Solo Ante Mi Ruina Ninja

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ANTONIO ESTEVEZ MUÑOZ

SOLO ANTE MI RUINA NINJA

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Primera edición: 2010 © Antonio Estévez Muñoz I.S.B.N. En fase de asignación. Depósito Legal: En fase de depósito. Promoción y distribución:

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A Paula y a Natalia

A la “crisis” que me transformo en Ninja, por haberme ayudado a conocerme

A todos con los que he compartido mi vida durante estos años. Sin ellos este libro hubiera sido otro.

A Covadonga ¿Quién sabe?

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Aquí estoy, mirando como arranca mi ordenador y pensando como todos los días, que un día de estos lo voy a tener que formatear para que vuelva a ser el que fue hace unos años. O algo parecido. Que la edad también pesa en este tipo de máquinas. ¿Qué es “solo ante mi ruina ninja”? Como ya descubrirás si avanzas en la lectura de estas páginas, mi mente de ingeniero tiende a ordenar el entorno de forma obsesiva en un intento de entender, así mejor, el mundo que me rodea por lo que, aunque quede poco literario, me tendrás que perdonar que proceda a enumerar las siguientes ideas. Primero. “Solo ante mi ruina ninja” es por encima de todo un relato real como la vida misma. Una descripción pormenorizada de un intervalo en la vida de un individuo, en este caso yo mismo, igualito que cualquiera de las personas que te cruzas a decenas todos los días camino del trabajo y que, como no podía ser de otra manera, ignoras. Es el relato pues, de las vivencias de un ser humano “anónimo”, como a lo mejor eres tú también y que, escribiendo este libro, pretende sacar del anonimato en bloque, a los cientos de miles de personas que están pasando por situaciones parecidas a la que yo pasé. Que están viviendo su drama personal desde la invisibilidad del resto de la sociedad. Sin que haya manera alguna de que todos

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podamos compartir su sufrimiento. Aunque algunos queramos. Porque al final, la crisis, esa crisis que llena los medios de comunicación, esa crisis que se echan encima los políticos los unos a los otros como arma arrojadiza es, por encima de todo, una lista interminable de nombres y apellidos de personas que, en muchos casos, de forma heroica, por el tamaño de la adversidad a la que se enfrentan, luchan hasta la extenuación por sacar a sus familias adelante. Por recuperar el futuro. Esta frase, ya te lo adelanto, la repetiré mucho a lo largo del relato. A los que se despiertan sobresaltados a media noche angustiados porque no van a poder pagar la hipoteca, a los que han tenido que cambiar de casa porque el banco les embargó la suya, a los autónomos a los que les han embargado la cuenta corriente por no pagar la cuota de la Seguridad Social, a los que han tenido que cambiar a sus hijos de colegio por no poder pagar el anterior, o los que acuden a Cáritas solicitando ayuda para comer. A los ejecutivos que se enfrentan con el fracaso esperando avergonzados en las colas del paro. En resumidas cuentas a los que han tenido que renunciar a toda una forma de entender y ver la vida. A todos ellos son a los que, con este libro y con su permiso, quiero rescatar de ese anonimato desmotivante para que juntos, podamos golpear las conciencias de los que pudiendo haber hecho algo para evitar que las cosas sean así, no lo han hecho.

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Segundo. Con la gente que me conoce, tanto a mí como a mi mujer, me ocurren dos cosas. Por un lado les cuesta aceptar que nos hayamos podido ver en una situación como ésta, que después te describiré bien. Y por otro, les sorprendió lo bien que, según ellos, lo conseguimos llevar. Confieso que si hace dos años me hubieran propuesto escribir un libro de autoayuda en el que se describieran digamos, diez puntos clave para sobrellevar un estado de ruina, no hubiera sabido por donde empezar. A todos vosotros os digo que tenéis razón. Es cierto, en pleno socavón siempre me sentí un hombre feliz y creo que lo mismo se puede decir de mi mujer y mis hijas. A pesar de todo. Cuando era pequeño mi padre me solía hablar del hombre feliz que no tenía camisa. Algo de eso hay y ya que voy a realizar el esfuerzo de compartir con vosotros esta experiencia, intentaré hacer una abstracción de mi propio comportamiento y transmitir las conclusiones a las que llegué fruto de la auto reflexión. Tercero. Desde que empezó a complicarse mi vida allá para principios del 2007, me vi a mi mismo muchas veces intentando analizar la situación en la que me encontraba inmerso en la búsqueda de respuestas a

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preguntas que todavía hoy no he sido capaz de responder. Sin embargo, desde la visión que tenía desde lo más hondo del oscuro túnel en el que se estaban transformando muchas de las cosas que estaban ocurriendo, me era difícil entender algunas de las decisiones anticrisis que se estaban tomando y algunas de las cosas que se decían. Yo no soy ningún ingenuo. Vivimos en un mundo que se mueve al ritmo que marcan los intereses de unos pocos. Ese mundo que, nosotros, los anónimos, se supone que no tenemos ni idea de que existe pero que ahí está. Lo presentimos. Un mundo de poderosos a los que no les importa alterar nuestras vidas si es en pos de la consecución de sus objetivos personales por vanos y vacuos que estos sean. Somos un mal menor, un percance inevitable. Por eso, como decía mi abuelo, el sentido común es el menos común de los sentidos y, a veces las cosas no se hacen, no porque se desconozcan si no más bien porque no interesa o sencillamente porque quedan al margen de las fuerzas que realmente mueven nuestra sociedad. Por eso, y justificando de esta manera la omisión quiero aprovechar para compartir contigo lector, algunas de las preguntas y respuestas que surgieron en mi mente anónima a lo largo de estos años de lucha fruto de la interacción con toda la gente que, con sus

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vidas, se cruzó por mi camino. Que no por anónima está plana y sin pulso. Cuarto. Este no es un libro de autoayuda. Lo siento si esperabas algo parecido pero, sinceramente, no me atrevo a aconsejar a nadie. Aun reflexiono sobre las claves que me permitieron sobrevivir desde la estabilidad emocional aquellos años tan duros intentando abstraer algunos conceptos simples que poder transmitir. Si embargo, si de mi experiencia eres capaz de sacar algo en claro, tengo que reconocer que me sentiré satisfecho. Voy a comenzar con mi historia personal. Esa historia que me llevó a ganarme la vida ayudando a los bancos a vender hipotecas a los “ninjas” y por ende, a transformarme en un “ninja” más.

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Reality. Episodio Primero HACE MUCHOS, MUCHOS AÑOS EN UN PAIS

MUY CERCANO El año 1983 aprobaba el examen de selectividad que me permitía el acceso a la universidad. A la segunda, en la convocatoria de Septiembre. A la de junio no me pude presentar porque me rompí la mano derecha y la escayola me impedía escribir. Pero vamos, no te voy a engañar, nunca fui el primero de la clase. Sacar las mejores notas nunca fue una de mis virtudes. En cualquiera de los casos y como consecuencia inevitables de la osteogénesis imperfecta grado 1 que sufrimos en la familia desde hace muchos, muchos años no me puede examinar en Junio. Me pasé todo el bachillerato con la idea de estudiar ingeniería de telecomunicaciones. Atrás quedaban olvidadas en los años de la adolescencia, las ilusiones de ganarme la vida como diseñador industrial o el disgusto que le di a mi profesora de literatura cuando le dije que me iba a la rama de ciencias puras. Si embargo, en un arrebato inexplicable de los que han marcado profundamente mi vida, en el justo momento de hacer la prematricula cambié la decisión de años y

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me matricule como primera opción en la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Navales de Madrid. La única que existía entonces. ¿Por qué lo hice? Pues, ni aun hoy lo se a ciencia cierta. Hay gente que pesa y sopesa sus posibilidades antes de tomar una decisión y gente, que no piensa nada. Que actúa por impulso convencida de que no por mucho pensar estará más segura de acertar con la decisión. Así era yo entonces. Así pues, sería ingeniero naval, como lo había sido antes mi padre. Mis hermanos también irían a la universidad. Yo acabaría siguiendo los pasos de mi padre, mi hermano sería licenciado en Ciencias Empresariales y mi hermana licenciada en Ciencias Exactas. Matemática. Cumplimos, pues, con el sueño de mi padre que no era otro que siguiéramos con una tradición familiar que venía de varias generaciones atrás. Esas tonterías que a veces, se nos meten a los seres humanos entre ceja y ceja. Mi bisabuelo, Don. José Estévez había sido médico en el pueblo pontevedrés de Puente Caldelas, o Ponte Caldelas como le llaman ahora. Todos sus hijos varones fueron a la universidad. Así entre mis tíos abuelos había un Ingeniero del ICAI, un Registrador de la Propiedad, un médico, y mi abuelo Antonio que fue farmacéutico. En la calle Jorge Juan de Madrid,

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esquina Lope de Rueda todavía existe su farmacia aunque ahora ya no es de la familia. ¿Qué pensarían mis antepasados si me vieran en la situación en la que me he visto envuelto a pesar de haber sacado mi carrera de Ingeniero Naval? Seguramente no entenderían nada. En su época, ser Ingeniero superior o, en general, ir a la universidad, te aseguraba un mínimo. Entonces era un privilegio. Mi abuelo José, el padre de mi madre, que había sido delineante naval durante toda su vida, hablaba de los ingenieros navales, sus jefes, con devoción. Para él, el regalo de su vida fue que, su única hija se casará con uno de ellos. Y el segundo hubiera sido ver a su nieto luciendo el título de ingeniero en la pared. La verdad es que, el alhzeimer primero y el cáncer después le privaron del disfrute de este segundo regalo. Yo entonces no lo sabía, pero en aquella Escuela de ingeniería iba a pasar los siguientes ocho años de mi vida ¡Y ocho años son mucho tiempo! Fueron años duros. Los primeros, fundamentalmente porque llegaba escasamente preparado del bachillerato para enfrentarme con aquel nivel de exigencia y sin base para enfrentarme con aquellos conocimientos. Que no quiero decir que mi colegio fuera especialmente malo, que tenía un nivel medio, el que tenían casi todos. Lo que pasaba es que las escuelas de ingeniería y los colegios donde se impartía bachillerato

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representaban dos mundos tremendamente separados y unidos por un puente largo y mal construido. Así había sido siempre. Así fue en la época de mi padre. Y así era en la mía. Y me imagino que así seguirá siendo ahora a pesar de Bolonia y demás “justifica funcionarios” De los cientos de alumnos que empezamos aquel Septiembre de 1983 muy pocos acabamos con el título debajo del brazo. Solo tres lo hicieron en los seis años. Uno de ellos mi amigo, ex compañero de colegio y ex vecino, Jesus Vicente Gonzalez Herrera, una de las personas más aparentemente perfectas que se ha cruzado en mi vida. Un saludo desde estas páginas. Vi a personas muy brillantes abandonar, huir, por no aguantar aquel nivel constante de machaque sin cuartel al que éramos sometidos. Yo, el tercer año, con dos asignaturas aprobadas de primero como único resultado de tan tremendo esfuerzo, hice la prematricula en la facultad de económicas decidido a no seguir aguantando más. Sin embargo, en el último momento aprobé la Física de primero, uno de los tres “puros” cuyo aprobado marcaba el antes y el después y creí que aquello no se podía tirar a la basura y que, por ende, tenía que continuar.

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Y así lo hice. Aquellos primeros años fueron los de los madrugones para estudiar, hasta cinco horas diarias y la asistencia a las clases una y otra vez para finalmente suspender, suspender y suspender. Hasta que, de repente, a veces sin saber muy bien porque, aprobabas. Y entonces, continuabas. La carrera duraba seis años, y había que aprobar un montón de asignaturas. Cincuenta y tantas. Y de postre, el proyecto de fin de carrera que era, como no podía ser de otra manera, el proyecto básico completo de un barco. El año 1993, estando ya trabajando, aprobé la última asignatura, el “Calculo numérico, informática y estadística” de tercero que daba el catedrático, D. Ramiro Cercós. Aquello se había acabado. Muchas veces pensé que si se lo hubiera contado a los curas de mi adolescencia nunca se lo hubiesen creído. Atrás quedaban, unos compañeros que se transformaron en amigos para toda la vida y una ansiedad crónica que desde entonces me visitaría de vez en cuando, fruto, quizás, de haber llevado la mente al límite en demasiadas ocasiones. De haber visto el

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fracaso tan cerca como para tocarlo con la punta de los dedos siendo, aun, demasiado joven. Pero había sido capaz de cruzar la cinta de aquella dura maratón. Ver que muchos se habían quedado en el camino reforzaba la idea de que aquello no había sido fácil. Entonces ya llevaba más de un año trabajando en una empresa de informática, “Videobanco” pionera en la elaboración de contenidos interactivos que mezclaban programación con imágenes y video. Un campo que entonces empezaba a desarrollarse. Yo me dedicaba a realizar los guiones de contenido de los diferentes cursos. Me empollaba el manual de funcionamiento del equipo en cuestión y a continuación, decidía cual sería la secuencia de textos, videos e imágenes que saldrían en el laser disk (los DVD entonces eran algo exótico). Me acuerdo que preparé una parte del manual de mantenimiento de una locomotora que había adquirido RENFE. Iba medía jornada y me sentía bien retribuido. Unas 100.000 ptas, esto es, unos 600 €. Por cinco horas. Viviendo en casa de mis padres en un momento en el que no había apreturas, una gloría. Fue la época de los viajes a Nueva York, Berlín o Israel.

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Y en eso estaba cuando mi padre, que, por una suspensión de pagos de uno de sus socios hacía unos años que había cerrado la que había sido su empresa durante más de diez años, Polar Ibérica del Frío y que estaba embarcado en un proyecto nuevo, Pramfrio, con algunos compañeros de profesión, me sugirió la posibilidad de incorporarme a trabajar con ellos. Y así lo hice. Y de paso, y después de diez años de noviazgo, me casé con la que era, es y será, la mujer de mi vida, Rosa. Aquel cambio significaba progresar, y yo, no se muy bien por qué, siempre creí que la vida tenia que ser precisamente eso, progresar. Ahora lo pienso y me sonrojo pero entonces, yo veía las cosas así. Era mi modelo de realidad. Mi forma de ver el mundo. En Pramfrio estuve unos dos años y medio. Hasta que se cerró la empresa. Fue la época de los viajes a México, primero para chequear “in situ” la evolución de la construcción de las naves frigoríficas que estábamos construyendo en Xalapa y en Guadalajara después, cuando mi padre y yo nos habíamos independizado del resto, y habíamos creado Teccoal, para intentar vender nuevos proyectos de frío industrial. No en vano, el experto en frío de la compañía era mi padre, como le gustaba bromear, “el tío que más sabía de frio en España”.

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A pesar de la evolución mental que he experimentado durante todos estos años, te puedo asegurar que recuerdo aquella época con verdadero cariño. Al principio hice tantos planos que me convertí en un experto en manejar Autoacad cosa de la que después me he congratulado en numerosas ocasiones. Y después, con los viajes, aprendí mucho. Que duda cabe de que viajar forma. Es una buena universidad, como dicen algunos. Si algún día puedo, volveré a visitar aquel extraordinario país en el pasé tan buenos momentos. Pero la verdad es que se nos había echado encima la crisis, ¡mi primera crisis!, la de principios de los noventa y no había manera de vender nada, ni dentro, ni fuera de España. Puede que aquella experiencia me marcará decididamente de cara a la que ha sido mi forma de actuar en esta. Seguro. Así, vi a mi padre luchar hasta lo indecible por sacar adelante aquel negocio, aunque sin darse cuenta de que deambulaba por un camino sin retorno. Lo que se estaba generando era su descapitalización lenta pero progresiva, con el handicap de que él, entonces, no tenía cuarenta y cinco años como tengo yo ahora.

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Mi hermana y yo tuvimos que mal vender los pisos que teníamos en San Sebastián de los Reyes para devolverle el dinero que nos había prestado para podérnoslos comprar. Ni Rosa ni yo dudamos un ápice a la hora de tener que dar aquel paso, porque ambos éramos conscientes de lo que le debíamos. A él y a mi madre. De aquella época me quedan tres recuerdos, frescos aun a pesar del tiempo transcurrido. Creo que a pesar de lo mal que lo estábamos pasando viendo que no éramos capaces de cerrar ni una sola operación y que el dinero para mantener todo aquello se iba acabando, el peor momento tanto para mi como para mi padre fue, cuando tuvo que decirle a mi hermano Javier que no teníamos trabajo para él. Javier había estado trabajando en México con uno de los clientes de Pramfrio. Ya no me acuerdo bien pero, me imagino que en cuanto se terminaron las naves frigoríficas desapareció el interés entre ambas partes por mantener aquella relación laboral por lo que Javier decidió hacer las maletas y volverse para Madrid. La realidad es que estábamos en plena crisis de principios de los noventa y encontrar trabajo en Madrid no era fácil como poco tiempo después yo mismo comprobaría, por lo que, como no podía de ser de otra manera llamó a la puerta de nuestra ya moribunda empresa para ver en que nos podía ayudar. Y mi padre,

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con gran dolor le contestó que en nada. Yo entiendo que mi padre, que ya se había echando a sus espaldas el tener que mantenerme a mi viera imposible aumentar aquella carga teniendo que mantener también a Javí. Pero no porque no hubiera otra posibilidad fue fácil para nadie. Sobre todo para mi hermano que no entendía nada. Porque yo si y él no. Un día apareció por la oficina diciendo que se había comprado un billete para México y que se volvía. Unos días después, con un puñado de dólares en el bolsillo y su firme decisión de salir adelante volaba hacía el DF. Le iban a salir pelos en el pecho pero lo conseguiría. Ya lo creo que lo conseguiría. Y yo, empecé a atisbar que disfrutar de la felicidad o sufrir la infelicidad eran cuestiones cuyo fundamento podía ir bastante mas allá de tener la cuenta del banco más o menos cubierta. Este es el primer recuerdo. El segundo es general y acojonante. Sólo de volverlo a recordar me vuelvo a emocionar y tengo que luchar para no dejar correr las lágrimas cara abajo. Me acuerdo de pasar auténticos “días de perros” en la oficina de “Sanse”, codo con codo con mi padre, luchando contra proveedores, bancos y clientes. Contra

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todos a la vez y sin una sola buena noticia a la que agarrarnos. Recuerdo verle derrotado, cansado, como un viejo león que llevara horas luchando por quitarse de encima la red con la que le habían quitado la libertad. Llegábamos juntos a casa, en silencio, sin dejar que una sola palabra interrumpiera nuestras meditaciones y, justo antes de abrir la puerta el mismo ritual. Se giraba y me decía:”Antonio hijo, a tu madre nada de ésto que se asusta por nada” entonces cambiaba la cara, adornándola con una sonrisa tan natural que pareciese que hubiera sido su estado natural durante todo aquel largo día y recibía a mi madre con un beso y en cuanto mi madre le preguntaba sobre como iban la cosas el siempre le contestaba lo mismo “¿pues como van a ir mamá?, ¡fenomenal!” El otro recuerdo es puntual. No se que mes era de 1996. En la oficina ya no quedaba ni el contable, Augusto Terol. Entonces entré en su despacho y me senté en una de las sillas de confidente que tenía delante de la mesa. Le debí decir algo parecido a ésto: - Papa, si seguimos adelante con Teccoal no te va a quedar nada. Ya no me creo que vaya a salir ni uno solo de los proyectos que llevamos meses luchando. Todavía tienes lo justo para jubilarte y vivir tranquilo el resto de tu vida. Y yo, soy muy joven y puedo buscarme otro trabajo. Tenemos que cerrar. Tenemos que cerrar ya. Me miró y me preguntó

- ¿Estás seguro?

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- Nunca he estado tan seguro de algo. Se levanto y me dijo.

- Acompáñame a casa para decírselo a tu Madre. No nos abrazamos ni nada por el estilo. Nuestra relación no era así. Pero se que, en aquel momento respiró por primera vez desde hacía meses. Lo noté porque en aquel corto viaje hasta el chalet de Fuente la sonrisa apareció mucho antes. Yo notaba que, si no fuera por mi, él habría cerrado aquello hacía ya muchos meses. Y aquello no tenía sentido. Unos meses después, estaban los dos viviendo felices en Estepona cumpliendo así el que había sido su sueño durante mucho, mucho tiempo. Y yo, pues me fui al paro. A buscar trabajo. Experimenté lo de las interminables colas para que te sellaran la cartilla. El trato, muchas veces despreciable por la indiferencia de algunos funcionarios y la dulce y tímida sonrisa de apoyo de otros. Todas aquellas vivencias tan inesperadas me llevaban una y otra vez a reflexionar sobre mi posicionamiento ante aspectos claves de la vida y al paso, notaba como en mi interior se iba forjando una cierta visión estoica de un mundo ante el que empezaba a desarrollar una relativa capacidad de resistencia. Y aquello me reconfortaba.

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Mi mujer, mientras tanto, llevaba meses luchando con una tienda de ropa que había montado con la ayuda de mi suegro en el barrio del Pilar de Madrid. Pero las crisis son las crisis. Y seis meses después yo seguía incapaz de conseguir un trabajo. Gracias a Dios contaba con la ayuda económica de mi padre que me completaba el paro para que siguiera cobrando lo que en su momento me pagaba él. Se hacía entonces cierto eso que después oiría tantas veces de que sin familia es difícil pasar las crisis. Cuando el estado da por concluida su actuación, la familia, sin embargo, sigue ahí, hasta donde sea necesario y es que la familia es, necesariamente, el átomo básico sobre el que se debe articular la sociedad. Poco a poco empezaba a vislumbrar el heno de la paja. Aunque aun había mucha paja. Entonces, mi gran amigo y compañero de proyecto, Fernando Martel me llamó y me dijo que porque no me iba a trabajar con él a la factoría que Astilleros Españoles tenía en Sestao. A fin de cuentas tenía el título, como él. Hasta entonces nunca me había planteado la posibilidad de salir de Madrid y menos, de trabajar como Ingeniero Naval. Me dijo que estaban buscando ingenieros navales para cubrir nuevos puestos comprometidos con la renovación ligada a la

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reconversión. Que era mi oportunidad. Como siempre, se lo comenté a Rosa y ésta ni lo dudo.

- Vámonos. Vámonos ya. Aquí no hay futuro. - ¿Pero, y la tienda? - A la M… con la tienda. Lo único que nos da

son problemas. Vámonos. Y dicho y hecho. Pasé sin grandes apuros unas pruebas de selección que se realizaron precisamente en la Escuela de Ingenieros Navales y a las que se presentaron cientos de candidatos con estudios de todas clases, todos locos por encontrar un trabajo. ¡Qué duras son las crisis! Me hicieron las pruebas de ingles y nos fuimos para Bilbao. Con la ayuda de Fernando y de su mujer, Ne, nos fue muy fácil adaptarnos. Ellos nos tenían casi buscado el precioso piso de alquiler en el que nos metimos a vivir, a escasos cincuenta metros de la coqueta playa de Castro Urdiales que tanto pasearíamos durante los meses posteriores. Con su ayuda y nuestra ilusión todo fue fácil. Entré a trabajar en Sestao como jefe de sección de compras, en dependencia directa del Director de Compras de Buque, el bueno de Victor Rivacoba, que dependía del Director de Aprovisionamientos, un compañero mío, Juan Manuel Gaubeca, que formaba

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parte del comité de dirección que dirigía otro compañero mío, Javier Echevarría. Entonces en Sestao debían trabajar unas ochocientas personas, aparte de las subcontratas y venían, eso si, de ser unos tres mil. Estábamos aun viviendo los últimos coletazos de la reconversión. Nunca me olvidaré del primer día que paré en la barrera de la entrada. Aun era de noche y llovía. Debían ser las 7.00 de la mañana. Siguiendo las indicaciones del vigilante de la entrada dejé mi Opel Corsa en el parking de visitas y, debajo del paraguas, anduve el largo camino que me separaba de las oficinas de administración. De los talleres salían, como fuegos artificiales en la noche, los chispazos de la soldadura contra la chapa de acero, que rompían el monótono sonido de las alarmas con las que las inmensas grúas anunciaban que se movían a lo largo de sus carriles volando por encima de nuestras cabezas los inmensos bloques de cientos de toneladas de peso. En Castro pasamos un año que recuerdo, recordamos los dos, Rosa y yo, tranquilo y feliz. Y eso que cuando me enteré de lo que me iban a pagar casi me vuelvo. Hoy, se, que se sigue pagando lo mismo. A pesar de lo que ha llovido. Y es que hay cosas que nunca cambian.

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A pesar del disgusto Rosa me convenció para que nos quedáramos. Me dijo.

- Empecemos de nuevo. El dinero ya vendrá. Y como otras tantas veces a lo largo de nuestra vida, no se equivocaba. Entre otras cosas conocí a una de las mejores personas que se ha cruzado en mi vida y con las que establecí una relación de esas que te marcan para los restos. Mi buen amigo Pedro Otxoa. El día que me lo presentaron y le miré a los ojos presentí que había tenido suerte. Compartimos mesa de despacho, la suya, durante todo aquel año. Llena de papeles que se caían por todas partes pero que como él bromeaba, “cada cual en su sitio. Que como me la ordenen no me entero”. Pedro, de barcos y de su construcción, simplemente lo sabía todo. Y lo siento por todos mis compañeros. Porque Pedro no era Ingeniero Naval. Ni falta que le hacía. Inteligente y autodidacta, a lo largo de sus largos años de profesional lo había aprendido, insisto, todo. Pero también era una de las personas que más sabía sobre el ser humano y su complejidad. No tendré tiempo, ni viviendo dos vidas, de agradecerle todo lo que me enseñó durante aquellos meses y el cariño con el que nos trató tanto a mi, como a Rosa. Para mí, fue como un padre. Y me consta que

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yo, para él, fui una especie de segundo hijo. Que el primero, Joseba, ya lo tenía por derecho propio. Pedro era una autoridad en La Naval. En ocasiones, hasta el propio Director General, Javier Echevarría, le llamaba para consultarle alguna cosa. Y para que hablar de Victor, que no era capaz de dar un paso sin que Otxoa, como le conocían en el astillero, le hubiera dado su opinión. Apadrinado por él, para mí la vida fue fácil en Sestao y un astillero es un lugar duro para trabajar. Te lo puedo asegurar. Tuve la suerte de ver botar la construcción 290, un shuttle de doscientos y muchos metros de eslora que, de alguna manera sentí que llevaba algo mío. Recuerdo la algarabía del día de fiesta y la ilusión que se adivinaba en la cara de los cientos de operarios que, orgullosos, contemplaban como aquel gigante del mar que habían fabricado entre todos se deslizaba hacía la ría de Bilbao. En la dirección de compras había varias secciones. Estaba administración de compras y compras técnicas, que de alguna manera llevaba Pedro, ya que compras técnicas no le correspondía pero estaba huérfana de jefe y le había tocado adoptarla. Estaban compras de equipos y motor principal que las llevaban marinos mercantes y todo lo que era pintura y ya no me acuerdo

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que más, que llevaba nuestro compañero de despacho. La idea era reunificar las cinco secciones en tres y que yo me encargará de una de ellas cuando Pedro se prejubilara que podía ser en cualquier momento. De hecho, por edad, ya tenía que haberlo hecho pero ni Víctor ni Echevarría querían prescindir de él. Y él, pues aguantaba divertido sin protestar y aprovechaba para enseñarme todo lo que sabía y podía. Para Rosa y para mi, quedaba atrás definitivamente la crisis de los noventa y los problemas de Madrid ocupaban un espacio muy pequeño en nuestra mente. No había tiempo para recuerdos amargantes y demás estupideces. Estábamos juntos y felices con nuestro nuevo proyecto de vida y lo único que queríamos era, precisamente eso, vivir. Como andábamos tan justos de dinero normalmente nos reuníamos varios para ir todas las mañanas al astillero en un solo coche y así, repartir el costo de la gasolina. De uno de aquellos viajes surgió mi amistad con una compañera Ingeniero Industrial que se llamaba Adela. Adela era de Cádiz y constantemente nos comentaba lo que echaba de menos su tierra, su sol y la forma de ser de su gente aprovechando que, ni Fernando ni yo éramos de allí. Decidí ponerme en contacto con algún

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compañero de los que tenía trabajando en el otro gran astillero público del país, la Factoría de Puerto Real y comentarles que tenía una compañera de producción que estaba intentando cambiar de aires. Era difícil encontrar ingenieros que quisieran trabajar en la humedad de la grada o de los talleres. Esto era producción. Digan lo que digan, era duro. Pero a Adela le gustaba. No se si, por su condición de mujer, nuestros compañeros operarios tenían con ella, ellas en general, más consideraciones que con nosotros pero a ella no le costaba nada dirigir a sus trabajadores. Pues fue dicho y hecho y unas semanas después Adela viajaba camino de Cádiz y dejaba en Castro un sentimiento de gratitud hacía mi persona que acabaría cambiando mi vida y la de mi mujer. Unos meses después me envió por correo el anunció de un puesto de trabajo que le había llegado a través del colegio de ingenieros industriales:

“Importante empresa del sector de la alimentación busca Ingeniero Industrial para dirigir departamento de

compras” Y una breve nota:”suerte”. No se porque envié el currículo porque, la verdad, yo me encontraba a gusto con mi nueva vida. Pero insisto en que este comportamiento es el que llevo escrito en

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mis genes y aunque ahora, he aprendido en la manera de lo posible a dominarlo, yo soy así. O por lo menos, era así. Y, sin decirle nada a nadie excepto a mi mujer, lo envié. En Astilleros, si había escasez de algo era de alguien que hablará ingles. Y ya se sabe, en el país de los ciegos el tuerto es el rey. Por eso un día me llamó Víctor y me dijo que habían decido enviarme a un pueblecito de Suecia llamado Orebro donde se encontraba una de las fábricas de acero inoxidable más grande del mundo, Abestas Sheffield, de la que nos suministrábamos las gruesas chapas de acero inoxidable con las que construíamos los tanques de los shuttles. Había que chequear cual era el nivel de desarrollo de una partida de acero cuya entrega era clave para cumplir los plazos de entrega del buque. Y para allá que me fui. Todas las tardes, al volver al hotel, lo primero que hacía era llamar a Rosa para ver cómo iba todo. Uno de los días me comentó que había llamado una persona, en relación con el currículo que había enviado y que necesitaba urgentemente que me pusiera en contacto con él. Se llamaba Xavier Marques y le había dejado un teléfono de Barcelona para que me pusiera en contacto lo antes posible. Rosa me insistió en que no dejara de llamarle. Que se lo había pedido por favor

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con cierta insistencia. Así pues, fue lo primero que hice nada más colgar. Tuve la suerte de que, a pesar de la hora, le pillé en la oficina. Tras confirmar que era yo, me preguntó si no me importaba que me hiciera unas preguntas sobre el currículo que le había enviado, a lo que yo le respondí, por descontado, afirmativamente. Lo repasó de arriba abajo haciéndome mil preguntas sobre todos los puntos. Y eso que, entonces, mi currículo era más bien corto. Le interesó mucho el hecho de que fuera Ingeniero Naval en lugar de Industrial. Mi experiencia en el sector del frío Industrial. Mi relación con el mundo de las compras, mis conocimientos informáticos, etc. Después me confesó que el currículo se adaptaba tanto al puesto que pensó que era falso y que lo había construido a la medida. Treinta minutos después él ya tenía claro que aquella era de verdad mi experiencia y según volví a Bilbao estábamos fijando una entrevista para vernos en Barcelona. Me gustó lo que me contó. El puesto, aunque estaba un poco por definir, algo muy típico en las empresas familiares en plena fase de cambio generacional, venía a ser de director de compras y responsable de flota de una de las empresas privadas más grandes de este país, Freiremar. El puesto era para Las Palmas de Gran Canaria. Y lo que entonces fue más llamativo para mi, el sueldo era de 36.000 € brutos. El doble que ganaba

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en Astilleros. La verdad fue que el tiempo voló durante la entrevista porque entre los dos surgió una empatía especial. De repente me preguntó si me atrevía a reunirme con el que sería mi jefe, el Director General de la compañía, Juan Manuel Freire, hijo del fundador y presidente, D.Manuel Freire y persona que estaba liderando el proyecto de cambio. No estaba preparado pero se dio la coincidencia de que Juan Manuel había ido a visitar sus oficinas de Merca Barna y propuso que nos conociéramos. Freiremar tenía oficinas en todos los mercas de España y creo recordar que más de tres mil empleados. Aquel año facturaría unos 400 millones de euros. Yo dije que, mientras no me supusiera perder el avión de vuelta, por mí, encantado. Y nos reunimos en un hotel cerca del aeropuerto. ¿Qué decir de aquella entrevista? Si tuviera que describirla con una palabra usaría desilusionante. Desde el primer momento, Juan Manuel dejaba traslucir detrás de aquella aparente frialdad una persona a la que le caía grande el puesto de Director General de aquel “empresón” que había creado su padre. La verdad es que era joven y todavía, hasta que su padre se jubilara, tenía tiempo para aprender muchas de las cosas que le faltaban para ser un buen Director General. Pero la realidad es que aquel iba a ser mi jefe directo y yo, sentía que entre los dos no surgiría la

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empatía necesaria para mantener una relación fructífera. Intente analizar todos los pros y contras en el viaje de vuelta y en cuanto vi a Rosa en el Aeropuerto de Bilbao le aseguré que aquel puesto no era para mi. Al día siguiente llamé a Xavier Marques para decirles que, sintiéndolo mucho, no aceptaba. No me fui por las ramas. Le explique que no me veía trabajando bajo las órdenes de Juan Manuel Freire y que aquello no se compensaba ni con puesto ni con sueldo. El me insistió en que en la entrevista no se había mostrado como realmente era y que, desde su punto de vista de especialista, creía que aquel puesto estaba hecho a mi imagen y semejanza a pesar de lo cual, mi respuesta fue no. Un tío interesante aquel Xavier. Desde entonces no lo volví a ver más y era una de esas personas con las que merece la pena mantener un vínculo. Mientras yo trabajaba en Sestao se dedico a llamar a mi casa para intentar convencer a Rosa de que con la negativa estaba cometiendo un error. De que tenía que convencerme para que cambiara de opinión. Y en eso estábamos cuando algo me ocurrió en Astilleros que me hizo pensar que a lo mejor me estaba equivocando. No debió ser nada especialmente grave porque de hecho, no me acuerdo, pero aquella tarde cuando llegué a casa y Rosa me comentó la última conversación que había

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mantenido con Xavier, al rato estaba marcando su teléfono para decirle que definitivamente aceptaría el puesto. Recuerdo lo duro que fue para mí decírselo a Pedro. Me preguntó si estaba seguro de lo que hacía. Cuando le dije cuanto me iban a pagar me reconoció que era difícil decir que no a una oferta como aquella. Como siempre, respetuoso, no dudó en apoyar mi decisión peo yo sabía que en su fuero interno tenía miedo de que pudiera estar equivocándome. El sabía que mi sueldo en el Astillero era pequeño pero tenía claro que en muy poco tiempo podría llegar a sustituir a Rivacoba e incluso, porque no, a Gaubeca. Los dos se tenían que jubilar y por la rama de aprovisionamientos no había más ingenieros navales. El camino lo tenía libre y lo que es mas importante, hubiera contado con su apoyo. Y Pedro, como ya he dicho, era un poder fáctico en la factoría. Después, además, hubiéramos terminado montando un despacho profesional para echar las tardes disfrutando con el desarrollo de aquella bonita profesión. Pero me respetó. Y no me insistió lo más mínimo. Y ahora, desde estas páginas te digo, amigo Pedro, que tenías toda la razón. Siento que me equivoqué. La vida es así. Tuve entre mis manos lo que hoy se que era oro y sin embargo entonces, pensé, que era lata. Una pena. Aunque ahora se que la próxima vez que me pongan

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las pepitas encima de la palma de la mano lo sabré reconocer. El cuanto se lo comuniqué a mi jefe intentaron desde Recursos Humanos hacerme una contrapropuesta que, lamentablemente, llegaba tarde. Con el tiempo llegué a aceptar que si hubiera trabajado con las condiciones que me ofrecieron en el último momento no habría ni ido a la entrevista. Pero una vez más tengo que decir lo de que así es la vida. Metimos nuestros enseres en un contenedor y tras despedirnos de Castro donde dejábamos tan buenos recuerdos, nos metimos en un avión camino de Las Palmas. Los dos. Como ya empezaba a ser habitual. Allí estaba Rosa, a mi lado, ilusionada con todo lo que estaba por venir y rebosando aquella felicidad de la que, placidamente, me encantaba dejarme contagiar. Con ella a mi lado, todo era mucho más fácil. Y de Las Palmas, otra vez, un montón de recuerdos. Las oficinas centrales de Freiremar estaban dentro del puerto de pesca. El entorno era algo más amigable que el de Sestao, pero no mucho más. Sobre todo cuando uno salía de trabajar a las once de la noche. Era un edifico enorme de dos plantas. En la superior estaban las oficinas propiamente dichas, una sala enorme llena de despachos y salas de reuniones acristaladas. Los

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únicos despachos que no estaban a la vista eran los de los dueños. Y la planta baja donde estaban los almacenes, la gente de compras y los inspectores de los buques. Nada más llegar, el Director de Recursos humanos me acompañó hasta la planta baja y me presentó a la que iba a ser mi gente. El recibimiento no fue, como podíamos decir excesivamente caluroso. El que debía ser mi despacho estaba ocupado por dos personas que no habían tenido tiempo de desocuparlo por lo que opté por sentarme en una de las mesas que estaban vacías sin poner muchos problemas. Mi estrategia sería, aprovechando mis dotes personales, como siempre, primero intentar ganarme a la gente por la parte emocional derribando todas las barreras que habían levantado ante mi persona para después, ponernos a trabajar. Estaba sacando mis cosas cuando vinieron a buscarme para presentarme al gran jefe, al patrón, a D.Manuel Freire. Al contrario de lo que me había ocurrido con su hijo, desde el primer momento me pareció un hombre cordial. Me estuvo preguntando por mi paso por la naval y me confesó que estaba muy a disgusto con el funcionamiento de todo lo que eran las compras, los almacenes y la gestión de la flota y que confiaba en mí para que fuera capaz de cambiar el rumbo de aquella parte de la empresa.

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Al acabar me quiso acompañar personalmente hasta mi puesto de trabajo. Sabía porque lo hacía. Al entrar en la sala del almacén acompañado del gran jefe noté como mi autoridad se disparaba hasta niveles insospechados. Me presentó a uno de los inspectores que era su hermano, Bueno Freire. Me preguntó por mi sitio y cuando se lo mostré se disgustó mucho y sin disimularlo, le ordenó a Bueno que de inmediato se liberara el despacho para que yo pudiera ocupar mi sitio. Y se fue. A los dos días me había instalado en la primera planta con gran enojo por mi parte que quería estar lo más cerca posible de mi gente “Usted tiene que estar aquí, junto a la dirección. Que suban ellos cuando usted los necesite” sentenció. Rápidamente me di cuenta de que con aquella jugada, por un lado, me tenía un poco más vigilado y, lo que es más importante, me protegía de la manada de lobos que quería que domesticara. Por un momento temió que antes de que pudiera sacar el látigo se me hubieran zampado. Y así las cosas, empecé a trabajar. Al no haber ningún procedimiento y estar toda la información tan desordenada, me costó muchas horas asimilar la esencia del puesto.

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Muchas veces me quedaba hasta tarde. Toda la planta estaba apagada excepto la luz de mi cubículo y la que salía del despacho de D.Manuel. Entonces, en lo que acabaría transformando en un ritual, éste salía de su despacho y tras comprobar que estaba en mi puesto, venía andando despacio hasta mi mesa para sentarse en una de mis sillas de confidente. Y hablábamos. Y mientras lo hacíamos se iba forjando una relación de amistad. Como sabía que contaba con su apoyo empecé a cambiar las cosas como él quería. Cambié los proveedores de aprovisionamientos de la decena larga de barcos que pescaban pulpo en los caladeros de Marruecos y Mauritania consiguiendo un ahorro en precio espectacular. Para ésto tuve que luchar, no solo con los compradores del departamento sino también con los cocineros y marineros en general de la flota, que tan bien agasajados estaban por los antiguos proveedores. Me acuerdo la que se lió cuando decidí cambiar el suministrador de gas oil. Los inspectores se me amotinaron con la excusa de que habría que mover los barcos de muelle para repostar a lo que yo les replicaba que el ahorro bien valía la pena el esfuerzo. Acabamos todos en el despacho de D.Manuel. Tras escuchar mis

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explicaciones y las del resto dio por terminada la reunión con un escueto “Hagan lo que dice Estevez” Le convencí para que me dejara contratar a Pedro Otxoa para la supervisión de un arrastrero congelador, el Jacquelin, que había comprado en Argentina y que estaba acondicionando en un astillero de Vigo, en Cardama, para enviarlo a pescar róbalo a las aguas del ártico. A pesar de que la reparación estaba ya iniciada, Pedro hizo una extraordinaria labor y le ahorró a mi jefe un montón de dinero. Me encantó subirme a bordo cuando el barco recaló en Las Palmas camino de su caladero. Disfrutaba paseando por el puerto subiendo a inspeccionar los pesqueros. No en vano todo aquello tenía mucho que ver con mi profesión y el puerto de las Palmas es uno de los más bonitos del mundo. Rápidamente me hice famoso dentro de la compañía. Era la única persona del equipo de Juan Manuel al que no le daba miedo el muelle. Era el único al que conocían. Me encantaba hablar con los rederos o pagar a los tripulantes en el puente cuando regresaban de pescar al terminar la marea. Aprendí lo que era un “condón” en el argot pesquero. Una red ilegal. Que el pulpo del nueve era tan pequeño que no estaba permitido pescarlo a pesar de lo cual los japoneses se llevaban cientos de toneladas todos los años.

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También me enseñaron a diferenciar un pescado congelado casi vivo de uno congelado con posterioridad. Y muchas otras cosas más. Me encantaba ver el ritual mediante el cual los asiáticos comprobaban la calidad de los atunes antes de comprarlos. Le pegamos un repaso desde el punto de vista comercial a las tiendas de congelados de Las Palmas. Y mientras, Rosa, se había hecho a la isla y con su don natural disfrutaba de la vida y me hacía disfrutar a mí. El ambiente era bueno. Hicimos buenos amigos entre la gente del trabajo donde, entre los recién llegados éramos mayoría los peninsulares. Juan Manuel se había dedicado a contratar a mucho ex auditor y ex consultor de Price, Andersen, etc con algunos de los cuales hicimos buenas migas. Además conocimos a Juan, a Mari y a su hija Silvía con los que entablaríamos una relación de amistad que duraría de por vida. Había varios compañeros de la Escuela entre los que estaba mi buen amigo Ceferino Brito con el que me encantaba tomarme una cervecita en la punta de las canteras. En fin, que, a pesar de las tensiones propias del trabajo y de que cuando salía de noche miraba bien a un lado y a otro antes de cruzar, las cosas nos iban bien.

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Si embargo, al final, empecé a sentir que la isla se me quedaba pequeña y a la vez, estaba demasiado lejos de cualquier lugar interesante. Y me empecé a poner nervioso. Así mismo en la empresa había una gran rotación de personal. Si alguien no encajaba, se iba a la calle sin contemplaciones. Para algo, aquella empresa tenía un dueño. Yo, estaba claro, no tenía ningún tipo de problema pero al final, me sentía incomodo con aquella política de recursos humanos. Por otro lado mi mejor amigo dentro de la empresa, Toni, nos dejo para irse a trabajar a Mónaco, ni más ni menos. Y aquello me dejó muy mal sabor de boca. Y lo volví a hacer. De nuevo una decisión por impulso. De nuevo la razón de ver que mi carrera en Freiremar era más que prometedora y que la isla nos ofrecía todo lo que se podía pedir, se fue a hacer gárgaras. Simplemente desapareció. Envié mi currículo para un puesto de Director de Aprovisionamientos que estaba gestionando la consultora Dopp para Supercable, el operador de cable andaluz del grupo Endesa.

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Y una vez más ocurrió que me llamaron y me propusieron mantener una entrevista en sus oficinas de la avenida de la Palmera, en Sevilla. Yo no conocía Sevilla y la primera impresión fue buena. Recuerdo que mis padres, que entonces vivían en Estepona fueron a recogerme al aeropuerto y así, aprovechar el tiempo para estar un rato conmigo. Empaticé rápidamente con Miguel Angel del Ojo uno de los socios de la consultora hasta el punto de que hablando y hablando se nos pasó la hora y, cuando quisimos darnos cuenta ya casi no quedaba tiempo para ir a ver al cliente. Mis padres me trasladaron todo lo rápido que pudieron hasta el World Trade Center de la Isla de la Cartuja donde me entrevisté con el que sería mi jefe, Juan Castellanos, el director del Área de Recursos y miembro del comité de dirección de la compañía que dirigía Jose Carlos Serrano. Con él la entrevista no duró tanto. Muy en su estilo aun por descubrir por mi, a medía palabra de mi exposición me cortó bruscamente y me dijo que no necesitaba saber nada más. Que si era el elegido me llamaría. Y nos despedimos.

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Me pasé todo el viaje de vuelta repasando nuestra conversación intentando descubrir que es lo que había dicho que le había molestado. Esto fue un viernes. El lunes a primera hora recibí una llamada desde Sevilla. Era Juan.

- El puesto es para ti. Necesito que te vengas ya para aquí.

- Hombre... Gracias. Que buena noticia. Bueno. Lo comunicaré hoy mismo y me imagino que tendré que quedarme los quince días de rigor y…

- No puedo esperar quince días. Búscate la vida pero necesito que vengas ya.

Así era el que fue mi jefe durante los tres años siguientes. Aquel mismo lunes me acerqué al despacho del que era director de Recursos Humanos de Freiremar y le comuniqué mi decisión de abandonar la empresa. Cuando me pidió explicaciones sobre la decisión le contesté, fiel a la verdad, que no era un problema con la compañía sino más bien un deseo de volver a la península y seguir con el desarrollo de mi carrera profesional. Me fui a mi despacho, que en aquellos entonces era uno de los despachos nobles de la planta que D.Manuel tenía reservados para sus hijos y que se había empeñado en que yo ocupase cuando, a los cinco minutos apareció Juan Manuel Freire. Una vez le

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confirmé mi intención de irme me dijo que no entendía mis razones, que por favor lo pensará mejor. Que estaba perdiendo la oportunidad de realizar una carrera brillante dentro de su compañía, etc, etc. Pero, si los recuerdos no me fallan tampoco le vi muy alterado. Otra cosa muy diferente fue su padre. No habían pasado ni quince minutos desde que Juan Manuel saliera del despacho cuando entró su padre. Cerró la puerta y se sentó justo enfrente a mi posición.

- Estévez ,dígame que no es verdad lo que me han dicho respecto a que nos piensa abandonar.

- Pues lo siento Don Manuel pero me temo que sí.

- Pero ¡que me dice!¡No lo puedo aceptar!¿Tan mal le hemos tratado?

- No se trata de eso Don Manuel. De verdad que me he encontrado feliz trabajando bajo su dirección pero me apetece volver a la península y poco a poco irme acercando a mi casa, que siento que está en Madrid.

- A ver. Esto tenemos que hablarlo con calma.¿Cuanto le van a pagar?

Le dije la cantidad que eran sustancialmente superior a lo que ganaba en Freiremar.

- Muy bien. Pues yo le doy otro tanto más pero no se puede ir. Y menos ahora con todo lo que estamos haciendo juntos.

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- De verdad Don Manuel. Se lo agradezco pero no es un problema de dinero. Tengo tomada la decisión y no hay vuelta atrás.

No me dirigió la palabra hasta el último día. El hombre estaba realmente molesto sobretodo porque no le hubiera dado la oportunidad de ofrecerme algo con lo que poder contrarrestar aquella oferta pero, hasta para gente tan poderosa como D. Manuel Freire, hay veces que uno no puede conseguir todo lo que quiere. Eso si, el último día, antes de salir por la puerta de la oficinas por última vez me pasé por su despacho para despedirme. Nos dimos la mano y me deseo suerte. Cuando salía del despacho me comentó.

- Me ha hecho usted polvo. - Lo siento.

Mi periplo Canario había terminado. Hola Sevilla. ¿Habría hecho bien aceptando aquel cambio?¿A lo mejor ir aumentando el nivel salarial no lo era todo en la vida?¿A lo mejor estaba perdiendo con el cambio? Esas eran algunas de las preguntas que me hacía en soledad. Menos mal que, como siempre, allí estaba Rosa para repetirme una vez más mi frase favorita de antes, de entonces y de ahora: “No te preocupes, ya veras como todo va a ir bien”

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En Híspalis me harté de trabajar. Y de aprender. Cuando llegué no debíamos ser mas de doce o trece personas y un año después rondábamos las 400 entre personal propio y subcontratado. Para mi iba a ser una nueva experiencia. Había empezado mi periplo profesional en una pequeña empresa familiar. De esta pasé a la gran empresa pública. Después tuve la suerte de conocer cómo funciona la gran empresa familiar y ahora me tocaba desenvolverme dentro de las empresas “que no son de nadie”. Me explico. En el caso de Supercable, era el operador de cable que había ganado el concurso público para algunas de las demarcaciones de Andalucía (por cierto vaya engendro lo de las demarcaciones). En realidad, Andalucía quedó repartido entre dos empresas, la nuestra y ONO que a la larga se acabaría haciendo con todo el cable de España pero eso es otra historia. Supercable era una empresa que, entre otros socios tenía a Sevillana de electricidad, hoy Endesa, algunas Cajas de Ahorro y otros socios minoritarios. En Madrid, por ejemplo, nuestro homónimo era Madritel en la que destacaban como socios de referencia Unión Fenosa y Telecom Italia. En resumidas cuentas empresas que eran de empresas, que incluso eran de empresas que finalmente cotizaban en bolsa. O sea,

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como decía yo, empresas que en realidad no eran de nadie al contrario por ejemplo de Freiremar que tenía un dueño claro, D.Manuel Freire a que no le gustaba que se jugara con su dinero. En una empresa en la que existía un plan terriblemente exigente en el tiempo para desarrollar una red urbana de cable que obligaba a abrir las calles una y otra vez para enterrar los tubos por los que debería correr la fibra de vidrio, desarrollando sistemas complejísimos como son los sistemas de las empresas de telecomunicaciones que permiten tarificar y facturar a los clientes en combinación con el CRM y el ERP y muchas otras cosas más, la verdad, había poco tiempo e interés en el desarrollo de una función eficaz de compras que mirara por los ahorros de la compañía. El objetivo, era, por encima de cualquier otra cosa asegurar el abastecimiento de productos y servicios a la velocidad requerida para que la red se desplegara. Como Director de Compras, Servicios Generales y Logística participe mucha veces en el comité de Dirección, acompañando a mi jefe, el Director del Área de Recursos y empecé a asimilar que en este tipo de empresas muchas veces la mejor opción empresarial no es a veces la mejor opción factible dependiendo del momento. Vi como las relaciones personales, de rivalidad y competencia, de celos y de envidias, dirigían en

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muchas ocasiones la toma de decisiones estratégicas. El carácter parecía contar más que la inteligencia. Y la justificación del trabajo realizado más importante que el autentico valor generado desde el ejercicio anónimo de tus obligaciones. Tuve muchos enfrentamientos con mi jefe debido a la visión tan diferente que teníamos del desarrollo de la función de compras. De Juan Castellanos se decía que era “la inteligencia puesta al servicio del mal”. Vi a socios de las mejores consultoras del país tartamudear ante las inquisitoriales preguntas a las que le conducían los detallados análisis que hacía de todos los proyectos que le presentaban. Yo sufrí en nuestra lucha desigual pero aprendí mucho de la misma. Al final, apliqué aquello de que nada une más que un enemigo común y creé un frente de resistencia contra sus continuas y constantes manipulaciones junto con los otros dos directores de área de negocio y de atención al cliente. Y entre todos conseguimos contenerlo en la medida de nuestras posibilidades. El primer año fue frenético. Con la gente de Sema Group desarrollamos el catálogo de artículos de la compañía que después trascendería los límites de nuestra empresa cuando lo empezaron a usar otros cableros como Madritel o R. Parametrizamos Navisión y nos hinchamos a hacer pedidos. Creo recordar que el

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primer año firmé pedidos por unos 5.000 millones de pesetas, unos 30 millones de euros. Sevilla, para mi, siempre quedará como uno de los dos lugares del mundo donde viví en mi propio ser la experiencia más parecida a un milagro divino. En Sevilla nació mi hija Paula. Y recordarla entre los brazos de su madre en el paritorio de la clínica Sagrado Corazón vuelve a provocarme, como entonces, lágrimas de emoción. El otro lugar es un pueblecito muy pequeño de Madrid conocido como Manzanares el Real. Y el otro milagro se llama Natalia. De Supercable tengo el recuerdo de que hicimos muchas cosas en aquellos tres años. Además de comprar de forma ordenada y eficaz, adecuamos oficinas, preparamos centros técnicos, abrimos oficinas comerciales, creamos centros de seguridad y, en esto estábamos cuando los intereses en conjunto de Endesa, Unión Fenosa y Telecom Italía hicieron que se empezaran a realizar los primeros movimientos hacía la creación de Auna Operadores de Telecomunicaciones y de esta manera unificar sus intereses en este campo e, intentar, de una vez por todas desarrollar una autentica competencia a Telefónica que confirmara la efectiva liberalización del sector de las telecomunicaciones. Estamos hablando de unificar Retevisión, Amena y los cableros en una única compañía.

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La verdad es que el negocio de las telecomunicaciones es tremendamente complicado. Sobre todo cuando se trata de empezar de cero. En el caso de Telefónica estamos hablando de una compañía con más de 100 años dedicados a dar este tipo de servicio, desde la época de las centralitas manuales. Y, aunque adaptarse a los nuevos tiempos no era fácil incluso para la empresa más grande de este país, siempre lo será más que tener que empezar de nuevo. Y la verdad es que se habían hecho un montón de cosas con precipitación y se habían enterrado muchos millones de euros por las calles de muchas ciudades de España con un retorno económico más que dudoso. Solo Amena parecía ir como la seda y justificar la enorme inversión en despliegue de red que había requerido. Y yo creí llegado el momento de dar por finalizada mi etapa sevillana y volver, por fin, a la que había sido mi casa y de la que me había visto obligado a salir por causas ajenas a mi voluntad. Hablé con Jose Carlos Serrano, nuestro Director General y le pregunté por la posibilidad de que pudiera encontrar un puesto en Madrid en la nueva Auna que se estaba formando. José Carlos me comentó que se estaba creando un gran departamento de compras que dirigiría el que hasta el momento había sido subdirector

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general de Retevisión, Jose Luis Soria y que me conseguiría una entrevista con él. Me reuní con Jose Luis en las oficinas que Retevisión tenía en la Castellana, en un lujoso despacho que nunca me enteré si era suyo o de quien era. Me contó el proyecto que tenía en mente con la creación de tres direcciones dentro de una gran Dirección General de Compras que él iba a dirigir. La verdad es que a aquellas alturas de la película todo estaba bastante verde. El apostaba porque la dirección de Auna estaría a medias entre Barcelona y Madrid y siendo catalán de pro y viviendo en Barcelona lo que quería era fichar un hombre de confianza que, en Madrid, le controlara lo que se cocía por la capital. Y salí de aquella reunión con el puesto adjudicado. Lo había conseguido. Por fin, después de varios años deambulando por la geografía patria volvía a la que yo entendía era mi casa pero ¿realmente lo era? Ahora se que el hogar de uno está donde están los tuyos con independencia de la situación geográfica del mismo. Entonces lo vi como otro nuevo cambio, otro nuevo movimiento hacía adelante, otro nuevo “progresar” pero ¿era eso lo que realmente quería? A aquellas alturas de la película yo me sentía muy diferente de la persona que había aterrizado años atrás en Castro Urdiales. Empezaba a dudar seriamente de la validez del modelo que me había auto impuesto. Iba

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hacía adelante pero, en realidad, no iba hacía ningún lugar. Pero ocurriese lo que ocurriese, allí estaba, como siempre, Rosa, mi Rosa, ahora esposa y madre, totalmente volcada en el cuidado de nuestro primer bebé para repetirme una vez más su “tranquilo, ya verás como todo va a ir bien”. Pero Auna era, desde el punto de vista profesional un callejón sin salida. Aunque entonces no lo podía ni intuir. Nada más aterrizar me di cuenta. En aquella primera fase todo el proyecto estaba cogido con pinzas. La falta de entendimiento entre los socios dejaba al Director General de la compañía, Miguel Iraburu en una declarada situación de debilidad. Nada parecía estar claro. Lo primero con lo que me tuve que enfrentar nada más llegar fue con que rebajaron mi categoría profesional de director a gerente. Así eran las cosas. Allí ya había unos directores y, contra lo que me había prometido mi entrañable nuevo jefe no había cabida para más. Y menos viniendo de una “miserable cablero” que era más o menos cono nos veían a los del cable nuestros todopoderosos compañeros de Retevisión y Amena.

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Yo me quedé sin mi puesto de director y mi jefe se quedó sin su superdepartamento de compras. Pero a él, en el fondo, le daba un poco igual porque tenía una estrategia claramente definida. Jose Luis estaba ya al final de su carera profesional y él lo sabía. Su sueño hubiera sido jubilarse como Director General de Retevisión pero, con una gran sorpresa por su parte, cuando la ministra del PP, Ana Virulés, dejó la Dirección General, no le eligieron a él para ocupar su puesto. A Jose Luis aquello, le tocó el orgullo, y se trazó a si mismo un cuidadoso plan para recuperar la honra perdida y desaparecer. Así, aceptó la invitación para incorporarse al proyecto de Auna y, seis meses después, agarrándose, no sin razón, a la inexistencia de un proyecto real y a su desencuentro con la Dirección General dijo que se iba…y se jubiló. Llegó a un interesante acuerdo con ENHER y se fue. Jose Luis me enseño cosas interesantes, retazos de una cultura empresarial que predominó mucho en ciertas grandes compañías españolas, bueno ¿predominó? Por ejemplo aquello de que, o tienes más de cien personas debajo del organigrama dependiendo de ti o no eres nadie. O la importancia que había que darle al tamaño del despacho y la planta en la que lo tuvieras o a tener o no tener chofer. O el dinero que te fueras a gastar en consultoría estratégica ¿Qué pensarían de todo esto en empresas con Microsoft, o google o la misma IBM?

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Pero allí, mas que le pese a mucha gente, las cosas eran así. Esto, querido amigo, era España. La vieja Europa. Mantengo un recuerdo entrañable de Jose Luis, con el que seguí teniendo trato después de aquello y, a pesar de lo que muchos puedan pensar, disfruté mucho de los meses que estuve trabajando bajo su dirección. Tres o cuatro meses después de su salida, cuando con la inestimable ayuda de la gente de Booz Hallem conseguí sacar adelante un plan estratégico de compras para el grupo y montar los mecanismo de las mesas de compras entre compañías para ejecutarlo, Iraburu me llamó para presentarme a mi nuevo jefe, Fernando García Manso, recién llegado de México y antiguo compañero suyo de Alcatel. Mi último jefe. ¿Que se puede decir de un jefe que nada más conocerte te propone que le actualices la situación de la dirección tomándote un café en la cafetería de la esquina? Pues algo parecido a lo que había experimentado años atrás con mi buen amigo Pedro Otxoa. Me fui a mi casa diciéndome a mi mismo “he tenido suerte” La relación con Fernando fue extraordinaria. Dio por bueno todo lo que hasta entonces estaba montado y se limitó a dejarme trabajar dándome todo su apoyo.

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¡Que recuerdos tan entrañables aquellas mesas de compras con representación de todas las empresas del grupo a cara de perro! Sobre todo con los gallos de Rete y Amena. Pero Fernando era mucho Fernando y, además, cuando todos venían, el hacía ya mucho tiempo que iba. Y así estábamos, disfrutando con nuestro trabajo y yéndonos a casa todos los días a las siete de la tarde cuando Telecom Italia se descolgó diciendo que se iba y había decidido vender toda su participación al todo poderoso Banco de Santander. En un abrir y cerrar de ojos, Iraburu desapareció y el banco impuso un consejero delegado, hombre de confianza de Botín, llamado Joan David Grimá, que venía con objetivos claros y mando y poder para poderlos sacar adelante. Todavía me acuerdo el día que, desayunando, Fernando me comentaba que le quedaban “dos días” en la compañía. A fin de cuentas, él era un hombre de Iraburu y esas cosas, a su nivel, no se solían perdonar. Grimá llegó y revolucionó el holding. Y cuando parecía que la suerte estaba echada conoció a mi jefe, habló con el y decidió, que sería una de las piezas claves con las que sacaría adelante las ordenes que traía

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del banco que no era otras que vender el Holding entero, eso si, generando plusvalías. De repente nombró a Fernando, Director General de Recursos y puso, a todos los que hasta entonces habían estado a su nivel, bajo su dirección. Aquello fue un subidón. Pasamos de ser un mero objeto ornamental a transformarnos en la herramienta que Grimá iba a usar para transformar el grupo de la mejor manera posible en la consecución de sus objetivos. A nosotros, lógicamente, no se nos decían las cosas de forma tan clara. Se oía que lo que querían era sacarnos a bolsa, que hubiera sido otra forma de recuperar la inversión, aunque eso si, con más riesgos. Pero la suerte estaba echada. Nos empezamos a mover para transformar aquel entramado de empresas en una única gran empresa de telecomunicaciones. Entre medias, todas las empresas del cable se unirían en una única Auna Cable y, finalmente Auna Cable, Amena y Retensión se unirían creando Auna Operadores de Telecomunicaciones donde se unificarían, buscando sinergias, todas aquellas funciones que pudieran ser objeto de centralización. Entre ellas, como no, la de compras.

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Se acercaba el momento final. Yo, como hombre de confianza de Fernando, representaba las compras desde el punto de vista del holding, de Auna y, tenía mis homónimos en las tres compañías, en Auna Cable, en Amena y en Retevisión y así las cosas llegó el momento de crear un único departamento de compras para cuya dirección, de los cuatro candidatos sobrábamos tres. A pesar de mi cercanía a Fernando sabía que mis posibilidades eran mínimas. Los Directores Generales de cada una de las compañías apostarían fuertes por sus candidatos y Fernando tenía demasiados frentes abiertos para defender mi opción. Y llegó el día y, como cuando salían las notas en la Escuela de Ingenieros alguien me dijo que habían puesto el nuevo organigrama en un panel de corcho. Lo fui a ver y a los pocos segundos de analizarlo detalladamente llegue a la conclusión de que allí, ya no había sitio para mí. El famoso tópico de que, en empresas de este tipo, no eres más que un número de matrícula, un pañuelo de usar y tirar, algo sustituible, se estaba dando en mis propias carnes. Y lo digo sin acritud. Y es que esos entes llamados empresas son así. Así es su naturaleza y pobre de aquel que piense lo contrario.

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Entonces, y solo entonces me di cuenta de que, detrás de la fidelización del talento de todas estas organizaciones lo que se esconde es una autentica abducción sectaria para conseguir de los individuos un nivel de sacrificio en la consecución de los objetivos empresariales, extrema. Al final, te olvidas de que estas allí fruto de una relación contractual por la que, tu, le das a aquellos señores tu capacidad de trabajo y ellos, a cambio, te la pagan con un salario y llegas a creerte que formas parte de todo aquello. Como se forma parte de una familia. O de una cuadrilla de amigos. Y las cosas no son así. Y mientras como un tonto ensimismado miraba el organigrama, como dicen que te ocurre cuando estás a punto de morir, en una decima de segundo pasaron por mi mente imágenes que me traían recuerdos de VideoBanco, de mi padre, de México, de Sestao, del astillero, del puerto de las Palmas, de los atunes descabezados, de la central de alarma de Sevilla. Pensé en mi mujer y en mis dos hijas y entendí que aquello, había llegado a su fin. Mi proyecto vital iba por otro lado. La relación que mantenía con mi mujer desde el verano de 1984 estaba más que consolidada y se había transformado en el eje de mi felicidad y ahora, además, el contacto con los dos personajillos que, durante aquellos últimos años, habíamos introducido en nuestra vida me generaba más satisfacción que nada en el mundo. Tenía claro que

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aquel pequeño núcleo de personas centraría mi vida a lo largo de los próximos años y se me antojó, que quizás, desde la libertad que te tenía que dar ser tu mismo tu propio jefe pudiera ser más fácil conseguir este objetivo vital. Sabía que esto significaba dejar de recibir la nomina todos los fines de mes. Y que habría que salir a la calle, como quien dice, a buscarse la vida un día detrás de otro. Pero estaba decidido a hacerlo. Antes, había sido muy útil para otros y quizás, había llegado el momento de serlo para mi mismo. Y además, la imagen visual que generaba respecto a aquella nueva vía profesional, de libertad, de autogestión, porque no decirlo incluso, de soledad, resultaba un soplo de aire fresco en la que era mi situación profesional en aquel momento. Un mes después de la aparición del famoso organigrama causaba baja en la que había sido mi compañía aquellos últimos seis años. Como siempre, atrás, quedaban compañeros que se transformarían en amigos para toda la vida y experiencias que formarían parte de mi acerbo personal. A pesar de todo, el último día que salía del garaje camino de mi casa, miré el edificio de reojo y confieso que…me reí.

(Sigue en la página 70)

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Reflexión

Como después comentaré la subida exponencial de los pisos fue una pieza clave de la crisis. La internacional y la nuestra. La famosa burbuja inmobiliaria. Los pisos son, en principio, para alguien que lo quiere para vivir en el mismo. Pero al final, son bienes en el mercado susceptibles de cualquier tipo de operación mercantil. Así, mientras hay gente que sufre para pagar mensualmente la hipoteca, otros, sin embargo tienen el poder adquisitivo para comprar promociones enteras y posteriormente especular con ellas. Todo mercado es manipulable por las grandes acumulaciones de capital y durante estos años le ha tocado al mercado inmobiliario con las consiguientes incidencias en los pobres paisanos que han querido comprarse un piso para disfrutar de él. Pero mi obsesión viene más por otro lado. Según las últimas estadísticas el precio medio de la vivienda en Estados Unidos se ha situado en 151.000 €, mientras que en España está en los 2352 € el m2. Esto significa que como la vivienda media en España tiene unos 100 m2 y sin embargo en Estados Unidos es de 212 m2, en resumen, el precio del m2 de vivienda en USA es de unos 712 € el m2. Esto puede formar parte del sueño americano. A mí, sin dudarlo, me parece un sueño.

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Mientras escribo estas palabras tumbado en la cama escucho en la radio que en Ginebra, el precio de la vivienda puede ser hasta de un cuarto comparado con el precio de la vivienda en Madrid. Y es que es verdad. La vivienda no tiene que ser tan cara como en este país lo hemos aceptado. Como después veréis una de mis experiencias profesionales durante este último año ha estado relacionada con el sector de la construcción. Cuando trabajaba en Sevilla y contrataba reformas para las tiendas de Supercable se decía que el precio de construcción medio debería rondar las 80.000 pts metro cuadrado. Hoy se habla de los 1000 €, esto es 166.000 pts. Metro cuadrado. Mucho me parece a mí que es. Yo, de hecho, hace poco me comprometía con un posible cliente a realizarle una casa de 100 m2 por 90.000 € y lo sigo manteniendo. Tengo claro que creo que se pude hacer. Y si en lugar de una vivienda unifamiliar hacemos unas viviendas en comunidad pues más barato, ya que hay costes como el del tejado que se reparten entre todos los pisos. O sea que, euro arriba o euro abajo, el gran problema aquí en el coste final de la vivienda es el precio del suelo. Este es el gran problema.

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¿Cómo puede ser posible que siendo el derecho a una vivienda digna un derecho constitucional básico nadie en este país quiera meterle mano al problema del suelo? Cuando uno vuela en avión por encima de España se ve que lo único que sobra en la península ibérica es suelo. Cientos de miles de metros cuadrados libres donde poder construir casas. Luego decir que el suelo es un bien escaso y que por esto es caro es una mentira como un piano de grande. Otra cosa es que los ayuntamientos tengan la potestad de decidir que suelo es urbanizable y cual no y que esta potente herramienta coercitiva la utilicen para mantener el precio del suelo por los cielos y así poderse beneficiar económicamente vía impuestos y tasas aparte, claro está, de las comisiones que cobran muchos alcaldes y concejales por proceder a su recalificación. ¿Por qué consentimos ésto? El suelo se debería clasificar en dos grandes grupos, protegido y no protegido y, a partir de aquí, si un propietario decide parcelar una finca, urbanizarla y vender casas, siempre que cumpla con la ley y con las máximas establecidas en lo referente a suministros básicos, gestión de residuos, etc, ¿Por qué ha de venir un alcalde a tenérselo que autorizar? En el término municipal de Miraflores, entre Soto y Manzanares, en mitad de la dehesa, a varios

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kilómetros de cualquier otra zona poblada levantaron una urbanización hermosa de chalets adosados con campo de golf en mitad de la nada. Ahora, no sé si terminara siendo una ciudad fantasma porque con la crisis no se vende nada pero en su momento fue un proyecto interesante ¿Por qué fue necesario que el ayuntamiento de Miraflores recalificara aquella finca como condición “sine equanum” para poderlo sacar adelante? ¿Por qué no se puede hace algo parecido en la finca de al lado? ¿O en la de en frente? De esta manera, un chalet de esos no debería costar más de 160.000 € y estaría al alcance de un montón de jóvenes parejas con un poder de adquisición limitado. La presión a la baja de los precios de la vivienda en el exterior tiraría de los del interior y el mercado de la vivienda se racionalizaría de una vez por todas. El precio más bajo justificaría el alquiler como una manera interesante de obtener unos rendimientos monetarios interesantes. Además la liberalización del suelo empujaría hacía una liberalización real de sectores como el energético que tendrían que competir por llevar los suministros a estos nuevos propietarios. Los costes de visado del colegio de arquitectos, del notario, del registro de la propiedad, de la gestoría, de la tasación de los impuestos, trabas y más trabas que encarecen un producto básico de una sociedad que no es capaz de liberarse de una serie de vicios atávicos que le impiden ingresar con todas las posibilidades en

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el siglo de internet, de las redes sociales, de los teléfonos IP, etc, etc. ¿Te imaginas como sería nuestra vida si el precio medio de la vivienda en España rondara los 120.000 €? Sería una buena manera de empezar a cambiar. ¿Por qué entonces consentimos el mamoneo en algo tan crucial para nuestra calidad de vida? ¿Por qué ningún político tiene lo que hay que tener para agarrar este toro por los cuernos y darnos una solución? Yo te digo que ahora es el momento. Podemos permitirnos una catarsis purificadora que permita que acceder a una vivienda digna no implique tener que renunciar a cualquier tipo de dignidad adicional. No invento nada. Se trata de copiar modelos de desarrollo urbanístico existentes en otros países aunque para ello tengamos que darle la vuelta a la tortilla totalmente. El precio de la vivienda en este país simplemente ha roto la baraja de la convivencia. Menos viviendas de protección oficial y más valor para liberar el suelo de verdad. ¡Que sobre el suelo urbanístico y ya veremos cómo el mercado coloca el precio del suelo en su sitio!

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La autentica liberalización del suelo es clave para que se produzca una baja drástica y real de los precios de la vivienda y que de esta manera adquirir una vivienda no se convierta en una pesada carga que condicione el resto de la vida. Además, el dinero que los ciudadanos no dedicaran al pago de sus hipotecas revertiría en el mercado, alimentaría el consumo y mantendría el sistema. La liberalización del suelo es clave para poder salir de la crisis.

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Reality. Episodio segundo CUANDO TODO EL MONTE PARECE

OREGANO Fundé mi propia empresa, Intermedia Soluciones Financieras el año 2005. Desde que salí de Auna me había dedicado a ejercer el autoempleo trabajando como consultor para pequeños y medianos empresarios a los que echaba una mano en la organización de sus empresas, en la preparación de sus presupuestos, de sus planes mercantiles y en general haciendo, un poco, lo que después se ha dado en conocer como “coaching” Resulta que, en la mayoría de los casos muchos de mis clientes tenían problemas de tesorería que requería de soluciones financieras en las que yo no me solía meter, aludiendo a la complicación inherente a la resolución de este tipo de problemas, por otro lado tan alejados de las funciones usuales de un consultor al uso. Pero al final, si una empresa tiene problemas de viabilidad y es necesario ejecutar un proyecto de cambio para orientarla hacía rumbos de viabilidad empresarial se necesita dinero. Sin dinero, ya ahora lo se bien, es muy difícil hacer nada. Así pues, ante la insistencia de muchos de ellos, en un momento dado decidí recopilar información sobre las distintas posibilidades que el mercado bancario podía ofrecer a mis clientes y en estas estaba cuando

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descubrí, casi por casualidad, el mundo de los intermediarios financieros. Los intermediarios financieros de productos de pasivo se dedicaban y se dedican, porque todavía existen, a captar clientes a los que vender créditos de diferentes bancos. Has leído bien. Vender créditos. Para la mayoría de la gente, cuando uno consigue un crédito es porque un banco le ha hecho el favor de dárselo siendo uno mismo el único beneficiario y dando gracias. Y nada más contrario a la verdad. Pues precisamente el negocio de los bancos es vender dinero, créditos e hipotecas, y cobrar por ellos un interés. Para que nos entendamos, un banco es una compra-venta de dinero. Al que tiene dinero se lo “pide prestado” dándole a cambio un interés y ese mismo dinero se lo “presta” a un tercero por un interés superior ganándose, pues, la diferencia. La verdad es que, hablando con propiedad, los auténticos “intermediarios financieros” en terminología del banco de España son los propios bancos y las cajas pero nosotros fuimos así de osados, y ante el mercado, les usurpamos el nombre.

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Esto significa que todo aquel que necesita un crédito debería entrar en la sucursal pertinente con el siguiente discurso: ”buenos días. Quería un crédito y desde mi condición de posible cliente y mi interés me gustaría ver que puede usted ofrecerme” Volviendo a lo de ir al banco a comprar “dinero” la verdad es que muy poca gente tenía esta mentalidad. Bueno, lo empezamos a hacer los intermediarios financieros que hacíamos un tremendo esfuerzo en la captación de clientes para llevárselos a los bancos con los que trabajábamos y ocupábamos así un hueco, el comercial, que hasta entonces estaba defectuosamente cubierto por la propia banca porque, la realidad, es que dentro de la cultura de la banca española tradicional estaba siendo difícil inculcar, ante el aumento de la competencia, la necesidad de salir a la calle a vender los productos propios frente a los de otros. Es más, me acuerdo en una reunión en el Banco Popular, precisamente para explicarles que es lo que hacíamos lo brokers de pasivo, que uno de sus directivos tuvo que reconocer que, para mucha gente, entrar en un banco resultaba algo desagradable. En estados unidos, los brokers de pasivo existen y están asociados desde los años setenta y en el año 2007 gestionaron el 55% de las hipotecas que fueron firmadas en aquel país. Eran una eficaz red comercial a

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disposición de las mejores entidades financieras del país. Y barata. Muy barata. Lo vi interesante y me lancé a la aventura de montar una franquicia, eligiendo una, digamos, de perfil bajo, que me permitiera minimizar los riesgos inherentes a una inversión elevada y siempre con la intención de compatibilizarlo con mi labor como consultor que en aquel momento me permitía generar ingresos para vivir. Después de estudiar una serie de opciones opté por la compañía asturiana Interban. Nos fuimos a Oviedo para recibir un pequeño curso de formación, mi mujer, nuestra fiel y gran amiga Marta y yo mismo y volvimos a nuestra oficina recién instalada con la ilusión de lanzar esta nueva actividad que en principio iba a desarrollar Rosa con la ayuda de Marta. Aquello era tremendamente ilusionante. Mucho más que cualquier otra cosa que hubiera podido realizar antes desde mi anterior role como empleado eficiente y eficaz. Aquellas mañanas el despertador no llegaba a sonar nunca porque la excitación de las nuevas ideas, las ganas de hacer cosas, te hacían saltar de la cama. Siguiendo los consejos del franquiciador empezamos poniendo unos anuncios en prensa, en las páginas de

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anuncios por palabras, pequeños, porque no había mucha disponibilidad. Tremendo error el arrancar un negocio sin haber desarrollado un completo plan de marketing teniendo asegurados los recursos necesarios para poderlo llevar hacia adelante. Ahora lo se. A pesar de lo cual y ante mi asombro empezó a llamar la gente. Así, casi sin quererlo, estábamos rellenando la ficha del primer cliente para su posterior envío a Oviedo donde, para bien o para mal, debería resolverse su expediente. Aquel primer cliente fue declarado “no solvente” pero no nos dio tiempo a desanimarnos porque ya estábamos enviando la segunda ficha. Y tras el segundo cliente llegó el tercero, el cuarto, el decimo y un mes después estábamos enviando, el treinta. Pero claro, cuando llevas treinta clientes captados y los treinta han sido declarados “no solventes” por parte de tu central, con lo que nos costaba hacernos con cada uno de ellos, te empezabas a sentir un poco incómodo. Rosa y Marta empezaban a dudar de que algún cliente fuera susceptible de recibir algún tipo de financiación. Mientras tanto, mi consultora iba en declive. En los últimos meses mi actividad se había centrado casi exclusivamente en introducir clientes nuevos en algunas de las empresas que conocía bien por mi paso

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como empleado por cuenta ajena y sobre todo, en las que conformaban el grupo Auna. Mis contactos, uno a uno, iban abandonando la compañía como meses antes lo había hecho yo. Y sin contactos, vivir del tráfico de influencias es muy complicado. Llegó un momento en el que, conseguir una entrevista para presentar una nueva empresa o un nuevo producto se transformó en una tarea casi imposible. Incluso para mi, que hasta entonces me había movido en ese mundo con cierta facilidad. Los ingresos bajaban y mis mecanismos de alerta empezaban a dispararse. Había que buscar nuevas actividades generadoras de dinero. Y rápido. Yo, no había sido empresario toda mi vida y no estaba acostumbrado a dominar aquellas señales de alerta que me enviaba mi cerebro y que de una forma primaria y primitiva dominaban mis decisiones. Aun no. En un momento dado, cuando en la oficina de intermediación tenían preparado el expediente numero treinta y uno, le pedí a Marta que antes de enviarlo a Oviedo me hiciera cinco copias del mismo y lo aguantara hasta que yo se lo dijera. Me cogí las cinco copias y me eché a la calle. Empecé a andar acera abajo sin llevar ningún rumbo

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determinado cuando de repente me tope de frente con una oficina del Banco de Santander. Me quedé mirándola y me dije a mí mismo “en algún lugar hay que empezar” y sin dudarlo mucho, entré. Pregunté por el Director y esperé pacientemente sentado a que me recibiera. Mientras tanto, el resto de empleados de la sucursal, tres personas, me miraban entre curiosos y desconfiados. Finalmente el director salió del despacho y tras presentarse, cordialmente me invitó a que le acompañara hasta el mismo. Durante unos diez minutos le expliqué a que nos dedicábamos y cual era mi interés en su visita. El me hizo una serie de preguntas que me llevó a pensar que era el primer intermediario que conocía. Desconfiando, aceptó quedarse con el expediente de mi cliente para su estudio y otra vez cordialmente, me acompañó hasta la puerta para despedirme. Por mi parte tenía claro que el expediente iría a la basura en cuanto aquella persona regresara a su sitio. No me acuerdo de su nombre. Pero yo seguí. La Caixa, Bancaja. La kutxa. Nada de nada. Finalmente entré en una sucursal de la CAM. Su directora se llamaba Mari Angeles. Ya un poco desanimado, le solté el mismo rollo que a los precedentes y cuál fue mi sorpresa cuando al terminar de escucharme me pidió que le enseñara el expediente de mi cliente.

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Le leí su historia, el dinero que quería y para que lo necesitaba y cuáles eran sus condicionantes económicos y sus garantías. Mari Angeles, muy interesada, me dijo que tenía buena pinta. Cogió un papel y un boli y me escribió una larga lista de documentos que tenía que prepararle para que ella pudiera presentar la operación a su departamento de riesgos para su evaluación. Salí de la sucursal emocionado. Por fin alguien me había hecho caso. Volví a la oficina para compartir las buenas noticias con mis compañeras y nos pusimos a trabajar. Unos días después tenía todos los documentos que me habían pedido. Monté una reunión en la sucursal para que se conocieran el cliente y Mari Angeles, tras la cual, ésta decidió presentar la operación. Una semana después era aprobada e Intemedia Soluciones Financieras cobraba su primera comision. De forma amistosa rescindí el contrato que tenía firmado con Interban y di el paso de continuar con aquel negocio de forma totalmente autónoma iniciando el desarrollo de mi propia marca. Me pareció ver que aquella podía ser la actividad que, de forma obsesiva estaba buscando para poder dar de comer a mi familia. Estaba entusiasmado. Lo recuerdo bien.

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Unos tres meses después estaba cerrando los acuerdos comerciales como consultor con mis últimos clientes que por cierto llevaban meses sin pagarme, y tomaba la decisión de centrarme en el desarrollo de Intermedia. Preparé un plan de negocios, marqué unos objetivos hacía los que dirigirnos y me fui al banco a pedir dinero para llevarlo adelante. En aquel momento mi banco era el Banco Popular y sobre lo que hasta entonces habían sido los rendimientos de mi actividad económica como consultor, más mis ahorros, sinceramente, no dudaron en darme mi primera póliza por 100.000 €. Para mi, mucho dinero. Ahora te voy a contar una cosa sobre los empresarios que empiezan y el apoyo que encuentran. Aquel primer crédito como todos los que vinieron con posterioridad fueron avalados por mí y por mi mujer personalmente con todas nuestras propiedades pasadas, presentes y futuras. No había otra. Cuando uno empieza, no hay empresa sin riesgo y si esta realidad te da vértigo, mejor quédate enganchado a tu nómina porque no hay otra.

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Siempre me ha hecho mucha gracia la indignación que despierta en muchos la reticencia de la banca a dar créditos en estos momentos complicados. El único riesgo que tiene el negocio bancario es precisamente que no te devuelvan el dinero que prestas. Un único riesgo pero con un gran impacto. He leído que la banca no puede superar ratios de morosidad en el entorno del 8% a los que por cierto, nos acercamos peligrosamente. Es, pues, normal que intenten reducir al mínimo ese riesgo y que soliciten todas las garantías que puedas aportar de cara a garantizar el cobro de una manera u otra. Se ha dicho que en España a los bancos y las cajas les cuesta prestar dinero a las empresas que empiezan. Sólo la mitad de las empresas que se crean, llegan a cumplir los cuatro años. Esto no significa que todos los proyectos empresariales sean iguales en sus inicios. Los promotores, su curriculum, las ideas, el mercado. Todo cuenta. Pero, hoy por hoy la banca está poco preparada para realizar este tipo de análisis. No son estos sus clientes preferidos. Hay gente especializada en financiar este tipo de proyectos, las sociedades de capital riesgo o los business angels, tan escasos en nuestro país y tan fructíferos y abundantes en los países anglosajones y sobre todo en los Estados Unidos. En España los emprendedores tenemos que avalar. Sobre todo los pobres. Rosa y Marta se encargaron del día a día y yo me centré en ir haciendo empresa.

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Desde el primer momento me obsesionó la idea de reducir el papeleo y me puse a trabajar en una herramienta que me permitiera desarrollar el trabajo de una oficina de intermediación de una manera mucho más electrónica. Hay que tener en cuenta que, en aquellos momentos había muchas entidades en las que solamente el director de la sucursal tenía e-mail y estaba tan capado y limitado que resultaba muy complicado enviarle cualquier tipo de información. Contacté con el que después se transformaría en buen amigo, Juan Torrejón, de Sinis Technologies, vecinos de local y juntos, empezamos a desarrollar lo que meses después sería el primer market place de préstamos e hipotecas del mundo. Y si no es así que se demuestre lo contrario. Corrían los primeros meses del 2005. Mientras tanto en nuestras oficinas habían empezado a aparecer comerciales de entidades financieras que venían ¡a ofrecernos sus productos! aunque vinieran de bancos que yo no conocía. Increíblemente venían buscando nuestra colaboración. Por parte de UCI nos vino a ver un tal Nacho Martinez, futuro trabajador de Intermedia y de triste recuerdo tanto para mí como para mi mujer por su falta de

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lealtad y la maldad que nos demostró en cuanto las cosas se pusieron cuesta arriba. Desde aquí le agradezco la colaboración que nos prestó en el descubrimiento de algunos aspectos nauseabundos que encierra la condición humana. UCI, Unión de Créditos Hipotecarios era una entidad financiera de crédito, 50% Santander, 50% BNP Paribas y estaba especializada en dar hipotecas a las inmobiliarias. Desde hacía un tiempo y ante la proliferación de oficinas de intermediarios se habían decidido a visitarnos también y ofrecernos su colaboración. Porque en España, para prestar dinero, no tenías que ser necesariamente un banco o una caja existiendo, por parte del banco de España un montón de opciones y licencias diferentes para realizar esta actividad. Una de ellas eran las Entidades Financieras de Crédito. Lo que era UCI. UCI tenía un portfolio de productos hipotecarios muy novedoso en el que destacaban las hipotecas cambio de casa que te permitían cambiar de casa antes de haber vendido la tuya o las hipotecas a la piedra en las que si el cliente pedía poco dinero y había garantía suficiente no tenía que justificar ingresos algunos. ¡Tela! Y muchos más.

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Aquel era el mercado. Los pisos subían un 24% todos los años y las garantías no hacían otra cosa que valer y valer cada vez más. En caso de impago el retorno estaba garantizado.¡Porque como la situación del mercado inmobiliario iba a ser eternamente la misma! Para mí, UCI representó el primer contacto con las titulaciones hipotecarias. Me enteré que con las hipotecas que hacían, conformaban paquetes que a su vez traspasaban a un tercero en forma de títulos hipotecarios con una rentabilidad garantizada que colocaban fácilmente en los mercados secundarios de deudas. Tal y como se definen en Wikipedia “Las cedulas o títulos hipotecarias son títulos emitidos por entidades financieras que pagan un interés fijo y que tienen como garantía la totalidad de los créditos hipotecarios concedidos por la entidad que los emite. Su emisión está restringida a entidades de crédito oficial, sociedades de crédito hipotecario y cajas de ahorro…”. Este tipo de productos tendrían un papel protagonista en la crisis que se estaba forjando. También apareció por nuestro local nuestro buen amigo Jaime Bueno, gestor del banco General Electric Capital. Este si era un banco.

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Esta entidad, sucursal en España de uno de los bancos americanos más importantes se dedicaba a la venta de productos bancarios a “clientes subprime”. Los famosos clientes subprime que meses después se harían tan famosos. Fue mi primer contacto con este mundo. Me quedé perplejo cuando vi que esta gente le hacía hipotecas a personas que podían estar en algún fichero de morosidad o incluso, sumidas en algún proceso judicial por impago. Las condiciones, lógicamente eran, sino leoninas, si muy duras, sin, a mi juicio caer en la usura. Te hipotecaban como mucho un 70% del valor de la vivienda. Te permitían que tu ratio de endeudamiento que es la relación entre lo que ganas y lo que pagas en créditos llegara, incluso al 60% y eso si, te metían un diferencial sobre el Euribor que podía rondar el 4% cuando en el mercado normal de hipotecas en internet te estaban ofreciendo un 0,38% de interés. También te cascaban unas comisiones de agárrate y no te menees. Pero claro, era casi un producto único y para el que estaba en aquellas condiciones y necesitaba dinero eran lentejas. Para los intermediarios, vender este tipo de hipotecas subprime se iba a transformar en nuestro plato fuerte. Y para los bancos debía ser un producto muy rentable porque rápidamente empezaron a aparecer productos similares en todas las entidades, bancos y cajas.

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Mes a mes el escenario en el que nos movíamos se iba transformando a velocidad de vértigo. Parecía que las entidades de crédito querían contar con nosotros. Entre otras cosas porque representábamos una posibilidad de venta en la que el coste comercial lo hacíamos nosotros, los brokers. Empezaron a confiar plenamente en nuestra capacidad de venta para colocar este tipo de productos. A nosotros las cosas nos iban relativamente bien. Yo había aumentado nuestra plantilla con otro gestor, la otra Marta para, de esta manera, aumentar nuestra capacidad de gestión. La primera versión de nuestro market place estaba preparada para su lanzamiento y empezamos a hablar con los bancos para proponerles su uso. A muchos de ellos les encantó la idea por lo que representaba de facilidad a la hora de analizar la viabilidad de cada uno de los expedientes y obtener la diferente documentación. La CAM, Bancaja, UCI, BBVA, empezaron a manejarlo. Todo un éxito para una microempresa como era la nuestra. Eintermedia.com que fue la marca que elegimos para el desarrollo del negocio empezaba a sonar en el sector.

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2005 tocaba a su fin y las calles de Madrid se llenaban con luces de navidad. A mi me invitaron a tomar una copa en las oficinas de UCI de Madrid. Allí me enteré, me lo confesó Nacho, nuestro comercial, de que el gran éxito de algunos brokers que tenían unos ratios de firmas muy superiores a los nuestros radicaba en que muchos de sus comerciales introducían documentación falsa que terminaba de apalancar operaciones cogidas con pinzas. Al parecer mucha gente dentro del banco lo conocía pero nadie hacía nada. Había que hacer negocio. Y además, no era un problema exclusivo de esta entidad. Por el contrario, era un mal generalizado. Los directores de sucursal estaban obligados a ver, en todos los casos, los originales de los documentos que se presentaban para dar fe de su veracidad y entonces, sacar fotocopias. Pero no lo hacían nunca. No se si por vaguería ya que un expediente completo podía constar de muchas decenas de páginas o, porque ojos que no ven, corazón que no siente. El caso es que no recuerdo una operación en la que tuviera que presentar documentación original. Cuando volví a nuestro local se lo comenté a Rosa que no dudó en confirmarme que nosotros no necesitaríamos hacer trampas para salir adelante. De hecho, las cosas, no nos iban mal.

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Y es que tengo que reconocer que en el local la cosa se iba animando. Habíamos alcanzado la velocidad de crucero y además teníamos la mejor herramienta informática para ejercitar la intermediación que existía en el mercado. Allá para marzo del 2006 se me ocurrió que quizás, el uso de la herramienta pudiera ser franquiciable permitiendo un verdadero intercambio de entidades y clientes a nivel nacional. Llevaba tiempo interesado por el mundo de la franquicia y empezaba a conocer bien sus mecanismos. Gracias a Dios en España, a diferencia con lo que ocurre en otros países europeos la normativa sobre franquicias es mucho más laxa permitiendo que casi cualquiera pudiera lanzar su propia red. Me puse a trabajar. Un mes después había desarrollado mi dosier de franquicia, mi contrato y precontrato y aparecía en todos los portales de franquicia del país por un costo mensual que no superaba los 1000 €. En mi sector había franquicias que requerían una inversión elevadísima como era el caso de Credit Services cuyos locales podían requerir una inversión que rondase los 100.000 €.Yo, sin embargo opté por reducir la inversión al mínimo ya que al final lo que

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estábamos aportando a nuestros franquiciados era el uso de una herramienta informática en internet y un asesoramiento a través de la misma. Salimos pues, con un canon de entrada de 6.800 €. Y una vez más, mi sorpresa fue mayúscula cuando empecé a recibir solicitudes de información. Decenas de personas que querían estudiar nuestro dossier. Yo ya empezaba a percibir que aquel era, junto con el inmobiliario, el sector de moda. Todo el mundo quería poner una oficina de intermediación. Un día recibí una llamada desde Tomelloso. Hablaba por primera vez con el que sería mi primer franquiciado, el Sr. Jesus Caro padre. Estuvimos hablando largo y tendido sobre el negocio y la visión que los dos teníamos del mismo. Me pidió que fuera a visitarle a Tomelloso para que le diera mi opinión sobre el local en que quería montar la oficina de intermediación y sobre las posibilidades que le veía al pueblo. Nos conocimos y finalmente, le convencí para que firmara el contrato. De repente tenía mi primera oficina fuera de Madrid. Y no había sido nada difícil. Intuí que aquello podía ser el principio de algo grande y me preparé. Como primera medida decidí cambiar el local por unas oficinas más representativas en las que pudiera tener

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una sala en la que poder recibir a los posibles interesados en nuestro modelo de franquicias. Y así, nos trasladamos a un centro empresarial que la compañía Metrovacesa tenía en Tres Cantos. Como segunda medida llamé a mi buen amigo JR para que me echara una mano en el tema de las franquicias haciendo las veces de Director de Expansión . A JR le conocía desde mi época sevillana en Supercable. En aquel momento, su experiencia comercial y su saber hacer me parecían claves. No me equivoqué. El negocio de las franquicias fue como un rayo. Tras Tomelloso llegaron de forma casi inmediata Madrid, con el piloto David Abril, Valencia con Carlos y su socio y creo que el cuarto fue para Lourdes y Javier en Pelayos de la Presa. El sector era un hervidero. Parecía que todo el mundo quería montar una inmobiliaria y al lado, una oficina de intermediación. Empezaron a aparecer enseñas desde debajo de las piedras. Y los bancos parecían haberse vuelto locos ante tanta oferta de cliente. La presión desde los consejos de administración hacía abajo era tremenda en las sucursales bancarias y el que no firmara cuatro o cinco hipotecas al mes era un paria que podía ser desterrado.

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Me gustaría saber cuantas cabezas de los que se sentaban alrededor de las mesas de los diferentes consejos han rodado a fecha de hoy. Sigamos. Pero para eso estábamos nosotros allí. Para facilitarles su labor de captación. No dejaban de aparecer agentes de muchas entidades financieras solicitándonos operaciones de crédito. Daba igual el perfil del cliente. Todos valían. Todos tenían su oportunidad. Refinanciaciones, compra-ventas, cambios de casa, compras sobre plano… Había una recomendación del Banco de España de no realizar hipotecas por encima del 80% del valor de tasación y sin embargo, el producto estrella de casi todos los bancos eran las “hipotecas 100%” e incluso “…hasta el 120% del valor de tasación para pagar los gastos” si uno tenía aval o estaba dispuesto a firmar un carísimo seguro de crédito. Los plazos de amortización se alargaban a 40 e incluso 50 años y la carencia de amortización de capital podía durar…lo que durara la hipoteca. Hasta la última cuota, solo se pagaban intereses. Nos llegaron casos de personas que venían a refinanciar sobre la base de su hipoteca hasta… ¡doce

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pequeños créditos al consumo! Personas que pedían una tarjeta de crédito para conseguir el dinero con el que pagar otra anterior. El banco de España mantiene un registro conocido como C.I.R.B.E (central de información de riesgos) en el que figuran todos los créditos que una persona tiene concedidos o avalados. Una medida para controlar el nivel de endeudamiento de la gente. Así, cuando uno le pide un crédito a un banco lo primero que hace la entidad es solicitar un informe del futuro acreedor a la CIRBE para ver cuantos créditos más tiene. Pero en dicho registro solo se incluyen los créditos con un valor superior a los 3.000€. Los créditos de menos de 3.000€, al no estar controlados por el Banco de España a través de su central de información de riesgos eran un auténtico coladero. Pero a nadie parecía preocuparle. Había gente que los coleccionaba. Y no digamos nada sobre las promociones. A todo aquel que llegara con un terreno a su nombre y un proyecto para construir se le soltaba un crédito promotor. Daba igual donde se pensara desarrollar la promoción o la experiencia del promotor. En el barrio de Salamanca de Madrid o en el pueblo de Fuensalida, en Toledo. Para la banca, todo valía porque estaban seguros de que acabaría vendiéndose y sus hipotecas serían subrogadas por amables clientes por encima de

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todo, buenos pagadores. Ni plan comercial, ni estudio de viabilidad ni nada que se le pareciera ¡Para que! Empezamos a tener problemas por la rivalidad que se establecía entre los agentes de las diferentes entidades. Todos querían tener preferencia sobre los expedientes. Aquello se transformó en una locura. La banca, históricamente un negocio gestionado por gente prudente poco dado a las extravagancias, estaba totalmente contagiado del ambiente de crecimiento sin desenfreno en el que estaba sumido el país desde el último gobierno de Aznar. Un crecimiento totalmente ficticio. Real. Pero ficticio. Por la falta de solidez. Y es que España no era un país emergente como para que se diera aquel cambio tan brutal que, de repente, nos ponía casi, casi, a liderar el mundo. Alguien tenía que haberse dado cuenta de que algo no iba bien. Porque aquellos crecimientos del 3.5% y el 4% se debían única y exclusivamente a una burbuja inmobiliaria alimentada por un gobierno irresponsable, primero del PP y luego del PSOE. Es verdad que se veían crecimientos importantes en el sector industrial porque claro, los fabricantes de ladrillos, de ventanas o de puertas, por ejemplo, forman parte del sector industrial. Y sus fábricas echaban humo.

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Con un suelo falsamente escaso y una sensación de cierta escasez en el mercado de la vivienda hacía unos años que había empezado la escalada de precios. Al principio moderada. Hasta que los ratios de rentabilidad llamaron la atención del capital que empezó a desviar parte de sus recursos hacía el ladrillo sobre la famosa figura “del pase”, esto es, compro el piso sobre el plano y, un años después, a la entrega y con un revalorización del 12% le “doy el pase” al auténtico interesado en ocupar la vivienda sin, ni siquiera llegar a escriturar, habiéndole sacado un suculento dinerito. Metidos en esta fiebre todo el mundo quería invertir en pisos. Los promotores empezaban a construir con todas las viviendas vendidas, en algunos casos, a un solo propietario intermediario que iba a realizar el negocio. Solo un tonto del bote no metería su dinero en aquel negocio. Y por descontado, la banca no podía perderse su parte del festín. Usted tráigame un pedacito de suelo que yo le doy la hipoteca para construir. Me da igual donde o como o cuando. Para construir, había el dinero que fuera necesario. Y si no bastaba con el de los depositantes, se pedía prestado. Un ejemplo de cómo se encontraba el sector fue lo que me ocurrió con un sótano que adquirimos en la C/Alcalá de Madrid.

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Mi mujer llevaba tiempo trabajando una operación con un chaval que quería comprarse un sótano viejo y destartalado situado, ni más ni menos que en el 114 de la Calle Alcalá, casi esquina Goya. El sótano había sido tasado en 420.000 € y el precio de venta era de…¡260.000! Sin embargo la operación se había complicado porque el comprador quería, no solo el 100% del valor de tasación sino ligarla con la compra de un segundo inmueble. A pesar de todo y después de muchas vueltas la operación estaba cerrada y la fecha de firma en el notario estaba fijada. Aquel día yo estaba en Sevilla cuando me llamó mi mujer para decirme que la operación se había caído. Que los padres del chico le habían convencido de que todo aquello era una locura que podía complicarle el futuro y que después de sopesar los consejos paternos había decidido no firmar. Cuando mi mujer me preguntó que se me ocurría que podíamos hacer no lo dudé. Comprar la casa. Hablé con el Popular, le presenté la operación y le dije que si me daban 340.000 € me quedaba con el piso. Una semana después estaba firmando. Intermedia tenía un piso en Alcalá esquina Goya y 80.000 € de mas en la cuenta del banco. Ahora, con el recuerdo, pienso como pudo ser posible que nadie, ni en el gobierno y en la propia banca cayera en el hecho de que con aquel nivel de precios cada vez

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era más difícil para mucha gente adquirir una vivienda y que de seguir así llegaría un momento en que todo el mundo renunciaría a tener un piso en propiedad. Y de que todo aquello funcionaría mientras el precio de la vivienda aumentara, de año en año, en los niveles que lo estaba haciendo. “El ladrillo nunca baja” Decían muchos. “Es una buena inversión. Muy segura” Y en medio de aquella vorágine, a mi, pues me iba bien. Solo había que dejarse llevar. Bien porque el negocio de las franquicias iba viento en popa. Creo recordar que cerrábamos el año con un total de veintitrés oficinas repartidas por toda la geografía española. Pero la cosa empezó a cambiar. De repente, los intermediarios fuertes como la multinacional Freedom Finance se anunciaban en TV. La inversión publicitaria por cliente captado se había disparado y no digamos nada por operación exitosa. El coste llegó a rondar los 2.000 € con la consiguiente repercusión en la subida de nuestros honorarios. En aquellos momentos, si te gastabas los 400 € que nos gastábamos nosotros al principio, estabas haciendo el ridículo y tu esfuerzo inversor pasaba desapercibido.

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Necesitaba darle un empuje a aquella parte del negocio. Solicité más dinero al popular y a la vez, también lo hice a Caja Madrid. Las dos entidades dieron por buena la petición y me vi con pólizas de crédito que triplicaban el valor de las que tenía hasta entonces. No había porque preocuparse. El negocio lo soportaba. Contraté más personal. Al bueno de Francisco Trenas como responsable de soporte a franquicias y a nuestro comercial de UCI, Nacho Martínez como responsable de operaciones propias. Teníamos a Teresa como responsable de administración y un mayor número de gestores. Poco tiempo después entraron Eduardo como director de Operaciones y Montesinos y más gente. Nuestros gastos se habían puesto en 36.000 € mensuales. Pero teníamos nuestro presupuesto y nuestro plan estratégico. Al principio costaría, pero pasados unos meses estaríamos creciendo y ganando dinero. Había que construir un equipo con el que hacer frente al futuro y ponerse a trabajar. Y en eso estábamos. Pero la competencia era cada vez más dura y, en aquellos primeros momentos a duras penas se generaban ingresos suficientes para cubrirlos. Pero había que ver quien era el bueno que se bajaba de

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aquella ola en aquel momento. La realidad es que seguíamos vendiendo franquicias y aquello nos mantenía vivos aunque aquella situación me empezaba a poner nervioso. Me llegaban noticias a través de algunos de nuestros bancos de que empresas como Freedom estaban cerrando hipotecas por muchos millones de euros solamente con la venta de los productos de General Electric. Con aquel nivel de negocio se podían permitir el lujo de mantener costosos call centers de gestores con los que gestionar las solicitudes de sus clientes. Había pues, negocio y yo tenía que aspirar a conseguir mi parte del pastel. Aunque mi pedazo fuera muy pequeño. Pero para eso había que arriesgar y mientras los bancos que me apoyaban estuvieran detrás de mi yo no me iba a achantar. Para la gente que jamás se ha planteado salir de la sombra del paraguas de la nómina tiene que resultar muy difícil imaginar como puede una persona dormir tranquila por la noche habiendo firmado créditos cuyo impago podría significar perder todo lo que tienes. Tengo que decir que, primero, hay muchas noches que no duermes bien. Yo, por ejemplo, cogí el hábito de despertarme a eso de las cinco de la madrugada. Aunque intentaba volver a dormirme, poco a poco mi mente se ponía a revisar sin perder detalle la situación

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de la empresa intentando identificar posibles riesgos ocultos y soluciones a los problemas. Una hora después, tumbado con los ojos abiertos, mi nivel de actividad mental era como el de cualquier persona a las doce del medio día. Pero los empresarios, me imagino, somos todos un poco así. Valoramos poco lo que podemos perder si lo comparamos con lo que podemos ganar y la ambición nos hace seguir hacía adelante. Supongo que el instinto se une con la confianza propia en la capacidad de generar recursos, posibilidades, oportunidades y el miedo, que también padecemos, no nos paraliza. Al final es un mecanismo innato de pensamiento que, si no existiera en algunas personas pues quizás, no se hubiera descubierto América o no existiría Google. Así que había que hacer un último esfuerzo. Hipotecamos la casa al máximo y conseguimos el último dinero con el que poder formar nuestro propio “call center”. Por allí pasaron gente muy joven y de tan grato recuerdo para mi y para mi mujer como Aroa, Jesus y Nacho y como no, mi buen amigo Fran Castell dirigiéndoles y enseñándoles. Y en eso estábamos cuando alguien gritó dentro de mi cabeza “¡No hagan juego, señores. No va más!” y la pelotita blanca empezó locamente a buscar un hueco en

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el que depositarse en aquella ruleta que había empezado a girar…

(Sigue en la página 112)

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Reflexiones Mucha de la gente que me conoce bien me ha oído decir muchas veces que si Bill Gates o Larry Page hubieran nacido en España hoy no existirían ni Microsoft ni Google. Lo siento. No quiero herir a nadie. No es mi intención ni mi estilo. Es un sentimiento. Lo pienso así. Otra de esas ideas que me han machacado durante estos dos largos años. Me imagino que es humano buscar un chivo expiatorio al que poder echar la culpa de tus males y que mejor chivo que el Estado impersonal no se da. A ver. Yo ya sé que la crisis ha sido mundial y que también en Estado Unidos ha habido gente, empresarios que como yo, se han visto empujados al abismo de la quiebra por el cierre de sus empresas. Un buen amigo mío y antiguo proveedor de una de las empresas en las que trabajé en el pasado me comentaba admirado sobre el novio americano que se había echado su hija que, después de haber intentado sacar adelante un par de proyectos empresariales frustrados por la mala suerte, llevaba tiempo trabajando en los pocos ratos que les dejaban sus estudios universitarios con el objetivo de ahorrar y poder lanzar el tercero que decía, sería el definitivo. Eso es lo que yo llamo mentalidad.

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Y al final la mentalidad de un país es como una niebla que flota en el ambiente y, que de alguna manera acaba humedeciendo todos los rincones. El artículo 1, punto2 de la constitución española dice que “La soberanía nacional reside en el pueblo español del que emanan los poderes del estado”. Ahí es nada la pomada. ¿Tu te sientes muy soberano? Porque yo, la verdad, es que no me he sentido soberano nunca. Y me miro delante del espejo y no veo que de mi cuerpo emane nada. Ni siquiera el día que voto. Lo siento, pero no me la dejo pegar. Este nuevo Dios del siglo XXI que se llama democracia tiene un problema y es que, es una forma de organización social del estado tan compleja que, o se ejecuta de forma completa sin miedos y protecciones adicionales o, simplemente, aporta poco más que las democracias orgánicas que también conocemos del pasado. Yo reconozco que cuando me entero que en los Estados Unidos se usan las elecciones, por ejemplo presidenciales, para aprovechar y elegir, por ejemplo, al jefe de la policía, o para decidir si se autoriza o no la caza de aves acuáticas siento envidia y puedo entender que un americano se sienta un poco más soberano que yo.

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En España somos esclavos de nuestra historia, por un lado gloriosa pero por otra responsable de una serie de hábitos adquiridos y forma de entender el estado y el poder y la relación de estos con los ciudadanos que nos sigue y nos persigue y no parece querer abandonarnos ni en los albores del siglo XXI. Nuestra estructura jurídica, heredada directamente de los romanos aunque complementada a lo largo del paso de los años por las diferentes civilizaciones que nos han invadido, se ha quedado anticuada y ahora mismo, representa una traba para el rápido desarrollo de nuestra sociedad. Nos creemos (esto es una idea, por otra parte, muy socialista) que mientras más legisladas estén las cosas mejor funciona la sociedad y es, precisamente todo lo contrario ya que el exceso de legislación más allá de proteger al débil frente al poderoso lo que hace es poner trabas para que los individuos puedan adaptar la sociedad a los nuevos modos de entender el mundo. Al final, siempre queda la persona y la capacidad de los seres humanos para relacionarnos y pactar. La convivencia no es un problema de ley. Es un problema de acuerdo. Y se ha quedada anticuada la estructura legal y se han quedado anticuados los ejecutores de la misma. Es increíble, por no decir inadmisible, como se gestiona la justicia en los juzgados españoles totalmente

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desbordados por los acontecimientos y el avance de la sociedad hacía un nuevo modelo de relación entre los individuos. Los criterios de elección de jueces, unas oposiciones que no han cambiado desde hace décadas simplemente no valen para asegurar la disponibilidad de tener jueces preparados para juzgar en el siglo XXI. ¿O es que hay alguien en este país al que no le interesa que funcione la justicia? Y sin justicia pues no hay estado de derecho. Y la democracia es eso, precisamente, “Estado de derecho”. Figuras como los notarios o los registradores varios deberían ser plenamente revisadas y adaptadas a los nuevos tiempos. Ahora mismo son, sobre todo, estorbos en la mitad del camino. Que no digo yo que no tenga un role que jugar en el futuro pero si tengo claro que este será otro. Pero para que esto cambie habrá que cambiar la estructura legal del país. Los conceptos. ¿Cómo puede ser que en un súper país del primer mundo como es Noruega se pueda crear una sociedad mercantil por internet casi en el acto pagando con una tarjeta de crédito?¿Y no les crea inseguridad jurídica?¿Donde nos estamos equivocando? Habría que gestionar lo que los consultores llaman un “proyecto de cambio” a nivel estatal nacional y autonómico. Habría que revisar la función, el papel y la adecuación a los nuevos tiempos, al futuro que se

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nos echa encima, todo aquello que existe desde hace más de, digamos, veinte años. Los colegios profesionales, el B.O.E., la estructura del poder judicial, los procuradores, el cacao de los servicios de seguridad, el papel de las cárceles y el destino de los presos, los sindicatos, las TV públicas, las Cajas de Ahorros. Todo, todo huele a antiguo e impiden que la sociedad se pueda desarrollar y adaptar al ritmo que exige la globalización en la que estamos sumidos. Y ojo, porque los países emergentes en los que, de alguna manera se desarrollará el mundo del mañana crecen y se hace sin todas estas trabas heredadas. Y si las tenían en el pasado la fuerza del cambio que están experimentando es tan grande que se las quitarán de en medio. Ahora mismo la nuestra es una sociedad donde los mejores, los líderes, los héroes, se pierden desorientados por el camino. El estado, que gestiona lo publico debe aspirar a ser lo más eficaz posible y a su vez, también lo más barato. Y no para que nos cueste menos, sino para que con los mismos recursos, se pueda hacer más. El estado en el siglo XXI estará a disposición de los ciudadanos 365 días al año, 24 horas al día. Se promoverá el voluntariado estatal por el que, los ciudadanos de a pie colaboraremos en la medida de nuestras posibilidades en el mantenimiento del mismo.

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En la relación con los ciudadanos las gestiones serán mínimas, la información máxima y la herramienta de intercomunicación será internet. Y la transparencia, total. Todo debe ser revisado, analizado en base a su autentica utilidad pública y adaptado a los nuevos tiempos o simplemente eliminado. El cambio debería ser tan profundo que habría que empezar por revisar el papel de la figura del funcionariado, otra herencia del imperio romano, en el siglo XXI. Tengo muy buenos amigos funcionarios, extraordinarias personas con una valía individual incuestionable que, en la intimidad, te confiesan que su puesto, muchas veces está carente de contenido. Que no tiene trabajo. Que muchos días no saben lo que hacer. ¿A quién le interesa tener un estado tan megalítico como ineficaz? ¿Por qué no puede el estado contratar trabajadores en régimen laboral idéntico al que tiene un trabajador de una empresa privada? El cargo vitalicio, ¿aporta calidad al trabajo a realizar por el citado funcionario? ¿Asegura su vocación de atención al cliente que no son otros que el resto de sus conciudadanos? No conozco ningún niño que de pequeño afirme que, de mayor, quiere ser funcionario. Quizás haya alguno que quiera ser policía o incluso bombero. Pero me apuesto lo que sea a que ninguno

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quiere ser funcionario de…la seguridad social, por ejemplo. Yo entiendo que, vocaciones aparte, en un mundo complejo como es el que nos ha tocado vivir en el que el trabajo puro y duro, simplemente, no vale nada, haya quien opte por sacrificar muchas cosas como ilusión, creatividad, desarrollo profesional, etc a cambio de seguridad, pero, ¿es licito, en los albores del siglo XXI que se sigan ofreciendo este tipo de relaciones laborales tan al margen de la realidad del contribuyente? ¿No se podrían diseñar nuevos métodos de relación laboral entre el estado y los individuos más justas para el contribuyente, que, al final, es el que genera el dinero con el que se pagan esos sueldos y que premiara por ejemplo la autentica vocación de servicio público? ¿Porque no se realizan entre los ciudadanos encuestas sobre la percepción de la calidad del servicio recibido? En resumidas cuentas, ¿Por qué no se nos protege de algunos de los funcionarios que deberían servirnos? El futuro demanda otro concepto de lo que debe ser el servicio público. Y más tarde o más temprano esto tendrá que cambiar. Otra cosa fundamental para que funcione el sistema es que exista una independencia real entre los tres poderes, el ejecutivo, el judicial y el legislativo. De esta manera, cada poder es vigilado por los otros dos y

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nos aseguramos de que no se da ningún tipo de absolutismo. Y para los políticos españoles esto es simplemente inconcebible. Porque para los políticos españoles el poder, o es total, o no es poder. ¿Serán reminiscencias de los cuarenta años de franquismo? Disponer de poder total significa poder ejercer el poder sin riesgos. Significa poder echar mano de las llamadas “razones de estado” sin que nadie marque la línea de la que nadie, ni el estado, debería poder pasar. Porque el riesgo, a los españoles, y más a los políticos les gusta más bien poco. A los españoles parece que nos gustan las instituciones monolíticas. Prietas las filas. Como son los partidos políticos. ¿Cómo es eso de que el que se mueve no sale en la foto? Lamentable. Porque aunque la mayoría de la gente no lo sepa las cosas se pueden hacer o gestionar de otra manera. ¿Cómo se puede explicar cuando la TV nos cuenta que el presidente Obama ha tenido que ir al congreso a convencer a los congresistas de su partido demócrata para que voten a favor de su ley a favor de la sanidad pública? Te imaginas la misma noticia diciendo que Zapatero se ha reunido con los parlamentarios del PSOE para convencerles de que voten a favor de la nueva ley del aborto. Es más, os imagináis una noticia que dijera “la propuesta de ley del aborto ha sido rechazada por una serie de votos socialista que votaron en contra por problemas de conciencia”. Pues no pasaría nada dramático, la vida seguiría y los españoles sentiríamos

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que la nuestra es una democracia de verdad. Porque al final, los congresistas y senadores norteamericanos se deben a sus votantes, que les han elegido a ellos y no a otros, después de campañas durísimas en las que cada candidato ha defendido, de forma personal, su candidatura, con sus programas con propuestas concretas para sus votantes. Los suyos. Esto, insisto, es democracia de verdad. Porque, sino es así ¿para qué valen la ristra de parlamentarios y senadores que tenemos en España? ¿Por qué no va uno en representación de cada partido con la representación de los votos de todos los demás? Por lo menos nos ahorraríamos sueldos y tiempo. Y el resultado sería el mismo. Pero sin paripé. Porque además, el problema de este país es que el paripé se repite en todas y cada una de las comunidades autónomas. Como ocurre con todos los problemas graves, su gravedad viene dada por la profundidad de la zona en la que se genera. Así pues, los partidos políticos, otra cosa que existe tal y como se creó hace, en algunos casos, más de cien años tampoco valen para el siglo XXI. También tienen que adaptarse a esta nueva sociedad que se está gestando en las tripas de la WWW. Hay que perder el miedo a la discrepancia. Hay que huir del pensamiento único. Hay, pues, que aceptar la renuncia al poder sin límites si este no está avalado por el apoyo objetivo de la mayoría. Respaldo que debe ser refrendado de forma continua. Evaluación

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continua, como decían en mi cole. Tendrán que montar estructuras que aseguren que, los mejores, los lideres innatos que deambulan por las trincheras de los militantes de base, tengan su opción de llegar a los órganos de dirección, con independencia del apellido que tengan o de quien sea su padrino o su familia. Eso, ahora mismo y que no nos cuenten milongas no es así. Entonces, y solo entonces, los partidos serán herramientas útiles al servicio de la mayoría de los contribuyentes y de la sociedad, huérfana de auténticos líderes que nos conduzcan con seguridad hacía el futuro que nos espera. Para salir de la crisis será necesaria que los ciudadanos contemos con la independencia real de los tres poderes del estado como única manera de garantizar nuestros derechos como ciudadanos soberanos y así, nuestra libertad para decidir en conjunto nuestro destino inmediato. La única manera de quebrar el poder absolutista que sale de las urnas lo sería rompiendo el poder monolítico de los partidos políticos mediante la imposición de las lista abiertas y el acercamiento del poder al ciudadano. Que decir de los sindicatos. ¿Será verdad que hay más de 300.000 liberados, esto es, miembros de los sindicatos que no trabajan y, cobran su sueldo mientras dedican su tiempo a trabajar para el mismo?¿pero que hacen? Yo, en mis cuarenta y cinco años de vida, muchos de ellos como trabajador por

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cuenta ajena con muchos problemas laborales, jamás me he encontrado con ningún sindicato que viniera a echarme una mano de nada. Los trabajadores siempre tendremos que buscar en la asociación la fuerza y la unificación de criterios con la que defender nuestros derechos. Lo de que la unión hace la fuerza siempre será verdad. Pero de esto a estos sindicatos antidiluvianos profesionalizados hasta las cachas tan alejados e inservibles hay un trecho. Una vez más en internet se generarán las nuevas formas de relación entre los trabajadores y la web será su mejor herramienta defensiva. Más eficaz y mucho más barata. Y ojo, lo mismo para las organizaciones empresariales que muchas veces no se sabe a que empresas representan o quieren representar. Los políticos tendrán que acepar que la malversación del dinero público es uno de los delitos más graves que un servidor público puede cometer. Porque, como oí decir una vez a una ministra, los políticos piensan que el dinero público “no es de nadie”. Desde el punto de vista conceptual es un error de profundidad y como tal, genera un daño casi irreversible. Los gestores de lo publico deberían tratar el dinero que les cedemos los ciudadanos, precisamente para eso, para que gestionen lo público, como algo sagrado. La responsabilidad de recibir este encargo tendría que ser abrumadora, aplastante.

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¿Cómo puede ser que una ministra del gobierno de Zapatero diga que el dinero público no es de nadie? Esta afirmación identifica un problema de raíz. Pero cuidado, porque no creo que en el PP se tenga un concepto diferente de lo que debería ser la meticulosa gestión de lo público. Cada euro debería ser gastado con la máxima seriedad, responsabilidad y claridad. Debería ser publico en tiempo real. Es posible. La tecnología actual lo permite. ¿No quieren desarrollar los proyectos de I+D+i? Pues que desarrollen estos sistemas y los pongan a disposición de los ciudadanos. Todo debería estar en Internet. ¿Por qué no? Hasta lo que paga un concejal de deportes con su tarjeta de crédito. Necesitamos saber que los políticos viven de su sueldo. Que no lo ahorran entero antes de llegar a fin de mes. En resumidas cuentas, si hemos de sacar entre todos y por el futuro de nuestros hijos este país hacia adelante, necesitamos encontrar en el estado una herramienta útil al servicio de este esfuerzo y no una máquina de meter palos en las ruedas. Para salir de la crisis será necesario redefinir totalmente la relación entre el estado y el individuo haciendo hincapié en la transparencia en la gestión de lo público, la revisión del concepto de servicio público en el siglo XXI y la eliminación de todo

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aquello que pueda significar una traba para el desarrollo dinámico y espontaneo de una nueva sociedad.

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Reality. Episodio tercero DESENLACE.

En junio del 2007, conocíamos a través de los medios de comunicación que, a muchos miles de kilómetros de Madrid, varios fondos flexibles, también conocidos como hedge funds, que invertían el dinero de cientos de miles de ahorradores norteamericanos que vivían ajenos a lo que sus gestores hacían con su dinero en deuda titularizada, de una importante gestora de fondos que después nos sonaría hasta en la sopa conocida como Bear Stearns, entraba en quiebra. En Junio del 2007 yo presentaba la baja de Intermedia en el censo de actividades económicas y echaba el cierre con muchos cientos de miles de euros de deuda propia y avalada. Acababa de oficializarse la crisis. La mundial y la mía. Como ya te he comentado, mi empresa y miles de empresas como la mía llevábamos años vendiendo las hipotecas subprime de GE y otras muchas entidades de crédito pero nadie nos había dicho, por lo menos a mí, que se llamaran así. La primera vez que oí la palabra “subprime” fue en la ciudad de la banca del Banco Santander unos meses antes de que oficialmente estallara la crisis.

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Recuerdo perfectamente el autobús interno que me dejó en el edificio donde tenía la reunión con uno de los directivos de Santander Consumer, una de la marcas o quizás, la marca por excelencia de la banca comercial del “Grupo de la Llama”. En la reunión me iban a presentar el listado de hipotecas para clientes “subprime” que estaba lanzando la compañía y que pretendían comercializar, entre otros canales, a través de compañías como la mía, esto es, los brokers o intermediarios hipotecarios, calcando de esta manera el modelo norteamericano. Un modelo que, al otro lado del charco, hacía aguas sin posibilidad alguna de retención. No me deja de sorprender que, con la que se estaba liando en Estados Unidos donde se llevaban ya varios años hablando de los posibles problemas que este tipo de hipotecas podrían acabar generando en la economía del país, en el nuestro, súper ejecutivos de los bancos más importantes del país y, algunos, incluso, del mundo, estuvieran pensando en lanzarse de nuevas a aquel negocio de riesgo. De hecho, lo que me presentaron aquel día, igual que lo que meses antes me había presentado otras entidades, era una copia descarada de las características genuinas de los productos subprime de GE que llevábamos meses, sino años, vendiendo.

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Se ha escrito mucho sobre esta crisis que aun no ha terminado y que además, marcará un antes y un después en el desarrollo cultural de nuestra civilización y se ha explicado por activa y por pasiva todos estos conceptos tan difíciles de asimilar para la mayoría de la gente cuya vida no tiene nada que ver con ellos. Sin embargo yo no quiero dejar de explicar como entendí la crisis que acabaría cerrándome la empresa y con ella mi forma de ganarme la vida. Como ya he comentado con anterioridad el termino “Subprime” lo que define es un tipo de cliente ¿Que cliente? Pues aquel cliente con un perfil tal que no tendría acceso a una hipoteca, digamos, “normal”. Para entendernos, sería subprime un cliente que, por haber dejado de pagar un crédito figurará en alguno de los ficheros de morosidad que existen en España como el a.s.n.e.f. o el esperian. Más aun, sería cliente “subprime” una persona que, por haber dejado de pagar una hipoteca se pudiera encontrar inmersa en pleno proceso judicial ejecutivo encaminado a quitarle la casa. O el que, teniendo todos sus créditos al día, sin embargo, tiene tal nivel de endeudamiento y paga tanto de cuotas que ningún banco tradicional le daría ni un solo euro más.

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O también, gente que por vivir instalada en la economía sumergida y ganar todo su dinero en negro o B no tienen manera alguna de demostrar fehacientemente sus ingresos. Bien. Pues todas estas personas serían clientes “subprime”. Aquí, igual que en los EEUU. Y las hipotecas que se le daban a este tipo de clientes eran las famosas “hipotecas subprime”. Como ya he dicho y aunque cuando saltó la crisis el gobierno se hartó de decir que en España no se vendían este tipo de productos, este era el negocio estratégico de GE y muchos otros, en muchos casos segundas marcas de los principales bancos y cajas del país y nosotros, los brokers, parte fundamental del mismo. Lo que el común de los mortales piensa cuando entiende que es esto de las hipotecas subprime es que hay que estar loco para prestarle dinero a alguien con este historial. Y yo os digo que cuidado con la locura porque hasta que estallara la crisis en la que nos encontramos sumidos las hipotecas subprime fueron un tremendo negocio para unos cuantos. Fueron un tremendo negocio porque eran un producto caro con un precio elevado. Hablando en plata, eran unas hipotecas tremendamente rentables. Todo el que sufre una hipoteca y sufrió el proceso de contratación sabe que el precio de una hipoteca hay

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que buscarlo fundamentalmente en dos variables. Por un lado las comisiones que la entidad te casca cuando firmas la hipoteca (fundamentalmente la comisión de apertura) más la venta de productos cruzados (Seguros de todo tipo, de prima única y en casi todos los casos, usureros) y por otro, el diferencial que el banco te pone sobre el índice de referencia (En nuestro caso, en España, el famoso euribor). Pues bien, si para un cliente de perfil normal, en una hipoteca estándar el banco le podía intentar meter (hoy ya los precios son otros) una comisión de apertura de, digamos un 0,5 % sobre el importe total de la hipoteca y un diferencial de, digamos un 0,65% o 0,75%, en un hipoteca subprime nos podíamos encontrar con que las comisiones de apertura podían llegar a rondar el 2-3% e incluso más. Y el diferencial sobre el euribor podía alcanzar el 3-4%. Eran pues hipotecas que, si se pagaban, resultaban muy rentables. Y ojo, porque esta característica, su tremenda rentabilidad, en un sector, el financiero donde la rentabilidad de muchos productos de inversión de bajo riesgo está muy limitada, sería una de las claves para entender la que se habría de montar. Pero para que todo el tinglado funcionase la otra clave era, como en todos los productos financieros de préstamo, precisamente el asegurar que el cliente te fuera a devolver el dinero, más los intereses devengados.

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Continuemos. Otra de las características claves de este tipo de hipotecas es que necesariamente las entidades tenían que cubrirse mucho con el valor de la garantía que fueran a hipotecar. Me explico. Como ya he dicho el Banco de España recomendaba a todas las entidades (yo creo que era una recomendación más que una obligación pero tampoco lo puedo asegurar) que operaban en el mercado español que nunca se hipotecara una vivienda por encima del 80% ¡No gestioné yo hipotecas al 100% e incluso al 120% del valor de tasación! Ahora eso se acabó y para conseguir una hipoteca hay que tener ahorrado el 20% del precio más los gastos. Por eso ya no se venden casas. La cosa estaba clara. De esta manera, en caso de impago se supone que el valor del bien que garantiza el pago es superior al importe del impago. Con independencia de las implicaciones que esto tiene en las provisiones por impagos que los bancos están obligados a realizar, al final del proceso, cuando el piso sale a subasta, es fácil que el dinero que se recupere con el mismo se acerque al importe de la deuda (después, la realidad no tiene nada que ver con esto, pero bueno, está es la teoría) Bueno, pues ya he comentado, las entidades que vendían hipotecas subprime se cubrían aun más ya que

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no aceptaban garantías que superaran el 70% del dinero que se prestaba y, a mayor complicación con el perfil del cliente, mayor valor se le exigía a la garantía pudiendo llegar a no aceptar bienes que no superaran el 50% del dinero que se prestaba. Eso si, era común llegar a aceptar varios bienes como garantía de forma simultanea que podían ser aportados por personas que no tenían que ser, necesariamente, la persona a la que se prestaba el dinero. Y es que para que todo el tinglado de las hipotecas subprime funcionara, era fundamental que la hipoteca quedará bien garantizada. Por que si estaban bien garantizadas se podían vender bien. Me imagino que a estas alturas te estarás preguntando que a pesar de tener bienes de sobra con los que garantizar el cobro en caso de impago, como todo el mundo sabe, los bancos lo que quieren es que se les devuelva el dinero ya que, y ellos los saben bien, siempre que se quedan con un bien ejecutado, pierden dinero. A pesar de lo que se puede ganar, ¿prestarías tu dinero a este tipo de clientes conociendo los riesgos tan altos de impago por muy buenas que sean las garantías aportadas? ¿A que no? Ni tú, ni nadie. El tema es que aquí, como siempre, había truco. Y que conste que yo, de todo esto me

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enteré ya desde el paro, con Intermedia bien cerrada. La clave aquí es que, con estos clientes, la estrategia no era la de mantenerlos durante muchos años como lo sería en el caso de un cliente hipotecario de un banco tradicional. Muy al contrario, aquí, el objetivo es desprenderse del cliente lo antes posible ¿Pero como? Pues muy fácil. Lo que se hacía, como parte fundamental de nuestra función como brokers, era usar parte del dinero que se le prestaba al cliente para pagar todas las deudas pendientes del cliente y conseguir, de esta manera, borrar el pésimo perfil crediticio del cliente. En el momento en el que se pagaban los préstamos pendientes desaparecían las anotaciones en los ficheros de morosidad. Se paraban los procesos ejecutivos. Podemos decir, usando un símil automovilístico, que se hacía una puesta a nuevo. Y así, pasados unos meses, el mismo broker que consiguió la hipoteca subprime se encargaba de buscarle una hipoteca estándar, de mercado, en un banco convencional con la que cancelar la hipoteca subprime dejando al cliente en la posición en la que se quería encontrar al principio del proceso pero eso si, también, habiendo pagado un precio considerable por todos los servicios contratados ya que la hipoteca final con la que se quedaba al finalizar el proceso podía ser en muchos caso superior en un 20% a la que tenía inicialmente.

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Una parte importante de este dinero se lo habría quedado el banco que vendió la hipoteca subprime ¡Tremendo negocio! Pero ¡ojo! porque, y aquí esta la verdadera clave para entender el porque de la crisis, para que esta operación se pueda realizar con ciertas garantías es necesario que la vivienda suba todos los años lo suficiente como para que el valor de la garantía alcance el nivel suficiente para que la operación de refinanciación se pueda realizar en un plazo corto (seis meses o un año). ¿Por qué cae una persona en una situación de morosidad bancaria? Pues, yo diría, incluso pensando en mi mismo que, cada persona puede presentar una razón diferente. Lo de pagar es un tema cultural, de valores, de educación. Así, hay gente para la que dejar de pagar un crédito no supone el más mínimo nivel de incomodo. Serían los morosos recalcitrantes que, hasta que son detectados por la banca pueden intentar firmar todos los créditos que puedan sin tener la más mínima intención de pagarlos. Después hay mucha gente, sería mi caso, que dejan de pagar por un giro brusco de la vida, por un desmoronamiento de tu situación patrimonial. Para alguna de estas personal una operación subprime como la descrita con anterioridad significaba poder empezar de nuevo. Perdón. Matizo. Podría representar “la única” oportunidad de volver a empezar.

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De hecho me vienen a la mente el recuerdo de muchos clientes con los que se establecían auténticos vínculos de amistad basada en la gratitud del que sentía que le habíamos sacado de un grave problema. Hay que tener en cuenta que los que teníamos el trato con los clientes éramos nosotros. El banco, muchas veces, lo conocía el día de la firma. Algunos intentaban reflotar negocios hundidos y otros simplemente intentaban conseguir el tiempo necesario para poder vender el bien y cerrar de esta manera una época negra de sus vidas. Sea cual fuera su estrategia el día que firmaban, respiraban. Bueno pues, resulta que, los bancos que se dedicaban a vender hipotecas subprime tenían un as en la manga para todas aquellas hipotecas que los brokers no conseguíamos refinanciar y que no era otra que revender estas hipotecas. Como he dicho, en USA, donde se venían comercializando estas hipotecas desde hacía muchos años, La Reserva Federal, el equivalente a nuestro Banco Central Europeo, consciente del peligro que podían representar para la solvencia de la entidad les había impuesto una cantidad límite en relación con otros parámetros del banco.

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Pero claro, hecha la ley, hecha la trampa. Dado que la deuda puede ser objeto de venta y transacción económica mediante compra de bonos o titularizaciones de crédito como ya comenté que, por ejemplo, aquí era la base del negocio de entidades como UCI, las hipotecas subprime eran paquetizadas, vendidas y, ¡voila! retiradas del activo del balance de la entidad concesionaria. Habían desaparecido y por ende, se podían volver a vender.

¿Y a donde habían ido a parar? Pues habían sido transferidas a fondos de inversión o planes de pensiones cuyos gestores manejaban miles de millones de dólares de pequeños ahorradores norteamericanos sin que estos supieran muy bien como. Indefensa currante clase medía, a la que le habían asegurado una rentabilidad que implicaba que todos los meses recibían el dinerito prometido en su cuenta bancaria. Así de fácil. Para que preguntar. A fin de cuentas ¡como va a quebrar un banco tan antiguo y con este tamaño! Pensaban ¿Verdad?

Ahora se dice que muchos de estos gestores no sabían el riesgo que estaba adquiriendo cuando invertían en la compra de estos títulos o bonos. Yo, no me lo creo.

Gracias a la rentabilidad de los mismos, debida a su vez a la alta rentabilidad que proporcionaban las hipotecas subprime podían asegurar pingües beneficios a sus depositantes y así conseguir

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convencer a más personas para que les confiaran sus ahorros y manejar más y más dinero.

La erótica del capitalismo.

Y los gestores de los fondos ¡venga a comprarse Ferraris y casas de 2.000.000 de dólares! Otra cosa son los pequeños ahorradores. Estos, igual aquí que en Estados Unidos no tienen ni idea de en que invierten su dinero. Aunque ellos se crean que si. Confían en el director de la sucursal porque le conocen desde hace un tiempo y este, se limita a seguir las directrices que le marcan desde arriba en el sentido de colocar este o aquel producto. Y pobre de él si no lo hace. ¡La de veces que yo, hablando con un Director de sucursal me daba cuenta de que desconocía a fondo el producto que estaba intentando vender!

Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Allí, lo mismo que aquí pero un poco antes. Que llegó un momento en que la vivienda subió tanto que, simplemente, se quedó sin compradores reales.

Hay que tener en cuenta que, a la subida especulativa de los precios se unió el hecho de que, la economía estaba tan recalentada y había tanto dinero en circulación y tanta euforia económica que, en un intento de controlar lo incontrolable, la reserva federal, como aquí el BCE, llevaba tiempo subiendo los tipos de interés. Y claro, uno de los afectados

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directos de estas subidas eran los propietarios de una hipoteca, normal o subprime.

Y de repente, las ventas reales de viviendas empezaron a descender.

La primera señal de alarma afectó a los inversores inmobiliarios que percibieron que se había alcanzado un techo de rentabilidad y que aquel empezaba a ser un negocio con un futuro poco brillante.

Así pues, a la imposibilidad del comprador real se unió la huida del inversor inmobiliario y la consecuencia fue que, en un pispas, las viviendas pasaron de subir un 10% todos los años ¡a bajar su precio!

¡Y eso que las casas nunca bajan su precio! Como he oído yo afirmar a tanta gente.

¿Recuerdas lo que te dije antes sobre la necesidad de que la vivienda suba para que funcione el negocio de las hipotecas subprime? Pues de repente la vivienda estaba bajando y entonces, mucha gente que estaba sufriendo para pagar su hipoteca subprime se encontró con que su casa podía valer menos que el valor de la hipoteca que garantizaba, y entonces, no lo dudaron, se fueron a su banco, depositaron las llaves de la casa y se fueron de alquiler.

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En Estado Unidos ¡que gran país! cuando el banco se queda con la casa que garantiza la hipoteca, finaliza la deuda del propietario con el mismo con independencia del valor del inmueble.

Y alguien empujó la bola de nieve cuesta abajo y está empezó a rodar y a crecer.

Al impago de las hipotecas subprime se unió el impago de las hipotecas normales. Y a continuación siguió el impago de las hipotecas a la construcción porque, de repente, no se vendía un piso desde la costa este a la oeste de Estados Unidos.

Exactamente tal y como ha ocurrido aquí, las entidades financieras despertaron súbitamente del sueño en el que estaban inmersas y nada más darse cuenta del lío en el que estaban metidas lo primero que hicieron fue cambiar radicalmente sus criterios de riesgo y no prestar dinero a nadie que no aportara un perfil de riesgo cero. Sabían que, con la cartera contratada, con los créditos ya concedidos, el nivel de morosidad se dispararía a lo largo de los meses siguientes de forma descontrolada y no se podían permitir el riesgo de contratar ni un solo crédito más que pudiera ser moroso. Y más en tiempos de crisis como los que venían. Lo mismo que nos está ocurriendo a nosotros ahora mismo.

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Pero claro, la ausencia de financiación empujaría a muchas empresas que estaban fuera del sector, en actividades totalmente ajenas a todo aquello, a caer en tremendos problemas de tesorería que, en muchos casos, degenerarían en quiebra.

La epidemia se extendía.

Es más, entré si, los bancos empezaron a desconfiar el uno del otro. Todos sabían, aunque no se lo dijeran a nadie, como de tocados estaban internamente y se temían que el de al lado estuviera aun peor con lo que se dejaron de prestar dinero entre ellos y lo que se conoce como el interbancario se quedó paralizado.

Y el pánico definitivo estalló cuando, los ahorradores, que vivían felices y ajenos a los problemas de los que tenían que pagar su créditos e hipotecas se enteraron que detrás de todo aquello estaba su dinero, conseguido con el esfuerzo de muchos años de trabajo y que de repente veían desaparecer con la quiebra de las entidades, fondos y planes de pensiones, en las que habían confiado su deposito durante aquellos años.

El total de ejecuciones hipotecarias del año 2006 en Estados Unidos ascendió a 1.200.000 (wikipedía), lo que llevó a la quiebra a medio centenar de entidades hipotecarias en el plazo de un año. Para el 2006, la crisis inmobiliaria ya se había trasladado a la bolsa: el

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índice bursátil de la construcción estadounidense caía un 40%.

Según wikipedía en el mes de abril el FMI alertaba sobre la reducción del mercado de las hipotecas prime en favor de las subprime. La institución internacional, en un informe publicado ese mes, calcula que "en enero de 2007 existían en Estados Unidos 4,2 billones de euros en bonos ligados a las hipotecas de alto riesgo, de los cuales 624.000 millones de euros pertenecían a mediados de 2006 a inversores no estadounidenses".

En el mes de julio, según la Reserva Federal, las pérdidas generadas por las hipotecas subprime se situaban ya entre los 50.000 y los 100.000 millones de dólares.

Lo demás ya es historia.

En España, en Europa en general, empezaron a llegar las señales de alarma.

Yo me percaté de ello de la siguiente manera.

Se habían puesto en contacto con nosotros la gente del Deutsche Bank para presentarnos sus productos hipotecarios que, anunciaban, iban a ser lo más espectacular que habíamos visto hasta la época. Entre

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otras cosas se anunciaba una hipoteca hasta el ¡140% del valor de tasación!

Es más, estuvieron encantados de hacernos una presentación privada de los mismos en nuestra segunda convención de franquiciados, cuando ya éramos unas 35 oficinas repartidas por todo el territorio nacional. Las oficinas estaban nerviosas por poderlos empezar a vender.

Y de repente, un día, me llamaron y me convocaron a una reunión en sus oficinas de Pozuelo. En la misma me anunciaron que, habían recibido ordenes desde su central de Alemania y que donde dije digo, digo diego y que nada de nada. Que retiraban todos los productos anunciados y que se limitarían a vender hipotecas de las clasificadas como normales.

Todavía no había terminado de asumir esta extraña retirada cuando me informan de que Santander Consumer también retira su lista de productos subprime. Para mejores tiempos.

Bancaja, la CAM, Caja Madrid. Lo único que nos llegaba eran noticias sobre cambios o desaparición de productos y endurecimiento de las condiciones de aprobación.

La puntilla llegó cuando también desde GE nos llegaron noticias de cambio.

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Nuestro buque insignia. La entidad con la que habíamos aprendido todos todo sobre aquel negocio anunciaba su lenta pero implacable retirada.

Alguien me dijo que la financiera de la General Motors, GMac Financial Services no había conseguido que le pagaran una sola de las hipotecas que habían firmado en sus escasos seis meses de vida en España. Algún ex intermedia de bajo rendimiento se fue a esta compañía buscando el calor del trabajo seguro y el abrigo del amiguismo fácil.

Todavía en Marzo del 2007 percibíamos interés por comprar nuestra franquicia pero a aquellas alturas de la jugada, yo sabía que aquello estaba muerto, por lo menos para mí. Seguir vendiendo franquicias hubiera sido una estafa.

Como salida desesperada intente vender el portal a alguna empresa grande que pudiera encontrar en su uso un valor añadido. Lo intente con la gente de Don Piso. Me vi varias veces con su Director General, Emiliano Bermúdez, en sus oficinas de Barcelona y en eso estábamos cuando me enteré de que Ferrovial había puesto a la venta la red de inmobiliarias. No estaban, pues, para hacer inversiones.

No había nada que hacer. Y así se lo comuniqué a todas mis franquicias y en particular a los que habían sido mis principales bastiones en el desarrollo de

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aquel proyecto llamado Intermedia, Juanma en Palma, Jorge en Valencia y a Jorge y sus chicos en Tarragona.

Les autoricé a continuar usando la marca si esa era su decisión y les deseé toda la suerte del mundo pero yo, les dije, abandonaba. De alguna manera la decisión la había tomado al comenzar el año.

Poco a poco fui despidiendo a toda la plantilla hasta quedarnos Rosa, JR, Teresa, Araceli y yo mismo. Marta se había ido a vivir hacía un tiempo ya a Jerez.

En un intento de descender los gastos al mínimo cerré las espectaculares oficinas que tenía en alquiler en Tres Cantos y me fui al sótano que la empresa tenía en la calle Alcalá y que no conseguíamos vender de ninguna de las maneras. El dinero de la cuenta iba desapareciendo y nos acercábamos al colapso, incluso personal.

Esperé a que se incorporara Teresa de su baja por maternidad y tal y como ya teníamos pactado, dimos por finalizado su contrato con su despido.

Aquello se había acabado. El fin de un sueño que se había transformado en una pesadilla.

Mi propia ruina ninja.

Y ahora, sin descanso, empezaba mi guerra personal.

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Escribiendo estas líneas me entró la curiosidad de saber que ocurriría si escribía en el buscador Google las palabras “eintermedia.com”

Lo hice y me quedé sorprendido de la cantidad de cosas que todavía aparecieron. Decenas de recuerdos que ahora, ya, forman parte de mi pasado.

Como ya he comentado cerré la empresa con una deuda directa e indirecta elevadísima. Estarás pensando que soy una especie de millonetis sobrado de pasta que se puede permitir el lujo de meterse en este tipo de empresas arriesgadas. Nada más lejos de la realidad. Mi patrimonio ese Junio del 2007 se limitaba a mi casa, en la que vivimos mi familia y yo, y las oficinas en la calle Alcalá de Madrid donde habían transcurrido los últimos meses de Intermedia. El valor de tasación de ambos bienes antes de que se desplomara el mercado de la vivienda estaba muy por debajo de aquella cantidad. Hoy, que las casas valen mucho menos que entonces, ni te lo digo. ¿Qué como es posible que yo fuera capaz de convencer a los bancos para que me prestaran tal cantidad de dinero? Ya te lo he contado. La realidad es que como has visto tiene mucho que ver con la crisis financiera, porque al final, una de las causas más importantes de que la crisis tuviera lugar se debió al ataque de locura

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que le dio a todas las entidades financieras que de repente perdieron la razón. Se olvidaron del principio de prudencia, básico hasta entonces en lo que debía ser la gestión de una entidad bancaria y empezaron a dar dinero a discreción sumidas en una carrera loca por generar más negocio que el de al lado y, consiguientemente, más beneficios. Valor para el accionista, decían. O para el depositario. En el momento de cerrar Intermedia no tenía opción alternativa de ingreso alguno así pues, la primera decisión fue dejar de pagar, tanto los créditos de la empresa como los míos propios. Sólo el importe de mi hipoteca era de 2.460 € mensuales. Créeme, no es fácil tomar decisiones como ésta. Porque, al final, el que deja de pagar la hipoteca, más tarde o más temprano se queda sin casa. La verdad es que mis únicas deudas eran bancarias pero no por eso me era fácil dejar de pagarlas. Siempre me gustó cumplir los contratos firmados, fuesen estos del tipo que fuesen. Pero no me quedaba más remedio. Era eso o la indigencia. El mayor acreedor de Intermedia era el Banco Popular, con el que tenía varias pólizas y la hipoteca de las oficinas de la C/Alcalá.

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Me costó conseguir que entraran en razón. A los bancos les sienta fatal que les dejes de pagar. Me imagino que piensan que tienes el dinero debajo de la almohada y que, pudiendo pagarles no lo quieres hacer. En mi caso, no era así. Pero bueno, con un poco de mano izquierda y unos cuantos burofaxes bien intencionados conseguí que aceptaran escuchar mis propuestas. Les propuse una dación de las oficinas al valor de tasación actualizado a cambio de una compensación equivalente de deuda. Sabía que quedaría aun más deuda que compensar. Unos 110.000 €. Para estos les propuse refinanciarlos dándole un crédito a una sociedad nueva que le prestaría el dinero a Intermedia para cancelar la totalidad de su deuda. Yo me encargaría de que este nuevo crédito fuera pagado. Eso si, no habría más garantías adicionales que mi aval y mi palabra. Como a veces los seres humanos tienen comportamientos tan irracionales creí que en el último momento por la estupidez de algún directivo de la central que quería ponerse una medalla, la operación se iría al garete. Pero gracias a Dios, en el último minuto se impuso la cordura y se firmó la operación. Me había quitado 490.000 € de deuda y refinanciado otros 110.000€. Había esperanza.

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Después de hablar varias veces con mi buen amigo y abogado Javier Cubillo optamos por presentar concurso personal de acreedores. Mi objetivo era ganar tiempo. Sabía que los juzgados de lo mercantil de Madrid estaban colapsados y que con el paso del tiempo irían a peor. Y precisamente para poder reiniciar una nueva actividad lo que necesitaba era eso, tiempo. Lo preparamos todo y lo presentamos. Pasado un tiempo nos enteramos que el juez lo había admitido a trámite. Como no había otra, todos mis acreedores dejaron de acosarme a la espera de que el concurso siguiera su trámite y fueran convocados por el juez para pactar el consabido convenio. Al final, lo que quedaría es una de dos: o llegamos a un acuerdo para refinanciar la deuda o procederemos a la liquidación de mis bienes, esto es, de mi casa. La verdad es que la nueva ley concursal está pensada sobre todo para las empresas que, si al final, son incapaces de reanudar su actividad y terminan yendo a la liquidación, saben que tras la misma, la empresa desaparece y con su desaparición, también sus deudas. Las personas, desgraciadamente, no podemos desaparecer. Y las deudas nos siguen allá donde estemos durante mucho tiempo.

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El único que no ha respetado mi situación concursal, como no podían ser de otra manera, ha sido el Estado, en particular la tesorería general de la seguridad social y hacienda que no han dejado de enviarme cartas reclamándome la deuda de Intermedia y la mía propia. Me han llegado a embargar cantidades irrisorias de dinero que han encontrado en cuentas olvidadas sin el amparo de la ley. Pero así es el estado. Una apisonadora que no entiende de leyes y derechos. Antes de presentar el concurso intenté llegar a un acuerdo con Banesto sobre el futuro de mi casa. Les ofrecí una dación de la misma a cambio de un contrato de alquiler pero no hubo manera. Yo sabía, incluso mejor que ellos, lo que se les venía encima y que aquella era una buena solución para ambas partes. Pero no estaba en sus protocolos. Los sistemas no estaban preparados, y, ya se sabe, lo que en la banca no está en los sistemas, no existe. No sabía cuanto tiempo tendría antes de que se convocara a los acreedores y se dictara la liquidación de mis bienes. Tenía que ponerme ya a desarrollar una nueva actividad. Y la oportunidad me surgió aquel mismo verano del 2007 cuando, mi amigo Fernando Salazar me propuso que me hiciera cargo de la reforma del piso de un amigo suyo, Emilio, un tío formidable que se atrevió,

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sin mas experiencia que la de mis propias reformas, a cederme la reforma de un piso que le iba a acondicionar a su hija y, de esa manera, poder iniciar la actividad con la que durante aquellos años di de comer a mi familia. Dos años después de iniciar esta actividad empecé a saber algo de aquel negocio. Pero para aprender me tuve que equivocar muchas veces. Mi consuelo era que cada vez eran menos los errores. Como te puedes imaginar no tenía acceso a ningún tipo de financiación lo que me impedía poder acceder a clientes interesantes como podrían ser ciertas cadenas de franquicias o empresas de retail que, desgraciadamente para mi, pagan, como pronto, a noventa días. Otro cáncer de este país del que solo se benefician las entidades financieras. Y yo no tenía capacidad para financiar este tipo de obras. Me quedaban, pues, los particulares y la lucha con una competencia muy dura formada por cuadrillas de rumanos, latinos o marroquíes que llevaban en esto mucho más que yo. Pero yo sabía donde están mis bazas y cuáles debían ser mis clientes. Y en ese terreno luché y me defendí con la pasión con la que se defiende lo más íntimo. La supervivencia de los tuyos.

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Por lo demás, llegó un momento en el ya no recordaba donde puse la americana y la corbata el último día que me la quité. En ocasiones, llegaba a mi casa tan lleno de polvo que mi mujer casi no me reconocía. Me metía en la cama molido tras haber cargado y descargado el coche varias veces. ¡Madre mía, que jodidamente pesados son los sacos de cemento de 35 kg! Me eché al suelo para soldar tuberías de cobre y de repente, mi vocabulario estaba lleno de palabras como emplaste, monocapa, rasilla o decapante. Conocí a muchos sin papeles de los que viven hacinados en una habitación. Gente trabajadora, mejor o peor preparados pero que vienen a nuestro país con la esperanza de hacerse un futuro para ellos mismos y para la familia que dejaron a tantos miles de kilómetros. Entre ellos encontré interés egoísta y a veces lógica envidia que en ocasiones se podía transformar en odio. Pero cuando conseguí vencer su recelo también encontré compromiso y fidelidad y que admitieran que a pesar de nuestras diferencias estábamos en el mismo barco de la lucha por la supervivencia. Mis compañeros de trabajo eran rumanos, bolivianos, ecuatorianos o de cualquier otro lugar del planeta. También conocí a compatriotas, extraordinarias personas, que compartieron conmigo sus trucos de fontanería o electricidad.

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Pero entonces, no sé si es por el cansancio o por que todos tenemos un límite, cuando me metía en la cama no tardaba en dormirme. Y dormía. Ya lo creo que dormía. Lo que no hacía hace unos meses atrás. Con la tranquilidad del que sabía que estaba haciendo lo que debía que no era otra que luchar hasta la extenuación sin dar tregua alguna a la desilusión y a la desesperanza. Precisamente, la esperanza es lo último que se tiene que perder. Reconozco que, a veces, tenía que parar y buscar en mis recuerdos la base de mi propia identidad personal porque me veía a mi mismo y no me reconocía. Entonces me tumbaba en la cama, cerraba los ojos y me ponía a pensar. Después de unos meses trabajando en el sector de la reformas me empecé a encontrar emocionalmente bien. Notaba como, día a día, el nivel de estrés y ansiedad iba bajando y como, lentamente, iba recuperando el gusto por disfrutar de las cosas sencillas de la vida. Durante todo aquel tiempo Rosa estuvo a mi lado como si formara parte de mi mismo ser. Y cuando fue necesario me repitió, una y otra vez lo de “No te preocupes. Ya verás como todo va a salir bien” inasequible al desaliento jamás permitió que el más mínimo atisbo de rendición se paseara por mi mente. ¡Que tuvimos que reducir nuestro nivel material de vida! Indudable. Pero el emocional crecía y crecía. Al final, no hicimos nada más que desprendernos de una

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serie de adornos que decoraban nuestra vida y que, de alguna manera nos dio una ligereza de movimientos de la que hacía mucho tiempo que no disfrutábamos. Hemos disfrutado tanto cuando, aprovechando mi nuevo status quo profesional, nos hemos escapado los dos a comer a la Pedriza de Manzanares, junto al río del mismo nombre, un bocadillo de lomo con pimientos y una Coca cola y paseando hemos recordado lo que disfrutábamos caminando por la playa de Castro. O lo bien que lo pasamos el día que comimos en Arzak o como disfrutamos de “la Boheme” en la Royal Opera House de Londres. Sabemos que la esencia de la felicidad de todos estos recuerdos es que entonces estábamos juntos y enamorados el uno del otro. Y eso, sigue exactamente igual, si no mejor. ¡Tengo tantos conocidos, tantos amigos que han fracasado en sus matrimonios! Familias rotas. Proyectos de vida resquebrajados ¡Ojala pudiera darles a todos ellos la receta mágica para poder tener lo que tenemos Rosa y yo! Pero no la conozco. A nosotros, vivir tantas cosas como se han descrito en este libro y otras muchas más que quedan para otros, juntos, no ha hecho otra cosa que unirnos. Nuestra clave de convivencia: la comprensión, la cesión, la renuncia, la preocupación hacía el otro, la satisfacción por su felicidad. No caer en el constante error humano occidental de imponer los intereses de uno por encima

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de cualquier otra cosa de forma automática. Tener la capacidad de pensar que, quizás la realidad de uno, no tenga que ser exactamente la buena. Que quizás no tengas siempre razón. Cuando en una pareja, ante un posible desencuentro, la discusión termina limitándose a “la culpa es mía” “No, la culpa es mía” hay que pensar que las cosas van bien. Pero además nuestras hijas van creciendo sanas y felices. Y aunque a veces me pregunto si no estaremos haciendo de ellas unas niñas extrañas por el ambiente tan poco hostil en el que se están criando, en el fondo estoy satisfecho. Aunque hemos conseguido mantenerlas al margen de los problemas que nos han rondado estos últimos años, no por eso hemos renunciado a transmitirles una serie de valores con los que hemos querido, o estamos queriendo, darles las herramientas necesarias para vivir la vida desde la responsabilidad hacía el resto de sus conciudadanos y el abandono de cualquier actitud frívola o banal respecto a la demanda de cosas materiales. Y creo que lo vamos consiguiendo. Los cambios que han experimentado nuestras vidas estos años han permitido que entren en la misma nuevos personajes en forma de amigos, conocidos, etc, con los que estamos recuperando la satisfacción que te genera la relación social cuando es franca y

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desinteresada. Como lo fue en nuestro caso con un grupo pequeño de fieles que nos han acompañado durante todos estos años y que han estado con nosotros a las duras y a las maduras. Por la misma, hemos dejado en el camino un montón de estupidez y tontería con nombres y apellidos. Relaciones sin pies ni cabeza por las que, en el pasado, perdimos horas y horas de escaso y valioso tiempo. No hay mal que por bien no venga. Después de la tormenta llega la calma. Y las reformas quedan atrás. Ya cumplieron su función de bálsamo. De hacer de puente de transito hacía una nueva vida. Vida nueva que afrontamos desde la tranquilidad y la solidez que da, haber vivido todas estas experiencias de una manera enriquecedora y victoriosa. Nuevos proyectos ilusionantes se amontonan en mi mente pero ahora ya no son palancas para tener necesariamente que avanzar, que ir hacia adelante. Ahora veo claro que la vida no tiene que transformarse en un continuo ejercicio de superación. Tenemos todo lo que queremos y ahora sabemos, de cara al futuro, que una de las cosas que más satisfacción nos puede generar es ayudar a los que no han tenido tanta suerte como nosotros.

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De mi y de mi mujer, Rosa, dicen que somos por encima de todo buenas personas. No se si será verdad aunque tendríamos a quien salir, porque mi suegro, Juanjo y mi madre eran las dos personas más desinteresadas que jamás he conocido y conoceré. En cualquiera de los casos para nosotros este comportamiento es innato, no lo necesitamos cultivar ni desarrollar y, ponerlo en práctica tantas veces como podemos, a lo largo del día, lo único que nos provoca es satisfacción personal. A todos los que estáis pasando por una situación similar a la que yo pasé os digo, que porque la gente te vea como un fracasado, porque mucha gente es así, uno no puede caer en la trampa de creerse lo que los demás dicen de uno. Agarraos a la idea de que los que ahora se apartan a vuestro paso como si fueras una especie de apestado lo único que están demostrando es su cortedad de ideas. Dejar de lado esas tonterías y centraros en la idea de que solo os queda trabajar, trabajar y trabajar. Y renunciar. Y emprender. Porque seguro que tenéis vuestros recursos, como yo tenía los míos y, en algún momento, seréis capaces de volverlos a poner en valor. Solo hay que tener paciencia y constancia en el trabajo.

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Creo que era de Pablo Ruiz Picasso de quien decían que, una vez, un periodista le preguntó sobre las técnicas que tenía para desarrollar la inspiración a lo que él respondió que lo único que le podía decir es que cuando le llegaba intentaba que le cogiera trabajando. Ya lo dice el best seller “la buena suerte” y es que ésta, no existe. Tener suerte se reduce únicamente a un problema de cantidad de oportunidades. A más opciones, más posibilidades. Esto es lo que se dice una verdad estadísticamente empírica. Durante estos años he aprendido a disfrutar cuando me encuentro en equilibrio con el entorno en el estoy sumido sea este el que sea ¡Es una sensación tan placentera! Buscarla me ha ayudado a elaborar la escala de valores con la que me encuentro más satisfecho. Ser fiel a los mismos es, para mí, la mejor garantía de alcanzar el éxito personal. Para terminar quiero compartir con vosotros el recuerdo de una comida con un importante empresario sevillano que me contaba como, en sus inicios, lanzando su primera empresa en la que, como yo en la mía, había puesto todos los huevos que le quedaban en la cesta, las cosas no le fueron bien y se vio en una situación tan comprometida como puede ser la mía en los peores momentos.

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Como todas las mañanas acudió a la misma cafetería a la que iba desde hacía varios años a tomarse su café matutino. El camarero, que era a su vez el dueño del negocio y le conocía bien, lo vio tan taciturno que se atrevió a preguntarle. - Don Pedro,¿ le pasa a usted algo? Le veo preocupado. Don Pedro (realmente no se llamaba así pero por respeto creo que mi conocido se merece mantener el anonimato) le miró callado y con una sonrisa de medio lado, le respondió. - Pues me pasa que estoy arruinado. Las cosas no me han salido como yo esperaba y como te descuides no te voy a poder ni pagar el café. Sorprendido el camarero respondió. - Pero no puede ser verdad. Con lo que usted vale. Con lo ilusionado que estaba con la empresa. En unos largos minutos Don Pedro le desgranó como la mala suerte, el retraso en los ingresos, la falta de financiación y algunos impagos le habían puesto en el disparadero. La indignación del camarero iba en aumento a media que su cliente le iba describiendo sus desdichas y al acabar, sin dudarlo, le preguntó. - ¿Pero cuanto dinero necesitaría para poder seguir adelante? Don pedro, vaciló un momento y le dijo una cantidad. - Espéreme aquí. El camarero, o empresario, que era las dos cosas, se fue para la trastienda de la cafetería y al rato apareció con una bolsa que dejó en la barra justo delante de la posición que ocupaba su cliente.

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- Aquí tiene. El dinero que necesita. Salga de esta penosa situación y devuélvamelo. Don Pedro no daba crédito. - Lo siento, pero no puedo aceptarlo. - Déjese de chorradas. Le conozco y se que lo conseguirá. Créame que se lo que estoy haciendo. Aquel día yo estaba comiendo con Don Pedro, dueño de una de las empresas de servicios más importantes de Andalucía y uno de los empresarios de referencia en Sevilla en aquellos momentos. La vida es así de apasionante y de bella. Pero solo unos pocos privilegiados pueden disfrutar de las esencias puras de la misma increíblemente invisibles para la mayoría de nosotros. Apúntate. No te arrepentirás.

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REFLEXION Me he pasado más de dos año de mi vida viendo gente con problemas económicos. Y no estoy hablando de marginados sociales. Me refiero a gente como yo y, posiblemente como tu, integrantes de la llamada clase media, incapaces de seguir el exigente ritmo marcado por el consumo publicitario, esa eficaz maquinaria de que la se benefician las grandes empresas para crearnos necesidades entupidas. Y que funciona, ya lo creo que funciona. Y muy bien. Pero es que este sistema, estúpidamente, funciona entorno a esto. Al consumo. Hay que consumir, porque si no, la máquina se para. Una de las claves de la crisis hay que entenderla desde el punto de vista de que durante estos últimos años, los individuos han acudido a la financiación para poder consumir incapaces de mantener el nivel exigido por el sistema desde sus propios recursos. Al cortar las Entidades Financieras de cuajo el acceso a la financiación fácil y barata, una de las consecuencias ha sido una contracción en el consumo de tal envergadura como para resquebrajar las propias entrañas del sistema. Y ahora, los expertos esperan que con el paso del tiempo el nivel de consumo se vaya recuperando hasta alcanzar los niveles del pasado y yo me pregunto si eso será posible siempre.

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Vivimos en un país plagado de los llamados mileuristas y es que hablando de salarios el mercado y la relación oferta-demanda imponen su ley. Es indudable que el poder adquisitivo de los salarios va y va disminuyendo lentamente. Y yo creo que lo viene haciendo así desde hace años. Los salarios se suben según la subida del índice de precios al consumo, esto es, lo que oficialmente se dice que sube la vida de año en año. Ya está. Una más de este tipo tan abundante de simplicidades con los que la burocracia ante sus propias limitaciones intenta solventar problemas tan graves y de tanto impacto. Pero la realidad es que el tema es mucho más complejo que esto. Así, no se habla de cómo fija el mercado el primer salario, el de arranque en nuestra vida laboral y yo, que no tengo estadísticas ni miles de datos para consultar y que trabajo con las cosas que observo a mi alrededor veo que, una persona que ha ido a la universidad y ha dedicado sus años a sacar su licenciatura o su ingeniería, cuando sale a buscar su primer trabajo se encuentra con que le están ofreciendo … ¡lo mismo o menos que ofrecían hace diez años! El que tenía suerte antes podía obtener unos 3.000.000 de pesetas y el que tiene suerte ahora unos 18.000 €, esto es, lo mismo. E insisto, ¡el que tiene suerte! Si estás en esta situación sabrás lo que digo.

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Y hoy, la vida es mucho más cara que hace 10 años. Y no me refiero a lo que reflejan las estadísticas que ha subido el IPC. Para empezar el IPC no refleja la necesidad que tiene los ciudadanos de adquirir una vivienda cada vez más cara y tener que pagar una hipoteca que se llega a llevar el 50% de los ingresos de una unidad familiar. Pero es que además las necesidades, reales o aparentes no dejan de aumentar. Por ejemplo hace diez años, no teníamos que gastar dinero en móviles, o en ADSL. No existían los videojuegos. O los mensajes de texto. No teníamos que vivir tan alejados del centro de las ciudades y tener, por lo tanto, que gastar tanto dinero como nos gastamos en transporte público. Los coches cada vez son más eficientes y acogedores pero también cada vez es más caro su mantenimiento, porque además, ahora, si no pasan la ITV no te dejan circular con él. Ahora hay que tener un navegador. Y comprar sillitas si quieres llevar a tus hijos pequeños contigo. Tienes que llevar señales de emergencia y chaleco reflectante. Podíamos comer en casa y no teníamos que buscarnos la vida para comer fuera. Y teníamos tiempo para cocinar por lo que podíamos comprar productos básicos mucho más baratos que los precocinados a los que tenemos ahora que acudir. Se consume más energía. Y ésta cada vez es más cara. La incorporación de la mujer al trabajo, que hace unos años era una opción de desarrollo personal ahora es, simplemente necesaria porque con un sueldo, es

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prácticamente imposible mantener una familia típica de clase media. Como decía al principio, las empresas no dejan de crear y crear productos nuevos y automáticamente la necesidad de consumirlos. Y la necesidad se crea, ya lo creo que se crea. De cosas más o menos inservibles pero es que al final, esencial, esencial, lo que se dice esencial para vivir son dos cosas. Somos más de 6.000 millones de personas. Reconozcámoslo. Lo que sobra en este mundo son trabajadores. En un país como España de todo hay mucho, hasta, digamos, “físicos nucleares”. Encima, con el invento de la globalización y la libre circulación de bienes y personas, gente que viene huyendo de la miseria del tercer mundo acuden a nuestros países dispuestos a buscarse un futuro tanto para ellos como para sus familias con el impacto directo sobre el valor de nuestro trabajo. Del trabajo en general. Lo que para ellos es mucho, para nosotros es miseria. Las cosas son así. Porque la ley no nos protege ni a nosotros ni a ellos. Porque los que se tendrían que encargar de gestionar estas cosas no tienen ni idea de lo que sería aplicar el I+D+i a este tipo de problemas. No están a lo que tendrían que estar. Según muchos economistas los salarios no se pueden subir de forma descontrolada porque sino dicen, se dispararía la inflación. Pero estos años han

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demostrado que con tipos altos y sin dinero la gente ha seguido consumiendo a base de créditos. Y la inflación no se ha disparado. La gente ha pedido créditos para poder consumir. Ha ampliado la hipoteca de su casa para cambiar de coche o se ha comprado una televisión de plasma en 36 “cómodos plazos”. La realidad es que el dinero cada vez está en posesión de menos y no existe una relación directa entre la cantidad de dinero que tiene un individuo y su nivel de consumo porque llega un momento que no te satisface consumir más y, ese mismo nivel de ingresos, repartidos entre cientos de individuos originaría un nivel de consumo muy superior. Y el sistema funcionaría. La capacidad de consumo de la sociedad no podrá seguir creciendo a los niveles del pasado. A no ser que pongamos a los niños de catorce años a trabajar aunque, realmente, no se si podrían encontrar trabajo si no estuvieran dispuestos a aceptar jornadas por debajo del salario mínimo. De verdad lo digo ¿Hacía donde vamos? Las multinacionales podrán seguir creciendo sobre la base del desarrollo de sus negocios en los países emergentes pero, ¿y las empresas que tienen que basar su crecimiento en el desarrollo del mercado nacional? ¿Cual es su futuro? ¿Quien va a compra esos nuevos productos que están diseñando y con los que esperan mantener sus cuotas de mercado?

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Ideas, ideas y mil ideas. Por eso yo tengo claro que, si queremos mantener el poder adquisitivo de la sociedad habría que complementar los sueldos de los asalariados con una parte de los beneficios empresariales, consiguiendo de esta manera una recirculación más eficaz de los recursos monetarios hacía el mercado. Si se redujera el impuesto de sociedades, o incluso el estado renunciara a sus ingresos y este dinero se repartiera entre los trabajadores como complemento salarial, el poder adquisitivo de los asalariados crecería al ritmo de crecimiento de la economía sin menoscabar el beneficio empresarial. Para esto, claro está, sería necesario que el estado fuera mucho más eficiente en la gestión de los recursos, pero esto, también es posible.

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EPILOGO

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Estamos sumidos en plena crisis y la pregunta que se hace la gente es ¿Cuánto durará? Hay muchos expertos que adelantan que nunca volveremos a los niveles de prosperidad que teníamos a finales del 2007, con un país cuyo producto interior bruto, nuestra riqueza, crecía al 3,9 % al año, muy por encima del de nuestros vecinos y esto nos hacía pasear, pavoneándonos, por el patio del colegio de Europa. Siempre me llamó la atención que una característica del ser humano es creerse que la civilización a la que pertenece será eterna aunque ninguna antes de la nuestra lo haya sido. Ni la nuestra lo será. Los que me conocen saben sobre mi devoción por la historia del imperio romano y mientras más cosas aprendo sobre su cultura mayor es mi admiración. Estructuraron el imperio sobre la base de una organización social tremendamente compleja, tanto, quizás, como es la nuestra ahora y sobre la misma alcanzaron un nivel de desarrollo que una vez perdido, costó casi 1400 años volverlo a recuperar. Desde el punto de vista técnico, su capacidad para dominar el entorno fue espectacular. Sus ciudades, con su edificios de varias plantas, sus redes de alcantarillado, sus termas, sus acueductos con los que transportaban agua a cientos de kilómetros, su red europea y africana de carreteras, su mercado y su

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comercio, su cultura, su capacidad legislativa, su capacidad jurídica, sus explotaciones mineras, su industria,…, su ejercito. Y un sin fin de cosas más. Una civilización espectacular que, sin embargo, después de todo, terminó desapareciendo. Pero no desapareció bruscamente, de un día para otro, barrida del mapa por otra nueva civilización pujante. No. Incapaz de mantener su hegemonía, empezó a descomponerse y poco a poco, generación tras generación fue perdiendo sus señas de identidad hasta que finalmente, desapareció. El imperio solo podía mantenerse desde el propio imperio. En cuanto la maquinaria empezó a chirriar sin que nadie fuera capaz de volverla a engrasar se empezó a calentar. Dejó de funcionar correctamente. Vibró. Trabajó a saltos. Hasta que de repente, se paró. Y parada una máquina fue solo cuestión de tiempo que se terminaran parando todas las demás. Y sin la capacidad de generar la riqueza que soportaba la estructura de derechos adquiridos durante cientos de años ésta se desmoronó. Los recién llegados, que en muchos casos, eran el fruto de procesos inacabados de romanización tenían otro concepto sobre lo que debía ser la ley y las relaciones entre las personas. No entendían unos privilegios de los que nunca habían podido disfrutar.

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Y no fueron capaces de suministrar el esfuerzo necesario para mantener la organización de aquella sociedad compleja que, en el fondo, admiraban y poco a poco fue desapareciendo. Han pasado mil seiscientos años desde entonces. Y aquí estamos pensando, de nuevo, que lo nuestro durará siempre. Ahora los bárbaros y lo digo con todo el respeto del mundo, son los llamados países emergentes. También a medio romanizar, sueñan con disfrutar de la parte más banal del capitalismo y del mercado pero desdeñan nuestro complejo sistema de obligaciones y derechos. Quizás por que hacen números y no les salen las cuentas. De hecho, el líder de todos ellos, la República Popular China es un régimen, llamado totalitario, donde no saben lo que significa la palabra democracia y es que ya sabemos que capitalismo y democracia son términos que no tienen que ir necesariamente de la mano. Nosotros los españoles después de la experiencia vivida durante el régimen de franco, lo sabemos bien. Los líderes capitalistas desarrollaron el concepto de globalidad, nos lo vendieron y nosotros, desde la inocencia que se respira en nuestras placidas democracias, se lo compramos. Y sin pensárnoslo dos

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veces derrumbamos nuestras barreras defensivas. Sin medir muy bien cuales serían las consecuencias para nuestras sociedades de la libre circulación de bienes y personas. Nuestros regimenes del bienestar son caros. Es más, la democracia autentica, es cara. Y solo la inteligencia y el trabajo combinados en un régimen de libre mercado son capaces de generar el valor necesario como para poderla mantener. Y si en el ámbito de lo privado no se genera riqueza, en el ámbito de lo público los recursos serán escasos. Fue costoso desarrollar nuestras sociedades y es costoso mantenerlas. Pero sumidos en la rutina de nuestras vidas no somos capaces de darnos cuentas de esta realidad contundente. En nuestras casas ya no hay hogar en el que quemar leña. Ni un hueco donde almacenarla. No lo necesitamos. La leña está en nuestros bosques protegidos a pesar de lo cual, por la mañana, en invierno, cuando suena el despertador nos levantamos en una casa en la que hace una temperatura agradable. Aunque fuera estemos a cero grados. Nuestros sistemas de calefacción fueron diseñados para esto. Aunque los mismos requieran, por ejemplo, mover miles y miles de toneladas de hidrocarburos, que se extraen

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costosamente desde las entrañas de la tierra, desde países muy, muy lejanos hasta…nuestras calderas. No necesitamos encender lámparas de aceite. La luz se hace según andamos por el pasillo y vamos pulsando los interruptores de las lámparas que encontramos a nuestro paso sin darnos cuenta de que, los electrones que circulan por las mismas y que ponen el filamento incandescente han viajado durante cientos de kilómetros a través de costosísimas redes de distribución de electricidad por las que se mueven los kilowatios que se generan, también muy lejos, en complejísimas centrales de generación del tipo que sean. En nuestras ciudades desaparecieron las fuentes de agua. Los lavaderos públicos. De nuestros grifos sale agua potable, un agua que se recoge, también, a muchos kilómetros de distancia y que, con unas inversiones elevadas y mantenidas a través del tiempo hemos sido capaces de distribuir a todas las casas del país. Y tampoco es necesario calentar agua en un caldero para poder asearse porque ahora, de uno de esos grifos, si se abre, sale agua caliente, y podemos darnos una placentera ducha de relajación. Por lo mismo, ya no hay que salir a la calle con el cubo en el que hemos depositado nuestras deposiciones. Ahora nos olvidamos de ellas porque desparecen por “arte de magia”. Y seamos los que seamos y ca… lo que ca…la mierda siempre es invisible en nuestra sociedad porque

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las costosas depuradoras de nuestros ríos fueron diseñadas con esta función. En los parques de nuestras ciudades no hay huertos. Ni las vacas pacen en nuestros jardines. Para que. En los supermercados de nuestros barrios podemos encontrar diariamente cualquier tipo de alimento que se nos pueda antojar. Viva donde viva, podré disfrutar de la carne de una ternera criada a cientos de kilómetros de distancia o de un pescado que nadaba a miles de kilómetros del lugar donde habito, cuando se vio atrapado en una enorme red de arrastre. Cualquier tipo de alimento. Cualquier día del año. Producciones ganaderas industrializadas. Espectaculares redes logísticas. Buques pesqueros que cuestan más de 200 millones de euros pescando en campañas, al otro lado del mundo, que nunca terminan. Energía, energía y más energía. Ya no andamos. Nos desplazamos en vehículos construidos con materiales de ensueño. Coches, motos, autobuses, trenes…aviones. Y nos desplazamos mucho. Mucho más de lo que lo haríamos si tuviéramos que caminar. En fin. Y paro en lo básico. Podría seguir hablando de la medicina, las tecnologías de diagnóstico, las

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telecomunicaciones, los satélites dando vueltas alrededor de la tierra y etc, etc. La sociedad del bienestar. Un compleja estructura organizativa cuyo desarrollo exige mantener un nivel de generación de riqueza elevadísimo. Y costosísimo. En el ámbito de lo privado. Y es que solo en los países muy ricos los ciudadanos viven así. Y si el nivel de riqueza desciende, por lo que sea, tenemos que aceptar que necesariamente el sistema se resentirá y la sociedad del bienestar se verá afectada. A pesar de lo cual en algunos países del primer mundo la gente no es consciente de esta realidad. De que nada de esto es gratis. La gente se agarra de forma ansiosa a sus derechos. Exige su cumplimiento al margen de cualquier otra consideración. Y no se dan cuenta de que el capitalismo no entiende de leyes. Solo entiende de beneficios y si estos no se dan pierde el interés por la sociedad y se va. ¿Por qué no hay infraestructuras en el tercer mundo? ¿Por que no se hacen carreteras, redes de agua, redes de luz, presas, centrales eléctricas, etc? Porque no les salen las cuentas. Porque todo eso es caro y, al final, alguien tiene que pagarlo. Nadie invierte en luz si nadie

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puede pagar las tarifas. Nadie invierte en agua si la gente no tiene para pagar la factura. Por eso hay sociedades que, desde la valoración de lo que tienen y el interés por mantenerlo no se relajan en la tarea de seguir generando la riqueza que necesariamente requiere su nivel de vida. Lo mismo que se dice de las empresas se puede decir de las sociedades. Tienen que ser capaces de generar valor desde la realidad de reconocer que, donde no hay petróleo, o gas, o cualquier otro regalo de naturaleza, el valor se genera desde el trabajo inteligente y constante. El valor que genera una sociedad no es independiente de la capacidad de generar valor de las sociedades con las que se interrelaciona y la globalización, lentamente, está cambiando el escenario de valor mundial en un reajuste del que ninguna sociedad quedará al margen. Nuestros obreros, nuestros ganaderos, hace años que sufren en sus carnes los efectos de la llamada deslocalización. Ellos siguen haciendo lo mismo que hacían hace años pero ahora perciben que su trabajo vale mucho menos. A modo de ejemplo, el valor de la mano de obra aunque sea especializada se derrumba. Lo viene haciendo desde hace ya unos años. Es un efecto de la globalización.

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Las sociedades nórdicas y anglosajonas vienen practicando desde hace años la generación de valor desde la gestión de la inteligencia y el trabajo franco y sincero porque saben que esas son las armas con las que cuentan para poder defender su estatus de vida. Han hecho de la investigación y la innovación su “modus vivendi” Y se defienden. Consiguen generar la riqueza necesaria para mantener su civilización que exige, entre otras cosas, una elevada aportación de recursos con los que gestionar el ámbito de lo público, de lo común. Sus estados son consciente del esfuerzo que le supone a la sociedad generar esos recursos y son escrupulosos es su administración y su destino. Generar valor de forma continuada nos exige un esfuerzo como sociedad. Si queremos que nuestros menores y nuestros ancianos, que nuestras mujeres embarazadas, que nuestros enfermos queden al margen de esta lucha, a los demás no nos quedará otro remedio que echar el resto sin escatimar recursos. Tendremos que medir muy bien quien tiene la obligación de remar y a quien, por lo que sea, le reconocemos el derecho a quedar exento, un privilegio que deberíamos otorgar solo a unos pocos elegidos entre nosotros. Tenemos que crear los mecanismos necesarios para que, los mejores, los más inteligentes, los más capacitados, puedan desarrollar sus proyectos

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personales y nos puedan liderar en esta lucha por la supervivencia de nuestro modo de vida. Volviendo con la crisis, y la pregunta sobre su posible duración tendremos que aceptar que no podremos mantener nuestra civilización desde la base de la eterna financiación. Al final habrá que trabajar. Pero no de cualquier manera. Habrá que trabajar generando valor. Como sociedad, para salir de la crisis tendremos que ser capaces de generar valor en el ámbito de lo privado y esto exigirá como primer paso reconocer que mantener el nivel de vida desde la financiación solo es un recurso valido donde existe una capacidad real de generar recursos con los que reembolsar las cantidades anticipadas. No se puede vivir eternamente del dinero prestado. Nuestras opciones como país están claras. O somos capaces de sacar el máximo rendimiento a la combinación de inteligencia y conocimiento o estamos perdidos. Es absurdo que el estado se empeñe en mantener un nivel de servicios que no se corresponde con la capacidad de generar riqueza por parte de la sociedad desde el ámbito de lo privado. Al final, las cuentas mandan, y el nivel de servicio público tendrá que bajar. Sobre todo si no hacemos nada por gestionar mejor unos recursos que cada vez serán más escasos.

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Hay que exigirles a los legisladores y los que gestionan el presupuesto general del estado que se concentren en este cometido con el objetivo de crear el escenario propicio para que los que tenemos que trabajar y generar la riqueza de la que vivimos todos, lo hagamos en las mejores condiciones y con las mayores garantías de éxito. Tendremos que reconocer que nuestra capacidad de generar riqueza está muy por debajo de lo que creíamos. Que los servicios que recibimos del estado tendrán, pues, que disminuir. Que creerse rico fabricando pisos que nadie iba a comprar fue una estupidez. Que de Europa ya no vendrán más los fondos con los que hicimos algunas de las mejores y menos transitadas autopistas de Europa. Que nuestros bancos ganaron mucho dinero prestando un dinero que ahora no sabemos muy bien como van a recuperar. Que hay muchos países con una oferta turística por lo menos, con una calidad similar a la nuestra. Que nuestra capacidad industrial se encuentra muy por debajo del nivel que le corresponde. Que nuestras universidades no cumplen con su estratégica labor de contribuir al desarrollo social. Y que nuestros hijos no consiguen salir del bachillerato sabiendo ingles. Y tantas cosas más. Muy bien ¿y qué?

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Para cambiar nuestra situación solo necesitamos capacidad de generar trabajo inteligente, tiempo y empezar. Esta visión ha sido clave en mi lucha personal para salir del socavón en el que me metió la crisis, para dejar de ser un “ninja” y por eso, la intento transmitir machaconamente cada vez que tengo la oportunidad. Solo desde la responsabilidad individual de reconocer que nuestro trabajo inteligente y nuestro esfuerzo son claves para salir de la crisis podremos intentar perpetuar, algo más allá en el tiempo, los valores de nuestra civilización.