Servidores y testigos de la Verdad (II) · 10.^Pedro^y^Cornelio:^la^misión^de ......

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Servidores y testigos de la Verdad (II) Lectio divina de Hechos de los Apóstoles

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Servidores ytestigos de la Verdad (II)

Lectio divina de Hechos de los Apóstoles

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Arzobispado de Madrid

Impreso en enero 2014

Selección de textos y comentarios: Andrés García Serrano (coord)

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2ÍNDICE

La Lectio divina.............................................................

...de los Hechos de los Apóstoles..............................

6. Dos características de la misión: el servicio y la Palabra de Dios..............................

7. Esteban: el primer testimonio martirial.............

8. Felipe y el etíope eunuco:la misión a los que buscan....................................

9. Pablo: la llamada a la misión...............................

10. Pedro y Cornelio: la misión de los alejados........

Oración ..........................................................................

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Tiziano Vecellio,

(1575),

Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid

LA LECTIO DIVINA…

La lectio divina es, sobre todo, la obra del Espírituen nosotros que habla al hombre por medio dela Palabra de Dios para mostrarle la voluntad del

Padre. De este modo, la lectio divina permite mostrar laesencia más íntima del hombre facilitándole conocer elplan de Dios sobre él, y, por tanto, conocerse a símismo. Para ello la lectio divina parte del texto de la Pa-labra de Dios, realizando una lectura atenta que presteatención a cada mínimo detalle del texto. La lectio di-vina consiste en un leer atentamente el texto bíblico,meditando en su significado para hacerlo nuestro. Esese entrar en diálogo confiado con Aquel que nos di-rige su palabra hasta quedarnos contemplando, admi-rados, la belleza del rostro de quien nos habla. Y estacontemplación ciertamente transforma nuestra vida.

Una imagen vale más que mil palabras. Palabra yvisión no se oponen, son cauces complementarios quepueden ayudar a comprender la esencia de la lectio di-vina. Tratemos de explicarla mediante la contempla-ción de un cuadro de Tiziano en el que aparece SanJerónimo rezando. San Jerónimo, patrono de los exe-getas católicos puesto que el Papa español San Dámasole encargó la traducción de las Sagradas Escrituras allatín, la lengua del pueblo en aquel momento, nospuede ayudar en el arte de la lectura espiritual de laSagrada Escritura, con la que queremos rezar a lo largode este curso 2013-2014.

Observemos el cuadro. Su marco es el desierto

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agreste. Todo evoca al retiro y al silencio, pero nadadice. Nada distrae al espectador de la imagen de SanJerónimo y de su mirada ardiente, clavada en los cla-vos de Cristo, clavada en Cristo. Es el marco de todabúsqueda de Dios, que no puede darse sin silencio, sininterioridad, sin un cierto pararse y darse solo a Él.¡Cuánto necesitamos este silencio en medio del vértigode nuestros días! La contemplación de la Palabra deDios será un oasis de paz en Dios, un escuchar tran-quilamente la voz de Dios que habla en nuestra intimi-dad.

En el ángulo superior izquierdo encontramos, casiun detalle, la Cruz. En su humildad, la Cruz de Cristono llena la escena, pero sin embargo, todo convergehacia ella. No se impone, pero sin ella la obra enteracarecería de sentido. Todo el cuadro invita a buscarla.Este cuadro es todo un tratado de contemplación sobrela búsqueda del rostro de Cristo. Jerónimo busca a suSeñor, el consuelo y la gloria del Resucitado. Parececomo si todo el cuerpo pendiera de esa mirada. La mi-rada profunda de San Jerónimo es la mirada del queama a Cristo y se identifica con Cristo, hasta en la cruz.La oración sólo se ilumina cuando tendemos y mira-mos a Cristo y no a nosotros mismos.

¿Pero quién busca a Cristo? San Jerónimo, en su hu-manidad desnuda, sin tapujos. El Santo se encuentra,con el peso de sus años, orientado hacia el objeto de sudeseo, la visión del Señor. Es decir, San Jerónimo nosólo mira a Cristo, sino que también se deja mirar porÉl. Deja que Cristo mire su carne desnuda, enferma,quizás herida por su pecado, anciana. Ese diálogo delas miradas es la oración contemplativa que une lacarne gloriosa de nuestro Señor con nuestra desnudacarne.

El cuerpo, con su verdad desnuda, se cubre parcial-mente con un manto rojo. Es la Iglesia. Tiziano lo ex-presa con este manto cardenalicio, teñido de púrpura

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en la sangre de los mártires. El que reza está en soledad,pero nunca solitario. Esta dimensión eclesial es un rasgoesencial de toda contemplación cristiana. En el seno dela Iglesia, el rostro de Cristo se hace accesible a todo elque lo busca con sincero corazón. Dejémonos acompa-ñar por la Iglesia, por su Magisterio, por sus santos ypor nuestras comunidades parroquiales.

Si la mirada de San Jerónimo orienta el cuerpo y tirade él hacia Cristo, las manos nos enseñan el camino.La una está sobre la Biblia; la otra sobre la piedra. SanJerónimo busca al Señor en las palabras del Señor. Ynuestra madre la Iglesia nos dice que la Palabra deDios es la Biblia. Parece como si San Jerónimo se im-pulsara hacia el crucifijo apoyándose en el libro santo.Como decían los Padres de la Iglesia, ignorar las Escri-turas es ignorar a Cristo mismo. Pero no sólo eso, delmismo modo, conocer las Escrituras nos lleva a cono-cer el corazón de Dios en la Palabra de Dios.

En la otra mano, San Jerónimo tiene una piedra. Lalectura orante de las Sagradas Escrituras no es super-ficial, ni de una mirada curiosa. Se trata de una miradaempeñativa, que está dispuesta a sufrir y luchar poramor. El amor busca la unión, la identificación, aunquecueste. Queremos leer y meditar la Palabra de Diosuniéndonos al Señor hasta formar una sola cosa con Él.La oración sería un simple pasatiempo, una evasión, sise la priva de este deseo de cambiar la vida, de hacertodo aquello que el Señor nos manifiesta en la oración.Es una contemplación transformadora, aunque cueste.Se trata, en definitiva, de descubrir la voluntad de Diospara luchar para hacerla propia. La piedra expresa laactitud de quien dice: «Señor, ¿qué quieres que haga?»,¿qué he de hacer para identificarme más contigo?. LaPalabra de Dios es ese libro de discernimiento (manoizquierda) que ilumina las dificultades propias de lavida (mano derecha) para identificarnos progresiva-mente al Verbo Encarnado, el hombre perfecto.

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… DE LOS HECHOS

DE LOS APÓSTOLES

Coincidiendo con la Misión Madrid, la Archidió-cesis de Madrid propone la lectura meditadadel libro de los Hechos de los Apóstoles. Este

libro describe el desarrollo de la fructífera misión dela Iglesia naciente. Dicha misión, aun desarrollándosehace más de veinte siglos, es modelo para la Iglesia detodos los tiempos. De hecho, las características de lamisma, la guía del Espíritu, la fortaleza en las diversasdificultades, la comunión eclesial, la caridad, el servi-cio, la alegría, el testimonio hasta el martirio si fueranecesario, y la acogida a todos, tanto a los que se acer-can a la Iglesia, como a los alejados o a los que la re-chazan, están llamadas a desarrollarse también ennuestra misión en Madrid. Ciertamente, la Palabra deDios, de un modo especial el libro de los Hechos de losApóstoles, puede iluminar y revitalizar nuestro ardormisionero y el modo en que realizamos esta dimensiónpropia de todo cristiano.

Proponemos, por tanto, la lectio divina de quince pa-sajes que muestran distintos aspectos de la misión delos orígenes del cristianismo. El libro de los Hechos co-mienza con una afirmación programática que describelas distintas etapas en las que puede dividirse el libro.Las últimas palabras de Jesús, antes de su Ascensión alos cielos, subrayan el mandato misionero de Jesús queenvía a sus discípulos a ser sus «testigos en Jerusalén,en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tie-rra» (Hch 1,8). Veremos cada una de estas etapas en cadauno de los trimestres del curso 2013-2014: «Jerusalén»

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en el primer trimestre, «Judea y Samaría» en el segundo,y «hasta los confines de la tierra» en el tercero.

Los cinco primeros textos propuestos para la medi-tación (primer trimestre del curso 2013-2014) se enmar-can «en Jerusalén» y describen los fundamentos de lamisión. En una especie de «evangelio de la infancia» dela Iglesia naciente, San Lucas, el autor de los Hechos,describe los pilares básicos de la Iglesia y de su misión:el mandato misionero de Jesús antes de su Ascensión;la necesidad de que dicha misión sea apostólica, esdecir, eclesial, fundada en los doce apóstoles y sus su-cesores; la acogida del Espíritu Santo como motor y fun-damento de toda vida eclesial; las dificultades comoparte constitutiva de la misión cristiana; y la comunión,dimensión esencial para dicha misión eclesial.

Los cinco siguientes textos propuestos (segundo tri-mestre del curso) describen la misión en «Judea y Sa-maría». La persecución a los cristianos en el Templo deJerusalén provoca que éstos se alejen de Jerusalén yvayan «por todas partes anunciando la Buena Nuevade la palabra» (Hch 8,4). Esta dispersión favorece la mi-sión, que conlleva la caridad y servicio, especialmentea los más necesitados. Esteban es el primer testigo deJesucristo que, identificándose plenamente con suMaestro, ofrece su vida por el Señor. Este primer testi-monio martirial ha de ser modelo de nuestra misión,que está llamada a estar dispuesta al martirio, si fueranecesario. En Judea, bajando desde Jerusalén hacia elsur, se encuentra Felipe con el etíope eunuco, que le-yendo el profeta Isaías y regresando de peregrinar aJerusalén, representa la misión a los que se acercan alSeñor. Por último, el encuentro de Pedro con el centu-rión Cornelio describe la primera conversión de un pa-gano y, por tanto, el modelo de la misión a los másalejados.

Los cinco últimos textos propuestos (tercer trimes-tre del curso) se centran en la misión de la Iglesia en la

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diáspora, llegando «hasta los confines de la tierra». Laasamblea de Jerusalén decide, con la guía del EspírituSanto, que todos los hombres son destinatarios de lasalvación de Dios sin restricción alguna; estamos lla-mados a acoger y llegar a todos, sin acepción algunade personas. San Pablo es el modelo de esta misiónuniversal que llega, no sólo a los alejados, sino tambiéna aquellos que le rechazan. El discurso de Pablo en elAreópago de Atenas muestra cómo Pablo presenta laintegridad del mensaje cristiano, aun cuando éste seaexigente y pueda recibir mofas. Ahora bien, Pablo esbien consciente de su incapacidad física para llegar atodos. Por ello, su discurso a los dirigentes de las co-munidades cristianas va dirigido también a cada unode nosotros, que estamos llamados a evangelizar con-forme al modelo paulino. Finalmente, Pablo, en suardor evangelizador, llega a Roma, aprovechandocualquier oportunidad que la Providencia le ofrecepara predicar, incluso su naufragio por las aguas delMediterráneo.

Cada una de estas quince sesiones propuestas estácompuesta por los siguientes apartados. En primerlugar encontramos el texto de la Escritura que quere-mos contemplar. En segundo lugar proponemos un co-mentario que trata de explicar dicho pasaje. En tercerlugar proponemos una serie de textos relacionados conla temática del pasaje en cuestión. Dichos textos estántomados de la Tradición de la Iglesia, tanto de los Pa-dres de la Iglesia, como de teólogos contemporáneos,como del Magisterio de la Iglesia, y, junto con el pasajede los Hechos y el comentario al mismo, tratan de ilu-minar la reflexión personal. Finalmente, sugerimosuna serie de preguntas que pueden servir para un diá-logo en grupo en el que pongamos en común lo que elSeñor haya dicho a cada uno. De este modo, podemosconstruir juntos, y guiados por la Palabra de Dios, laMisión Madrid en nuestra propia parroquia.

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Dos características de la misión:el servicio y la Palabra de Dios

6.1 El pasaje de la Escritura 1En aquellos días, al crecer el número de los discí-pulos, los de lengua griega se quejaron contra losde lengua hebrea, porque en el servicio diario nose atendía a sus viudas. 2Los Doce, convocando ala asamblea de los discípulos, dijeron: "No nos pa-rece bien descuidar la palabra de Dios para ocu-parnos del servicio de las mesas. 3Por tanto,hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres debuena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y losencargaremos de esta tarea: 4nosotros nos dedica-remos a la oración y al servicio de la palabra". 5Lapropuesta les pareció bien a todos y eligieron a Es-teban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo; a Fe-lipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Parmenas yNicolás, prosélito de Antioquía. 6Se los presenta-ron a los apóstoles y ello les impusieron las manosorando.7La palabra de Dios iba creciendo y en Jerusalén semultiplicaba el número de discípulos; incluso mu-chos sacerdotes aceptaban la fe.8Esteban, lleno de gracia y poder, realizaba gran-des prodigios y signos en medio del pueblo. 9Unoscuantos de la sinagoga llamada de los libertos,oriundos de Cirene, Alejandría, Cilicia y Asia, sepusieron a discutir con Esteban; 10pero no lograbanhacer frente a la sabiduría y al espíritu con que ha-blaba. 11Entonces indujeron a unos que asegurasen:"Le hemos oído palabras blasfemas contra Moisésy contra Dios". 12Alborotaron al pueblo, a los an-

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cianos y a los escribas, y, viniendo de improviso,lo agarraron y lo condujeron al Sanedrín, 13presen-tando testigos falsos que decían: "Este individuono para de hablar contra el Lugar Santo y la Ley,14pues le hemos oído decir que ese Jesús el Naza-reno destruirá este lugar y cambiará las tradicionesque nos dio Moisés". 15Todos los que estaban sen-tados en el Sanedrín fijaron su mirada en él y surostro les pareció el de un ángel (Hch 6,1-15).

6.2 La lectio divina del pasaje

El pasaje que meditamos ahora enlaza directamentecon los capítulos anteriores, en los que hemos vistocómo la Iglesia, en Jerusalén, se fortalecía día a día ycrecía interiormente a pesar de las dificultades y per-secuciones que venían de fuera. El caso de Ananías ySáfira (5, 1-11) muestra que el pecado ronda siempre alos cristianos, pero se trata de un caso más bien excep-cional. En el c. 6 san Lucas nos presenta un conflictointerior a la iglesia misma que, sin embargo, será oca-sión providencial de un crecimiento aún mayor de lafe, poniendo a la comunidad cristiana en una nueva si-tuación. El capítulo 6 nos presenta en primer lugar elconflicto entre "los de lengua hebrea" (hebreos) y "losde lengua griega" (helenistas); en segundo lugar, nospresenta el modo en que los Doce lo resuelven y, final-mente, asistimos al proceso de Esteban, uno de los he-lenistas, que conducirá a su martirio (c. 7). Estaprimera persecución será el inicio de una nueva expan-sión, que tendrá su centro en Antioquía, desde dondecomenzará la misión a los gentiles. La persecución y elmartirio es siempre semilla de nuevos cristianos.

Las persecuciones anteriores habían fortalecido la fede los Doce y el pueblo permanecía atento y admiradopor su testimonio. El crecimiento numeroso de los her-manos (6, 1) hace que se multipliquen las necesidadesy se haga más difícil responder a todas ellas. Esto es

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ocasión de una queja de los helenistas contra los hebreos,porque estos últimos discriminaban a las viudas deaquellos. ¿Quiénes son los unos y los otros? Entre losestudiosos hay un acuerdo generalizado al afirmar quelos helenistas son cristianos procedentes del judaísmoque hablaban griego, mientras que los cristianos hebreosson judíos que hablaban arameo. Los helenistas serían ju-díos de la diáspora que residían ahora en Jerusalén. Pa-rece probado que muchos judíos de la diáspora iban aJerusalén a pasar los últimos años de su vida para serenterrados en la Tierra que Dios había dado a los an-tepasados. Los vínculos familiares de estos eran másdébiles y, en muchas ocasiones, simplemente no exis-tirían. Eso agravaba la condición, de por sí precaria, delas viudas, particularmente menesterosas, al haber per-dido el apoyo de sus maridos. Ya en el Antiguo Testa-mento encontramos numerosos textos sobre laprotección que debía dárseles. Sabemos también queen Jerusalén había sinagogas de los helenistas, que for-maban comunidades propias por las dificultades quetenían para entenderse en arameo.

Es en este contexto donde aparece la queja de los hele-nistas contra los hebreos porque sus viudas no sonatendidas como las de los hebreos, aunque aparezcacomo causa coadyuvante el crecimiento rápido del nú-mero de los hermanos. Se trata aquí de una discrimi-nación del grupo de los helenistas, en su eslabón másdébil, el de las viudas. Probablemente, los helenistas –aun siendo judíos convertidos- formaban una comuni-dad específica, con costumbres propias y tal vez conliturgia propia, en griego y no en arameo. Se forma unaprimera brecha que atenta contra la comunión de loshermanos. No era la primera, ya en 1 Cor 11 san Pabloinvita a los corintios a superar las dificultades entreunos y otros y a vivir en la caridad, en la humildad yen el servicio mutuo, no dejándose llevar de las dife-rencias procedentes del status socio-económico a lahora de celebrar la Eucaristía. Es allí donde Pablo re-

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cuerda que los que comen un solo pan se hacen miem-bros del mismo cuerpo. El problema planteado no essólo un problema de gestión. Es, principalmente, unaherida en la caridad entre dos grupos diferenciados,que se traduce en una real o sentida discriminación, si-tuación que lamentablemente no nos resulta difícil decomprender. Es siempre el amor mutuo, el manda-miento al que somos llamados, el que más heridassufre y es, sin embargo, el signo más claro de la verdadque celebramos en la fe y en la Eucaristía.

Los Doce (única vez que aparecen así nombrados enHechos intervienen para solucionar el problema.Queda así claro que los dos grupos están bajo su auto-ridad. Muestran en su proceder que la Iglesia es antetodo la comunión de todos los hermanos. Por ello con-vocan, en primer lugar, a la muchedumbre de los dis-cípulos y ofrecen una solución. Ellos se dedicarían, sindistracciones, a la oración y al ministerio de la palabray encargarían a siete varones el “servir a las mesas”.

Aparecen así distinguidos dos servicios, el de lasmesas, el de la caridad –diríamos hoy- y el de la ora-ción y de la palabra. Por oración hemos de entender elconjunto de las oraciones de la comunidad cristiana,incluida la celebración de la Eucaristía, y por ministe-rio de la palabra, la predicación, el testimonio entre lospaganos y la formación de nuevos ministros de la pa-labra. No es intención de san Lucas oponer dos minis-terios, ni primar uno sobre otro. La intención de losDoce es asegurar que no falte el servicio a las mesas,esencial también a la comunidad cristiana. Justamentepara asegurar ambos servicios se “crea” un ministerioespecífico. No aparece el término diaconado, pero sí elverbo diakonein, servir. La Palabra anunciada es Jesu-cristo mismo, el Hijo hecho hombre para mostrar en lohumano la misericordia divina. Se trata del anunciodel amor de Dios que se ha mostrado en Jesucristo. Nopuede haber real anuncio de la Palabra de Dios que nosea, a la vez, presencia viva del amor de Dios, de la ca-

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ridad con los más débiles y de la comunión entre todoslos hermanos. El servicio de la caridad no surge, en laIglesia, para remediar las situaciones que el Estado nollega a cubrir, es esencial a su vida y a su misión, perono hay mayor amor que entregar al hombre a Jesu-cristo mismo, mediante la predicación y el testimonio.Ambos servicios se reclaman mutuamente y ambosnacen del mismo amor de Dios. De hecho, lo quevemos en el texto es que el servicio de la caridad lesconduce por sí mismos a seguir predicando y anun-ciando el Evangelio.

La comunidad presenta a siete varones, pero son losDoce quienes presentan cuáles han de ser sus cualida-des (6, 3): de buena reputación, llenos de espíritu desabiduría. Los Doce oran sobre ellos y les imponen lasmanos, es decir, invocan sobre ellos el Espíritu Santoy les transfieren este ministerio, como participación delsuyo propio. De entre los siete destaca Esteban, llenode fe y de Espíritu Santo. La consecuencia de esta solu-ción es que la Palabra de Dios crecía y aumentaba elnúmero de los hermanos, incluyendo a muchos sacer-dotes judíos (6, 7). Ese es el fruto de una decisión bientomada: habiendo recurrido a la oración; habiendoconsultado a la comunidad y bajo la supervisión de losDoce… la comunión con el Señor y la comunión fra-terna son las vías para resolver cualquier crisis deamor mutuo entre unos y otros, bajo el ministerio dela unidad y de la comunión concretado en el serviciode los obispos. Es, justamente, esta comunión, signodel amor fraterno, la condición necesaria para quetanto la predicación como el servicio sean verdadera-mente elocuentes, es decir, sean signos del amor deDios que se ha hecho carne en Jesucristo y permanecevivo y ardiente en la Iglesia.

Hch 6,8-15 narra la primera persecución desatada con-tra los cristianos. En rigor, deberíamos decir con los he-lenistas que eran más críticos –habiendo sido educadosen la diáspora- contra el culto del Templo de Jerusalén

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y contra algunas costumbres procedentes de la Ley deMoisés. Esta persecución se centra en Esteban, proba-blemente el más importante de los siete en el grupo delos helenistas. La persecución nace en las sinagogas delos helenistas que había en Jerusalén, a las cuales debíadirigirse la predicación de los cristianos helenistas. SanLucas subraya un cierto paralelismo en el proceso con-tra Esteban y el proceso contra Jesús. No es el discípulomayor que su maestro, de modo que Esteban se vetambién envuelto en la red de las falsas acusaciones(palabras blasfemas contra Moisés y contra Dios). Es-teban, predicaba, lleno de sabiduría y de fuerza, sobrela última venida de Cristo… Entonces el culto del Tem-plo de Jerusalén desaparecería ante su presencia y tam-bién la Ley mosaica perdería su vigor. Eso implica ensu predicación que el culto del Templo es ya irrele-vante.

Ya en esta primera persecución se anuncia el motivo detoda persecución contra los cristianos: el anuncio explí-cito y vivo de Cristo que, siendo el centro de todo y elcriterio último de la verdad y de la vida de los hombres,implica un juicio y una llamada a la conversión. Se tratasiempre de la resistencia a la verdad de Cristo y de la fi-delidad de la Iglesia a esta misión recibida del Señor ala que no puede, de ninguna manera, renunciar.

6.3 Así lo leyeron

¿Ves cómo todo se dispone de un modo que no eshumano? Y aumentaba considerablemente el númerode discípulos en Jerusalén. Crecía en Jerusalén lamultitud. Lo admirable era que donde Cristo habíasido matado, allí se extendía la predicación. Y nosólo no se escandalizaron algunos de los discípu-los al ver que los apóstoles eran azotados, otroseran amenazados, otros tentaban al Espíritu Santoy otros murmuraban, sino que aumentaba consi-derablemente el número de los creyentes; así, conmotivo de lo de Ananías, se tornaron mejores y era

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mayor el miedo que tenían a los apóstoles. Fíjatecómo crecía la multitud. Creció después de laspruebas, no antes. Observa también la gran bene-volencia de Dios. De aquellos príncipes de los sa-cerdotes que excitaban a las turbas a pedir lamuerte [de Cristo]; de aquellos que gritaban:‘Salvó a otros, y a sí mismo no puede salvarse’, deésos dice [el texto], muchos ‘obedecían a la fe’. Asípues, nosotros debemos ser imitadores de Cristo.Él los abrazó y no los rechazó. De la misma maneranosotros debemos pagar con beneficios a los ene-migos que nos hayan causado innumerablesmales” (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías a los He-chos de los Apóstoles, 14, 3,8 - 14, 4, 1).

Ten en cuenta que, si fueron necesarios siete varo-nes para dicho ministerio, quizá era lo que corres-pondía a la gran abundancia [de las limosnas] y ala multitud de las viudas. Tampoco las oracionesse hacían a la ligera, sino con gran atención; y esto,lo mismo que la predicación, se llevaba a la perfec-ción; en efecto, todo se hacía con las oraciones. Deesta manera se daba preferencia a lo espiritual yasí se les enviaba a salir fuera, y así ellos hicieroncreíble la palabra" (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homi-lías a los Hechos de los Apóstoles 14, 3,5).

El ideal cristiano siempre invitará a superar la sos-pecha, la desconfianza permanente, el temor a serinvadidos, las actitudes defensivas que nos im-pone el mundo actual. Muchos tratan de escaparde los demás hacia la privacidad cómoda o haciael reducido círculo de lo más íntimo, y renuncianal realismo de la dimensión social del Evangelio...Mientras tanto, el Evangelio nos invita siempre acorrer el riesgo del encuentro con el rostro del otro,con su presencia física que interpela, con su dolory sus reclamos, con su alegría que contagia en un

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constante cuerpo a cuerpo. La verdadera fe en elHijo de Dios hecho carne es inseparable del donde sí, de la pertenencia a la comunidad, del servi-cio, de la reconciliación con la carne de los otros.El Hijo de Dios, en su encarnación, nos invitó a larevolución de la ternura" (FRANCISCO, ExhortaciónApostólica Evangelii Gaudium, 88).

La historia de san Esteban nos da varias lecciones.Por ejemplo, nos enseña que el compromiso socialde la caridad no se debe separar nunca del anunciovaliente de la fe. Era uno de los siete que se encar-gaban sobre todo de la caridad. Pero la caridad nose podía separar del anuncio. De este modo, con lacaridad, anuncia a Cristo crucificado, hasta elpunto de aceptar incluso el martirio. Esta es la pri-mera lección que podemos aprender de san Este-ban: la caridad y el anuncio van siempre juntos. SanEsteban sobre todo nos habla de Cristo, de Cristocrucificado y resucitado como centro de la historiay de nuestra vida. Podemos comprender que lacruz ocupa siempre un lugar central en la vida dela Iglesia y también en nuestra vida personal. En lahistoria de la Iglesia no faltará nunca la pasión, lapersecución. Y precisamente la persecución se con-vierte, según la famosa frase de Tertuliano, enfuente de misión para los nuevos cristianos. Citosus palabras: "Nosotros nos multiplicamos cadavez que somos segados por vosotros: la sangre delos cristianos es una semilla" (Apologético 50, 13).Pero también en nuestra vida la cruz, que no faltaránunca, se convierte en bendición. Y aceptando lacruz, sabiendo que se convierte en bendición y esbendición, aprendemos la alegría del cristiano in-cluso en los momentos de dificultad. El valor deltestimonio es insustituible, pues el Evangelio llevaa él y de él se alimenta la Iglesia. (BENEDICTO XVI,Audiencia general 10-01-2007).

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6.4 Preguntas para el diálogo en grupos

¿Cómo vives la diferencia entre personasy grupos dentro de la parroquia o de tu co-munidad? ¿Crees que esas diferencias sonun inconveniente o una bendición?

En caso de conflictos entre unos y otros¿qué caminos hay que buscar para la re-conciliación y la comunión? ¿Qué impor-tancia dais a la comunión de unos conotros en la comunidad?

¿Qué relación hay de hecho -y debehaber- entre la predicación del Evangelioy el cuidado de los más pobres? ¿Hay pro-porción entre ambas dimensiones del mi-nisterio?

¿Qué importancia das al conocimiento dela Palabra de Dios, a su estudio, a su me-ditación? ¿Qué espacio concreto ocupa esapreocupación en tu día a día?

¿Qué espacio hay en la vida de la parro-quia, del grupo... para el anuncio explícitodel Evangelio y para el testimonio envuestros propios ambientes? ¿Qué sepuede hacer para que la parroquia o elgrupo o el grupo al que perteneces ad-quiera conciencia misionera y encuentreespacios para evangelizar?

¿Reconoces y valoras el servicio quepresta Cáritas en tu parroquia o en la dió-cesis? ¿Lo sientes como propio o ajeno?¿Qué lugar ocupa en tu fe el amor con-creto a los más necesitados?

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Esteban: El primer testimonio martirial

7.1 El pasaje de la Escritura

55Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamenteal cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús de pie a ladiestra de Dios; 56y dijo: «Estoy viendo los cielosabiertos y al Hijo del hombre de pie a la diestra deDios». 57Entonces, gritando fuertemente, se tapa-ron sus oídos y todos a una se abalanzaron sobreél; 58le arrastraron fuera de la ciudad y empezarona apedrearle. Los testigos depusieron sus mantosa los pies de un joven llamado Saulo. 59Mientras leapedreaban, Esteban hacía esta invocación: «SeñorJesús, recibe mi espíritu». 60Después dobló las ro-dillas y dijo con fuerte voz: «Señor, no les tengasen cuenta este pecado». Y diciendo esto, se dur-mió. 1Saulo aprobaba su muerte. Aquel día se des-ató una gran persecución contra la iglesia deJerusalén. Todos se dispersaron por las regionesde Judea y Samaría, a excepción de los apóstoles.2Unos hombres piadosos sepultaron a Esteban ehicieron gran duelo por él. 3Entretanto Saulo hacíaestragos en la Iglesia; entraba por las casas, se lle-vaba por la fuerza hombres y mujeres, y los metíaen la cárcel (Hch 7,55–8,3).

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7.2 La lectio divina del pasaje

La muerte de Esteban lapidado pone un punto y aparteen la misión cristiana en Jerusalén. Desde ese aconte-cimiento el testimonio cristiano estará unido a la per-secución y al apostolado por Judea y Samaria (Hch 8,1) para alcanzar los confines del mundo (cf. Mc 16, 15Mt 28, 19).

El relato que leemos viene precedido de un largo dis-curso –inciso catequéticamente muy interesante paraentender el fatal desenlace- que provoca la decisión deacabar con Esteban. De hecho, las tres acusaciones ale-gadas contra el diácono por falsos testigos (7, 13) sepresentan como un paralelo de las presentadas en eljuicio contra Jesús: blasfemias contra Moisés y Diosmismo; hablar contra el Lugar Santo y la Ley; y, confe-sar que Jesús destruirá el Templo y cambiará las cos-tumbres mosaicas. Todo ello provoca una persecuciónque inicia con Esteban pero hará que, con la dispersiónde los creyentes, la Palabra se extienda más allá de laCiudad Santa.

El discurso precedente (7, 1-53), insertado entre el re-lato de 6, 8-15 y el texto que meditamos (7, 55ss), es elmás largo del libro de los Hechos y presenta, con laaparición de los helenistas, el inicio de la ruptura delCamino de Jesús con su matriz judía. La lectura deldiscurso es necesaria para entender el desenlace: la la-pidación del helenista Esteban. En el discurso se pre-senta la historia sagrada de Israel desde el padre en lafe, Abrahán, hasta la consolidación de la dinastía da-vídica, Salomón. Pero la clave es la continua y tenazoposición al plan de Dios que va a tener su culmen enJesús, prefigurado ya en el patriarca José y el legisladorMoisés. La acusación más dura contra los hombres dedura cerviz (v. 51) es no sólo de haber cerrado los oídosante los guías que Dios envió a su pueblo y de haberperseguido a los profetas sino que ahora lo han hechocon el Justo (v. 52). Esta alusión a Jesús como Siervo de

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Yhwh, según describía la profecía de Isaías (53,11), yaapareció en el primer discurso de Pedro (3, 13s) y seráa quien vea y escuche Saulo en su encuentro caminode Damasco (22, 14).

Esteban, lleno de fe, gracia y poder (6, 5.8), lleno de Es-píritu Santo (7, 54) levanta con serenidad los ojos alcielo. La oración confiada hacia el Sol naciente, haciael Oriente, será en toda la tradición cristiana expresiónde oración esperanzada. El Señor, que es esperado ensu vuelta desde la claridad de los cielos, se hace pre-sente ante los ojos del siervo de Dios. Frente a los quese tapan los oídos, él abre los ojos: al que ha sabido es-cuchar, viviendo el mandamiento del Shemá, ahora sele concede ver.

Jesús, a la derecha de Dios (cf. Lc 22,69), aparece comoel Sacerdote que intercede ante el Padre (cf. Hb 8,1;9,11.24; 10,12). La predicación apostólica, leyendo elSalmo (109,1), presentará a Cristo sentado a la derechade Dios. Aquí, Esteban lo ve de pie, participando de lasoberanía divina y como el que testifica a su favor (cf.Lc 12, 8). La mirada esperanzadora del diácono haciael cielo colma su esperanza: contempla la gloria deDios, en ella a Jesús, objeto de su fe y los cielos abier-tos. Esta visión le da fuerza para la confesión pública:la visión del “Hijo del hombre” a la derecha de Dios.Con Jn 12,34, esta es la única vez que –fuera de los la-bios del propio Jesús- la expresión «Hijo del hombre»aparece en el Nuevo Testamento sin que sea una refe-rencia veterotestamentaria. Tenemos aquí documen-tado un título cristológico extremadamente primitivo.

La afirmación del Justo, testificando ante el trono di-vino a favor del helenista, tomada como blasfemia,provocará un motín popular que culminará con el lin-chamiento del primer ministro del Señor y de su Igle-sia: aquel que había recibido la imposición de lasmanos del ministerio apostólico para el servicio (Hch6,6). Aunque previamente se ha hecho comparecer a

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Esteban ante el Sanedrín (6, 11.15) no hay evidencia deuna sentencia a la pena capital (cf. Jn 18, 31) que, porotra parte, excedía de sus competencias.

La muerte de Esteban es presentada por el autor deHechos como paradigma de la muerte de todo cris-tiano. En su primera plegaria, que evoca el Salmo (31,6), repite la oración que todo judío piadoso elevabaantes del descanso nocturno; la última, en medio de lalluvia de piedras, expresa el amor radical hacia los per-seguidores. De hecho, la plegaria del «diácono» entre-gando su alma al Señor Jesús (v. 59) y rogando por susperseguidores ofrece un eco de las mismas palabrasdel Señor en el suplicio de la cruz (cf. Lc 23, 34.46).

Testigo de esta oración de confianza y de intercesiónsería el joven Saulo (8, 1a). La lectio de este versículodonde aparece el que después sería el Apóstol de lasgentes provoca esta meditatio en san Agustín: «Si Este-ban no hubiese orado, la Iglesia no habría tenido aPablo» (Sermón 315). Este joven –presentado aquí porLucas como testigo silencioso- será quien encabece elensañamiento contra la Iglesia respirando amenazas demuerte contra los discípulos del Señor (9,1).

Lapidar a Esteban, desde una perspectiva meramentehumana tendría que haber supuesto el fin de la Iglesia.Sin embargo, desde el plan divino se convierte entrampolín para su expansión misionera. Lucas subrayaque los apóstoles permanecen en Jerusalén (8, 1b), quealgunos hombres piadosos se encargan del cuerpo delmártir haciendo duelo por él, pero que el resto se dis-persa por Samaria y Judea. En estas regiones, sin duda,los primeros receptores del mensaje de salvación se-rían, con los judíos, los «temerosos» del Señor, aque-llos gentiles que, sin haberse incorporado al judaísmo,intentaban vivir las consecuencias de la fe monoteísta.En la misión, ahora incoada, tocará al futuro Pablo elpapel de anunciar el Evangelio a los demás pueblos.

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7.3 Así lo leyeron

Siendo Cristo, el Señor, perfecto Hijo de Dios ydel hombre ¿por qué el santo mártir prefirió lla-mar Hijo del hombre más que Hijo de Dios, alque parecería, sin duda, dar más gloria, si hubieraquerido llamarlo más bien Hijo de Dios que noHijo del hombre, y no más bien para con este tes-timonio confundir la incredulidad de los judíos,que recuerdan haber crucificado a un hombre y nohaber querido creer que éste era Dios? Así pues,para fortalecer la paciencia del bienaventuradomártir se abre la puerta del cielo y, para que al serlapidado no caiga en tierra un hombre inocente, sele aparece coronado en los cielos el Dios Hombrecrucificado. Y puesto que estar de pie es propio delque lucha o ayuda, con razón lo vio de pie a la de-recha de Dios, al que tuvo como ayudador entrelos hombres que le perseguían. No parece que seoponga el que Marcos lo describa como sentado ala derecha de Dios, que es posición del que juzga,porque incluso ahora de modo invisible lo juzgatodo y al final ha de venir como juez visible detodas las cosas (BEDA, Comentario a los Hechos de losApóstoles, 7, 56).

Allí está sentado ahora a la derecha del Padrecosa que debemos contemplar prudentementecon los ojos de la fe para no pensar que se en-cuentra inmóvil en algún asiento, sin que le estépermitido ni levantarse ni caminar. Del hecho deque san Esteban dijera que le estaba viendo depie, ni se sigue que él vio algo que no es cierto nitiró por tierra las palabras de este símbolo. ¡Lejosde vosotros el pensar o decir esto! Diciendo queestaba allí sentado, sólo quiso significarse su mo-rada en aquella excelsa e inefable felicidad (SANAGUSTÍN, Sermón, 214, 8).

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¡Ésta era la confianza firme del varón, abrazadocon la cruz! Así pues, imitemos nosotros estaconfianza, aunque ahora no sea tiempo de gue-rra, sino que siempre es tiempo de confianzafirme. «Hablaré de tus preceptos ante los reyes -dice [el salmista] -, no me avergonzaré». Portanto, si disputamos con los gentiles, debemosreprimirlos sin ira, sin aspereza. Ciertamente, silo hacemos con ira, ya no parecerá que existe unaconfianza firme, sino pasión; pero si lo hacemoscon mansedumbre, eso sí será firme confianza.No es posible que una misma cosa, al mismotiempo y bajo el mismo aspecto, sea obra buena ydelito. La firme confianza es una obra buena; lapasión, delito. Conviene, pues, que nosotros, si te-nemos que hablar con plena confianza, estemos li-bres de cólera, para que nadie piense que nuestraspalabras brotan de la pasión. Aunque digas cosasjustas con ira, todo lo has echado a perder; inclusocuando muestres libertad de espíritu, amonesteso hagas otra cosa cualquiera. Mira cómo estevarón no habla con cólera; porque no injurió, sinoúnicamente les recordó las palabras proféticas. Enefecto, demostró que no lo movía ira algunacuando, al acometerlo ellos, rogó y dijo: «No lestengas en cuenta este pecado». No se irritó contraellos, sino que doliéndose y entristeciéndose porellos, pronunció esa frase: por esto dice Lucas res-pecto del rostro [de Esteban]: «Vieron que su ros-tro era como el de un ángel», para atraerlos. Portanto, debemos estar libres de ira. Donde habita elEspíritu Santo no hay ira; el iracundo es un mal-dito. Nada sano puede expresarse donde surge laira (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías a los Hechos delos Apóstoles, 17,3).

Una gran locura supone el que sea Pablo soloquien entre en las casas; así entregaba su vida a

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favor de la Ley. «Apresaba a hombres y mujeres»,dice el texto. Mira también su franqueza, altane-ría y locura. A todos los que caían en sus manoslos colmaba de incontables males, siendo cadavez más audaz en semejante carnicería (SAN JUANCRISÓSTOMO, Homilías a los Hechos de los Apóstoles,18, 2).

Jesús anuncia pruebas dolorosas y persecucionesque sus discípulos deberán sufrir, por su causa.Pero asegura: «Ni un cabello de vuestra cabezaperecerá». Nos recuerda que estamos totalmenteen las manos de Dios. Las adversidades que en-contramos por nuestra fe y nuestra adhesión alEvangelio son ocasiones de testimonio; no debenalejarnos del Señor, sino impulsarnos a abando-narnos aún más a Él, a la fuerza de su Espíritu yde su gracia. En este momento pienso, y pensa-mos todos. Hagámoslo juntos: pensemos en losmuchos hermanos y hermanas cristianos que su-fren persecuciones a causa de su fe. Son muchos.Tal vez muchos más que en los primeros siglos.Jesús está con ellos. También nosotros estamosunidos a ellos con nuestra oración y nuestroafecto; tenemos admiración por su valentía y sutestimonio. Son nuestros hermanos y hermanasque en muchas partes del mundo sufren a causade ser fieles a Jesucristo. Les saludamos de cora-zón y con afecto (FRANCISCO, Ángelus del domingo17 de Noviembre 2013).

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7.4 Preguntas para el diálogo en grupos

El diácono Esteban hace memoria de la his-toria de salvación ante los acusadores¿Somos hombres y mujeres que hacemospresente la historia de salvación en nues-tros ambientes? ¿Tenemos una formaciónbíblica suficiente? ¿Fomentamos la cate-quesis y la formación permanente en lostextos de la Sagrada Escritura?

Saulo aprobaba la ejecución ¿qué injusti-cias aprobamos nosotros en nuestromundo? ¿Ante qué situaciones nos man-tenemos en un silencio cómplice?

El primer testigo denunció con valentía lacerrazón de corazón de su pueblo, ¿nos re-sistimos a lo que el Espíritu Santo quieredecirnos a nosotros en la Iglesia?

Además de estar informados sobre el sufri-miento y la persecución por la fe, ¿oramospor los cristianos que son perseguidos?

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Felipe y el etíope eunuco:la misión a los que buscan

8.1 El pasaje de la Escritura (Hch 8,26-40)

26Un ángel del Señor le habló a Felipe: «Levántatey vete hacia el sur, a la ruta que baja de Jerusaléna Gaza y que está desierta». 27Se levantó y se pusoen camino. En esto, un hombre de Etiopía, eunuco,dignatario de Candace -la reina de Etiopía- y su-perintendente de su tesoro, que había venido a Je-rusalén para adorar a Dios, 28volvía sentado en sucarro leyendo al profeta Isaías. 29Le dijo entoncesel Espíritu a Felipe: «Acércate y ponte al lado deese carro». 30Corrió Felipe a su lado y oyó que leíaal profeta Isaías. Entonces le dijo: «¿Entiendes loque lees?» 31Él respondió: «¿Cómo lo voy a enten-der si no me lo explica alguien?» Rogó entonces aFelipe que subiera y se sentase junto a él. 32El pa-saje de la Escritura que iba leyendo era el si-guiente: Como oveja fue llevado al matadero, y comomudo cordero ante el esquilador, así no abrió la boca.33En su humillación se le negó la justicia. ¿Quién ha-blará de su posteridad?, ya que su vida es arrebatada dela tierra. 34El eunuco le dijo a Felipe: «Te ruego queme digas de quién dice esto el profeta: ¿de símismo o de algún otro?» 35Entonces Felipe tomó lapalabra y, comenzando por este pasaje, le anuncióel Evangelio de Jesús. 36Mientras iban por el ca-mino llegaron a un lugar donde había agua, y ledijo el eunuco: «Aquí hay agua, ¿qué impide queyo sea bautizado?» 38Mandó detener el carro y ba-

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jaron los dos, Felipe y el eunuco, hasta el agua. Yle bautizó. 39Cuando salieron del agua, el Espíritudel Señor arrebató a Felipe y no le vio más el eu-nuco, que siguió alegre su camino. 40Felipe se en-contró en Azoto y anunciaba el Evangelio a todaslas ciudades por donde pasaba, hasta que llegó aCesarea (Hch 8,26-40).

8.2 La lectio divina del pasaje

En este pasaje encontramos todos los ingredientes deun gesto misionero hacia aquellos que están en bús-queda. En el caso que nos ocupa, el que está en bús-queda es un ministro de la reina de Etiopía, que vuelvede una larga peregrinación buscando al Dios verda-dero.

Sería ingenuo pensar que los que están en búsquedadeben acabar, tarde o temprano, en la puerta de nues-tra parroquia, preguntando por el cura. Esta genteacude a los blogs sobre la felicidad que encuentra en in-ternet, se acerca a los psicólogos confundiendo inquie-tud y patología, busca saciar su sed devorando todo loque la sociedad de consumo le ofrece.

Es paradigmático el inicio del pasaje que nos ocupa:el Espíritu empuja a Felipe a salir, a acercarse al caminopor donde transitan los que van y vienen de la granciudad. El Papa Francisco no deja de repetirlo desdeque ocupa la cátedra de San Pedro: es necesario salir alas periferias existenciales, es necesario abrir las puertasde nuestras iglesias. Salir ¿a dónde? Tampoco Felipe losabía muy bien: se encontró por el camino a aquel pere-grino que leía la Escritura. Son las mismas circunstan-cias las que nos ponen delante a los hombres y mujeresque buscan: el barrio en el que vivo, los comercios quefrecuento, el hospital que visito, la comunidad de ve-cinos, el instituto, el técnico que debe arreglar la me-gafonía de la parroquia…

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Felipe se encuentra, sin siquiera preverlo, con unhombre en búsqueda, que lee la Escritura (el AntiguoTestamento) pero no entiende. Este es el punto de par-tida de la conversación, de la misión. Toda escrituradebe ser interpretada, necesita de un intérprete queabra sus tesoros. El eunuco etíope está ni más ni menosque delante de una profecía de Isaías, aquella que serefiere al misterioso sufrimiento del siervo del Señor.Con todo, no entiende quién es ese misterioso perso-naje que anuncia el profeta. Y Felipe parte de ahí, dela inquietud, de la curiosidad de aquel peregrino queha encontrado por el camino.

No es equivocado decir que el corazón de cada per-sona (entendido como el lugar donde resuenan nues-tras preguntas y deseos más verdaderos) es profecíade Cristo, es deseo de ver el rostro de Dios. La fraseinicial de San Agustín en sus Confesiones permanecerápara siempre como la mejor descripción de nuestrabúsqueda: «Nos hiciste Señor para ti y nuestro corazónestará inquieto hasta que descanse en ti». No podemospretender ofrecer a los hombres el misterio de Cristo(siervo sufriente que ha dado la vida por nosotros) sino partimos de la profecía que es el corazón que busca.«No hay nada más absurdo que la respuesta a una pre-gunta no planteada», decía un conocido pedagogo nor-teamericano.

Debemos partir de lo que el otro trae: su preocupa-ción, su dolor, su escándalo, su deseo escondido, sudrama humano. Es esto que trae lo que le permiteabrirse a una respuesta que le urge. No se trata de unatécnica de acercamiento para luego hablar de lo que nosinteresa. La humanidad de cada persona es un grito, ex-presado en múltiples formas, que busca el abrazo deDios hecho carne. En la medida que nosotros hemos vi-vido en primera persona ese grito y hemos reconocidosu cumplimiento en Cristo, podremos entender, leer, elgrito de nuestros hermanos los hombres y salir a su en-cuentro con el abrazo que nosotros hemos recibido.

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Felipe tomó la palabra y, comenzando por este pasaje, leanunció el Evangelio de Jesús: el apóstol anuncia a Jesúscomo cumplimiento de aquello que el eunuco esperabasin entender. De modo que al ministro de la reina Can-dace se le abren los ojos: entiende aquello que anhe-laba conocer. Pero estemos atentos a lo que hace Felipe,de modo que no reduzcamos lo que nos pone delanteeste pasaje. El discípulo no le lee otro pasaje de la Es-critura, en este caso del Nuevo Testamento. ¡Los evan-gelios no se habían escrito todavía! No responde conuna teoría o con un arsenal de citas. Cuenta, o mejor,anuncia, un hecho del que él es testigo: Jesús de Naza-ret. Podemos imaginarnos a Felipe contándole cómo loconoció, cómo Jesús hablaba del cumplimiento de lasEscrituras, cómo discutía con los fariseos, como em-pezó a realizar signos potentes, cómo iba conquistandoel corazón de sus discípulos mientras nacía en ellos lapregunta ¿quién es éste? Y podemos imaginarnos a Fe-lipe desvelando esa pregunta, contando los dramáticossucesos de la pasión de Jesús, que como oveja fue llevadoal matadero y que murió para acabar viendo su posteri-dad: en efecto, a los tres días se apareció a varios her-manos, ¡había resucitado!

Del mismo modo, es necesario que nosotros salga-mos al encuentro del drama y de las preguntas denuestros hermanos con hechos, con el testimonio de unavida cambiada gracias a algo que ha entrado y hatransformado nuestra vida: con fechas y lugares gra-bados en nuestra mente. Lo que nos ha pasado sepuede describir en su aspecto exterior, pero tiene unúnico nombre: Jesucristo, imagen de Dios invisible, ter-nura de Dios para con los hombres. Los evangelios tes-timonian de forma canónica, normativa, el origen de loque hoy sigue sucediendo.

Así aprendemos que lo que cumple el Antiguo Tes-tamento no es otro libro, el Nuevo Testamento. Lo quecumple la espera de Israel es el acontecimiento inde-ducible de Jesucristo que ha quedado canónicamente

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testimoniado en el Nuevo Testamento. Lo que hace queel ministro de la reina Candace llegue a entender la Es-critura no es la lectura de la misma Escritura sino elencuentro, aparentemente casual, con Felipe, que leanuncia, le testimonia, un acontecimiento: la vida,muerte y resurrección de Jesús de Nazaret.

Es verdad: todo esto supone una implicación totalde nuestra persona. No somos funcionarios que trans-mitimos información. Tanto la lectura del grito de nues-tros contemporáneos (en los periódicos, en lasconversaciones en la calle, en el diálogo previo a un fu-neral) como el testimonio de nuestro encuentro conCristo ponen en juego toda nuestra persona. Y laponen en juego hoy, porque sólo podemos transmitiralgo que sigue moviéndonos hoy. No se puede vivir deun pasado que fue bonito y que paulatinamente sealeja.

El final del pasaje resulta aleccionador en este sen-tido. Podríamos pensar que Felipe transmite algo queha sucedido, pero que queda en el pasado, invitándonosa vivir del recuerdo o de la imitación de un virtuosoejemplo. ¡No! Jesús ha resucitado y sigue presente. Yla prueba son los signos potentes que sigue realizando,de los que el libro de los Hechos está lleno. Uno deestos gestos, el primero, es el bautismo, gesto de Cristopor el que aferra a la persona y la hace suya. El culmendel episodio que leemos es el bautismo: el eunucoqueda aferrado por Cristo y se incorpora a la comuni-dad cristiana, a la Iglesia, morada de Dios con nos-otros, el lugar donde siguen sucediendo las mismasmaravillas que vemos narradas en los evangelios o enlos Hechos.

La prueba de que lo que transmite Felipe es algoreal, presente e incidente es la alegría que experimentael eunuco, del que se dice que siguió alegre su camino.En efecto, como les sucedió a los discípulos de Emaús(que caminaban tristes), sólo el encuentro con Cristo

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resucitado hace arder el corazón, sólo él es capaz de ex-plicarnos lo que el corazón busca o espera.

En un mundo que ofrece tantas soluciones baratas,tantos sucedáneos, la respuesta verdadera a las nece-sidades de los hombres se mostrará por su capacidadde corresponder adecuadamente a la espera del cora-zón. Hoy en día podemos administrarnos momentospasajeros de euforia o picos de sentimiento positivo.Pero la alegría sostenida está reservada solamente aldescubrimiento de la presencia de la persona amada,aquella largamente deseada y esperada. No hay mayoralegría que reconocer a Cristo, el abrazo de Dios a loshombres, en una carne humana. Es entonces cuando lapropia humanidad (con sus deseos y búsquedas) ya nose experimenta como enemiga: se reconoce como pro-fecía del amado. Y la persona se reconcilia consigomisma.

Este encuentro con Cristo, al igual que le sucedió aleunuco, tiene una forma histórica, con un lugar y unahora. Pero está destinado, a través del bautismo,puerta de entrada en la Iglesia, a vivirse dentro de unpueblo, de una comunidad creyente. Leyendo este pa-saje entendemos mejor cómo la misión y la generaciónde una comunidad nace de la misma fe: podemos ima-ginar al eunuco volviéndose a su país comunicandocon alegría lo que le había sucedido, y buscando y convi-viendo con aquellos con los que ya se reconocía comouna sola cosa.

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8.3 Así lo leyeron

En razón de su virtud y de la integridad de su co-razón se le llama hombre [un hombre de Etiopía…].Y no sin motivo, ya que tenía tan gran deseo de co-nocer las Escrituras, que no cesaba de leerlas in-cluso durante el camino y tenía tan gran amor porla religión que, dejando la corte real, venía desdeel último rincón de la tierra al templo del Señor.Por lo cual, como justo premio, mientras buscabaa un intérprete de su lectura, encontró a Cristo,que era al que estaba buscando. Y como dice Jeró-nimo, encontró más en el desierto, en la fuente dela Iglesia, que en el templo dorado de la sinagoga.Pues allí encontró lo que dice Jeremías lleno de ad-miración: «El etíope mudó su piel», es decir, subiódel bautismo de Jesús blanqueado y limpio de lasuciedad de sus pecados (BEDA, Comentario a losHechos de los Apóstoles, 8,27c).

Considerad –os ruego– la dificultad que entrañabaleer yendo de viaje y sobre todo en un carromato.Por ejemplo, yo recuerdo a los que no se decidencomo a los que dicen que no tienen tiempo, porqueestán casados con una esposa, porque están ha-ciendo un servicio militar, porque están rodeadosde niños y de criados, y se imaginan que por esoestán dispensados de leer las Escrituras (SAN JUANCRISÓSTOMO, Homilías sobre el Génesis, 35,1).

Convenía hacerle preguntas; convenía motivarlo.Pero Felipe pone de manifiesto que conoce su ig-norancia, al decirle: «¿Entiendes lo que lees?». Almismo tiempo también le demuestra que hay ahíun gran tesoro oculto. Ahora bien, mira tambiéncómo el eunuco se excusa de manera inteligente.«¿Cómo lo voy a entender –dice–, si no me lo ex-

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plica alguien?». No se fijó en la actitud [de Felipe],ni preguntó: «¿Tú quién eres?». Tampoco lo re-prende ni le habla con arrogancia ni afirma enten-der, sino que confiesa ignorar [lo que lee]; por esotambién aprende. Muestra la herida al médico; re-conoce que Felipe sabe esas cosas y quiere ense-ñárselo. Se dio cuenta que [el discípulo] no teníaorgullo, pues la actitud no era radiante. De esa ma-nera estaba atento también a las palabras [de Fe-lipe] y deseaba aprender, porque también laexpresión «el que busca encuentra» tenía su cum-plimiento en él (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías alos Hechos de los Apóstoles, 19,1-2).

¿Te das cuenta de su empeño? No dice: «Bautí-zame», ni se queda callado, sino que en medio desu anhelo y su temor reverencial, dice: «¿Qué im-pide que yo sea bautizado?». Mira cómo alcanzael conocimiento de las verdades, pues el profeta[Isaías] los contiene todos: la encarnación, la pa-sión, la resurrección, la ascensión y el juicio futuro,que lo inflamaron sobre todo en gran deseo. Aver-gonzaos cuantos no habéis sido iluminados.«Mandó detener el carro». Al tiempo que habló ybajó, previamente escuchó. «Cuando salieron delagua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe». Hizobien. Para demostrar que el acontecimiento era di-vino, y para que no se pensara que [Felipe] era unhombre cualquiera (SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homi-lías a los Hechos de los Apóstoles, 19,2).

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8.4 Preguntas para el diálogo en grupos

Desde que llegó a la sede de Pedro, el papaFrancisco no ha dejado de realizar gestosde acercamiento a gente que vive alejadade la iglesia, ¿Cómo vivo el llamamientodel Papa a salir al encuentro de las perife-rias existenciales? ¿Podría identificar enmi ambiente esas periferias?

A veces juzgamos precipitadamente a lagente que vive al margen de una ciertamoral. Son los publicanos y pecadores quese acercaban a Jesús. ¿Soy consciente deque Jesús supo leer y valoró la búsquedaque había en ellos antes que su pecado?¿Podría leer en el ambiente que me rodeael deseo escondido de tanta gente que seexpresa en un lanzarse sobre las cosasbuscando satisfacción?

«Nos hiciste Señor para ti y nuestro cora-zón estará inquieto hasta que descanse enti». Esta frase de San Agustín define la es-pera de toda persona. Es muy difícil quesalgamos al encuentro del corazón inquietosi no somos nosotros los que, en primerapersona, prestamos atención a nuestros de-seos y esperas y los ponemos delante delSeñor. ¿Estoy en diálogo con el Señor apartir de mis propios problemas, sufri-mientos, deseos escondidos, esperanzasacalladas? ¿Le pido que salga al encuentrode este corazón inquieto?

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Lo que cumple el AT no es otro libro (elNuevo Testamento) sino Cristo. ¿Soy cons-ciente de que el cristianismo no es la “re-ligión del libro”? ¿Entiendo que lo quenecesita la gente, como el eunuco etíope,no es la lectura de un libro sino un en-cuentro vivo con los cristianos que lesaclare la vida? Entonces, ¿Cuál es el papelde la Escritura? Comenta esta frase queaclara ese papel: “La Escritura es el testi-monio escrito e inspirado de la Revela-ción”.

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Pablo: La llamada a la misión

9.1 El pasaje de la Escritura

1Entretanto Saulo, respirando todavía amenazasy muertes contra los discípulos del Señor, se pre-sentó al Sumo Sacerdote, 2y le pidió cartas paralas sinagogas de Damasco, para que si encon-traba algunos seguidores del Camino, hombreso mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén.3Sucedió que, yendo de camino, cuando estabacerca de Damasco, de repente le rodeó una luzvenida del cielo, 4cayó en tierra y oyó una vozque le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persi-gues?» 5El respondió: «¿Quién eres, Señor?» Y él:«Yo soy Jesús, a quien tú persigues. 6Pero leván-tate, entra en la ciudad y se te dirá lo que debeshacer.» 7Los hombres que iban con él se habíandetenido mudos de espanto; oían la voz, pero noveían a nadie. 8Saulo se levantó del suelo, y, aun-que tenía los ojos abiertos, no veía nada. Le lle-varon de la mano y le hicieron entrar enDamasco (Hch 9,1-8).

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9.2 La lectio divina del pasaje

El hecho que cambió completamente la vida de sanPablo fue el conocido encuentro del apóstol con Jesu-cristo resucitado camino de Damasco. Tan relevantefue este acontecimiento en la vida de san Pablo que enel NT no solo aparece mencionado en las cartas que elmismo Pablo escribió (cf. Gal 1,13-17; 1Co 9,1; 15,8),sino que incluso es narrado por dos veces en los He-chos de los apóstoles (cf. Hch 9,22). Precisamente to-mamos pie en estos testimonios para nuestrameditación sobre la conversión como fundamento dela misión. Nos proponemos sacar provecho de esta re-flexión para nosotros mismos.

Se puede constatar que en ninguno de los pasajesque narran el momento clave de la vida de san pabloaparece el término conversión. Sin embargo, la palabraconversión sintetiza el efecto de lo acaecido en el ca-mino a Damasco. Considerar este momento como unaconversión puede ayudarnos a enraizar la experienciade san Pablo en un contexto propiamente eclesial.

Se puede afirmar que la aceptación del evangelio,en lo que respecta los hombres, exige la conversión.Así lo leemos en las palabras que dan comienzo a lamanifestación pública de Jesús, introducida por Juanbautista: «Por aquellos días aparece Juan el Bautista, pro-clamando en el desierto de Judea: 2 «Convertíos porque hallegado el Reino de los Cielos» (Mt 3,1). Pero esta invita-ción a la conversión no acaba con el descubrimiento dela identidad del Mesías, sino que el mismo Jesús con-sidera la conversión esencial para aceptar su mensaje.Escuchemos a Jesús mismo: «… comenzó Jesús a predicary decir: «Convertíos, porque el Reino de los Cielos ha lle-gado» (Mt 4, 17).

Pero, ¿qué se nos invita a hacer cuando se nos llamaa la conversión? Podemos comenzar nuestra medita-ción reflexionando sobre el término que utilizó Mateoen los pasajes citados: Meta-noia. Leemos lo que el

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Diccionario de teología del NT dice sobre el origen fi-lológico de este término:

De acuerdo con el sentido de la preposición(meta-), que, cuando actúa de prefijo delante deverbos de movimientos y verbos de contenido es-piritual, indica un cambio en el contenido delverbo; metanoeo (…) significa cambiar de modo depensar, cambiar de idea o de opinión. De aquí que,cuando el cambio de modo de pensar incluye elacontecimiento de que la opinión que se teníahasta ahora era equivocada o perversa, el verboadquiere el sentido de sentir arrepentimiento, la-mentar. El sustantivo adopta significados análo-gos cambio de opinión, conversión, arrepentimiento,pesar.

Pero la invitación hecha por Juan y Jesús supera loque podía entenderse por conversión en el mundo pa-gano. Así se pone de manifiesto en el Diccionarioarriba citado:

En el griego pre-bíblico, (la idea de conversión)no tiene un significado tan preciso como el queadquieren en el NT los conceptos de metanoeó ymetánoia. En el ámbito griego, (estas palabras) nollegan a designar una transformación radical delcomportamiento total del hombre, un «arrepen-timiento» o una «conversión» en sentido estricto,si bien aparecen ciertos componentes típicos dela conversión. Esto nos muestra que esta idea noha nacido en Grecia, sino que hay que buscarlaen otra parte.

La idea de la conversión en el NT proviene del AT,donde aparece en un contexto propiamente teológico.La fe en Yahve implicaba un reconocimiento de su so-beranía sobre la historia que obligaba al hombre a so-meterse al querer de Dios. Se hablaba de conversiónporque existía una humanidad que había dado la es-palda a Dios. “El núcleo de la conversión, como reco-

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nocieron los profetas, estaba en el retorno a Yahvé queafectaba al hombre entero”.

El término meta-noia en la Sagrada Escritura cier-tamente hace referencia a la renovación de la mente,pero no lo hace desde un contexto filosófico-teórico, nisimplemente moral-sociológico-psicológico, sinodesde este contexto teológico. La conversión hace re-ferencia implícita al reconocimiento de Dios como so-berano de la historia y del hombre que tiene unproyecto sobre la historia y el hombre. La conversiónes una categoría sapiencial que implica a toda la per-sona, con lo que es hace y tiene.

En una famosa enciclopedia teológica se presentanlas diferentes dimensiones de la vida del hombre queson afectadas cuando se habla de conversión en elmundo bíblico:

Metanoia (conversión) es a) una actitud total delhombre, que reclama todas sus fuerzas, b) uncomportamiento religioso, un decisivo volversea Dios, casi siempre un retorno de caminos ex-traviados (retorno), c) no solo un expiación porlos pecados cometidos, sino también una nuevaorientación para el futuro; d) en no pocas ocasio-nes una conversión a la fe o por lo menos unacomprensión nueva y más profunda de Dios y suvoluntad, e) respuesta a la gracia de Dios, a la po-sibilidad ofrecida por Dios de salvación.

Desde estas consideraciones podemos retomar la re-flexión sobre las narraciones de la conversión de sanPablo. Para san Pablo el encuentro con Cristo supusocambiar su percepción de Dios, de la historia y el hom-bre, no desde la incredulidad a la fe, sino desde unaimagen de Dios lastrada por el hombre hacia la acep-tación de la revelación última de Dios en Jesucristo.

Esta conversión es lo que estaba también en el nú-cleo del anuncio de Juan Bautista y el mismo Jesús, lametanoia. Había que abandonar todo camino que no

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condujese a Jesús. La conversión suponía aceptar la re-velación de Dios en Jesús como la expresión última dela voluntad de Dios sobre la historia y el hombre. Jesúsera el centro de todo. La conversión implicaba solo unacosa, llegar a ser de Jesucristo, llegar a ser cristiano, en-trar en el nuevo camino.

Para comprender la metanoia de san Pablo, y poner-nos tras sus huellas, es fundamental reconocer en elapóstol a un hombre que siempre buscó apasionada-mente la verdad y puso a su servicio la vida entera. SanPablo, fariseo, había buscado por el camino de la Toráa Dios. Esto queda reflejado en la segunda narraciónde su conversión que aparece en los Hechos de losapóstoles:

Hch 22,3 «Yo soy judío, nacido en Tarso de Cili-cia, pero educado en esta ciudad, instruido a lospies de Gamaliel en la exacta observancia de laLey de nuestros padres; estaba lleno de celo porDios, como lo estáis todos vosotros el día de hoy.

La Torá era para él la expresión del querer de Diosque desvelaba al hombre el valor de su propia vida ehistoria, el camino a seguir. Conocer la Ley implicabavivir la vida según la verdad de Dios.

La piedad de san Pablo le llevó a combatir a aque-llos que consideraba herejes: Los cristianos no soloatribuían a Jesús el rango de maestro o legislador, su-plantando a Moisés, sino que le atribuían la divinidada través de la “estratagema” de anunciarle Resucitado,vencedor de la muerte y, por tanto, Señor absoluto delhombre, con poder de restaurar completamente alhombre, rescatándole del pecado y de la muerte.

No, san Pablo, no era un fanático que se movía porideologías, sino que era un creyente que se le puso enla tesitura de aceptar que Jesús era Dios que cumplíatodas las promesas y que exigía la total sumisión a supersona. Estas palabras pueden incluso resultar es-candalosas a nuestros oídos cristianos, porque mues-

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tran las profundas implicaciones que suponen para lavida.

De esto era consciente san Pablo, y se manifestó ensu conversión por la forma en la que recogió el evan-gelio antes y después de su experiencia en el caminode Damasco, de su encuentro con Cristo. Antes de suconversión el camino de Dios, para él, estaba marcadopor la lectura y comprensión sesgada de la Torá. Des-pués de su conversión, la Sagrada Escritura se vio ilu-minada por su realidad más profunda y se convirtiópara san Pablo en testigo de la Palabra Eterna, delLogos del Padre que se había hecho carne en Jesucristo.San Pablo pasó a confesar que Jesús era el Señor, Diossoberano, Señor de vivos y muertos que llevaba a lacriatura a su plenitud.

Tras el encuentro con Cristo y la conversión cambiaradicalmente la misión de Pablo. Ya no obedece a losque le habían mandado a Damasco para acabar con elnuevo camino, sino que se convierte en el gran promo-tor del nuevo camino, abriendo paso a Cristo más alláde las fronteras de Israel. El que primero redujo la sal-vación a la carne y a la estrecha interpretación de laLey que se cerraba sobre las fuerzas de los hombres yrecortaba la voluntad salvífica de Dios, una vez con-vertido, se transforma en el apóstol de la esperanza, elque anuncia el fin de las discriminaciones, el que ya nohabla de hombres o mujeres, de esclavos o libres, dejudíos o paganos, sino el que habla de la voluntad deDios de reconciliar todo consigo.

Es hora de preguntarnos si nosotros estamos o nollamados a la conversión. Posiblemente todos los quelean estas líneas podrán recoger algo de lo que implicóla conversión en san Pablo. La conversión no supondráun pasar de la incredulidad a la fe, sino la aceptaciónde la revelación en Jesucristo sin aditamentos huma-nos, ni personales. No supondrá simplemente un co-nocimiento teórico, sino y sobre todo, una reubicación

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total de nuestra vida entendida como camino haciaJesús, al que le tenemos que donar la existencia entera,tal y como hizo san Pablo.

La conversión solo puede tener lugar en el encuen-tro vivo con Jesús que resucitado se hace presente entodos los caminos humanos. Sale a nuestro encuentrocomo Señor, como el que tiene el poder, como el quetiene las llaves de nuestra vida y nuestra historia.

No dejemos de convertirnos, de cambiar de mente,de volver la mirada, la vida, el corazón a Jesús. El nosderribará del “caballo” de la soberbia, para que cami-nemos a su lado apoyados en sus hombros, hombrosque él mismo nos ofrece para llevar nuestra cruz, parahundirse bajo su peso y sumergirse en la oscuridad denuestra muerte y para, en su infinita misericordia, le-vantarnos a la vida nueva de la resurrección.

La conversión es un cambio de rumbo absoluto, queinvita a entrar en el misterio de Dios, misterio de mi-sericordia, misterio de reconciliación. El gran reto detodo creyente es convertirse al Dios verdadero y cami-nar el camino nuevo, el camino que conduce a Dios através de los hombres, el camino que busca reunir atodos los hombres de todo pueblo, raza y nación entorno a Cristo, único redentor del hombre y de la his-toria.

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9.3 Así lo leyeron

Podemos comprender el verdadero significadode la conversión evangélica —metanoia— consi-derando la experiencia del Apóstol. En verdad,en el caso de san Pablo, algunos prefieren no uti-lizar el término "conversión", porque —dicen—él ya era creyente; más aún, era un judío fervo-roso, y por eso no pasó de la no fe a la fe, de losídolos a Dios, ni tuvo que abandonar la fe judía

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para adherirse a Cristo. En realidad, la experien-cia del Apóstol puede ser un modelo para todaauténtica conversión cristiana. La conversión desan Pablo se produjo en el encuentro con Cristoresucitado; este encuentro fue el que le cambióradicalmente la existencia. En el camino de Da-masco le sucedió lo que Jesús pide (en el evange-lio): Saulo se convirtió porque, gracias a la luzdivina, "creyó en el Evangelio". En esto consistesu conversión y la nuestra: en creer en Jesúsmuerto y resucitado, y en abrirse a la ilumina-ción de su gracia divina. En aquel momentoSaulo comprendió que su salvación no dependíade las obras buenas realizadas según la ley, sinodel hecho de que Jesús había muerto también porél, el perseguidor, y había resucitado. Esta ver-dad, que gracias al bautismo ilumina la existen-cia de todo cristiano, cambia completamentenuestro modo de vivir. Convertirse significa,también para cada uno de nosotros, creer queJesús "se entregó a sí mismo por mí", muriendoen la cruz (cf. Gal 2, 20) y, resucitado, vive con-migo y en mí. Confiando en la fuerza de su per-dón, dejándome llevar de la mano por él, puedosalir de las arenas movedizas del orgullo y delpecado, de la mentira y de la tristeza, del ego-ísmo y de toda falsa seguridad, para conocer yvivir la riqueza de su amor (BENEDICTO XVI, Fes-tividad de la conversión de san Pablo 2009).

San Pablo, aun conservando una memoria vivae intensa de su pasado de perseguidor de loscristianos, no duda en definirse Apóstol. El fun-damento de ese título, para él, es el encuentrocon Cristo resucitado en el camino de Damasco,que constituye también el inicio de una incansa-ble actividad misionera, en la que no escatimóenergías para anunciar a todos los pueblos a

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Cristo, con quien se había encontrado personal-mente (BENEDICTO XVI, Festividad de la conversiónde san Pablo 2010).

El término y el concepto mismo de penitenciason muy complejos. Si la relacionamos con meta-noia, al que se refieren los sinópticos, entonces pe-nitencia significa el cambio profundo de corazón bajoel influjo de la Palabra de Dios y en la perspec-tiva del Reino. (…) La penitencia es, por tanto, laconversión que pasa del corazón a las obras y, consi-guientemente, a la vida entera del cristiano (n. 4).(…) La Iglesia tiene la misión de anunciar esta re-conciliación y de ser el sacramento de la mismaen el mundo. Sacramento, o sea, signo e instru-mento de reconciliación es la Iglesia por diferen-tes títulos de diverso valor, pero todos ellosorientados a obtener lo que la iniciativa divinade misericordia quiere conceder a los hombres(JUAN PABLO II, Recontiliatio et paenitentia, 11).

9.4 Preguntas para el diálogo en grupos

¿Tiene mi fe como centro el anuncio ecle-sial de la divinidad de Jesús? ¿Asumo lasconsecuencias concretas que tiene aceptarla fe cristiana? ¿Mi vida está referida alencuentro vivo con Cristo resucitado queha salido al encuentro de cada hombreconcreto en los sacramentos y en la vidade la Iglesia? ¿Sé agradecer el don ahí re-cibido? ¿Qué valor le doy a este don paralos demás? ¿Este don me ha impulsado ala misión? ¿Necesito convertirme? ¿Enqué aspectos concretos?

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Pedro y Cornelio:la misión a los alejados

10.1 El pasaje de la Escritura 34Entonces Pedro tomó la palabra y dijo: «Verda-deramente comprendo que Dios no hace acep-ción de personas, 35sino que en cualquier naciónel que le teme y practica la justicia le es grato.36«Él ha enviado su Palabra a los hijos de Israel,anunciándoles la Buena Nueva de la paz por mediode Jesucristo que es el Señor de todos. 37Vosotrossabéis lo sucedido en toda Judea, comenzado porGalilea, después que Juan predicó el Bautismo;38cómo Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Es-píritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendoel bien y curando a todos los oprimidos por elDiablo, porque Dios estaba con él; 39y nosotrossomos testigos de todo lo que hizo en la regiónde los judíos y en Jerusalén; a quien llegaron amatar colgándole de un madero; 40a éste, Dios leresucitó al tercer día y le concedió la gracia deaparecerse, 41no a todo el pueblo, sino a los testi-gos que Dios había escogido de antemano, a nos-otros que comimos y bebimos con él después queresucitó de entre los muertos. 42Y nos mandó quepredicásemos al Pueblo, y que diésemos testimo-nio de que él está constituido por Dios juez devivos y muertos. 43De éste todos los profetas dantestimonio de que todo el que cree en él alcanza,por su nombre, el perdón de los pecados.» 44Es-taba Pedro diciendo estas cosas cuando el Espí-ritu Santo cayó sobre todos los que escuchabanla Palabra. 45Y los fieles circuncisos que habían

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venido con Pedro quedaron atónitos al ver que eldon del Espíritu Santo había sido derramado tam-bién sobre los gentiles, 46pues les oían hablar enlenguas y glorificar a Dios. Entonces Pedro dijo:47«¿Acaso puede alguno negar el agua del bau-tismo a éstos que han recibido el Espíritu Santocomo nosotros?». 48Y mandó que fueran bautiza-dos en el nombre de Jesucristo. Entonces le pidie-ron que se quedase algunos días (Hch 10, 34-48).

10.2 La lectio divina del pasaje

En el final del Evangelio de San Lucas, Jesús Resuci-tado dirige a los Apóstoles estas palabras: «Así está es-crito que el Cristo padeciera y resucitara de entre losmuertos al tercer día y se predicara en su nombre laconversión para perdón de los pecados a todas las na-ciones, empezando desde Jerusalén. Vosotros sois tes-tigos de esto» (Lc 24, 46-47). Esta promesa del Señorpuede inturse en el relato del Bautismo de Jesús,donde justo antes de comenzar su ministerio desciendesobre Él el Espíritu Santo y la voz del cielo le dice: «Túeres mi hijo, yo te he engendrado» (Lc 3, 22), citandoel Salmo 2, que continúa diciendo: «Pídeme, y te daréen herencia las naciones, en propiedad los confines dela tierra». Esta promesa se cumple en su Esposa la Igle-sia, quien acoge en su seno a todos los hijos que pidenser salvados. Originalmente, el beneficio de la salva-ción estaba centrado en Israel, pero ahora dicha graciadeviene en bendición universal encauzada mediante elNuevo Israel, cuyas fronteras son sobrepasadas paraampliar la identidad del pueblo de la promesa. Estosignifica que, en el momento de su nacimiento, la Igle-sia era ya católica, era ya universal. Pero esto, comovamos a ver, en el entendimiento de Pedro exigía ciertaconversión por su encuentro con Cornelio, un teme-roso de Dios, es decir, un alejado de la fe.

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Al inicio del relato se hace una descripción de Cor-nelio como «centurión de la cohorte Itálica, piadoso ytemeroso de Dios» (Hch 10, 1-2). El adjetivo de «pia-doso» se refiere a que practicaba alguna de las obrasde piedad judías, como la limosna que dice más ade-lante. Por otra parte, la expresión «temeroso de Dios»hace referencia a una persona no judía simpatizantedel judaísmo, que no se sometían a la circuncisión nipracticaban la Torá en su totalidad. Más allá de expli-caciones legales, los dos dones que anidan en el cora-zón de Cornelio, el de piedad y el de temor de Dios,son una preciosa descripción del corazón de tantagente que vive cerca de la Iglesia y que, quizá sin sa-berlo, anda buscando a Dios. El mismo hecho de queno siendo judío, aquel centurión tuviera el deseo devivir una vida como veía en los hombres religiosos,manifiesta que estaba insatisfecho con los falsos diosespaganos. Probablemente fue esta decepción lo quellevó a Cornelio a querer vivir la piedad judía.

La piedad como don solemos definirla como la ter-nura para con Dios y para con los hermanos: ternuracomo actitud filial con Dios que se expresa en la oracióny con los hermanos como mansedumbre. La experienciade la propia pobreza existencial, del vacío que las cosasterrenas dejan en el alma, suscita en el hombre la ne-cesidad de recurrir a Dios para obtener gracia, ayuday perdón. El don de la piedad orienta y alimenta dichaexigencia, enriqueciéndola con sentimientos de pro-funda confianza para con Dios, experimentado comoPadre providente y bueno. El hombre «piadoso», ade-más, ve en los demás a hijos del mismo Padre, llama-dos a formar parte de la familia de Dios, que es laIglesia. Se trata de la mansedumbre, que da una nuevacapacidad de amor a los hermanos. Así lo manifestabaCornelio con sus limosnas, quien probablemente teníala certeza de la existencia de Dios, pero no lo conocía.Los donativos que hacía a los demás ponen de mani-fiesto una caridad que nace de sentirse pobre entre los

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pobres. Es este ya un primer acercamiento a Dios, yaque mirar a los demás como a hermanos orienta haciauna paternidad. Será Pedro quien le muestre a Dioscomo Padre de todos los hombres.

El temor de Dios, que el texto de Hechos dice queaquel centurión tenía al llamarle «temeroso de Dios»,es una efusión en el corazón del hombre del temor fi-lial, que es el amor de Dios. El alma, pues, se preocupade no disgustar a Dios, amado como Padre, de no ofen-derlo. Seguramente, Cornelio repetía los mandamien-tos de Dios en su interior como un camino lleno de luzpara él. Esto le indicaba dónde estaban los límites queno debía sobrepasar si quería llegar a la vida eterna. Elconocimiento de la verdad llevó a Cornelio al temor deperderla, y para conservar el bien en su corazón seabrió al espíritu de obediencia. Sin saberlo, aquel cen-turión romano estaba habitado por el Espíritu Santopreparándolo para acoger la salvación plena en Jesu-cristo. La vida de Cornelio era agradable a Dios, comodice Hch 10, 4: «Tus oraciones y tus limosnas han su-bido como memorial ante la presencia de Dios». Estaes la forma en que un judío entiende el valor de la ora-ción y la limosna: ellas le sitúan en la presencia deDios. Pero detengámonos en un detalle que sucedejusto antes de este versículo: el Ángel del Señor se leaparece en visión hacia la hora nona del día. Parapoder penetrar más en el interior de Cornelio, pode-mos comparar esta aparición a otras dos: la Anuncia-ción a María y la que Pablo tiene en el camino deDamasco. Cada uno de ellos reacciona de una maneradistinta, según la disposición del corazón. La primera,la aparición del ángel Gabriel a María (Lc 1, 26-38), des-cribe la reacción de la Virgen como un «turbarse» porlas palabras del saludo, pero no ante la presencia delenviado por Dios. La Virgen vivía esperando el cum-plimiento de las promesas de Dios, como expresa elcanto del Magníficat, por eso su interior estaba prepa-rado para que el Señor interviniera en su vida. Pablo,

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en cambio, cuando es asaltado por Jesús camino de Da-masco, la pregunta es «¿Quién eres, Señor?» (Hch 9, 5).El que llegará a ser el Apóstol de los gentiles no podíani sospechar que Dios se fijara en él personalmente.Por eso la descripción de su conversión tiene unos tin-tes tan dramáticos, porque significan una verdaderaquiebra. La actitud de Cornelio se acerca más a la deMaría, ya que, sin duda, su corazón, por su piedad ysu temor, estaba familiarizado internamente con lascosas de Dios. Es decir, sus prácticas de piedad del cen-turión no eran una mera cosa exterior, sino que habíanido transformando su corazón y nacían de un alma quebuscaba a Dios sinceramente.

Por otra parte, en el relato de Hechos se nos diceque el Ángel de Dios que visita a Cornelio le da unasórdenes que éste debe obedecer. Su pronta disposiciónen hacer lo que se le diga no es una improvisación niuna actitud superficial. Más bien, tenemos que decirque la verdadera obediencia a Dios no se improvisa.Ha sido la experiencia de la bondad de Dios la que des-pierta una confianza que no entiende de demoras. Cor-nelio no le hace un interrogatorio al ángel ni le pidepruebas extraordinarias para poder fiarse de él. Quizáno entienda el sentido de todo lo que se le pide, ya queno sabía quién era Pedro, pero obedece. En cambio,cuántas veces nosotros hasta que no lo entendemostodo no tomamos ninguna decisión. Y así paralizamosla vida inútilmente. No es necesario entenderlo todopara vivir y seguir al Señor.

Siguiendo adelante en el relato se nos presenta alApóstol Pedro, a quien van a buscar los enviados porCornelio. También él tiene que convertirse. Estando enoración, Pedro tiene un éxtasis en el que ve un lienzolleno de animales, y recibe la orden de que coma deesos animales. El Apóstol, en su deseo de ser fiel alSeñor, se atiene a las leyes alimenticias judías, sin em-bargo, en la visión se le dice por tres veces: «Lo queDios ha purificado no lo llames tú profano» (Hch 10,

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15). En el libro del Deuteronomio se encuentra la listade animales que un judío no debía comer y la distin-ción entre los alimentos ritualmente «puros» e «impu-ros» (Dt 14, 3-20). Mediante la orden de comer de todo,se le está dando a Pedro un corazón católico, una aper-tura universal, ya que todo ha salido de la mano deDios. De esta manera se le prepara para algo que le re-sultaría difícil de acoger: la venida del Espíritu Santosobre unos paganos.

Dos detalles de singular importancia son que, poruna parte, a Pedro le está costando entender qué sig-nificaba aquella visión por dos veces (Hch 10, 17-19) y,por otra, el Espíritu le dice con respecto a los enviadospor Cornelio: «Baja, al momento y vete con ellos, puesyo los he enviado» (Hch 10, 20). El primero de losApóstoles, que durante tanto años había glorificado aDios distinguiendo bien qué podía comer y qué no,tiene ahora que sujetarse a otra obediencia mayor: ladel Espíritu Santo. Pedro ya sufrió otra fuerte conver-sión durante el tiempo que acompañó a Jesús en su mi-nisterio. En una ocasión en que el Maestro dice a lossuyos que en Jerusalén le aguarda la muerte, Pedro lereprendió sin duda movido por un afecto grande aJesús. Es en aquella ocasión cuando Simón Pedro es-cucha una de las palabras más fuertes de todo el evan-gelio: «¡Quítate de mi vista, Satanás (…), tuspensamientos no son los de Dios, sino los de los hom-bres¡» (Mt 9, 23). El desatino del discípulo significa quetenía que convertirse al Señor. Pero no olvidemos, queéste mismo será el que entregue su vida gustosamentepor Jesús, su Maestro.

Finalmente, después de dar hospedaje a la comitivade Cornelio e informarse bien de todo, «se fue conellos» (Hch 10, 24) acompañado de varios hermanos.En casa del centurión tiene lugar uno de los encuentrosmás preciosos de todo el libro de los Hechos. Cornelioacoge a Pedro como el que viene en nombre del Señor,y Pedro acude a Cornelio como quien obedece a quien

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ama. El discurso del Apóstol, que comienza recono-ciendo que Dios no puede ser encerrado en unas fron-teras, es una verdadera catequesis acerca de la vida ymisterio de Jesús, el Dios que salva. Cornelio daba glo-ria a Dios sin saberlo. Ahora Pedro le revela el nombrey el rostro de Aquel a quien el centurión esperaba. Asíes la misión a los alejados: proclamar el nombre deJesús, que es el Dios a quien buscan sin saberlo. El re-lato termina con un Pentecostés gentil, es decir, la ve-nida del Espíritu Santo sobre aquellos que noprovenían del judaísmo y el bautismo. Pedro, no seanuncia a sí mismo, sino a Jesucristo, por eso la obe-diencia al Espíritu Santo le lleva a la obediencia a laIglesia, que es quien bautiza a sus hijos. El Espíritu noprescinde de la Iglesia, sino que lleva a la comunión.Sólo así se manifiesta que se trata del Espíritu del Hijo,cuando nos alienta a la obediencia filial a la MadreIglesia. El detalle de que le pidieran a Pedro que «sequedase algunos días» (Hch 10, 48) tiene un doble sen-tido: por una parte, para que fueran catequizados losrecién convertidos, y, por otra, para celebrar con elApóstol la alegría de la llegada a casa de tantos hijosque anduvieron buscando el camino para llegar a laIglesia, la morada de Dios con el hombre.

10.3 Así lo leyeron

A través de todo se lleva a cabo lo único quecuenta: Dios se convierte en realidad, Cristo sevuelve sustancial, la Iglesia resplandece en todasu mística transparencia. Y, finalmente, se da elpaso, se reanuda el vínculo con la fe. Se puede,pues, descubrir la fe o redescubrirla. En uno yotro caso subsiste esta distinción imprevisible:¿cuál es la realidad cristiana vivida en primerlugar en experiencia y con mayor intensidad?

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Puede encontrarse primero a Cristo. En tal caso,Cristo es, para el que busca, la Esencia de todo,es la Potencia, el Resplandor; por Cristo encuen-tra al Padre; a través de Él acepta a la Iglesia… Obien, descubre primero a la Iglesia en el peso desu permanencia, en la fuerza de todo lo que com-porta, en la riqueza de su poder espiritual, y porella asciende hasta Cristo. O tal vez es Dios vivoquien surge en la conciencia antes que los demás,y poco a poco el hombre llega a comprender quela verdad y la santidad, en estado puro, no pue-den salir sino de la boca de Cristo, y que sola-mente en la Iglesia habla Cristo con una libertadintacta. Aquí no hay caminos trazados de ante-mano. Dios conduce al hombre como quiere. Laprovidencia para realizar su obra actúa en la in-dividualidad de cada uno, en sus rasgos de ca-rácter y en sus aspiraciones espirituales, en eltiempo y el medio cuyas influencias sufre (R.GUARDINI, La experiencia cristiana de la fe, 19).

La paciencia es la hermana mayor de la eficacia.Si esperamos para anunciar el evangelio que lascondiciones sean favorables, estaremos esperandotodos hasta nuestro último día y hasta el últimoDía. Y si, por muy imposible que parezca, esascondiciones favorables con las que soñamos se en-contrasen realizadas algún día, ¿estamos segurosde que en realidad no serían las peores? Las con-diciones no parecían realmente favorables en Pa-lestina para la predicación de Jesús. Y cuando sepudo creer que lo eran, fue al precio de los másgrandes malentendidos, que sólo un rechazoenérgico de Jesús pudo disipar. Y siempre seráasí. El apóstol siempre deberá cuidarse muchorespecto a esta misma ilusión que renace. En losratos pacientes y en los momentos de espera, de-berá repetir una y otra vez, aquí y ahora, con el

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Apóstol: ay de mí, si no evangelizo. El apóstol quequiere ser fiel al evangelio se encontrará siempre,incluso en medio de los suyos, entre dos tipos deadversarios. Los que le consideran ineficaz por-que no consiente traicionar su misión para con-sagrarse a las tareas y a las propagandastemporales, y los que ven en él a un perturbador,porque en vez de mantenerles en la satisfacciónde sí mismos, no cesa de inquietar su conciencia.¿Cabe alguna sorpresa al respecto? Intentandoconformarse con el espíritu de Jesús, estaba acep-tando de antemano ser juzgado y tratado comoÉl. Lo que Pascal decía de Jesús y de su predica-ción se renueva en cada época: “A eso se oponentodos los hombres” (H. DE LUBAC, Paradojas seguidode nuevas paradojas, 110-112).

La misión es hacer allí donde estamos la obramisma de Cristo. No seremos la Iglesia, no difun-diremos la salvación hasta los confines delmundo si no trabajamos por la salvación de loshombres entre los que vivimos. Y no trabajare-mos por esa salvación, no la dejaremos llegar sientre ellos no somos inalterable y puramente laIglesia. Estamos en un mundo al que parece queno llega la salvación. Otra porción del mundo sequeda “indebidamente con la mayor parte de lasangre o del alimento de ese cuerpo”. Hay quesufrir por ella hasta la muerte. Pero hay quehacer de modo que dar la vida a éstos no preparepara mañana la agonía mortal de aquéllos. No esnecesario que Pedro o Juan se encarnicen en lasalvación de un grupo grande o pequeño dehombres, lo que es necesario es que sea la Iglesiala que, a través de Pedro o Juan, recupere a esegrupo de hombres, pues sólo la Iglesia puedeverdaderamente recuperarlos. Es preciso, pues,que la misión sea la Iglesia. Es preciso que ella

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sea “cuerpo de Cristo”, después, libre de elegirsus derroteros. Es preciso que ella acepte su es-tado de Cristo total. Si por hablar de Cristo a losno creyentes dañamos la unidad cristiana, prefe-rimos dar un eco de lo que es Cristo antes quedar a Cristo en su sacramento por excelencia: loscristianos unidos entre ellos. Como nosotros so-ñamos con un Cristo Iglesia triunfante a los ojosde los hombres, no siempre nos acordamos deque el misterio de Cristo es el misterio de la Igle-sia y que hasta el fin de los tiempos será el Sal-vador humillado, oculto bajo los hombres,hombres limitados y pecadores, y que es ellosdonde tendremos que reconocerle (MADELEINEDELBRÊL, La santidad de la gente sencilla, 188-191).

Mientras sostiene e ilumina a los apóstoles, el Es-píritu Santo suscita la sed del agua viva (cf. Jn 4,10-15) en el corazón de toda persona, cultura yreligión en busca de Jesús, el único salvador quepodrá saciar plenamente su sed. Los Hechos noscuentan en al capítulo 10 cómo el Espíritu pre-cede, acompaña y sigue a cualquier misión nues-tra. Con el don de lenguas, prepara el grandiálogo de amor entre Dios y la humanidad,entre el Salvador y los pueblos de todos los con-tinentes (…). También hoy, en el nuevo Pentecos-tés que estamos viviendo, el Espíritu guía a laIglesia en su misión de realizar un encuentroentre Jesucristo y todos los pueblos. Éste me pa-rece que es el más profundo significado de losdistintos diálogos que la Iglesia Católica ha em-prendido después del Concilio. Procedo de esevasto continente que es Asia, y cada día veo estaobra del Espíritu entre los “gentiles”. Es correctala observación de Santo Tomás, que él atribuye aSan Ambrosio: Todo lo que es verdadero, no importaquién lo diga, viene del Espíritu Santo. Tal vez no

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sólo proceda del Espíritu Santo toda verdad, sinotambién toda bondad, justicia, belleza: la profun-didad de la oración, el esplendor de la sabiduría.Nos consuela ver que el Espíritu Santo está ac-tuando ara revelar plenamente el misterio deCristo» (F. X. Card. NGUYEN VAN THUAN, Testigos deesperanza, 205-206)

10.4 Preguntas para el diálogo en grupos

El texto de Hch 10 nos habla de la misiónentre los alejados, que no tienen que ser ne-cesariamente adversarios de la Iglesia, sinode gente que vive conforme a la luz de suconciencia, aunque no conozca a Jesucristo.Esto nos lanza a un primer interrogante anosotros mismos: ¿vivo conforme a la ver-dad? ¿Utilizo la fe o al Señor para mis pro-pios intereses? Cuántas veces justificamosdecisiones personales amparados en unallamada personal del Señor.

Llama la atención la resistencia de Pedropara aceptar lo que el mismo Señor le diceen la visión del lienzo, y, en contraste, laprontitud de Cornelio en obedecer la ordendel Ángel de Dios. ¿Creo que Jesucristo yano tiene nada que decirme? ¿Consideromi conversión terminada o ni siquiera meplanteo que Dios es más grande que miscriterios?

Por último, la obediencia al Espíritu Santoen Hch 10 termina en la Iglesia, a través delbautismo. Muchos ímpetus misioneros re-

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sultan ser con el tiempo deseos personalesque nos distancian de la comunión real.¿Cómo vivo que toda la misión que des-arrollo es eclesial, de ella nace y hacia ellase encamina?

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Oración

Señor Jesucristo, Hijo de Dios vivo y Hermano de los hombres,te alabamos y te bendecimos.Tú eres el Principio y la Plenitud de nuestra fe.El Padre te ha enviado para que creamos en tiy, creyendo, tengamos Vida eterna.

Te suplicamos, Señor, que aumentes nuestra fe:conviértenos a Ti, que eres la Verdad eterna e inmutable,el Amor infinito e inagotable.Danos gracia, fuerza y sabiduría para confesar con los labiosy creer en el corazón que tú eresel Señor Resucitado de entre los muertos.Que tu Caridad nos urja para encender en los hombres el fuego de la fey servir a los más necesitadosen esta MISIÓN-MADRID que realizamos en tu nombrea impulsos del Espíritu.Te pedimos con sencillez y humildad de corazón:haznos tus servidores y testigos de la Verdad:que nuestras palabras y obrasanuncien tu salvación y den testimonio de tipara que el mundo crea.

Te lo pedimos por medio de Santa María de la Almudena, a quien nos diste por Madre al pie de la cruzy nos guía como Estrella de la Evangelizaciónpara sembrar en nuestros hermanos la obediencia de la fe

Amén.

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ARZOBISPADO DE MADRID