Somos Desechamos

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Somos lo que desechamos Cada persona genera más de 500 kilos de basura al año o, lo que es lo mismo, una ingente cantidad de recursos naturales desperdiciados. Reducir, reusar y reciclar debiera ser el objetivo de todos, como ya lo es de un buen número de ciudadanos y de activistas que han emprendido el camino hacia los ‘cero residuos’. A nnie Leonard tiene un vicio más bien sucio, pero absolu- tamente confesable: hurgar en los cubos de la basura... “Es una de mis actividades favoritas cuando viajo. Me gusta ver lo que tira la gente: no conozco una manera mejor de co- nocer una familia, una comunidad, un país... Deberíamos mirar más en nues- tros propios cubos, y darnos cuenta de que muy poco de lo que tiramos es real- mente desechable.” Sigamos, pues, el consejo de la sagaz directora y autora de La historia de las cosas (que ahora nos llega en forma de libro, editado por el Fondo de Cultura Eco- nómica) y hagamos un sano ejercicio de autocrítica. O contratemos por un par de horas a un auditor casero de basura como los que ya existen en Estados Unidos. Tengamos en cualquier caso el valor de mirarnos al espejo de todo lo que desechamos a diario: mondas de fruta y verdura, restos de comida cocinada, envases de plástico, servilletas de papel, trapos sucios... residuos TEXTO CARLOS FRESNEDA FOTOS ISAAC HERNÁNDEZ 26 integral Nos esforzamos en reciclar, pero no es suficiente. El cubo se llena sin remedio. Unas veces por desidia, otras por co- modidad. Probamos con la compostera, pero es difícil mantener a raya los olo- res. Lo del papel y el vidrio lo tenemos solucionado. Nos esforzamos en separar todo lo que podemos, aunque la bolsa se llena inevitablemente. Seis kilos de ba- sura doméstica por una familia media de cuatro personas. Unos 575 kilos al año por cabeza si vivimos en España, 760 si estamos en Estados Unidos... “Y, aun así, hay una verdad funda- mental que vale en todo el planeta”, seguimos con Annie Leonard. “Lo que llamamos desechos son sobre todo re- cursos. Así, revueltos, no sirven para nada. Acabamos enterrándolos en un vertedero o, lo que es peor, quemándo- los en una incineradora. Si los separa- mos, podremos volver a usarlos como papel, como metal, como vidrio, como compost para fertilizar la tierra. Por eso es tan importante conocer nuestra ba- sura y meter la mano en ella para ver cuánto podemos reutilizar. ¡Es una tarea fascinante!” A sus 46 años y con un documental de apenas 20 minutos, Annie Leonard ha golpeado las conciencias de millones de ciudadanos en todo el planeta. La his- toria de las cosas es un auténtico viaje al fondo de la Tierra (y a todo lo que los humanos estamos haciendo con ella), de la mano de esta infatigable activista y comunicadora, que se ha pasado media vida buceando en el cuarto trastero de la sociedad de consumo. “Soy ambivalente sobre el reciclaje. Lo amo y lo odio... Si reciclamos, quie- re decir que tiramos menos cosas y que usamos menos cosas. Pero el problema está cuando la gente piensa que reciclar es la solución. Y no es así: reciclar es el último recurso. Tenemos que respetar el mantra por riguroso orden: reducir, reusar, reciclar.” Aunque ya de pequeña se preguntaba por esa invisible conexión entre la de- saparición del bosque y la expansión de los centros comerciales en su Seattle na- tal, su verdadera iluminación ocurrió en el vertedero de Fresh Kills, que durante medio siglo digirió más de 11.000 tone- ladas diarias de basura en Nueva York.

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Somos lo que desechamos

Cada persona genera más de 500 kilos de basura al año o, lo que es lo mismo, una ingente cantidad de recursos naturales desperdiciados.

Reducir, reusar y reciclar debiera ser el objetivo de todos, como ya lo es de un buen número de ciudadanos y de activistas

que han emprendido el camino hacia los ‘cero residuos’.

Annie Leonard tiene un vicio más bien sucio, pero absolu-tamente confesable: hurgar en los cubos de la basura... “Es

una de mis actividades favoritas cuando viajo. Me gusta ver lo que tira la gente: no conozco una manera mejor de co-nocer una familia, una comunidad, un país... Deberíamos mirar más en nues-tros propios cubos, y darnos cuenta de que muy poco de lo que tiramos es real-mente desechable.”

Sigamos, pues, el consejo de la sagaz directora y autora de La historia de las cosas (que ahora nos llega en forma de libro, editado por el Fondo de Cultura Eco-nómica) y hagamos un sano ejercicio de autocrítica. O contratemos por un par de horas a un auditor casero de basura como los que ya existen en Estados Unidos.

Tengamos en cualquier caso el valor de mirarnos al espejo de todo lo que desechamos a diario: mondas de fruta y verdura, restos de comida cocinada, envases de plástico, servilletas de papel, trapos sucios...

res iduos

T E X T O C A R L O S F R E S N E D A f O T O s i S A A C h E R N á N D E z

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Nos esforzamos en reciclar, pero no es suficiente. El cubo se llena sin remedio. Unas veces por desidia, otras por co-modidad. Probamos con la compostera, pero es difícil mantener a raya los olo-res. Lo del papel y el vidrio lo tenemos solucionado. Nos esforzamos en separar todo lo que podemos, aunque la bolsa se llena inevitablemente. Seis kilos de ba-sura doméstica por una familia media de cuatro personas. Unos 575 kilos al año por cabeza si vivimos en España, 760 si estamos en Estados Unidos...

“Y, aun así, hay una verdad funda-mental que vale en todo el planeta”, seguimos con Annie Leonard. “Lo que llamamos desechos son sobre todo re-cursos. Así, revueltos, no sirven para nada. Acabamos enterrándolos en un vertedero o, lo que es peor, quemándo-los en una incineradora. Si los separa-mos, podremos volver a usarlos como papel, como metal, como vidrio, como compost para fertilizar la tierra. Por eso es tan importante conocer nuestra ba-sura y meter la mano en ella para ver cuánto podemos reutilizar. ¡Es una tarea fascinante!”

A sus 46 años y con un documental de apenas 20 minutos, Annie Leonard ha golpeado las conciencias de millones de ciudadanos en todo el planeta. La his-toria de las cosas es un auténtico viaje al fondo de la Tierra (y a todo lo que los humanos estamos haciendo con ella), de la mano de esta infatigable activista y comunicadora, que se ha pasado media vida buceando en el cuarto trastero de la sociedad de consumo.

“Soy ambivalente sobre el reciclaje. Lo amo y lo odio... Si reciclamos, quie-re decir que tiramos menos cosas y que usamos menos cosas. Pero el problema está cuando la gente piensa que reciclar es la solución. Y no es así: reciclar es el último recurso. Tenemos que respetar el mantra por riguroso orden: reducir, reusar, reciclar.”

Aunque ya de pequeña se preguntaba por esa invisible conexión entre la de-saparición del bosque y la expansión de los centros comerciales en su Seattle na-tal, su verdadera iluminación ocurrió en el vertedero de Fresh Kills, que durante medio siglo digirió más de 11.000 tone-ladas diarias de basura en Nueva York.

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El micólogo Paul Stamets, junto a sus veneradas setas, necesarias para salud de los bosques, en Fungi Perfecti, donde las cultiva y estudia.

Annie Leonard, autora del documental La historia de las cosas, en el Centro Ecológico de Berkeley.

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“Necesitamos leyes de ‘responsabilidad productiva’: el 80% del impacto de un producto se decide en la fase de diseño”

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Llegamos de esta manera al cuarto piso de la pirámide, acaso el más im-portante, el que da sentido al sistema: el consumo. “No me gusta que me llamen anticonsumista”, puntualiza la autora de La historia de las cosas, “pero sí quiero de-nunciar los efectos del hiperconsumis-mo, que se produce cuando tomamos más recursos de los que necesitamos y que el planeta puede sostener.”

“Con el 5% de la población, Estados Unidos consume el 30% de los recursos y es responsable del 30% de los residuos”, certifica Leonard, que posa para las fotos junto a las botellas de plástico compacta-das por el Centro Ecológico de Berkeley, su pueblo adoptivo... “No hace falta ser un genio de las matemáticas para darse cuenta de que harían falta de tres a cinco planetas si los 6.800 millones de habi-tantes de la Tierra imitaran las pautas de consumo del sueño americano”.

Conclusión: hace falta un nuevo para-digma (o un nuevo planeta), y en eso esta-

El segundo capítulo, la producción, nos toca más de cerca... “Por mucho que nos esforcemos en menguar el cubo de la basura, la mayor cantidad de desechos es la que produce la indus-tria. Y ahí es donde la presión social y la acción política son fundamentales. Necesitamos leyes de responsabilidad productiva en todo el planeta: el 80% del impacto de un producto se decide en la fase de diseño.”

La distribución es el tercer engranaje del sistema, y Annie Leonard nos re-cuerda como Walmart, la mayor cade-na de supermercados del mundo, tiene un sistema informático de transporte y localización de sus mercancías que ri-valiza con el del mismísimo Pentágono: “El movimiento de la relocalización ha empezado con los alimentos, pero se está extendiendo a otros campos, desde la extracción de recursos a la energía, como ocurre con el movimiento de Ciu-dades en Transición”.

“Cuando lo cerraron en el 2001, la montaña de desechos era 25 veces más alta que la estatua de la Libertad”, re-cuerda Annie. “Aquella visión impac-tante me dio mucho que pensar. ¿Quién puede haber concebido este sistema tan monstruoso? ¿Cómo permitimos que esto siga ocurriendo? Yo misma no aca-baba de entenderlo: tardé veinte años en hacer la conexión.”

Su experiencia en Bangladesh, India y Haití fue vital para acabar de atar los cabos sueltos del sistema. Annie Leonard se remonta a los estragos de la extracción: de la deforestaciones masivas en el Ama-zonas o en Indonesia a la decapitación de las montañas Apalaches o las arenas de alquitrán de Alberta. Como ocurre con los desechos, el sistema tiene la virtud de esconder las consecuencias de lo que con-sumimos desde el lugar de origen, casi siempre remoto, casi siempre a expensas de la explotación laboral, la corrupción política y el deterioro ecológico.

Eric Lombardi, de Eco-Cycle, en Boulder (Colorado). A la derecha, Elizabeth Royte, autora de Garbage Land.

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En Río dE JAnEiRo SE LLAmAn catado-

res, en El Cairo se les conoce como los zaballeen. Su afán diario es el mismo: re-mover toneladas de basura y recuperar lo que otros tiran. Mucho antes de que las sociedades occidentales acuñaran el reciclaje, estos sufridos expertos en residuos (seguidores de la tradición de nuestros traperos y recuperadores) han ido marcando la senda ecológica.

Los 60.000 zaballeen hasta hace poco reciclaban el 80% de la basura que pasa-ba por sus manos. hasta que las autorida-des municipales de El Cairo –con 18 mi-llones de habitantes– decidieron repartir la tarta de las 4.000 toneladas diarias de residuos entre varias multinacionales y bajar el listón del reciclaje al pírrico 20%.EL ASEdio dE LoS gigAntES dE LA BA-

sura a barrios enteros como Mokattan, donde se hacinan miles de zaballeen en casuchas a medio construir y en un sór-dido laberinto de desechos, da pie a uno de los documentales más impactantes de los últimos años: Garbage Dreams. Adham, Nabil y Osama son los tres pro-tagonistas adolescentes que sueñan con traer a su barrio lo mejor de las técnicas occidentales de reciclaje.En LA otRA PuntA dEL gLoBo, tiAo, zumbim, Suelem, isis e irma se ganan la vida como catadores en Jardim Grama-cho, el mayor vertedero del mundo. Unos 3.000 recuperadores cosechan allí hasta 200 toneladas de desechos reaprove-chables, armados con guantes y cubos.

El artista brasileño Vik Muniz los retrató in situ y los implicó en un singular proyec-to de arte, fundiendo fotografía y basura. Más de un millón de visitantes pasó por la exposición en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro y contribuyó a la cau-sa con 300.000 dólares, que han servido para sacar de las favelas a los ilustres ca-tadores. Otro documental, Wasteland,de Lucy Walker, nos cuenta esta apasionan-te historia de arte en el vertedero que nos hará reflexionar sobre la dimensión humana de lo que desechamos.

mos: “La gente está cambiando su relación con las cosas. Ya no hace falta poseerlas y acumularlas, sino simplemente tener acceso a ellas: compartiéndolas, reusán-dolas, intercambiándolas, prolongando su uso para que no acaben en un vertede-ro... Y creando de paso comunidad.”

consumo colaborativoA la chita callando, y aprovechando el tirón hacia abajo de la crisis económica, el hiperconsumismo está dejando paso a la era del consumo colaborativo. O al menos eso es lo que sostienen Rachel Botsman y Roo Rogers, autores de What’s Mine is Yours (Lo que es mío es tuyo). “La obsesión por consumir y gastar dejará paso al redescubrimien-to de los bienes colectivos”, vaticinan Bostman y Rogers. “Los retos econó-micos forzarán la creación de un sis-tema sostenible para servir las nece-sidades humanas, basado tanto en los viejos principios del mercado como en la conducta colaborativa.”

Deron Beal ha llevado todo eso a la práctica con el mayor grupo de trueque en el mundo, Freecycle: más de siete

millones de usuarios repartidos por 85 países y ramificados en 5.000 grupos de intercambio locales. “Todos los días reusamos el equivalente a 700 tonela-das de materiales”, se jacta Deal. “Más o menos la carga diaria que recibe una vertedero de tamaño medio.”

Freecycle nació de la manera más in-sospechada en el 2003 como un simple grupo de Yahoo, con una veintena de miembros interesados en intercambiar objetos gratuitamente. La primera po-sesión que cambió de manos on line fue precisamente el colchón de soltero de Deron Beal, que acabó haciéndose sin desembolso alguno con el viejo sofá que aún cumple su función en pleno de-sierto de Arizona.

Desde Tucson, y a la velocidad del rayo, los freecicladores se fueron propa-gando hasta llegar al millón en apenas un año. A este lado del Atlántico, ca-laron sobre todo en el Reino Unido. En España existen ya una veintena de grupos, desde Madrid (con 2.117 miembros) a Icod de los Vinos, en San-ta Cruz de Tenerife (51 miembros). En el grupo Barcelona (963 miembros) se

Arte en el vertedero

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Consumo colaborativo y ecológico, también en muchas ciudades españolasESPAñA no ACABA dE tomARSE En SERio la gestión de sus desechos y, pese a los 25 años –ahora se cumplen– que hemos tenido para aprender de Alemania, Francia y demás socios de la UE, seguimos aún muy lejos del resto de Europa o, incluso, de Norteamérica. Según los últimos datos de la oficina esta-dística europea –Eurostat–, España recicló en 2008 el 14% de los residuos urbanos que produjo y compostó un 20% de los desechos orgánicos, muy por debajo de la media co-munitaria –40%–, emparejándose más con Malta, Polonia o Bulgaria que con sus veci-nos del norte.

Cada año se genera en España una media de 575 kilos de residuos por persona, una cifra algo superior a los 524 kilos calculados en el con-junto de la Unión. El 57% de esa can-tidad va al vertedero, mientras que en la UE sólo lo hace el 40%. Dicho en otras palabras: España está en la zona de los países que producen mucha basura, reciclan poco y recu-peran menos.

El concepto de consumo colabo-rativo es prácticamente desconoci-do en nuestro país, aunque sí exis-ten iniciativas contrarias al usar y tirar que en Norteamérica formarían parte de esa corriente. Las más co-nocidas tal vez sean las que tienen que ver con el transporte, y que han proliferado en estos últimos años de crisis económica para abaratar el uso del coche privado. Es el caso del carpooling (Ver Correo del Sol, página 8), que consiste en compartir los gastos de gasolina entre personas que realizan regularmente los mismos trayectos gracias a una página web de suscripción, generalmente, gratuita. Empresas como Amovens o Viajamosjuntos.com se dedican profesionalmente a esto y sus sistemas se desarrollan hoy en numerosos municipios de toda España –generalmente, la web del ayuntamiento es el vehículo que pone en contacto a las futuros carpoolers–.En EStA miSmA LínEA SE inSCRiBE EL dE-

nominado carsharing, un sistema muy pro-fesional que permite utilizar un coche sin ser ninguno de los usuarios propietario del mis-mo; éstos pagan a una empresa por el uso del coche, pero se olvidan de seguros, letras mensuales y demás. Con esta misma filosofía funciona el Bicing de Barcelona y otras expe-

riencias de alquiler de bicicletas para mover-se por la ciudad sin preocupaciones. PERo En CuAnto A RESiduoS FíSiCoS, LoS

Ekocenter y almacenes de Emaùs son el me-jor ejemplo de cultura de la recuperación. Son mercados estables donde se expone y se ven-de, con un fin social, toda clase de objetos en perfecto uso y a bajo precio. En ocasiones, los objetos son reparados, otras son reciclados, pero la mayoría de las veces son, simplemen-te, objetos de segunda mano. Emaùs es una de la treintena de entidades agrupadas en la Asociación de Recuperadores de Economía Social y Solidaria (AERESS), una plataforma

hacia la inserción laboral de personas margi-nadas o en riesgo de exclusión y que centra su actividad en la recuperación, la reutilización y el reciclado de materias desechadas. En su web (www.aeress.org) se puede encontrar in-formación de dónde y cómo llevar o adquirir objetos de segunda mano.

Mención aparte, por su originalidad, me-rece Makea, una iniciativa de la Asociación Cultural de Reutilización Creativa Makea, de Barcelona, que pretende fomentar una segunda –y hasta una tercera– vida de los objetos que normalmente acaban en la basura. Makea –que parodia los muebles y utensilios de usar y tirar por antonoma-sia, los de ikea– no funciona como rastrillo virtual de objetos, sino que, a través de su recetario y de sus acciones de divulgación o demostración, pretenden avivar el ingenio de la gente para procurarse una silla a partir del tambor de una lavadora rota o un cabe-cero de cama con un palet de obra.

LAS CooPERAtivAS y ASoCiACionES dE

trueque, que en la Argentina del corralito permitieron sobrevivir con dignidad a seis millones de personas, son otra forma de plantar cara a la crisis económica y ambiental optimizando el uso de las cosas. El trueque vivió un gran auge a mediados de los años 90 y ha renacido gracias a internet y las re-des sociales. Entre los cientos de iniciativas de trueque a lo largo de toda España, puede destacarse Adelita (www.adelitamadrid.org), una red madrileña con tienda real en la céntri-ca calle Arenal. Recientemente, se han incor-porado al proyecto nuevos socios y planea

crear una red de tiendas por todo Madrid donde cualquier persona podrá llevar objetos en buen esta-do para intercambiarlos por otros de segunda mano sin gastar un céntimo. iniciativas como Freecycle –una red internacional con grupos en Madrid, Barcelona y otras ciu-dades– permiten también regalar cosas en desuso para que no vayan al vertedero cuando pueden ayudar a otras personas.yEndo máS ALLá SE hA CREAdo QueCambiamos.com, una web es-pañola que permite a sus usuarios poner anuncios clasificados sobre cualquier posesión que tengan y deseen cambiar. Desde permutas de vivienda a intercambio de casas

vacacionales o videojuegos que se ofrecen a cambio de una bici. Algo parecido, pero con una intención más social, lo hace el blog sindi-nero.org, Biotrueke.org (el mercado on line de segunda mano de Bilbao) o lanochedelosni-nos.org (“una web para promover el intercam-bio de juguetes entre niñ@s madrileñ@s”).

Una forma excelente de reciclar nuestros conocimientos y aptitudes para que generen más beneficios a los demás son los bancos de tiempo, una institución muy arraigada ya en la cultura urbana de nuestro país. Se trata de un trueque de servicios donde la moneda de intercambio es el tiempo: una hora de traba-jos de jardinería compra una hora de alguien que nos enseñe a cocinar. Julio Gisbert, autor del libro Vivir sin Empleo y del blog www.vivir-sinempleo.org ha creado una lista en Google Maps con los 163 bancos de tiempo que fun-cionan en España, todos, con sus direcciones, teléfonos, emails y enlaces web.

R A F A E L C A R R A S C o

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ofrecían estos días un cochecito de bebé, un somier, una bici estática o cuatro si-llas de oficinas de Ikea; se buscaban entre tanto un kimono de aikido, una máqui-na de coser, un banjo y varios teléfonos móviles con cargadores.

“La gente intercambia sobre todo muebles y objetos domésticos, pero cada vez hay más aparatos electrónicos, con lo que también contribuimos a paliar el problema del e-waste”, señala Beal. “Y hay usuarios de todas las edades, desde el anciano de 92 años que coleccionaba piezas de bicicleta para luego fabricarlas él mismo, al niño que decidió crear un orfanato para hámsters abandonados”.

“La basura de unos es el tesoro de otros.” El viejo lema cobra una nueva dimensión en la era de internet. Freecycle tiene ade-más la virtud de crear lazos materiales en-tre la comunidad virtual: “La sensación de desprenderte de algo que puede serle útil a otra persona es algo muy gratificante y casi olvidado en esta sociedad de usar y tirar que hemos creado. Y para los niños

es un juego con el que aprender a reusar, compartir y apreciar el valor de las cosas”.

El siguiente paso de Freecycle es ex-tender sus redes por los países en de-sarrollo haciendo accesible el contacto y el listado de los grupos locales por teléfono móvil. “El trueque es un valor universal que subsiste en prácticamente todas las culturas”, apunta Deron Beal. “La tecnología puede no sólo contribuir a reforzar los lazos sociales, sino mitigar el deterioro del medio ambiente.”

cero residuosEn Boulder (Colorado), a los pies de las Montañas Rocosas, los propios vecinos pasaron a la acción contra el derroche de los recursos y pusieron en marcha en 1976 uno de los programas pioneros de re-ciclaje en Estados Unidos: Eco-Cycle. Eric Lombardi, visionario de los dese-chos, tomó el mando de este centro in-novador en el que trabajan 60 personas capaces de procesar hasta 40.000 tone-ladas de residuos al año.

“Tenemos la ardua tarea de rediseñar el mundo, pero las soluciones están a nuestro alcance”, advierte Ausubel

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Freecycle es el mayor grupo de trueque del mundo: “Todos los días reusamos el equivalente a 700 toneladas de materiales”

El último apéndice del centro es el de-partamento de materiales difíciles de reci-clar (de zapatillas deportivas a viejos apa-ratos de vídeo y faxes), con el objetivo de ampliar cada vez más el espectro. Aunque la auténtica meta de Lombardi es la de residuos cero: reaprovechamiento total.

“Llegar a residuos cero no es una utopía, sino un imperativo en la era del cambio climático”, sostiene Lombardi. “Los ver-tederos urbanos producen grandes canti-dades de metano, que es un gas inverna-dero 72 veces más potente que el CO2. Una gran ciudad como San Francisco se ha propuesto esa meta para el 2020, pero el objetivo es mucho más asequible para ciudades pequeñas como Boulder.”

Lombardi ha diseñado su Parque de Residuos Cero con capacidad para reci-clar o reaprovechar todos los desechos generados en una ciudad de 300.000 ha-bitantes, incluida una planta de compos-taje para los residuos orgánicos, un centro para el reuso, otro para la recuperación de nutrientes tecnológicos, otro para reciclables

Recogida de residuos orgánicos en el mercado de granjeros de union Square, en nueva york.

Christine datz-Romero, del Lower East Side Ecology Center.

deron Beal, de Freecycle.

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difíciles y una última instalación para pro-cesar los residuos finales.

“Se trata de una alternativa sensata a las incineradoras y a los vertederos”, asegura Lombardi. “No podemos seguir llamando basura a lo que no lo es. Hay que separarla en tres cubos: reciclables, compostables y residuos. Todas las tec-nologías que propongo en mi parque de residuos cero son simples, de baja tecno-logía y están suficientemente probadas. Y lo que es mejor, es una opción tan eco-lógica como rentable”.

“Si no hacemos pronto la conexión entre nuestra economía y nuestro medio ambiente (que produce todos los recur-sos para fabricar nuestros productos), el planeta se encargará de hacerlo por no-sotros”, vaticina Elizabeth Royte, autora de Garbage Land. Desde que cerró Fresh Kills, el megavertedero que despertó la conciencia ecológica de Annie Leonard, Nueva York exporta toda su basura diaria, a un altísimo precio...

“Todos deberíamos hacer el esfuer-zo por visualizar el impacto de lo que desechamos”, sugiere Elizabeth Royte. “La visita al vertedero tendría que ser obligatoria en las escuelas para que los niños aprendan pronto la lección: la ba-sura no desaparece mágicamente, sino que se acumula o se quema, que es aún peor. Hay que verla y olerla para hacer la conexión.”

Royte decidió no sólo investigar su propia basura, sino seguirle la pista con vocación de periodista de investigación

o detective. El MIT de Massachusetts, por cierto, ha puesto en marcha un proyecto, bautizado como Trash Tack, para seguir electrónicamente la pista a la basura y conocer el auténtico impacto de todo los que desechamos.

“Nada hay tan personal y local como nuestra propia basura, y sin embargo nada tiene posiblemente un mayor im-pacto global”, asegura Royte, que se pre-gunta qué pensarán los arqueólogos en trescientos años cuando descubran la in-sospechada vuelta al mundo no sólo de las materias primas, también de los residuos. Royte se siente deudora del arqueólogo de la basura, William Rathje, que en 1973 lanzó el Garbage Project, con la inten-ción de reconstruir la vida y milagros de los habitantes de Tucson a partir de lo encontrado en sus cubos... “Hurgar en nuestra propia basura es la última expe-riencia zen de nuestra sociedad”, escribía Rathje. “No sólo puedes verla, olerla y registrarla, sino que puedes llegar a una intimidad táctil con ella. De una manera o de otra, todo el mundo debería rebuscar en las inmundicias.”

Christine Datz-Romero, nacida en Alemania y afincada en Nueva York, no tiene ningún reparo en tocar la basura ajena, sobre todo si es orgánica. Cuatro veces a la semana, la furgoneta del Lower East Side Ecology Center (LESEC) des-pliega su carga de cubos en el mercado de Granjeros de Union Square, a donde los vecinos del Bajo Manhattan llegan con sus mondas de verduras, sus restos

de arroz, pan o pasta o los posos del café, que también son compostables.

“Si todo esto lo sacara un camión fuera de la ciudad, estaría llevándose sobre todo agua y nutrientes para la tierra”, apunta Christine. “¡Qué cosa más absurda! Que-mar gasolina, recorrer cientos de millas, para transportar agua pesada a un lugar lejano. Por eso es tan importante dar una solución local al tema de los residuos”.

alimentar a los gusanosLos dos centros de recogida del LESEC (el otro está en la calle siete) procesan todos los años 200 toneladas de basura orgánica. Los jardines comunitarios y las universidades se han apuntado al com-postaje, pero el Ayuntamiento de Nueva York no acaba de subirse al carro, aun-que más del 25% de los desechos diarios son pefectamente compostables. En San Francisco, la ciudad que presume de re-ciclar o reaprovechar el 75% de sus re-siduos, la recogida selectiva la realiza el propio camión de la basura.

“En Nueva York, con la altísima den-sidad y la gente viviendo en apartamen-tos pequeños y de gran altura, es difícil compostar en casa”, reconoce Christine Datz-Romero. “La solución debería ser buscar barrio a barrio. Pero haría falta un esfuerzo mucho mayor: nosotros llega-mos de momento a 1.500 familias. Nos financiamos básicamente con donaciones y con el dinero que conseguimos con las bolsas de tierra abonada.”

“Alimenta a los gusanos”... El recla-mo es irresistible en el puesto de Union Square, donde más de 500 personas vier-ten cada sábado sus desechos. Para Chris-tine, el compost es principio y fin: “Nada representa mejor el ciclo de la vida en la tierra. Las hojas caen, se degradan en la tierra, la abonan para la primavera. Con el alimento pasa lo mismo: si sabemos ponerlo de vuelta a la tierra, garantizará el crecimiento de la próxima cosecha. Es-tamos usando los recursos y poniéndolos en su lugar para que el ciclo continúe. En la naturaleza no existe lo que nosotros llamamos desperdicios”. n

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“La visita al vertedero debería ser obligatoria en la escuela, porque la basura no desaparece mágicamente”

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