Sobre Heroes y Tumbas de Ernesto Sabato

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«SOBRE HÉROES Y TUMBAS», DE ERNESTO SABATO* 1. PAGINAS PARA LAS LLAMAS E¡ trabajo del científico —su teoría, su nueva fórmula, su inven- ción, su descubrimiento— no deja entrever la circunstancia angus- tiada o feliz en que fue concebido; no muestra las vicisitudes interio- res y tampoco prolonga o deja traslucir a la humanidad- las posibles agobiantes condiciones en que su objeto científico fue alcanzado, ni éste, ya al servicio del hombre —servicio para su felicidad o para su propia desventura—, nos hace revelaciones. El arte y el quehacer humanístico son muy distintos, muy diferentes. ¿Por qué? —podría preguntarse, sin reticencia alguna— y una inmediata respuesta acu- de, con la natural ihcertidumbre frente al rigor del pensamiento filo- sófico: en el arte y en el quehacer humanístico, ei hombre experi- menta con su propio espíritu, con su propia conciencia, interrogante, escrutando el destino, y esta experiencia espiritual, 'concienciar, se revela en la creación artística, en el objeto resultante de la preocu- pación humanística, y algo, también sucede con respecto del objeto resultante de la meditación literaria. En el caso de la meditación literaria no pueden eludirse condi- ciones asuntuales, ciertas experiencias internas que juegan tenaz- mente, a veces, en forma desasosegada, confusa y tumultuosamente inciertas, en la elaboración de un algo. Por ello podría haber en este ensayo sobre una de las novelas de Ernesto Sábato algunas líneas-tes- timonio correspondientes a grietas o a intersticios de cierta inte- rioridad. La novela Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, fue pub;i- cada en 1961, después de una elaboración angustiante y parcelada de diez años. No fue sino hasta en la Nochebuena de 1969 en que em- prendí la lectura de la misma, lectura un tanto destanteada, si se * Este ensayo constituyó, en buena parte, la lección inaugural que pronunciara el autor ei 1 de febrero de 1973, en la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos, de Guatemala. 340

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analisis de informe sobre ciegos

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  • SOBRE HROES Y TUMBAS, DE ERNESTO SABATO*

    1. PAGINAS PARA LAS LLAMAS

    E trabajo del cientfico su teora, su nueva frmula, su inven-cin, su descubrimiento no deja entrever la circunstancia angus-tiada o feliz en que fue concebido; no muestra las vicisitudes interio-res y tampoco prolonga o deja traslucir a la humanidad- las posibles agobiantes condiciones en que su objeto cientfico fue alcanzado, ni ste, ya al servicio del hombre servicio para su felicidad o para su propia desventura, nos hace revelaciones. El arte y el quehacer humanstico son muy distintos, muy diferentes. Por qu? podra preguntarse, sin reticencia alguna y una inmediata respuesta acu-de, con la natural ihcertidumbre frente al rigor del pensamiento filo-sfico: en el arte y en el quehacer humanstico, ei hombre experi-menta con su propio espritu, con su propia conciencia, interrogante, escrutando el destino, y esta experiencia espiritual, 'concienciar, se revela en la creacin artstica, en el objeto resultante de la preocu-pacin humanstica, y algo, tambin sucede con respecto del objeto resultante de la meditacin literaria.

    En el caso de la meditacin literaria no pueden eludirse condi-ciones asuntuales, ciertas experiencias internas que juegan tenaz-mente, a veces, en forma desasosegada, confusa y tumultuosamente inciertas, en la elaboracin de un algo. Por ello podra haber en este ensayo sobre una de las novelas de Ernesto Sbato algunas lneas-tes-timonio correspondientes a grietas o a intersticios de cierta inte-rioridad.

    La novela Sobre hroes y tumbas, de Ernesto Sbato, fue pub;i-cada en 1961, despus de una elaboracin angustiante y parcelada de diez aos. No fue sino hasta en la Nochebuena de 1969 en que em-prend la lectura de la misma, lectura un tanto destanteada, si se

    * Este ensayo constituy, en buena parte, la leccin inaugural que pronunciara el autor ei 1 de febrero de 1973, en la Facultad de Humanidades de la Universidad de San Carlos, de Guatemala.

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  • quiere, en sus inicios; pero, despus, poco a poco aferrante, hasta llegar a condicin apasionada.

    En a primavera de 1972 propuse una conversacin alrededor de la novela Sobre hroes y tumbas. Entonces tena ideas fuf3ra de m mismo, desimpregnadas de subjetividad. No haban ocurrido ciertos hechos. Haba contemplado la novela concreta y quiz slidamente Para un insospechado infortunio, haba subrayado afanosa, con pre-tensin de objetiva acuidad literaria, rigurosamente, muchas partes destinadas al anlisis, a ese anlisis severo a que inducen los maes-tros, a veces con la prefijacin o prefiguracin de una estructura r-gida, de hierro, cemento y ladrillo fros, ciegos, deshumanizados Los subrayados hechos en el texto no saba que podran tener, en u tiempo muy inmediato, un sentido imprevisible, un sentido permitido, y que habran de adquirir cierta corporeidad en lo interno, en lo ntimo.

    Hasta la primavera de 1972 le y rele Sobre hroes y tumbas, in-genua y objetivamente; subray e hice notas. Y vino el verano.

    De repente, en la vida, alguien se aproxima, insensiblemente, en forma imperceptible, calladamente, sin seal alguna y poco a poco, a grandes lapsos, empieza a mostrarnos desconciertos, torturas inter-nas y anhelantes vicisitudes. Entonces, uno se asoma al borde, de insondables interrogantes y quiz murmure frases esperanzadas. Tal vez se extienda la mano para acariciar una frente en la que prematuro pentagrama desciende por lo enigmtico del ceo y, entonces, se ob-tiene la revelacin de una msica recndita, obscuramente melanc-lica. Casi sin percatarse, viene el sumergirse en un mundo inslito, desesperanzado y descredamente desoladomundo de lo alucinado y del ensueo vertiginoso y absurdo, y se van creando visiones qui-mricas a las que se da corporeidad, sutil e inasible corporeidad; vie-ne el aferrarse a ellas y despus no se sabe cmo rehuiras, cmo desasirse de ellas. Estn all en la imagen de una espiga de trigo en el tiempo del verano para despus provocar desasosiego o tal vez una insobornable tristeza caminando a la intemperie.

    Qu ha sucedido? Hemos estado cerca, muy cerca, de alguien a quien agobian la pureza de la soledad, la tortura e infortuni", interio-res. Hemos estado a la orilla de alguien que ha luchado por su en-cuentro interno, en medio de la desesperanza, y nadie, nadie, se ha percatado de esa permanente y enmascarada angustia.

    Y uno podra decir: A m slo me importa mi tristeza, subsu-mido en determinadas oscuridades, si es que una grieta en el diurno desasosiego dejara tiempo para la reflexin. Mas cuan desalentador sera quedarse en ese pronunciamiento que conlle

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  • vara a la renunciacin de ser un contemplativo del arte o un par-ticipante en el arte, como quiera decirse. (R. E. Un poema de Jorge L. Borges, 20 de agosto de 1972.)

    Porquey como si Ernesto Sbato me lo dijera en voz baja felizmente el hombre no est slo hecho de desesperacin, sino de fe y de esperanza; no slo de muerte, sino tambin de anhelo de vida; tampoco nicamente de soledad, sino de momentos de comunin y de amor (Sobre hroes y tumbas, p. 209).

    El objeto artstico, y particularmente el objeto potico, cuando nos lanzamos al riesgo espiritual de contemplarlo, nos hace con-fidencias insospechadas yal l est su condicin humanasubraya identificaciones o implicaciones que conducen a ver nuestra propia interioridad y a reflexionar sobre nuestro destino. Ello quiz pueda conducirnos al intento de convertir en reflexin esttica la fortuita experiencia personal para que la vida llegue a tener significacin.

    No importa cuan crueles sean ios trastrueques que promueva la vida frente a los objetos poticos. No importa cunto la emocin nos aleje del rigor cientfico. Uno ha hecho una 'eleccin' humana, a ries-go de infidelidad en la custodia del misterio e intimidad de un bosque nocturno e intrincado, y a riesgo, tambin, de aproximarse al peligro-so juego entre lo objetivo y la irrenunciable subjetividad.

    II. FBULA Y EXPLICACIN DE SOBRE HROES Y TUMBAS

    No se puede rehuir la lectura total de la Noticia preliminar, llave para explicar la novela y 'la manera' de novelar de Ernesto Sbato:

    NOTICIA PRELIMINAR

    Las primeras investigaciones revelaron que el antiguo mirador que serva de dormitorio a Alejandra fue cerrado con llave desde dentro por la propia Alejandra. Luego [aunque, lgicamente, no se puede precisar el lapso transcurrido) mat a su padre de cuatro balazos con una pistola calibre 32. Finalmente, ech nafta y pren-di fuego. Esta tragedia, que sacudi a Buenos Aires por e relieve de esa vieja familia argentina, pudo parecer al comienzo la con-secuencia de un repentino ataque de locura. Pero ahora un nuevo elemento de juicio ha alterado ese primitivo esquema. Un extrao Informe sobre ciegos, que Fernando Vidal termin de escribir la noche misma de su muerte, fue descubierto en el departamento que, con nombre supuesto, ocupaba en Villa Devoto. Es, de acuer-do con nuestras referencias, el manuscrito de un paranoico. Pero no obstante, se dice que de l es posible inferir ciertas interpre-

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  • taciones que echan luz sobre el crimen y hacen ceder la hiptesis ms tenebrosa. Si esa inferencia es correcta, tambin se explica-ra por qu Alejandra no se suicid con una de las dos balas que restaban en la pistola; optando por quemarse viva.

    (Fragmento de una crnica policial publicada el 28 de junio de 1955 por La Razn, de Buenos Aires.)

    La novela, bsicamente, est constituida por las historias de Ale-jandra, de Martn, de Fernando Vidal el padre de Alejandra y la de Bruno.

    En El dragn y la princesa leemos:

    Un sbado de mayo de 1953, dos aos antes de los aconteci-mientos de Barracas, un muchacho alto y encorvado caminaba por uno de los senderos del parque Lezama. Se sent en un banco, cerca de la estatua de Ceres, y permaneci sin hacer nada, aban-donado a sus pensamientos [p. 11],

    Es Martn, un desolado adolescente que obtiene una comunicacin misteriosa de Alejandra, muchacha de dieciocho aos. Largos das de zozobra le hacen esperar un encuentro con ella. El encuentro se rea-liza, pero la desaparicin y lejana de Alejandra, enigmtica y por-tentosa, acendran la inquietud de Martn.

    La volv a ver en el mismo lugar del parque, pero recin en febrero de 1955... [41].

    ... Te dije, acaso, que te volvera a ver pronto? [43].

    es la nica y sugestiva interrogante-respuesta de Alejandra. Y se des-ata la desastrosa historia de Alejandra y Martn. En este tercer en-cuentro, ella lo lleva a la vieja quinta de Barracas, al Mirador, don-de sumerge a Martn en inquietantes revelaciones: su pasado fami-liar y el obtuso interior de su niez y adolescencia. En la amanecida, despus de una noche alucinante, Alejandra desaparece misteriosa-mente. En el Mirador, ella lo ha. dejado conversando con el viejo abuelo, don Pancho, inmerso en un pasado, subsumido en una tum-ba. Los encuentros y desencuentros entreverados con totales, con-tadas y angustiadas entregas llenos de misterios y reticencias para Martn, lo llevan a la abstraccin y a la tristeza.

    Mediante Alejandra, Martn conoce a Bruno, un ser contemplativo, reflexivo un ser de la soledad, quien en su adolescencia sustituy el amor de la madre muerta por el de Ana Mara, abuela de Alejandra, amor que, por trastrueques ineluctables va a Georgina, madre de Ale-

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  • jandra, y a Alejandra misma. Bruno ser quien escuche los desverte-brados relatos de Martn y quien establezca los atados en la trama de la obra, con su aire evocador y meditativo.

    Del profundo atado de esa parte de la novela, con la subsiguiente, Los rostros invisibles, obtenemos una tenebrosa insinuacin: el inces-to de Alejandra con su padre, Fernando Vidal, para el total descala-bro del espritu de Martn.

    El informe sobre ciegos contiene la explicacin de las sentinas del alma conturbada de Fernando Vidal, de su aberrante pensamiento sobre los ciegos, as como de los indicios premonitorios de su 'ser' y de su aciago destino: la simbologa de su incesto y la premonicin de su muerte.

    La novela se aproxima al climax. La parte ltima, Un Dios desco-nocido, se inicia as:

    En la noche del 24 de junio de 1955 Martn no poda dormirse. Volva a ver a Alejandra como la primera vez en el parque, acer-cndose a l; luego, caticamente, se le presentaban en la me-moria momentos tiernos o terribles; y luego, una vez ms, volva a verla caminando hacia l en aquel primer encuentro, indita y fabulosa. Hasta que poco a poco fue embargndolo un pesado so-por y su imaginacin comenz a desenvolverse en esa regin am-bigua. Entonces crey or lejanas y melanclicas campanas y un impreciso gemido, tal vez un indescifrable llamado. Paulatinamente se convirti en una voz desconsolada y apenas perceptible que re-peta su nombre, mientras las campanas taan con ms intensi-dad, hasta que por fin golpearon con verdadero furor. El cielo, aquel cielo del sueo, ahora pareca iluminado con el resplandor san-griento de un incendio. Y entonces vio a Alejandra que avanzaba hacia l en las tinieblas enrojecidas, con la cara desencajada y los brazos tendidos hacia delante, moviendo sus labios como si angus-tiada y mudamente repitiera aquel llamado. Alejandra!, grit Mar-tn, despertndose. Al encender la luz, temblando, se encontr solo en su pieza. Eran las tres de la maana [399].

    La tragedia se ha consumado, Martn corre haca la casa de Ba-rracas. Alejandra ha dado muerte a su padre; ella ech nafta, pren-di fuego y se quem viva.

    Martn pareca un nufrago que hubiese perdido la memo-ria [405].

    Martn busca a Bruno, el refugio para la meditacin y el descon-suelo. Esta parte ltima de la novela, Un Dios desconocido, con-tiene el punto de vista retrospectivo de Bruno con respecto de Fer-nando Vidal, padre de Alejandra, el relato de esa vida tenebrosa, alu-

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  • cante y angustiada; asimismo, las vicisitudes espirituales de Bru-no, y la partida de Martn hacia la Patagonia, agobiado por sus inmen-sas interrogantes sobre Dios, sobre la verdad acerca de Alejandra, y en bsqueda de sosiego en un mundo limpio, fro, cristalino... [36].

    Debe advertirse que, a lo largo de toda la novela, est entreverado otro relato, el de la histrica y trgica jornada dei general Juan Galo de Lavalle, que arrastra consigo el destino de los ascendientes de Alejandra, los Olmos y los Acevedo, intrincados en el pasado de la Argentina. Esta parte de la novela enfrenta el pasado heroico de una secular familia, con su decadencia y perturbacin en el mundo de la poca.

    Pretender explicar algunos aspectos de Sobre hroes y tumbas es enfrentar el arte de la novela de Ernesto Sbato, arte que muestra, de inmediato, la ausencia de desenlace definitivo (aun cuando apa-rentemente la Noticia preliminar contenga un indicio]; un juego con el tiempo y un soslayar la presencia del narrador; de ah que la novela, con cierto aire retrospectivo, nos d la sensacin mgico-potica de un presente inmediato, hacindose.

    Conjeturemos sobre ello. La Noticia preliminar, pese a otras apariencias, es lo meramen-

    te asuntual; conlleva un enigma que habr de ser explicado a lo largo de toda la obra.

    De ella inferimos que:

    1. El hecho que conmover la novela ya aconteci. 2. Algo aciago hubo entre Alejandra y su padre, y es posible que

    la clave est en el 'informe'. 3. La opcin 'por quemarse viva' encierra una inmensa sugestin.

    Las ilaciones anteriores tienden honda vinculacin con el juego del tiempo y la tcnica de soslayo que aplica el novelista.

    En lo que hemos denominado 'juego con el tiempo' pueden hacer-se dos anotaciones;

    Sobre hroes y tumbas tiene un tiempo definido, duramente cro-nolgico y meterico, sealado con fechas, con otoos, inviernos, primaveras.

    (Porque esa lluvia o ese sol forman partey de qu mane-ra! de la angustia o de los sentimientos que en ese instante embargan al personaje.)

    Hombres y engranajes [94].

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  • Algunos ejemplos:

    Es un sbado de mayo de 1953 en que Martn tiene la comunica-cin anhelante y misteriosa de Alejandra. Martn dice, en otra parte:

    La volv a ver en el mismo lugar del parque, pero recin en fe-brero de 1955...

    Sobre hroes y tumbas [41].

    y es apenas, en el lapso de cuatro meses, entre ese febrero de 1955 y el 24 de junio del mismo aos, en que tienen lugar sus significati-vos y angustiantes encuentros y desencuentros.

    Cuntos das desolados transcurrieron en aquel banco del par-que! Pas todo el otoo y lleg el invierno. Termin e! invierno, comenz la primavera (apareca por momentos, friolenta y fugitiva, como quien se asoma a ver cmo andan las cosas, y luego, poco a poco, con mayor decisin y cada vez por mayor tiempo) y pau-latinamente empez a correr con mayor calidez y energa la savia en los rboles y las hojas empezaron a brotar; hasta que, en pocas semanas, los ltimos restos del invierno se retiraron del parque Lezama hacia otras remotas regiones del mundo [27-28].

    Este 'tiempo' manejado por Sbato es el tiempo limitado y angus-tiante con respecto del amor en su intil combate con la soledad, pues esta categora, subyugante e inasible, se vuelve interior y surge el ansia de su paso, de su retencin o de su recuperacin, segn sean las connotaciones emocionales.

    En la novela, asimismo, estn enmarcadas extensas pocas algu-nas alcanzan lo histrico para dar la imagen de una cierta totalidad del infortunio de una familia argentina.

    En Sobre hroes y tumbas hay otro tiempo, inasible, taumatrgico. La novela se ha iniciado con un aparente desenlace y concluye con el viaje de Martn hacia la Patagonia; mas hay un juego de atempo-ralidad, de un tiempo inasible, el cual da carcter circular, perma-nente y eterno al relato. Se explica sencillamente: la novela concluye, en su apariencia, con el rumbo de Martn hacia el extremo Sur de la Argentina, pero sus confidencias a Bruno y su apasionante historia las est ofreciendo desde la primera parte de la obra, a su vuelta de la Patagonia, cuando todo ya est verificado y l sigue anhelante tras la verdad sobre Alejandra y la existenca de Dios.

    Desconozco el ensayo surrealista de Ernesto Sbato acerca del Utocronismo, o sea, la petrificacin del tiempo a que se refiere en la confidencia de sus crisis espirituales; pero podra pensarse que, en

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  • Sobre hroes y tumbas, nos ofrece, para la meditacin, el juego an-tittico de petrificacin y de dislocacin temporal que, en la captacin potica de una nueva realidad, como lo es la novela, nos da una sen-sacin sincrtica de la categora tiempo.

    La textura permanente de la narrativa lo constituye la trada en que concurren la descripcin, la narracin en s y el dilogo, mane-jada esta trada con la omnisciencia y omnipresencia del escritor. Pero en textura se han realizado innovaciones substanciales que han con-ducido a la obtencin de objetos poticos en que las imgenes son ms plsticas y a la vez ms internas y profundas, sugeridoras e in-citantes, mediante sesgos en la tcnica y potica del relato. Estos cambios profundos en la narrativa lo son, entre tantos: el trasplante de los planos del personaje, hechos, espacio y tiempo; el entrevera-miento de los mismos personajes como narradores; el 'divn verde potico', mediante el cual, por una suerte de fluir psquico, el perso-naje mismo nos conduce al trasmundo de lo evocado, de lo onrico o de los aparentes estados dormidos, de lo epileptoide o de la dislo-cacin mental; los distintos vrtices para contemplar la realidad; el monlogo interior, las nuevas formas lingsticas y hasta las cons-trucciones sintcticas obtusas. Todo, en un afn de captar realida-des y suprarrealidades que, en su ir y venir, en el tiempo y en el espacio, son incitaciones alucinantes para el escritor.

    No vamos a discutir acerca de la originalidad o de los influjos. Er-nesto Sbato mismo, en Sobre hroes y tumbas, pone en labios de Bruno Bassn una reflexin para el caso:

    Qu, quieren una originalidad total y absoluta? No existe. En el arte ni en nada. Todo se construye sobre lo anterior. No hay pureza en nada humano [191].

    El captar ciertas realidades y darle su 'realidad potica', se advier-te, es e! afn insobornable de Sbato, en medio de su tortura acu-ciante por el encuentro de la verdad, por la bsqueda de s mismo y del absoluto, que indudablemente va a transferir a sus personajes. En la obtencin de su realidad potica, Ernesto Sbato muestra ras-gos estilsticos que, aglutinados en el desarrollo de la obra, dan toda una sensacin de totalidad, de visiones e impresiones neorrealistas, con un espritu y modalidades poticos inconfundibles.

    Vayamos al texto para contemplar algunos de estos rasgos pecu-liares. En la novela, estamos en el instante en que Martn recibe la premonitoria comunicacin de Alejandra, en el parque Lezama, frente a la estatua de Ceres:

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  • Cuando de prontodijo Martntuve la sensacin de que al-guien estaba a mis espaldas, mirndome.

    Durante unos instantes permaneci rgido, con esa rigidez ex-pectante y tensa, cuando en la oscuridad del dormitorio, se cree or un sospechoso crujido. Porque muchas veces haba sentido esa sensacin sobre la nuca, pero era simplemente molesta o desagra-dable, ya que (explic] siempre s haba considerado feo y risible, y lo molestaba la sola presuncin de que alguien estuviera estu-dindolo o por lo menos observndolo a sus espaldas; razn por la cual se sentaba en los asientos ltimos de los tranvas y mni-bus, o entraba al cine cuando las luces estaban apagadas. En tanto que en aquel momento sinti algo distinto. Algovacil como bus-cando la palabra ms adecuada, algo inquietante, algo similar a ese crujido sospechoso que omos, o creemos or, en la profundi-dad de la noche. Hizo un esfuerzo para mantener los ojos sobre la estatua, pero en realidad no la vea ms: sus ojos estaban vuel-tos hacia dentro, como cuando se piensa en cosas pasadas y se trata de reconstruir oscuros recuerdos que exigen toda Ja concen-tracin de nuestro espritu. Alguien est tratando de comunicarse conmigo, dijo que pens agitadamente. La sensacin de sentirse observado agrav, como siempre, sus vergenzas: se vea feo, des-proporcionado, torpe. Hasta sus diecisiete aos se le ocurran gro-tescos. Pero si no es as, le dira dos aos despus la muchacha que en ese momento estaba a sus espaldas; un tiempo enorme pensaba Bruno, porque no se meda por meses y ni siquiera por aos, sino, como es propio de esa clase de seres, por cats-trofes espirituales y por das de absoluta soledad y de inenarra-ble tristeza, das que se alargan y se deforman como tenebrosos fantasmas sobre las paredes del tiempo. Si no es de ningn modo (le dira Alejandra) y lo escrutaba como un pintor observa a su modelo, chupando nerviosamente su eterno cigarrillo [12-13],

    De inmediato observamos que:

    a) Martn est relatando a Bruno. b) El escritor maneja lo nuclear del relato. c) Bruno y Alejandra son trados desde planos distantes y dis-

    tintos a uno nuevo.

    Ernesto Sbato opera trasplantes en los planos de personajes, he-chos, espacio y tiempo, as como entrevera fuentes de narracin, den-tro de una luz incierta, incitante para el lector convidado al escu-drio a travs de dimensiones retrospectivas y evocadoras de in-ditos mundos de la memoria y del recuerdo, lastimados por lo per-dido.

    El divn verde potico (asignacin que se me ocurriera hace tiempo frente a Caos, de Flavio Herrera, en la parte denominada El

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  • suicidio del ngel)y que, como ya se dijera, mediante el mismo, por una suerte de fluir psquico el personaje mismo nos conduce al trasmundo de lo evocado, de lo onrico o de los aparentes estados dormidos, de lo epileptoide o de la dislocacin mentales una de las modalidades narrativas con las que Sbato realiza un escurridizo escape como narrador para ponernos frente al ser y la realidad in-mediata de sus personajes torturados. Unas veces, el escritor est a la par de su personaje, inmiscuido en l ; otras, est absolutamente distante. En el primer ejemplo que se expondr, vemos al novelista en la inmediatez de su personaje, entreverndose participante de la angustia; en el segundo (Informe sobre ciegos), el autor se habr alejado, para dejarnos solos, a la par de de un demonaco como lo es Fernando Vidal.

    Alejandra ha llevado a Martn al Mirador, donde le hace insospe-chadas revelaciones, pero, a la vez, el escritor hace que ella caiga en el ensimismamiento retrospectivo y evocador para que nosotros nos acerquemos al borde de las profundidades ms oscuras de su espritu y as obtener una sugestin anglico-demonaca de su ser.

    Esa chica pecosa es ella: tiene once aos y su pelo es rojizo. Es una chica flaca y pensativa, pero violenta y duramente pensa-tiva; como si sus pensamientos no fueran abstractos, sino serpien-tes enloquecidas y calientes. En alguna oscura regin de su yo, aquella chica ha permanecido intacta, y ahora ella, la Alejandra de dieciocho aos, silenciosa y atenta, tratando de no ahuyentar la aparicin, se retira a un lado y la observa con cautela y curiosi-dad. Es un juego al que se entrega muchas veces cuando refle-xiona sobre su destino. Pero es un juego difcil, sembrado de difi-cultades, tan delicado y propenso a la frustracin como dicen los espiritistas que son las materializaciones: hay que saber esperar, ajeno a pensamientos laterales o frivolos. La sombra va emergien-do poco a poco y hay que favorecer su aparicin manteniendo un silencio total y una gran delicadeza; cualquier cosita y ella se re-plegar, desapareciendo en la regin de la que empezaba a salir. Ahora est all: ya ha salido y puede verla con sus trenzas colora-das y sus pecas, observando todo a su alrededor con aquellos ojos recelosos y concentrados, lista para la peea y el insult [52].

    En Informe sobre ciegos, el autor se habr alejado, en una m-gica apariencia. Debe recordarse que esta parte constituye la angus-tiante bsqueda del s mismo de Fernando Vidal, la explicacin de su maldad humana signada espantosamente por el destino de un Ed-po Rey, vidente, consciente de su pecado y con sentido premonitorio de su muerte. En la misma noche de su muerte, Fernando Vidal con-cluye el informe y se dirige al encuentro de su f in. Todo el informe

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  • est en primera persona. Fernando se aproxima con su desasosiego irreversible frente al enigma de los ciegos mismos, de la sectase-gn su pensamiento trastrocadoenemiga de la humanidad:

    Me llamo Fernando Vidal Olmos; nac e! 24 de junio de 1911 en Capitn Olmos, pueblo de la provincia de Buenos Aires, que l|eva el nombre de mi tatarabuelo. Mido un metro setenta y ocho, peso alrededor de 70 kilos, ojos grisverdosos, pelo lacio y canoso. Seas particulares: ninguna. Se me podr preguntar para qu dia-blos hago esta descripcin de registro civil. Nada hay casual en el mundo de los hombres [268].

    Sus relatos y reflexiones ms conturbados son una suerte de ata-do de lo retrospectivo con presentes y angustiadas y demenciales conclusiones:

    Siempre me preocup el problema del mal cuando desde chico me pona al lado de un hormiguero armado de un martillo y empe-zaba a matar bichos sin ton ni son. El pnico se apoderaba de las sobrevivientes, que corran en cualquier sentido. Luego echaba agua con una manguera: inundacin. Ya me imaginaba las escenas den-tro, las obras de emergencia, las corridas, las rdenes y contrar-denes para salvar depsitos de alimentos, huevos, seguridad de rei-nas, etc. Finalmente, con una pala remova todo, abra grandes bo-quetes, buscaba las cuevas y destrua frenticamente: catstrofe general. Despus me pona a cavilar sobre el sentido general de la existencia, y a pensar sobre nuestras propias inundaciones y terre-motos. As fui elaborando una serie de teoras, pues la idea de que estuviramos gobernados por un Dios omnipotente, omniscien-te y bondadoso me pareca tan contradictoria que ni siquiera crea que se pudiese tomar en serio. Al llegar a la poca de la banda de asaltantes haba elaborado ya las siguientes posibilidades:

    1. Dios no existe. 2 Dios existe y es un canalla. 3. Dios existe, pero a veces duerme: sus pesadillas son nues-

    tra existencia. 4. Dios existe, pero tiene accesos de locura: esos accesos son

    nuestra existencia. 5. Dios no es omnipresente, no puede estar en todas partes.

    A veces est ausente, en otros mundos? En otras cosas? 6. Dios es un pobre diablo, con un problema demasiado com-

    plicado para sus fuerzas. Lucha con la materia como un artista con su obra. Algunas veces, en algn momento logra ser Goya, pero generalmente es un desastre.

    7. Dios fue derrotado antes de la historia por el Prncipe de las Tinieblas. Y derrotado, convertido en presunto diablo, es doble-mente desprestigiado, puesto que se le atribuye este universo ca-lamitoso [264-265].

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  • En la novela hay dos ejemplos plsticos con respecto de contem-plar la realidad desde distintos vrtices. Este objeto de contemplacin es el Mirador de la casa de Barracas, verdadero personaje ambiental, fantasmal y alegrico, creado por Sbato. All tienen lugar algunas de las entrevistas de Martn y Alejandra. En el telato es visto por este torturado y tambin por Bruno. Aparentemente ello no tendra signi-ficacin; pero el 'ver' de Martn corresponde a un presente, el presente deteriorado, enloquecido de la familia de Vidal Olmos, y el 'ver' de Bruno, a otra poca, a la de la niez y adolescencia de ste, en que an pudo rescatarse una noble prosapia, pero que empez a entur-biarse con la existencia enigmtica de Fernando. El Mirador tiene dos historias: un antes y un despus, un 'antes' y un 'despus' concurren-tes en sus significaciones, incidentes en la vida de Bruno y de Martn, por cuanto que representa un mundo en que el misterio, la soledad, el sufrimiento, el desasosiego concurren y se atan para el particular destino de estos personajes. El Mirador es el lugar al que, en distin-tas pocas, cada quien por su lado, ir en peregrinaje, en busca de consolacin y que habrn de ver convertido en muros ennegrecidos y cenizas porque all habra de consumarse la purificacin de Alejandra por el fuego.

    En cuanto a nuevas formas lingsticas, as como a construcciones sintcticas obtusas, nada qu decir con respecto de la expresin po-tica de Ernesto Sbato. No recurre a distorsiones; es sincero, castizo en el uso de su universal y rica habla. Ya se aludir a su neobarro-quismo que implica la observacin sobre esa 'habla' y la complejidad de su temtica.

    Uno se embarca hacia tierras lejanas, indaga la naturaleza, ansia el conocimiento de los hombres, inventa seres de ficcin, busca a Dios. Despus se comprende que el fantasma que se perse-gua era Uno-Mismo.

    Con ese conturbador pensamiento inicia Ernesto Sbato la justifi-cacin de Hombres y engranajes; as, anticipadamente en el tiempo, l mismo nos ayuda a explicarnos en sentido de Sobre hroes y tum-bas y nos hace intuir el desasosegado quehacer de quien crea. Sobre hroes y tumbas es !a novela de un hombre absorto que, desde ios distintos vrtices que son sus personajes, muestra su angustia y ex-periencia interiores. Aglutinando esos vrtices, en mgica conversin geomtrica, obtiene dos fases en que !o anglico y lo demonaco re-velan su dominio sobre el hombre. Las historias de sus personajes fundamentalesMartn, Alejandra, Bruno, Fernandoson las histo-rias d cuatro seres que se buscan a s mismos, con interioridades

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  • conturbadas y en un mundo insomne, de luz difusa, de desconocimiento y arbitrariedad.

    Nunca tenemos la verdad absoluta parece que fuera la temtica universa! de esta novela; de ah que, ansiosos, todos, todos sus per-sonajes, muchos de ellos no por humildes menos representativos Humberto J. D'Arcngelo, van Petrovich, y tantosaoren, busquen muestren inconformidad o desaliento frente al diario vivir, y que Io representativos busquen la verdad sobre el amor, Dios, la vida, el hombre, la incgnita de la ceguera, del 'ser' del pecado y del destino, as como la verdad en la ciencia y la pureza del arte.

    A riesgo de 'convocar' la sonrisa irnica de Ernesto Sbato, a un comentario sobre el ttulo de esa novela, lo cual conllevara a !a po-sibilidad de obtener su sentido:

    SOBRE HROES Y TUMBAS 4

    Sobre ~ acerca de. Acerca de hroes y tumbas: Un quehacer potico sobre el herosmo de seres del pasado y del presente, pero todos, cada uno de ellos, 'enterrado' en un algo. Los hroes del pasado enterrados en la propia tierra, con la autenticidad de sus ideales; y los del pre-sente enterrados en s mismos, con sus particulares incgnitas y bs-quedas y zozobras, pero tambin hroes: quines, con su aire medita-tivo y melanclico; quines, con su amor desesperanzado; quines, con su recndito interior torturado, y otros, tambin heroicos, heroicamente aferrados al pasado.

    III. COMENTARIOS

    Hay quienes asientan su inters literario lejos del rigor de la investigacin y del quehacer crtico; leen relatos con gustos e incli-

    7 - naciones por lo que signifique eidomai (hacerse semejante, fingir), por lo que conlleve la significacin de eido-poin (figurar, representar), pues ambos vocablos griegos sugieren idea, belleza, esencia, forma, y son significaciones implcitas, aplicables, o que convienen a la novela. A ello debe agregarse el deleite por comentar, que tambin seduce, no Importa con cunta imprecisin, ni cunto sufra ese quehacer por su dependencia subjetiva. Pero algn camino y riesgo habr de tomarse frente a la obra de creacin, pues son los novelistas los que confieren cierto derecho a ser as, por cuanto quey ms en el caso particular de Ernesto Sbatoproporcionan un objeto potico cuyos habla y con-tenido representan la resultante de un determinado clima espiritual

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  • y, por consiguiente, existe la posibilidad de que los habitantes de la lectura, al enfrentar aquel objeto y abismarse en la sugestin de su clima gnitrix, en actitud re-creadora, se encuentren a s mismos, tras-trabillantes, desconcertados, al casi identificarse con aquello que finge, y que contiene nuestra propia esencia, lo humano; que conmueve por-que es expresivo y representa algo de uno mismo, del mundo, de la perspectiva vital y de un sino anunciado mediante hechos recnditos ahora revelados, y por ello poticos.

    AI releer Sobre hroes y tumbas, acude el recuerdo inmediato de la doctrina sobre la permeabilidad de la novela, doctrina expresada por el venerable viejo Baroja, don Po, porque ya pre-senta la inmensa posibilidad de que la novela pudiera captar dilatadas y profundas reali-dades; es decir, que la novela misma pudiera hacer objeto de su preocupacin, de sus contenidos, todo lo interno y externo que atae al hombre.

    En Sobre hroes y tumbas se cumple esa perspectiva barojiana, porque ofrece mltiples y variados temas que permanentemente mues-tran el ser y el existir del hombre, la circunstancia que ste crea para su felicidad o para su desventura y su circunstancia ajena, dada por el destino? A ello habra que agregar sus modalidades estilsticas.

    De esa cuenta cabe proponer una 'eleccin' sobre esta obra de Sbato, que se contraera a decir que representa un cierto neobarro-quismo, por su multiplicidad y concurrencia temticas y por su expre-sin potica. Tal intento ser a travs del tema Los seres atormenta-dos y melanclicos de Sobre hroes y tumbas.

    Los seres atormentados y melanclicos de Sobre hroes y tumbas. Debe advertirse que es sencillamente una aventura espiritual el

    proponer esta 'eleccin' acerca de un cierto neobarroquismo en la obra de Ernesto Sbato. Hay perceptibles indicios para que otras acen-dradas lecturas y acotaciones ms cuidadosas puedan, en el futuro, aproximarnos ntimamente en este intento, o desdecirlo.

    La explicacin ms simple acerca de lo barroco, en la arquitectura, dice algo de retorcimiento de columnas y profusin de adornos en que predomina la lnea curva. Es obvia y conocida la aplicacin del trmino a otras bellas artes. Otras meditaciones acerca de lo barroco inducen a creer en la concurrencia de lo clsico griegosentido eterno, trgico y meditativo; en el aporte de lo romntico macicez, heroicidad, virtuosismo; en la recurrencia a lo oriental distorsin que conlleva la curva y la aspiracin significante de la columna salom-nica hacia lo eterno; en la incidencia, finalmente, de lo particular cristiano en lo que toca al alma: pecado y purificacin, bsqueda y conocimiento de Dios.

    CUADERNOS HISPANOAMERICANOS,23 353

  • Sobre hroes y tumbas se sustenta:

    1, En la condicin simtrica del clsico mito de Edipo: el incesto Fernando Vidal-Alejandraesencia trgica, y de la actitud serena y meditativa representada por el espritu de Bruno Bassn;

    2, en la dicotoma clsica de lo apolneo y lo dionisaco: Martn en la contemplacin de Ceres frente al ser tortuoso de Alejandra, movida por el entusiasmo y el combate;

    3, en la condicin patricia y virtuosa del pasado argentino: la jornada heroica del general Lavalle, de macicez pica, paralela al in-fortunio contemporneo;

    4, en la forma sinuosa y conturbada, potica, a manera de confu-sas volutas que tiene el relato para revelar la interioridad del alma de los personajes; en la forma de columna salomnica eterna que bus-ca particulares o totales verdades, simtrica con la manera meditativa y serena;

    5, en la circunstancia cristiana, angustiante acerca del pecado y de la purificacin, y de la aproximacin a Dios, antagnica con el pen-samiento y accin demonacos.

    A estos indicios de lo barroco deben agregarse:

    a) La diversidad temtica, esa permeabilidad de la novela Sobre hroes y tumbas, inmensa por sus innumerables 'leitmotivs' identfica-dores y conformadores de proposiciones que ataen permanentemente al alma;

    b) la digresin constante, ya un rasgo, que se observa en la nove-la, y que se muestra unas veces por la contemplacin y meditacin significativas;

    c) y la forma externa de expresin potica, dada en perodos ex-tensos, con imprescindibles formas en que modificadores directos simtricamente lricos, smiles, metforas e imgenes dan la respuesta a la ansiedad intimsta y profunda del alma que, atormen-tada, encamina su melancola a la angustia metafsica.

    En el objeto potico casi siempre aparece una simetra ineluctable, enigmticamente arrebatadora y tortuosa: el amor y la muerte; de aqu se desgaja toda una temtica en que estn la esperanza, la ple-nitud, la felicidad, el anhelo de vivir, la desolacin, la incertidumbre, la angustia, el conocimiento de s mismo, la imposibilidad de comuni-cacin y, lo ms espantoso, la imposibilidad, a veces, de comunicarnos con nosotros mismos y, por ende, con el Absoluto, categoras nuevas en l relato y con las que todo ser humano est comprometido, porque

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  • esos, parecen ser ios caminos de conocimiento y de expresin que persigue la novela contempornea: los de aproximarse al hombre in-merso en problemas insospechados, caso chapotenando en un mundo cuyos sacerdotes inician ceremonias misteriosas cada vez ms com-plejas, inextricables, a sabiendas de que el denodado empeo por alcanzar un 'algo' est irremisiblemente perdido.

    Estas reflexiones sobre la diversidad temtica, las digresiones y la forma potica externa intentaran, al momento, sealar indicios neobarrocos en la narrativa de Ernesto Sbato, y la pretensin de ase-gurar que la concurrencia de dos actitudes, la eterna clsica y una visin contempornea del existir del hombre, se engarzan en la novela Sobre hroes y tumbas, con la intencin religiosa de hacernos re-leer nuestra propia conciencia.

    Al respecto del ttulo de esta parteLos seres atormentados y melanclicos de Sobre hroes y tumbashubo discusin ntima por los trminos desesperanzados o atormentados. Haber decidido el empleo de este ltimo obedece a que incide en la significacin de 'angustia' y porque en la novela predomina una intencin esperanza-da... no importa que sta sea la del encuentro con el infierno mismo. La enunciacin de 'seres melanclicos' se rige por la presencia, en ios personajes, de una profunda e inalterable tristeza que conduce al ensimismamiento, rellano para la angustia metafsica que podra apro-ximar al verdadero sentido de bsqueda de la infinitud.

    Nunca tenemos la verdad absoluta parece que fuera la temtica universal de la novela Sobre hroes y tumbas y ello es lo que pro-mueve la tormenta y la melancola de sus personajes en bsqueda de resolver su propio enigma y encontrar su destino. Entreverados en esa temtica pueden observarse los rasgos neobarrocos preanunciados.

    Las historias de Alejandra, Martn, Fernando Vidal y Bruno Bassn son las historias de seres atormentados y melanclicos.

    Alejandra es un alma injuriada desde pocas arcanas; se ha bus-cado a s misma desde la niez y, enmascarada, busca salida a su insondable angustia comunicndose con Martn; pero ello no repre-senta su salvacin momentnea.

    Alejandra es hija de Fernando Vidal y de Georgina Olmos, primos entre s. Cobra repulsin por la madre, a quien da por muerta. Epilp-ticatodo el trazo sintomtico lo da el autor, es presa de torturas indecibles. En la reconditez de toda la obra est el incesto que se revela como un acorde trgico. La nica salida est en dar muerte a su padre y buscar ella la purificacin por el fuego; pero ms all de la purificacin por el fuego est, para ella misma, su incomprensible amor por Martn, porque cuando ste, despus de la catstrofe, va a

    Sr

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  • los muros renegridos y cenizas del Mirador, an cree or una voz que clama: Martn!, como evidencia de que no ha alcanzado la paz, y como smbolo de la resistencia de la voluntad humana para la aceptacin del destino, an ms all de la muerte.

    En el pensamiento de Martn est el trazo de Alejandra.

    Apaga esa luzdijo ella. Martn la apag y volvi a sentarse a su lado. Martn dijo Alejandra con voz apagada, estoy muy, muy

    cansada, quisiera dormir, pero no te vayas. Podes dormir aqu, a mi lado.

    El se quit los zapatos y se acost al lado de Alejandra. Sos un santodijo ella, acurrucndose a su lado.

    Martn sinti cmo de pronto ella se dorma, mientras l tra-taba de ordenar el caos de su espritu. Pero era un vrtigo tan incoherente, ios razonamientos resultaban siempre tan contradic-torios que, poco a poco, fue invadido por un sopor invencible y por la sensacin dulcsima [a pesar de todo) de est'ar al lado de la mujer que amaba.

    Pero algo le impidi dormir, y poco a poco fue angustindose. Como si el prncipepensaba, despus de recorrer vastas y solitarias regiones, se encontrase por fin frente a la gruta donde ella duerme vigilada por el dragn. Y como si, para colmo, advir-tiese que el dragn no vigila a su lado amenazante como lo ima-ginamos en los mitos infantiles, sino, lo que era ms angustioso, dentro de ella misma: como si fuera una princesa dragn, un in-discernible monstruo, casto y llameante a la vez, candoroso y re-pelente al mismo tiempo: como si una pursima nia vestida de comunin tuviese pesadillas de reptil o de murcilago [123-124].

    Martn es la eleccin de Alejandra para sosiego de ella. Rechazado por su propia madre, con repulsa hacia su padre, Martn es un solita-rio. De la contemplacin de la estatua de Cereslo apolneo y se-reno en su soledad, va al encuentro de Alejandralo dionisaco y demonacopara sumergirse despus en las interrogantes ms tor-tuosas como lo sern la incgnita de Alejandra y la bsqueda de Dios. Martn es el smbolo de la desolacin y de lo melanclico en el amor, y tambin un elegido para la meditacin.

    Alejandra permaneca invisible y Martn se refugiaba en su trabajo y en la compaa de Bruno. Fueron tiempos de tristeza meditativa; todava no haban llegado los das de catica y tene-brosa tristeza. Pareca el nimo adecuado a aquel otoo de Bue-nos Aires, otoo no slo de hojas secas y de cielos grises y de lloviznas, sino tambin de desconcierto, de neblinoso descontento.

    Y Martn, que se senta solo, se interrogaba sobre todo: sobre

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  • la vida y la muerte, sobre el amor y el absoluto, sobre su pas, sobre el destino dej hombre en general. Pero ninguna de estas reflexiones era pura, sino que inevitablemente se haca sobre pa-labras y recuerdos de Alejandra, alrededor de sus ojos grisver-dosos, sobre el fondo de su expresin rencorosa y contradicto-ria [195].

    Sus desencuentros con Alejandra, su soledad, sus interrogantes slo encontrarn un mnimo de reposo al contemplar la inmensidad en la Patagonia, huyendo de la catstrofe provocada por Alejandra; all:

    ...sinti que una paz pursima entraba por primera vez en su alma atormentada [505].

    El cielo era transparente y duro como un diamante negro. A la luz de las estrellas, la llanura se extenda hacia la inmensidad desconocida.

    y ser slo un mnimo de reposo, porque, con el t iempo, volver a la par de Bruno para, en forma circular, mantener el contrapunto de la zozobra y el ansia de un mundo limpio, fro, cristalino.

    La simetra potica de Martn y Alejandra reivindica el eterno tema del amor migratorio, y en el cual la felicidad, fugitiva, sufraga su paso con la nostalgia y la muerte.

    Fernando Vidal es tambin un personaje acuciado por la bsqueda de su particular verdad: la obsesiva acerca de los ciegos y la de su orden espiritual: el encuentro de su castigo por el incesto con Alejan-dra. Fernando es el eje del mito contemporneo esenciado en Edipo, y el smbolo nihilista y desconcertante del mundo actual. Prometeo de fuerzas desencadenadas, tambin representara un reto a la razn dominadora en actitud rebelde y demonaca, uno de

    ... los negros monstruos que tenan el derecho a sentarse a la derecha de Satans... [412].

    A travs de Fernando Vidal, Ernesto Sbato rescata el espritu con-turbado, alienado. La fuerza destructora de este personaje es producto de su angustiada esencia y de la circunstancia del pecado. Tiresias conoce la verdad porque es ciego. Edipo encuentra l mismo su cas-tigo y, a travs de ese castigo, la verdad.

    Fernando, en una pesadilla espantosa, fruto de su condicin para-noica, dentro de un aparente estado dormido, sufraga el pecado de su incesto, para despus alcanzar un sentido premonitorio que lo condu-cir al castigo y a la muerte.

    Hundido en el barro, con el corazn latiendo aguadamente en medio de aquella inmundicia que me envolva, con mis ojos hacia

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  • adelante y arriba, vi cmo los grandes pjaros planeaban lenta-mente sobre mi cabeza. Advert a uno de los ellos que bajaba desde atrs, lo vi recortarse, gigantesco y cercano, sobre el oca-so, volviendo luego hacia m, y posarse con un hueco chasquido sobre el barro, frente mismo a mi cabeza. El pico era filoso como un estilete, su expresin tena esa mirada abstracta que tienen los ciegos, porque no tena ojos: poda yo distinguir sus cuencas vacas. Pareca una antigua divinidad en el momento que precede al sacrificio.

    Sent que aquel pico entraba en mi ojo izquierdo, y por un instante percib la resistencia elstica de mi pupila, y luego cmo el pico entraba spera y dolorosamente, mientras senta cmo empezaba a bajar el lquido por mi mejilla.

    Y mientras senta que el agua de mi ojo y la sangre bajaban por mi mejilla izquierda, pensaba: Ahora tendr que soportar en el otro ojo. Con calma, creo que sin odio, lo que recuerdo me asombr, el gran pjaro termin su trabajo con el ojo izquierdo y luego, retrocediendo un poco, su pico repiti* la misma opera-cin con el ojo derecho... [339-340],

    Un tanto externamente, frente a este documento surrealista de Ernesto Sbato, reflexionamos: la maldad humana es una signatura espantosa, pero, al f inal, humana y redentora, porque sin ella no exis-tira el contrapunto del bien.

    Y Bruno Bassn es ese contrapunto. Bruno Bassn es el escucha de as vicisitudes de Martn contemplativo, reflexivo, un ser de la sole-dad. Este personaje, de categora humanstica, permanece en toda la obra, arrastra al mismo autor hacia digresiones profundas e inmensas, muchas de ellas con puntos de partida en el espritu conturbado de Martn, en las cosas nimias de la naturaleza y en la ancdota realista, como el maravilloso encuentro con Jorge Luis Borges en una de fas calles de Buenos Aires, lo que da pie para la exposicin de una teora esttica sobre la obra del gran enneblinado argentino.

    Bruno enfrenta los temas de la soledad, del arte, de la felicidad, de la muerte, del destino...

    En una oportunidad, Martn le habla acerca de la esperanza de volver a ver a Alejandra:

    La esperanza de volver, a verla [reflexion Bruno con melanc-lica irona). Y tambin se dijo: no sern todas las esperanzas de los hombres tan grotescas como estas? Ya que, dada la ndole del mundo, tenemos esperanzas en acontecimientos que, de produ-cirse, slo nos proporcionaran frustracin y amargura; motivo por el cual los pesimistas se recluan entre los ex esperanzados, pues-to que para tener una visin negra del mundo hay que haber cre-do ante? en l y en sus posibilidades [28].

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  • e hilvanando e hilvanando, llegamos a contemplar, en las lneas subsi-guientes, el pensamiento melanclico de Ernesto Sbato sobre el pesi-mismo, el desamparo y el horror frente a lo inalcanzable del absoluto.

    Despus de una de sus conversaciones con Martn, en las cuales ste busca sosiego, Bruno se queda contemplando el atardecer sobre Buenos Aires. Asoma el Bruno contemplativo:

    El sol se pona, y a cada segundo cambiaba el colorido de las nubes en el poniente. Grandes desgarrones grisviolceos se des-tacaban sobre un fondo de nubes ms lejanas: grises, filas, ne-gruzcas. Lstima ese rosado, pens, como si estuviera en una exposicin de pintura. Pero luego el rosado se fue corriendo ms y ms, abaratando todo. Hasta que empez a apagarse y, pasando por el crdeno y el violceo, lleg al gris y finalmente al negro que anuncia [a muerte, que siempre es solemne y acaba siempre por conferir dignidad.

    Y el sol desapareci. Y un da ms termin en Buenos Aires: algo irrecuperable

    para siempre, algo que inexorablemente lo acercaba un paso ms a su propia muerte [162-163].

    Cuando Bruno cuenta su propia v idase supone, al autor, dice:

    Y en aquel reducto solitario me pona a escribir cuentos. Aho-ra advierto que escriba cada vez que era infeliz, que me senta solo, o desajustado con el mundo en que me haba tocado nacer. Y pienso si no ser siempre as, que el arte de nuestro tiempo, ese arte tenso y desgarrado, nazca invariablemente de nuestro desajuste, de nuestra ansiedad y de nuestro descontento [468].

    Estas lneas y tantas ms, en el desarrollo de Sobre hroes y tum-bas, subyugantes, de inmensa fascinacin para el quehacer humans-tico, podran aproximarnos, lentamente, a la posibilidad de una con-cepcin total de la obra de Ernesto Sbato. Acaso no hay en la obra potica una lnea biogrfica ntima? Y ello no solamente en lo externo. El pensamiento f i losfico, esttico y literario expuesto por Sbato en Hombres y engranajes, 1951, se cumple decididamente en la novela que nos ha preocupado. Ernesto Sbato * anda disperso en sus perso-najes, dispersa su angustia con respecto del amor, la soledad, el arte, la ciencia, el destino y la muerte.

    * Sbato, Ernesto: Uno y el universo, Buenos Aires, Editorial Sudamrica, tercera edicin en la Coleccin ndice, 1970. (La obra est fechada por Ernesto Sbato en Santos Lugares, septiembre de 1968.) Hombres y engranajes, Buenos Aires, Emec Editores, S. A., 1951. Sobre hroes y tumbas, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, Coleccin Piragua, oc-tava edicin en la Coleccin Piragua, publicada en octubre de 1968. (La obra fue publj* cada, por primera vez, en 1961.)

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  • Sobre hroes y tumbas deja una rara sensacin: en el alma queda el rastro melanclico que dejan esas aves insomnes y migratorias que viajan en bandadas a medianoche y en la madrugada, cuando se escu-cha cmo avanza la tristeza y la soledad; el rastro de esas aves que, instintivamente seguras de los lugares de reposoinstinto venido a travs de cientos de aos de vuelo, buscan reposo en algn bosque, slo por un tiempo breve, y no se dan cuenta de cuan conturbado dejan ese bosque en el cual buscaron cobijo... Pero tambin, y por qu no?, tambin la sensacin de que el hombre, como dice el mismo Ernesto tbato:

    ... no est slo hecho de desesperacin, sino de fe y de espe-ranza; no slo de muerte, sino tambin de anhelo de vida; tam-poco nicamente de soledad, sino de momentos de comunin y de amor (209).

    RICARDO ESTRADA Universidad del Valle de Guatemala < Apartado postal 82 GUATEMALA

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