Sender, Ramon J. - 7 Domingos Rojos

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Ramn J. Sender

SIETE DOMINGOS ROJOS

EDITORIAL PROYECCIN BUENOS AIRES

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Primera edicin en castellano, Barcelona, 1932 Segunda edicin, Ms. As., 1970 Nueva versin, revisada y corregida por el autor, para esta edicin 1973

Libro de edicin argentina Hecho el depsito que marca la ley 11.723 EDITORIAL PROYECCIN S. R. L. Yapey Buenos Aires

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PRLOGO A LA SEGUNDA EDICIN

La primera vez que se public esta novela, en Barcelona, yo consideraba la literatura como una forma de escapismo. Pero hay varias maneras de escapar. Una hacia el pasado, otra hacia el futuro, otra por el mundo de los sueos fuera del tiempo y aun la ma, que consista perderse en los bajos fondos de la realidad misma del momento. Unos bajos fondos ms ligados a nuestro mundo inconsciente que a nuestra conciencia. Aunque parece irreal a veces, ese substrato viene a ser la cuna misma y la raz de la realidad. As sucedi, poco despus, que los que no crean que esta novela estuviera autorizada por la verdad de las condiciones sociales de 1933, tuvieron la desgracia o la fortuna de persuadirse de lo contrario durante la guerra civil en la que todos tirios y troyanos fuimos vctimas, y los triunfadores no han estado nunca seguros de su triunfo, ya que la historia sigue y las contiendas de ese gnero no se acaban nunca sino que se proyectan hacia un futuro siempre problemtico y amigo de las compensaciones. El amor por la libertad es entre los anarcosindicalistas espaoles (y ahora entre la llamada nueva izquierda, que tiene la misma mentalidad y por cierto las mismas banderas en todas partes) natural, y va ligado a los movimientos religiosos, sociales y polticos de todos los tiempos desde los primeros testimonios de la llamada protohistoria. Pero adems ese amor a la libertad (que naturalmente est hoy igualmente encendido en m y supongo que en ti, lector) lo abarca todo y condiciona y da su calidad intrnseca a todas las formas de amor, incluidos el amor sexual y el que mueve a los astros en el espacio. He retocado un poco la primera edicin. He querido dar ms unidad estructural a lo que tiene la novela de potico. En realidad, una novela, como un poema, no est acabada mientras vive su autor. Slo hay que tener en cuenta las ltimas ediciones de los poetas que ya nos dejaron y las de las novelas de los que vivieron antes que nosotros * . Espero que si alguien quiere acordarse de m en el futuro, sean estas ltimas ediciones las que tome en consideracin. Pero si no es as, estar en su derecho y a m no me importa gran cosa, ya que como digo al final de Siete domingos rojos, la nica libertad absoluta posible (esa que en vano buscamos con cada paso y cada palabra y cada latido de nuestro pulso) es una libertad metafsica que se nos da a todos al final. Y que yo tendr entonces. Sin embargo, evita mientras puedas ese final, lector amado. Es un buen consejo. La muerte es un asunto feo. Y tratemos de hacer compatible mientras tanto nuestro amor por la libertad con los otros amores ms inmediatos y con la necesidad de propiciar condiciones ms justas entre los hombres. R. S.

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Esta tercera edicin es definitiva.

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PRLOGO A LA PRIMERA EDICIN

Como hablo pocas veces a lo largo de este libro casi siempre hablan los personajes, no estar de ms que pida la palabra antes de comenzar. Poco es lo que he de decir, pero me interesa de manera especial advertir lo siguiente: Desde, el punto de vista poltico o social este libro no satisfar a nadie. Ya lo s. Pero no se trata de hacer poltica ni de fijar aspectos de la lucha social ni mucho menos de sealar virtudes o errores. No busco una verdad til social, moral, poltica ni siquiera esa inofensiva verdad esttica siempre falsa, artificiosa en torno de la cual se desorientan tantos jvenes. La nica verdad realidad que busco a lo largo de estas pginas es la verdad humana que vive detrs de las convulsiones de un sector revolucionario espaol. Voy buscndola en la voz, en las pasiones de los personajes y en el aire y la luz que las rodean, y con las que se identifican formando una atmsfera moral turbia o difana, lgica o incongruente. Ni siquiera pretendo una realidad novelesca. Es una realidad simplemente humana, con lo estpido y lo sublime. Lo estpido tambin porque miro a los hombres a la hora de escribir sin la supersticin intelectualista del hombre por el hombre, que en fin de cuentas es en los novelistas la supersticin pedante e insoportable de s mismos. Los hombres de mi libro desconocen las conveniencias sociales y no han tenido nunca cdula personal. Claro que el libro no se dirige expresamente al entendimiento del lector, sino a su sensibilidad, porque las verdades humanas ms entraables no se entienden ni se piensan, sino que se sienten. Son las que el hombre no ha dicho ni ha probado decir porque cumplen su misin en la zona brillante y confusa del sentir. Al final del libro, el lector que se haya abandonado lealmente habr comprendido o no el fenmeno social o poltico a que me refiero, pero desde luego habr sentido desarrollarse dentro de s una evidencia nueva. Dirigirse a los sentidos, a la sensibilidad y no al entendimiento, al intelecto, tiene para m adems la ventaja de que nadie podr llamarme intelectual con plena razn. El libro podr parecer, a veces, inconexo y desarticulado. Si el lector est bien dotado para mirar y comprender lo encontrar todo lgico porque el caos tiene en arte su lgica. Pero quiero, a pesar de todo, decir antes algo sobre mi posicin personal en todo esto. Ayudar a los que no logren sacar de la evidencia de su impresin final frmulas concretas. A mi juicio, el fenmeno anarcosindicalista obedece a una razn de supervitalidad de los individuos y de las masas. A la generosidad y al exceso de s mismos que a los hombres y a las sociedades demasiado vitales suele acompaarles. Piensen los lectores en la enorme desproporcin, que hay entre lo que las masas revolucionarias espaolas han dado y dan a lo largo de sus luchas y lo que han obtenido. Y entre la fuerza que tienen y la eficacia con que la emplean. Detrs de esto puede haber muchas cosas, pero hay por encima de todas y es lo que a m me interesa una generosidad heroica, a veces verdaderamente sublime. Si alguien me preguntara qu es el anarcosindicalismo sin prejuicios ni finalidades polticas, yo extendera la mano hacia este libro. Si quedaran gentes bastante simples todava para preguntar si el sindicalismo es bueno o malo, yo me encogera de hombros y les ofrecera el libro. Si alguien me dijera: Cree usted en la existencia del fenmeno anarcosindicalista como un hecho trascendental de la poltica espaola?, yo contestara que s y que ni hoy ni nunca podr desconocerlo nadie. Si alguien finalmente me pidiera que concretara mi posicin personal ante el anarcosindicalismo como tal hecho poltico, yo volvera, a lo de antes y exhibira mi frmula. Una frmula apoltica: los seres demasiado ricos de humanidad suean con la libertad, el bien, la justicia, dndoles un alcance sentimental e individualista. Con ese bagaje un individuo puede aspirar al respeto y a la lealtad de sus parientes y amigos, pero siempre que se quiera encarar con lo social y general se aniquilar en una rebelda heroica y estril. No puede un hombre acercarse a los dems dando el mximo y exigiendo el mximo tambin. Las sociedades se forman no acumulando las virtudes individuales, sino

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administrando los defectos con un sistema que limita, el rea de expansin de cada cual. Claro que el sistema es uno con el feudalismo, otro con el capitalismo, otro distinto con el comunismo. Los anarcosindicalistas pudieron crearse el suyo propio y mientras no lo tengan seguirn aspirando a una curiosa sociedad donde todos los hombres sean, en el desinters, San Franciscos de Ass; en el arrojo, Espartacos; en el talento Newtons y Hegels. Detrs de esto hay una realidad humana verdaderamente generosa. A veces repitmoslo con entusiasmo, sublime. Ya es bastante haber. R. S. Barcelona, 1932.

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I. HABLA EL CAMARADA VILLACAMPA, DEL SINDICATO MERCANTILEn la pared del cuarto tengo un calendario. Me gusta sacar las hojas sin esperar a que pasen los das, slo por leer las sentencias y los cuentos instructivos del dorso: No hay peor cua que la de la misma madera y El ocio es el padre de todos los vicios Qu grandes verdades! Tambin me dicen a veces que un perro llamado Napolen fue vendido a un ingls en cincuenta mil pesetas, y que la Luna es un pedazo de tierra que ocupaba el hueco del ocano Pacfico. Y adems la historia condensada de Viriato y el asesinato de Sertorio. El calendario va hacia adelante, naturalmente. Despus del lunes, el martes. Al arrancar las hojas antes de hora no quiero expresar mi impaciencia por vivir el maana. Yo no tengo derecho a esa elegante inquietud porque mi padre, el autor de este libro, me ha hecho nada ms que dependiente de comercio. Yo arranco las hojas y las leo porque a veces me aburro un poco en mi cuarto, pero tambin porque desde que soy amigo de Samar, un joven que escribe en los peridicos, necesito saber quines eran Sertorio y Viriato para discutir alguna vez. No me gusta darle siempre la razn, entre otros motivos porque demasiado sabe l que la tiene. Al lado del calendario, en la pared, hay una mancha de humedad que representa una figura monstruosa. Recuerda unas brujas que hay en el monumento a Goya. Los tranvas 11, 6 y 49 paran all mismo y yo suelo ir en la plataforma, unas veces para poder hablar con alguien, ya que dentro la gente no habla, y otras porque llevo paquetes cinco kilos de aceite y dos de azcar, por ejemplo y el conductor me deja ponerlos a su lado, junto al motor. En el 49 iba yo un da cuando vi a Samar con una hermosa seorita y una seora de compaa, lo que llaman una carabina. Yendo ellos el tranva se converta en coche de lujo. Ella era como una actriz de cine que vi una vez, y pareca que andaba y mova los brazos y hablaba con msica. l estaba concentrado y serio. Yo no saba si darme a entender o no. Poda molestarlo que lo viera de aquella traza, tan aburguesada. l me sonri, me dej paso al bajar con mis paquetes y me dio con la rodilla en la corva obligndome a doblar la pierna y a hacer una genuflexin. Ese Samar, siempre lo mismo. Tuve que hacer ante su novia una inclinacin como en las iglesias. Qu quera decir Samar con aquello? Todo lo hace sencillamente, pero todo parece que tiene segunda intencin. Anda y vive y habla con filosofa pero no se le puede decir nada porque de pronto sonre como diciendo: Eh, qu buenos amigos somos! Yo no me entiendo con la burguesa y menos con los burgueses que vienen con nosotros. Ahora bien. Yo soy un hortera. l es hombre que escribe en los peridicos. Podra llamarlo chupatintas pero l no se molestara, como yo no me molesto porque me llamen hortera. Bah! Bajo el rgimen burgus todo es falso y ridculo, y si se toma en serio como yo tom a Samar y a su novia, entonces se hacen cosas tan estpidas como aquella genuflexin. Tengo veinticinco aos. l tiene veintiocho, un gabn con solapas muy grandes y una novia. Yo no tengo gabn como se, pero tambin est enamorada de m una chica, la hija de Germinal Garca, que es uno de los militantes ms antiguos de la organizacin. Tiene quince o diecisis aos y lleva un jersey rojo. A m no me gusta, pero ya va siendo hora de que tenga novia, si no tan guapa y perfumada como la de Samar, tampoco tan boba como la hija de Germinal. Ya digo que no me gusta. Si algn domingo me pongo cosmtico en el pelo y la corbata roja no es por ella aunque luego nos veamos en el Centro, sino porque hay que vestirse y peinarse bien para que lo vea a uno el patrono y le suba el sueldo. El traje y el pelo son todo con la burguesa. La chica de Germinal se llama Estrella, pero su padre la llama Star que quiere decir lo mismo, porque estuvo en Inglaterra y le gusta adems esa marca de pistolas. Es morena, tiene los ojos grandes y quietos como los caballos, pero azules. La cara redonda y prieta. Cuando se re se le hacen dos hoyos en las mejillas y mira y mira siempre y no dice nada. Es ms pequea que yo, y tengo un metro setenta y dos sin zapatos. Aunque dice que ha cumplido dieciocho aos, no tiene ms que diecisis. Lo dice para que su padre le compre medias. Pero es intil. Va con las piernas desnudas y con zapatos bajos. Se pone

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unos calcetines bastos de su padre y los arrolla sobre el tobillo. A pesar de todo, no es fea. Pero es demasiado ignorante para ser mi novia. Yo he estado a punto de que me nombrasen delegado de mi sindicato para la federacin local y aunque con otro cargo inferior soy del comit. Ella anda intrigando para que la hagan delegada del sindicato en la fbrica de lmparas donde trabaja, pero quin va a proponerla si no sabe ms que vender folletos en los mtines? Es hija de Germinal, pero eso aqu no vale como entre los burgueses. Aqu hay que ser hijo de sus propios, actos como yo que... Bueno, eso no importa. Mi padre al llegar un da de la iglesia tuvo una bronca con mi madre y le dio una paliza. Por qu? Bah, cosas de ellos. Yo tena doce aos. Me march de casa. Pas hambre y dorm a la intemperie, pero ya he dicho que nada de esto tiene importancia. Hoy soy el camarada Leoncio Villacampa. Si no sabis lo que eso quiere decir, id por el Sindicato y preguntad. De doctrina sindical entiendo bastante para no resbalar nunca en cuestiones de organizacin. Lo dems es secundario. No leo ms peridicos que los de la organizacin, que son los buenos. Los diarios burgueses, salvo las fotografas, estn muy mal. No saben contar las cosas. Hay que ver lo que dicen de nuestros mtines y de nuestros movimientos. Todo por no enterarse. No entienden nada de lo nuestro, y en lo suyo les pasa igual. Con las palabras se arman unos los terribles. Columnas y columnas para no decir nada. A veces sacan una palabra nueva y todos van detrs. El otro da vi una que no conoca: juridicidad. Samar me dijo que era una moda que seguan todos desde que cay la dictadura. Palabras y modas, como entre las mujeres. Yo me ro mucho cuando leo el diario del patrono. Al venir la repblica ya saba que todo seguira igual, pero estaba un poco sorprendido con todo aquello. En los das que siguieron a la fuga del rey vi que de pronto las calles, los hombres, las casas, tenan algo nuevo. Pareca que hubiera bodas y verbenas en todas partes. Adems se deca que iba a haber Parlamento, yo quera saber qu era eso, porque slo lo conoca de odas. La ltima vez que lo hubo era yo muy pequeo. Parece que todo el escndalo de los polticos burgueses para traer la repblica obedeca a la supresin del Parlamento por el rey y los militares. Deba ser importante el Parlamento. Ira a verlo por mis propios ojos, porque de lo que dicen los peridicos no se puede uno fiar. El da que se inaugur me puse la chaqueta nueva y la corbata. Me pein con agua de Colonia y fui all. No me han visto ustedes en la primera pgina de Estampa", donde sal retratado? Cerca de m estaba el presidente del Gobierno, un hombre cincuentn que no pareca tonto. Anduve por all, estuve en el saln de sesiones. Todo era rojo y amarillo. Mir a ver quien andaba en aquello y fui a uno que dicen que era presidente de la Cmara a aquel saln le llaman Cmara. Le pregunt qu significaba aquel acto, se puso muy serio, me observ, como las mujeres cuando no quieren nada de uno, y por fin me dije que era la apertura de Cortes. Le hubiera preguntado ms cosas, pero iba vestido todo de negro y de blanco, igual que en los escaparates de las sastreras, y pareca que si le haca una pregunta ms le iba a manchar la pechera. Arriba, en unos balconcillos, haba obispos y seoras. Abajo, filas de bancos y buenos manojos de bombillas. Por todas partes, fotgrafos. Cuando vea el palo del magnesio levantado iba disimuladamente y me pona delante. He salido en todas. Habl otra vez con el presidente y luego con tres o cuatro que segn parece eran ministros. Buenas personas, s, seor, aunque ninguno estaba muy seguro de lo que haca. Me miraban y tardaban en contestar. Luego habl uno como si estuvieran en familia y todos aplaudieron. Habl otro y volvieron a aplaudir, aunque se haba equivocado en una palabra y tuvo que repetirla. Yo me acordaba de las pelculas de dibujos animados, cuando los pobres animales asisten al teatro y se entusiasman y aplauden. Uno era igual que el chivo y otro lo mismo que la rata. Casi todos buenos mozos, pero haba uno pequen y amarillo, que apenas se lo vea. Cuando todos aplaudan, l silbaba. Cuando todos protestaron, l aplaudi. Lo miraban y se lo queran comer con los ojos. Yo me tumbaba de risa vindolo tan pequeo y con tan mala sangre. Luego fui al que llamaban secretario primero y habl con l. Me miraban y tardaban en contestar. Uno dijo por fin: Han entrado elementos extraos. Tanto lo decan que me encar con uno: Lo dice usted por m? Porque yo no puedo ser extrao para la repblica. Con otros tres estuve a punto de hacer descarrilar el tren real hacia 1927. Me pas un ao en la crcel. Los policas del rey me han pegado fuerte y mi pistola ha metido en su casa a algn esquirol

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socialista que en huelgas generales organizadas por nosotros contra la monarqua no quera secundar el paro. Yo estaba all por mi derecho y al que no le pareciera bien que se marchara, eso le dije a un joven que llevaba papeles en una cartera y se lo repet despus a ocho o diez diputados que me miraban de cierta manera. El joven de la cartera que despus subi a una tribuna a leer un largo escrito no se enteraba de lo que se hablaba a su alrededor, deca que s a todo. Aquello era el Parlamento? No me lo explicaba bien. Al salir, en los pasillos me acerqu a un ujier y le pregunt si crea que todo aquello servira para algo. Puso la cabeza de medio lado, abri los brazos y dijo: Hombre! Parece que no tena mucha confianza. Gracias a que dur muy poco tiempo no me aburr. Y no me convencieron, aunque cuando sala yo me senta algo republicano. Y no porque sus razones me parecieran buenas, sino porque el aire, y las luces, y los gestos, y todo aquello le enturbiaba a uno los ojos. Por eso le dije al cincuentn aquel del pelo cano qu haramos con los obispos, como si yo fuera republicano. Los haba visto arriba, en una tribuna, y tena ganas de cazar vivo a alguno. El presidente se escabulla sin contestar. Al salir, en la misma escalinata exterior, le cog del brazo. Hicieron ms fotos. Ya me habrn visto ustedes en la que Crnica public en la primera pgina. Luego tuve que dejar al presidente porque subi a un coche. Frente al Congreso haba soldados de infantera puestos a lo largo de la calle, como en las procesiones. All estaba Joaqun aburrido como una ostra, dentro de su uniforme nuevo. Es de la quinta del 30 y sirve en Saboya nmero 6. Me dijo que le liara un cigarro a escondidas y me pregunt si era amigo del presidente y si haba dejado las ideas. Yo le dije que no. Que mi objeto haba sido enterarme de aquello personalmente. Qu tal? me pregunt con indiferencia. No creas le dije que est tan mal. Son gentes finas que hacen gestos como en el teatro. Termin de liar el pitillo, lo encend y se lo di a chupar. Luego, me lo guardaba yo. Pas un buen rato sin que hablramos. De pronto le dije que a pesar de todo tendramos que pegarle fuego a aquello. Joaqun apoy el cuerpo sobre el otro pie y dijo que s con la cabeza. Por el cielo pasaron varios aeroplanos metiendo ruido. La gente empujaba. Un sacerdote se perda entre unas mozas de vida alegre. Joaqun y yo nos estuvimos divirtiendo vindolo manotear y sofocarse. Joaqun estaba fastidiado porque no haba podido ir con su novia, una guapa chica de Carabanchel Bajo. Bien es verdad que nada tendra que envidiarle a ella Star Garca, la hija de Germinal, si se vistiera mejor. No es que piense por esto que Star sea muy guapa ni que pueda ser mi novia. Mucho tiene que aprender an la pobre y no es que me guste darme importancia. Adems, que me recuerda una cosa desagradable. En mi calendario, detrs del taco, hay un dibujo en colores con una muchacha de pelo blanco que se le parece mucho. Lleva las faldas todas rizadas y los pechos se le escapan del justillo. Est sentada en un banco y por detrs ha llegado entre los rboles otra ta con peluca y trenza blanca y unos encajes en el cuello, que la quiere besar. Va vestida de hombre y la muy cochina la est abrazando. A m no me gustan las mujeres con esos vicios. Lo cierto es que Star me recuerda el calendario y ste a Star, aunque nada tengan que ver los gustos ni las costumbres del dibujo con los de mi amiga. Hoy es sbado y tenemos pleno local de comits. Voy a sacar el papel del calendario. Domingo. Hola. Con tinta roja. A ver el dorso del sbado? Guzmn el Bueno arroja el pual sobre la muralla para que el enemigo asesine a su propio hijo antes que entregar las llaves de la plaza. Y encima con letras grandes pone: Efemrides patritica. Qu idiota ha sido el mundo hasta ahora! Lo mismo podan celebrar el suceso que motiv mi salida de la casa de los padres: El marido le pega a su mujer antes que permitir la ms ligera trasgresin de la moral familiar. Qu gentes! Familia palos detrs de la puerta. Cuanto ms le pego a mi hembra mejor sale la sopa; Patria asesinato de un adolescente por conservar la llave de una puerta; Religin mentira y suciedad para desviar las pasiones del pueblo en beneficio del usurero y la prostituta. Qu estpido es todo esto! Dan ganas de rerse o de pegarle fuego o de ambas cosas juntas. Vamos a sacar otra hoja del calendario. Detrs del domingo 17 aparece otro papel con un 18 rojo y encima la misma palabra: domingo. Otro domingo? Bah! Me bastaba con uno. Una vez a la semana me pongo cosmtico y veo a Star. Ella me mira tambin una vez

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a la semana ladeando la cabeza sin decir nada. Si sigo mirndola sonre tontamente y se le hacen dos hoyos en la mejilla. Fuera ese domingo falso! A ver, qu sigue detrs? Otro domingo. Domingo 19, y luego otro: Domingo 20. As, siete domingos seguidos. El calendario se ha vuelto loco. El tiempo no rige. Siete domingos seguidos y los siete con los nmeros rojos como la sangre. Si es una broma tonta del tiempo, va bien con esa estampa de las pelucas blancas. Esos cochinos vicios burgueses no pueden conducir a otra cosa.

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PRIMER DOMINGOII. LOS ALTAVOCES SABOTEAN UN MITINEl teatro de barrio donde va a celebrarse el mitin est en una calle amplia por donde corren los tranvas. Los cerveceros sacan a la acera su espuma en vidrio tallado. Junto a la esquina que se desdobla en una plazuela hay tres vendedores. Una vieja ofrece pastillas de jabn sobre una pequea tabla colgada del cuello. El teatro se ha quedado ms arriba, con la primera planta confundida entre los rboles. En la construccin de ese teatro trabaj solamente personal nuestro. Ese crucero del primero piso dice uno del Sindicato de la Construccin lleva una viga de 32 que aguanta ocho mil hombres sin enterarse. Una buena viga, hija de los altos hornos de Vizcaya, templada bajo los martinetes giles, educada en las manipulaciones de los compaeros de la metalurgia. Robusta de msculo, no se enterar de que se instalan sobre ella unos millares de trabajadores. El eco de los discursos y de las ovaciones llegar a su entraa y la har vibrar de contento. Ya en los altos hornos oa hablar a los obreros este lenguaje, que es el suyo. No sabe la viga de intereses generales ni de democracia ni parlamentarismo. Todo su universo lo forman los comits de fbrica, los delegados de seccin, las cotizaciones; sabe de escisionismo y de expansin de la base, de huelga de brazos cados, de sabotaje y de boicot. La ayudan en el centro de la sala dos columnas giles y redondas que tambin hablan ese lenguaje. Y las altas vigas de la bveda, las lmparas ocultas bajo la moldura, en cada repalmar, las puertas y el teln de acero, las butacas de madera, el foso hueco, la pauta de viguero del segundo piso y los ventanales apaisados, ms de barco que de catedral. Todos hablan lo mismo; el tornillo, la tuerca, la luz artificial y el vidrio: mquina, taller, jornal, reivindicacin, huelga, motn, qu importa que los domingos por la tarde vaya el juez de instruccin a admirar las piernas de las muchachas del coro? Para el burgus aquello siempre ser el teatro. Revista rodillas y muslos. Drama tragedia hogarea a base del Cdigo civil. Comedia amable adulterio entre holandas y palabras de hojaldre. Para las vigas y las maderas, las columnas y los fustes, aquello es una coordinacin de fuerzas que forman una bonita combinacin parecida a la popa de un barco. Que las lindas muchachas ensean los muslos? Y qu sera de esos pobres escenarios condenados a la estupidez teatral si de vez en cuando las lindas muchachas no se quitaran la falda para bailar? Madera, hierro y cristal hallan hoy en la maana soleada su espritu: el mitin. Contra la represin! Por la libertad de nuestros presos! El teatro es feliz. As re desde el balconaje combado en vidrios azules. Entre los grupos que pueblan la acera junto a las puertas abiertas, Progreso Gonzlez dice que hoy va a ver a su gusto el teatro, cosa que no le haba sido posible todava. Lo dice recostado contra el quicio, rascando con una ua del pulgar una gota de cal seca que lleva en el pantaln. Luego se mete dos dedos en la boca y silba para decir adis a un amigo que pasa en la plataforma de un tranva. Los vendedores de peridicos obreros lanzan sus pregones como banderas desplegadas: Solidaridad, Libertad y Tierra! Progreso trabajaba en las obras de ese teatro y la polica fue un da a buscarlo a la alta techumbre donde haca remaches. Estuvo tres meses en la crcel. Ah, s! interrumpe uno. Cundo se fug el Cojo? No, despus. Fue la ltima vez. Al recobrar la libertad se dijo: Voy a ver cmo qued aquello y a recoger la herramienta. Muchos ladrillos haba puesto. Conoca el fro de los altos remates del andamiaje. Vamos a ver aquella primera planta de la viga 32 y la rotonda, tan fantstica, del segundo piso. Era un buen oficial y no poca parte de la obra haba pasado por sus manos. Desde la crcel se fue all. Hola, paredes amigas, lneas valientes, curvas de hierro y vidrio! Cmo canta la luz en el ojo redondo de un costado! Con qu gracia cae esa flecha de cristal encendido desde la retejera! Miraba y sonrea. A su lado, dos viejos parados ante los carteles comentaban con ojillos salaces la

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alineacin de grupas y piernas. Rumiaban la rijosidad de los viejos das del internado religioso. Progreso les pidi una cerilla, se qued con la mitad de la caja, les ech una bocanada de humo a las narices es nada salir de la crcel!, levant los ojos y avanz. Royal Paraninph. No saba que el empresario conociera tantos idiomas. Aquella tarde no haba reunin. Tanto mejor. Entrara a dar un vistazo y a ver si por casualidad hallaba las herramientas. El empresario merendaba en la cantina. Haba que hablarle. Progreso no se quitaba la gorra y el otro no le quitaba de ella los ojos. La situacin no era muy cmoda. Cmo se le habla a un empresario en la cubierta de un barco anclado en plena calle de una ciudad castellana? Le expuso su deseo. El otro negaba con la cabeza entre trago y trago. Aqu no hay herramientas de nadie ni tiene usted nada que hacer. Es que yo trabaj en esta obra ms de seis meses. Si trabaj le pagaron, y en paz. El empresario sealaba la puerta. Progreso indicaba a su vez la escalera interior. Me voy por ah. Cuando lo haya visto todo vendr a despedirme de usted. O me quedar, si quiero. Esto y sealaba las paredes, el techo, la tapicera es ms mo que suyo. Comenz a subir. El empresario quiso hablar. Trag cerveza por mal camino y se puso a toser y a patalear. Luego corri al telfono. Cmo no haban puesto el de la Comisara del distrito entre la lista de los urgentes? 92741. Es decir, 92417. Entre tanto, Progreso desapareca en el recodo de la segunda planta. Visit despacio todo aquello. Comprobaba los ajustes de las vigas, la calidad de la madera; le gust la tapicera, y aunque no pudo advertir la distribucin de luz elctrica, lo que se vea no estaba mal. Palp la viga transversal, otra de 6,5 y acarici una columna y otra. Subi repartiendo vivaces ojeadas hasta la ltima fila de butacas del tercer piso. Despus haba una galera de cristales de ms de quince metros, en curva. La luz de la flecha luz malva, medular tiznaba los vidrios. Miraba y sonrea desde su atalaya. Sentse en un peldao y acab de fumar. Con la colilla sobre la alfombra qued rubricada su obra. Royal Paraninph. Qu significaran esas dos palabras? Cuando se dispona a bajar aparecieron por el comienzo de la gradera dos agentes de la brigada social. Al verlo se detuvieron con la mano en el bolsillo del gabn. Tambin Progreso se detuvo. Conoca aquella actitud de los policas y su trascendencia. Baje usted ordenaron. Progreso se hizo el tonto: Para qu? Es que quieren ustedes hacer una pelcula? Baje inmediatamente. Progreso se llev la mano al bolsillo donde no llevaba nada e insisti: Si quieren ustedes pelcula, la hacemos. Por m no hay inconveniente. Por fin lo detuvieron. El comisario le recrimin. Acababa de salir de la crcel y en lugar de ir a ver a su mujer, a sus hijos, como todo ciudadano honrado, volva a ponerse en trance de perder la libertad. Progreso le argumentaba: Mujer e hijos los tiene cualquiera. O los hace usted o se los regala el vecino. El trabajo vale ms. Las obras de nuestro esfuerzo son nuestros autnticos hijos y los sentimientos hay que enfocarlos hacia la eficacia de la obra, no hacia la mujer y el hijo y los cinco reales. Esto es limitado. Y adems, es mentira. Progreso no deca todas estas cosas, pero las senta bullir en la sangre. Ahora rea entre los compaeros recordando el incidente. El Sol daba a la maana su paz ritual. Los grupos se hacan mayores. Ms de la mitad del teatro estaba ya ocupado. Samar llegaba con prisa, a grandes zancadas. Era de regular estatura, fuerte, desgarbado. Salieron voces de un corro llamndolo, los salud y se puso a mirar los balcones de enfrente donde el Sol blanco de mayo prenda sus randas de encaje. Faltaba an ms de media hora para el comienzo del mitin. El mitin no era ms que una pequea diligencia casi una cuestin de trmite en la lucha incesante que los sindicatos sostenan contra lo humano y divino. Contra socialistas, republicanos, frailes y generales. Contra los tenores y los bartonos

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de la burguesa que actuaban de temporada en el Parlamento, contra las vedettes de la intelectualidad de cmara. Contra todo. Contra s mismos tambin, de vez en cuando. Samar vea aquello, un poco deslumbrado. Qu buscaban aquellos hombres? Qu queran? Se lo preguntaba todos los das y sin embargo estaba a su lado e iba con ellos lleno de fe Adonde? Llegaba Star Garca con mercanca nueva. Venda rosetas de trapo rojo para los presos sociales. La piedad se haca en ella estatua, se consagraba en mrmol. Se acerc a Samar y le puso en la solapa un clavel natural. Seria, grave. Cuidaba mucho su seriedad, porque si una vez sonrea ya lo haba dicho todo. Samar le dio dos pesetas. Antes le haba preguntado, reticente, por Villacampa. Star encogi los hombros redondos, levant las cejas y advirti: Sabes lo que te digo? No me preguntes ms por Villacampa. Luego se fue hacia adentro. Sus piernas desnudas sobre el tosco calcetn de su padre eran las piernas buclicas que aparecen en las tapas de laca de las tabaqueras. Entraba ella en el teatro y quedaba la ausencia hecha sombra bajo la marquesina. Tambin el grupo fue deshacindose en murmullos hacia el interior. En las calles prximas se alineaban los guardias de asalto. Dos compaeros trepaban, por la fachada instalando altavoces. Ya estaba la sala llena y los alrededores seguan poblndose de obreros. Un viejo casi ciego, con bigotes blancos de foca paseaba cantando a media voz la Internacional y llevando el ritmo con el bastn sobre las losas. Su fe en la revolucin le sostena la espina dorsal sobre los setenta aos. Otros iban y venan ofreciendo folletos y revistas. La fachada estaba cubierta en su tercio inferior de proclamas, carteles y convocatorias: C.N.T. y FAI. La C.N.T. embanderaba el barco Paraninph y sus iniciales virilizaban el ttulo intelectual que haba perdido el Royal al proclamarse la Repblica. Un poco ms all un templo lanzaba sus campanas sobre la indiferencia del barrio obrero. Pequeos industriales y comerciantes asomaban sobre las tiendas cerradas con el chaleco del domingo desabrochado. Aunque haba paz y sosiego, el Sol tena de pronto sobre la capota del automvil la muestra del dentista, la placa dorada de la comadrona, destellos azulencos y violceos muy sospechosos. En todos los labios, palabras y rictus de protesta. Las iniciales volaban de un lado a otro: C.N.T. y C.N. que no es lo mismo y FAI. La revolucin se alzaba sobre negaciones. Apoliticismo! No colaborar! No votar! No transigir! Accin directa! Despus de veinte minutos de cambiar apreciaciones y juicios, voces, peridicos, folletos, de exhibir insignias, gritos, saludos y carcajadas siempre acompaados de iniciales, resultaba ya no la C.N.T. sino ms bien la C.F.A.N.I.T. A las diez menos cinco el saln estaba atestado. En los vestbulos y en la calle haba tres mil o cuatro mil hombres sin poder entrar. Miraban esperanzados a los altavoces mientras cuadriculaban mentalmente el domingo en monedas de cobre. Las bocinas asomaban por la fachada y carraspeaban preparando sus gargantas para los discursos. La calle se ensanchaba a medida que suba el Sol. Y la justicia? La de Dios? La de la Constitucin? La de Progreso que hizo el Paraninph? La justicia no es un fin. Es una bandera. Caa el Sol por la fachada y rebotaba en la acera, sobre el asfalto. Una mozuela de diecisis aos se asomaba al balcn y deca a dos mozalbetes que iban con otra muchacha en direccin a la iglesia: Es la primera vez que voy a un baile. Me baar a media tarde y a las nueve podis venir a buscarme. La calle se converta en alcoba nupcial. Se vea en la voz de la chiquilla el temblor de una subconsciencia que aguarda y desea la violacin. Ante los obreros, la chica lanzaba la alusin a su desnudez y la maana se coronaba con sus pechos erectos, sus brazos levantados y desnudos. Star, que haba vuelto a salir, lanz sus pregones desde la puerta, y era sobre el fondo en sombras tan vivo el rojo de su jersey y tan frutal su garganta que sinti de rechazo la fuerza de su presencia y casi corriendo se meti dentro. Folletos del comit propresos! La traicin de los social-fascistas por veinte cntimos! Insignias para el diario confederal! Llevaba su mercanca sobre el pecho izquierdo, apenas acusado. A veces descansaba sobre un pie u otro como si meciera a una mueca. De pronto descubri a

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Villacampa en una butaca. Con la mano uni al casco de su pelo un mechn suelto, se mordi el labio y mir a otro lado. Toda la sala estaba ocupada y ofreca una marea de rostros y voces reposadas despus de los das de labor. Ni impaciencia ni tedio. Star vea miradas amigas y rostros familiares. De pronto oy voces airadas junto a una puerta. Un joven encaonaba a alguien con una pistola y le sealaba con la mano la salida. El otro, con los brazos en alto retroceda espantado. Progreso lleg a grandes zancadas y oblig a su compaero a guardar la pistola. Es un polica, advertan aqu y all. Progreso rog al agente que se marchara. ste protestaba: Me ha amenazado de muerte! Qu cosas tiene usted! No es posible, hombre deca Progreso. Todos stos lo pueden atestiguar. Progreso preguntaba a su alrededor y todos negaban. Nadie haba visto pistola alguna. Ve usted? Est excitado y cree ver armas y amenazas por todas partes. Vyase. Y diga a sus jefes que no toleramos a la polica en nuestras asambleas. El incidente quedaba resuelto. La gente rea y se pona a hablar de otra cosa. Star volvi a mirar a Villacampa. Estaba cerca de su padre. Tena rasgos impertinentes, como ahora, al sacar un cupronquel y llamarla con un gesto autoritario. Star se le acerc. Ante su traje nuevo, los ojos de Star se admiraron un instante. Los de Villacampa respondieron diciendo: No creas que me visto as para enamorar a las chicas bobas. Ella le vendi un folleto y despus le puso en la solapa un clavel natural. Tena dos le advirti y el otro se lo he puesto a Samar. Villacampa lo saba ya porque lo haba visto. Algo le halagaba y le dola a un tiempo. Se levant y busc a Samar con la mirada. La sala, pautada en apretadas filas de gorras, sombreros y camisas blancas ocultaba a Samar nadie sabe dnde. Se sent y volvi a mirar a Star que se alejaba por el pasillo central. Sus pregones se sucedan y la revolucin se haca tan infantil en ellos que a Leoncio le daba vergenza llamarse anarquista. Caan de lo alto algunas voces llamando a un compaero o trozos de discusin doctrinal. Un tipo esculido, muy amanerado, iba y vena con un fajo de revistas financieras bajo el brazo. Informaba a tres judos de Amsterdam que jugaban contra la peseta y andaban siempre por los medios polticos o los proletarios husmeando el porvenir. Era ms mezquino y menos gallardo que el espa de las guerras, pero con la misma inconsistencia de lnea y gesto, con igual indecisin en la mirada y en el paso. Aquel otro de la tercera fila de butacas, americano misterioso que se dice escritor y que tiene una linda traza de capataz de indios, lleno de dijes y sortijas, se acerca a nosotros con un terrible proyecto de doscientas cuartillas para destruir cientficamente en una sola noche a la guardia civil. Lo llaman Al Capone y le va muy bien. Va buscando algo as como un consejo de administracin capaz de realizar su proyecto. Ahora le compra a Star un ejemplar de cada impreso, la roseta roja de trapo y la insignia para el diario. De los pisos superiores comienzan a arrojar octavillas impresas. El manifiesto de la federacin local. Star coge un fajo y los distribuye indiferente, ajena a todo. Brazos y manos se alzan y se agitan. El aire se caldea y la prosa del manifiesto lo satura del polen fecundo. El escenario en penumbra se va poblando. Ya est el presidente en su puesto. Y periodistas a qu vendrn? que fingen en su mesa de trabajo del escenario una curiosidad de parque zoolgico. De pronto alguien avanza y recomienda desde el proscenio que avisen a los camaradas que estn en la calle para que ocupen los vestbulos de los tres pisos y los pasillos laterales donde se estn instalando amplificadores, porque los de la calle los prohbe la autoridad. Rumores, protestas. Se congestiona el pblico en el local, arracimado en pasillos y puertas. Un camarada desconecta unos hilos y el mitin comienza con unas frases del presidente que cede enseguida la palabra al primer orador. Los altavoces de la calle han vuelto a carraspear y han dejado pasar frases sueltas: El gobierno esclavo del capitalismo asesina a nuestros compaeros en la calle... El ministro de Gobernacin, abusando de la autoridad que nosotros hemos puesto en su mano... Alguien protesta. No se puede afirmar eso. Damos armas a la oposicin. La organizacin no pact con los partidos burgueses. Una ola de protestas hace callar al de la interrupcin. ste insiste: Eso es oportunismo! Otro contesta: Bien y qu? Sigue el altavoz: Las vilezas de la reaccin, siempre dispuesta a mantener sus privilegios, se acumulan sobre la

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vida del proletariado; llenan las crceles, convierten los barcos en presidios flotantes, ametrallan a nuestros hermanos... El altavoz sigue soltando frases como trallazos. Tres mil obreros que no han podido entrar se apian en la calle. El teniente que manda los guardias de asalto se atusa el bigote y echa miradas fulminantes sobre las altas bocinas. Enva emisarios: He dicho que quiten los altavoces. Confusin. El electricista jura que los ha desconectado. Pero los altavoces siguen: Toda esa podredumbre que representis e imponis, la barreremos nosotros! Caer por su propio peso la cabeza de la burguesa, como cay la de la aristocracia feudal! A ver, que arranquen esos hilos! Alguien los arranca. El altavoz de encima de la marquesina, los de la segunda planta, continan impvidos. Es la voz del segundo orador que habla de la ley de fugas. Fue el primero que la sufri en el ao 1919. No pudieron rematarlo y ah est erguido para acusar. Salen las palabras a borbotones, y algunas fulgen y brillan o se disparan al azul como cohetes. Traicin, cobarda, miseria, crimen, plvora, fusiles, revolucin, FAI, C.N.T., FAI, C.N.T. El altavoz ruge. El grupo de la calle se hace ms denso y corta la circulacin. Los tranvas suenan sus campanas impacientes y se alinean en largas colas. Un viva la anarqua! es contestado por mil quinientas gargantas en la calle, por cinco mil hombres dentro abandonados a la embriaguez de las palabras. Toques de corneta. La masa humana sigue quieta y en silencio afronta a los guardias de asalto. El altavoz sigue: Viva la C.N.T.! Muera la repblica! Un cabo llega con rdenes. Acaba de hablar por telfono con la Direccin y han dispuesto que sea suspendido el acto por desobedecer la orden que prohiba los altavoces en la calle. Siguen estticos los guardias. Otro toque agudo del cornetn y el ataque comienza acompaado de gritos, cierres que caen, puertas que se cierran. Los tranvas se despueblan y sus ocupantes huyen aterrados. Una seora tropieza y cae chillando: Canallas! Canallas! Un obrero la levanta y pregunta: Quines son los canallas? Ustedes, los obreros. El obrero re y advierte: No se apure, seora. Hasta las doce no comienzan las violaciones. El altavoz recoge la advertencia de un orador: La polica dispara en la calle! Los altavoces sabotean el mitin. No hay instalacin, no hay contacto elctrico. Han ido arrancando los hilos en un trecho de ms de tres metros. En buena ley no deberan hablar. Han nacido del amor al trabajo. Salieron de los obreros, de sus manos, como los vidrios y las vigas de la fachada, pero sabotean el mitin hablando por su cuenta. Recogen las palabras de los oradores y el fragor de la muchedumbre que sale por las tres puertas aullando. El primer avance de los guardias ha hecho retroceder a los grupos, pero ahora, al salir la multitud, se rehacen y avanzan. Los altavoces, con la sala vaca, siguen cumpliendo su misin provocadora. No hay una bala para ese traidor? Pim! Pam! Salta hecho aicos el altavoz de la marquesina. Pero ahora gritan los otros y adems la alarma de los disparos agrava la situacin. Suena entre las voces, confusa y vacilante, la Internacional. Los grupos se parapetan tras los tranvas. Uno de stos ha sido volcado con estrpito de cristales. La mitad de la multitud se ha replegado dentro del teatro. Desde una de sus ventanas se hacen disparos. La maana madrilea se descompone en livideces. Un altavoz solitario all arriba grita: Brbaros! Qu hacis? Y el espritu? Acordaos de los valores espirituales! Habr recogido una induccin del telfono del Ateneo. Ms guardias. Ahora, civiles. De los grupos salen ms disparos contra los altavoces. La calle se puebla de gritos, rumores espasmdicos, detonaciones. La revolucin? Ja, ja, ja! Qu ms quisieran! La revolucin no la provocarn los altavoces a su placer. Los guardias civiles a caballo invaden la calle. Se apean, y disparan. Media hora de lucha. En la plaza prxima, las bocas del metro son reductos para los obreros que asoman y disparan. El altavoz carraspea un poco y grita: Los altos intereses del pas radican en el orden social, en la paz! Tiros a las ventanas, de las ventanas. Los altavoces saltan hechos aicos y callan ya. Corretean los caballos, uno resbala y cae arrancando chispas del suelo. Y tiros otra vez. Otro camin de fuerzas.

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Media hora ms de lucha y las calles quedan despejadas y en silencio. Han quedado aplastados contra el pavimento tres obreros. Ms de cincuenta van maniatados entre los caballos de los guardias. El cervecero de la esquina levanta a medias el cierre metlico y sigue taladrando el barril, moviendo la cabeza de arriba abajo. Esto es el caos. De qu me sirve votar a los socialistas?

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III. AUTOPSIA DE LOS CAMARADAS ESPARTACO, GERMINAL Y PROGRESOLos obreros que quedaron muertos en la calle eran Espartaco Alvarez, Germinal Garca y Progreso Gonzlez. Tres nombres en fila son bien poca cosa. Tres obreros jvenes y fuertes muertos sobre el adoqun municipal en la maana del domingo ya son algo. Esos mismos hombres, media hora antes del mitin eran nada menos que signos de una nueva ley fsica en marcha. Espartaco perteneca al Sindicato de Trabajadores de la Tierra. Germinal, al de Gas y Electricidad. Progreso, al de la Construccin. Cuando los recogieron estaban en posiciones distintas. Espartaco haba cado de bruces y se rompi los dientes contra el empedrado. All qued besando su propia sangre. Germinal, boca arriba junto a un rbol, colgada la cabeza sobre la cava del riego. Progreso no muri instantneamente. Se fue arrastrando con el pecho en tierra, firmando con el corazn sobre el asfalto de la acera. Muri camino del Equipo Quirrgico. Luego fue llevado al depsito, junto a sus compaeros, y el forense emiti dictamen: Espartaco Alvarez, de cuarenta y dos aos, presenta dos heridas de arma de fuego en la regin temporal derecha, con salida de masa enceflica y fractura, mortales de necesidad. Germinal Garca, de cincuenta aos, herida de bala en el vientre, sin orificio de salida, otra mortal en la ingle con seccin de la femoral y contusiones en diferentes partes del cuerpo. Progreso Gonzlez, de treinta y cinco aos, tres heridas de arma de fuego que le interesan el cuarto espacio intercostal derecho, el hgado y el frontal respectivamente. Todas con orificio de salida. La de la cabeza, mortal de necesidad. Era necesario que el mdico forense dijera que haban muerto, y ah est. La diligencia de autopsia no deca el calibre de las balas ni si los disparos haban sido hechos con arma corta o larga. Quedaba en el aire ese dato para que los peridicos pudieran sentar la duda de que las vctimas cayeron bajo las balas de las pistolas proletarias en la confusin del momento. En los instantes de duda, ellos afirman e imponen su verdad. En los momentos de evidencia enturbian el aire y crean la duda. Pero es poco una autopsia. Nada dice de los camaradas Espartaco, Germinal y Progreso, de su verdadera personalidad. Quines eran? No interesa a ustedes, seores lectores, la personalidad de tres cadveres? De todas formas se puede revelar con pocas palabras. Los hombres que mueren por una idea suelen tener poco que contar. Si fueran de esos que de vez en cuando gritan en la tertulia se me ocurre una idea, para proponer luego ir al cine o a merendar, y se subordinan a esa idea y llegan a morir de reuma por ella si es preciso, si se tratara de estos mrtires, entonces se podran contar muchas cosas divertidas. Pero de Progreso, Espartaco y Germinal qu vamos a decir? Cmo van ustedes a comprender lo que podamos decir de tres obreros sin ortografa, que durante el tiempo que les dejaba libre el trabajo soaban con una sociedad ms justa, edificada sobre realidades vivas y no sobre mentiras moralizantes? Espartaco era campesino y viva en Tetun de las Victorias, hacia los desmontes de Fuencarral. Campesino? Es decir, ms bien como l aclaraba cazador furtivo. Viva de la caza en las posesiones del ex rey, que seguan siendo coto cerrado con la repblica. Entre los vagabundos y los basureros, sus convecinos, la casa de Espartaco era casi un palacio y constitua desde luego para los dems una aspiracin de bienestar. A la una de la madrugada se levantaba todo el ao, daba un beso a su compaera y a su hijo, coga el bicho el hurn y unas cuerdas, y se iba al Pardo. Cazaba tres o cuatro conejos y dos faisanes, los venda a las seis de la maana en un mercado, y a las ocho ya estaba de regreso en su casa con diez o doce pesetas. Cubra el presupuesto familiar con holgura y aun le quedaba algo para sus gastos de militante. Sellos del comit pro presos, cotizacin en el sindicato, solidaridad con los perseguidos, cuota de la federacin de grupos. A veces caz tambin un jabal o un venado. Su compaera lo admiraba. Nunca se oan en el hogar voces destempladas ni disputas. El secreto de Espartaco para mantener la paz familiar era lo que l llamaba lo haba ledo en un folleto la influencia moral. Se portaba bien, y al lado de su conducta una discrepancia resultaba monstruosa y criminal. Eran

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felices sin sentimentalismo. Ella le preguntaba a veces si la quera, y Espartaco la dejaba helada con la mirada mientras deca lentamente: No me ves que vivo contigo? Al principio, en los primeros meses de vida en comn. Espartaco no era campesino sino jugador de naipes. Sala todas las noches a jugar. Espartaco no tena seguras las ideas. En cuanto adverta malicia en algn jugador, se daba a hacer trampas. Ya en ese camino era sabido que todo el dinero ira a parar a su bolsillo. Pero aquello era peligroso, y su compaera sufra y se desvelaba en casa. Un da estaba jugando como siempre explicaba Espartaco a los amigos y me represent a mi compaera sentada en la cama y llorando. Lo dej todo y me fui a casa. Ya no volvi a jugar ms. Dej aquel fcil y lucrativo oficio por el de campesino. Lo que tuvo que argumentar para relacionar sus tareas de cazador furtivo con las del labriego y tener cabida en el Sindicato! Pero era un gran militante y nadie dud de su aptitud para el trabajo del campo, ya que socavaba el yermo para dar con las madrigueras. Haba aprendido a leer a los treinta aos, por su cuenta. No haba llegado a comprender los problemas de la produccin capitalista, la racionalizacin, ni la superproduccin y el paro forzoso. No quera complicar la limpieza y sencillez de sus conceptos sobre la revolucin con una doctrina que se le haca sospechosa de intelectualidad. Tena un odio en su vida: los comunistas del partido. Su cientificismo le resultaba inaguantable y sola decir de ellos que entre todos no eran capaces de resistir media hora de controversia con l. Tena razn, porque lo que ms lo soliviantaba era ver en el adversario sus mismos argumentos explotados con mala fe o egosmo o vanidad personal de lder y eso crea verlo enseguida en los comunistas. Cuando las cosas llegaban a esta situacin Espartaco callaba, cerraba el ojo izquierdo y adverta lentamente: El cantarada Espartaco dice que le est bailando el cacharro en el bolsillo. El cacharro era de calibre 6,35. El camarada Espartaco no era sin embargo un energmeno. Jams hubiera llegado al homicidio por arrebato o ceguera. Odiaba a los comunistas del partido haca mucho tiempo, pero su odio se afianz un da que vio a un seorito con la hoz y el martillo bordados en seda sobre la camisa. Con la burguesa disfrazada de radicalismos hubiera sido implacable. En la lucha, durante las huelgas revolucionarias o las de carcter econmico de difcil solucin actuaba en el sabotaje con seguridad y decisin. All donde haca falta una mano audaz apareca l. Realizaba lo que se le peda sin comentarios, sin vana jactancia y sin preguntas intiles. En su casa era el mismo. Nunca faltaba una oportunidad para trabajar por la causa. Del tiempo que le quedaba libre saba disponer leyendo y completando la educacin del chico que volva de la escuela con demasiadas tonteras en la cabeza. Ya el muchacho ejercitaba su sentido crtico bastante bien: Me han dicho le explicaba al padre que el ejrcito es para defender la patria. Y soltaba a rer. Espartaco rea tambin y le preguntaba: T qu hubieras contestado? Que el ejrcito y la idea de patria son para tenernos ms esclavizados. Ahora Espartaco no rea tan fuerte. Sonrea apenas sobre la losa del depsito judicial y era slo un poco de calcio, de fsforo, de humores en libertad. Progreso Gonzlez era otro carcter muy distinto. Ya lo hemos entrevisto con motivo de su incidente en el vestbulo del Paraninph. Locuaz, risueo y optimista. Tan seguro de s mismo de poseer la lgica infalible que su odio contra el capitalismo se converta a veces en desdn altivo y en compasin. Esto no era obstculo para que militara con ardor y fe. Miraba y rea, andaba y dorma en comunista libertario. Estaba saturado de ideologa hasta convertirla no slo en conducta personal sino en fsica y qumica orgnica. Era natural que en la actuacin dentro de los sindicatos no chocara con nadie. Siempre se les dejaba paso a sus argumentos. Se daba en su caso el hecho de la revolucin ya triunfante, despus del proceso que comenz con los odios de la adolescencia y sigui con la educacin sindical. A travs de la cultura social constructiva y de la fe confirmada y acrisolada al mismo tiempo en la doctrina y en la prctica, se encontraba con la sensibilidad formada en hombre del maana, de un tiempo sin injusticia. As resultaba que no poda odiar al burgus con aquel odio reconcentrado y agresivo de sus compaeros. Cuando se encontraba, en la lucha, con que la sociedad segua mal organizada

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se quedaba muy sorprendido: Pero es posible que no lo comprendan? Ah, si yo pudiera hablarles un da a los ministros! Las pocas veces que fue a la Direccin de Seguridad a pedir en comisin la reapertura de los sindicatos o la revocacin de la orden de suspensin contra un peridico, intent convencer al jefe de polica. Ya no lo incluan en esas comisiones por tal razn. Oh! sola decir desesperado, si las ideas son tan hermosas y tan fciles de comprender! Pero el gobierno en pleno, que mandaba que lo mataran en la calle, ignoraba el espritu protector con que Progreso Gonzlez hablaba. Al mismo gobierno le conviene. As los ministros vivirn tranquilos, se evitarn esto de que un da tengamos que matarlos. Porque eso s. Actos aislados de terror no los realizara nunca, pero en un vasto plan revolucionario se hubiera reservado y se reservaba ya la parte ms difcil y cruenta. Esto lo preocupaba. Cavilaba sobre esos impulsos, y hablando con Leoncio un da, resolvi la incgnita y se qued tranquilo: Yo sera sanguinario hasta que se viera que la burguesa iba de vencida. Entonces, toda mi furia se convertira en propaganda y labor constructiva. No haba saa en l y era incomprensible, porque haba pasado dos aos en una celda con una cadena al pie que le impeda andar ms de dos pasos y haba visto a compaeros sentenciados sin pruebas a cadena perpetua y encerrados en calabozos obscuros, con una cadena tambin al tobillo, pero empotrada en la pared a la altura del pecho y sin llegar al suelo, por lo que el recluso tena que estar da y noche con la pierna doblada en el aire y dormir de pie. No senta la necesidad de vengarse, porque al da siguiente de la revolucin considerara innecesaria la crueldad con los vencidos, y para l era ya da siguiente, desde el momento que la revolucin estaba hecha en su conciencia. Progreso, tambin en la va de lo inerte, haba tropezado con el monstruo sin tiempo para hablarle las palabras suasorias. El monstruo, al que no odiaba porque lo vea lejos y fuera de sus afanes, lo destruy. En cuanto a Germinal, era un buen operario fumista. Arreglaba tuberas y pona cristales. Cobraba un regular jornal y viva con su madre y su hija. La compaera se le muri haca aos y no la haba sustituido porque para lo sexual nunca le faltaba el calor de unas faldas, y en lo sentimental y afectivo tena a su madre y a su hija Star. Su casa era de las ltimas de una barriada obrera situada al Norte, por donde la brigada social tena siempre quehacer atrasado. Era una casa de ladrillos, de un solo piso, con las ventanas verdes. La puerta estaba abierta, da y noche. Germinal no crea en los ladrones ni en los duendes. Si llegaba a las tres de la maana un compaero, buscaba donde acostarse, se tumbaba y al da siguiente se iba despus de compartir el suculento desayuno de Germinal. Era lo mismo que se conocieran o que no se hubieran visto nunca. Germinal nada preguntaba. Su madre serva recelosa al desconocido hasta que vea en la mirada de Germinal alguna simpata por l. Cuando esto suceda ya iba y vena ms desenvuelta y al hablarle le llamaba tambin hijo. Despus, si iba la polica a preguntar, ya se las arreglaba la abuela para contarle un cuento rociado de juicios propios sobre la vileza de las funciones policacas. Haba agentes que teman ms a sus iras que a las de sus superiores, porque de aquella cabeza pacfica y encanecida salan los insultos ms soeces, las palabras ms duras. Aun despus de acabada la gresca, cuando los agentes se batan en retirada, sala a la puerta y chascaba la lengua haciendo ademn de coger una piedra. Esto tiene su explicacin. En la barriada nunca se deca un agente, sino un perro. Ellos lo saban, y si por casualidad la actitud de la vieja trascenda a las casas vecinas no faltaba coro. Por balcones y ventanas asomaban rostros femeninos que se unan al escndalo. Unas ladraban, otras chascaban tambin la lengua y gritaban: Tuso! La viejecita, la ta Isabela, se envalentonaba mucho entonces y gritaba ponindose en jarras: A hacer puetas! Que os den morcilla a todos! En esa casa de ladrillo rosceo vivan Germinal, la ta Isabela y su hija Star. Haba alguien ms. Un gato y un gallo. El gato se llamaba Makno y era de la abuela. El gallo no tena nombre y era de Star. El gallo y el gato rean a menudo porque el primero se aburra y buscaba con quin jugar. El gato, que era voluptuoso y regaln, crea que iba en serio y sacaba las uas. Luego tena que intervenir la familia. La ta Isabela se llevaba en brazos al felino y la pequea al gallo, cuya defensa haca contestando a las reprimendas de la abuela: Lo hace por jugar.

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Star castigaba al gallo y ste, sintindose humillado, cacareaba a cada golpe y le buscaba la mano con el pico. Era un gallo provocador, al que teman los perros y los nios de la calle, porque cuando dejaba caer un ala y andaba de costado ya haba perdido el control y se lanzaba lo mismo sobre las piernas desnudas de los chicos que sobre los hocicos de los perros, mientras stos no fueran verdaderos y autnticos perros-lobos, que eran los nicos a quienes respetaba. El gallo dorma en un pequeo cobertizo junto a la casa. No haba gallinas. En realidad eran suyas todas las del barrio sin necesidad de reir expresamente con los otros gallos, porque ya se cuidaban ellas de acercrsele sin comprometer a nadie. Star, Germinal, la ta Isabela, la casa rojiza, el gato y el gallo. De ese ncleo se desprenda Germinal con el cuerpo abierto a balazos. Dnde estara? Un grupo de vecinos invadira la casa y la ta Isabela se aguantara las palabras malsonantes porque habiendo un cadver por medio y siendo ste el de su hijo la ira se resolvera en desesperacin. Leoncio ira all arriba, pero para qu? Despus de cada batalla no era caso de ir a dar el psame a la familia de las vctimas. A Leoncio le preocupaban, ms que la muerte de Germinal, su mirada y sus palabras ltimas. Salan atropelladamente del teatro. Fuera disparaba la guardia civil. Casi tropezaron con el cuerpo sangrante de Germinal. Star quera acercrsele y las masas la empujaban y se la llevaban en vilo. Germinal gritaba a los que intentaban recogerlo: Dejadme a m, que esto es cosa perdida! Buscad a la pequea. Cuando vio que Lucas Samar se arrodillaba y llamaba a otros para llevrselo se incorpor, los rechaz y volvi a gritar: La pequea! La pequea! Lucas crey que la haban herido tambin; busc a su alrededor. Las descargas seguan. Star apareci por fin y Lucas la cogi en volandas y se la llev. Germinal sonri al verlos y descans la cabeza sobre el brazo. Cuando minutos despus lo recogieron, haba muerto. Leoncio Villacampa se acordaba ms de ese detalle de Star que de la misma muerte de Germinal. Ya se sabe que en las batallas hay muertos. Pero de todas formas quera ir a ver a Germinal, indagar lo que quiso decir con la ltima mirada (ver si sta haba quedado cuajada sobre la piedra del depsito judicial) respecto del porvenir de la pequea Star. Quera tambin averiguar si eran ms las vctimas aparte de las tres conocidas, porque los rumores sealaban la ausencia de dos compaeros de Gas y Electricidad. El ir y venir de los obreros por las secretaras de los sindicatos en aquella colmena rumorosa y alarmada y las palabras sueltas que se oan sealaban la seguridad de la huelga general. Leoncio se levant y comenz a andar hacia la calle. Salud a los compaeros, ley algunas convocatorias de las que cubran las paredes del vestbulo, y fue bajando. La luz comenzaba a ser la luz griscea del cemento de la ciudad sin Sol. Cogi un tranva en marcha. Progreso, Espartaco, Germinal. Un viejo de barba blanca agitaba en la plataforma el bastn y en vano quera discutir con el conductor. ste comparta su misma opinin y el viejo se irritaba. El tranva subi forcejeando en las esquinas, asom a una amplia avenida y se perdi sonando la campana. Hua por detrs de las casas un nimbo dorado de esto. Leoncio iba al depsito judicial. Cuando lleg a las tapias del hospital civil, ya lucan las primeras lmparas sobre el cristal opaco del anochecer. El barrio, solitario y triste, se animaba de pronto alrededor de aquel casern, y estaban el bar Puerto Prncipe, la taberna del Mico, dos pasteleras, y una parada de taxis junto a un caf que haca esquina. La ciudad se volcaba en las tabernas y los bares. Dentro de una hora saldra el pblico de los cines y teatros y se producira el reflujo de la poblacin hacia las afueras. Leoncio vea aquello y sonrea: Estpidos. Maana os vais a divertir. No poda tolerar aquella indiferencia mientras Espartaco, Progreso y Germinal yacan asomados al vaco sin nombre. Estpidos. Qu diris maana? Al da siguiente la huelga general los sorprendera a todos. Por qu nos dejan sin peridicos, sin tranvas, sin pan, sin espectculos? Qu ha sucedido? Cada ciudadano reaccionara a su manera. Es delito ver una sesin de cine? Est mal emborracharse con whisky? Llevarse la novia al campo es causa bastante para que lo dejen a uno al da siguiente sin los elementos indispensables de vida? Nadie haba hecho nada. Nadie tena la culpa. Leoncio sonrea, subiendo las escaleras de un pabelln: Estpidos. Ya arriba se detuvo. Respir hondo y mir hacia atrs. En el patizuelo desierto haba un rbol enano mal acomodado entre las losas de piedra. El muro quedaba a la altura de sus pies. Detrs, la ciudad sealaba con halos rojizos los lugares ms iluminados. El hortera

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Leoncio Villacampa, con la corbata roja de los domingos, hinch su pecho y grit: No sabis que esta maana matasteis a tres compaeros nuestros? Has sido t, el comerciante, y t, el Cura, y usted, seor juez, y usted, damisela de mierda! Pero eso se paga. Lo vais a pagar maana! Haba que atravesar un vestbulo, recorrer un pasillo haciendo caso omiso de las puertas y las escaleras. Despus de discutir con unos guardias y convencer a dos agentes de que era familiar de las vctimas volvi a salir del pabelln por el lado opuesto y comenz a bajar unas escaleras anlogas a las anteriores. Otro patizuelo. El depsito estaba en el pabelln de enfrente, en unos stanos. El patio enlosado tena color plomizo obscuro. Por encima de la silueta negra de las tapias y la pizarra del tejado el cielo era azul claro y haba dos estrellas sobre un grupo de chimeneas. Junto a una tapia, recostados de espaldas en el muro, estaban, Samar y Star Garca. Leoncio no pudo evitar la primera impresin de disgusto. Star se condolera como hija del mrtir y l tendra que buscar palabras y decirle quizs aquello de te acompao en el sentimiento, frase difcil, que no haba dicho nunca. Pero no dijo nada. Enseguida vio que Star segua como siempre, como si nada fuera con ella. Al llegar l, Samar pas un brazo por la espalda de Star y la atrajo paternalmente. Leoncio vio que aquel gesto tenia mucha elocuencia y se qued un rato callado. Lucas Samar preguntaba con la mirada y Villacampa no tuvo ms remedio que contestar, aunque dirigindose a Star: Maana hay huelga general. La pequea se alegraba. Habiendo muerto su padre era necesario que todo el mundo se alzara contra los culpables. Lucas la solt, frunci el ceo. Huelga general? Leoncio miraba por una ventana el interior del depsito. Star aclaraba con indiferencia: Les han hecho la autopsia. El periodista repeta: Huelga general? Una huelga general en aquellos momentos poda serlo todo. Precipitara otros hechos, sacudira la rebelda latente en todo el pas. Era la sublevacin. Poda serlo todo. Pero poda ser tambin un fracaso funesto. Acudi a la ventana y se acod en ella de espaldas, mirando hacia adentro. Star tambin. Quedaban los tres en silencio. Tres mesas alineadas con los cuerpos de Progreso, Espartaco y Germinal, cubiertos con sbanas. Dos empleadas entraban y salan con cubos. Leoncio pensaba: Es posible que todo acabe en eso, en nada? Pero no lo dijo porque supona que a Lucas se le ocurriran al mismo tiempo cosas ms hondas. Efectivamente, ste no tard en decir: La muerte no existe. Germinal, Espartaco y Progreso siguen en la rebelda de los dems. Que no existe la muerte? dudaba Leoncio. El periodista li un cigarrillo para contrarrestar el fuerte olor a fenol. Aadi: No. Si pudieran hablar estos camaradas, veras cmo se pondran a discutir sobre la conveniencia de la huelga general, sin acordarse del incidente de su muerte, que tendra mucha menos importancia que cualquiera otro de su vida. La muerte que viene de fuera un tiro, dos voces, sangre y prdida de la conciencia no es ms que un pequeo incidente al margen de nuestra voluntad. Lo malo es la muerte elaborada dentro de nosotros: el fracaso. A Star se le iluminaron los ojos: Es verdad. Mi padre no poda morir. Mi padre no ha muerto. Luego aadi de pronto con expresin impertinente: Vamos. Huele mal. Se retiraron y pasearon por el patizuelo. Los mdicos haban hecho la autopsia, abriendo el crneo a Progreso y a Espartaco que tenan heridas en la cabeza. Encontraron sangre roja y venas azules. En el cerebro no haba ninguna de las toxinas frecuentes en los enamorados, en los suicidas, en los perturbados. Eran cerebros limpios. Como nica anormalidad, una borrachera de porvenir. Un mdico con alguna dote de observacin pudo haber hecho una relacin curiosa porque no era frecuente encontrar cabezas sin temor ni esperanza metafsicos. Vsceras, y vsceras saturadas de fe fisiolgica, de audacia y de generosidad. Ambicin? Ansias de lo que ha de llegar? Impaciencias? Bah! Fe visceral. Fe que se basta a s misma. La

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audacia y la generosidad slo se producen francamente en esos casos de fe en s mismo, en su propia fe. Y cuando hay la seguridad de la fe en la propia fe, qu vale la ambicin material y la esperanza, el recuerdo y la ilusin, esas cosas merced a las cuales la sugestin de la muerte es negra y turbadora y produce en los dbiles la conciencia de morir? Fe, pero no metafsica ni intelectual, sino visceral. Fe de la roca y del rbol. Paseaban en silencio. Star Garca se volvi de pronto a Leoncio: A pesar de todo, mi padre ha muerto. S. Ha muerto por la causa respondi Villacampa. Star increp al periodista: T me engaabas. Mi padre ha muerto. Lucas insista: La muerte no existe. Yo no te engaaba. Villacampa intervena con obstinacin: Di que s, Star. Qu sabes t? Qu sabes t de la muerte? preguntaba Samar. El hortera replicaba con energa. Star miraba al uno y al otro. Samar aada: La muerte no existe, pequea. Y eso? Y eso? gritaba Villacampa sealando la ventana del depsito. Star temblaba. Se llevaba el puo cerrado a la cara y lo paseaba por la barbilla, mordindose a veces un dedo. Ahora afirmaba dudando: Mi padre ha muerto, Samar. Es intil que digas que no. Samar renunci a nuevas explicaciones. Vio que Star pugnaba por reprimir las lgrimas, y dijo secamente: Bueno. Vamonos. La pequea cogi a Villacampa del brazo. No. Yo me quedo aqu. Temblaba. Lucas, de mal talante, la cogi del otro brazo: A casa. Aqu no tienes nada que hacer. Vamonos. Ah est tu padre. Ha muerto. Tienes razn. Lo han asesinado. Ya no lo oirs hablar nunca, ya no te besar al acostarse ni te comprar dulces los domingos. Star se deshaca en llanto. Tiene el cuerpo destrozado por las balas y el crneo abierto. Te has quedado sola en el mundo. Eres la ms desgraciada de las mujeres. Llora, llora Star amenazaba diluirse en lgrimas y Lucas segua; pero con tus lgrimas lo que haces es matarlo dos veces, porque al sentirte fracasada, matas lo que en ti hay de l, de tu padre. Star reaccion con gran dificultad. Quiso hablar. Los ojos le brillaban y miraban muy fijos y muy lejos. Aquella estatuilla fra e inexpresiva adquira de pronto una furia salvaje y una expresin de odio concentrado. Vamos adentro. Entr en el depsito, se acerc a una mesa y destap el rostro de una de las vctimas. Los dos la seguan, extraados. Ella miraba la bombilla polvorienta del techo, con un aire alucinado: Padre, padre! balbuceaba. No has muerto, no. El periodista sigui: No has muerto. Duermes en la armona de maana. Star repeta: Duermes en la armona de maana. Iba a besarlo, pero el periodista lo impidi retirndola suavemente. Ella necesitaba acercarse al calor vital de alguien y fundirlo con su propia desesperacin. Abraz al periodista y moj con sus lgrimas tambin el rostro de Leoncio. Lucas haba perdido la serenidad, pero se sobrepuso y salieron de all los tres. Ya fuera detuvo un taxi y subieron. Iban en silencio. Star no lloraba ya, pero de vez en cuando respiraba muy hondo. Cerca de su casa se alarm de pronto y pidi al conductor que parara. No se explicaban el motivo. Ella declar: Antes podramos ir un momento ah al ladoseal una callejuela a comprar maz para el gallo. Como va a haber huelga general necesito alimentos de reserva.

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IV. HABLA LA COMPAERA DE OFICIOS VARIOS STAR GARCA, QUE SE HA QUEDADO SOLA EN EL MUNDOEstoy en casa. Mi abuela se ha ido al hospital a velar a mi padre. No la dejan estar dentro pero no importa, porque para lo que ella quiere lo mismo le da mientras vea las paredes del hospital. Si no las viera creera que sus rezos iban a beneficiar a un prestamista o a un guardia. Las vecinas han venido a buscarme para que duerma en sus casas, como si yo no tuviera cama en la ma. Me he quedado aqu porque me gusta comenzar a pensar que al desaparecer mi padre me he quedado sola en el mundo. Las vecinas me decan que tendra miedo y lo tendra si no estuviera conmigo el gallo, que anda por el cuarto desvelado. Como es tan listo sabe que sucede algo en la casa, aunque yo no se lo he dicho. Ven aqu y escucha. No sabes que han matado a mi padre? T creers que eso es poca cosa mientras yo siga trayndote el maz. Pero lo cierto es que me he quedado sin padre ni madre y que tengo catorce aos y que las vecinas me compadecen. Estoy sola. Mi abuela no representa nada, porque como se va del mundo y yo estoy viniendo, y es vieja y arrugada mientras yo soy joven y guapa, no hace ms que reirme. He llorado, puede que llore ms todava y t tan fresco. Pero no. Es la ltima vez que lloro en mi vida. Estoy sola y en estas circunstancias una muchacha no puede llorar. Menos an una chica anarquista. Yo soy anarquista como t y como mi padre. Trabajo en la fbrica de lmparas y gano diecisiete pesetas semanales, un jornal casi de oficiala, con el que tendremos que alimentarnos Makno, t, la abuela y yo. T con maz, el gato con cordilla, y la abuela y yo con patatas. A veces la cordilla y el maz son tan caros como las patatas, pero como vosotros tenis un estmago ms pequeo, os hartis antes. Tiene gracia eso de que pase afanes y angustias para que vosotros os dediquis a cantar, a mayar y a presumir por el barrio. El gallo deja caer un ala hasta el piso y avanza de medio lado, pero basta que yo d una patada en el suelo para que se tranquilice. Volvemos a hablar. Ahora que estamos solos para siempre tenemos mucho que hablar. Oye, chico. Voy a decirte una cosa muy importante. Espera, a ver si estamos verdaderamente solos. yeme, Mi padre ha muerto porque su misin era morir y la de la guardia civil matarlo. Yo no soy de los que ahora se tiran de los pelos, desesperados. Y eso que era mi padre y que lo quera tanto como a ti. Ha muerto porque ha hecho en la vida lo que tena que hacer y ha muerto como muere un revolucionario. Yo hasta hoy era la hija de Germinal. Ahora soy Star Garca, del Sindicato de Oficios Varios. Comprendes? Las gentes dicen que nac en 1918, pero yo no me acuerdo. Me parece que he nacido hoy. Con el dinero del sbado me comprar el primer par de medias y Libertad y Tierra vendr con mi nombre en la faja. Te parece poco importante esto? Pero aunque yo te tenga cierto respeto recordando que mi padre te admiraba como ms anarquista que l, no te permitir que te duermas. Estoy sola, soy yo. He nacido hoy y voy subiendo por la vida que es hermosa en una sociedad que m padre llamaba criminal, pero que a m me parece tonta y simple. Las vecinas dicen que me regalan los lutos. Qu tontera, vestirse de negro ahora que puedo comprarme medias! Tambin me decan las vecinas que tengo una edad muy peligrosa para haberme quedado sola y que me puedo malear. Pero lo deca la ta Cleta, que es viuda de militar y cree que lo que ocurre entre ellas ocurre entre nosotras. Yo le he preguntado qu quera decir con eso de malearse y si pensaba que en m haba madera de maldad. Entonces ha sonredo con misterio y me ha besado. Qu les habr ocurrido a esas gentes en su vida para que al final besen a una de esa manera? Porque eso s que es maldad. En cuanto a lo otro, yo no he tenido nunca tiempo para pensarlo. Bien veo que me gustan ya los hombres. Algunos, claro est. Y tienen que ser compaeros, porque los otros me resultan as como los frailes. Pero yo no quiero tener hijos hasta que hayamos hecho la revolucin, y por lo tanto... A veces, ante un hombre guapo, pienso si me gustara besarlo en la boca y casi siempre me da asco. El gallo cacarea y bajando otra vez el ala se alza sobre las patas amenazando mis piernas. Nunca se ha puesto tan furioso. Me levanto y corro, pero l se interpone y me obliga a huir a un rincn. Entonces

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agarro un listn que hay contra la pared y lo amenazo. Se resigna de mal humor y me siento, con el listn cerca. El gallo comienza a cacarear y a querer marcharse. Bueno. En qu bamos? Hay slo dos hombres a quienes pienso que podra besar sin asco, aunque luego me limpiara la boca. El gallo amenaza cacareando y le doy dos azotes. No dir los nombres. Si los dijera tendra ms importancia el haberlo pensado, y lo cierto es que no tiene ninguna. Y el gato? Se oye ruido en el tejado y debe ser l. Ni siquiera en una noche como sta se queda en casa. Hemos tenido siempre unos gatos bastante sinvergenzas. Nunca dijo padre que el gato fuera anarquista, y si le puso a ste Makno fue cuando era muy pequeo y no saba an sus maas. Yo creo que el gato es comunista autoritario, pero yo no le tengo mana como padre, y me parece que en una poca de lucha contra el capitalismo, como la que vivimos, debemos ir juntos todos: el gallo, el gato y yo. En eso de las ideas yo creo que es ms el carcter del individuo que las mismas ideas, y en los hombres a m me gusta ms el carcter comunista que el anarquista. Samar no es anarquista y si est con nosotros es porque tiene ms fe en la organizacin y en la valenta revolucionaria de los individuos. A m no me la da. Villacampa es anarquista. Tiene la cara quieta y los ojos tranquilos y habla un poco por dems. sos son anarquistas, mientras que los comunistas siempre parece que tienen prisa y miran de reojo y a veces no saben qu hacer con las manos. Samar me ha dado una nota diciendo lo que tengo que hacer esta noche con los papeles y algunas otras cosas de mi padre. Me la ha dado en un sobre y yo la he guardado dentro del jersey. Vamos a ver lo que dice para hacerlo enseguida, no venga la polica a registrar. Qu nota ms larga! Pero qu es esto? Nena ma de mi alma: Perdname. Hasta ahora las siete no he podido escribirte Una carta a la novia. Se ha confundido y yo voy a enterarme hasta el final para ver cmo son las cartas de amor. El papel es muy elegante y la letra menuda. Te escribir poco, pero t sabes que te quiero. Te quiero desesperadamente. Tengo un hambre infinita de tus brazos y de tus labios. Quiero darte una vida que ignoras y llenarla de luz y de paz. Pero en el torbellino de mi vida este cario me desconcierta. Yo quera para ti toda la quietud y todo el reposo que mi alma tiene cuando se abandona y piensa en nuestro cario. Podr algn da drtelos? Esa paz y ese reposo que me huyen!... Estoy rindome, a pesar de todo, pensando que esas interrogaciones, esos signos de admiracin y sobre todo esos puntos suspensivos te disgustan porque ocupan espacio en la carta. Me ro con un poco de la felicidad que t me guardas, que t me dars. Si supieras con qu impaciencia veo pasar los das que faltan. Qu ganas terribles de llegar! Pero a veces la vida, las cosas, parece que me alejan. La vida es estpida, pero nuestro cario nos salvar, porque un beso tuyo ser el secreto fecundador de universos y vidas y alegras nuevas que ya conozco, mi pequea, a medias, a travs de tus ojos bonitos, pero que el da en que seas ma me convertirn en un dios. Esa aspiracin a la divinidad que hay en todas las religiones, yo la realizar con esta religin ma de tu cario, de tus manos y de tu boca. No s decirte cmo te quiero. Slo s que he tenido grandes alegras y dolores, he conocido la vida hasta los rincones ms escondidos, en lo dulce y en lo amargo; crea tener en mi alma todos los secretos, saberlo todo, alcanzarlo todo. Saba por qu son felices las gentes un da y por qu se suicidan al siguiente. Por qu nace del estircol una flor, y de ella, en el mismo da, otra flor ms hermosa y por qu el Sol que las fecunda las mata. Saba por qu las nubes se hacen agua y el agua roca y la roca montaa y la montaa volcn, y por qu del color, de la luz y del amor de las nubes con las rocas y Tos mares surgen pequeos seres independientes como los planetas y como ellos obedientes al amor de otros. Entre ellos ha habido unos a los que les ha quedado un poco de sol dentro del corazn. Y stos se llaman hombres y ese Sol se les convierte en un veneno que se llama sabidura y a veces mueren o se matan envenenados. Yo saba todas esas cosas, y conoca las races de mi propio conocimiento y los caminos por donde me habra de llevar, y cerraba los ojos y cantaba canciones tristes y a veces quera matar o quera matarme como los dems o quiz me haba suicidado ya y no lo saba. De pronto, nena ma bonita, fjate lo que ocurre: te conozco a ti. Eso nada ms. Sigo vindolo todo igual, pero la triste sabidura se va convirtiendo en fe. Me emborracho todos los das con la luz de mi propio corazn, con el Sol que se qued all escondido y que de pronto crece y llena todo mi ser y sube a mi cerebro y me marea. Canto entonces canciones alegres y ro a carcajadas. Sabes de qu me ro? De la

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sabidura envenenada de los hombres, de la conciencia triste de las rocas, del destino atropellado de los ros. Las montaas me parecen pequeinas como en el atlas, y los volcanes frvolos y ridculos con su estruendo; las flores, desdeables por su levedad. Todo equivocado y torpe, caminando a su propia ruina. Todo menos t y yo. El secreto del universo, de su inmensidad y de su eternidad, lo he aprisionado yo en tus ojos de corza y late y vibra en el fondo de mi alegra. Todo es triste menos nosotros. Todo es feo menos nuestro cario, todos suspiran y lloran menos yo. A todos los ha envenenado el Sol, menos a m. Mi sabidura venenosa se fundi en la luz y se evapor con mi propio Sol de mi corazn. Y ahora no s nada ni quiero saber nada. Vivo como un planeta joven que rueda feliz ignorando las leyes a que obedece. T y yo, nena. T y yo! Los dems se ahogan en su desolacin, porque he robado al mundo su alegra para ofrecrtela a ti y he robado su felicidad para llevrtela a ti, y les he cubierto de sombras el alma para proyectar en la tuya toda la luz. T y yo, nena! Nunca pude imaginar que las cartas de amor se escribieran as. Ni que Samar... Ahora comprendo a este hombre. No vea muy claro. Siempre quedaba una zona obscura, pero yo lo echaba al comunismo. Es comunista pensaba y no encuadra bien con nosotros. O tambin: sabe muchas cosas y no discurre lo mismo que yo, por ejemplo, una pobre obrera de la fbrica de lmparas. Pero dejando esto a un lado es terrible para Samar haberse olvidado la carta. Si supiera dnde est ahora para devolvrsela! O, por lo menos, si tuviera la direccin en el sobre la llevara a su destino maana y cuando lo viera se lo dira. Qu pensar de m sabiendo que he ledo la carta? Podr yo disimular y aguantar la risa? Pero, hombre! Ella es vecina ma. Hija del coronel de Artillera del 75 ligero, que tiene el pabelln al lado del cuartel y el cuartel ah mismo, al final de la calle. Enamorado y... qu amor! Yo no podra menos de rerme de un hombre que me dijera esas tonteras. Amparo Garca del Ro. Tiene gracia. Procurar no olvidar ese nombre. En cuanto a la nota urgente con las advertencias, es una lstima que no la tenga. Mi pobre padre deba tener con la polica algunos cabos sin atar y convendra saber cules son. Aqu, en esta soledad y con esta luz tan mala, que oscila y hace sombras por todas partes, estoy un poco aturdida y no acierto a recordar. Quieto, chico! Qu te pasa? Ah! Han llamado. Ser la polica, como si lo viera. Si estuviera mi abuela les dira lo suyo. Lstima! Voy a abrirles. Hola! Saben ustedes quin es? Samar. Yo me apresuro a ofrecerle la carta, l la mira sin cogerla, me aparta la mano despreocupado y pasa adelante. Mientras registra por ah, va hablando: Han cerrado los sindicatos, pero el pleno de comits se rene esta noche en el campo. Es inevitable la huelga general y ya en el camino hay que seguir adelante y hacer lo que se pueda. Yo le voy a hablar de la carta y me interrumpe mientras aparta la mesilla de noche y recoge dos pistolas que aparecen debajo. Le digo inocentemente y de buena fe que lo mejor que se puede hacer en esta barriada es asaltar el cuartel. Se incorpora con los ojos desorbitados. Le tiemblan las manos donde lleva las pistolas. Por fin pide un cuchillo y con l se va al corral y en un lugar determinado comienza a hacer un hoyo en el suelo. Pronto encuentra dos cajas de cpsulas, otro revlver y un papel con un pequeo grfico. Muy satisfecho, lo guarda todo en los bolsillos de un gabn que lleva al brazo. Seala el techo y dice: En un hueco junto a la chimenea debe haber dos docenas de granadas de mano. Maana debes estar todo el da en casa. Yo protesto. Cuando hay huelgas me gusta estar en medio de todo. Aunque no lo parezca, sirvo para muchas cosas. Dice que bien, pero que le d una llave de la casa. Se la doy. Despus voy a darle la carta y l me dice que me la quede y la lleve a primera hora a su destino. La has ledo? me pregunta. Pone una cara tan rara que no puedo menos que echar a rer. Entonces se va, dando un portazo. Me ro tan fuerte que debe orlo todo el barrio. De repente me callo. Qu pensarn las vecinas si me oyen rer habiendo muerto mi padre? Vuelvo a leer la carta, y recordando los gestos y las palabras de Samar me convenzo de que eso que los burgueses llaman el amor debe ser una enfermedad como el tifus o la gripe.

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V. DOA LUNA, DEL SISTEMA SOLAR, TIENE LA PALABRA

He salido por Oriente grande y roja. Luego me he asomado por la Mancha, ya pequea y blanca. Tengo dos grandes espejos: el estanque de la Casa de Campo y el pantano del Lozoya. Antes tengo que pasar por delante de unas cpulas por donde asoman grandes anteojos que me vigilan. Miran por ellos unos pobres sabios. Bien es verdad que no han logrado convencer a los poetas de que soy vieja mire usted qu tonteras y de que estoy muerta ya ve usted qu embuste. Afortunadamente, no lejos del observatorio hay otras terrazas donde los jvenes bailan al son de una orquesta y se amad y se lo dicen todo mirndome. Gracias a eso la Tierra tiene algn inters todava, creo yo. Pero una cosa es que me interese y otra es que la ame. No la amo por lo que acabo de decir, sino por otras cosas que son mi secreto femenino de planeta fatal. Cuando voy paseando en direccin contraria a la Tierra, me gusta ver cmo huyen las sombras y se refugian donde pueden, espantadas. Debajo de los puentes, al costado de las casas, con prisa, atropellndose. Yo ejerzo una influencia malfica porque agrupo los tomos a mi manera, y as produzco en las cosas y los seres vivos alteraciones muy curiosas, cuyos resultados son diversos, pero siempre sensacionales. Las secciones de sucesos y las de sociedad son en los peridicos una especie de diario ntimo mo. Hay unos seres especiales que me aman sin saberlo la mejor manera y que aunque la mayor parte no me hacen versos, me reverencian, ms y mejor que los poetas. No duermen si yo no quiero. Cambian de parecer a mi gusto. Rien con su familia y con su esposa, se arruinan y a veces hasta mueren o se suicidan por m. Las gente los llaman lunticos. Cuando se dedican a la poltica me divierto hacindoles graciosas jugarretas: unos monrquicos implantan la repblica y no saben qu hacer con ella. Otros republicanos se levantan a hablar y van a parar en declaraciones comunistas. Alguno cree de buena fe que est salvando al pas y lo que hace es renovar el guardarropa. Yo los quiero mucho porque son mis enamorados autnticos, lo que no importa para que me ra un poco aunque, como tengo la cara ancha, la risa no me va bien. Con los polticos, la gente ms mudable y floja del planeta, producir trastornos es fcil y a veces no se hace notar demasiado. El poltico es ya por s ligero de cascos. Con los que cuesta trabajo es con los hombres de ciencia. A uno que escribi unos ensayos muy prosaicos sobre m, lo selenic y lo tuve dos aos con la mano derecha cerrada y levantada en el aire, preguntando a las gentes qu hara con un tomo de hidrgeno que llevaba all. En cuanto a los poetas, o mejor dicho los vates los que me cantan a m son ms propiamente vates, tengo en cada ciudad un grupo, un coro que publica su boletn aunque todava no se han atrevido a titularlo nunca Boletn de la Luna. Esos son los tiernos poetas que me aman con un amor ms dulce para m que el de los hombres, con amor femenino. Ejerzo sobre ellos una influencia muy diferente de la que reciben de m los gatos. En stos despierto la masculinidad. Esa dulce sensualidad de la joven y tierna poesa de mis enamorados me turba toda. Rodar entre sus imgenes es como baarse en un mar de rosas y leche. Mi influencia les produce desviaciones de la sensibilidad, que entre los muchachos de buena familia hacen estragos. Mas... la noche avanza. Las estrellas brillan con la claridad de la medianoche. Mis dulces poetas duermen entre sbanas, y hacia el Oeste, cerca de unas columnas de hierro que me envan sin cesar los pequeos calambres del Morse, se han odo disparos. Esto quiere decir que al otro lado de la ciudad unas agrupaciones de hombres que me desdean o me odian esta noche van a reunirse para deliberar. Las motos de la polica ruedan hacia el lugar de la alarma. Es lo que esos sindicalistas deseaban. Debajo de las motos se ha refugiado un jirn de sombra que corre por calles y carreteras. En eso se diferencian esta noche los policas y los sindicalistas. stos van bajo las sombras y aquellos encima. Pero yo tengo ms experiencia que los policas, y en lugar de acudir al lugar de los disparos voy a la otra parte de la ciudad. Hay hoteles, casas de vecindad. Pequeos jardines entre los cuales el campo mete los dedos y hurga buscando detritos. En un hotel hay un balcn entreabierto y yo penetro a travs de una cortina clara. Voy a dar en el espejo del

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tocador y desde all salto silenciosamente a la pared de la alcoba. Una mujer envuelta en tules, con un pecho fuera, llora sobre la almohada. A su lado, un hombre habla sin cesar: Crees que por el hecho de que los persiga la polica tienen que abrrseles los hogares honrados? No es ningn criminal balbucea ella. Ya lo s. Es tu primo, lleva una camisa de lana obscura con cierre metlico y tiene un aire taciturno. Por qu viene a refugiarse aqu? Que afronte por su cuenta la responsabilidad! La mujer se incorpora. Vas a echarlo? Vas a entregarlo a la polica? De ningn modo. El sentimiento humanitario es reaccionario. Yo soy reaccionario. Ella calla, pero ha dejado de sollozar. Est escuchando con ansiedad y asintiendo con el silencio. Bonita anarquista, t! Con cincuenta mil pesetas de renta. Y qu? Me sirven para algo? No vale ms un ideal? Cllate. O es que quieres que te oiga l? Grosero! Te he ofendido? S. Se levanta y va a salir. Ensea una pierna redonda y firme. A dnde vas? A mi cuarto. El marido se incorpora y abre el cajn de la mesilla. Coge un objeto extrao y dice silabeando: Te quiero. Si pones un pie en el pasillo, te pegar un tiro. Yo huyo de all. Una vez me dieron un balazo en un espejo y aunque no me hirieron recib una impresin tremenda. Por lo dems, escenas como sa las presencio con alguna frecuencia. He de confesar que el temor y el riesgo de que la mujer fuera al otro cuarto se lo he sugerido al marido yo. Mis agrupaciones de tomos han ido a herir su cerebro por ese lado. No me hubiera costado ms trabajo hacerlo disparar, pero ya digo que a eso le tengo miedo. No deben estar lejos estos hombres que han despistado a la polica enviando a sus amigos al otro extremo de la ciudad. Detrs de los hoteles hay dos campos sembrados de alfalfa. Luego una colina en comba. Despus un camino, una corta hilera de rboles que bordean una acequia, luego una explanada donde las piedras hacen pequeas sombras, todava otra colina y all una ermita en ruinas. Detrs de sus tapias, al otro lado, yo no puedo verter mi luz. Hay una regular extensin en sombras. A veces surge, por encima de la tapia, una visera de caucho, y no hace mucho he sacado chispas de la punta del can de una pistola en ese mismo lugar. Hay, efectivamente, dos hombres vigilando. Los otros deben andar cerca. Agucemos el odo, que yo lo tengo muy fino, y como no hay por aqu ranas ni grillos, que son los que perturban, percibir bien cualquier rumor. He cogido dos palabras: capitalismo y sabotaje. Eso es que deben andar por el principio, porque la primera corresponde netamente a la sensibilidad de un delegado sindical y la segunda a la inquietud de un anarquista de la federacin de grupos. Y en estas reuniones se trata de tcticas sindicales ms, que de accin revolucionaria. Pero al principio estn los campos todava sin definir. Preside uno grueso, por cuya tez resbalo sin hallar ms que curvas. Estn hasta veinte delegados. Ahora habla el secretario: Ha venido una comisin de chinas diciendo que se ponan a nuestras rdenes. Llevaban credenciales. Yo les he dicho que no hay que hacer ms que seguirnos. Los dems aprueban. Se les