Sonó el teléfono.docx

download Sonó el teléfono.docx

If you can't read please download the document

Transcript of Sonó el teléfono.docx

Son el telfono... y cuando lo descolgu o de nuevo su voz. La reconoc al instante. Cunto tiempo haba pasado? Ms de seis aos, casi siete. La ltima vez que la vi iba vestida de novia, y yo, en vez de estar a su lado, junto a ella, figuraba como uno de los muchos invitados. O de nuevo su voz y, como entonces, mi corazn empez a latir con fuerza.

Manolo?

S, soy yo.

Sabes quin soy? A lo mejor ya no te acuerdas de m!

S. Hola, Marisa! Tu voz es inconfundible. Qu tal ests?

Muy bien, como siempre; algo ms vieja y con dos hijos, pero bien.

Dos hijos! dije disimulando, pues saba de sobra los hijos que tena, cmo viva, qu tal estaba, todo ello a travs de un amigo comn. Cmo pasa el tiempo!

Qu tal te va? Cmo est tu mujer?

Hace poco tiempo que nos separamos, pero supongo que estar bien.

Respir profundamente y aad: Afortunadamente no hemos tenido hijos.

No saba nada, lo siento. Ests bien?

S, creo que mejor que antes.

Hubo entre nosotros un corto silencio; despus de unos instantes, ella continu:

Manolo, te llamo para pedirte un favor, es una larga historia que podra resumir en dos frases, pero para explicarte todo, es mejor que nos veamos. Te importara que quedsemos?

Mi corazn de nuevo volvi a latir con fuerza, pero me contuve y dije:

Vernos? Cundo?

Esta misma tarde, dentro de una o dos horas. Ya sabes lo impulsiva que soy. Te viene bien a ti?

No muy bien, pero lo arreglar respond hacindome el interesante, pues he de reconocer que me haca mucha ilusin verla de nuevo.

De verdad, no te importa?

No, todo lo contrario. Ser un placer volver a verte.

Supongo que sigues viviendo en la casa de siempre y que tendrs el balcn lleno de flores como antes.

Quedan ya muy pocas, pero todava conservo algunas macetas.

Son las tres, nos vemos a las seis?

De acuerdo, a las seis en casa.

Hasta luego. Gracias, Manolo.

Hasta luego respond conmovido.

Colgu el telfono y me sent. S, tena que calmarme y ordenar mis ideas. Estaba demasiado emocionado, me senta casi como un adolescente. Mir de nuevo el reloj; an me quedaban tres horas, tres horas para recibirla con naturalidad, con la misma espontaneidad de entonces; sin embargo, ya no ramos tan jvenes.

Mir la habitacin. No estaba mal. La asistenta haba venido el da anterior y yo no haba parado en casa. A travs de los cristales poda distinguir las pocas plantas que an me quedaban. Me levant y fui a la cocina a buscar una jarra de agua para regarlas. Me asom al balcn, encend un cigarrillo y segu con mis ojos el humo que ascenda hacia los tejados... mis recuerdos comenzaron a aflorar.

Marisa era mi compaera de instituto y adems casi siempre nos colocaban en el mismo pupitre, no por nada especial, sino porque nuestros apellidos iban uno detrs del otro. Yo le explicaba las matemticas y la qumica. Al instante vi mi cuarto de estudiante, la mesa camilla, la lamparita, las dos sillas de madera que hacan ruido en cuanto te movas, el brasero encendido en invierno, la ventana abierta con los tiestos llenos de lilas en verano.

Aquella tarde de enero, la ltima, ella llevaba un jersey rojo y su pelo castao estaba recogido en una trenza. Sentada enfrente de m, interrumpi, risuea, mis explicaciones.

Mira, Manolo, si me abandonaran en una isla desierta hasta que averiguase cuntos das tardar en llenarse un depsito que mide3,5 x 6,8 metros, y en el que caen tres gotas de agua por segundo, pero que tiene un agujerito por donde se escapa una de esas gotas cada siete minutos, te aseguro que me morira de vieja sin llegar a solucionarlo.

Si es muy fcil contestaba yo ingenuamente. Vers, multiplica...

Y ella, interrumpindome de nuevo deca:

Educara a los monos para que fueran mis esclavos, me hara una casita cubierta de plantas tropicales enfrente de la playa, comera frutos silvestres...

No sigas! Escucha, cunto mide el depsito? Y empec a dibujrselo con una regla, midiendo los centmetros exactos para que le fuera ms sencillo comprenderlo. Mientras tanto, ella, en una esquina del folio, comenz a pintar una playa bordeada de palmeras, una casita de estilo tropical y unos cuantos monos uniformados, al fondo un viejo depsito de cuyo grifo torcido caan tres gotas; a todo esto, yo segua sin levantar la vista, calculando meticulosamente la solucin del problema. Cuando finalmente la hall, ella, mirndome con sus ojos guasones empez a gritar:

Os abandono, queridos chimpancs! Al fin puedo salir de la isla desierta! Un gran genio me ha salvado! No s si para que dejase de chillar o bien porque en ese momento me la imagin a la luz de la luna en una hermosa playa del Caribe, el caso es que solt el lpiz y acercando mis labios a los suyos la bes. Su boca dulce y caliente me cautiv. Al instante me puse colorado hasta las orejas, pero mis labios no se separaban de los suyos. En ese momento, mi madre, que tena por costumbre servirnos un vaso de leche caliente con galletas, abri la puerta y nos sorprendi besndonos. Recuerdo que me levant y le dije ofuscado:

Hay que llamar a la puerta ante de entrar en una habitacin.

Tambin recuerdo la bofetada que me llev y a Marisa que, en silencio, recoga sus libros y con la cartera al hombro sala avergonzada de mi casa.

El cigarrillo me quem los dedos. De nuevo volv a la realidad. El caso es que haban pasado ms de diez aos y, a pesar de todo, esos inocentes recuerdos no se apartaban de mi vida.

se fue el final. No volvimos a estudiar juntos, incluso nos prohibieron vernos. Obedecimos (entonces, y no s por qu, siempre se obedeca a los padres). Pas el tiempo y nos hicimos mayores. Nos veamos pero ya todo era distinto; cada uno empez a salir con amigos diferentes. Cuando nos encontrbamos volvamos a charlar durante horas, evitando por supuesto hablar de aquel da. Yo empezaba a salir con otra chica de la que estaba enamorado y miraba a Marisa con aires de hombre experimentado, me pareca demasiado cra y yo buscaba otras experiencias. Por su parte, ella comenz a salir inmediatamente con Pepe.

A Pepe se lo present yo. ramos del mismo barrio, pero l viva en las casas elegantes de una calle prxima a la ma. Me sacaba dos aos y era guapo, alto, elegante... tena todas aquellas cualidades que yo siempre quise tener. Yo lo admiraba por ello, era como un amigo del que te sientes orgulloso.

Una maana de verano, unos tres aos despus del famoso da del beso, pasebamos Marisa y yo charlando, comentando cmo haban transcurrido los das anteriores a los exmenes finales. Yo estaba paliducho, pues me tomaba los estudios muy en serio; ella, en cambio, ms vaga que yo, haba acudido varias maanas a la piscina de la Ciudad Universitaria y luca una falda corta de color amarillo limn y dos piernas largas y bronceadas de las que yo no poda apartar los ojos. Adems su pelo castao se haba aclarado por el sol, su piel tostada, deliciosamente tersa, sus mejillas algo quemadas, sus labios, su sonrisa... todo en ella me resultaba tremendamente atractivo. De repente nos encontramos con Pepe.

Inmediatamente le present a Marisa y nos sentamos a tomar una caa en la terraza de una cafetera. l, mucho ms listo que yo, enseguida se dio cuenta de que dejar escapar a esa chica era de idiotas, as que empez a comportarse como l saba hacerlo en circunstancias especiales. Fue todava ms brillante, ms simptico, ms mundano. Su risa dejaba al descubierto su dentadura blanca, su voz viril se mezclaba con el ruido de los coches, y Marisa, poco a poco, empez discretamente a darme la espalda y a girar la cabeza en direccin a mi amigo.

Yo, cada vez ms nervioso por pasar a segundo plano, quise hacerme el gracioso y empec un chiste tres veces. Qu ridculo es hablar y que no te escuchen!

Sabis el chiste de aquella mujer que le dice a su marido: Querido, como maana es nuestro aniversario de boda...?

Pepe me interrumpi con su potente voz y, acaparando de nuevo a Marisa, dijo:

No me digas que estudias Filosofa y Letras?

Y ella, que por fin haba vuelto su cabeza dorada hacia m, de nuevo gir su cintura hacia l y respondi:

S, estudio segundo de Arte.

Rpidamente me di cuenta de que sobraba, que desaparecer habra sido lo ms correcto, pero mi amor propio herido me lo impeda, as que insist de nuevo:

Bueno, pues va y le dice a su marido: Como maana es nuestro aniversario, voy a matar un pollo, a lo que responde el marido...

Oye, no conocers a Margarita Garca-Robles?, es amiga ma.

Y ella embelesada.

Margarita? Es una chica morena a quien trae todas las maanas el chfer a la Facultad?

Responde el marido: Por qu no matas al idiota de tu primo, que fue el que nos present, y dejas al pobre pollo en paz?

S, dijo Pepe, la conozco de toda la vida.

Marisa se impresionaba por segundos. Poniendo carita de boba, respondi:

La conozco, pero nunca he hablado con ella. Slo: Hola y adis!

Maana, si te parece bien, ir a buscarte a la salida de la Facultad y os presento. Vers qu divertida es. A qu hora terminis las clases?

A la una, los jueves a la una, pero no te preocupes.

A la una en punto estar en la puerta principal. Por cierto, Manolo, qu decas de un pollo muerto?

De nuevo volv a la realidad. Senta un poco de fro. Haban pasado casi dos horas de recuerdos, recuerdos tan vivos que me hacan volver con nostalgia a otros tiempos mucho ms intensos y divertidos. Muchas veces me he preguntado si en estos aos la habr idealizado, si Marisa no es realmente tan inteligente y divertida, tan atractiva, si todos mis pensamientos son producto exclusivo de mi soledad. No lo s. Pepe se cas con ella un ao despus que yo. Horas antes de su boda, pens mucho en ella, abr una botella de coac y comenc a beber, beb tanto que me emborrach. Fui solo a la ceremonia. A mi mujer le ment para que no me acompaara. Llegu tarde. Cuando entr en la iglesia, una soprano cantaba una dulce meloda; lazos almidonados adornaban los bancos; su traje blanco, que slo poda ver por detrs, me pareca precioso. Cuando sali de la iglesia, del brazo de su marido, me mir. Su mirada serena me hizo ruborizar. Yo, tras felicitar a los novios, me sent incapaz de acudir al banquete de bodas. Haca fro y empec a caminar sin rumbo. Sus ojos dulces no podan apartarse de mi pensamiento. Soaba en ser yo el novio en vez de Pepe, en pasar la noche con ella entre mis brazos. Entr en un bar cualquiera, ped un coac, luego otro... y volv a casa tarde, muy tarde. De puntillas entr en el dormitorio, no quera que Nati se despertara y me hiciera preguntas, no quera que nadie supiese mi secreto. Por suerte, mi mujer continu durmiendo. Han pasado muchos aos y hoy ella va a venir a mi casa. En mi cuarto sigue la mesa camilla, y yo, pobre romntico!, an conservo el dibujo del viejo depsito, es decir, de nuestro primer y ltimo beso. Me dirig al cuarto de bao, me lav la cara y me pein. En ese momento, son el timbre de la puerta, no me dio tiempo ms que a acercar mi rostro al espejo y decir: Calma, Manolo, naturalidad! Despus me dirig a la puerta principal.

Tomado del libro Una mujer en apuros,De Eliezer Bordallo Huidobro.Editorial SGEL, pgs. de la 5 a la 12.

El da 9 de mayo de l453, el Imperio turco se hizo dueo de la vieja ciudad de Constantinopla; para los pases europeos, el comercio con Asia ya no era posible. Fue entonces cuando Portugal, abierto al Atlntico, empez a buscar un nuevo camino por mar. El plan era sencillo, pero lento: seguir la costa de frica, encontrar el paso al Ocano ndico, y desde all ir hacia la India. En 1487, Bartolom Das dio la vuelta al cabo de Buena Esperanza: Portugal haba encontrado su camino.Por aquellas mismas fechas, un hombre llamado Cristbal Coln, intentaba conseguir la ayuda de los reyes espaoles, doa Isabel y don Fernando, para probar un camino distinto: l quera ir siempre hacia el Oeste, cruzando el Atlntico.Durante mucho tiempo Coln no pudo convencer a nadie. Todos pensaban que era un viaje imposible: los que no crean todava que la Tierra era redonda, por supuesto, pero tambin los que s lo crean; para stos, la distancia entre Asia y Europa era demasiado grande. Sin embargo, por fin, en l492, los Reyes Catlicos decidieron ayudar a Coln. Este cambio de opinin fue importantsimo porque el 12 de octubre de ese mismo ao, tres barcos espaoles encontraban tierra al otro lado del Atlntico. De esta manera, Europa haba llegado a Amrica.Quinientos aos despus, muchos aspectos de esta aventura siguen estando poco claros. Quin era en verdad Cristbal Coln, y qu esperaba conseguir con ese viaje? Cmo tuvo la original idea de llegar a Asia por el Oeste? Por qu conoca tan bien el camino que deba seguir? Y por qu lo ayudaron los Reyes Catlicos despus de tantos aos sin querer escucharlo? Todas estas preguntas tienen su respuesta en El secreto de Cristbal Coln.Este libro presenta, en forma de novela pero de acuerdo con la verdad histrica, parte de la vida de Coln: desde que llega a Portugal, hacia l475, hasta su salida con tres barcos espaoles hacia Amrica en el verano de l492. Cuenta cmo al principio de la famosa aventura est el encuentro de Coln con un viejo marinero que le ense el camino del Oeste; y cmo, de esta manera, se decidi el futuro de Espaa y del mundo entero. La existencia de este personaje no es completamente segura, es verdad. Pero, para muchos historiadores, es lo nico que da sentido a las acciones de Coln y lleva luz a los rincones oscuros de la historia de su llegada a Amrica.

CAPTULO I

Una noche del mes de agosto, ao de 1478, en la pequea isla de Puerto Santo Coln daba vueltas y ms vueltas en la cama; no poda dormir por culpa del calor, hmedo y pesado. Esa misma tarde haba vuelto de la isla de Madeira, donde haba estado trabajando el ltimo mes en algunos negocios. Estaba slo en la casa. Su familia lo esperaba en Lisboa, hacia donde l iba a salir unos das ms tarde.Las horas pasaban muy lentamente. Cristbal se levant de la cama y sali a la terraza. Tambin el cielo, muy claro, pareca despierto. La luz de la luna vesta la isla con el color de los sueos. No haba viento y nada se mova. Desde haca varios das, aquellos lugares vivan como en una nube; el mar, extraamente quieto, pareca una sbana de aceite.De repente, una luz se encendi all abajo, cerca de la playa. Despus otra, y otra ms. Pareca que todo el pueblo se estaba despertando. Qu ocurra? Sin pensarlo dos veces, Cristbal se visti y baj deprisa. En las calles haba mucha gente. Qu ocurre? pregunt Coln a un hombre que volva de la playa. Hay unos marineros muertos en la playa!

El sol empezaba a salir, pero su luz, plida todava, no dejaba ver cuntos cuerpos haba all sobre la arena; tal vez eran diez, tal vez ms. Los hombres los estaban recogiendo y los llevaban hacia el pueblo. Y Coln, con el miedo escrito en su mirada, record aquella noche, cuando l haba llegado a Portugal y tan cerca de la muerte haba estado tambin... Aqu! grit alguien desde el final de la playa. Aqu hay uno vivo!Coln se acerc enseguida. Entre unas grandes piedras haba un marinero mayor, vestido con un largo abrigo azul, con los ojos medio abiertos y la cara rota por el dolor. Cuando Cristbal le dio la mano, l se la cogi fuertemente, intentando decirle algo. Tranquilo, amigo mo contest Coln. Ahora tenis que descansar. Llevadlo a mi casa! grit a los hombres de Puerto Santo que corran hacia l. Decid al mdico que vaya a casa de los Moniz!Coln acost al marinero en su cama, y con l, que casi no respiraba, esper al mdico. ste apareci enseguida. Cuando, dos horas ms tarde, sali de la habitacin, mova la cabeza de un lado a otro. No hay nada que hacer dijo en voz baja. Este hombre se muere. Puede vivir todava unas pocas horas. Pero, sin duda alguna, morir. Igual que sus otros compaeros.Tres das despus, el marinero segua vivo. Coln se ocupaba de l en todo momento. Pero el mdico tena razn: aquel hombre estaba cada vez ms dbil. Era una vida que se apagaba poco a poco bajo el fuego de una extraa enfermedad. Aquella tarde, mientras el sol se esconda detrs del mar, empez a respirar muy pesadamente; luego, de repente, dio un grito y dijo una sola palabra: Cibao.Una y mil veces, durante la noche, escuch Coln esa extraa palabra que el hombre repeta como un loco. Pero lo importante ocurri durante la tarde del cuarto da. Se encontraba el genovs en el saln estudiando unos libros cuando oy un ruido que vena del cuarto del enfermo. Su sorpresa no pudo ser mayor: el marinero haba dejado la cama e intentaba llegar a la terraza. Dios mo! grit Cristbal, mientras lo coga por los brazos. Deprisa, volved a la cama enseguida. Qu es lo que queris?Pero cuando mir la cara del marinero, Coln se qued sin palabras. Sus ojos eran duros como piedras y rojos como el fuego; parecan venir de otro mundo. El mar! dijo con voz profunda el marinero. El mar... Coln levant al enfermo, y sin saber lo que haca, lo ayud a llegar a la terraza. All delante estaba el Atlntico.Durante unos momentos, Cristbal crey ver cmo una sonrisa apareca en la cara del marinero. Entonces ste levant su brazo, muy lentamente, en direccin al sol, al Oeste; y su mano se abri un momento para cerrarse enseguida, como en un ltimo intento por alcanzar aquel lugar donde el mar se hace cielo. Despus, cay en los brazos de Coln, que lo llev de nuevo a la cama. No, no os vayis dijo entonces el enfermo a Cristbal. Ha llegado el momento de hablar. Ser mejor que descansis contest Coln. Tiempo tendr de descansar, dentro de poco. Ahora tengo algo que contaros. Decidme, sois marinero? Es esto Puerto Santo? Y mis compaeros? Estn muertos?Coln contest a aquellas preguntas lo mejor que pudo. Le habl de su trabajo, de sus viajes, y le explic que se encontraba en la casa de los Moniz. Yo conoc al gobernador record el marinero. Y estuve aqu, en su casa, ms de una vez... Hablbamos de viajes... y de Guinea... ms al sur, todava ms al sur...Sus palabras se perdan. Casi no poda respirar. Coln abri las ventanas y las puertas para dejar entrar el aire de la tarde. Trajo un vaso de agua y, despus de beber, el enfermo pareci encontrarse un poco mejor. Vos no me conocis, verdad? le pregunt entonces el enfermo. No, seor, no os conozco, pero... Habis odo hablar de la Santa Susana? S... s, creo que s. Era un barco portugus que haca viajes a Guinea y que hace unos dos aos desapareci en el mar... La gente dice que sus hombres murieron en algn lugar de frica, al sur de las Canarias... Morir! grit el marinero, con una risa horrible. S, ya todos estamos muertos. Ahora escuchad bien lo que voy a contaros, porque Dios os ha elegido. Y slo vos conoceris esta historia. Yo ya casi me he ido de este mundo... pero no quiero llevarme conmigo el secreto de la Santa Susana.

Veris, mi nombre ahora no tiene importancia. Nac en un pequeo pueblo de pescadores y era muy joven cuando empec a trabajar como marinero en Portugal. Yo fui de los primeros en viajar por frica, hacia Guinea, y en conocer todas las rutas de estos mares. As llegu a ser piloto de la Santa Susana. Hace dos aos, a la vuelta de un viaje a Guinea, quisimos encontrar una nueva ruta hacia Portugal, ms rpida que las otras. Pero, ya cerca de Cabo Verde, los vientos cambiaron de una manera muy extraa. El barco tom de repente la direccin del Oeste y nosotros no pudimos hacer nada para cambiarla. El barco iba ms rpido que nunca, siempre hacia el Oeste. Despus de quince das as, mis hombres empezaron a asustarse. Saban que nos encontrbamos en algn lugar del mundo que no conoca nadie, y que ya no era posible volver atrs. Cada maana me preguntaban lo mismo: qu nos esperaba al final de aquel viaje? Yo no lo saba, no poda contestarles. La comida ya nos faltaba, estbamos preparados para morir, cuando entonces... Entonces, despus de veinte o ms das en aquel barco que no podamos conducir... vimos tierra!Coln escuchaba en silencio la extraa historia, sin saber qu pensar. A dnde haba llegado la Santa Susana en su increble viaje? A Asia? Y, sin embargo, todo el mundo saba que el mar era demasiado ancho entre Portugal y Asia... Tal vez aquel hombre se haba vuelto loco, despus de tantos das perdido en el mar. Pero, y si lo que contaba era verdad? Y si era posible encontrar tierra al otro lado del gran Atlntico?La voz del marinero se hizo cada vez ms dbil; hablaba de las extraas gentes y lugares de un mundo distinto, de sus islas, de sus costumbres. Repiti muchas veces ms aquel nombre, Cibao, un lugar de esas tierras donde haba visto montaas de oro. Y ya no dijo otra cosa en toda la noche. Cuando el sol iba a salir, el marinero volvi a llamar a Coln con la mano. Cristbal se acerc para orlo mejor. El abrigo dijo lentamente el marinero. Traedme el abrigo. Buscad el mapa. Ahora es vuestro. Dios lo ha querido as.Coln sac varios papeles de los bolsillos. Enseguida vio entre ellos un mapa, viejo y sucio. En l estaba dibujada la ruta de un viaje por mar: la ruta de la Santa Susana. Los otros papeles eran cartas escritas por el piloto. Alonso Snchez de Huelva ley Cristbal en una de ellas. Es ste vuestro nombre? Pero el marinero ya no poda contestar. Su cuerpo sin vida descansaba al fin, con la mirada perdida en el mar.Tomado del libro El secreto de Cristbal Coln, de Luis Mara Carrero. Editorial Santillana, pginas 5- 6 y 7-12.

Pepe decide dar un paseo por el Barrio Gtico. A ver si se le pasa el mal humor. Tena tantas ganas de hablar con Lola de aquel verano en Cadaqus! De mirar el pasado en los ojos color de miel de Lola... Lentamente se dirige hacia la Rambla de Catalua, que en verano, de noche, est llena de travestis y de barceloneses que luchan contra el calor en las terrazas de los bares.Se sienta en La Jijonenca y pide una horchata. Qu curioso! En Madrid nunca toma horchata, pero siempre que viene a Barcelona s... Ser que es una bebida mediterrnea. Pero la horchata y la cerveza no combinan muy bien, y despus de tomrsela an se siente peor y ms triste. Empieza a bajar hacia la Plaza Catalua. Un travesti espectacular le guia un ojo y le echa un piropo. Al da siguiente, no sabe muy bien por qu, tiene la sensacin de que no puede marcharse, de que tiene que encontrar a Lola. Algo raro le est pasando. Pero no tiene ni idea de dnde buscarla. Barcelona es muy grande. Hace calor pero del mar llega un aire agradable. Pepe ha decidido, despus del desayuno, ir a leer el peridico bajo los rboles de las Ramblas. Va a pie, cruzando el Barrio Gtico. Pasa por la Plaza del Rey y, despus entra un momento en el claustro de la catedral, por la Plaza San Jaime. Edificios centenarios y miles de pequeas tiendas de todo tipo: joyas y cermica, libros viejos y zapatos, pintura y ropa... Por fin llega a las Ramblas, seguramente una de las calles ms visitadas y ms cosmopolitas del mundo. Como siempre, hay jubilados y estudiantes, proxenetas y parados, amas de casa y prostitutas, traficantes de droga y floristas, maestros con nios y viejecitos con caniches. Y soldados y turistas japoneses y exiliados iranes y trabajadores emigrantes marroques. O sea, de todo. Incluso un detective privado que busca, sin saber por qu, a una ex-novia. Pepe Rey compra La Vanguardia y El Peridico, pero, cuando acaba de sentarse a la sombra, bajo los pltanos, ve entre la gente una figura conocida. Era lgico, tambin Lola tena que estar en las Ramblas. Algo le hace quedarse quieto y observarla. Est muy cambiada. No lleva el elegante traje del avin, sino una camiseta negra, unos vaqueros y unas botas que le dan un aire joven y un poco agresivo. Lleva gafas de sol. Por eso no la ha reconocido al principio. Pasa delante de Pepe sin verle. Anda rpido, mirando al suelo. De repente, ante un quiosco, se para. Un joven que parece latinoamericano, colombiano o peruano, se pone a su lado y le da algo. Sin decirle nada, Lola coge el pequeo objeto y se lo mete en el bolso. Qu raro! Qu le habr dado? piensa Pepe sorprendido. Sin decirle adis, Lola se aleja del joven y Pepe empieza a seguirla. Lola entra en el mercado de la Boquera.

Compra una manzana y empieza a comrsela. Pepe la observa a unos veinte metros. Lola anda deprisa, cruza el mercado y sale por la puerta de atrs. Al cabo de unos diez minutos estn en la calle Nou de la Rambla, antes Conde del Asalto, una calle llena de tiendas de novia y de ropa para hacer strip-tease, en el corazn del Barrio chino. Lola entra en un bar de esos que huelen a aceite y que siempre tienen la televisin puesta. Pepe decide esperarla fuera. Algo le dice que Lola tiene problemas o que le pasa algo raro. Una hora despus a Pepe le duelen los pies y Lola no ha salido todava. Qu estar haciendo ah dentro? Voy a entrar. Si me ve... Pues nada, le dir que pasaba por aqu y..., piensa Pepe nervioso. Pero Lola no est dentro del bar. Quiz est en los lavabos. Al fondo, a la izquierda dice el dueo del bar de mal humor. Pepe entra, pero tampoco all est Lola. Piensa que es muy extrao. Oiga, no ha entrado hace un ratito una seorita rubia con una camiseta negra? Yo qu s. Responde el dueo de un modo antiptico. Aqu entran muchas seoritas. Es evidente que no va a darle ninguna informacin. A lo mejor, sin darse cuenta, ha empezado a parecerse un poco a su principal rival, el inspector Romerales. Dios mo! Tendr cara de polica? se pregunta Pepe preocupadsimo. Y este barrio est en guerra con la polica... Por dnde habr salido Lola? No logra entenderlo. Vuelve al lavabo. Hay una ventana abierta que da a un patio hmedo y sucio. Ha salido por aqu. Est huyendo. De quin? Espero que no sea de m... piensa Pepe.******No sabe qu hacer. Entra en una cabina y llama a Susi, su secretaria. Susi, tengo trabajo para ti. Necesito toda la informacin que puedas encontrar sobre Lola Martnez Ura. Tiene treinta y ocho aos y no s dnde vive. Sus padres vivan en la calle Goya, ciento treinta y cuatro. Quiz viven todava all. Diles que vas de mi parte. A lo mejor todava se acuerdan de m. Lola dice que tiene una boutique, pero no estoy seguro... Tal vez no sea cierto. De acuerdo, jefe dice Susi sin mucho entusiasmo. Con lo tranquila que yo estaba! Llmeme dentro de un par de horitas, vale? Hasta luego. Qu tiempo hace en Barcelona, jefe? Calor, Susi, mucho calor. Cmo en Madrid? S, ms o menos, pero ms hmedo.******Dos horas ms tarde Pepe Rey vuelve a llamar a Susi. Hola, jefe. Me he enterado de muchas cosas. Cuenta, cuenta. He hablado con la madre. Dice que a su hija le pasa algo raro y que estn muy preocupados. Por lo visto hace un par de aos se divorci. Estaba casada con un tal Luis Manzanares, un ingeniero muy rico. Todo el mundo crea que eran una pareja muy feliz, pero... Bueno, pues, se divorci y dej su trabajo de diseadora de joyas. Y se fue de Madrid. S, eso ya lo saba. Estuvo una temporada viajando: Pars, Ginebra, Montecarlo... Ahora nadie sabe dnde est. Ni qu hace. Ni sus padres, ni su ex-marido, ni sus amigos... Slo saben que sala con un sudamericano. Ah! Por cierto, la madre de Lola me ha dado muchos recuerdos para usted. Susi, qu pensabas hacer esta tarde? Pues, sinceramente, jefe, irme prontito de la oficina para darme un bao en una piscina. Es que hace un calor... Pero, venga, jefe, qu quiere? Pues que vayas a ver a Romerales. A Romerales? No puede ser, jefe! Desde cundo le pedimos ayuda a ese imbcil? Desde hoy, Susi. Escchame. En mi mesa, en el tercer cajn de la derecha encontrars una foto de una mujer.Est cerrado con llave.Susi, no me pongas nervioso. S perfectamente que tienes llave de mi mesa. Hummm... Coges esa foto y vas a ver a Romerales. A ver si puede darnos informacin. A sus rdenes.Tomado del libro Lolade Loreto de Miguel y Alba Santos,Editorial Edelsa, pp. 14 a 20.

A las siete de la tarde mis padres se volvieron a Madrid. Antes de irse me repitieron varias veces que me portase bien, que no diese ningn disgusto a mis abuelos. Mam me dio los ltimos consejos mientras se acomodaba en el coche y se abrochaba el cinturn de seguridad.Ten cuidado con las bebidas fras, ya sabes que luego tienes problemas con la garganta. No ests mucho tiempo al sol y no te pases las horas en el agua. Come de todo y no te acuestes muy tarde.Mientras ella hablaba, pap arranc el coche, meti la marcha atrs e hizo una maniobra para dar la vuelta. Gir a la izquierda y aceler. Los vi bajar y desaparecer al entrar en la primera curva. Antes, pap toc la bocina, y mam mir hacia atrs por ltima vez, al mismo tiempo que nos deca adis con la mano. Desde la puerta de la casa, nosotros correspondimos a su despedida.Ya estaba solo con mis abuelos. Como todos los aos. Ellos lo nico que deseaban era que me divirtiera, que lo pasase lo mejor posible, que no me pusiese enfermo, que cuando vinieran mis padres me encontrasen bien. Ahora, que era un poco mayor, confiaban ms en m y conocan mejor a mis amigos. El lunes por la maana, despus de desayunar, cog la bicicleta y fui a buscar a Martn. Era mi mejor amigo. Al acercarme a su casa toqu el timbre de la bici. No tuve tiempo de llegar hasta su puerta. Unos metros antes lo vi salir a la calle y correr hasta encontrarse conmigo. Nos saludamos y le pregunt por Manolo y Jos Luis.Seguramente estarn en la cama. Llegamos anoche bastante tarde.Dnde habis estado?En Asturias.Y qu tal lo habis pasado?Estupendamente. Y t, cundo llegaste? me pregunt.El sbado. Estar en el pueblo todo el verano.Una hora ms tarde nos encontrbamos con Manolo al lado del ro. Jos Luis no pudo venir. En la parte en que estbamos, deba de haber muchas truchas, pero nosotros no veamos ninguna. Hay que tener paciencia dijo Martn.Si no hay peces, por mucha paciencia que tengamos, no los podremos pescar replic Manolo. Por qu no nos metemos en el agua? A lo mejor ms adentro s que se ven.No se trata de verlos, sino de pescarlos dije mirando a Manolo.Lo que tenemos que hacer es callarnos. Con tanto hablar los vamos a espantar advirti disgustado Martn. Los peces no oyen brome Manolo. Estn sordos. Los peces slo ven.Yo creo que oyen y ven manifest Martn.Pues los de este ro han huido nada ms vernos coment mirando a Martn.Yo he estado aqu otras veces y he visto peces por todas partes asegur Manolo.Luego aadi: He estado, pero sin caa.Quieres decir que se van si ven las caas? le pregunt.Yo creo que s respondi Manolo. Podemos hacer una cosa: coger las caas y dejarlas en el suelo. Veremos si vuelven otra vez. No digas tonteras, Manolo! exclam Martn.No son tonteras. Qu te apuestas? lo desafi Manolo.Si fuese verdad, nadie fabricara caas de pescar les dije.Eso no tiene nada que ver me respondi Manolo.S que tiene que ver le asegur casi enfadado.Los hombres antiguos no usaban caas, sino lanzas. Se quedaban quietos en el agua y cuando vean un pez se la clavaban. As pescaban explic Martn.Los peces de ahora han aprendido mucho, hay que pescarlos con redes aadi Manolo. Luego se ech a rer.Antiguamente tambin usaban redes le interrumpi Martn. Nos ests tomando el pelo aadi despus de or cmo Manolo se rea con ganas.En aquel momento mi caa empez a doblarse por el extremo. Not un ligero peso y se lo dije inmediatamente a ellos. Manolo, que no tena caa, se acerc a mi lado. Me ayud a sujetarla mientras Martn me deca lo que tena que hacer. Despus de quitarme las zapatillas, me met en el ro con Manolo. Los dos juntos dimos unos pasos hasta que el agua nos cubri las rodillas. l me sujet la caa y yo, al ver el pez en el anzuelo, me acerqu a cogerlo con la mano. Resbal y me ca. Slo me moj un poco la camisa y los brazos.

Qu clase de pez es? pregunt Martn.Ahora te lo enseo respond.El pez se mova con ganas de volver al agua. Y eso fue lo que ocurri. Al intentar quitarle el anzuelo, el pez se resbal de la mano y se desliz entre mis dedos. Cay al agua y rpidamente lo perdimos de vista.

Cogimos las bicicletas y fuimos a nuestras casas por los baadores. Haca un sol abrasador y lo nico que apeteca era darse un bao.Llegamos a la piscina y entramos corriendo en los vestuarios. Nos cambiamos muy deprisa y corrimos saltando entre las personas que estaban tendidas tomando el sol.Ninguno de los tres quera ser el ltimo en meterse en el agua. Por eso, nos tiramos al mismo tiempo.Luego jugamos con un baln que alguien haba olvidado. Cuando nos cansamos de jugar nos pusimos al sol.Estbamos tumbados sobre las toallas, cuando Martn dijo que tena hambre.Qu hora ser? pregunt.Reaccion instintivamente, movido por un impulso, y mir en la mueca de mi mano izquierda. Me di la vuelta y me sent. Registr lo que llevaba. Corr hacia los vestuarios y ped mi bolsa. Saqu lo que tena y mir por todas partes.Puse la ropa en el mostrador; volv a mirar de nuevo. Trat de recordar y empec a ponerme muy nervioso. Met las manos en los bolsillos del pantaln y de la camisa, pero no encontr nada. Busqu en los lugares por los que haba pasado, di mil vueltas, camin de un lado a otro.Poco a poco me sent invadido por la desesperacin. La posibilidad de haber perdido el reloj de oro se iba transformando en la seguridad de que no lo encontrara. La preocupacin y la angustia se apoderaron de m.Intent reconstruir en mi memoria todo lo que haba hecho desde que sal de casa. Una y otra vez vena a mi mente el ro donde habamos estado pescando. Mientras miraba, una vez ms, en los bolsillos del pantaln, Martn y Manolo se acercaron a mi lado.Qu te pasa? dijeron los dos al mismo tiempo.Por qu saliste corriendo sin decir nada? aadi Martn.Ests bien? le interrumpi Manolo, sujetndome del brazo.Ha ocurrido algo? continu Martn.Estaba viviendo los momentos ms desesperantes que haba conocido hasta entonces. Nunca haba sentido tanta inquietud y tanto nerviosismo. No saba qu hacer. Todo lo recuerdo como una terrible pesadilla.Todava tengo algunas dificultades para ordenar lo que pas desde que me di cuenta de que haba perdido el reloj de oro que mis padres me haban regalado haca slo tres das.Con lgrimas en los ojos les dije a mis amigos lo que me haba ocurrido. Ellos me aconsejaron registrar de nuevo todo lo que habamos trado a la piscina. Miramos en los vestuarios con mucha atencin y vaciamos despus los bolsillos de la ropa que llevbamos, pero no encontramos nada.Recuerdas si te baaste con l? pregunt Manolo.No, no me ba con el reloj, estoy seguro.Sera mejor comprobarlo insisti Manolo. Aunque el agua est muy clara y no lo veamos en el fondo, puede ser que antes de hundirse se haya metido en los filtros.En ese caso estara all continu Martn.Vamos a mirar.Nos tiramos al agua y buceamos hasta el fondo. No vimos nada. Despus de mirar otra vez en la piscina, registramos los filtros. Manolo se meti de nuevo en el agua y mir en los desages.Ya os he dicho que no me ba con l repet varias veces.Ests seguro de que lo llevabas esta maana? pregunt Martn. A m no me dijiste nada.Lo s. No me gusta presumir; un reloj de oro cuesta mucho dinero les respond intentando aclarar mi actitud.Bien. Si no est aqu, slo puede estar en un sitio: en el ro afirm Martn.S, tiene que estar all dijo Manolo.Tenemos poco tiempo. Si llegamos tarde, pensarn que nos ha pasado algo y tendremos que dar explicaciones coment Martn. A qu hora comis?A las dos y media contest yo.A las tres, ms o menos aadi Manolo.Son las dos y cuarto. No tenemos tiempo declar Martn.Podemos ir hasta el ro y mirar en la orilla, aunque slo sea durante unos minutos. Adems, hoy es el primer da que estamos juntos. Nadie se extraar porque lleguemos tarde dijo Manolo. Inmediatamente salimos de la piscina y pedaleamos en direccin al ro. Buscamos el reloj en la orilla, pero no lo encontramos. Se estaba haciendo muy tarde y yo estaba pensando en cmo disculparme ante mis abuelos por el retraso.Manolo propuso quedarse l solo buscando el reloj. Nos orden que nos furamos, que l se quedaba all. Dijo que tena que vigilar, pues podra ocurrir que alguien lo encontrara y se quedase con l.Si no est fuera del ro, estar dentro del agua, donde pescamos el pez que se te escap. Recuerdas que resbalaste y caste? me pregunt Martn.S, lo recuerdo perfectamente respond.Pues tiene que estar ah aadi Martn sealando con el dedo el lugar en donde yo me haba cado.Me voy a meter y voy a mirar, aunque slo sea una vez dijo Manolo mientras se quitaba las zapatillas.Se descalz y se meti en el ro. Nosotros le indicamos el lugar en donde suponamos que deba de estar el reloj. Manolo se inclin, mir hacia abajo y alarg el brazo derecho. Despus empez a introducirlo con mucho cuidado para no remover el fondo. Tante en varios lugares a un lado y a otro, pero no lo encontr.Es muy tarde y debemos irnos les suger.Yo me quedar hasta que vosotros volvis prometi Manolo. Y se qued all.Tomado del libro, Un sueo muy extrao, de Molinero Gete, Pelayo. Editorial SGEL, pgs.de la 21 a la 32.

Mientras Romerales sale del estudio de los arquitectos, una mujer de ojos verdes est sentada delante de la mesa de trabajo de Pepe Rey.Soy... Margarita Almela. La conozco muy bien. Es usted una abogada famosa. Famosa y muy buena, adems.Gracias. Y en qu puede ayudar un detective como yo a una mujer como usted? Voy a explicrselo. Hace casi dos aos que salgo con un hombre casado. Casado, con hijos y bastante conocido. Su mujer no sabe nada. En realidad nadie sabe nada de lo nuestro. l tendra problemas familiares y yo tendra otra clase de problemas. Qu quiere decir? Como sabe, voy a presentarme a las prximas elecciones municipales. Una mujer que tiene un amante casado tiene pocas posibilidades de ser elegida... sta es todava una sociedad machista... Todava no entiendo qu puedo hacer yo por usted. El fin de semana pasado estuvimos juntos en Trujillo. Nos vamos de viaje algunas veces, pocas. l le dice a su mujer que tiene un viaje de negocios y nos vamos. El domingo por la noche me llev a mi casa en taxi y l sigui hacia la suya. Desde entonces nadie ha sabido nada de l. O sea, que su amante es Javier Vera. Exactamente. Veo que lee los peridicos.Margarita abre el bolso y saca un paquete de tabaco y un gran sobre. Pepe la mira con cario. Piensa que es una mujer ms dbil de lo que parece y, adems, tiene unos maravillosos ojos verdes. Un cigarrillo? dice Margarita. Gracias. Pepe coge una caja de cerillas de encima de la mesa y le da fuego a la abogada. Despus enciende su cigarrillo. De nuevo ha olvidado que quiere dejar de fumar.Esta maana contina Margarita he recibido este sobre. Veinte fotografas de Javier y yo besndonos, abrazados, en la habitacin del hotel, cogidos de la mano en el tren, despidindonos delante del portal de mi casa... En fin, todas las pruebas de que somos amantes. Djeme verlas. No haba nada ms en el sobre? Claro que s. Un annimo. Dicen que si no consigo en quince das veinte millones de pesetas, publicarn estas fotos en la prensa y, adems, matarn a Javier. Puede usted conseguir ese dinero? No, imposible. Vamos a ver: yo voy a empezar las investigaciones hoy mismo y usted va a seguir haciendo la vida de siempre. Estaremos en contacto. Sospecha de alguien, Margarita? La verdad es que no s qu pensar. Sospecho de todo el mundo y no sospecho de nadie. Pepe, aydeme y ni una palabra a la polica.Confe en m.***Pepe no sabe exactamente por qu, pero est seguro de que a Javier no lo han secuestrado por motivos polticos. Le parece raro. Las elecciones municipales sern dentro de dos aos, estn an muy lejos. Para quedarse tranquilo hace algunas investigaciones en algunos partidos polticos: en el PSOE, en AP, en el PCE, en el CDS Ahora ya est completamente seguro: ningn partido es responsable de este asunto.***El viernes al medioda Pepe Rey y Susi estn comiendo en una tasca, cerca de su despacho, de sas que tienen jamones colgando, que huelen a aceite y que siempre tienen puesta la televisin. Estn viendo el Telediario. En ese momento la mujer de Javier Vera est hablando: Por favor, a los que tienen secuestrado a mi marido les pido que nos digan algo, que nos prueben que est vivo. Por favor, por favor.... Carmen empieza a llorar, saca un pauelo y mirando a la cmara sigue diciendo: Por favor, estamos desesperados. Javier, si me ests escuchando, piensa que te queremos mucho....Y empieza a llorar de nuevo. La siguiente noticia es sobre el tiempo. Pobre mujer! dicen algunas personas que estn comiendo all.***A las cinco de la tarde Margarita vuelve a la oficina de Pepe. Susi est sola. Pepe ha salido un momento.Le apetece un caf? No, gracias. Puedo hacer una llamada? S, claro. All est el telfono. Mientras Margarita habla con su secretaria, Susi est mirando por la ventana. ltimamente Susi est algo enamorada y pasa muchas horas mirando por la ventana. Abajo hay un joven muy moreno, que lleva una cazadora de cuero negro y unas botas militares. Est en la esquina. Parece nervioso. Margarita ya ha colgado. Ha venido sola? le pregunta Susi. S. Pues alguien la est siguiendo. Mire por la ventana. Ve aquel chico de cazadora de cuero, el de la esquina? Ese chico iba en el tren! Pepe tarda en llegar. Margarita est leyendo el peridico. Hay unas declaraciones de Romerales diciendo que la polica lo tiene todo controlado y que dentro de pocos das el caso Vera estar resuelto porque estn a punto de encontrar al grupo terrorista que lo ha secuestrado. Susi y Margarita le cuentan lo que ha pasado. Pepe mira por la ventana. El chico sigue all. Margarita, usted ahora coge el coche y se va tranquilamente a su casa. Susi y yo la seguiremos. Y, por favor, esta noche no salga de su casa. Qudese all mirando la tele, pero no salga.***Entre el Seat Ibiza rojo de Margarita y el Peugeot negro de Pepe Rey hay una enorme moto. Es la del joven moreno que sigue a Margarita. Cogen la Castellana a la altura de Coln y van subiendo. Primero pasan por la Plaza de Castelar, por Nuevos Ministerios, luego, por delante del Bernabu y, al final, delante del Ministerio de Defensa, giran a la derecha y luego a la izquierda para coger la calle Juan Ramn Jimnez. Delante de unos jardines vive Margarita. Entra en un parking y cinco minutos despus entra en su casa. El joven ha dejado la moto aparcada y parece que va a estar esperando all mucho rato. Pepe Rey y Susi se quedan dentro del coche aparcado en doble fila. A nadie le parecer raro. En todas las calles madrileas hay coches aparcados en doble fila. Una hora despus Pepe est medio dormido. Jefe, jefe! Que se va! ***Ha llegado una mujer de mediana edad. Ha hablado un momento con el chico y se queda a vigilar. El joven pone en marcha la moto. Pepe, el coche. Ahora van Castellana abajo. En Cibeles giran a la derecha para coger Gran Va. Aparcan en la Plaza Vzquez de Mella. El chico anda rpido. Susi tambin. Pepe se cansa. Demasiados kilos y demasiado tabaco, piensa. El chico entra en Chicote. Como siempre el bar est lleno de hombres y mujeres mayorcitos, muy arreglados, que creen todava ser tan atractivos como en su juventud. Hay muchas mujeres solas, demasiado maquilladas.En un rincn, al fondo, hay una mujer rubsima con el pelo muy corto y rizado que saluda al joven. Susi y Pepe se sientan en una mesa cerca, pero no pueden or lo que dicen. Pepe se toma el cctel del da. Est nervioso y necesita algo fuerte. Sabe que est cerca del final del caso. Una media hora despus el joven se va. Jefe, yo me voy a casa. se se va de juerga. Haz lo que quieras, Susi. Ya has trabajado bastante. Pero yo voy a ver qu hace. Susi tena razn. El chico ha estado tomando copas en tres o cuatro bares de Malasaa y Pepe slo ha conseguido emborracharse y ver como el chico de cazadora de cuero se iba a pasar la noche con una rubia guapsima.***El dormitorio de Pepe est lleno de libros, revistas, vasos, peridicos atrasados, ropa por el suelo. Susi siempre le dice que tiene que buscar una asistenta. Suena el telfono. Antes de cogerlo Pepe mira el despertador: las cinco y media de la maana. Jefe, la mujer rubia! La mujer de Chicote es la mujer de Javier Vera!

Tomado del libro, Una morena y una rubia, de Loreto de Miguel y Alba Santos. Editorial Edelsa, pgs. 10-16.

Imagnate una fiesta en la que puedes ensuciarte completamente de la cabeza a los pies. Imagnate a miles de personas lanzndose unos a otros tomates maduros. Amy Randall participa en una batalla muy particular, en la que acaba baada en salsa de tomate. Una batalla de tomates en medio de una plaza, parece una pelcula de los hermanos Marx; sin embargo, una fiesta as existe. Se celebra cada verano, el ltimo mircoles de agosto, en Buol, un pueblo de Valencia. La tomatina es una de las fiestas ms inslitas y divertidas de Espaa.Esta fiesta empez en 1944, cuando los vecinos del pueblo, enfadados con los concejales, les lanzaron tomates durante las fiestas locales. Se lo pasaron tan bien que decidieron repetirlo cada ao.Y con el tiempo se ha convertido en una verdadera batalla campal en la que participan miles de personas y en la que las armas siguen siendo los tomates. Durante los aos de la dictadura del general Franco, el gobierno prohibi esta fiesta porque no era religiosa. Pero a la muerte del dictador, los vecinos empezaron a celebrarla de nuevo, en los aos setenta.Aunque la fiesta empez en contra del Ayuntamiento, hoy en da, es este quien la paga. Para que los vecinos de Buol, los veraneantes y los forasteros que se unen a la fiesta se diviertan, el Ayuntamiento compra unos cincuenta mil kilos de tomates, que llegan cargados en varios camiones.El da de la tomatina, sobre las once de la maana, la multitud est congregada en la plaza Mayor, que est en el centro del pueblo, y en las calles de alrededor. La gente no acude vestida con sus mejores galas sino con la ropa ms vieja que tiene, porque despus de la batalla hay que tirarla a la basura.En el centro de la plaza plantan un gran palo untado de grasa. En lo alto del palo hay un jamn. Los jvenes intentan una y otra vez, escalar el palo para llevarse el jamn, perola grasa les hace resbalar. Cuando finalmente,uno consigue cogerlo, la gente lo vitorea y grita: Tomate, tomate!.Entonces suena un petardo. Es la seal, la fiesta va a empezar. Los camiones de tomates van a llegar de un momento a otro. Hace mucho calor. La multitud est tensa, sudorosa, nerviosa y excitada. Muchos se suben a las rejas de las ventanas, otros a los balcones y los ms miedosos prefieren protegerse tras los cristales de las ventanas. La gente desde los balcones tira cubos de agua a la multitud para ayudarle a soportar el calor. Las puertas de las casas, de los bares, de las tiendas, estn cerradas.Unos minutos despus, por una de las calles laterales se acerca despacio un camin cargado de tomates maduros. Los tomates vienen de los pueblos de alrededor y no se han cultivado para cocinar, sino para servir de proyectiles. Sobre el camin, varios hombres empiezan a lanzar las hortalizas contra la gente sin piedad.Los primeros tomatazos son los peores me advierte un vecino. Vamos agchate! Todo el mundo anda agachado porque si levantas la cabeza, puedes recibir un tomatazo en plena cara. As es que meto la cmara dentro de la camiseta y me agacho, como los dems.Pronto el suelo est lleno de tomates y entonces empieza la verdadera batalla campal. Todo el mundo se pelea por cogerlos y lanzarlos con todas sus fuerzas a los dems. Los tomates son blandos, pero si los lanzas con fuerza hacen dao. Explotan y se machacan contra la gente, contra el suelo, contra las paredes de las casas, contra las ventanas. Una lluvia de tomates te cae encima y no puedes hacer nada para evitarlo. Por el suelo pasa un ro de tomate triturado. La plaza se tie de rojo, las calles se cubren de salsa de tomate, suficiente como para cubrir al menos un milln de pizzas.La multitud te arrastra. Es una autntica locura. En esas circunstancias es casi imposible sacar una foto. Pero si no la saco nadie va a creerme. Mi jefa pensar que estoy loca o que he bebido demasiado y he imaginado la historia. Varias veces intento incorporarme para enfocar la cmara y todas ellas recibo un tomatazo en la cara. La multitud es implacable. El cido del tomate se me mete por los ojos y por la boca y me pica.El delirio dura dos horas. Hacia la una, el cuarto camin se aleja despacio, vaco. Suena otro cohete. Significa que la batalla ha terminado. Nadie puede lanzar ni un solo tomate, si alguien lo hace tendr que pagar una multa. Es mi oportunidad. Mi cmara est cubierta de tomate, pero todava funciona. El rojo es el nico color que aparecer en las fotos.Cansada, sucia y muerta de risa, bajo con la multitud hacia el ro, donde el Ayuntamiento ha instalado unas duchas pblicas en una explanada. Todos estamos cubiertos de arriba abajo de salsa de tomate. Despus de una ducha ligera, sin desnudarse, la gente sube hacia el pueblo, con la ropa mojada pegada al cuerpo y con las pepitas, las semillas del tomate, en el pelo. Todos tienen un aspecto deplorable, el mismo aspecto que debo de tener yo. Estn exhaustos pero contentos, despus de unas horas de diversin y desahogo. Ahora la verdadera ducha espera en casa.Cuando vuelvo a subir a la plaza me quedo perpleja. No quedan ni restos del tomate que hace unos minutos baaba el pueblo. Los camiones municipales de la limpieza lo han lavado todo con mangueras. Todo ha vuelto a la normalidad. Las tiendas, los bares, las casas, estn abiertas. Es la hora de comer. No queda ni rastro de esa batalla delirante de una pelcula cmica, en la que no hay ni vencedores ni vencidos, ni uniformes ni armas, slo tomates, nada menos que cincuenta mil kilos de tomates maduros para que unas doce mil personas se diviertan como nios.Tomado del libro De fiesta en verano, de Clara Villanueva y Josefina Fernndez, Editorial Difusin, pp. 19-22.

Anita sali de la antigua cuadra. Entonces, empec a imaginarme a la abuela cogiendo a los gatitos y lanzndolos contra una piedra para matarlos. Tena que actuar deprisa. No haba tiempo. Quiz Anita estaba ahora mismo despertando a la abuela y dicindoselo todo. No lo pens ms: cog los gatitos y, como pude, los met en un saco roto que encontr en un rincn. Sus cuerpos eran pequeos, y, aunque estaban templados, temblaban. No entiendo cmo los puede dejar solos la gata, tan chiquititos como son. Y, por qu puerta salgo ahora? Por la principal no, porque hay que atravesar toda la casa, y la abuela y el abuelo ya estarn levantados. Anita es una imbcil! Ay, ya s: por el portn del corral. Siempre est abierto, slo tengo que empujar un poco y ya. Venga, venga, Soledad, que van a llegar los mayores!. Cuando me di cuenta, estaba en la calle, y tena frente a m un camino que llevaba al campo. Con las primeras luces del da, me puse a caminar.El camino era el que llevaba a la alameda. Record que de pequeos bamos all a merendar con pap y mam, y pens que era un buen sitio para esconder los gatitos. Estaba en pijama y zapatillas, pero eso no importaba. Era temprano. Los hombres que iban al campo salan de sus casas antes de amanecer y volvan por la tarde. No se vea a nadie a esta hora por el camino. Los esconder en una caseta vieja que hay en la alameda. Seguro que me castigan, pero yo no dir nada. Adems, despus llevar a la gata all, y as los podr cuidar. Y como ya no estn en la casa, no puede decir la abuela que se le llena todo de gatos y de porquera. La soledad del campo me daba valor, y caminaba deprisa, con el saco de los gatitos en brazos. La alameda estaba lejos, pero no me daba miedo andar sola tanto tiempo por los caminos. No pensaba en los locos, ni en los hombres que roban nios; por alguna razn, todos los males estaban relacionados con la noche: el Eusebio, Drcula, la Momia, los fantasmas, los incendios, los pozos negros... Ahora la abuela debe de estar buscndome por la casa. Creern que me he escondido con los gatitos en las cmaras, o en la cueva. La tonta de Anita tampoco pensar que estoy en el campo, y estar rindose con esa risa suya, en silencio y con la boca cerrada, y contenta porque van a castigarme. Pero nunca encontrarn a los gatos, eso s que no.Haca ya mucho sol cuando llegu a la alameda. Mis zapatillas estaban llenas de polvo rojo del camino, y me dolan los brazos de tanto sujetar el saco con los gatitos. Junto a los primeros rboles, me detuve y volv la mirada por vez primera: el pueblo se vea all, a lo lejos, muy pequeo, rodeado de eras y campos marrones y amarillos. Ahora estarn buscndome por el pueblo. A lo mejor piensan que estoy en casa del Pipi o de Fernando o de las nias. Preguntarn a Ivn dnde viven todos nuestros amigos, y l estar pensando en pegarme en cuanto me vea por no contarle lo de los gatitos. Mam estar nerviosa, como cuando Guille se perdi en el parque de atracciones, y dijeron su nombre por los altavoces. Se me hizo un nudo en la garganta, y pens en acabar cuanto antes y volver a casa. Entr en la alameda. La hierba, muy alta, estaba seca. Haba cardos y otras plantas con espinas, que se enganchaban en el pijama, lo atravesaban, y me pinchaban las piernas. Dnde estaba la caseta? Miraba hacia los lados, me suba en algunas piedras grandes, para ver ms lejos, pero no haba rastro de aquella dichosa caseta. Pues yo me acuerdo de que era blanca, con las paredes llenas de hierbajos, casi sin techo, y por dentro ola a pis y estaba llena de bichos que daba miedo entrar... Una vez me escond ah cuando jugbamos al escondite Guille y yo, de pequeos.Empec a desesperarme. Mira que si la caseta ya no estaba! Dnde iba a esconder a los pobres gatos? No poda dejarlos ah, en mitad de la alameda, entre las hierbas, y luego olvidarme de dnde estaban, y no encontrarlos nunca ms. Entonces s que podan morirse. No s cmo fue. Lo nico que recuerdo es la tierra hundindose bajo mis pies, y un golpe en la cabeza, y maullidos por todas partes. Y la oscuridad. Cuando abr los ojos, lo primero que vi fue una araa enorme, con el cuerpo de colores y las patas negras. Quise gritar, pero la voz retumb en mi cabeza dolorida. Me di cuenta de que estaba en un hoyo profundo, y comprend por qu mam siempre deca no vayis solos a la alameda, que hay mucho peligro. Y los gatitos? Pens en ellos casi antes que en m. Tena el saco an entre los brazos. Lo abr, y not que cuatro se movan y no dejaban de maullar, pero el quinto estaba quieto, y muy fro. No poda creerlo, pero era verdad: el animal estaba muerto. Muri al caernos en el agujero, o ya estaba muerto en el camino? Otra vez morirse... morirse... morirse. Y si me mora yo tambin, all abajo? Uno poda morirse tambin de da, aunque no haba fantasmas, ni te persegua Eusebio Cifuentes con el cuerno. Me puse de pie, pero no llegaba al borde. Era muy estrecho, no haba de dnde agarrarse. Lo intent una y otra vez, pero no poda. Adems, la cabeza me dola muchsimo.Desesperacin, miedo, tristeza. Me iba a quedar all para siempre, nunca me iban a encontrar. No iba a ver ms a mam, ni a pap, ni a Guille... Las lgrimas saban saladas y de nuevo todo se volvi oscuro.Despert de noche. No se vea nada. No s cunto tiempo pas escuchando, por si alguien vena a rescatarme, pero me pareci una eternidad. Por fin, o un rumor entre las hierbas de fuera. Poda ser algn animal peligroso, pero, y si era el to Jerry que vena a salvarme? Empec a gritar:Eh! Estoy aqu! Sacadme!Hum, hum respondi una voz, desde muy cerca, mientras los pasos se detenan.Aqu abajo, por favor! chill, mientras intentaba llegar al borde con los brazos extendidos.Dnde ests, criatura? Has cado en uno de los hoyos? pregunt aquella voz desconocida.No reconoca aquella voz. Era un hombre, pero no pap, ni el to Eugenio, ni Jerry, ni el abuelo... No me importaba. Seguramente, los ladrones de nios no tenan esa voz, y los fantasmas no preguntaban, porque saban dnde estaba la gente y se colaban por todas partes.S, me he cado. Squeme, por favor, por favor.De repente, unas manos empezaron a tantear el borde del agujero.S, aqu, aqu, seor! dije, mientras intentaba llegar a aquellas manos. Pero, de repente, record algo: Coja esto primero, por favor y le di el saco con los gatitos. El hombre, al ver el contenido del saco coment criatura, qu haces t con estos gatejos?, y en seguida volvi a meter los brazos en el hoyo. Me agarr con fuerza, y sent que suba. Respir hondo al salir, mir la cara del hombre y la sangre se me hel en las venas: mi salvador era... el Eusebio! No poda reaccionar. No poda correr, ni hablar, ni moverme, ni nada.Por el pueblo te andaban buscando. Coge esto y vamos. Su cara estaba seria, pero no llevaba ningn cuerno, ni quera matarme, ni nada. Me dio el saco, me carg en su espalda y empez a caminar. Y as fuimos todo el camino de regreso al pueblo, a la luz de la luna, yo sin poder hablar, y l sin abrir la boca, slo caminando, caminando, caminando. An hoy me pregunto cmo aquel hombre tan flaco, y ya viejo, pudo llevarme a la espalda durante dos kilmetros. Aquella noche no dej de preguntarme por qu los nios corran al verle, por qu le tenamos miedo, por qu decan que estaba loco, que mat a su mujer y la hizo chorizos.Tomado del libro Memorias de septiembre,de Grande Aguado, Susana.Editorial Edinumen, pp. de la 36 a la 41.

Al cabo de una hora, llamaron a la puerta del despacho. Era ella: una mujer morena, joven y menuda. Llevaba un conjunto de algodn color salmn, ropa de grandes almacenes, pocas joyas y maquillaje discreto; un ama de casa con traje de calle. Me dio la mano con timidez, casi sin fuerzas.Buenos das, me llamo Marga Ramos y necesito su ayuda.Yo soy Maite Rovira y necesito su dinero, pens.Mir a su alrededor, la horrible decoracin, los papeles desordenados, los ceniceros llenos. Se protega de todo eso con el bolso pegado a su cuerpo en guardia. La hice sentarse en la nica silla sana del despacho, frente a la ventana.El bochorno era insoportable. Maana van a reparar el aire acondicionado dije, cuando vi que ella se secaba con un kleenex el sudor que le caa por la frente.Mi marido me engaa con otra mujer.Qu original! No haba sorpresas. El caso de la mujer engaada.Est usted segura? Cmo lo sabe?No lo s por rumores, crame. Desde hace algunas semanas regresa dos horas ms tarde de su trabajo. Ricardo deca que tena un nuevo cargo y que eso le obligaba a participar en muchas ms reuniones de trabajo. Es verdad que ahora gana ms dinero, pero no en la oficina. Un da estaba yo mirando las tiendas de ropa del barrio, ya sabe, por las rebajas, y esas cosasMi hija estaba en la guardera y an era pronto para recogerla. De pronto vi su coche aparcado en un rincn de un callejn cercano. Vi la matrcula y el mueco que cuelga delante. Pens que tena una reunin con algn cliente cerca de all. Pero lo volv a ver al da siguiente, a la misma hora, cuando l me deca que estaba en el trabajo.A lo mejor estaba con el mismo cliente dije yo para tranquilizarla.No la mujer hablaba ahora ms deprisa, atropelladamente. l trabaja fuera de la ciudad, en Sant Cugat. Hace dos noches son el telfono. Lo cogi rpidamente. Nunca lo haba hecho. Fui al dormitorio y cog el supletorio con cuidado. Tena miedo de ser oda. Hablaba con una mujer con acento extranjero. Creo que hice algo de ruido porque l, de repente, empez a hablar con ella en ingls y enseguida colg. No me habl en toda la noche y se acost temprano. Estoy segura de que me oy.Pudo escuchar la conversacin?Apenas hablo ingls. Lo nico que entend fue algo sobre encontrarse al da siguiente. Fue extrao. Mencionaron la palabra conquistadores varias veces. Pens que sera algn club o restaurante o algo as.Cog la libreta y el bolgrafo y apunt los datos: nombre, direccin, telfono. No era el caso de mi vida pero era mejor que nada.En qu trabaja su marido?En una fbrica de juguetes, en Sant Cugat. Desde hace seis aos. Las cosas no nos van mal. Soy relativamente feliz con l, un matrimonio normal. Si me ha engaado puedo perdonarlo, pero no quiero hacer de mi relacin una comedia. Debo cortar con esto ya.Tranquilcese. Debemos estar seguras de que su marido la engaa. Pronto lo va a saber.No se preocupe por la tarifa. Tengo mis propios ahorros.No la voy a explotar nos remos. Las bromas quitan los nervios. Las bromas entre mujeres hablan casi siempre de hombres. Todos son iguales, qu me va a contar usted.Cogi su cartera y sac algo de ella. Me dio su tarjeta y la de su marido, de la empresa en la que trabajaba. Nos despedimos con un apretn de manos. En la otra tena las treinta mil pesetas que me haba dado de adelanto.IINo quera preguntar an en la empresa porque no estaba segura de la mujer. A lo mejor tena demasiada imaginacin. As que aquella misma tarde empec mis averiguaciones. Aparqu el coche cerca del lugar que me haba dicho ella. Era la zona de la Villa Olmpica e, increblemente, encontr un lugar libre para dejar el coche. Edificios nuevos y limpios, jardines cuidados, pocas tiendas y farolas de diseo a pocos metros del puerto deportivo. La gente tomaba cerveza fra en las terrazas y oa msica. Camin aburrida por la acera del callejn. El coche an no estaba. Lleg medio paquete de cigarrillos ms tarde, alrededor de las tres y media. Aparc ms all, en una plaza interior de un conjunto de apartamentos. El hombre sali con rapidez y mir a derecha e izquierda.Iba bien vestido y pareca guapo, aunque el aspecto era un poco chulesco: gafas oscuras, el pelo brillante hacia atrs, oscuro y con algunas entradas. Llevaba un maletn de ejecutivo, negro, de piel y con cierre de seguridad. Lo segu. Se dirigi hacia uno de los portales de la plaza y llam a un timbre. El portero automtico zumb y entr en el edificio. Tengo buena vista. El botn que apret era el ms alto de la izquierda. Llam desde una cabina a la empresa y pregunt por Ricardo Fernndez. Una mujer me dijo que ya no estaba en su despacho desde haca ms de una hora.Crea que siempre lo poda encontrar a esta hora.Se equivoca, seora me dijo la voz impersonal de la mujer. Siempre acaba su trabajo a las dos y se va.Muchas gracias.Su mujer tena razn, al menos en esto. Pero tena que hacer algo ms para justificar el adelanto recibido.Al cabo de media hora, el hombre dej el edificio. Demasiado pronto. Quiz se haban peleado. A lo mejor ella se asust cuando l le dijo que su mujer los oy por telfono la otra noche. Camin rpido hacia el coche y arranc con fuerza. Me acerqu al portal. No haba nombres en los timbres, slo nmeros. Apret el de arriba a la izquierda. No sucedi nada. Volv a llamar. O era sorda o crea que yo era la mujer de Ricardo y tena miedo, o yo tena una vista peor de lo que pensaba. Un hombre gordo, de unos cincuenta aos y bigote blanco, lleg con un perro al otro extremo de una vieja correa de cuero. Estaba cansado y sudaba mucho. El perro sacaba una lengua blanquecina y jadeaba.Adnde va usted?Llamo al doce, pero no hay nadie.Casi nunca hay nadie. Conoce a la mujer?Bueno, no mucho. Soy su abogada. Me cit a esta hora.Puede esperar dentro, si quiere dijo, mientras abra la puerta y me dejaba pasar al vestbulo.Le sonre y me sent en una de las confortables butacas que haba all. Lo mejor era llevar buena ropa para dar buena impresin. Lo peor era que esa ropa me la pagaba mi padre.Esper un momento. El hombre cogi el ascensor y desapareci. Los buzones tambin estaban numerados y bajo los nmeros figuraban los nombres de los inquilinos, pero el nmero doce no tena ningn nombre. Estaba lleno de publicidad. Haca muchos das que nadie lo abra. Llam al ascensor y sub al ltimo piso. En la puerta nmero 12 no haba tampoco ninguna placa con nombre. Llam al timbre y esper. Silencio. Nadie vino a abrir. Puse la oreja junto a la puerta y escuch. No se oan ni pasos, ni ningn ruido. El marido iba cada tarde a un piso vaco. Me apoy sin querer en la puerta y est se abri por mi peso. Entr. Dentro, las paredes del pasillo estaban desnudas. Llegu al comedor. Tambin sin muebles. El piso entero pareca vaco. Las puertas del balcn estaban cerradas, sin cortinas, y la luz del sol entraba con fuerza por el cristal. Haca mucho calor. Una de las habitaciones estaba amueblada, con seales de que alguien la habitaba: una cama funcional deshecha, un ropero desmontable, un pequeo tocador con los cajones abiertos, al fondo unas cajas de cartn abiertas. El suelo estaba cubierto de ropa y papeles que formaban una alfombra desordenada. Haba unos muecos de trapo sobre la cama. Estaban de moda, eran los protagonistas de una pelcula de ciencia-ficcin de mucho xito. No recordaba el ttulo, pero todos los nios se los pedan a sus padres, y entre esos nios estaba, cmo no, mi sobrina Pilar. No encajaban en el lugar. La caja del despertador estaba abierta a la fuerza y las pilas estaban tambin sobre la cama.En la cocina haba algunos platos sucios en el fregadero, un cubo de basura casi vaco y una botella de cava calentndose sobre una nevera medio llena.Haba un olor extrao que no vena de la basura. Faltaba ventilacin y yo ola a sudor, pero el olor era ms rancio cuanto ms me acercaba al cuarto de bao.Dentro, nuevo desorden. Toallas, pastillas de jabn y productos de belleza por el suelo. La cabina de la ducha era moderna, con translcidas mamparas altas y curvas. Dentro se distingua una forma oscura que se diferenciaba del color gris de la cermica.

Abr la cabina y se me pusieron los pelos de punta.Tomado del libro Muerte entre muecos, de Julio Ruiz Melero.Editorial Edinumen, pp. 6-13..

1El avin aterriza en el aeropuerto Jos Mart y las puertas se abren. Mientras baja la escalerilla, Priscilla respira un aire hmedo y caliente, un aire nuevo y desconocido. Por fin est en Cuba.En la sala de espera, delante de las grandes puertas de cristales, Lisa mira impaciente a todos los viajeros que salen con sus maletas y sus bolsas de viaje. Una luz verde seala en el monitor que el vuelo 358 de Cubana de Aviacin ya est en tierra.Lisa mira su reflejo en el cristal de la puerta: una chica morena, alta, delgada, con los ojos verdes y el pelo negro, corto. Lleva una camiseta roja y una minifalda blanca. Mira a la puerta que dice salidas y ve otra vez su imagen: una chica morena, alta, delgada (bueno, unos kilitos ms que ella), con los ojos verdes y el pelo negro, pero largo. Lleva una camiseta blanca y unos jeans. La imagen levanta un brazo y grita:Lisa, soy yo!Yolanda!Efectivamente, es Yolanda, su hermana gemela. Hace doce aos que no la ve.Lisa y Yolanda se abrazan, llorando y riendo al mismo tiempo. La gente las mira y comenta en voz baja:Son idnticas, son gemelas.Ya no me llamo Yolanda, ahorita me llamo Priscilla.Y por qu, mi amor? Yolanda es tan lindo.No s, all en Miami, Priscilla suena mejor.Ven dice Lisa, papito nos est esperando en el parking. Dame tu valija. Ay, chica, cuntos paquetes.Son regalos para ti, para papito, para toda la familia. Ay, mi amor, qu impresin, qu nice, t eres igualita a m, es como mirarme en el espejo.Qu t dices, chica? T eres ms linda, ms elegante que yo.No es verdad: es la ropa, pero toda es para ti, todita. Yo tengo mucha ms, all en Miami. Jos, el padre, sale de la mquina al verlas llegar y abraza a Priscilla.Ay, mi amor, mi Yolanda queridaNo, papi, ya no soy Yolanda, ahorita soy Priscilla.Y eso por qu?Porque es ms anglo, ms fcil, all suena mejor, es ms sweet. Y este carro? Sale de un museo?

Seala con el dedo el viejo Cadillac azul de los aos cincuenta, el tesoro del vecino Fulgencio. Mientras, el padre piensa con nostalgia en la cancin Yolanda, de Pablo Milans, su preferida, que estaba de moda cuando naci Yolanda, perdn, Priscilla.La mquina? No es ma, es de un vecino Ac en Cuba no es fcil tener un carro, no tenemos combustible. Olvidas el bloqueo de los yanquis?Dejemos la poltica, papito. Es lindo tu carro. Permteme una foto. Y saca la cmara. Clic, ya est.Las dos hermanas se sientan juntas detrs, mientras el viejo Cadillac atraviesa parte de La Habana siguiendo la calzada del Monte y llegando por el parque Central a La Habana Vieja, donde viven Lisa y Jos y donde toda la familia est esperando a la gusanita. Priscilla lo mira todo con sus grandes ojos verdes muy abiertos: la vegetacin exuberante, las bellas palmas reales, las ceibas, las flores de colores vivos en los parques... pero tambin las deterioradas y hermosas casas de La Habana Vieja. Es increble encontrarse de pronto en un mundo tan diferente del de Miami, con sus tiendas de lujo, sus limusinas y sus grandes hoteles.S lo que ests pensando le dice Lisa, pero Cuba no es slo esto; hay muchas cosas ms que te voy a ensear. Llevas doce aos de tu vida lejos de nosotros, lejos de esta ciudad. Ahora tienes que conocerla poco a poco.Doce aos, piensa Priscilla. Doce aos desde aquel da de la separacin de los padres. El padre, Jos, revolucionario y partidario de Fidel, decide quedarse en Cuba y luchar por la revolucin. La madre, Alicia, se siente atrada por el lujo y la facilidad de la Florida cercana y deciden repartirse a las hijas: una para m, otra para ti; una se queda, otra se va; una norteamericana, otra cubana. Las dos gemelas se separan una tarde de otoo en el aeropuerto de La Habana: Lisa se queda, Yolanda se va. Lisa, con los ojos llenos de envidia ve el avin que vuela hacia el norte con su hermana gemela y su madre dentro; Yolanda, con los ojos llenos de nostalgia ve su isla cada vez ms pequea, con su hermana y su padre como dos puntos diminutos en el aeropuerto; las dos lloran.Doce aos despus, cuando van a cumplir dieciocho, deciden verse otra vez. Lisa no puede viajar a Miami, no tiene pasaporte para los Estados Unidos; Priscilla va a tener muchos problemas para obtener la visa, pero por fin la obtiene y el regalo de cumpleaos de Alicia, su mam, que trabaja en una peluquera de lujo, es el billete para Cuba.El apartamento donde viven Lisa y su padre es una de las muchas divisiones de una vieja casa seorial en La Habana Vieja. Sus propietarios han desaparecido y la casa ha sido dividida en muchos miniapartamentos. Jos y Lisa tienen una gran pieza, que sirve de comedor, saln y cocina, y donde duerme y estudia Lisa, y, una minscula pieza donde duerme Jos. Junto al rincn-cocina hay una ducha bastante rudimentaria y los inodoros son colectivos y estn en la escalera. Priscilla prefiere no contar a su hermana que ella y su madre viven en un gran apartamento de Miami Beach frente al mar, en Collins Avenue y que tiene para ella sola una gran pieza con un cuarto de bao individual y una linda terraza que da al ocano. Su madre tiene otra gran pieza con otro cuarto de bao, un gran saln con terraza y una cocina supermoderna, con un gran frigo americano de dos puertas, microondas, fogn elctrico, triturador de basuras, licuadora y todos los electrodomsticos del mundo.Mira qu lindo le dice Lisa y la lleva de la mano hasta el balcn. El mar est enfrente.Es verdad. Es una de las ms bellas vistas de la Habana. La casa est cerca de la fortaleza de La Punta y al otro lado de la baha se ven las fortalezas de El Morro y la Cabaa; las tres, construidas por los espaoles, protegen el puerto ms seguro y hermoso del Caribe. Al este, Regla, barrio de marineros, con la Virgen de Regla, una virgen negra que tiene en sus brazos a un Nio Jess blanco.Lisa le ensea una pequea estampa:Mira qu linda: Yemah.Qu tu dices, Yemah, no es sa la Virgen de Regla?S, pero tambin es Yemah, la diosa del mar en la religin yoruba; ya sabes aqu todos los santos estn multiplicados por dos: el catlico y el africano Los orishas o los dioses africanos son muy importantes en Cuba. Nunca te habla nuestra madre de estas cosas?Nuestra madre quiere sobre todo integrarse en la sociedad estadounidense, no quiere saber nada de Cuba.A Cuba llegaron como esclavos ms de 500 etnias africanas y se es el resultado de lo que somos hoy, ms los espaoles, ms algunos franceses y algunos chinos, etc. La cultura negra es parte integral de lo cubano, sobre todo en la religin: Santa Brbara es Chang, San Pedro es Ogn, San Antonio, Elegu... Nuestra msica tambin es africana Y nuestra poesa: conoces la Bala-da de los dos abuelos, de Nicols Guilln?No en la High School nunca me hablaron de l.Pues escucha bien:frica de selvas hmedasMe muero! dice mi abuelo negro.() Los dos del mismo tamao,bajo las estrellas altas.Gritan, lloran, suean, cantan.Aguaprieta de caimanes,verdes maanas de cocosMe canso! dice mi abuelo blanco.() Los dos del mismo tamao,ansia negra y ansia blanca.Lloran, cantan, cantan!Estoy pensando, Lisa, en la pelcula Fresa y chocolate. La viste?Cmo no, es una pelcula maravillosa de Toms Gutirrez Alea, uno de nuestros mejores cineastas.Diego, el protagonista, tena en su pieza de La Habana Vieja a todos esos santos-orishas de que t ests hablando, siempre con velas y flores.Te gusta el cine, Yol Priscilla?Lo adoro: Spielberg, por ejemploIremos a la filmoteca. Ac los espectculos culturales no son caros, son para el pueblo. Los libros y los discos tambin... El papel de los libros es de mala calidad pero eso no importa, lo que importa es poder aprender.2Mientras tanto, Jos, que es un gran cocinero, prepara un arroz con frijoles negros y de postre, un dulce de guayaba con queso blanco. En ese momento llaman a la puerta y empieza a llegar toda la familia: los abuelos paternos, la ta Milagros, el to Paco, los primos, las primas Todos besan y abrazan a Priscilla, todos la encuentran linda y elegante.Es igualita a Lisa, ya t viste? Como dos goticas de agua mismamente.Jos ha preparado mojitos y todos reciben algn regalo de Priscilla: una mquina de afeitar elctrica para uno, un cepillo de dientes a pilas para otro, cremas y perfumes para las seoras, pastillas de jabn de olor y pasta de dientes e incluso medicinas, para todos.Ay qu lindos los jeans.Ya t viste mi walkman?Para ti este disco de Albita.Y quin es Albita, mi amor?Est de supermoda en Miami, nunca la oyeron? Es aquella que canta: Qu culpa tengo yo de haber nacido en Cuba?Hay un largo silencio.No, aqu omos a Pablo Milans, a Silvio Rodrguez, al tro Matamoros, a Compay Segundo, a Benny Mor Qu t quieres escuchar?No, ahora msica, no, que ya hay bastante ruido con todos ustedes dice Jos.Qu sabroso su mojito, papi! Cmo lo hace?All en Miami nunca beben mojitos? Y qu beben?Bebemos margaritas y mucha coca-cola. Tambin hay mojitos en los bares cubanos, pero no tan buenos como el suyo.Para eso hace falta ron blanco y yerbabuena crecida en Cuba, mhijita. Los yanquis no tienen esas cosas.Bueno, bueno, la poltica para otro da, ya?Los hombres visten todos guayaberas y fuman olorosos tabacos. Priscilla exclama horrorizada:Ac no est prohibido fumar? Es malsimo para la salud! Sobre todo para los fumadores pasivos. Por qu no salen fuera a fumar?Ay, mi amor, ac tenemos otros problemitas, eso son lujos de capitalistas.Pero la saludLa salud es lo ms importante en Cuba. Lo dice el primo Osvaldo que es mdico. Hay hospitales en este pas adonde vienen a curarse enfermos de toda Amrica Latina y de otros continentes tambin Hay enfermedades de los ojos que slo se curan aqu; y tambin del sistema nervioso: Parkinson, Alzheimer, ciruga esttica, trasplantes, y todo esto a pesar del bloqueo.Ejem, la propaganda poltica despus, primo. No te importa?Termina la comida, las mujeres recogen y lavan platos, cubiertos, vasos, cacharros, tazas y copas; los hombres fuman un poco ms, beben y platican.Bueno, nosotros nos vamos que Priscilla tiene que descansar.Descansar? Qu horror! Lo que yo quiero ahorita mismo es visitar La Habana con mi hermanita. Puedo manejar su carro, papi?Ejem bueno, m'hijita, la mquina no es ma y Fulgencio, mi compadre, la necesita. Y cmo t manejas si no tienes 18 aos?All en Estados Unidos todos manejamos a los 16 aos, es indispensable. El permiso de manejar es la pieza de identidad de los norteamericanos. No se puede vivir sin manejar, sabe? Yo tengo mi propio carro y mi mam el suyo.Todos la miran con admiracin.Yo te puedo prestar mi bici noms, prima Priscilla. Anabel, una mulatica de 12 aos resuelve el problema.La bici est abajo, junto a la de Lisa y las dos gemelas se despiden de toda la familia con muchsimos besos, abrazos y exclamaciones de cario.Por fin se van.Tomado del libro de Dolores de Soler-Espiauba,Guantanameras, Editorial Difusin, pp. 5-15.

Son el telfono... y cuando lo descolgu o de nuevo su voz. La reconoc al instante. Cunto tiempo haba pasado? Ms de seis aos, casi siete. La ltima vez que la vi iba vestida de novia, y yo, en vez de estar a su lado, junto a ella, figuraba como uno de los muchos invitados. O de nuevo su voz y, como entonces, mi corazn empez a latir con fuerza.Manolo?S, soy yo.Sabes quin soy? A lo mejor ya no te acuerdas de m!S. Hola, Marisa! Tu voz es inconfundible. Qu tal ests?Muy bien, como siempre; algo ms vieja y con dos hijos, pero bien.Dos hijos! dije disimulando, pues saba de sobra los hijos que tena, cmo viva, qu tal estaba, todo ello a travs de un amigo comn. Cmo pasa el tiempo!Qu tal te va? Cmo est tu mujer?Hace poco tiempo que nos separamos, pero supongo que estar bien.Respir profundamente y aad: Afortunadamente no hemos tenido hijos.No saba nada, lo siento. Ests bien?S, creo que mejor que antes.Hubo entre nosotros un corto silencio; despus de unos instantes, ella continu:Manolo, te llamo para pedirte un favor, es una larga historia que podra resumir en dos frases, pero para explicarte todo, es mejor que nos veamos. Te importara que quedsemos?Mi corazn de nuevo volvi a latir con fuerza, pero me contuve y dije:Vernos? Cundo?Esta misma tarde, dentro de una o dos horas. Ya sabes lo impulsiva que soy. Te viene bien a ti?No muy bien, pero lo arreglar respond hacindome el interesante, pues he de reconocer que me haca mucha ilusin verla de nuevo.De verdad, no te importa?No, todo lo contrario. Ser un placer volver a verte.Supongo que sigues viviendo en la casa de siempre y que tendrs el balcn lleno de flores como antes.Quedan ya muy pocas, pero todava conservo algunas macetas.Son las tres, nos vemos a las seis?De acuerdo, a las seis en casa.Hasta luego. Gracias, Manolo.Hasta luego respond conmovido.Colgu el telfono y me sent. S, tena que calmarme y ordenar mis ideas. Estaba demasiado emocionado, me senta casi como un adolescente. Mir de nuevo el reloj; an me quedaban tres horas, tres horas para recibirla con naturalidad, con la misma espontaneidad de entonces; sin embargo, ya no ramos tan jvenes.Mir la habitacin. No estaba mal. La asistenta haba venido el da anterior y yo no haba parado en casa. A travs de los cristales poda distinguir las pocas plantas que an me quedaban. Me levant y fui a la cocina a buscar una jarra de agua para regarlas. Me asom al balcn, encend un cigarrillo y segu con mis ojos el humo que ascenda hacia los tejados... mis recuerdos comenzaron a aflorar.Marisa era mi compaera de instituto y adems casi siempre nos colocaban en el mismo pupitre, no por nada especial, sino porque nuestros apellidos iban uno detrs del otro. Yo le explicaba las matemticas y la qumica. Al instante vi mi cuarto de estudiante, la mesa camilla, la lamparita, las dos sillas de madera que hacan ruido en cuanto te movas, el brasero encendido en invierno, la ventana abierta con los tiestos llenos de lilas en verano.Aquella tarde de enero, la ltima, ella llevaba un jersey rojo y su pelo castao estaba recogido en una trenza. Sentada enfrente de m, interrumpi, risuea, mis explicaciones.Mira, Manolo, si me abandonaran en una isla desierta hasta que averiguase cuntos das tardar en llenarse un depsito que mide3,5 x 6,8 metros, y en el que caen tres gotas de agua por segundo, pero que tiene un agujerito por donde se escapa una de esas gotas cada siete minutos, te aseguro que me morira de vieja sin llegar a solucionarlo.Si es muy fcil contestaba yo ingenuamente. Vers, multiplica...Y ella, interrumpindome de nuevo deca:Educara a los monos para que fueran mis esclavos, me hara una casita cubierta de plantas tropicales enfrente de la playa, comera frutos silvestres...No sigas! Escucha, cunto mide el depsito? Y empec a dibujrselo con una regla, midiendo los centmetros exactos para que le fuera ms sencillo comprenderlo. Mientras tanto, ella, en una esquina del folio, comenz a pintar una playa bordeada de palmeras, una casita de estilo tropical y unos cuantos monos uniformados, al fondo un viejo depsito de cuyo grifo torcido caan tres gotas; a todo esto, yo segua sin levantar la vista, calculando meticulosamente la solucin del problema. Cuando finalmente la hall, ella, mirndome con sus ojos guasones empez a gritar:Os abandono, queridos chimpancs! Al fin puedo salir de la isla desierta! Un gran genio me ha salvado! No s si para que dejase de chillar o bien porque en ese momento me la imagin a la luz de la luna en una hermosa playa del Caribe, el caso es que solt el lpiz y acercando mis labios a los suyos la bes. Su boca dulce y caliente me cautiv. Al instante me puse colorado hasta las orejas, pero mis labios no se separaban de los suyos. En ese momento, mi madre, que tena por costumbre servirnos un vaso de leche caliente con galletas, abri la puerta y nos sorprendi besndonos. Recuerdo que me levant y le dije ofuscado:Hay que llamar a la puerta ante de entrar en una habitacin. Tambin recuerdo la bofetada que me llev y a Marisa que, en silencio, recoga sus libros y con la cartera al hombro sala avergonzada de mi casa.El cigarrillo me quem los dedos. De nuevo volv a la realidad. El caso es que haban pasado ms de diez aos y, a pesar de todo, esos inocentes recuerdos no se apartaban de mi vida.se fue el final. No volvimos a estudiar juntos, incluso nos prohibieron vernos. Obedecimos (entonces, y no s por qu, siempre se obedeca a los padres). Pas el tiempo y nos hicimos mayores. Nos veamos pero ya todo era distinto; cada uno empez a salir con amigos diferentes. Cuando nos encontrbamos volvamos a charlar durante horas, evitando por supuesto hablar de aquel da. Yo empezaba a salir con otra chica de la que estaba enamorado y miraba a Marisa con aires de hombre experimentado, me pareca demasiado cra y yo buscaba otras experiencias. Por su parte, ella comenz a salir inmediatamente con Pepe.A Pepe se lo present yo. ramos del mismo barrio, pero l viva en las casas elegantes de una calle prxima a la ma. Me sacaba dos aos y era guapo, alto, elegante... tena todas aquellas cualidades que yo siempre quise tener. Yo lo admiraba por ello, era como un amigo del que te sientes orgulloso.Una maana de verano, unos tres aos despus del famoso da del beso, pasebamos Marisa y yo charlando, comentando cmo haban transcurrido los das anteriores a los exmenes finales. Yo estaba paliducho, pues me tomaba los estudios muy en serio; ella, en cambio, ms vaga que yo, haba acudido varias maanas a la piscina de la Ciudad Universitaria y luca una falda corta de color amarillo limn y dos piernas largas y bronceadas de las que yo no poda apartar los ojos. Adems su pelo castao se haba aclarado por el sol, su piel tostada, deliciosamente tersa, sus mejillas algo quemadas, sus labios, su sonrisa... todo en ella me resultaba tremendamente atractivo. De repente nos encontramos con Pepe.Inmediatamente le present a Marisa y nos sentamos a tomar una caa en la terraza de una cafetera. l, mucho ms listo que yo, enseguida se dio cuenta de que dejar escapar a esa chica era de idiotas, as que empez a comportarse como l saba hacerlo en circunstancias especiales. Fue todava ms brillante, ms simptico, ms mundano. Su risa dejaba al descubierto su dentadura blanca, su voz viril se mezclaba con el ruido de los coches, y Marisa, poco a poco, empez discretamente a darme la espalda y a girar la cabeza en direccin a mi amigo.Yo, cada vez ms nervioso por pasar a segundo plano, quise hacerme el gracioso y empec un chiste tres veces. Qu ridculo es hablar y que no te escuchen!Sabis el chiste de aquella mujer que le dice a su marido: Querido, como maana es nuestro aniversario de boda...?Pepe me interrumpi con su potente voz y, acaparando de nuevo a Marisa, dijo:No me digas que estudias Filosofa y Letras?Y ella, que por fin haba vuelto su cabeza dorada hacia m, de nuevo gir su cintura hacia l y respondi:S, estudio segundo de Arte.Rpidamente me di cuenta de que sobraba, que desaparecer habra sido lo ms correcto, pero mi amor propio herido me lo impeda, as que insist de nuevo:Bueno, pues va y le dice a su marido: Como maana es nuestro aniversario, voy a matar un pollo, a lo que responde el marido...Oye, no conocers a Margarita Garca-Robles?, es amiga ma.Y ella embelesada. Margarita? Es una chica morena a quien trae todas las maanas el chfer a la Facultad? Responde el marido: Por qu no matas al idiota de tu primo, que fue el que nos present, y dejas al pobre pollo en paz?S, dijo Pepe, la conozco de toda la vida.Marisa se impresionaba por segundos. Poniendo carita de boba, respondi:La conozco, pero nunca he hablado con ella. Slo: Hola y adis!Maana, si te parece bien, ir a buscarte a la salida de la Facultad y os presento. Vers qu divertida es. A qu hora terminis las clases?A la una, los jueves a la una, pero no te preocupes.A la una en punto estar en la puerta principal. Por cierto, Manolo, qu decas de un pollo muerto?De nuevo volv a la realidad. Senta un poco de fro. Haban pasado casi dos horas de recuerdos, recuerdos tan vivos que me hacan volver con nostalgia a otros tiempos mucho ms intensos y divertidos. Muchas veces me he preguntado si en estos aos la habr idealizado, si Marisa no es realmente tan inteligente y divertida, tan atractiva, si todos mis pensamientos son producto exclusivo de mi soledad. No lo s. Pepe se cas con ella un ao despus que yo. Horas antes de su boda, pens mucho en ella, abr una botella de coac y comenc a beber, beb tanto que me emborrach. Fui solo a la ceremonia. A mi mujer le ment para que no me acompaara. Llegu tarde. Cuando entr en la iglesia, una soprano cantaba una dulce meloda; lazos almidonados adornaban los bancos; su traje blanco, que slo poda ver por detrs, me pareca precioso. Cuando sali de la iglesia, del brazo de su marido, me mir. Su mirada serena me hizo ruborizar. Yo, tras felicitar a los novios, me sent incapaz de acudir al banquete de bodas. Haca fro y empec a caminar sin rumbo. Sus ojos dulces no podan apartarse de mi pensamiento. Soaba en ser yo el novio en vez de Pepe, en pasar la noche con ella entre mis brazos. Entr en un bar cualquiera, ped un coac, luego otro... y volv a casa tarde, muy tarde. De puntillas entr en el dormitorio, no quera que Nati se despertara y me hiciera preguntas, no quera que nadie supiese mi secreto. Por suerte, mi mujer continu durmiendo. Han pasado muchos aos y hoy ella va a venir a mi casa. En mi cuarto sigue la mesa camilla, y yo, pobre romntico!, an conservo el dibujo del viejo depsito, es decir, de nuestro primer y ltimo beso. Me dirig al cuarto de bao, me lav la cara y me pein. En ese momento, son el timbre de la puerta, no me dio tiempo ms que a acercar mi rostro al espejo y decir: Calma, Manolo, naturalidad! Despus me dirig a la puerta principal. Tomado del libro Una mujer en apuros,de Eliezer Bordallo Huidobro.Editorial SGEL, pgs.de la 5 a la 12

El sol todava no ha salido. Es el ltimo domingo de octubre y estamos a varios grados bajo cero. El parabrisas de la furgoneta est cubierto de hielo; pero los manchegos se preparan para una fiesta muy esperada, despus de das de intenso trabajo. Amy Randall viaja a La Mancha para ayudar a recoger la especia ms cara del mundo.

He llegado a La Mancha para asistir al tradicional concurso de la Monda de la Rosa del Azafrn, que se celebra, el ltimo domingo de octubre, en la gran plaza de Consuegra.La plaza est tan llena de gente que apenas se puede pasar. Los jvenes van vestidos con trajes tpicos; un grupo de danzas interpreta los bailes regionales y en unos puestos improvisados se pueden degustar los sabrosos quesos manchegos.Las mesas para el concurso estn preparadas. Sobre los manteles blancos hay montones de flores malva, las rosas del azafrn, que guardan en su interior unos valiosos estigmas. Estos diminutos estigmas son los verdaderos protagonistas de la fiesta, porque con ellos se hace el azafrn, la especia ms cara del mundo, que se usa tradicionalmente en la cocina espaola para dar sabor y el color amarillo a platos tpicos como la paella. El uso de esta especia es muy antiguo. Se han encontrado restos de azafrn en las momias egipcias; Homero lo menciona en sus escritos y los romanos crearon con l un afrodisaco.El mismo da del concurso, la familia de Jos Moya, que me ha invitado a asistir a las fiestas, se levanta antes de salir el sol. Estn cansados despus de varios das de duro trabajo, pero entre ellos reina un ambiente festivo. Para ellos, como para tantas otras familias de la zona, hoy es el ltimo da de la cosecha del azafrn y slo les quedan por recoger las flores de un campo.Despus de desayunar, cargamos en la furgoneta las cestas de mimbre; rascamos el hielo de los cristales y salimos al campo manchego. Todava estoy medio dormida y no me parecen la hora y el lugar ms adecuados para recoger la famosa y delicada especia.Con las primeras luces del da, compruebo que los campos pedregosos que rodean al pueblo han florecido.Es el da del manto dice la abuela que est sentada a mi lado. Se llama as al da en que salen la mayora de las rosas, cubriendo los campos de un manto de flores.La abuela tiene razn; cientos de pequeas flores malva crecen en lneas paralelas. La familia sale rpidamente de la furgoneta; cada uno coge una cesta y se sita al principio de una de las filas de flores y sin decir nada, empieza a recogerlas.Por qu tienen tanta prisa? le pregunto, bostezando a Jos. Va a empezar el concurso?No, el concurso es dentro de unas horas me responde, pero antes tenemos que recoger las rosas de nuestro campo y hemos de hacerlo pronto, antes de que salga el sol. Las flores, mojadas con el roco, deben recogerse cerradas y enteras. Cuando el sol las abre es muy difcil recogerlas intactas.Muy decidida, me uno al grupo empezando por una de las filas, pero, pronto me doy cuenta de que el trabajo es ms duro de lo que pensaba. Hay que doblar la espalda para recoger unas flores que apenas pesan unos gramos; pero mis compaeros, acostumbrados al trabajo, siguen agachados, recogiendo una fila tras otra, casi sin parar.En unas pocas horas, hemos conseguido recoger todas las flores del campo y con las cestas llenas volvemos a la furgoneta. Vamos a llevarlas al pueblo antes de dirigirnos a Consuegra, al concurso de la monda.Cunto azafrn crees que hemos recogido? le pregunto a Jos, aqu hay un montn de flores.No te hagas ilusiones me contesta la nuestra es una produccin muy pequea, familiar. Hacen falta nada menos que 80 000 flores para producir una libra (460 gr) de azafrn. Por eso es tan caro, porque el proceso de produccin s