Sin hombres en la tierra

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1 SIN HOMBRES EN LA TIERRA Por: Andrea Arce Debido a las guerras, el mundo era diferente. Algunos continentes se habían mezclado, otros aliado, y otros eran llanamente caos, porque sus países se habían dispersado. En fin, todo el planeta Tierra era un completo caos; el mundo no era lo mismo; humano tras humano era asesinado, destrozado, torturado y acabado. La raza humana, que había durado milenios, comenzó a desaparecer por culpa de sí misma; el hombre era ahora, como lo había sido siempre, su propio enemigo y destructor. Dado a las nuevas distribuciones de los países, se habían creado nuevas potencias; dentro de una de éstas, cuyo nombre es mejor que no mencione, científicos comenzaron a alterar los genes humanos, para así, de manera secreta, crear una nueva raza, aspirando incrementar el poder al aumentar la población en una manera exponencial dentro de un futuro no muy lejano. La nueva raza que poseía genes humanos fue llamada strill. En los finales de la 4ta y última guerra mundial se creó también al último strill, el cual no solo era un ser con emociones y pensamiento limitado como el resto de strilles. No, este ser era completo, lo más parecido a un humano, o incluso, superior. Poseía razón, pensamiento crítico, creatividad e inteligencia ilimitada. fue llamado: Siphung. Nunca lograron crear strilles de género femenino así que la población de strilles era conformada únicamente por seres de género masculino. Por lo tanto, los científicos nunca dieron a conocer sus creaciones pues querían que fuera algo certero antes de mostrar los strilles al mundo; y claro, sin mujeres, la raza no era nada certero. Siphung fue asignado a otro strill que se convirtió en su padre, convirtiéndose los dos, en la única familia de strilles, pues el resto existía de manera individual. Los strilles siguieron permaneciendo de manera secreta hasta después de la 4ta guerra mundial, en la cual la raza humana terminó de desaparecer, o eso creían ellos. Para este tiempo, ya habían sido creados 71 strilles. Pasaron 3 meses encerrados hasta que Siphung encontró la manera de salir, descifrando el código que mantenía cerrado al laboratorio. Encontraron el mundo destruido, sombrío, nada parecido a como ellos lo habían imaginado. Al poco tiempo, descubrieron a una criatura que definitivamente no era un strill. Era un humano. El último humano en la tierra.

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Mención de Honor I Concurso de Cuento Distópico EPL Ecuador: “Sin hombres en la Tierra”, por Andrea Arce (Colegio Logos).

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SIN HOMBRES EN LA TIERRA

Por: Andrea Arce

Debido a las guerras, el mundo era diferente. Algunos continentes se habían

mezclado, otros aliado, y otros eran llanamente caos, porque sus países se habían

dispersado. En fin, todo el planeta Tierra era un completo caos; el mundo no era lo

mismo; humano tras humano era asesinado, destrozado, torturado y acabado. La raza

humana, que había durado milenios, comenzó a desaparecer por culpa de sí misma; el

hombre era ahora, como lo había sido siempre, su propio enemigo y destructor.

Dado a las nuevas distribuciones de los países, se habían creado nuevas

potencias; dentro de una de éstas, cuyo nombre es mejor que no mencione, científicos

comenzaron a alterar los genes humanos, para así, de manera secreta, crear una nueva

raza, aspirando incrementar el poder al aumentar la población en una manera exponencial

dentro de un futuro no muy lejano.

La nueva raza que poseía genes humanos fue llamada strill. En los finales de la

4ta y última guerra mundial se creó también al último strill, el cual no solo era un ser con

emociones y pensamiento limitado como el resto de strilles. No, este ser era completo, lo

más parecido a un humano, o incluso, superior. Poseía razón, pensamiento crítico,

creatividad e inteligencia ilimitada. fue llamado: Siphung.

Nunca lograron crear strilles de género femenino así que la población de strilles

era conformada únicamente por seres de género masculino. Por lo tanto, los científicos

nunca dieron a conocer sus creaciones pues querían que fuera algo certero antes de

mostrar los strilles al mundo; y claro, sin mujeres, la raza no era nada certero.

Siphung fue asignado a otro strill que se convirtió en su padre, convirtiéndose los

dos, en la única familia de strilles, pues el resto existía de manera individual.

Los strilles siguieron permaneciendo de manera secreta hasta después de la 4ta

guerra mundial, en la cual la raza humana terminó de desaparecer, o eso creían ellos.

Para este tiempo, ya habían sido creados 71 strilles. Pasaron 3 meses encerrados

hasta que Siphung encontró la manera de salir, descifrando el código que mantenía

cerrado al laboratorio.

Encontraron el mundo destruido, sombrío, nada parecido a como ellos lo habían

imaginado.

Al poco tiempo, descubrieron a una criatura que definitivamente no era un strill.

Era un humano. El último humano en la tierra.

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El chico encontrado temblaba de miedo, jamás había visto a semejantes criaturas;

a pesar de que no se veían completamente diferentes a un humano, sabía que no eran de

su raza.

- ¿Cómo te llamas? – preguntó el papá de Siphung. El humano seguía temblando.

- A…- no lograba que las palabras salieran de su boca- Abán… -

- ¿Qué ha dicho? – preguntó el padre.

- Me parece haber escuchado Abaddan – sugirió Siphung.

Sin embargo, ese no era el nombre del chico, tan solo fueron los nervios los que le

jugaron un mal papel y lo hicieron tartamudear en su intento de decir: Abraham.

- Pues yo creo que te queda mejor Abaddan – dijo Siphung.

- No importa lo que creas, solo me quedaré con ese nombre porque sé que esto es

un nuevo comienzo, y para esto, necesito un nuevo nombre.

- Como quieras, Abaddan -

El padre de Siphung recogió a Abaddan como un hijo más puesto que se sentía en

deuda con la raza humana, la cual le había otorgado la vida.

Abaddan y Siphung no diferenciaban mucho de edades, eran los menores de toda

la nueva sociedad y crecieron con continuas peleas, las cuales Abaddan siempre ganaba

pues Siphung se rendía fácilmente, no porque no supiera que decir o hacer, no porque

fuera a perder, simplemente…se retiraba.

A medida que pasó el tiempo, todos los strilles admiraban a Abaddan. Lo

consideraban como “el de la raza pura”, el “genuino”. Se llegó a convertir en un ídolo y

todos querían parecerse a él, por lo que, a pesar de su corta edad, se convirtió en el rey

de la Tierra, o más bien, en el rey del único lugar donde habitaban seres, es decir, el

territorio donde anteriormente la potencia mundial más grande del mundo había estado

localizada.

Nadie decía nada, nadie pensaba nada diferente a lo que Abaddan creyera o

dijera. Todos siempre estaban de acuerdo con él, todos excepto Siphung. Abaddan

decretó la inexistencia de un sistema económico, se practicaba la repartición de bienes

“necesarios” a cada individuo. Sólo y únicamente él era quien decidía las cosas y las

nuevas leyes.

Incluso, el humano llegó a considerar que no era importante que los strilles

tuvieran nombres porque eran inferiores a él, es decir, el único que merecía tener nombre

era él, el último humano, por lo que los strilles, con el tiempo olvidaron como se llamaban;

teniendo así, que imprimirse números en el brazo derecho para poder nombrarse.

Sólo Siphung recordaba su nombre.

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El padre de Siphung era el cuidador oficial de Abaddan. Seguían sin existir familias

e incluso, la de Siphung había sido destruida después de la llegada de Abaddan. Siphung

y su padre ya no eran una familia, diferían mucho y se alejaron uno del otro. Siphung no

expresaba sus ideas ni sus pensamientos, consideraba inútil expresarlos dentro de

aquella sociedad, diciéndolos, no lograría nada.

De los 71 strilles, 40 eran encargados de la reconstrucción de los edificios, casas,

etc. Otros 29 estaban destinados al más grande acto de cada año, el “Preklito”, que

consistía en que 2 strilles que pelearan; como los strilles eran sumamente fuertes y

resistentes, estas batallas solían durar hasta tres días, sin pausas, por lo que los

espectadores, que eran absolutamente todos los strilles y Abaddan, no comían, ni bebían,

ni se perdían un segundo de la continua pelea. La batalla acababa cuando uno muriera o

cuando Abaddan se aburriera y ordenara que aquel que el escogiese se dejase matar por

su oponente.

Los strilles habían perdido muchas de sus emociones como la compasión, y

lograron desarrollar potencialmente el “amor” por la violencia. Eran seres aficionados a la

matanza. Y así como no recordaban sus nombres, tampoco recordaban el amor, la lealtad

o la fidelidad, eran seres completamente egoístas.

Siphung vivía apartado de esta sociedad, se aisló en el laboratorio donde su raza

había sido creada. Abaddan había prohibido el ingreso a dicho lugar y no era necesario

tener “guardias” o seres que vigilaran la entrada, pues simplemente nadie osaba a hacerlo

porque todos siempre estaban plenamente de acuerdo con Abaddan. Lamentablemente,

este se olvidó de Siphung, su “hermano”, quien no pensaba obedecerlo, pero por

supuesto, tampoco pensaba rebelarse, simplemente, su opción era callar.

Pasaron entonces 14 años. Siphung había logrado crear a una strill dentro del

laboratorio, de manera secreta. La historia parecía repetirse. En el mismo laboratorio, una

creación secreta seguramente luego se convertiría en creaciones.

Ésta no fue creada desde una edad 0, si no, desde la edad de Siphung, 25 años,

puesto que él la creó a partir de algunas de sus partes. Ella, como él, y a diferencia del

resto de strilles, pensaba, razonaba y sentía.

La nueva strill se mantenía oculta. Siphung sabía que si le permitía salir, la

matarían, acabarían con ella o sería usada por Abaddan pues este desde tiempo atrás

quería que la población aumente para tener más seres que controlar, y eso no era posible

sin una strill.

Tampoco, ningún otro strill ni el mismo Abaddan eran capaces de crear vida dentro

de sus limitadas capacidades.

Fuera de todo eso, lo más probable era que Abaddan quisiera que Siphung, así

como había creado una strill, creara una humana, pues Abaddan sabía que no viviría para

siempre, y necesitaba generar descendencia. Pero Siphung no estaba dispuesto a

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participar en aquello, lo que él más quería es que Abaddan desapareciera para que así

los humanos terminaran de extinguirse de una vez por todas.

- Y bien… ¿algún día pensarás ponerme un nombre?,- preguntó ella.

- Podrías ponértelo tú si quisieras- le respondió Siphung.

- Tú conoces el mundo, yo no, no conozco nombres.

- No conozco el mundo, a penas y es una parcela y tampoco existen nombres allá

afuera.

- ¿Cuándo voy a salir de aquí?-

- ¿No me has escuchado? ¿Para qué salir? El mundo no es cómo crees, nada

nunca es lo que parece ser.

- ¿Y por qué nunca has hecho nada para cambiarlo?

Siphung no respondió, nunca había hecho nada porque esa era la rutina, no es

que la amara, pero la seguía de una u otra forma. Se alejó de su creación, a pesar de que

más allá de eso, era su única compañía, su nueva familia.

En la mañana siguiente a aquella conversación, Siphung se levantó y ella no

estaba, la buscó en todo el laboratorio, que para ser sinceros, era inmenso. Ella no

estaba.

Salió hacia lo que él llamaba “el pequeño terreno” o “la parcela”, ya saben, el

territorio donde antes había estado la potencia más grande del mundo, que por supuesto,

ahora era “la tierra de Abaddan”.

Entonces supo lo que pasaba y lo que pasaría, ella había salido, definitivamente.

Siphung alcanzó a oír a dos strilles hablando sobre ella.

- Esta mañana, el grandioso Abaddan nos ha traído la esperanza,- dijo uno de los

Strilles, que tenía marcado el número 24 en su brazo.

Pronto notó que todos los strilles sabían de su existencia y entonces, abundaba la

esperanza de que la raza strill no desapareciera.

Siphung corrió hacia el edificio más grande de la “tierra de Abaddan”, el edificio

donde vivía este mismo. Se encontró a su padre. Últimamente todos los strilles se veían

igual físicamente (y espiritualmente también, si es que se hubiesen podido ver de esa

manera), por lo que logró reconocerlo únicamente por su número: 54.

- Déjame pasar, lo suplico,- rogó Siphung. Su padre nunca había tenido que

restringir el paso, no sabía cómo hacerlo, nunca nadie había intentado entrar sin permiso.

–Soy Siphung, papá.

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- Disculpa, ¿quién?, – preguntó. Siphung notó que su papá era incapaz de

recordarlo.

- Tu hijo.

- Mi hijo se encuentra en el piso más alto del edificio.

Siphung no lo podía creer, no supo que más responder, o quizás, simplemente ya

no quiso responder; sin embargo notó la utilidad de la información y se dirigió hacia el piso

más alto a buscar a su hermano.

- Abaddan necesito que me la regreses, – suplicó Siphung.

- ¡Ja! Ahora hasta soy adivino, me imaginaba que tú la habías creado, necesito

más de ella pero primero, necesito una humana. Te daré las características que quiero,

créalas y envíamelas como puedas.

- No son objetos, Abaddan, son seres vivos como tú y como yo. – Abaddan lo

fulminó con la mirada.

- ¿Disculpa? ¿Cómo tú y como yo? Tú y yo no somos iguales, – dijo Abaddan.

Siphung guardó silencio. -Vete y construye más de estas cosas, necesito muchas.

Siphung caminó pensativo hacia la puerta, se dirigía al laboratorio a obedecer a su

hermano, después de todo, obedecer era lo que mejor sabía hacer, era lo “típico”, lo

“normal” de su raza. Entonces vio nuevamente al número 54, pudo ver también, en sus

ojos la falta de felicidad.

- Padre, - susurró Siphung.

- Ah, otra vez eres tú, casi me has matado de un susto.- Siphung no notó un

cambio en el rostro de su padre cuando este se “asustó”…se detuvo a pensar…su padre

parecía ni siquiera haberse inmutado. Notó entonces que al menos en su padre, las

emociones se habían ido. Recordó al resto de strilles…también habían perdido sus

emociones, habían perdido su esencia. Todos eran iguales, no eran más que robots

programados para realizar funciones específicas y comandados por un mismo ser que

parecía el único ser con vida, pues los otros, los strilles, la habían perdido.

- Liberémonos, – le dijo Siphung.

- Somos libres, ¿de qué hablas?,- respondió su padre.

- Hablo de qué ni siquiera sabes lo que es libertad, nunca la has conocido, ni

siquiera yo. Siempre hemos vivido bajo los humanos y ahora nuestra poca libertad se ha

visto incluso más reducida y lo estamos permitiendo.

- Eso es…- el strill pensó- ser libre, ¿no? Estamos como estamos bajo nuestro

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- La libertad va más allá de eso.

- Has dicho que no sabías lo que era.

- No, no lo sé pero pienso descubrirlo. – Su padre lo miró como quien mira a un

misterio, pero no se molestó en descifrarlo.

Siphung sabía que no lograría nada hablando con su padre. Él no era capaz de

razonar ni de analizar la situación, incluso ahora, no era ni capaz de sentir. Pero claro,

¿qué podía hacer él? Lo único que se le ocurría por el momento era no crear más strilles.

Pasaron unos días y Siphung la extrañaba, extrañaba la compañía en el laboratorio, pero

creía que no sería capaz de recuperarla.

De repente irrumpieron 5 strilles en el laboratorio.

- Abaddan quiere saber los resultados, ¿cuántos strilles llevas?

- No pienso crear ninguno. Mientras más rápido desaparezca nuestra raza, mejor.

El sufrimiento acabará más rápido.

- ¿Cómo osas a quitarnos la esperanza?, se lo dirás tú mismo. – El strill que habló

era nuevamente el número 54, el strill al que más conocía, su padre. Siphung dejó que lo

tomara, lo esposara y se lo llevara al edificio de Abaddan.

Una vez dentro, Abaddan no llegaba. Siphung se encontraba en el piso 272, lo

habían dejado sólo; se suponía Abaddan bajaría a verlo.

- Siphung, soy yo, – dijo ella.- No hay tiempo, tienes que saber que…

- Vámonos de aquí ahora, no hay nada que saber, todos por idolatría han perdido

su esencia, no dejaré que perdamos la nuestra. – La tomó de la mano para comenzar a

correr, pero ella lo detuvo.

- Siphung, ¿cuál es tu esencia? Bien sabes que tu esencia no son los sentimientos

precisamente, no somos iguales al resto de strilles.

- No sé cuál es mi esencia pero no la pienso perder.

- Y, ¿qué es lo que sabes? No puedes perder algo que no conoces. Yo me quedo,

y quedándome, defenderé mi esencia. No huiré, voy a pelear hasta lo último, no permitiré

que el resto de strilles sufra…

- Ni siquiera saben que están sufriendo.

- ¿Y?...lo siento, yo me quedó.

Ella huyó. Siphung cometió el error de no seguirla. Quizás creerían que lo lógico

para Siphung hubiera sido huir sólo, lo hubiera podido hacer, pero él no le encontraba

sentido. Huiría, quizás lo más lejos posible pero…no tendría a qué aferrarse pues dejaría

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todo en aquella pequeña parcela. La dejaría a ella, así que se quedó. Creyó que nada

podría ser peor. Mientras esperaba a Abaddan, escuchó un alboroto. Venía del siguiente

piso, aquel que tenía el gran balcón desde el que Abaddan se dirigía a los strilles. Corrió

hacia allá pero… la voz no era de Abaddan. Siphung se ocultó detrás de un muro.

- ¡Strilles…es hora de despertarnos! Somos muchos contra uno. Somos 72 strilles

contra 1 mísero humano. Es hora de liberarnos.

Debajo se escuchaban murmullos, risas, y comentarios como: “¿de qué habla?”,

“dice que no somos libres, yo creo que sí”, “y…si no fuésemos libres, ¿qué?, no tiene

nada de malo”, “esta qué sabe si acaba de comenzar a existir”. Pues ella, sabía más de lo

que todos podrían saber en su largo tiempo de existencia.

- Unámonos, juntos podemos. Los humanos no han hecho nada más que

destruirse y ahora quieren destruirnos a nosotros. ¿Vamos a permitirlo? Ellos no han

hecho nada más que…- ella cayó al suelo. Detrás estaba Abaddan, tenía en sus manos

un arma, arma que acababa de usar. Las armas no habían sido vistas por nadie durante

años, no habían sido vistas desde la “casi extinción” de los humanos. Por lo tanto, los

strilles se impactaron. Por primera vez dentro de mucho tiempo, reflejaban una emoción;

sin embargo, como era usual, no sabían que decir ni cómo actuar, se encontraban

confundidos.

Abaddan soltó el arma cerca del cuerpo de la strill. Se acercó al balcón.

- Eso es lo que pasa cuando no obedecen, por si acaso les quede la duda.- Miró

de manera cínica y rio, pero no notó quién estaba a sus espaldas.

- Y esto es lo que pasa cuando atacas algo que me importa, lo soporté con mi

padre, pero no más. Durante años te dejé ganar y me callé lo que tenía por decir; hoy, es

tu raza o la mía, y decido que es el fin de la tuya.- Siphung disparó el arma que acababa

de tomar del lado de la única strill. Abaddan cayó sin tener ni opción a refutar. Por primera

vez, Siphung tenía la última palabra, pero ya era muy tarde.

Luego de esto, la raza humana se había extinguido. Siphung se acercó a su

creación.

- Mírate,- se aguantó las lágrimas. -¿Para qué tenías que hablarles?, no son ni

capaces de razonar.

- Siphung, sí lo son, traté de decírtelo y no me dejaste. He logrado despertar su

lado dormido, ahora necesitan que los arregles. Los humanos los programaron para

pensar y razonar igual que a ti…pero dejaron ese lado apagado para que jamás

pudiéramos superarlos. Tú fuiste un error, tus capacidades se deben a un descuido de los

humanos, un error, – respiró mientras su torso sangraba.

- No te puedes ir.

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- He cumplido con mi esencia, no la perdí, y hoy muero con ella, con mi esencia,

soy libre. – Busca tu esencia,– volvió a respirar, comenzaba a ahogarse. -Siphung, ya

conozco el mundo… ¿puedo escoger mi nombre?

- Por supuesto.

- Escojo Libertad; ahora ve y dales lo que necesitan. Complétalos y conviértelos

como tú; en el error más perfecto.Los humanos ya no los atan, libérense.