Significado de la Adoración al Santísimo Sacramento del Altar

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Qué es adorar Es la relación connatural del hombre con Dios, de la creatura inteligente con su Creador. Los hombres y los ángeles deben adorar a Dios. En el cielo, todos, las almas bienaventuradas de los santos y los santos ángeles, adoran a Dios. Cada vez que adoramos nos unimos al cielo y traemos nuestro pequeño cielo a la tierra. La adoración es el único culto debido solamente a Dios. Cuando Satanás pretendió tentar a Jesús en el desierto le ofreció todos los reinos, todo el poder de este mundo si él lo adoraba. Satanás, en su soberbia de locura, pretende la adoración debida a Dios. Jesús le respondió con la Escritura: “Sólo a Dios adorarás y a Él rendirás culto”. Qué es la adoración eucarística Es adorar a la divina presencia real de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en la Eucaristía. Jesucristo, al comer la Pascua judía con los suyos, aquella noche en la que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, dando gracias bendijo al Padre y lo pasó a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed todos de él, esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros”, al final de la cena, tomó el cáliz de vino, volvió a dar gracias y a bendecir al Padre y pasándolo a los discípulos dijo: “Tomad y bebed todos de él, este es el cáliz de mi sangre. Sangre de la Alianza Nueva y Eterna que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.” Él dijo sobre el pan: “Esto es mi cuerpo”, y sobre el vino: “Esta es mi sangre”. Pero, no sólo eso, agrego también: “Haced esto en conmemoración mía”. Les dio a los apóstoles el mandato, “haced esto”, el mandato de hacer lo mismo, de repetir el gesto y las palabras sacramentales. Nacía así la Eucaristía y el sacerdocio ministerial.

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Qué es adorar

Es la relación connatural del hombre con Dios, de la creatura inteligente con su Creador. Los hombres y los ángeles deben adorar a Dios. En el cielo, todos, las almas bienaventuradas de los santos y los santos ángeles, adoran a Dios. Cada vez que adoramos nos unimos al cielo y traemos nuestro pequeño cielo a la tierra. 

La adoración es el único culto debido solamente a Dios. Cuando Satanás pretendió tentar a Jesús en el desierto le ofreció todos los reinos, todo el poder de este mundo si él lo adoraba. Satanás, en su soberbia de locura, pretende la adoración debida a Dios. Jesús le respondió con la Escritura: “Sólo a Dios adorarás y a Él rendirás culto”. 

Qué es la adoración eucarística

Es adorar a la divina presencia real de Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en la Eucaristía. 

Jesucristo, al comer la Pascua judía con los suyos, aquella noche en la que iba a ser entregado, tomó pan en sus manos, dando gracias bendijo al Padre y lo pasó a sus discípulos diciendo: “Tomad y comed todos de él, esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros”, al final de la cena, tomó el cáliz de vino, volvió a dar gracias y a bendecir al Padre y pasándolo a los discípulos dijo: “Tomad y bebed todos de él, este es el cáliz de mi sangre. Sangre de la Alianza Nueva y Eterna que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.” 

Él dijo sobre el pan: “Esto es mi cuerpo”, y sobre el vino: “Esta es mi sangre”. Pero, no sólo eso, agrego también: “Haced esto en conmemoración mía”. Les dio a los apóstoles el mandato, “haced esto”, el mandato de hacer lo mismo, de repetir el gesto y las palabras sacramentales. Nacía así la Eucaristía y el sacerdocio ministerial. 

Cada vez que el sacerdote pronuncia las palabras consagratorias es Jesucristo quien lo ha hecho y se hace presente su cuerpo y su sangre, su Persona Divina. Porque Jesucristo es Dios verdadero y hombre verdadero. Siendo Jesucristo Dios y estando presente en la Eucaristía, entonces se le debe adoración. 

En la Eucaristía adoramos a Dios en Jesucristo, y Dios es Uno y Trino, porque en Dios no hay divisiones. Jesucristo es Uno con el Padre y el Espíritu Santo y, como enseña el Concilio de Trento, está verdaderamente, realmente, substancialmente presente en la Eucaristía. 

La Iglesia cree y confiesa que «en el augusto sacramento de la Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y substancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y hombre, bajo la apariencia de aquellas cosas sensibles» (Trento 1551: Dz 874/1636).

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La divina Presencia real del Señor, éste es el fundamento primero de la devoción y del culto al Santísimo Sacramento. Ahí está Cristo, el Señor, Dios y hombre verdadero, mereciendo absolutamente nuestra adoración y suscitándola por la acción del Espíritu Santo. No está, pues, fundada la piedad eucarística en un puro sentimiento, sino precisamente en la fe. Otras devociones, quizá, suelen llevar en su ejercicio una mayor estimulación de los sentidos –por ejemplo, el servicio de caridad a los pobres–; pero la devoción eucarística, precisamente ella, se fundamenta muy exclusivamente en la fe, en la pura fe sobre el Mysterium fidei («præstet fides supplementum sensuum defectui»: que la fe conforte la debilidad del sentido; Pange lingua). 

Por tanto, «este culto de adoración se apoya en una razón seria y sólida, ya que la Eucaristía es a la vez sacrificio y sacramento, y se distingue de los demás en que no sólo comunica la gracia, sino que encierra de un modo estable al mismo Autor de ella.

«Cuando la Iglesia nos manda adorar a Cristo, escondido bajo los velos eucarísticos, y pedirle los dones espirituales y temporales que en todo tiempo necesitamos, manifiesta la viva fe con que cree que su divino Esposo está bajo dichos velos, le expresa su gratitud y goza de su íntima familiaridad» (Mediator Dei 164).

El culto eucarístico, ordenado a los cuatro fines del santo Sacrificio, es culto dirigido al glorioso Hijo encarnado, que vive y reina con el Padre, en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Es, pues, un culto que presta a la santísima Trinidad la adoración que se le debe  (+Dominicæ Cenæ 3).  

La Eucaristía es el mayor tesoro de la Iglesia ofrecido a todos para que todos puedan recibir por ella gracias abundantes y bendiciones. La Eucaristía es el sacramento del sacrificio de Cristo del que hacemos memoria y actualizamos en cada Misa y es también su presencia viva entre nosotros. Adorar es entrar en íntima relación con el Señor presente en el Santísimo Sacramento.

Adorar a Jesucristo en el Santísimo Sacramento es la respuesta de fe y de amor hacia Aquel que siendo Dios se hizo hombre, hacia nuestro Salvador que nos ha amado hasta dar su vida por nosotros y que sigue amándonos de amor eterno. Es el reconocimiento de la misericordia y majestad del Señor, que eligió el Santísimo Sacramento para quedarse con nosotros hasta el fin de mundo. 

El cristiano, adorando a Cristo reconoce que Él es Dios, y el católico adorándolo ante el Santísimo Sacramento confiesa su presencia real y verdadera y substancial en la Eucarística. Los católicos que adoran no sólo cumplen con un acto sublime de devoción sino que también dan testimonio del tesoro más grande que tiene la Iglesia, el don de Dios mismo, el don que hace el Padre del Hijo, el don de Cristo de sí mismo, el don que viene por el Espíritu: la Eucaristía.

El culto eucarístico siempre es de adoración. Aún la comunión sacramental implica necesariamente la adoración. Esto lo recuerda el Santo Padre Benedicto XVI en Sacramentum Caritatis cuando cita a san Agustín: “nadie coma de esta carne sin antes adorarla…pecaríamos si no la adoráramos” (SC 66). En otro sentido, la adoración también es comunión, no sacramental pero sí espiritual. Si la comunión sacramental es ante todo un encuentro con la Persona de mi Salvador y Creador, la adoración

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eucarística es una prolongación de ese encuentro. Adorar es una forma sublime de permanecer en el amor del Señor. 

Por tanto, vemos que la adoración no es algo facultativo, optativo, que se puede o no hacer, no es una devoción más, sino que es necesaria, es dulce obligación de amor. El Santo Padre Benedicto XVI nos recordaba que la adoración no es un lujo sino una prioridad.

Quien adora da testimonio de amor, del amor recibido y de amor correspondido, y además da testimonio de su fe.

Ante el misterio inefable huelgan palabras, sólo silencio adorante, sólo presencia que le habla a otra presencia. Sólo el ser creado ante el Ser, ante el único Yo soy, de donde viene su vida. Es el estupor de quien sabe que ¡Dios está aquí! ¡Verdaderamente aquí!

¿Por qué la Adoración Perpetua?

Porque es la manera que tenemos de dar una respuesta constante en el tiempo hacia Quien no deja de ser Dios y de amarnos de amor eterno. Pero, la Adoración Eucarística Perpetua conlleva, como consecuencia de lo anterior, otro mérito: en tiempos en los que nuestras iglesias están a menudo cerradas, una capilla siempre abierta, para quienquiera allegarse a cualquier hora del día o de la noche, es como los brazos siempre abiertos de Jesús, dispuesto a acoger a todo hombre. Es también una respuesta al clamor del Papa Juan Pablo II, vuelto también suyo de Benedicto XVI: “¡Abridle las puertas a Cristo! ¡Abrídselas de par en par!”

Los motivos que hacen única a la Adoración Perpetua son que el Señor sea adorado incesantemente y que la iglesia esté siempre abierta.

En efecto, en una capilla de Adoración Perpetua, la fraternidad eucarística que conforman los adoradores, reza a toda hora del día y de la noche, eleva alabanzas, súplicas, acción de gracias, bendiciones y repara, rindiendo grandísimo honor y gloria al Señor como comunidad eclesial. 

Adoradores que se suceden día y noche ofrecen un gran testimonio de fe, un testimonio que ayuda e interpela al mundo, atrae a aquellos que están en la búsqueda de Dios y llama la atención a quien está lejos del Señor para que se acerque a Él. 

La capilla de la adoración perpetua es la fuente de agua viva que quita la sed de vida, es un faro en la noche del mundo, es la puerta abierta al Cielo que permanece abierta. De ella se derraman gracias y beneficios que llevan a grandes conversiones. 

El Santo Padre Benedicto XVI insiste: nos falta redescubrir la oración, la contemplación. 

En tal sentido, la Adoración Eucarística Perpetua origina una comunidad contemplativa donde cientos de personas en oración incesante descubren la belleza y la riqueza del encuentro con Dios, hacen experiencia directa de Dios, entran en intimidad con Él y desean conocerlo aún más, con el resultado de mayor crecimiento espiritual.

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El silencio con que se adora en la capilla permite el recogimiento que hace propicio el encuentro con el Señor y su escucha. 

En el día de la Inmaculada Concepción del 2007, la Congregación para el Clero, en la persona del Cardenal Hummes, ha invitado a los Ordinarios de todo el mundo a dedicar un templo a la Adoración Perpetua para el sostenimiento espiritual de todo el clero y para pedir más y santas vocaciones.

principios rectores de la Adoración Perpetua

1. La Adoración Eucarística Perpetua es un don de Dios para su Iglesia y para este tiempo. Don que cuando es acogido porta ingentes beneficios a la comunidad.

2. La Adoración Eucarística Perpetua no es un movimiento sino que constituye una acción de la Iglesia, pedida y recomendada por el Magisterio.

3. Por tanto, pertenece a toda la Iglesia y de ella forman parte todos los movimientos y realidades eclesiales.

4. La adoración eucarística perpetua establecida en un lugar de la ciudad no viene a suplantar otras formas de adoración ni a quitar de otros lugares adoración. Por lo contrario, lo demuestra la experiencia, donde hay adoración perpetua se potencia la adoración al Santísimo en otros lugares de culto.

5. La capilla de adoración perpetua es el espacio de gracia y recogimiento que permite a las personas, en cualquier momento, abrir una brecha en el ajetreo cotidiano para encontrar el sosiego y la paz que viene de la Presencia divina.

6. Por medio de la Adoración Perpetua, desde su Morada Eucarística el Señor llama a todas las personas, sin exclusión alguna.

7. Las personas son llamadas individualmente a formar parte de la Adoración Perpetua con el único y exclusivo fin que el Santísimo Sacramento sea adorado día y noche sin interrupción, tributando así el mayor honor y gloria al Señor y manifestando su fe y amor reverente hacia su Creador y Salvador.

8. Siendo la Eucaristía sacramento y vínculo de unidad, el participar de un mismo culto –la adoración- hace de todos los adoradores una fraternidad eucarística. Por tanto, aún cuando las personas sean invitadas a participar individualmente, el destino del llamado no deja de ser comunitario.

9. Las personas que asumen la función de coordinación están al servicio del Señor –cuidando de la buena marcha de la adoración y que ésta no se interrumpa- y al servicio de los hermanos adoradores.

10. Los adoradores inscritos son los que hacen posible que la capilla esté abierta a todos, y ellos –también celosos custodios de la Eucaristía- cuidan que el Señor nunca permanezca solo.

11. La adoración es en silencio porque el silencio permite el recogimiento y hace posibles la escucha del Señor y la intimidad con Él. Es necesario respetar –mediante el silencio exterior- el encuentro que el Señor tiene con cada adorador y propiciar el silencio interior necesario a la contemplación.

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¿Cómo establecer la Adoración Perpetua?

La Iglesia a través de documentos magisteriales exhorta, alienta e impulsa la Adoración Perpetua en todas las ciudades o centros urbanos de todo el mundo (Ver Redemptionis Sacramentum, Sacramentum Caritatis, Carta de la Congregación para el Clero del 8-12-2007)

Premisas

Cuando se quiere tener adoración eucarística perpetua en un lugar lo primero es orar por el proyecto y pedir a cuantos conventos de clausura se conozca o haya en la zona, se rece por esa intención.

La Adoración Eucarística Perpetua puede ser iniciada como proyecto parroquial o bien de la ciudad o diocesano. En cualquier caso, su realización se apoya sobre dos pilares: la predicación en las homilías por parte del Misionero, de las Misas festivas y prefestivas, en las que se recogen las adhesiones, y la formación de una estructura organizativa de coordinadores.

Cuando se trata de una parroquia. Las tres condiciones necesarias:

1. Un párroco que desee la adoración perpetua2. Una capilla u oratorio consagrado únicamente para la adoración perpetua, con acceso

exterior y servicio para la noche.3. Un equipo de parroquianos muy motivados para organizar supervisar la adoración

perpetua.

Si tales condiciones se cumplen, entonces poneos en contacto con nosotros. Evaluaremos y propondremos un programa para instaurar la adoración perpetua.

Es de advertir que a menudo obstaculizamos la acción del Espíritu Santo e infravaloramos la respuesta de los fieles. A la objeción común que ya la parroquia tiene algunas horas de adoración y son pocos los que concurren, se la responde con la evidencia que cuando limitamos el número de horas en las que el Santísimo está expuesto, estamos también limitando el número de personas que puedan ir a adorar. Una de las grandes ventajas de la adoración perpetua es que todas las horas y todos los días están disponibles, por lo que resulta más fácil encontrar una hora y un día para adorar.  

Por otra parte, debemos contar con la sensibilización hacia la Eucaristía y la adoración que estimula la propia misión y que es el carisma propio de Misioneros del Santísimo Sacramento. 

Luego de las predicaciones del primer fin de semana y la consecuente recolección de adhesiones es cuando se puede evaluar la respuesta. En la inmensa mayoría de los casos grandes son las sorpresas por los excelentes resultados obtenidos. 

Predicaciones y recolección de adhesiones

Las predicaciones se basan en las Escrituras, fundamentalmente en el Evangelio del día, y en las enseñanzas del Magisterio.  Durante la homilía se invita a los fieles que deseen

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participar con una hora semanal a que rellenen una invitación muy simple. Las adhesiones se recogen en la misma Misa. 

Dado que las horas a cubrir son 168 (son las horas semanales y se pide por lo menos una hora a la semana) y la distribución de las horas que serán cubiertas no es uniforme (hay horas, por ejemplo de la noche en las que hay varias personas inscritas y otras de la madrugada en que al comienzo no están cubiertas), es importante saber cuántos fieles concurren en el total de las Misas festivas y prefestivas para alcanzar un número aceptable de adoradores. En general, es necesario ir a más de un lugar para alcanzar a cubrir todas las horas de la semana. Esto, en el caso de la adoración perpetua en una parroquia. Si el proyecto, en cambio, es de la ciudad, entonces se hace necesario ir al menos a las iglesias de mayor asistencia de parroquianos. Por tanto, dependiendo de la cantidad de asistencia a las Misas que, a su vez, determina la cantidad de iglesias a visitar o simplemente de las iglesias que se integran al proyecto, será la duración temporal que va desde el comienzo de las predicaciones hasta la inauguración de la adoración perpetua.

Organización

Requerida para poner en marcha la adoración perpetua, y luego para:

- ayudar a los adoradores a ser fieles a su hora santa de adoración semanal

- cerciorarse que las horas estén siempre cubiertas y la adoración sea sin interrupción.

La siguiente estructura ha demostrado ser la más simple y efectiva:

SACERDOTE RESPONSABLE

COORDINADOR GENERAL

COORDINADOR DE TURNO

MADRUGADA(Medianoche a 6h)

COORDINADOR DE TURNOMAÑANA

(6h a mediodía)

COORDINADOR DE TURNO

TARDE(Mediodía a 18h)

COORDINADOR DE TURNO

NOCHE(18h a medianoche)

RESPONSABLES GRUPO HORA

(6)

RESPONSABLES GRUPO HORA

(6)

RESPONSABLES GRUPO HORA

(6)

RESPONSABLES GRUPO HORA

(6)

ADORADORES ADORADORES ADORADORES ADORADORES

La organización reposa totalmente en los 29 fieles laicos (1 Coord. Gral.+ 4 de Turno + 24 Responsables de Grupos Horarios) que se ocupan de supervisar la marcha de la adoración, verificando que el Señor no quede nunca solo, y de formar a los adoradores a ser verdaderos custodios de la Eucaristía.

El Coordinador General es el responsable ante el párroco o el sacerdote consiliario de todo el proyecto y del andamiento del mismo. Es asistido por los cuatro Coordinadores de Turno o franjas horarias, quienes, a su vez, supervisan la labor de los Responsables de Grupo de Hora. Estos últimos son quienes, una vez comenzada la adoración perpetua mantienen contacto directo con los adoradores. Es responsabilidad de los coordinadores el tener una lista de todos los adoradores actualizada y suministrar a cada

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adorador un elenco, con nombres y teléfonos, de los demás adoradores de su grupo de hora. Esta información es importante para caso de ausencias (ver recuadro)

Cada grupo de hora se compone de todos los adoradores de una misma hora, a lo largo de toda la semana (por ej. el grupo de las 17 horas está compuesto por todos las personas que adoran de 17 a 18 horas, desde el domingo al sábado).

Para un adecuado seguimiento de las asistencias habrá un libro donde los adoradores inscritos se registrarán cada vez que asistan a sus horas santas. 

La seguridad de la cobertura de cada hora está vinculada estrechamente a los reemplazos de los adoradores en caso de ausencia.

La siguiente es una guía para el adorador en caso de ausencia:

Reemplazo en caso de ausencia

Verificar primero si hay otro adorador en la misma hora del día correspondiente.

Si no hay ninguno o si la otra persona tampoco asistirá buscar entre conocidos, amigos o parientes quien pueda sustituir.

Si no buscar entre los adoradores de la misma hora de los otros días de la semana para permutar el día.

Otra posibilidad es pedir a un adorador de la hora anterior o bien de la siguiente que haga una hora adicional para cubrir esa ausencia. 

En general todo se resuelve en un par de llamadas. Si aún después de aquellos intentos no se encuentra un reemplazo,  llamar al Responsable de Grupo de Hora.

Cada Responsable de Grupo de Hora vela para que la hora esté siempre cubierta. Los Coordinadores, en general, y los Responsables de Grupo de Hora, en particular, deben ser quienes mantengan vivo y constante el deseo de atraer nuevos adoradores al Santísimo Sacramento. 

Los Responsables de Grupo de Hora se preocupan que cada adorador de su grupo sea fiel a su hora santa de adoración semanal, verificando regularmente el libro de registro de asistencia. Forman a los adoradores en la fidelidad sin la cual no puede haber progreso espiritual. Los alientan a perseverar y los ayudan a encontrar reemplazantes, sobre todo durante el período estivo de vacaciones. 

Los cinco Coordinadores (General y los de Turno) -principales responsables de la marcha y desarrollo normales de la adoración perpetua- desarrollan una tarea intensiva antes del inicio de la adoración. Son quienes llaman a las personas que se han adherido rellenando la invitación, para determinar hora y día en el que desean adorar. Luego, van desarrollando los cuadros o grillas teniendo como objetivo inmediato cubrir todas las 168 horas semanales.

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Poco antes del comienzo de la adoración perpetua los Coordinadores pasan los datos correspondientes a cada Responsable de Grupo Horario y a partir de ese momento son ellos los contactos directos y principales con los adoradores. Son los que llamarán para la reunión general con todos los adoradores que se tiene siempre antes de la inauguración y para entregarles, ese día de la reunión, la información pertinente a cada adorador (en general es una carta de bienvenida del Obispo; la lista de nombres y teléfonos del Responsable de Grupo y del Coordinador de Turno y de todos los adoradores de la misma hora de toda la semana; una guía que recuerda las normas fundamentales y otros datos de interés y cómo regularse en caso de ausencia; un señala libro con el nombre y la hora y día de adoración de cada adorador).

MISIONEROS DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO

Frutos de la adoración y de la Adoración Perpetua

La adoración aporta ante todo llegar a la intimidad con el Señor y ahondar tal intimidad. Para ningún adorador Jesús es un extraño. La adoración permite vivir más intensamente, con mayor participación, las celebraciones eucarísticas. 

Quien adora encuentra paz, una paz desconocida para el mundo. Son muchísimos los testimonios en ese sentido. Personas que nunca pisaron una iglesia y que de pronto por alguna circunstancia o porque el Señor las atrajo entraron a la capilla de adoración y encontraron la paz para ellos desconocida, la que sólo puede dar el Señor. 

La capilla de adoración perpetua ofrece a todos una estación para detenerse en el camino frenético de la vida. Les ofrece un espacio para reflexionar y dejarse interpelar por la presencia del Dios que nos ha creado y que nos salva. 

La capilla siempre disponible es espacio de encuentro y de reposo en el camino, porque allí está Aquél que nos ofrece la paz verdadera, no como la que nos ofrece el mundo.

Resulta asombroso ver cuántas personas anónimas pasan y se detienen en la silenciosa capilla en la que el Santísimo está siempre expuesto y transcurren un tiempo considerable, inmersas en su mundo interior. Muchas veces se trata de personas que vienen de lugares muy distantes, aún de no católicos, o invitadas por amigos. Muchas entran “porque sí, por azar” y se ven atraídas por el poder invisible e irresistible del Señor.

Otro beneficio que se da donde la adoración perpetua es establecida es el  servicio de orientación espiritual y de confesiones.

La adoración eucarística en general, y la perpetua en particular, favorecen la participación del sacrificio eucarístico en la Misa en la medida en que la adoración significa permanencia con Aquel a quien se ha encontrado en la comunión sacramental. 

Mediante la adoración perpetua se descubre y promueve la unidad en torno a Jesucristo Eucaristía al volverse los adoradores conscientes de formar parte de una fraternidad eucarística, de cada uno ser un eslabón de la cadena ininterrumpida de adoración. 

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Los frutos son incontables: de conversión, de salvación, de sanación de viejas heridas, de perdón, de reconciliación, nacimiento de vocaciones a la vida religiosa o al matrimonio.

Ya Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucharistia decía: “El culto a la Eucaristía fuera de la Misa es de inestimable valor en la vida de la Iglesia...Es bello quedarse con Él e inclinados sobre su pecho, como el discípulo predilecto, ser tocados por el amor infinito de su corazón... Hay una necesidad renovada de permanecer largo tiempo, en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento”. Y agregaba: “¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y de ella he sacado fuerzas, consuelo, sostén!” (EE n.25). 

Hoy, más que nunca, debemos recuperar todo el respeto y el amor hacia la Eucaristía y para ello empezar con tomar conciencia del infinito bien que se nos ha dado. El Magisterio de la Iglesia insiste en –como decía el Juan Pablo II en su Carta apostólica sobre el año eucarístico 2004- recuperar el “estupor eucarístico”. La rutina de las celebraciones hace que se pierda ese estupor, ese asombro por el mayor don que Dios nos ha hecho luego de su Encarnación y consecuenta con ella y con su sacrificio redentor.

ugerencias para pasar la Hora Santa de adoración

Qué se debe hacer mientras se está en adoración Eucarística?

Ser conscientes de quién está delante de nosotros. Esto es lo esencial. Muchas veces en las capillas hay subsidios,.es decir ayudas para la meditación, libros de espiritualidad. En esto conviene recordar la recomendación de san Pedro Julián Eymard: el Señor aprecia mucho más nuestras pobres palabras y pensamientos que los mejores dichos o escritos por otros. Es importante acostumbrarse al silencio y establecer un diálogo con el Señor. Contarle lo que nos aqueja, interceder por las personas que han pedido oración o que a nosotros nos preocupan, pero, por sobre todo, contarle cuánto lo amamos. Él sabe de nuestras miserias y se lo podemos decir pero también que, pese a esas miserias, lo amamos. Pidamos que aumente nuestro amor, nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra adoración. Hagamos luego silencio. Claro, no es fácil el silencio porque llevamos mucho rumor interior. Pero, a adorar se aprende adorando y el silencio interior en algún momento se logrará. Hay que dejarse amar y abrazar por el Señor en cada momento de adoración. Eso es entrar en su intimidad. Una recomendación también beneficiosa es leer algún pasaje del Evangelio, siendo conscientes que el Señor del cual habla el Evangelio está delante de nosotros. Nunca disociar la presencia del Señor en el Santísimo con la lectura que hagamos ni con el Rosario –que es otra de las cosas que se puede hacer durante la adoración- que recemos. Que no esté la persona por un lado con su oración y el Señor allá solo por el otro. Terminemos, recomienda también san Pedro Julián Eymard, con otro acto de amor. 

Volviendo al Evangelio, es muy recomendable la Lectio Divina, que es orar con la Palabra de Dios. Para entender y de modo muy resumido, qué es, es tomar un pasaje,

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por ejemplo del Evangelio, que pueda ser escogido de antemano o bien el que salga, y ver qué dice ese pasaje usando inclusive la imaginación para situarse en el contexto del relato. Luego, ver qué me dice, qué resonancia hay en mí, qué eco tiene esa Palabra, qué me ha tocado del pasaje, en qué me siento interpelado, y, finalmente luego de rumiarlo viene lo que brota desde mi interior, es decir qué respondo yo en oración. 

Por último, hay veces que nos sentimos muy cansados o muy contrariados por lo que nos ha tocado vivir, o que estamos particularmente probados. En esos casos o no se hace nada, simplemente se deja uno estar y que la presencia del Señor lo toque o bien se puede rezar con los salmos apropiados a la situación que se está viviendo.

Consejos espirituales

Actitudes corporales

– La acción del Espíritu Santo en el orante no ignora que en la naturaleza de éste hay profundos vínculos entre lo psíquico y lo corporal. Sabemos, de hecho, que Jesucristo adoptaba al orar las posturas de la tradición judía, muy semejantes, por lo demás, a las de otras religiones. Y la tradición cristiana ha usado –eso sí, con flexibilidad, y sin darles demasiada importancia– ciertas actitudes físicas de oración. 

San Juan Clímaco, monje en el Sinaí, gran maestro de espiritualidad (+649) decía: «Impongámonos en el exterior la actitud de la oración, pues en los imperfectos con frecuencia el espíritu se conforma al cuerpo». Y San Ignacio de Loyola proponía que el orante se colocara «de rodillas o sentado, según la mayor disposición en que se halla y más devoción le acompañe, teniendo los ojos cerrados o fijos en un lugar, sin andar con ellos variando» (Ejercicios 252). No dan estos maestros normas fijas, como si tuvieran ellas una eficacia mágica, pero sí recomiendan que se cuide la actitud corporal al orar.

En el Nuevo Testamento las posturas orantes más frecuentes son orar de pie (Mc 11,25; Lc 18,11) o de rodillas (Mc 29,36; Hch 7,60; 9,40; 20,36; 21,5; Ef 3,14; Flp 2,10), alzando las manos (1 Tim 2,8: alzar las manos es en el Antiguo Testamento sinónimo de orar: Sal 27,2; 76,3; 133,2; 140,2; 142,6) o sentados en asamblea litúrgica (Hch 20,9; 1 Cor 14,30). También es costumbre golpear el pecho (Lc 18,13), velar la cabeza femenina (1 Cor 11,4-5), los ojos al cielo (Mt 14,19; Mc 7,34; Lc 9,16; Jn 11,41; 17,1), los ojos bajos (Lc 18,13), hacia el oriente (Lc 1,78; 2 Pe 1,19).

Hacer la señal de la cruz sobre cabeza y pecho es uno de los gestos oracionales más antiguos (Tertuliano +220). Los monjes sirios, como San Simeón Estilita, oraban con continuas y profundas inclinaciones, vigentes hoy también en la liturgia oriental. Los Apotegmas nos cuentan que el monje Arsenio, «al atardecer del sábado, próximo ya el resplandor del domingo, volvía la espalda al sol y alzaba sus manos hacia el cielo, orando hasta que de nuevo el sol iluminaba su cara. Entonces se sentaba». Santo Domingo, de noche, adoptaba a solas en la iglesia ciertas actitudes orantes, que fueron espiadas y referidas por un discípulo suyo.

Hoy los cristianos de Asia y Africa siguen adoptando con frecuencia posturas de oración. En Occidente oscilan entre dos tendencias. Unos menosprecian las actitudes corporales de oración, incluso en la liturgia –por secularismo, por valoración de lo

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espontáneo y rechazo de lo formal, por ignorar la realidad natural del vínculo psico-somático, por contra-ley-. Otros han redescubierto las actitudes orantes –por acercamiento a la Biblia y a la tradición, por aprecio del yoga, zen y sabidurías orientales, por conocimientos de psicología moderna–. En todo caso, aun reconociendo este valor, parece inconveniente que el orante se empeñe en adoptar ciertas posturas si, por ser extrañas quizá a su costumbre, le crean una cierta tensión o resultan chocantes a la comunidad. 

Consejos en la oración dolorosa

La oración es la causa primera de la alegría cristiana, pues, acercando a Dios, da luz y fuerza, confianza y paz. Sin embargo, puede ser dolorosa, incluso muy dolorosa, muy penosa. ¿Qué hacer entonces?

No nos extrañe que la oración duela. Recordemos, cuando esto suceda, lo que dice Sta. Teresa, explicando la comparación que pone sobre los diversos modos de «regar» en la oración el campo del alma (1-pozales, 2-noria, 3-canales y 4-lluvia): 

«De los que comienzan a tener oración, podemos decir que son los que sacan agua del pozo, que es muy a su trabajo, que han de cansarse en recoger los sentidos, que, como están acostumbrados a andar dispersos, es harto trabajo. Han menester irse acostumbrando a que no se les dé nada de ver ni de oír. Han de procurar tratar de la vida de Cristo, y se cansa el entendimiento en esto. Su precio tienen estos trabajos, ya sé que son grandísimos, y me parece que es menester más ánimo que para otros muchos trabajos del mundo. Son de tan gran dignidad las gracias de después, que quiere [Dios que] por experiencia veamos  antes nuestra miseria» (Vida 11,9.11-12). Y

Busquemos sólamente a Dios en la oración, y todo lo demás, ideas, soluciones, gustos sensibles, tengámoslo como añadiduras, que sólo interesan si Dios nos las da; y si no nos las concede en la oración, no deseemos encontrarlas en ella. No es cosa en la oración de «contentarse a sí, sino a El» (Vida 11,11). Y añade la Santa:

Estamos aún llenos de mil trampas y pecados, «¿y no tenemos vergüenza de querer gustos en la oración y quejarnos de sequedades?» (2Moradas 7). Suframos al Señor en la oración, pues él nos sufre (Vida 8,6). «No hacer mucho caso, ni consolarse ni desconsolarse mucho, porque falten estos gustos y ternura... Importa mucho que de sequedades, ni de inquietudes y distraimiento en los pensamientos, nadie se apriete ni aflija. Ya se ve que si el pozo no mana, nosotros no podemos poner el agua» (11,14.18).

Entreguemos a Dios nuestro tiempo de oración con fidelidad perseverante,  por muchas trampas e impedimentos que ponga el Demonio, sin que nada nos quite llegar a beber de esa fuente de agua viva. La verdad es ésta: para llegar a esta fuente sagrada y vivificante es necesaria

«una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabaje lo que se trabajare, murmure quien mur-murare, siquiere llegue yo allá, siquiera me muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo» (Camino perfecc. 35,2).

Page 12: Significado de la Adoración al Santísimo Sacramento del Altar

«Este poco de tiempo que nos determinamos a darle a El, ya que aquel rato le queremos dar libre el pensamiento y desocuparle de otras cosas, que sea dado con toda determinación de nunca jamás tornárselo a tomar, por trabajos que por ellos nos vengan, ni por contradicciones y sequedades; sin que ya, como cosa no mía, tenga aquel tiempo y piense me lo pueden pedir por justicia cuando del todo no se lo quisiere dar» (39,2).

Bendición +  José María Iraburu

Enero 2008

Dificultades en la oración (I)

Queridos adoradores:

La vida de oración, sobre todo en el cristiano poco espiritual, se ve dificultada por no pocas causas. 

– Dificultades procedentes del mundo actual. Las rasgos peculiares del mundo moderno –ávido consumismo de objetos, noticias, televisión, viajes, diversiones, aturdimiento y desconcierto, aceleración histórica sin precedentes, velocidad, inestabilidad, violencia, prisa, culto a la eficacia inmediata– es muy opuesto a la oración. 

El pueblo cristiano, incluso, que desde el principio (Hch 2,42) –como Israel, como el Islam—, fue sociológicamente un pueblo orante, hoy, al menos en los países ricos descris-tianizados, ha perdido a veces en individuos, familias y parroquias el hábito de la oración. 

– Dificultades aparentes. 

- Algunos cristianos atribuyen su falta de oración a las obligaciones y trabajos de su vida. Si esa situación viene de haber organizado la vida centrándola en el dinero, las diversiones y otros valores creados, pero no en Dios, ciertamente que esas dificultades son reales: hay que cambiar entonces horarios y modos de vida. Pero si esas obligaciones y trabajos vienen de la Providencia divina, entonces no pueden ser dificultades reales para la oración, sino estímulos para ella. Quizá dificulten tiempos largos de oración, pero no la misma vida de oración.

- Las distracciones pueden tener también origen culpable: la vana curiosidad, el uso excesivo de la TV, etc. Pero otras veces no. Se equivocan quienes estiman que la oración está sobre todo en el pensamiento, en tenerlo fijo en Dios. Santa Teresa les dirá:

Ignoran que «no todas las imaginaciones son hábiles de su natural para esto, mas todas las almas lo son para amar. Y el aprovechamiento del alma no está en pensar mucho, sino en amar mucho» (Fundaciones 5,2). Ignoran que en la oración, en medio de «esta baraúnda del pensamiento», la voluntad puede estarse recogida amando, haciendo verdadera y preciosa oración (4 Moradas 1,8-14). No se olvide –añade S.Juan de la Cruz– que «puede muy bien amar la voluntad sin entender el entendimiento» (2 Noche 12,7). 

Page 13: Significado de la Adoración al Santísimo Sacramento del Altar

Por eso, aunque es evidente que las distracciones voluntarias suspenden la oración y ofenden a Dios, es preciso recordar que las involuntarias no ofenden a Dios ni cortan la oración, si la voluntad permanece amando. En fin, «no penséis que está la cosa en no pensar otra cosa, y que si os distraéis un poco, va todo perdido» (4 Moradas 1,7).

Como se ve, no pocas veces los cristianos  que sinceramente quieren llevar, con la ayuda de la gracia, una vida de oración fiel y asidua, ven dificultades que no siempre son reales. Pero eso conviene conocer bien la doctrina espiritual verdadera sobre esta cuestión. Seguiremos considerándola.

Bendición +  José María Iraburu

Febrero 2008

Dificultades en la oración (II)

- Las obligaciones personales son entendidas también a veces como impedimentos para la oración difícilmente superables. Pero también esto requiere una clarificación. Las obligaciones honestas, las únicas reales, no tienen por qué ser impedimento para la vida de oración, sino que son ocasión y estímulo. 

En cuanto a las deshonestas, son obligaciones falsas, yugos más o menos culpable-mente formados, que deben ser echados fuera. No es posible que una obligación verdadera, procedente de Dios, sea un impedimento para orar. Es la obligación falsa, la procedente del hombre, de uno mismo o de los otros, lo que puede impedir.

Las obligaciones verdaderas sólamente pueden impedir a veces las oraciones largas, pero éstas, con ser tan deseables, no son esenciales para el crecimiento en la oración, cuando la caridad o la obediencia no las permiten, al menos de modo habitual.

«No haya, pues, desconsuelo; cuando la obediencia [o la caridad] os trajera empleadas en cosas exteriores, entended que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, ayudándoos en lo interior y en lo exterior» (Fundaciones 5,6-8). «El verdadero amante en todas partes ama y siempre se acuerda del amado. ¡Recia cosa sería que sólo en los rincones se pudiese tener oración! Ya sé yo que a veces no puede haber muchas horas de oración; pero, oh Señor mío, qué fuerza tiene ante Vos un suspiro salido de las entrañas, de pena por ver que podríamos estar a solas gozando de Vos» (5,16). 

En resumen: Procure el cristiano, en principio, tener habitualmente largos ratos de oración, y no crea demasiado fácilmente que el Señor, que tanto le ama como amigo, no quiere dárselos; o no se engañe pensando que «todo es oración», así, sin más. Al leer los anteriores textos de Santa Teresa, adviértase que están escritos a religiosas, quizá más inclinadas a la oración que a las obras; pero hoy la mayoría de los cristianos tiende más a la acción que a la oración.

Procúrese, pues, oración larga, «pero, entiéndase bien, siempre que no haya de por medio cosas que toquen a la obediencia y al aprovechamiento de los prójimos. Cualquiera de estas dos cosas que se ofrezcan, exigen tiempo para dejar el que nosotros tanto desearíamos dar a Dios» (Fundaciones 5,3). 

Page 14: Significado de la Adoración al Santísimo Sacramento del Altar

Y, eso sí, busque siempre el cristiano la oración continua, pues «aun en las mismas ocupaciones debemos retirarnos a nosotros mismos; aunque sólo sea por un momento, aquel recuerdo de que tengo compañía dentro de mí es de gran provecho» (Camino de Perfección 29,5). 

Es el mismo consejo que da San Juan de la Cruz: «Procure ser continuo en la oración, y en medio de los ejercicios corporales no la deje. Ahora coma, ahora beba, o hable o trate con seglares, o haga cualquiera otra cosa, siempre ande deseando a Dios y aficionando a él su corazón» (Cuatro avisos para alcanzar la perfección 9).

Bendición +  José María Iraburu

Marzo 2008

Dificultades en la oración (III)

– Dificultades reales. 

Las dificultades verdaderas para la oración no están tanto en el mundo y el ambiente, ni en las obligaciones particulares, sino en la propia persona: en su mente y en su corazón. 

El cristiano espiritual, libre de todo apego, se adhiere con amor al Señor, haciéndose con facilidad un solo espíritu con él (1 Cor 6,17). No experimenta el ejercicio de la oración como algo arduo, difícil, problemático, sino como un sencillo estar con el Señor, unas veces con más palabras, otras con menos, unas veces con gran consolación, otras en desolación, pero siempre con inmenso amor.

El cristiano todavía carnal, atado aún por mil lazos, lleno de apegos, vanos temores y vanas esperanzas, inquieto y constantemente perturbado por ruidos y tensiones interiores, se une al Señor difícilmente, laboriosamente, tanto en la oración como en la vida ordinaria. Por eso dice San Juan de la Cruz:

«Al desasido no le molestan cuidados ni en la oración ni fuera de ella, y así, sin perder tiempo, con facilidad, hace mucha hacienda espiritual; pero para ese otro [que está asido] todo se le suele ir [al orar y al trabajar] en dar vueltas y revueltas sobre el lazo a que está asido y apropiado su corazón, y con diligencia aun apenas se puede libertar por poco tiempo de este lazo del pensamiento y gozo de lo que está asido el corazón» (3 Subida 20,3). Uno estará apegado a su salud, otro al dinero, otro al prestigio, a personas, a ciertas actividades y proyectos. Es igual. Está apegado a criaturas con un apego desordenado. Es como un globo aerostático atado en tierra, que no podrá alzar el vuelo hasta que no suelte las amarras.

Si piensa el principiante que sus dificultades en la oración van a ser superadas cuando cambien las circunstancias exteriores, cuando mejore su salud o disminuyan las ocupaciones, o gracias al aprendizaje de ciertas técnicas oracionales –antiguas o modernas, occidentales u orientales, individuales o comunitarias–, está muy equivocado. Para ir adelante en la oración lo que se necesita ante todo es perseverancia en ella, conciencia limpia y buen ejercitarse en las virtudes, todo lo cual es siempre posible, con la ayuda del Señor. Y sobre todo, mucho amor al Señor. Dice Santa Teresa:

Page 15: Significado de la Adoración al Santísimo Sacramento del Altar

«Toda la pretensión de quien comienza oración –y no se os olvide esto, que importa mucho– ha de ser trabajar y determinarse y disponerse en cuantas diligencias pueda a hacer que su voluntad se conforme con la de Dios; en esto consiste toda la mayor perfección que se puede alcanzar en el camino espiritual» (2 Moradas 8).

Pero no espere el principiante, por supuesto, a tener virtudes para ir a la oración, pues la oración, precisamente, es «principio para alcanzar todas las virtudes», y hay que ir a ella «aunque no se tengan» (Camino de perfección 24,3). 

 

 

San Pedro Julián Eymard y sus consejos espirituales sobre la adoración

“La adoración eucarística tiene como fin la persona divina de nuestro Señor Jesucristo presente en el Santísimo Sacramento. Él está vivo, quiere que le hablemos, Él nos hablará. Y este coloquio que se establece entre el alma y el Señor es la verdadera meditación eucarística, es-precisamente- la adoración. Dichosa el alma que sabe encontrar a Jesús en la Eucaristía y en la Eucaristía todas las cosas...

“Que la confianza, la simplicidad y el amor os lleven a la adoración”.

“Comenzad vuestras adoraciones con un acto de amor y abriréis vuestras almas deliciosamente a su acción divina. Es por el hecho que comenzáis por vosotros mismos que os detenéis en el camino. Pero, si comenzáis por otra virtud y no por el amor vais por un falso camino…..El amor es la única puerta del corazón”. 

“Ved la hora de adoración que habéis escogido como una hora del paraíso: id como se fuerais al cielo, al banquete divino, y esta hora será deseada, saludada con felicidad. Retened dulcemente el deseo en vuestro corazón. Decid: “Dentro de cuatro horas, dentro de dos horas, dentro de una hora iré a la audiencia de gracia y de amor de Nuestro Señor. Él me ha invitado, me espera, me desea”

“Id a Nuestro Señor como sois, id a Él con una meditación natural. Usad vuestra propia piedad y vuestro amor antes de serviros de libros. Buscad la humildad del amor. Que un libro pío os acompañe para encauzaros en el buen camino cuando el espíritu se vuelve pesado o cuando vuestros sentidos se embotan, eso está bien; pero, recordaos, nuestro buen Maestro prefiere la pobreza de nuestros corazones a los más sublimes pensamientos y afecciones que pertenecen a otros”.

“El verdadero secreto del amor es olvidarse de sí mismo, como el Bautista, para exaltar y glorificar al Señor Jesús. El verdadero amor no mira lo que él da sino aquello que merece el Bienamado”.

“No querer llegarse a Nuestro Señor con la propia miseria o con la pobreza humillada es, muy a menudo, el fruto sutil del orgullo o de la impaciencia; y sin embargo, es esto que el Señor más prefiere, lo que Él ama, lo que Él bendice”.

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“Como vuestras adoraciones son bastante imperfectas, unidlas a las adoraciones de la Santísima Virgen”.

“Se estáis con aridez, glorificad la gracia de Dios, sin la cual no podéis hacer nada; abrid vuestras almas hacia el cielo como la flor abre su cáliz cuando se alza el sol para recibir el rocío benefactor. Y si ocurre que estáis en estado de tentación y de tristeza y todo os lleva a dejar la adoración bajo el pretexto que ofendéis a Dios, que lo deshonráis más que lo servís, no escuchéis a esas tentaciones. En estos casos se trata de adorar con la adoración de combate, de fidelidad a Jesús contra vosotros mismos. No, de ninguna manera le disgustáis. Vosotros alegráis a Vuestro Maestro que os contempla. Él espera nuestro homenaje de la perseverancia hasta el último minuto del tiempo que debemos consagrarle”.

“Orad en cuatro tiempos: Adoración, acción de gracias, reparación, súplicas”.

“El santo Sacrificio de la Misa es la más sublime de las oraciones. Jesucristo se ofrece a su Padre, lo adora, le da gracias, lo honra y le suplica a favor de su Iglesia, de los hombres, sus hermanos y de los pobres pecadores. Esta augusta oración Jesús la continúa por su estado de víctima en la Eucaristía. Unámonos entonces a la oración de Nuestro Señor; oremos como Él por los cuatro fines del sacrificio de la Misa: esta oración reasume toda la religión y encierra los actos de todas las virtudes...”

“1. Adoración: Se comenzáis por el amor termineréis por el amor. Ofreced vuestra persona a Cristo, vuestras acciones, vuestra vida. Adorad al Padre por medio del Corazón eucarístico de Jesús. Él es Dios y hombre, vuestro Salvador, vuestro hermano, todo junto. Adorad al Padre Celestial por su Hijo, objeto de todas sus complacencias, y vuestra adoración tendrá el valor de la de Jesús: será la suya.

2. Acción de gracias: Es el acto de amor más dulce del alma, el más agradable a Dios; y el perfecto homenaje a su bondad infinita. La Eucaristía es, ella misma, el perfecto reconocimiento. Eucaristía quiere decir acción de gracias: Jesús da gracias al Padre por nosotros. Él es nuestro propio agradecimiento. Dad gracias al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo...

3. Reparación: por todos los pecados cometidos contra su presencia eucarística. Cuánta tristeza es para Jesús la de permanecer ignorado, abandonado, menospreciado en los sagrarios. Son pocos los cristianos que creen en su presencia real, muchos son los que lo olvidan, y todo porque Él se hizo demasiado pequeño, demasiado humilde, para ofrecernos el testimonio de su amor. Pedid perdón, haced descender la misericordia de Dios sobre el mundo por todos los crímenes... 

4. Intercesión, súplicas: Orad para que venga su Reino, para que todos los hombres crean en su presencia eucarística. Orad por las intenciones del mundo, por vuestras propias intenciones. Y concluid vuestra adoración con actos de amor y de adoración. El Señor en su presencia eucarística oculta su gloria, divina y corporal, para no encandilarnos y enceguecernos. Él vela su majestad para que oséis ir a Él y hablarle como lo hace un amigo con su amigo; mitiga también el ardor de su Corazón y su amor por vosotros, porque sino no podríais soportar la fuerza y la ternura. No os deja ver más que su bondad, que filtra y sustrae por medio de las santas especies, como los rayos del sol a través de una ligera nube.  

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El amor del Corazón se concentra; se lo encierra para hacerlo más fuerte, como el óptico que trabaja su cristal para reunir en un solo punto todo el calor y toda la luz de los rayos solare. Nuestro Señor, entonces, se comprime en el más pequeño espacio de la hostia, y como se enciende un gran incendio aplicando el fuego brillante de una lente sobre el material inflamable, así la Eucaristía hace brotar sus llamas sobre aquellos que participan en ella y los inflama de un fuego divino... Jesús dijo: « he vendio a traer fuego sobre la tierra y cómo querría que este fuego inflamase el universo. » « Y bien, este fuego divino es la Eucaristía », dice san Juan Crisóstomo. Los incendiarios de este fuego eucarístico son todos aquellos que aman a Jesús, porque el amor verdadero quiere el reino y la gloria de su Bienamado”.

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Significado de la Adoración al Santísimo Sacramento del Altar

http://www.smdtours.com.ar/significado.html

Significado de la Adoración al Santísimo

Adorando a Cristo en la Eucaristía, hagamos de nuestra vida «una ofrenda permanente». Los fines del Sacrificio eucarístico, como es sabido, son principalmente cuatro: adoración de Dios, acción de gracias, expiación e impetración (Trento: Dz 940. 950/1743. 1753; +Mediator Dei 90-93). Pues bien, esos mismos fines de la Misa han de ser pretendidos igualmente en el culto eucarístico. Por él, como antes nos ha dicho el Ritual, los adoradores han de «ofrecer con Cristo toda su vida al Padre en el Espíritu Santo» (80). Pío XII lo explica bien:

«Aquello del Apóstol, "habéis de tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús" (Flp 2,5), exige a todos los cristianos que reproduzcan en sí mismos, en cuanto al hombre es posible, aquel sentimiento que tenía el divino Redentor cuando se ofrecía en sacrificio; es decir, que imiten su humildad y eleven a la suma Majestad divina la adoración, el honor, la alabanza y la acción de gracias. Exige, además, que de alguna manera adopten la condición de víctima, abnegándose a sí mismos según los preceptos del Evangelio, entregándose voluntaria y gustosamente a la penitencia, detestando y expiando cada uno sus propios pecados. Exige, en fin, que nos ofrezcamos a la muerte mística en la cruz, juntamente con Jesucristo, de modo que podamos decir como san Pablo: "estoy clavado en la cruz juntamente con Cristo" (Gál 2,19)» (Mediator Dei 101). 

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Adoremos a Cristo, presente en la Eucaristía

Al finalizar su estudio sobre La presencia real de Cristo en la Eucaristía, José Antonio Sayés escribe:

«La adoración, la alabanza y la acción de gracias están presentes sin duda en la trama misma de la "acción de gracias" que es la celebración eucarística y que en ella dirigimos al Padre por la mediación del sacrificio de su Hijo.

«Por otra parte, hemos de pensar que la Encarnación merece por sí sola ser reconocida con la contemplación de la gloria del Unigénito que procede del Padre (Jn 1,14)... La conciencia viva de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, prolongación sacramental de la Encarnación, ha permitido a la Iglesia seguir siendo fiel al misterio de la Encarnación en todas sus implicaciones y al misterio de la mediación salvífica del cuerpo de Cristo, por el que se asegura el realismo de nuestra participación sacramental en su sacrificio, se consuma la unidad de la Iglesia y se participa ya desde ahora en la gloria futura» (312-313). 

Adoremos, pues, al mismo Cristo en el misterio de su máximo Sacramento. Adorémosle de todo corazón, en oración solitaria o en reuniones comunitarias, privada o públicamente, en formas simples o con toda solemnidad.

-Adoremos a Cristo en el Sacrificio y en el Sacramento. La adoración eucarística fuera de la Misa ha de ser, en efecto, preparación y prolongación de la adoración de Cristo en la misma celebración de la Eucaristía. Con razón hace notar Pere Tena:

«La adoración eucarística ha nacido en la celebración, aunque se haya desarrollado fuera de ella. Si se pierde el sentido de adoración en el interior de la celebración, difícilmente se encontrará justificación para promoverla fuera de ella... Quizá esta consideración pueda ser interesante para revisar las celebraciones en las que los signos de referencia a una realidad trascendente casi se esfuman» (212).

-Adoremos a Cristo, presente en la Eucaristía: exaltemos al humillado. Es un deber glorioso e indiscutible, que los fieles cristianos -cumpliendo la profecía del mismo Cristo- realizamos bajo la acción del Espíritu Santo: «él [el Espíritu Santo] me glorificará» (Jn 16,14).

En ocasión muy solemne, en el Credo del Pueblo de Dios, declara Pablo VI: «la única e indivisible existencia de Cristo, Señor glorioso en los cielos, no se multiplica, pero por el Sacramento se hace presente en los varios lugares del orbe de la tierra, donde se realiza el sacrificio eucarístico. La misma existencia, después de celebrado el sacrificio, permanece presente en el Santísimo Sacramento, el cual, en el tabernáculo del altar, es como el corazón vivo de nuestros templos. Por lo cual estamos obligados, por obligación ciertamente gratísima, a honrar y adorar en la Hostia

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Santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que ellos no pueden ver, y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin haber dejado los cielos» (n. 26).

-Adorando a Cristo en la Eucaristía, bendigamos a la Santísima Trinidad, como lo hacía el venerable Manuel González:

«Padre eterno, bendita sea la hora en que los labios de vuestro Hijo Unigénito se abrieron en la tierra para dejar salir estas palabras: "sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Padre, Hijo y Espíritu Santo, benditos seáis por cada uno de los segundos que está con nosotros el Corazón de Jesús en cada uno de los Sagrarios de la tierra. Bendito, bendito Emmanuel» (Qué hace y qué dice el Corazón de Jesús en el Sagrario, 37)

-Adoremos a Cristo en exposiciones breves o prolongadas. Respecto a las exposiciones más prolongadas, por ejemplo, las de Cuarenta Horas, el Ritual litúrgico de la Eucaristía dispone:

«en las iglesias en que se reserva habitualmente la Eucaristía, se recomienda cada año una exposición solemne del santísimo Sacramento, prolongada durante algún tiempo, aunque no sea estrictamente continuado, a fin de que la comunidad local pueda meditar y orar más intensamente este misterio. Pero esta exposición, con el consentimiento del Ordinario del lugar, se hará sólamente si se prevé una asistencia conveniente de fieles» (86).

«Póngase el copón o la custodia sobre la mesa del altar. Pero si la exposición se alarga durante un tiempo prolongado, y se hace con la custodia, se puede utilizar el trono o expositorio, situado en un lugar más elevado; pero evítese que esté demasiado alto y distante» (93) 

Ante el Santísimo expuesto, el ministro y el acólito permanecen arrodillados, concretamente durante la incensión (97). Y lo mismo, se entiende, el pueblo. Es el mismo arrodillamiento que, siguiendo muy larga tradición, viene prescrito por la Ordenación general del Misal Romano «durante la consagración» de la Eucaristía (21). Y recuérdese en esto que «la postura uniforme es un signo de comunidad y unidad de la asamblea, ya que expresa y fomenta al mismo tiempo la unanimidad de todos los participantes» (20). 

-Adoremos a Cristo con cantos y lecturas, con preces y silencio. «Durante la exposición, las preces, cantos y lecturas deben organizarse de manera que los fieles atentos a la oración se dediquen a Cristo, el Señor».

«Para alimentar la oración íntima, háganse lecturas de la sagrada Escritura con homilía o breves exhortaciones, que lleven a una mayor estima del misterio eucarístico. Conviene también que los fieles respondan con cantos a la palabra de Dios. En momentos oportunos, debe guardarse un silencio sagrado» (Ritual 95; +89).

-Adoremos a Cristo, rezando la Liturgia de las Horas. «Ante el

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santísimo Sacramento, expuesto durante un tiempo prolongado, puede celebrarse también alguna parte de la Liturgia de las horas, especialmente las Horas principales [laudes y vísperas].

«Por su medio, las alabanzas y acciones de gracias que se tributan a Dios en la celebración de la Eucaristía, se amplían a las diferentes horas del día, y las súplicas de la Iglesia se dirigen a Cristo y por él al Padre en nombre de todo el mundo» (Ritual 96). Las Horas litúrgicas, en efecto, están dispuestas precisamente para «extender a los distintos momentos del día la alabanza y la acción de gracias, así como el recuerdo de los misterios de la salvación, las súplicas y el gusto anticipado de la gloria celeste, que se nos ofrecen en el misterio eucarístico, "centro y cumbre de toda la vida de la comunidad cristiana" (CD 30)» (Ordenación general de la Liturgia de las Horas 12).

-Adoremos a Cristo, haciendo «visitas al Santísimo». En efecto, como dice Pío XII, «las piadosas y aún cotidianas visitas a los divinos sagrarios», con otros modos de piedad eucarística,

«han contribuido de modo admirable a la fe y a la vida sobrenatural de la Iglesia militante en la tierra, que de esta manera se hace eco, en cierto modo, de la triunfante, que perpetuamente entona el himno de alabanza a Dios y al Cordero "que ha sido sacrificado" (Ap 5,12; +7,10). Por eso la Iglesia no sólo ha aprobado esos piadosos ejercicios, propagados por toda la tierra en el transcurso de los siglos, sino que los ha recomendado con su autoridad. Ellos proceden de la sagrada liturgia, y son tales que, si se practican con el debido decoro, fe y piedad, en gran manera ayudan, sin duda alguna, a vivir la vida litúrgica» (Mediator Dei 165-166)