Sobre La Escritura Oscura.2015
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Sobre la Escritura Oscura1
Por Primo Levi
Muchos escritores son fieles a la idea de que un texto indescifrable siempre esconde
una forma de profundidad, cifrada en los códigos de “lo literario”. Para el autor de Si
esto es un hombre, la oscuridad de un texto, más que transmitir una verdad
incomunicable, supone un profundo desprecio por el lector.
Nunca se deberían imponer límites o reglas a la escritura creativa. Quienes lo hacen
obedecen en general a algún tabú político o a miedos atávicos: en realidad, un texto
escrito, de cualquier manera que haya sido escrito, es menos peligroso de lo que
comúnmente se cree. La famosa sentencia sobre Mis prisiones de Silvio Pellico,
que le habría hecho más daño a Austria “que una batalla pérdida”, es una hipérbole.
De un modo experimental se puede constatar que los libros o los relatos, por buenas
o malas que sean sus intenciones, son objetos esencialmente inertes e inocuos;
incluso en sus encarnaciones más innobles (por ejemplo esos híbridos patológico-
porno-nazi-sexistas) no pueden provocar sino daños escasos, con seguridad menos
graves de los que producen el alcohol, el tabaco o el estrés laboral. A su debilidad
intrínseca ayuda también el hecho de que hoy en día cualquier escrito es sofocado
en pocos meses por la gran marea de otros escritos que van sepultando al anterior.
Además, las reglas y los límites, como están determinados históricamente, tienden
a cambiar con mucha frecuencia: la historia de todas las literaturas está llena de
episodios en los cuales obras valiosas y válidas han sido combatidas en nombre de
principios que poco después se demuestra que eran mucho más caducos que las
obras criticadas; y de ahí puede deducirse que muchos libros preciosos deben haber
desaparecido sin dejar huella, derrotados en la disputa interminable entre los que
escriben y los que prescriben, es decir, quienes dicen cómo se debe escribir. Desde
lo alto de nuestra época permisiva, los juicios (verdaderos procesos, en tribunales
1 Tomado de la Revista El Malpensante http://elmalpensante.com/articulo/3234/sobre_la_escritura_oscura
legales) contra Flaubert, Baudelaire, D. H. Lawrence, parecen tan irónicos y
grotescos como el proceso a Galileo, de lo profundo que nos resulta hoy en día el
desnivel entre quienes eran juzgados y quienes los juzgaban: los últimos amarrados
a su tiempo, los primeros vivos para todo futuro imaginable. En suma, llevar ante la
ley a los narradores produce cierta utilidad.
Dicho lo anterior, y renunciando por lo tanto enfáticamente a cualquier pretensión
normativa, prohibicionista o punitiva, quisiera agregar que me parece que no
debería escribirse de manera oscura, porque un escrito tiene mucho más valor, y
mucha más esperanza de difusión y duración, cuanto mejor se lo comprenda y
cuanto menos se preste a interpretaciones equívocas.
Es evidente que una escritura perfectamente lúcida presupone a un escritor del todo
consciente, lo cual no corresponde a la realidad de las cosas. Todos estamos
hechos de yo y de ello, de espíritu y de carne, y además de ácidos nucleicos, de
tradiciones, de hormonas, de experiencias y traumas lejanos o cercanos; por esto
mismo estamos condenados a arrastrar con nosotros, desde la cuna hasta la
sepultura, un doppelgänger, un hermano mudo y sin rostro, que sin embargo es tan
responsable como nosotros de nuestras acciones, y por lo tanto también de
nuestras páginas. Como se sabe, ningún autor comprende a fondo lo que ha escrito,
y todos los escritores han llegado a estudiar asuntos agradables y horrendos que
los críticos han encontrado en sus obras sin que ellos supieran que los habían
puesto ahí; muchos libros contienen plagios, conceptuales o verbales, de los cuales
los autores declaran, de buena fe, no haberse dado cuenta. Es algo contra lo cual
es imposible combatir: esa irracionalidad y lo inconocible que cada uno de nosotros
alberga en sí mismo deben ser aceptados, incluso autorizados a expresarse en su
propio (necesariamente oscuro) lenguaje, pero no deben ser considerados como la
única fuente de nuestra expresión.
No es verdad que la única escritura auténtica es la que “sale del corazón”, ni que
provenga de todos los distintos ingredientes irracionales del conocimiento
mencionados arriba. Esta opinión, alabada durante mucho tiempo, se funda en la
presuposición de que el corazón que “nos dicta por dentro” es un órgano distinto al
órgano de la razón, y más noble que este, y que el lenguaje del corazón es el mismo
para todos, lo cual no es así. Lejos de ser universal en el tiempo y en el espacio, el
lenguaje del corazón es caprichoso, adulterable e inestable como la moda, de la
cual de hecho forma parte. Tampoco se puede sostener que sea igual a sí mismo
dentro de los límites de un país o una época. Dicho de otra forma, el del corazón no
es ni siquiera un lenguaje, o si mucho es un argot, una lengua vernácula, cuando
no un invento individual.
Por esto, a los que escriben con la lengua del corazón les puede pasar que resulten
indescifrables, y entonces es lícito preguntarse con qué finalidad han escrito: de
hecho (y me parece que este es un postulado ampliamente aceptable) la escritura
sirve para comunicar, para transmitir informaciones o sentimientos de una mente a
otra, de un lugar a otro, de un tiempo a otro tiempo, y aquel que no es comprendido
por nadie no transmite nada, clama en el desierto. Cuando esto ocurre, al lector de
buena voluntad hay que darle tranquilidad: si no entiende un texto, la culpa es del
autor, no suya. Corresponde al escritor hacerse entender por aquellos que desean
entenderlo: ese es su oficio, escribir es un servicio público, y al voluntarioso lector
no hay que decepcionarlo.
A este lector, que tengo la curiosa impresión de tener a mi lado cuando escribo,
admito que puedo haberlo idealizado ligeramente. Se parece al gas perfecto de los
termodinámicos, perfectos solamente en cuanto su comportamiento es
perfectamente predecible, basados en leyes más simples, mientras que los gases
reales son más complicados. Mi lector “perfecto” no es un docto, pero tampoco es
un inexperto sin recursos; no lee por obligación ni por pasar el tiempo ni para que
otros admiren lo culto que es, sino porque siente curiosidad por muchas cosas, y
quiere escoger entre ellas, y no quiere delegar esa elección en nadie más; conoce
los límites de sus conocimientos y de su preparación, y orienta sus elecciones de
acuerdo con estos. Específicamente: ha escogido mis libros según su propio saber
y entender, voluntariamente, y sentiría incomodidad y dolor si no entendiera cada
línea de lo que yo he escrito, más aún, de lo que le he escrito: pues es verdad,
escribo para él, no para los críticos ni para los poderosos de la Tierra ni para mí
mismo. Si no me entendiera, él se sentiría injustamente humillado, y yo, culpable de
no haber cumplido con un contrato.
Aquí es necesario enfrentar una posible objeción: a veces se escribe (o se habla),
no para comunicar, sino para descargar la propia tensión, o expresar una alegría,
una pena, y entonces se clama también en el desierto, se gime, ríe, canta, impreca.