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Homilías Semana Santa y Triduo Pascual. 1

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Homilías Semana Santa y Triduo Pascual. 1

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Homilías Semana Santa y Triduo Pascual. 2

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor. Ciclo B.

“Domingo de aclamaciones: ¡Bendito el que viene en nombre del

Señor!”

Con la preparación cuaresmal llegamos a la celebración de la Pascua, la fiesta en que

los cristianos celebramos el memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, o

dicho de otro modo, el Paso de Cristo de este mundo al Padre. La PASCUA es el centro de

toda la Historia de la Salvación, el centro del misterio de Cristo y también de la Iglesia.

Con este domingo, entramos de lleno en la “semana mayor” de los cristianos, la

“semana santa” como la hemos llamado a través de los siglos y de la historia, porque

durante 7 días vamos a celebrar los misterios más santos y más santificadores de nuestro

Redentor. “Semana” en la que celebramos y actualizamos el misterio pascual de Cristo, su

entrega generosa en una cruz por la salvación de todos los hombres. La importancia de estos

días reside en la celebraciones litúrgicas y no en las devociones y manifestaciones externas

populares, aunque sean de una gran tradición; porque la Semana Santa no consiste en ver

procesiones sino en participar con provecho espiritual en las celebraciones.

Hoy es “DOMINGO DE RAMOS”, anticipo de la victoria sobre la muerte, y

“DOMINGO DE PASIÓN” por el sufrimiento al que es sometido el Hijo del Hombre. La

entrada del Señor en Jerusalén, viene a manifestar la definitiva visita de Dios a su pueblo

para salvarlo de la muerte por medio del sacrificio en la cruz. Pascua de Cristo Jesús

“crucificado, sepultado y resucitado”.

Por eso, la fiesta de hoy, compendio-resumen de todo lo que vamos a vivir y

actualizar a lo largo de toda esta semana, es como la “entronización y proclamación del

Mesías”, según lo describen el profeta Zacarías y el salmo 117. Jesús es el REY DE REYES.

Hoy se presenta como el rey de los humildes montado en un borrico. Más tarde, el viernes

santo, se presentará como el rey de los dolientes, varón de dolores, sentado en el trono de la

cruz y coronado de espinas.

Bendito el reino que llega. ¡Hosanna en el cielo!

La celebración de hoy comienza con la bendición y procesión de los ramos,

conmemorando así la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén para consumar su misterio

pascual. De esta manera inauguramos con toda la Iglesia la celebración anual de los

misterios de la Pasión y Resurrección de Jesucristo. Con este rito nos disponemos a

“acompañar a Cristo aclamándole con cantos” (oración de bendición de los ramos), y por

tanto, prepararnos para celebrar el misterio de nuestra Redención. Que este rito no caiga en lo

superfluo; lo importante no son los ramos sino “acompañar con el corazón gozoso a Cristo

nuestro Redentor”, que definitivamente viene a nuestro encuentro y entra en la vida de cado

uno para realizar su misterio pascual y así darnos vida en abundancia. Alabemos a nuestro

Señor que viene a salvarnos y a inaugurar un reino nuevo basado en el amor: “Bendito el que

viene en el nombre del Señor, bendito el reino que llega, el de nuestro padre David.

¡Hosanna en el cielo!”.

Pero esta “entrada triunfal en un asno”, entre ramos de olivo, aclamado por niños y

pobres, es signo y profecía.

SIGNO de la paz de Dios que se concentra en Cristo, y hoy se ofrece una vez más a

Jerusalén y a todos los pueblos. La paz y la unidad que es un deseo de toda la humanidad.

Los cristianos (es decir, los discípulos de Cristo) somos los testigos de la paz y los portadores

de paz al mundo.

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Homilías Semana Santa y Triduo Pascual. 3

PROFECÍA contra todo tipo de violencias y de armas. En este “gesto” de Jesús hay

que ver un rechazo expreso de las arma y de la belicosidad, de la guerra. El Señor no quiere

ni carros ni caballos, ni tanques ni fusiles, ni bombardeos ni misiles, ni … El Señor bendice a

todos los trabajadores de la paz, a todos los que intentan construir un mundo más fraternos

por medio de la paz. Montado en un pollino, Jesús, el Rey Pacífico, camina hacia Jerusalén

(que significa “ciudad de la paz”). Jerusalén es, hoy, toda ciudad y toda persona en las que

mora la paz; el Mesías sigue caminando hacia Jerusalén. ¡La Paz (Cristo Jesús) entra en su

ciudad!

La cruz de la salvación.

Igualmente, hoy hay que tener en cuenta que aún siendo importante el rito de los

ramos, sin embargo no constituye el centro de la celebración, sino que precisamente las

miradas de la liturgia de hoy se dirigen al Señor humillado y crucificado por nuestra

salvación. Por esta razón, aún siendo hoy domingo de cuaresma (más concretamente: sexto

domingo de cuaresma), los ornamentos litúrgicos son rojos y el centro de la Liturgia de la

Palabra es la lectura de la Pasión, las oraciones y el prefacio de la misa mantienen un

lenguaje de contemplación del misterio de la entrega de Cristo en la cruz, pero apuntando

siempre a la resurrección.

La Iglesia nos invita ya a contemplar la Pasión de Jesucristo y su Cruz. La Iglesia

canta a la Cruz y canta al fruto de esa Cruz que es la redención del hombre (“¡Oh Cruz! Tú

nos salvarás; el Verbo en ti clavado, muriendo nos rescató; de Ti, madero santo, nos viene

la redención”). En la Cruz y en la Pasión, Jesucristo se rebajó hasta asumir las humillaciones

y ultrajes, como un cordero es llevado al matadero; pero en la Cruz y en la Pasión, Jesús nos

reconcilió con el Padre, nos redimió librándonos del pecado y de la muerte.

Vivamos con hondo sentido cristiano estos días de Semana Santa. Que no

solamente sean días de expansión, de descanso, de diversión y nada más; sino que nos

“adentremos en la espesura de la cruz”. ¿Cómo?:

- Contemplándola, viendo en la cruz la revelación del amor de Dios y de la causa de nuestra

redención.

- Actualizándola, no viendo en ella solamente un acontecimiento pasado sino que tengamos

muy presente que ese acontecimiento se perpetúa en la Iglesia y el mundo.

- Viviéndola: si por la cruz Cristo ha destruido la enemistad y ha hecho al hombre nuevo y

nos ha reconciliado con Dios, nosotros debemos procurar en estos días que, mediante

nuestros gestos, palabras y obras, se manifieste esa victoria del amor sobre las enemistades.

Es decir, olvidemos hostilidades, dejemos odios y divisiones arrinconados, acojamos con

alegría y cariño a los que nos van a visitar y participemos en los actos litúrgicos de estos

días (Eucaristías, procesiones, via crucis, hora santa…). Y no olvidemos nunca a los que

sufren, a los necesitados, a los tristes, a los enfermos, a los deprimidos y abatidos; ellos son

los que continúan la Pasión de Cristo en nuestros días.

Que este domingo nos ayude a acercarnos más a este gran misterio de la Cruz del Señor,

y contemplando los sufrimientos de su Pasión,

nos lleve a cultivar en nuestra vida actitudes de desprendimiento, de generosidad,

de entrega generosa y de obediencia a la voluntad del Padre,

el cual quiso que “nuestro Salvador se anonadase, haciéndose hombre y muriendo en

la cruz, para que todos nosotros sigamos su ejemplo”

(oración colecta).

Avelino José Belenguer Calvé.

Delegado Episcopal de Liturgia

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Homilías Semana Santa y Triduo Pascual. 4

Jueves Santo. Ciclo B.

“¡Un jueves de despedidas: habiendo amado a los suyos, los amó hasta el

extremo!”

En esta tarde damos por finalizada la Cuaresma y nos adentramos en Triduo Pascual,

cuyo punto álgido será la noche santa de la Pascua. Hoy nos reunimos para celebrar con

gozo y solemnidad la Eucaristía, para celebrar “aquella memorable Cena en que tu Hijo,

antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el banquete de su amor” (oración

colecta de la misa). Celebramos la Cena del Señor con sus discípulos antes de ir a padecer.

Jesús, rodeado de sus amigos, los apóstoles, quiere celebrar la fiesta más importante de los

judíos, la PASCUA, el aniversario de la salida de Egipto hacia la libertad.

Y en aquella tarde, en aquella cena –en esta tarde y en esta cena-, Jesús desborda

todos los sentimientos que lleva en su inmenso corazón. El sabe que le quedan pocas horas

para que todo se cumpla y, por eso, las quiere aprovechar para estar con los suyos y con el

Padre. Por eso, en esta tarde, Jesús, el Maestro y el Señor, nos da una lección inolvidable:

* Hace gestos y signos insuperables.

* Nos regala su mejor don.

* Nos deja en testamento sus últimas palabras.

1º) “Que os améis unos a otros”, de la misma manera. Esta es la gran palabra de

Jesús en esta tarde. Se despide de sus discípulos y les deja sus últimas palabras. Es su

palabra final, su deseo más ardiente, su mandamiento único: el Amor a Dios y al prójimo.

Amar al otro es nuestra única ley; amar especialmente a los pobres. No sólo los que

carecen de dinero sino los que carecen de salud, de encanto, de prestigio, de atención y

cariño. Esas personas en las que nadie se fija; esas personas que son rechazadas por todos.

Conocer el amor de Cristo es tarea que nos supera, porque excede todo lo que nosotros

sabemos del amor. Pero, amar al otro es nuestra única ley. Jesús esta tarde:

- Nos habla de un amor de comunión, de fraternidad, de solidaridad; un amor abierto y

ensanchador, de acogida y perdón.

- Nos habla del amor que rompe barreras y llega a todos, sin distinciones de lenguas o

razas; un amor sin límites de espacio; un amor samaritano, que recorre caminos

buscando hermanos.

- Se refiere a un amor se supera y trasciende, capaz de alcanzar los límites de lo

divino; un amor limpio y desinteresado, un amor eternizado, pero siempre humilde.

- Se refiere a un amor intenso, sin límites de grados, generoso a la entrega más grande,

rico en matices, deseoso de la unión consumada.

2º) Nos expresa su amor con gestos. El gesto más importante es el “lavatorio

de los pies”. Jesús quiere dar a sus discípulos una lección soberana de amor y humildad. El,

el Maestro y el Señor, toma la condición de esclavo y hace lo que ninguno de ellos quería

hacer.

¿Qué significa este gesto de Jesús? → lavarnos los pies unos a otros; es decir,

imitarle en el amor: un amor de servicio, de esclavitud; un amor universal, incluso a los

enemigos, como Cristo lavó los pies de Judas; un amor que es darse sin esperar

compensaciones.

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El lavatorio de los pies es el gesto que prepara o complementa el del pan partido y la

copa ofrecida. Es casi un sacramento; para san Agustín tenía valor sacramental. El gesto de

Jesús es impresionante y nos interpela constantemente. He aquí al Dios que se pone a lavar

los pies de unos discípulos bastante ordinarios, lo que ninguno de ellos hubiera hecho,

porque era oficio de esclavos.

Nos asombra de inmediato la humildad de este Dios, despojado de su túnica divina y

ahora maestro despojado de su manto, señor sin diván y sin anillos y nos asombra la caridad

de este Dios, caridad servicial –diaconía-, un amor delicado y detallista, vestido con traje de

criado.

Entre las muchas lecturas posibles que se pueden hacer de este gesto, destaco cuatro:

Exigencia de la humildad. El discípulo de Cristo no puede rivalizar sobre los

primeros puestos, como hacían los que estaban con Jesús. El mayor sea como el

menor.

Exigencia del servicio. El que manda como el que sirve. Yo estoy en medio de

vosotros como el que sirve. Jesús quiere enseñar con el ejemplo; una lección que nos

entre por los ojos. El servicio puede ser lavar el cuerpo o curarlo o alimentarlo o

dignificarlo; puede ser cualquier servicio corporal o cultural o psicológico o

espiritual.

Exigencia de santidad. Como preparación para su primera comunión Jesús quiere

lavar el alma de sus discípulos, regarla con la ternura de su toque y la eficacia de su

amor. Del todo limpio. Vosotros estáis limpios aunque no todos. Hablaba, pues,

Jesús de una limpieza más radical; una limpieza que se consigue por su palabra y por

su sangre. Hablaba de una limpieza redentora.

Exigencia de cristificación. El discípulo debed ser como su maestro, debe aceptar su

estilo, sus criterios, debe compenetrarse con él. Así, el discípulo de Cristo debe

dejarse lavar los pies y lavarlos como él: si no te lavo, no tienes parte conmigo, no

recibirás los frutos de la Redención. El lavatorio es como una marca, como un signo

de identidad; algo así como es la cruz o, incluso, la fracción del pan. Por eso Jesús

pidió a sus discípulos que no dejaran de hacer estas dos cosas: lavar los pies y partir

el pan.

3º) Nos expresa su amor con signos: un pan partido y una copa

rebosante. Este pan y este vino es la vida de Cristo, la vida que Cristo nos da. Y este

acontecimiento sencillo de Jesús ha quedado como fuente y corazón de la Iglesia.

Resumimos algún punto de meditación:

Presencia admirable de Cristo. En el pan que se parte y en el vino que se ofrece está

realmente el Señor.

Amor entregado. No es sólo presencia, sino oblación. Se actualiza –memorial- ese

amor que llevó a Cristo a dar su vida; es el cuerpo que se rompe por nosotros y la

sangre que se derrama por nosotros.

Amor de comunión. Al comer el pan y beber el vino comemos el cuerpo de Cristo y

bebemos la sangre de Cristo. Es la expresión máxima del amor de koinonía, un amor

que se deja comer. Así se consigue la máxima unión con Cristo, siendo su vida la

nuestra y la nuestra la suya.

Esta común-unión debe extenderse a todos los que comulgan, que

comulguen también entre sí.

Fermento de un mundo nuevo. El dinamismo eucarístico nos debe llevar a

eucaristizar nuestra sociedad y nuestro mundo. Multiplicar los fermentos de servicio

generoso, de la pacificación progresiva, de la fraternidad y el amor oblativo.

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Anticipo del banquete del Reino. Jesús alude insistentemente a otra cena, a otro

banquete, en el que volverán a estar juntos. Así, en cada Eucaristía –última Cena-

pregustemos la Cena definitiva.

La Eucaristía es el mejor regalo de Jesús porque es Él mismo el que se regala, su

cuerpo y su sangre, su fuerza y su espíritu. Este regalo es amistad y es presencia. No es

pan y vino, sino el amor de Cristo que le llevó al gesto supremo de la entrega.

Que en este día de Jueves Santo nos adentremos con mayor profundidad

en el misterio pascual de Cristo, y al recibir su cuerpo sacramentado

sintamos la necesidad de ser en nuestra vida como fue la suya:

una vida de entrega, de sacrificio y de servicio.

Que sepamos ser testigos de Cristo en el mundo

por una fe inquebrantable, alentada por el Espíritu

y manifestada en el especial amor a los hermanos más necesitados.

Avelino José Belenguer Calvé.

Delegado Episcopal de Liturgia.

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Viernes Santo. Ciclo B.

“Un viernes de amor y de muerte: ¡la cruz, signo de salvación y perdón!”

Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos; pues, por tu santa cruz, redimiste al

mundo. A veces se nos ha tachado a los cristianos de tenebristas y de necrófilos. Desde fuera

no se puede comprender el “gusto” que mostramos por la imagen de Cristo crucificado que

preside nuestros templos, que está en nuestras casas, que pende en edificios oficiales o que

aparece en las mesas en las que se juran o prometen los principales cargos públicos.

Personas de religiones no cristianas argumentan que a sus hijos les da miedo ver a un

hombre muerto clavado en una cruz y lo esgrimen como razón para retirarla de algunos

lugares que frecuentan esos niños. Muchos cristianos, incluso, han propuesto la sustitución

de la cruz en las iglesias por imágenes de Cristo resucitado, pensando dar, así, una imagen

más positiva de la persona de Jesús. Evidentemente, la cruz es un signo en el que hay que

ver la profundidad de lo que expresa y no la superficialidad de lo que muestra a los

ojos. Y esa profundidad sólo es capaz de verla quien cree desde lo profundo de su ser en

Aquél que aparece colgado del madero.

En la cruz está la ofrenda, el sacrificio personal de quien decide, con generosidad

extrema, que su vida es para darla y no para guardarla; que es para los demás y no para sí

mismo; para compartirla y no para disfrutarla en exclusiva. La muerte de Jesús en la cruz es

el signo de la obediencia al Padre; Jesús no ha venido para hacer lo que él quiere, sino para

hacer lo que el Padre quiere; no es el Padre quien le lleva a la cruz, pero la voluntad del

Padre es que no rechace la cruz. El crucificado expresa la fidelidad al hombre llevada hasta

el extremo; escapar de la cruz hubiera sido tanto como huir del hombre, negar incluso la

condición humana que Jesús había asumido en su totalidad en el momento de la

Encarnación. En la cruz se encuentra el que no vino a ser servido sino a servir, el defensor

de los pobres y los marginados, la voz de los sin voz, el que devuelve la salud, el que da la

vida a los muertos, el que siembra esperanza y crea ilusión y alegría, el que ama de verdad y

sin condiciones, el que promete la felicidad a los infelices, el que nos habla de parte de Dios

para decirnos que nos ama y que nos mira con misericordia y con cariño, dispuesto siempre

a perdonar nuestros fallos. Estos valores encierra el signo de la cruz.

Pero, sobre todo, la cruz es el camino necesario para la resurrección. Si la muerte

de Jesús ha sido expiatoria, ha borrado nuestra cuenta con el Padre pagando uno por todos,

en la cruz hemos sido salvados del pecado. Si la resurrección del Hijo de Dios ha sido la

resurrección de la humanidad asumida en Cristo, entonces por la cruz –necesaria para la

resurrección- nuestra muerte ha sido vencida y en su resurrección se nos ha dado la vida

eterna. El que no ha venido a condenar al mundo sino a que el mundo se salve por él ha

obrado nuestra salvación por su entrega desprendida y generosa de su vida en la cruz y a

través de su resurrección.

Así, la cruz, se ha convertido para todo el que cree en Jesús en signo de salvación y

perdón. Mirando al crucificado no sólo vemos los acontecimientos que obraron nuestra

salvación, sino que vemos en ella aquello que cada cristiano deberíamos encarnar. Las

mismas actitudes del que cuelga en la cruz –el Maestro- estamos llamados a vivir sus

discípulos, sus aprendices. La cruz es el estandarte de nuestra salud, de nuestra salvación, lo

mismo que aquel estandarte con la serpiente fue causa de salud para el pueblo de Israel en el

desierto. Así, todo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios tiene vida eterna. La fe en Jesús

nos acerca a su misterio y nos hace participar de los bienes que él nos ha obtenido desde su

muerte y resurrección. La humillación de quien se despojó de su rango y tomó la condición

de esclavo, sometiéndose a una muerte ignominiosa en la cruz, le ha llevado a la gloria de la

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resurrección para que nosotros, creyendo en Él, tengamos vida eterna. Ser cristiano será,

pues, tomar ejemplo del Maestro.

Ojala que la fiesta de hoy nos ayude a revisar nuestra generosidad y nuestra entrega,

nuestra obediencia al Padre y nuestra fidelidad a nuestra condición humana y cristiana,

nuestro espíritu de servicio y nuestras actitudes de perdón y reconciliación, nuestra

aceptación de la cruz de cada día y nuestro amor a los demás como Jesús nos ha amado.

En esta tarde de Viernes Santo, “venid, adoremos la Cruz”.

Por ella vino al mundo la vida, el amor, el perdón, el triunfo.

Adorar la cruz como signo de comprometernos a seguir a Jesús

llevando “nuestra cruz de cada día”.

Como signo de compromiso en la lucha contra el odio, el desamor,

la violencia, el egoísmo, el pecado.

Los hombres que tienen soluciones para todo,

no encuentran la solución para construir un mundo unido

por lazos fraternos, en justicia y en amor, en el que reine la paz.

La razón: se empeñan en medios humnas y se olvidan de la Cruz.

En esta tarde de Viernes Santo, “venid, adoremos la Cruz”.

Avelino José Belenguer Calvé.

Delegado Episcopal de Liturgia.

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Homilías Semana Santa y Triduo Pascual. 9

Vigilia Pascual. Ciclo B.

“¿Buscáis a Jesús el Nazareno?. No está aquí. ¡Ha resucitado!”

Cristo vive para siempre. Esta es la gran noticia de esta noche: la luz ha disipado

las tinieblas; todo es nuevo; todo vuelve a empezar de verdad; todo es posible.

Esta es una noche de alegría desbordante, la noche más importante del año litúrgico,

una noche en la que los creyentes en Cristo, celebramos su resurrección, su ascenso del

lugar de los muertos a la vida nueva. Por eso la liturgia de esta noche está llena de signos

que contribuyen a expresar con toda su riqueza la gran solemnidad que celebramos, al

mismo tiempo que nos ayuda a adentrarnos personalmente en este gran misterio de nuestra

salvación: la resurrección del Señor Jesús, el paso de las tinieblas a la luz, el paso de la

muerte a la vida.

Esta noche hemos vuelto a inaugurar el fuego que iluminó los albores de la

existencia. Hemos encendido de este fuego nuevo el CIRIO PASCUAL, que nos ha puesto

en camino, como pueblo de Dios iluminados por Cristo. De esta luz hemos ido encendiendo

las candelas que han iluminado nuestros rostros, expresando así que hoy, en este anochecer,

cada uno de nosotros renace a la vida nueva. Nacemos de nuevo. CON CRISTO HEMOS

SIDO SEPULTADOS, PERO CON CRISTO (MEDIANTE ELL AGUA Y EL ESPÍRITU)

HEMOS VUELTO A LA VIDA.

Pascua es la gran fiesta cristiana, es como celebrar nuestro cumpleaños o el fin de la

carrera o el triunfo deseado. La Pascua es la experiencia que más identifica a los cristianos.

Somos los que creemos en la vida, los que esperamos más vida, los que adoramos al Dios

del amor y de la vida. Sabemos que la tumba temblorosa y fría se convirtió en un rosal,

primavera incontenible. Sabemos que las losas sepulcrales pueden ser removidas. Sabemos

que la muerte no es nada, o es mucho, sí, un PASO liberador. Donde esperábamos encontrar

un cadáver encontramos una hoguera viva.

Pascua significa luz poderosa que puede curar todas nuestras cegueras. Significa

que el Día venció a la noche, que el Lucero de la mañana no se apaga. Significa que todos

queremos, podemos ser luz, porque la llama resucitada puede encender nuestro espíritu.

Pascua significa que todos los deseos humanos pueden ser saciados con el agua de

Jesucristo, la que ofreció a la samaritana, el agua que sacia nuestra sed definitivamente y

salta hasta la vida eterna. Pascua es saciar nuestro deseo de Dios, para que descanse nuestro

corazón inquieto.

Pascua significa un amor victorioso que salva de la muerte. Significa que el amigo

no abandona al amigo, ni siquiera en los momentos angustiosos de la muerte. No hay nada

que temer. Todos nuestros miedos se polarizan y concentran en el miedo a la muerte.

El hombre de la Pascua sabe que el amor de Dios, manifestado en Jesucristo, es más

fuerte que todo, y que nada, ni siquiera la muerte, puede separarle de él. En la vida no

manda la muerte sino el amor. Las llaves de la vida las tiene Cristo, no la muerte. Y las

llaves de la muerte las tiene Cristo, no el infierno. Y las llaves del infierno las tiene Cristo,

no Satanás.

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Homilías Semana Santa y Triduo Pascual. 10

Pascua es libertad y alegría. Libre es la persona que ama y ya no teme. Todos

nuestros apegos y ataduras han sido quemados en la hoguera del Espíritu de Jesucristo. Y

alegría grande, porque el Espíritu de Jesucristo es el gozo de Dios. La Pascua es obra del

Espíritu.

Pascua es santidad, la vida nueva de Jesucristo resucitado, la vida del Espíritu Santo.

Nuestro pecado quedó en la cruz, quedó en el sepulcro. Hemos sido lavados con el agua y la

sangre del Costado de Cristo. El hombre pascual no es terreno ni materialista, no es

“carnal”, aspira a los bienes de arriba, los bienes a la vez elevados e íntimos, los que

verdaderamente humanizan.

Pascua es esperanza y compromiso. La Pascua no sólo mira al pasado. La Pascua no

ha terminado, ni termina. Cristo sigue resucitando. Por eso celebramos la Pascua cada año,

cada domingo, en la Eucaristía. Y la celebramos en nuestro corazón cada vez que curamos

alguna herida de muerte, cada vez que renovamos nuestra vida. Cada día podemos resucitar

un poco más en nosotros. Cada día podemos hacer crecer la resurrección en el mundo.

“No temáis; Él os precede a Galilea”. Cristo va delante nuestro; Cristo abre la

marcha por los caminos del mundo. No tengamos miedo: el camina con nosotros, pondrá en

nuestros labios y en nuestras manos palabras y gestos eficaces para extender el Reino de

Dios allí donde estemos: en casa, en el trabajo, en el pueblo, en la enseñanza, la amistad, el

campo….

Hoy, con Él, todo vuelve a nacer.

Hoy, con Él, todos hemos vencido.

Corramos al mundo y digámoslo:

Cristo ha resucitado y nosotros somos testigos.

Avelino José Belenguer Calvé.

Delegado Episcopal de Liturgia.

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Homilías Semana Santa y Triduo Pascual. 11

Domingo de Resurrección. Ciclo B.

“¿Buscáis a Jesús el Nazareno?. No está aquí. ¡Ha resucitado!”

Ofrezco como comentario para este gran Domingo de la Resurrección del Señor, unas reflexiones

sobre la Pascua cristiana del entonces Cardenal Joseph Ratzinger, hoy Papa Benedicto XVI

La claridad y la alegría, que para gran parte de nosotros están unidas al pensamiento de la

Pascua, no pueden cambiar nada respecto al hecho de que el contenido profundo de este día

sea para nosotros más difícil de comprender que el de la Navidad. El nacimiento, la infancia,

la familia, todo eso es parte de nuestro mundo de experiencias. Que Dios haya sido un niño y

haya hecho así grande a lo pequeño, y humano, cercano y comprensible a lo grande, es un

pensamiento que nos toca de un modo muy directo. Según nuestra fe, en el nacimiento en

Belén, Dios ha entrado en el mundo y esto lleva una huella de luz hasta los hombres, los

cuales no están en grado de acoger la noticia tal y como es.

Con la Pascua es distinto: aquí Dios no ha entrado en nuestra vida habitual, sino que,

entre sus confines, ha abierto un paso hacia un nuevo espacio más allá de la muerte. Él no nos

sigue ya, sino que nos precede y sostiene la antorcha en el interior de una extensión

inexplorada para animarnos a seguirle. Pero, desde el momento en el que nosotros ahora sólo

conocemos aquello que está a este lado de la muerte, no podemos relacionar ninguna de

nuestras experiencias con esta noticia.

Ningún concepto puede venir en auxilio de la palabra; permanece una salida en lo

desconocido; y en esto percibimos dolorosamente la miopía y limitación de nuestros pasos. Y,

con todo, es estimulante pensar que ahora, por lo menos a través de la palabra de uno que

sabe, experimentamos aquello frente a lo que nadie puede quedar indiferente. Con enorme

curiosidad, en los últimos años, se han recogido las narraciones de personas que, habiendo

pasado por una muerte clínica, afirman haber percibido lo imperceptible y pueden

aparentemente decir qué hay después de la oscura puerta de la muerte. Esta curiosidad

muestra cómo se abre camino en nosotros de un modo apremiante la cuestión de la muerte.

Pero todas estas narraciones son inadecuadas, puesto que todos estos testigos no habían

muerto realmente, sino que han debido sólo probar la particular experiencia de una

condición extrema de la vida y de la conciencia humana. Ninguno puede decir si su

experiencia se habría confirmado en el caso de que hubiesen muerto realmente. Pero Aquel

del que habla la Pascua, Jesucristo, realmente «descendió al reino de los muertos». Él ha

respondido a la petición del rico Epulón: «¡Envía arriba a alguno del mundo de los muertos,

para que así creamos!» Él, el verdadero Lázaro, ha venido de allá a fin de que nosotros

creamos. ¿Lo hacemos ahora? No llega trayendo noticias y emocionantes descripciones del

más allá. En cambio, nos ha dicho que prepara las moradas.

¿No es ésta la más emocionante novedad de la Historia, aunque sea dicha sin despertar

sensaciones? La Pascua tiene que ver con lo inconcebible; su evento nos sale al encuentro en

un primer momento sólo a través de la Palabra, no a través de los sentidos. Tanto más

importante es entonces dejarse aferrar un día por la grandeza de esta Palabra. Pero, puesto

que ahora pensamos con los sentidos, la fe de la Iglesia ha traducido desde siempre la Palabra

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Homilías Semana Santa y Triduo Pascual. 12

pascual también en símbolos que hacen presagiar lo no dicho de la Palabra. El símbolo de la

luz (y con él el del fuego) juega un papel importante; el saludo al cirio pascual, que en la

iglesia oscura pasa a ser el signo de la vida, es para el vencedor sobre la muerte. El

acontecimiento de entonces viene así traducido en nuestro presente: donde la luz vence la

oscuridad, acontece algo de la resurrección. La bendición del agua pone de relieve otro

elemento de la creación como símbolo de la resurrección: el agua puede tener en sí algo de

amenazador, ser un arma de la muerte. Pero el agua viva de la fuente representa la

fecundidad que, en medio del desierto, edifica oasis de vida. Un tercer símbolo es de otro tipo

distinto: el canto del Aleluya, el canto solemne de la liturgia pascual, muestra que la voz

humana no sabe solamente gritar, gemir, llorar, hablar, sino justamente cantar. El hecho de

que, además, el hombre sea capaz de evocar las voces de la creación y transformarlas en

armonía, ¿no nos permite presagiar, de modo maravilloso, de qué transformaciones somos

capaces nosotros mismos y la creación? ¿No es éste un signo admirable de esperanza, en

virtud de la cual podemos presagiar el futuro y, a un tiempo, acogerlo como posibilidad y

presencia?

En las grandes solemnidades de la Iglesia, la creación participa en la fiesta; o viceversa: en

estas solemnidades entramos en el ritmo de la tierra y de las estrellas, y hacemos nuestro su

conocimiento. Por esto, la nueva mañana de la naturaleza que señala la primera luna llena de

la primavera forma parte tan real del mensaje pascual: la creación habla de nosotros y a

nosotros; nos comprendemos correctamente a nosotros mismos y a Cristo sólo si aprendemos

a escuchar también las voces de la creación.

La aflicción se convertirá en alegría. Todo aquello que podemos ver es –como por Isaías– el

Cordero, del cual el apóstol Pedro dice que fue predestinado «ya antes de la fundación del

mundo». Pero la mirada sobre el Cordero –sobre Cristo crucificado– coincide ahora

precisamente con nuestra mirada al cielo, con nuestra mirada sobre la eterna providencia de

Dios. En este Cordero, sin embargo, entrevemos lejana, en los cielos, una apertura; vemos la

benignidad de Dios, que no es ni indiferencia ni debilidad, sino suprema fuerza. De este

modo, y únicamente en esto, vemos los santuarios de la creación y percibimos en ellos algo

similar al canto de los ángeles, podemos incluso intentar acompañar un poco a aquel canto en

el Aleluya del día de Pascua. Desde el momento en que vemos el Cordero, podemos reír y

podemos dar gracias; gracias a él también nosotros comprendemos qué significa adoración.

Todas las palabras del Resucitado llevan en sí la alegría –la sonrisa de la liberación: ¡Si

vierais aquello que yo he visto y veo!–, si un día alcanzáis a ver el todo, entonces reiréis.

Hubo un tiempo en el que el risus paschalis, la risa pascual, era parte integrante de la liturgia

barroca. La homilía pascual debía contener una historia que suscitase la risa, de tal modo que

la iglesia retumbase en carcajadas. Ésta podía ser una forma un poco superficial y exterior de

alegría cristiana. Pero, ¿no es en realidad algo muy bello y justo el hecho de que la risa se

hubiese convertido en un símbolo litúrgico? Y ¿no nos gusta quizá que en las iglesias barrocas

escuchemos todavía, por el juego de los amorcillos y de los ornamentos, la risa en la cual se

anunciaba la libertad de los redimidos? Y ¿no es un signo de fe pascual el hecho de que

Haydn dijera, respecto a sus composiciones, que al pensar en Dios sentía una alegría cierta y

añadiese: «Yo, apenas quería expresar palabras de súplica, no podía contener mi alegría, y

hacía lugar a mi ánimo alegre y escribía allegro sobre el Miserere»? La visión de los cielos del

Page 13: Semana Santa y Triduo Pas - Diócesis de Teruel y Albarracín y otros/semana santa/2012/homilias.pdf · Con la preparación cuaresmal llegamos a la celebración de la Pascua, la fiesta

Homilías Semana Santa y Triduo Pascual. 13

Apocalipsis dice lo que nosotros vemos en Pascua a través de la fe: el Cordero muerto vive.

Puesto que vive, nuestro llanto termina y se convierte en sonrisa. La visión del cordero es

nuestra mirada a los cielos abiertos de par en par. Dios nos ve y actúa, si bien de forma

diversa a como pensamos y a como nosotros quisiéramos imponerlo. Sólo a partir de la Pascua

podemos en realidad pronunciar de un modo completo el primer artículo de fe; sólo a partir

de la Pascua éste se ve cumplido y consuela: yo creo en Dios, Padre omnipotente. De hecho,

sólo a partir del Cordero sabemos que Dios es realmente el Padre y es realmente

omnipotente. Quien lo ha entendido no puede estar ya verdaderamente triste y desesperado.

Quien lo ha entendido opondrá resistencia a la tentación de ponerse del lado de los verdugos.

Quien lo ha comprendido no experimentará la angustia extrema cuando él mismo esté en la

condición del Cordero. Puesto que se encuentra en el lugar más seguro. La Pascua nos invita,

en resumen, no sólo a escuchar a Jesús, sino, en el instante en el que se le escucha, a aprender

a ver desde el interior. La máxima solemnidad del calendario litúrgico nos anima, mirándole

a Él, a Aquel que ha muerto y ha resucitado, a descubrir la apertura en los cielos. Si

comprendemos el anuncio de la resurrección, entonces reconocemos que el cielo no está

totalmente cerrado más arriba de la tierra. Entonces algo de la luz de Dios –si bien de un

modo tímido pero potente- penetra en nuestra vida. Entonces surgirá en nosotros la alegría,

que de otro modo esperaríamos inútilmente, y cada persona en la que ha penetrado algo de

esta alegría puede ser, a su modo, una apertura a través de la cual el cielo mira a la tierra y

nos alcanza. Entonces puede suceder lo que prevé la revelación de Juan: todas las criaturas del

cielo y de la tierra, bajo la tierra y en el mar, todas las cosas en el mundo están colmadas de la

alegría de los salvados. En la medida en la que lo reconocemos, se cumple la palabra que Jesús

dirige en la despedida, en la que anuncia una nueva venida: «Vuestra aflicción se convertirá

en alegría». Y, como Sara, los hombres que creen en virtud de la Pascua afirman: «¡Motivo de

alegre sonrisa me ha dado Dios: quienquiera que lo sepa, sonreirá conmigo!»

Hasta aquí las palabras del actual Papa Benedicto XVI, que en multitud de ocasiones,

con motivo de celebraciones, conferencias, predicaciones o publicaciones múltiples, nos ha

invitado a vivir la alegría del Cristo Resucitado, presente entre nosotros. Hoy, desde la Sede de

Pedro, está intentando infundir en la Iglesia un gran entusiasmo por las verdades de la fe, que

nos pide que sea serio, audaz y contagioso. Feliz Pascua para todos.

Avelino José Belenguer Calvé.

Delegado Episcopal de Liturgia.