Síndrome Metabólico Infantil

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Alejandro Cádiz O. Interno Pediatría UCN- HLS 2015 1 INTRODUCCIÓN Aspectos generales La obesidad infantil es uno de los problemas de salud pública más importantes del siglo XXI. Tiene alcance mundial, afectando progresivamente a muchos países de bajos y medianos ingresos, sobre todo en el medio urbano. La prevalencia ha aumentado a un ritmo alarmante. Se calcula que en 2013 hay 42 millones de niños con sobrepeso en todo el mundo, de los que cerca de 35 millones viven en países en desarrollo 1 . A lo largo del tiempo, el aspecto físico y en especial el peso han sufrido diferentes apreciaciones y valoraciones en las diferentes épocas y culturas, pasando por periodos en donde se asociaba la figura curvilínea o voluptuosa como sinónimo de belleza y fertilidad; a una estética del cuerpo actualmente muy influenciada por los cánones de belleza impuestos por el mundo de la moda y las comunicaciones, que impactan de manera importante la forma en cómo se relacionan los niños con su cuerpo, con la comida y con sus pares, lo que genera inseguridad en los padres acerca de qué es lo correcto respecto a la nutrición de sus hijos. Sin embargo en algo hay consenso, y es que obsoleta está la antigua creencia del “niño gordito es sanito”, y si bien aún es un concepto arraigado en la cultura de nuestro país, especialmente de las regiones rurales; la evidencia muestra que lejos de ser una condición favorable en la infancia, la malnutrición por exceso acarrea consigo una extensa lista de complicaciones de salud, muchas de ellas graves, que se perpetúan en la adultez y que constituyen factores de riesgo importante de patologías que son la principal REVISIÓN BIBLIOGRÁFICA PEDIATRÍA 2015 - OBESIDAD INFANTIL Y SÍNDROME METABÓLICO. OBESIDAD INFANTIL Y SÍNDROME METABÓLICO: DATOS CLAVE Existe un aumento a nivel mundial en la incidencia de obesidad infantil. No solo trae consecuencias inmediatas en el niño, sino que acarrea mayor morbimortalidad en la adultez. Los actuales estilos de vida favorecen un ambiente “obesógeno”, con mayor sedentarismo y malos hábitos alimentarios. Los factores de riesgo CV que en conjunto confieren mayor impacto que por sí solos se agrupan en el síndrome metabólico, es un desafío establecer criterios y detectarlo en la población pediátrica. En todo el mundo, el número de lactantes y niños pequeños (de 0 a 5 años) que padecen sobrepeso u obesidad aumentó de 32 millones en 1990 a 42 millones en 2013. Si se mantienen la tendencia, el número aumentará a 70 millones para 2025 1 .

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Revisión bibliográfica sobre el síndome metabólico infantil

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Alejandro Cádiz O. Interno Pediatría UCN- HLS 2015

1

INTRODUCCIÓN Aspectos generales

La obesidad infantil es uno

de los problemas de salud

pública más importantes del

siglo XXI. Tiene alcance

mundial, afectando

progresivamente a muchos

países de bajos y medianos

ingresos, sobre todo en el

medio urbano. La prevalencia

ha aumentado a un ritmo

alarmante. Se

calcula que

en 2013 hay 42

millones de

niños con

sobrepeso en

todo el

mundo, de los

que cerca de

35 millones

viven en

países en desarrollo1.

A lo largo del tiempo, el

aspecto físico y en especial el

peso han sufrido diferentes

apreciaciones y valoraciones

en las diferentes épocas y

culturas, pasando por periodos

en donde se asociaba la figura

curvilínea o voluptuosa como

sinónimo de belleza y fertilidad;

a una estética del cuerpo

actualmente muy influenciada

por los cánones de belleza

impuestos por el mundo de la

moda y las comunicaciones,

que impactan de manera

importante la forma en cómo

se relacionan los niños con su

cuerpo, con la comida y con

sus pares, lo que genera

inseguridad en los padres

acerca de qué es lo correcto

respecto a la nutrición de sus

hijos.

Sin embargo

en algo hay

consenso, y

es que

obsoleta está

la antigua

creencia del

“niño gordito

es sanito”, y si

bien aún es

un concepto arraigado en la

cultura de nuestro país,

especialmente de las regiones

rurales; la evidencia muestra

que lejos de ser una condición

favorable en la infancia, la

malnutrición por exceso

acarrea consigo una extensa

lista de complicaciones de

salud, muchas de ellas graves,

que se perpetúan en la adultez

y que constituyen factores de

riesgo importante de

patologías que son la principal

REVISIÓN BIBLIOGRÁFICA PEDIATRÍA 2015 - OBESIDAD INFANTIL Y SÍNDROME METABÓLICO.

OBESIDAD INFANTIL Y SÍNDROME METABÓLICO:

DATOS CLAVE

Existe un

aumento a nivel

mundial en la

incidencia de

obesidad infantil.

No solo trae

consecuencias

inmediatas en el niño,

sino que acarrea

mayor

morbimortalidad en la

adultez.

Los actuales

estilos de vida

favorecen un

ambiente

“obesógeno”, con

mayor sedentarismo y

malos hábitos

alimentarios.

Los factores de

riesgo CV que en

conjunto confieren

mayor impacto que

por sí solos se agrupan

en el síndrome

metabólico, es un

desafío establecer

criterios y detectarlo

en la población

pediátrica.

En todo el mundo, el número

de lactantes y niños pequeños

(de 0 a 5 años) que padecen

sobrepeso u obesidad aumentó

de 32 millones en 1990 a 42

millones en 2013. Si se mantienen

la tendencia, el número

aumentará a 70 millones para

20251.

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causa de muerte en la población adulta mundial.

Hasta hace algunos, años las complicaciones

de la obesidad infantil no eran clínicamente

evidentes hasta varios años después de la

aparición de la obesidad. Sin embargo, en la

actualidad, los avances en las técnicas de

diagnóstico y los estudios clínicos en niños obesos

han demostrado que ellos tienen riesgo de hacer

una variedad de complicaciones asociadas a la

obesidad, que ahora son detectables en etapas

precoces y que hacen que hoy se sepa con

certeza que un niño con obesidad severa tiene la

mayoría de los órganos de su economía

enfrentando las consecuencias de su patología.

El exceso de peso, como causante de

morbilidad y mortalidad en el ser humano, es

conocido desde hace ya mucho tiempo. Hace

unos 2000 años Hipócrates describió que la muerte

súbita es más frecuente en aquellos individuos que

son naturalmente gordos, versus personas

delgadas. Hoy se sabe que la población

pediátrica no está ajena a estas consecuencias ya

que al igual que adultos, comparten una

fisiopatología subyacente que condiciona una

cadena de eventos y patologías, que en conjunto

constituyen un factor de riesgo cardiovascular

muchas veces mayor que la suma de sus

componentes, y que se ha agrupado bajo el

nombre de Síndrome Metabólico (SM), cuyo

principal denominador común es la obesidad.

No se puede subestimar la importancia de

identificar a tiempo a los niños bajo riesgo de

desarrollar el SM con el paso del tiempo, ya que el

abordaje precoz no sólo repercute en la salud y

calidad de vida del paciente pediátrico, además

le resta un componente importante de riesgo

cardiovascular en la vida adulta, ya que un

adolescente obeso tiene un riesgo de entre 70-80%

de ser un adulto obeso (versus un 50% de riesgo en

un niño obeso de 6 años)2.

Tanto las circunstancias in útero como durante

los primeros años de vida, la alimentación,

factores hereditarios y socioeconómicos podrían

aumentar el riesgo futuro y predisponer al niño a

sufrir afecciones que parten de la obesidad y se

asocian a importantes enfermedades

cardiovasculares3.

Los mecanismos fisiopatológicos no se

conocen totalmente y aunque existen factores

genéticos relacionados con un grado de

asociación familiar importante; el aumento de la

prevalencia a nivel mundial a lo largo de los

últimos años está directamente asociado con los

cambios de estilo de vida, con impacto en la dieta

(ingesta excesiva de alimentos de alta densidad

calórica) y la actividad física (sedentarismo, horas

pantalla, escaso ejercicio), que se traducen en un

metabolismo con una ganancia energética

(balance energético positivo) en relación al

consumo, lo que favorece la acumulación de

tejido graso en el organismo. Y es probablemente

éste, el componente ambiental de la obesidad

exógena el que sea el más determinante en su

génesis y persistencia, siendo por ende el más

importante (muchas veces difícil) de manejar,

especialmente en cuanto a prevención se trata. Es

por eso que las políticas públicas están orientadas

en la promoción de estilos de vida saludable

como eje principal del tratamiento de estos

pacientes.

En esta revisión se aborda la obesidad infantil

desde las definiciones operativas que permitan

pesquisar y diagnosticarla, contextualizar el

impacto local y mundial en términos de cifras en

los últimos años, sus clasificaciones que permiten

orientar etiologías, factores de riesgo asociados a

la obesidad exógena, su fisiopatología, y su

asociación con el síndrome metabólico, las

dificultades en aunar criterios diagnósticos en la

población pediátrica, los estudios basados en la

evidencia acerca de esta entidad y los nuevos

desafíos en el enfrentamiento y manejo de esta

patología.

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OBESIDAD INFANIL Conceptos operacionales

Conceptualmente la obesidad corresponde a

un aumento generalizado y excesivo del tejido

graso corporal. Incluso con los métodos

diagnósticos disponibles en la actualidad, esta

definición resulta odiosa en cuanto es difícil de

generalizar y estandarizar de manera que sea

universalmente aplicable a las distintas

poblaciones en diferentes regiones del mundo.

Además no se cuenta con valores de referencia

validados respecto a “la media” de tejido graso

en la población infantil para distinto sexo y

edades. Es por esta razón que se buscan formas

indirectas de medir el compartimento graso

corporal con el fin de hacer una estimación por

medio de herramientas antropométricas

fácilmente reproducibles y accesibles. Se ha

aceptado como parámetros de estimación, la

relación entre el peso y la talla del niño4.

Otra forma de definirla es cuando la relación

entre el peso actual y el peso ideal es >120% para

la edad sexo y talla. Si bien es un parámetro

fácilmente reproducible, no permite valorar

grupos de poblaciones de forma conjunto4.

En el contexto de la reforma de la salud y en el

ámbito de la prevención de las enfermedades

crónicas no transmisibles, el MINSAL, hace ya

varios años actualizó la normativa para la

calificación del sobrepeso en la población de 6 a

18 años, asumiendo como indicador el IMC y

como referente las tablas propuestas del

CDC/NCHS. El diagnóstico de obesidad tomando

como indicador el IMC puede no ser tan preciso

en edades más tempranas, es por ello que en

menores de 6 años se utiliza el índice peso/talla

(P/T), también en relación a las referencias del

CDC/NCHS. Esto permitió estandarizar los criterios

para el diagnóstico de la obesidad, los cuales se

asemejan bastante a los utilizados en el resto del

mundo, y se resumen a continuación5:

IMC como indicador de obesidad6:

El IMC resulta ser un indicador confiable de

sobrepeso y obesidad en la población general y

por lo tanto es una herramienta básica en la

evaluación de niños y adolescentes.

Siempre que las mediciones se tomen

rigurosamente, y se comparen con tablas de

referencia validadas, con valores de corte

estandarizados, el IMC resulta ser un excelente

indicador de la situación nutricional, y que es en la

mayoría de los casos suficiente para efectos de

detección y vigilancia.

Esto requiere de mediciones exactas con

equipos certificados y personal entrenado en

antropometría, con un manejo responsable del

registro y uso de los datos. Para ello es necesaria

una capacitación constante y la inversión en

equipos apropiados. Estandarizar las técnicas es

un elemento fundamental y constituye una

necesidad imperante para la validez de todos los

aspectos en los que el IMC se puede aplicar.

El uso de valores aproximados o aportados por

los padres son menos recomendados y deben

utilizarse en situaciones excepcionales donde no

se pueda obtener los parámetros directamente

con el paciente y deben ser usados sabiendo las

limitaciones, imprecisiones o sesgos que pueden

acarrear.

No existe suficiente evidencia que demuestre

que otras formas de medición de la grasa corporal

(como las que se describen más adelante), sean

suficientemente accesibles, o entreguen

información imprescindible para ser usadas de

Diagnóstico de obesidad:

Menores de 6 años P/T > 2DS *

Mayores de 6 años IMC es superior o igual al p95*

* En relación a las tablas de referencia según edad y

sexo (CDC/NCHS).

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manera inicial en la evaluación de niños y

adolescentes con obesidad o sobrepeso.

Aunque la mayoría de las normas locales e

internacionales ya utilizan el IMC, todavía hay

preocupación por la falta de puntos de corte

específicos relativos a los riesgos para la salud

especialmente en el ámbito metabólico.

Se han realizado estrategias para estandarizar

el uso del IMC como herramienta para evaluar el

estado nutricional y vincular éste con el riesgo

metabólico, destacando aquellos que relacionan

el IMC con el porcentaje de grasa corporal, como

el recientemente desarrollado por FITNESSGRAM

(FGram), un programa de pruebas de aptitud de

base escolar comúnmente utilizado en

Norteamérica. Para ello se establecieron tablas de

referencia de % de grasa y en base a ello se

determinaron puntos de corte que se

corresponden con el riesgo metabólico. Debido a

que el IMC por sí sólo no puede determinar la

relación entre la masa-grasa y la masa-no grasa;

relacionar ambos elementos otorga una

evaluación más integral y permite establecer con

mayor predicción los grupos de pacientes con

riesgo elevado de desarrollar las complicaciones

metabólicas de la obesidad y específicamente el

SM. Cuando se compararon ambas herramientas

(IMC, según las referencias CDC y el programa

FGram) en la evaluación de adolescentes

norteamericanos, se demostró que para los

varones el IMC (CDC) se asemejan más con los

umbrales óptimos del diagnóstico de SM, mientras

que para las niñas el sistema FGran tiene mayor

similitud7.

Si bien estos estudios son recientes y

preliminares, dan luces de las herramientas que se

pueden utilizar en la práctica clínica con recursos

de bajo costo y fácilmente reproducibles en

centros de atención primaria, gimnasios o

colegios, que permitan detectar grupos de riesgo

metabólico en quienes se puedan iniciar estudios

complementarios precozmente o plantear

intervenciones dirigidas para evitar la progresión a

SM.

Se espera que en el futuro, relacionar el IMC

con otras variables (como él % de grasa corporal),

además de hacer un diagnóstico nutricional,

permita identificar aquellos pacientes pediátricos

con mayor riesgo de desarrollar complicaciones

metabólicas.

Otras herramientas de diagnóstico:

La medición de pliegues cutáneos también se

relaciona directamente con el grado de

obesidad, así por ejemplo un pliegue tricipital por

sobre el p85% se corresponde con un sobrepeso

del 20%. Si bien se han desarrollado tablas

referenciales para la medida de los distintos

pliegues cutáneos que se evalúan, este método

sigue siendo poco práctico y que requiere de una

correcta técnica para su adecuada

determinación, por lo que varía mucho entre

operadores4.

Existen otros métodos más sofisticados (como la

hidrodensitometría, bioimpedanciometría,

absorciometría mediante absorciometría de rayos

X de doble energía (DEXA) y resonancia nuclear

magnética), que pueden estimar de manera muy

precisa la cantidad de tejido graso del organismo,

pero que debido a su poca accesibilidad y alto

costo quedan relegados a estudios específicos a

cargo de especialistas, y no son costo/efectivas

para ser usadas como métodos de diagnóstico

inicial en la población general.

A TENER EN CUENTA… La obesidad, desde las bases de su definición

operativa, inevitablemente se produce en relación a

una ganancia desproporcionada de peso. Y es por

esta razón que en la evaluación de todo paciente

pediátrico, debe prestarse especial atención a

aquellos pacientes que aumenten más de 3

kilogramos al año en etapa prepuberal, de igual forma

en aquellos que en cualquier evaluación nutricional se

encuentren en sobrepeso ya que haría posible un

control y seguimiento antes que la obesidad se

instaure.

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Impacto global y local

Según datos publicados por la

Comisión para acabar con la obesidad

infantil de la OMS, en todo el mundo, el

número de lactantes y niños pequeños

(de 0 a 5 años) que padecen

sobrepeso u obesidad aumentó de 32

millones en 1990 a 42 millones en 2013.

En los países en desarrollo con

economías emergentes la prevalencia

de sobrepeso y obesidad infantil entre

los niños en edad preescolar supera el

30%.

Si se mantienen las tendencias

actuales, el número de lactantes y

niños pequeños con sobrepeso

aumentará a 70 millones para 20251.

Para la Organización de las

Naciones Unidas para la Alimentación y

la Agricultura (FAO), se trata de cifras

“preocupantes”. Según el Panorama

de la Seguridad Alimentaria y

Nutricional en América Latina y el

Caribe, (informe que fue revelado a

fines de 2013), Chile se mantiene como

uno de los tres países con mayor

prevalencia en sobrepeso infantil, con

un 9,5%, siendo superado sólo por Perú

(9,8%) y Argentina (9,9%)8.

Así lo confirma el estudio que elaboró el

Ministerio de Salud, a partir de los controles

realizados a los niños durante el 2013, el que

concluye que hasta los seis años, el 24% sufre

sobrepeso, mientras que el 10%, incluso antes de

entrar al colegio, ya está en condición de

obesidad. Además, en un desglose regional, el

informe establece que es en el sur del país donde

se encuentra la mayor prevalencia de niños con

sobrepeso, liderados por la Región de Aysén, con

un 15,4% de ellos en esta condición, seguido de

Magallanes, con 13,1%, y las regiones de Los

Lagos y Los Ríos, que alcanzan un índice del 12,8%

(Imagen 1)9.

IMAGEN 1: REALIDAD DE LA OBESIDAD INFANTIL EN CHILE (MINSAL 2013)

IMAGEN 2: PREVALENCIA DE OBESIDAD INFANTIL

SEGÚN GRUPO ETARIO (MINSAL 2010)

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Otro elemento que muestran las estadísticas

es que es a los dos años de vida del menor

cuando la curva de sobrepeso comienza a

aumentar y que varía bruscamente al alza

cuando los niños tienen entre tres y cinco años,

disparándose sobre esta edad (Imagen 2). Y esto

se relaciona con uno de los periodos críticos del

tejido adiposo que ocurre alrededor de los 5-7

años y se conoce como el “rebote adiposo”10.

Si se sabe que la malnutrición por exceso,

afecta a un tercio de los pacientes menores de 6

años en Chile y que las cifras van en aumento

exponencial en los últimos años, es comprensible

que la obesidad infantil sea un tema que no solo

preocupa a los gobiernos locales, sino que ha

motivado iniciativas globales encabezadas por la

OMS y otras ONG con el fin de detener esta

epidemia que no solo condiciona el presente de

los niños, física, emocional y socialmente, sino

que arrastra consigo una importante carga de

morbilidad que condiciona de sobremanera la

salud en la vida adulta.

Clasificación:

Desde el punto de vista etiológico la obesidad

se puede clasificar en4:

Obesidad exógena o nutricional:

comúnmente llamada “obesidad común”,

representa más del 95% de todos los casos

de obesidad. Más adelante en ésta

revisión se abordarán los componentes

fisiopatológicos y factores ambientales que

participan en el desarrollo y persistencia de

la obesidad exógena en la edad adulta.

Obesidad endógena o de causa orgánica:

representa menos de 5% de todos los

casos, donde la obesidad forma parte de

un síndrome, enfermedad o es secundario

al uso de algún fármaco o droga. Este tipo

de obesidad siempre debe sospecharse y

descartarse en la evaluación de todo

paciente pediátrico. A continuación se

resumen las principales causas de

obesidad orgánica:

A TENER EN CUENTA…

La obesidad exógena siempre debe

sospecharse y descartarse en la evaluación

de todo paciente pediátrico con sobrepeso u

obesidad, en especial si se asocia a factores

de riesgos específicos de las etiologías

mencionadas, ya que su diagnóstico

determina un manejo específico de la causa

y en muchas ocasiones e retraso o error en el

diagnóstico puede tener consecuencias

importantes, prevenibles y en ocasiones

graves para la salud del paciente

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OBESIDAD EXÓGENA: I. Explorando sus causas:

La obesidad exógena es sin duda un desorden

multifactorial, en el que interactúan factores

genéticos y ambientales. Y especialmente en el

paciente pediátrico existen “periodos críticos” de

aumento del tejido adiposo que impactan

manera importante en la “programación

metabólica” que tendrá el niño a futuro y que lo

hará más (o menos) susceptible de desarrollar

obesidad y SM.

Periodo prenatal y 1° año de vida3,11:

Numerosos son los estudios que exploran el

papel de la exposición a diabetes gestacional, la

obesidad materna durante el embarazo, y del

peso de nacimiento como factores de riesgo

indiscutibles para el desarrollo de obesidad/

síndrome metabólico en la infancia.

Los latinoamericanos tienen la prevalencia

más alta de la diabetes mellitus gestacional, SM,

y la obesidad entre mujeres en edad fértil. Por

otra parte, los jóvenes expresan ese mismo patrón

de riesgo, que muestra una alta prevalencia de

la obesidad, SM, y la diabetes mellitus tipo 2, aun

a edades tempranas.

La exposición a un ambiente hiperglicémico

en el útero (relacionado con resistencia a la

insulina materna, la obesidad y la diabetes

gestacional (DG)) está vinculado al crecimiento

excesivo del feto entre todos los grupos étnicos.

Estudios han demostrado que los neonatos

grandes para la edad gestacional (GEG) y

pequeños para la edad gestacional (PEG) ya han

alterado la cinética de la insulina (alta en ayunas

y los niveles de insulina postglucosa), ya que

mantienen niveles basales de hiperinsulinemia y

tienen un aumento de la actividad lipogénica

con mayor tejido adiposo en relación a los

neonatos sin estos factores de riesgo.

La programación metabólica fetal adversa

está vinculada a ambos neonatos PEG y GEG. Si

se combina con un desequilibrio crónico del

balance energético como resultado de la

exposición ambiental posterior (estilos de vida),

conduce a la acumulación de grasa adicional,

resistencia a la insulina, y agrupación de factores

de riesgo cardiovascular en edades tempranas

(9-11 años), relacionándose directamente con la

aparición de SM en la infancia.

La prevalencia combinada de haber nacido

en cualquiera de los extremos de la curva de

peso al nacer (GEG o PEG) tiene una magnitud

suficiente para convertirse una amenaza para la

salud pública en las poblaciones de alto riesgo,

dada su asociación con la obesidad, SM y las

enfermedades crónicas relacionadas.

El riesgo aumenta significativamente cuando

se hace la asociación entre neonatos GEG que

sean hijos de madre con diabetes gestacional, en

relación a aquellos con solo uno de estos factores

de riesgo.

Además los niños expuestos a la obesidad

materna, aun cuando tengan peso al nacer

normal, y sus madres no hayan cursado con DG

están en mayor riesgo de desarrollar obesidad y

SM durante su desarrollo, lo que sugiere que las

madres obesas que no cumplen los criterios

clínicos para DG aún puede tener factores

metabólicos que afectan la programación fetal y

sus resultados postnatales.

La evidencia sugiere que el crecimiento fetal

restringido, en especial cuando se asocia a una

ganancia importante y precoz de peso durante

los primeros meses de vida, puede ser un factor

predictor para el desarrollo de la obesidad y el

síndrome metabólico en etapas posteriores.

Durante el primer año además de la

programación fetal, los factores de riesgo

maternos y el peso de nacimiento; la

alimentación tiene un rol importante en el

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aumento rápido del tejido adiposo (y por

consiguiente del IMC) que se produce en este

periodo, y se ha propuesto que la lactancia

tendría un rol protector, ya que además de

producir una “autorregulación fisiológica” de la

ingesta de alimentos tendría un efecto

“estabilizador” endocrino, que le otorga un riesgo

discretamente menor frente a niños alimentados

con fórmulas lácteas que tuvieron similar

programación fetal. De igual forma la evidencia

sugiere que la introducción de alimentación

complementaria antes de los 6 meses también

constituiría un factor de riesgo de obesidad.

La exposición a un entorno adverso en el útero

y/o temprano en la vida son predictores

significativos de desarrollo de SM en la infancia,

pero sus contribuciones separadas son difíciles de

establecer. Sin embargo, los estudios en los

hombres de mediana edad que han demostrado

que los efectos adversos de la programación

metabólica fetal puede ser aliviados o revertidos

por el mantenimiento de la capacidad

cardiorrespiratoria a través del desarrollo de

hábitos de vida saludables. Estos hallazgos

parecen ser aplicables en el ámbito pediátrico,

en el que los estudios de actividad física,

entrenamiento y ejercicio han demostrado ser

capaces de mejorar los perfiles metabólicos y la

reducción de la agrupación de factores de

riesgo en niños obesos.

Rebote adiposo12:

Luego del rápido aumento en el IMC que

generalmente se produce durante el primer año

de vida. El IMC posteriormente declina y alcanza

un nadir alrededor de los 5-7 años de edad, y

luego aumenta de nuevo durante toda la

infancia. Este segundo aumento en el tejido graso

después del último nadir se conoce como el

rebote de adiposidad (RA). El momento de este

rebote se cree que tiene predictivo valor para la

obesidad en la adultez.

La evidencia demuestra que un RA temprano

se asocia con una media más alta de IMC a los

12 años de edad y un mayor riesgo de desarrollar

diabetes tipo 2 en la vida adulta. De esta manera

un RA antes de los 4 años de edad se asoció con

un IMC mayor (> o = 20) y un fenotipo de

lipoproteína representativo de resistencia a la

insulina a los 12 años de edad. Este fenotipo se

caracteriza por elevación de triglicéridos y

mayor índice aterogénico, con disminución del

HDL en los niños y altos niveles de

apolipoproteína B en las niñas. El RA precoz

también está relacionado con presión arterial

elevada en niños a los 12 años.

Por lo tanto, el seguimiento de RA puede ser

un método eficaz para la identificación

temprana de los niños en riesgo de desarrollar

síndrome metabólico.

De hecho un mayor índice de masa corporal

durante la infancia (independiente de la edad

del RA) se asocia con un mayor riesgo de

enfermedad cardíaca coronaria a futuro. Estos

informes dan a entender que los niños con

aumentos de peso importantes en la vida

temprana están en riesgo significativamente

mayor para el desarrollo del síndrome metabólico

y la subsiguiente diabetes o enfermedad

cardiovascular en edad adulta.

Adolescencia:

Durante esta etapa se produce el tercer

periodo crítico del tejido adiposo, determinado

principalmente por el aumento de las hormonas

sexuales circulantes (en especial de los niveles de

estrógeno/progesterona- Testosterona en niñas y

niños respectivamente) que tienen un impacto

directo en la composición corporal y la

distribución de tejido adiposo ya que afecta

directamente su metabolismo, con tendencia a

la lipogénesis. En ésta etapa las niñas son más

susceptibles ya que presentan incremento mayor

del tejido adiposo en relación a los varones,

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principalmente en las caderas, glúteos, mamas, y

en menor medida a nivel abdominal. Sin

embargo los varones aumentan su tejido adiposo

principalmente a expensas de la grasa

abdominal, lo que aumenta su perímetro de

cintura (PC) y constituye un factor de riesgo

cardiovascular (y criterio de SM) independiente si

es excesivo.

Si bien este periodo es totalmente fisiológico y

los aumentos desproporcionados del tejido

adiposo a esta edad se deben principalmente a

factores ambientales (rara vez a causas

exclusivamente hormonales o endocrinas), es

importante en esta etapa tener hábitos de vida

saludable consolidados, ya que como se expuso

en la introducción un adolescente obeso tiene

cerca de 75% de probabilidad de persistir obeso

en la edad adulta y a esta edad las

manifestaciones clínicas de la obesidad pueden

impactar enormemente la calidad de vida de los

adolescentes.

II. Factores neuroendocrinos del

balance energético:

El hipotálamo tiene

un rol fundamental en la

regulación del balance

energético ya que tiene

receptores para

múltiples sustancias

producidas a diferentes

niveles (SNA, tracto

gastrointestinal, tejido

adiposo, etc), con

acción

orexígena/anorexígena,

que interactúan entre sí

para regular la

sensación de

saciedad/hambre y por

tanto la ingesta

energética4. El esquema 1 muestra las principales

sustancias ruguladoras.

A continuación se describen brevemente las

más estudiadas13:

A. Adiponectinas:

Hoy se sabe con certeza que el adipocito lejos de

ser un tejido inactivo de reserva, tiene una alta

actividad metabólica, capaz de responder a

numerosos estímulos y producir diversos

componentes como: ácidos grasos libres, lactato,

leptina, interleucita 1 y 6, TNF-α, factores de

coagulación y sustancias que actúan a nivel

hipotalámico, participando en la regulación de

la ingesta/gasto energético, como por ejemplo:

**Leptina: es una adipocitocina de 167

aminoácidos con mayor expresión en el tejido

adiposo (en menor medida en ovarios, músculo

esquelético, estómago hipófisis e hígado). Actúa

como un señalizador anorexígeno y participa en

la acumulación de grasa corporal. Se ha

demostrado en pacientes con deficiencia

congénita que su déficit se asocia a mayor

ingesta e insulinorresistencia (IR). Actuaría como

un sensor de la reserva energética ya que sus

niveles aumentan a mayor tejido adiposo,

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enviando señales de saciedad y con ello

disminuyendo el aporte energético.

**Adiponectina: El mayor secretor de esta

sustancia es el tejido graso abdominal, en estos

adipocitos se secreta y expresa en grandes

cantidades. Se ha demostrado que la

adiponectina tiene un efecto sensibilizador de la

acción de la insulina sobre la síntesis hepática de

glucosa, con ello disminuye el riesgo aterogénico

y cardiovascular asociado a la IR secundaria a la

obesidad. Mejora el control de la glucemia y

tiene funciones hipolipemiantes, antiinflamatorias

y antiaterogénicas. Actúa sobre receptores

hepáticos (adipoR1) y del músculo esquelético

(adipoR2); aumenta la sensibilidad a la insulina,

estimula la oxidación de los AG, suprime la

neoglucogénesis hepática e inhibe la adhesión

de monocitos. Activa las rutas catabólicas e

inhibe las anabólicas, actuando como un sensor

de energía en la célula. Modula la respuesta

inflamatoria de las células endoteliales y evita la

transformación de macrófagos en células

espumosas (crucial para el desarrollo de

ateromatosis).

De hecho se reportan bajos niveles spericos

de esta sustancia en pacientes hipertensos o

diabéticos. Con ello se establece una relación

inversa entre el IMC y los niveles de adiponectina.

Esto tendría importantes implicancias

terapeúticas para pacientes jóvenes con

obesidad secundaria a hiperfagia con IR.

B. Péptidos gastrointestinales:

** Ghrelina: Se produce por las células

oxínticas del estómago en cerca de un 75%, tiene

un ritmo de secreción circadiano con alzas en la

mañana y justo antes de las principales comidas,

por lo que se cree que es un importante

orexígeno percusor de la ingesta.

**Péptido YY: Alcanza máximos niveles post

prandial especialmente en relación a las

comidas con alto contenido graso. Cuando se

administra de forma parenteral en pacientes

(obesos o eutróficos) ha demostrado

propiedades anorexígenas.

III. Fenotipo ahorrador como

respuesta al aumento de la obesidad

en el último tiempo.

Unas de las teorías ampliamente aceptadas

que explicarían el dramático aumento de la

incidencia de obesidad en los últimos años, en

especial en la población pediátrica es la llamada

teoría del fenotipo ahorrador.

Esta teoría se basa en la importancia de las

reservas energéticas para la reproducción y

sobrevida de la especia humana. El fenotipo

ahorrador es por tanto un logro evolutivo, ya que

sobrevivían aquellos que expresan genes que

favorecen la ingesta energética, su

almacenamiento y minimizan el gasto

energético4, ya que permitía a los humanos

sobrevivir a largos periodos de ayuna,

optimizando el uso de energía en dos objetivos

básicos: buscar comida y sobrevivir en un

ambiente hostil.

Esta adaptación genética fue un proceso

lento a lo largo de la historia de la existencia

humana. Solía conferir ventaja evolutiva y era

una necesidad hace varios miles de años atrás,

pero hoy en día el fenotipo ahorrador se

convierte en una amenaza considerando los

rápidos y severos cambios de estilos de vida que

ha sufrido la sociedad en el último siglo, que

básicamente se resumen en un fácil acceso a

alimentos, especialmente a aquellos con alta

densidad calórica y un notable aumento del

sedentarismo.

Hoy en día vivimos en una era de “nativos

digitales”, niños que tienen la información, el

entretenimiento e incluso la alimentación a un

click de distancia, con acceso libre a un universo

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digital, que no les exige esperar para lo que

quieren, que no les exige esforzarse ni recorrer

grandes distancias, o lidiar grandes batallas para

obtener los recursos básicos, que les ofrece el

mundo sin necesidad de moverse del sillón. Este

avance tecnológico a pasos agigantados,

sumado al establecimiento de patrones de

conducta alimentaria tendiente al consumo de

alimentos con alta densidad calórica, donde se

favorece la rapidez en lugar de la nutrición,

movidos por la acelerada vida de las grandes

ciudades que, a merced del crecimiento

económico, lapidan los espacios verdes y

condenan las áreas recreacionales , dan vida a

un entorno “obesógeno”, que favorece el

desarrollo de malnutrición por exceso,

especialmente en la población infantil que crece

siendo parte este ambiente pro sedentario.

SÍNDROME METABÓLICO Concepto:

El síndrome metabólico, como se esbozó

en la introducción, agrupa distintos factores de

riesgo cardiovascular estrechamente vinculados

con la obesidad y con la IR. Fue descrito por

primera vez por Reaven, lo llamó un síndrome X

que se componía de obesidad central,

hiperinsulinemia e hipertrigliceridemia y que se

relacionaba con un alto riesgo de infartos

cardiacos y DM2. En la población pediátrica se

manifiesta de similar forma y también se asocia

con un alto riesgo de desarrollar morbilidad

cardiovascular a temprana edad15.

El síndrome metabólico es la más

importante complicación de la obesidad infantil

en la actualidad13, por ser el predictor

fundamental de las complicaciones en la vida

adulta Su relevancia radica en que en conjunto

el SM aporta un factor de riesgo cardiovascular

significativamente mayor que la suma de sus

componentes, es por esto que la asociación de

obesidad/SM es tan relevante y debe ser una de

las principales preocupaciones de todo clínico

que se enfrente a un niño con malnutrición por

exceso.

Dificultad en establecer parámetros

diagnósticos:

Los criterios para diagnosticar el SM en adultos

(ATP III, OMS, FDI) son bien definidos e incluyen la

presencia de 3 de los siguientes 5 factores de

riesgo cardiovascular: obesidad abdominal,

hipertensión arterial (HTA), hipertrigliceridemia,

disminución del colesterol HDL y RI o

hiperglicemia de ayuno o DM2.

Aunque haya una definición (incluso con

umbrales adaptados según género y origen

étnico) que es apta para ser utilizada en la

población adulta de riesgo, trasladar este

concepto a una definición única para niños y

adolescentes resulta problemático. La tensión

arterial, el nivel de lípidos, la sensibilidad a la

insulina y la distribución de las dimensiones del

organismo pueden cambiar con la edad y el

desarrollo de la pubertad.

Es esta una de las razonas por las que en la

población pediátrica, no hay consenso para

diagnosticarlo, y por ello es que los estudios

muestran importantes diferencias en la

prevalencia, según se utilicen criterios más o

menos estrictos, ya que difieren en los puntos de

corte para diagnosticar los distintos

componentes. La tabla 1 uno resume los distintos

criterios que los autores han propuesto para el

diagnóstico del SM en población pediátrica13.

Esta serie de umbrales, aplicados a una misma

población arroja valores distintos de prevalencia

según cambien los criterios de los distintos

componentes, esto hizo patente la necesidad de

una única definición consistente, con

componentes fáciles de medir.

Resulta obvio entonces que para poder

identificar el SM en niños y adolescentes de todo

el mundo, es imprescindible tener una

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herramienta de diagnóstico clínicamente

accesible, universalmente validada, que permita

realizar estudios y comparar diferentes

poblaciones con resultados estadísticamente

válidos y clínicamente útiles para establecer

conductas en el ámbito médico cotidiano, que

permita además optimizar los recursos, pudiendo

prescindir de innecesarias mediciones o

herramientas de mayor costo que

probablemente tan sólo estén disponibles en

instalaciones dedicadas a la investigación o que

sean de indicación de estudios específicos por

especialistas.

Este conflicto impulsó a la FID a desarrollar una

definición nueva y sencilla (resumida en la Tabla

2). Al igual que sucede con el criterio para los

adultos, esta definición es un punto de partida;

que está sujeta a futuras modificaciones en la

medida que se tenga mayor información o

evidencia respecto a esta patología14.

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Como se indagó anteriormente, en la

actualidad existen múltiples variables y métodos

para definir la obesidad en niños. Sin embargo, el

perímetro de la cintura (PC), al igual que sucede

con los adultos, es un factor independiente que

predice la insensibilidad a la insulina, alto nivel de

lípidos e hipertensión, todos ellos componentes

del síndrome metabólico.

Además, en jóvenes con obesidad y un IMC

similar, la IR es mayor mientras más % de grasa

abdominal exista en quienes tienen un alto

porcentaje de grasa abdominal (o visceral). Es

por esta razón que la medición del PC se incluye

en la nueva definición. Para ello se reemplazan

los valores absolutos del adulto por valores en

percentiles, debido a las variaciones propias de

la etapa del desarrollo del niño y a aquellas

observadas en diferentes grupos raciales. De esta

forma se establece que aquellos chicos con PC>

al percentil 90 presentan un riesgo acumulado

mayor que aquellos con valores por debajo de

dicho valor.

Debido a los cambios propios del desarrollo

que tienen directo impacto en la composición y

distribución del tejido adiposo en niños y

adolescentes, la nueva definición divide en tres

grupos etarios (6-9, 10-15, >16 años). La obesidad

abdominal (medida a través del PC) es la

condición elemental para establecer el

diagnóstico. No se incluyen los menores de 6 años

ya que actualmente no existe evidencia

suficiente para establecer parámetros o

diagnóstico en este grupo14.

Impacto del SM

De acuerdo al estudio NHANES III, la

prevalencia del SM en niños y adolescentes

obesos quintuplica a la de los eutróficos (32,1% vs

6,4%), la de los blancos triplica a la de los negros

(7,1 vs 2,6%) y la de los insulinorresistentes duplica

a la de los insulinosensibles (50% vs 25%); por otra

parte, el SM aumentó en la última década tanto

en población general (de 6,4% a 10%) como en

obesos (28,7% a 32,1%)15.

Existe poca evidencia sobre la realidad

nacional del SM en la infancia, el 2007, Burrows

lideró un estudio descriptivo con 489 niños de

Santiago con malnutrición por exceso en edad

puberal y prepuberal en el que se compararon

diferentes factores de riesgo de desarrollar SM

(diagnosticados en base a los criterios de Cook)

y se encontró que el SM estuvo presente en el 4%

de los niños con sobrepeso y 30% de los niños

obesos. Sin diferencias significativas en la

prevalencia de acuerdo al sexo o fase de

desarrollo puberal de Tanner15.

Los factores de riesgo cardiovascular más

prevalentes fueron la obesidad abdominal,

presente en el 76% de las muestras y los altos

niveles en triglicéridos observados en el 39%. El

factor de riesgo menos frecuente era una

glucosa en ayunas de más de 100 mg / dl en

3,7%. Pacientes con IR basal, se asoció

significativamente con el número de factores de

riesgo cardiovascular y la presencia de SM.

El riesgo de SM aumentó diez veces en niños

con obesidad severa, en comparación con

aquellos con sobrepeso. Las personas con

obesidad abdominal tenían una 17 veces mayor

riesgo de MS.

Con estos datos se observó que la distribución

de la grasa y la gravedad de la obesidad eran

fuertes determinantes del SM. El PC tenía un

mayor impacto en el desarrollo de SM que el

IMC15.

Fisiopatología del SM:

I. Adipocito como puente entre la

obesidad y el síndrome metabólico, eje

central de su fisiopatología 13,16:

Como se mencionó anteriormente,

durante los últimos años la evidencia ha

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reconocido la importancia del adipocito como

órgano metabólicamente activo con actividad

endocrina, secretor de adipocitocinas que

tienen acción local y sistémica (musculo

esquelético, SNC, huesos, hígado, endotelio

vascular, etc.), que participan en el balance

energético modulando la reserva y la actividad

lipogénica. En el esquema 2 se resumen algunas

de las acciones principales de las adipocitocinas

producidas por el adipocito.

Además, estas adipocitocinas participan

en los procesos de inflamación, enfermedad

vascular ateroesclerótica y cáncer, mediante la

producción de interleucina 1 (IL-1), IL-6, factor de

necrosis tumoral alfa (TNF-α), PAI-1, y

angiotensinógeno (esquema 2) que crean un

verdadero estado de inflamación latente, que se

manifiesta a distintos niveles y que perpetúa las

alteraciones encontradas en pacientes con SM y

que caracterizan a la enfermedad

cardiovascular en la edad adulta.

La forma en que se regula la actividad

secretora del adipocito es aún poco conocida y

se sabe que participan múltiples hormonas

(como la insulina y la hormona de crecimiento),

creando en flujo de señales celulares que forman

una verdadera red hipotálamo-hipófisis-

adipocito, que sería determinante en la génesis

del SM.

Se sabe que el exceso del tejido graso

abdominal produce un aumento en la lipólisis y

por tanto una elevada liberación de ácidos

grasos libres (AGL), lo que es censado por el

adipocito creando un cambio en el patrón usual

de secreción favoreciendo aquellas

adipocitocinas orexígenas y proinflamatorias; es

decir disminuye la adiponectina y la leptina

aumenta, ambas alteraciones (sobre todo la

primera) pueden ser los mediadores iniciales de

la IR.

La leptina por su efecto anorexígeno sobre el

hipotálamo, estimula la baja de peso al disminuir

la sensación de hambre y aumentar el

metabolismo. En la obesidad exógena no parece

estar alterado el gen de la leptina, y si bien

parece contradictorio que sus niveles estén

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elevados considerando que es un

contrarregulador del peso, suele existir

hiperleptinemia por insensibilidad, pacientes con

obesidad exógena.

Por otra parte, los bajos niveles de

adiponectina se correlacionan más

estrechamente con hiperinsulinemia e IR, que

con el grado de adiposidad, su descenso puede

predecir el riesgo de desarrollar DM2 incluso sin

otros marcadores de IR. El descenso de esta

adipocitocina protectora depende de la

distribución grasa corporal y puede ser el link

entre la adiposidad (propia de la obesidad) y la

IR que caracteriza, explicando gran parte de la

fisiopatología del síndrome metabólico.

II. Insulinorresistencia como gatillo de la

fisiopatología del SM16,17:

Todo parece indicar que la IR es el

promotor de la cascada de alteraciones

metabólicas que caracterizan el SM, y que se

producen como consecuencia de la actividad

secretora anómala del adipocito secundario al

exceso de grasa visceral propio de la obesidad.

La Insulina ejerce su acción sobre su

receptor de membrana que genera una

cascada de diversos segundos mensajeros que

activan dos vías principales de acción, por una

parte la vía PI-K (fosforilación de quinasas) que

promueve el ingreso y utilización de glucosa por

parte de la célula; y la vía MAPK que favorece el

crecimiento, proliferacíon y diferenciación

celular.

La IR altera principalmente la vía de la PI-

K (Esquema 3), lo que explica la hiperglicemia

presente en estos pacientes, ya que se disminuye

el transporte de glucosa hacia la célula. Como

compensación se produce más insulina, lo que

sobre expresa la vía de las MAPK, potenciando

la migración, proliferación y actividad mitótica

de las células a distintos niveles, especialmente

del músculo liso vascular, que trae como

consecuencia las alteraciones endoteliales que

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favorecen la aterogénesis. Esta asociación entre

IR y enfermedad aterogénica se explica además

por una dislipidemia con aumento del colesterol

LDL, elevación del inhibidor del activador del

plasminógeno (PAI-1), del fibrinógeno y del tono

vascular, lo que conlleva a disfunción endotelial

y formación de la placa ateromatosa.

La importancia de conocer la

fisiopatología de la obesidad y el SM es que estos

cambios metabólicos y endocrinos comienzan

cuando se establece el aumento de la grasa

visceral (característica de la malnutrición por

exceso), que se presenta en los pacientes desde

edades muy tempranas. Es por ello que la

intervención precoz en este grupo de pacientes

pediátricos es fundamental para evitar o

contrarrestar estas alteraciones que determinan

la alta morbilidad asociada a la obesidad.

LINEAMIENTOS GENERALES EN EL ABORDAJE Y MANEJO.

Existe poca evidencia acerca del impacto de

medidas preventivas directamente sobre el SM,

ya que al tratarse de un trastorno multifactorial es

difícil determinar por separado los factores a

abordar y por otra parte las manifestaciones más

características del SM o de la enfermedad

cardiovascular suelen manifestarse en la edad

adulta donde influyen también otros factores de

riesgo propios del adulto como por ejemplo el

tabaquismo.

Se debe entender la obesidad y en

especial el SM como un continuo de cambios

metabólico-endocrino-inflamatorios iniciados en

la infancia y que en un porcentaje no menor se

perpetúan en la adultez con todas las

repercusiones ya mencionadas; por lo tanto

resulta difícil establecer relaciones causa/efecto

en cuanto al manejo exclusivo del paciente

pediátrico en términos de impacto real en la

morbilidad temprana o futura

Con la información disponible debiera partirse

desde un control pre gestacional en las mujeres

en edad fértil, con programas de planificación

prenatal y control estricto los primeros meses del

embarazo, para evitar el aumento desmedido de

peso y reducir el riesgo de desarrollar DG o

restricciones del crecimiento intrauterino, un

adecuado control y cuidado durante el

embarazo, reduciría (en la medida de lo posible)

la incidencia de recién nacidos PEG y/o GEG

secundario a causas prevenibles. Con esto se

impacta directamente en el setting metabólico

más precoz en el desarrollo de la obesidad, la

programación fetal.

Durante el primer año de vida la evidencia

sugiere fomentar la lactancia materna e

introducir la alimentación complementaria a

partir de los 6 meses según las recomendaciones

nutricionales descritas en las guías de

alimentación desarrolladas por el MINSAL y la

rama de nutrición de la SOCHIPE.

Establecer hábitos y estilos de vida saludables

es probablemente uno de los desafíos más

importantes al momento del manejo de la

malnutrición por exceso en la población infantil;

pero resulta también una de las tareas más

complejas de lograr, ya que requiere no sólo un

cambio en el infante, exige compromiso de todo

el grupo familiar y una intervención

multidisciplinaria. La mayoría de las veces, en

especial en pacientes escolares o pre púberes, el

éxito del tratamiento depende de los padres

tanto o más que del propio paciente. Influye

también el entorno cercano en el que se

desenvuelven los niños, como los amigos o el

colegio, en el establecimiento de patrones de

conducta más o menos tendientes a desarrollar

un ambiente “obesógeno” que dificulte aún más

la intervención.

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Pilares básicos del manejo:

a) Educación:

Este es uno de los pilares centrales del manejo

del menor con malnutrición por exceso ya que

difícilmente se logran tasas decentes de éxito si

los padres y niños no conocen los riesgos y

consecuencias para la salud que acarrea la

malnutrición por exceso. Mucho menos se

puede llevar a cabo un adecuado plan de

abordaje si los padres ignoran las

recomendaciones y sugerencias en relación a la

alimentación o actividad física.

Es deber de los gobiernos implementar en los

colegios y en los centros de atención primaria las

instancias para que se den a conocer los

aspectos más relevantes de esta patología, así

como las recomendaciones actuales en cuanto

a alimentación y actividad física para las

distintas etapas del desarrollo.

En nuestro país se han desarrollado

importantes avances en esta materia con el

establecimiento de pautas de nutrición para

diferentes edades que están ampliamente

disponibles y que forman parte de la educación

y los objetivos de los controles de salud del niño.

Iniciativas como el Programa Chile Crece

Contigo en los más pequeños y el Programa

Nacional de Vida Sana para población general

y cuya última actualización es de este año; son

muestra del importante avance que existe en

Chile en cuanto a educación y políticas de

prevención se trata.

Idealmente estas intervenciones deben ser

presenciales, ya sea en instancias individuales

como los controles de salud; o grupales como

intervenciones en colegios o talleres de atención

primaria. Actualmente la evidencia demuestra

que incluso intervenciones a distancia, mediante

plataformas digitales o de telemedicina se

asocian a mejoras en las tasas de detección y

en algunos casos incluso con cambios en el IMC

similares a la intervención presencial18. Si bien no

hay suficientes estudios para establecer una

recomendación general, este dato puede

aportar herramientas para que en el futuro se

pueda hacer intervenciones integrales y con

buenos resultados en poblaciones de regiones o

localidades extremas o con poca accesibilidad.

b) Alimentación:

Respecto a la alimentación, es

importante establecer horarios de comidas en las

que participe todo el grupo familiar, sin

interrupciones ni elementos distractores, y donde

la alimentación no se convierta en moneda de

canje o incentivo para que los niños hagan o

desarrollen determinadas actividades13.

Otro aspecto importante es cuidar las

porciones de los alimentos y procurar una dieta

equilibrada, más que dietas restrictivas, que en

los niños están desaconsejadas. Fomentar desde

pequeños el consumo de frutas/verduras, así

como lácteos, legumbres y carnes blancas,

evitando la ingesta frecuente de alimentos con

alta densidad calórica como las frituras o

“comida chatarra”.

Cobra importancia en términos de salud

pública, contar con pautas de alimentación en

los colegios que se realmente se ajusten a las

recomendaciones nutricionales y a los

requerimientos de los niños en las distintas etapas

del desarrollo, establecer normas de

alimentación saludable en almacenes escolares

y crear políticas públicas de regulación de la

industria alimentaria, para que de los productos

comercializados contengan información

nutricional comprensible y fidedigna, donde se

advierta los riesgos para la salud de consumir

determinados alimentos. Un ejemplo de ello es la

recientemente aprobada “Ley de etiquetado de

alimentos” que actualmente se encuentra en

etapa de implementación.

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Revisión bibliográfica Pediatría 2015 - Obesidad infantil y Síndrome Metabólico.

c) Actividad física

En términos de salud pública, es imperioso

contar con un sistema de planificación escolar

que fortalezca el deporte y la actividad física,

con espacios físicos en los colegios y tiempos

necesarios para poder llevar a cabo un ejercicio

efectivo, esto permitiría asegurar al menos en la

población escolar, una pauta mínima de

actividad física que mejore la capacidad

cardiovascular de los niños y les permita un

desarrollo muscular que favorezca la acción

periférica de la insulina.

Las recomendaciones actuales sugieren

actividad física moderada a extenuante por lo

menos 3 veces a la semana por un periodo

mínimo de 30-45 minutos, e idealmente ejercicio

aeróbico diario por un periodo de al menos

media hora, para asegurar de esta forma un

adecuado consumo de las reservas

metabólicas13.

Es fundamental a la hora de establecer

rutinas o pautas de actividad física, realizar un

acondicionamiento que permita no sólo una

adaptación y mejora de la capacidad aeróbica

sino que propicie el fortalecimiento de los grupos

musculares más importantes, y también

metabólicamente más activos, de manera que la

actividad pueda ser progresiva en intensidad y

duración sin poner en riesgo la salud inmediata

del niño, reduciendo el número de eventos

adversos y lesiones traumáticas secundarias al

ejercicio. Para ello es necesario el asesoramiento

de profesores de educación física, y/o

entrenadores o kinesiólogos en colegios y

consultorios que estén capacitados para

adaptar las exigencias en términos de actividad

física según las capacidades del niño en cada

etapa del desarrollo.

Es importante en los niños adecuar la

actividad física a los intereses propios de cada

menor, para obtener mayor adherencia a las

rutinas y en los pacientes más pequeños basta

con fomentar el juego, actividades que lo

mantengan en movimiento como correr bailar o

saltar, suelen ser suficientes para reducir el riesgo

metabólico.

Un elemento relacionado a la actividad física

es el tiempo de inactividad o sedentarismo,

reducir las horas pantalla en los niños de esta era

parece una tarea titánica, ya que cada vez la

tecnología ofrece más herramientas y

plataformas para mantener al niño ocupado y

entretenido sin necesidad de moverse. Para ello

es importante desarrollar competencias en los

padres que les permitan “negociar” los tiempos

con los hijos, fomentando actividades al aire libre

en conjunto que resulten más interesantes para

ellos que estar en frente a la pantalla.

Prevención:

Todos los esfuerzos de los gobiernos y las

organizaciones internacionales están dirigidos a

la detección temprana de grupos de mayor

riesgo de desarrollar malnutrición por exceso, o

en su defecto SM en la población obesa. En esta

revisión se ha discutido ampliamente la

importancia de la detección de factores de

riesgo, de desarrollar obesidad y SM.

La labor de tamizaje no es solo una

responsabilidad asistencial, sino que recae

también en los colegios y otras instituciones que

tienen el deber de mantener registros respecto a

la situación nutricional de sus niños.

La historia clínica, la presencia o ausencia de

factores de riesgo, indicadores de causa

endógena de obesidad, manifestaciones de

complicaciones de la obesidad, historia

nutricional y de hábitos, así como los parámetros

antropométricos, son herramientas básicas,

reproducibles que forman parte de todo control

de salud del paciente pediátrico y permite en la

mayoría de los casos, identificar a tiempo grupos

de mayor riesgo en los que se deba hacer

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estudios complementarios, derivaciones o

intervenciones precoces que generen un

impacto real en la cadena de eventos que

desencadena la obesidad en los niños.

Perspectivas futuras:

En la medida que los estudios, la evidencia

científica y los avances en el conocimiento de la

fisiopatología tras ésta patología entreguen

mayor información acerca de los mecanismos y

factores involucrados en la cascada metabólico-

endocrino-inflamatoria que desencadena la

obesidad. Se podrán establecer mayores y

mejores herramientas de detección precoz de

grupos de mayor riesgo e incluso desarrollar

dianas terapéuticas que permitan intervenir

desde la génesis del trastorno.

Los avances en el conocimiento del adipocito

como tejido cardinal en los mecanismos

reguladores del balance energético, permiten

abrir nuevas áreas de investigación y plantear

nuevas relaciones causa-efecto en la compleja

fisiopatología de la obesidad.

El descubrimiento y estudio de las

adipocitocinas, ha transformado la forma de

comprender la obesidad y el SM en la población

adulta e infantil. La lista de adipocitocinas

conocidas sigue creciendo y existen indicios de

que será aún mayor: adipocitocinas, resistina,

MCP-1, visfatina, etc. Su entendimiento permitirá

comprender el rol del adipocito como órgano

endocrino y de esta forma las adipocitocinas

podrían ser en un futuro próximo, marcadores

aún más precoces que los parámetros

bioquímicos clásicos del SM, pero aún falta por

determinar si estas alteraciones son

consecuencia de la propia obesidad o si existe

una predisposición genética que modifique su

expresión y favorezca el desarrollo del SM desde

la infancia16.

CONCLUSIONES:

La obesidad es sin duda alguna un problema

de salud pública que alcanzó ribetes globales, no

solo por el impacto en términos de las cifras de

incidencia que a lo largo del mundo son

tendientes al alza exponencial, sino que además

debido a la alta carga de morbilidad y riesgo

cardiovascular que acarrea no sólo para la vida

adulta, sino que con manifestaciones que son

detectables incluso en la edad pediátrica.

Conocer la importancia y la fisiopatología del

SM como la complicación principal de la

obesidad en términos de alteraciones

metabólicas y morbi-mortalidad futura, permite

redoblar esfuerzos para establecer criterios

estandarizados y universalmente aceptados para

su diagnóstico (como los propuestos por la IFD),

así como también detectar precozmente grupos

de mayor riesgo de desarrollarlo para así

establecer estudio o intervenciones precoces

que cambien el curso “natural” de la cascada de

eventos que conduce al SM.

El manejo de la obesidad debe comenzar por

la intervención en la génesis de su desarrollo, y es

por ello que los modelos de tratamiento tienen

que incluir a la mujer en edad fértil, pasando por

los cuidados del embarazo que permitan

disminuir la morbilidad obstétrica, especial

hincapié en la alimentación del primer año de

vida, para luego seguir pautas nutricionales y de

actividad física según las recomendaciones

actuales propias de cada etapa, prestando

especial cuidado a los periodos críticos del tejido

adiposo, con herramientas y metodologías que

involucren y generen impacto en todo el grupo

familiar/social del menor, para que se generen

cambios persistentes en términos de hábitos de

vida.

La evidencia actual del rol del adipocito

como tejido esencial en la regulación

metabólica ofrece importantes oportunidades

para comprender los mecanismos que

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establecen y perpetúan el SM, por lo que

prometen convertirse en un futuro próximo en

herramientas fundamentales para la detección

precoz y el tratamiento de los pacientes con

malnutrición por exceso.

REFERENCIAS:

1: Comisión para acabar con la obesidad infantil, “Datos y

cifras sobre obesidad infantil”, WHO 2015, disponible en:

http://www.who.int/end-childhood-obesity/facts/es/

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Syndrome: Prevention Efforts for High-Risk

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