Simone Weil, Una Respuesta a Unabomber Lee Hoinacki _ Conspiratio

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  • Simone Weil, una respuesta aUnabomber Lee Hoinacki

    Por Lee Hoinacki

    Traduccin de Werner Colombani

    En 1978, Theodore Kaczynski, brillante matemtico que haba

    abandonado su cargo de profesor en Barkeley, vive en una cabana en

    los bosques de Montana. Desde allenva en paquetes 16 bombas. El

    remitente slo contiene una palabra, Unabomber, abreviatura de

    University and Airlaine Bomb(er). En 1995, enva una carta al New

    York Times, prometiendo dejar el terrorismo si sus pginas publican

    su Manifiesto. Lo hace. Capturado, Lee Hoinacki, ex-dominico y

    ltimo secretario de Ivn Illich, le escribe. Esta es su primera carta.

    En ella le habla de los postulados de Simone Weil y de Wendell Berry

    sobre el trabajo como una salida a lo que el Manifiesto denuncia.

    Querido Theodore Kaczynski:

    En abril escuch que fue arrestado por el FBI. Estaba visitando a un amigo Jerry

    Brown en Oakland, California. Tena un programa de radio de una hora y me

    pregunt si poda discutir en l el Manifiesto Unabomber. Dije que lo hara con

    una condicin: que hablramos sobre el documento en s y no sobre la

    especulacin ociosa del posible autor. Sospecho que fue el 4 de abril de 1996 la

    nica ocasin en que los medios norteamericanos intentaron, ms que

    complacerse en ridas reprobaciones sobre el supuesto autor, dirigir la discusin

    al pensamiento del texto.

    Si lo dije es porque hasta ese momento slo haba escuchado reprobaciones.

    Recuerdo, como ejemplo, que en el Colegio Estatal de Pennsylvania se llev a

    cabo una discusin el viernes siguiente a la publicacin del Manifiesto en el

    Washington Post. Esta reunin se anunci en los pizarrones de la Universidad de

    Penn State, donde me encontraba. Yo haba ledo la versin impresa el da de su

    publicacin y esper con impaciencia la oportunidad para hablar sobre ella. Sin

    embargo, cuando la discusin se dio, descubr que yo era el nico que haba ledo

    el texto entero. El que haba convocado a la reunin slo haba ledo un artculo

    chatarra en The Nation, donde los argumentos ms decisivos del autor

    Kirkpatrick Sale eran infantiles ataques ad hominem. Hoy, en el New Yorker le

    otro artculo de Jonathan Raban que es del mismo nivel.

    No he salido para hacer una bsqueda sistemtica sobre lo que se ha escrito en

    relacin con el asunto. Tal vez existan serias reflexiones sobre la esencia del

    documento. Pero pienso que es evidente que Sale y Raban estn infectados por

    esa peculiar enfermedad del izquierdismo de la que usted habla en la declaracin

    No. 151 cuando seala que la sociedad industrial tecnolgica ha modificado a la

    gente apartndola de s para satisfacer las necesidades del sistema. De ah que el

    modo en que esos autores respondieron no me sorprendi. Eran incapaces de leer

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  • el texto y abordar los argumentos del mismo. No tenan la libertad de espritu

    para hacerlo.

    Algunas personas en los crculos donde me muevo, buscan ingenuamente

    publicaciones como The Nation y el New Yorker para tener un poco de luz en

    relacin con temas que amenazan la vida civil de Norteamrica y del mundo.

    Pero lo que yo veo en los dos artculos referidos es que los editores seleccionaron a

    sus autores para que, en vez de hablar claro contra aquellos aspectos de la

    sociedad contempornea que, como el Manifiesto claramente advierte, estn

    destruyendo la posibilidad de la dignidad humana, levantaran sus voces para

    celebrar, indirectamente, su propia destruccin como seres pensantes.

    El Manifiesto, en su apartado 174, al hablar sobre el Futuro, dice que si una

    lite puede conservar el control de las mquinas (tecnolgicas), la gran masa de

    gente ser reducida al estado de animales domsticos. ste es el peligro, ya

    avanzado, que los as llamados intelectuales deberan enfrentar. Pero un gran

    silencio cubre la tierra. Ser que, como lo apunta el Manifiesto en varias partes,

    hay tanta gente ocupada en perseguir sus actividades sustitutivas y aficiones que

    son incapaces de ver el peligro?

    Afortunadamente, no todas las personas estn amordazadas por el izquierdismo y

    las golosinas dadas a cambio de la obediencia al sistema prevaleciente. Pienso,

    por ejemplo, que Wendell Berry postula un claro y fuerte argumento que debe

    formar parte de cualquier sociedad tecnolgico-industrial. En su libro La herida

    oculta pone el dedo en la llaga al decir claramente y sin rodeos que hay varias

    verdades cruciales, usualmente ignoradas, sobre lo que por mucho tiempo hemos

    pensado como trabajo negro. Ese trabajo es necesario, ninguna sociedad puede

    existir sin l; a veces se ha hecho de manera hermosa, como en Japn y en la

    Toscana, y ocasionalmente tambin en Estados Unidos; un hombre que es

    incapaz de hacerlo es menos que un hombre, sin probabilidades de sobrevivir a

    las dificultades que en la historia de la raza humana son absolutamente

    normales; antes de tropezarse con la mentalidad racista los hombres que

    desempeaban tal trabajo y lo hacan bien consideraban que los dignificaba.

    Berry seala que parte de la atraccin de la tecnologa es la (falsa) promesa de

    que la gente puede liberarse de ese trabajo. Tal engao, supongo, data, para

    hablar de la historia de Occidente, de los griegos. A este respecto, como en otros,

    los orgenes de los mitos sociales contemporneos deben buscarse ah. Los griegos

    claramente distinguan entre el trabajo manual, por una parte, y el poltico,

    militar e intelectual por la otra. Para ellos, toda la dignidad y el honor se

    encontraba slo en uno de esos lados. Esta nocin perversa y destructiva floreci

    sin oposicin alguna hasta nuestros das. La mayor excepcin cultural la

    introdujo la Regla de San Benito en el siglo VI, que con su ora et labora acusaba

    de blando el ideal establecido. Se puede trazar una lnea completa y directa que va

    del intelectualismo griego al fantstico y abstracto comportamiento de los nerds

    que celebran la negacin de la vida rica y sensual mediante el escape adictivo a la

    ciberntica. Es curioso que los diseadores de hardware y software reconozcan

    que esos usuarios se estn volviendo cada ao ms y ms estpidos.

    Me impresiona el hecho de que el Manifiesto, a fin de responder a las

    depredaciones del proyecto tecnolgico, no haga ningn llamado simplista a lo

    que pasa en la poltica actual. Al respecto Berry escribe con especial claridad:

    Creo que la experiencia de todos los hombres honestos se levanta contra la

    fantasa poltica de que los grandes y profundos problemas humanos los puede

    resolver satisfactoriamente una legislacin. Por el contrario, es muy probable que

    las mejores leyes y las menos opresivas sean el resultado de soluciones honestas

    que los hombres han aplicado ya en sus propias vidas. La extendida suposicin de

    que los hombres pueden liberarse, dignificarse o mejorarse jugando con algn

    aspecto o manifestacin de sus vidas poltica, economa o tecnologa no

    promete una solucin, sino nicamente un ilimitado crecimiento del aparato

    pblico.

    La aparente fascinacin sin sentido de los pueblos modernos por la tecnologa se

    Ver ms v ideos

    Pap se peg un tiro a las 6:52 de la maana

    Educando a los nios en su sexualidad,

    Entender la crisis

  • deriva de una enfermedad del alma, de un deseo profundamente extrao por

    evitar el trabajo necesario que una vida humana requiere. Hasta que esta herida

    sea sanada, cualquier jugueteo con los gadgets es nicamente un desvo, un

    distractor.

    Como Thoreau bien saba, y tan esmeradamente trat de demostrarnos, lo que

    un hombre necesita ms no es un conocimiento de cmo obtener ms, sino el

    conocimiento de lo mximo que puede hacer sin ese conocimiento, y como

    arreglrselas sin l. La esencial discriminacin cultural no se encuentra entre

    tener y no tener o entre ricos y pobres, sino entre lo superfluo y lo indispensable.

    La sabidura, a mi entender, est siempre equilibrada por el conocimiento de los

    mnimos. El hombre que puede mantener el fuego en una estufa o en la tierra no

    slo es ms duradero, sino ms sabio; est ms cerca del significado del fuego,

    que el hombre que slo puede hacer funcionar un termostato.

    Por ello, en la presente carta no slo vuelvo al postulado del Manifiesto en el que

    se afirma que son las necesidades del sistema las primordiales y no las del ser

    humano, sino a partir de l a la pregunta: es posible especificar las necesidades

    humanas?

    Me parece que en ese asunto Simone Weil dej, como lo ha hecho Wendell Berry,

    una hermosa respuesta, un regalo, en un manuscrito que redact en 1943, pocos

    meses antes de su muerte, y que titul El enraizamiento. En l no hablaba como

    terica, sino como una mujer que vivi como pocos el sentido espiritual del

    trabajo. Tener races escribi no slo es quizs la ms importante y menos

    reconocida de las necesidades del alma humana, es tambin una de las mas

    difciles de definir. un ser humano tiene races en virtud de su real, activa y

    natural participacin en la vida de una comunidad que preserva vivos ciertos

    tesoros particulares del pasado y ciertas expectativas particulares del futuro. Esta

    participacin es algo natural, en el sentido en que la produce automticamente el

    lugar, las condiciones de nacimiento, la profesin y los medios sociales. Cada

    humano necesita tener mltiples races. Para l es necesario dirigir casi toda su

    vida moral, intelectual y espiritual a travs del medio del que forma parte

    natural. El argumento de ese manuscrito es rico y complejo. Se lo cito in

    extenso: Estamos muy orgullosos de [nuestra moderna civilizacin], pero

    tambin sabemos que est enferma. Y todo el mundo est de acuerdo sobre el

    diagnstico de su enfermedad. Est enferma porque no sabe exactamente qu

    lugar debe darle al trabajo fsico y a quienes estn comprometidos en l [...] Lo

    mejor que podemos hacer [contra ella] es reflexionar sobre [el trabajo situndolo]

    en su propia y adecuada atmsfera, la de las concepciones antiguas.

    La razn es profunda. Los mitos antiguos que forma parte de la tradicin

    occidental, guardan en su profundidad una respuesta espiritual que Weil se

    encarg bien de interpretar. [Cuando] el hombre se coloc a s mismo fuera de

    la corriente de la obediencia contina interpretando el Gnesis, base

    fundamental de la comprensin espiritual de Occidente Dios eligi como

    castigos el trabajo y la muerte. Consecuentemente, si el hombre se somete al

    trabajo y a la muerte de manera voluntaria realiza una transferencia de regreso a

    la corriente del supremo Bien, que es obediencia a Dios. Esto se vuelve muy claro

    si consideramos, como en la Antigedad, que la pasividad de la materia inerte es

    la perfeccin de la obediencia a Dios.

    Someterse a la muerte slo puede ser real cuando se est frente ella. Pero en el

    trabajo nos sometemos diariamente a ella. Trabajar es colocar el propio ser,

    cuerpo y alma, en el circuito de la materia inerte, convertirlo en un intermediario

    entre un estado y otro, hacerlo un instrumento. En la medida en que el hombre

    se da al mundo en forma de trabajo, en esa medida el mundo se da al hombre en

    la forma de alimento y calor. Trabajar, para Weil, no slo es un acto de

    obediencia a la muerte, de la que nadie puede escapar, es tambin y

    paradjicamente, como todo lo que muere, un acto de conservacin de la vida, el

    acto ms perfecto de obediencia que se le da al hombre. Por ello, todas las

    actividades humanas [...] planeacin tcnica, arte, ciencia, filosofa, etc. son

    inferiores al trabajo fsico en cuanto a significado espiritual.

  • Publicaciones en sitios de Jus Recomendaciones

    Revista Digital Justa: wwww.justa.com.mx

    Editorial Jus: www.jus.com.mx

    Donceles 66 : www.donceles66.com.mx

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    Simone Weil, querido Kaczynski, escribi estas buenas y hermosas palabras sobre

    el sentido espiritual del trabajo que la sociedad tecnolgica ha borrado en Londres

    y con sus ojos viendo a Francia. Wendell Berry escribi las suyas en Estados

    Unidos, con sus ojos puestos en Kentucky donde trabaja en su granja. Sus

    respuestas a la sociedad tecnolgica son complementarias porque ambos, al

    someterse a la misteriosa obediencia al trabajo fsico con la que est gravado el

    hombre, escaparon a la ilusin tecnolgica. Me parece que esos seres que hablan

    con sabidura muestran, en sus respectivas respuestas, una alternativa a lo que el

    Manifiesto revela del horror tecnolgico.

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