Simón Rodríguez

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Don Simón Rodríguez “Maestro de Maestros” Resumen Documental Realizado por: Lic. Enrique Alexander Hernández Peñaloza Mérida, 2007

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Don Simón Rodríguez “Maestro de Maestros”

Resumen Documental

Realizado por:

Lic. Enrique Alexander Hernández Peñaloza

Mérida, 2007

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NACIMIENTO

Simón Narciso de Jesús Rodríguez nació en Caracas entre la noche del día 28 y la madrugada del 29 de

octubre de 1771. En el acta de bautismo que tuvo lugar el día 14 de noviembre fue bautizado como niño expósito, es

decir que fue abandonado por sus padres, con el nombre de Simón Narciso Jesús Rodríguez, sin embargo no está

totalmente demostrado que dicha acta de bautismo se refiera a Simón Rodríguez, y no a algún homónimo suyo.

FAMILIA

De padres desconocidos, se dice que fue hijo adoptivo de Cayetano Carreño y de Rosalía Rodríguez. Criado

en casa del sacerdote Alejandro Carreño toma de él su apellido y es conocido como Simón Carreño Rodríguez.

Documentos de la época y otros testimonios hacen pensar que el sacerdote Carreño era en efecto padre de Simón

Rodríguez y de su hermano José Cayetano Carreño, cuatro años menor que él y quien se desarrollara como notable

músico. Su madre Rosalía Rodríguez era hija de un propietario de haciendas y ganado, descendiente de canarios.

Cayetano era conservador y concupiscente, con ideas contrarias al espíritu liberal y reformista que

evidenciaba Simón desde muy joven. Un día discutieron tan violentamente, que simón para no parecerse en nada a

su hermano, decidió adoptar el apellido Rodríguez, quedándose sólo con el de su madre (originalmente se hubiera

llamado Simón Carreño Rodríguez), por eso es que, el mismo Simón se presenta como expósito en el acta

matrimonial.

INFANCIA

De su infancia, se conoce muy poco. Simón Rodríguez es un niño expósito y su único familiar conocido es su

hermano Cayetano.

EDUCACIÓN

El germen inicial de conocimientos para Simón Narciso debió de provenir de la escuela pública. Todo cuanto

diga más tarde sobre las formas educativas vigentes, se fundará en la experiencia personal. Tres escuelas tenía

entonces la ciudad: la adscrita a la Universidad, regida por un religioso capuchino; la del convento de San Francisco,

a cargo de Fray Jesús Zidardia; y la pública, fundada en la segunda mitad del dieciséis. No interesa que Simón y su

hermano hubiesen concurrido a uno u otro de esos establecimientos: en los tres se enseñaba lo mismo y regían

idénticos métodos.

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En la escuela, el niño Simón Narciso no debió de aprender sino aquello poquísimo que él mismo, ya de

maestro, denunciará en un trabajo enviado al Ayuntamiento. Lo sólido y constructivo, en punto a carácter, hubo de

recibir, en labra sistemática y lenta, del sacerdote su tío, persona docta y austera que vivía con él. En sustancia, se

sembraron en el infante gérmenes destinados a hacer de la existencia un ascenso, una fragua, en medio de rezos y de

adoctrinamientos de fe cristiana.

Los sacerdotes, al margen de su comportamiento moral, en cuanto clase, eran necesariamente instruidos y

hasta sapientes, por obligatoriedad de su condición; mantenían, por consecuencia, fuerte sentido de autoridad en el

medio social; el pueblo acataba ese saber, otorgándole reverencia; los clérigos llevaban el título de doctores. El niño,

así, fue amoldando su carácter en la severidad y la disciplina, sometido a horas exactas y ejercicios rutinarios

inevitables. Esa incipiente vida empezó a sentirse “con destino”. Los dos expósitos, en casa del sacerdote, tomarían

derrotero de precisión, cada cual según su personal tendencia. Cayetano será el católico ejemplar hasta su muerte en

1836. Simón tomará otras calles, por el mundo.

Todos los valores de entonces, universitarios o no, hicieron su ruta erudita por personal esfuerzo,

autoeducándose, leyendo. Rodríguez debió de andar entre libros desde temprano, como su amigo Andrés Bello y su

discípulo Simón Bolívar algunos años más tarde. Lo que no daba el medio ni otorgaban los regímenes, había que

suplirlo, acumulando saberes y rompiendo vallas. ¡Todo cerebro poderoso halla maneras de nutrirse!

Puede suponerse, por deducción, que Rodríguez, tal vez entrado apenas en la pubertad, haya sido admitido

como ayudante del educador Guillermo Pelgrón, maestro principal de primeras letras, latinidad y elocuencia. Su

natural tendencia era enseñar; su pobreza exigíale trabajar, las lecturas le habían enrumbado. Algo más tarde el

propio Pelgrón le avalará ante el Cabildo para que se le dé la dirección de la Escuela Municipal. Una ayudantía era

un aprendizaje, una marcha necesaria de primeros pasos, en una ciudad donde nadie preparaba educadores.

Rodríguez va formándose aceradamente en una ciudad de estamentos y clases, de algunos escándalos, de muy

contrastadas divisiones políticas, invadida subterráneamente por los principios de la Enciclopedia y de una

educación dañosamente estancada.

MAESTRO

Y se produce la fe de bautismo profesional de Simón Rodríguez: el Cabildo de Caracas le otorga el título de

maestro el 23 de mayo de 1791, “a consecuencia de lo representado por don Guillermo Pelgrón, maestro principal de

primeras letras, latinidad y elocuencia de esta capital, proponiendo para servir la escuela de niños de primeras letras

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a dicho don Simón Rodríguez, de este vecindario, y a consecuencia de lo que han expuesto los alcaldes ordinarios

acerca de su conducta y habilidad; gozará del sueldo de cien pesos”. A esta remuneración se sumarán las cantidades

que le abonen los padres de los estudiantes en cuotas de 20, 16, 12, 10, 8, 6 y 4 reales; los pobres, no pagan nada. Abre

la escuela. El maestro de veinte años se entiende desde el principio con numerosos estudiantes, que llegarán a la cifra

de ciento catorce. ¿Qué otra presión podía incidir ahí sino la del entusiasmo, la vitalidad creadora y el sentido de

lucha, además de una inmensa paciencia?

Quizás Rodríguez sintió en lo íntimo de su conciencia lo escrito por Voltaire, uno de sus autores preferidos

“Los grandes placeres son muy serios”, cuando en el año 1792 fue llamado por el Alférez Real de Caracas, Feliciano

Palacios Sojo, para que se ocupara de la educación del niño Simón Bolívar y, al mismo tiempo, sirviera de amanuense

¡Gran placer, educar a alguien en totalidad! Fue aquella vez una presencia del destino. Sólo Rodríguez infundió sus

saberes, sus normas, su yo, en el espíritu del niño, actuando con intensidad creadora y fecunda y cumpliendo un

plan certeramente elaborado. El discípulo confesará más tarde: “Usted, mi maestro, no habrá dejado de decirse: yo

sembré esa planta, yo la regué, yo la enderecé tierna”.

Rodríguez sembrador, enderezador, penetró en el cariño y la confianza del niño “aparentando grande

interés por sus entretenimientos infantiles”. Bolívar mostró “poca aplicación y poco adelanto en sus estudios”.

Rodríguez y Bolívar estuvieron constantemente juntos en tres lapsos, que se señalan así: cinco años en Caracas, de

1792 a 1797; tres años en Francia e Italia, durante 1804, 1805 y 1806; y uno en el Perú y Bolivia, en 1825. El primero fue

el sorprendentemente grabador y creador, por sustancial.

Rodríguez enrumbó a su juvenil discípulo, tanto en la casa de los Bolívar, como en la escuela pública y en su

propio hogar donde abrió una suerte de internado para pocos niños. Importaba tenerle muy cerca al discípulo de

excepcional calidad.

Rodríguez era un maestro que enseñaba divirtiendo, según expresión bolivariana. Su manera de enseñar,

distinta a todo lo tradicional, era en el campo, frente a la naturaleza, lo cual servía para el espíritu, para la fortaleza

del cuerpo y para el conocimiento de las cosas que nos rodean. Si está en el aula, entre sus 114 alumnos (setenta y

cuatro que pagan y cuarenta gratis, entre ellos nueve expósitos), les da instrucción adecuada a sus edades y les

inculca las buenas costumbres y el amor por la libertad.

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MASÓN

¿Dónde se inició Simón Rodríguez en la masonería? Varios autores afirman, que después que salió de

Venezuela en 1797, al quedar comprometido, en el movimiento revolucionario de Gual y España, primero fue a

Jamaica a estudiar inglés, viajando más tarde a los Estados Unidos.

En diferentes libros y revistas norteamericanas, francesas y británicas, hay referencias muy vagas sobre la

iniciación de Simón Rodríguez. Lo que está confirmado, en París, cuando se encontró con su discípulo el joven Simón

Bolívar, ostentaba el Grado de Maestro Masón. Todo parece indicar que fue en Francia donde recibió el sublime

Grado de Maestro Masón. Humboldt y Bonpland, ambos masones, cuando hablan de Simón Rodríguez, le confieren

el título de "Maestro". Finalmente en los archivos de la Gran Logia de Bolivia, hay abundantes referencias sobre la

actividad masónica en Chuquisaca y Cochabamba, del Q. H. Maestro Masón, Simón Rodríguez.

Todo esto lleva a la conclusión que Simón Rodríguez, tenía el Grado 3° del simbolismo masónico. Por lo

demás su vida y obra, siempre dentro del compás y la escuadra, es el mejor testimonio de su militancia en la

francmasonería.

MATRIMONIO

A escasa distancia de un año de haber conocido a su discípulo Bolívar, se casa Rodríguez con María de los

Santos Ronco en el año de 1793. La esposa, de origen modesto como él y asimismo pobre, no le dará hijos en los

cuatro años de su relación. El matrimonio, en cuanto contrato social, le significará al educador una mayor solidez en

su labor: habrá más confianza en él, que apenas si ha sobrepasado los veintiún años. El juvenil maestro defiende su

mañana en su hoy.

Hay que establecer el principio de que para Rodríguez no tuvieron especial significación ni el amor, ni la

mujer en general (exceptuando el propósito de educar también a las niñas). Ni en sus cartas, ni en sus obras todas

hay referencia a lo uno o a lo otro. Con o sin matrimonio -se casará dos veces y es posible que haya tenido alguna

amante (en más de una ocasión le acusaron de “vivir mal”, expresión que en lenguaje popular significa presencia de

una concubina), su encuentro diario, tenaz y ascendentemente luminoso, era con las ideas. No fue ni varón

enamorado, ni un divagador, ni un imaginativo, sino sólo un poderoso razonador.

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VIDA Y OBRA

Simón Rodríguez, además de su conocimiento y talento como educador, sintió también la inquietud de la

Libertad; participó en el movimiento revolucionario de Gual y España en contra de la corona española en 1797, y

complicado en esta tentativa de independencia abandonó el país al fracasar el movimiento y se traslada a Jamaica,

suplantando su nombre por el de Samuel Robinson, para evitar cualquier vengativa por parte de las autoridades del

rey.

Al llegar a Jamaica en 1798, se inscribió en una escuela pública para aprender ingles, donde hizo buenas

relaciones con los niños, que eran sus compañeros de clase, debido a su bondadoso corazón. Luego marchó a los

Estados Unidos, estableciéndose en Baltimore, donde se desempeñó por algún tiempo como cajista de una imprenta.

Simón Rodríguez tenía un espíritu de aventurero y esto lo llevo a seguir recorriendo varios países. Simón Rodríguez

solía decir: "No quiero parecerme a los árboles, que echan raíces en un solo lugar; sino al viento, al agua, al sol, a

todas esas cosas que marchan sin cesar".

Viajó por espacio de diez y seis años, conoció Italia, Suiza, Alemania, Bélgica, Rusia, Inglaterra y otros. Su

estadía en el viejo continente le permite dominar el francés, el italiano, el alemán y el portugués, profundizar sus

estudios filosóficos y entrar en contacto con las teorías revolucionarias que pronto implantarían un nuevo orden

político y social de alcance mundial. Todos estos conocimientos, más tarde los vertería en su más destacado alumno:

el Libertador Simón Bolívar.

En Francia se encontró con su antiguo discípulo, el joven Simón Bolívar. Juntos recorrieron varios países.

Presenciaron emocionados la coronación de Napoleón Bonaparte y fueron a Roma. Cuando llegaron al Monte

Sagrado, emocionado por los relatos épicos de su maestro y amigo, Bolívar pronunció su famoso juramento, tan

comentado por los historiadores. Al cabo de veinte años de ausencia en diferentes países europeos, Simón Rodríguez

volvió a Sur América.

Cuando estaba en Colombia, recibió una conceptuosa carta del Libertador, la cual empezaba así: "¡Oh mi

maestro!, ¡Oh mi amigo! ¡Oh mi Robinson!... Usted formó mi corazón para la libertad". Esas frases no pueden ser

más elocuentes ni expresivas. El Libertador testimoniaba así su reconocimiento por la gran labor espiritual de Simón

Rodríguez, quien sembró en la mente del Emancipador, las semillas de la magna obra de la Independencia.

En 1823, vuelve Simón Rodríguez a Venezuela, cuando su antiguo discípulo Simón Bolívar se encontraba

preparando la emancipación del Perú. Al enterarse Bolívar de la llegada de su maestro lo llama a su lado y lo

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nombra Director e Inspector de Instrucciones Públicas y Beneficencia, y regenta la Escuela Municipal de Caracas. Y

en calidad de tal acompaña al Libertador a Chuquisaca, donde funda una escuela, acorde con sus ideas de

enseñanza. Se esmera en hacer de sus alumnos albañiles, herreros, carpinteros y otros oficios manuales. Pero

lamentablemente fracasa, porque los mismos padres de familia miraban con desagrado que sus hijos aprendieran

tales oficios, teniendo que cerrar la escuela.

Bolívar ratificó en 1823 la manera de enseñanza de Rodríguez sobre las buenas costumbres y el amor a la

libertad: “Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”. Bolívar, llevó a

su viejo maestro al Perú. Juntos entraron a Lima, siguiendo viaje, después de todas las gestas heroicas, rumbo al Alto

Perú.

En la nueva nación soberana creada por el Libertador: Bolivia, Simón Rodríguez, por mandato expreso del

héroe de Boyacá, Carabobo y Junín, se dedicó de lleno a la creación de las estructuras de la educación, con el cargo de

Director General de Instrucción Pública y Beneficencia. Pero, encontró muchos tropiezos. Le salieron al encuentro

seudo educadores de mentalidad colonial, que seguían pensando como en la época de Carlos V. Desengañado y

triste, salió de Bolivia, buscando refugio en una tranquila aldea en la costa del Perú, después de un corto peregrinaje

por Chile. En 1829, retirado de la docencia, establece en Azángaro, sobre las riberas del Lago de Titicaca, una fábrica

de Velas, que irónicamente él llamaba "De luces americanas". Pero reclamado por la población cedió a encargarse de

nuevo de la Educación.

Después de la muerte del Libertador, en 1830, se traslada a Lima y luego a Huacho. En 1833, fue nombrado

Director de estudios del Departamento de Concepción, este mismo año, en Chile se entrevista con su compatriota

Andrés Bello y funda una escuela de Barrio. Después de algunos años de permanencia en aquella República, pasó a

la del Ecuador donde fue nombrado catedrático de Botánica y Agricultura del Colegio de Latacunga. No sin motivos,

Bolívar usaba el calificativo de “el Sócrates de Colombia” para referirse a su maestro.

Algunas Obras

Escribió obras de valioso interés, entre las que se pueden citar:

Educación Popular

El suelo y sus habitantes

Tratado sobre las luces y las virtudes sociales

Defensa de Bolívar

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El Libertador del Mediodía de América

Sus compañeros de armas

Sociedades Americanas

ALGUNAS IDEAS REVOLUCIONARIAS

Ideas Educativas

En el plano educativo, es partidario de combinar la educación con el trabajo, promoviendo la creación de

escuelas técnicas y agrícolas, que posibiliten formar recursos humanos que sean capaces de “colonizar el continente

con sus propios habitantes” para evitar así la emigración indiscriminada del exterior, especialmente de Europa.

Rodríguez manifiesta, para ilustrar lo anterior, indicando de “que todo lo que brilla no es oro”, Enfatiza en lo

siguiente: “El horroroso cuadro de su miseria y de sus vicios donde se observa el vasallaje de esclavos en Rusia,

Polonia y Turquía... Todos anhelan por emigraciones ¡los Europeos, por vaciar su suelo de gente inútil, los

Americanos, por llenarlo con ella!”.

Desarrolla, Rodríguez, el proyecto de Educación Popular en Bogotá y Chuquisaca (Bolivia). En las dos

ciudades, fracasa rotundamente por la animadversión surgida entre las familias pudientes, de altos ingresos

económicos, que no concebían que sus hijos pudieran concurrir a un centro educativo igualitario, donde acudían los

pardos y los indios y donde se adquirían conocimientos de carácter práctico y manual.

Rodríguez, igualmente, cuestionó a la educación especulativa, que no se afinca en lo concreto y a la de

caridad, por cuanto no conducen al logro de los objetivos que se identifican con las carencias de los infantes y de los

adolescentes. Tampoco, compartió la metodología lancasteriana, tan en boga en la época: “La enseñanza mutua es

un disparate. Lancaster la inventó para hacer aprender la Biblia de memoria. Los discípulos van a la escuela a

aprender, no a enseñar, ni ayudar a enseñar”. De igual modo, denunció a los “mercaderes de la educación” de su

tiempo que hacían negocio con la actividad educativa. Estos mercaderes, que desde el origen de nuestras repúblicas

hasta el tiempo presente, se lucran con este quehacer, tal cual decía Rodríguez, “como si se tratara de géneros (telas)”

Asedio a las repúblicas

Al desaparecer, físicamente Bolívar, en gran parte de los países latinoamericanos sobrevienen luchas

intestinas, con el asalto a los gobiernos incipientemente republicanos y que son protagonizados por caudillos y

aventureros, prolongándose en el futuro a través de dictadores de procedencia y naturaleza distintas. Fue, como

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clamar en el desierto, cuando Rodríguez, señalaba que había que adquirir conciencia republicana a fin de formar

ciudadanos auténticos y cabales. Tal misión debían cumplirlas, entre otros los especialistas en derecho, pero a éstos

les interesaba más dedicarse a acciones subalternas, propias de “tinterillos”, a quienes llegó a calificar de

“mercaderes de sellos”.

Ideas económicas

En el plano económico, para la época, fustiga a los gobernantes, así como se indica: “Si los americanos

quieren que la revolución política que el curso de las cosas ha hecho y que las circunstancias han protegido les traiga

verdaderos bienes, hagan una revolución económica y empiécenla por los campos”. En este aspecto, Rodríguez no

tuvo éxito. Hasta el día de hoy observamos en América, extensos espacios terrígenos en poder de grupos oligárquicos

y elitescos: consorcios transnacionales, latifundistas de nuevo cuño, ex militares, etc. Prácticamente, ninguna

Reforma Agraria se ha ejecutado plenamente. Citemos el caso de Chile: Ni Frei, ni Allende lograron el objetivo de

equidad y justicia social entre lo sectores campesinos, porque Pinochet les devolvió a las grandes potentados que lo

acompañaron en el cruento golpe contra la república, las escasas hectáreas que alcanzaron a expropiarse, por esos

gobiernos. Por su parte, en Venezuela, a pesar que hubo una Reforma Agraria en los tiempos del presidente Rómulo

Betancourt; uno, cuando viaja kilómetros y kilómetros por los llanos, las haciendas pasan y pasan, con sus cercos

agresivos y desafiantes ante el viajero. Pensamos que situaciones similares, se observan en el resto del continente.

Visión de la prensa

Tampoco, a Rodríguez se le escapan los medios de comunicación, que por la misma estructura del

continente, en una elevada proporción, pertenecen a grupos minoritarios de la élite económica. Como sucede en

estos tiempos neoliberales, donde se ha llegado al colmo de que los periodistas, en ciertas publicaciones, han perdido

la libertad de antaño y se han convertido, lamentablemente, en meros “funcionarios obsecuentes” y “marionetas” de

los editores o de apatronados individuos al servicio de los intereses político-mercantiles de aquél. Rodríguez en su

época al respecto, expresó “Destiérrese de las sociedades cultas el pernicioso abuso de la prensa”.

MUERTE

En los años finales de la vida de Rodríguez, éste da clases en varios Colegios de Quito y Guayaquil, en esta

ciudad grandes partes de sus obras quedan hechas cenizas por un incendio que azotó la ciudad. En 1846, regenta un

Colegio en Quito y en 1847, se traslada al Sur de Colombia, entregado siempre a su pasión de enseñar. Luego, en 1853

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emprende su último viaje rumbo a Perú al lado de su hijo José y Camilo Gómez, un compañero de éste y quien lo

asistió en su muerte, donde murió Simón Rodríguez, pobre y sin hogar a los 83 años de edad, el 28 de febrero de

1854, en el humilde pueblecito peruano San Nicolás de Amotape, donde fabricaba velas, que es hacer luz.

Muere a las once de la noche y es sepultado el día 1º de marzo. Los dos cajones de papeles y libros que

Rodríguez llevaba consigo, quedaron en Guayaquil y se cree que se perdieron en el incendio ocurrido en dicha

ciudad entre el 5 y el 7 de octubre de 1896. Setenta años después, el 22 de diciembre de 1924 sus restos fueron

trasladados al Panteón de los Próceres en Lima y luego en 1954, un siglo después, en el centenario de su muerte, a su

Caracas Natal en donde reposan hoy en día en el Panteón Nacional.

ALGUNAS SENTENCIAS DEL IDEARIO DE SIMÓN RODRÍGUEZ

“El hombre no es ignorante porque es pobre, sino lo contrario.”

“Instruir no es educar; ni la instrucción puede ser un equivalente de la educación, aunque instruyendo se

eduque.”

“No hay interés donde no se estrevé el fin de la acción. Lo que no se hace sentir no se entiende, y lo que no se

entiende no interesa. Llamar, captar y fijar la atención, son las tres partes del arte de enseñar. Y no todos los

maestros sobresalen en las tres.”

“El título de maestro no debe darse sino al que sabe enseñar, esto es al que enseña a aprender; no al que

manda a aprender o indica lo que se ha de aprender, ni al que aconseja que se aprenda. El maestro que sabe

dar las primeras instrucciones, sigue enseñando virtualmente todo lo que se aprende después, porque

enseñó a aprender.”

“No hay oveja que busque al pastor, ni muchacho que busque a maestro.”

“Enseñen los niños a ser preguntones, para que, pidiendo el por qué de lo que se les mande hacer; se

acostumbren a obedecer a la razón, no a la autoridad como los limitados, no a la costumbre como los

estúpidos.”

“La ignorancia es la causa de todos los males que el hombre se hace y hace a otros; y esto es inevitable,

porque la moniciencia no cabe en un hombre: puede caber, hasta cierto punto, en una sociedad (por el más

y el menos se distingue una de otra). No es culpable un hombre porque ignora (poco es lo que puede saber),

pero lo será si se encarga de hacer lo que no sabe.”

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“Acostúmbrese al niño a ser veraz, fiel, servicial, comedido, benéfico, agradecido, consecuente, generoso,

amable, diligente, cuidadoso, aseado; a respetar la reputación y a cumplir con lo que promete. Y déjense las

habilidades a su cargo; él sabrá buscarse maestros, cuando joven.”

“Sólo la educación impone obligaciones a la voluntad. Estas obligaciones son las que llamamos hábitos.”

“Enseñen, y tendrán quien sepa; eduquen, y tendrán quien haga.”

“Toca a los maestros hacer conocer a los niños el valor del trabajo, para que sepan apreciar el valor de las

cosas.”

“Al que no sabe, cualquiera lo engaña. Al que no tiene, cualquiera lo compra.”

“Enseñar es hacer comprender; es emplear el entendimiento; no hacer trabajar la memoria.”

“El maestro de niños debe ser sabio, ilustrado, filósofo y comunicativo, porque su oficio es formar hombres

para la sociedad.”

“Nadie hace bien lo que no sabe; por consiguiente nunca se hará República con gente ignorante, sea cual

fuere el plan que se adopte.”

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Referencias

RIMAZO GONZÁLEZ, ALFONSO Simón Rodríguez maestro de América (biografía breve). Ministerio de

Comunicación e Información. Publicación digital, marzo, 2006.

PÉREZ ESCLARÍN, ANTONIO Se llamaba Simón Rodríguez. Distribuidora, Librería y Editorial Estudios C.

A. 2001

Internet:

www.fundacite-merida.gob.ve

www.caracasnet.com/eugui/rodriguez

www.analitica.com

http://es.wikipedia.org/

www.glrbv.org.ve

www.efemeridesvenezolanas.com/html/rodriguez.htm