Sistemas sociales, Niklas Luhmann (Introducción, Cambio de Paradigma Sistema-Entorno)

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Teoría de Sistemas Sociales, Niklas Luhmann

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INTRODUCCIÓN

CAMBIO DE PARADIGMA EN LA TEORÍA DE SISTEMAS

La «teoría de sistemas» es, hoy en día, un concepto unificador de significados y niveles de análisis muy diversos. La palabra hace referencia a un sentido que no es unívoco. Si se toma el concepto de sistema para análisis sociológicos, sin ningún tipo de aclaración, entonces se da pie a una aparente precisión que carece de todo fundamento. Surgen, así, controversias en las que sólo se puede deducir, de la argumentación de los participantes, que se imaginan algo distinto cuando hablan de sistema.

Al mismo tiempo, se puede observar que el campo de investigación denominado «teoría general de sistemas» se ha desarrollado aceleradamente. Comparada con la discusión de la teoría sociológica adherida al prototipo de los clásicos y aficionada a reverenciar al pluralismo, se encuentran en la teoría general de sistemas y en los esfuerzos interdisciplinarios relacionados con ella, cambios profundos y quizás «revo-luciones científicas», en el sentido de Kuhn. La formación de la teoría sociológica podría ganar mucho si pudiera ser incluida en este desarrollo. Los cambios de dispo-sitivos operados en la teoría general de sistemas, sobre todo en la última década, se acercan, más de lo que uno pudiera creer a los intereses de la teoría sociológica. Pero obligan también a un grado de abstracción y complicación hasta la fecha inusual en las discusiones de teoría en sociología. En este libro pretendemos restablecer ese contexto, llenar esa laguna.

A manera de orientación previa, bastaría la distinción de tres niveles de análisis y plantearse la pregunta de cómo repercute el cambio de «paradigma» en el nivel de la teoría general de sistemas en la teoría general de los sistemas sociales. El siguiente esquema ayuda a dilucidar este propósito:

sistemas máquinas

interacciones

Sistemas organizaciones

sociedades

En general, se puede hablar de sistema cuando se tiene ante los ojos características tales que, si se suprimieran, pondrían en cuestión el carácter de objeto de dicho

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sistema. A veces, también se llama sistema al conjunto de dichas características. De la teoría general de sistemas surge, así, subrepticiamente, una teoría del sistema en general.1 El problema se repite en todos los niveles de concretización con sus límites correspondientes. En adelante, evitaremos ese uso del lenguaje. No llamaremos al concepto (o modelo) del sistema, de nuevo, sistema, como tampoco estamos dispuestos a nombrar el concepto (o modelo) de organismo, máquina y sociedad, de nuevo, organismo, máquina y sociedad. Dicho de otra manera, no nos dejaremos llevar, en los niveles más altos de abstracción teórica, por la terminología objetual de los medios del conocimiento (conceptos o modelos), porque tal decisión, finalmente, no podría mantenerse ni aun en los terrenos de investigación más concretos. La afirmación «hay sistemas» sólo quiere decir que hay objetos de investigación con tales características que justifican el empleo del concepto de sistema. Así como al contrario: el concepto de sistema nos sirve para abstraer hechos que son comparables entre sí, o hechos de carácter distinto bajo el aspecto igual/desigual.

Hay que distinguir una abstracción de tal naturaleza (que se dirige a la teoría) de una autoabstracción del objeto (que pone la mira en la estructura). La abstracción conceptual posibilita la comparación; la autoabstracción permite volver a introducir las mismas estructuras en el objeto mismo. Sólo en este caso se pueden constatar las intersecciones. Puede haber sistemas que empleen la abstracción conceptual como autoabstracción, lo que quiere decir que se allegan estructuras al comparar sus características propias con características de otros sistemas. De este modo se puede llegar a verificar en qué medida las abstracciones conceptuales se basan en autoabstraccio-nes de los objetos, y en este sentido, cómo, a fin de cuentas, van a terminar en la comparación de estructuras.

La abstracción esquemática de tres niveles en la formación de sistemas la usa-mos como esquema conceptual. Sirve, por lo pronto, para comparar las distintas posibilidades de formación de los sistemas. En la elaboración de esa comparación uno se topa con la autoabstracción en el campo del objeto. Es posible, y de hecho sucede, que los sistemas se apliquen a sí mismos las características propias del con-cepto de sistema, por ejemplo, en la diferencia entre fuera/dentro. En este caso no sólo se trata de un esquema analítico. La comparación entre sistemas nos sirve más bien como un proceso de comprobación a la pregunta de en qué medida los sistemas se basan en autoabstracciones y, de aquí, en qué medida son iguales o desiguales.

La distinción de los tres niveles en la formación de sistemas hace perceptibles, a primera vista, los «errores» típicos o, al menos, la falta de claridad en las discusiones sostenidas hasta ahora. Las distinciones entre diversos tipos de sistemas deberán mantenerse en un solo nivel.2 Lo mismo vale para los deslindamientos negativos. Mediante esta regla se eliminan numerosas estrategias improductivas de la teoría. Por ejemplo, tiene poco sentido decir que las sociedades no son organismos o, de acuerdo con la tradición teórica, distinguir entre cuerpos orgánicos (constituidos por partes coherentes) y cuerpos sociales (constituidos por partes incoherentes). Igual de «erróneo» es el intento de querer construir teorías generales de lo social sustentadas en las teorías de la interacción. Se puede decir lo mismo de la tendencia surgida recientemente, y estimulada por el invento de la computadora, de aplicar el concepto de

1. Subrepticia o plenamente consciente. Así, por ejemplo, en Jcan-Louis Le Moigne, La théorie du systéme general: Théorie de la modélisation, París, 1977. Para Le Moigne, la unidad del sistema general consiste en la función de un objeto artificial de servir pura y simplemente como modelo para los objetos.

2. Sin formular ese principio, mantiene la regla, por ejemplo, Donald M. MacKay, Brains, Machines and Persons, Londres, 1980.

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máquina al nivel de la teoría general de sistemas3 (el rechazo total, por otro lado, es injustificado). La distinción de niveles debe fijar las posibilidades de comparación de una manera fecunda. Entonces, las afirmaciones sobre las igualdades pueden ser trasladadas al siguiente nivel más alto. Por ejemplo, los sistemas sociales y los sistemas psíquicos son iguales, en la medida en que son sistemas. Sin embargo, puede haber igualdades que sólo son válidas en campos parciales del nivel de comparación. Por ejemplo, los sistemas sociales y los psíquicos se caracterizan porque operan en el medio del sentido, en cambio los organismos y las máquinas no. Así, es necesario preguntarse, en el marco de los planteamientos de problemas de una teoría más general, cuál es el equivalente funcional para el sentido utilizado en las máquinas y los organismos.

La agrupación de determinado tipo de sistemas bajo un nivel específico, puede efectuarse, al principio, de una manera más o menos intuitiva y después corregirse, en la medida en que lo exijan las experiencias de investigación. Esto vale también para la lista de tipos de sistema que se ha obtenido inductivamente. Tales correccio-nes pueden emprenderse sólo si la diferencia de niveles queda intacta. Si se colapsa también la diferencia de niveles, al utilizar por ejemplo «vida» como concepto básico y no específico de los organismos, entonces la regresión a formas más simples de la teoría es inevitable.

Las siguientes consideraciones se mantienen estrictamente en el nivel de una teoría general de los sistemas sociales. No ofrecen, por ejemplo, ninguna teoría de la sociedad —entendida como sistema social global, y que pudiera considerarse por lo tanto como un caso entre otros.4 Tampoco haremos la presentación de la teoría general de sistemas por sí sola. Sin embargo, deberá dedicársele especial atención, ya que nuestra idea directriz es la pregunta de cómo un cambio de paradigma que se esboza en la teoría general de sistemas repercute en la teoría de los sistemas sociales.

De igual manera, por lo que se refiere a lo que hemos designado previamente como «cambio de paradigma», baste una aclaración. No nos unimos a los intentos de llegar a saber lo que quiso decir Kuhn cuando introdujo el concepto de paradigma: el concepto, al parecer, se encuentra en la actualidad en estado de desesperanza. Nos importa establecer sólo la distinción5 entre superteoría6 y diferencia directriz.

Las superteorías son teorías con pretensiones universalistas7 (lo cual quiere decir que incluyen tanto a sus adversarios como a sí mismas). Las diferencias directrices son distinciones que guían las posibilidades del procesamiento de la información de la teoría. Estas diferencias directrices pueden adquirir la cualidad de un paradigma

3. En esta dirección A.M. Turing, «Computing Machinery and Intelligence», Mind 59 (1950), pp. 433-460. Véase también Edgar Morin, La méthode, t. 1, Paris, 1977, pp. 155 y ss. Crítico al respecto, con una referencia al

problema no resuelto de la auton-eferencia: Alessandro Pizzomo, «L'incomplétude des systemes». Connexions 9 (1974), pp. 33-64; 10 (1974), pp. 5-26 (especialmente pp. 61 y ss.).

4. Con esto nos unimos a la opinión, reiteradamente defendida en la sociología, de que a la sociología no se le debería ni se le podría concebir como ciencia social. Así, por ejemplo, Leopold von Wiese, System de AÜgemeinen Soziologie ais Lehre von den sozialen Prozessen und den sozialen Gebilden des Menscheti r(Beziehimgslehre), 2." ed., Munich, 1933. Recientemente, esta posición quedó especialmente acentuada en Friedrich H. Tenbruck, «Emile Durkheim oder die Gcburt der Gesellschaft aus dem Geist der Soziologie», Zeitschrift fur Soziologie, 10 (1981), pp. 333-350. Nosotros, sin duda, lo hacemos por razones opuestas: no para excluir a la teoría de la sociedad (por sobrecarga de las premisas), sino para incluirla (mediante premisas sociológicas que faltan aclarar).

5. Para eso, no he encontrado ninguna prueba científica o paralelismos en la bibliografía especializada. 6. Cercano a esto, Research t adition, dc Larry Laludan, Progress and its Problems: Toward a Theory of r

Scientific G owth. Berkeley, 1977. r7. Un breve bosquejo en Niklas Luhmann, «Soziologie der Moral», en Niklas Luhmann y Stephan H.

Pfürtner (comps.), Theorietechmk und Moral, Francfort, 1978, pp. 8-116 (9 y ss.).

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dominante, si llegan a organizar de tal manera la superteoría que todo el procesa-miento de información se haga conforme a lo que ellas establecen. Así, por ejemplo, la superteoría de la evolución fue transformada por Darwin y sus sucesores en la diferencia entre variación y selección. Antes hubo intentos de concebir la totalidad de los resultados de la evolución mediante unidades adecuadas, el principio (arjé, causa), o una providencia hiperinteligente y, correspondientemente, se le entendía o como desarrollo o como creación. A partir de Darwin, estas concepciones de la unidad, que sólo posibilitan la distinción frente a lo otro indefinido, son sustituidas por la unidad de una diferencia (variación/selección, más adelante variación/selección/re-estabiliza-ción, y en parte también mediante azar/necesidad, orden/desorden). Cuando una superteoría alcanza un grado muy alto de centralización de la diferencia, entonces es posible un cambio de paradigma.

La teoría de sistemas es una superteoría particularmente impresionante. Por más discutida que sea, no se le puede negar cierto proceso de maduración y esto se lo atribuimos a que puede mirar hacia atrás a una historia caracterizada por pretensio-nes de superteoría, por la centralización de las diferencias y por los cambios de para-digma. En qué medida puede calificarse este desarrollo como un «progreso», o si ha llevado a una acumulación del conocimiento, son preguntas mucho más difíciles de contestar. Al mirar un siglo atrás, aparecen en la teoría de sistemas dos cambios de disposición en lo que concierne a los fundamentos. La conceptualización anterior-mente encontrada no se considera falsa o inútil. Se le amplía mediante cambios con rumbo fijo, se le hace entrar en la nueva teoría y queda de esta manera «superada». La nueva teoría se vuelve más sustancial que la precedente, alcanza una complejidad más elevada y, por esta razón, se vuelve paulatinamente más adecuada para el tratamiento de los hechos sociales.

Una tradición transmitida desde la antigüedad y que es más vieja que el empleo conceptual del término «sistema»,8 hablaba de totalidades constituidas por partes. El problema de esta tradición consistió en que la totalidad debía ser pensada por partida doble: como unidad y como totalidad de las partes, o más que la simple suma de las partes; con esto, sin embargo, nunca quedó aclarado cómo el todo que está constituido por las partes y un excedente, pudiera constituirse, con validez, en la unidad en el nivel de las partes. Por lo que toca a las relaciones sociales, se suponía que las sociedades estaban constituidas por hombres individuales, como partes con respecto al todo; de esta manera, la respuesta en torno a la convivencia humana quedaba a la mano. Los hombres debían ser capaces de reconocer la totalidad a la que pertenecían y estar dispuestos a orientar su vida según dicho conocimiento. Esto debió considerarse como condición de su ser social, de su inclusión en la sociedad, de su participación y, con ello, de su naturaleza. El riesgo de un conocimiento y una voluntad tan

8. Para la historia de la terminología que se inicia alrededor de 1600, véase, por ejemplo, Otto Ritschl, System und systematische Methode in der Geschichte des wissenschafilichen Sprackgebrauchs und der phílosaphischen Metho-dologie, Bonn, 1906; Mario G. Losano, Sistema e stmcttura nel dtritio, t. 1, Turin, 1968; Alois von der Stein, «Der Systembegriff in Seiner geschichtlichen Entwieklung», en Alwin Diemer (comp.). System und Klassifikation in Wis-senschaft und Dokumentation, Meisenheim am Glan, 1968, pp. 1-13; Hans Erich Troje, «Wissenschaftlichkeit und System in der Jurisprudenz des 16 Jahrhunderts», en Jürgen Blühdorn y Joachim Ritter (comps.), Ph losophic und liechtswissenschaft: Zum Problem ihrer iBeziehungen im 19 Jahrhundert, Francfort, 1969, pp. 63-88; Friedrich Kambar-tel, «"System" und "Begruendung" als wissenschaftliche und philosophische Ordnungsbegriffe bei und vor Kant», en Blühdom y Ritter, op. cit., pp. 99-113; notable también E. Fahlbusch, «Konfessionalismus», en Evangelisches Kirchenlexikon, t. 11, Gotinga, 1958, pp. 880-884. Absolutamente predominantes son allí los intereses clasiñcatorios y teóricos del conocimiento, que sin embargo ya estaban condicionados por las inseguridades y los aumentos de complejidad desencadenados en parte por la imprenta y en parte por la lucha de confesiones.

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extrapolados (capaz de equivocarse o apartarse) se hizo visible, en general, en la co-rrupción o, más precisamente, en la imperfección de la naturaleza humana. Surge así la necesidad de diferenciar entre la parte dominante y la parte dominada. Pero incluso para la parte dominante el problema se agudizó: debía alcanzar la rectitud en el juicio y la voluntad, de tal manera que pudiera representar al todo del todo.

Los presupuestos sociales y los fundamentos del conocimiento de este concepto han sufrido un cambio profundo durante el paso a la sociedad moderna. La última versión elaborada en el siglo XVITI utilizó la categoría de lo general. La totalidad del mundo, o mejor, la totalidad de la humanidad, debía encontrarse presente en los hombres, como lo general. La discusión que a continuación se suscitó tuvo que ver con la forma en que el mundo o la humanidad se haría presente en los hombres. Se intentó la respuesta mediante los conceptos de razón, ley moral o apriorismos seme-jantes, o con el concepto de formación o Estado. El antiguo sentido para la insufi-ciencia, para la corruptibilidad de las condiciones generadas bajo la luna, fue supera-do por medio de la idealización. En gran parte, así se pudo hacer abstracción de las condiciones sociales e incluso, finalmente, postular la «libertad de dominio» como condición básica de la presencia sin cadenas de lo general en los hombres. Lo general se pensaba como lo impecable, lo carente de riesgo, lo que no necesitaba ser compensado, por más que la Revolución francesa lo contradecía; de esta manera, lo general se introducía con la pretensión de realizarse! Espíritu y materia debían emprender el largo camino de la realización de lo general en lo particular.

Todo ello es, hoy, objeto de recuerdo con ciertos tonos concomitantes de amo-nestación.9 De hecho, esa gesta de pensamiento no ha podido ser sustituida, sino sólo recreada. No se ve cómo un esfuerzo de pensamiento de este tipo pudiera superarse. Pero si la hipótesis de que tal concepción estuvo condicionada y motivada por el esquema del todo y de las partes es correcta, entonces debería verse la posibilidad de sustituir dicho esquema, antes de buscar la semántica directriz que ocupara el lugar de la figura de «lo general en lo particular». Con este trasfondo histórico se plantea la pregunta de si la teoría de sistemas, pertinente para eso precisamente, se ha separado del paradigma del todo y de las partes, y cómo lo ha hecho.

En un primer impulso, la diferencia tradicional entre el todo y las partes se ha sustituido por la diferencia entre sistema y entorno. Mediante esa reconstrucción, de la cual Ludwig von Bertalanffy aparece como autor prominente, fue posible relacio-nar entre sí las teorías orgánicas, la termodinámica y la evolución.10 En esta descrip-ción teórica aparece la diferencia entre sistemas abiertos y sistemas cerrados. Estos últimos se definen como sistemas de caso límite: sistemas para los cuales el entorno no tiene ningún significado o que sólo tiene significado a través de canales específi-cos. La teoría se ocupó, pues, de los sistemas abiertos.

Aquello que se entendía como diferencia entre el todo y las partes se reformula como teoría de la diferenciación del sistema y así se incorpora en el paradigma nue-vo. La diferenciación del sistema no es otra cosa que la repetición de la diferencia entre sistema y entorno dentro de los sistemas. El sistema total se utiliza a sí mismo

9. Véase por ejemplo, Michael Theunissen, Selbstverwdrklichung tmd Allgemeinheit: Zur Krilik des gegenwaertigen Bewusstseim, Berlín, 1982.

10. Un buen resumen se encuentra en I.V. Blauberg, V.N. Sadovsky y E.G. Yudin, Systems Jlxeory: Philosophical arid Methodological Problems, Moscú, 1977, pp. 15 y ss. Véase también Ernst von Weizsacker (comp.), Offene Systeme 1; Beitraege zur Zeitstruktur von Information, Entropie. und Evolution, Stuttgart, 1974; Alfred Kuhn, 77ie Logic of Social Systems: A Unified, Deductive System-Based Approach to Social Science, San Francisco, 1974; Fred Emery, Futures we are in, Leiden, 1977; Jacques Eugene, Aspec s de la théorie gáiérales des systémes: une recherche des universaux, tParís, 1981.

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como entorno de la formación de sus sistemas parciales. Alcanza con esto, en el nivel de los subsistemas, un grado más alto de improbabilidad al fortalecer los efectos de filtración frente a un entorno que es, finalmente, incontrolable. De esta manera, un sistema diferenciado ya no consta propiamente de un determinado número de partes y de relaciones entre las partes, sino, más bien, de una mayor o menor cantidad de diferencias operativamente utilizables entre sistema y entorno. Estas diferencias re-construyen, en distintas líneas de intersección, al sistema total como la unidad de partes del sistema y su entorno. La diferenciación es tratada de acuerdo con el patrón general de la formación de sistemas, y la pregunta de qué formas adopta y hasta dónde llega el grado de complejidad de la diferenciación de los sistemas, puede vincularse nuevamente con la diferencia inicial que constituye la totalidad del sistema.

Ahora, el problema central del esquema del todo y las partes puede resolverse de mejor manera. Siempre se había exigido que las partes fueran homogéneas en relación con el todo. Esto significaba que las habitaciones, pero no las piedras, eran parte de la casa; que los capítulos, pero no las letras, lo eran de los libros. Por otro lado, los hombres individuales eran considerados como parte de la sociedad. Casi no había criterios teóricos seguros para la homogeneidad, tanto más cuanto que a este tipo de pensamiento le resultaba difícil distinguir los conceptos de parte y elemento.11 Ese paradigma, además, excluía otros criterios (al menos posibles) para dividir la realidad. Así, una sociedad compuesta por capas sociales sólo podía pen-sarse dividida en dichas capas sociales (por ejemplo, no se le podía pensar con el mismo valor de realidad dividida conforme al esquema ciudad/campo) o importantes puntos funcionales.12 En todos estos aspectos, la teoría de la diferenciación entre sistema/entorno ofrece mejores posibilidades de análisis, y sobre todo, una com-prensión más exacta de la homogeneidad, así como una mejor intelección de las posibilidades de utilización de los distintos aspectos de la diferenciación de los sistemas parciales.

Las ventajas, aquí indicadas, de un cambio en la diferencia directriz entre siste-ma y entorno se hacen notar también en la sociología, a la cual se le ha caracteriza-do, con razón, como una «orientación de unidad hacia dentro» {Intra-unit-orienta-tion),13 inclusive en su concepto de diferenciación. Frente a esto, los últimos desarro-llos teóricos —en la medida en que están orientados por la teoría sistémica— prefie-ren los conceptos relacionados con el entorno, sobre todo en la investigación de las organizaciones. Por cierto, esta conversión a los «sistemas abiertos» no se realizó en la sociología de una manera libre de tendencias. Los sistemas abiertos favorecían la crítica del statu quo de las relaciones sociales, y por eso se les unió a la «reforma» de las estructuras sociales mediante la alianza con la planificación, la administración desde arriba y el control; esto, sobre todo, porque encontró su principal campo de aplicación en el terreno de los sistemas sociales organizados.14 La relación con el

11. Un intento notable es Uuno Saamio, «Der Teil und die Gesamtheit», en Actes du Xléme Congrés International de Philosophic, Bruselas, 1953, t. 5, Arnsterdam-Lovaina, pp. 35-37.

12. Compárese la distinción entre dos diferentes puntos de partida con respecto a las jerarquizaciones: todo/parte y centro/periferia que llevan a muy distintas concepciones del orden. Véase Gerhard Roth, «Biological Systems Theory and the Problem of Reductionism», en Gerhard Roth y Helmut Schwegier (comps), Se o ganizing Systems: An Interdisciplinary App oach, Francfort, 1981, pp. 106-120 lf- r r(particularmente 111 y ss.).

13. Así, Gianfranco Poggi, «A Main Theme of Contemporary Sociological Analysis: Its Achievements and Limitations», The British Journal of Sociology 16 (1965), pp. 283-294.

14. Véase la visión escéptica de Michael Keren, «Ideological Implications of the Use of Open Systems Theory in Political Science», Behavioral Science 24 (1979), pp. 311-324. Este limitarse a la transformación de las organizaciones —dicho sea de paso— fue motivo de que se acusara de destematización a la teoría de sistemas, es decir, de confor-

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entorno era concebida como un esquema de input/output; las estructuras eran consideradas como normas de transformación, y las funciones, justamente, como el resultado transformador que se podría esperar en la variación de las estructuras.15

Mientras que el paradigma de los sistemas abiertos puede considerarse como introducido y aceptado en la teoría de sistemas, en las dos últimas décadas se le ha puesto a discusión con un último planteamiento de radicalidad notable. Se trata de las contribuciones de la teoría de los sistemas autorreferenciales. No existen, en la actualidad, fundamentos de teoría suficientemente elaborados, ni apreciaciones generales, ni mucho menos fundamentos teóricos aceptados. Pero lo que hay es suficiente para estimar las consecuencias en la teoría de los sistemas sociales. Es, sobre todo, esa situación abierta la que invita a contribuir con aportaciones a una teoría general de sistemas autorreferenciales en el campo de los sistemas sociales.

Un primer impulso de desarrollo lo dio el concepto de autoorganización, y fue alrededor de 1960 cuando alcanzó su punto culminante en tres grandes simposios.16

El concepto de autoorganización se refería «sólo» a las estructuras del sistema —hay que decirlo—, al mirar hacia atrás. Cambiar las estructuras del sistema con sus pro-pios medios consistía, primero, en un problema conceptual especialmente difícil, y por eso particularmente atractivo para la teoría de sistemas. Sin embargo, se ha que-dado lejos de alcanzar todo lo que hoy en día se entiende por autorreferencia. Entre-tanto, la referencia a la unidad, sea del sistema o de los elementos, ha hecho retroceder la referencia a la estructura (aunque, naturalmente, no ha quedado excluida).

La teoría de sistemas autorreferenciales sostiene que la diferenciación de los sis-temas sólo puede llevarse a cabo mediante autorreferencia; es decir, los sistemas sólo pueden referirse a sí mismos en la constitución de sus elementos y operaciones elementales (lo mismo en el caso de los elementos del sistema, de sus operaciones, de su unidad). Para hacer posible esto, los sistemas tienen que producir y utilizar la descripción de sí mismos; por lo menos, tienen que ser capaces de utilizar, al interior del sistema, la diferencia entre sistema y entorno como orientación y principio del procesamiento de información. La cerradura autorreferencial es sólo posible bajo condiciones ecológicas:17 en el marco de un entorno. El entorno es un correlato necesario para las operaciones autorreferenciales, ya que precisamente esa producción no se puede llevar a cabo bajo la premisa del solipsismo.18 Se podría decir, también, que todo lo realmente importante que acontece en él, incluso la mismidad (Selbst), tiene que ser introducida por diferenciación. La (entretanto) clásica distinción entre sistemas «cerrados» y sistemas «abiertos» es sustituida por la cuestión de cómo la clausura autorreferencial puede producir apertura.

Aquí tenemos, también, una superación de la diferencia antigua por una teoría más compleja que permite hablar en los sistemas de introducción de autodescripcio-nes, autobservaciones, autosimplificaciones. Ahora se puede distinguir la diferencia

mismo en relación con las sociedades. Esta disputa podría ser resucita, también, distinguiendo las diferentes referencias al sistema.

15. Muy típico al respecto, Fernando Cortés, Adán Przeworski y John Sprague, System Analysis for Social Scientist, Nueva York, 1974.

16. Véase Marshall C. Yovits y Scott Cameron (comps.), Self-organizing Systems, Oxford, 1960; Marshall C. Yovits, Geolge T Jacobi y Gordon D. Goldstein (comps.), Self-organizing Systems, Washington, 1962; Heinz von Foerster y George W. Zopf (comps.), Principles oJ Self-organization, Oxford, 1962.

17. Fundamental para eso es Heinz von Foerster, «On Self-Organizing; Systems and their Environment», en Yovits y Cameron, op. cit., pp. 31-48.

18. Convincente resulta Heinz von Foerster, «On Constructing a Reality», en Wolfgang F.E. Preiser (ed.). Environmental Design Research, t. 2, Slroudsbourg, PA, 1973, pp. 35-46.

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sistema/entorno desde la perspectiva de un observador (por ejemplo, la de un científico), y distinguirla también de la diferencia sistema/entorno que se realiza en el sistema mismo: el observador, a su vez, puede ser pensado como un sistema autorreferen-cial. Relaciones de reflexión de este tipo no sólo revolucionan la epistemología clásica de sujeto-objeto; no sólo desdogmatizan y «naturalizan» la teoría científica, sino que producen también una comprensión más compleja del objeto por medio de un diseño de teoría, a su vez, más complejo.

En el contexto de la teoría del sistema/entorno las relaciones teóricas resultaban fáciles. Esta teoría, por ejemplo, podía ser interpretada como una prolongación de las relaciones causales: en todas las explicaciones causales había que tomar en cuenta tanto los factores internos como los externos; sistema y entorno se encontraban en una especie de coproducción. La teoría de los sistemas autorreferenciales sobrepasa la teoría causal; considera la causalidad (al igual que las deducciones lógicas de cualquier tipo y la asimetrización) como una manera de organización autorreferente; explica la diferencia entre sistema y entorno mediante el hecho de que sólo los sistemas autorreferenciales tienen la posibilidad de ordenar las causalidades a través de procesos de distribución entre sistema y entorno. Una teoría de este tipo requiere de formas conceptuales ubicadas en la relacionalidad de las relaciones.

La elaboración de una teoría de sistemas autorreferenciales, que incluye la teoría sistema/entorno, hace necesaria una nueva diferencia directriz, por tanto tin nuevo paradigma. Se ofrece aquí la diferencia entre identidad y diferencia,19 ya que la auto-rreferencia sólo puede realizarse en las operaciones actuantes del sistema si por sí misma identifica a un sí mismo (como elemento, como proceso o como sistema), y lo identifica como diferente frente a un otro. Los sistemas se las tienen que arreglar con la diferencia entre identidad y diferencia cuando se reproducen como sistemas autorreferenciales. Dicho de otro modo, la reproducción es la manipulación de esta diferencia. Por lo pronto, este no es ningún problema teórico, es un problema absolutamente práctico y no sólo relevante para los sistemas constituidos por el sentido.20 Una ciencia que pretende enfrentar tales sistemas tiene que crear conceptos en ese nivel de correspondencia; para esto, la diferencia de la identidad y de la diferencia le sirve como hilo conductor en la formación de la teoría, como paradigma.

Este segundo cambio en el paradigma provoca en la teoría general de sistemas traslados notables: del interés por el diseño y el control pasa a la autonomía y a la sensibilidad ante el entorno; de la planeación de la evolución fincada en la estabilidad estructurada pasa a una estabilidad dinámica. En el paradigma del todo y las partes hay que colocar, en algún lugar, atributos inexplicables, ya sea como características del todo (que es más que la suma de las partes) o como características de una punta

19. Quien lea con atención, se dará cuenta de que se está hablando de la di erencia entre identidad y fdiferencia, y no de la identidad entre identidad y diferencia. Ya desde aquí las siguientes reflexiones se apartan de la tradición dialéctica, a pesar de todas las similitudes que puedan darse y que llamen la atención. Uno de los pocos autores que llevan al funcionalismo moderno hasta este problema fundamental es Alfred Locker, «On the Ontological Foundations of the Theory of Systems», en William Gray y Nicholas D. Rizzo (comps.). Unity Through Diversity: A festsch ft for Ludwig von Bertalanffy, Nueva York, 1973, t. 1, ripp. 537-572. Pero en última instancia, Locker funde funcionalismo y dialéctica: «La funcionalidad lleva a una unificación, es decir, a una identidad de identidad y diferencia» (p. 546). Prefiero dejar a cargo de los dialécticos el explicar cómo hay que entender esa última identidad. A la teoría funcionalista de sistemas le basta proceder mediante las diferencias (escogidas por contingencia). Volveremos sobre esto con motivo de los problemas de la autonefcrencia (cap. 2).

20. Hay que pensar en los estudios sobre la capacidad de discriminación de los sistemas immunes del organismo. Véase N.M. Vaz y F,J. Várela, «Self and Non-Sense: An Organism-centered Approach to Immunology», Medical Hypotheses 4 (1978), pp. 321-267.

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jerárquica que representa al todo.21 En cambio, en la teoría de los sistemas autorrefe-renciales, todo lo que pertenece al sistema (posibles cúpulas, límites, plusvalías, etcétera) está incluido en la autoproducción y con ello quedan desmitificados para el observador.22 Estos desarrollos llevados a cabo en la teoría de sistemas pudieran volverse interesantes en la sociología.

Es obvio que los impulsos para esos dos cambios no partieron de la sociología. Los estímulos fundamentales vinieron de la termodinámica y de la biología como teoría del organismo, después se desprendieron de la neurofisiología, de la teoría citológica y de la computación; y finalmente de las fusiones interdisciplinarias de la teoría de la información y de la cibernética. La sociología no sólo ha quedado exclui-da como investigación cooperante, sino también se ha mostrado incapaz de aprender en este contexto interdisciplinario. Como carece de preparativos propios de una teoría fundamental, ya ni siquiera es capaz de observar lo que está ocurriendo.23 Se ha quedado entretenida con datos autoproducidos y, respecto de la teoría, con clásicos auto-creados. El ejemplo muestra, al mismo tiempo, que no cualquier tipo de clausura au-torreferencial puede posibilitar una visión más compleja del entorno. Como en todo aumento de relaciones entre entramados, habrá que preguntarse por las condiciones especiales bajo las cuales los sistemas pueden realizar semejante nexo, y así participar en la evolución.

Con este trasfondo actual de las ciencias históricas, las siguientes reflexiones se entienden como un intento de reformular la teoría de los sistemas sociales a la luz del desarrollo alcanzado por la teoría general de sistemas, la cual tendrá que ser probada en la confrontación con los materiales sociológicos. Los beneficios de la abstracción y las experiencias en la formación de conceptos que ya existen en el nivel interdisciplinario o que ya se están perfilando, podrán ser aprovechados en la investigación sociológica. Espero que uno de los resultados más importantes de esa confrontación, con ganancia para ambos lados, sea la de la radical temporalización del concepto de elemento. La teoría de los sistemas autoproducentes, autopoiéticos, sólo podrá ser trasladada al campo de los sistemas de acción cuando se entienda que los elementos que constituyen al sistema no pueden tener ninguna duración, es decir, los elementos mismos que reproducen al sistema son producidos incesantemente por él. Esto va mucho más allá de una sustitución de las partes que mueren, hecho además no suficientemente aclarado por la referencia a las relaciones con el entorno. No se trata de adaptación ni de metabolismo; se trata más bien de una coacción especial hacia la autonomía, con el resultado de que el sistema simplemente dejaría de existir, aun en un entorno favorable, si en la reproducción no proveyera a los elementos momentáneos de que consta de esa capacidad de anexión, es decir, de sentido. Para esto podrían darse diversas estructuras, pero acaban por prevalecer sólo aquellas que se imponen a la tendencia radical de la desintegración (y no sólo a la desintegración paulatina de la entropía).

21. Ambas posibilidades se pueden observar particularmente en la semántica política, por ejemplo, en forma de obligaciones de lealtad fíente al «bien común», o en forma de un momento irreductible de arbitrariedad (soberanía) de la cúpula estatal.

22. Esa manera antijerárquica, o mejor, metajerárquica de ver las cosas, llama la atención especialmente en el concepto de la autopoiesis, lo cual se ha notado ya con frecuencia. Véase Gerhard Rodh, op. cit.

23. La excepción que hay que concederle a la teoría general del sistema de acción de Talcott Parsons, reafirma al mismo tiempo la tesis fundamental: una teoría propia es condición de capacidad de aprendizaje en un contexto interdisciplinario. Lo mismo que en el nivel de la teoría general de sistemas, la cerradura autorreferencial es correlato de la apertura frente a la complejidad del entorno.

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