Son sabios los bebés

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¿Son sabios los bebés?E s c r i t o s c l í n i c o s s o b r e p e r i n a t a l i d a d

d.r. © 2009. Drina Candilis-Huisman

Primera edición, marzo de 2009d.r. © Gabriel Zárate y María del Carmen Espinosa, por la traducción

Publicado por Antonio Martínez CasillasNiños Héroes 1976-D3Colonia Americanac. p. 44150, Guadalajara, Jalisco, Mé[email protected]

isbn 978-607-00-0988-4

Se prohibe la reproducción, el registro o la transmisión parcial o total de esta obra por cualquier sistema de recuperación de información, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia, o cualquier otro, existente o por existir, sin el permiso previo por escrito del titular de los derechos correspondientes.

Impreso y hecho en MéxicoPrinted and made in Mexico

¿Son sabios los bebés?Drina Candilis-Huisman

E s c r i t o s c l í n i c o s s o b r e p e r i n a t a l i d a d

t r a d u c c i ó nMaría del Carmen Espinosa Gabriel Zárate

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drina Candilis-Huisman

Tiene estudios de filosofía, psicología y psicoanáli-sis. Ha sido Maestra de Conferencias en la Univer-sidad de París 7 – Denis Diderot, Francia.

Formada en la observación de bebés (baby-teste), en la escala de Brazelton, en la observación psicoa-nalítica del bebé con el método de Ester Bick y en psicodrama analítico.

Psicóloga clínica en instituciones de prevención, luego psicoterapeuta de orientación analítica y psi-coanalista.

Profesora universitaria desde 1983, primero en la Universidad de Amiens, luego en la Universidad de París 7 Denis-Diderot; Responsable de cursos en otras universidades de Francia.

Investigadora centrada sobre las problemáticas de: perinatalidad, desarrollo temprano del niño, procrea-ción, nacimiento y parentalidad. Más recientemente dedicada a la investigación de la parentalidad en situa-ciones de exclusión (exclusión social y minusvalía).

Miembro del equipo internacional de colaborado-res de Berry Brazelton del Child Unit Department of Research de Boston, Estados Unidos.

Investigadora en redes internacionales con:• El profesor Brazelton de la Universidad de Harvard.• La Tavistock Clinic de Londres, Inglaterra.• El profesor Palacio-Espasa en Ginebra, Suiza.Investigadora y miembro del Comité Ejecutivo de

la WAIMH (Asociación Mundial por la Salud de la Niñez).

Formadora de recursos humanos en varias misio-nes internacionales: Vietnam, Rumania, Italia, Sudán y Albania.

Ha publicado más de 30 capítulos de libros, más de 40 artículos científicos y tres obras originales.

Encargada de formación permanente de la UFR Cien-cias Humanas Clínicas de la Universidad de París 7.

Investigadora y directora de proyectos en: “Investi-gaciones clínicas en perinatalidad”.

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Unas palabras a manera de introducción

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El periodo de la vida alrededor del nacimiento se ha definido a partir de hace unos veinte años como un campo de trabajo multidisciplinario. Médicos, paido-psiquiatras, psicólogos y más recientemente psicoterapeutas, así como muchos otros profesio-nales que intervienen en el campo de la salud, de la educación y de la justicia son interpelados por conductas de riesgo que ponen en peligro, a más o menos largo plazo el porvenir psíquico del niño y de su familia. La mayor parte de sus intervenciones tienen un objetivo de prevención, término que ha-brá de entenderse en un sentido amplio, ya que la prevención incluye atenciones psicoterapéuticas, de las cuales los modelos teóricos y las prácticas están por precisarse todavía más ampliamente.

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Es en este campo que se inscribe, desde hace casi veinticinco años, mi trabajo de clínica, de docente y de investigadora. Mi recorrido fue relativamente ecléctico ya que al principio estuve en la escuela de la psicología genética y de la neuropsicología, luego me interesé por las culturas de la infancia y de la prime-ra infancia, y, como clínica, encontré (casi) todas las modalidades psicopatológicas de la perinatalidad. Este recorrido, entonces, se ha visto siempre alimen-tado por la convicción de que la perinatalidad, al ligar entre ellas el destino de las generaciones y el destino individual, constituía un asunto de la sociedad y de la investigación, suficientemente abierto para justifi-car un compromiso tan grande. En el corazón de las cuestiones de filiación y de afiliación: la articulación de lo vital y de lo sexual en el alba de la vida.

Para los psicoanalistas, confrontados a un traba-jo cotidiano con adultos, se trata algunas veces de un campo marginal o aún radicalmente extraño a su práctica: aun cuando su edificio teórico descanse sobre la hipótesis de que la vida psíquica del adulto se alimenta del resurgimiento de la sexualidad in-fantil y sus avatares; hipótesis que, según mi punto de vista, no se desnaturaliza aunque se considere la vida psíquica bajo el ángulo de su construcción.

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El psicoanálisis de las mujeres se ha interesado en los conflictos planteados por la cohabitación de lo femenino y de lo materno; pero no es sino a partir de los años sesenta con trabajos como los de Bibring, Benedek, Racamier o Winnicott que la problemática de la incorporación a la maternidad, incluyendo el parámetro del bebé, ha salido a la luz, fundando ampliamente las bases para las reflexio-nes que han seguido sobre esta temática, sea po-niendo el acento sobre una psicopatología materna específica de este periodo de la vida (depresión, de-presividad o descompensación psicótica reactiva) o subrayando la originalidad de la psicopatología del bebé (vulnerabilidad, conflictualidad depresiva o psicosomática); esos autores han hecho surgir nue-vas interrogantes sobre la “reciprocidad psicopatoló-gica” de esos primeros tiempos de la vida.

Es muy evidente que, hablar de una eventual reciprocidad o mutualidad psíquica no desecha la disimetría de los funcionamientos psíquicos y, en consecuencia, la cuestión de la dependencia del bebé permanece en el corazón de la especificidad de los intercambios que se tejen entre él y los adul-tos que lo rodean. Sin embargo, se puede destacar una cierta paradoja al querer pensar una organiza-

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ción propia del niño que no corresponda solamente a proyecciones antropomórficas o a reconstruccio-nes en la cura de los elementos que configuran un pasado (elementos primarios). Es sin duda eso lo que ha permitido el desarrollo de los trabajos so-bre las trasmisiones psíquicas y las capacidades de materialización por parte del bebé de los conflictos intrapsíquicos de sus padres. Así, se ha descubierto la importancia para el desarrollo futuro, de formas muy precoces de retiro relacional o de formas de agitación del niño, mucho antes de la edad de la ad-quisición de la marcha; formas que no se confunden con la hiperexcitabilidad y que escapan frecuente-mente a la atención de los pediatras, quienes son los primeros en poder notar las disfunciones precoces de los bebés. Los conceptos de identificación y de proyección, considerados a partir de las conceptua-lizaciones de Melanie Klein, conservan aquí todo su valor operatorio, en particular, de la manera como Bion los retoma y los continúa cuando subraya el poder de transformación por la madre de las pro-yecciones del bebé. Es, en efecto, uno de los prime-ros en plantear la hipótesis de un circuito pulsional entre el bebé y su entorno, circuito que va a encon-trarse en el origen del proceso de maduración del

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bebé. Pero, muchas otras cuestiones permanecen todavía abiertas. ¿Esta reciprocidad madre-bebé es un sistema cerrado como parecían dejarlo pensar los primeros trabajos de Freud sobre el narcisismo? La cuestión del narcisismo primario muestra hoy en día una renovación del interés, tanto en el plano teórico como en el clínico. Las patologías del narci-sismo, tan discutidas en el momento actual, relan-zan las polémicas con la finalidad de comprender si el narcisismo primario del niño existe fuera de la prolongación o de la reviviscencia del narcisis-mo materno. Es toda la actualidad de los debates entre la teoría de la sexualidad infantil y la teoría del apego, en la cual nosotros inscribimos nuestro trabajo. Trabajo de desbrozamiento epistemológico que ha constituido el núcleo de nuestra enseñanza en la universidad, y que nos parece, desde enton-ces, portador de pistas nuevas tanto para la clínica como para la teoría.

Drina Candilis-Huisman

El niño, según Spitz

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26 de febrero y 1º de marzo 2003.Seminario de J.D. Nasio.

R.A. Spitz (1887-1974).

La conferencia que dictó Eva Blum-Spitz en julio de 2002 ante la Société d’Histoire de la Psychanalyse, la tituló: “R. Spitz filóbato”. ¿Filóbato? Esta palabra, un poco misteriosa, es una expresión inventada por Michael Balint en las Vías de la regresión, cuando opone dos categorías de experiencia humana: el fi-lobatismo y la ocnofilia. Una y otra mantienen un lazo con el gusto de ciertos adultos, ya sea para la búsqueda de aventura y de escalofrío, o bien por la de una perfecta seguridad. Retomando el término de Balint, ella quería sin duda insistir sobre el ori-gen común de los dos hombres salidos de un mun-do desaparecido: La Mittel Europa, mundo donde

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los sobrevivientes fueron obligados a una transfor-mación radical después de la guerra. Spitz era de aquellos que quisieron y que pudieron soportar esos cambios, y es entonces en América, cuando él tiene más de cincuenta años de edad, donde cons-truirá verdaderamente su obra.

Hay en el filobatismo algo que recuerda al acró-bata: una ligereza, una flexibilidad, una adaptabi-lidad que Spitz había aprendido a practicar en su infancia y en la primera parte de su vida. Hijo de un muy rico industrial del imperio austro-húngaro, Arpad Spitz, René Spitz conoció una infancia do-rada en medio de numerosas nanas. Desde su más temprana edad, Spitz supo hablar siete idiomas. Su padre, quien lo tenía destinado a tomar la su-cesión de su imperio industrial, pensaba que eso siempre podría serle útil. Es sin duda gracias a ello que pudo atravesar valientemente cinco exilios en menos de veinte años (1919-1938) y dejar sucesi-vamente Hungría, Italia, Alemania, Francia, para terminar por refugiarse en Estados Unidos. Tal vez de ahí viene también su gusto por el origen del len-guaje para él, que no encuentra verdaderamente su idioma sino después de sus primeras publicaciones importantes, a partir de los 58 años.

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Spitz elige muy temprano la carrera médica, la cual ejerce desde 1910. Luego de la guerra del ca-torce, encuentra en Budapest a Ferenczi, quien con-vence a Freud de transmitirle su enseñanza a través de un análisis didáctico, que él sigue durante el año 1919-1920. Spitz es así el primer analista de la se-gunda generación en haber conocido el análisis di-dáctico. Al principio de los años veinte, se integra a las filas del Kinder Seminar en Viena (el seminario de los niños) llamado así tanto por el tema de sus trabajos, como por la juventud de los que partici-pan: Anna Freud, Wilhelm Reich, Jeanne Lampl de Grott, Heinz Hartman y Willie Hoffer, por citar sólo a los más conocidos. Es un periodo marcado para Spitz por numerosos viajes. Antes de radicarse en Italia en 1924, tiene la oportunidad de realizar un periplo de varios meses por África, de donde traerá el gusto por los objetos etnográficos y por la antro-pología. A la llegada al poder de Mussolini en Italia, deja ese país y se instala en Alemania, en Berlín, aunque sólo por algunos años ya que el nazismo lo obliga a un nuevo exilio. Freud le propone dirigir la escuela de psicoanálisis de Praga, pero él elige París. No siendo reconocido su título de medicina por la facultad, ejerce el psicoanálisis bajo el nombre ex-

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traño de “Terapia por masaje del alma”. Spitz y su mujer, quien es escultora, reciben a muchos invita-dos, y su hija describe los finales del día en Les Deux Magots, donde analistas y estudiantes discuten apa-sionadamente sobre psicoanálisis, pero también arte o filosofía. Daniel Lagache, Pierre-Jean Jouve o Maurice Merleau-Ponty son en esa época asiduos a esos encuentros.

A petición de Marie Bonaparte, imparte una se-rie de conferencias en el Instituto sobre el desarro-llo del niño, desde una perspectiva psicoanalítica. Con el deseo de conocer más sobre este tema, toma un receso sabático para trasladarse a Viena al lado de Charlotte Bühler y formarse en el conocimiento del desarrollo psicológico del niño, así como en las técnicas de registro fílmico. Los alumnos de Bühler, que trabajaban ya en el Centro de Niños Abando-nados de la ciudad de Viena, constituirán más tarde en Estados Unidos el primer núcleo de su equipo de investigación: Katarine Wolf y Annemarie Leu-tzendorff. El deterioro de la situación en Alemania hace llegar a París a numerosos analistas judíos y a sus familias, a quienes Spitz aloja con mucha ge-nerosidad, cada vez más inquieto por las noticias que traen. En 1938, la invasión de Austria no le deja

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duda sobre la suerte que espera a los judíos y parte a Estados Unidos con su familia.

En Nueva-York, donde se instala, encuentra a la Asociación Psicoanalítica Americana, cuyo co-mité de apoyo a la emigración es muy eficaz. Esto le permite rápidamente encontrar una inserción médica en el Hospital Monte Sinaí de Nueva-York. El gusto por el trabajo en equipo, así como el es-píritu pragmático y empírico de los americanos le resultan bastante convenientes, y es en bata blanca y con un estetoscopio que a partir de entonces reci-be a sus pacientes. La muerte de su padre en 1941, en Zúrich, le deja una fortuna muy cómoda con la cual monta un equipo de investigación y financia sus trabajos. Se convierte en miembro de la Socie-dad de Psicoanálisis de Nueva-York, donde desde 1945 presenta los resultados de sus investigaciones sobre el hospitalismo, los cuales serán publicados en el primer número de la revista Psychoanalytic Study of Child, revista fundada por Anna Freud.

Al reconstruir así el recorrido inicial de Spitz, se po-dría tener la impresión de que América le ofreció un sentimiento de seguridad suficientemente sólido como para que él pudiera inclinarse sobre el peor de los des-amparos: el de los bebés abandonados y carenciados.

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Se requería de un cierto coraje para afrontar el sufri-miento de esos niños en institución y avanzar metódi-camente en la comprensión de los mecanismos que les empujaban a la muerte. El estado de desamparo, el cual Freud reconoce como la condición primera de todo ser humano, estaba aquí en vivo, dejando pensar que sólo el rigor del marco de la investigación, que confinaba algunas veces a una cierta rigidez, fue el que permitió a Spitz aproximarse.

Comenzaré, entonces, por esta primera investiga-ción para abordar enseguida la importancia de sus aportes teóricos para la comprensión del primer año de vida, y sus contribuciones a la psicopatología in-fantil. Por último, terminaré conr un examen de la herencia que él ha dejado y la de quienes se recono-cen como sus discípulos.

I. El niño en desamparo: los primeros trabajos.

Desde las primeras líneas de El nacimiento a la pa-labra, síntesis principal de sus ideas, Spitz da una definición del bebé como un ser que lucha por su supervivencia y que no dispone por sí mismo de medios para lograrla.

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Toma claramente posición contra la idea de-fendida por los kleinianos, principalmente en las famosas Controversias que los oponen a los parti-darios de Anna Freud durante la guerra, de que se pueda hablar de una vida psíquica ya organizada desde el nacimiento. Por el contrario, para él la vida psíquica del niño no se construye sino gradualmen-te: por una parte, a partir de la maduración de su potencial biológico; y por otra, a partir del desarro-llo de intercambios que van a tejerse con su medio ambiente, a la vez en la realidad y sobre el plan de las percepciones que el niño tiene de su medio, tan-to interior como exterior. Antes de la adquisición del lenguaje, el bebé no dispone de símbolos sus-ceptibles de proporcionarle representaciones del mundo frente a las cuales él pueda elaborar meca-nismos de defensa. Los mecanismos de defensa en el sentido psíquico del término están ausentes en el bebé, quien dispone tal vez de algunos prototipos bajo una forma más fisiológica que psicológica. Es sobre la base de tales prototipos fisiológicos que se constituirá el psiquismo, para orientarse enseguida hacia estructuras de otra naturaleza.

Spitz insiste en varias ocasiones sobre la idea de que todos los fenómenos psicológicos son, en última

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instancia, el resultado de la influencia recíproca y de la interacción de factores innatos con las experien-cias vividas, respetando así una de las primeras ideas freudianas en cuanto a la determinación de la etiolo-gía de las neurosis, como producto a la vez de facto-res congénitos y de factores del medio ambiente.

Al mismo tiempo, su experiencia pasada al lado de los jóvenes analistas del grupo de Anna Freud y su es-tancia con Charlotte Bühler, lo vuelve muy sensible a los argumentos de la psicología académica americana que, por ejemplo, bajo la pluma de Robert Sears, profe-sor de Harvard, reprocha al psicoanálisis de “fiarse de técnicas que no admiten la repetición de las observa-ciones, que no tienen valor de evidencia o de extensión, y que son manchadas en una proporción desconocida por errores debidos a las sugestiones”.

Spitz va entonces a desarrollar un dispositivo me-todológico de observación de los comportamientos, en una dimensión de seguimiento longitudinal de los niños y de seguimiento transversal; es decir, de seguimiento de una población de niños de la mis-ma edad, lo que permite prolongar y confirmar las observaciones individuales. Es importante porque ante los resultados conmovedores que él describe, se puede plantear la pregunta de cómo un clínico

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puede continuar observando niños que mueren, sin intervenir. En realidad, leyendo atentamente las observaciones clínicas sobre las cuales él se apoya, se ve bien que éstas son interrumpidas desde el mo-mento en que se averigua un hecho, siendo substi-tuidas por intervenciones terapéuticas, y es gracias a la confrontación de un gran número de sujetos que él puede llegar hasta las últimas consecuencias en la carencia de cuidados.

Primer aspecto de la investigación:desarrollo de las herramientas.

Para utilizar datos pertinentes sobre el desarrollo de los niños, utiliza escalas de evaluación de los diferentes sectores del desarrollo que él valida so-bre poblaciones de niños americanos de medios diferentes. Filma muchas horas a cada bebé, tanto en situación libre, como en situaciones arregladas previamente; estudia la historia clínica de cada uno, así como la historia y la personalidad de aquellos miembros del personal o padres, que se ocupan más generalmente del niño desde el nacimiento hasta el segundo año de vida.

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Segundo aspecto: el terreno.

Además de los diversos medios familiares que él observa a domicilio, elige dos instituciones donde los bebés pasan los 18 primeros meses de su vida, caracterizadas ambas por reglas de higiene escru-pulosas: la Guardería infantil (especie de residen-cia maternal penitenciaria) y el Hogar para niños abandonados (residencia infantil).

En la guardería, después de pasar algunas sema-nas en un cuarto estéril, los niños son albergados en cuartos relativamente divertidos de cuatro a cinco camas. En el hogar de niños abandonados, después de haber seguido el mismo régimen de aislamiento tras las primeras semanas, los niños ocupan cabinas individuales con la decoración triste y lúgubre has-ta la edad de 18 meses. La guardería está destinada a niños de jóvenes madres delincuentes, muchas veces psicópatas, mientras que el reclutamiento de los niños del hogar comprende la población habi-tual de los medios desfavorecidos. Pero las dos ins-tituciones se diferencian principalmente por el tipo de cuidados que los bebés reciben. En la guardería, las madres son alentadas a ocuparse cotidianamen-te de su bebé, ellos tienen a su disposición algu-

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nos juguetes y a compañeros de juegos cercanos. En el hogar de niños abandonados, algunos bebés permanecen en contacto con su madre tres meses aproximadamente; la mayor parte son abandona-dos más temprano y confiados al cuidado de cinco enfermeras, lo que en teoría representa alrededor de una enfermera para un poco más de siete niños, pero que en realidad es mucho menos. Los juguetes son raros y las cabinas individuales en las que los niños son confinados no ofrecen sino el techo del cuarto como único horizonte. Los niños permane-cen acostados sobre la espalda días y meses enteros, hundiéndose en su colchón, al punto de no poder moverse más, a la edad en que son capaces de ha-cerlo espontáneamente.

La ausencia física de la madre y de los cuidados a los que el bebé tiene necesidad en el plano afectivo, se encuentran en el origen de los trastornos cuya intensidad y extensión son proporcionales a la du-ración de la privación. Spitz distingue una carencia afectiva parcial, que él llama depresión anaclítica, y una carencia afectiva total a la que denomina hos-pitalismo.

El cuadro clínico del primer síndrome fue ob-servado en 19 niños de los 123 con los que contaba

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la guardería. Éste, se agravaba sutilmente mes con mes y se presentaba casi siempre según el mismo esquema: en el primer mes, los niños se vuelven llorones, exigentes y tienen tendencia a agarrarse de toda persona que establezca contacto con ellos. Luego, en el curso del segundo mes, los lloriqueos se transforman en gemidos, hay pérdida de peso y detenimiento del cociente de desarrollo. Finalmen-te, en el tercer mes, los niños rechazan el contacto, permanecen acostados, inertes en su cuna y pier-den el sueño. La baja de sus inmunodefensas se tra-duce en la aparición de toda clase de enfermedades, la pérdida de peso se acentúa, así como el retardo psicomotor. También se puede notar la aparición de una rigidez facial en ciertos casos. Más allá de esta subsistencia, la detención de la energía vital parece trazar ineluctablemente su camino y los niños, cada vez más retardados en todos los planos, terminan por hundirse en una verdadera letargia.

Si antes de este periodo crítico, que se sitúa entre el tercero y el quinto mes de separación, se restituye a la madre del niño, o si se logra encontrar un subs-tituto aceptable para el bebé, entonces esos tras-tornos desaparecen con una rapidez sorprendente. Spitz agrega que: para que el trastorno se produzca

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de manera tan espectacular, se requiere que el niño haya sido beneficiado previamente de una buena relación con su madre.

Cuando hay una carencia afectiva total, es decir, cuando el niño es expuesto a una ausencia de cui-dados por una duración que sobrepase el umbral fatídico de los cinco meses, entonces los niños se hunden en un estado muy grave, y un nuevo cua-dro clínico hace su aparición. Los niños, a partir de ahí completamente pasivos, permanecen tendidos sobre su espalda; no son ya capaces de voltearse, y permanecen con el rostro vacío de expresión, sin se-guimiento ocular de lo que sucede en la proximidad. En algunos, se manifiestan movimientos bizarros de los dedos que recuerdan los espasmos de los mamí-feros descerebrados. Este retraso se instala en el largo plazo, ya que, vueltos a ver a los cuatro años la mayor parte de los niños no sabían sentarse, ni mantenerse en pie, ni caminar, ni hablar. Más grave aún, la tasa de mortalidad infantil entre los niños abandonados alcanzaba cerca del 40%, lo que era, claro está, consi-derable, comparada con la tasa inferior al 2% obser-vada en la guardería.

Debemos volver, aunque sea de manera breve, sobre la elección bastante extraña de los términos

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utilizados por Spitz para designar estas afecciones, en particular la depresión anaclítica. La palabra anaclítica significa “apoyarse sobre”; ahora, es justa-mente la desaparición brutal del apoyo sobre la rela-ción materna lo que va a crear la depresión del bebé; designa una forma de depresión específica en edad temprana, diferente de la depresión del adulto, ligada a la pérdida de objeto. Él emplea este término en un sentido muy diferente al que existía en la comunidad psicoanalítica de la época. Por ejemplo, el concepto de posición depresiva en Melanie Klein no corres-ponde a una formación reactiva ante trastornos de la relación. La posición depresiva designa la dolorosa y necesaria maduración del bebé, quien renuncia a sus fantasmas de omnipotencia, pero al mismo tiem-po, a la angustia persecutoria de la fase esquizo-pa-ranoide, consiguiendo así un objeto que reúne en él la ambivalencia de los sentimientos que le dirigía el niño en la fase precedente. Se trata, entonces, de un concepto que testimonia la evolución estructural del psiquismo del bebé, evolución que se instala en una trayectoria relativamente independiente de los lazos que lo unen a su madre en la realidad.

Para Bowlby, cuyos trabajos sobre la carencia materna fueron ampliamente conocidos por Spitz,

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la depresión larvada del niño se observa tanto en situaciones de separación y de pérdida, como en si-tuaciones de frustración o de carencia prolongada. La puesta en jaque o la insuficiencia en la atención de las necesidades de apego primario en el niño se traducen en el curso del desarrollo en ataques rabiosos del objeto y se manifiestan por la violen-cia, los robos, la agitación o los comportamientos antisociales, especie de defensa maníaca contra la pérdida del objeto. Bowlby se había confrontado con tales conductas en los niños internados en ins-tituciones al final de la guerra; niños a los cuales él había tratado.

Pero, Spitz no comparte la revisión radical que hace Bowlby de la teoría del apuntalamiento de la pulsión sobre las necesidades vitales, modelo que Freud elabora a partir de la pulsión oral. Freud en-tiende con ello que el desarrollo psíquico del niño se apoya sobre su actividad oral primitiva, tesis que defiende, claro está, Spitz, con la idea de la depen-dencia anaclítica.

Spitz permanece también muy apegado a la teo-ría libidinal de Freud, que postula la existencia de pulsiones libidinales y pulsiones agresivas orien-tadas hacia el objeto. Es haciendo referencia a esta

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teoría que él propone un modelo explicativo para la aparición de la depresión anaclítica del bebé.

“El estudio de estas dos afecciones (depresión anaclítica y hospitalismo) muestra que, cuando la carencia de relaciones objetales vuelve imposible la descarga de las pulsiones agresivas, el bebé volverá la agresión sobre el único objeto que le queda, es decir sobre él mismo. Hemos enunciado la hipóte-sis de que una desmezcla de los dos instintos tiene lugar, y es la agresión, separada de la pulsión libidi-nal la que es vuelta sobre el niño privado de provi-siones afectivas y que conlleva el deterioro […]

En los niños sujetos a una privación prolongada de provisiones afectivas, todas las actividades auto-eróticas de cualquier especie, incluida la acción de mamar, cesan. Se diría que el bebé regresa entonces al narcisismo primario: no puede ni siquiera tomar su propio cuerpo como objeto, como sería el caso en el narcisismo secundario. Se tiene la impresión de que en estos niños caídos en marasmo, la pulsión libidinal es empleada en la meta de la conservación, para mantener la flama vacilante de la vida tanto tiempo como sea posible.

El proceso inverso puede ser observado en la cu-ración de la depresión anaclítica por el regreso del

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objeto libidinal. Entonces se observa un fenómeno de re-fusión parcial de las pulsiones, la actividad de estos niños es retomada rápidamente, ellos se tor-nan (de nuevo) alegres, sonrojados, agresivos. Se-gún yo, en el estado normal de fusión de las dos pulsiones, la agresión juega un papel comparable al de la onda portadora. De esa manera, ella vuelve posible el hecho de dirigir las dos pulsiones al de-rredor. Pero la pulsión agresiva no logra fusionarse con la pulsión libidinal, o alternativamente, si una desmezcla tuvo lugar, entonces la agresión es vuelta contra la propia persona del niño; y en ese caso, la libido tampoco puede ser vuelta hacia el exterior” (“Anaclitic depression PAS of Child”, 1946, No 2, ci-tado por S. Lebovici y M. Soulé en La connaissance de l’enfant par la psychanalyse).

Los primeros resultados de las observaciones de Spitz desembocan en la descripción de lo que él lla-ma las enfermedades por carencia afectiva, descrip-ción de la cual se hubiera podido pensar que contri-buiría a erradicar ese tipo de práctica. Se sabe hoy en día que nada de eso sucedió. Se han encontrado, y se encuentran aún, en numerosos países las mis-mas consecuencias espantosas de la falta de cuidados adaptados a los niños en institución. La participación

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de Spitz, de Bowlby y de muchos otros en las grandes conferencias de la OMS en 1951 en Ginebra, no fue suficiente tampoco para hacer desaparecer esas prác-ticas, a pesar de su resonancia internacional.

Su interés sin mengua por los traumatismos de la infancia, lo mismo que su cuidado por cambiar las cosas, no pueden ser sino elogiados. A todo lo largo de sus obras, numerosos pasajes dejan entre-ver la empatía profunda que él sentía por esos niños en sufrimiento. Por ejemplo, luego de amplios desa-rrollos sobre la plasticidad del aparato psíquico en el niño, Spitz denuncia las operaciones sin anestesia llevadas a cabo en los niños e insiste sobre su poten-cial traumático a largo plazo. Eso, en 1950.

Para él la inmadurez del equipamiento psíquico no significa su ausencia, como se verá en la parte siguiente sobre su concepción del desarrollo. Las consecuencias dramáticas del hospitalismo le per-miten teorizar por primera vez la importancia de los cuidados maternos sobre la capacidad desarrollada por el niño de ligar sus pulsiones agresivas y libidi-nales. Cuando esta relación desaparece mientras el niño aún no puede mantener esta ligazón solo, las pulsiones se des-mezclan, como él dice; la pulsión agresiva se vuelve contra el único objeto que ella

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conoce, mientras que la pulsión libidinal mantie-ne en un mínimo la vida, y se pone al servicio de la auto-conservación, que es lo menos que puede hacer. Es una lectura completamente personal de la dialéctica de la pulsión de muerte y la pulsión de vida, que como ustedes pueden constatar, tiene in-cidencias extremas en la realidad.

II. El niño en desarrollo: el primer año de vida.

La hipótesis del narcisismo primario, que se ve de-fendida en la cita precedente, cuando Spitz piensa que el estado marásmico expresa una regresión pa-tológica del bebé a esta fase y un maltrato del objeto libidinal, se convierte en el punto de partida de su concepción del desarrollo normal en el bebé.

Fiel a una corriente sostenida tanto por Anna Freud como por los representantes de la psicología del yo, de su amigo Heinz Hartmann, Spitz postula tres etapas en la constitución del objeto, que expre-san la diferenciación progresiva del yo y la evolu-ción de la comunicación del niño con los otros. Las resumo rápidamente antes de volver sobre ellas más en detalle.

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El estado pre-objetal o sin objeto.El estado precursor del objeto.El estado del objeto libidinal propiamente dicho.Al nacimiento, el bebé presenta respuestas a su me-

dio ambiente; pero son respuestas no diferenciadas donde ningún elemento del mundo exterior es perci-bido como tal, donde el exterior y el interior se confun-den, y la pulsión y el objeto no están separados.

Sin llegar a calificar, como lo hace Margaret Ma-hler, esta fase como “fase autística primaria”, Spitz es fiel al modelo de equilibrio homeostático propues-to por Freud para definir los comienzos de la vida (principio de Nirvana).

El recién nacido dispone de una barrera de protec-ción natural contra los estímulos internos y externos cuyo umbral es extremadamente elevado. Cuando la elevación de la presión de los estímulos excede una cierta cantidad, entonces ese umbral es sobrepasado y el equilibrio, roto. El niño sabe reaccionar con una descarga destinada a reducir la tensión que experi-menta y a recobrar entonces la quietud. De paso, ese estado inicial de indiferenciación conduce a Spitz a cuestionar la idea del “trauma del nacimiento”, pro-puesto por Rank como prototipo de la angustia.

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Agregaré que este tema de la angustia es para Spitz una de las claves de lectura del desarrollo.

¿Cómo trata el bebé al flujo repentino de infor-maciones que le llegan del mundo exterior? Bien, simplemente su inmadurez lo protege: él no perci-be sino como señal todo lo que puede venirle del exterior. Además, su madre, quien lo alivia de las tensiones internas sentidas por el hambre; que lo cambia cuando está mojado, o lo cubre cuando tie-ne frío, contribuye también a la organización espe-cífica de ese mundo y asegura una buena parte de esa barrera de protección que lo rodea.

Lo que es curioso, es que Spitz, quien es muy cer-cano en esto a la idea winnicottiana de que la madre presenta el mundo al bebé en pequeñas dosis, forma-liza esta relación de manera mecánica: partiendo de un estadio de no-diferenciación o de apercepción, el niño, gracias a la reciprocidad de la relación madre-hijo hecha de una serie incesante de acción/reacción/acción, hace un cierto aprendizaje que lo conduce a la coordinación, la integración y la síntesis de sus percepciones inicialmente dispersas. Para ser más precisos, el bebé de Spitz vive en un mundo senso-rial y emocional muy primitivo que no se abrirá sino

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poco a poco a la toma en cuenta del mundo exterior, bajo la forma de percepciones reconocidas.

La percepción en el niño consiste en establecer puentes entre lo interior y lo exterior. Bajo esta óptica, y por su precocidad biológicamente deter-minada, la cavidad oral es la mejor designada para jugar ese papel de puente primitivo entre el interior y el exterior. Es en esta zona que los órganos senso-riales destinados a los estímulos exteriores encuen-tran los receptores de los estímulos internos. Spitz lo integra en un conjunto más vasto: la cavidad primitiva constituida por el hocico, la faringe, y el cuerpo entero del bebé, agrupados en torno de la experiencia del amamantamiento.

Con el “hocico”1 (nariz, mejillas, barbilla, labios) el niño dispone, un tanto a la manera del animal, de un conjunto de reflejos en torno a éste y a la boca, que le permiten tomar el pezón: orientación, escu-driñamiento, succión. En las fauces, la faringe juega un papel importante, con sus capacidades plásticas para hacer ir y venir el líquido de la boca al esó-fago, luego al estómago (juego al cual el feto ya se

1 [N. de T.: museau – hocico, morro; se utiliza para describir no sólo la boca, sino también su entorno].

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entregaba en el útero pero en un medio siempre hu-midificado por el líquido amniótico). Mientras se alimenta, el niño siente el pezón o la mamila en su boca; abre y cierra sus dedos sobre ellos, ve el rostro de su madre que lo alimenta; siente la inclinación de su cuerpo que favorece o no la puesta del seno.

La cavidad primitiva fusiona sensaciones gusta-tivas, olfativas, táctiles, pero también visuales, ma-nuales y de equilibrio en el espacio (laberínticas). En este sentido, Spitz ve el soporte de la percepción: una percepción primaria mediatizada por la cavidad oral. Las excitaciones de displacer y de placer senti-das en la experiencia del amamantamiento son tam-bién precursoras de los afectos.

Los factores de diferenciación van a instalarse poco a poco para el bebé. La frustración sentida cuando la satisfacción no sigue inmediatamente a la experiencia de displacer, permite a las experiencias inscribirse bajo la forma de huellas mnémicas. En el curso del amamantamiento mismo, si el contacto se pierde momentáneamente, la percepción a dis-tancia del rostro permanece continua, instituyen-do, de facto, una diferencia entre la percepción por contacto y la percepción a distancia. El rostro de la madre, que el bebé reconoce cada vez mejor, signi-

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fica: aporte-de-alimento-en-la-boca. La percepción a distancia deviene entonces el rostro de la madre y el alimento que ella aporta.

A los tres meses, el bebé pasa de una organiza-ción cenestésica (percepción total con dimensión propioceptiva) a una percepción diacrítica (dis-criminante) a distancia sobre la base de imágenes visuales. El lactante dispone entonces de un pensa-miento por imagen.

Es de una imagen que Spitz crea el precursor del objeto: la imagen del rostro humano, percepto vi-sual privilegiado que el niño preferirá a todas las otras cosas de su entorno. ¿Cómo saber que el niño así prefiere el rostro a cualquier otro objeto? Expre-sa esta preferencia por una respuesta automática: sonriéndole sistemáticamente cuando las condicio-nes de presentación son favorables; es decir, en la presentación de frente, los dos ojos bien visibles y con un movimiento de adelante hacia atrás. El bebé no sonríe al alimento aún si él puede ponerse a ma-mar o tender el brazo hacia el biberón que mira. No sonríe tampoco si el rostro es presentado de perfil. Sonríe a cualquier rostro que presenta las caracte-rísticas requeridas, aún a una máscara, y ello entre la edad de dos meses para los bebés más jóvenes y

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al menos hasta los seis meses para la mayor par-te de ellos. Lo que el niño reconoce es una forma (Gestalt), un signo, no tanto un verdadero objeto en el sentido psíquico del término. Sin embargo, se puede decir que el niño pasa de un estado pasivo a un estado activo. El reconocimiento del rostro hu-mano permite suponer que la memoria está cada vez más organizada, lo que conlleva en el plano tó-pico una primera diferenciación entre Icc, Prcc y Cc2. La respuesta por la sonrisa indica que el primer organizador del psiquismo se encuentra en vías de instalarse. Un yo rudimentario comienza a funcio-nar, el que va a remplazar el desgastado umbral de protección contra los estímulos por un proceso su-perior más flexible y más selectivo. Pero el rol de la madre en tanto que yo auxiliar es más que nunca necesario para la estructuración psíquica del niño.

La díada madre-hijo (masa de dos, según la ex-presión de Freud retomada por Spitz) permite y fa-cilita la aparición de ese índice, en la medida en que las acciones conscientes de la madre y sus actitudes inconscientes regulan los intercambios en la díada y

2 [N. de T.: Icc, Prcc y Cc, así abreviaba Freud los sistemas incons-ciente, preconsciente y consciente].

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ejercen un refuerzo primario sobre las respuestas del niño. Spitz es el primero en haber aprehendido el as-pecto recíproco y circular de los intercambios entre la madre y el bebé, subrayando la disimetría entre los dos asociados. Él insiste en la importancia del aspec-to formador del “clima afectivo” que se crea entre am-bos, para que afectos diferenciados (placer, displacer) se instalen, acarreando con ellos el enriquecimiento de las huellas mnémicas y de la influencia creciente del yo. Lo que él entiende por clima afectivo merece ser retomado, en la medida en que la investigación actual sobre las interacciones precoces ha insistido ampliamente sobre este reparto de los afectos, que es la forma más primitiva de comunicación del bebé con su entorno humano.

Puede parecer asombroso el lugar mínimo que le concede al padre o a otros miembros de la fami-lia, pero se defiende insistiendo en el papel funda-mental que a su juicio tiene la madre en la cultura occidental, así como en el hecho de que tanto en el plan preventivo como en el terapéutico, ella es la más sensible a una intervención de los profesiona-les. “La madre es para el bebé la representante de su medio ambiente”, más que una mera figura de apego claramente reconocida.

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Yo utilizo aquí un término impropio, puesto que se trata de un concepto que pertenece más a Bowlby que a Spitz, pero numerosos razonamientos de Spitz se apoyan sobre los trabajos de Harlow con los jóve-nes simios macacos. Spitz, fue el primero en hacer-los conocer a la comunidad psicoanalítica. Se sabe que estos trabajos serán ampliamente retomados por Bowlby. Es en el tercer periodo, el establecimiento del objeto libidinal, que la madre va verdaderamente a ser reconocida por el niño como la persona de refe-rencia de la cual requiere para desarrollarse.

Este estadio comienza en el tercer trimestre de la vida, cuando el bebé se encuentra frente a un des-conocido. Él confronta su rostro con el recuerdo del rostro familiar de la madre, y entonces expresa un rechazo a aproximarse, acompañado de manera más o menos marcada de manifestaciones de an-gustia. Esta angustia, la primera en manifestarse en el desarrollo afectivo del niño, es hoy bien conocida bajo el nombre de angustia del octavo mes. Es el in-dicador de la puesta en marcha del segundo organi-zador y hace aparecer la instalación de una relación objetal propiamente dicha en el bebé. La madre de-viene poco a poco un objeto libidinal para el bebé, quien vive cambios considerables en todos los cam-

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pos: ámbitos del cuerpo, del pensamiento y de la organización psíquica (el yo se estructura y precisa sus fronteras con el ello por una parte; por otra, con el mundo exterior). Esta angustia del octavo mes es claramente una angustia de pérdida de objeto.

Al discutir la naturaleza de esta angustia, Spitz da una versión psicogenética de la teoría de la an-gustia expuesta por Freud en Inhibición, síntoma y angustia. Muestra en particular que no se trata so-lamente de una fuga delante de un objeto real que sería percibido como un peligro potencial, sino que es también una respuesta a una percepción intrap-síquica: la ausencia de la madre, y de una reactiva-ción dolorosa de una tensión del deseo de que ella esté presente. El extraño se convierte en el objeto de un desplazamiento de afectos negativos inicialmen-te destinados a la madre. Y la madre es protegida de los aspectos negativos de la ambivalencia.

Los progresos manifestados en el desarrollo mo-tor y cognitivo ofrecen al niño modalidades cada vez más ricas de expresión de su vida emocional. La imi-tación, premisa de los movimientos de identificación, es el medio de una autonomía creciente con relación a la madre. El papel de la frustración en la educa-ción es subrayado por Spitz en numerosas ocasiones.

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Cuando su madre fija límites, el bebé es puesto en un conflicto entre el apego libidinal que le merece y el temor de disgustarle y de perderla transgrediendo sus prohibiciones. Él recurre a una solución de com-promiso que consiste en identificarse con ella y en incorporar sus prohibiciones en el yo.

La identificación con el agresor de Anna Freud conoce aquí una aplicación directa. Spitz retiene más bien el término de identificación con el frustra-dor. El tercer organizador puesto en marcha entre los quince y dieciocho meses, se expresa sintomáti-camente por la capacidad del niño a decir no. Impli-ca que el funcionamiento psíquico del niño incluya de una cierta manera el principio de realidad. Él se apropia de un gesto que tiene un sentido para su entorno, realiza una abstracción de un rechazo o de una denegación. Es el comienzo de una verdadera comunicación, marcada sobre el plano caracterial a todo lo largo del segundo año por un periodo de rabia y de oposición. Es una toma de posición muy interesante, finalmente, de mostrar que el desarro-llo del lenguaje y del pensamiento tiene como con-dición previa una identificación con el agresor. Se encuentra así el hilo conductor del pensamiento de

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Spitz para el cual la pulsión agresiva es el vector de ligazón entre pulsión libidinal y agresiva.

El libro de Spitz, El sí y el no, génesis de la comuni-cación humana, precisa más el tema de la aparición del lenguaje y nos hace descubrir un caso muy inte-resante: el caso Mónica. Sin volver sobre el conjunto de esta obra, expondré rápidamente este caso vuel-to célebre y ampliamente discutido en la literatura psicoanalítica. Su exposición va a proporcionarme la introducción a la tercera parte de la obra de Spitz.

III. El niño del desorden psicopatológico: primera aproximación de la psicopatología infantil.

Mónica es una niña afectada desde su nacimiento de una atresia del esófago. Ella es atendida con ter-nura por su médico habitual, quien durante los 21 primeros meses de su existencia la alimenta él mis-mo por una sonda directamente conectada a la pa-red abdominal. Su comportamiento, regularmente registrado y filmado durante su estancia en el hos-pital, muestra un cuadro próximo al de los niños observados en guardería, tan cercano, que esta niña expresa su displacer ante la aproximación de un ex-

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traño por un conjunto de reacciones muy diferentes de aquellas de los niños gravemente carenciados.

Ella no sacude la cabeza, pero hace el gesto de rechazar con la mano la presencia del extraño; lue-go le da la espalda y termina por dormirse, como para separarse más radicalmente aún de la presen-cia indeseable. Luego que el tracto intestinal hubo sido reconstituido por una operación, se pueden observar los primeros signos de rechazo por sacu-dimiento de la cabeza, seguido de cerca por la apa-rición de las primeras palabras.

Spitz ve aquí una verificación cuasi-experimen-tal de las hipótesis de Freud sobre el estadio oral, así como la confirmación de sus hipótesis genéticas, según las cuales el sacudimiento de cabeza negativo del lactante privado de afecto es una regresión a es-quemas de comportamiento ligados al hecho de ser alimentado por la boca.

Los signos de rechazo de Mónica no están ligados al hecho de ser alimentada por la boca, pero están aso-ciados al tipo de alimento parenteral que ella ha reci-bido. Expresan un nivel menos sistematizado, si puedo decirlo, que el rechazo activo por un gesto de la cabeza. Spitz agrega que la respuesta del dormir anuncia por su parte una gran fragilidad de las construcciones nar-

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cisísticas, y que cuando el niño se aísla del mundo ex-terior para protegerse está buscando en la restauración del narcisismo primario el último recurso.

El hecho de que Spitz niegue para el niño toda posibilidad de construir una relación libidinal por otras vías diferentes a las del apuntalamiento sobre la zona oral, hoy en día parece muy dogmático. Sin embargo, él coloca las bases de un primer abordaje psicopatológico de la primera edad, que permane-cerá largo tiempo como la única referencia en este dominio. Partiendo de un largo proceso de reflexión sobre el yo-cuerpo, construye toda una clasificación de los trastornos psicosomáticos del bebé. Para no alargar más esta exposición, resumiré su abordaje en algunos ejemplos.

En la relación madre-bebé se lo ha visto: es la madre la que constituye el asociado dominante y activo. “Los trastornos de la personalidad mater-na se reflejarán en los desórdenes del niño”, en la medida en que estarán en el origen de una relación insatisfactoria entre ellos dos, sea porque la madre tenga un comportamiento inapropiado con el bebé, sea porque el bebé sufra de una verdadera carencia de cuidados maternos.

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Ya se ha discutido ampliamente la segunda va-riante en el origen de estados depresivos graves en el niño. En lo que concierne a la primera, ésta se observa de manera más banal en la vida cotidiana y recubre toda clase de conductas en la madre, que van de la solicitud ansiosa al rechazo o la hostilidad, más o menos enmascarados, pasando por oscila-ciones entre los dos humores. Las consecuencias en el funcionamiento psicosomático del bebé se diver-sificarán en función del terreno constitucional (lo que él llama la complacencia somática) así como de la edad del niño (hipótesis de las series comple-mentarias de Freud). Spitz describe un cuadro don-de hace corresponder, término a término, la actitud de la madre y los trastornos del bebé; cuadro que se puede esquematizar de la manera siguiente:

Rechazo primario masivo / coma del recién nacido.Solicitud ansiosa / cólicos del primer trimestre.Hostilidad disfrazada / eczema infantil.Oscilaciones / agitación auto-agresiva o juegos fecales (autoerotismo).Hostilidad compensada / agitación ansiosa.

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Si tomo el ejemplo del cólico de los primeros meses, que constituye un verdadero enigma para la pediatría de la época, aún para el famoso doctor Spock, se pueden constatar dos cosas: Spitz piensa que la dieta a petición del bebé es un factor agravante de esos trastornos, sobre todo en los recién nacidos hipertónicos exageradamente estimulados por la so-licitación ansiosa de su madre. Al mismo tiempo, él da una interpretación del hecho, señalando que ésta cesa espontáneamente hacia los dos o tres meses, es decir, en el momento en que aparecen las primeras respuestas dirigidas hacia el entorno, e insiste sobre la idea de que se trata de un momento bisagra, de pasaje de un funcionamiento puramente somático a un momento de emergencia del psiquismo. Las vías mentales abren una puerta de salida para las descar-gas pulsionales en alguna medida.

Michel Soulé compara la actitud de la madre con la de un piloto que no sabría conducir un avión, y que, por sus torpezas, no lograra proteger a sus pasajeros de las condiciones meteorológicas exte-riores. La madre emite señales contradictorias que perturban las capacidades auto-reguladoras del bebé y que lo exponen a todo lo que viene tanto del interior como del exterior, produciendo la agrava-

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ción de los efectos de sus conductas inapropiadas. Michel Soulé agrega, que se puede asimilar la colitis idiopática del bebé al prototipo más precoz de la neurosis traumática, es decir, una verdadera efrac-ción sobre un sistema que no es ya más capaz de restaurar sus propias defensas. Un círculo vicioso se crea de esta manera, el cual podría romperse en tres condiciones:

1. En caso de hospitalización, es decir de separa-ción radical;

2. En caso de satisfacción oral (el chupón) o gene-ral (el acunado);

3. Con una atención psicoterapéutica de la madre, que le permita mejor percibir y mejor recibir los sig-nos que le llegan de su recién nacido.

Si se examinan, como lo hace Michel Fain (en El niño y su cuerpo), las “soluciones” al problema de las colitis se encuentra que algunas tienen que ver con el niño y otras tienen que ver con la madre. Por el lado del niño, se percibe el rol económico del recurso al auto-erotismo. Por el lado de la madre, se puede en-contrar bajo el término de “solicitud ansiosa” toda una gama de funcionamientos maternos que la Escuela Psicosomática de París ha reagrupado bajo la idea de que esas madres experimentan una dificultad parti-

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cular para elaborar su angustia. Todo sucede como si multiplicando los alimentos como única respuesta posible a las demandas del bebé, las madres obligaran a su niño a las descargas somáticas, mientras que ellas mismas se encuentran incapaces de una concepción más vasta del funcionamiento corporal del niño. Has-ta ahí, el camino abierto por Spitz parece aún frecuen-table y prolongable. Donde ya no lo es tanto, es en su tesis según la cual, si las vías mentales se abren a las descargas tensionales, entonces el trastorno somático cesa. Lo que, para los autores de El niño y su cuerpo, desmiente esta idea es que después de tres meses el abanico de posibilidades de los trastornos funciona-les, lejos de mejorarse puede, en algunos casos, ir cre-ciendo. Dicho de otro modo, el desarrollo de la psique no representa más que una parte de un todo que es psicosomático. Se puede volver entonces al rol forma-dor de la frustración. Con la frustración el bebé de-viene capaz de buscar otras vías de satisfacciones que aquélla que su madre le proporciona. Él elabora en particular sistemas autoeróticos de compensación que le aseguran una cierta autonomía. Si no las encuentra, por toda suerte de razones, entonces va a entrar en un funcionamiento de agotamiento, o de funcionamiento en vacío, donde el pensamiento se desata ineluctable-

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mente del funcionamiento general del cuerpo. En ese caso, el yo no vive ninguna satisfacción y debe afron-tar una agresividad nacida de esta frustración crónica. De ahí la entrada en un círculo vicioso psicosomático; el paciente enfrenta al clínico con los desplazamientos bien conocidos de los síntomas somáticos.

Un último señalamiento a propósito de la cla-sificación de los trastornos maternos: es muy evi-dente que intentar especificar una ligazón entre un trastorno del niño y un tipo bastante particular de comportamiento materno no puede ser sino en ex-tremo reductor. Los trabajos contemporáneos que tratan en particular sobre el lugar del bebé en la economía narcisista y objetal de la madre, aportan más sutileza en el abordaje de los disfuncionamien-tos de la díada madre-hijo.

¿Y ahora?Al término de este largo recorrido, aún demasia-

do restringido con relación a la obra tan abundante de Spitz, es tiempo de sacar algunas conclusiones.

En principio, y ustedes lo habrán sentido, yo creo, Spitz quiere permanecer y permanecerá siempre en una gran fidelidad a Freud. Es como un homenaje que quiere rendir al pensamiento de su maestro, estable-ciéndose lo más cerca de sus intuiciones sobre el va-

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lor formador del estadio oral para la personalidad. El abordaje científico le permite también dar cuerpo a las hipótesis más fisiológicas desarrolladas por Freud en el Proyecto. Es aún, creo, por fidelidad a su formación de origen, el psicoanálisis húngaro, que él conjuga su inte-rés por los primeros tiempos de la vida y la exploración de campos nuevos como la neurología, la etología o la psicología cognitiva, entre otros.

Sin embargo, la precisión de su pensamiento y su inextinguible sed de saber ha permitido también a Spitz abordar, como pionero, campos que el psi-coanálisis no había explorado.

Subrayar, como él lo ha hecho, la reciprocidad en la díada madre-bebé e insistir sobre la idea de que la madre tiene su parte en el modelaje de la economía psíquica del bebé fue de una gran originalidad. Los representantes actuales de una transmisión psíquica particular entre la madre y el bebé, y las hipótesis re-lativas a las fases de la socialización desarrolladas por toda una corriente de la investigación en psicopatolo-gía infantil, principalmente en los Estados Unidos, son deudoras directamente de Spitz.

Como anécdota, diremos que la boina y las no-tas de Spitz están en una vitrina en la entrada del Instituto de Investigaciones de Denver, en Colora-

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do, donde él prosiguió sus últimos trabajos con su alumno Robert Emde, quien en este momento es una de las figuras más reconocidas en la salud men-tal del bebé; creo que es rendirle homenaje a su ge-nerosidad y a su apertura de espíritu, lo que nunca deja de hacer Emde.

En fin, la exploración psicosomática de los tras-tornos de la primera infancia le es, claro está, in-mensamente deudora. Los trabajos de León Kreis-ler y de Michel Soulé prolongan y discuten hipótesis que Spitz, ciertamente, fue el primero en imaginar.

Quisiera terminar con una opinión personal y decir que, a pesar del hecho que el cuidado del ri-gor intelectual perjudica algunas veces el placer de la lectura, he tenido un interés siempre sostenido y siempre relanzado hacia pistas nuevas; como las pelotas cada vez más numerosas que sin cesar el malabarista lanza en todas direcciones. No he en-contrado la ligereza del acróbata, pero sin tregua he estado a la espera de desarrollos posibles de todas las nuevas pistas que Spitz quería inaugurar. Para concluir, diría que el niño visto por Spitz es, cierta-mente, el hijo de la investigación y de la necesidad de saber.