Soledad y Designio: Manuela Sáenz, Caballeresa del Sol, Libertadora y Proscrita

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Soledad y designio: Manuela Sáenz, Caballeresa del Sol, Libertadora y Proscrita Carlos Falconí G. El siglo XVIII, en la Real Audiencia de Quito, se caracterizó por la alternancia de sequías e inundaciones, epidemias diversas, incendios y saqueos del puerto de Guayaquil por los corsarios, erupciones volcánicas y terremotos, sublevaciones indígenas y amotinamientos populares frente a los abusos de los conquistadores. Fue tiempo de ruptura de viejos conceptos y que vio nacer a mujeres como Policarpa Salavarrieta, en el Virreinato de Nueva Granada, y a Manuela Sáenz en Quito. La Pola ofrendaría su vida en la lucha independentista colombiana, luego de apoyar a las tropas de Bolívar en tiempos de la Patria Boba y la reconquista española (1817). La Amable Loca, Manuela, moriría en el ostracismo (1856), después de haber conocido victorias y derrotas y los secretos más íntimos de Bolívar, a cuyo amor sucumbió por la grandeza de su genio, a cuya causa se entregó con temple y valentía (los reclutamientos de tropas, en la época de las luchas libertarias, eran más bien forzosos y hasta rehuidos por la población masculina). A Policarpa Salavarrieta, su natal Colombia la enalteció; a diferencia de la heroína colombiana, la memoria de Manuela Sáenz, controversial y cautivante, no ha sido debidamente valorada y honrada. Manuela fue hija natural de un militar español realista exacerbado, Simón Sáenz, y de una quiteña de clase alta, María Joaquina Aizpuru. Su padre protagonizó sendos episodios en los eventos de 1809 y 1810 en contra de los patriotas. Manuela atestiguó la brutalidad de la represión española desde su encierro en el convento de turno. Sí, porque para encubrir el “pecado” sus padres decidieron internarla en los claustros de La Concepción, primero, y de Santa Catalina, después, época en la que se afirma tuvo un romance con el oficial Fausto D`Elhuyar, amigo de sus hermanos José María e Ignacio. 1

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Semblanza biográfica crítica de Manuela Sáenz, la Libertadora del Libertador

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Soledad y designio: Manuela Sáenz, Caballeresa del Sol,

Libertadora y Proscrita

Carlos Falconí G.

El siglo XVIII, en la Real Audiencia de Quito, se caracterizó por la alternancia

de sequías e inundaciones, epidemias diversas, incendios y saqueos del puerto de

Guayaquil por los corsarios, erupciones volcánicas y terremotos, sublevaciones

indígenas y amotinamientos populares frente a los abusos de los conquistadores.

Fue tiempo de ruptura de viejos conceptos y que vio nacer a mujeres como

Policarpa Salavarrieta, en el Virreinato de Nueva Granada, y a Manuela Sáenz en

Quito.

La Pola ofrendaría su vida en la lucha independentista colombiana, luego de

apoyar a las tropas de Bolívar en tiempos de la Patria Boba y la reconquista

española (1817). La Amable Loca, Manuela, moriría en el ostracismo (1856),

después de haber conocido victorias y derrotas y los secretos más íntimos de

Bolívar, a cuyo amor sucumbió por la grandeza de su genio, a cuya causa se

entregó con temple y valentía (los reclutamientos de tropas, en la época de las

luchas libertarias, eran más bien forzosos y hasta rehuidos por la población

masculina). A Policarpa Salavarrieta, su natal Colombia la enalteció; a diferencia de

la heroína colombiana, la memoria de Manuela Sáenz, controversial y cautivante, no

ha sido debidamente valorada y honrada.

Manuela fue hija natural de un militar español realista exacerbado, Simón

Sáenz, y de una quiteña de clase alta, María Joaquina Aizpuru. Su padre protagonizó

sendos episodios en los eventos de 1809 y 1810 en contra de los patriotas. Manuela

atestiguó la brutalidad de la represión española desde su encierro en el convento

de turno. Sí, porque para encubrir el “pecado” sus padres decidieron internarla en

los claustros de La Concepción, primero, y de Santa Catalina, después, época en la

que se afirma tuvo un romance con el oficial Fausto D`Elhuyar, amigo de sus

hermanos José María e Ignacio. Más tarde, para conveniencia de sus padres,

temerosos de las habladurías y prejuicios sociales, se casó con el inglés James

Thorne.

¿Cómo era la sociedad de entonces? La relajación de las costumbres y la

disipación de la moral eran la norma en todas las clases y castas sociales. Así, en un

marco de aparente beatitud, entre la tertulia, el bordado, el arte culinario y la

preparación de dulces, transcurrieron los años de infancia y juventud de Manuela.

Curiosamente, su destierro lo pudo sobrellevar gracias a estas habilidades. No fue

el hambre lo que la mató, sino una peste de difteria que asoló el puerto peruano de

Paita, a mediados del siglo XIX. Sus pertenencias, entre ellas el archivo del

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libertador, fueron quemadas como única medida profiláctica para contener la

epidemia.

¿Qué impulsó a una mujer, en tiempos difíciles, de transición e hipocresía, a

desafiar los prejuicios sociales? El desafecto y la soledad de los primeros años

parecerían ser el sino de una mujer predestinada a compartir la grandeza de Bolívar

y también el aislamiento final del héroe. Manuela no fue una mujer que anduviese

con miramientos, la burla y la sátira inteligentes fueron siempre sus mejores

aliadas. En temas del amor, guardando las costumbres, fue enemiga de la

monotonía.

Thorne creyó que alejándola de Quito serenaría el talante de Manuela.

Viajaron por eso a Lima, para establecerse. Por entonces, los viajes entre Quito y

Guayaquil eran extremadamente difíciles. Teodoro Wolf describía que en el Ecuador

los caminos eran “tan poco artificiales, que podemos casi considerarlos como un

fenómeno natural, íntimamente enlazado con la topografía”. La sed de aventura y

el ansia de emociones nuevas, impulsaron a Manuela a aceptar gustosa el viaje,

además era excelente jinete. Desde Guayaquil hasta el puerto del Callao, cerca de

Lima, se navegaba en embarcaciones mejor adaptadas para el transporte de carga

antes que de personas.

Manuela arribó a Lima en compañía de sus fieles esclavas, Jonathás y

Nathán. A poco surgieron: la amistad con la guayaquileña Rosa Campuzano (la

Protectora), con quien impulsó la sedición y la rebeldía peruanas; el reencuentro

con su hermano José María, oficial del batallón realista Numancia, proveniente de

Bogotá, el cual se incorporó al ejército libertador a instancias de las conspiradoras;

Bolívar triunfó en Boyacá, independizando a la Nueva Granada de la opresión

española; el “pacificador”, el terrible general español Pablo Morillo, retornó vencido

a España luego de acordar con Bolívar el fin de la “Guerra a Muerte”; Guayaquil

proclamó su independencia; José de Sanmartín (el Protector) arribó a LIma, luego de

liberar Chile y, parcialmente, Argentina; Bolívar reconquistó su natal Venezuela

luego de triunfar en Carabobo. Sólo restaban por libertar el Ecuador y una parte del

Perú, el último bastión realista.

Sanmartín, una vez afirmado como el Protector del Perú, estableció la Orden

del Sol y con ella galardonó, entre otras mujeres, a Rosa Campuzano y a Manuela

Sáenz, esta descubrió la causa de su vida relacionada con los móviles patriotas.

Aprovechando la presencia circunstancial de su padre, Manuela decidió emprender

el regreso al Ecuador. Era el año de 1822, a poco Sucre triunfó en la batalla de

Pichincha libertando definitivamente al Ecuador.

Fue entonces cuando conoció a Bolívar. La bienvenida que los habitantes de

Quito tributaron al caraqueño no pudo tener mejor remate que la corona de laurel

estrellándose en el cuerpo del héroe, impulsada por la mano de Manuela. A la

noche, después del baile en honor del Libertador, la pasión del amor en los tiempos

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de guerra consumaría, una vez más, la trasgresión del voto matrimonial en el seno

de una sociedad en crisis.

Bolívar no fue precisamente un hombre célibe. En la culminación de sus

campañas, y, aún durante las mismas, los lances galantes fueron situaciones

comunes. Ninguna mujer, sin embargo, cautivaría tanto al hombre y al genio como

lo hizo Manuela Sáenz. Los historiadores han sido injustos con su personalidad, al

punto de pretender extirpar casi quirúrgicamente de la vida de Bolívar a Manuela, o

de resaltar su naturaleza rebelde y avasallante en un contexto impropio. Bolívar, no

obstante, escribió al respecto: “Sólo ella. Sí mujer excepcional. Arraigó en mi

corazón y para siempre… Nuestras almas siempre fueron indómitas como para

permitirnos la tranquilidad de dos esposos. Nuestras relaciones fueron cada vez

más profundas”.

Porque fue el amor lo que impulsó a Manuela volver con su esposo para

estar más cerca del amante. Esto ocurrió cuando Bolívar emprendió en las

campañas de liberación del Perú. La traición de Riva Agüero propició una

arremetida realista que obligó al ejército libertador a evacuar temporalmente Lima.

Manuela se transformó en la mujer que acompañó a Bolívar en las campañas

libertarias organizando su archivo personal. Por ello estuvo en Junín, cuando el

venezolano derrotó al general español Canterac y, más tarde, en ayacucho, la

batalla final en que Sucre venció a los españoles Monet, Valdez y Canterac y al

propio Virrey La Serna, y, con la que se selló la independencia de América. Sucre

estableció luego, en el Alto Perú, la actual república de Bolivia, donde vivió un

tiempo Manuela lejos del Libertador tras el retorno de este a Lima, urgido por las

circunstancias.

Fueron los tiempos de la dictadura de Bolívar en Perú, los tiempos en que

Manuela reinó en la villa de La Magdalena, blanco siempre de los comentarios y la

maledicencia. Es cierto que el Libertador, en algún momento, intentó apartar a

Manuela quien le comunicó incluso la decisión de viajar a Londres. Bolívar le

respondió: “¿Con qué tú no me contestas claramente sobre tu terrible viaje a

Londres? … Diga usted la verdad y no se vaya usted a ninguna parte… Tú quieres

verme siquiera con los ojos. Yo también quiero verte, y reverte, y tocarte, y sentirte,

y saborearte, y unirte a mí por todos los contactos… Aprende a amar y no te vayas

ni aún con Dios mismo”.

La constitución boliviana fue un documento que siempre produjo reacciones

adversas. Bolívar tuvo que dejar Perú, él primero, y volver a Bogotá. Bolívar

consolidó transitoriamente su autoridad y se apresuró a sofocar los primeros

intentos separatistas en su patria Venezuela. Luego le siguió Manuela, acompañada

de los últimos oficiales del ejército libertador que aún quedaban en el Perú. En su

tránsito por Quito, constató que también se hablaba de la separación de la Gran

Colombia y así lo hizo saber Manuela a Bolívar cuando finalmente arribó a Bogotá,

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donde luego protagonizó el fusilamiento de Santander en efigie, se interpuso a los

áulicos que pretendieron asesinar al Libertador, quien la llamó entonces Libertadora

del Libertador. La actitud de Manuela en esa noche fatídica, es sólo comparable a la

valentía de Policarpa cuando marchaba al paredón frente a las tropas del

Numancia; pero, ahora, los “ajusticiadores” en ciernes eran cuña del mismo palo,

de la misma patria colombiana.

El prestigio de Bolívar declinaba en los medios santafecinos y su salud

empeoraba (1828). Manuela recibió por entonces una carta de su esposo a la que

respondió con otra formidable en la que en un fragmento destacaba: “¿Me cree

usted más honrada por ser él mi amante y no mi esposo? ¡Ah! Yo no vivo de las

preocupaciones sociales inventadas para atormentarse mutuamente”.

Irrumpió en el escenario político la intención peruana de invadir Colombia,

en los territorios del actual Ecuador. Sucre derrotó a La Mar en la Batalla de Tarqui.

Ese año (1829) fue el último en que el Libertador visitó el Departamento del Sur.

Para 1830, Bolívar renunció a la Presidencia de Colombia e inició su retiro político.

También, se separó de Manuela aunque ella pensó que se trataría de una

separación transitoria, como tantas otras del pasado. Bolívar consumaría la tragedia

de su grandeza en Santa Martha no sin ignorar el asesinato de Sucre en Berruecos.

Manuela arremetería furiosa, en la fiesta de Corpus en Bogotá, contra unas

grotescas caricaturas suya y de su amante, luego prepararía una conspiración que

no prosperó con Urdaneta y determinó su expulsión por el gobierno colombiano.

Venezuela inició la carrera separatista y negó a Bolívar la posibilidad de un asilo. El

Ecuador siguió después el ejemplo y el sueño del Libertador culminó en Santa

Martha en la soledad, acogido a la hospitalidad del español Joaquín de Mier.

El calvario de Manuela inició entonces. Al conocer la muerte de Bolívar,

Manuela se hizo morder por una víbora. La gente de Guaduas, donde nació

Policarpa, evitó que la quiteña muriese. Por entonces (1833), El actual

departamento colombiano de Caldas expresó su voluntad de anexarse al Ecuador,

y, se produjeron diversos sucesos en que se involucró a Manuela por su sola

presencia y a quien se impuso abandonar el país en plazo perentorio. Sólo lograron

embarcarla por la fuerza en Cartagena con destino a Jamaica, donde Bolívar

escribiera su célebre “Carta Profética”. Inició alguna correspondencia con Flores,

por entonces presidente del Ecuador. En 1835 se embarcó rumbo a Guayaquil y

hallándose en Guaranda se le hizo saber la decisión de Rocafuerte de impedirle su

ingreso a Quito y al Ecuador.

El gobernador de Guayaquil le señaló un destino, Paita, en el norte del Perú.

Dos años transcurrieron para recibir una carta de Flores comunicándole la decisión

del Congreso de autorizar su retorno luego del exilio. Manuela se irguió orgullosa y

transmitió su decisión de no hacerlo: “Una orden me expatrió. Pero, el

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salvoconducto no ha podido hacerme revivir a mis caras afecciones: mi Patria y mis

amigos”.

Thorne, su esposo inglés, insistió en requerimientos y remitió dinero para

asistirla, a su muerte la nombró su heredera universal. Manuela siempre rechazó la

ayuda brindada por su cónyuge y subsistió, digna aunque pobremente, a base de

las habilidades que aprendió en sus años de convento o aquellas que le supo

transmitir su madre. La gente de Paita la requirió muchas veces para apadrinar

niños, a lo que siempre accedió con la condición de que se llamaran Simón o

Simona. Inició el cariñoso cuidado de varios perros, que vivían en su casa, a los que

puso el nombre de los generales que traicionaron a Bolívar. Recibió la visita de

personalidades como Garibaldi, Simón Rodríguez (el maestro del Libertador),

Ricardo Palma, entre otros.

Para noviembre de 1856, la difteria asoló Paita. Murió Manuela con el

estigma de la epidemia, que hizo que su cuerpo fuera enterrado en una fosa común

y sus pertenencias quemadas. Murió, entre el olvido y la soledad, rehuyendo la

mirada retrospectiva a la grandeza de su pasado, de un pasado que conoció la

tenacidad y el heroísmo al igual que la traición y la maledicencia.

Su figura palpita en los corredores de la historia, como la mujer que enfrentó

su destino en el seno de una sociedad mojigata, que tomó sus propias decisiones

aún a costa de las habladurías y que no olvidó jamás su amor y veneración por el

grande hombre que sacudió su fuero más interno y a quien también impactaría,

unidos en la gran causa de la independencia americana.

REFERENCIAS:

1. Arciniegas, Germán. Las mujeres y las horas. Editorial Andrés Bello. Chile, 1986.

2. Jiménez de vega, mercedes. La mujer en la historia del Ecuador. CECIM – OEA,

Quito. 1998.

3. Rumazo González, Alfonso. Manuela Sáenz, la Libertadora del Libertador.

Editorial Mediterráneo. Madrid, España. 1979.

4. Rumazo González, Alfonso. Bolívar. Editorial Mediterráneo. Caracas - Madrid.

1981.

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