado todo eso y, másbien, han venido a remplazarlos otros diversos aspectos de preparación para laNavidad. Durante un buen tiempo (en la década de los noventa), ese mes que cubre,más o menos, la liturgia previa al Adviento y que abarca casi en su totalidad el mes denoviembre, fue conocido bajo un nuevo nombre puesto que se le llamó la «Temporadadel Reino». Es más, en esa época del año, se procedió a establecer suposicionesbastante peculiares e inconsistentes sobre la muerte y lo que nos espera más allá de lamisma. Aunque ya este nombre no se sigue utilizando, no ha sido posible erradicar conla misma facilidad la confusión que trajo y que se ve reflejada en diversas oracioneslitúrgicas que hablan de «la luz del reino que disfrutan los santos», como si, a pesar delo que dice el Nuevo Testamento, el «reino» de Dios fuera un lugar denominado«cielo» al que ya han llegado algunos, aunque no todos los cristianos que han muerto. Incluso podemos decir que la Navidad en sí ha sobrepasado ampliamente a la Pascuade Resurrección como el verdadero centro de celebración del año litúrgico cristiano,una realidad que revierte por completo el énfasis que le otorga a estas fechas el NuevoTestamento. En algunas ocasiones, en los himnos, las oraciones y los sermonestratamos de construir toda una teología sobre la Navidad, aunque en realidad no selogre darle sustento a tal situación. De igual modo, celebramos la Cuaresma, laSemana Santa y el Viernes Santo de manera tan rigurosa y esmerada que casi no nosqueda energía para la Pascua de Resurrección, excepto para la vigilia y el primer día depascua. A pesar de ello, la Pascua de Resurrección debe ser el centro de todo. Si laeliminamos, podríamos decir literalmente que no nos queda nada. Las mismas confusiones se aprecian en la forma en la que se celebran los funerales yentierros. En los años recientes, son muchos los ritos fúnebres que se han escrito ypublicado y, a menudo, luego de largos y acalorados debates. Sin embargo, antes deproceder a abordarlos, quisiera decir unas cuantas palabras acerca de la teologíaimplícita que mantienen muchos de aquellos que optan por la cremación en vez delentierro. Claro está que hubo razones de higiene y de hacinamiento que llevaron a losque emprendieron las reformas a fines del siglo pasado a proponer este paso, el cual,aunque quizás no lo sepan todos los cristianos de Occidente, sigue siendo algo a lo quese opone firmemente la ortodoxia del Oriente (a pesar de la escasez de tierras quesufren algunos países, cuando menos Grecia), al igual que los judíos ortodoxos y losmusulmanes. Sin embargo, clásicamente la cremación ha tendido a pertenecer más alámbito de la teología hindú o budista. De igual manera, aunque en menor grado y anivel popular, la vemos como una cultura que está penetrando con cierta rapidez.Cuando alguien pide que sus cenizas se dispersen en las laderas de una colina que era

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su favorita o en un río o playa que le gustaba mucho, podemos entender sussentimientos (aunque al hacerlo, quizás les estaríamos negando a los afligidos deudosun lugar específico al que pueden ir a visitarlo para llorar su tristeza). Sin embargo, laimplicación subyacente de un deseo de fundirse simplemente con el mundo creado, sinafirmación alguna de la vida futura de una nueva personificación, desaparece ante lacontundencia de la teología cristiana clásica. Claro está que no pretendo decir que la cremación sea una herejía. Ya hablaré a sudebido tiempo sobre la relación que tiene con el cuerpo en la resurrección.Simplemente pretendo destacar que se evidenció un gran cambio en el pensamientodurante el siglo pasado que privilegió la cremación y que éste refleja, cuando menos enparte, algunas de las confusiones que hemos observado, tanto en la Iglesia, como en elmundo en general. Y, ya que estamos abordando este tema, quisiera mencionar queuna ceremonia en un edificio que se utiliza únicamente para cremar es un evento muydiferente a un funeral, venga éste seguido, o no, por una cremación, puesto que elfuneral se celebra en un edificio que se utiliza diaria y semanalmente para la oración,la eucaristía, la celebración, los bautizos y las bodas y toda la vida de adoración y cultode una comunidad. Por otra parte, viéndolo desde otra perspectiva, podríamos decirque hay algo fabuloso y profundo en el acto de entrar a una iglesia atravesando elcementerio en el que están enterrados todos aquellos que han adorado a Dios duran tesiglos en ese lugar. Ahora bien, también, esa es otra historia. Cuando se trata de los funerales en sí, la confusión de otros ámbitos se refleja tambiénaquí con bastante fidelidad (si ésa es la palabra que podemos utilizar). Es tanto lo queha sucedido en las diferentes iglesias que sólo puedo hacer comentarios muy selectivosy relativos a mi propia Iglesia (la Iglesia de Inglaterra). Las verificaciones realizadas alazar con respecto a otras iglesias indican que también en ellas es bastante típico lo queles voy a decir. Cuando surgieron las nuevas liturgias fúnebres de la Iglesia deInglaterra, a fines del siglo xx, se publicaron varios recursos bastante útiles paraayudar al clero a aprovechar las mejores oportunidades pastorales entre una serie depasajes sensibles, aunque a menudo engañosos. Uno de tales libros que fuera publicadopor la editorial oficial de la Iglesia de Inglaterra y con recomendaciones en su prefacioofrecidas por altos personeros de la Iglesia, nos ofrece una guía fabulosa que nospermite tener una idea de todo lo que quisiéramos saber y hacer, excepto en cuanto alhecho de que, en ningún lugar de este libro se hace mención siquiera una vez a lapalabra resurrección. Más aún, quizás esto no nos sorprenda tanto cuando examinemoslos nuevos oficios en sí. Afortunadamente, la resurrección no ha desaparecido de ellos,aunque sí se ha apagado su presencia, se le ha restado importancia y, más bien, el tenorgeneral apunta a respaldar la visión, cada día más prevaleciente, de una sola etapa en eldestino posterior a la muerte que «convierte la oscuridad de la muerte en el amanecerde una nueva vida y la tristeza de la partida en la dicha del cielo», tal como lo señala

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una de las oraciones. También podríamos decirlo en otras palabras: si alguien acudieraa uno de estos oficios fúnebres sin tener idea sobre cuáles eran las enseñanzas alrespecto de la religión judía y de la religión cristiana clásicas, este funeral haría muypoco para ilustrar a esta persona y, más bien, contribuiría ampliamente a confundirla oconfirmarle el enredo mental que ya tenía con respecto a estos ritos. Las «oraciones en las que se encomienda al difunto» tampoco ayudarían mucho, talcomo se aprecia a continuación:

...encomendamos a N a tus brazos de misericordia,en la creencia de que, al haberle perdonado sus pecados,él/ella compartirá un lugar de felicidad, luz y pazen el reino de tu gloria por siempre. ...Dios ahora le da la bienvenida a él/ella a su mesa en el cieloPara que comparta la vida eterna con todos los santos. Encomendamos a N a tu misericordiay te rogamos porque al acercarlo/acercarla a ti,nos darás tu bendición de paz... Lo/la encomendamos a tu misericordia,y rogamos porque nos muestres el camino de la vida,y la plenitud de la dicha en tu presenciapor toda la eternidad.

En medio de esta secuencia, hay una oración que se destaca por su clara afirmación delo que los primeros cristianos hubieran querido decir:

Confiando en tu fidelidad,encomendamos a N a tu misericordiamientras aguardamos ese gran díaen que tú nos resucites triunfantes con él/ella a la viday en que nos presentemos ante ti,con toda tu creación hecha nueva en él,en la gloria de tu reino celestial.

Aunque se nos podría excusar por preguntarnos si la última línea no nos quita con lamano izquierda lo que nos acaba de conceder con la derecha, ya que el punto medularde la nueva creación y de la resurrección en sí es que éste es el momento en el que el«reino celestial» llega a la tierra plenamente y finalmente. Podemos decir, entonces, que el principal oficio funeral de la nueva Iglesia deInglaterra nos daría un indicio muy poco claro sobre la creencia cristiana clásica.

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Tampoco nos ayudaría mucho el «entierro de las cenizas», que termina con las tresoraciones que aparecen a continuación:

Padre Celestial,te agradecemos por todos los que amamos aunque ya no veamos.Al recordar a N en este lugar,muéstranos nuestro principio y nuestro final,el polvo del que venimosy la muerte a la que nos dirigimos,con firme esperanza en tu amor eterno y tus propósitos para nosotros,[éste es el punto en el que en los servicios anteriores se hubiera dicho: «en la certeza y en laesperanza cierta de la resurrección», u otras palabras similares y con el mismo efecto], enJesucristo nuestro Señor. Amén. Dios de esperanza,concédenos que nosotros y todos aquellos que hemos creído en ti,podamos estar unidos en el pleno conocimiento de tu amory en la visión clara y transparente de tu gloria;a través de Jesucristo nuestro Señor. Amén. Que la infinita y gloriosa Trinidad,el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo,guíe nuestras vidas mediante buenas obras,y después de nuestro paso por este mundonos conceda el descanso eterno con todos los santos. Amén.

Todas estas son oraciones emotivas, humildes y delicadas. Sin embargo, no mencionanen ningún momento la esperanza característica del cristiano. Yo espero que aquellosque toman con seriedad el argumento que pretendo plantear en este libro examinarán lapráctica actual de la Iglesia, desde sus liturgias oficia- 1 les hasta todos los textos ypasajes que las rodean, y tratarán de descubrir maneras más frescas y novedosas deexpresar, personificar y enseñar lo que verdaderamente enseña el Nuevo Testamento,en vez de aquellas teorías y opiniones desmembradas, que se sostienen vagamente yque entienden a medias lo que estamos viendo en estos dos primeros capítulos.Francamente, no me resta otra cosa que decirles que lo que tenemos en este momentono es, tal como solían decirlo las viejas liturgias, «la esperanza segura y cierta de laresurrección de los muertos», sino el optimismo vago y difuso de que, de algunamanera, las cosas pudieran terminar funcionando al final de cuentas. Se han suscitado varias discusiones recientes sobre las liturgias contemporáneas paralos funerales. Sin embargo, no es el momento, ni contamos aquí con el espacionecesario para debatirlas con amplitud. Simplemente, quisiera destacar queúltimamente encontramos una y otra vez lo que ha venido a convertirse en el enredoclásico para aquellos que no han pensado lo que quiere decir verdaderamente la

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palabra «resurrección», o lo que es igual, el colapso del lenguaje de la «resurrección»en el lenguaje de «ir al cielo». Así, por ejemplo, Paul Sheppy nos ilustra esto en TheWord of Resurrection (La Palabra de Resurrección):

Señor, Tú renuevas la faz de la tierra;Conduce ante ti y reúne contigo a N a quien hemos amado,Y concédele a ella aquellas cosasque los ojos no han visto ni los oídos han escuchado,ni el corazón humano ha imaginado.

Ahora bien, una vez más esto no puede verse como «la esperanza segura y cierta de laresurrección del cuerpo», arraigada y basada en la resurrección de Jesús mismo yubicada dentro de la promesa de los nuevos cielos y la nueva tierra. Más bien, es laesperanza generalizada y piadosa de una inmortalidad bendita que empieza más omenos al mismo tiempo y continúa en un futuro no diferenciado. Lo que es más, estaincapacidad para distinguir entre el estado bendito, aunque temporal, al que ingresa elpueblo de Dios en la muerte, y la resurrección final por la que sigue esperando toda lacreación, se ha logrado reflejar en las oraciones colectas, en las oraciones eucarísticas,devocionarios y otros materiales litúrgicos. A medida que se vaya desarrollando elargumento de este libro, se hará más claro que no es posible simplemente consideraréste como el tipo de problema ante el cual podemos simplemente levantar los hombrosy decir bueno, hay diferentes puntos de vista sobre estos temas». Todo lo que digamossobre la muerte y la resurrección le da forma y color a todo lo demás. Si no tenemos eldebido cuidado, simplemente ofreceremos una «esperanza» que ya no es una sorpresa,que ya no logra transformar vidas y comunidades en el presente y que ya no esgenerada por la resurrección de Jesucristo mismo que nos permite mirar hacia adelantey esperar los nuevos cielos y la nueva tierra prometida. Los himnos, el año litúrgico cristiano y las ceremonias de la muerte nos cuentan porseparado una historia similar. Quizás igualmente importante es la teología más extensay la visión más amplia del mundo que van mano a mano con este enredocontemporáneo. 4. Las implicaciones más amplias de la confusión ¿Qué papel juega una creencia en la vida más allá de la tumba dentro del espectro delos asuntos más amplios que enfrentamos en relación con la vida y el pensamientocristiano? En un comentario que se hizo muy famoso, Karl Marx mencionó que la religión era elopio del pueblo. Él suponía que los gobernantes opresivos podían utilizar la promesade una vida futura de dicha y felicidad para tratar de impedir que las masas se

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levantaran e hicieran revueltas. Ese ha sido el caso con mucha frecuencia. No obstante,yo tengo la impresión de que esto es lo que sucede cuando la «religión» en cuestióntambién le resta importancia platónicamente a los cuerpos y al orden creado engeneral, considerándolos como las «sombras vanas» de la tierra que dejaremos detráscon toda felicidad al morir. ¿Para qué tratar de mejorar la prisión que nos circunda sinuestra liberación está muy cercana? ¿Para qué aceitar los engranajes de una máquinaque pronto va a caerse por un precipicio? Este es precisamente el efecto que hangenerado hasta la fecha algunos cristianos devotos que creen genuinamente que la«salvación» no tiene nada que ver con la forma en la que está ordenado el mundoactual. Por el contrario, se ha observado con bastante frecuencia que las sólidas doctrinasjudía y cristiana de la resurrección, como parte de la nueva creación de Dios, leotorgan más y no menos valor al mundo presente y a los cuerpos que tenemosactualmente. Lo que estas doctrinas ofrecen, tanto en el judaísmo clásico, como en elcristianismo clásico, es un sentido de continuidad, al igual que de discontinuidad entreel mundo actual (y el estado actual) y el mundo futuro, cualquiera que sea, con elresultado de que es indiscutible que lo que hacemos en el presente tiene unagrandísima importancia. San Pablo nos habla de la resurrección futura como un motivode gran importancia para tratar adecuadamente nuestros cuerpos en el tiempo presente(1 Cor 6,14), lo cual es razón no para sentarnos a pensar y esperar a que todo suceda,sino para trabajar arduamente en el presente sabiendo que nada que se haga en lagracia del Señor, en el poder del Espíritu y en el tiempo actual se desperdiciará en elfuturo de Dios (1 Cor 15.58). Más adelante, volveremos a analizar este punto. Por consiguiente, la doctrina cristiana clásica es, en realidad, mucho más poderosa yrevolucionaria que aquella que preconizara Platón. La gente que se levantó contra elCésar en los primeros siglos de la era cristiana era gente que creía firmemente en laresurrección y no gente que transigía y que simplemente buscaba una maneraespiritualizada de sobrevivir. Una piedad y una devoción con las que se ve a la muertecomo el momento de «por fin volver a casa», el momento en el que somos «llamados ala paz eterna de Dios», no tienen nada, en lo absoluto, en contra de las ideas deaquellos que quieren darle forma al mundo para que se adapte a sus propios fines. Porel contrario, la resurrección siempre se ha relacionado con una visión muy sólida de lajusticia de Dios y de Dios como el buen Creador. Estas dos creencias, que siempre vande la mano, no dieron lugar a un consentimiento sumiso ante la injusticia del mundo,sino a una firme resolución de oponerse a ella. Es bastante elocuente que losevangélicos ingleses dejaran de creer en el imperativo urgente de mejorar la sociedad(tal como lo podemos apreciar en el Wilberforce de fines del siglo XVIII y deprincipios del siglo XIX), aproximadamente al mismo tiempo en que dejaron de creerfirmemente en la resurrección y se contentaron, más bien, con un cielo incorpóreo.

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También este tema crucial lo volveremos a abordar en los últimos capítulos de estelibro. 5. Las preguntas clave Espero que el breve recuento que se ha presentado en estos dos primeros capítulos seasuficiente para dar cuando menos una idea general de la imagen bastante confusa queenfrentamos todos los días, tanto en el mundo actual como en la Iglesiacontemporánea. Ahora debemos proceder, más bien, a enumerar las preguntas claveque subyacen y que constituyen la estructura básica de todo este libro, así comotambién debemos abordar en términos generales aquellas discusiones y soluciones queofreceremos en los capítulos siguientes. Las dos primeras preguntas están incorporadas como presunciones en todo momento,sin que se les haya asignado un capítulo en particular. La primera de ellas es lasiguiente: ¿cómo tenemos conocimiento sobre todo esto? Mi propia Iglesia, la Iglesiade Inglaterra, parte de la comunidad anglicana mundial, declara que encuentra sudoctrina en las Escrituras, la tradición y la razón, todas ellas unidas en la combinaciónadecuada. Yo sugeriría que gran parte de nuestra visión actual de la muerte y la vidamás allá de la muerte no ha provenido de ninguna de éstas, sino de los impulsos que seaprecian en una cultura que ha sido fundada sobre las mejores tradicionessemicristianas informales y que ahora necesita ser sometida a una reevaluaciónadecuada a la luz clara de las Escrituras. En realidad, las Escrituras nos enseñan muchoacerca de la vida futura sobre la cual la mayor parte de los cristianos y casi todos losno cristianos nunca han escuchado hablar. Claro está que la evidencia de laparasicología y de otros estudios similares, al igual que de las que se conocen comoexperiencias «cercanas a la muerte», no carecen de importancia, aunque con muchafrecuencia se mezclan fácilmente con la acumulación de la sabiduría popular.Aquí lo que nos compete es ir más allá de todo esto e investigar las riquezas, a menudoolvidadas, de la misma tradición cristiana que tienen en las Escrituras su eje medular. En segundo lugar, está la siguiente pregunta: ¿tenemos almas inmortales? Y, de ser así,¿qué son estas almas inmortales? Una vez más, gran parte de la tradición cristiana ysubcristiana se ha basado en el supuesto de que, en realidad, cada uno de nosotros tieneun «alma» que requiere ser «salvada», y que si «se salva» esa «alma», entonces ésaserá la «parte» nuestra que «irá al cielo al momento de nuestra muerte». Sin embargo,todos estos argumentos encuentran un respaldo muy limitado en el Nuevo Testamento,incluidas las enseñanzas de Jesús donde la palabra «alma», aunque es muy pocofrecuente, al aparecer refleja las palabras hebreas o arameas subyacentes que no serefieren a una entidad incorpórea que se esconde en la estructura externa del cuerpodesechable, sino, más bien, a aquello a lo que podríamos denominar la «persona»

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integral o la «personalidad» vista como enfrentada a Dios. En cuanto a la inmortalidad,1 Tim 6:16 establece que solo el mismo Dios tiene inmortalidad, mientras que 2 Tim1:10 declara que la inmortalidad solo ha salido a la luz y, por lo tanto, podemossuponer, que nada más está disponible a través del Evangelio. Dicho en otras palabras,la idea de que todo ser humano posee un alma inmortal que es la parte «real» suya noencuentra mayor respaldo en la Biblia. En tercer lugar, el punto de partida de todo el pensamiento cristiano acerca de estetema en general debe ser la propia resurrección de Jesús. Sin embargo, para entenderlay para comprender lo que significó la misma para los primeros discípulos, así como larazón por la que derivaron de ella las conclusiones que hoy conocemos, debemosprimero analizar aspectos de la vida después de la muerte en el propio mundo de Jesús,el mundo del primer siglo del judaísmo, dentro de sus raíces en el Nuevo Testamento ysu contexto circundante en el mundo de Grecia y de Roma. Por consiguiente, en eltercer capítulo se procederá a examinar las creencias del mundo antiguo sobre la vidadespués de la muerte, así como la naturaleza radical y revolucionaria de la creenciajudía en la resurrección que floreció en los tiempos de Jesús. A su vez, en el cuartocapítulo se abordará, dentro de ese mismo contexto, la pregunta siguiente: ¿quépodemos decir sobre la resurrección de Jesús mismo? Esto nos permitirá proyectarnos hacia la segunda parte, la parte central de este libro, enla que se formula la pregunta siguiente: ¿cuál es entonces la esperanza cristianafundamental, tanto para el mundo en general, como para cada uno de nosotros? Esteaspecto se divide en tres temas separados, cada uno de los cuales tiene sus divisionessubsiguientes en cuanto al material abordado. En primer lugar, ¿qué es lo que podemosdecir sobre el futuro de todo el cosmos? En segunda instancia, ¿a qué nos referimoscuando decimos que Jesús «desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a losmuertos»? Y en tercer lugar, ¿a qué deberíamos referirnos y qué deberíamos creersobre la «resurrección del cuerpo y la vida futura»? Sin embargo, hay una preguntaadicional, que se relaciona con todo esto, pero que a mí me pareció tan importante que,más bien, decidí hacer de ella un libro separado y abordarla por su cuenta: ¿dónde seencuentran ahora los muertos, especialmente los muertos cristianos? ¿Qué podemosdecir sobre ellos en el momento actual? ¿Deberíamos rezar por ellos o incluso rezarlesa ellos? ¿Se nos permite algún contacto con ellos? ¿Qué es la Comunión de los Santos?Y, finalmente, tenemos una interrogante que es igualmente importante: ¿cómo puedenllorar de forma adecuada los cristianos la muerte de un ser querido? En este libro, heresumido todos estos temas en un solo capítulo que se combina con una sección sobrela perspectiva de la pérdida final. A continuación, en la tercera y última parte de este libro, volvemos del pasado (parte1), al igual que del futuro (parte 2), al presente y nos preguntamos lo siguiente: ¿cómo

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podemos celebrar adecuadamente y vivir de conformidad con esta esperanza precisa ennuestra época actual y en nuestra cultura contemporánea? ¿Que significará todo esto,específicamente en términos de la misión de la Iglesia y del trabajo en el mundo?¿Cómo podríamos ver la «esperanza», no solo en el futuro final, sino en el futuro máscercano que nos espera? ¿Qué sorpresas podrían estar esperándonos? Por consiguiente, todo el libro es un intento por reflejar la Oración en sí de nuestroSeñor cuando nos dice, «venga a nosotros tu reino, así en la tierra como en el cielo».Esa sigue siendo una de las frases más poderosas y revolucionarias que podamos deciren algún momento. Tal como yo lo veo, la oración recibió su respuesta más poderosaen la primera Pascua y será respondida final y plenamente cuando se unan el cielo y latierra en la nueva Jerusalén. La Pascua fue aquel tiempo en el que la Esperanza enpersona sorprendió a todo el mundo al salir del futuro para entrar en el presente. Laesperanza final futura sigue siendo una sorpresa y esto se debe en gran parte a quenosotros no sabemos cuándo llegará, pero también en parte a que en el presente solotenemos imágenes y metáforas de la misma, lo que nos deja tan solo con la posibilidadde adivinar que la realidad será mucho más importante y aún mucho más sorprendente.De igual manera, la esperanza intermedia, aquella de las cosas que pasan en el tiempopresente que ponen en práctica la Pascua y anticipan el día final, siempre essorprendente porque, cuando es cuestión nuestra, nos hace caer en una especie decolusión con la entropía, aceptando la creencia general de que las cosas pueden estarempeorando pero que no podemos hacer mayormente nada al respecto. Y en esoestamos equivocados. Nuestra tarea en el presente, de la que Dios mediante, esperoque este libro forme parte, es la de vivir como gente de la resurrección entre la Pascuay el día final, con nuestra vida cristiana comunitaria e individual, así en la adoración aDios, como en nuestra misión en este mundo, en tanto un signo de lo primero y unaanticipación de lo segundo.

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Capítulo 3

La esperanza cristiana en los primeros tiemposdentro de su ambiente histórico

1. Introducción El viernes 25 de octubre de 1946, a las 8:30 de la noche, dos de los más grandesfilósofos del siglo veinte se reunieron en el King’s College de la Universidad deCambridge por primera y última vez. Esa ocasión en la que estuvieron frente a frenteno fue muy afortunada. Más adelante, cuando aquellos que estaban presentescompararon sus percepciones, no lograban ponerse de acuerdo con respecto a lo quehabía pasado con exactitud. Los dos filósofos a los que se hace referencia no son otros que Ludwig Wittgenstein yKarl Popper. Wittgenstein ya se había ganado la fama de ser una persona brillante ymuchos habían caído bajo el influjo de sus ideas revolucionarias. Era el presidente delClub de Ciencias Morales de Cambridge (en Cambridge, cuando se habla de «Cienciasmorales», a lo que se refieren es a la «filosofía»). Sin embargo, muchos otros filósofos,entre los que se contaba Popper, lo veían con mucho recelo. Popper apenas se estabahaciendo famoso al haber publicado recientemente la traducción al inglés de su obramaestra The Open Society and its Enemies (La sociedad abierta y sus enemigos).Ambos hombres habían sido criados como judíos asimilados en la Viena anterior a laguerra. Wittgenstein había crecido en el seno de una familia acaudalada con el mundoa sus pies. Por el contrario, Popper había crecido en un ambiente mucho más común ycorriente. Durante mucho tiempo, Popper había esperado la oportunidad de demostrarla locura del pensamiento de Wittgenstein y de pronto se le ofrecía la oportunidad dehacerlo. Había ido a Cambridge para presentar una ponencia que le permitiría atacar defrente al gran hombre. Era una noche fría y habían encendido el fuego en la chimenea.Wittgenstein estaba sentado al lado de ella. Muchos de los que estaban presentes yaeran o estaban por convertirse en nombres muy conocidos de la filosofía: BertrandRussell, Peter Geach, Stephen Toulmin, Richard Braithwaite. Otros optaron, más bien,por profesiones distintas, tales como el derecho. Muchos de ellos siguen vivos yrecuerdan la ocasión bastante bien. Cuando menos, así lo han hecho saber. No había motivo para que Popper supiera que Wittgenstein no tenía la costumbre deescuchar el final de las presentaciones o que se le conocía por ser arrogante y bastantegrosero. Tenía el hábito de abandonar, frecuentemente, las reuniones antes de que

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terminaran. No había transcurrido mucho tiempo en esa reunión, y es aquí dondecomienzan a ser diferentes los relatos, cuando Wittgenstein interrumpió a Popper y losdos empezaron un breve intercambio de palabras bastante cáustico. En un puntoespecífico, Wittgenstein tomó el atizador de la chimenea y comenzó a blandirlo. Pocodespués, abandonó el salón y nunca volvió. No pasó mucho tiempo antes de que los rumores acerca de lo que había sucedidocomenzaran a darle la vuelta al mundo. Popper recibió una carta de Nueva Zelanda enla que le preguntaban si era cierto que Wittgenstein lo había amenazado con unatizador de fuego que estaba al rojo vivo. Desde ese día en adelante, las grandesmentes que estuvieron presentes no logran ponerse de acuerdo con respecto a lo quepasó exactamente esa noche. Algunos dicen que el atizador estaba caliente, al rojovivo, mientras que otros indican que estaba frío. Algunos dicen que Wittgensteinsimplemente lo blandió para enfatizar el punto que estaba esgrimiendo (lo que nohubiera sido nada inusual de su parte). Otros, entre los que se cuenta Popper, señalanque parecía estar amenazando con el atizador a su oponente. Algunos relatan queWittgenstein abandonó el lugar luego de un intercambio muy iracundo con Russell yque, después de haberse ido, Popper sugirió como ejemplo de un principio moralobvio: «No amenazar a los oradores invitados con atizadores de fuego». Otros, entrelos que también se cuenta Popper, dicen que Wittgenstein abandonó el lugar cuandoPopper se lo dijo en su cara. Algunos recuerdan que golpeó fuertemente la puerta yotros sostienen que abandonó el lugar silenciosamente. No cabe duda de que ésta esuna historia fascinante y recientemente la misma ha quedado reflejada en un libro quedemuestra tener bastante iniciativa. La primera conclusión que se puede derivar de estelibro es que, probablemente, Wittgenstein abandonó el lugar antes de que Popperhiciera el comentario. Es probable que la memoria de Popper lo haya traicionado. Élestaba tan interesado en esta reunión y en la misma había tanto en juego para él, a nivelpersonal, al igual que profesional, que se moría por contar lo sucedido como la historiade su famosa victoria sobre Wittgenstein. Por lo tanto, se apresuró a hacer eso y sinpasar mucho tiempo, el mismo se creyó su propio cuento. Nadie logra ponerse de acuerdo sobre los detalles precisos. Sin embargo, tampoconadie pone en duda que la reunión haya tenido lugar. Nadie duda de que Wittgensteiny Popper hayan sido los dos principales adversarios y que Russell haya actuado comouna especie de árbitro principal del encuentro. Nadie pone en duda que Wittgenstein,cuando menos, blandió el atizador y salió del lugar con bastante brusquedad. He empezado el capítulo con este relato por una razón muy obvia. Es algo común ycorriente para los abogados estar en un ambiente en el que los testigos presenciales deun hecho están en desacuerdo, aunque esto no quiera decir en lo absoluto que nadahaya pasado. Lo que más llama la atención por extraordinario es que el desacuerdo

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suceda cuando todos los testigos presenciales son en extremo eruditos y estánprofesionalmente involucrados en el mundo del conocimiento y de la verdad. Pero,aquí tenemos ese caso. De igual manera, el Evangelio cristiano afirma como hechocentral, sin el cual no existiría ningún evangelio, que algo sucedió quizás cincuentaaños antes de los registros más detallados que tenemos al respecto y ésa es la razón porla que esos registros y esos recuentos no concuerdan entre sí con toda exactitud.Algunos han esgrimido que esto pone en duda si pasó algo en realidad ese primer díade Pascua. En los cuatro evangelios, así como en Hechos y Pablo, tenemos unequivalente del primer siglo de los diversos relatos acerca del atizador que blandió enel aire Wittgenstein y ahora mi pregunta es muy clara: ¿de qué tipo de evento se trató?¿En realidad, cuán vacía estuvo la tumba esa mañana de Pascua? Claro está que con esto nos metemos de lleno en el epicentro mismo de uno de losdebates que ha molestado a la Iglesia convencional de Occidente durante más de unsiglo. William Temple, quien más adelante se convertiría en el arzobispo deCanterbury, no fue ordenado sino hasta que se convenció de que verdaderamente creíaen la resurrección corporal de Jesús. Más adelante, muchos miembros del clero, entrelos que se contaron numerosos obispos, no tomaron la misma línea y David Jenkinsfue famoso por avivar toda una tormenta de controversias con sus comentarios sobre latumba vacía, los huesos de Jesús y trucos de prestidigitación, aunque sus palabras,como el intercambio entre Popper y Wittgenstein, han logrado una carrera subsiguientemuy interesante en la tradición oral y escrita. ¿Qué debemos creer sobre laresurrección de Jesús y por qué? Esta pregunta se ha enredado más aún con otras que se relacionan con la mismaaunque son claramente diferentes y cada día es más difícil aclarar la mente de la gentelo suficiente como para concentrarse en los problemas reales. Aquí lo que está enjuego no es si la Biblia es verídica o no. El problema y lo que está en juego no esdeterminar si los milagros ocurrieron o no. Lo que está en juego no es si creemos enalgo llamado «lo sobrenatural» o no. Lo que está en juego aquí no es si Jesús está vivohoy y si podemos llegar a conocerlo nosotros mismos. Si nosotros abordamos todo elaspecto de la Pascua de Resurrección simplemente como un caso de comprobación encualquiera de estas discusiones, no estaremos entendiendo de lo que todo esto se trata. Tampoco podemos decir, aunque muchos si lo hayan intentado hacer, que debido a queconocemos las leyes de la naturaleza, mientras que la gente de siglo uno no lasconocía, sabemos que Jesús no se pudo haber levantado de entre los muertos. Como hepodido demostrar con considerable grado de detalle en otros puntos, los habitantes delmundo antiguo, con la excepción de los judíos, eran firmes y categóricos en cuanto aque los muertos no volvían a levantarse y los judíos no creían que nadie lo había hechohasta el momento o que nadie lo podría hacer por sí mismo antes de la resurrección

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general. Sin embargo, incluso luego de haber aclarado esos malentendidos, persistenlas preguntas más profundas. ¿En qué creían precisamente los primeros cristianos?¿Por qué utilizaron el lenguaje de la resurrección para expresar esa creencia? ¿Es talvez posible montar un caso histórico a favor o en contra de una tumba vacía y de laresurrección corporal, o siempre se tratará de un asunto que uno lo toma o lo deja, deuna creencia que uno la acepta o la rechaza? ¿Cuán lejos puede llevarnos la historia,qué papel juega la fe y cómo pueden combinarse la fe y la historia en este aspecto? Lapregunta no estriba simplemente en qué podemos saber, sino también en cómopodemos saberlo y en este punto es en el que se está cuestionando todo nuestroconocimiento. Edmonds y Eidinow llevaron a cabo su investigación sobre el encuentro entre Popper yWittgenstein utilizando dos métodos fundamentales. En primer lugar, interrogaron alos testigos presenciales con el propósito de asegurarse de contar con la evidenciaaparente de primera mano para su investigación. En segundo lugar, reconstruyeron, enforma por demás minuciosa, los antecedentes de la reunión en términos de las vidascomplejas y de las agendas complicadas que tenían los dos principales actores. Luego,procedieron a derivar sus conclusiones en la forma de una narrativa históricarelacionada, esgrimiendo no solo que era totalmente cierta, sino que era la manera másprobable de reconciliar los diferentes argumentos. Es necesario que hagamos algo similar cuando analizamos el hecho de la tumba vacíay el acontecimiento de la Pascua de Resurrección en sí. Los testigos presenciales, si asílos podemos considerar, son bien conocidos por todos. Los tenemos frente a nosotrosen el Nuevo Testamento. Podemos reconstruir los antecedentes de forma bastantecabal en términos de las creencias y expectativas de los judíos y de la propia carrerapública de Jesús, así como de las creencias y esperanzas de sus seguidores. Sinembargo, existe un tercer elemento que no tiene paralelismo con el debate que tuvolugar en Cambridge en el año de 1946. Los aspectos filosóficos que allí se discutierony la acalorada vehemencia que generaron fueron cuestión de su tiempo y ya hanquedado en el pasado. A Popper se le considera, cada día más, como un «pensador queno tiene nada nuevo que ofrecer» y el legado más brillante de Wittgenstein esprofundamente ambiguo. Al analizar la filosofía que nos dejaron no podemos decirquién ganó el debate esa noche, si es que acaso alguno de ellos lo ganó. Incluso si hoyen día pudiéramos determinar que el logro de uno de ellos fue superior al del otro, estoquizás no tendría nada que ver con los diez minutos de acalorada retórica que sevivieron en Cambridge. Ahora bien, en el caso de la Pascua de Resurrección, las cosasson diferentes. Lo que sucedió entonces, sea lo que sea que haya ocurrido, generó algobastante nuevo, algo que creció y se desarrolló de formas muy particulares aunquesiempre hayan tenido este momento singular como su punto de origen. Porconsiguiente, una parte fundamental de nuestra investigación debe girar alrededor del

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análisis del movimiento cristiano emergente y preguntarnos: ¿qué lo ocasionó? Aun sinuestros testigos presenciales no están de acuerdo con respecto a los detalles, algodebe haber sucedido. Ya que he escrito ampliamente sobre este tema en otros capítulos, ahora podemos irdirectamente al meollo mismo de este asunto. En este capítulo, ubicaré las creencias delos primeros cristianos acerca de la vida después de la muerte en el mapa de lasvisiones antiguas del mundo, tanto la pagana, como la judía. Los resultadossorprendentes de este ejercicio nos llevarán atrás, en el siguiente capítulo, a lasnarrativas mismas de la Pascua de Resurrección para alcanzar una investigación nuevay fresca con respecto a su naturaleza y su procedencia y nos permitirán reflexionar entorno a las opciones que se le abren a todo historiador. 2. La resurrección y la vida después de la muerte en el paganismo y en eljudaísmo antiguos Empecemos, pues, con esta pregunta: ¿qué creía el mundo antiguo sobre la vida másallá de la muerte? A continuación, voy a resumir el amplio cúmulo de evidencia que yahe establecido en otros párrafos. Según lo veía el mundo pagano, el camino al mundo del más allá solo iba en unsentido. La muerte era todopoderosa. En primer lugar, nadie podía escapar de ella ytampoco nadie sería capaz de doblegar su poder una vez que había llegado. Todo elmundo sabía que, en realidad, no había respuesta alguna a la muerte. Entonces, elmundo pagano antiguo se dividía, en líneas generales, entre aquellos que, tal como lassombras de Homero, podrían haber querido un nuevo cuerpo, aunque sabían que nopodrían tenerlo y aquellos que, como los filósofos de Platón, no querían un cuerponuevo porque era mucho mejor para ellos ser un alma incorpórea. Dentro de este mundo, la palabra «resurrección», en sus equivalentes del griego, ellatín y otras lenguas, nunca se usó para que denotara la «vida después de la muerte». Eltérmino «resurrección» era el que se utilizaba para referirse a la nueva vida corporaldespués de cualquier tipo de «vida después de la muerte» que pudiera existir. Cuandoen la antigüedad se hablaba de la resurrección, bien sea para negarla (como lo hacíantodos los paganos) o para afirmarla (como era el caso de algunos judíos), a lo que seestaban refiriendo era a una narrativa en dos partes en la cual la resurrección, que serefería a la nueva vida corporal, sería precedida por un período interino de muertecorporal. Por consiguiente, la «resurrección» no era una manera dramática o vívida dehablar sobre el estado al que pasaba la gente inmediatamente después de la muerte.Denotaba algo que podía suceder (aunque casi todo el mundo pensaba que nosucedería) algún tiempo después de ese momento. Ese significado es constante a todo

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lo largo de la historia del mundo antiguo hasta que surgen las acepciones postcristianasdel gnosticismo del segundo siglo. En el mundo antiguo, la mayoría creía en la vidadespués de la muerte. Algunas de estas personas desarrollaron creencias complejas yfascinantes a este respecto, que nosotros simplemente acabamos de abordar en formamuy general. Sin embargo, aparte del judaísmo y del cristianismo (y quizás delzoroastrianismo, aunque la fecha de esta corriente es controversial), ellos no creían enla resurrección. En cuanto a su contenido, la «resurrección» se refería específicamente a algo que lesucedía al cuerpo. Por lo tanto, esto condujo a los debates posteriores sobre la forma enla que Dios lo haría, sobre si él empezaría con los huesos existentes o haría huesosnuevos, o cualquiera que fuera la modalidad que eligiera. Uno solo pudiera tenerdebates como ése si tuviera la total claridad de que verdaderamente terminaría con algofísico y tangible, por así decirlo. Todo el mundo sabía de los fantasmas, los espíritus,las visiones, las alucinaciones y otras manifestaciones similares. En el mundo antiguo,casi todas las personas creían en alguna de estas cosas. Tenían bastante claridad conrespecto al hecho de que eso no era lo que quería decir el término «resurrección».Cuando se relata que Herodes creía que Jesús podía ser el propio Juan el Bautista quese había levantado de entre los muertos, él no pensaba en lo absoluto que fuera unfantasma. La resurrección implicaba la dimensión de corporalidad, la presencia de uncuerpo. Esto es algo que debemos enfatizar una y otra vez y mucho más aún debido aque tantos escritos modernos continúan utilizando la palabra «resurrección» de formapor demás engañosa y que lleva a malas interpretaciones, como un sinónimo virtual delas palabras «vida después de la muerte», en el sentido popular. De todo esto podemos derivar una conclusión muy importante antes de proceder aanalizar el material judío. Cuando los primeros cristianos mencionaron que Jesús sehabía levantado de entre los muertos, ellos sabían que lo que estaban diciendo era quealgo le había sucedido a Jesús y que no le había ocurrido a nadie más, que era algo quenadie esperaba que pasara. Ellos no se estaban refiriendo a que el alma de Jesús habíapartido hacia la gloria celestial. Tampoco estaban diciendo, con cierta confusión porcierto, que Jesús entonces se había convertido en un ser divino. Simplemente, esto noes lo que sus palabras querían decir. Ni en el caso de los judíos, ni en el de lospaganos, había relación implícita alguna entre la resurrección y la divinización.Cuando los antiguos romanos declaraban que el emperador que acababa de dejarlos sehabía ido al cielo y se había convertido en un ser divino, nadie soñaba siquiera condecir que él se había levantado de entre los muertos. La excepción confirma la regla:aquellos que creían que Nerón había vuelto a la vida (un grupo, que podríamossuponer que era muy similar a aquél que piensa que Elvis ha vuelto a la vida, a pesarde que todos visitan con mucha frecuencia su tumba, un lugar de reposo que es detodos conocido), no pensaban precisamente que él estaba entonces en el cielo.

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¿Y qué podemos decir, pues, del antiguo mundo judío? Algunos judíos estaban deacuerdo con aquellos paganos que negaban cualquier tipo de vida futura,especialmente una vida futura en la que volvíamos a encarnarnos en el cuerpo. Lossaduceos son famosos por haber tomado esta posición. Otros estaban de acuerdo conaquellos paganos que pensaban en términos de un futuro glorioso, aunque incorpóreo,para el alma. Aquí podemos citar el ejemplo obvio del filósofo Filón. Sin embargo, lamayoría de los judíos de esos tiempos creía que, a la larga, habría una resurrección: esdecir, la mayoría pensaba que Dios cuidaría su alma después de la muerte hasta que, alllegar el último día, daría a los hijos de su pueblo nuevos cuerpos en el momento en elque los juzgara y rehiciera todo el mundo. Esto es lo que Marta suponía que Jesús lesestaba diciendo en su conversación junto a la tumba de Lázaro: «Sé que resucitará enla resurrección del último día». Eso era precisamente lo que para ellos significaba la«resurrección». Las propias enseñanzas de Jesús durante su breve carrera pública simplementereforzaron la imagen judía. El redefinió una serie de ideas que eran actuales en esaépoca, especialmente sobre el «reino de Dios» en sí mismo, explicando en muchasparábolas codificadas y acciones simbólicas que el reinado soberano y salvador deDios estaba penetrando, incluso cuando no parecía que sus contemporáneos hubieranimaginado o querido que eso sucediese. Pero él apenas trató de redefinir la noción dela resurrección. Como veremos a continuación, cuando lo hizo, brevemente y en formabastante críptica, ni siquiera sus seguidores más cercanos tenían idea alguna de lo queél estaba hablando. En una discusión frontal sobre el tema que tuvo lugar cuando los saduceos leformularon una pregunta que, en realidad, tenía el propósito de hacerlo caer en unatrampa y que había sido planteada de manera que la idea de la resurrección se vieracomo algo ridículo, él respondió de una forma bastante tradicional, logrando manejarla pregunta mucho mejor de lo que hubiera podido ser caso de los propios fariseos,aunque sin ir significativamente más allá de lo que era la visión judía convencional dela época. Les habló de “la resurrección” como de un evento completo que tendría lugaren el futuro, cuando todos los rectos y justos se levantarían. Más aún, parece que loque indicó es que, en ese estado de resurrección, algunas cosas serían diferentes, demanera que no habría ningún problema con respecto a quién había estado casado conquién en la vida actual, que era precisamente el punto con el que los saduceos habíantratado de hacerlo caer en la trampa. Por cierto, contrariamente a lo que la gentesugiere a veces, él no mencionó que los hijos del pueblo de Dios se convertirían enángeles mediante la resurrección, sino que serían como ángeles en algunos aspectos(Mateo y Marcos) o iguales a ángeles (Lucas). Aparte de esta discusión, podría decirseque casi la única otra referencia que se ha hecho de forma global a “la resurrección” en

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los evangelios se aprecia en Mt 13:43, cuando Jesús declara que en el último día, losjustos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El eco de Dn 12:3 se encargaría deque esto se tomara como referencia a la resurrección. Cuando Jesús habla de larecompensa que espera al pueblo de Dios, simplemente se puede referir a “laresurrección de los justos” en la manera normal judía (Lc 14:14). En un escrito aisladode Juan (Jn 5:29), Jesús habla de una próxima resurrección, tanto de los que hayanhecho el bien, como de los que hayan hecho el mal. Hasta el momento, Jesús estáprecisamente a tono con lo que eran las creencias de los judíos del primer siglo.Además de su redefinición del reino del mesianismo, no parece tener nada nuevo quedecir. Excepto que entonces empieza a decirles a sus seguidores que a él mismo lo van amatar y que, luego, se levantará de entre los muertos tres días después. Claro está quemuchos eruditos y académicos han pensado que éstas son seudo “profecías” que se hanpuesto en los labios de Jesús. Incluso manifiestan que de esto se encargó la Iglesia enépocas posteriores. Yo he discutido ampliamente este argumento y he defendido elpunto de vista opuesto: soy de la opinión de que es muy probable que alguien queestaba haciendo lo que Jesús estaba haciendo y que estaba pensando como él debehaber estado pensando, pudiera anticipar su propia muerte o hacer referencia a ellacomo una imagen apocalíptica y una metáfora. Es más, también es muy probable quele haya conferido, tal como se piensa que hicieron los mártires macabeos al referirse asus propias muertes, algún tipo de importancia salvadora. En ese mundo, alguien quepensara de esa manera, estaría casi obligado a decir además lo siguiente: “Y Dios mereivindicará después de mi muerte”. Y el tipo de reivindicación que hubieran esperadotodos en esa época, tal como se afirma en 2 Mac es, sin lugar a dudas, la resurrección. Sin embargo, tal como se insiste una y otra vez en los evangelios, simplemente losdiscípulos no lograban entender lo que Jesús les estaba diciendo. En cualquier caso, susombrío anuncio calzó en la metáfora apocalíptica sobre el hijo del hombre y ellosclaramente pensaron que estaban llamados a decodificarla, aunque no sabían cómohacerlo. Lo último que se hubieran imaginado es que este portador del reino, este Jesúsen el que ellos estaban empezando a creer que podía ser el Mesías de Dios, moriría amanos de las fuerzas de ocupación paganas. En ningún momento tenemos siquiera unaleve sugerencia de que alguien haya dicho lo siguiente: “Bueno, está bien, tiene quehacerlo, tiene que morir para salvarnos y, además, después de hacerlo, se levantará deentre los muertos”. Por lo tanto, aquella vez en la que Jesús realmente parece estartratando de redefinir la creencia judía en la resurrección, al sugerir que le iba a pasar aél primero solo, ellos no tenían idea alguna de lo que él les estaba hablando. Cuandoles pidió que no dijeran ni una sola palabra sobre la transfiguración “hasta que el hijodel hombre se haya levantado de entre los muertos”, ellos se pusieron a hablar entre síy con bastante asombro se preguntaban qué es lo que querría decir ese “resucitar de

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entre los muertos”. No es que ellos no estuvieran informados sobre la resurrección.Más bien, de lo que se trataba era que ellos nunca habían pensado, incluso a pesar delsupuesto comentario de Herodes sobre Juan el Bautista que, tal como lo estabaimplicando Jesús, era algo que le sucedería a una persona antes de sucederle a todoslos demás. Este escenario es totalmente factible de creer, tanto para Jesús, como paralos discípulos. Encaja con todo lo demás que sabemos sobre su contexto, de su formade ver y comprender la vida, así como de sus motivaciones. De igual manera, también demuestra que la crucifixión de Jesús era el final de todassus esperanzas. Nadie había soñado siquiera con decir: “Bueno, no hay ningúnproblema si, después de todo, volverá en unos cuantos días”. Ni tampoco nadiecomentó: “Bueno, cuando menos, ahora está en el cielo, con Dios”. Ellos no estabanbuscando ese tipo de “reino”. Después de todo, el mismo Jesús les había enseñado arezar que el reino de Dios vendría “en la tierra como en el cielo”. Lo que ellos debenhaber dicho y, una vez más, tiene todo el sello de la verdad del primer siglo, eran cosascomo ésta: “¡Nosotros esperábamos que él sería el liberador de Israel!” (Lc 24:21), conla siguiente implicación: “pero lo crucificaron, por lo que él no puede haber sido el queesperábamos”. Cabe destacar que la cruz ya tenía un significado simbólico en todo elmundo romano, incluso mucho antes de que tuviera un significado nuevo para loscristianos. Lo que significaba era lo siguiente: somos nosotros los romanos los quegobernamos este lugar y si ustedes se interponen en nuestro camino, los borraremos dela faz de la tierra y, por cierto, lo haremos de una manera bastante dura para ustedes.La crucifixión implicaba que el reino no había venido y no que había llegado ya. Lacrucifixión de un judío que podría ser el Mesías significaba que él no era el Mesías; nosignificaba que él lo fuera. Cuando Jesús fue crucificado todos y cada uno de losdiscípulos cayó en la cuenta de lo que esto quería decir: apoyamos al hombreequivocado. El juego llegó a su fin. Cualesquiera que hubieran sido sus expectativas y,sin importar el grado en el que Jesús había estado tratando de definir talesexpectativas, según ellos veían las cosas, las esperanzas se habían hecho cenizas.Sabían que habían tenido la suerte de escapar sin pagar con sus propias vidas. Ese es el mundo dentro del cual irrumpió en la escena el cristianismo primitivo comouna novedad y aun así no tan nueva. ¿Qué sucede cuando ubicamos este movimientosúbito en el mapa del antiguo judaísmo, dentro de su contexto pagano más amplio? 3. El carácter sorprendente de la esperanza de los primeros cristianos Para decirlo en pocas palabras, la respuesta a la pregunta anterior es que las creenciasde los primeros cristianos en cuanto a la esperanza más allá de la muerte son aquellasque claramente se demuestran en el caso de los judíos, y no en el mapa pagano. Sinembargo, de siete maneras significativas, esta esperanza judía ha sido sometida a

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modificaciones dignas de mención, que se pueden graficar con una consistencia muydestacada en escritores que incluyen desde Pablo, a fines del primer siglo, hastaTertuliano y Orígenes, a fines del segundo siglo y años después. Entonces, empecemos por decir que la fe futura de los primeros cristianos se centrabafirmemente en la resurrección. Los primeros cristianos no creían simplemente en la“vida después de la muerte”. Casi nunca hablaban sencillamente de “ir al cielo cuandose murieran” (como he mencionado con frecuencia con anterioridad haciendo alusiónal título de un buen libro popular sobre este tema: el cielo es importante pero no es elfin del mundo). Y, cuando hablan del cielo como destino posterior a la muerte, parecenconsiderar esta vida “celestial” como una etapa temporal en su camino hacia laresurrección final del cuerpo. Cuando Jesús le dice al ladrón que ese mismo día estarácon él en el paraíso, “el paraíso” claramente no puede ser su último destino, tal comolo manifiesta de modo diáfano Lucas en el siguiente capítulo. Más bien, el “paraíso” esun jardín de dicha y felicidad en el que la gente descansa antes de la resurrección.Cuando Jesús declara que hay muchas moradas en la casa de su Padre, la palabra queutiliza para “moradas” es mone que denota un alojamiento temporal. Cuando Pablodice que su deseo es el de “partir para estar con Cristo, lo que es mucho mejor”, sinlugar a dudas él está pensando en una vida de felicidad con su Señor inmediatamentedespués de la muerte, aunque éste es tan solo el preludio a la resurrección en sí misma.En términos del análisis que se intentó en el capítulo anterior, los primeros cristianosse reglan firmemente por una creencia sobre el futuro que está dividida en dos etapas:en primer lugar, la muerte y aquello, lo que sea, que se encuentre inmediatamentedespués; y en segundo lugar, una nueva existencia corporal en un nuevo mundo que hasido totalmente rehecho. En el paganismo no se aprecia nada ni remotamente parecido a esto. Esta creencia nopodría ser más judía. Sin embargo, dentro de esta creencia judía, hay sietemodificaciones de los primeros cristianos, cada una de las cuales surge de escritorestan diferentes como Pablo y Juan El Vidente, Lucas, Justino El Mártir, así como Mateoe Ireneo. Esto es altamente significativo en vista de que lo que la gente cree sobre lavida después de la muerte tiende a ser muy conservador. Al enfrentarse con el dolorque produce la muerte de un ser querido, la gente vuelve atrás en busca de la seguridadde lo que había escuchado o aprendido con anterioridad. Sin embargo, todos losprimeros cristianos articulan una creencia que es bastante nueva en estas siete manerasy el historiador tiene que preguntarse entonces: ¿por qué? 1) La primera de estas modificaciones es que dentro del ámbito de los primerostiempos del cristianismo, prácticamente no hay ningún espectro de creencia sobre lavida más allá de la muerte. Lo que la gente cree acerca de la vida después de la muertey las manifestaciones sociales y culturales a través de las cuales logran su expresión

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estas creencias se cuentan notoriamente entre las características más conservadoras deuna cultura. Sin embargo, mientras que los primeros cristianos surgieron de muchascorrientes del judaísmo y de antecedentes ampliamente diversos dentro del paganismoy, por consiguiente, de círculos que deben haber tenido creencias muy diferentes sobrela vida más allá de la muerte, todos han modificado dichas creencias para que seenfoquen en un punto del espectro. En este grado, el cristianismo aparece como unavariedad del judaísmo farisaico. No hay vestigio alguno de la visión saducea o de laFilo. Los corintios, como antiguos paganos confundidos que eran, tenían entre ellos algunaspersonas que aparentemente negaban la resurrección. Bueno, es verdad que puedenhaberlo hecho, aunque esa situación no se mantuvo así durante mucho tiempo. Dosmaestros que se mencionan en las Pastorales argumentan que la resurrección ya es algodel pasado. Ese era un malentendido que tenía grandes probabilidades de ocurrir,anticipando quizás la reformulación del pensamiento gnóstico tardío de todo esteproblema, aunque no altera la impresión abrumadora de unanimidad. De igual manera,para anticiparnos a un argumento posterior, sería preferible no imaginar, tal como lohacen algunos hoy en día, que la razón de esta aparente unanimidad es que el ortodoxotorpe obliteró todo vestigio de un primer período más polimorfo. Tenemos ampliaevidencia de debates sobre todo tipo de elementos y problemas y la virtual unanimidadsobre la resurrección resalta en ellos. Apenas a fines del segundo siglo, transcurridosya 150 años desde los tiempos de Jesús, la gente empezó a utilizar a palabra«resurrección» para referirse a algo bastante diferente de aquello que significaba en eljudaísmo y en el cristianismo primitivo; en otras palabras, una “experiencia espiritual”en el presente que lleva a una esperanza incorpórea en el futuro. Durante casi todos losdos primeros siglos, la resurrección, en el sentido tradicional, no solo ocupa el lugarcentral del escenario, sino la totalidad del mismo. 2) Esto nos lleva a la segunda mutación. En el judaísmo del Segundo Templo, laresurrección es importante aunque no tanto así. Hay abundantes obras muy extensasque nunca mencionan la pregunta y menos aún esta respuesta. Sigue siendo difícillograr verdadera certeza acerca de lo que los autores de los rollos del Mar Muertopensaban sobre este tema. Aparte de algunos puntos resaltantes ocasionales, tal comose aprecia en 2 Mac 7, la resurrección es apenas un tema secundario, tangencial aldebate central. Sin embargo, en el cristiano inicial la resurrección se ha desplazado dela circunferencia para llegar al centro. Sería verdaderamente imposible imaginar elpensamiento de Pablo sin esta consideración. Uno no debe intentar siquiera imaginar elpensamiento de Juan sin se haga alusión a la resurrección, aunque algunos han tratadode hacerlo. Igualmente, es de vital importancia tanto en Clemente y en Ignacio, comoen Justino y en Ireneo. Es una de las creencias clave que enfureció a los paganos enLyon el año 177 d.C. y que los llevó a masacrar a varios cristianos, entre los que se

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contaba el obispo que precedió al gran Ireneo. La creencia en la resurrección corporalera uno de los dos aspectos centrales que el pagano doctor Galeno resal sobre loscristianos (el otro era su compostura sexual, digna de mención). Si dejamos de lado lashistorias del nacimiento de Cristo, todo lo que perdemos son dos capítulos de Mateo ydos de Lucas. Ahora bien, si no incluimos la resurrección, se pierde la totalidad delNuevo Testamento, del mismo modo que gran parte de las escrituras de los Padres delsiglo II. 3) Estas dos primeras mutaciones tienen que ver con el nuevo lugar que asumió laresurrección dentro de las primeras etapas del cristianismo, en contraposición al lugarque tuvo dentro de su judaísmo nativo. La siguiente mutación tiene que ver con algoconsiderablemente más orgánico acerca de lo que quiere decir precisamente la palabraresurrección. En el judaísmo, siempre se deja con un sentido bastante vago laexplicación sobre qué tipo de cuerpo va a poseer aquél que resucitará. Los mártiresmacabeos suponían que sería un cuerpo más o menos exacto al que tenían en esemomento. La mayoría de los textos judíos que analizan esta pregunta tienen poco quedecir al respecto, aparte de las referencias ocasionales que se han hecho a la “gloria”,quizás en el sentido de la luz. No obstante, dentro del ámbito inicial del cristianismo,desde sus mismos inicios, se incorporó como parte de la creencia en la resurrecciónque el nuevo cuerpo, aunque sin lugar a dudas sería un cuerpo en el sentido de unobjeto físico que ocupa el espacio y el tiempo, se convertiría en un cuerpotransformado, un cuerpo cuya materia, creada del antiguo material, tendríapropiedades nuevas. Ha habido un avivamiento dramático de lo que la “resurrección”en sí implicaba realmente. En un pasaje, por cierto bastante incomprendido, de 1 Cor 15, Pablo es sin lugar adudas quien establece esto con más claridad que antes. Es por ello que muchos, aunqueno todos los escritores que lo sucedieron, se refieren a él. Él habla de dos tipos decuerpos. Uno es el cuerpo actual y el otro, el futuro. Él usa dos adjetivos clave paradescribir estos dos cuerpos. Desafortunadamente, muchas traducciones lo han reflejadode una forma radicalmente equivocada en este punto, lo que ha llevado a la suposiciónmuy diseminada de que, para Pablo, el nuevo cuerpo sería un cuerpo “espiritual” en elsentido de un cuerpo “no material”, un cuerpo que, en el caso de Jesús, hubiera dejadotras de sí una tumba vacía. Puede demostrarse con amplio grado de detalle, tanto desdeel punto de vista filosófico, como exegético, que esto no es precisamente lo que Pablopretendía decir. El contraste que él pretendía establecer no es entre aquello quedenotaría el cuerpo presente “físico” y aquello que denotaría el cuerpo futuro“espiritual”, sino más bien el contraste entre el cuerpo actual animado por el almahumana normal y un cuerpo futuro animado por el espíritu de Dios. De igual manera, la cuestión acerca del cuerpo futuro es que éste será incorruptible. La

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carne y la sangre de los cuerpos actuales son corruptibles, están destinadas adescomponerse y morir. Es por ello que Pablo decía que “la carne y el cuerpo nopueden heredar el reino de Dios”. El nuevo cuerpo será incorruptible. Todo el capítulo,en el cual se aprecia una de las discusiones más largas de Pablo y el clímax vital detoda la carta es sobre la nueva creación, sobre Dios, el Creador que rehace la creaciónsin abandonarla, como hubieran querido los platonistas de todo tipo, entre los quetambién se cuentan los gnósticos. Sin embargo, esta fisicalidad transformada (o, tal como yo la he denominado en ellibro The Resurrection of the Son of God (La resurrección del Hijo de Dios), la“transfisicalidad”), no implica que uno se transforme en luminosidad. Una vez más,aquí muchos se han equivocado al entender de forma errónea la palabra “gloria” demanera que implique un brillo físico en vez de una condición dentro del mundo deDios. Este aspecto se torna mucho más aparente aún en los textos bien conocidos de laresurrección bíblica, como es el caso de Dn 12, en el cual se nos dice que los rectos,los doctos que se han levantado de la muerte brillarán como las estrellas.Sorprendentemente, este texto nunca se cita en el Nuevo Testamento con respecto alcuerpo de la resurrección, excepto en la interpretación de una parábola. Cuando loencontramos, hace referencia al mismo en forma metafórica, relacionado con lostestigos cristianos actuales del mundo. Entonces, lo que encontramos en la mayoría delos escritos de los primeros cristianos en relación con la creencia en la resurrección esla visión y opinión de que el nuevo cuerpo, cuando se le otorga a la persona, va aposeer una naturaleza física transformada, aunque no transformada en la única maneraen la que este texto bíblico central pudiera haber sugerido. 4) La cuarta mutación sorprendente que se evidencia en las creencias sobre “laresurrección” de los primeros cristianos es aquella que indica que la resurrección,como un acontecimiento, se ha dividido en dos. Una vez más, 1 Cor 15 es una cartafundamental a este respecto, aunque la resurrección se da como un hecho hasta el finalde los primeros dos siglos. Ningún judío del primer siglo, antes de la Pascua, esperabaque “la resurrección” fuera nada más que un acontecimiento a gran escala que lesucedería a todo el pueblo de Dios, o quizás a la totalidad de la raza humana, comoparte del acontecimiento súbito en el que el reino de Dios finalmente vendría para estarasí en la tierra como en el cielo. No hay sugerencia alguna de que una personaresucitaría de entre los muertos antes que todos los demás. Las “excepciones” que aveces se han citado (Enoch y Elías) no cuentan, precisamente porque: a) se sosteníaque no habían muerto y, por lo tanto, la “resurrección” (la nueva vida después de lamuerte corporal) no sería pertinente y, b) estaban en el cielo y no en la tierra con unnuevo cuerpo. No debemos olvidar nunca que la “resurrección” no significaba “ir alcielo” o “escapar a la muerte”, así como tampoco “tener una existencia luego de lamuerte gloriosa y noble”, sino “volver una vez más a la vida corporal luego de la

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muerte corporal”. Esta es la razón por la cual, cuando Jesús pide a los discípulosdespués de la transfiguración que no mencionen la visión hasta que el hijo del hombrese haya levantado de entre los muertos, ellos (como acabamos de ver) terminan porestar confundidos y se preguntan qué es lo que puede significar este “levantarse deentre los muertos”. Se preguntan si es un acontecimiento que les permitirá estar en laposición de contarle a la gente acerca de los detalles de la vida de Jesús, en vez de unacontecimiento en el que nacerá todo el nuevo mundo de Dios. Sin lugar a dudas, hay otros movimientos judíos ligeramente contemporáneos con losprimeros años del cristianismo que también mantenían alguna especie de escatologíainaugurada (en otras palabras, la creencia de que “el final” había ya empezado encierto sentido). Tal como se les presenta en los rollos, los esenios creían que la alianzase había restablecido secretamente con ellos como anticipación al desenlace final. Sinembargo, fuera del ámbito del cristianismo, nunca encontramos lo que se convierte enuna característica central de la alianza: la creencia en que la modalidad de estainauguración consistió en la resurrección misma que le sucedió a una persona en elmedio de la historia y como adelanto de su gran ocurrencia final, anticipando ygarantizando la resurrección final del pueblo de Dios al fin de la historia. 5) Siento que estoy totalmente en deuda con Dominic Crossan por resaltar lo que ahorayo presento como la quinta mutación de la forma en la que los judío creían en laresurrección. En un debate público que tuvo lugar en Nueva Orleans durante el mes demarzo de 2005, Crossan habló de esta mutación como de una “escatologíacolaboradora”. La forma en la que yo veo esto, muy en línea con lo que, a mi parecer,pretendía Crossan, es lo que les diré a continuación. En vista de que los primeroscristianos creían que la “resurrección” habla empezado con Jesús y se completaría enla gran resurrección final del último día, ellos también creían que Dios los habíallamado a trabajar con él en el poder del Espíritu para poner en práctica los logros deJesús y, de esa manera, anticipar la resurrección final en la vida personal y política, enla misión y en la santidad. No se trataba simplemente de que Dios hubiera inauguradoel “final”. Si Jesús, el Mesías, era el Fin en persona, el futuro de Dios llegado alpresente, entonces aquellos que pertenecían a Jesús y que lo seguían, aquellos quehabían recibido el poder de su Espíritu eran los encargados de transformar el presente,siempre y cuando ellos estuvieran en la capacidad de hacerlo, a la luz de ese futuro. 6) La sexta mutación digna de mención en cuanto a las creencias judías es el usometafórico bastante diferente del término “resurrección”. Dentro del ámbito deljudaísmo, la resurrección podía operar como una metáfora y como una metonimia delretorno del exilio. Así, por ejemplo, vemos que para Ezequiel, en el capítulo 37, es unametáfora bastante clara. Para el momento en el que los rabinos adoptaron la idea e,incluso, en 2 Mac, en 4 Esd y en otros pasajes, como también en los evangelios, es una

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metonimia, una parte del gran todo escatológico que representa al todo. De igualmanera, el referente concreto de esta metáfora judía es el restablecimiento nacional,étnico y geográfico de Israel. Por lo tanto, cuando se utiliza de forma metafórica eltérmino “resurrección” en el judaísmo, éste se refiere al restablecimiento de Israel. Sinembargo, desde los primeros días del cristianismo, lo que cobra aún más importancia sitomamos que todo esto empezó como un movimiento mesiánico judío, este significadoha desaparecido y hace quizás su única aparición fugaz en la pregunta de los discípulosconfundidos al principio de los Hechos de los Apóstoles (“Señor, ¿es ahora cuando vasa restaurar la soberanía de Israel? “). En su lugar, tenemos un nuevo significado metafórico de la resurrección, que esigualmente digno de mención y el cual ya empieza a arraigarse firmemente en lostiempos de Pablo: la resurrección, cuando se refiere metafóricamente al bautismocomo una muerte y un levantarse de entre los muertos con Cristo, y la resurreccióncuando se refiere a la nueva vida de obediencia ética tenaz que es posible por mediodel Espíritu Santo y con la que está comprometido el creyente. Cabe destacar alrespecto que estos significados metafóricos se encuentran regularmente junto aaquellos pasajes en los que también se enfatiza el significado literal de la resurrecciónfutura real corporal, como es el caso, por ejemplo, de Romanos. En otras palabras, ésteno es el inicio de un desplazamiento hacia un significado no físico. De igual manera,hay que resaltar que el significado metafórico aún tiene un referente concreto en elbautismo y en la ética, en vez del referente abstracto o «espiritual» que fue tanapreciado por los gnósticos posteriores. Por lo tanto, ésta es la sexta modificación de la creencia judía: aun cuando laresurrección se sigue viendo como un lenguaje literal sobre la existencia corpóreafutura, también ha proyectado su significado metafórico poderoso anterior en torno a larenovación del Israel étnico y ha adquirido un nuevo significado que tiene que ver conla renovación de los seres humanos en general. En realidad, es en los primeros años delcristianismo cuando empezamos a descubrir el lenguaje del retorno del exilio, de larenovación étnica y territorial de Israel que entonces se utiliza metafóricamente en símisma para referirse tanto a la renovación presente de los seres humanos, como a suresurrección corporal, más adelante. Una vez más, todos estos significados solo tienenverdadero sentido dentro del mundo del pensamiento judío. Ningún pagano hubierasoñado siquiera con algo parecido a esto. Sin embargo, hasta el momento en que surgióel cristianismo, tampoco ningún judío se habla animado a seguir este camino. Aquí nosenfrentamos con una mutación aún más sorprendente y que viene desde dentro. 7. La séptima y última mutación que surge dentro de la creencia judía en sí misma dela resurrección fue su asociación con el mesianismo. Nadie en el judaísmo hubieraesperado que el Mesías muriera y, por consiguiente, tampoco nadie hubiera siquiera

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imaginado, como es natural, que el Mesías se levantaría de entre los muertos. Estolleva a una modificación muy destacada no sólo de la creencia en la resurrección, sinode la creencia en el mesianismo en sí. Cuando existían especulaciones mesiánicas (unavez más cabe mencionar que en ningún momento podemos decir que todos los textosjudíos hablasen de un Mesías, aunque esta noción sí adquirió importancia central enlos primeros tiempos del cristianismo), se suponía que el Mesías vendría a librar labatalla victoriosa de Dios contra los malvados paganos; para reconstruir o limpiar elTemplo y para traer la justicia de Dios a este mundo. Parecía que Jesús no había hechoninguna de estas cosas. Él había sufrido la injusticia típica del mundo; habíapresentado una demostración extraña y aparentemente inefectiva en el Templo y habíamuerto por obra de los paganos y a manos de ellos, en vez de vencerlos gloriosamenteen la batalla. Ningún judío que tuviera alguna idea sobre cómo se había operado ellenguaje del mesianismo en esa época, hubiera imaginado posiblemente después de sucrucifixión, que Jesús de Nazaret era en realidad el Ungido del Señor. Ahora bien,desde los primeros tiempos del cristianismo, tal como podemos evidenciarlo en los quepodrían ser los fragmentos prepaulinos de las primeras creencias del Credo, loscristianos afirmaron que Jesús era en realidad el Mesías, precisamente debido a suresurrección. En esta etapa cabe destacar, a modo de comentario al margen, aunque por demásimportante, cuán imposible es justificar y dar cuenta de la creencia de los primeroscristianos en Jesús como el Mesías, sin referirnos a la resurrección. Tenemos evidenciade varios otros movimientos judíos, indiscutiblemente movimientos mesiánicos ymovimientos proféticos, durante el siglo uno o el siglo dos que defienden ambosaspectos de la carrera pública de Jesús. Por rutina, todos ellos han terminado con lamuerte violenta de la figura central. Los miembros del movimiento (suponiendosiempre que lograron salvar su pellejo) pronto se vieron enfrentados a una alternativa:bien sea darse por vencidos y renunciar a la lucha o encontrar un nuevo Mesías. Encaso de que los primeros cristianos hubieran querido optar por seguir el segundocamino, habrían tenido un candidato obvio: Santiago, el hermano del Señor, un granmaestro muy devoto, la figura central de la iglesia primitiva de Jerusalén. Pero nadienunca imaginó siquiera que Santiago pudiera ser el Mesías. Josefa lo describe concierto desdén, aunque se hace eco del lenguaje que debe haber utilizado la gente parareferirse a él como «el hermano del que llaman el Mesías». Esto quiere decir que ya podemos descartar las posiciones revisionistas sobre laresurrección de Jesús que han ofrecido tantos y tantos escritores en los años recientes.Muchos han sugerido que los primeros discípulos estaban tan embargados por el dolorocasionado por la muerte de Jesús que optaron por adoptar la idea de la resurrección enla cultura que los rodeaba y que se aferraron a ella, convenciéndose de que Jesúsverdaderamente se había levantado de entre los muertos, aunque sin lugar a dudas

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sabían que éste no había sido el caso. Algunos incluso han sugerido que los primeroscristianos creían que, luego de su muerte, Jesús había sido exaltado a los cielos otambién habían tenido la extraña idea de que su misión de traer el reino del Señorestaba ahora prosiguiendo de una nueva manera y que este tipo de creencia los llevabaa decir que se había levantado de entre los muertos. Sin embargo, cabe preguntarse si esto tendría algún sentido. Podemos someter aprueba esta teoría a través de un pequeño experimento. En el año 70 d.C., los romanosconquistaron Jerusalén y volvieron a apresar y llevar cautivos a Roma a miles dejudíos, incluyendo al hombre que ellos consideraban que era el líder de la revueltajudía, «el rey de los judíos», un hombre denominado Simón bar Giora. Este hombrefue llevado a Roma detrás de una triunfal procesión. Al final del espectáculo, Simónfue azotado y luego asesinado. Pues bien: supongamos ahora que estamos observando a unos cuantos revolucionariosjudíos, tres días o tres semanas después de este acontecimiento. Analicemos lo queconversan. El primero de ellos dice: «Bueno tú sabes, ¡yo creo que Simón eraverdaderamente el Mesías y que sigue siéndolo!». Los otros lo miran con sorpresa y confusión. Claro que no lo es, los romanos loapresaron como siempre sucede. Y si quieres un Mesías, más vale que te busques unonuevo. Responde el primero: «Ah, pero yo creo que él se ha levantado de entre los muertos». «¿A qué te refieres?», le preguntan sus amigos. «Él está muerto y enterrado». «No esasí», responde el primero, «yo creo que él ha sido exaltado a los cielos». Los otros parecen confundidos. Todos los mártires más justos están con Dios; todo elmundo sabe eso. Sus almas están en las manos de Dios, pero eso no quiere decir queellos ya hayan sido levantados de entre los muertos. De todas maneras, la resurrecciónes algo que nos pasará a todos nosotros al final de los tiempos, y no a una persona enpleno curso de la historia. «No», replica el primero, «tú no me entiendes. Yo he tenido la sensación muy fuerte deque el amor de Dios me está rodeando. He sentido cómo Dios me está perdonando ynos está perdonando a todos. También he sentido que a mi corazón lo embargaba unextraño calor. Lo que es más, anoche, yo mismo vi a Simón. Estaba allí conmigo...». Los otros lo interrumpen, ahora con cierta molestia: «Todos podemos tener visiones.Muchas personas sueñan con los amigos que acaban de morir. A veces, lo sienten

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como si fuera real. Eso no quiere decir que estos amigos se hayan levantado de entrelos muertos. Sin lugar a dudas esto no quiere decir que uno de ellos sea el Mesías. Y sisientes que tu corazón ha sido reconfortado, entonces canta un salmo y no te pongas adecir esas locuras acerca de Simón». Esto es lo que le habrían dicho a quien hubiera venido con un argumento que, segúnlos revisionistas, cualquiera habría podido tener al principio con la idea de laresurrección de Jesús. Sin embargo, esta solución no sólo es simplemente increíblesino que también es imposible. En caso de que alguien hubiera dicho lo que sugierenlos revisionistas, habría seguido una conversación similar a la que acabo de plantearcon anterioridad. Todo lo que se necesita para hacer que desaparezcan los argumentosde lo que se denomina crítica histórica es simplemente un poco de imaginaciónhistórica disciplinada. Lo que es más (y menciono esto para redondear esta mutación final dentro del contextode las creencias judías), debido a que los primeros cristianos creían que Jesús era elMesías, nos enfrentamos al desarrollo de la creencia muy temprana de que Jesús es elSeñor y que, por lo tanto, César no puede serlo. Este es otro tema y lo dejaremos paraotra ocasión. Ahora bien, ya en Pablo podemos apreciar que la resurrección, tanto deJesús en el presente y, luego más adelante en el futuro, la de su pueblo aparece como elfundamento mismo de la posición cristiana de lealtad a un rey diferente, a un Señordiferente. La muerte es la última arma del tirano y el punto de la resurrección, a pesarde tanto malentendido que lo rodea, es que la muerte ha sido vencida. La resurrecciónno es la redescripción de la muerte. Es, más bien, el derrocamiento de la misma y, deesa manera, es también el derrocamiento de aquellos cuyo poder depende de ella. Apesar de las injurias y del desdén de algunos eruditos contemporáneos, fueronprecisamente aquéllos que creían en la resurrección corporal los que fueron quemadosen la pira y lanzados a los leones. La resurrección nunca fue el camino para asentarse,tranquilizarse y volverse ciudadanos responsables. Eso nos lo pudieran haber dicho losfariseos. Fueron los gnósticos, quienes tradujeron el idioma de la resurrección a unaespiritualidad privada y a una cosmología dualista, alterando más o menos así susignificado para volverlo lo opuesto, quienes escaparon a la persecución. ¿Quéemperador hubiera pasado noches y noches de insomnio preocupado porque sussúbditos estaban leyendo el Evangelio de Tomás? La resurrección siempre estabadestinada a meter a la gente en problemas y, por lo general, esto fue lo que sucedió. Por lo tanto, hasta el momento hemos resaltado siete mutaciones importantes de lascreencias judías acerca de la resurrección y vimos que cada una de ellas se convirtió enun punto central dentro del cristianismo de los dos siglos iniciales. Las primerascreencias cristianas acerca de la resurrección siguen presentes enfáticamente en elmapa del judaísmo del siglo uno, en vez del paganismo. Sin embargo, desde el mismo

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interior de la teología judía del monoteísmo, de la elección y la escatología, ha abiertotoda una nueva forma de ver la historia, la esperanza y la hermenéutica. Y esto exigeuna explicación histórica. ¿Por qué los primeros cristianos modificaron el idioma judíode la resurrección de estas siete maneras y lo hicieron con tanta consistencia? Cuandoles preguntamos, claro está que nos responden que lo hicieron debido a lo que elloshabían creído que le sucedió a Jesús al tercer día después de su muerte. Esto nos llevaa lo que abordaremos en el próximo capítulo, al preguntarnos lo siguiente: ¿entonces,qué podemos decir acerca de las historias tan extrañas que ellos relatan a medida quevan describiendo los eventos de ese primer día de la Pascua?

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Capítulo 4

La extraña historia de la Pascua de Resurrección 1. Historias sin precedente Cuando nos dedicamos seriamente a analizar las historias relativas al primer día dePascua, que no son más que los relatos que encontramos en los capítulos finales de loscuatro evangelios canónicos, volvemos a enfrentar la situación del atizador de fuego deWittgenstein. Cabe destacar que los relatos pascuales no concuerdan entre sí a laperfección. ¿Cuántas mujeres fueron a la tumba y cuántos ángeles u hombres seconsiguieron al llegar? ¿Los discípulos se encontraron con Jesús en Jerusalén, enGalilea o en ambos lugares? Y así sucesivamente. En el caso de la historia que tuvolugar en Cambridge en 1946 como en los acontecimientos que se vivieron en laJerusalén del año 30 d.C. (o cuando hayan ocurrido) sucedió lo mismo: lasdiscrepancias superficiales no significan en lo absoluto que no haya sucedido nada. Enrealidad, hay indicaciones más que razonables que nos apuntan hacia el hecho de quesucedió algo extraordinario, de importancia tal que los primeros testigos se vieron tanperplejos y desconcertados que esto los llevó a contarnos diferentes historias sobre elsuceso. Como parte de un argumento más amplio que ya he desarrollado en otro punto, en estemomento quiero llamar la atención sobre cuatro características extrañas que aparecenpor igual en los recuentos de los cuatro evangelios canónicos. Yo sugeriría que estascaracterísticas nos obliguen a tomarlos con seriedad como los recuentos de losprimeros días y no, tal como se piensa a menudo, como inventos posteriores. 1) En primer lugar, cabe destacar el extraño silencio de la Biblia en cuanto a lashistorias. Hasta este punto, los cuatro evangelistas se habían basado de manera muydeterminante en citas, alusiones y ecos bíblicos para establecer claramente que lamuerte de Jesús tendría lugar «de acuerdo a las Escrituras». Incluso la narrativa de lasepultura tiene ecos bíblicos. Sin embargo, casi en su totalidad, las narrativas de laresurrección son ajenas a estos ecos, con tan sólo un par de pequeñas excepciones.Esto es aún más sorprendente debido al hecho de que incluso en los primeros tiempos,en la época de Pablo, la fórmula común del Credo declaraba que también laresurrección tendría lugar de «conformidad con las Escrituras». Es más, el mismoPablo se une al resto de la iglesia primitiva para recurrir desesperadamente a lossalmos y a los profetas en busca de aquellos textos que les explicaran lo que acababade suceder y que les permitieran ubicar este acontecimiento dentro de la larga historia

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de Dios e Israel y como el clímax de la misma. ¿Por qué no son iguales las narrativasde resurrección de los evangelios? Hubiera sido fácil para Mateo referirse a una o dosprofecías de las Escrituras que se estaban cumpliendo, pero él no lo hizo. Juan nosrelata que los discípulos todavía no conocían las enseñanzas de las Escrituras queseñalaban que el Mesías se levantaría de entre los muertos, pero no cita los textos quetiene en mente. Claro está que podríamos decir que quienquiera que haya escrito las historias, tal comolas tenemos ahora, parece haber actuado con astucia y las debe haber revisado,eliminando algunas partes para hacerlas parecer como si fueran muy viejas, tal como sialguien retirase deliberadamente todos los aparatos eléctricos de una casa para hacerlaaparecer como si hubiera sido construida hace un siglo o más. La suposición quecomparten muchos eruditos que defienden el argumento de que las historias sedesarrollaron en la segunda generación, en épocas tan posteriores como, podríadecirse, la década de los ochenta o los noventa del primer siglo, nos obligaría a decirque, aunque estas historias incluyen curiosamente y de forma por demás interesante(tal como veremos) la teología de Pablo, de aquella teología se han extraído con todocuidado todas las alusiones bíblicas que ya son tan abundantes en un pasaje como 1Cor 15. Esto pudiera haber sido apenas verosímil si hubiéramos tenido tan sólo un relato, o silos cuatro relatos se hubieran derivado obviamente uno del otro. Pero no hay tan sóloun relato y uno no se deriva del otro. Por lo tanto, tenemos que imaginar que se trata decuatro autores muy diferentes, cada uno de los cuales se decidió a escribir unanarrativa de la Pascua basada en la teología de la primera iglesia, aunque ajena a todoslos ecos bíblicos. Lo que es más, los cuatro lograron hacerlo de cuatro maneras muydiferentes, aunque teológicamente consistentes. De lo contrario, y aunque creo que esinfinitamente mucho más probable, uno tendría que decir que las historias, incluso sifueron escritas bastante tiempo después, se remontarían a las primeras tradicionesorales que se habían formado y establecido firmemente en la memoria de los diferentesnarradores, antes de que hubieran tenido tiempo para reflexión bíblica alguna. 2) La segunda característica extraña de las historias es a la que se hace mención conmayor frecuencia: la presencia de las mujeres como las principales testigos. Nos gusteo no, a las mujeres no se les consideraba testigos verosímiles en el mundo antiguo.Cuando la tradición ya hubiera tenido tiempo de organizarse y poner las cosas enorden, adquiriendo la forma fija que ya encontramos en la cita que hace Pablo alrespecto en 1 Cor 15, las mujeres habrían sido apartadas, habrían sido retiradas de laescena de forma sutil. Aunque puede avergonzarnos decirlo, las mujeres sonincómodas. Sin embargo, se encuentran allí presentes en los relatos de los cuatroevangelios, al frente y en pleno centro de los acontecimientos, como los primeros

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testigos y los primeros Apóstoles. Nadie se hubiera puesto a inventarlas. En caso deque la tradición se iniciara en la forma únicamente masculina que encontramos en 1Cor 15, nunca se hubiera transformado tampoco y de maneras tan diferentes en lasprimeras historias con protagonismo femenino, como las que encontramos en losevangelios. 3) La tercera característica extraña es la iconografía del propio Jesús. Si, tal como lohan tratado de establecer muchos revisionistas, las historias del Evangelio sedesarrollaron, bien sea a partir de personas que reflexionaron sobre las Escrituras, o deuna experiencia de iluminación interna subjetiva, lo único que uno pudiera esperarencontrar es al Jesús resucitado que brilla como una estrella. Eso es lo que Daniel dijoque sucedería y eso es precisamente lo que hubiera generado una experiencia deiluminación interna. Encontramos un relato de este tipo en la transfiguración. Sinembargo, ninguno de los evangelios hace referencia a esto con respecto a Jesús en laPascua. En realidad, Jesús aparece como un ser humano con un cuerpo que, en muchosaspectos, es bastante normal. Es alguien a quien se le podría confundir con unjardinero o con cualquier otro viajero que pasaba por esa región. Sin embargo, lashistorias contienen también señales definitivas de que este cuerpo ha sidotransformado y esto es lo que hace que se destaquen y que se considere que seencuentran entre las historias más misteriosas que se hayan escrito, con signosdefinitivos de que ese cuerpo se ha transformado. Sin lugar a dudas es físico: consume(por así decirlo) la materia del cuerpo crucificado y ésta es la razón por la que elsepulcro estaba vacío. Sin embargo, de igual manera entra y sale a través de puertascerradas y no siempre se le reconoce y, al final, desaparece hacia el espacio de Dios,que no es otro que el cielo, a través de la cortina delgada que en muchos pensamientosjudíos es lo único que separa el espacio de Dios del espacio humano. Este tipo derelato no tiene precedente alguno. Ningún texto bíblico predice que la resurrección vaa tener lugar con este tipo de cuerpo. Ninguna teología especulativa había establecidoeste camino para que lo siguieran los evangelistas y cabe destacar, una vez más, paraque lo siguieran de maneras que son, curiosamente, muy diferentes. En particular, esto debería ponerle cese a las antiguas ideas absurdas que defiendenque los relatos de Lucas y Juan, que son aparentemente los más «físicos», fueronescritos a fines del primer siglo, en un intento por combatir el docetismo (la visión deque Jesús no era un verdadero ser humano, sino que solamente «parecía» serlo )4.Podemos dar por sentado que si todo lo que uno tenía como argumento era hablar deJesús comiendo pescado asado en las brasas (Lucas) e invitando a Tomás a tocarlo(Juan), tal relato hubiera tenido al principio una credibilidad inicial. Pero si Lucas yJuan estaban construyendo simplemente narrativas para combatir el docetismo,entonces fueron contra su propio propósito y de manera muy clara cuando hablaron delJesús resucitado que aparecía atravesando puertas cerradas, para volver a desaparecer,

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del Jesús a quien a veces se le reconocía y a veces no y que finalmente ascendió alcielo. 4) La cuarta característica extraña que se evidencia en los relatos de la resurrección esel hecho de que éstos nunca mencionan la futura fe cristiana. En casi todos los otrospasajes del Nuevo Testamento, cuando se habla de la resurrección de Jesús, se hace enrelación con la esperanza final de que aquellos que pertenecen a Jesús, algún día selevantarán de entre los muertos como él y siempre aluden al hecho de que esto se debeanticipar en el presente, tanto en el bautismo, como en el comportamiento diario. Apesar de los miles de himnos de Pascua y los millones de sermones de Pascua, lasnarrativas de la resurrección que aparecen en los evangelios nunca mencionan algocomo esto: «Jesús ha resucitado y, por lo tanto, hay vida después de la muerte». Ymucho menos dicen lo siguiente: «Jesús ha resucitado y, por lo tanto, iremos al cielo almorir». Ni siquiera al estilo más auténtico del primer siglo cristiano, ellos osaron decirla frase siguiente: «Jesús ha resucitado y, por lo tanto, nosotros también resucitaremosde entre los muertos después del sueño de la muerte». No. En la medida en que seinterpreta el acontecimiento, la Pascua tiene un significado muy de este mundo y deeste momento: Jesús ha resucitado y, por lo tanto, él es el Mesías y, como resultado deello, él es el verdadero Señor de la tierra. Jesús ha resucitado. Por lo tanto, haempezado la nueva creación y nosotros, sus seguidores, ¡tenemos una tarea quecumplir! Jesús ha resucitado y, por lo tanto, debemos actuar como sus heraldos yanunciarle al mundo que él es nuestro Señor, ¡haciendo que su mundo venga en latierra como en el cielo! Para estar seguros, podemos mencionar que, incluso en etapastan tempranas del cristianismo como en la época de Pablo, la resurrección de Jesús serelacionó firmemente con la resurrección final de todo el pueblo de Dios. En caso deque estas historias se hubieran inventado a fines del siglo uno, sin lugar a dudas enellas se habría hecho alguna mención a la resurrección final de todo el pueblo de Dios.No hay mención alguna al respecto porque no fueron inventadas. Todavía hay mucho más que tenemos que decir acerca de las narrativas de laresurrección que aparecen en el Evangelio. Sin embargo, quisiera cerrar esta primerasección del capítulo con la propuesta que es, sin lugar a dudas, la más fácil de creer.También nos indica que las historias son básicamente muy tempranas, anteriores aPablo, y que no han sufrido alteraciones sustanciales, excepto algún intento personalpor pulirlas en la transmisión o publicación subsiguiente. Ahora bien, sí es verdad quepresentan indicios de los intereses teológicos de los diferentes evangelistas. De estamanera, podemos apreciar que la historia que nos relata Mateo acerca de laresurrección enfatiza temas que son típicamente de este evangelista y asísucesivamente. Sin embargo, esto es tal cual lo que sucede cuando diferentes artistaspintan los retratos de la misma persona. Esta pintura es de Rembrandt, sin lugar adudas... No cabe duda alguna de que este cuadro es un Holbein... El toque personal del

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artista individual es incuestionable. A pesar de ello, aquél que está sentado posando esplenamente reconocible. Los artistas no han cambiado el color del cabello del modelo,la forma de su nariz o su media sonrisa tan particular. Y cuando nos preguntamos porqué tales historias, tan diferentes de tantas maneras y, no obstante, tan curiosamenteconsistentes en éstas y otras características, pudieron haber surgido tan temprano,todos los primeros cristianos dan la respuesta obvia a esta pregunta: algo así fue lo quesucedió, incluso cuando haya sido difícil describirlo en el momento y haya seguidosiendo, de allí en adelante, algo que nos llena de perplejidad. Las historias, aunquefueron editadas ligeramente y las volvieron a escribir más adelante, básicamente sonde épocas muy, muy tempranas. Como se ha sugerido con tanta frecuencia,indiscutiblemente no son leyendas que se escribieron mucho después para darle unabase seudohistórica a aquello que esencialmente había sido una experiencia privada einterna. Podemos decir, entonces, que este es el testimonio más o menos universal de losprimeros cristianos: que ellos son precisamente lo que son, que ellos hacenprecisamente lo que hacen, que ellos cuentan las historias que precisamente cuentan yque nada de esto se debe a una nueva experiencia o visión religiosa, sino más bien aalgo que había sucedido; algo que le había sucedido al Jesús crucificado; algo que elloshabían interpretado desde un principio como un claro indicio de que, después de todo,él era el Mesías, que, después de todo, la nueva era del Señor había irrumpido en lostiempos de entonces y que ellos tenían así un nuevo cometido; algo que los habíahecho reafirmar la creencia judía en la resurrección sin intercambiarla por unaalternativa pagana. Se trataba de una creencia a la que le agregarían variasmodificaciones particulares, aunque igualmente consistentes. Ya ha llegado elmomento de preguntarnos, en la segunda sección de este capítulo: ¿qué es lo que loshistoriadores pueden decir respecto a todo esto? 2. La Pascua y la historia Quisiera comenzar abordando los que yo considero que son los puntos históricos fijos.La única manera en la que podemos explicar los fenómenos que hemos venidoexaminando es si proponemos una hipótesis de dos vertientes: en primer lugar, latumba de Jesús sí estaba vacía; en segundo lugar, los discípulos en realidad loencontraron bajo formas que los convencieron de que no se trataba simplemente de unfantasma, así como tampoco de una alucinación. Ahora les presentaré unos brevescomentarios sobre cada una de estas dos vertientes de la hipótesis. En caso de que los discípulos simplemente hubieran visto o hubieran pensado quehabían visto a alguien a quien tomaron por Jesús, esto en sí mismo no habría generadolas historias que hoy en día hemos recibido. Todos en el mundo antiguo daban por

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sentado que las personas a veces tenían experiencias extrañas que implicabanencuentros con los muertos, especialmente con aquellos que acababan de morir.Sabían, cuando menos, lo mismo que nosotros acerca de tales visiones, fantasmas ysueños. De igual manera, sabían también que tales cosas a menudo ocurrían dentro delcontexto del pesar de la pérdida o de la tristeza. En su idioma tenían una palabra paraello y no era precisamente «resurrección». Sin importar cuántas de tales visionespudieran haber tenido, nunca hubieran dicho que Jesús se había levantado de entre losmuertos. Ellos no estaban esperando tal resurrección. En cualquier caso, y éste es un punto que a menudo ignora la gente o que le es muycómodo olvidar, Jesús fue enterrado de conformidad con una tradición judía enparticular, la cual fue diseñada para que ocurriera en dos etapas. En primer lugar, seenvolvía con todo cuidado el cuerpo con especies y lino y se le colocaba en un salientede una caverna. Luego, cuando la carne se hubiera descompuesto (y ésa era la razónpara recurrir a las especies, por el olor, ya que la cueva podía ser utilizada para más deun cadáver), se tomaban los huesos, se envolvían con toda la debida reverencia y se lesalmacenaba en una caja de huesos (u «osario»). Si Jesús no se hubiera levantado deentre de los muertos, entonces, tarde o temprano, alguien hubiera ido al lugar a buscarsus huesos para envolverlos, prepararlos y almacenarlos. Incluso si alguien hubieraestado sugiriendo que él se había levantado de entre los muertos, esto habría sidosuficiente para rebatir tal sugerencia. Nadie en el mundo judío se referiría a tal personadiciendo que ya se había levantado de entre los muertos. Por lo tanto, sin la tumba vacía, los discípulos hubieran estado tan dispuestos adeclarar que todo era una «alucinación» como podríamos estarlo nosotros mismos. Sehabrían descartado también las aparentes «reuniones» con Jesús: obviamente, has vistoa un fantasma. De igual manera, de por sí, una tumba vacía no prueba casi nada tampoco. Tal comomuchos han sugerido, pudo haberse tratado de la tumba equivocada, aunque habríabastado una rápida verificación para que esto también se hubiera solucionado ydescartado la equivocación. Alguien (los soldados, los jardineros, los supremossacerdotes, otros discípulos o cualquier otra persona) podría haberse llevado el cuerpopor una u otra razón. El robo de tumbas era algo de todos bien conocido. Esta fue laconclusión a la que llegó María, según vemos en el evangelio de Juan: se lo hanllevado y quizá sea el encargado del huerto quien lo hizo. Según Mateo, ésa fue laconclusión a la que llegaron y que dieron a conocer los líderes judíos: fueron susdiscípulos quienes se lo llevaron. Se podría haber dado una amplia serie deexplicaciones similares y éstas podrían haber sido ciertas en caso de que a la simpletumba vacía, no se le hubiera agregado el hecho de que varias personas lo vieron e,incluso, se reunieron con el mismo Jesús. No: para poder explicar históricamente la

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forma en la que todos los primeros cristianos llegaron a tener la creencia de que Jesúshabía resucitado, tenemos que decir, cuando menos, lo siguiente: que la tumba estabavacía y que en ella sólo quedaban unas cuantas vendas con las que lo habían sepultadoy que, en realidad, ellos vieron y hablaron con alguien que tenía toda la apariencia deser un Jesús definitivamente físico, aunque fuera un Jesús que había cambiado enforma extraña, en una forma más extraña de la que ellos lograron describir plenamente. De esta manera, las reuniones con Jesús, por un lado, y la tumba vacía, por el otro, sonnecesarias si queremos explicar el surgimiento de una creencia y la forma en la que losrelatos fueron escritos. Ninguna de estas dos manifestaciones por separado hubierasido suficiente. Sin embargo, al combinarlas, sí nos ofrecen una explicación completay coherente del surgimiento de las primeras creencias del cristianismo. ¿Existe alguna explicación alternativa, una explicación que nos permita dejar de ladotoda esta discusión sin tener que decir que la visión pagana antigua (que señala que laresurrección es imposible) estaba equivocada, al igual que sus equivalentes modernos?No. Como todos los demás argumentos que presento en este capítulo, es necesario darla respuesta con mayor grado de detalle. Sin embargo, cuando menos, podemosdestacar que los principales recuentos alternos, las propuestas revisionistas, carecen detodo poder explicativo. Tomemos como ejemplo el fenómeno de la «disonancia cognoscitiva» acerca del cualse ha escrito tanto durante el último medio siglo o más. La «disonancia cognoscitiva»es aquel fenómeno que tiene lugar cuando la gente que quiere desesperadamente quealgo sea cierto, aunque está enfrentada a evidencia muy determinante que le indica locontrario, logra pasar por encima de los datos que apuntan en la dirección equivocaday defiende de manera aún más estridente sus argumentos. Esta teoría tiene ciertacredibilidad inicial. Podemos citar algunos ejemplos interesantes de personas que secomportan de esta manera. Sin embargo, teorías como ésta no nos sirven para explicarlos fenómenos que se evidenciaron en los primeros tiempos del cristianismo. Enrealidad, la investigación en la que se basó originalmente la teoría tiene ya de por sífallas muy profundas, tal como he podido demostrar en otra oportunidad. Ahora bien, en especial, simplemente no concuerda con la situación de la Pascua.Debemos decir enfáticamente que los discípulos no estaban esperando que Jesús selevantara de entre los muertos por sí mismo en la mitad de la historia. El hecho de queellos fueran judíos del Segundo Templo y que, como algunos han dicho, laresurrección fuera una idea que «se respiraba en el ambiente», simplemente no bastanpara explicar las modificaciones radicales que destacamos con anterioridad dentro delámbito de las creencias judías, o de las características sorprendentes de las historiasmismas que se relataron acerca de la Pascua.

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Del mismo modo, algunos han sugerido que los primeros discípulos tuvieron unanueva experiencia de gracia, que se sintieron perdonados de una nueva manera, quehabían tenido acceso a una nueva fe en el poder de Dios, a una nueva convicción deque el reino y el proyecto de Dios seguían adelante a pesar de la muerte de Jesús. Sinembargo, tampoco esta explicación surtirá efecto. Como apreciamos con anterioridad,el simple hecho de mencionar que alguien ha tenido una nueva experiencia de gracia oalgo parecido, no da argumentos sólidos para decir que el líder que uno había estadosiguiendo se había levantado de entre los muertos. Sin lugar a dudas, la resurrección funcionó como metáfora, aunque no como lametáfora para una nueva experiencia religiosa. El judaísmo ya tenía un lenguaje muyabundante para todo esto. El hecho de decir: «él se ha levantado de entre los muertos»,sin que esto hubiera sucedido, es simplemente inexplicable desde el punto de vistahistórico. Todo esto me recuerda el poema mordaz de John Updike:

No nos burlemos de Dios con la metáfora,la analogía, la elusión o la trascendencia;haciendo de todo evento una parábola, un signo pintado en lacredulidad evanescente de las eras anteriores:abramos la puerta y entremos. No tratemos de hacerlo menos monstruoso,por nuestra propia conveniencia o nuestro sentido de la belleza,no sea que al despertar en una hora inimaginable, nos sintamosavergonzados por el milagro,y aplastados por el reproche.

Hay muchos argumentos menos importantes que pudiéramos traer a colación en estepunto. Sin embargo, ahora sólo procederemos a resumirlos. Podemos empezar con lasotras propuestas que se presentan con cierta regularidad como explicaciones quecompiten con la explicación cristiana primitiva: 1) Jesús no murió realmente. Alguien le dio alguna droga para que tan sólo parecieraque estaba muerto y, más tarde, él revivió en la tumba. Respuesta. Indiscutiblemente, los soldados romanos eran unos verdaderos expertos enmatar a la gente y a ningún discípulo lo hubiera engañado un Jesús medio drogado yapaleado, ni tampoco le hubiera hecho creer que él había vencido a la muerte einaugurado el reino. 2) Cuando las mujeres fueron a la tumba se encontraron a otra persona (podría serSantiago, el hermano de Jesús, quien se parecía mucho a él) y, en esa media luz,

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pensaron que era el propio Jesús. Respuesta. Muy pronto se hubieran percatado de que no era así. 3) Jesús sólo se le apareció a las personas que creían en él. Respuesta. Los relatos nos hacen ver claramente que Tomás y Pablo no caen dentro deesta categoría y, en realidad, ninguno de los seguidores de Jesús creía después de sumuerte que él era realmente el Mesías y, menos aún, pensaban que él fuera divino en loabsoluto. 4) Los relatos que tenemos están sesgados. Respuesta. También lo está toda la historia, todo el periodismo. Toda foto que se toma,se capta desde el ángulo de alguien. 5) Empezaron por decir «él resucitará de entre los muertos», tal como la gente solíadecirlo de los mártires y, muy pronto, comenzaron a decir «él ha resucitado de entrelos muertos», lo cual era equivalente desde el punto de vista funcional. Respuesta. No, no lo era. 6) Muchas personas tienen visiones de alguien a quien quieren y que acaba de morir.Esto es precisamente lo que le sucedió a los discípulos. Respuesta. Ellos conocían muy bien este tipo de manifestaciones y hasta tenían variaspalabras en su idioma para describirlas. Hubieran dicho simplemente «es su ángel» o«es su espíritu» o «es un fantasma». No habrían dicho jamás «él ha resucitado de entrelos muertos». 7) Finalmente el argumento que es, quizás el más popular de todos: lo que sucediórealmente fue que ellos tuvieron algún tipo de experiencia «espiritual» intensa queinterpretaron a través de las categorías judías. Después de todo, Jesús estaba vivoespiritualmente y ellos seguían estando en contacto con él. Respuesta. Ésta essimplemente una descripción de una muerte noble seguida de una inmortalidadplatónica. La resurrección fue y es la victoria sobre la muerte y no simplemente unadescripción más agradable de la muerte; así como también es algo que sucede algúntiempo después del momento de la muerte, no inmediatamente después. De igual manera, podemos apenas destacar tres de los múltiples argumentos de menorescala que, a menudo y de forma acertada, se han presentado para respaldar la creencia

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de que Jesús en realidad sí resucitó de entre los muertos: l) Las tumbas judías, especialmente las de los mártires, eran veneradas y, a menudo, seconvertían en lugares santos. No hay señal alguna de que esto haya sucedido con latumba de Jesús. 2) El énfasis que pone la iglesia primitiva en el primer día de la semana al convertirloen su día especial es muy difícil de explicar, a menos que verdaderamente algo muysorprendente haya pasado ese día. Un despertar gradual o incluso súbito de la fe nobasta para explicar este énfasis repentino. 3) Es muy difícil pensar que los discípulos estuvieran dispuestos a sufrir y morir poruna creencia que no se apoyara firmemente en un hecho real. Este es un puntoimportante, aunque esté sujeto a la debilidad de que ellos pudieran haber estadoconfundidos genuinamente: ellos creían que la resurrección de Jesús era un hecho yactuaron sobre la base de tal creencia, aunque nosotros sepamos (por así decirlo) queellos estaban equivocados. Todo esto nos lleva a enfrentarnos cara a cara con el último y el más vital de losaspectos. La tumba vacía y las reuniones con Jesús son hechos que se han establecidocon tanta claridad en virtud de los argumentos que yo he presentado como se pudieraesperar de cualesquiera datos históricos. Analizados de forma conjunta, ambos hechosconstituyen la única explicación posible que podemos dar sobre las historias ycreencias que surgieron con tanta rapidez entre los seguidores de Jesús. Ahora bien,¿cómo podemos explicarlos? De tratarse de cualquier otra investigación histórica, la respuesta hubiera sido tan obviaque casi habría surgido sin necesidad de expresarla. En este caso, claro está, estarespuesta obvia («bueno, en realidad sucedió») nos conmociona tanto y es tantrascendental que, con toda la razón, nos tomamos nuestro tiempo y nos detenemosantes de dar un salto hacia lo desconocido. Es más, a este respecto, cabe mencionar, talcomo me lo han señalado con cierto entusiasmo algunos amigos escépticos, quesiempre es posible que cualquiera prosiga con el argumento hasta este punto y luegodiga simplemente: «No tengo una buena explicación para lo que sucedió y que llevó aque la tumba estuviera vacía y a que se manifestaran las apariciones, pero igualmentehe decidido ceñirme a mi convicción de que los muertos no resucitan. Por lo tanto,debo llegar a la conclusión de que debe haber pasado otra cosa, incluso a pesar de queno podamos decir qué fue lo que sucedió». Eso me parece muy bien y respeto esaposición, pero simplemente quiero destacar que, entonces, es cuestión de elección y nocuestión de decir que esa disciplina que se conoce como «historiografía científica» eslo que en sí nos lleva a tomar ese camino.

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No obstante, en esta etapa del argumento que estamos planteando, todas las señalesestán apuntando en una dirección. Tanto yo, como otros, hemos estudiado con bastanteprofundidad y amplitud todas las otras explicaciones, tanto las antiguas como lasmodernas, que dan cuenta del surgimiento de la iglesia primitiva y de la forma queasumieron sus creencias". Sin lugar a dudas, la mejor explicación histórica es queJesús de Nazaret, luego de haber muerto y de haber sido enterrado, como todos loscomprobaron, en realidad se levantó de entre los muertos y resucitó al tercer día con uncuerpo renovado (no era un simple «cadáver resucitado», como la gente a veces dicecon cierta displicencia). Resucitó con un nuevo tipo de cuerpo físico que dejó tras de síuna tumba vacía porque había «consumido» o usado el elemento material del cuerpooriginal de Jesús. Este nuevo cuerpo físico poseía nuevas propiedades que nadie habíaanticipado o imaginado y que generaron mutaciones muy significativas en elpensamiento de aquellos que estuvieron en contacto con él. Si algo así fue lo quesucedió, esto explicaría a la perfección la razón por la que empezó el cristianismo ypor la que adoptó la forma que fue tomando. Sin embargo, a este respecto quiero prestarle la debida atención a las advertencias deaquellos teólogos que nos han persuadido en relación con cualquier intento deapoyarnos en los argumentos del racionalismo para tratar de «comprobar», de alguna«manera matemática» algo que, en caso de haber sucedido, debe ser considerado comoel centro no sólo de la historia, sino también de la epistemología, y no sólo de lo quesabemos, sino también de cómo lo sabemos. En otras palabras, no pretendo decir quemediante estos argumentos yo haya «comprobado» la resurrección en términos dealgún punto de vista neutro. Más bien, estoy planteando un reto histórico a otrasexplicaciones y a las visiones del mundo dentro de las cuales adquieren su significado. Precisamente debido a que en este punto nos enfrentamos a problemas que están anivel de una visión del mundo, no hay ningún terreno neutro, ninguna isla en el mediodel océano epistemológico que todavía no haya sido colonizada por algunos de loscontinentes en guerra. El argumento histórico por sí solo no puede llevar a nadie acreer que Jesús haya resucitado de entre los muertos. Sin embargo, el argumentohistórico es excelente para despejar toda la maleza detrás de la cual se han estadoescondiendo todo tipo de escepticismos. La propuesta que señala que Jesús se levantócorporalmente de entre los muertos tiene una capacidad inigualable para explicar losdatos históricos que se encuentran en el corazón mismo del cristianismo primitivo. Elhecho obvio sobre que sigue constituyendo un verdadero reto a nivel personal ycorporativo no nos debe impedir que lo tomemos con la debida seriedad. ¿O quizássólo estábamos jugando cuando decidimos abordar esta pregunta en un principio? Después de todo, hay diferentes tipos de «conocimiento». La ciencia estudia aquello

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que se repite, mientras que la historia aborda lo que no se repite. César sólo cruzó elRubicón una vez y, si lo hubiera cruzado de nuevo, esa segunda vez habría significadoalgo diferente. Hubo y sólo pudo haber un primer aterrizaje en la luna. La caída delsegundo Templo de Jerusalén tuvo lugar en el año 70 d.C. y este evento nunca volvió asuceder. Claro está que los historiadores no ven esto como un problema y, en términosgenerales, no tienen miedo alguno de declarar que estos eventos tuvieron lugar, aunqueno los podamos repetir en un laboratorio. Sin embargo, cuando la gente dice: «pero eso no puede haber sucedido porquesabemos que ese tipo de cosas no sucede en realidad», está apelando a un tipo deprincipio de la historia con ciertas características científicas que no es otro que elprincipio de analogía. El problema que plantea la analogía es que nunca profundiza losuficiente. La historia está llena de hechos y acontecimientos poco probables quesucedieron una vez y tan sólo una vez. Como resultado de ello, las analogías tienden aser, en el mejor de los casos, parciales. De cualquier forma, si alguien decide declararque algunos tipos de eventos o acontecimientos «no suceden normalmente», esosimplemente lleva a que alguien se sienta tentado a replicar: «¿quién lo dice?». Y, enrealidad, en este caso que nos ocupa, debemos destacar como un punto obvio que aveces se pasa por alto el hecho de que los cristianos primitivos no pensaban que laresurrección de Jesús era una instancia de algo que sucedía en otros lugares de formaocasional. Es verdad que ellos la vieron como la primera instancia, el preludio queanticipaba algo que, a la larga, les sucedería a todos los demás. Pero ellos no utilizaronesa esperanza futura como una analogía partiendo de la cual podrían argumentar deforma retrospectiva que ya había sucedido en esta instancia única («Va a sucederle atodo el mundo a la larga, de manera que se demuestra que no hay problema de quehaya sucedido por adelantado esta única vez»). ¿Entonces, cómo trabaja el historiador cuando la evidencia apunta hacia aquellas cosasque por lo general no esperamos? La resurrección es un ejemplo tan claro a esterespecto que es difícil generar analogías de la pregunta en sí a este metanivel. Sinembargo, tarde o temprano, las preguntas y los aspectos de la visión del mundoempiezan a surgir en el trasfondo y la pregunta acerca de los tipos de material que elhistoriador va a permitir que aparezcan en el escenario se ve afectada inevitablementepor la visión del mundo dentro de la cual vive dicho historiador. Y, en ese momento,nos enfrentamos una vez más a la pregunta del científico, quien, ante el experimentoperfecta y minuciosamente repetible que analiza lo que le sucede a los cadáveres, loque pareciera que siempre es ha sucedido y lo que es bastante probable que siemprevaya a seguir sucediéndoles, señala que la evidencia es tan sólida e indiscutible que esimposible creer en la resurrección sin dejar de ser científico del todo. Ahora bien, podemos preguntarnos, ¿hasta dónde llega esa posición «científica»?

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Cuando preguntamos: «¿qué es lo que puede creer un científico acerca de algo?»,estamos formulando una pregunta que se desarrolla en dos niveles. En primer lugar,nos estamos interrogando sobre el tipo de cosas que puede explorar el métodocientífico y sobre la manera en la que se puede llegar a saber o creer en algunas cosas.En segundo lugar, nos estamos preguntando sobre el tipo de compromiso que se puedeesperar que tenga en todas las otras esferas de su vida alguien que está estrechamentevinculado con el conocimiento científico. Así, por ejemplo, ¿se debe esperar que uncientífico tenga un enfoque «científico» cuando escucha música? ¿Debe tenerlocuando ve un juego de futbol? ¿Lo tendrá cuando se enamora? Yo creo que la preguntaacerca de si un científico puede creer en la resurrección de Jesús da por sentado que sepueda esperar que la resurrección y, quizás, específicamente «la resurrección deJesús», incida en el área de interés del científico. Sería algo así como decir: «¿puedeun científico creer que el sol va a salir dos veces en un solo día?», o «¿puede uncientífico creer que una polilla puede volar hasta la luna»? En otras palabras, esto seríadiferente a decir lo siguiente: «¿puede un científico creer que la música de Schubert esbella?», o «¿puede un científico creer que su cónyuge lo ama?». Y claro está, tambiénestán aquellos que al redefinir la resurrección para hacer de ella simplemente unaexperiencia espiritual al interior de los corazones y de las mentes de los discípulos, haninclinado la pregunta hacia el estilo de las últimas dos, alejándola de las dos primeras.Sin embargo, esto tiene que descartarse si tomamos en cuenta el significado que losusuarios del lenguaje de la resurrección le daban a la palabra durante el primer siglo,tal como lo veremos más adelante. Durante el primer siglo, la palabra «resurrección»se relacionaba con alguien que luego de haber estado completamente muertofísicamente, había vuelto a estar totalmente vivo físicamente y no simplemente alguienque había «sobrevivido» o había ingresado en un mundo «puramente espiritual»,cualquiera que éste pudiera ser. Por consiguiente, la «resurrección» tiene efectonecesariamente sobre el mundo público. Ahora bien, en esta etapa nos encontramos frente a un tercer elemento del«conocimiento», un área desconcertante que va más allá de la ciencia (que «sabe» todoaquello que, en principio, se puede repetir en un laboratorio) y el tipo de «historia» quepretende «saber» aquello que tiene sentido por analogía con nuestra propiaexperiencia. En algunas ocasiones, los seres humanos, tanto a nivel individual, comocomunitario, se ven enfrentados a algo que deben rechazar de plano o que, en caso deaceptarlo, implicará que tengan que reformular su propia visión del mundo. Para establecer claramente este punto, se me ocurrió una fantasía e inventé unescenario imaginario de Oxbridge. Un antiguo alumno muy acaudalado de estauniversidad le regala a este centro de estudios una pintura espléndida y bellísima a laque simplemente no le logran encontrar lugar en ninguno de los espacios disponiblesde la universidad. No obstante, el cuadro era tan magnífico que, a la larga, las

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autoridades de la universidad decidieron demoler los edificios y reconstruirlosalrededor de este inesperado y estupendo regalo, descubriendo, como tiende a suceder,que la nueva estructura realzaba todos los mejores aspectos de la universidad y que sehabían logrado superar todos los problemas de los que la gente había estado conscientehasta ese momento. Cabe destacar que el aspecto clave con respecto a este ejemplo,por inadecuado que sea, es que debe haber habido algún momento específico en el quela universidad en cuestión recibió la pintura, un punto de coincidencia epistemológicaque permitiera a las autoridades de la universidad tomar su decisión trascendental ymemorable. El ex alumno que dona el cuadro no llegó simplemente a la universidadsin que nadie lo hubiera invitado. No les entregó la pintura diciéndoles: «Ahorapónganse a pensar qué harán con el cuadro». El punto que pretendo establecer es quela resurrección de Jesús, al presentarse como la respuesta obvia a la pregunta de«¿cómo puede usted explicar el surgimiento de un cristianismo primitivo?», tiene esetipo de influencia sobre cualquier investigación histórica seria y, por lo tanto, planteaese tipo de reto a la visión más amplia del mundo que tienen, tanto el historiador comoel científico. El reto es en realidad el reto de la nueva creación. Para expresarlo en sus palabras másbásicas: la resurrección de Jesús se ofrece a sí misma por igual al estudiante de historiao de ciencias que al cristiano o al teólogo, no como un evento muy extraño dentro deun mundo tal como es, sino como el evento totalmente característico, el prototipo y elfundamento mismo que ha tenido en el mundo, tal como éste ha comenzado a ser. Noes un evento o acontecimiento absurdo dentro del viejo mundo, sino el símbolo y elpunto de partida del nuevo mundo. El argumento que se plantea en el cristianismo esde tal magnitud: con Jesús de Nazaret no surge simplemente una nueva posibilidadreligiosa, así como tampoco una nueva ética o una nueva forma de salvación, sino unanueva creación. Ahora bien, éste pareciera ser un descubrimiento epistemológico, al igual queteológico y preventivo. Si lo que realmente estuviera en juego fuera una nuevacreación, el historiador no tendría ninguna analogía para explicarla y los científicos nopodrían clasificar sus eventos característicos con otros eventos que, de otra manera,hubieran podido estar sujetos a revisión. ¿Qué es lo que debemos hacer? Sólo la historia, desde luego tal como se concibe dentro del mundo occidental modernoy tal como se ubica en la cama procrusteana de la ciencia que (con toda razón) observael mundo tal como es, parece dejarnos como los hijos de Israel que esperan con temoren las riberas del Mar Rojo. Detrás de nosotros están las fuerzas del escepticismo: lashordas del Faraón se burlan de nosotros y nos gritan que vienen a buscarnos. Másadelante está el mar que representa el caos y la muerte, las fuerzas que nunca antesnadie siquiera podría haber supuesto que iban a ser vencidas. ¿Qué es lo que debemos

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hacer? No hay manera de dar marcha atrás. No se han dado otras explicaciones en losdos mil años de escepticismo despectivo contra el testigo cristiano que puedan explicarde forma satisfactoria la manera en la que la tumba llegó a estar vacía y en la que losdiscípulos llegaron a ver a Jesús y cómo se transformaron sus vidas y sus visiones delmundo. En realidad, los relatos alternativos son muy poco convincen.es, He leído lamayoría de los relatos actuales y muchos de ellos incluso inspiran risa. La historiaparece dejarnos temblando en la costa. Se puede insistir con la pregunta que tiene surespuesta en la fe cristiana. Sin embargo, si alguien decide quedarse entre el Faraón yel mar profundo, la propia historia no puede obligarlo a ir más allá. Entonces, todo depende del contexto dentro del cual se desarrolla la historia. Lasdecisiones más importantes que tomamos en la vida no surgen únicamente de laracionalidad del cerebro izquierdo que hace su aparición luego de la Ilustración. Yo nome atrevería a sugerir que uno puede argumentar hasta llegar a la verdad fundamentalde la fe cristiana por puro razonamiento humano, basándose únicamente en laobservación del mundo. En realidad, es obvio que eso sería imposible. De igualmanera, no sugeriría tampoco que una investigación histórica de este tipo no influye enlo absoluto y que todo lo que se requiere es un salto al vacío impulsado por la fe. Diosnos ha dado la mente para pensar. La pregunta se ha planteado de forma adecuada. Elcristianismo apela a la historia y hacia ella debe dirigirse. Es más, aunque en muchossentidos el asunto de la resurrección de Jesús puede ir más allá de los límites de lahistoria, también permanece dentro de ellos y ésa es precisamente la razón por la quees tan importante y tan inquietante. Es precisamente por ello que es un asunto de vidao muerte. Cada uno de nosotros y el mundo entero puede hacerle frente a un Jesús que,en última instancia, permanece como una idea fabulosa dentro de la mente y el corazónde los discípulos. En cambio, el mundo no puede manejar la idea de un Jesús que salede la tumba e inicia una nueva creación de Dios en medio de la antigua. Esta es la razón por la cual para lograr un enfoque completo que aborde este problemaen su totalidad, necesitamos ubicar nuestro estudio de la historia dentro de un complejomás amplio de contextos humanos, personales y colectivos. Sin lugar a dudas, estoconstituye un reto no sólo para el historiador y el científico, sino también para todoslos seres humanos, cualquiera que sea la visión del mundo bajo la cual ellos vivennormalmente. Aquí están en juego los problemas de la visión del mundo y no sepodrán manejar recurriendo a la antigua estrategia liberal de pretender (como hansugerido algunos de los revisores de mis trabajos anteriores) que para aquellos queaceptan lo que un escritor ha denominado los «paradigmas actuales de la realidad», esimposible creer en la resurrección de Jesús. Si esto significa capitular ante la visión delmundo de Hume y de otros exponentes de la Ilustración, les responderé queprecisamente ahora, a principios del siglo veintiuno, hay toda una amplia gama derazones que nos llevan a cuestionar los paradigmas actuales. De cualquier modo, como

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ya hemos podido apreciar, es erróneo implicar que es necesario elegir entre la visiónantigua del mundo y la moderna (o, incluso, la postmoderna). Tampoco en la visiónantigua del mundo que vemos en Homero, Platón y Cicerón, así como los demáspensadores de esos tiempos, había lugar para la resurrección. Lo que está en juego esuna verdadera pugna entre una visión del mundo en la que tiene cabida un Dios decreación y justicia y las visiones del mundo que no lo permiten. Estoy plenamente consciente de que, aún hoy en día, muchas personas suponen que lafe vive en un ámbito privado, que se aísla por completo de la historia, a menos que lahistoria esté dispuesta a aceptar ciertas limitaciones poco gratas. Mientras tanto, paramuchos otros, la historia consiste simplemente en una cadena cerrada de causas yefectos visibles que nunca está abierta a nada nuevo que pueda suceder. Lo que hace lanarrativa sobre la Pascua y lo que, según yo sostengo, hace también la existenciaentera y total de la Iglesia, desde los primeros días en adelante, es plantear unapregunta inmensa. En última instancia, tenemos que formular esa pregunta, cuandomenos, en concierto con la vida de la comunidad que cree en el Evangelio y que buscamediante su existencia vivir su verdad. Tenemos que considerarla detenidamentedentro del contexto de la lectura de las Escrituras que, en virtud de toda su narrativa,establecen claramente la visión del mundo dentro de la cual adquiere su sentido.Necesitamos examinarla con detenimiento dentro del contexto de la apertura personalal Dios del que habla la Biblia, el Creador del mundo y no simplemente una presenciadivina dentro del mismo, el Dios de la justicia y de la verdad. Estos no son sustitutosde una investigación histórica, así como tampoco son simples complementos débiles ymalos de la misma. Son tan sólo maneras de abrir las ventanas de la mente y delcorazón para ver lo que, después de todo, pudiera ser posible verdaderamente en elmundo de Dios, el mundo no sólo de la creación, sino también de la nueva creación.Creo yo que la historia nos lleva al punto en el que estamos obligados a decir: enrealidad, había una tumba vacía y realmente hubo apariciones de Jesús, el mismoJesús, aunque al mismo tiempo transformado. La historia luego procede a decir:¿entonces, cómo puede usted explicar eso? En ese punto no nos ofrece ninguna escapatoria fácil, así como tampoco una respuestarápida a esta pregunta. Ya todas se han intentado en algún momento y ninguna de ellasha funcionado. La historia plantea la pregunta. Y cuando la fe cristiana la responde,bien pudiera ser el caso que una historia sensata, humilde e inquisitiva (encontraposición a un racionalismo arrogante que ya ha tomado la decisión sobre elproblema por anticipado), se encuentre diciendo: «eso no me suena nada mal». La historia de Tomás que aparece en el capítulo 20 del evangelio según san Juan nossirve de parábola para explicar todo esto. Como todo buen historiador, Tomás quierever y tocar. Jesús se le presenta para que lo vea y lo invita a tocarlo, pero Tomás no lo

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hace. Él logra trascender el tipo de conocimiento que ha pretendido utilizar y pasa, másbien, a un nivel más elevado y más intenso. En la imagen que utilicé con anterioridadde Israel en el Mar Rojo, podemos apreciar cómo se ven las cosas, en las palabras delOratorio de Pascua, tal como se aprecia a continuación. Tomás empieza con susdudas:

El mar es demasiado profundoEl cielo está demasiado altoNo puedo nadarNo puedo volar;Debo permanecer aquíDebo permanecer aquíAquí donde yo séLo que puedo saberAquí donde yo séLo que puedo saber.

Jesús luego reaparece e invita a Tomás a ver y tocar. De pronto, la nueva posibilidadque lo aturde se abre ante él:

El mar se ha abierto en dos. Las huestes del FaraónLa desesperación y la duda, el temor y el orgulloYa no nos asustan. Nosotros debemosCruzar hasta el otro lado. El cielo se inclina ante nosotros. Con manos heridasNuestro Dios exilado, nuestro Señor de la vergüenzaSe yergue vivo, respirando ante nosotros;La Palabra está cerca y nos llama por nuestro nombre. Un nuevo conocimiento para la mente que duda,Que ahora vemos crecer de la ceguera;Una nueva confianza que puede encontrar el escépticoUna nueva esperanza a través de la que ahora sabe la fe.

Y luego de eso, Tomás respira profundamente y permite que se unan la historia y la fesin demora. A continuación, dice: «Mi Señor y mi Dios». Este no es un comentario antihistórico. El «Señor» en cuestión es precisamente aquélque es el clímax de la historia de Israel y del lanzamiento de una nueva historia. Unavez que se logra comprender la resurrección, es posible apreciar que la historia deIsrael está plena de analogías parciales y preparatorias para este momento. El pesoepistemológico no sólo lo carga la promesa de la resurrección final y de la nuevacreación, sino la narrativa de las acciones poderosas de Dios en el pasado.

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Tampoco es un argumento anticientífico. El mundo de la nueva creación esprecisamente el mundo de una nueva creación. Como tal, está abierto y, en realidad,está dispuesto a recibir el trabajo de los seres humanos, no para poderlo manipular contrucos de magia, ni tampoco para supeditamos a él como si el mundo de la creaciónfuera divino en sí mismo, sino para ser sus representantes. Y los representantes oadministradores necesitan prestarle una atención muy cercana y muy detallada aaquello que ellos están representando o administrando, de manera de poder prestar unmejor servicio y permitirle desarrollar el provecho que desea lograr. Lo que pretendo sugerir es que la fe en Jesús resucitado de entre los muertostrasciende, aunque incluye, lo que denominamos la historia y a lo que nos referimoscomo la ciencia. Este tipo de fe no es una creencia ciega que rechaza la totalidad de lahistoria y de la ciencia. ¡Aunque esto sería mucho más «seguro», tampoco essimplemente una creencia que habita en una esfera totalmente diferente, separada deambas en un compartimiento hermético totalmente diferente! Más bien, este tipo de fe,la cual como todas las modalidades de conocimiento se define según la naturaleza desu objeto, es la fe en Dios el Creador, el Dios que ha prometido poner todas las cosasen su lugar en los últimos días, el Dios que (como el punto agudo en el que amboselementos se unen) ha resucitado a Jesús de entre los muertos dentro de la historia,dejando una evidencia que exige una explicación del científico, al igual que de todoslos demás. Según entiendo el método científico, en el momento en que surge algo queno encaja en el paradigma con el que uno está trabajando, una última opción, cuandoquizás todo lo demás ha fallado, es la de cambiar el paradigma y no excluir todo lo queuno ha conocido hasta ese momento, sino, más bien, incluirlo dentro de un todo másamplio. Por así decirlo, este el reto de Tomás. Si Tomás representa una epistemología de la fe que trasciende, aunque tambiénincluye el conocimiento histórico y científico, podríamos sugerir que Pablo representaa este respecto una epistemología de la esperanza. En 1 Cor 15, nos esboza suargumento de que habrá una resurrección futura, como parte de la nueva creación deDios, la redención de la totalidad del cosmos, tal como nos lo dice en Ro 8. Para elcristiano, la esperanza no es una simple ilusión, ni tampoco un optimismo ciego. Esuna modalidad de conocer, una modalidad dentro de la cual las cosas nuevas sonposibles, las opciones no se cierran y puede haber una nueva creación. Hay más quedecir al respecto, aunque no será éste el momento de hacerlo. Por cierto, todo esto nos lleva a Pedro. Las epistemologías de la fe y de la esperanzaapuntan hacia una epistemología del amor y ambas trascienden, aunque tambiénincluyen el conocimiento histórico y científico. Esta es una idea acerca de la cual leípor primera vez en un libro de Bernard Lonergan, aunque no podríamos decir que

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fuera nueva para él. El relato que se nos plantea en el capítulo 21 del evangelio segúnsan Juan le da aún más vida a esta idea. Pedro es famoso por haber negado a Jesús. Éldecidió vivir en el mundo normal en el que los tiranos ganan al final y en el que esmejor disociarse de la gente que se pasa al lado equivocado. Pero entonces, con laPascua, Pedro es llamado a vivir en un mundo nuevo y diferente. Es un mundo en elque Tomás está invitado a tener un tipo de fe y Pablo a abrigar una esperanzaradicalmente renovada, mientras que Pedro está llamado a un nuevo tipo de amor. A este respecto, quisiera volver a mencionar a Wittgenstein. Esta vez no lo haré enreferencia al atizador de fuego, sino a un famoso aforismo que nos persigue: «Es elamor el que cree en la resurrección». «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?», preguntaJesús. En esa pregunta se esconde todo un mundo. Es un mundo de invitación y retopersonal, de la reformulación de un ser humano luego de la deslealtad y del desastre,de la recreación de la epistemología en sí misma. Es la pregunta sobre cómoconocemos las cosas para que se correspondan con la nueva ontología. Es la preguntaacerca de lo que es verdaderamente la realidad, La realidad que es la resurrección no sepuede «conocer» simplemente desde dentro del viejo mundo de descomposición ynegación, de tiranos y de tortura, de desobediencia y muerte. Pero ése es precisamenteel punto. El hecho de repetir: la resurrección no es un acontecimiento altamentepeculiar dentro del mundo actual (aunque también es precisamente eso); es,fundamentalmente, el evento que ha definido la nueva creación, el mundo que estánaciendo con Jesús. Si fuésemos tan sólo a echarle un vistazo a este nuevo mundo, sinpretender siquiera ingresar en él, necesitaríamos un tipo nuevo de conocimiento, unconocimiento que nos involucre en nuevas formas, una epistemología que extraiga denosotros no sólo la fría evaluación de la investigación distante, cuasi científica, sinoese compromiso y esa participación de una persona plena que se pueden expresar de lamejor manera en una sola palabra: «amor», en el verdadero sentido que Juan le da altérmino agape. Mi opinión, como resultado de haber hablado con algunos colegascientíficos al respecto, es que, a pesar de que es difícil de describir, algo como esto eslo que está en juego cuando los científicos se dedican a estudiar esta materia de formatan completa que el nacimiento de nuevas hipótesis parece surgir, no tanto del cerebroabstracto (¿una computadora hecha de carne y hueso?) que procesa datos de otrasfuentes sino, más bien, a través de la simbiosis suave y misteriosa del conocedor y delconocido, del amante y del amado 17. Claro está que el escéptico de inmediato sugerirá que ésta es una manera de derrumbarla verdad de la Pascua, convirtiéndola una vez más en un simple subjetivismo. No esasí. Simplemente porque se requiere de agape para creer en la resurrección, eso nosignifica que todo lo sucedido fuera que Pedro y los otros sintieron que su corazóntenía un extraño calor. Precisamente porque es de amor de lo que estamos hablando,éste debe tener una realidad correlativa en el mundo fuera del que ama. El amor es la

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modalidad más profunda del conocimiento porque es precisamente el amor el que,aunque se involucra completamente con una realidad que no es la propia, afirma ycelebra esa otra realidad que no es la suya. Este el punto en el que se viene abajo granparte de la epistemología modernista. La antítesis estéril de lo «objetivo» y de lo«subjetivo» cuando decimos que las cosas son, bien sea objetivamente ciertas (ypueden, por lo tanto, ser percibidas como tales por un observador objetivo), osubjetivamente ciertas (y, por consiguiente, no tendrán utilidad alguna como recuentodel mundo público real), es superada por la epistemología del amor que es llamado aexistir como modalidad necesaria del conocimiento para aquellos que van a vivir en elmundo público nuevo, el mundo que se inauguró en la Pascua, el mundo en el queJesús es el Señor y ya no lo es el César. Esta es la razón por la que, a pesar de que los argumentos históricos que defienden laresurrección corporal de Jesús son verdaderamente contundentes, nunca debemossuponer que lograrán más que hacer que la gente se enfrente a las preguntas quetambién enfrentaron Tomás, Pablo y Pedro, las preguntas relativas a la fe, la esperanzay el amor. No podemos utilizar una epistemología histórica supuestamente «objetiva»como el terreno fundamental para la verdad de la Pascua. Hacerlo sería como encenderuna vela para ver si ya ha salido el sol. Lo que harán las velas de la erudición históricaes demostrar que se ha desordenado la sala de alguna manera, que ya no se ve como lanoche anterior y que no bastarán estas explicaciones que intentan ser «normales».Después que los argumentos históricos hayan logrado su cometido, quizás pensemosque ha despuntado la mañana y que se ha despertado el mundo. Sin embargo, parainvestigar si éste es el caso, debemos correr el riesgo y abrir las cortinas para enfrentaral sol que ya ha salido. Cuando lo hacemos, ya no necesitamos más las velas nirecurrimos a ellas, no porque no creamos en la evidencia y en el argumento, sinoporque, más bien, ambos han sido superados por la realidad más amplia de la cualadquieren su propia realidad, a la que apuntan y en la que encontrarán un hogar nuevoy más amplio. Todo conocimiento es un regalo de Dios. El conocimiento histórico ycientífico no lo es menos que el de la fe, la esperanza y el amor, aunque sin duda elmayor de todos ellos es el del amor. 3. Conclusión Para finalizar, quisiera hacer un último comentario. Estoy convencido de que el climade escepticismo que durante los últimos doscientos años hizo que no estuviera demoda e incluso que fuera vergonzoso sugerir que verdaderamente ocurrió laresurrección de Jesús, nunca fue y tampoco es ahora un elemento neutro desde el puntode vista sociológico o político. El golpe de estado intelectual mediante el cual laIlustración convenció a tantos de que «ahora sabemos que los muertos no resucitan»,como si esto fuera un descubrimiento moderno, en vez de una simple reafirmación de

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lo que habían dado por sentado Homero y Esquilo, va de la mano con las otraspropuestas de la Ilustración y más ahora que hemos llegado a la mayoría de edad, quepodemos mandar a Dios allá arriba y dedicarnos a conducir el mundo de la manera quequeramos, dándole la forma que más nos conviene, sin interferencia externa alguna. Aese grado, podemos contar los totalitarismos del último siglo simplemente entre lasdiversas manifestaciones de un totalitarismo más amplio de pensamiento y culturacontra el cual se ha revelado y con toda razón en mi opinión, la postmodernidad.¿Después de todo, quién es aquél que no quería que los muertos resucitaran? No erasimplemente el tímido intelectual; tampoco eran los racionalistas. Eran aquellos queestaban en el poder, los tiranos sociales intelectuales y los bravucones. También eranlos Césares que estarían amenazados por un Señor del mundo que había vencido laúltima arma del tirano, la misma muerte. Los Herodes estarían horrorizados ante lavalidación posterior a su muerte del verdadero Rey de los Judíos. Y éste es punto en elque creer en la resurrección de Jesús deja de ser cuestión de investigar unacontecimiento extraño que sucedió en el siglo uno para convertirse, más bien, en elredescubrimiento de la esperanza en el siglo veintiuno. La esperanza es aquella virtudque uno logra tener cuando se percata de pronto de que es posible que surja una nuevavisión del mundo, una visión del mundo en la que, después de todo, los ricos, lospoderosos y los inescrupulosos ya no tienen la última palabra. El mismo cambio en lavisión del mundo que exige la resurrección de Jesús es el cambio que nos permitirátransformar el mundo. Pensemos en la escena fabulosa de Oscar Wilde en su obra de teatro Salomé, cuandoHerodes escucha informes de que Jesús de Nazaret se ha levantado de entre losmuertos. «Yo no deseo que él lo haga», dice Herodes. «Le prohíbo que lo haga. No le permito aningún hombre que resucite a los muertos. Es necesario encontrar a este hombre ydecirle que le prohíbo que resucite a los muertos».Esta es una bravata del tirano que sabe que su poder está siendo amenazado. Es más, esel mismo tono de voz que escucho no sólo en los políticos que quieren darle al mundola forma que más les conviene, sino también en las tradiciones intelectuales queparecen haberse tomado unas vacaciones. Ahora bien, la siguiente línea inquietante de Wilde es el verdadero aspecto crucial paranosotros, al igual que para Herodes. «¿Dónde está este hombre?», pregunta Herodes.«Está en todos lados, mi Señor», responde el cortesano, «pero es difícil encontrarlo».

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SEGUNDA PARTE

El plan futuro de Dios

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Capítulo 5

Futuro cósmico: ¿progreso o desesperación? 1. Introducción Ya sugerí en la primera parte del libro que cuando volvemos la mirada hacia el mundoy hacia la Iglesia contemporáneos, descubrimos una gran confusión con respecto a lafe futura, pero cuando dirigimos la mirada hacia los cristianos primitivos, encontramosno sólo fe, sino una fe muy precisa y muy específica, tanto con respecto a Jesús y a suresurrección, como en relación con la vida futura que Dios le ha prometido a todo supueblo. No es cuestión de que el pueblo antiguo fuera crédulo y que el pueblo moderno estésiendo escéptico. Existe un alto grado de credulidad en nuestro mundo actual y habíatambién un alto grado de escepticismo en el mundo antiguo. Más bien, todo esto tienealgo que ver con la visión muy específica del mundo que se generó como resultado delos acontecimientos que tuvieron relación con Jesús y, sobre todo, con elacontecimiento en sí de la Pascua. Los primeros cristianos recordaban con alegría ese gran acontecimiento. Sin embargo,precisamente debido a su propia creencia muy judía en Dios como el Creador yredentor y debido a que ellos habían visto la forma en que se había confirmado estacreencia en el acontecimiento totalmente inesperado de la resurrección de Jesús,también veían hacia el futuro con ansias esperando un evento que estaba aún por veniry por medio del cual se completaría lo que se había iniciado en la Pascua. Esta imagenmás amplia de una renovación aún futura es el tema que nos ocupa en esta parte dellibro. En este momento sería imposible pasar directamente a hablar acerca de la fe personalque el Evangelio le ofrece a cada creyente. Lo que Dios hizo por Jesús en el primer díade Pascua es lo que él ha prometido hacer por cada uno de aquellos que está en Cristo,cada uno de aquellos en quien habita el Espíritu de Cristo. Esa es la expectativacristiana bíblica e histórica en términos de nosotros como seres humanos. Sin embargo,a su debido tiempo procederemos a analizar este aspecto.

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Ahora bien, hay muy buenas razones para no empezar con ese punto. En los últimosdoscientos años, en el pensamiento occidental se ha puesto demasiado énfasis en elindividuo a expensas de la imagen más amplia de la creación de Dios. Lo que es más,en el caso de gran parte de la devoción occidental, cuando menos a partir de la EdadMedia, la influencia de la filosofía griega ha sido muy relevante, lo que ha llevado aque las expectativas futuras mantengan mucha más similitud con la visión que teníaPlatón de las almas que ingresan en una felicidad incorpórea que con la imagen bíblicade los nuevos cielos y la nueva tierra. Si empezamos con la esperanza futura delindividuo, siempre correremos el riesgo de que éste sea el enfoque que se le dé a latotalidad del problema y tratemos la esperanza de la creación desde la periferiaindividual; eso ya ha sucedido con suficiente frecuencia. Me entusiasma mucho la ideade descartarlo en virtud de la estructura del argumento, al igual que mediante unaexposición detallada. Por lo tanto, el orden de la discusión lo determina lo que yo considero que es ladisposición adecuada del material. En vez de analizar primero la promesa que se lehace a la persona y su desarrollo desde ese punto hasta la renovación de la creación,empezaremos con la visión bíblica del mundo futuro, una visión del cosmos actualrenovado de arriba hacia abajo por el Dios que es, tanto Creador, como redentor. Esees el contexto dentro del cual podremos hablar de la «segunda venida» de Jesús y,luego, de la resurrección corporal. A su vez, luego pasaremos a la esperanza a gran escala del cosmos en su totalidad, algran drama dentro del cual, por así decirlo, nuestros pequeños dramas desempeñan suparte en la obra. ¿Cuál es el propósito de Dios para el mundo como un todo? Para responder a esta pregunta, en primer lugar debemos analizar en este capítulo dosopciones muy populares, antes de que en el próximo capítulo pasemos a explorar laalternativa que ofrece el Nuevo Testamento en sí (aunque uno nunca lo hubierasiquiera imaginado partiendo sólo de gran parte del cristianismo contemporáneo). 2. Opción 1: el optimismo evolutivo Incluso cuando se corra el riesgo de simplificar todo este asunto en exceso, podríamossugerir que ha habido dos maneras bastante diferentes de analizar el futuro del mundo.En algunas ocasiones, ambas maneras se han confundido con la fe cristiana y, enrealidad, las dos han recurrido a ciertos elementos de la esperanza cristiana para relatarsus grandes historias. Sin embargo, ninguna de ellas se acerca, tan siquiera un poco, ala imagen que tenemos del Nuevo Testamento e, incluso, a las aproximaciones fugacesque nos ofrece el Antiguo Testamento. La respuesta cristiana no la encontramosverdaderamente en el punto medio entre las dos alternativas, sino en la respuesta

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bíblica que combina las fortalezas y elimina las debilidades de ambas. La primera posición se explica en términos del mito del progreso. Muchas personas, enparticular los políticos y los comentaristas seglares de la prensa y de otros medios,siguen viviendo según este mito, apelan al mismo y nos animan a creer en él. Enrealidad (si me permiten apartarme del tema que nos ocupa por un momento), unopodría sugerir que la desaparición del discurso político serio hoy en día no consiste enesto en lo absoluto por el hecho de que los políticos siguen tratando aún de despertarnuestro entusiasmo por las versiones de este mito, ya que es el único discurso queconocen los pobrecitos, mientras que el resto del mundo ha avanzado. A ese grado, soncomo aquellas personas que están tratando de remar en un bote hacia la costa mientrasuna corriente muy fuerte las aparta y las lleva más y más mar adentro. Debido a queestán mirando en la dirección equivocada, no se pueden percatar de que sus esfuerzosestán siendo en vano y lo que hacen es llamar a todos los que están en los otros botes aunirse a ellas en la gran travesía que las llevará hacia la costa. Es por eso que losproyectos modernistas y progresistas sin tregua que los políticos se sienten obligados aofrecernos («¡Vote por nosotros y las cosas mejorarán!») tienen que disfrazarserecurriendo a las técnicas postmodernistas implacables de las opiniones favorablessesgadas para convencer de forma engañosa y en un despliegue exagerado depublicidad: ante la ausencia de una esperanza real, todo lo que les queda son lossentimientos y apelar a ellos. La persuasión no funcionará porque nunca van a creer enella. Aparentemente, lo que necesitamos y, por consiguiente, lo que la gente nos da, espuro entretenimiento. Tal como lo mencionara recientemente un periodista, nuestrospolíticos exigen que se les trate como estrellas del rock, del mismo modo que nuestrasestrellas del rock están actuando como si fueran políticos. Aclarar este enredo yconfusión, algo para lo que está capacitada la fe cristiana, a pesar de las opinionesactuales, debería implicar, entre otras cosas, la renovación del verdadero y genuinodiscurso político, algo que Dios bien sabe que necesitamos con suma urgencia. Sin embargo, volvamos ahora a nuestro tema principal, el que nos ocupa. El mito delprogreso tiene raíces profundas en la cultura occidental contemporánea y algunas deestas raíces son cristianas. La idea de que el proyecto humano y, en realidad, elproyecto cósmico, podría y debería continuar creciendo y desarrollándose para generaruna mejora ilimitada en el ser humano y marchar hacia una Utopía, se remonta hacia elpropio Renacimiento y recibió su empuje decisivo de la Ilustración europea del sigloXVIII. El florecimiento pleno de esta creencia tuvo lugar en Europa durante el sigloXIX, cuando la combinación de progreso y avance científico y económico, por unlado, y las libertades democráticas así como un nivel más amplio de educación, por laotra parte, despertaron un sentido muy fuerte y determinado que indicaba que lahistoria se aceleraba hacia una meta fabulosa. El Dorado estaba apenas a la vuelta de laesquina; era el milenio en el que el mundo viviría en paz. La prosperidad se

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diseminaría desde la Europa y la América ilustradas para cubrir el mundo entero. Bajoningún respecto los pensadores de hace cien años encajaban dentro de este molde,aunque muchos lo hicieron con entusiasmo, lo que incluye a algunos de gran influenciacomo Hegel. Una vez más, es precisamente de esta fuente de la cual los políticossiguen obteniendo su inspiración. En realidad, este sueño utópico es una parodia de la visión cristiana. El reino de Dios ylos reinos del mundo se unen para crear una visión de la historia que se desplaza haciaadelante, hacia su meta, una meta que surgirá desde dentro, en vez de ser un nuevoregalo o don que proviene de algún otro lugar. Es posible hacer que los seres humanosse vuelvan perfectos y, en realidad, están evolucionando inexorablemente hacia esepunto. El mundo es nuestro para que lo descubramos, lo explotemos y lo disfrutemos.En vez de depender de la gracia de Dios, nos convertiremos en lo que tenemos elpotencial de ser como resultado de la educación y del trabajo arduo. En vez de lacreación y de la nueva creación, la ciencia y la tecnología convertirán la materia primade este mundo en el meollo de la Utopía. Al igual que el mítico Prometeo, quiendesafió a los dioses y trató de conducir el mundo a su propio estilo y manera, elmodernismo liberal ha supuesto que el mundo puede convertirse en todo aquello quequeremos que sea mediante un trabajo un poco más arduo y dedicado y ayudando aque progrese la gran marcha hacia el futuro glorioso. Estoy dejando un poco de lado en este breve esbozo el papel que jugó Charles Darwin,cuya imagen icónica sigue estando presente en muchas de las discusionescontemporáneas de diversa índole. Uno de los giros extraños y quizás poéticamenteadecuados de esa historia es nuestro reconocimiento cada vez mayor de que Darwin ensí mismo no era el gran pensador que se dice, aquel que surgió de la nada a su nuevaidea radical, sino que era, más bien, el producto exacto y preciso de su tiempo, unpunto de apogeo específico de la carrera inexorable del optimismo modernista liberal.Es más, él mismo era el producto de una evolución muy particular del pensamientooccidental. El entusiasmo con el que se adoptaron y se volvieron a aplicar sus ideas, nosólo en la esfera biológica limitada a la que pertenecía, sino en áreas más amplias, talescomo la sociedad y la política, nos indica con mucha claridad cuál era la atmósfera queprevalecía en su época. El mundo, en general, y la raza humana, en particular, seguíansu curso inexorable hacia adelante y hacia arriba en un proceso inmanente que no sepodría haber detenido y que llevaría al gran futuro que los esperaba a la vuelta de laesquina. En este sentido más general del progreso, ya se creía ampliamente en laevolución. Era una filosofía profundamente conveniente para aquellos que queríanjustificar su propia expansión industrial e imperial masiva. Darwin le dio ciertalegitimidad científica aparente de la que pronto se aprovecharon ellos y, transcurridomedio siglo, esta filosofía comenzó a utilizarse para justificarlo todo, desde laeugenesia hasta la guerra. Claro está que lo mismo puede decirse, mutatis mutandis, de

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Karl Marx. Muchos pensadores cristianos se montaron en esta ola de aparente progreso. Fueronmuchos los que adoptaron las ideas de Darwin como una manera de resolver (porejemplo) algunos de los problemas que ellos parecían encontrar en el AntiguoTestamento. Muchos hablaron largo y tendido sobre el darwinismo social como elcamino futuro del mundo y algunos de ellos incluso instaron a que se intentara laguerra como la manera adecuada de poner a prueba y determinar quiénes eran losexponentes de la especie humana más preparados y los que estaban en mejorescondiciones y, por lo tanto, aquellos que más merecían sobrevivir. Muchos cristianosadoptaron lo que ellos denominaron el «evangelio social» en un intento por poner enpráctica en la sociedad las promesas del mensaje cristiano. Fue muy abundante lacantidad de buen trabajo que se realizó por este medio, aunque un siglo después, todossabemos ahora que no es la respuesta completa. Ahora bien, el desarrollo cristiano más conocido del mito del progreso fue el de PierreTeilhard de Chardin. Este jesuita francés nacido en el año de 1881 fue un científicomuy reconocido que tenía un claro origen humanista. Era un ferviente místico cristianoque creía que la presencia de Dios debía descubrirse en cualquier lugar y en todo lugaren el mundo natural. Él profesaba la creencia de que el mundo viviente se revelaba a símismo como un medio «cósmico, erístico y divino» que lo abarcaba todo. A pesar dela confusión y del sufrimiento del mundo, él creía que estaba siendo «animado yatraído hacia Dios». Pensaba, también, que el espíritu divino está involucrado en elproceso evolutivo en todas las etapas, de manera que «la evolución cósmica y humanase desplazan hacia adelante en una revelación cada vez más plena del Espíritu,culminando en el “Cristo-Omega”». Toda la historia se había estado desplazando haciael punto Omega del surgimiento de Cristo y ahora se desplazaba hacia el clímax y lameta en la que toda la creación se sentiría realizada en él. El libro más famoso queescribió Teilhard de Chardin, El fenómeno humano, escrito antes de la Segunda GuerraMundial aunque sólo fuera publicado después de la muerte de Teilhard en el año de1955, se convirtió en uno de los libros más vendidos y tuvo influencia sobre toda unageneración de aquellos que quisieron combinar la espiritualidad cristiana con elpensamiento científico. Un escrito muy entusiasta y más reciente sugiere que ahora «suafirmación poderosa de la Encarnación y su visión del Cristo universal y cósmicodentro de la perspectiva evolutiva» pueden reafirmar «el corazón mismo de la fecristiana para nuestra era científica». La influencia de Teilhard de Chardin puedeencontrarse detrás de la popularidad reciente de una oración que nos dice que «todaslas cosas vuelven a la perfección a través de él, en quien tienen su origen». El pensamiento de Teilhard de Chardin es complejo y multilateral, así como tambiénes sutil y éste no es ni el lugar ni el momento para presentar toda una exposición del

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mismo y, menos aún, una crítica. Estaríamos simplemente caricaturizando, comoalgunos lo han hecho, si dijéramos que él fue simplemente un profeta de laespiritualidad de la Nueva Era y que se adelantó a su época. De igual manera, aunquepareciera haber ciertos elementos panteísticos en su pensamiento, Teilhard de Chardinno era de por sí un panteísta propiamente dicho. Tampoco compartió las debilidadesdel optimismo evolutivo de su tiempo y menos aún, tal como veremos luego, laincapacidad de tomar en cuenta en su pensamiento el hecho en sí del mal radical (cabedestacar, puesto que es muy interesante, que fue precisamente un trabajo inédito acercadel pecado original, o más bien de la ausencia del mismo, lo que dirigió primero laatención crítica hacia él en su propia iglesia). Teilhard de Chardin y sus seguidores hanapelado a la idea paulina del «Cristo cósmico», tal como éste aparece en Col 1,15-20.Sin embargo, el pensamiento de Pablo, tanto en ese pasaje, como en otros, apenas sirespalda la estructura que Teilhard de Chardin desea construir. A la larga, y claro estáque él apelaba precisamente a este largo plazo, él puede aparecer como uno de losgrandes florecimientos bajo la modalidad cristiana de ese optimismo evolutivo del quenuestra era postcientífica ahora se aleja con un escepticismo cada vez mayor. Peroseguiremos hablando de este tema más adelante. Tal como lo acabo de dar a entender, el verdadero problema que plantea el mito delprogreso es que no logra abordar y ocuparse del mal. Y cuando digo «abordar yocuparse del mal», no me refiero únicamente a hacerlo intelectualmente, aunquetambién éste sea el caso, me refiero específicamente a lidiar con el mal en la práctica.No logra desarrollar una estrategia que aborde los problemas severos del mal en elmundo. Esta es la razón por la que todo el optimismo evolutivo de los últimosdoscientos años sigue indefenso y sin recursos ante las guerras mundiales, las drogas yel crimen, Auschwitz, el apartheid, la pornografía infantil y otros aspectossuplementarios interesantes que la evolución nos ha lanzado en el camino para nuestrodisfrute en el siglo veinte. Y no sólo no podemos explicarlos en virtud del mito delprogreso, sino que tampoco podemos erradicarlos. La propia agenda de Marx, la de nopretender explicar el mundo sino cambiarlo, permanece aún sin haberse hechorealidad. Claro está que el siglo veinte le da una respuesta bastante completa ydetallada al mito del progreso, tal como muchas personas (entre ellas, Karl Barth) lopudieron observar durante la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, cabe destacar quemuchos otros han continuado creyendo en él y propagándolo de igual manera. Elpropio Teilhard de Chardin fue camillero durante la Gran Guerra y esa experienciatuvo una influencia definitiva sobre él. No lo apartó de la evolución. Más bien, fueclave en su intento por incluir el sufrimiento humano en su ecuación. Parte delproblema en nuestros debates contemporáneos acerca de los que buscan asilo o acercadel Medio Oriente es que nuestros políticos siguen queriendo vendernos el sueño delprogreso, el avance firme y constante del sueño dorado de la «libertad». De igualmanera, cuando la marea de la miseria humana viene a romper las olas sobre nuestras

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playas, o cuando la gente de culturas muy diferentes a la nuestra parece no querer eltipo de «libertad» que nosotros teníamos en mente, esto no sólo es fastidioso einconveniente desde el punto de vista social, sino también ideológico. Les recuerda alos políticos que hay una brecha en su proceso de pensamiento. El mundo sigue siendoun lugar triste y malvado y no un progreso feliz hacia adelante, hacia la luz. Por consiguiente, el mito no puede lidiar con el mal debido a tres razones. En primerlugar, no lo puede detener: si la evolución trajo consigo a Hiroshima y al Gulag, nodebe ser tan buena así. No hay una sola razón observable en la ciencia, la filosofía, elarte o en cualquier otra disciplina que permita suponer que si simplemente seguimosarando la tierra con el sueño de la Ilustración, estos problemas técnicos terminarán porsolucionarse y, a la larga, llegaremos a la Utopía. Lo que es más, hoy en día la cienciamás avanzada tiene bastante claridad con respecto a que todo aquello que pueda o noser cierto acerca de la evolución, específicamente la biológica, el cosmos en formaglobal, simplemente no está evolucionando hacia un futuro dorado. El mundo queempezó con la Gran Explosión, lo que también se conoce como el Big Bang, estádirigiéndose bien sea al Gran Enfriamiento, a medida que se va agotando la energía yel universo se expande hacia un más allá frío y oscuro o hacia la Muerte Térmica, loque también se conoce como el Big Crunch, a medida que la gravedad se reafirma ytodo empieza a hacerse más lento, se detiene y luego vuelve a unirse una vez más. Esbastante posible que, antes de que tenga lugar cualquiera de estas dos posibilidadespreocupantes, un meteorito gigante muy similar a los que probablemente eliminaron alos dinosaurios de la faz de la tierra caiga sobre nuestro planeta con efectos igualmentedevastadores. Ninguno de estos escenarios tiene sentido alguno dentro del mito delprogreso. En segundo lugar, incluso si el «progreso» hubiera sido después de todo lo que nosllevó a la Utopía, tampoco daría cuenta del problema moral de todo el mal que hasucedido hasta la fecha en el mundo. Supongamos que la era de oro llega mañana en lamañana, ¿qué sentido tendría ese hecho para aquellos que están siendo torturados amuerte hoy en día? ¿Cómo podría ser una solución satisfactoria para los malesinmensos e indescriptibles del siglo pasado y, menos aún, de toda la historia mundial?Si, siguiendo la línea de lo que propugnaba Teilhard de Chardin, nosotrosdecidiéramos hacer que Dios fuera parte de todo este proceso, ¿qué tipo de dios seríaaquel que construye su reino sobre los huesos y las cenizas de quienes han sufrido atodo lo largo del camino? Esta imagen me recuerda la historia de un viejo profesoruniversitario de Oxford quien, cada vez que se le iba de las manos el documento en elque estaba trabajando, simplemente lo tapaba con la edición del día del periódico TheTimes y empezaba de nuevo. Después de su muerte, encontraron varias capas de estosasuntos que nunca habían sido abordados. Y luego de la construcción de un reinoevolucionista de Dios, a Dios le quedaría precisamente el mismo problema. Fue debido

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a esto que los antiguos judíos empezaron a hablar de la resurrección. El mito del progreso falla porque en realidad no funciona; porque nunca resolvería elproblema del mal de forma retrospectiva. Finalmente, en tercer lugar, falla porquesubestima la naturaleza y el poder del mal en sí mismos y, por lo tanto, no logra ver laimportancia vital de la cruz, el No de Dios al mal que abre la puerta al Sí de Dios a lacreación. Únicamente en la propia historia cristiana y, sin lugar a dudas, no en lashistorias seculares de la modernidad, tiene algún sentido que los problemas del mundose solucionen no por el movimiento ascendente claro e indiscutible hacia la luz, sinoporque Dios el Creador baja hacia la oscuridad para rescatar a la humanidad y almundo de su difícil situación. Por lo tanto, el mito del progreso ha sido extremadamente poderoso en nuestra cultura.En realidad, sigue siéndolo y no menos por ser una creencia implícita a la que se puedeapelar para justificar todos y cada uno de los «desarrollos» en una direcciónsupuestamente liberadora, humanizadora y que nos da la libertad. La gente preguntacon burla cuando alguien objeta una nueva propuesta «moral»: «¿No crees en elprogreso?». Solían decir eso mismo cuando la gente se oponía a la tala de árbolesantiguos para construir una carretera nueva; pero hemos empezado a darnos cuenta deque el «progreso» en ese sentido no siempre era tan bueno como lo pintaban. Amenudo, los cristianos han aceptado la idea general del «progreso», aunque a veceséste sigue un camino paralelo al de la esperanza cristiana, proviene de un origendiferente y se desvía hacia un destino muy distinto, tal como es el caso de los trenesque recorren el trayecto de Londres a Manchester, los cuales coinciden durante unaparte del trayecto con aquellos que van de Southampton a Newcastle, aunque cadalínea se inicia y termina en lugares muy diferentes. Los políticos y los mediosconstantemente recurren al mito, aunque los métodos que utilizan para explotarlofrecuentemente lo subvierten. Es como alguien que utiliza un taladro eléctrico paracortar precisamente el tomacorrientes al que está conectada la herramienta y de la estárecibiendo la electricidad. No nos debería extrañar, entonces, que vivamos en unmundo de chispas que se disipan, de una energía contraproducente. Ahora bien, antesde analizar la verdadera alternativa cristiana, debemos examinar aunque másbrevemente, el otro mito, el mito negativo, la historia que nos dice que el mundo es unlugar malvado y que lo mejor que podríamos hacer es escapar del mismo. 3. Opción 2: Almas en tránsito Platón sigue siendo el pensador que más influencia ha tenido en la historia del mundooccidental. Para Platón, al igual que para Buda, el mundo actual del espacio, el tiempoy la materia es un mundo de ilusión, de sombras que vemos bailar en una cueva y latarea humana más pertinente es la de ponerse en contacto con la verdadera realidad,

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aquella que está más allá del espacio, del tiempo y de la materia. Para Platón, éstaseran las Formas eternas, para Buda, la Nada eterna. Aunque corriendo una vez más el riesgo de simplificar excesivamente la explicación,podríamos decir que la imagen de Platón se basaba en un rechazo de los fenómenos dela materia y la fugacidad. El enredo y el desorden que privan en el mundo del espacio,el tiempo y la materia fueron una ofensa para la mente filosófica, limpia y ordenadaque habitaba en el mundo de las realidades eternas. No sólo el mal estaba equivocadocon el mundo, también lo estaban el cambio y la descomposición, la naturalezatransitoria de la materia, el hecho de que a la primavera y al verano les siguen el otoñoy el invierno, que el atardecer se apaga hasta convertirse en oscuridad y que eldespertar y el florecer del ser humano son el preludio de su sufrimiento y muerte. Al respecto, las visiones del mundo difieren radicalmente. Los optimistas, lospanteístas, los evolucionistas y los defensores del mito del progreso dirán que éstos noson más que los dolores crecientes de algo más grande y mejor. Los platonistas, losbudistas y los hindúes —y siguiendo la línea platónica, los gnósticos, los maniqueos ymuchos otros dentro de las variantes de las tradiciones cristiana y judía—, todos ellosdirán que éstas son claras señales que indican que estamos diseñados para algototalmente diferente, para un mundo que no está hecho de espacio, de tiempo y demateria, para un mundo de existencia espiritual pura en la que con toda felicidad noslibraremos de las cadenas de la mortalidad de una vez y para siempre. Y la forma en laque uno se libra de la mortalidad dentro de esta visión del mundo es librándose deaquello que se puede descomponer y morir, en otras palabras, de nuestros seresmateriales. La línea platónica se incorporó al pensamiento cristiano desde una etapa muy tempranay trayendo consigo el fenómeno que se conoce como el gnosticismo. Ya que losgnósticos han tenido una especie de regreso triunfal recientemente, creo que bienvaldría la pena decir unas palabras sobre ellos. Al igual que Platón, los gnósticoscreían que el mundo material era un lugar inferior y oscuro, que era el mal en toda lamagnitud de su existencia, aunque creían igualmente que dentro de este mundotambién se encontraban algunas personas que estaban destinadas a otros fines. Estoshijos de la luz eran como estrellas caídas, puntos diminutos de luz que se escondíandentro de un cuerpo material sin pulir. Sin embargo, luego de haberse percatado dequiénes eran, este «conocimiento» (gnosis, en griego) les permitiría ingresar a unaexistencia espiritual en la que el mundo material ya no contaría. Al haber ingresado enesa existencia espiritual, podrían entonces vivir de conformidad con ella, pasando através de la muerte hacia el mundo infinito que está más allá del espacio, el tiempo y lamateria. «Somos polvo de estrellas, somos dorados y tenemos que volver al jardín»,cantaba Joni Mitchell, conectándose con esta mitología milenaria. El mito gnóstico a

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menudo sugiere que la manera de salir de este enredo es volviendo a nuestro estadoprimigenio, anterior a la creación del mundo. En esta visión, la creación en sí es la«caída» que produce la materia, que es el verdadero mal. Espero que esté claro, por unlado, el alto grado en que esta visión parodia algunos aspectos del cristianismo y, porel otro, cuán profunda y completamente discrepa de ella. A pesar de que muchas de las personas del mundo actual probablemente sólo tienenuna idea general de lo que pudiera ser el gnosticismo, suponiendo que acaso hayanoído hablar del mismo, se ha discutido con cierta credibilidad que, cuando menos,algunos elementos del gnosticismo se encuentran presentes en ciertos pensadores yescritores de mayor influencia de los últimos doscientos años de nuestra cultura y, cabedestacar, que el gnosticismo siempre es un fenómeno ecléctico. El escritor y guionistaStuart Holroyd, quien sin reparo alguno era un apologista abierto del gnosticismo,señala a Blake, Goethe, Melville, Yeats y Jung, entre otros, como los representantes deesta corriente en el Occidente moderno y, a pesar de que sus percepciones a menudohan recibido la influencia cruzada de otras ideas diferentes, no podemos ignorar sucomentario. En esencia, si uno se aparta del optimismo materialista, aunque sin porello adoptar el judaísmo o el cristianismo, es probable que termine en algún tipo degnosticismo. Por lo tanto, no debe sorprendernos que algunos elementos delmovimiento romántico y algunos de sus herederos más recientes hayan estado bastantepredispuestos a esto. El descubrimiento en nuestros días de los rollos de Nag Hammadi(una biblioteca de textos gnósticos que se encontró en el Alto Egipto) ha despertado eldeseo de reinterpretar el propio cristianismo en términos de una espiritualidad gnósticasupuestamente original que está en contraste agudo con el reino de Dios sobre la tierratan concreto que anunció Jesús en los evangelios canónicos. Al recorrer un trechosuficientemente largo de ese camino uno termina con las teorías abiertas y ostensiblesde conspiración de un libro como El código Da Vinci. Sin embargo, hay muchos que,sin ir tan lejos, han llegado a suponer que de lo que se trataba precisamente elcristianismo genuino era de algún tipo de gnosticismo. La mayoría de los cristianos de Occidente y, en realidad, también la mayoría de los nocristianos occidentales, han supuesto de hecho que el cristianismo estabacomprometido, cuando menos, con una versión menos fuerte de la posición de Platón.Un buen número de himnos y poemas cristianos se dirige sin pensarlo en la direccióndel gnosticismo. Aunque sin lugar a dudas la espiritualidad de «simplemente estamosde paso» (como se aprecia en la frase espiritual: Este mundo no es mi casa, /Yo sóloestoy de paso»), tiene ciertas afinidades con el cristianismo clásico, fomentaprecisamente una actitud gnóstica: el mundo creado es como mucho una irrelevancia,un lugar oscuro, maligno y sombrío y nosotros somos almas inmortales que existíamosoriginalmente en una esfera diferente y estamos esperando en el futuro volver a ella,tan pronto como se nos permita hacerlo. Se ha supuesto a tal grado en el cristianismo

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occidental que el propósito de ser cristiano es simplemente o, cuando menosfundamentalmente, el de «ir al cielo cuando uno muere», que aquellos textos que no lodicen, aunque sí mencionan el cielo, se leen como si lo dijeran. Por otra parte, lostextos que dicen lo opuesto, tal como es el caso de Ro 8, 18-25 y el libro del Ap 21-22,simplemente son eliminados y se les deja fuera como si no existieran. Los resultados se encuentran por doquier en la Iglesia de Occidente y en las visionesdel mundo que ha generado el cristianismo occidental. Los secularistas a menudocritican a los cristianos por haber contribuido al desastre ecológico y hay más de unapizca de verdad en esta acusación. He escuchado argumentos muy serios enNorteamérica que defienden que ya que Dios pretende destruir el universo actual deltiempo y el espacio y, más aún, ya que pretende hacerlo muy pronto, en realidad noimporta verdaderamente si emitimos el doble de gases de invernadero de lo quehacemos ahora o, si destruimos la selva tropical y la tundra del Ártico, o si llenamosnuestros cielos de lluvia ácida. Esta es una forma extrañamente moderna de lo quepretende ser la negatividad cristiana acerca del mundo y, claro está, su punto de vista«espiritual» superficial está totalmente al servicio del materialismo profundo yarraigado de los intereses comerciales a los que servirán estas prácticas peligrosas encualquiera que sea el plazo, por corto que éste pueda ser. Más adelante, abordaré estas consideraciones con mayor grado de detalle. Por elmomento, simplemente pretendo hacer ver que en muchas partes del mundo cualquierllamado a una visión cristiana del futuro se entiende como un llamado a ladesaparición final del orden creado y a un destino que es meramente «espiritual» en elsentido de que es totalmente no material. A eso se resume ahora la percepción popular,tanto dentro, como fuera de la Iglesia, de lo que se supone que nosotros los cristianosdebemos creer cuando hablamos del «cielo» y cuando hablamos de la esperanza que esnuestra en Cristo. En contraposición a estas visiones populares y equivocadas, la afirmación cristianacentral es que lo que Dios el Creador ha hecho en Jesucristo y especialmente en suresurrección es lo que pretende hacer para todo el mundo y al hablar del «mundo» merefiero a la totalidad del cosmos con toda su historia. Es precisamente de estaesperanza de la que les hablaré en el próximo capítulo.

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Capítulo 6

Aquello por lo que está esperando todo el mundo

1. Introducción Los primeros cristianos no creían en el «progreso». Ellos no creían que el mundoestuviera mejorando sin cesar por sus propios medios o, incluso, bajo la influenciaconstante de Dios. Sabían que Dios tendría que hacer algo muy novedoso para ponerlas cosas en su lugar y sacar a todos de su error. Sin embargo, ellos tampoco creían que el mundo estaba empeorando cada vez más yque, por ello, estaban en la obligación de escapar del mismo de una vez por todas.Ellos no eran dualistas en lo absoluto. Ya que la mayoría de las personas que reflexionan hoy en día sobre estos aspectostienden a inclinarse hacia uno o el otro de estos dos puntos de vista, nos sorprendehasta cierto punto descubrir que los primeros cristianos sostenían una visión algodiferente. Ellos creían que Dios iba a hacer por todo el cosmos lo que había hecho porJesús en la Pascua. Esta es una creencia bastante sorprendente y, por cierto, es unacreencia sobre la cual se reflexiona muy poco, incluso en los círculos cristianos, ymenos aún fuera del ámbito de la Iglesia. Es por ello que debemos exponerlaclaramente paso a paso y demostrar la forma en la que os diversos escritores de losprimeros tiempos desarrollaron diferentes imágenes que luego se sumaron y secombinaron para crear una imagen sorprendente de un futuro por el cual todo el mundoestaba esperando ansiosamente, tal como ellos mismos insistían. 2. Estructuras fundamentales de la esperanza Las afirmaciones más claras de la esperanza cristiana a gran escala se encuentran en elNuevo Testamento, específicamente en los escritos de Pablo y en el libro delApocalipsis. Por lo tanto, quisiera proceder a analizarlas en este momento y, alhacerlo, derivaremos del análisis las maneras en la que responden a las dos visionesopuestas que he esbozado. En particular, tenemos que tomar en cuenta la manera en laque surgen de ellas tres temas. En primer lugar, hablemos de la bondad de la creación. Cuando tomamos en cuentalas corrientes confusas de las diferentes visiones del mundo que se planteaban en elsiglo primero, una característica muy destacada del cristianismo primitivo que nosotros

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conocemos es precisamente que se negó a terminar cayendo en cualquier momento enun dualismo cosmológico en el que se considerara que el mundo creado no es tanbueno y que no lo hemos recibido de Dios. Sin embargo, el mundo es bueno en tantoes creación y no como una «naturaleza» independiente o autosuficiente. No haysugerencia alguna de panteísmo o, inclusive, de panenteísmo. Dios y el mundo no sonlo mismo, así como tampoco todo se mantiene como parte de algo que se denomina«dios». Dentro del ámbito de la teología bíblica, el caso es que un Dios viviente creóun mundo que es otro a sí mismo y que no se contiene en sí mismo. Desde el mismoprincipio, la creación fue un acto de amor, de afirmación de la bondad del otro. Diosvio todo lo que había hecho y le pareció muy bueno; pero no era en sí divino. En supunto culminante, que según Gn 1 es la creación de los humanos, fue diseñada parareflejar a Dios, tanto para reflejarlo de nuevo en la adoración, como para reflejarlo através del servicio. Sin embargo esta capacidad portadora de una imagen que posee lahumanidad no es en lo absoluto equivalente a la divinidad. Si pretendiésemos eliminaresta distinción, estaríamos dando un paso muy grande hacia el panteísmo dentro delcual no hay manera alguna de entender y, menos aún, de abordar, el problema del mal. En segundo lugar, tenemos la naturaleza del mal. El mal es real y poderoso dentro dela teología bíblica, aunque éste no consiste ni en el hecho de haber sido creados, ni enel de ser otros que Dios (¡ya que ser amados al punto de ser llevados hacia la vida porel Dios único es más que suficiente!), así como tampoco en el hecho de estar creadosde materia física y de pertenecer al tiempo y al espacio, en vez de ser puro espíritu enun cielo eterno. De igual manera, y éste constituye un aspecto crucial, el mal tampococonsiste en que seamos algo transitorio y creado para descomponerse. No tiene nada demalo que a un árbol se le caigan sus hojas en el otoño. No tiene nada de malo que elatardecer se vaya desvaneciendo hasta convertirse en oscuridad. El mal no consiste enninguna de estas cosas. En realidad, es precisamente la transitoriedad de la creaciónbuena la que sirve como indicador que apunta hacia su propósito mayor. La creaciónfue buena, pero siempre dirigió su mirada hacia adelante. La naturaleza efímera actúacomo una señal dada por Dios que no apunta desde el mundo material hacia un mundono material, sino del mundo tal como éste es, hacia un mundo tal como algún día sesupone que sea. En otras palabras, apunta desde el presente hacia ese futuro que Diosnos tiene preparado. El proyecto humano de poner las cosas en su santo lugar todavíano se ha completado y sin la transitoriedad podríamos ser llevados con mayor facilidadhacia la idolatría y estaríamos más inclinados a tratar a la criatura, al ser creado, comosi fuera el Creador y bien sabemos que tal como están las cosas, eso seríaextremadamente fácil. Esto nos lleva de nuevo a lo que dije en los dos primeroscapítulos. Lo que importa es la dualidad escatológica (la era actual y la era por venir) yno el dualismo ontológico (una «tierra» del mal y un «cielo» del bien). Tenemos así, entonces, que el mal no consiste en ser creado, sino en la idolatría

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rebelde mediante la cual los seres humanos adoran y honran a elementos del mundonatural, en vez de adorar al Dios que los hizo. El resultado de ello es que el cosmos noestá articulado. En lugar de que los seres humanos sean los vicerregentes sabios deDios sobre la creación, más bien ignoran al Creador y tratan de adorar a algo menosexigente, algo que les dé una dosis de poder o de placer de muy corta duración. Comoresultado de ello, la muerte, que siempre fue parte de la transitoriedad natural de lacreación buena, adquiere una segunda dimensión que, en algunas ocasiones, la Bibliadenomina «la muerte espiritual». En el libro del Génesis, y en realidad en gran partedel Antiguo Testamento, la imagen que describe la muerte es el exilio. A Adán y a Evase les dijo que morirían el día en que comieran de la fruta del árbol prohibido y lo quesucedió en realidad fue que fueron expulsados del Jardín del Edén. Aquel que se apartade la adoración al Dios vivo, se está volcando hacia aquello que no tiene vida en símisma. La adoración de aquello que es transitorio sólo puede ofrecernos la muerte.Más aún, cuando uno comete tal idolatría, da rienda suelta al mal y éste domina elmundo, desatando reacciones en cadena que tienen consecuencias incalculables.Misteriosamente, esta falta de articulación parece enredarse con la transitoriedad y ladecadencia que son necesarias dentro de la creación buena, aunque todavía incompleta,de manera que lo que quizás nosotros denominamos de forma equivocada «el malnatural» puede verse, entre otras cosas, como signos previos de esa «sacudida» finaldel cielo y de la tierra que los profetas bien sabían que era necesaria para que pudieranacer a la larga el nuevo mundo de Dios. En tercer lugar, tenemos el plan de la redención. Precisamente debido a que la creaciónes el trabajo del amor de Dios, la redención no es algo ajeno al Creador, sino algo queél emprenderá con sumo placer y dándose a sí mismo con alegría. El punto sobre laredención es que no significa desechar aquello con lo que contamos y empezar denuevo desde cero, sino más bien liberarnos de aquello que ha terminado por seresclavizan te. Más aún, en virtud del análisis del mal, no como materialidad sino comorebelión, la esclavitud de los seres humanos y del mundo no consiste en la posesióncorporal, cuya redención se lograría con la muerte del cuerpo y la liberaciónsubsiguiente del alma o del espíritu. Más bien, la esclavitud consiste en el pecado, y laredención del mismo debe a la larga implicar, no sólo la bondad del alma o delespíritu, sino también una nueva vida corporal. Este es el plan que se articula en toda la Biblia en cuanto a la elección por parte deDios del pueblo de Israel como medio de redención y, luego, tras la larga yaccidentada historia de Dios y del pueblo de Israel, en términos del envío que Dioshace de su hijo Jesús. La encarnación, que ya había sido anunciada en la tradiciónjudía y, sobre todo, en referencia al Templo como el lugar en el que Dios decide viviren la tierra, no es un error de categorías, como imaginan los antiguos y los modernosseguidores de Platón. Es, más bien, el centro mismo y el cumplimiento del plan a largo

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plazo del Creador bueno y sabio. Si uno relata esta historia desde el punto de vista de la creación buena, entonces lavenida de Jesús surge como el momento por el que había estado esperando toda lacreación. Los seres humanos fueron creados para que actuaran como los guardianes yadministradores de la creación a nombre de Dios. Por lo tanto, aquél a través de quiense hicieron todas las cosas, el Hijo eterno, la sabiduría eterna, se hace humano demanera que él pueda convertirse verdaderamente en el administrador de Dios, en aquelque rige todo su mundo. De igual manera, si uno contara la historia desde el punto devista de la rebelión humana y del pecado y la muerte consiguientes que han envuelto almundo entero, éste vuelve a surgir como el momento por el que había estadoesperando toda la creación: la expresión eterna del amor del Padre se convirtió en laexpresión encarnada del amor del Padre, de manera que al darse a sí mismo a lamuerte, incluso a la muerte en la cruz, toda la creación se pueda reconciliar con Dios.Si uno combina estas dos maneras de relatar la historia y las expresa en los términos dela poesía, uno se percatará de que ha terminado por volver a escribir Col 1,15-20. Estaes la verdadera «Cristología cósmica» del Nuevo Testamento: no se trata de un tipo depanteísmo que opera bajo su propia fuerza y que está apartado del Jesús real, sino deuna nueva forma de contar la historia judía de la sabiduría en términos del mismoJesús, enfocándose en la cruz en sí misma como un acto mediante el cual la creaciónbuena vuelve a estar en perfecta armonía con el Creador sabio. En su conjunto, los versos del poema que aparece en Col 1 nos muestran el grado en elque Pablo ha insistido en mantener juntas la creación y la redención. La redención noes simplemente hacer que la creación sea un poco mejor, como podrían tratar desugerir los evolucionistas optimistas. Tampoco es el rescate de espíritus y de almas deun mundo material maligno, tal como la querrían presentar los gnósticos. Es el rehacerde la creación, luego de haber apartado el mal que le está quitando sus características yla está distorsionando. Y esto lo logra el mismo Dios, ahora conocido en Jesucristo, através del cual se hizo la creación en primer lugar. Es altamente significativo que en elpasaje que viene precisamente a continuación del gran poema de Col 1,15-20, Pablodeclare que el Evangelio ya ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo (Col 1,23).En otras palabras, lo que ha sucedido en la muerte y en la resurrección de Jesucristo nose limita de manera alguna a los efectos que tiene sobre aquellos seres humanos quecreen en el Evangelio y que, por lo tanto, encuentran su nueva vida en este mundo y enel mundo futuro posterior a la muerte. Esto resuena en modos que no logramos ver nientender plenamente, en los vastos y más recónditos lugares del universo. La creación, el mal y el plan de redención revelados en la acción de Jesucristo. Estosson los temas constantes que los escritores del Nuevo Testamento, en especial Pablo yel autor del libro del Apocalipsis, intentan expresar con mucho esfuerzo. En este punto,

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quisiera explorar los textos clave del Nuevo Testamento que hablan sobre la dimensióncósmica de la esperanza cristiana. Son seis los temas principales que es necesarioexplorar. Algunos de ellos constituyen en sí mismos imágenes poderosas que han sidotomadas del mundo de la creación. Si uno va a hablar de algo nuevo que Dios estáhaciendo, que igualmente afirma lo viejo, qué podría ser mejor que hablar de lasiembra y de la cosecha, del nacimiento y de la nueva vida, así como del matrimonio.Empecemos con el primero de estos temas, el de la siembra y la cosecha. 3. La siembra y la cosecha En 1 Cor 15, Pablo usa la imagen de nuestros «primeros frutos». Esto se remonta a losfestivales judíos de la Pascua y de Pentecostés, los cuales en sus formas desarrolladascuando menos eran festivales agrícolas, así como festivales históricos de salvación. LaPascua era el momento en el que se presentaba la primera cosecha de cebada ante elSeñor. Pentecostés, siete semanas después, era el momento en que se presentaban losprimeros frutos de la cosecha de trigo. El ofrecimiento de los primeros frutos significaque la cosecha más abundante está aún por venir. Claro está que a nivel histórico y desalvación, la Pascua judía conmemoraba la salida del pueblo de Israel de Egipto,mientras que Pentecostés, que se celebraba siete semanas después, conmemoraba lallegada al Sinaí y la entrega de la Torah. Estos dos hilos de la historia estabanentretejidos, ya que parte de la promesa de Dios de liberar a Israel y darle la Leyestribaba en el hecho de que Israel heredaría la tierra y que la tierra daría sus frutos. Pablo aplica esta imagen de la Pascua judía a Jesús. Él es el primero de los frutos, elprimero en levantarse de entre los muertos. Pero ésta no es una instancia aislada. Elpunto de los primeros frutos es que habrá muchos, muchos más. La Pascua de Jesús eseso, el Calvario y la Pascua de Resurrección que ocurrió, claro está, durante el tiempode la Pascua judía y fue interpretada desde un principio a la luz de tal festival queindicaba que el esclavista, el gran Egipto, el pecado y la muerte reunidos habían sidovencidos cuando Jesús atravesó el Mar Rojo de la muerte y salió en la otra ribera. Ymás adelante en el capítulo, Pablo sigue hablando acerca de la naturaleza del cuerpo deresurrección cristiano sobre la base del nuevo cuerpo de Jesús. Cabe destacar una vezmás y en contraposición a cualquier inclinación por el gnosticismo, la forma en la queesta serie de imágenes apunta hacia la continuidad, así como también hacia ladiscontinuidad. Del mismo modo es digno de mención que más allá de cualquier tipode optimismo evolutivo, el hecho de pasar de la semilla sembrada al fruto cosechado,implica cierta discontinuidad, al igual que requiere de continuidad y, a ese respecto, eléxodo de Egipto que simboliza esta historia sólo podría verse como un acto de graciapura. El «progreso» por sí solo nunca lo hubiera logrado hacer realidad. 4. La batalla victoriosa

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A renglón seguido, la primera carta a los Corintios continúa con una imagen bastantediferente, una imagen que no está tan relacionada orgánicamente con el orden naturalde la creación, aunque sí tiene antecedentes bíblicos numerosos: se trata de un rey queestablece su reino logrando subyugar a todos sus posibles enemigos. Con extremo cuidado Pablo destaca tanto que Jesús reinará hasta que se le hayasometido el último poder que existe en el cosmos, como que Dios el Padre no estáincluido en esa categoría. Sin importar lo que digamos acerca de la cristología que estáimplícita en este pasaje, Pablo ya está expresando con toda claridad una teología de lanueva creación. Toda fuerza, toda autoridad del cosmos en su totalidad estarán sujetasal Mesías y, finalmente, hasta la muerte misma estará dispuesta a renunciar a su poder.En otras palabras, aquello que estamos tentados a considerar como el estadopermanente del cosmos —la entropía, el caos amenazador y la disolución—, serántransformados por el Mesías quien actuará como el agente de Dios el Creador. Si eloptimismo evolutivo es sofocado, entre otras cosas, por los estimados sensatos de loscientíficos que indican que el universo tal como lo conocemos hoy en día ya estáquedándose sin fuerzas y sin impulso y que no podrá durar para siempre, el Evangeliode Jesucristo anuncia que lo que Dios hizo por Jesús en la Pascua de Resurrección lohará, no solamente por todos aquellos de nosotros que estamos «en Cristo», sino por latotalidad del cosmos. Por lo tanto, será un acto de nueva creación, paralelo al acto de lanueva creación en que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos y derivado delmismo. En este caso encontramos, en toda su magnitud, uno de los resultados más directos quese derivan al decir que Jesús fue levantado corporalmente de entre los muertos, en vezde decir simplemente que al morir empezó a existir en una nueva modalidadincorpórea. Como ya he argumentado en otro punto de este escrito, si después de sumuerte él hubiera pasado a algún tipo de existencia no corpórea, la muerte no hubierasido derrotada. Permanecería intacta y simplemente se le hubiera re-descrito. Jesús, lahumanidad y el propio mundo no podrían estar esperando por ningún futuro dentro delesquema de una modalidad creada y corpórea tal como la que conocemos ahora. Sinembargo, esto es precisamente lo que Pablo está negando. La muerte es el últimoenemigo y no es una parte buena de la creación buena. Por lo tanto, se debe vencer a lamuerte para poder honrar al Dios que da la vida como el verdadero Señor del mundo.Cuando esto haya sucedido, y sólo entonces, Jesús el Mesías, el Señor del mundo, leentregará el mando del reino a su Padre y Dios volverá a ser todo en todo. Volveremosa analizar este punto un poco más adelante. 5. Ciudadanos del cielo que colonizan la tierra

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Antes de que pasemos a abordar este aspecto, quisiera que analizáramos otra imagenreal que se presenta en Flp 3,20-21. Lo que expresa el tema de este pasaje es muysimilar a lo que leemos en 1 Cor 15 y, en realidad, nos cita el momento crucial delmismo salmo (Sl 8), el cual destaca la autoridad de Jesús sobre todos los otros poderes. Filipos era una colonia romana. Augusto había asentado a sus veteranos en este lugarluego de las batallas de Filipos (año 42 a.C.) y de Actium (año 31 a.C.). No todos losresidentes de Filipos eran ciudadanos romanos, aunque todos ellos ya sabían lo queimplicaba el término ciudadanía. La creación de las colonias perseguía dos objetivos.En primer lugar, se fundaba una ciudad con el propósito de ampliar la influenciaromana en todo el mundo mediterráneo, creando células y redes de personas leales alCésar en una cultura más amplia. En segundo lugar, esta era una manera de evitar elproblema de la sobrepoblación de la capital. Sin lugar a dudas, el emperador no queríaque los soldados retirados, con mucho tiempo (y sangre) en las manos se la pasaran enRoma listos y dispuestos a causarle problemas. Era mucho mejor que establecieran susgranjas y negocios en otras regiones. Por lo tanto, cuando Pablo dice: «somos ciudadanos del cielo», no se refiere en loabsoluto a que cuando hayamos llegado ya al final de esta vida, iremos directamenteen la otra vida a vivir en el cielo. Lo que él pretende decir es que el Salvador, el Señor,Jesús el Rey, y, claro está que todos aquellos eran títulos imperiales, vendrá del cielo ala tierra para cambiar la situación y la condición actuales de su pueblo. La palabraclave a este respecto es «transformar»: «él transformará nuestros cuerpos humildesactuales para que sean como su cuerpo glorioso». Jesús no declarará que la naturalezafísica presente es redundante y que se puede desechar. Tampoco él la mejorarásimplemente, al acelerar, quizás, su ciclo de evolución. En un gran acto de poder, elmismo poder que se apreció en la propia resurrección de Jesús, tal como nos lo indicaPablo en Ef 1,19-20, él cambiará el cuerpo actual por uno que se corresponde en sunaturaleza con la suya, como parte de su labor para que todas las cosas vuelvan acorresponder en su esencia a él mismo. Sin embargo, en Flp 3, aunque está hablandofundamentalmente de la resurrección humana, indica que ésta tendrá lugar dentro delcontexto de la transformación victoriosa por parte de Dios de la totalidad del cosmos. 6. Dios será todo en todo

Si volvemos a analizar una vez más 1 Cor 15, veremos que Pablo declara que, comometa de toda la historia, Dios será «el todo en el todo», o si así lo prefieren «todo entodo» (15,28). Este es uno de los argumentos o de las frases más claras del centromismo de la visión del mundo del Nuevo Testamento que se orienta hacia el futuro. A este nivel, el problema que plantea el optimismo evolutivo de Teilhard de Chardin,

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al igual que cualquier forma de panteísmo real, es el hecho de que colapsa la totalidaddel futuro en el presente y, en realidad, incluso en el pasado. Dios será todo en todo. Eltiempo del verbo es el futuro. Hasta que se dé la victoria final sobre el mal y, enespecial, sobre la muerte, no habrá llegado este momento. Sugerir que ya ha llegado noes más que estar en clara connivencia con el mal y con la muerte en sí misma. ¿Cómo podemos pensar entonces con sabiduría y prudencia acerca de la relaciónactual de Dios con el orden creado? Si Dios es en realidad el Creador del mundo, síimporta que la creación sea otra a Dios. Éste no es un problema moral, como se hapensado en algunas ocasiones (si un Dios bueno hace algo que no es él mismo, debeser menos que bueno y, por lo tanto, él tampoco es un Dios bueno por haberlo hechoasí). Tampoco es un problema lógico (si, en el principio, Dios era todo lo que existía,¿cómo puede haber algún espacio ontológico para algo o alguien más?). Tal comodijimos anteriormente, si la creación fue una obra de amor, debe haber implicado lacreación de algo que no fuera Dios. Este amor mismo es lo que entonces permite quela creación sea ella misma y se sostenga en la providencia y en la sabiduría, sin porello abrumarla y sofocarla. La lógica no logra entender el amor. Claro está, ése elproblema de la lógica. Sin embargo, ése no es el final de la historia. Al final, Dios lo que pretende es llenartoda la creación con su propia presencia y amor. Esta es, cuando menos, una parte dela respuesta a la propuesta de Jürgen Moltmann de revivir la doctrina rabínica delzimzum, en la que Dios, por así decirlo, se retira y crea un espacio dentro de sí mismo,de manera que haya un espacio ontológico en el que pueda tener cabida algo que nosea él. Si estoy en lo cierto, esto más bien funcionaría a la inversa. El amor creativo deDios, precisamente por ser amor, crea un nuevo espacio para que pueda haber cosasque sean genuinamente otras a Dios. El Nuevo Testamento desarrolla la doctrina del Espíritu precisamente en estadirección, aunque ya en Isaías tenemos una posibilidad de ver hacia el futuro. En elcapítulo 11, anticipándose al pasaje de la «nueva creación» de los capítulos 65 y 66, elprofeta declara que «la tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren lasaguas el mar». De por sí, ése es un argumento que llama mucho la atención. ¿Cómopueden cubrir las aguas el mar? Ellas son el mar. Pareciera como si Dios pretendierainundar la totalidad del universo con su ser; como si el universo, la totalidad delcosmos, hubiera sido diseñado como un receptáculo de su amor. Incluso podríamosanimarnos a sugerir, como parte de una estética cristiana, que el mundo es bello nosólo porque nos recuerda de manera inquietante a su Creador, sino porque tambiénapunta hacia adelante: ha sido diseñado para ser llenado, inundado, empapado en Dios.Es tal como un cáliz que es bello y lo es más precisamente porque sabemos aquellopara lo ha sido diseñado, aquello que va a contener, o como un violín que es bello y lo

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es más porque sabemos la música que es capaz de producir. Sin embargo, volveremosa analizar este aspecto más adelante. La respuesta al panteísmo del optimista evolucionista o progresista, por un lado, y aldualismo del gnóstico o del maniqueo por el otro, comienza a adquirir ahora su plenaperspectiva en la forma de la escatología cósmica que se presenta en el NuevoTestamento. El mundo ha sido creado bueno, aunque incompleto. Algún día, cuando sehayan vencido todas las fuerzas de la rebelión y la creación responda libremente y conagrado al amor de su Creador, Dios la llenará con su presencia, de manera que,permanezca tanto como una entidad independiente, otra a Dios, como que tambiénpueda ser inundada con la propia vida de Dios. Esto es parte de la paradoja del amor,en la que el amor dado libremente crea un contexto para que el amor se devuelva, secorresponda y devuelva libremente, y así sucesivamente en un ciclo en el que lalibertad total y la unión completa no se anulen una a la otra, sino más bien se celebrenuna a la otra y hagan que la otra adquiera su totalidad. 7. Un nuevo nacimiento Esto nos lleva a Ro 8, donde encontramos otra imagen más que está profundamentearraigada en el propio orden creado: es aquella del nuevo nacimiento. Este pasaje de laBiblia ha sido marginado de forma rutinaria durante siglos por los exégetas y teólogosque han tratado de convertir a Romanos en un simple libro que habla acerca de lamanera en la que los pecadores individuales son salvados de forma también individual.Sin embargo, ése es, en realidad, uno de los grandes puntos culminantes de la carta y,verdaderamente, del pensamiento en sí de Pablo. En este pasaje, san Pablo vuelve a usar las imágenes del éxodo de Egipto, aunque estavez no lo hace en relación con Jesús, ni siquiera con nosotros mismos, sino con lacreación de forma global. Según nos dice (v. 21), la creación está sometida a laesclavitud en ese momento, tal como los hijos de Israel. El designio de Dios fue el deregir sobre la creación con una sabiduría que diera vida a través de las criaturashumanas que portan su imagen. Pero ésta siempre ha sido una promesa para el futuro,la promesa de que algún día el ser humano verdadero, la Imagen misma de Dios, elhijo encarnado de Dios, vendría para guiar a la raza humana hacia su verdaderaidentidad. Mientras tanto, la creación ha estado sujeta a la futilidad, a la fugacidad y ala descomposición, hasta aquel momento en el que los hijos de Dios sean glorificadosy en el que cuanto le ha sucedido a Jesús en la Pascua de Resurrección, le suceda atodo el pueblo de Jesús. Es en este punto en el que Ro 8 encaja en el contexto de 1 Cor15. Tal como se menciona en el versículo 19, la totalidad de la creación espera conansiosa expectativa el momento en el que se revele a los hijos de Dios, cuando suresurrección anuncie su propia nueva vida.

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Luego, Pablo procede a utilizar la imagen de los dolores del parto —una metáforajudía que describe el surgimiento de la nueva era de Dios— no sólo para la Iglesia,según lo indica el versículo 23, y para el Espíritu, como aparece un par de versículosmás adelante, sino de la creación misma, como lo indica en el versículo 22. Una vezmás, esto resalta, tanto la continuidad, como la discontinuidad. Ésta no es unatransición evolutiva sin complicaciones en la que la creación simplemente asciende yse desplaza un nivel más hacia otra modalidad de vida. Esta es una transicióntraumática que implica convulsiones y contracciones, así como la discontinuidadradical en la que la madre y el hijo se separan y ya no siguen siendo uno, sino seconvierten en dos. Sin embargo, tampoco éste es un rechazo dualista de la naturalezafísica que indique que, debido a que la creación actual es transitoria y llena dedescomposición y muerte, Dios la debe apartar, desechar y empezar de nuevo desdecero. En realidad, la metáfora misma que Pablo elige para este momento decisivo de suargumento nos demuestra que cuanto Dios tiene en mente no es que se deshaga lacreación, ni simplemente que siga en su desarrollo constante. Más bien, tiene en menteel nacimiento drástico y dramático de la nueva creación desde el vientre de la vieja. 8. El matrimonio del cielo y de la tierra Es de esta manera como llegamos a la última imagen, la cual es, quizás, la másimportante de todas las imágenes de la nueva creación, de la renovación cósmica, queaparece en toda la Biblia. Esta escena, que se establece en el libro del Ap 21-22, no eslo suficientemente conocida, ni se ha reflexionado lo suficiente sobre ella (quizásdebido a que, para que uno se gane el derecho a leerla, es necesario leer primero, enrealidad, el resto del libro del Apocalipsis de Juan, que para muchos pareciera ser muysobrecogedor). Esta vez, la imagen es la del matrimonio. La nueva Jerusalén baja delcielo engalanada como una novia que se ha ataviado para su esposo. De inmediato podemos percatarnos hasta qué grado esto es drásticamente diferente detodos aquellos posibles escenarios cristianos en los que el final de la historia es lapartida del cristiano hacia el cielo como un alma, desnuda y sin adornos, paraencontrarse con el Creador tembloroso en una clara actitud de temor. Al igual que enFlp 3, no somos nosotros los que vamos al cielo. Más bien, se trata de que el cieloviene a la tierra. En realidad, es la propia Iglesia, la Jerusalén celestial, la quedesciende y viene a la tierra. Este es el rechazo final y definitivo de todos los tipos degnosticismos, de toda visión cuyo objetivo final es que el mundo se separe de Dios,que lo físico se separe de lo espiritual, que el cielo se separe de la tierra. Es larespuesta final a la Oración del Señor, que venga el reino de Dios y que se haga suvoluntad así en la tierra como en el cielo. Es precisamente de lo que nos está hablandoPablo en Ef 1,10 cuando nos dice que el designio de Dios y su promesa es la de reunir

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todas las cosas en Cristo, tanto lo que está en los cielos, como lo que está en la tierra.Es precisamente la realización final, en imágenes ricamente simbólicas, de la promesade Gn 1, que la creación del hombre y la mujer reflejaría de forma conjunta la imagende Dios en el mundo. Y el logro final del gran designio de Dios es el de vencer yerradicar a la muerte por siempre, lo que sólo puede significar el rescate de nuestracreación de la terrible condición de descomposición que sufre ahora. Pareciera entonces que el cielo y la tierra no son, después de todo, polos aparte quetienen que mantenerse separados para siempre, cuando todos los hijos del cielo hayansido rescatados de esta tierra infame. Tampoco son simplemente maneras diferentes deanalizar lo mismo, tal como podría estar implícito en algunos tipos de panteísmo. No;son algo diferente, radicalmente diferente. Sin embargo, están hechos el uno para elotro, de la misma manera (según lo sugiere el libro del Apocalipsis) que lo están elhombre y la mujer. Y, cuando finalmente se reúnan en uno, esa ocasión será causa deregocijo, del mismo modo que lo es una boda: un signo creacional que indica que elproyecto de Dios está progresando, que está avanzando y progresando; que los polosopuestos de la creación se han hecho para estar unidos y no para competir entre sí; queel amor y no el odio será el que diga la última palabra en el universo y que lo que Diosdesea para la creación es la fecundidad de los frutos y no la esterilidad. Por lo tanto, lo que se promete en este pasaje es lo que anticipó Isaías: un nuevo cieloy una nueva tierra, que vinieran a remplazar al viejo cielo y a la vieja tierra que estabandestinados a la descomposición. Como ya he resaltado en diversas oportunidades, estono significa que Dios hará borrón y cuenta nueva y que empezará de nuevo de la nada.Si ése fuera el caso, no habría ninguna celebración ni conquista sobre la muerte, asícomo tampoco habría una preparación tan larga que ya por fin hubiera llegado a su fin.A medida que se va desarrollando el capítulo, la Novia, la Esposa del Cordero, sedescribe cariñosamente: ella es la nueva Jerusalén que prometieron los profetas delÉxodo, en especial Ezequiel. Sin embargo, a diferencia de la visión de Ezequiel en laque el Templo reconstruido a larga vuelve a asumir el protagonismo, en esta ciudad nohay Templo (11,22). Pareciera que el Templo de Jerusalén siempre era diseñado comouna señal que indicaba a Dios y como un símbolo anticipado de la presencia del mismoDios. Cuando la realidad está allí presente, la señal, ya no es necesaria. Al igual quevemos en Romanos y en 1 Cor, el Dios vivo habitará con y entre su pueblo, llenando laciudad de su vida y su amor y derramando por doquier gracia y sanación en el río de lavida que fluye de la ciudad hasta las naciones. Aquí apreciamos un indicio delproyecto futuro que les espera a los redimidos en el nuevo mundo final de Dios. Por lotanto, lejos de estar sentados en las nubes tocando arpas, como tiende a imaginar confrecuencia la gente, en el nuevo mundo, los hijos del pueblo redimido de Dios seránlos agentes de su amor que se entregará de maneras nuevas para lograr nuevas tareascreativas, así como para celebrar y extender la gloria de su amor.

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9. Conclusión Claro está que hay otros pasajes del Nuevo Testamento que nos hablan de la nuevacreación. Idealmente, uno querría también incluir la imagen gloriosa de la ciudad queestá por venir, la cual está por el momento en el cielo, aunque destinada para la tierra yque se menciona en Heb 11 y 12. Sin lugar a dudas, quisiéramos hablar del hermosopasaje de 2 Pe, el cual, haciéndose eco de Isaías, refiere a la espera por los nuevoscielos y una nueva tierra en los que habite la justicia. Claro está que estos dosconceptos los he analizado previamente en La resurrección del Hijo de Dios. Sin lugara dudas, aquí deberíamos incluir los pasajes de Ef 1,15-23, que contienen uno de losargumentos más grandes y más importantes con respecto a este tema. Sin embargo,como lo he hecho con tanta frecuencia durante todos estos años, siempre vuelvo algran poema que aparece en Col 1,15-20. A menudo éste ha sido comprimido en unaimagen superficial de un supuesto «Cristo cósmico» que legitima a un Jesúsdeshistorizado y a una transición fácil y sin complicaciones de la creación-teologíajudía a diversas versiones más indulgentes de Teilhard de Chardin y otros pensadoressimilares. Sin embargo, igual sigue vigente rechazando todos esos intentos y, sobretodo, debido a que si es Jesús la clave del cosmos, claro está que del Jesús que estamoshablando es del Cristo crucificado y que ha resucitado de entre los muertos:

Él es imagen del Dios invisible,primogénito de toda la creación,porque por él fue creado todo,en el cielo y en la tierra:lo visible y lo invisible,majestades, señoríos, autoridades y potestades.Todo fue creado por él y para él,él es anterior a todo y todo se mantiene en él.Él es la cabeza del cuerpo, es decir, de la Iglesia.Él es el principio, el primogénito de los muertos,para ser en todo el primero.En él decidió Dios que residiera la plenitud;por medio de él quiso reconciliar consigo todo lo que existe,restableciendo la paz por la sangre de la cruztanto entre las criaturas de la tierra como en las del cielo.

Sin lugar a dudas, solamente a través de las imágenes, a través de las metáforas y delos símbolos es que podemos imaginar el nuevo mundo que Dios pretende hacer. Estoes lo correcto y lo adecuado. Tal como ya lo he mencionado con anterioridad, todasnuestras palabras acerca del futuro no son más que una serie de letreros y señales queapuntan hacia una bruma brillante. El letrero no nos brinda una fotografía de lo queencontraremos allí cuando lleguemos, sino una indicación cierta de la dirección en la

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que debemos viajar. Lo que estoy proponiendo es que la imagen del NuevoTestamento de la esperanza futura de todo el cosmos, que tiene sus bases en laresurrección de Jesús, es tan coherente como la que todos necesitamos o pudiéramostener del futuro que se le ha prometido a todo el mundo, un futuro en el que, bajo elreinado soberano y sabio de Dios el Creador; se logra eliminar la muerte y ladescomposición y nace una nueva creación en relación con la cual el presente será loque una madre es a su hijo. Tal como lo han demostrado algunos escritores recientes,entre ellos John Polkinghorne, esta imagen le da forma a la esperanza cristiana quepodemos abordar y con la que podemos entablar un diálogo de física de avanzada, deuna manera que no logran hacerlo la síntesis que ofrecen Teilhard de Chardin y otrospensadores. Lo que la creación necesita no es el abandono, por un lado, ni laevolución, por el otro, sino más bien, la redención y la renovación y esto esprecisamente lo que promete y garantiza la resurrección de Jesús de entre los muertos.Eso es lo que todo el mundo está esperando. A su vez, esto nos abre el camino para otros temas que se relacionan con la esperanzacristiana futura: Dios pone las cosas en orden a través de la venida de Jesús y de laresurrección corporal misma. Ahora que reflexiono sobre los planes futuros que Dios tiene para el mundo, me vienea la mente un gran maestro y pastor, el obispo Lesslie Newbigin. Una vez alguien lepreguntó si cuando él miraba hacia el futuro y lo analizaba, su actitud era optimista opesimista. Su respuesta fue muy sencilla y característica de él. «Yo no soy nioptimista, ni pesimista. ¡Jesucristo ha resucitado de entre los muertos!». Este capítulo,que se basa en el anterior y lo amplía, es una manera de responderle Amén a esarespuesta. El mundo en su totalidad está esperando expectante por el momento en elque la resurrección, la vida y el poder se propaguen de un extremo a otro, llenándolocon la gloria de Dios a medida que las aguas van cubriendo el mar. Pero antes de que lleguemos al tema de la resurrección en sí, debemos dirigir nuestraatención a otro elemento vital de la imagen que se tiene en el Nuevo Testamento delfuturo primordial y último de Dios. Por ello, tendremos la presencia personal delpropio Jesús como aspecto central de la revelación del nuevo mundo de Dios.

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Capítulo 7

Jesús, el cielo y la nueva creación 1. La ascensión En el Nuevo Testamento, la creencia que señala que Jesús de Nazaret ha resucitado deentre los muertos está estrechamente relacionada con la creencia de que él ha sidollevado a los cielos donde, según las palabras del salmo, él está sentado a la diestra delPadre. Sólo Lucas nos relata una historia explícita acerca de este evento (aunque, comosi estuviera tratando de compensar las omisiones de sus colegas, él nos lo dice dosveces; una vez al final de su evangelio y una vez al principio de Hechos). Sin embargo,podemos decir sin temor a equivocarnos que esta creencia es una presunción que seevidencia más o menos a todo lo largo de los primeros años del cristianismo. Lo que es más, a pesar de los esfuerzos de muchos, es imposible colapsar la ascensiónen la resurrección o viceversa. Uno no puede salirse con las suyas cuando sugiere queel hecho de decir que «Jesús ha resucitado de entre los muertos» y que «Jesús haascendido a los cielos» son dos maneras de expresar lo mismo. Pablo, el primero denuestros escritores, establece una clara distinción entre ambas acciones. A pesar de lasimpresiones populares que apuntan a lo contrario, Juan los ve como dosacontecimientos separados; Jn 20,17 («no me toques, que todavía no he subido alPadre») pudiera ser sorprendente en otros aspectos, aunque no lo es en éste. Laresurrección y la ascensión desempeñan papeles bastante diferentes (aunque, claroestá, que estrechamente relacionados) dentro del pensamiento de la iglesia primitiva. En realidad, recientemente se ha demostrado que algún tipo de creencia en la ascensiónde Jesús no es simplemente un raro agregado a las creencias cristianas, como a vecesse había pensado, sino más bien una característica básica y vital sin la que todos losdemás elementos empiezan a fallar de forma clara. En su trabajo magisterial,Ascension Ecclesia, el profesor Douglas Farrow de la Universidad de McGill revisa latotalidad del pensamiento cristiano sobre este tema y nos demuestra que, en aquelloscasos en los que se ha ignorado o entendido de forma errónea la ascensión, se puedeapreciar claramente un deslizamiento hacia ideas y prácticas confusas e, incluso,peligrosas. En nuestra propia época, el problema no ha sido en lo absoluto diferente alos problemas relativos a la segunda venida que es el tema al que ahora le dedicaremosla atención: el literalismo categórico, por un lado, que se enfrenta al modernismoescéptico, por el otro, alimentándose cada uno del otro. Algunas personas persisten en

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que Jesús debe haber realizado alguna especie de despegue vertical (a pesar de quesaben que él no está viviendo ahora en algún lugar del espacio sideral y también apesar del hecho de que el despegue vertical en una parte del mundo, hubiera sido unmovimiento descendente visto desde la otra parte del mundo, y así sucesivamente).Muchas personas insisten, e incluso me atrevería a decir que ésta es la teología que seles ha enseñado a tantos de mis lectores, que el lenguaje de la «desaparición» de Jesúsno es más que una manera de expresar que después de su muerte él se convirtió en unser que estaba, por así decirlo, presente espiritualmente en todas partes, de modoespecial entre sus propios seguidores. Por lo tanto, esto se correlaciona a menudo conuna lectura no literal de la resurrección; en otras palabras, con una negación de sunaturaleza corpórea: Jesús simplemente «se fue al cielo cuando murió», en un sentidobastante especial que ahora hace que él esté cerca de cada uno de nosotros dondequieraque nos encontremos. De conformidad con esta visión, Jesús, por así decirlo, hadesaparecido sin dejar ningún recordatorio. Su «presencia espiritual» entre nosotros essu única identidad. En ese caso, claro está, cuando hablamos de su «segunda venida»,esto sólo sería una metáfora de su presencia en el mismo sentido y terminaría a la largapor impregnarlo todo. ¿Qué sucede cuando la gente piensa de esta manera? Para responder a esta pregunta,quizás deberíamos formular otra interrogante más: ¿por qué la ascensión ha sido unadoctrina tan difícil y tan poco popular en la Iglesia moderna de Occidente? Larespuesta no es simplemente que el escepticismo racionalista se burla de ella(posibilidad que la Iglesia a veces ha propugnado con aquellos vitrales que nosmuestran a Jesús con los pies saliendo de una nube). De lo que se trata es de que laascensión requiere que pensemos de modo diferente sobre la manera en la quepodemos contemplar el cosmos de forma global o, por así decirlo, la forma en la que elcosmos se estructura. Es más, también implica que pensemos de manera diferentesobre la Iglesia y la salvación. Tanto el literalismo, como el escepticismo, han operadoregularmente con lo que se denomina una visión «receptáculo» del espacio. Losteólogos que han tomado en serio la ascensión han insistido en que ésta exige lo quealgunos han denominado una visión «relacional». Básicamente podríamos decir que enla cosmología bíblica, el cielo y la tierra no son dos ubicaciones diferentes dentro delmismo continuo del espacio o la materia. Son, más bien, dos dimensiones diferentes dela creación buena de Dios. Y el punto sobre el cielo tiene también dos aristas. Enprimer lugar, el cielo se relaciona con la tierra de forma tangencial, de manera queaquél que está en el cielo puede estar presente simultáneamente en cualquier lugar y entodos los lugares de la tierra: por consiguiente, la ascensión significa que Jesús estádisponible, accesible, sin que la gente tenga que desplazarse a algún lugar en particularde la tierra para encontrarlo. Y, en segundo lugar, se podría decir que el cielo es comouna especie de sala de control para la tierra. Es la oficina del presidente ejecutivo, ellugar desde el cual se imparten las instrucciones. Tal como nos dice Jesús al final del

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evangelio de Mateo: «Me han concedido plena autoridad en cielo y tierra». La idea del Jesús ser humano que ahora está en el «cielo» en su perfecto estado deresurrección corpórea total es una verdadera conmoción para muchas personas, entrelas que se cuentan innumerables cristianos. En algunas ocasiones, esto se debe alhecho de que bastante gente piensa que Jesús, habiendo sido divino, dejó de ser divinopara convertirse en humano y, luego, habiendo sido humano por un tiempo, dejó de serhumano para volver a ser divino (esto es, cuando menos, lo que muchas personaspiensan que los cristianos están llamados a creer). Con mayor frecuencia, se debe a quenuestra cultura está tan acostumbrada a la idea platónica de que el «cielo», pordefinición, es un lugar de realidad «espiritual» y «no material», que la idea de que uncuerpo sólido, corpóreo esté no sólo presente en el cielo, sino ampliamente cómodo deestarlo, parece ser un verdadero error de categorías. La ascensión nos invita a volver apensar y reformular todo esto. Así mismo, después de todo, ¿por qué se nos ocurriópensar que sabíamos lo que era el «cielo»? Sólo debido a que nuestra cultura nos hasugerido algunas cosas. Parte de la creencia cristiana nos lleva a averiguar qué es ciertoacerca de Jesús y permitir que eso rete a nuestra cultura. Esto se aplica en particular a la idea de que Jesús «está a cargo» no sólo en el cielo,sino en la tierra, no sólo en algún futuro final, sino también en el presente. Muchosestarán prestos a plantear su objeción obvia: sin lugar a dudas no parece como si élestuviera a cargo o, en caso de estarlo, está enredando verdaderamente las cosas. Peroeso no va directo al punto del que estamos hablando. Los primeros cristianos sabíanque el mundo seguía siendo todo un enredo, un desastre. Pero ellos anunciaron, comomensajeros que salen enviados por una compañía global a hablar en nombre de lamisma, que existía un nuevo presidente ejecutivo que había tomado el cargo.Descubrieron a través de sus llamados personales cómo iba a funcionar y a terminarresultando esta nueva forma de llevar las cosas. No era cuestión (tal como suponenansiosamente algunas personas hasta la fecha) de que los cristianos simplemente seencargaran de las cosas y empezaran a impartir órdenes en una especie de «teocracia»en la que la Iglesia simplemente le pudiera decir a todo el mundo qué es lo que debíahacer. Claro está que eso se ha intentado en algunas ocasiones y siempre ha conducidoal desastre. Sin embargo, tampoco se trata de que la Iglesia retroceda y permita que elmundo haga lo que desee y que adore a Jesús en una especie de esfera privada. De alguna manera surge o existe una tercera opción que será precisamente la queexploraremos en la próxima parte de este libro. Al respecto, podríamos echarle unvistazo al libro de los Hechos de los Apóstoles: el método del reino se equiparará almensaje del reino. El reino vendrá como la Iglesia vigorizada por el Espíritu que salehacia el mundo vulnerable que sufre, alaba, reza, malentiende, establece juicios

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erróneos, reivindica y celebra: tal como lo dice Pablo en una de sus cartas, siempre enel marco de la muerte de Jesús, de manera que la vida de Jesús también pueda sermanifestada. ¿Qué sucede cuando uno le resta importancia o ignora la ascensión? La respuesta esque la Iglesia se expande para llenar el vacío. Si Jesús es más o menos idéntico a laIglesia, si, en otras palabras, lo que hablamos acerca de Jesús se puede reducir a hablarsobre su presencia entre su pueblo, en vez del Jesús que lo observa y lo aborda desdecualquier otro lugar como su Señor, entonces habremos construido una importantecarretera que nos lleva al peor tipo de triunfalismo. Esto es, sin lugar a dudas, hacia loque siempre ha tendido el liberalismo inglés del siglo XX: al hacer un compromiso conel racionalismo y tratar de sostener que la conversación sobre la ascensión es«verdaderamente» la conversación sobre un Jesús que está por doquier entre nosotros,la Iglesia se ha presentado a sí misma de forma convincente (con sus estructuras y sujerarquía, con sus costumbres y sus peculiaridades), en vez de presentar a Jesús comosu Señor y a sí misma como su servidora en la tierra, tal como nos refiere Pablo. Y,claro está, el otro lado del triunfalismo es la desesperación. Si colocamos todos loshuevos en la canasta que señala que la Iglesia es igual a Jesús, lo que nos quedaentonces, tal como lo dice Pablo en el mismo pasaje, es que nosotros estamossimplemente representados como recipientes de barro agrietados. Si la Iglesia identifica sus estructuras, su liderazgo, su liturgia, sus edificios o cualquierotro elemento con su Señor y eso es lo que sucede si uno ignora la ascensión, o si laconvierte simplemente en otra manera de hablar sobre el Espíritu, ¿qué es lo queobtenemos? Obtenemos, por un lado, lo que Shakespeare denominó la «insolencia deoficio» y, por el otro, la desesperación de los años finales de la edad madura, cuando lagente se percata de que no funcionó. (Esto lo veo con mucha frecuencia entre aquellosque se han plegado de forma determinante al racionalismo saturado de la década de loscincuenta y de los sesenta). Únicamente cuando captamos firmemente que la Iglesia noes Jesús y que Jesús no es la Iglesia, en otras palabras, únicamente cuando entendemosla verdad de la ascensión y que aquél que está verdaderamente presente entre nosotrosmediante el Espíritu es también Nuestro Señor que está extrañamente ausente, que esextrañamente otro, que es extrañamente diferente de nosotros y está por encima denosotros, aquél que le dice a María Magdalena que no se aferre a él, sólo entonces senos habrá rescatado del triunfalismo hueco, por un lado, y de la desesperación vacía,por el otro. Y solamente cuando nos aferremos y celebremos el hecho de que Jesús se haadelantado a nosotros para ir hacia el espacio de Dios, hacia el nuevo mundo de Dios,y que ya está gobernando este mundo actual rebelde como su verdadero Señor ytambién está intercediendo por nosotros a la diestra del Padre, en otras palabras,

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cuando verdaderamente captemos y celebremos que la ascensión nos habla acerca deltrabajo humano continuo de Jesús en el presente, sólo entonces habremos sidorescatados de una visión equivocada de la historia del mundo y estaremos equipadospara la tarea de justicia en el presente (aunque sobre ambos puntos volveremos ahablar más adelante). También habremos sido rescatados de forma por demásconsiderable de los intentos que se han hecho por crear mediadores alternos y, enparticular, una mediadora alterna en su lugar. Si logramos entender correctamente laascensión, entonces nuestra visión de la Iglesia, de los sacramentos y de la madre deJesús volverá a estar en su correcta perspectiva. Podríamos resumir todo esto al decir que la doctrina de la Trinidad que, en realidad,está volviendo a adquirir vigencia en la teología actual es esencial si pretendemos decirla verdad no solamente sobre Dios y, más particularmente sobre Jesús, sino tambiénsobre nosotros mismos. La Trinidad es precisamente una manera de reconocer ycelebrar el hecho del ser humano Jesús de Nazaret como distinto, aunque aúnidentificado con Dios el Padre, por un lado (él simplemente «no volvió a ser Dios denuevo» luego de su vida en la tierra) y el Espíritu, por el otro lado (el Jesús que estácerca de nosotros y con nosotros por el Espíritu permanece siendo el Jesús que es otroa nosotros) 10. Esto lo que hace es ponerle fin a toda la arrogancia humana, lo queincluye la arrogancia cristiana. Y ahora podemos ver finalmente la razón por la que elmundo de la Ilustración estaba determinado a lograr que la ascensión pareciera comoalgo ridículo, utilizando las armas del racionalismo y del escepticismo en su cometido:si la ascensión es cierta, entonces todo el proyecto del auto-engrandecimiento humanorepresentado por el pensamiento europeo y americano del siglo XVIII es reprendido yllamado al orden. El hecho de aceptar y defender la ascensión implica emitir unsuspiro de alivio, significa también dejar ya la lucha por ser Dios (y con ella ladesesperación inevitable por nuestro fracaso constante) y disfrutar nuestra condiciónde criaturas: criaturas que llevan y están hechas a su imagen, aunque igualmente y a finde cuentas, criaturas. Por consiguiente, la ascensión habla del Jesús que sigue siendo verdaderamentehumano y, por lo tanto, que en un sentido importante está ausente de nosotros mientrasen otro sentido, igualmente importante, está presente en nosotros de una nueva manera.En este punto, el Espíritu Santo, por un lado, y los sacramentos, por el otro, adquierenuna importancia muy especial ya que son precisamente el medio mediante el cual Jesúsestá presente. A menudo, en la Iglesia hemos destacado de manera tan entusiasta lapresencia de Jesús por estos medios que no hemos logrado señalar su ausenciasimultánea y esto ha dejado a la gente preguntándose si esto, por así decirlo, «es todolo que tenemos», «todo lo que existe». La respuesta es no, no lo es. El señorío deJesús; el hecho de que ya haya un ser humano al mando, llevando las riendas delmundo, su intercesión presente y actual por todos nosotros, todo esto está más allá y

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por encima de su presencia entre nosotros. Es mucho más aún y está por encima denuestro sentido de presencia, el cual indiscutiblemente va y viene con nuestros propiosesta dos de ánimo y circunstancias. Ahora bien, indiscutiblemente decir todo esto y demostrar cómo encaja y nos libera deaquellas cosas sin sentido en las que terminaríamos de otra manera, es una cosa. Sinembargo, otra muy distinta es poder concebirlo o imaginarlo, saber de qué es de lo queverdaderamente estamos hablando cuando decimos que Jesús sigue siendo humano, enrealidad sigue siendo un humano con corporalidad y, más aún, un ser humano con unacorporalidad más sólida que la nuestra, aunque ausente de este mundo en el quevivimos. En efecto, lo que necesitamos es una nueva cosmología que también seamejor, así como también una nueva y mejor manera de pensar acerca del mundo, mejorque aquella que nuestra cultura nos ha legado, como nos ha legado también la culturaposterior a la Ilustración. Los cristianos primitivos y sus judíos contemporáneos delprimer siglo no estaban, como lo han supuesto muchos pensadores modernos,atrapados en el pensamiento de un universo en tres niveles con el cielo en el espaciosideral y el infierno en las profundidades del abismo por debajo de sus pies. Cuandoellos hablaban de «arriba» y «abajo» de esa manera, como los griegos también lohacían de diferentes modos, estaban utilizando metáforas que eran tan obvias que nisiquiera necesitan explicación. Tal como lo han resaltado algunos escritores recientes,cuando un alumno de una escuela «pasa y sube» digamos de quinto grado a sextogrado, es poco probable que esto quiera decir que lo que se está haciendo es reubicarloen un salón de clase que se encuentra en el piso de arriba. Y a pesar de que el ascensode un vicepresidente de la junta que es nombrado presidente puede implicar, también,que por fin le van a dar su oficina en la suite del penthouse, sería totalmente erróneopensar que el ascenso en este contexto quiere decir simplemente estar unos cuantospies más lejos de tierra firme.Indiscutiblemente, el misterio de la ascensión es precisamente y nada más que eso, unmisterio. Nos obliga a pensar lo que para muchos es casi impensable hoy en día: quereconozcamos que cuando la Biblia habla del «cielo» y de la «tierra» no se estárefiriendo a dos ubicaciones relacionadas entre sí dentro del mismo continuo delespacio y del tiempo; ni siquiera alude al mundo «no físico» por un lado y al mundo«físico» por el otro, sino que más bien se refiere a dos tipos diferentes de aquello quedenominamos «espacio», dos tipos distintos de aquello que denominamos «materia» ytambién con bastante posibilidad (aunque esto no necesariamente se desprende de losotros dos aspectos), a dos tipos distintos de aquello que denominamos «tiempo».Nosotros, los occidentales de las eras posteriores a la Ilustración, somos talesflatlanders (habitantes de tierras bajas) desdichados. Aunque los pensadores de laNueva Era y, es más, un buen número de novelistas contemporáneos, nos llevan conmucha facilidad a otros mundos, espacios y tiempos paralelos, nosotros tendemos areplegarnos y encerrarnos en nuestro propio universo racionalista de sistema cerrado

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tan pronto nos ponemos a pensar acerca de Jesús. Sin lugar a dudas, C.S. Lewis logróimaginar en las historias de Narnia y en otros relatos cómo los dos mundos podríanrelacionarse y entrecruzarse. Sin embargo, la generación que ha crecido con lashistorias de Narnia no ha logrado ver muy bien la forma en la puede lograr latransición entre una historia para niños y la devoción y teología del cristiano adulto enel mundo real. Algunas edificaciones de la Iglesia han hecho su mejor esfuerzo por ilustrar lainterrelación que existe entre el cielo y la tierra. Las iglesias ortodoxas orientales lohacen al concebir el «cielo» como un santuario interno, el espacio alrededor del altar,mientras que la «tierra» es aquella parte del edificio que está fuera de ese espacio.Ambos espacios están separados desde una perspectiva iconoclasta según la cual serepresenta a los santos en el «cielo» en una condición no lejana a la de los fieles que seencuentran en la «tierra». A menudo, se aprecia algo similar en las catedrales y abadíasoccidentales y éstas lo han logrado a través de la arquitectura gótica que se proyectahacia el cielo y nos da a aquellos que estamos a nivel de la tierra el sentido de quepertenecemos a los grandes espacios de luz y belleza (aunque por el momento sólopodamos habitar una porción de los mismos), en los que sólo puede penetrar nuestramúsica, lo cual es bastante elocuente. No hay problema alguno en acoger todos estos elementos que ayudan a la imaginacióncristiana, claro está, siempre y cuando no se les tome erróneamente como lo real, loverdadero. Lo que se nos insta a captar precisamente a través de la propia ascensión esque el espacio de Dios y el nuestro, en otras palabras, el cielo y la tierra, son muydiferentes, a pesar de lo cual no están muy lejos uno del otro. De igual manera,cualquier referencia al «cielo» no es simplemente una forma metafórica de hablarsobre nuestras propias vidas espirituales. El espacio de Dios y el nuestro se entrelazane interceptan en una amplia variedad de maneras, aun cuando mantienen, al menos porlos momentos, sus identidades y roles separados y bien diferenciados. Tal como lovimos en el capítulo anterior, un día estarán unidos de un modo bastante novedoso, queles permitirá tener una total apertura y visibilidad mutua y permanecerán unidos parasiempre. En otras palabras, algún día, aquel Jesús que en estos momentos es la figura central delespacio de Dios, el Jesús humano que aún lleva (tal como lo menciona Wesley)«aquellos preciados recuerdos de su pasión» en su «cuerpo deslumbrante» estarápresente ante nosotros y nosotros ante él de una manera radicalmente diferente a la queconocemos hoy en día. La otra mitad de la verdad de la ascensión es que Jesús volverá,tal como lo dijeron los ángeles en He 1,11. En este punto, algunas de las oraciones convencionales de mi tradición nos defraudan

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y nos dejan caer, aunque, en realidad, ésta es la metáfora equivocada ya que lo quedicen, en efecto, es que «Jesús ha sido elevado a los cielos» y que rogamos para quenosotros también podamos «ser elevados al cielo». Sin lugar a dudas, hay un sentidoen el que esto es cierto, como es el caso de Ef 2,6 y Col 3,1-4. Sin embargo, cuando lagente escucha hoy en día aquellas oraciones (que nos hablan del Jesús que ha sidoexaltado a los cielos y que nos dicen que nosotros mismos vamos a ir en corazón ymente a estar con él para siempre, o que se refieren al Espíritu Santo como aquel quenos exaltará al lugar en el que él nos ha antecedido), no puede sorprendernos que,dentro de la visión terriblemente confusa del mundo actual, termine por reforzar superspectiva de que el punto primordial de la fe cristiana es el de seguir a Jesús que dejala tierra para ir al cielo y quedarse allí para siempre. Por el contrario, el NuevoTestamento insiste en que aquél que se ha ido al cielo, volverá. En ningún relato de losevangelios o de Hechos alguien dice algo siquiera remotamente parecido a losiguiente: «Jesús se ha ido al cielo. Por lo tanto, debemos asegurarnos de poderseguirlo». Más bien nos dicen: «Jesús está en el cielo, gobernando desde allí latotalidad del mundo y algún día volverá para hacer que ese reinado sea completo». Ahora bien, ¿de qué se trata todo este asunto de la «segunda venida»? ¿No es éstatambién una idea extraña y descabellada que deberíamos abandonar en esta épocaactual? 2. ¿Qué es, entonces, la «segunda venida»? En la eucaristía anglicana decimos que «Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado, Cristovendrá de nuevo». Y claro está, también lo decimos en el Credo. «Y de nuevo vendrácon gloria para juzgar a los vivos y a los muertos». Y durante la época de Adviento, locantamos no una, sino una docena de veces. «¡Aleluya! ¡Ven Señor, ven!». Y si nosotros somos cristianos normales de la corriente dominante de la Gran Bretañaactual, como de muchos otros lugares, entre los que se cuentan algunas regiones deAmérica del Norte, bien podríamos agregar en voz muy baja, casi entre dientes,«incluso cuando yo no tenga idea de lo que esto quiere decir». A lo que nos referimoscomo la «segunda venida» de Jesús no es un tema candente ni primordial en la prédicade las iglesias de la corriente dominante, ni siquiera en la época de Adviento. (Claroestá que hay algunas iglesias que casi no hablan de otro tema, aunque me referiré aellas más adelante en estas páginas). Más bien, los leccionarios más recientes queestamos utilizando en mi Iglesia nos han ido alejando de esta noción. Lo que es más, elrenacimiento de una vida eucarística animada que se apreció en la Iglesia de Inglaterrade la postguerra traía consigo, cuando menos en algunos círculos, una teología que noparecía dejar lugar alguno para una «venida» final. «¿Por qué decimos que "Cristovendrá de nuevo"?», preguntó un fiel desconcertado en la década de los setenta cuando

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la frase triple se usó por primera vez en la liturgia anglicana. «Sin duda, se nos haenseñado que él viene, que él está aquí con nosotros, ¿en la eucaristía propiamentedicha». ¿Qué es entonces lo que podemos decir acerca de la «segunda venida» de Jesucristo?Hemos llegado al punto de este libro en el que podemos abordar este asunto dentro delmarco de referencia más amplio en el que tiene verdadero sentido. En los capítulosanteriores, analizamos las creencias sobre la vida después de la muerte y el futuro delmundo que tenemos en nuestros tiempos y que "a se tenían también en la época deJesús. Hemos podido apreciar que hay bue= os argumentos históricos que apuntanhacia la creencia en la propia resurrección corporal de Jesús. Muy en particular heesbozado en el último capítulo la esperanza futura a gran escala de los cristianos, laesperanza por la renovación ~e todo el mundo. En este momento, antes de volver laatención al análisis más específico de la esperanza, o del destino, del individuo dentrode este esquema de pensamiento, llegamos a un aspecto central y de vital importanciade la fe a gran escala. El Nuevo Testamento insiste en que cuando Dios renueve latotalidad del cosmos, Jesús mismo estará presente personalmente como centro y focomismo del nuevo mundo que surgirá como resultado. ¿Qué nos enseña en este punto lafe cristiana? ¿Cuál es la implicación que tiene para nosotros hoy en día? ¿Cómopodemos lograr que se convierta en algo propio nuestro? Responder a estas preguntas se hizo más difícil durante el siglo pasado. Hay dosrazones para ello que son más o menos iguales, al tiempo que opuestas. Por una parte, la «segunda venida» de Jesucristo se ha convertido en el tema favoritode un amplio sector del cristianismo de América del Norte, específicamente, aunque node forma exclusiva, del segmento fundamentalista y «dispensacionalista». Existe unacreencia que ha surgido de alguno de los movimientos milenarios del siglo XIX, enespecial aquellos que se asocian a J.N. Darby y a los hermanos Plymouth, y que haencontrado cabida en las mentes y los corazones de millones de personas que nos dicenque ahora estamos viviendo en el «final de los tiempos», cuando finalmente están porhacerse realidad las grandes profecías. Se cree que un aspecto fundamental y básico deestas profecías es la promesa de que Jesús volverá en persona, llevándose a losverdaderos creyentes de este mundo malvado para estar con él y, luego, después de unintervalo de impiedad, volverá para reinar sobre el mundo para siempre. El intento porcorrelacionar estas profecías con los eventos geopolíticos de la década de los sesenta ylos sesenta que se aprecia en su mayor expresión en el best seller de Hal Lindsey quelleva por título The Late Great Planet Earth (El gran planeta tierra de los últimostiempos), ha perdido fuerza hasta cierto punto, aunque su lugar lo han ido tomando losescenarios de ficción que ofrecen una serie de libros escritos por Tim LaHaye y JerryJenkins. El primer volumen de la serie, Left Behind (Dejados atrás), le ha dado su

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nombre a una secuencia de un total de doce libros, la mayoría de los cuales ha tenidoun éxito sorprendente en las listas actuales de los libros mejor vendidos de los EstadosUnidos. En este escenario ficticio, ha tenido lugar el «rapto». Todos los cristianosverdaderos han sido arrebatados y alejados de la tierra y aquellos que han sido«dejados atrás» ahora están luchando por sobrevivir en un mundo sin Dios. Este es unescenario apasionante y entretenido. Les dejo a otros la tarea de explorar la psicologíasocial y política que se manifiesta cuando la ficción seudoteológica toma vuelo yflorece de esta manera. Cabe mencionar que éste no es un fenómeno meramenteamericano. Los libros se venden también con mucho éxito en el Reino Unido, aunquela verdad, no sé quién los estará comprando en mi propio país. La obsesión norteamericana y, por cierto, no creo que ese término sea demasiadofuerte, con la segunda venida de Jesús o, más bien, con una interpretación muyespecífica y, tal como veremos luego, altamente distorsionada de la misma, sigue sindisminuir en lo absoluto. Yo me enfrenté a esta situación por primera vez en personacuando estaba dando unas charlas en Thunder Bay, de Ontario, a principios de ladécada de los ochenta. Estaba hablando sobre Jesús en su contexto histórico y, para misorpresa, casi todas las preguntas que me formularon al terminar fueron acerca de laecología, específicamente acerca de los árboles, del agua y de los cultivos. Después detodo, eso es lo que hay básicamente en Thunder Bay. Bueno, resulta ser (tal como yalo señalé en el capítulo anterior) que muchos cristianos conservadores de esa área y, loque es más importante aún, de un poco más al sur, del otro lado de la frontera, deEstados Unidos, habían estado exhortando a que ya que estábamos viviendo en los«últimos tiempos» y ya que el mundo estaba a punto de llegar a su fin, no tenía sentidoalguno preocuparse por tratar de detener la contaminación que sufría el planeta con lalluvia ácida y otros problemas similares. En realidad, ¿no era acaso «poco espiritual»e, incluso, una señal de falta de fe pensar en estas cosas? Si Dios tenía pensadoestremecer a todo el mundo y a toda la humanidad haciendo que todo se parara yllegara a su fin, ¿cuál era el problema? Si el fin del mundo estaba a la vuelta de laesquina, ya no importaba si General Motors estaba liberando gases venenosos a laatmósfera canadiense. Por cierto, me inclino a pensar que esa última consideración eraparte de la verdadera agenda que estaba sobre el tapete. Hoy en día enfrentamos aspectos y preguntas similares. Lo que se conoce bajo elnombre de especulación del final de los tiempos, que es el pan nuestro de cada día demuchos que defienden el «derecho religioso» norteamericano, tiene una estrecharelación, sin lugar a dudas, con la agenda de algunos de los políticos importantes yprominentes de Norteamérica. Ya hablaremos acerca de esto más adelante. Paramuchos millones de los cristianos creyentes de hoy, la segunda venida es parte de unescenario en el que el mundo actual está condenado a la destrucción, mientras que sólolos pocos elegidos serán arrebatados y llevados al cielo.

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En parte como reacción contra tal idea, aunque también impulsadas hasta cierto puntopor la energía del liberalismo tradicional de la Ilustración, son muchas las iglesiasoccidentales de la corriente dominante que durante un cierto tiempo han venidohaciendo todo lo posible por deshacerse de la doctrina que enseña que Jesucristo «denuevo vendrá con gloria para juzgar a los vivos y a los muertos», cuando menos de unaforma en la que se le pueda reconocer. Se ha manifestado cierto disgusto en contra de ambos aspectos: por un lado, la venida,y, por el otro, el juicio. La idea de que Jesús «vendrá» a este mundo invadiéndolocomo un hombre del espacio, les suena a muchos como una teología «sobrenatural» o«intervencionista» más antigua, que ellos se han pasado toda una vida rechazando o,en el mejor de los casos, reinterpretando. Por así decirlo, ellos no piensan que Jesússiga estando por allí presente en algún lugar y bajo esa forma. Por lo tanto, el lenguajede su «venida» debe reinterpretarse en términos de una esperanza general por larenovación del mundo. Después de todo, según ellos nos dicen, la iglesia primitivaesperaba que Jesús volviera muy pronto y no lo hizo. Es obvio que debemosreinterpretar su esperanza de una forma que tenga sentido dos mil años después. Deigual manera, la idea del juicio final hace que muchas personas piensen en una deidadvengativa y llena de ira, que está determinada a lanzar al infierno al mayor número depersonas que le sea posible. Hemos aprendido a desconfiar de las personas que amanacusando y castigando a los demás. De igual manera, hemos aprendido a sentirdisgusto y desconfianza por aquellas teologías en las que la acusación y el castigoocupan el lugar más importante. Después de todo, no podemos olvidar que el términohebreo que se usa para referirse «al acusador» es hasatan, «el Satanás». Por consiguiente, al analizar la imagen global actual a gran escala, nos enfrentamos ados polos opuestos. Por una parte, algunos han hecho de la segunda venida unelemento tan central y básico que apenas si logran ver algo más. Por otro lado, otroshan marginado o debilitado hasta tal punto este concepto, que el mismo ha dejado detener sentido. Es necesario cuestionar ambas posiciones. Procederé brevemente a demostrar que elhecho de centrar la atención en lo que se denomina «el rapto» se basa en unmalentendido acerca de dos de los versículos de Pablo y que, cuando superemos esemalentendido y lo dejemos atrás, tendremos una doctrina de la venida de Jesús que esfundamental y será vital para que todo el misterio de la fe cristiana se aclare antenuestros propios ojos. Al mismo tiempo, cabe mencionar que el antiguo liberalismo dela Ilustración con su aversión por todo tipo de «juicio», ha estado sometido en símismo a ataques. Nos hemos convertido en una generación muy moralista y muysentenciosa, dispuesta a erigirse en juez. Hemos juzgado el apartheid y determinamos

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que está plagado de deficiencias. Hemos juzgado a los que abusan de los niños y losencontramos culpables. Hemos juzgado el genocidio y lo consideramos indignante.Hemos redescubierto lo que sabían los salmistas: que el hecho de que Dios «juzgase»al mundo significaba que, al final, lo arreglaría y lo enderezaría, poniéndolo en el buencamino, lo cual no sólo generaría un suspiro de alivio por doquier, sino que tambiénharía que se escucharan gritos de júbilo, provenientes de los árboles y de los campos,de los mares y de las inundaciones. Al mismo tiempo, como cultura bien podemos no tener en buena estima elsobrenaturalismo anticuado, aunque sin lugar a dudas, sí nos gusta la espiritualidad,cualquiera que sea la forma en que la podamos tener. Sospecho que si, de pronto, nospresentaran a cualquiera que no fuera Jesús (digamos a Krishna o a Buda) comoalguien que está destinado a una «segunda venida», habría millones de personas ennuestra sociedad postsecular que estarían dispuestas a aceptarlo sin siquieracuestionarlo, dejando atrás al racionalismo de la Ilustración, para gran furia de susseguidores. Somos una generación confundida y sorprendida que se aferra a cualquiertipo de esquema no racionalista que nos pueda ofrecer una especie de inyecciónespiritual, al mismo tiempo que volvemos a caer en el racionalismo (en particular, lasviejas críticas modernistas), cada vez que queremos mantener a raya al cristianismotradicional u ortodoxo. Y, no obstante, es precisamente esta ortodoxia cristiana, bien entendida, la misma quenos puede ayudar a encontrar el camino a través de todos los laberintos y de todo elenredo en el que estamos sumidos, para llegar a la salida. Ahora bien, antes de seguiradelante, es preciso que les diga unas palabras acerca de un término, un términoampliamente malentendido, un término que pudiera obstaculizar nuestro camino, amenos que procedamos ahora mismo a desmitificarlo. Me refiero al bendito término«escatología». El término «escatología» ha sido utilizado con mucha frecuencia en relación con elcristianismo primitivo y se usa para referirse a la expectativa del regreso de Jesúsdentro del lapso de una generación, así como a las redefiniciones que se hicieron delmismo cuando esto no sucedió. Se solía pensar que esta expectativa se basaba en y ledaba un nuevo enfoque a la expectativa de los judíos del primer siglo de que el mundoestaba a punto de llegar a su fin. Cuando escribí en el año de 1992 The New Testament and the People of God (ElNuevo Testamento y el pueblo de Dios), en esa obra expuse que, a pesar de que .oscristianos primitivos en realidad sí esperaban el regreso de Jesús, no les preocupaba enlo absoluto que esto no sucediera dentro del marco de tiempo de una generación.También manifesté que, de hecho, la expectativa judía que ellos habían heredado no

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tenía que ver con el fin del mundo, sino que se relacionaba, más bien, con un cambiodrástico que tendría lugar dentro del contexto del orden mundial de esos tiempos. Uncolega de Oxford que leyó el libro me comentó al respecto: «¡Ahora que hasabandonado la escatología...!». Y lo que aparentemente quería decir era lo siguiente:«Ahora que has abandonado la idea de que los judíos y los cristianos del primer sigloesperaban que el mundo terminara de pronto y súbitamente...». Insistí entonces yvuelvo a insistir igualmente ahora en que yo no he incurrido en nada que siquiera separezca a eso. La palabra «escatología», que literalmente quiere decir «el estudio de lasúltimas cosas», no se refiere únicamente a la muerte, al juicio, al cielo y al infierno, talcomo se solía pensar (y tal como aún se define el término en muchos diccionarios).Más bien, se refiere a la creencia firme que tenía la mayoría de los judíos del primersiglo, al igual que casi todos los cristianos primitivos, de que la historia se dirigía haciaalgún lugar bajo la guía de Dios y que aquel lugar al cual se dirigía era el nuevo mundode justicia, de sanación y de esperanza de Dios. La transición del mundo de esemomento al mundo nuevo no sería el resultado de la destrucción del universo presentedel tiempo y del espacio, sino más bien, el resultado de su sanación radical einnovadora. Tal como lo vimos en el capítulo anterior, los escritores del NuevoTestamento y, en especial Pablo, esperaban la llegada de ese futuro y veían laresurrección de Jesús como el principio, come los primeros frutos de este inicio. Por lotanto, cuando yo, al igual que muchos otros, utilizamos la palabra «escatología» no nosreferimos simplemente «a le. segunda venida» y menos aún a una teoría en particularrespecto a la misma, sino más bien al sentido global y completo del futuro que Dios letiene deparado al mundo y a la creencia de que dicho futuro ya ha empezado amanifestarse para encontrarse con nosotros en el presente. Esto es lo que encontramosen el mismo Jesús y en las enseñanzas de la iglesia primitiva. Los primeros cristianosmodificaron, pero no abandonaron, las creencias escatológicas judías que ya habíancompartido. Por lo tanto, ¿en qué términos podemos entender la «segunda venida»? Y, por cierto,¿cómo la entienden los propios escritores bíblicos? Vamos a necesitar todo un capítulopara contestar estas dos preguntas.

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Capítulo 8

Cuando él aparezca 1. Introducción En el capítulo seis, esbocé la imagen general de la redención cósmica que el NuevoTestamento nos invita a convertir en nuestra propia redención. Dios redimirá a todo eluniverso. La resurrección de Jesús es precisamente el inicio de esa nueva vida, es lagrama fresca que crece e irrumpe a través del concreto de la corrupción y de ladescomposición del viejo mundo. Esa redención final será el momento en el que elcielo y la tierra se unan finalmente en una verdadera explosión de la energía creativade Dios de la que la Pascua de Resurrección es el prototipo y la fuente. ¿Cuál es elresultado, qué obtenemos cuando reunimos esta imagen general con lo que ya hemosmencionado en el capítulo anterior acerca de la ascensión de Jesús? Claro está que setrata de la presencia personal de Jesús, en contraposición a su ausencia actual. Sin lugar a dudas, la presencia que conocemos en el momento —la presencia de Jesúscon su gente en la palabra y en el sacramento, por medio del Espíritu, a través de laoración y la que se refleja en los rostros de los pobres—, se relaciona con aquellapresencia futura, aunque la distinción que existe entre estas manifestaciones esimportante y, a la vez, llama poderosamente la atención. Para aquellos de nosotros quelo hemos conocido y lo hemos querido aquí en esta tierra, la aparición de Jesús serácomo encontrarse cara a cara con alguien a quien sólo habíamos conocido por carta,por teléfono o quizás por medio del correo electrónico. Los teóricos dela comunicacióninsisten en que para tener una comunicación humana plena no sólo se necesitan laspalabras que aparecen en una página, sino también un tono de voz. Esa es la razón porla que una llamada telefónica puede decirnos mucho más que una carta, no en términosde cantidad, aunque sí de calidad. Sin embargo, para que exista una comunicaciónplena entre los seres humanos, no sólo se necesita el tono de la voz, sino también ellenguaje corporal, la expresión facial y las miles de pequeñas maneras a través de lascuales nos relacionamos unos con otros, sin siquiera darnos cuenta. En estosmomentos, el Jesús ausente está presente en nosotros mediante el Espíritu, la palabra,los sacramentos y la oración, así como también se encuentra en aquellos que tienennecesidades y a quienes estamos llamados a servir en su nombre. No obstante, un día,él estará aquí con nosotros en un encuentro cara a cara. La señora Alexander lo captaen cierta medida, aunque dentro del marco de un compromiso clásico del siglo XIX:

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Y nuestros ojos finalmente lo verán,Por medio de su propio amor redentor,Puesto que ese niño tan amado y tan dulceEs nuestro Señor que está en los cielos".

A menos que sintamos verdaderamente la fuerza y el anhelo de esas líneas, nohabremos aprendido todavía a conocerlo como pudiéramos hacerlo en el presente o asentir la tensión entre la forma en la que lo conocemos en el presente y aquello que senos promete para el futuro. Sin embargo, en el himno se incurre en un errorconsiderable al sugerir que para tener este conocimiento tenemos que ir a encontrarlo:

Y él conduce a sus hijosAl lugar adonde él ha partido.

Como veremos más adelante, esto es verdaderamente lo que le sucedió a su gentedespués de la muerte, en una etapa interina. Sin embargo, no es la verdad fundamentalque nos enseña el Nuevo Testamento, ni tampoco refleja el énfasis básico que le dieronlos primeros cristianos y en el que ellos insistieron una y otra vez. La verdadfundamental es que él vendrá de nuevo a estar con nosotros. Esto es precisamente de loque tenemos que hablar ahora, a la luz de dos aspectos principales. Él vendrá de nuevoy él vendrá de nuevo como nuestro juez. 2. La venida, la aparición, la revelación y la presencia real En nuestra cultura, aún seguimos hablando de que el sol «sale» y «se pone» inclusocuando sabemos que en realidad somos nosotros, o más bien, nuestro planeta el que seestá moviendo en relación con el sol y no todo lo contrario. De la misma manera, losprimeros cristianos se referían con mucha frecuencia a la «venida» o al «regreso» deJesús. En realidad, cuando menos en el evangelio según san Juan, es el propio Jesúsquien nos habla en esos términos. Sin embargo, la imagen global más amplia que ellosutilizan sugiere que para que nosotros los podamos entender de forma adecuada yprecisa, esa forma de hablar, por común y corriente que sea, incluso por ser la que seutiliza en el Credo, pudiera no ser el medio más útil que tengamos hoy en día paracaptar la verdad que afirma. En efecto, el Nuevo Testamento utiliza una variedad bastante amplia de formas dehablar y de imágenes para expresar la verdad que indica que Jesús y su gente estaránalgún día presentes, personalmente, unos frente otros como seres humanos nuevos,plenos y renovados. Quizás sea un accidente de la historia que la frase «la segundavenida», la cual, por cierto, es muy poco común en el Nuevo Testamento, sea la quehaya terminado por dominar toda esta discusión y la que más se mencione. Cuando se

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identifica esta frase, tal como se ha hecho con frecuencia, especialmente enNorteamérica, con una visión en particular de tal «venida» como un descenso literal,para encontrarse a medio camino con los redimidos que están al mismo tiempo en sujornada de ascenso, surgen problemas de todo tipo, los cuales pueden evitarse siabordamos de forma global los múltiples testimonios que contiene el NuevoTestamento. El primer aspecto que tenemos que poner muy en claro es que, a pesar de la opinióngeneralizada que apunta hacia lo contrario, durante su ministerio en la tierra, Jesús nomencionó nada acerca de su regreso. Yo he discutido y defendido esta posiciónampliamente y con vasto grado de detalle en los diversos libros que he escrito sobreJesús y en este libro no podemos darle el espacio que se requiere para fundamentarlauna vez más. Simplemente, quisiera decir dos cosas, francamente y sin rodeos. En primer lugar, cuando Jesús habla del «hijo del hombre que viene en las nubes», noestá hablando acerca de la segunda venida sino que, muy a tono con el texto de Dn 7,que él está citando, de lo que nos habla es acerca de su reivindicación después de habersufrido. La «venida» es un movimiento ascendente y no descendente. En contexto, lostextos clave quieren decir que, aunque Jesús se esté dirigiendo hacia su muerte, él seráreivindicado por los acontecimientos que van a tener lugar más adelante. Cuáles sonesos eventos sigue siendo algo críptico desde el punto de vista de los pasajes a los queestamos haciendo mención, lo cual constituye una muy buena razón para pensar queson auténticos, aunque, por cierto, incluyen, por un lado, la resurrección de Jesús y,por el otro, la destrucción del Templo, el sistema que se ha opuesto a él y que se haopuesto a su misión. Más aún, es por demás significativo que el lenguaje seaprecisamente el lenguaje y la forma de hablar que utilizaba la iglesia primitiva como lamanera menos inapropiada de hablar acerca de aquel acontecimiento extraño quesucedió luego de la resurrección de Jesús: su «ascensión», su glorificación, su«venida» no a la tierra, sino al cielo, al Padre. En segundo lugar, el propósito original que tenían las historias de Jesús que nos hablande un rey o de un maestro, que se aleja y desaparece por un tiempo y deja a sussúbditos o discípulos encargados para que comercien con su dinero mientras él estáausente, no era el de referirse a un Jesús que se marchaba dejando a la Iglesia contareas a realizar hasta que tuviera lugar en algún momento su segunda venida, aúncuando así se han leído estas historias desde los primeros tiempos. Estos relatospertenecen al mundo judío del primer siglo cuando todo el mundo, al oír la historia, la«escucharía» como relativa al propio Dios que se había ido de Israel y del Templo enla época del exilio y que iba a regresar finalmente a Israel, que volvería a Sión y alTemplo, tal como los profetas del postexilio habían dicho que lo haría. En su ambienteoriginal, el sentido de estas historias es que el Dios de Israel, YHWH, en realidad va a

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venir por fin a Jerusalén, va a regresar al Templo en la persona humana de Jesús deNazaret. En ese sentido, las historias no tienen que ver con la segunda venida de Jesússino, más bien, con la primera venida. Están explicando, aunque de manera bastantecríptica, la propia creencia de Jesús, en otras palabras, que lo que él estaba haciendo alvenir a Jerusalén para instituir, tanto el juicio, como la salvación, era precisamente loque YHWH había dicho en las Escrituras que él haría en persona. Estas dos alusiones históricas a los relatos del «hijo del hombre» y de las parábolas delregreso del maestro o rey, me han dejado indefenso y mis argumentos están sujetos aataques, especialmente de los lectores americanos, quienes podrían pensar que hedejado de creer en la segunda venida y de plantearla como cierta. Pero esto es absurdo,tal como se podrá apreciar claramente en este capítulo. El hecho de que Jesús no loenseñara no quiere decir que esto no sea cierto. (De igual manera, el hecho de que yohaya escrito libros sobre Jesús sin mencionarlo, no quiere decir en lo absoluto que nocrea en ello. Cuando un comentarista de fútbol narra todo el partido sin mencionar paranada el cricket, esto no quiere decir que él no crea que exista el cricket o que noconsidere que sea un deporte importante y digno de mención). Para Jesús ya era losuficientemente difícil explicarles a sus discípulos que él tenía que morir. En realidad,ellos nunca llegaron a captar lo que les decía y, sin lugar a dudas, simplementetomaron sus palabras acerca de su propia resurrección como la esperanza general detodos los mártires judíos. ¿Cómo podrían haberlo entendido cuando él les mencionabaalgo sobre acontecimientos posteriores en lo que hubiera sido para ellos un futuro aúnmás impensable? Claro está, cuando Jesús viene a Sión durante el primer siglo como el Señor en plenoderecho de Israel, sin lugar a dudas ese evento apunta a su futuro subsiguiente como elverdadero y legítimo Señor de todo el mundo. Esto quiere decir que, si somos losuficientemente cuidadosos con lo que estamos haciendo, podemos leer las parábolasque yo les he mencionado de esta nueva manera y bajo esta nueva luz, si así lodeseamos. Sin embargo, la razón por la que tenemos que ser cuidadosos es porqueellas no van a encajar a la perfección. En ningún lugar del Nuevo Testamento podemosleer que alguno de los escritores mencionen que en el momento de la venida final deJesús, habrá algunos de sus servidores, algunos cristianos realmente creyentes queserán juzgados de la misma manera que fue juzgado el siervo infame por esconder eldinero de su Señor en una servilleta. Tampoco bastará con decir, como han pretendido algunos de los que han captado enparte este punto, aunque no lo han analizado y desarrollado lo suficiente, que losacontecimientos del año 70 d.C. constituyen en sí mismos la «segunda venida» deJesús, de manera que, desde entonces, hemos estado viviendo en la nueva era de Diosy que no tenemos por qué esperar por ninguna otra «venida». Para muchos lectores, y

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yo me sumo a ellos, esto pudiera parecer una posición bastante extraña de sostener,pero hay algunos que no sólo la defienden, sino que están muy dispuestos a propagarla,e incluso recurren a algunos de mis argumentos para respaldarla. Éste no es más que elresultado de una confusión a la que quisiera hacer referencia: si bien los textos quehablan del «hijo del hombre que viene en las nubes» se refieren al año 70 d.C., comoyo he sostenido que es el caso (en parte), esto no quiere decir que en el año 70 d.C.tuvo lugar la «segunda venida» porque los textos del «hijo de Dios» no son los textosde la «segunda venida» en lo absoluto, a pesar de que se han interpretadofrecuentemente de forma errónea y se les ve como si lo fueran. Más bien, son lostextos sobre la reivindicación de Jesús. Y cabe mencionar que la reivindicación deJesús, en su resurrección, ascensión y juicio en Jerusalén, aún requiere de un eventosubsiguiente para estar completa. Permítanme decirles algo con todo el énfasis queesto se merece y en beneficio de aquellos que están confundidos con respecto a estepunto (y, sin duda, para regocijo de aquellos que nunca lo estuvieron): todavía no haocurrido la «segunda venida». Por lo tanto: si los recuentos del Evangelio sobre las enseñanzas de Jesús no se refierena la segunda venida, ¿de dónde proviene, entonces, esta idea? En realidad, es muysencillo, proviene del resto del Nuevo Testamento. Tan pronto como Jesús fuereivindicado, tan pronto como resucitó, subió a los cielos y fue exaltado, la Iglesiacreyó firmemente que él volvería y así lo enseñó. Tal como el ángel les dice a losdiscípulos: «Este Jesús, que les ha sido quitado y elevado al cielo, vendrá de la mismamanera que lo han visto partir», Es más, aunque Hechos no se refiere de nuevo confrecuencia a esta creencia, no hay duda de que la totalidad del libro se desarrolla bajoesta línea; ésta es la rúbrica que lo distingue. Esto es lo que están haciendo losdiscípulos para lograr que se conozca ampliamente el señorío de Jesús en todo elmundo hasta el día en el que él vuelva una vez más para renovar todas las cosas. Ahora bien, está claro que el testigo principal es Pablo. Las cartas de Pablo están llenasde la venida futura o de las apariciones de Jesús. Su visión del mundo, su teología, supráctica misionera, su devoción, todo ello sería inconcebible sin esta venida futura. Sinembargo, lo que él ha dicho acerca de este gran evento ha sido malentendido conmucha frecuencia y no menos por aquellos que proponen la teología del «rapto». Yacasi ha llegado el momento de abordar este tema directamente, aunque primerodiremos unas cuantas palabras sobre otro término técnico importante y que a menudose ha malinterpretado también. Tanto los eruditos, como las personas comunes y corrientes, pueden equivocarse ydejarse llevar por el uso de una sola palabra creyendo que se refiere a algo, cuando esapalabra en su sentido original significa, bien sea más, o menos, que el uso que se leatribuye posteriormente. En este caso, la palabra en cuestión es el término griego

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parousia. Por lo general, éste se traduce como «venida», aunque literalmente quieredecir «presencia». En otras palabras, se refiere a «presencia», en contraposición a«ausencia». La palabra parousia aparece en dos de los pasajes clave de Pablo (1 Te 4,15 y 1 Cor15,23) y se encuentra también con frecuencia en otros escritos de Pablo y del NuevoTestamento. Resulta bastante claro que los primeros cristianos conocían bien la palabray sabían lo que ésta significaba. En términos generales, la gente supone que la iglesiaprimitiva utilizaba el vocablo parousia simplemente para referirse a «la segundavenida de Jesús» y que en este evento todos concebían, de una manera bastante literal,el escenario de 1 Tes 16-17 (la venida de Jesús en una nube mientras la gente vuelahacia las alturas para encontrarse con él). En realidad, ninguna de esas suposiciones escorrecta. Por una parte, la palabra parousia tenía dos significados vívidos en el discurso nocristiano de esa época. Ambas acepciones parecen haber determinado el significadoque le daban los cristianos. El primer significado era la presencia misteriosa de un dios o divinidad,específicamente cuando el poder de este dios se revelaba en la sanación. La gente, depronto, tenía conciencia de una «presencia» sobrenatural y poderosa y la palabra obviapara definir esta sensación no era otra que parousia. Flavio Josefo a veces utilizabaesta palabra cuando hablaba sobre YHWH que venía al rescate de Israel. La presenciapoderosa y salvadora de Dios se revela en la acción. Este es el caso, por ejemplo,cuando el pueblo de Israel, bajo el Rey Ezequías, fue defendido milagrosamente de losasirios. El segundo significado se aplica cuando una persona de alto rango hace una visita a unestado súbdito, especialmente cuando un rey o emperador visita alguna de sus coloniaso de sus provincias. La palabra que se usa para describir tal visita es «presencia real»,que en griego es parousia. Cabe destacar, aunque sea obvio y no por ello menosimportante, que en ninguno de estos dos escenarios o sentidos hay la más ligerasugerencia o alusión a alguien que esté volando por los cielos en una nube. Tampocoexiste indicio alguno del colapso o de la destrucción eminente del universo, del espacioy el tiempo. Ahora bien, supongamos que Pablo y, como él, todos los demás miembros de la iglesiaprimitiva, pudieran haber querido decir dos cosas. Supongamos, por una parte, quequisieron decir que el Jesús que ellos adoraban estaba cercano en espíritu, aunqueausente en el cuerpo, pero que, algún día, él estaría presente en el cuerpo y, entonces,todo el mundo, incluidos ellos mismos, conocerían el súbito poder transformador de

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esa presencia. Una palabra natural que utilizarían para describir esto sería parousia. Por otro lado, supongamos que lo que ellos querían decir era que el Jesús que habíaresucitado de entre los muertos y había sido exaltado a la diestra de Dios era el Señorpor derecho propio del mundo, el verdadero Emperador ante el cual se pondrían atemblar todos los otros emperadores, inclinando sus rodillas con temor y con asombro.Supongamos, así mismo, que lo que querían decir es que, tal como César podría visitaralgún día una de sus colonias, como podría ser el caso de Filipos, Tesalónica o Corinto(el emperador, aunque normalmente ausente de la provincia, era el emperadorgobernante y aparecía para gobernar en persona), de igual manera el Señor ausente,pero siendo aún aquel que rige el mundo, algún día aparecería y regiría en persona estemundo con todas las consecuencias que esto pudiera acarrear. Una vez más, la palabranatural que se utilizaría para definir esto sería parousia. (Esta acepción adquirióimportancia específica, ya que Pablo y los demás estaban muy interesados en decir queJesús era el verdadero Señor y que César era un impostor). Ahora bien, cabe destacar que todo esto no es una simple suposición. Esta esexactamente la manera en la que se desarrollaron los acontecimientos. Pablo y losdemás utilizaron la palabra parousia porque querían evocar estos mundos. Pero elloslos evocaron dentro de un contexto diferente. No es ni la primera, ni la últimaoportunidad, en la que el relato o guión judío y las alusiones y confrontacionesgrecorromanas se encuentran como dos placas tectónicas que generan la formación deuna cadena de montañas escarpada a la que hoy en día conocemos como la teología delNuevo Testamento. Claro está que el argumento del guión judío en cuestión era, sinlugar a dudas, la historia del Día del Señor, el Día de YHWH, aquel Día en queYHWH vencería a todos los enemigos de Israel y rescataría a su pueblo de una vez portodas. Pablo y los otros evangelistas hacen alusión regularmente «al Día del Señor» y,sin duda, se refieren a ese Día del Señor en el sentido cristiano, queriendo decir losiguiente: «el Señor aquí es el propio Jesús». En este sentido y tan sólo en este sentido,existe un antecedente judío sólido para la doctrina cristiana de la «segunda venida» deJesús. Sin lugar a dudas, nada podría haber tenido un impacto más fuerte, ya que eljudaísmo precristiano, que incluye a los discípulos de la época en la que Jesús vivióentre ellos, nunca imaginó siquiera la muerte del Mesías. Esa es precisamente la razónpor la que ellos nunca pensaron en su resurrección y, menos aún, en un períodointerino entre dichos eventos y la consumación final cuando él asumiría como elverdadero Señor del mundo, etapa provisional en la que seguirían esperando aún a quedicho reinado soberano se hiciera plenamente realidad. Pareciera que lo que sucedió fue lo que procedo a relatarles. Los primeros cristianoshabían vivido dentro del marco de ese guión judío tradicional, verdaderamente habíanrespirado y orado en virtud de lo que éste les dictaba. Con la resurrección y ascensión

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de Jesús, a pesar de lo sorprendentes e inesperadas que éstas fueron, ellos lograroncaptar que, de esta manera, el Dios de Israel había hecho verdaderamente lo quesiempre se había supuesto que haría, aunque todo indicaba que ellos no pensaban quede verdad lo haría. Como resultado de estos acontecimientos fue que ellos empezaron adarse cuenta de que Jesús, como el Mesías de Israel, ya era el verdadero Señor delmundo y que su presencia secreta mediante su Espíritu en estos tiempos nos dejabaapenas entrever lo que estaba aún por venir, cuando él se revelaría finalmente comoaquel cuyo poder triunfaría sobre todos los demás poderes, tanto los terrenales, comolos celestiales. Por lo tanto, la historia de Jesús llevó a una intensificación ytransformación radical de la historia judía desde su interior mismo y el lenguaje quesurge como resultado para describir el acontecimiento de ese Jesús que está aún porvenir es el mismo lenguaje que nos dice en relación con el futuro que Jesús es el Señory que César no lo es. En realidad, la palabra parousia en sí misma es uno de los términos con los que Pablotiene la capacidad de decir que Jesús es la realidad de la que el César es tan sólo unaparodia. Su teología de la segunda venida es parte de esta teología política de Jesúscomo el Señor. En otras palabras, tenemos el lenguaje de parousia, de presencia real,lado a lado, en una yuxtaposición típicamente paulina, del lenguaje judío apocalíptico.Soy de la opinión que esto no le habrá planteado mayores problemas a los primerosque escucharon a Pablo. Sin lugar a dudas sí ha generado ese tipo de problemas en elcaso de aquellos que lo leyeron de allí en adelante y éste ha sido el caso,indiscutiblemente, de quienes lo hicieron durante el último siglo, más o menos. Este es especialmente el caso cuando leemos 1 Te 4,16-17:

... porque el Señor mismo, al sonar una orden, a la voz del arcángel y al toque de latrompeta divina, bajará del cielo; entonces resucitarán primero los que murieron enCristo; después nosotros, los que quedemos vivos, seremos llevados juntamente conellos al cielo sobre las nubes, al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con elSeñor.

El punto fundamental que debemos notar en estos versículos que nos puedenconfundir, es que no se les debe tomar como una descripción literal de lo que Pablocree que va a suceder. Simplemente, son una manera diferente de relatar lo que él nosdice en 1 Cor 15, 23-27 y 51-54, así como y en Flp 3,20-21. Para empezar, es menester que entendamos con toda claridad esos otros pasajes de laBiblia. En 1 Cor 15, 23-27, Pablo nos habla de la parousia del Mesías como el tiempode la resurrección de los muertos, el tiempo en que su reinado actual, aunque secreto,se pondrá de manifiesto en la conquista de los últimos enemigos, especialmente lamuerte. Más adelante, en los versículos 51 al 54, él nos habla de lo que sucederá con

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aquellos que no hayan muerto todavía para el momento de la venida de Jesús. Ellos severán cambiados, transformados. Éste es, sin lugar a dudas, el mismo evento que aqueldel que él está hablando en 1 Te 4. En ambos se menciona la trompeta, al igual que laresurrección de los muertos. Sin embargo, mientras que en 1 Te, él dice que aquellosque estén vivos en ese momento serán llevados «al cielo sobre las nubes», en 1 Cor, éldice que ellos van a ser «transformados». Lo mismo sucede en Flp 3, capítulo en el queel contexto es más explícito cuando clasifica a Jesús por encima de César, yespecialmente en el versículo 21, en el que Pablo habla de la transformación delcuerpo miserable presente en un cuerpo glorioso como el de Jesús, en virtud del poderque tiene de someter a sí todas las cosas. Nos podemos preguntar entonces, ¿por qué Pablo habla de esta manera tan extraña en1 Te, al referirse al Señor que desciende y a los santos vivos que son arrebatados ennubes? Yo me animaría a sugerir que lo que él ha encontrado aquí son manerasricamente metafóricas de hacer alusión a otras tres historias que está reuniendodeliberadamente en una sola. Pablo tenía grandes dotes para combinar con muchaexcelencia y detalles las metáforas: en el siguiente capítulo, en 1 Te 5, menciona que elladrón vendrá en la noche, y la mujer de pronto sentirá los dolores del parto, por lotanto no hay que embriagarse sino más bien mantenerse despiertos y ponerse la coraza.(Como advierten en los programas de televisión, no vaya a intentar hacer esto en sucasa). Debemos recordar una vez más que todo el lenguaje cristiano acerca del futuro no esmás que una serie de señales y avisos que apunta hacia una nebulosa. Por lo general,las señales y los avisos no nos dan «contactos» fotográficos de las imágenes queencontraremos al final del camino, aunque esto no quiere decir que no estén apuntandohacia la dirección correcta. Están contándonos la verdad, aquel tipo específico yespecial de verdad que se puede relatar acerca del futuro. Las tres historias que Pablo está reuniendo y combinando en una empiezan con lahistoria de Moisés cuando baja de la montaña. Suena la trompeta y se escucha una vozmuy potente y, después de una larga espera, aparece Moisés y desciende de la montañapara percatarse de lo que ha venido sucediendo en su ausencia. Luego, está la historia de Dn 7, en la que el pueblo perseguido de Dios es reivindicadopor encima de su enemigo pagano al ser elevado en las nubes para sentarse con Diosen la gloria. Esta «elevación en las nubes» que Jesús se aplica a sí mismo en losevangelios, ahora la aplica Pablo a los cristianos, quienes están sufriendo en elmomento la persecución. Al fusionar estas dos historias en una combinación bastante extravagante de metáforas,

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Pablo tiene la capacidad para incorporar la tercera historia, a la que ya hemos hechoalusión. Cuando el emperador visitaba una colonia o una provincia, los ciudadanos delpaís salían a saludarlo, dándose el encuentro a cierta distancia de la ciudad. Hubierasido una señal de falta de respeto permitir que él llegase a las puertas de la ciudad, sinque sus súbditos se hubieran siquiera tomado el trabajo de salir a darle la bienvenidaen la forma adecuada. Al llegar hasta donde él se encontraba, no solían quedarsesimplemente en campo abierto, más bien lo escoltaban hasta la ciudad con toda ladignidad y la pompa que él se merecía. Cuando Pablo habla de «encontrarse» con elSeñor «en el aire», no se trata precisamente, como es el caso en la teología popular delrapto, de que los creyentes salvados se vayan a quedar como suspendidos en algúnlugar en el aire, alejados de la tierra. Más bien, el punto es que una vez que hayansalido al encuentro de su Señor que está retornando, lo escoltarán con toda dignidad ypompa hasta su dominio, que no es otro que precisamente el lugar del que ellosprovienen. Incluso cuando nos percatamos de que ésta es una metáfora de mucha cargasubjetiva y no una descripción literal, el significado es el mismo que el que tiene elparalelismo que se establece en Flp 3,20. Como bien lo saben los filipenses, el serciudadanos del cielo no quiere decir que uno vaya a estar esperando que va a volver ala ciudad principal, a la capital del reino, sino, más bien, que uno está esperando que elemperador vuelva de la ciudad principal a darle a la colonia toda su dignidad plena, arescatarla en caso de que esto sea necesario, a subyugar a los enemigos locales y ponertodo en su santo lugar. Por lo tanto, estos dos versículos de 1 Te 4 han estado sujetos a un grave abuso poraquellos que los han utilizado como base para construir la imagen global del supuesto«rapto». Esto tuvo impacto no sólo sobre el fundamentalismo popular, sino también encierta medida sobre los eruditos del Nuevo Testamento, quienes han supuesto quePablo hacía referencia verdaderamente a lo que los fundamentalistas creen que él serefería. La verdad surge sólo cuando fusionamos los diferentes comentarios que élhace sobre el mismo tema. Esta es una pieza típica de alta carga subjetiva y unaretórica plena de múltiples alusiones y referencias. La realidad a la que se alude no esotra que la siguiente: Jesús estará presente en persona, los muertos resucitarán y loscristianos que están vivos para entonces sufrirán una transformación. Tal como ahoraveremos, esto es en gran medida lo que también nos dice el resto del NuevoTestamento. No obstante, cabe destacar algo más y de gran importancia sobre la totalidad de lateología cristiana de la resurrección, la ascensión, la segunda venida y la esperanza.Esta teología nació de la confrontación con las autoridades políticas, así como tambiénde la convicción de que Jesús era en realidad el verdadero Señor del mundo y quealgún día se manifestaría como tal. La teología del «rapto» evita esta confrontación,puesto que sugiere que los cristianos serán retirados de forma milagrosa de este mundo

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malvado. Quizás ésta sea la razón por la que tal teología a menudo es gnóstica en sutendencia hacia una espiritualidad dualista privada y hacia un quietismo del laissez—faire liberal político. De igual manera, quizás ésta sea en parte la razón por la que talteología, con sus sueños de fin de mundo, haya respaldado de forma callada el statuqua político de un modo que Pablo nunca lo hubiera hecho. Antes de seguir adelante y dejar a Pablo, cabe destacar especialmente un par de pasajesmuy importantes. El primero de ellos lo encontramos al final de 1 Cor cuando Pablo,de pronto, escribe una frase en arameo: Maranatha. Esta frase quiere decir «¡Venganuestro Señor!» y se remonta (como en el caso de la palabra Abba, «Padre») a laiglesia primitiva de los primeros años que hablaba en arameo. No hay razón algunapara que esta iglesia que habla en griego haya inventado una oración en arameo.Debemos estar en contacto en este punto con una tradición muy anterior, de losprimeros tiempos, definitivamente anterior a Pablo. Desde un principio, la iglesiaprimitiva le rezó a Jesús para que volviera. En segundo lugar, leemos un pasaje muy diferente en Col 3. En el mismo, vemos enmuy pocas palabras la teología de Pablo acerca de la resurrección y la ascensión,aplicada a la vida cristiana presente y a la esperanza cristiana futura:

Por tanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, donde Cristo estásentado a la derecha de Dios, piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Porqueustedes están muertos y su vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifiesteCristo, que es vida de ustedes, entonces también ustedes aparecerán con él, llenos degloria.

Sin lugar a dudas, éste sigue la misma línea que los otros textos que hemos estadoanalizando. Sin embargo, cabe destacar el aspecto clave: en vez de la «venida» o lapalabra bendita parousia, aquí Pablo puede utilizar la frase «se manifieste», aparezca.Es exactamente lo mismo, aunque desde un ángulo diferente y esto nos ayuda adesmitificar la idea de que la «venida» de Jesús quiere decir que él va a venir como unhombre del espacio que desciende de los cielos. En estos momentos, Jesús está en elcielo. Sin embargo, tal como vimos con anterioridad, el cielo, por ser el espacio deDios, no está en algún lugar dentro del espacio de nuestro mundo, sino que es, másbien, un espacio diferente, aunque estrechamente relacionado. La promesa no es queJesús simplemente reaparecerá dentro del orden del mundo actual. Más bien, cuando elcielo y la tierra se unan en la nueva manera en la que Dios lo ha prometido, entonces élse aparecerá ante nosotros y nosotros apareceremos ante él y ante nosotros mismos ennuestra propia y verdadera identidad. En realidad, este pasaje se asemeja de manera muy destacada a un pasaje clave delaprimera carta de Juan (1 Jn 2,28; 3,2):

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Ahora, hijitos, permanezcan con él, y así, cuando se manifieste, [ean phanerothe],tendremos confianza y no nos avergonzaremos de él en el día de su venida [parousia] ...Queridos, ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado [oupoephanerothe] lo que seremos. Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a él ylo veremos como él es.

Aquí, apreciamos más o menos de forma exacta la misma imagen que en Colosenses,aunque esta vez tenemos los términos manifestado (aparecer) y venida (parousia) unoal lado del otro sin problema alguno. Claro está, cuando se «manifieste» él estará«presente». Sin embargo, el punto a resaltar del término «aparecer» en este versículoes que, aunque, en un sentido, pareciera como que él estuviera «viniendo», en realidadél estaría «apareciendo» ahí mismo donde se encuentra presente, no en un lugardistante dentro de nuestro propio mundo espacio-temporal, sino más bien en su propiomundo, en el mundo de Dios, el mundo que nosotros denominamos «cielo». Esemundo es diferente al nuestro («la tierra»), aunque se intercepta con éste deinnumerables maneras y lo hace también sin duda en las vidas internas de los mismoscristianos. Un día, los dos mundos se integrarán completamente y estarán visibles eluno al otro, produciendo aquella transformación de la que nos hablan tanto Pablo comoJuan. Claro está que Pablo y Juan no son los únicos escritores que mencionan todo esto. ElApocalipsis de san Juan también habla de la venida de Jesús y aquí encontramos lapalabra «venir» en sí misma. El Espíritu y la Novia dicen «Ven» y la oración final dellibro, como en el caso de 1 Cor, nos dice que el Señor Jesús vendrá y vendrá pronto. Elmismo tema se encuentra en otros pasajes del libro. Este capítulo no es el másindicado, ni tenemos aquí el espacio para analizar esto en detalle, así como tampocopara analizar en detalle pasajes relevantes que aparecen en los otros libros máspequeños del Nuevo Testamento. Uno de los más conocidos de ellos es 2 Pe 3, la cartadel Nuevo Testamento en la que se aborda de manera frontal el problema del retraso ycabe destacar que aquellos que consideran que éste es un problema, son precisamente,dentro de este contexto, aquellos que están abogando por una forma del cristianismomás bien diferente y no histórica. De lo que se trata en este caso, aunque con diferencias mínimas y variaciones delmismo tema, es de una visión sorprendentemente unánime que se aprecia en todo elcristianismo primitivo tal como nosotros lo conocemos. Llegará el momento, lo cualpuede suceder en cualquier instante, en el que, como parte de la gran renovación delmundo que tan sólo ha anunciado la Pascua de Resurrección, el propio Jesús estépresente en persona y sea el agente y el modelo de la transformación que les sucederátanto a todo el mundo como a los creyentes.

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Esta expectativa y esta esperanza, que se expresan con tanta claridad en el NuevoTestamento, permanecen inalteradas en el siglo dos y en los siglos posteriores. Loscristianos de la corriente dominante de todo el primer período no estaban en loabsoluto preocupados por el hecho de que el evento no hubiera sucedido dentro dellapso de una generación. La idea que propugna que el problema del «retraso» que seestablece en 2 Pe 3 fuera algo generalizado en el cristianismo de la segunda generaciónes un mito de los académicos modernos, más que una realidad histórica. De igualmanera, la idea que sostiene que la «aparición» o la «venida» de Jesús no fueronsimplemente parte de la tradición que se fue transmitiendo sin cuestionar y sin que lasgeneraciones subsiguientes sintonizaran con lo que ésta decía. Lo que se aprecia en elcaso de la ascensión, también se evidencia con respecto a la aparición de Jesús: se leconsideraba un aspecto vital de una presentación completa del Jesús que fue, del quees y del que está porvenir. Sin la aparición, la proclamación de la Iglesia no tienesentido alguno. Si la dejamos de lado, comenzaría a derrumbarse una serie de creencias. Los primeroscristianos vieron esto con una claridad que nadie antes de ellos había tenido y bienvaldría la pena aprender de ellos en este sentido. Sin embargo, ya es el momento de analizar el segundo aspecto de la aparición o de lavenida de Jesús. De conformidad con la misma tradición que tiene su base en la Biblia,cuando él venga, tendrá un rol específico que desempeñar: aquel de un juez.

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Capítulo 9

Jesús, el juez que viene 1. Introducción Desde los principios mismos del cristianismo y ya presente en algunas de lastradiciones más primitivas, encontramos la creencia de que el Jesús que aparecerá alfinal de los tiempos vendrá a desempeñar el papel de un juez. Esta no es una creenciaaislada. En realidad, dentro de su contexto judío, es una noción que tiene unaexplicación más fácil que la de la misma parousia. Sin embargo, es relevante queexploremos su significado dentro del contexto del cristianismo de los primerostiempos, así como la importancia que tiene hoy en día y la que tendrá de aquí enadelante. La imagen de Jesús como el juez que vendrá a nosotros es la característica central deotra creencia totalmente vital del cristianismo que no es negociable en lo absoluto: sinlugar a dudas va a haber un juicio en el que Dios nuestro Creador pondrá de una vezpor todas cada cosa en su lugar. La palabra «juicio» ha tenido un trasfondo negativopara muchas personas en nuestro mundo liberal y postliberal. Es necesario querecordemos que desde el principio hasta el fin de la Biblia y, fundamentalmente, en lossalmos, el juicio de Dios que está por venir es algo bueno, algo que debemos celebrar,algo por lo que tenemos que esperar y algo que deberíamos ansiar que suceda. Es algoque hace que la gente grite de alegría e incluso que los árboles del campo agiten susramas como si aplaudieran. En un mundo en el que reinan de manera sistemática lainjusticia, la intimidación, la violencia, la arrogancia y la opresión, tan sólo pensar queva a llegar el día en el que a los malvados se les ponga firmemente en su lugar,mientras que a los pobres y a los débiles se les brinde lo que merecen es, sin duda, lamejor noticia que todos podamos recibir. En este mundo de rebelión y rebeldía, en estemundo plagado de explotación y de maldad, el Dios bueno debe ser un Dios que juzga.El optimismo liberal del siglo XIX logró su cometido durante un buen tiempo y pudosobrevivir a algunos de los argumentos más obvios en su contra que surgieron delinmenso mal sistémico del siglo XX. Sin embargo, la teología más reciente ha vuelto avolcar su atención sobre el tema del juicio, reconociendo que el análisis bíblico del malse corresponde más de cerca con la realidad. La esperanza que se aprecia en el Antiguo Testamento, aquella que anhela que el DiosCreador nos traiga el juicio y la justicia al mundo y que ponga cada cosa en su lugar,

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se enfocó en el período bíblico posterior en el deseo incesante de Israel de ver queDios derrocaría los regímenes opresivos del mundo pagano. Se esperaba una especiede gran escenario cósmico en el que aparecería un verdadero tribunal de justicia. Israel(o, cuando menos, los rectos y justos del pueblo de Israel) desempeñaría el rol delacusado indefenso. Los gentiles (o, cuando menos, aquellos que eran especialmentemalvados) desempeñarían el papel de los bravucones arrogantes que a fin de cuentas seenfrentarían con alguien que los superaría y, por lo tanto, recibirían la justicia (el«juicio») que se merecían. El pasaje más famoso que expresa todo esto aparece en Dn 7. En él, se ilustra a lasnaciones gentiles como monstruos inmensos y poderosos, mientras que a Israel, o másbien, a cada uno de los rectos y justos de Israel, se les ilustra como un ser humanoaparentemente indefenso, «uno como el hijo del hombre». La escena tiene lugar en ungran tribunal de justicia y llega a su clímax cuando el juez, el Anciano, se sienta y fallaa favor del hijo del hombre y en contra de los monstruos, falla a favor de Israel y encontra los imperios paganos. Luego, al hijo del hombre se le da la autoridad y eldominio sobre todas las naciones, algo que nos recuerda deliberadamente lo que seexpresa en Gn 1 y 2, cuando a Adán se le dio autoridad plena y total sobre losanimales.¿Qué sucede, entonces, cuando se traslada al contexto del Nuevo Testamento?Respuesta: allí vemos que el propio Jesús es quien está tomando el papel del «hijo delhombre», el que sufre y luego es vindicado. Entonces, como en el texto de Daniel, élrecibe del Juez Supremo la tarea de imponer su juicio en la tierra. Esto concuerda connumerosos pasajes bíblicos y postbíblicos en los que al Mesías de Israel, a aquel querepresenta a Israel en persona, se le encomienda la tarea de llevar a cabo el juicio. EnIs 11, el juicio del Mesías crea un mundo en el que el lobo y el cordero yacen uno allado del otro, serán vecinos. En el Sl 2, los gentiles tiemblan cuando al Mesías se leexalta a su trono. Una y otra vez se menciona que el Mesías es el agente de Dios queha sido enviado a llevar de nuevo a todo el mundo, y no tan sólo a Israel, al estado dejusticia y verdad que Dios espera que llegue con tanto anhelo como nosotros. Por lotanto, era natural que los primeros cristianos, quienes a partir de la Pascua deResurrección habían llegado a la conclusión de que Jesús era en realidad el Mesías, loidentificaran como aquel a través de quien Dios enderezaría el mundo, poniendo cadacosa en su lugar. Esto no lo dedujeron simplemente de su creencia en la venida o en laaparición o manifestación futura de Jesús. En realidad, pudiera muy bien habersucedido a la inversa: su creencia en el mesianismo de Jesús pudo haber sidoperfectamente bien un factor decisivo en el surgimiento de la creencia en su venidafinal como juez. Sin lugar a dudas, en los tiempos de Pablo, esta creencia ya había quedado bienestablecida. El resumen de lo que Pablo dijo en el Areópago de Atenas concluye con la

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declaración de que Dios ha establecido un día en el cual juzgará al mundo a través deun hombre que él ha nombrado para tal fin y le ha conferido total seguridad de hechoal resucitarlo de entre los muertos. De manera casi informal (en Ro 2,16), Pablo serefiere a esto en tanto que, de conformidad con el Evangelio que él predica, Diosjuzgará los secretos de todos los corazones a través de Jesús el Mesías. Aunque lagente a menudo supone que no puede haber lugar alguno para un juicio futuro «segúnlas obras», debido a que Pablo enseñó la justificación por la fe y no por las obras, estosólo demuestra a qué grado lo hemos malinterpretado de manera tan radical. El juiciofuturo en virtud de nuestras acciones, un juicio que Jesús imparte desde su «silla deljuicio», lo podemos ver muy claramente, por ejemplo, en Ro 14,9-10, 2 Cor 5,10 y enotros pasajes de la Biblia. De igual manera, estos no son lugares aislados en los quePablo está citando una tradición que no encaja a plenitud dentro de la teología que hadesarrollado. Más bien, están plena y totalmente integrados a su pensamiento y a suprédica. Para él, tanto como podría serlo para cualquier otro cristiano de la iglesiaprimitiva, el juicio final, impartido por Jesús el Mesías, fue un elemento vital sin elcual todas las demás cosas no tendrían asidero, ni podrían tener justificativo. Cabe mencionar, en particular (aunque éste no sea ni el lugar, ni el momento paradesarrollar este tema), que esa imagen del juicio futuro según las obras, en realidad esla base de la teología de la justificación por la fe que nos presenta Pablo. El punto de lajustificación por la fe no estriba en que Jesús de pronto deje de preocuparse por el buencomportamiento o la moralidad. La justificación por la fe no puede verse reducida,como muchos han tratado en efecto de hacerlo durante los dos últimos siglos, a serparte de una visión liberal generalizada de una moralidad de total liberalismo, delaissez-faire, o bien, de una visión romántica que propugna que cuanto nosotroshagamos en apariencia no importa en lo absoluto, ya que lo único que importa es loque somos en nuestro fuero interno. (Aquellos que se esfuerzan por defender de formaexagerada una doctrina de la que se ha excluido de manera rigurosa toda mención a las«obras», deben considerar ¡con quiénes están en connivencia en este punto!). No: la justificación por la fe es lo que sucede en el tiempo presente, anticipando elveredicto del día futuro cuando Dios juzgue al mundo. Es la declaración poradelantado de Dios que indica que cuando alguien cree en el Evangelio, esa persona yaes un miembro de su familia, sin importar quiénes fueron sus padres, y también suspecados son perdonados en virtud de la muerte de Jesús y desde ese día en adelante, talcomo nos lo dice Pablo, «no hay condena para los que pertenecen a Cristo Jesús» (Ro8,1). Sin lugar a dudas, quedan todavía otras preguntas por formularse sobre la maneraen la que se pueda suponer con tanta confianza que el veredicto que se emite en elpresente anticipe correctamente el veredicto que se emitirá en el futuro en virtud detoda la vida que uno ha llevado. Pablo aborda esas preguntas de diversas maneras y endiferentes momentos, especialmente en sus exposiciones acerca de la labor del Espíritu

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Santo. Sin embargo, para Pablo (y éste es el único punto que voy a establecer dentro deeste contexto), no existe ningún conflicto entre la justificación actual por la fe y eljuicio futuro según las obras. Ambos aspectos se necesitan y dependen uno del otro.Pretender ir más allá de esta aseveración requeriría de una exposición bastante ampliay completa de sus cartas a los Romanos y a los Gálatas y, sin duda, no hay espacio eneste lugar para hacerlo. Una vez más, muchas otras referencias que se presentan en el Nuevo Testamentoilustran la imagen paulina. Lo que leemos en Romanos no es flor de un día, así comotampoco es idiosincrasia paulina. Sin lugar a dudas es la creencia cristiana primitivacomún. Constituye el eje central del largo párrafo que leemos en Jn 5 y que lesocasionó tantos dolores de cabeza a aquellos primeros eruditos que trataron dedemostrar que el evangelio de Juan hablaba simplemente de una vida eterna presente,en vez de hacerlo también sobre la vida futura:

El Padre no juzga a nadie, sino que encomienda al Hijo la tarea de juzgar, para quetodos honren al Hijo como honran al Padre. Quien no honra al Hijo no honra al Padreque lo envió. Les aseguro que quien oye mi palabra y cree en aquel que me ha enviadotiene vida eterna y no es sometido a juicio, sino que ha pasado de la muerte a la vida.Les aseguro que se acerca la hora, ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz delHijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Así como el Padre posee vida en sí, del mismomodo hace que el Hijo posea vida en sí; y, puesto que es el Hijo del Hombre, le haconfiado el poder de juzgar. No se extrañen de esto: llega la hora en que todos los queestán en el sepulcro oirán su voz: los que hicieron el bien resucitarán para vivir, los quehicieron el mal resucitarán para ser juzgados. Yo no puedo hacer nada por mi cuenta;juzgo por lo que oigo, y mi sentencia es justa, porque no pretendo hacer mi voluntad,sino la voluntad del que me envió.

El primer punto que debemos notar, una vez más, es que, básicamente, se hacereferencia y se resalta todo el juicio futuro como un juicio que nos trae buenas noticiasy, no, malas noticias. ¿Qué me permite hacer esta afirmación? En primer lugar, se tratade buenas noticias porque aquél a través del cual la justicia de Dios barrerá finalmenteel mundo no es un tirano de corazón duro, arrogante, vengativo, sino el Hombre de losDolores, aquél que conoció todos los pesares, el Jesús que amó a los pecadores ymurió por ellos; el Mesías que asumió sobre sus hombros el juicio del mundo en lacruz. Sin lugar a dudas, esto quiere decir que él se encuentra en una posiciónprivilegiada, única, y está llamado a juzgar todos los sistemas y a todos losgobernantes que se han repartido el mundo entre ellos y el Nuevo Testamento nosseñala esto en varios pasajes. En especial, como ya hemos podido apreciar y tal comolo han resaltado algunos teólogos y artistas medievales, Jesús viene como juez, delmismo modo que Moisés descendió de la montaña hacia un campo en el quedescollaban la idolatría y el bullicio del jolgorio. La Capilla Sixtina en sí misma nosrecuerda el día en que se les pedirán cuentas a quienes hayan llevado una vida

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despreocupada y superficial. igual como a quienes hayan actuado con una total yabsoluta maldad. Dentro del contexto del Nuevo Testamento, como en la teología cristiana posterior,este juicio se anticipa bajo ciertas circunstancias. Ya me he referido a la justificaciónpor la fe. En el caso de 1 Cor, lo mismo es cierto en cuanto a la eucaristía: el hecho decomer y beber el cuerpo y la sangre de Cristo implica para nosotros que nos estamosenfrentando aquí y ahora con aquel que es tanto el juez como el salvador de todos. Y lomismo se aplica, claro está, a las obras del Espíritu, tal como lo podemos apreciar unavez más en Jn 16. Según declara Jesús, cuando venga el Espíritu, él convencerá almundo en lo referente al pecado, a la justicia y al juicio. En otras palabras, el juiciofinal se anticipará en el mundo actual por medio del trabajo que obra el Espíritu y queha sido atestiguado por los seguidores de Jesús. 2. La segunda venida y el juicio Por ende, cuando se le da la interpretación adecuada en el Nuevo Testamento y en lasenseñanzas cristianas subsiguientes, lo que se conoce como la segunda venida de Jesúsno es ninguna ocurrencia posterior al mensaje cristiano básico. Por así decirlo, no hasido adosada, como algo accesorio, a lo externo de un mensaje del Evangelio queestaría completo y sería totalmente autónomo sin ella. No podemos relegarla a losconfines de nuestra mente, como si fuera un aspecto marginal de nuestro pensamiento,de nuestra vida y de nuestras oraciones. Si lo hacemos, privaremos de su forma a todolo demás. Ahora quiero referirme brevemente a unos puntos finales que hoy en díarevisten importancia para nosotros. En primer lugar, la manifestación o venida de Jesús les da una respuesta completa, porun lado, a los fundamentalistas literales y, por el otro, a aquellos que proponen la ideadel «Cristo cósmico», idea acerca de la cual ofrecí un breve marco en el capítulo 5.Jesús permanece otro, ajeno a la Iglesia, otro o ajeno al mundo, aún cuando estépresente en ambos por el Espíritu. Él confronta al mundo en el presente y lo harátambién en persona y visiblemente en el futuro. Él es aquel ante quien se doblará todarodilla (Flp 2,10-11), y es también quien asumió la condición de un siervo y fueobediente hasta el punto de morir en la cruz (Flp 2,6-8). En realidad, tal como lodestaca Pablo, él es lo primero porque hizo lo segundo. Cuando se manifestó, en suaparición no encontramos un rechazo dualista del mundo presente, así como tampocosu llegada al mundo actual como si fuera un hombre venido del espacio. Lo queencontramos es la transformación del mundo presente y de nosotros dentro de estemundo, de manera que por fin se pondrá cada cosa en su justo lugar, con nosotroscomo parte de ese mundo. Será entonces cuando se venza para siempre a la muerte y ala descomposición y Dios será el todo en todo.

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En segundo lugar, esto quiere decir que a la visión cristiana del mundo se le da laforma y el equilibrio adecuados. Como a la visión del mundo de los judíos, aunqueradicalmente opuesta a la de los estoicos, los platónicos, los hindúes y también a lavisión del mundo de los budistas. Los cristianos relatan una historia que tiene unprincipio, una parte intermedia y un final. El no tener un cierre al final de la historia, elquedar con un ciclo potencialmente sin fin, en el que diéramos vueltas y vueltasalrededor de las mismas cosas que suceden una y otra vez, o quizás el karma que searrastra, sería la verdadera antítesis de la historia relatada por los Apóstoles y por lalarga línea de sus predecesores judíos. Y, precisamente porque Jesús no desaparececonvirtiéndose en la Iglesia o en el mundo, podemos renunciar, por un lado, altriunfalismo que conscientemente hace que su señorío soberano sea una excusa en símisma y, por el otro, a la desesperación que sobreviene cuando nos percatamos de quese acaban tales esperanzas, como siempre será el caso, en la insensatez y en las fallasde las que, incluso, son las mejores y las más grandes organizaciones, estructuras,líderes y seguidores cristianos. En vista de que vivimos entre la ascensión y la venida,unidos a Jesucristo por medio del Espíritu, aunque aún a la espera de su venida y de supresencia final, podemos ser, tanto adecuadamente humildes, como adecuadamenteconfiados. «No nos anunciamos a nosotros, sino a Jesucristo como Señor, y nosotrosno somos más que servidores de ustedes por amor de Jesús». En tercer lugar, como corolario directo de todo esto, la tarea de la Iglesia entre laascensión y la parousia es, por lo tanto, liberar a ambas de la energía auto-impulsadaque imagina que tiene que construir el reino de Dios por sí misma y la desesperaciónque implica que no puede hacer nada hasta que Jesús vuelva a venir. Nosotros no«construimos el reino» por nuestra cuenta, más bien, construimos para el reino. Todolo que hacemos en la fe, en la esperanza y en el amor en el presente, todo lo quehacemos en obediencia a nuestro Señor que ha ascendido a los cielos y en el poder desu Espíritu, se verá realzado y transformado en su aparición. Claro está, esto tambiéntiene su nota de juicio, tal como Pablo lo establece claramente en 1 Cor 3,10-17. El«día» divulgará qué tipo de trabajo ha realizado cada constructor. En particular, el reinado actual del Jesucristo que ascendió a los cielos y la seguridadde su aparición final en el juicio deben darnos cierta claridad y realismo en nuestrodiscurso político y esto nos es, sin duda, muy necesario hoy en día. Quizás condemasiada frecuencia los cristianos se dejan llevar por una versión vagamenteespiritualizada de uno u otro importante sistema o partido político. ¿Qué sucedería sinosotros decidiéramos tomar en serio nuestra creencia establecida de que Jesús ya es elSeñor del mundo y que ante la simple mención de su nombre, algún día se inclinarántodas las rodillas?

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Uno podría suponer que esto inyectaría simplemente una nota de devoción y que nosharía evitar, entonces, los verdaderos problemas o, incluso, tratar de imponer una tomateocrática del poder. Sin embargo, si pensáramos en cualquiera de esas dos maneras,sólo demostraríamos en qué grado hemos estado condicionados por la divisiónimpuesta por la Ilustración entre la religión y la política. ¿Qué pasa si lasreintegramos? Tal y como lo hacemos con el trabajo específicamente cristiano,también lo hacemos con el trabajo político que se realiza en el nombre de Jesús:confesar que Jesús es aquél que ha ascendido y que es el Señor que viene y que liberala tarea política de la necesidad de pretender que éste o aquél programa o líder tienenla clave de la Utopía (si tan sólo eligiésemos al uno o al otro). De igual manera, liberanuestra vida corporativa de la desesperación que enfrentamos cuando nos percatamosde que, una vez más, nuestros sistemas políticos nos han defraudado. La ascensión y lavenida de Jesús constituyen un reto radical para la totalidad del pensamiento y de laestructura de la Ilustración (y, claro está, para muchos otros movimientos). De igualmanera, ya que nuestra política occidental actual es en gran medida creación de laIlustración, podríamos pensar con toda seriedad sobre las maneras en las que nosotros,como cristianos pensantes, podemos y debemos hacer que ese reto se convierta en elcentro de atención. Estoy consciente de que esto implica correr un gran riesgo yplantear aspectos y preguntas de las que desconozco las respuestas, pero también tengola certeza de que, a menos que yo señale todo esto, cualquiera podría tener fácilmentela impresión de que las doctrinas antiguas tienen un interés teórico o abstracto. Éste noes el caso. Las personas que creen que Jesús ya es el Señor y que aparecerá de nuevocomo juez del mundo son aquellas que están llamadas y debidamente preparadas (pordecir lo menos) para pensar y actuar de forma diferente en el mundo a quienes no locreen. Estas preguntas y estos aspectos los abordaré con mayor grado de detalle en laparte final del libro. Claro está que, en especial, la esperanza en la venida de Jesús como juez para corregirtodo lo que está mal en el mundo y para dar una nueva vida a los muertos es elcontexto de uno de nuestros temas centrales al que finalmente le habremos de prestarla debida atención. De ser cierto todo esto, ¿qué es lo que podemos decir acerca delfuturo que nos espera a cada uno de nosotros, a cada creyente bautizado en Jesucristo?¿A qué nos referimos específicamente en relación con nosotros mismos cuandohablamos de la resurrección futura?

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Capítulo 10

La redención de nuestros cuerpos 1. Introducción Tal como pudimos apreciar en los primeros dos capítulos, hoy en día no hay acuerdoalguno en la Iglesia acerca de lo que sucede con la gente cuando muere. Por lo tanto,no debe sorprendernos que también exista cierta confusión en el mundo más amplio nocristiano y no únicamente en torno al destino de los muertos, sino sobre lo que sesupone que los cristianos creen acerca de este tema. Esto es más curioso aún en vista de que el Nuevo Testamento en sí, al que muchasiglesias consideran oficialmente como su fuente primaria de doctrina, reviste unaclaridad prístina y una gran transparencia en esta materia. En un pasaje clásico, Pablonos habla sobre el «rescate de nuestro cuerpo» (Ro 8,23). No hay lugar alguno para laduda en cuanto a lo que él se refiere: al pueblo de Dios se le ha prometido un nuevotipo de existencia corporal, la realización y la redención de nuestra presente vidacorporal. El resto de los escritos cristianos de los primeros tiempos está totalmente ensintonía con esto en aquellos pasajes en los que aborda este tema. Sin embargo, esta expresión de esperanza, de esperanza por la resurrección del cuerpo,ha estado tan desarticulada y fuera de tono con varias tendencias prevalecientes delpensamiento cristiano a lo largo de los años, que ha terminado por estar silenciada,aparecer distorsionada e, incluso, es algo que muchos desconocen. En este capítulo,procederé a sentar las bases y presentar una imagen general de la resurrección corporalfinal que ofrece el Nuevo Testamento y que nos han ofrecido también los primerosPadres de la Iglesia. De igual manera, explicaré la forma en la que creo que se le puedevolver a dar el debido énfasis hoy en día. Es posible hacer esto de la manera más breveposible, ya que simplemente estoy reuniendo comentarios y análisis que ya hepresentado con mucho mayor grado de detalle en otros escritos. Lo que planteo es que la imagen tradicional de la gente «que va al cielo», por un lado,o «que va al infierno», por el otro, como una travesía posterior a la muerte que sólotiene una etapa (con o sin la opción de algún tipo de «purgatorio» o como una etapaintermedia de «continuación de la travesía»,) representa una distorsión muy seria y unadisminución de la esperanza cristiana. La resurrección corporal no es simplemente unapéndice sin importancia de esa esperanza. Más bien, es precisamente el elemento que

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le da la forma y el significado al resto de la historia que relatamos sobre los propósitosfundamentales de Dios. Si la llevamos a sus extremos, como muchos han hecho porimplicación, o en realidad, si la dejamos fuera totalmente, como algunos han hecho deforma bastante explícita, perderemos no sólo un componente adicional de la máquina,como podría ser en el caso de decidir que vamos a comprar un vehículo que no tieneespejos retrovisores de operación eléctrica y automática. Más bien, perderíamos elmotor central que impulsa ese vehículo y que le otorga a todos los demás componentesdel mismo su razón de ser y su posibilidad de funcionar. En vez de hablar vagamentesobre el «cielo» y, luego, tratar de lograr que encaje dentro del lenguaje de laresurrección, deberíamos hablar con precisión bíblica sobre la resurrección yreorganizar toda nuestra forma de expresarnos sobre el cielo precisamente alrededor deese concepto. Lo que es más, tal como pretendo demostrar en la parte final de estelibro, cuando hacemos esto descubrimos un excelente fundamento, y no como algunossuponen, para una piedad escapista o quietista (que pertenece, más bien, al lenguajetradicional y engañoso sobre el «cielo»), sino para un trabajo cristiano vivo y creativodentro del mundo actual. 2. La resurrección: la vida después «de la vida después de la muerte» En el segundo capítulo ya pudimos observar que, mientras que el paganismogrecorromano, por un lado, y el judaísmo del Segundo Templo, por el otro, sosteníanuna amplia variedad de creencias sobre la vida más allá de la muerte, los cristianosprimitivos manifestaban un acuerdo sorprendentemente unánime con respecto a estetema. En este capítulo tan sólo hay espacio para un breve recuento de la evidencia mássólida. Empecemos, una vez más, con los escritos de Pablo. Ya recalqué en el capítuloanterior que cuando Pablo habla en Flp 3 de ser «ciudadanos del cielo», él no se refierea que nos iremos a vivir allá cuando hayamos terminado nuestro trabajo aquí. Lo quedice en la próxima línea es que Jesús vendrá del cielo para transfigurar el cuerpohumilde del presente y transformarlo en un cuerpo glorioso como el suyo y que esto lohará mediante el poder que tiene de someter a sí todas las cosas. Esta sencillaafirmación contiene en pocas palabras más o menos la totalidad del pensamiento dePablo sobre este tema. El Jesús resucitado es, tanto el modelo del cuerpo futurocristiano, como el medio mediante el cual éste llega a ser tal. De igual manera, dice en Col 3,1-4: cuando aparece el Mesías, aquel que es tu vida,entonces tú también aparecerás con él en la gloria. Pablo no dice que «algún día te iráspara estar con él». No, lo que dice es que ya tú posees vida en él. Esta nueva vida queel cristiano posee secretamente, que es invisible al mundo, estallará para convertirse enuna realidad y una visibilidad corporal plenas.

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El pasaje más claro y más determinante, a pesar de que se le ignora a menudo, es elque aparece en Ro 8,9-11. Tal como nos dice Pablo: si el Espíritu de Dios, el Espíritude Jesús el Mesías, habita en ustedes, entonces aquél que resucitó al Mesías de entrelos muertos, le dará también la vida a sus cuerpos mortales, por su Espíritu que habitaen ustedes. Dios le dará vida, no a un espíritu incorpóreo, no a lo que muchas personashan pensado que es el «cuerpo espiritual» en el sentido de un cuerpo que no es físico,sino «también a sus cuerpos mortales». Pablo no es el único escritor del Nuevo Testamento que sostiene esta opinión. Laprimera carta de Juan declara que cuando Jesús aparezca, nosotros seremos semejantesa él porque lo veremos tal cual es. El cuerpo de la resurrección de Jesús, que en estosmomentos es casi inimaginable para nosotros en toda su gloria y todo su poder, será elmodelo de nuestro propio cuerpo. Y, claro está, en el evangelio de Juan, a pesar deldesconcierto de aquellos que quieren leer el libro de una manera diferente, nosotrosencontramos las declaraciones más claras sobre la resurrección corporal futura. Jesúsreafirma la expectativa judía ampliamente diseminada de la resurrección y anuncia queya le ha llegado su hora. En el pasaje que analizamos en el capítulo anterior, esto sepresenta de manera bastante explícita:

Les aseguro que se acerca la hora, ya ha llegado, en que los muertos oirán la voz delHijo de Dios, y los que la oigan vivirán. Así como el Padre posee vida en sí, del mismomodo hace que el Hijo posea vida en sí; y, puesto que es el Hijo del Hombre, le haconfiado el poder de juzgar. No se extrañen de esto: llega la hora en que todos los queestán en el sepulcro oirán su voz: los que hicieron el bien resucitarán para vivir, los quehicieron el mal resucitarán para ser juzgados.

Esto claramente se desprende de Dn 12 y de otros pasajes tales como Is 26 y Ez 37. Deigual manera, pone de manifiesto una tensión, un conflicto superficial con la posiciónde Pablo, quien parece considerar la resurrección fundamentalmente como el donfuturo de Dios otorgado por medio del Espíritu a quienes están en Cristo y no a todossin distingo (aunque, tal como veremos en este momento, 2 Cor 5,10 bien pudieraindicar lo contrario). Algunos de los primeros Padres de la Iglesia siguieron conentusiasmo a Juan en este punto, al enfatizar que la resurrección también es necesariapara los malvados de manera que puedan ser juzgados en sus propios cuerpos. Másadelante volveremos a abordar este asunto. En este punto, necesitamos volver a analizar un aspecto que señalamos conanterioridad. ¿A qué se refiere Jesús cuando declara que hay «muchas mansiones» enla casa de su Padre? Esto se ha interpretado con cierta regularidad y,fundamentalmente, cuando se le utiliza en el contexto del dolor que se experimenta porla muerte de un ser querido, como un concepto que implica que los muertos (o, cuando

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menos, los muertos cristianos) simplemente irán al «cielo» permanentemente, en vezde volver a ser levantados de entre los muertos subsiguientemente a una nueva vidacorporal. Sin embargo, aquí, la palabra que se utiliza para «mansión» es monai, que seemplea regularmente en el griego antiguo, no para referirse al lugar final de descanso,sino para describir un descanso temporal en un viaje que lo llevará a uno, a la larga, aotro lugar. Esto encaja muy bien dentro del marco de las palabras que Jesús le dice al ladrón queestá muriendo a su lado en el evangelio según san Lucas: «Te aseguro que hoy estarásconmigo en el paraíso». A pesar de una larga tradición de interpretación errónea deltérmino, la palabra «paraíso» se interpreta aquí, como en otras escrituras judías, nocomo un destino final, sino como un jardín en el que se experimenta una granfelicidad, un jardín de descanso y tranquilidad en el que los muertos se refrescanmientras esperan por el amanecer de un nuevo día. El punto principal de la fraseestriba en el contraste aparente entre la respuesta a Jesús y la solicitud del ladrón:«Jesús, acuérdate de mí», le dice, «cuando vengas con tu reino», lo que implica (elhecho de que este comentario sea irónico o no, no es asunto que nos ocupe en estemomento) que esto será en algún futuro distante. A su vez, la respuesta de Jesús traeesta esperanza futura al presente, lo que significa, desde luego, que con su muerte, elreino en realidad va a venir, aún cuando no pareciera que alguien lo hubieraimaginado: «Hoy estarás conmigo en el Paraíso». Claro está, habrá una finalizaciónfutura que implique la resurrección final. La comprensión teológica global de Lucas noda pie para ninguna duda a ese respecto. Después de todo, Jesús no se levantó de entrelos muertos «hoy», o lo que es igual, el Viernes Santo. En la interpretación de Lucas,Jesús debió haberse referido a un estado de encontrarse en el paraíso que seríaverdadero para él y para el hombre que está muriendo a su lado en ese mismomomento, ese mismo día; en otras palabras, antes de la resurrección. Con Jesús, laesperanza futura ha dado un paso hacia adelante y se sitúa en el presente. Para aquellosque mueren en la fe, antes de ese renacer final, la promesa fundamental es la de estarinmediatamente «con Jesús», en ese mismo momento. Tal como Pablo lo escribió: «mideseo es morir para estar con Cristo, y eso es mucho mejor». Por consiguiente, la «resurrección» en sí aparece como lo que esa palabra hasignificado siempre, sin importar que la gente no creyera en ella (como ocurría con losantiguos paganos) o que la hubiera afirmado (como hicieron muchos de los antiguosjudíos). No era una manera de hablar acerca de la vida «después de la muerte». Era unamanera de hablar sobre una nueva vida corporal luego de cualquier estado deexistencia en el que uno pudiera entrar inmediatamente después de la muerte. En otraspalabras, era la vida después «de la vida después de la muerte». ¿Qué podemos decir, entonces, de pasajes tales como 1 Pe 4, en el cual se nos habla de

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una salvación «reservada para ustedes en el cielo», de manera que en su presente creanque están recibiendo «la salvación de sus almas»? A este respecto, yo sugeriría que lasuposición automática del cristianismo occidental nos ha llevado definitivamente pormuy mal camino. Hoy en día, al leer un pasaje como ése, la mayoría de los cristianossimplemente supone que esto significa que el cielo es aquel lugar al que uno va pararecibir esta «salvación» o, incluso, que esta «salvación» consiste en «ir al cielo cuandouno muere». Está claro, entonces, que esto nos da un marco de referenciapeligrosamente distorsionado dentro del cual se interpretan algunos de los comentariosclave del Evangelio, como aquellos que aparecen en el evangelio de san Mateo cuandoJesús habla de «entrar al reino de los cielos», o de «recibir una recompensa en elcielo», o de «almacenar riquezas en el cielo». Dicho en pocas palabras, la manera en laque ahora entendemos este lenguaje en el mundo occidental, cuando menos, estotalmente diferente a la que Jesús y aquellos que lo escucharon en su tiempo hubieranimplicado y entendido. Para empezar a explicarlo podríamos decir que el «cielo» es, en realidad, una manerareverente de hablar sobre Dios, de modo que «las riquezas del cielo» simplemente serefieren a «las riquezas ante la presencia de Dios» (como hemos podido observar enotros pasajes cuando Jesús habla sobre alguien que es o no es «rico en orden a Dios»).Sin embargo, también a este respecto y por derivación de su significado primordial, el«cielo» es el lugar en el que se almacenan los propósitos de Dios para el futuro. No esallí donde se supone que se queden, de manera que uno tuviera que ir al cielo paradisfrutarlos. Es aquel lugar en el que se mantienen totalmente resguardados hasta el díaen el que se convertirán en una verdadera realidad en la tierra. Si yo le digo a unamigo: «Te he guardado una cerveza en la nevera», esto no quiere decir que él tengaque ir necesariamente a la nevera para poder beber la cerveza. La herencia futura deDios, el nuevo mundo incorruptible y los nuevos cuerpos que están llamados a habitaren ese mundo ya se han mantenido seguros, esperando por nosotros, no de manera quepodamos ir al cielo y colocarlos allí, sino de modo que se les pueda traer para quenazcan en este mundo o, más bien, en el nuevo cielo y en la nueva tierra, el mundorenovado del que les hablé anteriormente. De igual manera, debemos resaltar en relación con el pasaje que aparece en 1 Pe y enalgunos otros relatos de las Escrituras, que el idioma del «alma» es poco común en estesentido en los escritos primitivos cristianos. La palabra psyche era muy común en elmundo antiguo e implicaba una variedad de significados. A pesar de la frecuencia conla que aparece, tanto en el cristianismo posterior y (por ejemplo) en el budismo, elNuevo Testamento no la usa para describir, por así decirlo, «aquella parte de uno que ala larga será salvada». Aquí la palabra psyche parece referirse, tal como la palabrahebrea nephesh, no a una parte interna incorpórea del ser humano, sino a lo quepodríamos llamar la «persona» o incluso la «personalidad». Y el punto en 1 Pe 1 es

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que esta «persona», ese «yo real», ya está siendo salvado y algún día recibirá esasalvación en su plena forma corporal. Ese es el motivo por el que Pedro con toda larazón siembra la esperanza por la salvación firmemente en la resurrección de Jesús.Como nos dice Pedro, «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que,según su gran misericordia y por la resurrección de Jesucristo de la muerte, nos hahecho nacer de nuevo para una esperanza viva». 3. La resurrección en Corinto Todas las discusiones sobre la resurrección futura deben relacionarse más tarde o mástemprano con Pablo y especialmente con sus dos cartas a los corintios. Ambas sonbastante engañosas, delicadas y controversiales y ya le he dedicado amplio espacio aestas epístolas en otro momento con gran grado de detalle. Ahora, quisiera resumirsimplemente el argumento principal partiendo de 2 Cor para luego pasar a 1 Cor. El pasaje sobre la resurrección que aparece en 2 Cor 4 y 5 incluye la descripción largay apasionada que Pablo hace de su propio apostolado. Nos habla de su ministerio entérminos de que «Ese tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea bien queese poder extraordinario procede de Dios y no de nosotros». Para darle sustancia ycontenido a todo esto, nos habla de la esperanza futura dentro de la cual tiene sentidola vida actual de ambigüedad y sufrimiento. Si todo lo que nos ha transmitido fueranlos últimos versículos del capítulo 4, hubiera sido posible decir—y, cabe mencionar,que algunos tratan incluso ahora de sostenerlo—, que Pablo se estaba refiriendo a unaesperanza futura en la que el cuerpo quedaría atrás y permanecería en la forma de unespíritu puro: tal como él nos dice, «si nuestro exterior se va deshaciendo, nuestrointerior se va renovando día a día». Podríamos preguntarnos si no hemos recorridoacaso ya tres cuartas partes del camino que nos lleva a Platón, quien estaba siempremuy dispuesto a desechar el cuerpo mortal perecedero y quedarse simplemente con elalma gloriosa, inmortal e incorpórea. En el capítulo 5, Pablo habla sobre la nueva «tienda» o «tabernáculo» que estáesperando por todos nosotros. Esta es una nueva casa, una nueva morada, un nuevocuerpo que espera dentro de la esfera de Dios (una vez más, el «cielo»), que está listopara que nosotros nos lo coloquemos sobre el que tenemos en la actualidad, de maneraque lo que es mortal pueda ser tragado por la vida. Como siempre, también acá Pabloinsiste en que Dios lo logrará mediante el Espíritu. Este es el punto en el que nosotros, los occidentales modernos, estamos llamados a darel gran salto de la imaginación. Hemos venido comprando nuestro mobiliario mentaldurante tanto tiempo en la fábrica de Platón que llegamos a dar por sentado que existeun contraste ontológico básico entre el «espíritu», en el sentido de algo inmaterial, y la

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«materia», en el sentido de algo material, sólido y «físico». Creemos que sabemos quelos objetos sólidos son una cosa y que las ideas o los valores, al igual que los espírituso los fantasmas, son algo totalmente diferente (aunque a menudo no nos percatamos deque, en sí mismos, todos ellos son también tipos diferentes de cosas). Sabemos bienque los cuerpos se descomponen y mueren; que las casas, los templos, las ciudades ylas civilizaciones caen y se convierten en polvo y, por lo tanto, suponemos que elhecho de ser corporal y ser físico implica ser efímero, pasajero, cambiable, transitorioy que la única manera de ser permanente, inalterable e inmortal es convertirse en algono físico. Lo que Pablo defiende a este respecto es que ése no es el caso. En realidad, ni siquierafue el caso en la cosmología dominante de su época, que fue estoica y no platónica.Menos aún lo fue dentro de la teología de la creación del judaísmo que constituyó elsemillero del que Pablo derivó su teología de la nueva creación como resultado de laresurrección de Jesucristo mismo. Pablo busca que aquellos que lean sus epístolas a loscorintios piensen en términos de nuevos patrones y también está claro que ha tenido elmismo efecto sobre nosotros. Lo que Pablo nos está pidiendo que imaginemos es que habrá una nueva modalidad denaturaleza física que se contrapondrá a nuestro cuerpo actual, tal como nuestro cuerpoactual se contrapone a un fantasma. Será tanto más real, tanto más firme, tanto máscorporal que nuestro cuerpo actual como nuestro cuerpo actual es más substancial ymás tangible que un espíritu incorpóreo. A veces, cuando hablamos de alguien que estámuy enfermo, nos referimos a esta persona diciendo «que no es más que una sombrade lo que era antes». Si Pablo está en lo cierto, un cristiano en la vida presente no esmás que una simple sombra de su ser futuro, del ser que será cuando saquen al cuerpoque Dios tiene guardado en su almacén celestial, ese cuerpo que ya está hecho a lamedida para colocarlo sobre el cuerpo actual, o sobre el ser que seguirá existiendoluego de la muerte corporal. Es a este respecto que uno de los grandes himnos de laPascua de Resurrección da precisamente en el blanco:

Oh, cuán glorioso y resplandecienteSerás tú, frágil cuerpo,Cuando estés dotado de tanta belleza,¡Pleno de salud, y fuerte, y libre!Pleno de vigor, pleno de placer,Que durarán por siempre.

Pablo está ansioso y no pretende que ya ha alcanzado este estado. Sin lugar a dudas,está ansioso por destacar que el trabajo que los Apóstoles han sido llamados adesempeñar los lleva precisamente a compartir la debilidad y el sufrimiento del estadoactual del mundo. No obstante, también establece claramente que todos debemos

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aparecer ante el tribunal del Mesías (2 Cor 5,10) y, para ello, necesitaremos tenercuerpos. A este respecto Pablo, como Juan, está muy a tono con lo que se nos dice enDn 12 y en otros textos judíos similares. En realidad, puede ser precisamente en estepunto donde Pablo da a entender, después de todo, que habrá una resurrección para losmalvados (de manera que puedan ser juzgados en el cuerpo), como la habrá para losjustos. Esto nos lleva al corazón mismo de la visión que ofrece el Nuevo Testamento de laresurrección en 1 Cor 15. La esperanza de la resurrección constituye la base de la totalidad de la primera epístolaa los corintios y no sólo del capítulo 15. Sin embargo, aquí Pablo lo aborda de maneraclara y directa otorgándole una importancia fundamental. Algunos de los fieles deCorinto han negado la resurrección futura, casi sin lugar a dudas sobre la base deargumentos paganos normales que indican que todos saben que la gente muerta noresucita. En respuesta a ello, y tal como vimos en el capítulo anterior, Pablo habla deJesús como el primero de los frutos y como la mayor cosecha que está por venircuando todo el pueblo de Jesús resucite tal como él ha resucitado y se ha levantado deentre los muertos. La totalidad del capítulo nos recuerda los pasajes de Gn 1-3 y hace alusión a losmismos. Es una teología de la nueva creación y no del abandono de la creación. Elmeollo del capítulo lo constituye la exposición de los dos tipos diferentes de cuerpos,el presente y el futuro. Es a este respecto que ha surgido todo tipo de problemas. Hay diferentes traducciones populares, especialmente la versión estándar revisada y lasque se han derivado de ella, que han traducido las frases clave de Pablo como «uncuerpo físico» y «un cuerpo espiritual». En términos de las palabras griegas que Pablousa, esto simplemente no puede ser correcto. Los argumentos técnicos sondeterminantes y concluyentes. El contraste se establece entre el cuerpo actual que escorruptible, que está en plena descomposición y que está condenado a la muerte y elcuerpo futuro que es incorruptible, impoluto y que nunca volverá a morir. Losadjetivos clave que se citan sin fin en las discusiones sobre este tema no se refieren aun cuerpo «físico» y a un cuerpo «no físico», que es la forma en la que nuestra culturaestá destinada a escuchar las palabras «físico» y «espiritual». La primera palabra, psychikos, no significa, bajo ningún respecto, nada parecido altérmino «físico» en el sentido que nosotros le damos. Para los grecoparlantes de laépoca de Pablo, la psyche, vocablo del que se deriva la palabra psychikos, se refiere alalma y no al cuerpo.

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Sin embargo, el punto subyacente y que mayor importancia reviste es que los adjetivosde este tipo, los adjetivos griegos que terminan en -ikos no describen el material delque están hechas las cosas, sino el poder o la energía que las anima. Es como ladiferencia que existe entre preguntar, por un lado «¿éste es un barco de madera o es unbarco de hierro?» (el material del que está hecho) y, por otro lado, «¿éste es un barco avapor o un barco de vela?» (la energía con la que se desplaza). Pablo está hablandosobre el cuerpo presente, el cual está animado por la psyche humana normal (la fuerzade vida que todos poseemos aquí y ahora y que nos permite discurrir por la vida actual,aunque, a la larga, carece totalmente de poder contra la enfermedad, las lesiones, ladescomposición y la muerte) y el cuerpo futuro que está animado por el pneuma deDios, el aliento de una nueva vida de Dios, el poder vigorizante de la nueva creaciónde Dios. Esta es la razón por la que en una frase posterior que se hizo controversial incluso enépocas tan antiguas como mediados del segundo siglo, Pablo declara que «la carne y lasangre no pueden heredar el reino de Dios». Con esto, él no pretende decir que seabolirá todo tipo de naturaleza física. «La carne y la sangre» no son más que dostérminos técnicos que denotan aquello que es corruptible, transitorio y que va dirigidohacia la muerte. Una vez más, el contraste no se establece entre aquello que nosotrosdenominamos físico y aquello que denominamos no físico, sino entre la naturalezafísica corruptible, por un lado, y la naturaleza física no corruptible, por el otro. Este razonamiento subyace a aquel versículo tan extraordinario con el que termina 1Cor 15 y al que volveremos a dedicar la atención. Para Pablo, la resurrección corporalno nos deja diciendo: «Bueno, está bien, pues; iremos finalmente a unirnos con Jesúsen un cielo no corporal platónico», si no, más bien, «entonces, ya que la persona queuno es y el mundo que Dios ha hecho se reafirmarán gloriosamente en el futuro quefinalmente Dios nos deparará, uno debe ser firme, categórico, inquebrantable ysiempre debe abundar en la obra del Señor, porque uno sabe que nuestro accionar, quenuestro esfuerzo no es en vano en el Señor». La creencia en la resurrección corporalincluye la creencia de que lo que se hace en el presente en el cuerpo por el poder delEspíritu será reafirmado en el futuro final de maneras sobre las que actualmente sólopodemos especular. 4. La resurrección: los debates posteriores Sin lugar a dudas, durante el segundo siglo y de allí en adelante, se suscitó todo tipo dedebates y discusiones ulteriores sobre la resurrección corporal. Lo que esverdaderamente digno de destacar es que, aparte del pequeño cuerpo de escritosgnósticos y semignósticos, los primeros Padres, cuando menos hasta la época deOrígenes, insistieron en esta doctrina, a pesar de que las presiones que deben haber

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sido ejercidas sobre ellos para que las abandonaran debieron ser muy fuertes. Ignaciode Antioquia, Justino el Mártir, Atenágoras, Ireneo, Tertuliano, todos ellos resaltaronla importancia de la resurrección corporal. Lo que es más, todos ellos relacionaron esta doctrina muy de cerca con otras dos, queles permite distinguirles de todos los otros tipos de enseñanzas, incluidas entre ellas eldocetismo y el gnosticismo. Me refiero, en primer lugar, a la doctrina de la creación y,en segunda instancia, a la doctrina de la justicia de Dios y el juicio final. Como en eljudaísmo, la resurrección es el punto en el que se encuentran la creación y el juicio.Cuando se abandona a alguno de los tres elementos, por cualquiera que sea la razón,pronto les seguirán los otros dos. Específicamente en el caso de Tertuliano empezamos a encontrar preguntas sobre loque implicará precisamente la resurrección corporal. (Algunas de estas preguntastambién se formularon en las fuentes rabínicas que tuvieron que batallar con problemassimilares y más o menos en la misma época). Supongamos que un caníbal se come aun cristiano y supongamos, también, que luego el caníbal se convierte. El cuerpocristiano se ha convertido en parte del cuerpo caníbal. ¿Quién recibirá cuáles partes enel momento de la resurrección? Tertuliano nos da una respuesta bastante brusca. Eso es cuestión de Dios, nos dice: éles el Creador por eso está en la capacidad de solucionar esto y así lo hará. Orígenes, alverse enfrentado con preguntas similares, responde de una manera más sutil. Segúnnos dice, nuestros cuerpos están en cualquier caso en un estado de cambio continuo.No se trata, simplemente, de que nos crezcan el cabello y las uñas y que los tengamosque cortar. La totalidad de nuestra sustancia física está sujeta a un proceso de cambiolento. Los que hoy en día denominamos átomos y moléculas pasan a través de nosotrosy nos dejan con una continuidad de forma, aunque con una transitoriedad de materia.(Al intentar resumir estos argumentos C.S. Lewis nos ofrece la siguiente ilustración: Aeste respecto yo soy como una curva en una cascada, nos dice). Este argumento lovemos repetido en Santo Tomás de Aquino, un milenio luego de Orígenes y casi unmilenio antes de Lewis. Se trata de un buen argumento: como bien sabemos ya,nosotros cambiamos todo nuestro equipo físico, todo átomo y toda molécula, a lo largode un período de cada siete años más o menos, no más de ese lapso. Yo soyfísicamente una persona totalmente diferente ahora de la persona que era hace diezaños. Pero, igualmente sigo siendo yo. Por lo tanto, en realidad no importa siobtenemos de nuevo las mismas moléculas idénticas o no, aunque sí es perfectamenteposible cierta continuidad. Aquellas moléculas que usamos durante un tiempo han sidoutilizadas antes de nosotros por otros organismos y serán utilizadas por otros tantoscuando ya nosotros no las usemos más. Polvo somos y en polvo nos convertiremos.Ahora bien, Dios puede hacer cosas nuevas con el polvo.

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Muchos de los teólogos más importantes del período patrístico y del medieval teníanbastante claridad acerca del futuro posterior a la muerte, un período dividido en dosetapas. Tenemos así, por ejemplo, que Gregorio el Grande (540-604) fue uno de losque enseñó que el alma del cristiano muerto disfruta de una visión beatífica mientrasespera la resurrección de su cuerpo. A su vez, Anselmo (1033-1109) resaltó quenuestros cuerpos de resurrección trascenderán a nuestros cuerpos actuales paraconvertirse en un nuevo tipo de ser. Los teólogos victorinos, que sucedieron a Hugo deSan Víctor (quien murió en 1142), enseñaban que el cuerpo de la resurrección seríaidéntico a nuestro cuerpo terrenal, aunque transfigurado:

... será inmune a la muerte y al dolor; alcanzará la cúspide de sus poderes, estará libre detoda enfermedad y deformidad y tendrá una edad aproximadamente de treinta años, laedad en la que Cristo inició su ministerio. Será capaz de sobrepasar cualquier cosa quepodamos imaginar, incluso aquellas que se mencionan en los recuentos de lasapariciones de Cristo en la tierra luego de su resurrección.

Los teólogos medievales de las corrientes dominantes tradicionales, como Tomás yBernardo, insistían en la resurrección corporal. Del mismo modo que el NuevoTestamento y los Padres de la Iglesia, ellos defendían de manera clara y determinada labuena creación de Dios. Sabían que debía ser reafirmada y no abandonada. Sinembargo, una buena parte de la piedad medieval occidental dio a continuación un giroy tomó una dirección muy diferente en la que se tornaron mucho más importantes losdestinos gemelos del cielo y del infierno y el posible destino intermedio del purgatorio.En este marco de ideas, el lenguaje de la «resurrección», si acaso se mantenía, parecíasimplemente ser una manera bastante especial de hablar sobre el «cielo», que era laprimera categoría. Este giro tuvo todo tipo de resultados por demás desafortunados, alos cuales les dedicaremos atención más adelante. Ahora bien, primero debemosestablecer y resaltar los elementos clave de la visión cristiana primitiva de laresurrección y considerar cómo podemos volver a apropiarnos de ellos para aplicarlosal momento actual. 5. Repensando la resurrección hoy: quién, dónde, qué, por qué, cuándo y cómo ¿Quién será resucitado de entre los muertos? Todas las personas, de conformidad conlo que nos dice Juan y quizás también Pablo. Sin embargo, en el caso de Pablo cuandomenos existe un sentido especial de resurrección que se aplica claramente a aquellosque están en Cristo y que están habitados internamente por el Espíritu. Esto trae acolación otras preguntas que abordaremos en el capítulo siguiente. ¿Dónde tendrá lugar la resurrección? En la nueva tierra, unida ya, tal como estaráentonces, al nuevo cielo. Esa ha sido la esencia de relato en cuanto a la forma y al

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argumento de toda esta parte del libro. En este nuevo mundo, no habrá ningúnproblema de sobrepoblación (como algunos se han atrevido a sugerir, corriendo elriesgo repentino de pasar de lo sublime a lo prosaico y trivial). Aparte de la preguntade si todos los seres humanos serán resucitados de entre los muertos, o si sólo algunosserán premiados, debemos tener siempre en mente y recordar que más o menos lamitad de los humanos que han vivido sobre la tierra en todos los tiempos están vivosen este momento. La población mundial ha crecido a un índice espectacularmenterápido en el último siglo. Tendemos a olvidar con mucha frecuencia que durante buenaparte de la historia eran muy grandes las extensiones de terreno que casi no estabanhabitadas. Incluso las ciudades civilizadas y algo sobrepobladas de los tiemposbíblicos eran una especie de market towns (pequeños pueblos basados en el comercio),si nos regimos por las normas que hoy determinan lo que es una gran ciudad. En estesentido, si tomamos en serio la promesa del nuevo cielo y de la nueva tierra, nada deesto constituirá un problema. Dios es el Creador y su nuevo mundo será exactamentetal como lo necesitamos y lo queremos y reflejará el amor y la belleza de este mundoactual, aunque estarán ampliamente transformados. De forma explícita, podemos preguntarnos entonces, ¿cuál será precisamente el cuerpode la resurrección? Aquí tengo que rendirle homenaje una vez más a uno de los pocosescritores modernos que ha tratado de ayudarnos en la tarea de imaginar cómo podríaser el cuerpo resucitado: me refiero a C. S. Lewis. En una amplia variedad de escritos,aunque muy específicamente en su extraordinario libro The Great Divorce (El grandivorcio), él logra llevarnos a imaginar cuerpos que son más sólidos, más reales, mássustanciales de los que tenemos en la actualidad. Tal es precisamente la tarea que nosinvitan a emprender los versículos de 2 Cor. Éstos serán cuerpos a los que se les podráaplicar claramente la frase sobre la «gloria perpetua que supera toda medida» que hasido tomada de esa carta (4,17), serán cuerpos que se podrán ver, sentir y conocercomo los cuerpos adecuados. En el mundo antiguo, se formularon muchas preguntas adicionales sobre este punto yéstas han ido surgiendo una vez más y con mayor frecuencia en la discusióncontemporánea. ¿Cuáles de nuestras características actuales y de nuestrasimperfecciones presentes retendremos en esta naturaleza física que se transformará?En una ocasión, cuando impartí el curso sobre la resurrección en Harvard, durante elaño de 1999, una de mis estudiantes se quejó en su informe final de curso que a ellanunca le había gustado la forma que tenía su nariz y que definitivamente esperaba queno la tuviera que soportar también en la vida futura. No hay manera de poderresponder a tales preguntas o inquietudes. Todo lo que podemos derivar y suponer dela imagen de la resurrección de Jesús es que, tal como sus heridas seguían estandovisibles, sin ser ya en ese momento fuente de dolor y de muerte, sino signos de suvictoria, también el cuerpo resucitado del cristiano llevará aquellas marcas de su

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lealtad con el llamado específico que Dios le ha hecho y considere apropiadas, asícomo también todo aquello que haya causado algún sufrimiento. En particular, cabe destacar que este nuevo cuerpo será inmortal. En otras palabras,este cuerpo habrá pasado más allá de la muerte y no solamente en el sentido temporal(que es el que pasa por un momento y evento en particular), sino también en el sentidoontológico, puesto que ya no seguirá siendo un cuerpo sujeto a las enfermedades, a laslesiones, a la descomposición y a la muerte misma. Ninguna de estas fuerzasdestructivas tendrá poder alguno sobre el nuevo cuerpo. Sin lugar a dudas, ésa puedeser una de las maneras en las que podemos entender la extrañeza del cuerpo resucitadode Jesús. Los discípulos estaban viendo la primera manifestación de una naturalezafísica incorruptible, que, por cierto, era la única hasta ese momento. En este punto es necesario que destaquemos, una vez más, que podemos apreciar cómonuestro lenguaje nos lleva a meternos en problemas. La palabra «inmortalidad» se hautilizado con frecuencia para referirse a una «inmortalidad incorpórea» y en esecontexto ha sido utilizada en algunas ocasiones para establecer un contraste muy clarocon la palabra «resurrección». Como resultado de ello, olvidamos con bastantefacilidad lo que Pablo manifestó sobre el cuerpo de la resurrección. Será un cuerpo,aunque no estará sujeto a la mortalidad. Un «cuerpo inmortal» es algo que la mayoríade la gente considera tan extraño que ni siquiera se detiene a pensar si eso es sobre loque está hablando Pablo, del mismo modo que hicieron los otros cristianos de losprimeros tiempos. Pero sí lo es. Hay todo un mundo de diferencia entre esta creencia y la creencia en un «almainmortal». Los platonistas pensaban que todos los seres humanos tenían un elementoinmortal en su interior, al que se hace referencia, por lo general, como «alma». (Luegode haber alabado a C.S. Lewis, no puedo dejar de decir, que, al parecer, él tambiéncayó en esta trampa). No obstante, en el Nuevo Testamento, la «inmortalidad» es algoque sólo Dios posee por naturaleza y que, luego, él comparte con su pueblo como undon de gracia, más que como una posesión innata. ¿Por qué se nos van a dar estos cuerpos nuevos? De conformidad con los primeroscristianos, el propósito de este cuerpo nuevo es el de poder gobernar de forma sabiasobre el nuevo mundo de Dios. Olvidemos esas imágenes de los ángeles que estánsentados en las nubes tocando el arpa. Habrá trabajo que hacer y vamos a disfrutarcuando lo hagamos. Todas estas habilidades y talentos que hemos puesto al servicio deDios en esta vida actual y, quizás también, los intereses y gustos a los que hemosrenunciado porque estaban en conflicto con nuestra vocación, se verán mejorados yennoblecidos y los volveremos a recibir para que los podamos ejercer para su gloria.Probablemente, éste sea el aspecto más misterioso y menos explorado de la vida de la

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resurrección. Sin embargo, hay varias promesas que aparecen en el Nuevo Testamentosobre el «reinado» del pueblo de Dios y éstas no pueden ser simplemente palabrasvacías. Si, tal como ya lo hemos visto, la visión bíblica del futuro que Dios nos deparaes la de la renovación de la totalidad del cosmos, será bastante lo que tendremos quehacer y habrá muchos nuevos proyectos que emprender. En términos de la visión de lacreación original que aparece en Gn 1 y 2, será necesario ocuparse una vez más deljardín y se les darán nuevos nombres a los animales. Claro que éstas son tan sóloimágenes, aunque como el resto de este idioma que se orienta al futuro, sirven comoverdaderas señales que nos apuntan hacia una realidad más amplia, una realidad a laque la mayoría de los cristianos no le prestan mucha atención, en la que piensan muypoco si acaso le dedican algún pensamiento. El nuevo cuerpo será un don de gracia y de amor de Dios. No obstante, hay variospasajes en el Nuevo Testamento, incluso podemos hacer referencia a las palabras delmismo Jesús, que nos hablan de las bendiciones futuras de Dios en términos derecompensa (es decir, es un tipo más de respuesta a la pregunta «por qué»). Muchoscristianos piensan que esto es bastante incómodo. No sólo se nos ha enseñado que senos justifica por la fe y no por las obras, sino que, de alguna manera, la idea misma deser un cristiano sólo por aquello que vamos a obtener a cambio, es bastantedesagradable para nosotros. Pero la imagen de la recompensa que se aprecia en el Nuevo Testamento no opera deesta manera. No es cuestión de cálculo ni de llevar a cabo un trabajo difícil para que senos pague un buen salario. Más bien, se trata de trabajar por una amistad o unmatrimonio, de manera de disfrutar la compañía de la otra persona de una forma másplena. Es, más bien, como practicar golf para que podamos salir a la cancha y pegarle ala pelota en la dirección correcta. Se trata, más bien, de aprender alemán o griego, demodo que podamos leer a algunos de los grandes poetas y filósofos que escribieron enesos idiomas. La «recompensa» se conecta orgánicamente con la actividad y no conalguna especie de palmadita arbitraria en la espalda que, de cierta forma, no tienerelación alguna con el trabajo que se ha hecho y sí una abundancia mucho mayor y queva más allá de cualquier sentido de pago directo o equivalente. La recompensa de tenerla capacidad de leer y disfrutar a Homero durante el resto de nuestra vida va muchomás allá de cualquier tipo de «pago» equitativo a cambio del fastidio que tuvimos quesoportar para aprender el griego. Como ya hemos podido ver y tal como seguiremosleyendo más adelante, todo esto se relaciona directamente con lo que nos dice Pablo en1 Cor 15,58: la resurrección significa que todo lo que hagamos en el presente, todo eltrabajo arduo por el Evangelio no se va a desperdiciar. Ese trabajo no va a ser en vano.Ese trabajo se va a completar y tendrá su plena realización en el futuro de Dios. ¿Cuándo tendrá lugar la resurrección? Algunos han supuesto que, inmediatamente

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después de la muerte, pasamos al estado de resurrección. Esto me parece en extremodifícil. Pablo nos dice que si Cristo es los primeros frutos, aquellos que pertenecen a élserán resucitados «a su venida» —algo que, sin lugar a dudas, no ha sucedido todavía.Como en el caso de muchos escritos judíos de ese período de tiempo, el libro delApocalipsis habla sobre los muertos que esperan con paciencia, aunque algunas vecesno lo hacen con tanta paciencia, a que llegue el momento en el que finalmente seremosresucitados a una nueva vida. En realidad, este estado intermedio es más o menos unacaracterística constante de las creencias sobre la resurrección que se aprecian tantoentre los judíos como entre los cristianos. En particular, si es cierto (tal como lo argumenté anteriormente) que la nueva creaciónserá continua a la presente en los sentidos más importantes, no podemos pensar queésta ya ha llegado, así como tampoco tendría sentido que el cuerpo de la resurrecciónde Jesús ya estuviera vivo y activo antes de su crucifixión. El nuevo cuerpo es latransformación y no meramente el remplazo de antiguo cuerpo. Y ya que es bastanteobvio que el viejo cuerpo aún no ha sido transformado, tampoco todavía puede habertenido lugar la resurrección que es su característica básica y central. El tiempo síimporta y fue parte de la buena creación original. Aunque es muy claro que el cuerpopuede ser transformado de maneras que ni siquiera logramos imaginar en el presente,no nos deberíamos dar el lujo de terminar siendo seducidos por el lenguaje de la«eternidad» (tal como en la frase «vida eterna», la cual en el Nuevo Testamento no serefiere con regularidad a una existencia futura no temporal, sino a «la vida de la era porvenir») para imaginar, como lo dice una antigua canción que «ya no habrá mástiempo». No, «debemos quitar la maleza y limpiar el viejo campo del espacio, deltiempo, de la materia y de los sentidos, debemos abrir nuevos surcos en la tierra ysembrarla para que surja y crezca una nueva cosecha. Es posible que nosotros estemoscansados ya de ese campo de labranza viejo: pero Dios no lo está». ¿Cómo sucederá todo esto? Tal como nos han manifestado con insistencia, tanto JohnPolkinghorne, como otros, de lo que estamos hablando es de un gran acto de nuevacreación. De hecho, Polkinghorne nos ofrece una metáfora contemporánea que para míes muy importante y que me parece atractiva (aunque también he descubierto que paramuchas personas es simplemente terrible). Claro está que él la presenta con muchosmás matices y de una manera más sutil, aunque en realidad no me parece que estéformulando una caricatura de ese pensamiento cuando lo expresa de la manerasiguiente: Dios va a descargar nuestro software en su hardware hasta aquel momentoen el que nos dé un nuevo hardware para que podamos correr una vez más el software.Pablo nos dice que Dios nos dará cuerpos nuevos. Quizás haya cierta continuidadcorporal, como la hubo en el propio Jesús, pero Dios es muy capaz de recrear elmundo, aun cuando (como en el caso de los mártires de Lyon) sus cenizas se dispersenen un río que fluye con mucha rapidez.

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Cada vez que en los primeros escritos del cristianismo se aborda la pregunta «cómo»,la respuesta que se da siempre es la misma: por medio del Espíritu. El Espíritu que selamentaba sobre las aguas del caos, el Espíritu que habitó con tanta riqueza en elinterior de Jesús que llegó a ser conocido como el Espíritu de Jesús: este Espíritu queya está presente dentro de los seguidores de Dios como los primeros frutos, como elpago inicial, como la garantía de lo que está por venir, no sólo es el inicio de la vidafutura, incluso en el tiempo presente, sino el poder vigorizante a través del cual tendrálugar la transformación final. El primer Credo hablaba del «Espíritu Santo, Señor ydador de vida». Esto es exactamente cierto según el Nuevo Testamento. Todo esto trae a colación de manera muy sagaz la siguiente pregunta: entonces, ¿dóndeestán los muertos en este momento? ¿En qué términos deberíamos pensar en ellos?

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Capítulo 11

Purgatorio, paraíso, infierno

1. Introducción Antes del siglo XVI, gran parte del pensamiento occidental cristiano de la Iglesia sedividía en tres partes. En primer lugar, teníamos a la Iglesia triunfante, que consistía enlos santos, aquellas almas benditas que ya habían llegado a la visión beatifica de Dios.Oficialmente, seguían esperando la resurrección final, pero cada día se ponía menosénfasis en ese hecho y en muchas imágenes o descripciones medievales se habíadejado de mencionar por completo. Pensemos en Dante y en las obras teatrales demisterio de la época medieval. Había cierto lugar al que se le denominaba el cielo.Algunas almas ya habían logrado llegar hasta allá y, por lo tanto, se podía pensar enellas como «santos». Estaban ante la presencia de Dios. ¿Qué más podían pedir? Dentro del marco de esas imágenes, algunos santos llegaron allí por vía directa,inmediatamente al momento de morir, mientras que otros fueron al «cielo» después deun período en otro lugar, el cual procederemos a analizar dentro de un momento. Sinembargo, una vez allá, dichos santos actuarían como amigos y personas queintercederían por aquellos que ya estaban en camino. Y esos santos triunfantes teníansu propio día en el que se les celebraba entonces y se les celebra ahora: el Día de todoslos Santos.En el otro extremo, se encontraba la Iglesia combatiente. («Combatiente» quiere decirque «lucha» en el sentido de «luchar el buen combate preservando la fe», tal como semenciona en 1 Tim 1). Esto es, por supuesto, la compañía de la gente de Dios en lavida presente, la cual por el momento no es objeto de nuestra preocupación. Entre ambos extremos teníamos a la Iglesia «expectante», aquella Iglesia que «espera»y el lugar en el que está esperando es el purgatorio. Este es un tema complejo querequiere de un análisis ulterior.

2. El purgatorio El purgatorio es básicamente una doctrina de la Iglesia católica romana. No es unadoctrina que sostenga como tal la Iglesia ortodoxa oriental, la que, más bien, larechazó de forma clara y determinante sobre fundamentos bíblicos y teológicos y nosimplemente debido a la aversión por los abusos específicos cometidos durante la

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Reforma. Las primeras declaraciones acerca del purgatorio provienen de Santo Tomásde Aquino en el siglo XIII y de Dante a principios del siglo XIV, aunque la nocióncomenzó a entretejerse profundamente en toda la psiquis de este período. A fines delperíodo medieval, fue muy considerable la energía que se dedicó a desarrollar laimagen del purgatorio y reestructurar la vida cristiana presente alrededor del mismo.Entonces, se enseñaba que casi todos los cristianos seguían siendo pecadores en ciertamedida hasta el momento de su muerte y que, por lo tanto, tenían que pasar por unaetapa de castigo y purgación, aunque durante esta etapa se les podía ayudar con lasoraciones y especialmente con las misas ofrecidas por la Iglesia militante. Fueprecisamente como resultado de esta creencia que se inició la práctica de la venta deindulgencias a principios del siglo XVI, lo que horrorizó verdaderamente no sólo aMartin Lutero, sino a varios otros teólogos católicos romanos de la época. El poder poético y dramático de la idea del purgatorio es evidente, tanto en Dante,hace ya setecientos años, como también en épocas más cercanas a nuestro tiempo y seaprecia también en obras como el famoso libro Dream of Gerontius (Sueño deGeroncio) del cardenal Newman, que adquirió aún mayor fama cuando fuemusicalizado bajo la inspiración de Elgar. Esta visión, así como la enseñanza que lamisma implica, siguen formando parte de la estructura básica de gran parte de laIglesia romana y de algunos otros que se vuelcan sobre ella en busca de una buenaguía. Sin embargo, en la última generación, dos maestros importantes y centrales de lateología romana han expuesto visiones muy diferentes. Karl Rahner, quien murió en 1984, intentó combinar las enseñanzas romanas y lasorientales acerca del lugar al que va el alma entre la muerte y la resurrección. En vezde concentrar la atención en lo que él consideraba que era la preocupación en extremoindividualizada por el destino de un alma en particular, prefirió suponer que despuésde la muerte las almas se unían de manera mucho más estrecha con el cosmos de formaglobal a través de cuyo proceso y mientras sigue esperando por la resurrección, el almaestá más consciente de los efectos de su propio pecado en el mundo en general. En suopinión, esto ya era más que suficiente como purgatorio. Aún más digna de mención es la visión del cardenal Ratzinger, quien es ahora el PapaBenedicto XVI. Basándose en 1 Cor 3, sostiene que nuestro Señor en sí mismo es elfuego del juicio que nos transforma a medida que nos va adaptando a su cuerpoglorioso resucitado. Esto no sucede durante un proceso largo e interminable, sino en elmomento del juicio final mismo. Al relacionar de esta manera el purgatorio con elpropio Jesucristo como el fuego escatológico, Ratzinger separa la doctrina delpurgatorio del concepto de un estado intermedio y rompe el vínculo que dio lugar en laEdad Media a la idea de las indulgencias y que le proporcionó un punto excelente dearranque a la polémica protestante. Sin importar cuál es nuestra opinión al respecto:

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nos queda claro que dos de los teólogos centrales y más conservadores de la Iglesiacatólica romana de la última generación han ofrecido una marcha atrás bastante radicalcon respecto a Santo Tomás de Aquino, Dante, Newman y todos aquellos que vivieronentre la época del primero y la del último. No obstante, al mismo tiempo —y es aquí donde entran en juego muchos anglicanos—, había una cierta tendencia en gran parte de la teología del siglo XX a restarleimportancia a la «esperanza segura y cierta» de la que hablaban con tanto entusiasmolos reformadores. Pareciera (según se nos dice con frecuencia) muy arrogante. Siconocemos nuestros propios corazones y los de las personas a las que les ofrecemosnuestro ministerio, sabemos que no estamos listos para el júbilo final. Además, latendencia hacia el universalismo, que fue tan evidente en los últimos cien años delpensamiento protestante, ha generado una nueva situación en la que no sólo loscristianos profesos, sino la masa de cristianos no profesos, tienen que aprestarse y estarlistos para la salvación en el tiempo después de la muerte. Como en una cama dobleque está mal tendida, esto ha llevado a la gente que solía posicionarse en cualquiera delos dos lados, el del cielo o del infierno, a caer en ese espacio incómodo que seencuentra en el medio de ambos extremos. Según esta visión, después de la muerte, losno cristianos continuarán emprendiendo cualquiera que sea la «travesía» que hastaentonces habían emprendido, hasta que a la larga lleguen a aceptar la salvación deDios. A su vez, los cristianos continuarán aquella «travesía» que habían emprendido,procediendo a pasos pausados y sin prisa a través del país espiritual inexplorado ydesconocido hasta que ellos también lleguen a su meta. Algunas veces, tal comoleemos en el Libro americano de oraciones, se hace referencia a este proceso como de«crecimiento», aunque no tenemos claro cuál es la razón que llevó a que se prefirieraesa metáfora en vez de cualquier otra. Por lo tanto, tenemos una especie de purgatoriopara todos, el cual no es tan desagradable y, sin lugar a dudas, tampoco pretende ser uncastigo, ya que el liberalismo que da lugar a estas ideas no hace mayor referencia alpecado y está claro, entonces, que no quiere pensar que se requería o se requiere sercastigado. Bien sea en su forma clásica o en su forma moderna, el purgatorio constituye la baseen la que se apoya el Día de los Fieles Difuntos (2 de noviembre), innovaciónbenedictina del siglo X. Esta conmemoración establece una clara distinción entre los«santos» que están en el cielo y los «difuntos» que no lo están y que, por lo tanto, seencuentran lejos de ser totalmente felices y necesitan nuestra ayuda (tal como hoy lodecimos) para «seguir adelante». La doble conmemoración del Día de todos los Santosy del Día de los Fieles Difuntos es el fundamento mismo de esta distinción radical. Yes precisamente esto lo que quiero cuestionar a continuación. Hay cuatro puntos que es necesario establecer claramente.

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En primer lugar, tal como lo mencionara con anterioridad, la resurrección sigue siendoalgo que se ubica en el futuro. Esa es la visión oficial de todos los teólogos ortodoxosde la corriente dominante, tanto los católicos, como los protestantes, los de Oriente ylos de Occidente, excepto aquellos que piensan que después de la muerte pasamoshacia una eternidad en la que están presentes todos los momentos. A este respecto,debemos recordar en particular que el uso de la palabra «cielo» para hacer referencia ala meta última y final de los redimidos, aunque claro está que ha sido ampliamentepopularizada por la piedad medieval y aquélla la siguió, es ampliamente engañosa y nisiquiera está cerca de hacerle justicia a la esperanza cristiana. Yo me siento frustradouna y otra vez por lo difícil que es lograr que este punto atraviese la gruesa pared delpensamiento y el lenguaje tradicional que ha levantado la mayoría de los cristianos. Eldestino final no es (una vez más) «ir al cielo cuando uno muere», sino ser elevado deforma corporal hacia la semejanza transformada y gloriosa de Jesucristo. (Claro estáque el meollo de todo esto no es únicamente nuestro propio futuro feliz, por importanteque éste sea, sino la gloria de Dios cuando llegamos a reflejar plenamente su imagen).Por lo tanto, si hablamos de «ir al cielo cuando morimos», debemos tener muy claroque esto constituye apenas la primera etapa de un proceso de dos etapas y, por cierto,la menos importante. La resurrección no es «la vida después de la muerte»; más bienes la vida después «de la vida después de la muerte». En segundo lugar, no hay razón alguna en el Nuevo Testamento para suponer que hayaalguna distinción de categorías entre los diferentes cristianos que están en el cielomientras esperan por la resurrección. En los primeros escritos cristianos, todos loscristianos eran «santos» y entre ellos se incluían los corintios, a quienes se lesconsideraba confundidos y pecadores. Cuando Pablo habla de su deseo «de partir yestar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor», no está sugiriendo queél va a estar «con Cristo» aunque los cristianos menos competentes tendrán un períodointerino de espera. En ese sentido, él no estará con los «santos» mientras las «almas»están en algún otro lugar. Esto lo reconoce la ortodoxia oriental que celebra a lossantos de múltiples maneras diferentes, aunque no imagina que ya ellos hayanalcanzado el júbilo final. Ellos no lo alcanzarán hasta que todos nosotros lo hayamosalcanzado. Esa es la razón por la que los ortodoxos rezan por los santos al igual quecon ellos. El único pasaje del Nuevo Testamento que establece algún tipo de distinción en estepunto es 1 Cor 3 que nos habla de los trabajadores cristianos que construyen con oro,con plata y con piedras preciosas y aquellos otros que construyen con madera, conheno y con paja. Sin embargo, Pablo no dice que un grupo irá directo al «cielo»,mientras que el otro irá primero al purgatorio. Ambos serán salvados, a ambos lesespera el mismo destino. Sin embargo, el primer grupo llegará con toda gloria y el

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segundo apenas si logrará hacerlo. Este es un pasaje solemne que deben tomar muy enserio los trabajadores y maestros cristianos, pero tal como parece reconocer ahora elPapa, no indica que haya una diferencia de condición o una geografía celestial, asícomo tampoco una progresión temporal entre una categoría de cristiano después de lamuerte y la otra. En realidad, se dicen tantas cosas en el Nuevo Testamento sobre que los más grandesserán los menos y los menos serán los más grandes que no debería sorprendernos poresta falta de distinción entre la condición postmoderna de los diferentes cristianos. Medoy perfecta cuenta de que pudiera ser muy difícil para algunos captar plenamenteesto, pero a la luz del Evangelio cristiano básico y central del mensaje y el logro deJesús, así como de la predicación de Pablo y de los otros discípulos, no hay manera dedecir, por ejemplo, que Pedro o Pablo, Aidan o Cuthbert, o incluso me atrevería adecir, la madre misma de Jesús están más «avanzados» y más cerca Dios y han logradomás «crecimiento» espiritual, o cualquier tipo de progreso con respecto a aquelloscristianos que han sido mártires en nuestros días o aquellos que simplemente hanmuerto con toda tranquilidad en sus camas. Para ser consecuentes con los lineamientosque guiaron nuestra fundación, con las bases de nuestra religión, debemos decir que atodos los cristianos, tanto a aquellos que están vivos, como a aquellos que ya nosdejaron, debemos verlos como «santos» y debemos creer que se debe pensar en todoslos cristianos que han muerto como santos y es preciso tratarles como tales. Por lo tanto, en tercer lugar, no creo en el purgatorio como un lugar, un tiempo o unestado. En cualquier caso, el purgatorio no es más que una innovación occidentaltardía que no encuentra ningún respaldo en la Biblia y sus supuestos fundamentosteológicos están siendo cuestionados en estos momentos, tal como pudimos verlo, porimportantes teólogos católicos romanos. Tal como insistieron los reformadores, lamuerte corporal en sí es la destrucción de una persona pecadora. En algún momento,alguien me acusó de sugerir que Dios era un mago si lograba la maravilla de hacer queuna persona que seguía siendo pecadora se convirtiera en una persona que ya no erapecadora, así de fácil. Pero ése no es el punto. La propia muerte elimina todo aquelloque sigue siendo pecador. No se trata de magia en lo absoluto, sino de buena teología.Por consiguiente, no queda nada que haya que purgar. Algunos profesores de antessugerían que el purgatorio sería necesario de todos modos porque igual necesitaríamospurgar algún castigo por nuestros pecados; sin lugar a dudas tal sugerencia resulta unpensamiento repugnante para cualquiera que tenga aunque sea una ligera comprensióndel pensamiento de Pablo, quien nos enseña que «no hay condena para los quepertenecen a Cristo Jesús». El último y formidable párrafo de Ro 8, el cual se lee con tanta frecuencia y de maneramuy pertinente por cierto en los funerales, no deja lugar para ningún tipo ni forma de

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purgatorio:

Estoy seguro que ni muerte ni vida, ni ángeles ni potestades, ni presente ni futuro, nipoderes ni altura ni hondura, ni criatura alguna nos podrá separar del amor de Diosmanifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.

Y si igualmente ustedes quisieran decir que Pablo se refería realmente a que «claroestá que uno probablemente tendrá que pasar primero por el purgatorio», creo, contodo el debido respeto, que ustedes no deberían ir a hablar con un teólogo, sino con unpsiquiatra. En realidad, Pablo establece claramente aquí, al igual que en otros pasajes, que es lavida presente la que debe servirnos como un purgatorio. Los sufrimientos del momentoactual y no los de algún estado posterior a la muerte, son el valle a través del cualtenemos que pasar para llegar al futuro glorioso. Creo que sé cuál es la razón por laque el purgatorio se hizo tan popular y por la que el volumen del medio de Dante esaquel con el que la gente más se relaciona. El mito del purgatorio es una alegoría, unaproyección del presente hacía el futuro. Esa es la razón por la que el purgatorio lellama tanto la atención a la imaginación. Es nuestra historia, aquí y ahora. Si somoscristianos, si creemos en el Jesús resucitado como nuestro Dios y Señor, si somosmiembros bautizados de su cuerpo, entonces estamos pasando ahora mismo poraquellos sufrimientos que constituyen la puerta de entrada hacia la vida. Claro está quepara millones de nuestros ancestros teológicos y espirituales, la muerte habrá traídouna sorpresa agradable. Es probable que se hubiesen estado preparando durante largotiempo para la larga lucha que los esperaba, para tan sólo darse cuenta de que esa luchaya había terminado. Por lo tanto, el renacimiento del casi purgatorio en nuestros propios días es algo que noviene al caso. Es un extraño retorno a la mitología, precisamente cuando deberíamoscomenzar a poner los pies sobre la tierra. Es irónico que, en algunos círculos, elpropósito parece ser el de acercarse sigilosamente a Roma de manera amistosa,precisamente en el momento en el que dos de los teólogos conservadores másimportantes de Roma, Rahner y Ratzinger, han estado transformando la doctrina paraconvertirla en algo más. Ha llegado el momento de respirar profundamente, decomenzar a pensar con claridad y de lanzar un suspiro de alivio. 3. El paraíso Por lo tanto, llego en cuarta instancia a este punto de vista: que todos los cristianos queya se han ido están básicamente en el mismo estado, el cual no es otro que aquel deuna felicidad en paz. Aunque a veces se le describe como «sueño» o como

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«dormición», no debemos interpretarlo como un estado de inconsciencia. En caso deque Pablo lo hubiera visto como tal, dudo mucho de que habría descrito la vidainmediatamente después de la muerte como un «estar con Cristo, lo cual, ciertamente,es con mucho lo mejor». Aquí, más bien, el «sueño» se refiere a que el cuerpo está«dormido», en el sentido de «muerto», mientras que la persona real, sin importar cómola queremos o lo queremos describir, continúa existiendo. Queda claro, entonces, que este estado no es un destino final al que vamos dirigidostodos los muertos cristianos, que es sin duda la forma en la que veíamos laresurrección corporal. Más bien, se trata de un estado en el que los muertos estánsostenidos firmemente en el amor consciente de Dios y la presencia consciente deJesucristo mientras esperan ese día. No hay razón por la que ese estado no deba serdenominado «cielo», a pesar de que debemos destacar una vez más lo interesante delhecho de que el Nuevo Testamento no lo denomine así de forma rutinaria y utilice lapalabra «cielo» en otro sentido. De todo esto podemos derivar un punto muy interesante. Ya que, tanto los santos quenos han precedido, como nosotros, estamos en Cristo, compartimos con ellos en la«Comunión de los Santos», ellos siguen siendo nuestros hermanos y hermanas enCristo. Cuando celebramos la eucaristía, ellos están allí con nosotros, así comotambién con los ángeles y los arcángeles. ¿Por qué entonces no deberíamos nosotrosrezar por ellos y con ellos? La razón por la cual los reformadores y aquellos que lossucedieron hicieron todos los esfuerzos por prescribir la «oración por los muertos» fuedebido a que esa práctica había estado tan estrechamente vinculada con la noción delpurgatorio y la necesidad de sacar de ahí a la gente lo antes que fuera posible. Una vezque descartamos el purgatorio, no veo razón alguna por la que no debamos rezar por ycon los muertos y sí considero que hay todas las razones por la que debiéramos hacerloy no para que ellos logren salir del purgatorio, sino para que ellos se sientan comonuevos y llenos de la dicha y de la paz de Dios. El amor se traspasa hacia la oración yseguimos queriéndolos. Entonces, ¿por qué no los vamos a mantener en ese amor anteDios? Sin embargo, ni en el Nuevo Testamento, ni entre los primeros Padres cristianos,encuentro sugerencia alguna que indique que aquellos que están actualmente en el«cielo» o (si así lo prefieren) en el «paraíso» estén dedicados activamente a rezaroraciones por aquellos de nosotros que estamos en esta vida presente. Tampocoencuentro sugerencia alguna que señale que los cristianos que están vivos todavíadeban rezarle a los «santos» para que intercedan ante el Padre en su nombre. Yo sé queaquí estoy tocando un punto muy sensible de los hábitos devocionales de muchoscristianos. Sin embargo, soy de la opinión que este punto de vista merece serescuchado. Es cierto que si los muertos cristianos son conscientes y están «con Cristo»

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en un sentido que, tal como lo implica Pablo, es más cercano que aquel en el queestamos nosotros en este momento, existen razones muy poderosas para suponer que,cuando menos, ellos son como las almas bajo el altar de las que se lee en elApocalipsis y le están instando al Padre a que complete el trabajo de justicia ysalvación en el mundo. En caso de ser esto así, no hay razón alguna en principio por laque ellos no puedan de manera similar interceder ante el Padre también en nuestronombre. O bien, analizándolo desde otro punto de vista, si en realidad ellos están «conCristo» y si parte del trabajo del Cristo que ascendió a los cielos es el de gobernar elmundo como agente de su Padre, podríamos entonces suponer que los muertos estáninvolucrados de alguna manera en eso, no simplemente como espectadores de esetrabajo que está en marcha. Ahora bien, no veo evidencia alguna en los primerosescritos cristianos que sugiera que los muertos cristianos en realidad están dedicados alabores de ese tipo y menos aún veo alguna sugerencia sobre que, por así decirlo, loscristianos que ahora están vivos deben instarlos a hacerlo al invocarlos de formaespecífica y éste es un aspecto muy importante para aquellos que creen que es vitalbasar nuestras creencias en las Escrituras mismas y que es indiscutiblemente mi caso. En particular, debemos desconfiar muy especialmente de la idea medieval que señalaque los «santos» pueden funcionar como «amigos que están en la corte», de maneraque así como podríamos sentir timidez y no atrevernos a acercarnos al Rey, también escierto que conocemos a alguien que, por así decirlo, es «uno de nosotros» y al cual lepodemos hablar libremente y esta persona quizás pudiera estar dispuesta a intercederpor nosotros. A mí me parece que esa práctica pone en tela de juicio e, incluso, niegapor implicación la inmediatez del acceso a Dios a través de Jesucristo y en el Espíritu,lo cual se nos promete una y otra vez en el Nuevo Testamento. En el NuevoTestamento esto está muy claro: en virtud de Cristo y del Espíritu, todos y cada uno delos cristianos son bienvenidos en cualquier momento a presentarse ante el propioPadre. Si a usted le aguarda una bienvenida real en la sala del trono, para plantear loque tenga en su mente y en su corazón, sin importar lo grande o pequeño que sea, ¿porqué se iba a tomar la molestia de buscar a alguien en la antesala, por distinguido quefuera, para que entrara y pidiera en su nombre lo que usted mismo puede pedir? Elsimple hecho de cuestionar esto, incluso por implicación, es sinónimo de poner en telade juicio una de las bendiciones y de los privilegios básicos del Evangelio. En realidad, la invocación explícita a los santos puede ser, pero no digo que siempre losea, un paso hacia aquel semipaganismo que los reformadores temían con toda larazón. Para el mundo de las etapas finales de la antigüedad romana era difícil eliminarde la imaginación colectiva a la panoplia multiestratificada de dioses y señores, desemidioses y héroes que habían ido coleccionando en su cultura durante más de milaños. La Iglesia del segundo siglo empezó —lo cual es fácil de entender— a venerar alos mártires como testigos especiales de la victoria de Cristo sobre la muerte. Ahora

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bien, una vez establecido el cristianismo y al cesar la persecución, no les fue difícil latransición y elegir como objeto de su veneración a otros, que aunque no habían sidomártires, igualmente fueron destacados cristianos de una manera u otra. Sin embargo,todo ese proceso mediante el cual se establecieron jerarquías entre dichas personas, asícomo sistemas elaborados para designarlos (la canonización y otros esquemassimilares) me parece un inmenso intento por buscar la respuesta donde no está. Por consiguiente, podemos preguntarnos lo siguiente: en vez de las tres divisiones dela Iglesia medieval (la triunfante, la expectante y la militante), creo que sólo hay dos.La Iglesia en el cielo/paraíso es tanto triunfante como expectante. No anticipo en loabsoluto que todos mis lectores estén de acuerdo con esta conclusión aunque síquisiera instarlos a que, cuando menos, busquen en los escritos para ver si lo que digoes cierto. Y en particular, insto a aquellos cuyas iglesias, tal como es el caso de la míapropia, han reactivado la práctica de la conmemoración del Día de los Difuntos y,sobre todo, quienes piensan que esto es útil para su práctica pastoral, a que meditencon seriedad acerca de la teología que están siguiendo y enseñando, cuando menos enforma implícita. Los momentos adecuados para recordar a los muertos cristianos ypara hacerlo de una manera que exprese genuina esperanza cristiana son la Pascua deResurrección, por un lado, y el Día de todos los Santos, por el otro. El hecho deagregar otras conmemoraciones simplemente contribuye a restarle valor al significadoy la importancia de esas dos grandes festividades. En este caso, al igual que en otros dela teología y de la liturgia, se logra más con menos. Claro está que hay ciertos detalles prácticos que se aplican a alguna de las iglesias,aunque no a todas. Sin embargo, las iglesias tienen toda la razón al sentir ciertainquietud, cuando menos ocasional, al abordar las interrogantes acerca tanto de lo quesucede inmediatamente después de la muerte como del futuro final. Sin cierta reflexiónsobre estos asuntos que han sido tan centrales, fundamentales y polémicos dentro de latradición, nuestras discusiones se verían empobrecidas y correrían el riesgo de repetirlos viejos errores del pasado. Lo importante es que captemos la esperanza central de laresurrección final establecida dentro de la nueva creación misma y que reordenemostodos nuestros pensamientos y hablemos libremente sobre cualquier otro asunto de la«vida después de la muerte» a la luz de todo esto. 4. Más allá de la esperanza, más allá de la piedad En todas aquellas ocasiones en las que me he referido a estos aspectos durante laúltima década, más o menos, alguien siempre me pregunta: «¿Y, entonces, qué nospuede decir del infierno?». En realidad, para darle respuesta a esta pregunta serequeriría escribir un libro completo y yo me siento atrapado entre mi falta de deseo deescribir tal libro y mi claro reconocimiento de que, cuando menos, uno debe decir algo

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al respecto. Parte de la dificultad que plantea este tema, tanto como los otros que hemos venidoestudiando, es que la palabra «infierno» en sí misma nos trae a la memoria una imagenque se ha derivado más del imaginario medieval que de los primeros escritos delcristianismo. De la misma manera en la que muchos de aquellos a quienes se lesenseñó que Dios era un señor anciano de barba larga, sentado en una nube, cuandodecidieron de pronto que iban a dejar de creer en tal ser personificado de esa manera ypor consiguiente, «dejaron de creer en Dios», muchos de aquellos a quienes se lesenseñó a pensar en el infierno como una ubicación literalmente subterránea, llena degusanos y fuego, como una especie de cámara de tortura que estaba en el centro delcastillo de Dios, pleno de delicias celestiales, decidieron que cuando dejaran de creeren eso también dejarían de creer en el infierno. Los que componen el primer grupodecidieron que ya que no podían seguir creyendo en las imágenes infantiles de Dios,debían ser ateos. Los integrantes del segundo grupo decidieron que ya que no podíanseguir creyendo en las imágenes infantiles del infierno, debían ser universalistas. Claro está que hay muchas mejores razones para convertirse en un ateo y tambiénmuchas mejores razones para convertirse en un universalista. Muchos de los queocupan una de estas dos posiciones han pasado por una trayectoria bastante mássofisticada de las que acabo de describir. Sin embargo y, cuando menos, a nivelpopular, no es la doctrina cristiana primitiva seria del juicio final la que ha sidorechazada, sino más bien una que no es más que una burda caricatura. La palabra más común del Nuevo Testamento que a veces se traduce como «infierno»es Gehenna. Gehenna era un lugar y no tan sólo una idea: era un montículo dedesperdicios que estaba en las afueras de la ciudad vieja de Jerusalén, hacia su límitesur occidental. Hasta estos momentos el valle que ocupa ese lugar lleva el nombre GeHinnom. Cuando estuve visitando Jerusalén hace unos pocos años, me llevaron a unode los restaurantes más elegantes, ubicado en las laderas occidentales de este famosovalle, y allí atestiguamos una exhibición espectacular de fuegos artificiales que seorganizó, sin duda alguna, con la ironía deliberada, en el sitio al que Dios se referíacuando hablaba sobre el fuego candente de Gehenna. Sin embargo, lo mismo quesucede con sus palabras acerca del «cielo», se aprecia también en sus referencias alGehenna: una vez que se hubiera distanciado lo suficiente a los lectores cristianos delsignificado original de las palabras, vendrían a la mente imágenes alternativasgeneradas, no por Jesús o por el Nuevo Testamento, sino por la serie de imágenes,alguna de ellas en extremo escabrosas que surgieron del folklore, así como de laimaginación antigua y medieval. El punto es que cuando Jesús les estaba advirtiendo a quienes lo escuchaban sobre el

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Gehenna, por regla general no les estaba diciendo que, a menos que se arrepintieran enesta vida, estarían condenados al fuego en la siguiente. Es más, tal cual lo que sucedecon respecto al reino de Dios, ocurre también con su concepto contrario: es en la tierradonde importan las cosas y no en otro lugar. Su mensaje a sus contemporáneos eracrudo y (como podríamos decir ahora) «político». A menos que le dieran la espalda asus sueños inútiles y rebeldes de establecer el reino de Dios en sus propios términos y,fundamentalmente, a través de una revuelta armada contra Roma, el gigante romanoharía lo que terminan por hacerle los imperios grandes, codiciosos y despiadados a lospaíses pequeños (y el Medio Oriente no ha sido ninguna excepción) cuando quierensus recursos o cuando les es vital su ubicación estratégica y la quieren resguardar paraellos. Roma convertiría a Jerusalén en una extensión horrible y podrida de su propiomontón de basura ardiendo en llamas. Cuando Jesús dijo «si no se convierten todosperecerán del mismo modo», éste es el significado fundamental que él tenía en mente. En vista de ello, es tan sólo por extensión y con cierta dificultad que podemosextrapolar de los diversos dichos del Evangelio que articulan esta advertencia urgente einmediata al aspecto más profundo de una advertencia sobre lo que puede sucederluego de la muerte en sí. Las dos parábolas que parecen abordar esta preguntadirectamente son, tal como debemos recordar, parábolas y no descripciones reales de lavida después de la muerte. Utilizan las imágenes del antiguo ideario judío tales comoreposar en el «seno de Abraham», pero no lo hacen con el propósito de enseñarnossobre lo que sucederá después de la muerte, sino que, más bien, insisten en la justicia yen la misericordia en la vida presente. Con esto no pretendemos decir que Jesúshubiera disentido de la imagen implícita de las realidades posteriores a la muerte. Porel contrario, lo que se pretende es señalar que el hecho de tomar de forma «literal» laescena de Abraham, el hombre rico y Lázaro sería tan insensato como tratar deaveriguar cuál es el nombre del hijo pródigo. Simplemente, Jesús no habló muchosobre la vida futura. Después de todo, a él lo que le interesaba fundamentalmente eraanunciar que el reino de Dios iba a venir para estar «así en la tierra como en el cielo».Tal como hemos podido observar, Jesús no impartió ninguna enseñanza nueva sobre elaspecto de la resurrección, aparte de algunas sugerencias poco claras en torno a lo queiba a suceder y, por cierto, pronto a una persona antes que a todas las demás. Fuera deesto, él simplemente se contentó con reforzar la imagen judía normal. De igual manera,no le preocupaba impartir ninguna enseñanza nueva acerca del juicio posterior a lamuerte, fuera de los extraños indicios de que iba a ser una anticipación dramática yterrible de alguna manera en particular en la historia del tiempo y del espacio, en ellapso de una generación. Por lo tanto, no podemos buscar en las enseñanzas de Jesús ningún detalle nuevo ynovedoso acerca de si realmente hay quienes finalmente rechazan a Dios y sobrequienes, por así decirlo, ratifican ese rechazo. Claro está que todos los signos y señales

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nos indican que él seguía la percepción normal judía del primer siglo: en realidad,existirían tales tipos de personas y la única sorpresa sería aquella que experimentaronlas ovejas y las cabras por igual, tanto ante su destino, como ante la evidencia sobre lacual éste se basaban. También los primeros escritores cristianos siguen estas líneas depensamiento. Ni el infierno ni el juicio final son temas que se mencionan confrecuencia en las epístolas (aunque cuando aparecen, sí revisten mucha importancia,como por ejemplo, en Ro 2,1-16). Este tema no se menciona en lo absoluto en Hechosy las imágenes tan gráficas que aparecen hacia el final del libro del Apocalipsis,aunque han sido en extremo importantes, siempre han demostrado que se cuentan entrelos extractos más difíciles de interpretar con certeza definida de las Escrituras. Todoesto debería advertirnos contra el alegre doble dogmatismo que ha plagado deproblemas toda discusión sobre esos temas. Hablamos, en pocas palabras, de aqueldogmatismo, tanto de la persona que sabe exactamente quién se irá y quién no se irá«al infierno», como del universalista que está absolutamente seguro de que no existetal lugar, o bien, que si existe, cuando menos estará totalmente vacío. Este último tipo de universalismo constituyó la suposición normal del trabajo demuchos teólogos y clérigos del apogeo liberal de la década de los sesenta y de lossetenta y ha permanecido como un punto fijo. Incluso en algunos casos, el punto fijopara muchos de aquellos cuyo pensamiento había adquirido su forma en este período.Recuerdo muy bien que en uno de mis primeros cursos en Oxford, mi tutor me dijoque él y muchos otros creían que «aunque pudiera existir el infierno, éste a fin decuentas estaría sin inquilinos», en otras palabras, que después de todo, el infiernoterminaría por ser el purgatorio, que no era más que una preparación desagradable parala dicha final. Se ha ido eliminando hasta la simple mención del juicio final de laconsciencia cristiana en las diversas denominaciones, que incluyen la mía propia,como resultado de la displicente omisión de algunos versículos de la lectura bíblicapública. En todas esas ocasiones en las que uno ve en un leccionario oficial la orden deomitir dos o tres versículos, casi siempre podrá estar seguro de que éstos hacen alusiónal juicio. A menos, claro está, que tengan que ver con el sexo. Sin embargo, en el aspecto teológico también podríamos decir que en los últimosveinte años la situación ya llegó a su límite. La incapacidad del optimismo liberal de lasociedad occidental se ha visto equiparada con el obvio fracaso del optimismo liberalequivalente de la teología, impulsado, como lo ha sido, por el espíritu de la era. Es unalástima tener que volver a vivir la historia de casi hace cien años cuando Karl Barthrechazaba furiosamente la teología liberal que había generado el clima para la PrimeraGuerra Mundial; aunque a veces nos sentimos como si esto fuera precisamente lo quesucedió. Al enfrentarse con el problema de los Balcanes, Ruanda, el Medio Oriente,Darfur y toda una serie de otros horrores similares que el ilustrado pensamientooccidental no logró explicar ni aliviar, la opinión de muchas instancias ha sido llegar a

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la conclusión de que debe haber algo que pudiera llamarse juicio, opinión que es muycorrecta también según mi punto de vista. El juicio, aquella declaración soberana queseñala que esto es bueno y se debe mantener y reivindicar, mientras que aquello esmalo y debe ser condenado es la única alternativa que tenemos frente al caos. Hayalgunas cosas, muchas de ellas por cierto que no debemos «tolerar», a menos queestemos simplemente dispuestos a estar de acuerdo con la maldad. Todos sabemos estoperfectamente bien, a pesar de que convenientemente lo olvidamos en cada ocasión enque los remilgos o las exigencias de las convenciones sociales hacen que nos seamucho más fácil seguir la corriente de la opinión que prevalece en ese momento. Elproblema es que gran parte de la teología, que se ha alimentado de la conveniente ynada exigente tolerancia facilista de aceptarlo todo, de esa «inclusividad» que tiene tanpocas fronteras como el McMundo, se ha convertido en algo deprimentementeendeble, que es incapaz incluso de subir las colinas del juicio social y cultural y,menos aún, llegar a las escarpadas cumbres de ese juicio del que hablaron yescribieron los primeros cristianos. Sin embargo, el juicio es necesario, a menos que aceptáramos llegar a la conclusión,absurda por cierto, de que nada en realidad está equivocado o es una blasfemia y que aDios, a fin de cuentas, tampoco le interesa mucho. En la famosa frase de Miroslav Volfque dice que debe haber «exclusión» antes de que pueda haber «abrazo»: es necesarioidentificar, darle su nombre y enfrentar el mal antes de que pueda haber reconciliación.Esta es la base sobre la cual Desmond Tutu fundamentó su trabajo alucinante para laformación de la «Comisión para la Verdad y la Reconciliación». Y ésta no es más quela hora de la verdad para aquellos que han actuado con maldad y se niegan areconocerlo, en cuyo caso no puede haber ni reconciliación, ni abrazo. Dios está totalmente comprometido a que cada cosa esté en su lugar en el mundo alfinal de los tiempos. Esta doctrina, al igual que la propia resurrección, ha logradomantenerse firmemente al basarse en la creencia de Dios como Creador, por un lado, yen la creencia en su bondad, por el otro. Y ese poner las cosas en su lugar debeimplicar necesariamente la eliminación de todo aquello que distorsiona la creaciónbuena y perfecta de Dios y, en particular, de todo aquello que desfigura a sus criaturashumanas hechas a su imagen. Tampoco es que debamos exagerar tanto a este respectoya que no habrá una barda de alambre de púas en el reino de Dios. Y aquellos cuyo sertotal ha sido sometido al alambre de púas tampoco tendrán un lugar en ese reino deDios. Si de «alambre de púas» se trata, claro está que podemos leer el catálogo de terror yacciones degradantes que prefiramos: el genocidio, las bombas nucleares, laprostitución infantil, la arrogancia de un imperio, la comercialización de las almas, laidolatrización de la raza. El Nuevo Testamento tiene varias de esas categorías, las

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cuales operan como luces rojas de advertencia que nos llaman la atención para que novayamos por un camino que lleva hacia un precipicio del que nada nos protegerá. Deigual manera, a la luz del análisis que nos ofrecen los primeros cristianos, empezandopor Pablo y otros de él en adelante, se pueden decir tres cosas con respecto a esospatrones de comportamiento. En primer lugar, todos ellos surgen de la misma falla primaria y primordial, que es laidolatría, cuando se adora aquello que no es Dios como si lo fuera. En segundo lugar,todos estos aspectos presentan la señales reveladoras de la falla consiguiente, que es elcomportamiento subhumano, o lo que es igual, la incapacidad de reflejar plenamente laimagen de Dios, esa «evaluación incorrecta» de la humanidad plena, libre y genuinaque se expresa comúnmente en el Nuevo Testamento utilizando la palabra hamartia,«pecado». (Quisiéramos destacar que el «pecado» no es la violación de reglasarbitrarias. Más bien, las reglas son las pequeñas reseñas de los diferentes tipos decomportamiento deshumanizante). En tercer lugar, es perfectamente posible y, enrealidad parece suceder en la práctica, que esta idolatría y deshumanización se hagantan endémicas en la vida y sean el comportamiento elegido de una persona, o enrealidad, de grupos enteros, a menos que decidan darle la espalda de manera clara ydefinitiva a tal estilo de vida, y aquellos que persisten estén siendo cómplices de supropia deshumanización final. Este es el meollo mismo de la manera en la que yo creo que hoy en día podemosreplantear la doctrina del juicio final. Al leer el Nuevo Testamento, por un lado, y losperiódicos, por el otro, me parece casi imposible siquiera suponer que no habrá ningúntipo de condena final, que no habrá ninguna pérdida final, que no habrá seres humanosa quienes, tal como lo dijo C. S. Lewis, Dios terminará por decirles «Hágase tuvoluntad». Quisiera que fuera de otra manera, pero no podemos seguir tratandosiempre de repetir que «la misericordia de Dios es inmensa» ante la oscuridad deHiroshima, de Auschwitz, del asesinato de niños y de la codicia descuidada queesclaviza a millones de personas con deudas que no les son propias. Más aún, lahumanidad no puede soportar mucho más la realidad y la negativa masiva de larealidad a través del universalismo barato y colorido del liberalismo occidental quetiene mucho por lo cual deberá responder. Sin embargo, en caso de que exista verdaderamente una condena final para aquellosque, en virtud de su idolatría, se han deshumanizado a sí mismos y han arrastrado aotros en este camino, el recuento que he sugerido sobre cómo funciona ésta en lapráctica nos da una imagen algo diferente de la que imaginamos normalmente. La visión tradicional es que quienes desdeñan la salvación de Dios y se rehúsan a dejaratrás la idolatría y la maldad por siempre, se mantienen en un tormento consciente.

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Esto a veces es agudizado y resaltado con exceso de entusiasmo por algunospredicadores y profesores que pretenden saber precisamente cuál tipo decomportamiento es el que está llamado a conducir al infierno y cuál tipo decomportamiento, aunque reprensible, se puede aún perdonar. Sin embargo, la imagentradicional está clara: en cierto sentido, tales seres humanos seguirán siendo sereshumanos y serán castigados en un tiempo sin límites. A su vez, los universalistas se oponen a esta teoría. Algunas veces, ellos sugieren (enuna forma similar a la que expuso Shakespeare en Medida por medida) que Dios serámisericordioso con los que exhiban el comportamiento más abominable, incluso conlos asesinos en serie y aquellos que violan a los niños. En algunas oportunidades, ellosmodifican este argumento cuando dicen: después de la muerte, Dios continuaráofreciéndole a todo el mundo la oportunidad de arrepentirse hasta que finalmente lapersona ceda y acepte el ofrecimiento de su amor. Un punto intermedio lo ofrecen quienes se autodenominan «condicionalistas». Ellos loque proponen es una «inmortalidad condicional»: aquellos que se rehúsan de manerapersistente a recibir el amor de Dios y a aceptar su forma de vida en el mundopresente, simplemente dejarán de existir. Según señalan dichas teorías, la inmortalidadno es (¡a pesar de la popularidad del platonismo!) una característica humana innata.Tal como lo dice Pablo, es algo que sólo Dios posee por derecho y, por lo tanto, es undon que Dios puede decidir concedernos, o bien, retener para sí otorgárnoslo. Porende, de conformidad con esta teoría, Dios no va simplemente a conferirles lainmortalidad a quienes en esta vida han seguido adorando ídolos de forma impenitente,destruyendo así su propia humanidad. Es por ello que esta visión a veces se denomina«aniquilación», ya que dichas personas dejarán de existir. Sin embargo, quizás esapalabra sea demasiado fuerte y sugiera que tales personas están siendo destruidas deforma activa, en vez de señalar que simplemente no recibirán aquel don que se leshabía brindado y que ellos han rechazado de manera insistente.Por encima y en contraposición a estas tres opciones, propongo una visión quecombina, a mi parecer, los que son los puntos más fuertes de la primera y de la terceraalternativa. La mayor objeción que se puede esgrimir contra la visión tradicional en lostiempos recientes y durante los últimos doscientos años ha sido una inclinación masivahacia el universalismo en las iglesias occidentales, cuando menos en las que sedenominan las iglesias «de la corriente dominante», que proviene de la profundarepulsión que muchas han sentido por la idea de la cámara de tortura en pleno centrodel castillo de las maravillas, el campo de concentración en pleno centro de unabellísima campiña, por la idea de que entre las alegrías de quienes han sido benditos,se debe incluir la contemplación de los tormentos de los que han sido malvados. Noobstante, por mucho que nos digamos que Dios debe condenar el mal si es un Diosbueno y que quienes aman a Dios deben apoyar tal condena, tan pronto como estas

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imágenes aparecen en nuestras mentes, las apartamos con disgusto. El«condicionalista» evita esto al costo aparente de restarle importancia a aquellos pasajesde las Escrituras que parece que hablan de forma nada ambigua sobre un estadocontinuo para quienes han rechazado la adoración del verdadero Dios y el camino dehumanidad que surge de esta adoración. Sin embargo, el simple hecho de aplicar este análisis nos plantea la siguienteposibilidad que yo creo le hace justicia tanto a los textos más importantes como a larealidad de la vida humana, de la que ahora estamos todos muy conscientes, luego deun siglo de horror que fundamentalmente fue creado por la mente de los sereshumanos. Cuando los seres humanos le manifiestan su lealtad y adoran desde el fondodel corazón a aquello que no es Dios, progresivamente dejan de reflejar la imagen deDios. Una de las leyes fundamentales de la vida humana es que uno se convierte enalgo similar a aquello que adora. Lo que es más, uno refleja lo que uno adora y no sólose refleja al objeto en sí, sino que también lo proyecta hacia afuera, hacia el mundo quenos rodea. Quienes adoran cada vez más el dinero, se definen a sí mismos en términosdel dinero y también tienden a tratar cada vez más a las otras personas comoacreedores, deudores, asociados o clientes, en vez de tratarlos como los seres humanosque son. Quienes adoran el sexo se definen a sí mismos en términos del sexo (suspreferencias, sus prácticas, sus historias anteriores) y tienden a tratar cada vez más alas otras personas como objetos sexuales reales o potenciales. Los adoradores delpoder se definen a sí mismos en términos del poder y tratan a las otras personas biensea como colaboradores, competidores o peones. Éstas y muchas otras formas deidolatría se combinan de mil maneras, todas las cuales dañan la calidad portadora deimagen de las personas involucradas y de aquellos cuyas vidas ellos afectan de una uotra forma. La sugerencia que me atrevería a dar es que es posible que los sereshumanos continúen por este camino rehusándose a todo susurro de la buena nueva, atodo destello de la verdadera luz, a todas las indicaciones de dar la vuelta y seguir elcamino opuesto, a todos los signos y señales del amor de Dios para que, así, despuésde la muerte, finalmente se conviertan por su propia elección en seres que alguna vezfueron humanos, pero ahora no lo son, en criaturas que han dejado por completo dellevar en sí la imagen divina. Con la muerte de ese cuerpo en el que habitaron en elbuen mundo de Dios, en el que la llama parpadeante de la bondad no se ha apagadopor completo, ellos pasan simultáneamente no sólo más allá de la esperanza, sino másallá de la piedad. No hay ningún campo de concentración en el centro de un belloparaje bucólico, ni tampoco una cámara de tortura en el palacio de las maravillas.Aquellas criaturas que aún existen en un estado ex humano que ya no refleja a suhacedor en ningún sentido importante, ya no pueden generar en sí mismos, o en otros,la simpatía natural que algunos sienten incluso por el criminal más empedernido. Estoy muy consciente de que ahora estoy entrando en un territorio que nadie puede

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incluso pretender que ha recorrido. Según creen los cristianos, Jesús ha ido al infiernoy ha regresado del mismo. No obstante, al referirnos a esto, lo que hacemos essimplemente mirar con la boca abierta hacia la oscuridad y no estamos escribiendoprecisamente un folleto de viajes para los futuros visitantes. Lo último que yo quieroes que alguien suponga que yo (o cualquier otra persona) sé mucho acerca de todoesto. Tampoco quiero que nadie suponga que yo disfruto cuando especulo de estamanera. Sin embargo, me siento impulsado por el Nuevo Testamento y por las gravesrealidades de este mundo a darle este tipo de solución a uno de los misterios másoscuros de la teología. Me sentiría muy complacido si alguien comprobara que estoyequivocado, aunque no a expensas de los argumentos que constituyen los fundamentosmismos de que este mundo es la buena creación de un verdadero Dios y de que él, alfinal, nos celebrará aquel juicio en el que toda la creación va a regocijarse. 5. Conclusión: las metas humanas y la nueva creación Ahora bien, no puedo terminar este capítulo bajo ese marco de ideas por la muy buenarazón de que una y otra vez el Nuevo Testamento se niega a terminarlo de esa manera.En Ro 2,8; 11,31, Pablo está bastante claro en que, sin lugar a dudas, habrá unacondena final para «los que por egoísmo desobedecen a la verdad y obedecen a lainjusticia». Sin embargo, como podemos ver en el curso de esta carta, su gran énfasisrecae en el hecho de que a pesar de esa rebeldía, también ellos alcanzarán lamisericordia. Sin duda, partiendo de este pasaje y de otros semejantes, nos queda claroque él no se refiere a «todas las personas individualmente» sino a «las personas detodo tipos. Ahora bien, cuando Pablo dice «todos», en realidad él tiende a ir más alláde lo que quienes lo escuchan pudieran haber anticipado, demostrando que el amorpoderoso de Dios rodea y cubre lo inesperado y lo obvio. Ya que Pablo sabía que supropio corazón duro y amargado había sido cambiado por la gracia de Dios, tambiénsabía que no había nadie que estuviera vivo que, en principio no pudiera ser alcanzadoy cambiado de manera similar. De igual forma, el final majestuoso, aunque misterioso, del Apocalipsis según san Juannos deja con ciertos indicios fascinantes y quizás frustrantes de futuros propósitos, deun trabajo futuro cuya nueva creación está apenas en sus inicios. La descripción de lanueva Jerusalén en los capítulos 21 y 22 es bastante clara cuando indica que hay variascategorías que quedan «fuera»: los perros, los impuros... y todo el que ame y practiquela mentira. Ahora bien, precisamente cuando en nuestras mentes tenemos una imagende dos categorías ordenadas y agradables, los elementos internos y los elementosexternos, nos percatamos de que el río del agua de la vida fluye saliendo fuera de laciudad; que en cualquiera de ambas orillas está creciendo el árbol de la vida y no sóloun árbol sino muchos de ellos y que «las hojas del árbol están allí para sanar a lasnaciones». En todo esto se encierra un gran misterio y todas nuestras conversaciones

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acerca del futuro eventual de Dios deben también hacer un lugar para ello. Esto nopretende bajo ningún aspecto plantear dudas sobre la realidad del juicio final entrequienes han adorado de forma clara y resoluta y han servido a los ídolos que nosdeshumanizan y que le quitan el rostro al mundo de Dios. Lo que se pretende decir esque Dios es siempre el Dios de las sorpresas. Sin embargo, lo más importante que podemos decir al final de esta discusión y de estasección del libro es que, por así decirlo, «el cielo y el infierno» no son los únicoselementos que componen este juego. Esta es una de las «sorpresas» básicas de la fecristiana. El verdadero punto de mi argumento hasta el momento es que el tema de «loque me sucede después de la muerte» no es el fundamental, el tema determinante quese ha supuesto durante siglos de tradición teológica. El Nuevo Testamento fiel a susraíces en el Antiguo Testamento, insiste con regularidad en que el asunto marco, elmás importante, es aquel del propósito que Dios tiene de rescatar y de recrear latotalidad del mundo, la totalidad del cosmos. El destino de los seres humanosindividuales debe entenderse dentro de este contexto; no únicamente en el sentido deque sólo somos parte de una imagen mayor y más amplia, sino en el sentido de queparte de todo este punto de ser «salvados» en el presente es de tal manera que podamosdesempeñar un papel vital (Pablo habla de este papel en términos que nos sorprendenal decirnos que somos «trabajadores compañeros de Dios») dentro de una imagen y unpropósito más amplios. Y, a su vez, esto nos hace darnos cuenta de que el aspecto denuestro propio «destino» en términos de las alternativas de alegría o de tristezaprobablemente es la manera equivocada de ver todo este problema. El asunto o lapregunta más bien debería ser: «¿Cómo vendrá la nueva creación de Dios?», y luego,«¿Cómo contribuiremos nosotros los humanos a esa renovación de la creación y a losproyectos frescos que Dios el Creador lanzará en su nuevo mundo?». La alternativa deelección que se plantea ante los seres humanos debería venir entonces dentro de unmarco diferente: ¿vas a adorar a Dios el Creador y descubrir de esa manera lo quesignifica ser un ser humano totalmente pleno y glorioso que refleja su amor poderoso,sanador y transformador en el mundo? ¿O vas a adorar al mundo tal como está,reforzando su humanidad corruptible adquiriendo poder o placer de las fuerzas queestán dentro del mundo aunque al mismo tiempo contribuyendo simplemente a ellas ymediante ellas a tu propia deshumanización y a la mayor corrupción del mismomundo? Esta reflexión nos lleva a otro pensamiento que es muy aleccionador. Si lo que hesugerido está cercano a la realidad, entonces insistir en el «cielo y el infierno» como sise tratara del tema más importante, o en otras palabras, insistir en que lo que sucedeeventualmente a los seres humanos es lo más importante en el mundo, pudiera sersinónimo de cometer un error similar a aquel que cometió el pueblo judío en el sigloprimero, el error que, tanto Jesús, como Pablo han abordado. Israel creía (así nos lo

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dice Pablo y él indiscutiblemente debía saberlo) que los propósitos de Dios el Creadorse limitaban al mismo tema o pregunta: ¿cómo va a rescatar Dios a Israel? Sinembargo lo que el Evangelio de Jesús reveló fue que los propósitos de Dios se estabandirigiendo, más bien, a esta pregunta: ¿cómo va a rescatar Dios al mundo a través deIsrael, rescatando así al propio Israel como parte de este proceso, pero no como elpunto central del mismo? Quizás con lo que nos estamos enfrentando en nuestrospropios días es con un reto similar: enfocar la atención no en la pregunta de cuáles sonlos seres humanos a los que Dios se va a llevar al cielo y cómo es que lo va a hacersino a la pregunta de cómo Dios va a redimir y a renovar su creación a través de losseres humanos y cómo va a rescatar a los seres humanos mismos, como parte delproceso pero no como el punto central del mismo. Si pudiéramos volver a leerRomanos y Apocalipsis y el resto del Nuevo Testamento, claro está, a la luz de estareformulación de la pregunta, creo que encontraríamos muchos aspectos dignos deanalizar. Y, si pudiéramos reformular las liturgias de la Iglesia, para volver a analizarpor un momento las discusiones que tuvimos en el capítulo 2, de manera que ellasexpresen la esperanza sorprendente que se aprecia en el Nuevo Testamento, nossentiríamos sostenidos y fortalecidos por esa visión más amplia. En particular, nos percataríamos de que la pregunta sobre la misión de la Iglesia habíasido catapultada de pronto hacia la parte central del escenario y había sido reformuladaen este proceso. Ahora bien, para ello tendríamos que pasar a la parte final de estelibro.

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TERCERA PARTE

LA ESPERANZA EN LA PRÁCTICA:LA RESURRECCIÓN Y LA MISIÓN DE LA IGLESIA

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Capítulo 12

La reformulación de la salvación: el cielo, la tierra y el reino de Dios 1. Introducción Ya hemos llegado al punto en el que debemos preguntarnos lo siguiente:«¿ Y qué haycon todo esto?». ¿Acaso todos estos argumentos sobre el futuro final de Dios, acerca«de la vida después de la vida después de la muerte», son simplemente cuestión deponer en orden nuestras creencias sobre lo que sucederá al final de los tiempos, o bien,los mismos tienen alguna consecuencia práctica aquí y ahora? ¿Se trata simplementede lograr que nuestras enseñanzas y nuestras predicaciones sean correctas y deorganizar nuestros funerales y otras liturgias de manera que reflejen verdaderamentelas enseñanzas bíblicas sobre la muerte y lo que existe más allá, en vez de perseguirideas no bíblicas e incluso contrarias a lo que dice la Biblia y que han ido metiéndoseen la Iglesia en diferentes momentos y lugares? Quisiera abordar esta pregunta de forma indirecta. Entre las objeciones quegeneralmente se plantean contra la creencia en la resurrección corporal de Jesús,recientemente me he topado con una muy digna de mención que demuestra, o al menosasí me lo parece a mí, una total falta de comprensión de lo que es precisamente elcristianismo. Uno de los escritores americanos más importantes que nos hablan de losprimeros días del cristianismo, Dominic Crossan, se ha preguntado lo siguiente:¿incluso siendo cierto que Jesús se ha levantado de entre los muertos, qué importanciatiene eso? Me parece fabuloso, pero ¿qué tiene que ver todo esto con lo demás? ¿Porqué él tendría que haber sido favorecido de manera tan especial? Si Dios logra hacerun acto como ése, ¿por qué no puede intervenir y hacer una serie de cosas más útilescomo ponerle cese a los genocidios o impedir los terremotos? Y esta objeción está muy en sintonía con otros argumentos que se han esgrimido antescomo es el caso, por ejemplo, de lo que mencionara mi distinguido predecesor, elobispo David Jenkins, y que constituye lo que se podría denominar la objeción moral(en contraposición a la científica o histórica) contra la creencia en la resurreccióncorporal de Jesús. No pretendo comentar aquí la objeción en sí, aunque vale la pena destacar que cuandolos historiadores empiezan a presentar argumentos acerca de «lo que en realidad

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sucedió», planteándolos sobre la base de «lo que debería (o no debería) habersucedido», simplemente se colocan en una situación que no cabe duda que es muydelicada. Más bien, lo que yo quisiera es presentarles lo que el Nueve Testamentomenciona como respuesta a la pregunta «¿qué tiene que ver la resurrección de Jesúscon cualquier otra cosa?», al igual que señalar algunas conclusiones que se relacionancon la vida de la Iglesia y de los cristianos actuales. Baso en parte este argumento en dos observaciones más y esta vez tienen que ver conla manera en la que celebramos la Pascua de Resurrección en la Iglesiacontemporánea. (La Iglesia que yo conozco mejor es la Iglesia de Inglaterra. aunquelas conversaciones que he sostenido con amigos que pertenecen a otras iglesias meindican que se pueden encontrar fenómenos similares también en muchas otrasreligiones cristianas). Un número muy considerable de los himnos que se cantan en la Pascua deResurrección empiezan por suponer que el aspecto fundamental de la Pascua es quecomprueba la existencia de «la vida después de la muerte» y que nos insta a todos aesperar tal vida posterior a la muerte. Luego, esto se combina regularmente, aunquetambién de manera por demás irónica, con una visión de esta vida después de la muerteen la que el elemento específico de la resurrección se ha eliminado de forma callada.«Vayamos donde él se ha ido», cantamos al final en un himno muy bien conocido portodos. «¡Descansemos para reinar con él en el cielo!». Ahora bien, ése precisamente noes el punto que el Nuevo Testamento deriva de la resurrección de Jesús. Sí, es ciertoque se nos ha prometido un «descanso» después de los esfuerzos de esta vida y lapalabra «cielo» puede ser una manera apropiada, aunque vaga, de denotar el lugardonde podrá tener lugar ese «descanso». Sin embargo, este momento de descanso es elpreludio de algo muy diferente que también implicará definitivamente a la tierra. Latierra, la tierra renovada, es aquella ubicación en la que se desarrollará el reinado y ésaes la razón por la que el Nuevo Testamento hace referencia con regularidad a que élvendrá aquí, al lugar en el que estamos nosotros, y no que nosotros vamos a ir a unlugar donde está Jesús, tal como ya lo hemos podido apreciar en la parte anterior deeste libro. No obstante, incluso cuando hablamos con mayor precisión y con un enfoque másclaro acerca de lo que dice el Nuevo Testamento sobre nuestra propia esperanza futura,la resurrección final en sí misma, así como cualquiera que sea el estado intermedio quela pueda preceder, aspecto del que ya hemos hablado en los capítulos 10 y 11, éste noes el factor principal que pretende transmitir el Nuevo Testamento como resultadodirecto de la resurrección de Jesús de Nazaret, idea que quizás nos sorprenda. Así es, laresurrección en realidad nos brinda una esperanza segura y cierta. De no ser ése elcaso, seríamos los más dignos de compasión de todos los hombres, tal como lo

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manifestó Pablo en su momento". Ahora bien, cuando el Nuevo Testamento hace queresuene la gran campana de la Pascua, las principales resonancias que ésta libera noson simplemente sobre nosotros y cualquier mundo futuro que Dios termine a fin decuentas por hacer, cuando el cielo y la tierra se unan y se renueven finalmente desdeun extremo a otro, desde arriba hasta abajo. Precisamente debido a que la resurrecciónha sucedido como un evento dentro de nuestro propio mundo, sus implicaciones y susefectos se deben sentir dentro de nuestro mundo, aquí y ahora. Este es uno de los puntos con respecto al cual simplemente no bastará con decir (comosegún lo indican diversas encuestas de opinión, y se inclinan a decir muchos clérigos eincluso algunos obispos) que el hecho de creer en una resurrección corporal de Jesús esuna opción que uno puede tomar o dejar. Aquí nos enfrentamos a un elemento crucial.Pudiera parecer que podemos alejarnos unos cuantos pasos en uno o en el otro sentido,pero no es así. Si uno acepta la resurrección corporal de Jesús, todas las corrientesfluyen en una sola dirección y si uno no la acepta, todas fluyen en la dirección opuesta.Y, para decirlo con toda gentileza, aunque también de forma clara y directa, si usted vaen la otra dirección, apartándose de la resurrección corporal, puede terminar con algoque apenas si se parece al cristianismo y ya no estará comulgando con lo que relatan yestablecen los escritores del Nuevo Testamento. Cabe destacar a este respecto que estono es en lo absoluto cuestión de colocar una palomita en señal de aprobación al lado dealgunos dogmas y dejar en blanco el espacio junto a otros, en el entendido de que elrecuadro que está al lado de la resurrección es simplemente el más difícil de marcar.De lo que se trata es de una creencia que es un síntoma de una visión global delmundo, un indicador preciso de una manera de ver todo lo demás. El propósito de esta sección final del libro es el de indicar que una comprensiónadecuada de la esperanza futura (sorprendente) que se nos ofrece en Jesucristo llevadirecto y, para muchas personas de forma igualmente sorprendente, a una visión de laesperanza actual que es la base de toda la visión cristiana. La esperanza por un futuromejor en este mundo, para los pobres, para los enfermos, para los que se sientensolitarios y para los que están deprimidos, para los esclavos y para los refugiados, paralos que tienen hambre y los que no tienen un techo, para los que han sido sometidos aabusos, para los paranoicos y los oprimidos, así como para los desesperados y, enrealidad, para todo este mundo entero, fabuloso y herido, no es algo adicional, algomás, algo añadido al «Evangelio» como una idea de último momento. Igualmente, elhecho de trabajar por y para esa esperanza intermedia, esa esperanza sorprendente quenos viene del futuro final de Dios hacia el presente urgente de Dios no es unadistracción de la tarea de la «misión» y el «evangelismo» del presente. Es una partecentral, esencial y vital de esta misión que nos da vida. Fundamentalmente, el propioJesús logró que sus contemporáneos lo escucharan debido a lo que él estaba haciendo.Lo vieron «salvando» gente de la enfermedad y de la muerte y ellos también lo

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escucharon hablando acerca de una «salvación», de aquel mensaje por el que tantohabían esperado, que iría más allá de lo inmediato para pasar al futuro último y final.Ahora bien, ambos aspectos estaban relacionados. El presente era simplemente una«ayuda visual» del futuro o un truco para lograr la atención de la gente. En realidad, loque Jesús pretendía era precisamente hacer ver que lo que él estaba haciendo, muy decerca, en el presente, era lo que él estaba prometiendo a largo plazo, para un futuro. Ylo que él estaba prometiendo para ese futuro y haciendo en ese presente no tenía nadaque ver con salvar almas para una eternidad incorpórea. Se trataba, más bien, derescatar a la gente de la corrupción y de la descomposición, de la forma de vivir delmundo en el momento, de manera que todos pudieran disfrutar, incluso en el presente,la renovación de la creación que es el propósito último de Dios y de modo quepudieran convertirse en sus colegas y asociados en ese proyecto más amplio. Debo decirles que cuando leo a Pablo, el versículo que siempre me llamapoderosamente la atención en relación con este tema es 1 Cor 15,58. Tenemos querecordar que Pablo acaba de escribir el capítulo más largo y más denso de cualquierade sus epístolas, en el que aborda la resurrección futura del cuerpo con ampliosdetalles que revisten gran complejidad. ¿De qué forma podríamos esperar nosotros queél terminara ese capítulo? Diciendo simplemente: «Por lo tanto, ya que ustedes tienenuna esperanza tan grande, sean firmes y categóricos, sean inquebrantables, dispuestossiempre a recibir y participar en el trabajo del Señor porque ustedes saben que Dios lestiene preparado algo muy bueno». No, más bien, lo que él dice es lo siguiente: «Enconclusión, queridos hermanos, permanezcan firmes, inconmovibles, progresandosiempre en la obra del Señor, convencidos de que sus esfuerzos por el Señor no seráninútiles». ¿Qué quiere decir todo esto? ¿De qué manera el hecho de creer en la resurrecciónfutura puede llevarnos a seguir adelante con el trabajo en el presente? Pues, de unamanera bastante simple y sencilla. Tal como Pablo ha venido argumentando a todo lolargo de esta epístola, el punto de la resurrección es que la vida corporal presente nocarece de valor simplemente porque va a morir. Dios la elevará de nuevo para que seauna nueva vida, la resucitará. Lo que uno haga con su cuerpo en el presente tieneimportancia porque Dios le tiene preparado un gran futuro. Y si esto se aplica a laética, tal como en 1 Cor 6, también se aplica, sin lugar a dudas, a las diferentesvocaciones a las que es llamado el pueblo de Dios. Lo que usted haga en el presente,cuando pinta, predica, canta, cose, ora, enseña, construye hospitales, perfora pozos,hace campaña por la justicia, escribe poemas, se encarga de los más necesitados y amaa su prójimo como a usted mismo, todas estas cosas perdurarán en el futuro de Dios.No son más que simples maneras de hacer que la vida actual sea un poco menosbestial, un poco más soportable, hasta que dejemos atrás por siempre (o como loexpresa de forma tan equivocada el himno: «hasta el día en que a todos los bendecidos

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se les llame al descanso que no tiene fin»). Son parte de lo que podríamos denominarla construcción del reino de Dios. Más adelante, volveré a abordar el significado del «reino de Dios» en el presente. Sinembargo, cabe destacar desde el principio de esta última sección del libro que lapromesa de una nueva creación, la promesa que hemos estado estudiando a todo lolargo de este escrito, no está y no puede estar relacionada simplemente con la tarea deaclarar las ideas con respecto a la «vida después de la muerte». Tiene que ver con lamisión de la Iglesia. Donde yo trabajo, es mucho lo que se ha hablado sobre lo que seha denominado «La Iglesia conformada por la misión», que surgió de un informe quetiene ese mismo título. En este informe se insta a la Iglesia actual a no considerar la«misión» como algo adicional, como algo que podemos incluir sólo si queda algúntiempo libre luego de haber abordado todos los demás asuntos, sino más bien como elaspecto central, el que le da forma y es lo dinámico de su vida. Ahora bien, para queesto sea lo que se pretende, también debemos reestructurar y darle una nueva forma anuestras ideas sobre lo que es la misión en sí misma. No tiene ningún sentido volver acaer en el mundo cansado y dividido en el que algunas personas creen en el«evangelismo» en términos de la «salvación de las almas para una eternidad sintiempo» y las otras personas creen en la «misión» en términos de «trabajar por lajusticia, la paz y la esperanza en el mundo actual». Esta gran división no tiene nadaque ver con Jesús y con el Nuevo Testamento, pero sí tiene todo que ver con laesclavitud silenciosa de muchos cristianos (tanto los «conservadores», como los«radicales») a la ideología platónica de la Ilustración. Una vez que entendamosclaramente lo que es la resurrección, podremos y deberemos poner en claro la misión.Si queremos una «Iglesia conformada por una misión», lo que necesitamos es unamisión conformada por la esperanza. Y si pensamos que eso es algo sorprendente, puesmás vale que nos comencemos a acostumbrar. Empezaremos con uno de los temas más amplios de todos, un aspecto que la mayoríade los cristianos da por sentado, aunque requiere de forma urgente y necesaria de unareformulación radical: la salvación. 2. El significado de la «salvación» El aspecto verdaderamente emocionante, sorprendente y, quizás, hasta alarmante sobreel que ahora estamos empezando a hablar en este libro es que nos hemos vistoobligados a reformular el significado mismo de la palabra «salvación» en sí. Cuando se menciona la palabra «salvación», casi todos los cristianos occidentalessuponen que a lo que se refiere es «a ir al cielo cuando uno se muere». Sin embargo, sitan sólo le dedicáramos un momento de nuestros pensamientos, a la luz de lo que

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hemos dicho hasta ahora, podríamos ver que eso simplemente no puede ser así. Claroestá que «salvación» quiere decir «rescate». ¿Pero qué es aquello de lo que nos estánrescatando, a fin de cuentas? La respuesta obvia es la «muerte». Sin embargo, sicuando nosotros morimos, todo lo que sucede es que nuestro cuerpo se descomponemientras que nuestra alma (o cualquiera que sea la otra palabra que queremos utilizarpara nuestra existencia continua) va a algún otro lugar, esto no quiere decir que hemossido rescatados de la muerte. Simplemente quiere decir que hemos muerto. De igual manera, si la creación buena de Dios, si la creación del mundo, de la vida, talcomo la conocemos, de nuestros cuerpos gloriosos y extraordinarios, así como denuestros cerebros y torrentes sanguíneos, realmente es buena y si Dios quiere reafirmaresa bondad en un acto fabuloso de la nueva creación al final, entonces, el ver la muertedel cuerpo y el escape del alma como la «salvación» no implican simplemente queestamos ligeramente desviados del curso correcto y que requerimos efectuar unascuantas alteraciones y modificaciones sutiles. Por el contrario, es algo total ycompletamente errado. Estaríamos actuando en colusión con la muerte. Seríamoscómplices de la destrucción por parte de la muerte de las buenas criaturas humanashechas a la imagen del buen Dios, al mismo tiempo que nos consolaríamos con elpensamiento (básicamente no cristiano y no judío) que sostiene que ¡la parte realmenteimportante de nosotros se «salva» de este cuerpo malvado y fastidioso y de esteespacio triste y oscuro del mundo del tiempo y de la materia! Tal como lo hemos visto,la totalidad de la Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, se manifiesta en contrade tal tontería y falta de sentido. Sin embargo, esto es precisamente lo que creen enrealidad casi todos los cristianos de Occidente, entre los que se cuenta la mayoría delos «cristianos de la Biblia», cualquiera que sea su denominación. Este es un aspectomuy serio que se ve reforzado no sólo en la enseñanza popular, sino en las liturgias, lasoraciones públicas, los himnos y las homilías de todo tipo. Caí en la cuenta de todo ello recientemente cuando leí un libro popular del conocidoescritor cristiano Adrian Plass. Plass no podría pretender presentarse como un teólogoprofundo, aunque, en realidad, su gran contribución, a través del humor, la ironía y unahistoria ocasional profundamente conmovedora, es la de hacernos pensar bajo unnuevo enfoque sobre todo lo que antes dábamos por sentado. Por lo tanto, cuandoalguien me dio su nuevo libro Bacon Sandwiches and Salvation (Sándwiches detocineta y Salvación), pensé que iba a encontrar simplemente más de lo mismo. Laverdad, no me defraudó: el libro es divertido, ágil, deliberadamente tonto ydeliberadamente serio. Cuando llega a la parte más seria sobre la salvación en sí, yo esperaba encontrar unpensamiento fresco y novedoso. El mismo Plass aborda las preguntas que intrigan amuchas personas hoy en día:

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¿Y de qué se trata todo esto? ¿Qué significa eso de ser salvado? ¿Salvado de qué?¿Salvado para qué? ¿Acaso todo este asunto de la salvación tiene un impactosignificativo sobre mi presente, al igual que sobre mi futuro? Hablando del futuro, ¿quépodemos esperar de una eternidad que pasaremos en el cielo? ¿Cómo podría tenersentido para nosotros el cielo, si nuestros pies siguen estando tan sólidamente ancladosen la tierra? ¿Cuál es el punto de contacto, cuál es el punto de encuentro entre la carne yel Espíritu? ¿Y cuando todos los términos, las voces, los patrones y los mantras, asícomo todas las convenciones hechas por el hombre, extrañas por demás, se hayandesvanecido, qué será lo que quede?

Bueno, ya se habrán dado cuenta. Éste, en realidad, es el rompecabezas queencontramos en los primeros capítulos de este libro. Di la vuelta a la página, ansiosode ver cuál sería el argumento fresco y novedoso que Plass nos ofrecería acerca de la«salvación». Sin embargo, quedé defraudado:

El plan [de Dios] era que nosotros viviéramos en perfecta armonía con él....Luego, de pronto, algo falló horrible y estrepitosamente... este evento verdaderamenteespantoso que sucedió separó de alguna manera a los seres humanos de Dios, quien apesar de todo siguió amándolos/amándonos con una pasión que es imposible deentender. Desesperado por corregir el distanciamiento, Dios diseñó un plan de rescate...Debido a que Jesús fue ejecutado en la cruz, ahora es posible que cualquiera de nosotroso que todos nosotros, mediante el arrepentimiento, el bautismo y la obediencia,recuperemos la magnífica relación con Dios que se destruyó en tiempos pasados... Siusted y yo aceptamos la muerte y la resurrección de Jesús como un mecanismo vivo,divino y que obra en nuestras propias vidas, algún día volveremos a nuestro hogar enDios y encontraremos la paz... El Espíritu Santo, enviado por el propio Jesús después desu muerte, les ofrece respaldo y fortaleza a aquellos que lo invocan.

Reconozco que no es muy justo de mi parte referirme a Adrian Plass citando un librocomo éste. Él nunca ha mencionado que pretendiera que fuera una obra de teología y,tal como ya lo he mencionado, su libro tiene muchas apreciaciones fabulosas (al igualque muchos chistes malos). Lo cito simplemente como un ejemplo clásico de la visióncristiana occidental «normal»: que la «salvación» tiene que ver con «mi relación conDios» en el presente y con «volver al hogar en Dios y encontrar la paz» en el futuro.Es más, adquiere mayor importancia citarlo porque, en este punto, él está expresandocon bastante claridad lo que muchos dan por sentado. El simple hecho de que, aunqueformule tantas preguntas sagaces y esté claramente insatisfecho con las consabidasrespuestas típicas que ha recibido, él no haya pensado en cuestionar estas respuestas,nos demuestra lo arraigadas que están en toda una tradición. Aquellos de nosotros quehemos conocido esta tradición toda nuestra vida, y por cierto, no tan sólo la tradición«evangélica», sino en este punto, la totalidad de la tradición de la Iglesia occidental,reconoceremos que su resumen es precisamente «lo que cree la mayoría de loscristianos» y, en realidad, también lo que la mayoría de los no cristianos supone que

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creen los cristianos. Finalmente y para establecer este punto de la manera más clara yconvincente que pueda, quisiera mencionar que esta creencia simplemente no es lo queenseña el Nuevo Testamento. El día después de haber escrito este párrafo, tuve otro ejemplo, tremendamentepersonal, del mismo problema. Me llegó un mensaje por correo electrónico de lapersona que me estaba traduciendo el libro Judas and the Gospel of Jesus (Judas y elEvangelio de Jesús) a uno de los idiomas balcánicos. Había llegado precisamente alpunto en el que yo advertía que algunos cristianos occidentales han adoptado algopreocupantemente similar al gnosticismo del siglo dos, al pensar que el mundo actuales maligno y que la única solución es la de escapar de él y, más bien, ir al cielo. Estogeneró una diatriba de acusaciones por parte del traductor, para quien precisamente esoera lo que él pensaba que nos enseñaban las Escrituras. ¿Acaso yo no había leído laBiblia? ¿Acaso yo no creía en el cielo? ¿Acaso no creía en Jesús? ¿Acaso yo estabatratando de inventar una religión nueva? Hasta este momento, simplemente he tratado de enfatizar el punto que he venidoestableciendo a todo lo largo del libro. Sin embargo, en la sección final tenemos queanalizar de manera frontal el problema que resulta directamente de la percepciónerrada y generalizada que transmite la visión cristiana de la «salvación». Siempre ycuando veamos la «salvación» en términos de «ir al cielo al morir», la tareafundamental de la Iglesia tiene que verse en términos de salvar almas para ese futuro.Ahora bien, cuando vemos la «salvación», tal como la presenta el Nuevo Testamento,en términos del nuevo cielo y de la nueva tierra prometida por Dios, del mismo modoque en términos de nuestra resurrección prometida para poder compartir aquellarealidad nueva y gloriosamente corpórea, lo que yo denomino «la vida después de lavida después de la muerte», entonces es que se debe reformular consiguientemente eltrabajo principal de la Iglesia aquí y ahora. En este punto, adquiere especial importancia y sentido el slogan bien conocido deChristian Aid: «Creemos en la vida antes de la muerte». La vida antes de la muerte esaquello que amenaza y pone en tela de juicio la idea de que la salvación essimplemente «vida después de la muerte». Si lo que buscamos es una eternidadintemporal e incorpórea, ¿entonces, para qué levantar tanto revuelo cuando se trata deponer cada cosa en su justo lugar en este mundo? Sin embargo, si lo que importa es lanueva vida corpórea después de «la vida después de la muerte», entonces la «vidaanterior a la muerte», la vida corpórea actual puede verse, finalmente, no como unapreocupación interesante actual, aunque a la larga irrelevante, no simplemente comoun «valle de lágrimas creador del alma», a través del cual tenemos que pasar parallegar al estado final bendito e incorpóreo, sino como un tiempo, un lugar y unamateria esencial y vital en los que los propósitos futuros de Dios ya han penetrado en

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la resurrección de Cristo y donde aquellos propósitos futuros ahora deben anticiparse através de la misión de la Iglesia. Pareciera entonces que la «vida después de la muerte»puede ser una distracción seria, no sólo de la «vida después de la vida después de lamuerte» última, sino también de la «vida antes de la muerte». Si pretendiéramosignorar esto, en realidad no sólo estaríamos en colusión con la muerte, sino con todotipo de otros poderes que adquieren su fuerza de su propia alianza con ese enemigoúltimo. Por lo tanto, la «salvación» no es «ir al cielo» sino «ser elevado a la vida en el nuevocielo y en la nueva tierra de Dios». Sin embargo, tan pronto como lo planteamos deesta manera nos percatamos de que el Nuevo Testamento está lleno de sugerencias,indicios y aseveraciones claras de que esta «salvación» no es simplemente algo por loque tenemos que esperar en el futuro, a largo plazo, si la disfrutamos aquí y ahora(siempre parcialmente, claro está, porque todos igual tenemos algún día que morir), sila anticipamos genuinamente en el presente que está por venir en el futuro. «Porquenuestra salvación es en esperanza», nos dice Pablo en Ro 8,24. Esta frase indica unaacción del pasado, algo que ya ha tenido lugar y se refiere, sin lugar a dudas, alcomplejo de la fe y el bautismo del que Pablo ha venido hablando hasta ese momentoen la epístola. Sin embargo, esto permanece «en la esperanza» porque seguimosesperando la salvación final futura de la que él habla, por ejemplo, en Ro 5,9-10. Esto explica en pocas palabras el hecho, por lo demás sorprendente, al que el NuevoTestamento se refiere con frecuencia como la «salvación» y «ser salvado» en términosde eventos corporales dentro del mundo presente. «Mi hijita está agonizando. Ven ypon las manos sobre ella para que sane y conserve la vida», suplica Jairo, y mientrasJesús se dirige a hacerlo, la mujer con el problema de la sangre piensa para sí misma:«Con sólo tocar su manto, quedaré sana». «Hija», le dice Jesús a ella luego de habersido curada, «tu fe te ha sanado». Mateo, al relatar la misma historia, la abreviadrásticamente, aunque en este punto también él agrega una nota adicional: «Al instantela mujer quedó sana». Es fascinante ver la forma en la que pasajes como éste, y haytantos a los que podemos hacer mención, se yuxtaponen a otros que hablan de la«salvación» en términos más amplios y que parecen ir más allá de la sanación o delrescate físico presente. Esta yuxtaposición pone nerviosos a algunos cristianos (¡sinlugar a dudas, esto se debe a que ellos piensan que la «salvación» debería ser un asuntoespiritual!), aunque no parece haber preocupado en lo absoluto a los miembros de laiglesia primitiva!". Para los primeros cristianos, la «salvación» última tenía que verúnicamente con el nuevo mundo de Dios y el punto de lo que estaban haciendo Jesús ylos Apóstoles cuando sanaban a la gente, o cuando la rescataban de un naufragio, ocuando realizaban cualquier acción, era simplemente una anticipación adecuada de esa«salvación» final, de esa transformación sanadora del espacio, del tiempo y de lamateria. El rescate futuro que Dios había planificado y prometido empezaba a hacerse

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realidad en el presente. Somos salvados no como almas sino como un todo. (De esto se desprenden muchas cosas. Así, por ejemplo, cabe destacar que las teoríasdel «vaciamiento» y del significado de la cruz no son simplemente una serie derespuestas alternas a la misma pregunta. Más bien, ofrecen las respuestas que dandebido a las preguntas que se formulan. Si la pregunta es: «¿cómo puedo llegar al cieloa pesar del pecado en virtud del cual yo merecería ser castigado?», la respuesta bienpudiera ser: «debido a que Jesús ha sido castigado por ti». Por el contrario, si lapregunta es: «¿cómo puede seguir adelante el plan que Dios formuló para rescatar yrenovar a la totalidad del mundo, a pesar de la corrupción y descomposición que hansurgido como resultado de la rebelión humana?», la respuesta pudiera bien ser: «quizáses así porque, en la cruz, Jesús venció a los poderes del mal que habían esclavizado alos humanos rebeldes y, de esta manera, aseguraron la corrupción constante». Cabedestacar que éstas y otras preguntas y respuestas posibles no son mutuamenteexcluyentes. El punto que pretendo establecer es que el reformular la preguntaimplicará repensar las diversas respuestas que pudiéramos dar y la relación que hayentre ellas. En cualquier caso, éste es un tema muy amplio y vamos a tener que dejarlopara otra ocasión). Sin embargo, tan pronto captamos esto (y tengo que reconocer que requiere de unesfuerzo bastante considerable en el caso de aquellas personas que han pasado toda lavida pensando de otra forma) podemos ver que si la salvación es algo así, no puedeestar confinada a los seres humanos. Cuando se «salva» a un ser humano en el pasadocomo un evento sencillo de acercarse a la fe, en el presente a través de actos desanación y rescate, lo que incluye respuestas a la oración «no nos dejes caer en latentación más líbranos del mal», y en el futuro cuando finalmente es resucitado deentre los muertos, esto siempre es así de manera que los seres humanos puedan serseres humanos genuinos en un sentido más amplio de lo que pudieran haber sido deotra manera. Y desde Gn 1 en adelante, a los seres humanos genuinos se les da elmandato de cuidar de la creación, de poner orden en el mundo de Dios, de establecer ymantener comunidades. El hecho de suponer que somos salvados, como si así lo fuera,para nuestro propio beneficio privado, para el restablecimiento de nuestra propiarelación con Dios (¡por vital que ésta sea!) y para nuestra eventual llegada final alhogar y la paz del «cielo» (¡por engañosa que ésta pueda ser!) es tal como pensar en unniño al que se le da un bate de cricket en el presente y se insiste en que ya que lepertenece, él debe jugar siempre y únicamente con este bate en privado. Sin embargo,claro está que uno sólo puede hacer aquello que se pretende que haga con un bate decricket cuando está jugando con otras personas. Y la salvación sólo hace lo que sepretende que debe hacer cuando aquellos que han sido salvados, aquellos que estánsiendo salvados y aquellos que algún día estarán plenamente salvados, se percatan deque han sido salvados no como almas sino como un todo y no únicamente para sí

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mismos, sino también para lo que ahora Dios espera hacer a través de ellos. Este es el punto. Cuando Dios «salva» a las personas en esta vida, al hacer que obre enellas el Espíritu Santo para que las traiga a la fe, al llevarlas a que sigan a Cristo comosus discípulos en la oración, la santidad, la esperanza y el amor, dichas personas hansido designadas —y, cabe decir que ésta no es una palabra demasiado fuerte— para seruna señal y un anticipo de lo que Dios quiere hacer por la totalidad del cosmos. Lo quees más, tales personas no deben ser simplemente una señal y un anticipo de aquella«salvación» final, sino que, más bien, deben ser parte del medio a través del cual Dioshace que esto suceda, tanto en el presente, como en el futuro. Esto es sobre lo quePablo insiste cuando dice que la totalidad de la creación está esperando ansiosamenteno sólo su propia redención y su propia liberación de la corrupción y de ladescomposición, sino que está esperando también a que se revelen todos los hijos deDios: en otras palabras, espera a que se revelen aquellos seres humanos redimidosmediante cuya dirección la creación volverá a estar en ese orden sabio para el que fuecreada. Y dado que Pablo establece claramente que aquellos que creen en Jesucristo yque están incorporados a él a través del bautismo ya son hijos de Dios y ya han sido«salvados», esta dirección no puede ser algo que podamos posponer para un futurofinal. Es algo que debe empezar aquí y ahora. En otras palabras y resumiendo todo lo que hemos analizado hasta el momento, en susentido más pleno, el trabajo de la «salvación» tiene que ver: r) con la totalidad de losseres humanos y no con simples «almas»; 2) con el presente y no simplemente con elfuturo, y 3) con lo que Dios hace a través de nosotros y no simplemente con lo queDios hace en y por nosotros. Si esto lo logramos entender claramente lograremosredescubrir la base histórica de la misión de la Iglesia en todo el orbe. Para revisarlocon más grado de amplitud necesitamos analizar la imagen dentro de la cual esto tienesentido: el reino de Dios. 3. El reino de Dios En diferentes etapas de este libro hemos podido apreciar que la comprensión cristiananormal del término «reino», especialmente del «reino del cielo», simplemente estáequivocada. El «reino de Dios» y el «reino del cielo» significan lo mismo: el reinadosoberano de Dios (o, lo que es igual, el reinado del «cielo», que no es otro que aquelque vive en el cielo), lo cual, de conformidad con lo que decía Jesús, ha estado y estáirrumpiendo en el mundo presente, en la «tierra». Eso es por lo que Jesús nos enseñó arezar. No tenemos derecho alguno a omitir esta cláusula de la Oración a NuestroSeñor, ni de suponer que, en realidad, no quiere decir lo que dice. Tal como lo hemos podido apreciar, es precisamente sobre esto de lo que tratan la

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resurrección y la ascensión de Jesús, así como el don del Espíritu. Su propósito no es elde apartarnos de esta tierra, sino el de hacernos agentes de la transformación de estatierra, anticipando el día en el que, como se nos ha prometido, «la tierra esté llena delconocimiento del Señor, tal como las aguas cubren el mar». Así lo podemos apreciar alfinal del evangelio de san Mateo, cuando el Jesús resucitado aparece ante susseguidores, y declara que a él se le ha dado toda la autoridad en el cielo y en la tierra.Juan el Vidente escucha las voces que retumban en el cielo: «Ha llegado el reinado enel mundo de nuestro Señor y de su Mesías y reinará por los siglos de los siglos». Y elpunto que se establece en los evangelios, en el de Mateo, en el de Marcos, en el deLucas y en el de Juan, al igual que en los Hechos de los Apóstoles, es que esto ya haempezado. Lo que ha constituido el centro mismo del debate durante un largo tiempo es lapregunta acerca de cómo ha empezado, en qué sentido se ha «anticipado» o«inaugurado» o como se le quiera llamar. Sin embargo, parte del problema que planteaese debate es que aquellos que participan en el mismo, por lo general, no han aclaradola pregunta relativa a qué es precisamente aquello que se ha iniciado, que se ha lanzadoo que ha empezado. En un nivel, está claro que se trata de la esperanza de Israel, talcomo se expresa en los «pasajes clásicos del reino», como el de Is 52,7-12. En esospasajes, «Ha llegado el reinado en el mundo de nuestro Señor» significa el fin delexilio, la victoria sobre el mal y el retorno del Dios de Israel a Sión. Podemos vercómo todo esto se convierte en el tema principal no sólo de la vida y carrera pública deJesús, sino de su propia interpretación de su muerte. Sin embargo, cuando nos alejamos y vemos las cosas desde cierta distancia, comoelementos que subyacen a todo esto, una vez más tenemos el significado del «reino deDios» para el cual la esperanza de Israel fue diseñada; para decirlo de otra manera, setrata del significado debido al cual Dios llamó a Israel en primer lugar. Al enfrentarnoscon esta creación bella y poderosa en rebelión, Dios aspiraba a poner cada cosa en sulugar y a rescatarla de la corrupción continua y del caos inminente, así como a volverlaa restablecer en una situación de orden y provecho. En otras palabras, lo que Diosaspiraba era a restablecer su sabia soberanía sobre la totalidad de la creación, lo cualsignificaría un gran acto de sanación y de rescate. Él no pretendía rescatar a loshumanos de la creación, así como tampoco quería rescatar a Israel de los gentiles.Quería rescatar a Israel de manera que Israel pudiera ser una luz para los gentiles y deese modo pretendía rescatar a los humanos con el propósito de que los humanospudieran ser sus guías en el rescate de la creación. Esa es la dinámica interna delreino de Dios. En otras palabras, ésa es la manera en la que Dios, quien hizo a los seres humanos paraque fuesen sus representantes de la creación y que llamó a Israel a ser la luz del

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mundo, debe convertirse en rey de conformidad con la intención original intrínseca a lacreación, por una parte, y a su intención original en la alianza, por la otra. El apartar lasalmas salvadas y llevárselas a un «cielo» incorpóreo destruiría todo este punto. Diosestá por convertirse finalmente en rey de todo el mundo. Y no lo hará declarando quela dinámica interna de la creación (que fuera regida por seres humanos) era un error, nitampoco declarando que la dinámica interna de su alianza (que Israel sería el medio desalvación de las naciones) era un fracaso, sino al lograr que ambas se hicieran realidad.Esto es más o menos de lo que trata la epístola de Pablo a los Romanos. Este es el plan que se ha hecho realidad en Jesucristo. Uno de los más grandesproblemas de la Iglesia occidental, cuando menos a partir de la Reforma, es que enrealidad no ha sabido cuál es el propósito de los evangelios. Al imaginar que laaspiración del cristianismo era permitirle a la gente «ir al cielo», la mayoría de loscristianos de Occidente ha supuesto que el mecanismo mediante el cual esto sucediófue aquel que ellos encontraron en los escritos de Pablo (quisiera resaltar esto de aquelque ellos encontraron y en otros escritos he argumentado que eso implicó también queno se haya comprendido correctamente a Pablo) y que los cuatros evangelios teníansimplemente el propósito de dar información de respaldo acerca de Jesús, sobre suenseñanza o ejemplo moral y sobre su muerte expiatoria. Esta larga tradición hadescartado la posibilidad de que cuando Jesús hablaba del «reino de Dios», no estabahablando de un «cielo» para el cual estaba preparando a sus seguidores, sino de algoque estaba sucediendo en y sobre la tierra, a través de su trabajo, luego a través de sumuerte y su resurrección, y subsiguientemente a través del trabajo conducido por elEspíritu al que ellos habían sido llamados. En parte, la dificultad que la gente tiene todavía para ponerse de acuerdo y entender losevangelios leídos de esta manera estriba en el hecho de que «el reino de Dios» ha sidocomo una bandera de conveniencia al amparo de la cual han navegado todo tipo deembarcaciones. Algunos han utilizado esta frase como una pantalla para laconsecución de sus propios intereses, como podría ser el caso de los programas demejoramiento moral, social o político o de agitación social, para ambiciones, tanto deizquierda, como de derecha. La han utilizado los bienintencionados, aunqueconfundidos, al igual que los menos bienintencionados que están muy claros. Muchosde los que han seguido este camino han tratado a los evangelios como si fueransimples historias acerca de Jesús cuando iba por los pueblos ayudando a la gente de lamejor manera que podía, con la secuela desafortunada de su muerte inoportuna. Ymuchos otros cristianos, ante esta exégesis y su aplicación, ligeras y confusas, hanreaccionado con ira contra lo que se denomina la «teología del reino», como si setratara simplemente de una versión corporativa anticuada y superficial de unmoralismo de autoayuda que se convierte en una moda. (Este es un problema muyserio en algunas partes de Estados Unidos en las que el «reino» se ha convertido en un

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slogan de este tipo y ha sido utilizado para descartar o marginar muchos aspectos de lafe cristiana ortodoxa, precipitando entre algunos que se dicen cristianos ortodoxos unareacción contra cualquier dimensión social o política del Evangelio y totalmente contralas referencias al idioma del «reino». Es por estos medios que proyectamos nuestrasconfusiones a los textos). Sin embargo, el hecho de que algunas personas y algunos movimientos se hayanapropiado indebidamente de la «teología del reino» de los evangelios, no quiere decirque no exista una realidad en la que tales ideas son una caricatura. Lo que encontramosen los evangelios es indiscutiblemente mucho, mucho más profundo. Una vez más, aeste respecto enfrentamos un problema que ya nos es familiar, el problema de la formaen la que el ministerio inicial de Jesús se une a su decisión propia de entregarse a lamuerte. En otras ocasiones, he argumentado con amplio grado de detalle que Jesúsnunca imaginó que el «reino» que él estaba lanzando a través de su sanaciones,banquetes y enseñanzas se haría realidad sin su muerte. O, para decirlo a la inversa,tanto yo mismo, como otros, hemos resaltado que la muerte de Jesús no tuvo que ver(y él tampoco pensaba que tuviera que ver) con otra cosa que con el reino, trabajo alque él le dedicó su corta carrera pública. El problema del mal que domina como telónde fondo de los evangelios no va a ser abordado ni siquiera con las sanaciones, losbanquetes y las enseñanzas de Jesús. Sin lugar a dudas, no será abordado al ofrecerle asus seguidores una ruta rápida a un cielo distante e incorpóreo. Sólo puede abordarsecon y a través de la propia muerte y resurrección de Jesús y sólo así el reino vendrá ala tierra como es en el cielo. Ahora bien, esta es otra historia por completo, aunqueclaro está que es una historia vital y central para todo el cristianismo. Sin embargo, cuando reintegramos aquello que nunca debió haber sido separado, eltrabajo público de Jesús que inauguraba el reino, por un lado, y su muerte yresurrección redentora, por el otro, nos percatamos de que los evangelios relatan unahistoria muy diferente. No es simplemente la historia de un trabajo social espléndido yllena de interés, aunque terminara de manera triste. No. Tampoco es simplemente lahistoria de una muerte expiatoria con una larga introducción. Es algo mucho mayor eimportante que la suma de esas dos perspectivas disminuidas. Es la historia del reinode Dios que se lanza en la tierra como en el cielo y que genera un nuevo estado de lascosas en el que el poder del mal ha sido vencido de forma decisiva y la nueva creaciónse ha lanzado, también, de manera decisiva; así a los seguidores de Jesús se les haencomendado la tarea y han sido equipados para poner en práctica esa victoria, esenuevo mundo que se acaba de inaugurar. La «expiación», la «redención» y la«salvación» son las manifestaciones que se dan en el camino ya que, para que laspersonas se involucren en este trabajo, es necesario que ellas mismas sean rescatadasde los poderes que esclavizan al mundo. En otras palabras, es necesario que ellastambién puedan, a su vez, volverse salvadoras o rescatadoras. Para decirle en otras

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palabras, si usted quiere ayudar a inaugurar el reino de Dios, debe seguir el camino dela cruz. De igual manera, si quiere beneficiarse de la muerte salvadora de Jesús, usteddebe convertirse en parte de su reino y de su proyecto. Sólo hay un Jesús, sólo hay unahistoria del Evangelio, aunque se relate en cuatro patrones caleidoscópicos. Por lo tanto el reinado del cielo y el reinado de Dios se deben poner en práctica en elmundo, lo que resultará en la salvación, tanto en el presente, como en el futuro, unasalvación que es para humanos y a través de humanos salvados para el mundo másamplio. Esta es la base sólida para la misión de la Iglesia. Sin embargo, para explorarloen mayor grado de detalle necesitaremos un capítulo completo.

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Capítulo 13

La construcción del reino 1. Introducción Al verse enfrentadas con el reto de trabajar para el reino de Dios en el presente, sonmuchas las personas que de inmediato plantearán su objeción. Preguntarán, porejemplo: «¿no suena eso como si uno estuviera tratando de construir el reino de Diospor su propio esfuerzos?». Bueno, si suena de esa manera, pues lo siento mucho, yaque no se pretendía que sonara así. Quizás sea necesario aclarar un poco más esteconcepto. Tenemos que estar claros acerca de dos puntos. En primer lugar, Dios es quienconstruye el reino de Dios. Sin embargo, Dios ha ordenado su mundo de manera talque su propio trabajo dentro de ese mundo pueda tener lugar también a través de suscriaturas, que no son otras que los seres humanos que reflejan su imagen. En miopinión, ése es un aspecto básico para explicar de qué trata la noción de «estar hechosa la imagen y semejanza de Dios». Dios pretende que su presencia sabia, creativa yllena de amor y poder se refleje, o, por así decirlo, que se «represente como imagen»en su mundo a través de sus criaturas humanas. Él nos ha llamado a actuar como susguías en el proyecto de la creación. De igual manera, luego del desastre de la rebelióny la corrupción, él ha incorporado al mensaje del Evangelio el hecho de que, a travésde las obras de Jesús y del poder el Espíritu Santo, él les ha dado a los seres humanostodo lo que requieren para trabajar en la labor de lograr que el proyecto vuelva aenrumbarse como debe. Por lo tanto, la objeción de que nosotros estemos tratando deconstruir el reino de Dios por nuestro propio esfuerzo, aunque pudiera parecer unaactitud humilde y piadosa, también puede ser una forma de esquivar la responsabilidady de mantener baja la cabeza, sin levantarla ni un ápice, cuando sabemos que el jefeestá buscando voluntarios. Aunque, cabe acotar, por cierto, que no es que uno vaya apoder eludir para siempre la llamada de Dios... pero, bueno. En segundo lugar, tenemos que distinguir entre el reino final y las anticipacionesactuales del mismo. Claro está que la venida final en la que ;e unirán el cielo y la tierraes el acto supremo de la nueva creación de Dios, del cual el único prototipo real, queno haya sido la primera creación en sí, fue la resurrección de Jesús. Sólo Dios hará quetodas las cosas se resuman en Cristo, tanto las cosas del cielo, como las cosas de latierra. Sólo él hará «los nuevos cielos y la nueva tierra». Sería casi un acto de locura

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pensar que nosotros siquiera podríamos ayudar en ese gran trabajo. Ahora bien, lo que sí podemos y debemos hacer en el presente, si decidimos acatar conobediencia lo que nos dicta el Evangelio, si seguimos a Jesús y si estamos habitadosinternamente, vigorizados y dirigidos por el Espíritu, es construir para el reino. Unavez más, esto nos lleva de vuelta a 1 Cor 15,58: ya nuestro trabajo en el Señor no es envano. No se trata en lo absoluto de que estemos aceitando el motor de un vehículo queestá a punto de caerse por un despeñadero. Tampoco es cuestión de que uno estérestaurando una gran pintura que dentro de muy poco va ser a lanzada al fuego, asícomo tampoco se trata de sembrar rosas en un jardín que está a punto de ser excavadopara colocar los cimientos: de una obra de construcción. Por extraño que puedaparecer, por difícil que sea creerlo, como es también difícil creer en la propiaresurrección, uno lo que está logrando es algo que se convertirá, a su debido momento,en parte del nuevo mundo de Dios. Todo acto de amor, de gratitud y de amabilidad;toda obra de arte o de música que se inspire en el amor a Dios, así como en el deleiteen la belleza de su creación; cada minuto que se dedique a enseñarle a un niño conalguna discapacidad severa a leer o a caminar; toda acción dirigida a cuidar y educar alos demás, a darle consuelo y respaldo al prójimo, y no tan sólo a nuestros hermanoshumanos, sino también a las demás criaturas no humanas y, sin lugar a dudas, todaoración, toda enseñanza que se base en el Espíritu, toda acción que sirva para difundirel Evangelio, que construya la Iglesia, que adopte e incorpore la santidad, pero no lacorrupción, y que haga que se honre el nombre de Jesús en el mundo entero, todo estologrará encontrar su camino a través del poder de resurrección de Dios para ingresar ala nueva creación que Dios hará algún día. Esa es la lógica de la misión de Dios. Larecreación por parte de Dios de su mundo fabuloso, que ha empezado con laresurrección de Jesús y que continúa de forma misteriosa a medida que el pueblo deDios vive en el Cristo resucitado y en el poder de su Espíritu Santo, significa queaquello que hacemos en Cristo y mediante el Espíritu está presente y no se desperdicia. Él logrará perdurar hasta finalmente llegar al nuevo mundo de Dios. En realidad, allí severá realzado. No tengo idea alguna de lo que esto querrá decir con precisión en la práctica. Estoypresentando simplemente un letrero y no una fotografía de aquello que encontraremoscuando lleguemos a aquel lugar hacia el cual apunta el letrero. No sé cuáles son losinstrumentos que tendremos para tocar a Bach en el nuevo mundo de Dios, aunque síestoy seguro de que allí estará presente la música de Bach. No sé tampoco cómo elhecho de que yo plante hoy un árbol se relacionará con los árboles fabulosos queencontraremos en el mundo recreado de Dios, aunque sí recuerdo las palabras deMartin Lutero que indican que la reacción adecuada al saber que el reino estabaviniendo al día siguiente era que teníamos que salir a plantar un árbol. No sé cómo la

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pintura que un artista crea hoy mediante la oración y la sabiduría encontrará un lugaren el nuevo mundo de Dios. No sé cuál es la manera en la que reaparecerán en esenuevo mundo nuestras obras de justicia en favor de los pobres y de remisión de lasdeudas globales. Sin embargo, lo que sí sé es que el nuevo mundo de Dios de justicia yde alegría, de esperanza para toda la tierra, fue lanzado cuando Jesús se levantó de latumba en la mañana de Pascua y sé también que él llama a sus seguidores a vivir en élpor el poder del Espíritu y a ser la gente de la nueva creación aquí y ahora, trayendoconsigo los signos y símbolos del reino para que nazcan en la tierra como en el cielo.La resurrección de Jesús y el don del Espíritu significan que estamos llamados a traersignos reales y efectivos de la creación renovada de Dios a la tierra y a su nacimientoincluso en plena era actual. Si no fuéramos a lograr que las obras y signos derenovación nacieran dentro de la creación de Dios, estaríamos en franca colusión, talcomo lo ha estado siempre el gnosticismo, con las propias fuerzas del pecado y de lamuerte. Ahora bien, no enfoquemos la atención hacia lo negativo. Por el contrario,pensemos en lo positivo: pensemos en el llamado y la vocación, en el presente, paracompartir la fe sorprendente de toda la nueva creación de Dios. La imagen que he utilizado con frecuencia para tratar de explicar esta idea extraña,aunque no por ello menos importante, es aquella del picapedrero que trabaja en unaparte de una gran catedral. El arquitecto ya tiene la totalidad del plan muy clara en lamente y le ha dado las instrucciones pertinentes al equipo de albañiles en cuanto a laspiedras que necesitan tallar de tal o cual manera. El capataz distribuye estas tareasentre los miembros del equipo. Uno será el encargado de darle forma a las piedras parauna torre o torrecilla en particular. Otro le dará forma al patrón delicado queinterrumpe lo que de otra manera serían líneas rectas imperdonables. Otro trabajará enlas gárgolas o en los escudos. Otro se encargará de esculpir las estatuas de los santos ylos mártires, o de los reyes y las reinas. Ellos estarán apenas conscientes de que hayotras personas que están también adelantando sus trabajos y sabrán, claro está, que haymuchos otros grupos y cuadrillas enteras que están muy ocupadas también, aunque entareas bastantes diferentes. Cuando ellos hayan terminado con sus piedras y susestatuas, entonces las podrán entregar sin que necesariamente tengan que saber muchoacerca del lugar en el que su trabajo encontrará su destino final en el edificioterminado. Es probable que ni siquiera hayan visto los planos completos del arquitectoque cubre todo el edificio con «su parte» individual identificada en su lugar preciso.De igual manera, es probable que no vivan para ver el edificio totalmente construidocon su trabajo al fin en el lugar al que pertenece. Sin embargo, ellos sí confiarán en elarquitecto y estarán seguros de que el trabajo que ellos han realizado siguiendo susinstrucciones no se va a desperdiciar. Ellos, en sí mismos, no están construyendo lacatedral. Sin embargo, sí están construyendo para la catedral y cuando la catedral yaesté completamente lista, su trabajo se verá realzado y ennoblecido, lo que significarápara ellos mucho más de lo que hubiera significado mientras estaban cincelando y

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dándole forma a su pieza en el patio de los picapedreros. Claro está, esa imagen es en sí incompleta, ya que la catedral sí será construida, a lalarga, por obra de la combinación de todos los artesanos y obreros que trabajan juntos,mientras que el reino final de Dios, tal como ya lo he dicho, será un regalo nuevo yfresco de transformación y renovación que nos brinde el Arquitecto mismo. Sinembargo, basta con apuntar hacia el camino en el que hay continuidad, al igual quefalta de continuidad, entre la vida presente y el trabajo que hacemos en ella y la vidafutura final en la que Dios ha reunido todas las cosas y las ha transformado, «haciendoque todas las cosas sean nuevas» en Cristo. Nuestro trabajo en el Señor «no es envano» y ése es precisamente el mandato que necesitamos para todo acto de justicia yde misericordia, para todo programa de ecología, para todo esfuerzo que hagamos porreflejar la imagen sabia de Dios que nos guía hacia su creación. En la nueva creación,el mandato humano antiguo de velar por el jardín se reafirma de forma dramática, talcomo Juan nos lo sugiere en su historia de la resurrección en la que María asume aJesús como el jardinero. La resurrección de Jesús es la reafirmación de la bondad de lacreación y el don del Espíritu está presente para hacernos a nosotros los seres humanosplenos que estamos supuestos y llamados a ser, precisamente de manera quefinalmente podamos cumplir con tal mandato. Por consiguiente, el trabajo que realizamos en el presente logra su pleno significado enel diseño final al que está llamado a pertenecer. Cuando esto se aplica a la misión de laIglesia, quiere decir que debemos trabajar en el presente para las señales previas deaquel estado final de las cosas cuando Dios sea «todo en todo», cuando su reino hayavenido y cuando se haga su voluntad «así en la tierra como en el cielo». Claro está queesto será radicalmente diferente al tipo de trabajo al que pudiéramos dedicarnos sinuestra única tarea fuera la de salvar almas para un cielo incorpóreo o, simplemente, lade ayudar a la gente a cumplir «su relación con Dios» como si eso fuera el final detodo. También será significativamente diferente al tipo de trabajo que pudiéramosemprender si nuestra única tarea fuera olvidar cualquier dimensión de Dios y tratarsimplemente de hacer mejor la vida dentro de la continuación del mundo tal como éstees. Esto nos lleva de frente hacia ciertas áreas de contención, aunque igualmenteimportantes y necesarias. La Iglesia actual (lo que incluye a la «Iglesia emergente», la«Iglesia líquida», las «expresiones recién emitidas por la Iglesia», la «Iglesiaconformada por la misión» y muchas otras) está lidiando con la pregunta acerca decuál es su misión y cómo podría verse la vida en los días por venir. Sin embargo, elánimo actual de frustración que generan los patrones existentes de la vida de la Iglesia,aunado a una experimentación postmoderna libre para todos, por un lado, y a lostemores protestantes residuales acerca del orden creado, por el otro, se han unido para

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conspirar y producir un caos alegre y, en algunas ocasiones, no tan alegre. Este es elcontexto dentro del cual una perspectiva adecuada de la escatología bíblica puede ydebe generar una visión fresca de la misión de la Iglesia, aunque sin lugar a dudastambién será una visión controversia!. Para decirlo claramente y sin rodeos, es necesario redimir a la creación. En otraspalabras, el espacio se debe redimir, así como también se debe redimir el tiempo y sedebe redimir la materia. Dios le manifestó su aprobación y le dijo «muy bien» a sucreación en el espacio, el tiempo y la materia y, aunque la redención de este mundo, desu corrupción y descomposición actual, implique transformaciones que no podemossiquiera imaginar, de lo único que sí podemos estar totalmente seguros es de que laredención de la creación significará que Dios se referirá al espacio, al tiempo y/o a lamateria diciendo: «qué buen intento, muy bueno, bueno mientras duró aunque, sinlugar a dudas, es obvio que se ha echado a perder. Por lo tanto, pongámoslo a un ladoy busquemos en vez de esto un mundo sin espacio, sin tiempo y sin materias. Ahorabien, si Dios verdaderamente pretende redimir su mundo creado de espacio, tiempo ymateria, en vez de proceder a rechazarlo, se nos plantea, más bien, la preguntasiguiente: ¿cómo se vería la celebración de aquella redención, aquella sanación yaquella transformación en el presente; lo anticiparía de esta manera y de la formaapropiada la intención final de Dios? Quisiera resaltar algo antes de empezar nuestro análisis para así anticiparme a laobjeción obvia. Siempre y cuando perdure el mundo presente, existirá el peligro de laidolatría, el de adorar a la criatura, en vez de al Creador. Ya que el espacio, el tiempo yla materia son las materias primas de las que se han formado los ídolos, algunaspersonas devotas han supuesto que deben rechazar el espacio, el tiempo y la materiapor sí mismos, de manera que cualquier objeto que se utilice en la adoración, cualquieracción realizada, cualquier «santo lugar», se convierta de inmediato en un sospechoso. Bueno, claro está que existe algo llamado idolatría y que debemos protegernos ycuidarnos de ella. En realidad, debemos hacer que desaparezca sin piedad alguna.Ahora bien, la idolatría es siempre la perversión de algo bueno. La avaricia y la gula,que son la adoración de los apetitos y de aquello de lo que éstos se alimentan, son laperversión del instinto que nos ha dado Dios para disfrutar en forma adecuada de lacreación buena. Por lo tanto, la respuesta adecuada a la idolatría no es el dualismo, niel rechazo del espacio, el tiempo y la materia como elementos que sean dañinos opeligrosos en sí mismos, sino la adoración renovada del Dios Creador que establece elcontexto del disfrute adecuado y del uso pertinente del orden creado, sin el peligro deadorarlo. El hecho de que vivamos dentro del espacio, del tiempo y de la materia y quelos disfrutemos y los usemos, debe compararse y medirse de modo constante con lahistoria de Jesús, tanto en cuanto a la forma en la que él comparte el espacio, el tiempo

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y la materia como Hijo Encarnado en su muerte, a través de la cual será él quienenjuicie a todos por la idolatría y el pecado, como en cuanto a su resurrección, en laque el espacio, el tiempo y la materia se renuevan en su cuerpo y anticipan larenovación final de todas las cosas. El peligro de la idolatría y la respuesta adecuadaque podemos darle es como una rúbrica sobre lo que está por venir. La Iglesia ha sidollamada a una misión para poner en práctica la resurrección de Jesús y anticipar de esamanera la nueva creación final. ¿Cómo podría ser esto? 2. La justicia La primera categoría fundamental que quiero explorar es la de la justicia. Utilizo estapalabra como un atajo o una manera conveniente de referirme a la intención de Dios, lacual se ha expresado desde el Génesis hasta el Apocalipsis, que no es otra que la deponer de nuevo cada cosa del mundo en su justo lugar en el mundo. Este es un planque se ha cumplido gloriosamente en Jesucristo y que se ha cumplido de formasuprema en su resurrección (luego de su victoria en la cruz sobre los poderes del mal yde la muerte) y que ahora debe ponerse en práctica en el mundo. No nos podemoslibrar de la responsabilidad actual, tal como lo tratan de hacer muchos cristianos y,sobre todo, dentro de algunas corrientes del fundamentalismo, con tan sólo declararque el mundo está actualmente en un estado tan caótico que no hay nada que puedahacerse al respecto hasta que vuelva el Señor. Ese es el dualismo clásico. Muchaspersonas lo siguen y defienden con entusiasmo. A la Iglesia la deja en una situación enla que no tiene mucho que hacer en el presente, excepto ocuparse de los heridos de lamejor manera posible mientras esperamos un tipo totalmente diferente de salvación. No obstante, el solo el hecho de decir que hay más en juego y que todo no se limita alo anterior no es equivalente en lo absoluto a volver al viejo «evangelio social». Másbien, implica vivir conscientemente entre la resurrección de Jesús acaecida en elpasado y la creación del nuevo mundo de Dios en el futuro. Esta es la razón por la cualla teología del modernismo liberal, en su mejor momento y expresión, siempre luchabapor sus agendas sociales con una mano atada detrás de la espalda. Claro está quealgunos cristianos han hablado de la resurrección como una manera en la que puedenreforzar un dualismo que los deja sin preocupación social alguna. Sin embargo, esto hasido siempre una distorsión grave. Precisamente debido a que Jesucristo se levantó deentre los muertos, el nuevo mundo de Dios ya ha irrumpido en el presente y el trabajocristiano de justicia es en el presente, como en el caso por ejemplo, de las campañasque están en marcha para lograr la remisión de la deuda y la responsabilidadecológicas, que asumen la forma que tienen. Si Jesús dejó atrás su cuerpo en la tumbay si nosotros estamos llamados a hacer lo mismo, tal como lo pensaban muchosteólogos de la última generación, entonces, nos están robando, tanto el piso como laenergía, para lograr que nuestro trabajo le aporte señales reales, corporales y concretas

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de esperanza al mundo actual. Pensemos en los saduceos. Ellos constituían la élite poderosa en el mundo de Jesús.Era Roma la que los había mantenido en ese lugar y ellos disfrutaban de riqueza,condición y prestigio dentro de la sociedad judía. Se argumentaba que al negar laresurrección, así como cualquier tipo de vida futura, se basaban en su creencia de quela doctrina era algo moderno, un argumento reciente inventado por los últimosprofetas, como es el caso de Daniel. Según ellos lo manifestaban, no se encontrabaninguna mención al respecto en los cinco libros de Moisés. Los fariseos manifestabanlo contrario, como el propio Jesús y, para ello, recurrían a su cita del Éxodo en la queDios declara que él es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. Ahora bien, cuandoJesús cita ese verso, no está simplemente sacando un conejo del sombrero exegético yencontrando un pasaje en los libros de Moisés que habla de los patriarcas como sitodavía estuvieran vivos y como si, por lo tanto, a modo de implicación, siguieranesperando la resurrección. El punto de que Dios le dijera a Moisés que él es el Dios deAbraham, de Isaac y de Jacob tiene como propósito resaltar lo que él está por decir enlos siguientes versículos: que él ha escuchado el clamor de su pueblo que está en laesclavitud y que está bajando a rescatarlo y a guiarlo de vuelta a su tierra prometida. Dentro del marco del mundo de Jesús durante el primer siglo, para los fariseos y lossaduceos, la doctrina de la resurrección era una doctrina revolucionaria. Hablaba de ladeterminación de Dios de realizar un nuevo Éxodo, el verdadero retorno del exilio, lagran liberación de la opresión y de la esclavitud, la liberación por la que tanto habíaesperado Israel. Y la razón verdadera por la que los saduceos se oponían a esto, detrásde la cortina de humo de los argumentos teológicos, por una parte, y de las historiastontas acerca de las mujeres que tenían siete esposos, por la otra, era que ellos sí sabíanque la doctrina de la resurrección era una amenaza que ponía en peligro su propiaposición. Sabían muy bien que esto significaba que Dios estaba poniendo al mundo alrevés de lo que estaba. Más aún, sabían que la gente que creía que Dios pondría elmundo al revés, gente como María con su Magníficat en el que los poderosos eranbajados de sus tronos y se exaltaba a los humildes y a los mansos, no iba a dudarcuando se tratara de emprender algunas actividades que estuvieran dirigidas a cambiaral mundo en el presente. A este respecto no se trata de que, cual pilotos bombarderossuicidas, las personas que creen en la resurrección estén más contentas de morir por lacausa porque están contentas de dejar este mundo actual y escapar hacia un futuroglorioso. Más bien, de lo que se trata es de gente que cree en la resurrección, en queDios está haciendo un nuevo mundo en el que todo por fin estará en su justo lugar yestas personas están motivadas de forma indetenible de manera de trabajar para esenuevo mundo en el presente. Si esto fue cierto incluso en el caso de los fariseos, aun antes de que alguien en

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realidad hubiera sido resucitado de entre los muertos, ¿cuánto más cierto debe ser en elcaso de nosotros, quienes celebramos y proclamamos que no sólo Jesús se halevantado de entre los muertos, sino que lo celebramos y proclamamos como aquel quede esa manera ha sido instaurado como el Señor de todo el mundo? Al mundo ya se ledio la vuelta y todo está al revés de cómo estaba. De eso es precisamente de lo quetrata la Pascua de Resurrección. No es ni siquiera cuestión de esperar hasta que Dios, ala larga, haga algo diferente al final de los tiempos. Dios ha traído hacia el presente sufuturo, ese futuro en el que pondrá cada cosa en su justo lugar. Lo ha traído al presenteen Jesús de Nazaret y él quiere que ese futuro esté cada día más involucrado en elpresente. Esto es precisamente aquello que pedimos cada vez que rezamos la Oraciónde Dios Nuestro Señor: Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad así en la tierracomo en el cielo. Y esta es la razón por la que, a renglón seguido, en esta oraciónrezamos por nuestro pan y pedimos por nuestro perdón. Yo me atrevo a sugerir que esprecisamente a este respecto que el elemento de la justicia se acerca más hoy en día anuestra aldea global. Una vez más, existen dos extremos hacia los cuales tiende a inclinarse el pueblocristiano. Para empezar, podemos decir que están aquellos que declaran que si Jesús esun verdadero revolucionario, entonces la tarea única principal del cristiano es la deconstruir el reino aquí en la tierra a través de la revolución social, política y cultural.Muy a pesar nuestro, este evangelio social (tal como solía llamársele) ha fallado deforma muy especial y no ha logrado cumplir con lo prometido en el siglo o más, desdeque se le empezara a defender en esta manifestación moderna. Es mucho el bien que seha hecho, es muy grande: las condiciones sociales han mejorado ampliamente, aunqueigualmente podemos preguntarnos hasta qué punto y en qué grado esto se ha debido ala labor cristiana y hasta qué punto y en qué grado ha sido el resultado de otrasinfluencias y esto es difícil de determinar. Sin embargo, seguimos siendo un mundofragmentado, atemorizado y golpeado. Incluso en el Occidente próspero y abundante,siguen existiendo muchos lugares que están en las condiciones que son típicas de lasnovelas de Dickens e, incluso, peores aún. Y esto es más sorprendente incluso porque,fundamentalmente, están fuera de la vista y de la mente de los medios que imprimenen sus páginas sólo artículos de lujo y comodidad. En el otro extremo de la balanza, tenemos a aquellos que declaran que nada puedehacerse hasta que el Señor vuelva y ponga todas las cosas en su justo lugar. Lasfuerzas del mal están demasiado arraigadas y nada, excepto un gran momentoapocalíptico de poder divino, puede enfrentar o cambiar las estructuras profundas de lamanera en la que las cosas se están llevando a cabo. Este tipo de dualismo se encarnade forma muy efectiva en aquellas sociedades en las que, a pesar de que se puede ver ynombrar la injusticia, es políticamente inconveniente hacer algo al respecto. Segúnseñala esta opinión, seguiremos adelante con el verdadero interés del Evangelio, que

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no es otro que aquel de salvar vidas para el mundo futuro. Incluso llevaremos a cabooperaciones de limpieza y actividades de curación para buscar a la gente hasta en lomás profundo de cualquier montón de escombros. Sin embargo, no haremos nada conrespecto a las estructuras que la llevaron hasta esa situación y que la mantiene allí. Estetipo de dualismo hace que desaparezca la actividad sanadora continua del Padre delmundo que él ha hecho, la del Hijo del mundo del que ya es el Señor y la del EspírituSanto del mundo dentro del cual él (¿ella?) se queja con dolor de sus tribulaciones. Ninguna de estas visiones comienza siquiera a hacerle justicia en cualquier sentido a laorden que nos da Pablo de ser inquebrantables e inflexibles cuando se trata de llevar acabo el trabajo del Señor, ya que nuestro trabajo en el Señor no es en vano. La creenciacristiana primitiva universal era que Jesús ya había demostrado públicamente que erael Mesías de Israel y el verdadero Señor del mundo a través de su resurrección. Talcomo lo hemos visto, eso es parte del meollo fundamental de la historia cristiana. Esmás, si creemos en ella y rezamos, tal como él nos lo ha enseñado, para que el reino deDios venga así en la tierra como en el cielo, no hay manera alguna en la que podamosquedarnos contentos con las injusticias tan serias que se observan en el mundo.Debemos reconocer, tal como podemos apreciar que se reconoce en la segunda visión,que para ese momento en el que se pondrán las cosas en su justo lugar no se tiene queesperar hasta el último día. Por lo tanto, hay que evitar la arrogancia o el triunfalismode la primera visión, cuando imaginamos que podemos construir el reino mediantenuestros propios esfuerzos, sin la necesidad de un gran acto adicional divino de nuevacreación. Ahora bien, tenemos que estar de acuerdo con la primera visión que estableceque el hecho de hacer justicia en el mundo es parte de la tarea cristiana y, por lo tanto,debemos rechazar el derrotismo de la segunda visión que propugna que no vale nisiquiera la pena intentar algo. Según veo yo las cosas, la tarea más importante que enfrentamos en nuestra generacióncon respecto al problema de la esclavitud de hace dos siglos es el gran desequilibrioeconómico del mundo cuyo mayor síntoma es la deuda del tercer mundo que es tantoridícula como imposible de pagar. Me he referido a este tema muchas veces durantelos últimos años y tengo la impresión de que algunos de nosotros, al igual que el viejoWilberforce con respecto al tema de la esclavitud, estamos dispuestos a matar a lagente de aburrimiento al hablar una y otra vez sobre esto hasta que a la larga se nosentienda lo que decimos y el mundo cambie. Hay muchos libros excelentes acerca deltópico y lo abordan desde diferentes puntos de vista, por lo que ahora no pretendoentrar a discutirlo con mayor grado de detalle. Simplemente quiero hacer pública miconvicción de que éste es el problema moral número uno de nuestros días. El sexotiene una gran importancia, pero la justicia global es mucho más importante aún. Elsistema actual de la deuda mundial es el verdadero escándalo inmoral, el pequeñosecreto sucio que se esconde, o más bien, es el inmenso secreto sucio del capitalismo

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occidental glamoroso y deslumbrante. Sin importar lo que se requiera para lograrlo,debemos cambiar la situación o estaremos condenados por la historia futura junto aquienes respaldaron la esclavitud hace dos siglos y a quienes respaldaron a los nazishace tan sólo setenta años. Este problema es, sin lugar a dudas, así de serio. Éste no esel lugar adecuado para que yo desarrolle mis argumentos. Simplemente quiero hacercuatro comentarios breves, a la luz del tema que hemos venido explorando a todo lolargo de este libro, acerca de la naturaleza de los debates que uno enfrenta cuando setrae a colación este asunto. (Esto lo sé muy bien: cada vez que escribo sobre talesproblemas, algunos críticos y comentaristas de mis escritos, por lo general de EstadosUnidos, me escriben para decir que más me valdría limitarme a hablar sobre Jesús yPablo y que no me debería meter en cosas relacionadas con la economía y la política.Afortunadamente, hay muchos otros, tanto en Estados Unidos, como en otros lugares,que me han instado y me siguen instando a que continúe haciéndolo). En primer lugar, es necesario resaltar la forma en la que la retórica a la que se recurrenormalmente para hablar en contra de la emisión de las deudas globales se hace eco delos argumentos que se utilizaron contra la abolición de la esclavitud. Si uno lee losdocumentos que se escribieron en el siglo XVIII, como es el caso, por ejemplo, de losdel cuáquero John Woolman (1720-1772), en ellos encontraremos dicha similitud.Leamos una vez más la historia de Wilberforce (1759-1833). Pensemos en todas lasactitudes condescendientes, técnicas dilatorias y, en algunas ocasiones, hasta actosintimidatorios que ellos tuvieron que soportar. No olvidemos el tono de voz con el quese les decía: «nosotros sabemos muy bien cómo funciona el mundo; no nos vengas amolestar con tus argumentos morales». Recordemos los intereses poderosos quellevaban a los grandes y a los buenos a hacer cabildeo contra ellos. Todo esto vuelve aser una rutina ahora a medida que el imperio global occidental lucha contra el clamorpor la justicia. Es más, cada vez lo aplazamos un día más y, mientras tanto, muerenvarios cientos de niños. Y esto no es más que el principio. Por lo tanto, debemos aprender a reconocer los argumentos complejos contra laremisión de la deuda y tomarlos precisamente por lo que son. La gente tiende adecirnos que éste es un tema que tiene muchas aristas y que es muy complejo ydelicado. Sí, es verdad, lo es. También lo era la esclavitud. En realidad lo son todos losproblemas morales de gran envergadura. El hecho es que lo que ahora está sucediendono se pudiera describir sino como el simple robo que los fuertes perpetran en losdébiles, que los ricos perpetran en los pobres. Quiero aclararles que estoy eligiendomis palabras con todo cuidado. Lean la literatura acerca del tema y compruébenloustedes mismos. Si un policía atrapa a un ladrón con las manos en la masa, no necesitarecurrir a argumentos complejos que describan los motivos que tenía el ladrón, lascomplejidades irrevocablemente relacionadas con la situación económica del ladrón ycon la de su víctima, así como a cualquier otra evasiva. Lo que es importante es

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simplemente asegurarse de evitar que pueda proceder con el robo y detenerlo deinmediato. A la luz de todo esto, deberíamos aprender a reconocer las historiascomplejas de quienes tienen intereses creados y que se asemejan mucho a las historiascomplejas que relataban los saduceos para demostrar cuán imposible era creer en laresurrección. La respuesta de Jesús fue clara, rotunda y concisa: ¿No estánequivocados por esto, por no conocer la Escritura ni el poder de Dios? (Mc 12,24).Nuestra respuesta debe ser que ya que creemos en la resurrección de Jesús como unevento dentro de la historia, creemos también que el Dios vivo ya había iniciado elproceso de la creación nueva y que lo que nos puede parecer imposible en términoshumanos, sí es posible para Dios. Por consiguiente, cuando la gente nos presenta sus objeciones, a mí y a otros, tal comoen realidad lo hace, y nos señala que los ricos se están haciendo más ricos y los pobresse están haciendo más pobres, al tiempo que nos comenta que la riqueza no es finita,que las soluciones «estatistas» y «globalistas», así como también las dádivas,simplemente le quitarán al pobre su dignidad humana y su vocación para el trabajo yque todo esto le instará a caer en una envidia pecaminosa hacia los ricos, en unescapismo indolente y en una dependencia y confianza contraproducente en el César,en vez de en Dios, cuando escucho este tipo de comentarios, lo que quisiera hacer esllevar a los que esgrimen tales argumentos a los campos de refugiados, a las aldeas enlas que mueren niños todos los días, a los pueblos en los que la mayoría de los adultosya ha muerto de SIDA y mostrarles algunas personas que ya ni siquiera tienen laenergía para sentir envidia, que no son indolentes ni perezosos, sino que están usandotoda la energía que les queda para hacer cola para recolectar agua y para cuidarse unosa otros porque ellos saben perfectamente que no requieren tanto las dádivas, que lo quenecesitan es justicia. Yo sé bien y también estas personas lo saben en lo más íntimo desu ser que la riqueza no es un juego de suma cero y que, con tan sólo leer las obras decolección de F. A. Hayeken una silla cómoda en América del Norte, no estamosabordando verdaderamente los problemas morales del siglo veintiuno. En segundo lugar, volvamos a lo que mencioné en un párrafo anterior: la manera en laque la teología liberal del siglo pasado, al negar la resurrección corporal, ha hechocausa común con los saduceos y ha guardado las distancias con Dios y, de ese modo,ha mantenido a raya y contenido cualquier posibilidad de un trabajo con base teológicarealizado para el nuevo mundo de Dios, para que el reino venga así en la tierra comoen el cielo. También a este respecto evidenciamos múltiples ironías ya que elliberalismo del evangelio social también estaba adoptando las negaciones modernistasde la acción de Dios en la historia, cuando dicha acción era precisamente lo que ellosnecesitaban como su fundamento. Hoy en día, los herederos de esa teología liberalestán muy interesados en marginar la Biblia y declaran que ésta respalda la esclavitudy otros comportamientos malvados porque simplemente no les gusta lo que dice la

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Biblia acerca de otros temas como, por ejemplo, la ética sexual. Sin embargo, si unoaparta y deja de lado la Biblia, estará simplemente en clara colusión con el imperiopagano al mismo tiempo que se estaría negando el libro que es la fuente para la críticade la opresión del reino. Los saduceos no conocían la Biblia, ni el poder de Dios, y ésaes la razón por la que negaban la resurrección y respaldaban a Roma. Sin embargo, en tercer lugar, debemos analizar el punto de la imagen en el espejo:aquella teología tan conservadora que incluso está presente en Estados Unidos dondeahora tiene una influencia muy fuerte, también ha servido para reforzar el dominio deOccidente. Los años de la Guerra Fría le permitieron a Estados Unidos construir suimagen como la respuesta de Dios al comunismo. Muchas iglesias conservadoras deese país siguen con vida por la creencia de que lo que es bueno para Estados Unidos,es bueno para Dios. El resultado de ello es, por ejemplo, que si Estados Unidosnecesita generar más lluvia ácida para mantener en alza la producción de automóviles,Dios tiene entonces que estar contento con esa producción y cualquiera que toque eltema de la contaminación o que se vea defraudado porque el presidente no firmó elProtocolo de Kioto es de alguna manera anticristiano o simplemente está propugnando«un neosocialismo bautizado», que fue precisamente de lo que me acusó un crítico. Lacreencia desenfrenada en el «rapto» respalda ampliamente esto, tal como lo vimos conanterioridad: ya viene el Apocalipsis; por lo tanto, ¿a quién le puede interesar en quéestado se encuentra el planeta? La ironía es que aquellas iglesias americanas queprotestan más airadamente y abiertamente contra la enseñanza del darwinismo en susescuelas, son a menudo las que respaldan un tipo de darwinismo económico en suspolíticas públicas, al defender la sobrevivencia del más apto en los mercadosmundiales y en el poderío militar. En cuarto lugar, cabe mencionar en particular que la fuerte creencia en la resurreccióncorporal de Jesús que se aprecia en el caso de los cristianos conservadores de muchaspartes del mundo, especialmente de Estados Unidos, ha sacado esa creencia de sucontexto bíblico, para colocarla, más bien, dentro de un contexto diferente en el quesirve a intereses diametralmente opuestos a los bíblicos. Hoy en día, para muchoscristianos conservadores, la creencia en la resurrección corporal de Jesús tiene que vercon la acción sobrenatural de Dios en el mundo y legitima una visión de la realidad dearriba y de abajo; en otras palabras, un dualismo en el que lo «sobrenatural» es elmundo real y lo natural, lo que es de este mundo, es secundario y, en buena parte,irrelevante. Por lo tanto, la resurrección se afirma como la creencia ortodoxa porencima y contra el modernismo liberal. Sin embargo, con lo que uno termina es con elmodernismo conservador que deja el modernismo intacto (la división entre el cielo y latierra) y, en realidad, lo refuerza. Claro está que, desde este punto de vista, lo queinteresa e importa es la salvación sobrenatural negadora del mundo que ofrece elEvangelio. Cualquier intento por trabajar para la justicia de Dios así en la tierra como

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en el cielo se condena como ese accionar que tratan de implantar aquellos liberalesmalvados antisobrenaturales. Esto es precisamente lo que no es la resurrección y, aldefender la posición ortodoxa acerca de la Pascua de Resurrección, me he percatado enlos últimos años de que muchos liberales no están atacando realmente la Pascua deResurrección en sí, sino la política escapista y socialmente conservadora de aquellosque perciben que la están defendiendo. Lamentablemente, esa distorsión intrincada delEvangelio no la encontramos simple y únicamente en el fundamentalismonorteamericano. Por lo tanto, desde ambos lados internos de la supuesta cultura cristiana, quienesniegan la resurrección y así cortan y apartan la rama de la que debe crecer el verdaderotrabajo cristiano por la justicia, y quienes la afirman, pero la usan para reforzar suteología contraria a este mundo, encontramos razones aparentemente poderosas parano hacer nada sobre la lucha del mundo y para dejar que las cosas tomen su propiocurso, lo que quiere decir, claro está, que se permite que los fuertes y poderosos siganganando. Una vez más, esto lleva implícito un darwinismo social. Deberíamos sabermuy bien a dónde nos condujo esto hace cien años, cuando los predicadores de GranBretaña y Alemania declararon solemnemente que unas cuantas guerras bien libradaspodrían ser la manera que Dios habría elegido para permitir que la raza humana sehiciera más apta y más fuerte. A medida que vamos aprendiendo las lecciones delfuturo de Dios no debemos olvidar las lecciones trágicas de nuestro propio pasado. El paradigma que he establecido en este libro nos habla ampliamente en contra deambos lados. Este es el punto en el que la teología bíblica genuina puede salir a la luzy sorprender a quienes pensaban que la Biblia era irrelevante o peligrosa para la éticapolítica, así como a los que pensaban que tomar verdaderamente en serio la Bibliaimplicaba ser conservador políticamente, al igual que en lo teológico. La verdad esdiametralmente opuesta, tal como ya deberíamos haber adivinado de la propiapredicación que hacía Jesús del reino. De igual manera, a este respecto cabe mencionartambién su muerte como un supuesto rey rebelde. Su resurrección y la promesa deDios del nuevo mundo que ésta también trae consigo crean un programa para elcambio y nos ofrecen la posibilidad de facultarlo. Aquellos que creen en el Evangeliono tienen otra opción que seguirlo. Así mismo, si la gente le dice a usted que, después de todo, no es mucho lo que ellapueda hacer, recuerde que la respuesta que debe darle es que sí lo puede hacer. ¿Qué lerespondería usted a aquellos que le dijeran, con toda razón, que Dios podría hacerlostotalmente santos en la resurrección y que ellos nunca llegarían a este estado de totalsantidad hasta entonces?¿ Y qué les respondería a quienes, como resultado de ellodirían, aunque estuvieran equivocados, que por consiguiente no tendría sentido algunotratar de vivir una vida santa hasta que llegara ese momento? Sin lugar a dudas, usted

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recurriría a algún tipo de escatología inaugurada. Usted insistiría en que la nueva vidadel Espíritu, en clara obediencia al señorío de Jesucristo, debería producir unatransformación radical del comportamiento en la vida presente, anticipando la vidaporvenir, incluso cuando sabemos que nunca estará completa e íntegra hasta entonces.Esta es la lección que se nos da en Ro 6. ¡Pues bien, apliquemos lo mismo a Ro 8!¿Cómo le podríamos responder a alguien que nos diga, con toda razón, que el mundono será totalmente justo y totalmente recto sino hasta la nueva creación, y que deduceequivocadamente de ello que no tiene sentido alguno tratar de traer justicia al mundo(y, por supuesto, tampoco salud ecológica, otro tema para el que no hay espacio en estelibro) hasta ese momento? Le podríamos responder partiendo de todo lo que he dichohasta el momento: hay que insistir en la escatología inaugurada, en una transformaciónradical de la manera en la que nos comportamos como una comunidad mundial,anticipando el tiempo futuro en el que Dios será todo en todo, a pesar de que nosotrosestemos claros en que las cosas no estarán completas hasta entonces. Ese esprecisamente el reto. La resurrección de Jesús nos dirige hacia ello y nos da energíapara acometerlo. Superemos nuestra sorpresa de que se haya colocado ante nosotros talesperanza y dediquémonos a la tarea con oración y sabiduría. 3. La belleza Ahora surge un tema, en apariencia bastante diferente, como parte del trabajo de lamisión dentro de una teología de la nueva creación. Creo que tomar la creación y lanueva creación en serio es el camino para entender y revitalizar la consciencia estéticay, quizás, incluso la creatividad entre los cristianos hoy en día. Me atrevería a decirque la belleza importa casi tanto como la espiritualidad y la justicia. Claro está que siuno tiene que elegir entre la esclavitud bella y el Éxodo horrible uno debe preferir elÉxodo. Sin embargo, tal como lo dijo William Temple en un contexto diferente(aunque relacionado), afortunadamente no tenemos que tomar esa decisión. Ro 8, con su rica teología de la nueva creación nos ofrece una manera de apreciar labelleza natural. Pablo habla de la creación que gime y sufre dolores de parto esperandoa dar vida al nuevo mundo de Dios. Tal como ya he sugerido con anterioridad en estelibro, la belleza del mundo actual es similar a la belleza de un cáliz, que es bello en símismo, pero que es aún más inquietantemente bello puesto que sabemos con qué tieneel propósito de ser llenado; o como la belleza del violín que es bello en sí mismo, perolo es en particular porque sabemos la música que es capaz de ofrecernos. Otro ejemplopudiera ser el anillo de compromiso que tiene como función ser un deleite para losojos, aunque su función más importante aún es la de ser un deleite para el corazóndebido a lo que le promete. En este momento, tengo el propósito de desarrollar esteconcepto con un mayor grado de amplitud, en términos de una nueva creatividad a laque yo creo que estamos llamados los cristianos a medida que cada día nos

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encontramos más preparados y situados entre la creación y la nueva creación. También soy de la opinión de que nos estamos alejando de la antigua divisiónmediante la cual se dictaminaba que los buenos cristianos no podían ser artistas y losbuenos artistas no podían ser cristianos. Gracias a Dios ahora tenemos algunosexcelentes pintores, compositores, escultores e, incluso, poetas cristianos que nos estánindicando cuál es el camino a seguir. Inclusive, tenemos espléndidos teóricos talescomo Jeremy Begbie y su proyecto, Theology through the arts (La teología a través delas artes), que ha hecho tanto por esta área. Quiero ofrecer una propuesta acerca dellugar que ocupa el quehacer artístico, así como el lugar que ocupa lo que podemosllamar en términos generales la cultura humana, dentro de la disciplina de la misióncristiana, dentro del mapa de la creación y de la nueva creación. Creo yo que es parte del estar hechos a la imagen de Dios lo que también nos permite anosotros, en cierta medida, ser creadores o, cuanto menos, procreadores. Laextraordinaria capacidad de dar a luz una nueva vida, fundamentalmente, claro está, através de la procreación de los hijos, aunque también de millones de otras maneras, esun elemento básico del mandato que la raza humana recibe en Gn 1 y Gn 2. El hechode que podamos derivarle sentido y celebrar un mundo bello a través de la producciónde artefactos que en sí mismos son bellos es parte del llamado a ser aquellos que guíanla creación, como fue el hecho de que Adán les diera nombre a los animales. Por lotanto, el arte genuino es en sí mismo una respuesta a la belleza de la creación, que depor sí señala hacia la belleza de Dios. Sin embargo, nosotros no vivimos en el jardín del Edén y el arte que intenta hacerlo seconvierte rápidamente en algo débil y trivial. (La Iglesia no tiene el monopolio del malgusto o del sentimentalismo, aunque si uno quiere encontrarlos, la Iglesia bien puedeser el lugar más adecuado para empezar a buscarlos). Vivimos en un mundo caído ycualquier intento por conectarnos con algún tipo de panteísmo, de adoración de lacreación como si fuera en sí algo divino, siempre se enfrentará al problema del mal. Enese punto, el arte, al igual que la filosofía y la política, a menudo gira aunque en el otrosentido y responde de forma determinada a la fealdad con más fealdad. (Esto refleja elcambio supuesto de la tragedia griega, al ir de Sófocles, quien describe el mundo comodebería ser, a Eurípides, quien, más bien, describe el mundo tal como éste es). En laactualidad, tenemos en Gran Bretaña un rosario de ejemplos al respecto en el mundode las artes. Se trata de una especie de brutalismo, el cual, bajo el disfraz de realismo,expresa simplemente la futilidad y el aburrimiento. Estamos de vuelta en la líneadivisoria entre quienes se rehúsan a reconocer el mal, por una parte, y quienes, por laotra, no ven nada más que no sea el mal. Esto les brinda una excelente oportunidad a los cristianos que tienen una visión del

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mundo integrada y que defienden una teología, tanto de la creación, como de la nuevacreación, ya que de esta manera pueden encontrar el camino hacia adelante y quizásliderar el camino hacia adelante más allá de cualquier impasse estéril. Cuando leemosRo 8, observamos que Pablo afirma que la totalidad de la creación está gimiendo ysufriendo dolores de parto, al mismo tiempo que está esperando su redención. Lacreación es buena, pero no es Dios. Es bella, pero es la belleza en su presentetransitorio. Es dolor, aunque ese dolor se transporta y se lleva hasta el corazón mismode Dios y se convierte en parte del dolor de un nuevo nacimiento. La belleza de lacreación a la que responde el arte y que éste trata de expresar, imitar y resaltar, no essimplemente la belleza que posee en sí, sino la belleza que posee en vista de lo que sele promete: lo que nos lleva de nuevo al ejemplo del cáliz, el violín y el anillo decompromiso. Estamos comprometidos a describir el mundo no sólo como debería ser,no sólo tal como es, sino ¡como algún día será únicamente por la gracia de Dios! Ynunca deberíamos olvidar que, cuando Jesús se levantó de entre los muertos, como elparadigma, el primer ejemplo y el poder generador de la totalidad de la nueva creación,las marcas de todos los clavos no sólo estaban visibles en sus manos y en sus pies.Esos clavos representaban la forma en la que él iba a ser identificado. Cuando el arteacepte, tanto las heridas del mundo, como la promesa de la resurrección y aprenda aexpresarse y responda a ambos al mismo tiempo, es entonces cuando estaremosdirigiéndonos hacia una visión más fresca, hacia una misión nueva. Vemos una parodia de todo esto en la creencia apasionada de muchos artistas yescritores de la última generación que piensan que el arte verdadero es sólo aquel quetiene un compromiso políticamente. Cuando menos los marxistas, quienes pensaban deesta manera, habían captado el hecho de que en el proceso de la autorrealización nobastan ni el sentimentalismo, ni la brutalidad, y tan sólo tiene sentido la escatología. Silos artistas cristianos pueden captar, aunque sea fugazmente, la verdad de la que lavisión marxista es una parodia, entonces pueden encontrar el camino que la llevaráhacia adelante para celebrar la belleza sin caer en el panteísmo, por un lado, o en elcinismo, por el otro. Para esto se requerirá de una imaginación seria, de unaimaginación impulsada por la reflexión y la oración a los pies de la cruz y ante latumba vacía, una imaginación que podrá discernir los misterios del juicio de Diossobre el mal y la reafirmación de Dios de su creación bella a través de la resurrección.El arte en su mejor expresión no sólo llama la atención hacia la forma en la que son lascosas, sino hacia la forma en la que serán las cosas cuando la tierra esté llena delconocimiento de Dios a medida que el agua cubra el mar. Esa sigue siendo unaesperanza sorprendente y quizá serán los artistas quienes estarán mejor preparados paratransmitir tanto la esperanza como la sorpresa. 4. El evangelismo

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Si estamos dedicándonos al trabajo de la nueva creación, al tratar de hacer que semanifiesten en el presente los signos del mundo futuro de Dios, en la justicia y en labelleza, así como de un millón de maneras más (no hay espacio en este libro para estasotras maneras más y, además, la justicia y la belleza de por sí requieren que se les déun trato más amplio), entonces en el centro mismo de toda la imagen está la llamadapersonal del Evangelio de Jesús a cada niño, a cada mujer y a cada hombre. La palabra «evangelismo» le sigue produciendo escalofríos a mucha gente. Estosucede en virtud de diversas razones. Algunas personas se han visto ahuyentadas porarengas aterradoras o intimidantes, por comportamientos ofensivos y sin tacto, asícomo por las presentaciones vergonzosas e ingenuas del «evangelio». Otras nunca hansufrido tales vejaciones, aunque sí han escuchado o han leído acerca de ellas y sesienten muy contentas de tener una buena excusa para dirigir todo su desprecio hacia elevangelismo, como si en vista de que alguna gente haya hecho las cosas mal, nadiedebería hacer nada más en ningún momento. Además, claro está, muchas personas delos medios siguen confundiendo al «evangelista» (aquel que predica el Evangelio) conel «evangélico» (aquel que profesa ciertas creencias y doctrinas y las sostiene demanera muy específica) y, como resultado, confunde el «evangelismo» (la predicacióndel Evangelio) con el «evangelicalismo» (la amplia coalición de «evangélicos» queincluye diferentes líneas de las denominaciones «oficiales»). Éste no es el lugar ni elmomento para abordar los diferentes aspectos de la naturaleza del evangelismo en sí ode lo que se presenta como la «predicación del Evangelio», así como tampoco larelación del «evangelismo» con la «misión» como categorías abstractas, a pesar de locual, espero que este capítulo le permita a la gente reflexionar sobre todos estos temas.Más bien, simplemente quiero demostrar la manera en la que el paradigma que hepresentado en este libro acerca de la sorprendente esperanza que encontramos en laresurrección de Jesús y en la exploración que hace el Nuevo Testamento de suimportancia, nos da una nueva perspectiva sobre lo que pudiera ser el «evangelismo»y, por lo tanto, sobre la manera en la que podríamos abordarlo. Claro está que gran parte del «evangelismo» se ha limitado a tomar el marcotradicional de una expectativa del cielo y del infierno y a convencer a la gente de queha llegado el momento de tomar en consideración la opción del «cielo», opción quedebe tomarse mientras se tenga la oportunidad de hacerlo. Lo que le está impidiendohacerlo es el pecado y la solución se nos brinda en Jesucristo. ¡Todo lo que se tieneque hacer es aceptarla! Se cuentan por millones las personas que son cristianas hoy endía porque han escuchado ese mensaje y han respondido a él. ¿Acaso estoy diciendo,como resultado de ello, ya que creo básicamente que esa manera de plantear las cosases, cuando menos, sesgada, que ellos han sido engañados o que están equivocados? No. Dios honra gloriosamente todas las maneras de anunciar la buena nueva. No

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supongo ni por un momento que mi propia manera de predicar o de hablarle a laspersonas acerca de Dios sea perfecta y no tenga errores y, a pesar de ello, Dios me hahonrado graciosamente (creo yo) cuando menos con lo que yo puedo hacer. Claro está,él se habría sentido más honrado si yo lo hubiera hecho mejor y hubiera estado másinclinado a la oración. Sin lugar a dudas, las fallas que se aprecian en mi propiapredicación y las diferentes fallas de otras presentaciones a la larga se manifestarán enlas vidas cristianas de quienes acuden a la fe como un resultado y no me cabe duda deque todos deberíamos pulir y mejorar aquello que hacemos en beneficio de los que nosescuchan y en honor a Dios. Sin embargo, tal como lo han sabido ya todas lasgeneraciones, no es la calidad de la predicación lo que cuenta, sino la fidelidad deDios. De igual manera, está claro que rezar es algo que debe acompañar a la predicación. Laprimera vez que yo prediqué un sermón adecuado, mi mentor me dio un buen consejo:tu oración y tu predicación deben durar el mismo tiempo. No es conveniente quetermines cojeando y que una pierna sea más corta que la otra. Dios opera comoresultado de la oración y de la fidelidad y no de la técnica y la astucia. Sin embargo, nada de esto es una excusa para no entender lo que está sucediendocuando evangelizamos o para no darle forma a la manera en la que lo hacemos deacuerdo con la totalidad del Evangelio bíblico. Por lo tanto, empecemos con esteúltimo punto y digamos claramente de una vez por todas: «el Evangelio», en el NuevoTestamento, es la buena nueva de que Dios (el Creador del mundo) por fin se estáconvirtiendo en rey y que Jesús, a quien este Dios resucitó de entre los muertos, es elverdadero Señor del mundo. Hay miles de maneras diferentes de decir esto y tododepende del punto del que está partiendo el público que nos escucha y de la ocasión dela que se trate. (¡A este respecto cabe comparar los diferentes discursos que aparecenen Hechos!).Algunas personas sabrán quién es Jesús, mientras que otras sólo tendránuna idea muy vaga de él. Algunos escucharán la palabra «Dios» y pensarán en unhombre anciano de barba blanca, mientras que otros pensarán en él en términos de ungas celestial. En una u otra ocasión, casi todos necesitarán ayuda para entender de quétrata el mensaje. El poder del Evangelio no estriba en el ofrecimiento de una nueva espiritualidad oexperiencia religiosa, tampoco en la amenaza del fuego del infierno (y, sin lugar adudas, no estriba en la amenaza de uno quedar rezagado, «de ser dejado atrás» ),lo cualpuede evitarse únicamente si el que escucha marca una casilla, dice una oración,levanta una mano o cualquiera que sea lo que intente... sino en el anuncio poderoso deque Dios es Dios, de que Jesús es el Señor, de que los poderes del mal han sidovencidos y de que se ha iniciado el nuevo mundo de Dios. Este anuncio, manifestadocomo un hecho sobre la forma en la que el mundo es y no como un llamado a la

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manera en la que uno pudiera querer que fuera su vida, sus emociones o su saldo en elbanco, es el fundamento mismo de todo lo demás. Claro está que una vez que se haceel anuncio del Evangelio de cualquiera que sea la manera, esto significainstantáneamente que las personas en todas partes del mundo están invitadas con todogusto a entrar, a unirse a la celebración, a descubrir el perdón por el pasado, un destinosorprendente en el futuro de Dios y una vocación en el presente. Y en esa bienvenida,así como en esa invitación, se pueden incorporar y uno espera que, a la larga seincorporen, todas las emociones y todas las esperanzas. Ahora bien, ¿cómo puede anunciar la Iglesia que Dios es Dios, que Jesús es el Señor,que se han vencido los poderes del mal, de la corrupción y de la misma muerte y queha empezado el nuevo mundo de Dios? ¿Acaso no parece esto algo risible? Bueno, losería si no estuviera sucediendo. Sin embargo, si una Iglesia está trabajando en todoslos aspectos que ya hemos analizado, si está involucrada activamente en la búsquedade la justicia en el mundo, tanto a nivel global, como local, y si está celebrando conalegría la buena creación de Dios, así como su rescate de la corrupción, en el arte y enla música y si, además de todo esto, su propia vida interna da toda señal de que lanueva creación ya está sucediendo, generando un nuevo tipo de comunidad, esentonces cuando, de pronto, el anuncio comienza a tener mucho sentido. Por consiguiente, ¿qué recuento podemos hacer dentro de esta teología de la nuevacreación de aquello que sucede cuando se arraiga profundamente el Evangelio? Es algoque sucede una y otra vez, gracias a Dios: las personas se infunden entusiasmo ydescubren dentro de sí mismas la sensación de que sí tiene sentido, queverdaderamente creen en esto; se dan cuenta de que la forma en la que están pensandoy sintiendo sobre todo tipo de otras cosas es verdaderamente transformadora, de que lapresencia de Dios es, de pronto, una realidad para ellas, que empieza a ser emocionanteleer la Biblia, que siempre quieren más adoración y fraternidad cristiana. Utilizamosestas diferentes palabras para describir ese momento o ese proceso (en algunaspersonas sucede de un momento a otro, como un rayo; mientras que, en el caso deotras, toma más tiempo): la conversión, que quiere decir dar la vuelta y viajar en ladirección opuesta; la regeneración, que quiere decir nuevo nacimiento; «ingresar enCristo», que quiere decir unirse a la familia que toma su nombre y su naturaleza delmismo Cristo. El Nuevo Testamento nos dice que tal persona «muere con Cristo» y«es resucitada con él» (Ro 6; Col 2 y 3) y pasa por el agua del bautismo como señal ymedio para dejar atrás la vieja vida y empezar la nueva, e identificarse con la muerte yresurrección del propio Jesucristo. De igual manera, en términos de la imagen másamplia de la nueva creación que hemos venido dibujando en todo este libro, esto es loque debemos decir. Tal persona es una pequeña porción viva que respira de esta«nueva creación», la creación que ya ha empezado a suceder en la resurrección deJesús y que estará completa cuando Dios, finalmente, haga su nuevo cielo y su nueva

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tierra y nos eleve a compartir ese nuevo mundo. Pablo lo expresó de esta manera: «Siuno es cristiano, es una criatura nueva». Referirse a este aspecto con tales palabras nos permite evitar tres problemas que elevangelismo tiende a enfrentar en términos generales. En primer lugar, establececlaramente que convertirse en cristiano no implica decirle «no» al mundo bueno queDios ha creado. Claro está que sí implica darle la espalda a todas las corrupciones enlas que ha caído el mundo y en las que ha caído cada persona. En algunas ocasiones,los conversos se ven en la necesidad de darle un «no» firme y rotundo a algunas cosasque, en sí mismas, no son malas, ni malignas (como es el caso, por ejemplo, de lasbebidas alcohólicas), con el propósito de tener un espacio muy claro entre ellos y loshábitos y patrones de la vida que antes los habían tenido bajo su control. Sin embargo,pensar en términos de una «nueva creación» evita el problema de suponer, por unmomento, que uno podría olvidar la tierra y concentrarse en el cielo. En segundo lugar, el hecho de ver el evangelismo en términos del anuncio del reino deDios, del señorío de Jesús y de la subsiguiente nueva creación, evita desde un principiocualquier cuestión que sugiera que el aspecto principal o central que ha sucedido esque el nuevo cristiano ha ingresado en una relación privada con Dios o con Jesús y queesta relación es lo principal o lo único que importa. (Algunas canciones cristianaspopulares de estos tiempos parecen sugerir esto con demasiada frecuencia, como si loprincipal acerca del Evangelio fuera que Dios va a tomar el lugar de mi novia o de minovio). El ver el Evangelio y cualesquiera conversiones resultantes en términos de unanueva creación significa que el nuevo converso sabe desde un principio que él o ella esparte del reino-proyecto de Dios, el cual va más allá de mi yo y de mi salvación, pararodear o ser rodeado, más bien, por los propósitos más amplios del mundo de Dios. Porlo tanto, junto con la «conversión», cuando menos en principio, también tendremos lallamada a encontrar aquel lugar en el proyecto total en el que podemos hacer nuestrapropia contribución. (El hecho de que esta vocación a menudo tome tiempo parasurgir, no quiere decir que no sea algo que debemos esperar desde un inicio). En tercer lugar, el hecho de situar el evangelismo y la conversión dentro del contextode la nueva creación significa que el converso, quien ha escuchado el mensaje entérminos del señorío soberano y salvador del propio Jesús, nunca estará inclinado apensar que el comportamiento cristiano, que el decirle «no» a las cosas quedisminuyen el florecimiento humano y la gloria de Dios y el decirle «SÍ» a las cosasque lo realzan y lo amplían, es un punto adicional opcional o simplemente cuestión delograr discernir y entender algunas reglas y regulaciones bastante extrañas. En elpasado ha habido ciertos tipos de evangelismo que han implicado que lo principal esregistrarse, rezar una oración en particular que nos brinde la seguridad de que uno estáen el camino seguro al cielo... y algo que no había mencionado, para la frustración de

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pastores y profeso res que tratan de cuidar de aquellos «conversos», el hecho de queseguir a Jesús significa simplemente eso, seguir a Jesús. No significa marcar unacasilla que dice «Jesús» y, luego, sentarse a esperar tranquilamente pensando que ya seha hecho todo lo que se debía hacer. Más bien, el hablar del señorío de Jesús y de lanueva creación que resulta de esta victoria en el Calvario y en la Pascua deResurrección, implica desde un principio que lo confesemos como Señor y quecreamos que Dios lo ha resucitado de entre los muertos para permitir que nuestrapropia vida sea cambiada y reciba una forma nueva como resultado y en virtud de él,sabiendo que aunque esto será doloroso en algunas ocasiones, éste será el camino quenos lleve, no a una existencia humana disminuida o estrecha, sino a una vida humanagenuina en el presente y a una vida humana completa, gloriosa y resucitada en elfuturo. Como en cualquier otro aspecto de la nueva creación, el camino nos depararádiversas sorpresas. Sin embargo, la ética cristiana sólo ganará si se le entiende comouna expresión de la esperanza cristiana. 5. Conclusión Por lo tanto, la misión de la Iglesia debe reflejar y debe estar conformada por laesperanza futura, tal como la presenta el Nuevo Testamento. Yo creo que si tomamosestas tres áreas, la de la justicia, la belleza y el evangelismo, en términos de laanticipación del momento futuro en el que Dios ponga todas las cosas en su justo lugaren este mundo, nos percataremos de que todo esto encaja a la perfección y nosdaremos cuenta también de que, en realidad, ambos aspectos son parte del mismo todomás amplio que es el mensaje de la fe y de una nueva vida que viene con la buenanueva de la resurrección de Jesús. Creo yo que éste es el fundamento y la base del trabajo de esperanza en la vida diariade la Iglesia. Mi propia vocación me ha llevado a un área de mi país en la que, paramucha gente, la esperanza había sido algo muy poco común. Un sentido vago deinjusticia pende sobre muchas comunidades y está representado en la forma de lacreencia, a medio formar, que indica que el colapso industrial del pasado siglo XXdebe ser culpa de alguien y que es necesario hacer algo al respecto. Esto es muydiferente al sentido de que el mundo te debe una vida. Es un reflejo del hecho que,cuando una comunidad grande se ha construido sobre varias generaciones alrededor deuna o dos industrias clave, y que al cerrar esas industrias no porque no seanproductivas o porque los trabajadores sean incompetentes o flojos, sino porque ya noencajan dentro de la estrategia más amplia y de los planes estratégicos de aquellaspersonas cuyas caras nunca se ven en el área, entonces surge una ira callada, un sentidode que algo ha fallado y ha fallado a nivel estructural. Las sociedades humanas nodeben trabajar de esta manera y si esto llegara a suceder, sería necesario formularciertas preguntas. Parte de la tarea de la Iglesia debe ser la de abordar este sentido de

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injusticia, hacerlo palabra y mencionarlo en el discurso, para así ayudar a la gente,tanto a articularlo cuando esté lista para hacerlo, así como también a tornarlo enoración (es sorprendente, hasta que uno mismo se encuentra en esta posición, ¡se dacuenta de cuántos salmos comienzan a tener importancia!). Y la tarea continúa, de allíen adelante, con el trabajo de la Iglesia en la totalidad de la comunidad local parafomentar programas de mejores viviendas, escuelas e instalaciones comunitarias, parafomentar las nuevas oportunidades de empleo, para hacer campaña y convencer a losgobiernos y trabajar con las autoridades y con los consejos locales y, en otras palabras,para fomentar la fe en todos y cada uno de los niveles. De igual manera, cabemencionar que parte del argumento de este libro es que, cuando esto se haya llevado acabo, no será otra cosa que la esperanza sorprendente del Evangelio, la esperanza de la«vida después de la vida después de la muerte». Es el resultado directo de ello: laesperanza de la «vida antes de la muerte». La segunda característica de muchas comunidades en el Occidente posterior a la eraindustrial, al igual que de muchas de las partes más pobres del mundo, es la fealdad. Escierto que algunas comunidades logran mantener niveles de arte y música arraigados, amenudo, en la cultura popular que llevan la riqueza incluso a las áreas más golpeadaspor la pobreza. Sin embargo, el funcionalismo indiferente de la arquitectura postbélica,aunado a la pasividad que surge de décadas de televisión, han significado que, en elcaso de mucha gente, el mundo parece ofrecer apenas poco más que sombríos pasajesurbanos, por un lado, y entretenimiento de mal gusto, por el otro. Y cuando laspersonas dejan de estar rodeadas por la belleza, dejan de tener fe y esperanza. Másbien, externalizan el mensaje de sus oídos y de sus ojos, el mensaje que le susurra queellas no valen mucho y que, en realidad, no son seres humanos completos y plenos. Para las comunidades que están en peligro de seguir ese camino, el mensaje de lanueva creación, de la belleza del mundo actual que es tomada y que trasciende en labelleza del mundo que está por venir, cuando parte de esa belleza se convierteprecisamente en la sanación de la angustia actual, se transforma en una esperanzasorprendente. Parte del papel de la Iglesia ha sido en el pasado y podría y debería ser,una vez más, el de fomentar y sostener vidas de belleza y significado estético a todonivel, desde tocar música en el bar del pueblo, hasta hacer teatro en la escuela primarialocal, desde los talleres para «artistas y fotógrafos» hasta las clases de pintura denaturalezas muertas, desde los conciertos de sinfonías (bueno, si esto lo lograron haceren los campos de concentración; ¿qué capacidad de inventiva podríamos tenernosotros?), hasta las esculturas de madera balsa. Debido a que la Iglesia es la familiaque cree en la esperanza de la nueva creación, debe sobresalir en cada pueblo y en cadaaldea por ser los lugares en los que surge la creatividad para toda la comunidadapuntando hacia la fe, que como la belleza, nos toma por sorpresa.

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Y, claro está, el evangelismo, que florece mejor si la Iglesia se está entregando a lasobras de justicia (poniendo cada cosa en su justo lugar en la comunidad) y a las obrasde belleza (que resaltan la gloria de la creación y la gloria que está por ser revelada), elevangelismo siempre será para nosotros una sorpresa. ¿Esto quiere decir, entonces, quehay más? ¿Hay un nuevo mundo que ya ha empezado y que obra sanando yperdonando, empezando de nuevo desde cero y como una energía nueva y fresca? Sí,responde la Iglesia y todo esto sucede cuando las personas adoran a Dios, a cuyaimagen han sido hechas, y siguen al Señor, quien cargó con sus pecados y se levantóde entre los muertos, ya que ellas están habitadas internamente por su Espíritu y así seles ha dado nueva viva, un nuevo tipo de vida, un nuevo vigor de vida. A menudo seseñala que algunos de los lugares en los que más se aprecia la falta de fe no son laszonas industriales deprimidas, ni los sombríos escenarios carentes de belleza, sino lossitios en los que hay demasiado dinero, demasiada cultura, demasiado de todo exceptofe, esperanza y amor. A aquellos lugares y a las personas tristes que viven en ellos, aligual que a aquellos que se encuentran vencidos por circunstancias que están más alláde su control, debe llegar el mensaje de Jesús, así como el mensaje de su muerte y suresurrección porque es como la buena nueva que viene de un país lejano, trayendoconsigo una esperanza que sorprende. Esta es la buena nueva de la justicia, la belleza y sobre todo, de Jesús, que la Iglesiaestá llamada a vivir y a dar a conocer, a hacer realidad en cada lugar y en cadageneración. ¿Cuál sería la vida de la Iglesia si estuviera formada, a su vez, por estamisión conformada por la esperanza?

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Capítulo 14

La nueva forma que asume la Iglesia para su misión (1): raíces bíblicas 1. Introducción Si la Iglesia actual, como la Iglesia del futuro, se va a dedicar a este tipo de misión, enun intento de poner en práctica el logro, tanto de Jesús, como de su resurrección,anticipando, de esa manera, la renovación final de todas las cosas, también la propiaIglesia debe estar renovada y contar con nuevos recursos y con una nueva estructurapara acometer esta misión. ¿Cuál es la forma que debe asumir para hacerlo, cómo debeser? Es vital que abordemos este aspecto en términos del testimonio de la resurrección quese da en las Escrituras, así como de la manera en la que en la propia Biblia estetestimonio se traduce directamente en la misión y en la vida de la Iglesia. Por lo tanto,en este capítulo se examinarán brevemente los evangelios, los Hechos de los Apóstolesy las epístolas de Pablo teniendo esto en mente, antes de pasar al capítulo final dondelo aplicaremos a los problemas específicos de la vida de la Iglesia. Gran parte de lo que se hablado en fechas recientes sobre la «Iglesia determinada porla misión» ha sido, inevitablemente y con toda razón, sobre los aspectos prácticos de lavida de la Iglesia: la reestructuración del ministerio, de las parroquias y de las manerasen las que se puede trabajar mejor para facilitar la misión a la que hemos sidollamados. No pretendo tratar de abordar ese aspecto en las páginas que siguen. Másbien, mi intención es la de apuntalar esa tarea necesaria y vital al establecer las queparecen ser las prioridades espirituales y bíblicas de una Iglesia que adquiere un nuevoenfoque que centra sus esfuerzos y su atención en una misión determinada por laesperanza. Sin esto, siempre podríamos correr el peligro de caer en un simplepragmatismo. Y, a menudo, el pragmatismo nos lleva al oportunismo que permite laformulación de agendas que no están motivadas por el imperativo de la misión, sinomás bien por uno u otro de los viejos modelos de la vida de la Iglesia que ya se estánquedando sin fuerzas y perdiendo su ímpetu. Mi propósito en este capítulo y en elcapítulo final será el de asentar los cimientos: en primer lugar, en la Biblia y, luego, enlas áreas clave de la vida cristiana. 2. Los evangelios y los Hechos de los Apóstoles

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El primer significado y quizás el más obvio de todos los significados de la resurrecciónde Jesús, aquel que se aprecia con más fuerza en los cuatro evangelios, es que Dios hareivindicado y confirmado al Jesús que proclamó el reino y que murió comorepresentante de Israel. Esto puede sonar obvio, pero si juzgamos por las reaccionesque a menudo puedo apreciar cuando digo este tipo de cosas, creo que no se hareconocido lo suficiente. En el recuento breve y probablemente truncado de Marcos,no hay nada en lo absoluto que indique lo siguiente: «Jesús ha resucitado y, por lotanto, verdaderamente hay vida después de la muerte». Más bien, el punto que señalaes: «Jesús ha resucitado y, por lo tanto, más vale que vayan a Galilea para que lopuedan ver allá». Para cualquiera que haya leído la totalidad del Evangelio, laimplicación más clara y rotunda es la que sigue: «Jesús ha resucitado, tal como él lesdijo que lo haría. En otras palabras, todo lo que él ha dicho acerca de la venida delreino a través de su propia obra, a través de su muerte y de su resurrección, se ha hechorealidad». La resurrección completa la inauguración del reino de Dios. Dentro delcuadro de referencia de la perspectiva de Marcos, esto es, cuando menos en parte,aquello a lo que se refería Jesús cuando mencionó que algunos que estaban con él nose enfrentarían a la muerte antes de ver cómo el reino de Dios venía con todo su poder.Esto nos lleva hacia el trabajo más detallado que se aprecia en los otros evangelios. Laresurrección no es una rareza aislada y sobrenatural que comprueba cuán poderosopuede ser Dios, aunque aparentemente arbitrario, cuando así él lo decide y deseahacerlo. Tampoco es en lo absoluto una manera de demostrar que existe, en realidad,un cielo que está esperando por nosotros después de la muerte. Más bien, es unacontecimiento decisivo que quiere decir que el reino de Dios ha sido lanzadoverdaderamente en la tierra, tal como lo ha sido en el cielo. Cuando leemos a Mateo, nos percatamos de que él va aún más allá y que, en realidad,es bastante posible que el texto original de Marcos también haya contenido algosimilar a esto. Cuando los discípulos se dirigen a Galilea y ven allá a Jesús, lo adoran(aunque es interesante señalar que algunos dudan). Esta es la culminación de lacristología que se ha venido desarrollando a todo lo largo del evangelio. Jesús esreivindicado como el Emmanuel, el hombre que es Dios con nosotros. Ahora bien,tampoco tiene sentido alguno que esto simplemente sea algo agradable que le hasucedido a él, o el punto de todo esto sea sólo que él diga: «Así que si ustedes sesiguen comportando bien, podrán unirse a mí en el cielo algún día». Por el contrario,tal como Jesús les enseñó a sus seguidores a rezar que el reino de Dios vendría así enla tierra como en el cielo, ahora también nos dice y argumenta que a él se le haconferido toda la autoridad en el cielo y en la tierra y, que sobre esa base es que lesordena a sus discípulos que salgan y vayan a convertir esto en realidad. En otraspalabras, les dice que trabajen como agentes de dicha autoridad. Lo que permaneceimplícito en Marcos, al menos tal como lo tenemos a nuestra disposición, se haceexplícito en Mateo: la resurrección no significa que vayamos a escapar del mundo,

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sino que se refiere a la misión al mundo sobre la base del señorío de Jesús sobre elmundo. Ya empezamos a ver cómo funciona esta cascada. Si la resurrección es unacontecimiento que ocurrió verdaderamente (en algún sentido) en el tiempo y en elespacio, al igual que en la realidad material del cuerpo de Jesús, ésta tieneimplicaciones sobre otros hechos que deben seguir. Si es tan sólo (lo que nosotrosdenominamos) un evento «espiritual», que involucra a Jesús que está ahora vivo enalgún reino celestial, o bien, que simplemente involucra un nuevo sentido de fe yesperanza en nuestras mentes y en nuestros corazones, los únicos sucesos que seguiránserán las diversas formas de espiritualidad privada. De esta manera, Mateo nos da unclaro mensaje de lo que quiere decir la resurrección: su reino ya ha quedadoestablecido. Y este reino va a ser puesto en práctica por sus seguidores que llamarán atodas las naciones a manifestarle su lealtad obediente a Cristo, distinguiéndose delresto de las personas a través del bautismo. La línea final, en el comentario de cierre,reúne los temas más importantes del evangelio: el Emmanuel, el Dios con nosotros,ahora es Jesucristo con nosotros, hasta los últimos tiempos de la era antigua, hasta elmomento en el que la nueva era que se ha inaugurado en la resurrección hayacompletado su obra transformadora en el mundo. Esto nos lleva directamente a Lucas y, en particular, a la historia maravillosa de losdos discípulos que se desplazan por el camino que conduce a Emaús. Es mucho lo quepodría comentarse acerca de Lc 24, aunque por el momento simplemente quiero llamarla atención sobre la respuesta que le da este capítulo a la pregunta:«¿Y qué implica elhecho de que Jesús se haya levantado corporalmente de entre los muertos?». Larespuesta más clara y más importante es que con la resurrección de Jesús, la totalidadde la historia de Dios y de Israel y del mundo debe relatarse de una manera diferente. Esto, una vez más, es cuestión de la actividad en cascada. Sin la resurrección, sólo hayun modo de contar esta historia; con la resurrección, surge una manera totalmentediferente. Sin la resurrección, la historia es un drama sin terminar, potencialmentetrágico, en el que Israel puede seguir aferrándose a la fe, aunque con un mayor sentidode que la narrativa está saliéndose de control. Sin la resurrección, incluso la historia deJesús es una tragedia. Sin lugar a dudas, lo es en los términos judíos del primer siglo,como bien lo sabían aquellos dos que se desplazaban por el camino que conduce aEmaús. Sin embargo, con la resurrección surge una nueva manera de contar toda lahistoria. La resurrección no es simplemente un final feliz sorprendente para unapersona, sino que es el momento crucial de todo lo demás. Es el punto en el que lasviejas promesas por fin se vuelven realidad: son las promesas del reino inquebrantablede David, las promesas del retorno de Israel luego del más grande de todos los exilios,y detrás de todo ello, una vez más, relatada de forma muy explícita por Mateo, Lucas y

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Juan, la promesa de que todas las naciones ahora estarán benditas a través de la semillade Abraham. Tal como nos lo dice Lucas: si Jesús no ha sido levantado de entre los muertos, no nosquedarían más esperanzas de las que se nos permitió tener de nuevo y que, una vezmás, fueron hechas añicos. No cabe duda de que ellos habrían seguido teniendoesperanza porque eran judíos fieles. No obstante, si Jesús no se hubiera levantado deentre los muertos, no habría pasado nada que demostrara que, después de todo, sepudieran haber satisfecho sus esperanzas. Pero si Jesús sí ha resucitado, entonces, éstaes la manera en la que se tiene que leer el Antiguo Testamento: como una historia desufrimiento y de reivindicación, de exilio y de restauración, como una narrativa quellega a su clímax, no porque Israel se convierte en la nación más importante que legana al resto del mundo en su propio juego, sino en virtud del sufrimiento y de lareivindicación, del exilio y de la restauración del Mesías, no sólo en su propiobeneficio, sino porque él es el portador de las promesas salvadoras de Dios. Si elmensajero que trae las noticias vitales se cae al río y luego es rescatado, él no esrescatado únicamente para su propio bien, sino para beneficio de todos aquellos queestán esperando con una fe desesperada por su mensaje, ese mensaje que da la vida. SiJesús es levantado de entre los muertos, Lucas está diciendo que, en realidad, él fue yél es el Mesías; pero si es el Mesías, él es el mensajero de Dios, aquel que porta laspromesas de Dios y que lleva en sí las promesas hechas a Abraham, a Moisés, a Davidy a los profetas, las promesas que no son sólo para Israel, sino para todo el mundo. Por cierto, ésta es la razón por la que el Antiguo Testamento debe verse como parte delas Escrituras cristianas. Yo respeto a aquellos que llaman al Antiguo Testamento «lasEscrituras hebreas» para reconocer que siguen siendo las Escrituras de una comunidadcon fe viva diferente al cristianismo. Sin embargo, Lucas insiste en que, ya que Jesúsrealmente resucitó de entre los muertos, las antiguas Escrituras de Israel deben leersecomo una historia que llega a su clímax en Jesús y que, luego, producirá su propiofruto adecuado, no sólo en Israel, sino en los seguidores de Jesús y, a través de ellos,en todo el mundo. Esa es la razón por la cual, cuando Jesús se aparece ante losdiscípulos en los versículos 36 al 49, a abrirles la inteligencia para que comprendan laEscritura (versículos 44 al 46), esto lleva directamente a una nueva comisión: «que ensu nombre se predicaría penitencia y perdón de pecados a todas las naciones,empezando por Jerusalén». Ésta es precisamente la esperanza judía. Se encuentraentretejida con las Escrituras desde los primeros días, ya que cuando Dios finalmentehaga por Israel lo que va a hacer, entonces las naciones del mundo vendrán a compartiresta bendición. Sin lugar a dudas, ésta es una de las claves centrales para entender lateología del Nuevo Testamento. Claro está que si Jesús no es levantado de entre los muertos, podríamos reconocer dos

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tipos de religiones o de fe: una fe cristiana que creyó ganar acceso a «lo divino» através de Jesús y una fe judía que creyó ganar acceso a «lo divino» apartada de Jesús(y que, quizás, sigue esperando por otro Mesías). Sin embargo, ambas serían muydiferentes del verdadero cristianismo y del verdadero judaísmo. Si, como resultado deldeseo de ser justos con el judaísmo, convirtiéramos, tanto al cristianismo, como aljudaísmo, en ejemplos de «una religión», de una manera de ordenar nuestra propiaespiritualidad, estaríamos tomando una actitud correcta políticamente, aunque no leharíamos justicia a ambas casas de fe. Ahora bien, si Jesús es resucitado de entre losmuertos, entonces las Escrituras han logrado en él su meta y ha llegado ya aquelmomento que tanto esperaban ver los salmos y los profetas en que las naciones sobrela tierra traerán sus tesoros en lealtad y obediencia al rey ungido de Dios, el Mesías deIsrael.No cabe duda de que la pregunta ulterior sobre la forma en la que el cristianismo siguerelacionándose con el judaísmo que no reconoce a Jesús como el Mesías es esencial.Se aborda en el Nuevo Testamento. Lo hace Pablo, fundamentalmente. Sin embargo,no podemos permitir que nuestras propias sensibilidades acerca de este tema nosimpidan hablar de la resurrección de Jesús y adoptar el reto que ésta plantea. En elcaso de Lucas, el punto básico de la resurrección es que la larga historia de Israel, lagran narrativa de las Escrituras que todo lo incluye, ha llegado a su meta, a su clímax yque ahora debe dar vida, como siempre se ha pretendido que lo hiciera, a la misión delmundo mediante la cual las naciones están llamadas a darle la espalda a la idolatría y aencontrar el perdón de los pecados. Y están llamadas a hacerlo, precisamente tal comolo da a entender Lucas, puesto que en Jesús vemos al verdadero Dios en su formahumanar todos los ídolos no son más que simples parodias de su realidad. De igualmanera, el verdadero perdón de los pecados a través de cruz es la realidad frente a lacual todos los sacrificios no son más que tipos y sombras. En otras palabras, paraLucas, la resurrección no es un milagro extraño, que sucede por casualidad, para queJesús pueda volver a la vida, y que no tiene ningún otro significado como tal, así comotampoco es una señal que nos indique que todos iremos al cielo al morir. Lo que es,más bien, es el cumplimiento de todas las antiguas promesas de las Escrituras, por unlado, y el inicio de la misión de Dios en todo el mundo, por el otro. Estos temas alcanzan su expresión más amplia en el evangelio de Juan cuando se lesexhibe en una secuencia de escenas que son tan conmovedoras como magistrales. EnJn 20 y 21 nos encontramos frente a dos temas fundamentales que nos presenta elevangelista: el nuevo día y la nueva tarea. Jn 20 resalta dos veces (en el versículo 1 y en el versículo 19) que la Pascua deResurrección es el primer día de la nueva semana. Juan ha organizado y ordenado suevangelio de manera tal que la secuencia de siete signos, que llegan a su clímax en lacruz de Jesús en el sexto día de la semana y su descanso en la tumba en el séptimo día,

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se desarrollen como la semana de la vieja creación y, ahora, la Pascua de Resurrecciónsurge como el inicio de la nueva creación. La Palabra a través de la cual se hicierontodas las cosas es ahora la Palabra a través de la cual se van a rehacer todas las cosas.Lejos de considerar que la resurrección de Jesús es un evento «extraño o aislado», queirrumpe como una señal de lo que Dios pudiera hacer si así lo decidiera, aunquenormalmente no decide hacerlo, este acontecimiento debe verse como el inicio delnuevo mundo, el primer día de una nueva semana, el develar del prototipo de lo queDios ahora va a lograr en el resto del mundo. María se imagina que Jesús es eljardinero y ése es el error correcto que debe cometerse ya que, al igual que a Adán, a élse le ha encomendado la tarea de poner en orden el nuevo mundo de Dios. Él havenido para sacar de raíz las espinas y los cardos, así como para plantar en su lugar loscipreses y los mirtos, tal como Isaías lo prometió en su gran descripción de la nuevacreación que resultaría de la venida de la Palabra de Dios en la forma de lluvia o denieve hacia este mundo. De igual manera, no es que mayormente la resurrección pretenda demostrar que«vamos al cielo en el momento de morir». Más bien, sí tiene mucho que ver con lanueva tarea, con el nuevo encargo que se les da a los discípulos de ser para el mundolo que Jesús fue para Israel: «Como el Padre me envió, así yo los envío a ustedes», lesdice Jesús a sus discípulos. Así mismo, como se aprecia en Lucas, al encomendárselesesta tarea, se les entrega también el equipo necesario para llevarla a cabo: para seragentes de Jesús en el mundo, sus seguidores necesitan su propio Espíritu, el cual ellosreciben. La Pascua de Resurrección y Pentecostés son dos fechas que no se puedenseparar. En la Pascua de Resurrección, Jesús les encomienda a sus discípulos una tareay en Pentecostés les da el equipo que necesitan para poderla llevar a cabo. De forma más específica, tal como empezamos a ver en un capítulo anterior, Jesúsllama a sus discípulos a imbuirse de una nueva modalidad de conocimiento. Este temalo he abordado con anterioridad en otra obra al referirme a lo que he denominado unaepistemología del amor. Tradicionalmente, habíamos pensado en el conocimiento entérminos de un sujeto y un objeto y hemos luchado por ser objetivos y distanciarnos denuestra subjetividad. Esto no puede hacerse y uno de los logros de la postmodernidadha sido precisamente el de demostrar este hecho. A lo que sí estamos llamados y, porcierto, para lo que estamos equipados en virtud de la resurrección, es a portar unconocimiento en el que estamos involucrados como sujetos, aunque como sujetosdesinteresados dispuestos a darse a sí mismos y no como sujetos egoístas einteresados: en otras palabras, éste es un conocimiento que es una forma de amor. Lahistoria que nos relata Tomás es un compendio de esta transformación delconocimiento. Él propugna un conocimiento que nosotros podamos controlar, unaevidencia objetiva y todo lo que esto acarrea. Sin embargo, cuando Jesús lo confrontay le da la prueba que él le había pedido, sus bravatas se tornan en creencia y en

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confesión: «¡Señor mío y Dios mío!». Más adelante, la historia de Pedro en Jn 21 llevaesto a un nivel diferente: el aspecto clave, cuyo eco ha venido resonando durante siglosen los oídos de aquellos que han luchado y que han fallado en su labor comodiscípulos, es el meollo fundamental: «¿Me amas?». Esto nos lleva, una vez más, a Ludwig Wittgenstein, a quien hicimos referencia en uncapítulo anterior de este libro, así como a su famoso dicho que reza que «es el amor elque cree en la resurrección». El libro más famoso de Wittgenstein, el Tractatus Logico-Philosophicus, fue publicado por primera vez en 1921 y sigue siendo uno de los textosde mayor influencia y que más nos hace reflexionar de la filosofía, no sólo del períodomoderno, sino de todos los tiempos, en la opinión de algunos. Wittgenstein ordena suscomentarios en una numeración rigurosa y lógica: 1; 1.1; 1.11; 1.12; 1.13; 1.2; 1.21;luego 2 y así sigue, con base en el mismo patrón. El número 1 sólo cubre la mitad deuna página, mientras que el número 2 abarca cinco páginas, el 3 consta de nuevepáginas y así sucesivamente. En total, está compuesto por seis secciones que terminancon una subsección enumerada 6. 54. Luego, de forma por demás reveladora, lasección 7 consiste en una sola frase: «What we cannot speak about, we must pass overin silence» («Aquello acerca de lo cual no podemos hablar, debemos pasarlo por altoen silencio»). Claro está, Wittgenstein era judío y era un hombre que poseía una consciencia culturaly estética sorprendente. Él tenía el tono musical y el ojo perfectos del arquitecto.También tenía una vena mística muy fuerte. Yo ni siquiera puedo pretender decir queentiendo todas las seis secciones principales del Tractatus, aunque sí creo que hepodido captar lo que Wittgenstein estaba haciendo a este respecto. Creo queconscientemente estaba tomando como modelo el relato de Gn 1: el conocimiento, aligual que la creación, empieza pequeño, aunque preñado, y se va desarrollando encomplejidad hasta alcanzar su plena altura y magnitud al sexto día, el día en el que losseres humanos fueron creados a la imagen de Dios. Luego, viene el séptimo día, el díadel silencio: es un descanso, una pausa preñada. En otras palabras, se trata del Sabbath,el sábado de los judíos y el domingo de los cristianos. Tal como lo indica Wittgenstein,algunas cosas van más allá de la palabra y de la filosofía y uno puede y debepermanecer en silencio con respecto a las mismas. Lo que quisiera sugerir, conbastante temeridad por cierto, es que en la resurrección se nos confiere el inicio de unnuevo conocimiento, de una nueva epistemología, de un nuevo contacto con la palabrahablada, la Palabra que renace una vez más totalmente nueva después de la muerte detodo el conocimiento y el discurso humano, de toda la esperanza y de todo el amorhumano, después del descanso silencioso del séptimo día sabático en la tumba. Notengo conocimiento sobre si algún filósofo cristiano ha pensado en escribir unTractatus Resurrectio-Philosophicus posterior a Wittgenstein, que empiece con elnúmero 8. No obstante, me atrevo a sugerir que si alguien se decidiera a intentar tal

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cometido, debería hacerlo con toda seriedad, en términos de la ciencia en sí delconocimiento, que es precisamente lo que Juan nos menciona en sus capítulos 20 y 21. Volviendo al texto que analizábamos, luego de este breve examen al margen, en Jn 21(uno de los capítulos más conmovedores y profundos de toda la Biblia) encontramosuna descripción intrincada y estratificada de la nueva tarea que ya se anunció en Jn20,19-23. Los discípulos se van de pesca, pero no logran pescar nada. Jesús los ayuday pescan muchísimos peces, aunque luego de ello, procede a encargarle a Pedro latarea de ser un pastor, en vez de un pescador. Son muchas las cosas que estánsucediendo aquí al mismo tiempo, aunque en el centro de toda esta manifestacióntenemos el reto de iniciar una forma de vida nueva, un nuevo perdón, un nuevoprovecho, una nueva manera de seguir a Jesús que será más amplia y más peligrosa deaquella que acaba de quedar atrás. Todo esto se encuentra a un millón de millas dedistancia de los himnos que simplemente nos hablan de la resurrección de Jesús entérminos de nuestra propia certeza de lograr un descanso seguro y feliz en el cielo.Muy por el contrario, la resurrección de Jesús nos llama a tareas peligrosas y difícilesque debemos llevar a cabo en la tierra. En esta historia, la «pesca» parece representar «lo que los discípulos, al igual que elresto del mundo, ya estaban haciendo», mientras que «el ser pastor» parece representar«aquellas tareas nuevas que asumen dentro de la nueva creación». Al desarrollar estocomo metáfora, me parece que gran parte del trabajo actual de la Iglesia se concentraen la pesca y en ayudar a otros a pescar, en vez de dedicarse a ser pastor. Claro estáque hay tareas que deben llevarse a cabo para ayudar al mundo actual a hacer mejor lascosas que debería estar haciendo. Jesús nos ayudará a hacerlo. Debemos ponernos atrabajar en sociedad con un mundo más amplio. Sin embargo, si tan sólo hacemosjunto a los demás lo que ellos ya están haciendo, dejaremos de cumplir con la tarea quees realmente la más importante. Como en el caso de la visión de Isaías en el Templo yen muchas otras escenas, tanto bíblicas, como modernas, el cambio de Pedro, depescador a ser un pastor, se hace realidad sólo cuando él enfrenta su propio pecado yrecibe el perdón, así Jesús con la pregunta que formula tres veces se remonta a la triplenegación de Pedro y luego le ofrece el perdón precisamente bajo la forma de una vidatotalmente transformada y con la nueva tarea que le encomienda. Aquellos que noquieren enfrentar esa pregunta y esa respuesta escrutadoras pueden contentarse conayudar al mundo a pescar. Aquellos que encuentran al Jesús resucitado que va a lasraíces mismas de su rebelión, su negativa y su pecado y les ofrece amor y perdón,también pueden terminar, siendo enviados, más bien, a trabajar como pastores.Permitamos que aquellos que tienen oídos, escuchen. Todo esto se aprecia de múltiples y diversas maneras en el libro de los Hechos de losApóstoles. Cuando Jesús estaba a punto de ser apartado de ellos por última vez, los

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discípulos seguían insistiendo en lo que ellos creían que era el meollo mismo de todasu misión en primera instancia. «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberaníade Israel?». Con mucha frecuencia, al leer este pasaje, la gente tiende a suponer que larespuesta de Jesús significa: «No, ustedes lo están entendiendo todo al revés». En otraspalabras: «Ya hemos dejado atrás las categorías del reino, de Israel y de todo eso. Másbien, ustedes tienen una labor muy difícil que deben llevar a cabo». Sin embargo, yosugeriría que si entendemos lo que quieren decir el reino e Israel y de lo que se trata larespuesta que les da Jesús, podemos ver que su respuesta es realmente: «¡Sí! Pero noserá como ustedes se lo imaginan, sino que más bien será algo totalmente diferente». Los discípulos están suponiendo que para que el reino le sea devuelto a Israel, seránecesario que tenga algún tipo de superioridad nacional y que esto implica, quizás, laderrota militar de los enemigos de Israel. No obstante, lo que Jesús tiene en mente es,más bien, el cumplimiento del plan de Dios para Israel y el reino que tanto se habíaretrasado. Ahora él ha resucitado de entre los muertos como el Mesías de Israel y elMesías de Israel, tal como lo proclaman los salmos e insisten los profetas, es elverdadero Señor del mundo. «Que domine de mar a mar, del Río al confín de latierra». Sin lugar a dudas, ése es el verdadero mensaje de una historia de la ascensiónque le sigue de inmediato: tal como lo sabía todo romano, el único que asciende alcielo es el que está entronizado como el Emperador divino. ¿Y cómo va a tomar el mando este Emperador sobre su imperio que abarca el mundoentero? Sus mensajeros, sus emisarios deben partir hacia todos los territorios en losque él ya está entronizado como Señor para llevarles la buena nueva de que ha sidoentronizado, así como también para hablarles de su reinado justo y sabio. Él les dice:«y serán testigos míos en Jerusalén, Judea y Samaria y hasta el confín del mundo». Y,sin lugar a dudas, ése es exactamente el patrón que se aprecia en todo el resto del librode los Hechos de los Apóstoles. Los Apóstoles no les están ofreciendo a las personasuna nueva experiencia religiosa, aunque esto también será algo que estas personasvivirán. No les están diciendo que ahora pueden ir al cielo cuando se mueran, aunqueasí lo harán, si creen, y allí esperarán hasta que tenga lugar la resurrección misma.Tampoco les están diciendo que Dios ha hecho un milagro extraordinario quedemuestra cuán poderoso es, a pesar de que sí lo ha hecho. Más bien, ellos han sidollamados a ir por el mundo a decirle a todos que Jesús, que el Mesías judío, es elverdadero Señor del mundo y también deberán instarlos a profesar una obedienciacreyente. Y eso es precisamente lo que ellos hacen. Cabe destacar a este respecto en virtud de la forma en la que está configurado el librode los Hechos de los Apóstoles, esto no se desarrolla en términos de lo quedenominamos religión, sino más bien, de aquello que denominamos política. Laprimera mitad de Hechos, específicamente hasta el capítulo 12, nos presenta a Jesús

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anunciado como el Mesías resucitado, el Rey de los Judíos, bajo las narices de lasautoridades judías y específicamente de la familia de Herodes. Finalmente, HerodesAgripa, quien mandó a matar a Santiago y trató también de mandar a matar a Pedro, sedeja llevar por su megalomanía y piensa que se ha convertido en un ser divino, algo asícomo un príncipe helénico o un emperador romano y cae muerto en el acto. (Elincidente también es registrado por Josefo y, sin lugar a dudas, se basa en una historiasólida y seria). A continuación, en la segunda mitad del libro, se relata que Pablosiempre está viajando, confrontando al Imperio del César con la noticia de su nuevoSeñor. Se menciona que termina en Roma, bajo las narices del César. Él «enseñabacon toda libertad y sin estorbo lo concerniente al Señor Jesucristo», tal como podemosleer en Hechos. Es imposible encontrar un argumento más claro de propósito eintención: ahora se reclaman los reinos del mundo como el Reino del Dios de Israel yde su Mesías. Más aún, el fundamento de este anuncio es la resurrección de Jesús: no son susparábolas, ni sus sanaciones, ni siquiera lo es su muerte expiatoria, por importantes quehayan sido, sean y seguirán siendo todos estos acontecimientos. Es la resurrección deJesús, lo que implica que, ahora, él ha sido entronizado como Señor. (A este respecto,cabe hacer notar de pasada que, a pesar de que esta secuencia de pensamiento tieneperfecto sentido, aunque sorprendente, dentro del mundo del judaísmo del primersiglo, el movimiento opuesto no tiene sentido, ni surte efecto en lo absoluto. Algunaspersonas han sugerido que lo primero en lo que creyó la Iglesia fue en que Jesús habíasido entronizado como Señor y que luego se había deducido de este hecho que Jesúshabía sido resucitado de entre los muertos. Esto no tendría ningún sentido en loabsoluto dentro del esquema de ese mundo). En realidad, la cuestión es que Israel y elmundo han pasado un punto muy crítico y es necesario informárselo a la gente. En unafrase muy reveladora, Lucas nos dice que los saduceos estaban molestos porque losApóstoles «instruían al pueblo anunciando la resurrección de la muerte por medio deJesús». Muchas traducciones modernas moderan y le bajan el tono a este comentario ydicen simplemente algo similar a lo siguiente: «anunciaban la resurrección de losmuertos en virtud de Jesús», lo que implica que los Apóstoles estaban diciendo que,debido a la resurrección de Jesús, entonces otras personas también podrían serresucitadas a la vida. Pudieran haber estado diciendo eso también, aunque sin lugar adudas, éste no es el sentido que Lucas pretende transmitir. La cuestión es que estabananunciando que en la Pascua se había iniciado verdaderamente «la resurrección deentre los muertos». La Pascua de Resurrección era el inicio del nuevo mundo de Dios,de la nueva era que todos habían esperado tanto, la de la resurrección de los muertos. Luego, y de forma por demás dramática, Pablo se dirige a los presentes en el Aerópagode Atenas, donde seis siglos antes, en una obra de Esquilo, Apolo había declarado que«cuando un hombre muere y se derrama su sangre en el piso, ya no hay resurrección

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alguna». Y, tal como podemos ver en He 17, es en ese preciso lugar en el que Pablodeclara que en esos momentos ya era posible darle una dimensión diferente a lasespeculaciones y a los enigmas de la teología y de la filosofía paganas porque el únicoy verdadero Dios se había dado a conocer y nos había develado su plan para todos alnombrar a un hombre para que fuera el juez de todo el mundo y lo había certificado alresucitarlo de entre los muertos. Esto es precisamente lo que hace la resurrección: abreel nuevo mundo en el que, bajo el señorío salvador y el juicio de Jesús, el Mesíasjudío, todo lo demás debe verse con otros ojos y bajo una nueva luz. Es de esperarse que todo esto genere inmensas dudas y preguntas en nosotros. Éstasquedaron expuestas de forma muy resumida en una carta que recibí hace un año o dos,después de haber presentado ciertos argumentos en protesta contra la manera en la quese había eliminado, de forma cuidadosa y deliberada, la noción del reino de Dios de laserie de televisión Son of God (El Hijo de Dios) que transmitió la BBC, y me refieroliteralmente a eliminarla del guión. La persona que me escribió fue directo al puntocuando me dijo: «Ya que no hay ningún indicio claro de un nuevo reino luego de dosmil años, quizás seamos más gentiles con Jesús si lo dejamos al margen de todo esto».Claro está que todo depende de a lo que uno se refiere. En sus conversaciones, la gentetiende a referirse a las Cruzadas y a la Inquisición española y a implicar que latotalidad de lo que ha hecho la Iglesia cristiana a lo largo de toda su existencia puederesumirse en estas dos monstruosidades. Sin lugar a dudas, esto es ridículo, pero laIglesia ha estado en desventaja durante tanto tiempo que hemos olvidado hasta cómodar la respuesta correcta. Sin embargo, cabe destacar dos lecciones sorprendentes quese derivan de los últimos veinticinco años de historia mundial. Es verdad que todos sabíamos que el comunismo de Europa Oriental iba a caer por supropio peso, tarde o temprano. Ahora bien, es altamente significativo que aquello queverdaderamente hizo que comenzara a tambalearse hasta caer fuera el testimonio sintemor a las consecuencias de un Papa polaco y de aquellos que lograron actuar deforma valiente emulando la fe y la esperanza de este Papa. De igual manera, todossabíamos que el apartheid no hubiera podido durar para siempre y es altamentesignificativo que observemos que en el centro mismo del movimiento que llevó aldesmantelamiento pacífico, en vez de al baño de sangre que todos los comentadorespolíticos e, incluso, muchos de los que vivían en esa zona habían estado esperando, seencontraba un arzobispo africano negro, quien dedicó las primeras tres horas y variosotros momentos de cada día a la oración devota y ferviente. ¿Quién hubiera siquierapensado hace treinta años que alguna vez llegaríamos a presenciar las deliberacionesde una Comisión de la Verdad y de la Reconciliación, la cual se estableció para podersanar las heridas de ese país tan aquejado por las tribulaciones? Claro está que todavía hay muchas heridas abiertas en diversos lugares del mundo,

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muchos de los cuales, como es el caso de Irlanda del Norte, le han ocasionado unaprofunda vergüenza a la Iglesia. Sin embargo, cabe mencionar que cualquier personatiene la libertad de dar explicaciones diferentes acerca de éstos y otros eventos y deignorar la evidencia que sugiere que Jesús es el Señor. Después de todo, su señoríosiempre se ha ejercido y ha sido visible a través de la fe. Incluso los milagrosasombrosos que hicieron en algunas ocasiones los primeros Apóstoles no convencierona nadie en esa época. Esto no pretende escurrirle el bulto al problema. La diferenciaque existe entre los reinos del mundo y el reino de Dios estriba precisamente en elhecho de que el reino de Dios viene a través de la muerte y resurrección de su hijo y noa través de exhibiciones manifiestas de fuerza bruta o de riqueza. Sin embargo, mecomplace altamente que no tengamos que hablar únicamente de San Francisco o de laMadre Teresa de Calcuta y, ni siquiera, de William Wilberforce, sino que podamoshablar de forma totalmente creíble, también en estos días, sobre el poder que tiene elreino de Jesús resucitado para derrocar a regímenes arrogantes y opresivos y para darleesperanza a los humildes y a los pobres y, fundamentalmente, para hacerlo con unacompostura, una dignidad, una justicia y una paz dignas de resaltar. De igual manera,aunque en menor escala, no cabe duda de que hay también cientos y miles de cosasque la Iglesia está haciendo todos los días en nombre y por el poder del Jesúsresucitado. Yo tuve el privilegio de estar en la Catedral de Southwark un sábado delaño 2001 y pude presenciar cuando Nelson Mandela inauguraba una nueva serie deedificaciones que han contribuido a ampliar de forma muy considerable las obras querealiza la Catedral a favor de los desamparados y los jóvenes. En esta ampliación seincluía un salón que recibió su nombre en honor al obispo Desmond Tutu: éste es unsímbolo sorprendente que se encuentra en el corazón mismo del sur de Londres, en unsector que es un verdadero crisol de múltiples razas, que evidencia el poder de laresurrección en una comunidad que a menudo se ha visto aquejada por múltiplesproblemas y ha estado dividida. Precisamente son los evangelios y el libro de los Hechos de los Apóstoles los quesitúan la escena. Sin embargo, nuestro principal representante de la iglesia primitiva essan Pablo y, ahora que nos preparamos a analizar sus escritos, veremos que no sóloestá de acuerdo con los evangelios y quienes los escribieron, en cuanto a laimportancia básica de la resurrección, sino que él la convierte en un reto vigorizanteque se le plantea a la vida cristiana actual. 3. Pablo

Ya hemos estudiado la esperanza sólida de Pablo en la resurrección del cuerpo.También vimos que él puede hablar de forma conmovedora sobre el estado intermedioentre la muerte y la resurrección: su deseo, nos dice, es el de «morir para estar conCristo, y eso es mucho mejor» 16• Sin lugar a dudas, esta creencia no se basa

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únicamente en las creencias de su educación judía, por importantes que hayan sido,sino en la resurrección del propio Jesús. Sin embargo, al igual que los evangelistas, Pablo no ve la resurrección de Jesús comoalgo que significa simplemente que nosotros tenemos la seguridad de estar con Cristodespués de la muerte y de la resurrección final posterior a ese momento. Para él, bajoningún respecto el significado de la Pascua se limita a la esperanza más allá de latumba. Él, como los evangelistas, ve la resurrección de Jesús como el inicio de unnuevo mundo, de una nueva creación, en la que Jesús ya está gobernando y en la quereina como Señor. Nadie podría acusar a Pablo de no estar consciente de la paradojaque implica plantear estos argumentos. Algunas de sus declaraciones mássorprendentes sobre este aspecto son aquellas que escribe desde la prisión. Y, dentrode ese contexto, es Pablo quien expresa de manera más destacada lo que quiere decir laresurrección, no sólo para el mundo particular, por vital que esto sea dentro delcontexto global, sino para la vida común y corriente de todo cristiano, de todo niño,toda mujer y todo hombre. Empezamos con el gran argumento y la gran declaración de Pablo sobre el nuevomundo en 1 Cor 15,12-28. Él está luchando por lograr que esta idea penetre las mentesde los corintios que habían sido paganos, muchos de los cuales aún no habían logrado,como era de esperar, comprender plenamente lo que quería decir el Evangelio cuandohablaba acerca de la resurrección de Jesús. El punto crucial lo observamos en elversículo 17: «Y si Cristo no ha resucitado, la fe de ustedes es ilusoria, y sus pecadosno han sido perdonados». En otras palabras, con la resurrección de Jesús ha surgido unnuevo mundo en el que el perdón de los pecados no es simplemente una experienciaprivada; es un hecho que tiene que ver con el cosmos. El pecado es la causafundamental de la muerte. Si se ha vencido a la muerte, esto debe significar quetambién se ha logrado resolver el problema del pecado. Sin embargo, si no haresucitado el Mesías, estamos todavía en un mundo en el que el pecado renace deforma suprema y sin que nadie lo venza, de manera que la creencia cristiana, que es elfundamento mismo de la religión que indica que Dios se ha encargado de nuestrospecados por medio de Cristo, se basa en ideas muy poco sólidas y no pretende más queaceptar que todo está bien. A continuación, Pablo describe este nuevo mundo en el pasaje sorprendente y seminalde los versículos 20 al 28. Aquí lo que escribe es típicamente denso, aunque losargumentos centrales son fuertes y claros. La expectativa judía de la resurrección, laresurrección de todo el pueblo de Dios al final de los tiempos, se ha dividido en dos: enprimer lugar, un anticipo al que le seguirá todo lo demás. El Mesías ha sido resucitadocomo el inicio de una gran resurrección. Quienes pertenecen a él serán resucitados ensu aparición final (versículo 23). Entonces y sólo entonces él podrá verdaderamente

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completar la victoria que se ganó en el Calvario y en la Pascua. Este es el momento enel que todos los enemigos, entre los que se cuenta la misma muerte, podrán colocarsebajo sus pies en el cumplimiento de la promesa de las Escrituras (versículos 24 al 26).Sin embargo, cabe destacar y tomar en cuenta el versículo 25a: porque él tiene quereinar hasta... En otras palabras, él ya está reinando, aunque quizás no veamos todavíael resultado pleno de ese reino. Es más, si preguntamos qué podría justificar de algunamanera un argumento tan sorprendente que señala que Jesús ya es rey del mundo,aunque César parezca serlo, y a pesar de que la muerte continúa su accióndesenfrenada, sólo puede haber una respuesta: la resurrección. Por lo tanto, Pablo sigue firmemente la misma vía que la de los evangelistas. Para él, el significado principal de la resurrección de Jesús es que el nuevo mundo deDios ha cobrado vida a través de este acontecimiento, el nuevo mundo que se habíaprometido durante tanto tiempo y en el que se renovará el pacto de la alianza, seperdonarán los pecados y se podrá por fin dejar de lado la muerte. La resurrección noes un «milagro» divino, aislado y atípico, así como tampoco es la promesa de la vidaeterna más allá de la tumba. Más bien, es el inicio decisivo y contundente del reinadomundial del Mesías judío, en el que los pecados ya han sido perdonados y se asegura lapromesa de un mundo futuro de justicia y de vida incorruptible. Por lo tanto, ¿qué quiere decir esto en la práctica para nosotros? Podríamos estardispuestos a conceder que la resurrección de Jesús ha abierto una nueva era en lahistoria mundial. Sin embargo, incluso esto no es nada fácil. Tal como pudimosapreciar hace poco, la retórica anticristiana de los últimos doscientos años que se haobservado en el mundo occidental ha hecho todo lo posible por negarlo. Muchos denosotros tenemos una reacción pavloviana a ese tipo de argumento sobre el reinoactual que esgrime el Nuevo Testamento. De inmediato queremos hablar acerca de lasambigüedades del acuerdo de Constantino, de la complicidad de muchas iglesias conlas atrocidades del siglo xx y de las muchas cosas más que sucedieron entre estos dosacontecimientos. Sin embargo, no deberíamos permitir que una penitencia adecuadapor las maldades del pasado se convierta en una falsa humildad sobre los logrosextraordinarios que la Iglesia ha alcanzado, tanto en el pasado, como en el presente.Los Wilberforce y los Tutu son reales y tienen importancia; al igual que lo son tambiénmillones de otras personas que puedan ser menos conocidas, pero que son igualmentesignos del extraño señorío de Jesús sobre el mundo. Estamos llamados a vivir dentrodel mundo en el que tales cosas son posibles y también estamos llamados a ser losagentes de dichas cosas siempre y cuando caigan dentro de nuestra esfera de acción yde nuestra vocación. No obstante, para Pablo la resurrección no sólo tiene que ver conel trabajo público o a gran escala. También tiene que ver con la vida personal íntima dela resurrección a la que cada uno de nosotros ha sido llamado. En otras palabras, tiene

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que ver con el bautismo y con la santidad. Es aquí donde esta orden vigorizante noshace entender que ha llegado el momento de despertar. El primer pasaje importante en el que se establece este punto es Ro 6. Este capítulosigue directamente a una de las visiones generales majestuosas de Pablo acerca de lospropósitos salvadores del mundo. Tal como nos escribe al fin de Ro 5: «Así como elpecado reinó produciendo la muerte, así la gracia reinará por medio de la justicia parala vida eterna por medio de Jesucristo Señor nuestro». Es allí donde está el nuevomundo de Jesús y la pregunta es: ¿dónde pertenecemos a él? Él aborda esta pregunta en 6,1: «¿Qué diremos entonces? ¿Qué debemos seguirpecando para que abunde la gracia?». ¿Somos simplemente espectadores en el grandrama de Dios, sentados en los puestos laterales, al margen, sin vernos afectados por laimagen global? Si Dios se deleita en darles su gracia a los pecadores, tal como losevangelistas cristianos han insistido con tanta razón, ¿debemos seguir siendopecadores para obtener más gracia? La respuesta de Pablo al respecto es muy clara: ¡sin lugar a dudas que no! En nuestrobautismo nos comprometemos a ser gente de la resurrección. Los versículos 2 al 4establecen el trabajo de base: en el bautismo morimos con el Mesías y resucitamos conél a la nueva vida. Luego, en el típico estilo de Pablo, nos sigue explicando lo quequiere decir en los versículos del 5 al 7. Fuimos colocados al lado del Mesías en sumuerte y el resultado de ello es que nuestra vieja identidad, nuestro viejo ser, fuecrucificado con él. Y si eso es cierto, quiere decir que el pecado no tiene derechossobre nosotros, que no tiene autoridad o control alguno sobre nosotros. Más bien(versículos 8 al 10), si el Mesías se ha levantado de entre los muertos y usted está en elMesías y por el bautismo es un miembro de su pueblo, esto significa que usted, en él,también ha sido levantado de entre los muertos. Muchos han supuesto que Pablo serefería a esto en un sentido puramente futuro, aunque el meollo del versículo u es quetambién se trata de una experiencia del presente: ahora, usted debe calcular, sumar,dilucidar y considerarse muerto al pecado y vivo ante Dios en el Mesías, Jesús. Essobre esta base que Pablo puede proseguir con el siguiente pasaje para darinstrucciones a aquellos que lo siguen y decirles que no permitan que el pecadogobierne sus cuerpos actuales. Esto lo podemos resumir de la manera siguiente. El nuevo mundo revolucionario quese ha iniciado en la resurrección de Jesús, el mundo en el que Jesús reina como Señory que ha ganado la batalla, victorioso sobre el pecado y la muerte, tiene sus reductosde primera línea en aquellos que en el bautismo han compartido su muerte y suresurrección. La etapa intermedia entre la resurrección del propio Jesús y larenovación de la totalidad del mundo es la renovación de los seres humanos, de usted y

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de mí, en nuestras propias vidas de obediencia aquí y ahora. Antes de seguir haciendo comentarios al respecto, cabe destacar que este mismo puntose resalta en Col 2 y 3. Empecemos con Col 2,12: «que consiste en ser sepultados conél en el bautismo [el cual corresponde a la circuncisión judía; en otras palabras, es laseñal de entrada al pueblo elegido de Dios], y en resucitar con él por la fe en el poderde Dios, que lo resucitó a él de la muerte». Pablo da por sentado que el bautismo estáasociado a la fe en el poder de la resurrección de Dios porque la confesión básica delbautismo es «Jesús es Señor» y la creencia en la que se basa esta confesión es elmensaje del Evangelio que nos indica que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos.Luego, continúa derivando las implicaciones de haber muerto con el Mesías: las leyesy regulaciones judías ya no tienen poder alguno sobre ti (2,16-23). Sin embargo, al inicio de Col 3, se enfoca en lo que en realidad implica el compartiraquí y ahora la resurrección del Mesías. Pablo insiste en que si ya uno ha resucitadocon Cristo, en otras palabras, si a través del bautismo y la fe se es una persona deresurrección que vive en el nuevo mundo que se inició en la Pascua, vigorizado por elpoder que levantó a Jesús de entre los muertos, entonces también uno tiene laresponsabilidad de compartir en el presente con la vida resucitada de Jesús. «Por lotanto, si han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo, donde Cristo estásentado a la derecha de Dios, piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra». Notiene sentido decir simplemente: «He sido bautizado; por lo tanto, Dios está feliz conla manera en la que yo soy». La lógica de Pablo es la siguiente: «Tú has sidobautizado; por lo tanto, Dios te está llamando a morir al pecado y a vivir la vida de laresurrección». En este punto, enfrentamos un problema que más vale resolver de manera frontal.Tiene dos aspectos, uno es el que está a nivel de la calle, expuesto a los demás, y elotro es más recóndito. Para solucionarlos, debemos pensar un poco más sobre elsignificado de la palabra «cielo» en sí misma y acerca de otras ideas similares como«las cosas de arriba». El problema más abierto y expuesto a los demás es el mismo sarcasmo de siemprecuando decimos que «estamos tan inclinados hacia lo celestial que ya no tenemosutilidad terrenal alguna». Yo digo que es el mismo sarcasmo de siempre, la vieja burla.En realidad, no la he oído mencionar mucho recientemente y quizás se deba a que,últimamente, muchos cristianos practicantes están yendo, más bien, en la direcciónopuesta y a menudo están tan aferrados a lo terrenal, tan preocupados por los detalles ylos aspectos prácticos que uno se pregunta si tendrán en realidad algún uso celestial.Sin embargo, ése no es el punto. Ese sarcasmo sólo funciona en un mundo en el que sesupone que el cielo y la tierra están separados y no tienen nada que ver el uno con el

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otro. No obstan te, en la Biblia, el cielo y la tierra están hechos el uno para el otro. Sonlas esferas gemelas que se entrelazan de la realidad única creada por Dios. Uno sólopuede entender la tierra cuando está igualmente familiarizado con el cielo. Uno sólopuede conocer verdaderamente a Dios y compartir su vida cuando uno entiende que éles el Creador y el que ama la tierra, al igual que el cielo. Y todo el punto de laresurrección de Jesús y del cuerpo transformado que ahora posee estriba en el hecho deque se siente igualmente en casa, tanto en la tierra, como en el cielo, y que puededesplazarse sin problemas de un ámbito al otro, deslizándose a través de la delgadacortina que nos separa de la realidad enceguecedora de Dios. Tal como lomencionamos en el capítulo 7 de este libro, esto es parte del significado medular de laascensión. El problema de segundo orden es una especie de versión madura y ampliada de labásica de la calle y es el siguiente: ¿no quiere decir acaso toda esta referencia a laresurrección en el presente que estamos reduciendo la «resurrección» a una experienciaespiritual? ¿No significa esto acaso que estamos aceptando un sistema gnóstico quedevalúa el cuerpo físico, lo que incluye el cuerpo resucitado de Jesús? No. Mucho me temo que nuestras mentes están tan condicionadas por la filosofíagriega, sin importar si hemos leído, o no, a algún exponente de la misma, quepensamos que, por definición, el «cielo» no es material y la «tierra» no es espiritual ono es celestial. Sin embargo, eso no puede ser. Parte del logro fundamental de laencarnación, que consiguientemente se celebra en la resurrección y en la ascensión, esque el cielo y la tierra ahora están unidos por un lazo que es imposible de romper y quetambién nosotros somos por derecho propio ciudadanos de ambos lugares. Si así lodecidimos, podemos dejar fuera la dimensión celestial y vivir como seres terrenales ymaterialistas. En ese caso, estaremos aceptando y adoptando un sistema que va afracasar y que poco a poco irá debilitándose y muriendo porque la tierra obtiene suvida esencial del cielo. Sin embargo, si dirigimos nuestra atención hacia la dimensión celestial, disfrutaremostodo tipo de resultados positivos y prácticos. En Col 3,11, Pablo ve la unidad de laIglesia, por encima de los límites culturales y étnicos, como uno de los primeros deestos resultados. En el pasaje que sigue, él enumera una serie de otras cosas quedeberían aparecer en la vida de cualquiera que se vuelque hacia el mundo que es ahorael hogar primordial de Jesús, el mundo que ha sido diseñado para sanar y restablecernuestro mundo presente. En cada caso, de lo que él está hablando es de la verdaderarealidad física actual atravesada ahora por la vida del cielo. Parte del acostumbrarse avivir en el mundo posterior a la Pascua, parte del acostumbrarse a dejar que la Pascuacambie su vida, sus actitudes, su forma de pensar, su comportamiento pasa poracostumbrarse a la cosmología que ahora está siendo develada. Quisiera repetir que el

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cielo y la tierra están hechos el uno para el otro y, en ciertos puntos, se cruzan y seentrelazan. Jesús es ese punto final. Nosotros, como cristianos, estamos llamados a sertales puntos derivados de él. Hemos recibido el Espíritu, los sacramentos y lasEscrituras de manera que la vida doble de Jesús, tanto celestial, como terrenal, tambiénpueda convertirse en nuestra y serlo ya en el presente. Todo esto nos lleva a nuestro último pasaje paulino. Efesios es una epístola queacompaña a Colosenses y aquí encontramos la instrucción más clara, tomada quizás deun poema o himno cristiano de los primeros días: «¡Despierta, tú que duermes,levántate de la muerte, y te iluminará Cristo!» (Ef 5,14). En otras palabras: ¡es hora de despertar! El vivir al nivel del mundo no celestial quenos rodea es como estar dormidos; peor aún, es como aquello de lo que el sueño es unametáfora, es como estar muerto. La mentira, el hurto, la inmoralidad sexual, el malcarácter y otras manifestaciones (Pablo las enumera todas en un pasaje muy corto perodevastador) son modalidades de la muerte, tanto para la persona que las comete, comopara aquellos cuyas vidas son afectadas por esas acciones. Hay diversas maneras dedormir un sueño funesto y mortal. Es hora de despertar. Eso es lo que nos dice Pablo.Debemos surgir a la vida en el mundo real, el mundo en el que Jesús es el Señor, elmundo al que nos lleva el bautismo, el mundo al que uno puede afirmar que pertenececuando dice en el Credo que Jesús es el Señor y que Dios lo ha resucitado de entre losmuertos. Lo que todos necesitamos de vez en cuando es que alguien (un amigo, undirector espiritual, un extraño, un sermón, un versículo de las Escrituras o simplementeel llamado interno del Espíritu) nos diga: «¡Es hora de despertar! ¡Ya has dormido losuficiente! ¡El sol está brillando y afuera te espera un bellísimo día! ¡Despierta ycomienza a vivir!». Por lo tanto, el mensaje de la Pascua no es que Jesús alguna vez hizo un milagrofabuloso y, luego, decidió no hacer muchos otros más, ni tampoco que hay una vida degran dicha después de la muerte por la que estamos esperando. El mensaje de la Pascuaes que el nuevo mundo de Dios ha sido develado en Jesucristo y que ahora ya hemossido invitados a pertenecer a él. Y, precisamente debido a que la resurrección fue y escorporal, aunque con un cuerpo transformado, el poder que tiene la Pascua paratransformar y sanar el mundo presente debe ponerse en práctica, tanto al nivel macro,al aplicar el Evangelio a los problemas fundamentales del mundo (y si el comunismosoviético y el apartheid no se incluyen en esta categoría, la verdad es que no sé qué seincluiría entonces) como en los detalles íntimos de nuestras vidas diarias. La santidadcristiana no consiste en tratar con todas las fuerzas de ser buenos, sino en aprender avivir en el nuevo mundo creado por la Pascua, el nuevo mundo al que ingresamospúblicamente en nuestro bautismo. Hay muchas partes del mundo donde no podemoshacer nada excepto rezar. Sin embargo, hay una parte del mundo, una parte de la

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realidad física, con respecto a la cual podemos hacer algo y ésa es la criatura ala quenos referimos como mi «yo». La santidad personal y la santidad global son aspectosrelacionados. Aquellos que se despiertan y están dispuestos a intentar una de ellas bienpueden verse llamados a despertar a la otra. Y eso nos lleva precisamente a nuestropróximo capítulo, el último de este libro.

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Capítulo 15

La nueva forma que asume la Iglesia parasu misión (2): viviendo el futuro

1. Introducción

1.1 La celebración de la Pascua

Entonces, ¿cómo podemos aprender a vivir como personas totalmente despiertas,precisamente como personas de la Pascua de Resurrección? A este respecto, tengoalgunas sugerencias vigorizantes que quisiera darles. He llegado a la conclusión de quemuchas iglesias simplemente desaprovechan la Pascua de Resurrección años tras año yyo trato de convencerlas para pensar detenidamente en la forma en la que lacelebramos, de manera que la reformulemos y nos podamos ayudar unos a otros comoIglesia y como personas para vivir verdaderamente lo que profesamos. En este libroestoy hablando fundamentalmente desde la perspectiva de la Iglesia que más conozcoy me estoy dirigiendo básicamente a ella. Sin duda, aquellos que celebran la Pascua deResurrección de otras maneras podrán hacer los ajustes pertinentes y tomar de lo queles digo aquello que necesiten para aplicarlo a sus situaciones específicas. Para empezar, vale la pena analizar el día en sí de la Pascua de Resurrección, elDomingo de Pascua. Se ha dado un gran paso hacia adelante al lograr que, en laactualidad, muchas iglesias celebren la vigilia de la Pascua de Resurrección, tal comosiempre lo ha hecho la Iglesia ortodoxa, aunque en muchos casos, todavía lo esténhaciendo de una manera muy insípida e incompleta. La Pascua de Resurrección tieneque ver con la alegría intensa que nos despierta el poder de creación de Dios. Sin duda,aunque quizás no estén dispuestos a hacerlo todos los anglicanos, lo menos quepodríamos hacer es decir en voz muy alta Aleluya, en vez de murmurarlo; deberíamosencender todas las velas de la Iglesia, en vez de tan sólo algunas cuantas y deberíamosdarle hasta al último hombre, la última mujer, el último niño, el último gato, el últimoperro y el último ratón que se encuentren presentes una vela y pedirles que lasostengan en alto de manera que parezca una verdadera fogata. De igual modo,deberíamos salpicar agua por doquier a medida que vamos renovando nuestros votosdel bautismo. Todo paso hacia atrás que demos para alejarnos de este tipo decelebración será un paso hacia adelante que nos lleve a una experiencia etérea oesotérica de la Pascua y lo importante sobre la Pascua de Resurrección es que no es

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etérea, así como tampoco es esotérica. Más bien, tiene que ver con la venida delverdadero Jesús que abandona la tumba y pone en marcha la nueva creación real deDios. Sin embargo, mi mayor problema se relaciona con el Lunes de Pascua. Considero quees, tan absurdo como injustificable, que pasemos cuarenta días respetando laCuaresma, meditando sobre lo que ésta significa, predicando la importancia delsacrificio, e incluso actuando de manera un poco apesadumbrada, para luego llegar alapogeo en la Semana Santa, la cual, a su vez, alcanza su clímax el Jueves Santo y elViernes Santo y, a continuación, después de un Sábado Santo bastante extraño,tenemos tan sólo un día de celebración. Es cierto que los domingos después del Domingo de Pascua de Resurrección siguensiendo parte de la época de Pascua. Durante varias semanas, en la liturgia continuamoscon las lecturas y con los himnos de la Pascua. Sin embargo, la Semana Santa en sí nodebería ser la época en la que todo el clero suspira con alivio y se va de vacaciones.Creo que debe ser un festival de ocho días en el que se sirva champaña después de lasoraciones matutinas e incluso antes con muchos Aleluyas y otros himnos, así comocánticos espectaculares. ¿Nos debería sorprender acaso que a la gente le cueste creeren la resurrección de Jesús si nosotros no la celebramos con bombos y platillos? ¿Nosdebería sorprender acaso que nos sea difícil vivir la resurrección si no lo hacemos conentusiasmo y una euforia desbordante en nuestras liturgias? ¿Nos debería sorprenderacaso que el mundo no parezca tomar mucho en cuenta la Pascua de Resurrección siésta se celebra simplemente como final feliz, que dura tan sólo un día y que parece elsimple apéndice de cuarenta días de ayuno y de tristeza? Sin lugar a dudas que hacemucho tiempo que llegó el momento de analizar de manera muy crítica y cruda laforma en la que celebramos la Pascua de Resurrección en la Iglesia, en la casa, ennuestras vidas personales y a todos los niveles del sistema en el que nosdesenvolvemos. Más aún, si esto implica reformular alguno de nuestros hábitos máspreciados, bueno, quizás es que ha llegado el momento de despertar. Esto siempre nostoma por sorpresa. Y ya que estamos hablando de ello, no estaría de más en lo absoluto que nospusiéramos a componer unos cuantos himnos bellos más de Pascua y que nosaseguráramos de elegir aquellos múltiples himnos bellos que han sido compuestos conanterioridad y que celebran la Pascua de Resurrección tal como es, en vez de tratarlasimplemente como nuestro boleto a una vida plena y de felicidad en el futuro. Esinteresante destacar que la mayoría de los mejores himnos de la Pascua deResurrección resultan ser aquellos de la iglesia primitiva, mientras que la mayoría delos peores tienen su origen en el siglo XIX. Ahora bien, es necesario que empecemos adar los pasos necesarios para celebrar la Pascua de Resurrección de formas nuevas y

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creativas. Podemos celebrarla, por ejemplo, a través del arte, la literatura, los juegospara niños, la poesía, la música, la danza, los festivales, las campanas y los conciertosespeciales, así como con cualquier otra manifestación que se nos pueda ocurrir. Este esnuestro festival más grandioso. Si decidimos dejar fuera la Navidad, en términosbíblicos, solamente se perderían dos capítulos al inicio de Mateo y de Lucas,absolutamente nada más. Sin embargo, si decidiéramos dejar fuera la Pascua deResurrección, perderíamos la totalidad del Nuevo Testamento y desaparecería elcristianismo. Tal como lo dice Pablo, todos seguiríamos teniendo todavía nuestrospecados. No debemos permitir que el mundo seglar con sus programas y sus hábitos, aligual que con sus eventos pararreligiosos y con sus simpáticos conejitos de Pascua nosaparte del curso correcto que debemos seguir. Este es nuestro día más fabuloso y espor ello que debemos celebrarlo con bombos y platillos para que todo el mundo seentere. De esta manera, podríamos decir que si la Cuaresma es aquel período en el quedebemos hacer sacrificios y renunciar a algunos placeres, la Pascua de Resurreccióndebe ser la época en la que emprendamos nuevas acciones. Una vez más, champañapara el desayuno, claro que sí. La santidad cristiana nunca tuvo como propósito ser unacualidad simplemente negativa. Está claro que no podemos negar que es necesarioeliminar las hierbas malas del jardín de vez en cuando. En muchas ocasiones, esnecesario excavar un poco por debajo de la hiedra que crece en la superficie, demanera de poderla sacar. Esto es precisamente lo que es la Cuaresma para nosotros.Ahora bien, tampoco queremos dejar simplemente el jardín como un terreno baldío oun pedazo de tierra sin cultivar. La Pascua de Resurrección es el momento en el quedebemos sembrar las nuevas semillas y trasplantar unos cuantos brotes. Si el Calvarioimplica eliminar o someter a muerte aquellos aspectos de nuestras vidas que esnecesario matar para poder florecer como cristianos y como verdaderos seres humanos,entonces la Pascua de Resurrección debe ser el momento para que plantemos,reguemos y preparemos todo aquello de nuestras vidas (la personal y la corporativa)que queremos que florezca, llenando así el jardín de colores y perfumes y, en sudebido momento, de los frutos que éste nos quiera dar. Los cuarenta días del tiempo dela Pascua que transcurren hasta el día de la Ascensión, deben ser una época quecompense la Cuaresma al emprender alguna nueva tarea o alguna nueva empresa, algoíntegro y fructífero, algo altruista y que responda a los intereses de los demás al igualque a los nuestros. Es posible que usted sólo esté en la capacidad de hacerlo duranteseis semanas, tal como es posible que usted sólo este en la capacidad de estar sin fumaro sin beber cerveza durante las seis semanas de Cuaresma. Ahora bien, si se decide adar verdaderamente ese primer paso, ese simple hecho podría permitirle descubrirnuevas posibilidades, nuevas esperanzas y nuevas acciones que nunca siquiera hubieraimaginado. Esto podría incorporar a su vida más íntima parte del espíritu de la Pascua.Podría ayudarlo a despertar de una manera totalmente nueva. Y esto es precisamente

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de lo que se trata en la Pascua de Resurrección. 2. El espacio, el tiempo y la materia: la creación redimida En este punto tenemos que enfrentar un problema actual que es muy serio. Aquelloslugares en los que las iglesias occidentales han visto surgir una nueva vida comoresultado de la presencia de jóvenes que están acudiendo a la Iglesia y le estántransmitiendo una nueva energía que se manifiesta de diversas maneras, aunada a sumúsica e iniciativas, también han sido precisamente los lugares en los que con bastantefrecuencia la gente había abandonado, de forma por demás deliberada, gran parte delas prácticas tradicionales de las iglesias de la corriente dominante: las edificaciones delas iglesias, las liturgias, las oraciones formales, e incluso, en algunos casos, hasta lospropios sacramentos (excepto de una manera bastante ocasional y con muy pocoentusiasmo). Me inclino a pensar que esto ha surgido de una especie de protestantismoque se encuentra latente en la cultura cristiana occidental y que se deriva de la creenciaimplícita en que las edificaciones, las liturgias y otros elementos similares pornaturaleza propia no son espirituales, así como tampoco son verdaderamenteestimulantes y tienden, más bien, a ser sofocantes y embrutecedores, por lo que cuantomenos cerca los tengamos, mejor será para nosotros. Muchas personas de las nuevasiglesias que han seguido este camino, así como el de las expresiones más novedosas deeste tipo dentro de las denominaciones tradicionales, han evidenciado, en realidad, quesus iglesias tradicionales no tenían vida. Al descubrir por sí mismas la dicha de lanueva vida en Cristo, tales personas han abandonado con mucho agrado todo lo queahora consideran aburrido, demasiado serio e, incluso, poco espiritual. En realidad,para muchas personas, las «expresiones originales y novedosas» de fe implican laausencia de iglesias, la ausencia de «servicios y oficios» como tales, por supuesto, laausencia de liturgia, la ausencia de días u horas fijas de culto y la ausencia desacramentos (cuando menos, la ausencia de una eucaristía formal; aunque habrádiversos tipos de para sacramentos caseros, aunque esa ya es otra historia). Pudiera serel caso que algunos lectores, ahora estén leyendo finalmente un capítulo acerca de lamanera en la que se le puede dar forma a la Iglesia para la misión, y estén esperandoque yo esté de acuerdo con este protestantismo implacable que se evidencia a nivelpopular (y eso es precisamente lo que es). De ser así, mucho me temo que los voy a decepcionar. Se los voy a decir con todaclaridad: yo no soy de los que defiende la «economía mixta» en el culto, en laadoración a Dios. Vivimos en una sociedad compleja que tiene muchas aristas, tanto anivel local, como global, y sería ridículo suponer que un solo tamaño o una sola formava a ser «adecuada» para todos los fieles que espero estén pensando en unirse anosotros. Sin embargo, la lógica de la nueva creación me obliga a plantearles unasreflexiones que espero verdaderamente sean muy saludables y de mucho provecho,

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reflexiones que espero no disminuyan el entusiasmo que despiertan las nuevasexpresiones de la vida cristiana, sino que les recuerden a estos fieles que no debenbotar el plátano cuando tiren la cáscara. Como podemos verlo en una de las parábolasmás importantes de Jesús, siempre existirá el peligro de que una planta que crece conmucha fuerza no tenga raíz. De la misma manera, no cabe duda de que existen algunasplantas que tienen unas raíces muy profundas pero igualmente permiten que otrasplantas las asfixien. En otras palabras, no tiene ningún sentido aferrarse ciegamente alas viejas modalidades de la Iglesia, como tampoco abandonar con la misma cegueratodas las tradicionales e insistir en la innovación perpetua. Debemos mantener los ojosfijos en la fe que se nos plantea y en la resurrección de Jesús que es nuestra plataformade lanzamiento y hemos de reordenar de manera pertinente nuestro culto y nuestrotrabajo en el mundo. Es por todo ello que tenemos que recordar cuál es el punto de partida. El orden creadoque Dios ha empezado a redimir en la resurrección de Jesús es un mundo en el que elcielo y la tierra están designados no a estar separados, sino a reunirse. En ese reunirse,el «propio bien» del que Dios habló al referirse a la creación en el principio de todo severá realzado y no eliminado. El Nuevo Testamento nunca imagina que cuando losnuevos cielos y la nueva tierra lleguen, Dios dirá en efecto lo siguiente: «Bueno,después de todo, esa primera creación no era tan buena, ¿no es así? ¿No están acasocontentos de que nos hayamos librado de todo ese espacio, todo ese tiempo y toda esamaterias». Más bien, debemos visualizar, sin duda, un mundo en el que la creaciónpresente, en la cual pensarnos en términos de esas tres dimensiones, se vea realzadapara pasar a ser parte u los propósitos más amplios de Dios, aunque ciertamente no seaabandonada, ¿Qué es lo que sucede cuando pensamos en el tiempo, el espacio y la materia comoelementos que están siendo renovados y abandonados dentro de la vida de la Iglesia? La renovación y la reivindicación del espacio han implicado recientemente entre otrascosas una nueva manera de entender la tradición celta de los «thin places», aquelloslugares en los que la cortina que separa el cielo de la tierra es casi imperceptible. Enrealidad, éste es tan sólo un aspecto de una «teología del lugar» mucho más amplia quese ha visto seriamente amenazada en el Occidente desde la Ilustración. Utilizando unametáfora obvia, podríamos decir que necesitamos urgentemente recapturar estateología antes de que se talen todos los árboles viejos para abrirle el espacio a uncentro comercial o a un estacionamiento, precisamente en el momento en el que lagente empieza a percatarse de cuán fresca es la sombra que brindan en el verano,cuántos frutos nos dan en el otoño y cuán bellos se ven durante la primavera. Enrealidad, Jesús nos declara que Dios llama a la gente de todo el mundo a que lo adorenen el espíritu y en la verdad, en vez de que limiten su adoración a tal o cual otra

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montaña sagrada. Sin embargo, esto no debilita el reclamo, sobre la base de la teologíaadecuada, de Dios a todo el mundo, que se anticipa cuando reclama el espacio para laadoración y la oración. Tal como lo manifiesta Eliot en su frase célebre, las iglesias yotros lugares en los que «ha sido válida la oración», no son un refugio alejado delmundo, sino un puente hacia el mundo, una manera de reclamar parte del espacio queDios nos ha dado para su gloria como un adelanto del día en el que todo el mundo seregocijará en su alabanza. Entonces, sería simplemente de una locura dualista declarar sin más (como muchostratan de hacerlo hoy en día, supuestamente en defensa de los intereses de una«misión», aunque en realidad no es más que en defensa de los intereses del dualismo ode un beneficio rápido) que los edificios de la iglesia primitiva y otros símbolossimilares son irrelevantes para la misión de Dios hoy en día y en el futuro. No cabeduda de que hay muchos momentos en los que la edificación de una iglesia ya cumpliósu propósito, ya ha servido para algo y, ahora, puede ser demolida o puede ser utilizadapara algún otro propósito. Sin embargo, muchas personas están redescubriendo ennuestros tiempos actuales que, en realidad, hay lugares que han sido santificados comositios de oración y adoración durante mucho tiempo, lugares en los que, aun cuando aveces no logramos explicar por qué, la gente de todo tipo se percata de que la oraciónle sale con mayor naturalidad y que se puede conocer y sentir a Dios con másfacilidad. Debemos reflexionar detenida y cuidadosamente acerca de una teologíaadecuada del lugar y del espacio, pensada en términos de la promesa de Dios derenovar la totalidad de la creación, antes de que procedamos a abandonar la geografía yel territorio. Así es, los argumentos territoriales se pueden volver idólatras o abusivos.Este es el caso, por ejemplo, de cuando una iglesia que ha abandonado desde hacemucho tiempo toda pretensión de un cristianismo ortodoxo, trata de utilizar suspoderes canónicos para insistir en algún tipo de «derecho territorial», o bien, cuandounas cuantas personas se aferran a un edificio por razones sentimentales muchodespués de que éste haya dejado de servir a su comunidad local. Sin embargo, larespuesta que le demos al abuso no puede ser el dualismo, sino el uso adecuado. La renovación y la reivindicación del tiempo asumen, cuando menos, tres formas. 1) En el siglo cuarto, Dionisia el Insignificante construyó un esquema de fechas a seraplicado en todo el mundo, el cual se basaba en la supuesta fecha de nacimiento deJesús. Este esquema se sigue utilizando más o menos a nivel mundial, a pesar de losintentos por eliminarlo, como aquel de los revolucionarios franceses y que sedescubrió hace unos cuantos años cuando se hablaba del cambio del milenio. Fuera deeso, se ha ignorado en términos generales. Al igual que las campanas de una iglesiagrande que resuenan sobre un pueblo dormido, en todo momento en que alguien lepone una fecha a algo, habla del Señorío de Jesús, sin importar si la gente lo escucha, o

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no. 2) Aunque de manera más específica, el tiempo de la Iglesia, el viejo recuento de lahistoria y de la «tradición» de la Iglesia que se ha acumulado durante este tiempo, debetomarse en serio en cualquier visión basada en la escatología y determinada por lamisión de la Iglesia. Una vez más, sin lugar a dudas debemos cuidarnos de la idolatría,de la santificación de cosas que alguna vez fueron indiferentes y ahora se han vueltoirrelevantes. Uno debe estar consciente constantemente de que la Iglesia ha hecho y hadicho muchas cosas tontas y malvadas, al igual que también tantas otras sabias ybuenas. Sin embargo, la historia de la Iglesia es la historia de la maneras en las que, apesa: de la locura, el fracaso y el pecado descarado, el futuro de Dios ya ha irrumpidoen lo que para nuestros antepasados era «el tiempo presente», dejándonos un legado deaquel pedazo del «pasado» que está lleno no sólo de errores y de estilos de vidacondicionados por la cultura, sino de patrones de una nueva creación que, desdenuestro punto de vista, ya se han entrelazado y convertido en parte de la historia. Son,por así decirlo, trozos del futuro de Dios que ahora ya son trozos de nuestro pasado. Sin lugar a dudas, es de suma importancia discernir lo que en la «tradición» debe versecomo un ejemplo de esto y lo que debe verse como un ejemplo de la equivocación dela Iglesia. Sin embargo, el hecho de deshacerse de la tradición simplemente porque es«tradición» no es más que capitular ante la postmodernidad y el tipo de ultraprotestantismo que corta el árbol desde la misma raíz porque cree que los árbolesdeben ser visibles en su totalidad y obviamente deben dar frutos, razón por la que nodeben estar enterrados en una tierra sucia. 3) En especial, los evangelios (y de forma muy específica, el de Juan), así como lapráctica inicial de la Iglesia que nos relata Pablo en sus escritos, reflejan lainterpretación muy temprana de la iglesia de que el primer día de la semana, el día dela Pascua de Resurrección, se ha convertido en un signo en el mundo presente y de susecuencia temporal que indica que la vida de la era por venir ya ha llegado. Eldomingo, que se mantiene como conmemoración de la Pascua de Resurrección desdeel momento mismo en el que tuvo lugar ese acontecimiento (fenómeno por demásdestacado, cuando uno piensa en él con detenimiento), no es simplemente un legado devalores victorianos, sino una señal perpetua que se renueva con gozo semana trassemana y que nos indica que todo el tiempo le pertenece a Dios y que se yergue antenosotros bajo el señorío renovador de Jesucristo. Claro está que es necesario que adoremos a Dios los «siete días completos y no sólouno de los siete». Por razones de diferente índole, muchos cristianos llegarán a laconclusión de que el domingo es un día en el que es difícil asistir a los serviciosreligiosos que tienden a ser largos. Sin embargo, no podemos dejar de recordar que los

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primeros cristianos vivieron en un mundo en el que domingo era el primer día de lasemana de trabajo, muy similar a lo que es hoy en día el lunes para nosotros, y queellos valoraban su simbolismo de manera tan clara que estaban preparados paralevantarse mucho más temprano para celebrar una vez más la Pascua de Resurreccióny para anticipar el Octavo Día de la Creación final, el inicio de la nueva semana, el díaen el que Dios renovará todas las cosas. El aspecto más polémico del trío compuesto por el espacio, el tiempo y la materia es,sin lugar a dudas, la materia misma, aquel material del que están hechos los ídolos(como siempre nos lo ha advertido, de manera por demás pertinente, la tradiciónprotestante). Ahora bien, a pesar de ello, cabe destacar una vez más, para no caer en unplatonismo definitivo y negar la bondad de la creación, que es crucial recobrar tanto laencarnación corporal y la resurrección de Jesús, como la promesa de que se renovará lacreación en sí, que se la liberará de la muerte y de la descomposición, y por lo tanto, esde suponer, como se aprecia en el mundo imaginativo y destacado de C.S. Lewis enThe Great Divorce (El gran divorcio), que será de manera más sólida, más real, que laactual. Es precisamente dentro de este marco de referencia de pensamiento que tienensentido los sacramentos cristianos clásicos del bautismo y de la eucaristía. Ahora bien, no cabe duda de que los sacramentos pueden degenerar en una simplesuperstición e idolatría. Sin embargo, nunca deberíamos olvidar lo que pasó cuando losisraelitas permitieron que eso sucediera con el Arca de la Alianza, cuando la trataronsimplemente como un talismán mágico al que había que recurrir y al que se tenía querecordar únicamente cuando les estaba yendo mal en la batalla (1 Sam 4-5). El Arcafue capturada y los israelitas perdieron la batalla. Sin embargo, cuando los filisteosllevaron el Arca al templo de Dagón su dios, Dagón se desplomó cayendo al piso antesus ojos. El abuso del sacramento no anula el uso adecuado. Las generaciones cristianas sucesivas han luchado por encontrar un lenguaje que lehaga justicia a la realidad de lo que sucede en el bautismo y de lo que sucede tambiénen la eucaristía. Por lo tanto, quizás no nos sorprenda que hayan fallado ampliamenteen el intento, porque en realidad los sacramentos han sido diseñados para ser su propiolenguaje, un lenguaje que, a la larga, no se puede traducir, incluso a pesar de quepodamos describir lo que está sucediendo desde varios ángulos, aunque también todosellos sean inadecuados. (A este respecto, cabe recordar a la bailarina a la cual cuandose le preguntaba lo que «quería decir» un baile en particular, respondía: «Si yo hubierapodido expresar esto en palabras, no hubiera tenido necesidad alguna de bailarlo».) Sinembargo, cualquier intento por rechazar, por marginar, por trivializar, o el simplehecho de sospechar de los sacramentos (y de los actos cuasi sacramentales como es elcaso, por ejemplo, de encender una vela, de arrodillarse, de proceder al lavado de lospies, de elevar las manos al aire, de persignarse, etc.) basándose en el supuesto de que

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todas estas acciones pueden ser indicio de superstición o tender a la idolatría, o envirtud de que algunas personas pudieran incluso suponer que, al hacerlo, estánlogrando que Dios esté en deuda con ellos, sería exactamente igual que rechazar lasrelaciones sexuales dentro del matrimonio basándose en la razón de que se trata delmismo acto que, bajo otras circunstancias, constituye una inmoralidad. La verdad esque yo siempre me sorprendo y hasta me divierto en este sentido cuando visito iglesiasque han abandonado con el debido cuidado todas las señales de la adoraciónprofesional de una era anterior, como podría ser el caso de los coros con vestidurasceremoniales, de las procesiones, de los organistas y otras similares, y simplementehan inventado nuevas modalidades de adoración que exigen el mismo nivel deprofesionalismo en términos de personas competentes que manejen sistemas de sonido,iluminación, proyección de láminas y de presentaciones en PowerPoint, al igual queotras actividades similares. No hay nada de malo en el caso de ninguna de estas dosmodalidades. Todo puede y debe hacerse si es para la gloria de Dios. Sin embargo, elhecho de implicar que los estilos anteriores de adoración son en cierta medida menos«espirituales» y que la adoración electrónica moderna es más digna no es más que unsimple prejuicio cultural y no nos queda otra cosa que reírnos de él cada vez que lovemos surgir. Traten de ver esto desde este punto de vista (acortando, por el momento, lo que podríaser un caso mucho más amplio de argumentación). En la eucaristía, el pan y el vino senos presentan y llegan a nosotros como parte de la nueva creación de Dios, la creaciónen cuya realidad Jesús ya participa a través de la resurrección. Tanto el pan, como elvino, nos hablan de forma por demás convincente, como tan sólo pueden hablar lasacciones codificadas (bien se trate de un apretón de manos, de un beso, de la decisiónde romper en dos el papel de un contrato o de cualquier otra cosa), tanto de la muerteque sufrió a través de la cual se han vencido la idolatría y el pecado, como de su futurallegada en la que se va a renovar la creación (1 Cor 11, 26). Nosotros nos alimentamosde esa realidad, aun cuando podamos pensar que es difícil conceptualizar de qué tipode realidad se trata. El hecho de saber que por medio de este sacramento estamossiendo renovados como el pueblo de Jesús que vive y trabaja en la tensión que existeentre la Pascua de Resurrección y la renovación final, nos permite cuando menosrelajarnos y disfrutar de todo lo que nos puede ofrecer este sacramento. Por lo tanto, si la Iglesia se va a renovar en cuanto a su misión precisamente en y por elmundo del espacio, del tiempo y de la materia, no podemos ignorar o marginar esemundo. Más bien, debemos reclamarlo para el reino de Dios y para el señorío de Jesúsy en el poder del Espíritu, de manera que podamos dirigirnos hacia todos los confinesy trabajar por ese reino, anunciar ese señorío y efectuar el cambio a través de esepoder. Uno no le enseña a la gente a cantar indicándole que debe deshacerse primerocon todo cuidado de sus instrumentos musicales. Por lo tanto, la misión de la Iglesia

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debe incluir, a nivel estructural, el reconocimiento de que nuestro espacio, nuestrotiempo y nuestra materia presentes están sujetos, no al rechazo, sino a la redención. Elvivir entre la resurrección de Jesús y la venida final conjunta de todas las cosas en elcielo y en la tierra quiere decir que estamos celebrando la sanación de este mundo porparte de Dios y no el hecho de que Dios lo esté abandonando. El reclamo del espaciocomo cielo y tierra que Dios nos hace se intersecta una vez más. La redención de Diosdel tiempo en términos de años, semanas y días habla del lenguaje de la renovación yla redención de la materia en sí de Dios en los sacramentos, lo cual a su vez apunta a larenovación de las vidas que son lavadas del pecado en el bautismo y a las que se lesalimenta con la eucaristía. A pesar de la tendencia que se aprecia en algunos sectoresde la «Iglesia emergente» hacia la marginación del espacio, del tiempo y de la materia,yo sigo estando convencido de que la manera de seguir adelante no es otra que la deredescubrir una verdadera escatología, la de redescubrir una verdadera misión que searraigue en la anticipación de esa escatología y la de redescubrir modalidades de laIglesia que permitan incorporar tal anticipación. 3. La resurrección y la misión ¿Entonces, cómo será la Iglesia cuando pase de una adoración renovada a una misiónrenovada? Espero haber dicho lo suficiente como para que haya quedado claro que la misión de laIglesia no es ni más ni menos que la realización, en el poder del Espíritu, de laresurrección corporal de Jesús y, por consiguiente, la anticipación del momento en elque Jesús llenará la tierra de su gloria, transformará el antiguo cielo y la antigua tierraen un cielo nuevo y una tierra nueva y levantará z sus hijos de entre los muertos parapoblar y reinar sobre el mundo redimido que se ha creado. En caso de ser así, la «misión» debe recuperarse urgentemente de la esquizofrenia quesufre desde hace tanto tiempo. Como ya lo he mencionado con anterioridad, la divisiónque existe entre «salvar almas» y «hacer el bien en el mundo es el producto, no de laBiblia o de los evangelios, sino del cautiverio cultural de ambos en el mundooccidental. Volvamos a los temas que abordamos dos capítulos atrás (la justicia, labelleza y el evangelismo) con una esperanza renovada, precisamente debido a lapromesa del espacio, del tiempo y de la materia renovados. El espacio, el tiempo y lamateria son los ámbitos en los que vive la gente real; en los que se establecen lasverdaderas comunidades; donde se toman las decisiones difíciles, donde las escuelas ylos hospitales son testigos del «ahora y el ya» del Evangelio, mientras que las policíasy las prisiones son testigos del «todavía no». El espacio, el tiempo y la materia sonaquel ámbito en el que los congresos, los consejos municipales, los esquemas deVigilancia de Vecinos y todo lo que cae entre ambos extremos se establece y se

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administra para el beneficio de la comunidad más amplia, de la comunidad en la que laanarquía implicará que los bravucones (económicos o sociales, al igual que físicos)siempre ganarán y en la que los débiles y vulnerables siempre necesitarán deprotección. Será, por lo tanto, una comunidad en la que las estructuras sociales ypolíticas de la sociedad son parte del diseño del Creador. De esta manera, la Iglesia que es renovada por el mensaje de la resurrección de Jesúsdebe ser la Iglesia que se pone a trabajar precisamente en ese espacio, en ese tiempo yen esa materia y que los reclama, por adelantado, como el lugar del reino de Dios, delseñorío de Jesús y del poder del Espíritu. Los consejos municipales y los congresos pueden actuar y, en realidad, a menudoactúan sabiamente (el «ya» del Evangelio que la Iglesia debe tratar de fomentar),aunque, debido a que a su vez pueden convertirse en agentes de la intimidación y de lacorrupción, siempre necesitarán estar sujetos a escrutinio y a responsabilidad conrendición de cuentas (el «todavía no» del Evangelio en el que la Iglesia debe estaractiva y vigilante). Por lo tanto, la Iglesia que toma en serio el espacio sagrado, no como un retiro delmundo, sino como un puente que conduce hacia él, pasará directamente del culto en elsantuario a la cámara del senado y del consejo para debatir los aspectos de laplanificación de la ciudad, la armonización y humanización de la belleza en laarquitectura, en las áreas verdes, en los esquemas del tránsito de carreteras (y, claroestá, que también lo hará en las zonas rurales que lo necesitan tanto), en los trabajosambientales, en los métodos de agricultura creativa y saludable y en el uso adecuadode los recursos. Si es cierto, tal como lo he argumentado con anterioridad, que ahoratodo el mundo es la tierra santa de Dios, no debemos descansar mientras esta tierra estésiendo devastada y dañada. Esta no es una simple actividad «adicional» a la misión dela Iglesia. Es su misión fundamental. La Iglesia que se toma en serio el hecho de que Jesús es el Señor de todos los tiempos,no sólo celebrará calladamente cada vez que escribimos la fecha en una carta o en undocumento, no sólo reservará el domingo, en cuanto sea humana y socialmenteposible, como el día para la celebración de la nueva creación de Dios (y señalará lalocura humana que representa una semana de trabajo de siete días), no sólo tratará deordenar su propia vida en un ritmo adecuado de adoración y trabajo. Más bien, talIglesia tratará de llevar la sabiduría y un orden nuevo y humanizador al ritmo detrabajo de las oficinas y de los talleres, al gobierno local, así como a los feriadoscívicos y a la forma que se le debe dar a la vida pública. Estos aspectos no se puedendar por sentados. Los grandes cambios que han tenido lugar durante mi propio lapso devida, al presenciar cómo mi pueblo en el que todos cumplían el precepto del Viernes

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Santo y de la Pascua de Resurrección, ahora toman estas fiestas de guardar como unaocasión más para ir a ver un partido de futbol o para ver una vez más en televisiónpelículas viejas (¡y, a menudo, sin que en la programación televisiva se incluya algoque, aunque sea remotamente, se refiera a Jesús o al Evangelio!), son un claroindicador de lo que sucede cuando una sociedad pierde sus raíces y se va a la derivasiguiendo las corrientes sociales que prevalecen. La reivindicación del tiempo como elregalo bueno de Dios (en contraposición a ver al tiempo como simplemente un bien deconsumo que hay que «gastar» para nuestro propio beneficio, lo que, a menudo,implica nuevas formas de esclavitud para otros) no es algo «adicional» a la misión dela Iglesia. Es su misión fundamental. Y, claro está, la Iglesia que se toma en serio el hecho de que en y a través de Jesús,Dios el Creador ha tomado, una vez más, el mundo de la materia y lo ha transformadopor medio de su propia persona y presencia y que, algún día, lo llenará con suconocimiento y con su gloria cuando las aguas cubran el mar, no sólo tratará decelebrar la venida de Dios en Cristo en y a través de elementos sacramentales, sino quepasará directamente del bautismo y de la eucaristía a hacer que la presencia sanadora ytransformadora de Dios se convierta en una realidad en la materia física de la vida real.Una de las cosas que más he disfrutado de ser obispo es ver a los cristianos «normalesy corrientes» (y no pretendo decir que existan muchos cristianos «normales ycorrientes», pero ya ustedes saben a lo que me refiero) pasar directamente de laadoración a Jesús en la iglesia, a marcar una diferencia radical en la vida material de lagente que vive en la calle, al organizar grupos de juegos para niños con mamástrabajadoras que son padre y madre a la vez, al organizar cooperativas de crédito queayuden a la gente que se encuentra en la parte más baja de la escala financiera aencontrar la manera de lograr una solvencia responsable, al hacer campañas pormejores viviendas, contra carreteras peligrosas, para establecer centros derehabilitación de droga - dicción, por leyes sabias que se relacionan con el alcohol, porbibliotecas decentes y por instalaciones deportivas, por mil y un cosas más en las queel reinado soberano de Dios se extiende hacia una realidad dura y concreta. Una vezmás, esto no es algo «adicional» a la misión de la Iglesia. Es su misión fundamental. Se debe tener claridad con respecto al hecho de que esta forma de abordar las tareas dela Iglesia en términos del espacio, del tiempo y de la materia, juega un papel directo enlas categorías que he utilizado antes de la justicia y la belleza. Sin embargo, tambiénnos lleva directamente al evangelismo, cuando se ve que la Iglesia sigue adelante ypasa de la adoración de Dios que vemos en Jesús, a marcar la diferencia y a lograr quese hagan realidad los cambios que tanto se necesitan en el mundo real; cuando se veclaramente que la gente que comparte la mesa de Jesús es precisamente la misma genteque está al frente de la iniciativas que van dirigidas a eliminar el hambre y lahambruna; cuando la gente se percata de que quienes rezan para que el Espíritu obre en

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y a través de ellos, son las personas que parecen tener recursos adicionales de amor ypaciencia para ocuparse de aquellos cuyas vidas han sido dañadas, golpeadas yavergonzadas. Entonces, no sólo es natural hablar del propio Jesús y alentar a otros aque lo adoren por sí mismos y a que descubran lo que implica pertenecer a su familia,sino que es natural para las personas por «poco religiosas» que se consideren a símismas como seres que reconocen que algo está pasando y de lo que ellos quieren serparte. En términos que pudiera haber utilizado el autor de Hechos de los Apóstoles,cuando la Iglesia está viviendo verdaderamente el reino de Dios, la palabra de Dios sedispersa con todo su poder y lleva a cabo su propio trabajo. Claro está que ninguna persona puede intentar más que tan sólo una fracción de estamisión. Ésta es la razón por la que la misión es el trabajo de toda la Iglesia y lo es todoel tiempo. Algunos se percatarán de que Dios los inclina a trabajar con niñosdiscapacitados. Otros oirán el llamado a participar en el gobierno local. Otrosdescubrirán una satisfacción callada en los proyectos artísticos o educativos. Todos senecesitarán unos a otros y buscarán el respaldo y el aliento de los demás. Todostendrán que ser nutridos por la vida central de adoración de la Iglesia y la vida centralen sí se nutrirá y se renovará a medida que los amigos de Jesús vuelvan a adorarlodesde su misión en el mundo. Gran parte de esta actividad coincidirá de manera alegre y correcta con el trabajo quese está haciendo y que, a menudo, se está haciendo muy bien, y que está en las manosde aquellos que profesan otra fe o no profesan ninguna. Esto es lo que debemos esperary lo que debemos aceptar, si en realidad es cierto que (por encima de todo dualismo) elDios uno y verdadero es el Creador de todos y se ha encargado de dejar sus testigos eneste mundo. El consejo que Pablo les daba a los Filipenses, aunque él y ellos sabíanque estaban sufriendo por su fe y hubieran podido verse tentados a retirarse del mundoy buscar refugio en una mentalidad sectarista y dualista, era optimista. Esto escribíaPablo: «ocúpense de cuanto es verdadero y noble, justo y puro, amable y loable, detoda virtud y todo valor». Y al pensar y analizar estas cosas, descubriremos más y másacerca del propio Dios el Creador, a quien nosotros conocemos en y a través deJesucristo, y estaremos mejor preparados para trabajar con efectividad, no contra «elmundo», sino con el grano, con la esencia misma de todos los buenos, de todo aquelloque intenta mejorar esta vida. No cabe duda, por otra parte, de que la misma carta nos instaría también a no seringenuos. Hay multitud de lugares y de situaciones en los que los intereses creados, laspolíticas y los políticos corruptos, los tiranos, los intimidadores y las comunidades quese han encerrado en sí mismas racial y culturalmente, encontrarán al testigo de laIglesia mediante una de las maneras que yo he descrito como amenazadoras yofensivas. Esto no tomará por sorpresa en lo absoluto a aquellas Iglesias que, hoy en

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día, se encuentran enfrentando la prohibición «políticamente correcta» de los símbolosy festivales cristianos en el mundo occidental. Tampoco será una sorpresa paraaquellos que han tratado de hacer campañas para que se construyan mejores viviendaspara los desposeídos, para que se les ofrezcan mejores condiciones a los trabajadoresdel campo o de las fábricas y que, en su intento, se han enfrentado a la ira implacablede aquellos que han estado explotando a otros calladamente, aunque sin piedad Cabe destacar lo que dirá esa gente entonces. Ellos le dirán una y otra vez a la Iglesiaque se dedique a sus propias actividades de «salvar almas». Esa distorsión radical dela esperanza cristiana pertenece exactamente al quietismo que deja al mundo tal comoestá y que, por lo tanto, permite que el mal proceda inexorablemente en su camino, sinque nadie lo detenga. Es aquí donde la «sorpresa» de la esperanza agarra a laspersonas desprevenidas y éstas reaccionan diciéndonos a nosotros los cristianos lo queellas creen que debe ser nuestra «esperanza», una esperanza que le quitará la esencia yla necesidad misma a todo intento por hacer las cosas mejor en el mundo actual delespacio, del tiempo y de la materia. Es en este punto que la Iglesia debe aprender las artes de la colaboración sincompromiso y de la oposición sin dualismo. En el mundo que se desarrolla más allá denuestro ámbito cristiano están sucediendo cosas buenas y debemos unirnos a él, almismo tiempo que permanecer vigilantes para cuando llegue el momento en el que senos pida que hagamos algo que va contra la esencia misma del Evangelio. En el mundoque se extiende más allá de nosotros, en ese universo más amplio, sin duda hay muchamaldad y debemos siempre levantarnos contra ella, sin dejar de estar vigilantes,cuidando de no caer en el punto en el que nos convirtamos en simples dualistas y nosretiremos del mundo que ya está cargado con la grandeza de Dios. Si lograr esto era yalo suficientemente difícil en la mejor de las épocas, lo es más aún ahora, debido a quenosotros, los que vivimos en el hemisferio occidental, simplemente no hemos pensadoen estos términos durante, cuando menos, doscientos años. Una vez más, WilliamWilberforce, y otros como él, hubieran hecho algo por enseñarnos. Y de pronto, todosesos comentarios inteligentes de Jesús nos hacen pagar las consecuencias. Es elmomento de dilucidar lo que significará en el mundo real del siglo XXI ser tan sabioscomo las serpientes y tan inocentes como las palomas. He sugerido ya que la misión de esta «Iglesia conformada por su misión» debe estardeterminada, a su vez, por la esperanza. He expresado, también, que la esperanzacristiana genuina, que tiene sus raíces en la resurrección de Jesús, es la esperanza porla renovación de todas las cosas en las manos de Dios, por su superación de lacorrupción, la descomposición y la muerte, por su acción de llenar todo el cosmos consu propio amor y gracia, su poder y su gloria. He argumentado que, para serverdaderamente efectivos en este tipo de misión, debemos estar arraigados de forma

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genuina y alegre en la renovación realizada por Dios del espacio, del tiempo y de lamateria, dentro de la vida de la Iglesia. No tiene sentido (readaptando, una vez más,una metáfora que ya se ha utilizado repetidamente) tratar de tomar los frutos de unárbol cuyas raíces uno ha desenterrado de forma sistemática. Claro está que no pretendo decir: «iglesia tradicional, haz las cosas bien y surgirá lamisión». De forma por demás excesiva, la «iglesia tradicional» ha sido ya demasiadatradición y no suficientemente iglesia. Lo que estoy pidiendo es que pensemos a travésde la esperanza que es nuestra en el Evangelio; que reconozcamos la renovación de laCreación, como la meta de todas las cosas en Cristo, al igual que como el logro de loque ya se ha alcanzado en la resurrección, y que acometamos el trabajo de la justicia,la belleza, el evangelismo, la renovación del espacio, del tiempo y de la materia comoanticipación de la meta final de poner en práctica lo que Jesús ha logrado en su muertey su resurrección. Este es el camino a seguir, tanto para la genuina misión de Dios,como para darle forma a la iglesia por medio de esa misión y para esa misión. Naturalmente, todo esto quiere decir que la gente que trabaja en y por esta misión en elmundo más amplio, más allá de nuestro ámbito cristiano, debe estar viviendo,modelando y experimentando lo mismo en sus propias vidas. A fin de cuentas, no hayjustificación para una piedad privada que no se exprese en la misión en sí, al igual que,en última instancia, no hay justificación para que la gente utilice su activismo en laesfera social, cultural o política como una pantalla que le permita evitar tener queenfrentar los mismos retos dentro de sus propias vidas, en pocas palabras, el reto delreino de Dios, del señorío de Jesús y del poder y el facultamiento del Espíritu Santo.¿Si el Evangelio no lo está transformando a uno, como puede uno tener la certeza deque está transformando algo? Desde un punto de vista, pudiera parecer que esto nos lleva hacia atrás, hacia temasbastante «normales y corrientes». Ahora bien, quisiera sugerir en este momento, en lasección final de este último capítulo, que las disciplinas básicas de la espiritualidadcristiana, las disciplinas a través de las cuales la Iglesia se nutre para esta misión delespacio, el tiempo y la materia, de la justicia, la belleza y el evangelismo, se puedenentender de la mejor manera dentro del contexto de la esperanza que sorprende, de laesperanza que se fundamenta en la resurrección de Jesús y que se ofrece para anticiparla nueva creación de Jesús en toda su plenitud. 4. La resurrección y la espiritualidad El espacio no permite que se haga más que un breve esbozo de seis aspectosfundamentales de la espiritualidad cristiana que aparecen bajo una nueva luz cuando

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los vemos como parte de la esperanza sorprendente de Dios, la Pascua que nos llama adespertarnos y a venir a la vida con este nuevo mundo.

4.1 El nuevo nacimiento y el bautismo Una de las menciones más destacadas del nuevo nacimiento se encuentra en la granapertura de 1 Pe. Dios, en su gran misericordia, nos ha dado una nueva vida a unaesperanza viva mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Laresurrección de Jesús actúa como influencia directa para que tengan lugar este nuevonacimiento y sus consecuencias. Todo se debe a lo que sucedió en la Pascua deResurrección: se ha abierto una nueva realidad en el mundo, un nuevo tipo de vida,tanto interna, como externa (lo que es más importante aún) en la santidad y en laesperanza de nuestra propia resurrección. Es indudable que la predicación y laexperiencia del nuevo nacimiento han sido fundamentales en ciertos movimientos quehan tenido lugar, a lo largo de los años, dentro del cristianismo, especialmente elevangelicalismo. Aunque, a menudo, ha sido sujeto de burla e incluso se le ha caricaturizado (alrespecto se pueden recordar los comentarios insidiosos que solían hacer los periodistasacerca del presidente Jimmy Carter cuando decían que «había nacido con muchafrecuencia»), sigue manteniendo con todo derecho ese lugar. Sin embargo, lo que ha probado ser mucho más difícil de hacer en aquellosmovimientos que han resaltado la nueva vida como una experiencia vital espiritual, esarticular una teología del bautismo que la acompañe, como obviamente sucede en elNuevo Testamento. La incapacidad de hacerlo por parte del evangelicalismo dejó lapuerta abierta a diferentes teologías del bautismo en el Espíritu que han caracterizadoal pentecostalismo, aunque ya esa es otra historia. Por supuesto, el bautismo tambiénestá íntimamente vinculado con la resurrección de Jesús en dos pasajes en particular:Ro 6 y Col 2. Para poder entender el bautismo, dentro de este contexto o de cualquier otro, tenemosque decir algo acerca de la teología sacramental. He llegado a creer que la mejormanera de entender los sacramentos es dentro del marco de la teología de la creación yde la nueva creación, así como del entrecruzamiento del cielo y la tierra que he venidoexplorando a lo largo de este libro. La resurrección de Jesús ha traído un cambio en lacondición de la historia cósmica y en la realidad. El futuro de Dios ha irrumpido en elpresente y (tal como sucede a veces en los sueños, cuando las palabras que decimos ola música que escuchamos también están sucediendo en los eventos en los que estamostomando parte), de alguna manera, los sacramentos no son simples signos de larealidad de la nueva creación, sino que son parte de la misma. Por lo tanto, el evento

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del bautismo, la acción, el agua, el sumergirse y volver a salir, las nuevas vestiduras,no sólo son signos de la realidad de un nuevo nacimiento, de la membrecía (ya quetoda vida nos hace ser miembros de algo) en la nueva familia. Es, en realidad, la vía deentrada a esa membrecía. Indiscutiblemente y tal como los pastores de todas las tradiciones lo saben muy bien,hay muchos que han compartido el bautismo y que ahora parecen no tener nada quever con la nueva familia o con la nueva vida a la cual este bautismo debió haberloshecho ingresar. Ahora bien, éste no es un argumento contra la manera tan realista en laque Pablo habla del bautismo. (Tampoco es un argumento contra el bautismo de losniños de muy corta edad, ya que el problema de que la gente se «aparte» es igualmentereal cuando se bautiza a personas adultas). En realidad, el propio Pablo parece haberenfrentado el mismo problema en 1 Cor 10, donde alguien que había sido bautizado senegaba a vivir de la manera adecuada. Al abordar este problema, él no niega la validezde la entrada en el reino de la gente de Dios sino que, más bien, la presupone. Laconsecuencia es una advertencia severa: Dios juzgará a aquellos que abusan de subondad y del privilegio de su membrecía. Por lo tanto, lo importante es que en la acción simple, aunque poderosa, de sumergir aalguien en el agua en el nombre del Dios triuno, en realidad, hay implícita una muertereal a la vieja creación y un verdadero levantarse hacia la nueva con todos losprivilegios y responsabilidades peligrosas que entonces acompañan a la nueva vida, amedida que ésta comienza su camino hacia un mundo que todavía no está redimido. Elbautismo no es magia, ni es un truco de prestidigitación con el agua. Sin embargo,tampoco es simplemente una ayuda visual. Es uno de los puntos establecidos por elmismo Jesús en el que se entrecruzan el cielo y la tierra, en el que aparecen la nuevacreación y la vida en la resurrección, en medio de la vieja creación. La idea de asociarel bautismo con la Pascua de Resurrección siempre ha sido y sigue siendo un instintocristiano adecuado. Tal como para muchos cristianos la verdad de la Pascua de laResurrección es algo que apenas ven fugazmente en algunas ocasiones, sin siquieracaptarla y actuar en consecuencia, también para muchos el bautismo permanece comoen el fondo, fuera de vista, cuando debería ser el evento básico, el fundamento mismode toda vida cristiana seria, que nos permite a todos morir al pecado y volver a la vidacon Cristo.

4.2 La eucaristía Es apenas natural que del bautismo nos desplacemos hacia la eucaristía. Quisieraesbozar tres visiones de la eucaristía y demostrar la forma en la que la teología de lanueva creación, al surgir para adelantarse a encontrarnos en el presente, nos permitever con mayor claridad lo que está sucediendo.

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Para muchos cristianos, los sacramentos se han parecido demasiado a un acto de magiaque les hacía sentir bien. Una persona santa, una figura similar a un chamán, murmuraunas palabras mágicas y realiza actos de magia; su fabulosa prestidigitación convierteun alimento normal y corriente en la verdadera sangre y en el verdadero cuerpo deJesucristo. Una vez más se rechaza y aleja al diablo, se expían los pecados, se apaciguaa Dios y se ofrecen oraciones con especial eficacia mientras que se refuerza el poder yel control social y todo el mundo está feliz. Claro está que ésta es una caricatura de loque realmente creían los verdaderos teólogos, pero tal es la forma en la que las cosasles han parecido muchas veces a las personas normales y corrientes. En más, a esenivel, los sacramentos de la Iglesia son apenas un poco mejores que un ritual pagano. No cabe duda de que todo esto sucedió hasta la Reforma, punto en el cual se cuestionótodo el sistema. Un extremo de la teología de la Reforma, decidido a oponerse a cuantosiquiera pareciera magia o paganismo, al igual que a todo aquello que confirmara elpoder de la clase sacerdotal, insistió en negar lo que Roma enseñaba. De esta forma,los reformadores suizos radicales consideraban que la eucaristía era un simple signo,un simple recordatorio del hecho histórico en el que Cristo había muerto por nuestrospecados. Según ellos decían, había que meditar acerca de ese hecho y eso tan sólobastaba para lograr, tanto el beneficio espiritual, como el que se lograba cuando unocomía el pan. Según ellos, en realidad, se lograba mucho más si uno se lo comía sinsiquiera meditar. Entre el ritual casi mágico, por un lado, y el simple recuerdo de un hecho, por el otro,comenzaron a surgir visiones que tenían una base más histórica y que nos recordaríanla forma en la que se creía que se celebraban las comidas sagradas de los judíos (y unamuy importante de éstas era la de la Pascua, de la cual toma su punto de origen laeucaristía). Hasta el presente, cuando los judíos celebran la Pascua, no suponen queestán haciendo básicamente algo diferente a lo que hicieron en el evento original. Talcomo ellos mismos lo dicen: «Esta es la noche en la que Dios nos sacó de Egipto». Laspersonas que están sentadas alrededor de la mesa se convierten, no en los herederosdistantes de los que constituyeron la generación del desierto, sino en ellos mismos. Eltiempo y el espacio los unen. Dentro del mundo sacramental, el pasado y el presenteson tan sólo uno. Juntos, apuntan hacia el futuro, hacia la liberación que el futuro estápor depararles. Lo que sucede en la eucaristía es que, a través de la muerte y de la resurrección deJesucristo, esta dimensión futura entra en juego de una manera muy clara. Partimoseste pan para compartir en el cuerpo de Cristo, lo hacemos en su memoria, y duranteun momento nos convertimos en los discípulos que están sentados alrededor de lamesa para la Última Cena. Sin embargo, si nos detuviéramos en ese punto, sólo

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hubiéramos mencionado la mitad. Para lograr entender de alguna manera la eucaristía,para lograr avanzar en ese camino, debemos verla también desde el punto de vista de lallegada del futuro de Dios al presente y no tan sólo como la prolongación del pasadode Dios (o el pasado de Cristo) hacia nuestro presente. No estamos recordandosimplemente a un Jesús que murió hace mucho; estamos celebrando la presencia denuestro Señor vivo. Y él vive a través de la resurrección precisamente como aquél quese ha adelantado a nosotros para ir hacia la nueva creación, hacia el mundotransformado, precisamente de aquél del que él es en sí mismo el prototipo. El Jesúsque se nos da a sí mismo como comida y bebida es en sí mismo el inicio del nuevomundo de Dios. En la comunión, somos como los hijos de Israel en el desierto,comemos la fruta que hemos tomado de la tierra prometida. Es el futuro que viene aencontrarse con nosotros en el presente. Esta perspectiva nos ofrece una manera mucho más práctica de hablar sobre lapresencia de Cristo en la eucaristía que cualquiera de las múltiples redefiniciones delantiguo lenguaje de la transubstanciación. El problema al respecto no estribó en elhecho de que fuera la respuesta equivocada, sino más bien en que era la respuestacorrecta a la pregunta equivocada. No estábamos equivocados cuando insistíamos en laverdadera presencia de Cristo, aunque sí estábamos equivocados al explicar esapresencia en términos de las filosofías del momento, la distinción aristotélica entre lasubstancia y el accidente y el supuesto poder que tiene el sacerdote para alterar la«substancia» (la realidad interna, invisible de un objeto, como es el caso de un pedazode pan), al mismo tiempo que deja afuera los «accidentes» (sus propiedades externas,tales como el peso, el color, la composición química) aparentemente inalterados. Esaera una manera de expresar lo que se necesitaba decir en un lenguaje que entendieranalgunas personas de la Edad Media, pero ha generado todo tipo de abusos y demalentendidos. Encontramos un modo mucho mejor de decirlo en el lenguaje sobre la nueva creaciónque vemos en el Nuevo Testamento. Tomemos Ro 8 como un buen punto de partida: lacreación entera sufre dolores de parto mientras espera por la redención. Sin embargo,una parte de la antigua creación ya se ha transformado, ya se ha liberado de suesclavitud a la descomposición; en otras palabras, el cuerpo de Cristo, el cuerpo quemurió en la cruz y ahora está vivo con una vida que la muerte no puede tocar. Jesús seha adelantado hacia la nueva creación de Dios y, al volver la mirada atrás hacia sumuerte, a través del lente que él mismo nos suministró, que no es otro que la cena quecompartió en la noche en que fue traicionado, nos percatamos de que él viene aencontrarnos en y a través de los símbolos de la creación, del pan y del vino, y que, deesa manera, somos invitados a ser parte de la historia de Jesús, del evento de la nuevacreación en sí y nos convertimos en los cálices y en los portadores del nuevo mundo deDios y de los eventos salvadores que nos permiten compartirlo.

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Dentro de este marco de referencia, aquel de una verdadera comprensión de la creacióny de la nueva creación a través de la Pascua de Resurrección, podemos entender laeucaristía de forma más plena como la anticipación del banquete cuando el cielo y latierra se hicieron nuevos, la cena de la boda del cordero. (Algunas liturgias han tratadode expresar esto, aunque lamentablemente con frecuencia han terminado hablandosimplemente del «cielo» lo que no es precisamente el punto). Es, más bien, el irrumpirdel futuro de Dios, el futuro del Adviento, en nuestro tiempo presente. Toda eucaristíaes una pequeña Navidad, al igual que es una pequeña Pascua de Resurrección. Esto no es magia en lo absoluto. La magia busca convencer mediante la astucia paralograr el poder personal o el placer, mientras que Dios habilita por la gracia a la fe parapromover la santidad y el amor. La resurrección de Jesús y la promesa de un mundohecho nuevo constituyen el marco de referencia ontológico, epistemológico y, sobretodo, escatológico dentro del cual podemos entender desde un punto de vista nuevo laeucaristía. No nos quitemos a nosotros mismos la esperanza que nos da el futuro deDios para sostenernos en el presente. El nuevo mundo de Dios ha empezado. Si no lovemos irrumpir en el mundo actual estamos negando los fundamentos vigorizantes dela vida cristiana.

4.3 La oración La tercera área es la oración. Hay algo en la oración que nos dice: estamos abiertos aalguien, a algo más allá. Cuando menos en principio, estamos conscientes de un poderque va más allá de nuestro propio poder, de una presencia, quizás incluso de unapersona que está más allá y probablemente es más elevada que nuestra propia persona.Toda oración es así. Es, cuando menos, un punto de partida. Sin embargo, debido a la muerte y a la resurrección de Jesús y a la irrupción en nuestromundo actual de la realidad futura de Dios, los evangelistas del Nuevo Testamento noquieren dejar nuestras oraciones en el estado algo burdo, vago y sin forma que implicala descripción del mínimo denominador común. Podemos empezar de nuevo a esbozartres diferentes maneras de ver la oración y, luego, demostrar el modo en el que unavisión auténticamente cristiana retiene el punto fuerte de cada una de esas maneras, almismo tiempo que va más allá, llamada por el Dios del futuro que ha irrumpido en elpresente. La primera manera de entender la oración es como una especie de misticismo de lanaturaleza: es el estar abierto a la belleza, a la alegría y al poder del mundo que nosrodea. Es lo que nos sucede sin ayuda y espontáneamente cuando nos sorprendemosprofundamente ante la visión de las montañas con sus cumbres cubiertas de nieve, o

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cuando vemos desde lejos en una noche de verano las luces de la ciudad y admiramoscon reverencia un cielo estrellado. Es lo que nos sucede cuando nos enamoramosprofundamente y descubrimos la plenitud y la satisfacción propia de entregar nuestropropio ser. Como dice la gente, cada una de ellas es una experiencia profundamente«religiosa». Si las mantenemos en nuestras mentes y en nuestros corazones, podemosdescribir a todas y cada una de ellas como una especie de oración que celebra algo queestá más allá de nosotros mismos y de lo que nos sentimos parte, algo en lo que nossentimos atrapados en una especie de unión que va mucho más allá de la rutina ymonotonía de la vida diaria. Tal sentido de misticismo natural puede ser en extremopoderoso y emotivo, incluso puede llevarnos a cambiar nuestra vida. Algunas personasdescriben estas experiencias con extremo entusiasmo y esperan que la Iglesia lasapruebe. Pero esto no es, aún, lo que el Nuevo Testamento entiende por oracióncristiana. En el otro extremo, encontramos ese tipo de oración que era común en el paganismoantiguo que no buscaba nada más, que la veía como la formulación de peticiones a unadeidad o a varias deidades que están distantes, que no conocemos bien, que sin lugar adudas son caprichosas y hasta posiblemente malevolentes. Se trata, por ejemplo, delmarinero que sale a la mar, visita el templo de Poseidón y ofrece un sacrificio pararezar por una travesía segura. Sigue estando secretamente atemorizado de que alguienhaya tenido más éxito y haya logrado sobornar a Poseidón para que levante un vientoque venga en la dirección contraria. O bien, él puede haberse equivocado en parte de lafórmula mágica. Igualmente, el sacrificio puede haber estado manchado de algunamanera, a pesar de sus mejores esfuerzos. Muchas personas abordan de este modo laoración, incluso en la iglesia: como un llamado lejano a un burócrata sin cara quepudiera estar interesado o dispuesto favorablemente, como pudiera no estarlo. Entre ambos tipos de oraciones, con elementos de las dos, aunque trascendiéndolas,encontramos la vida de oración del antiguo Israel. A pesar de que los salmos tienencierto paralelismo con las oraciones paganas en algunos aspectos, no hay nada comoesta colección en ningún otro lugar, ya que celebra la bondad de la creación («La tierraes el Señor, al igual que todo lo que hay en ella») y reconoce que los cielos declaran lagloria de Dios. Sin embargo, los salmos celebran su unión íntima, no con la creacióncomo tal, sino con Dios el Creador, cuyo amor y poder han sido dados a conocer en lacreación. A menudo, los salmistas sienten que Dios se ha vuelto distante y remoto,incluso piensan que les ha dado la espalda y lucha contra ellos. Sin embargo, cuando lollaman y nada sucede, se rehúsan a creer que el jefe se ha ido de pesca o que estájugando golf. Ellos le siguen dando golpes a su puerta hasta que le logren recordar suspromesas personales, sus grandes actos de siempre a favor del pueblo de Israel y, sobretodo, su amor personal. Incluso cuando no encuentran el camino para voltear laesquina hacia la resolución (SI 88 y 89), a la larga terminan contentos aunque con

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cierto pesar de dejar la situación que tanto les preocupa frente a la puerta de Dios.«Has alejado de mí compañeros y amigos». Tal como Job, aunque Dios los matase,seguían confiando en él. Y claro está, al lado de los salmos, la oración que los judíosvienen rezando tres veces al día desde los primeros tiempos hasta el presente fue y esla gran oración del Shemá: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamenteuno». Transcendencia, intimidad, celebración, alianza, ésas son las raíces de la oraciónbíblica. Ahora bien, es necesario darse cuenta de lo que sucede cuando nos desplazamos haciael Nuevo Testamento, especialmente a la luz de la muerte y la resurrección de Jesús.Al igual que sucede con todo lo demás, a este respecto en con - tramos que la teoría yla práctica judías de la oración han sido reenfocadas y proyectadas más hacia adelantepor los eventos culminantes y decisivos que se relacionan con Jesús. Y, por medio deesto, los polos gemelos del misticismo natural y de la oración de petición,especialmente la oración que elevamos cuando tenemos algún problema o enfrentamosun peligro, se acercan para dar lugar a una nueva configuración. Entre los grandes pasajes que se refieren a la oración, se destacan los Discursos dedespedida de Juan en los capítulos 13 al 17, los cuales encuentran, sin duda, su puntoculminante en la propia y sorprendente oración de Jesús al Padre. Es mucho lo que hayque meditar a este respecto, aunque no haya espacio para hacerlo en este libro. Sinembargo, no puedo dejar de destacar que, en estos capítulos, Jesús habla repetidamentede la nueva relación que los discípulos tendrán con el Padre como resultado de supropia «partida», lo cual es más o menos una manera de anticiparles lo que será sumuerte y su resurrección, y como resultado del Espíritu que él les enviará, su propioEspíritu, para que esté con ellos y en ellos. En esta intimidad de relación, les insta aque pidan todo aquello que puedan desear, sin importar lo que sea, en nombre deJesús: «y no será necesario que yo pida al Padre por ustedes, ya que el Padre mismolos ama», les explica Jesús'". Gradualmente, nos vamos percatando de lo que está sucediendo. La extraordinaria,única, íntima relación que el propio Jesús ha disfrutado con el Padre, ahora se abre atodos sus seguidores. Juan finalmente explica por qué y cómo sucede esto en elprimero de sus capítulos de la resurrección. El Jesús resucitado le dice a MaríaMagdalena que vaya y le diga a «mis hermanos», que «subo a mi Padre, el Padre deustedes, a mi Dios, el Dios de ustedes». Jesús mismo, como el logro y el objetivo de lavocación del pueblo de Israel de ser hijo de Dios, su hijo bien amado, ahora comparteesta condición y sus beneficios con todos sus seguidores. La intención de Dios para elfinal, la de llevar a los seres humanos libremente hacia una hermandad íntima con élmismo ha dado un paso adelante para encontrarnos en Jesús de Nazaret. Este es unsignificado más de la resurrección.

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Ahora bien, aunque esta nueva intimidad esté en el centro mismo de la visión de laoración del Nuevo Testamento, esto no quiere decir que hayamos dejado detrás esesentido de unidad e identidad con el orden creado que encontramos en tantas religionese, incluso también en nuestra propia experiencia. La gran escena celestial de Ap 4 y 5surge como un momento en el que la Iglesia está reuniendo las alabanzas de toda lacreación para presentarlas ante el trono de Dios. Sin embargo, en estos capítulos, elproblema fundamental del misticismo natural tiene nombre una vez más y es algo quetenemos que abordar. El mundo está desarticulado. Si nosotros logramos simplementeestar en armonía con el orden creado, tal como éste es en la actualidad, estamosaceptando la muerte: no es sólo la naturaleza violenta y descarnada del mundo, sino elcosmos que se agota y va cayendo hacia la noche fría de la entropía. Si, tal como nosdice Ap 5, el problema con la buena creación es determinar cómo se pueden cumplirlos propósitos que Dios tiene para ella, cómo podemos desenrollar el pergamino de lavoluntad de Dios y leerlo de manera que se haga realidad, nadie es digno de hacerlo.La respuesta a través de la cual se hace pasar a una nueva dimensión la oración y lacelebración de la Iglesia, así como la creación, es que el león, que también es elCordero, ha vencido y, a través de él, progresan los propósitos de Dios. Y, de estemodo, la oración y el culto religioso irrumpen de una nueva manera. El cielo y la tierrase reúnen de una nueva manera. El futuro y el presente también se juntan de una nuevamanera. En la muerte y en la resurrección de Jesús se ha iniciado la nueva creación y,con ella, la nueva canción, «Digno es el Cordero degollado», la canción que seencuentra en el corazón mismo de la adoración cristiana. Tampoco hemos abandonado, de esa manera, el sentido de frustración del salmista algolpear a la puerta de Dios. Pablo, en uno de los momentos más culminantes de todossus escritos (Ro 8), se detiene para comentar que nosotros los cristianos estamosatrapados entre la creación y la nueva creación y esto se hace evidente en la forma enla que rezamos y en aquello que pedimos al rezar. O, más bien, estamos atrapados porel hecho de que la mayoría de las veces no sabemos por qué rezar. Hemos alcanzado aver en Jesús la nueva creación que está naciendo. Hemos sentido parte de su poder ennuestras vidas a través del Espíritu. Sin embargo, esto no nos ha dado una respuestafácil y simple a los enigmas y a los problemas de la oración. Más bien, nos ha dado elinmenso privilegio de poder compartir la vida íntima del propio Dios triuno. ElEspíritu nos llama desde lo más profundo dentro de nosotros mismos, llama al Padre,dama desde el dolor del mundo, el dolor de la Iglesia, el dolor de nuestros corazones.Y con esa llamada y con el amor que responde el Padre, como dice Pablo, nosotrosestamos hechos a la imagen del Mesías, el hijo de Dios (Ro 8,26-30), aquel quecompartió el sufrimiento del mundo de manera que pudiera ser el verdadero intercesorpor el mundo. Las conexiones entre Ro 8 y los Discursos de despedida de Juan sonmuchas y muy profundas, y nunca con más fuerza que cuando hablan sobre la manera

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en la que la vida interna del mismo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo viene aencontrarnos, se acerca del futuro de Dios al lugar en el que nos encontramos nosotrosen el presente. Cabe notar lo que sucede con todo esto. Si dijésemos: «Bueno, eso es un pococomplejo y altisonante. No estoy seguro de estarlo captando realmente. Para mí seríasuficiente con sentirme uno con el mar y con el cielo, con las hojas y con los amoresde este mundo, eso bastaría para impedir que yo colapse y caiga en un mundo secularunidimensional». Si se nos ocurriera decir algo así, aquellos que escribieron el NuevoTestamento se sentirían horrorizados. Nos dirían a cada uno de nosotros: «¿Cómo así,si el futuro de Dios ha venido para encontrarte en el presente, para transformar tusoraciones confusas del presente en verdadero compartir de tu propia vida íntima, y túvas a ser feliz viviendo en el mundo sin redimir, sin que te toque el futuro que irrumpeen nuestro mundo en la Pascua de Resurrección». Claro está que habría que pagar el precio. No es que uno pueda lograr simplementecompartir la vida de Dios y salir ileso. Basta con analizar lo que le sucedió al propioJesús. Veamos, también, lo que sucede cuando la oración fundamental judía, la Shemá,se adopta en el cristianismo y se convierte en el Padrenuestro. Venga tu reino así en latierra como en el cielo. ¿No es eso acaso de lo que hemos venido hablando a todo lolargo de este libro? ¿Vamos acaso a rehusar ante el último obstáculo que debemosremontar para terminar el recorrido y traducir nuestra teología en oración?

4.4 Las escrituras En cuarto lugar, nos referiremos a las Escrituras. Éste pudiera parecer un tema extrañoa incorporar como modalidad para reflexionar acerca del modo en el que los asuntos dela resurrección y de la nueva creación se reflejan en la espiritualidad y en la prácticacristiana, así como también en la manera en la que nuestra esperanza futura, que le daforma a nuestra misión, también le debe dar forma a nuestra vida cristiana en común.Sin embargo, estoy convencido de que a menos que pensemos en algo como esto, nolograremos entender correctamente las Escrituras y, quizás, también las aplicaremos ylas utilizaremos de manera errónea. Las Escrituras, que incluyen el Antiguo Testamento y el Nuevo Testamento, son lahistoria de la creación y de la nueva creación. Dentro de ese contexto, las Escriturasson la historia de la alianza y de la nueva alianza. Cuando leemos las Escrituras comocristianos, las leemos precisamente como el pueblo de la nueva alianza y de la nuevacreación. En otras palabras, no las leemos como una lista plana y uniforme deregulaciones o doctrinas. Las leemos como la narrativa en la que nosotros ahoraestamos llamados a tomar parte. Las leemos para descubrir la «historia que hatranscurrido hasta el momento» y también para ver «cómo se supone que ésta va a

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terminar». En otras palabras, vivimos en algún punto entre el final de los Hechos delos Apóstoles y la última escena del Apocalipsis. Si queremos entender las Escrituras ydescubrir que hacen su propio trabajo en y a través de nosotros, debemos aprender aleerlas y a entenderlas a la luz de la totalidad de su relato. Al hacerlo, como grupos, iglesias e individuos, debemos permitir que el poder delfuturo prometido de Dios logre penetrarnos. A medida que leemos los evangelios,debemos recordar una y otra vez que ésta es la historia de la forma en la que el reino deDios se estableció, en la tierra como en el cielo, en y a través de la labor de Jesús quehace verdadera la gran historia de Israel derrotando el poder del mal e inaugurando elnuevo mundo de Dios, y debemos recordarlo precisamente porque la influencia de lacultura occidental prevaleciente es tan fuerte que, si no lo hacemos, nos absorberá porcompleto hasta hacernos caer en el dualismo. A medida que leemos las epístolas,debemos recordar que éstos son los documentos que han sido diseñados para darleforma y para dirigir la comunidad de la nueva alianza, el pueblo que fue llamado allevar hacia adelante el trabajo de la nueva creación. A medida que vamos leyendo ellibro del Apocalipsis, debemos permitir que la fabulosa visión celestial que se presentaen los capítulos 4 y 5 nos permita imaginar que ésa es la escena final de la historia,como si la narrativa simplemente llegara a su fin (como es el caso en el himno deCharles Wesley) cuando los redimidos lanzan sus coronas delante del trono. Esa es unavisión de realidad presente que se ve en su dimensión celestial. Debemos leer hasta elfinal, hasta la visión final de Ap 21 y 22, los capítulos que le dan el significado final atodo lo que se ha planteado antes y, sin lugar a dudas, a la totalidad del canon. De la misma manera, cuando leemos el Antiguo Testamento, debemos leerlo, tal comomanifiestamente se pide que se lea, como la larga y serpenteante historia que nos relatala manera en la que Dios eligió a un pueblo para que pusiera en práctica su plan derescatar a su creación y, no, como la historia que nos relata la manera en la que Dioshizo un intento por llamar a un pueblo al cual salvaría del mundo y cómo esto tuvo queabandonarse, obligándolo a intentar otra cosa (sé que esto no es más que unacaricatura, aunque es una que muchos reconocerán). Lo que esto quiere decir es que,aunque el Antiguo Testamento debe leerse como parte de «nuestra historia» en tantoque cristianos, no debemos imaginar que seguimos viviendo dentro de ese momento enla historia. La propia historia apunta más allá de sí misma, como una serie de líneasparalelas que se encuentran en la narrativa infinitamente rica de los evangelios y en lairrupción súbita de la nueva vida que vemos en Hechos de los Apóstoles y en lasepístolas. Por lo tanto, la Biblia como un todo logra su mayor cometido cuando se lee desde laperspectiva de la nueva creación. Es más, ha sido diseñada en sí no sólo para hablarnosacerca del trabajo de la nueva creación, como desde una perspectiva distante, no sólo

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para darnos una buena información precisa acerca de la nueva vida de resurrección deDios, sino más bien, para fomentar ese trabajo de la nueva creación en las iglesias, enlos grupos y en las personas que la leen y que se definen a sí mismas en términos delJesús que encuentran en ella y le permiten darle forma a sus vidas. Por lo tanto, laBiblia es la historia de la creación y de la nueva creación, y en sí misma, a través deltrabajo continuo del Espíritu que la inspiró, es un instrumento de la nueva creación enlas vidas humanas y en las comunidades. En otras palabras, la Biblia no es simplemente una lista de doctrinas verdaderas o unarecopilación de órdenes morales pertinentes, aunque no cabe duda de que abarcaambos componentes. La Biblia no es simplemente el registro de lo que los diversospueblos pensaron en su lucha por conocer y seguir a Dios, aunque también se trate deeso. La Biblia no es simplemente el registro de las revelaciones pasadas, como si loque importara fuera estudiar tales cosas con la esperanza de que a uno también lepudiera suceder algo así. Más bien, la Biblia es el libro cuya narrativa completa tieneque ver con la nueva creación. En otras palabras su narrativa tiene que ver con laresurrección, de manera que cuando cada uno de los evangelios llega a su fin en elmomento en que Jesús resucita de entre los muertos, al igual que cuando elApocalipsis termina con los nuevos cielos y la nueva tierra poblada por el pueblo deDios que se ha levantado de entre los muertos, esto no debería tomarnos por sorpresa,sino que debemos verlos como el máximo cumplimiento de lo que esta historia habíasido desde un principio. (Por cierto, ésta es la razón más profunda por la que los «otrosevangelios» no se incluyen en el canon. En realidad, no se trata de que sean losextractos subversivos y realmente emocionantes que la iglesia primitiva excluyó porlograr el poder y el control. Más bien, éstos eran los libros que habían dejado de hablarde la nueva creación y que ofrecían a cambio una espiritualidad privada y separada. Elentusiasmo súbito por estos «otros evangelios» en algunos lugares del mundooccidental de nuestros días es un indicio que apunta, no al redescubrimiento delgenuino cristianismo, sino a los intentos desesperados por evitarlo. La nueva creaciónes mucho más exigente, aunque a la larga también es más estimulante que elescapismo gnóstico). Por lo tanto, así como la proclamación de Jesús como Señor hace que los hombres, lasmujeres y los niños lleguen a confiar en él y a obedecerlo en el poder del Espíritu, paraluego percatarse de que sus vidas se han transformado por su señorío salvador, tambiénel relato de la historia de la creación y de la nueva creación, de la alianza y de la nuevaalianza, no se limita simplemente a informar a los que escuchan acerca de su narrativasino que más bien, los invita a adentrarse, los introduce y les asegura su membrecía enella habilitándolos para las tareas que emprenderán en su intento por alcanzar esa meta. Todo esto nos lleva a uno de los más grandes retos que enfrentamos en nuestros días.

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4.5 La santidad

En quinto lugar, tenemos la santidad. Esto es lo que Pablo trata de meternos en lacabeza en los primeros capítulos de 1 Cor y es precisamente debido a que ellos noentienden la resurrección, que los corintios están teniendo dificultades para abordarla.Él les insiste en que lo que uno hace con su cuerpo en el presente importa, porque Dioselevó al Señor y también nos elevará a nosotros por su poder. Les dice que glorifiquena Dios en su cuerpo porque algún día Dios glorificará su cuerpo en sí. Lo que ha de sercierto en el futuro debe empezar a ser cierto en el presente, o se cuestionará si uno estásiguiendo verdaderamente el camino. Aquí estamos una vez más partiendo de pasajestales como Ro 6 y Col 3 y estamos tratando de dilucidar lo que significa vivir comoparte de la nueva creación de Dios. Es en Romanos donde encontramos la clave de gran parte de todo esto, y es la claveque parece que se ha dejado de lado en los últimos debates. Esta epístola vaprocediendo en un desarrollo sinfónico coherente, aunque no por ello menos complejo.No es simplemente una cadena de puntos, uno después del otro, con algunas doctrinaspor aquí y cierta ética por allá. En particular, el análisis de la difícil situación humanaque contienen los versículos 1,18 a 2,16 de Romanos no pretende ser en lo absolutouna polémica desechable dirigida contra los villanos que están en un escenario sólopara hacer bulto, como se sugiere a menudo. Es un pasaje calibrado con muchocuidado e integrado al flujo del resto de la epístola. Cuando Pablo reflexiona sobre elcomportamiento que se había convertido en la norma entre los paganos, nos indica queDios «los ha entregado» a una mente incapaz y lo peor que nos puede decir acerca dela inmoralidad pagana en el capítulo 1, lo vemos en el último versículo, cuando afirmacon respecto a sus acciones que «no sólo las practican, sino que aprueban a los que lashacen». Una cosa es verse atraído por el pecado y otra muy diferente es cambiar labrújula moral y llamar malo a lo bueno y bueno a lo malo. Y esta mentalidad serelaciona directamente con la orden importante que se da en el versículo 12,1: noacomodarse al mundo presente, sino más bien ser transformado por la renovación de lamente. Éste es el inicio de la escatología. Es así como se ve la resurrección cuando seacerca a formar parte de la vida moral de la persona de fe. Para Pablo, la santidadnunca es cuestión de descubrir la manera en la que parece que uno ha sido hecho yconfiar en que ésa es la manera en que Dios quiere que uno siga estando. Tampoco escuestión de obediencia ciega a reglas arbitrarias y obsoletas. Es cuestión detransformación y es una transformación que empieza con la mente. Y, volviendo a 1 Cor, ésta es la razón por la que es precisamente la resurrección, tantola de Jesús, como la nuestra, la que nos da, en pasajes como los de los capítulos 5 y 6,la lógica final del comportamiento cristiano. No se trata de que la «ética cristiana»

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consista en unas cuantas regulaciones y restricciones aquí v allá que los cristianosestán dispuestos a seguir mientras siguen viviendo exactamente en el mismo mundoque todos los demás, tal como tampoco es el caso que la resurrección de Jesús seasimplemente un «milagro» extraño dentro del mundo de la antigua creación. Laresurrección fue la irrupción plena en este mundo de la vida de la nueva creación deDios. La «ética cristiana» es el estilo de vida que celebra y que encarna esa nuevacreación. Tiene sentido, tiene todo el sentido del mundo vivir una vida de santidadcristiana, lo tiene dentro del nuevo mundo de Dios, el mundo al que entramos pormedio del bautismo y el mundo que nos nutre a través de la eucaristía. Claro está, quesi uno trata de vivir un estilo de vida cristiano fuera de este marco de referencia, paranosotros será tan difícil, incluso tendrá tan poco sentido, como sería para un músicoque toque en una orquesta, tocar su parte separado del resto los músicos, entre losimpactos y los ruidos metálicos de una fábrica de automóviles. Claro está que no esque nosotros no hayamos sido llamados a ejercer nuestra vida como discípulos en elmundo duro, externo que sigue inexorable como si la Pascua de Resurrección nuncahubiera existido. Sin embargo, si queremos ser fieles a nuestro Señor resucitadotendremos que volver a afinar una y otra vez nuestros instrumentos y practicar una vezmás con todos los demás músicos de la orquesta. En las palabras de Pablo, todo esto nos lleva al mejor camino de todos.

4.6 El amor Finalmente y como clímax, como el punto culminante de todo, llegamos al amor.Pensemos en ese fabuloso poema al que conocemos como 1 Cor 13, que se proyectahacia adelante, hacia la exposición de la resurrección en 1 Cor 15. El poema en sí escompleto y exquisito. Sin embargo, nos habla de algo que es bastante incompleto,frustran temen te incompleto:

Porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecías limitadas. Cuando llegue loperfecto, lo imperfecto será eliminado. Cuando era niño, hablaba como niño, pensabacomo niño, razonaba como niño; al hacerme adulto, abandoné las cosas de niño. Ahoravemos como en un mal espejo, confusamente, después veremos cara a cara. Ahoraconozco a medias, después conoceré tan bien como Dios me conoce a mí".

Este pasaje es precisamente el extracto que no esperamos encontrar en este fabulosocapítulo. El poema no sólo celebra el hecho de que el amor es lo más grande en elmundo de Dios. No explica tan sólo lo que el amor significará en una práctica severa(paciente, amable, no celosa ni tampoco jactanciosa y así sucesivamente). En otraspalabras, no es una forma poética de darnos simplemente una regla de vida, otra metamás en la lucha por lograr la obediencia o por alcanzar, incluso, la semejanza a Dios.El poema hace mucho, mucho más: se lamenta ante el hecho de que nuestra

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experiencia del amor, como de todo lo demás que nos importa, es sin lugar a dudasincompleta. La manera en la que somos ahora, contrapuestos a la manera en queseremos en el designio de Dios, es sólo parte de lo que se pretende que sea, yenfáticamente en parte no es lo que se supone que sea. Sin embargo, Pablo nos estáexhortando a que debemos vivir en el presente como personas que serán hechascompletas en el futuro. Y el signo de ese completarse, de ese futuro pleno, de esepuente que une una realidad con la otra, no es otro que el del amor. Recordemos de lo que se trata esta epístola en su totalidad. La joven iglesia estabatotalmente fuera de control, era un perfecto desastre. Surgían por doquier cultos a lapersonalidad. Su feligresía estaba socialmente dividida, los ricos contra los pobres.Estaban divididos también espiritualmente, celosos unos de los dones de los otros.Toleraban la inmoralidad. Su adoración a Dios era caótica, no era muy clara sucomprensión del Evangelio. Sin duda tenían una energía, un impulso; iban a algúnlugar aún cuando no estuvieran seguros de la dirección en la que iban. Yo prefierotener una Iglesia viva con problemas que una Iglesia muerta que ofrece la paz espuriade la tumba, aunque permítanme agregar rápidamente que también preferiría no teneral mismo tiempo todos los problemas que Corintio tenía; no, muchas gracias. Pablo analiza estos problemas uno a uno, casi como si fueran los diferentes puntos deuna lista. Son grandes discusiones, cada una planteada a martillazos en el yunque delas Escrituras y por un pensamiento cristiano serio. Y de pronto, en medio de todasestas discusiones, como el Ave Verum de Mozart, que se abre camino entre el ruido delas fábricas hasta que hace que todas las maquinaria, queden en absoluto silencio,surge la música tranquila del capítulo 13. Escúchenla en el antiguo lenguaje de estaversión:

Aunque yo hablara todas las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amorsoy como una campana que resuena o un platillo estruendoso.Aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia.aunque tuviera una fe como para mover montañas, si no tengo amor, no soy nada.Aunque repartiera todos mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor,de nada me sirve.El amor es paciente, es servicial, no es envidioso ni busca aparentar, no es orgulloso n;actúa con bajeza, no busca su interés, no se irrita, sino que deja atrás las ofensas y lasperdona, nunca se alegra de la injusticia, y siempre se alegra de la verdad. Todo loaguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.El amor nunca terminará. Las profecías serán eliminadas, el don de lenguas terminará, elconocimiento será eliminado. Porque nuestra ciencia es imperfecta y nuestras profecíaslimitadas.Cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto será eliminado. Cuando era niño, hablaba comoniño, pensaba como niño, razonaba como niño; al hacerme adulto, abandoné las cosas deniño. Ahora vemos corno en un mal espejo, confusamente, después veremos cara a cara.

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Ahora conozco a medias, después conoceré tan bien como Dios me conoce a mí. Ahoranos quedan tres cosas: la fe, la esperanza, el amor. Pero la más grande de todas es elamor.

Este no es simplemente un fabuloso poema que se inserta en la carta en este punto paracambiar el ánimo. Este poema, tanto en su tono, como en su contenido, es el corazóncallado que late tranquilamente y que le da sentido a todo lo demás. Todo lo que dicePablo en el resto de la epístola se une y tiene sentido en este punto. Sin embargo, todavía no ha terminado. La última estrofa del poema, que insiste en loincompleta que es nuestra experiencia actual, apunta hacia la última gran discusión dela carta y es la que vemos en el capítulo 15, en el que Pablo brinda la exposición másamplia de todas las que contienen las Escrituras cristianas acerca de la resurrección deJesús y lo que ésta significa. Significa que se ha abierto un nuevo orden mundial enpleno orden actual. El futuro de Dios ha llegado al presente en la persona del Jesúsresucitado, llamando a todo el mundo a convertirse en personas del futuro, personas enCristo, personas que se han vuelto a hacer en el presente para compartir la vida delfuturo de Dios. Nuestra experiencia actual, incluso nuestra experiencia cristiana actual,es incompleta. Sin embargo, en Cristo hemos escuchado la tonalidad completa;sabemos cómo suena y sabemos también que algún día la cantaremos en sintonía conél. Nuestra experiencia actual, a pesar de todo lo incompleta que es, tiene comopropósito señalarnos el hecho de que algún día nos despertaremos y nos levantaremosdel sueño. Después de todo, es de esto de lo que se trata la resurrección. Es precisamente este énfasis futuro, resaltar que lo que somos en este momento esincompleto, lo que hace que el poema de Pablo acerca del amor esté lejos de ser unsimple moralismo («¡por favor traten con más ahínco de comportarse de estamanera»), sino más bien algo más extraño y más poderoso. Todos sabemos que nobasta con decirle simplemente a las personas que se quieran las unas a las otras. Unaexhortación más al amor, a la paciencia, al perdón, puede recordarnos nuestro deber.Sin embargo, mientras veamos todo esto como un deber, es probable que no locumplamos. El punto que se establece en 1 Cor 13 es que el amor no es nuestro deber, sino nuestrodestino. Es el idioma que habló Dios y estamos llamados a hablar nosotros también demanera que podamos conversar con él. Es el alimento que nos nutre a todos en elnuevo mundo de Dios y debemos adquirir el gusto por este alimento aquí y ahora. Esla música que Dios ha escrito para que la canten todas sus criaturas y estamos llamadosa aprenderla y a practicarla ahora, de manera de estar listos cuando el director de laorquesta baje la batuta. Es la vida de la resurrección, y el Jesús resucitado nos llama aempezar a vivirla con él y por él desde este mismo momento. El amor se encuentra en

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pleno centro de la sorpresa de la esperanza: las personas que verdaderamente esperan,tal como la resurrección nos alienta a esperar, serán aquellas que podrán amar de unanueva manera. Por otra parte, las personas que estén viviendo según esta regla deamor, serán las personas que están aprendiendo de forma más profunda cómo esperar. Este el mensaje que subyace a la orden del Evangelio que nos llama al perdón y que,claro está, también es la orden que nos llama a perdonar las ofensas, teme. del que yales hablé con anterioridad. Sin embargo, el perdón no es una «regla moral» que acarreasus propias sanciones. Dios no trata con nosotros sobre la base de códigos y reglasabstractas, como ésa. El perdón es una forma de vida, es la forma de vida de Dios, es elcamino de Dios a la vida; y si uno cierra el corazón al perdón, entonces, claro está, unoestá cerrando su corazón al perdón, tan simple como eso. Ese es el punto de laaterradora parábola que nos presenta Mt 18 acerca del esclavo al que se le habíanperdonado millones y que, luego, fue llevado por un compañero ante el juez paraliquidar una deuda de unos cuantos centavos. Si uno cierra el piano porque no quieretocarle a otro, ¿cómo podemos en - ton ces pensar que Dios tocará su música paranosotros? Esa es la razón por la que rezamos: «perdona nuestras ofensas, como también nosotrosperdonamos a los que nos ofenden». Este no es un trato que hacemos con Dios. Es unhecho de la vida humana. Al no perdonar estamos apagando una facultad en lo másíntimo de nuestro ser y es precisamente la misma facultad que nos permite recibir elperdón de Dios. También es la misma facultad que nos permite experimentarverdadera alegría y verdadera tristeza. El amor todo lo resiste, cree en todo, esperatodo, soporta todo. Sin lugar a dudas, en nuestro mundo incompleto, la amable oferta y demanda de Diosnos imponen cosas que nos hacen sentimos casi amenazados. Sin embargo, la oferta yla demanda de Dios ni son para temer, ni para sentimos amenazados. Dios en su amoramable ansía liberamos de la prisión en la que nos hemos metido, la prisión sin amoren la que nos negamos, tanto a ofrecer, como a pedir perdón. Ante él, somos como unpajarito asustado, que trata de apartarse para evitar que lo aplasten. Sin embargo,cuando finalmente nosotros cedemos, cuando él nos arrincona y, finalmente, nos tomade su mano, nos sorprendemos al damos cuenta de que él es infinitamente amable yque su único propósito es el de liberamos de nuestra prisión, el de dejamos libres paraque podamos ser las personas que él quiso que fuésemos cuando nos creó. No obstante,cuando volamos hacia esa luz del sol, ¿cómo podemos no ofrecer el mismo donamable de la libertad y del perdón a aquellos que nos rodean? Esta es la verdad de laresurrección, volcada en oración, volcada en perdón y en perdón de las ofensas,convertida en amor. Es constantemente sorprendente, está constantemente llena deesperanza, viene constantemente a nosotros del futuro de Dios para convertimos en el

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pueblo a través del cual Dios puede llevar a cabo su trabajo en el mundo.

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Epílogo 1. Dos sermones de Pascua de Resurrección Si yo fuera un hombre acostumbrado a hacer apuestas, es mucho el dinero que leapostaría a dos mensajes básicos que seguramente se escucharán desde los púlpitos delas iglesias esta Pascua de Resurrección. El pastor Frank Gospelman cree apasionadamente en la resurrección corpórea de Jesús,en la tumba vacía, en los ángeles y en todo el tinglado sobrenatural. En todos sussermones de la Pascua de Resurrección, él denuncia a los malvados liberales y, entreellos, señala sobre todo al reverendo Jeremy Smoothtongue, cuya iglesia se encuentra aunas cuantas cuadras, por no estar dispuesto a reconocer que la Biblia dice la verdad yque Dios ciertamente hace milagros y que, como clara demostración de estos dospuntos, Jesús verdaderamente resucitó. El pastor Gospelman puede intentar unoscuantos trucos y ardides para demostrar que los testigos oculares son capaces de contarhistorias extrañas sin por ello dejar de estar diciendo la verdad: basta con verlocomerse un narciso en el púlpito. Incluso puede citar el viejo estribillo: «¿Mepreguntas cómo sé yo que vive? ¡Él vive en mi corazón!». Sí, Jesús se ha levantado deentre los muertos y, por lo tanto, está vivo y nosotros mismos podemos llegar aconocerlo. Cuando llegamos al «y qué hay con eso», el pastor es igualmente enfático.¡Verdaderamente, sí existe la vida después de la muerte! ¡Jesús se ha ido paraprepararnos un lugar en el cielo! La salvación nos espera en un mundo glorioso y llenode felicidad que se encuentra más allá de éste. Después de todo, somos «ciudadanosdel cielo», tal como Pablo nos dice. Por lo tanto, cuando ya todo se haya acabado paranosotros en este mundo malvado, tomarán nuestras almas y nos llevarán allí parasiempre. Nos reuniremos con nuestros seres queridos (¿no les gustaría que hubiera unafrase mejor, incluso un mejor cliché para describirlo?). Compartiremos la vida de lanueva Jerusalén. «Aquí por una temporada, y luego arriba, Oh Cordero de Dios, allávoy». «Hasta que nos despojemos de nuestras coronas, lanzándolas a tu pies, ante tiperdidos en el asombro, en el amor y en la alabanza». Lamentablemente, parece que el pastor Gospelman se perdió ese punto. Gran parte delo que él dice es cierto, pero la mayor parte no es la verdad que pretenden transmitir lashistorias de la Pascua de Resurrección.

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Un poco más allá en la calle, fortalecido por la champaña de la Rectoría que bebióluego de la vigilia de la noche de Pascua (¿por qué no romper con el estilo del ayunode la Cuaresma, aunque uno haya ayunado de forma bastante esporádica?), elreverendo Smoothtongue está verdaderamente inspirado y en pleno discurso. Sabemos,claro está, que el significado crudo y superficial de la historia no puede ser aquel quelos escritores pretendían verdaderamente que tuviera. La ciencia moderna nos hademostrado que los milagros no existen, que los muertos no resucitan. De cualquiermodo, ¿qué tipo de Dios irrumpiría en la historia una sola vez para rescatar a unapersona favorecida mientras que se distancia, no hace nada y permite que suceda elHolocausto? Creer en algo tan obvio, tan descarado, tan... poco espiritual, como unatumba vacía y la resurrección corporal es ofensivo para los instintos más profundos detodos nosotros. En particular, se puede interpretar como que significa (como su buenamigo y vecino, el pastor Gospelman, sin lugar a dudas sí imaginaría, válgame Dios,su fundamentalismo) que, por lo tanto, el cristianismo es superior a cualquier otra fe,cuando sabemos que Dios es radicalmente inclusivo y que todas las religiones, todaslas formas de fe, todas las visiones del mundo pueden ser Caminos igualmente válidosque nos llevan a lo Divino. Bueno... entonces, podríamos decir que probablemente las historias acerca de la tumbavacía las inventaron muchos años después. El erudito rector quiere establecer esto conmucha claridad. Son una remitologización del primer drama escatológico que tomó alos discípulos en un momento de empatía sociomórfica e incluso sociopática con eldesenlace apocalíptico de la Visión Beatífica. Umm. No, la congregación tampoco locaptó realmente. Claro está, ellos también habían roto el ayuno de la Cuaresma portodo lo alto. Cuando se trata del «y qué», el Sr. Smoothtongue es enfático. Ahora que nos hemosapartado de esa burda tontería sobrenatural, tenemos el camino libre hacia la«Verdadera Resurrección». Según resulta ser, ésta es una nueva manera de construir elproyecto humano que traspasa los viejos tabúes (él tiene la ética sexual tradicional enmente, aunque es demasiado delicado como para mencionarla) y descubre un nuevoestilo de vida: un sí que acoge cordialmente, un enfoque «que lo incluye todo». Se haapartado la «piedra» de la legalidad y el «cuerpo resucitado», la verdadera chispa devida y de identidad que está escondida dentro de cada uno de nosotros puede irrumpircomo una explosión y manifestarse. Y, claro está, que la nueva vida ahora debecontagiar todas nuestras relaciones, todas nuestras políticas sociales. La resurreccióndebe convertirse, no en un evento excepcional, imaginado por mentes premodernas yen el que insisten los conservadores que siempre dirigen la mirada hacia el pasado,sino en un evento que está en marcha para la liberación de los seres humanos y delmundo.

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El Sr. Smoothtongue por fin ya está tras la pista correcta, aunque todavía no sabe de loqué se trata, ni por qué lo es. Por otra parte, de lo que el pastor Gospelman nunca se percata es de que las historiasde la resurrección que aparecen en los evangelios no tienen que ver con ir al cielocuando uno muere. En realidad, casi nada se dice en el Nuevo Testamento acerca de«ir al cielo cuando uno muera». El ser «ciudadanos del cielo» (Flp 3,20) no quieredecir que se supone que uno tenga que terminar allí. Muchos de los filipenses eranciudadanos romanos, pero Roma no quería recibirlos cuando se jubilaran. Su trabajoera el de llevar la cultura romana a Filipos. Este es el punto que establecen todos los evangelios, cada uno a su propio modo. Jesúsha resucitado y, por lo tanto, se ha iniciado el nuevo mundo de Dios. Jesús haresucitado y, por lo tanto, Israel y el mundo han sido redimidos. Jesús ha resucitado y,por lo tanto, sus seguidores tienen una nueva tarea que emprender. ¿Y cuál es esa nueva tarea? Hacer que la vida del cielo se haga presente en la realidadverdadera física y terrena. Eso es lo que nunca imagina el pastor Gospelman (aunque aveces, por casualidad, sus prédicas terminan teniendo este resultado). La resurreccióncorporal de Jesús es más que una prueba de que Dios hace milagros o de que la Bibliaes verídica. Es más que el simple hecho del conocimiento de los cristianos sobre Jesúsen nuestra propia experiencia (esa es la verdad de Pentecostés y no de la Pascua). Esmás, mucho más que la seguridad del cielo luego de la muerte (Pablo habla de partir yestar con Cristo, aunque su énfasis fundamental recae en volver una vez más en elcuerpo resucitado para vivir en la creación recién nacida de Dios). La resurrección deJesús es el inicio de un nuevo proyecto de Dios y no la acción de arrebatar a la gentede la tierra y llevársela al cielo. Es, más bien, colonizar la tierra con la vida del cielo.Después de todo esto, es de eso de lo que se trata la oración del Padrenuestro. Esa es la razón por la que el último punto del Sr. Smoothtongue tiene un cierto toquede verdad, a pesar de que todas sus negaciones anteriores hacen que a él le seaimposible darse cuenta por qué es cierto o cuál es su verdadera magnitud. Sin lugar adudas, la resurrección es el fundamento de un modo de vida renovada en y para elmundo. Sin embargo, para lograr ese resultado social, político y cultural, uno necesitaverdaderamente la resurrección corporal y no tan sólo un evento «espiritual» quepudiera haberle sucedido a Jesús o, quizás, simplemente a los discípulos. Y suinsistencia en la «ciencia moderna» (y no es que él haya leído precisamente de físicarecientemente) es pura retórica de la Ilustración. No necesitábamos que Galileo, niEinstein, nos dijesen que los muertos no vuelven a la vida. Cuando Pablo escribió su gran capítulo de la resurrección, 1 Cor 15, él no lo terminó

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diciendo: «Celebremos, entonces, la gran vida futura que nos espera». Más bien, loconcluyó con estas palabras: «En conclusión, queridos hermanos, permanezcan firmes,inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, convencidos de que susesfuerzos por el Señor no serán inútiles» (1 Cor 15,58). Cuando ocurra la resurrección final como pieza central de la nueva creación de Dios,descubriremos que todo lo que se haya hecho en el mundo actual en el poder de lapropia resurrección de Jesús se celebrará e incluirá, aunque transformado de la manerapertinente. Claro está que cuando el confundido rector trata de transmitir que la Pascua es «laliberación de las restricciones morales» y «el descubrimiento de la verdadera chispaque hay en cada uno de nosotros», está poniendo de cabeza al verdadero cristianismo yllevándolo a hacer trucos como un león del circo, convirtiéndolo en tan sólo unamodalidad más del gnosticismo. La Pascua de Resurrección tiene que ver con la nuevacreación, con un inmenso y sorprendente nuevo don de transformación de la gracia, yen cambio no tiene que ver con descubrir que el viejo mundo ha sido malentendido yque, simplemente, se le tiene que permitir que sea verdaderamente lo que es. Ro 6, 1Cor 6 y Col 3 se interponen firmemente en el camino de nuestro rector en este punto. Levanten la mano aquellos de ustedes que han escuchado uno u otro de estossermones. Gracias, ¿cuánto gané? Ahora, levanten la mano aquellos que han escuchado un sermón que refleje lo quePablo nos está diciendo en Ro 8, o lo que los evangelistas nos transmiten en susúltimos capítulos, o bien, Juan el Vidente en Ap 21 y 22: en otras palabras, que con laPascua de Resurrección, se lanza la nueva creación de Dios a un mundo sorprendido yse apunta hacia la renovación, la redención, el renacer de toda la creación. Y, ahora,levanten la mano aquellos de ustedes que han escuchado elmensaje que nos dice que todo acto de amor, que toda obra que se hace en Cristo y porel Espíritu, que todo trabajo de verdadera creatividad, cada vez que se hace justicia ose logra la paz, cada vez en la que se sanan familias y se resiste a la tentación, asícomo cada vez que se busca y se encuentra la verdadera libertad, es un evento terrenoque tiene lugar dentro de una larga historia de acciones que ponen en práctica lapropia resurrección de Jesús y anticipan la nueva creación final, actuando como unaseñal de esperanza que apunta a lo primero y, de allí, a lo segundo... Ya decía yo. Muchas gracias.