Semana 69 y 70 los celos, más allá de la razón

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Semanas 69 y 70 Psicotidianidades Agosto, 1 y 7, 2014 Juan José Ricárdez López [email protected] Psicólogo clínico 044951-1009730 Tema bastante manoseado el de esta entrada, por lo cual un nuevo (ni tan nuevo) intento de abordaje no le hará daño a nadie. Hablaremos de los celos, ese sentimiento que siempre aparece entre los amorosos, y que suele dar lugar a enfrentamientos sublimes y sinceros. ¿Qué son los celos? No podría definir claramente si son un sentimiento, una emoción o un estado de ánimo; de cualquier modo, es un estado psíquico de malestar producido por temores de exclusión frente a alguna situación deseada. Los celos siempre aparecen entre una pareja (pa- Reja), pero no sólo en la pareja erótica, sino en cualquier pareja en que participe el ser humano: pareja laboral, pareja amistosa, pareja situacional, etc. Decíamos que los celos incluyen temores de exclusión: miedo a que alguien (o algo) más ocupe nuestro lugar en una pareja. A partir de estos temores surgen ideas y pensamientos, generalmente irracionales de abandono y de soledad. Un ejemplo ilustrativo de esto es el diálogo que se presente entre Antonio (personaje de la película Te doy mis ojos) y su terapeuta a propósito del malestar que le genera al primero el hecho de que su esposa no le conteste el teléfono: T. Qué pasa cuando llamas a Pilar y no te contesta. A. Pues que me pongo de muy mala hostia. T. Ya sé, pero no es eso lo que te cabrea; lo que te cabrea son los pensamientos que eso te provoca; y eso es lo que vamos a anotar. ¿Qué piensas? A. Pues que lo ha apagado porque no quiere que sepa dónde está. T. Y no quiere que lo sepas por… A. …No sé, no sé, no sé, prefiero no saberlo. T. ¿Porque te está engañando?... Antonio, si no lo dices no podemos desmontar esa idea. Cómo la desmontamos; nos preguntamos: “¿Está realmente con otro?”; respuesta racional: “que no responda al teléfono no significa, necesariamente, que esté con otro, sino que no puede contestar porque, pues porque está trabajando”. ¿Me sigues? A. Sí. T. Venga, ¿qué más piensas? A. …Que no se acuerda de mí, y que cualquier día conoce a alguien, se fija en otro. T. A ver, ahora nos preguntamos: “¿Una cosa lleva necesariamente a la otra?”, respuesta racional: “que trate todos los días con hombres no significa que se enamore de ellos”. Coño Antonio, tú en la tienda ves todos los días mujeres y no te vas con ellas. Si no lo haces tú por qué lo va a hacer Pilar. A. Pues por porque las que van a la tienda a mí no me interesan nada… Es que yo no quiero líos, yo lo único que quiero es una relación normal.

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Semanas 69 y 70 Psicotidianidades Agosto, 1 y 7, 2014

Juan José Ricárdez López [email protected] Psicólogo clínico 044951-1009730

Tema bastante manoseado el de esta entrada, por lo cual un nuevo (ni tan nuevo) intento de

abordaje no le hará daño a nadie. Hablaremos de los celos, ese sentimiento que siempre aparece

entre los amorosos, y que suele dar lugar a enfrentamientos sublimes y sinceros.

¿Qué son los celos? No podría definir claramente si son un sentimiento, una emoción o un estado

de ánimo; de cualquier modo, es un estado psíquico de malestar producido por temores de

exclusión frente a alguna situación deseada. Los celos siempre aparecen entre una pareja (pa-

Reja), pero no sólo en la pareja erótica, sino en cualquier pareja en que participe el ser humano:

pareja laboral, pareja amistosa, pareja situacional, etc.

Decíamos que los celos incluyen temores de exclusión: miedo a que alguien (o algo) más ocupe

nuestro lugar en una pareja. A partir de estos temores surgen ideas y pensamientos, generalmente

irracionales de abandono y de soledad. Un ejemplo ilustrativo de esto es el diálogo que se

presente entre Antonio (personaje de la película Te doy mis ojos) y su terapeuta a propósito del

malestar que le genera al primero el hecho de que su esposa no le conteste el teléfono:

T. Qué pasa cuando llamas a Pilar y no te contesta.

A. Pues que me pongo de muy mala hostia.

T. Ya sé, pero no es eso lo que te cabrea; lo que te cabrea son los pensamientos que eso te

provoca; y eso es lo que vamos a anotar. ¿Qué piensas?

A. Pues que lo ha apagado porque no quiere que sepa dónde está.

T. Y no quiere que lo sepas por…

A. …No sé, no sé, no sé, prefiero no saberlo.

T. ¿Porque te está engañando?... Antonio, si no lo dices no podemos desmontar esa idea.

Cómo la desmontamos; nos preguntamos: “¿Está realmente con otro?”; respuesta

racional: “que no responda al teléfono no significa, necesariamente, que esté con otro,

sino que no puede contestar porque, pues porque está trabajando”. ¿Me sigues?

A. Sí.

T. Venga, ¿qué más piensas?

A. …Que no se acuerda de mí, y que cualquier día conoce a alguien, se fija en otro.

T. A ver, ahora nos preguntamos: “¿Una cosa lleva necesariamente a la otra?”, respuesta

racional: “que trate todos los días con hombres no significa que se enamore de ellos”.

Coño Antonio, tú en la tienda ves todos los días mujeres y no te vas con ellas. Si no lo

haces tú por qué lo va a hacer Pilar.

A. Pues por porque las que van a la tienda a mí no me interesan nada… Es que yo no

quiero líos, yo lo único que quiero es una relación normal.

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T. ¿Normal?, ¿qué es una relación normal?

A. Normal, lo normal en un matrimonio, no lo sé; que los dos sepan dónde está el otro, y

qué hace, qué piensa…

T. Pues si quieres saberlo tendrás que preguntárselo, pero no se trata de controlar, se

trata de tener confianza; además, ¿cómo vas a saber lo que hace el otro en todo

momento… y lo que piensa? (Bollain, 2003)

La efectividad de estos ejercicios racionales radica, según mi parecer, en que estén acompañados

de un trabajo con las emociones; es decir, si el nivel de comprensión que el celoso obtiene de sus

celos se queda en el nivel racional (como en el diálogo presentado) y no se acompaña de un

análisis de las emociones inherentes, el celoso seguirá en el mismo estado (la escena inmediata al

diálogo reproducido, muestra a Antonio espiando a su esposa en su trabajo).

En su texto de 1922 llamado Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la

homosexualidad, Freud clasifica en tres grados a los celos: 1º. Celos concurrentes o normales, 2º.

Celos proyectados; y 3º. Celos delirantes.

Sobre los primero dirá que son completamente racionales y que su origen se remonta a

situaciones actuales; no obstante, tienen su raíces inconscientes en el Complejo de Edipo y en el

complejo fraterno; ambos vividos en la infancia. Los celos proyectados, por otro lado, “nacen,

tanto en el hombre como en la mujer, de las propias infidelidades del sujeto o del impulso a

cometerlas; relegado, por la represión, a lo inconsciente” (Freud, 1983, p. 296) La intensidad de los

celos experimentados sería, por consecuencia, proporcional al deseo inconsciente de cometer

infidelidad1. Lo celos delirantes, por último, son producto de una represión poderosa de los

impulsos inconscientes, con lo cual se proyectaría la atracción hacia el rival atribuyéndosela a la

pareja. La fórmula sería: “No soy yo quien le ama, es ella” (Freud, 1983, p. 298).

Como en todo lo que tiene que ver con emociones, negarlas o no sentirlas son un síntoma grave.

Suele decirse que los celos son signo de inseguridad. Esta visión, tan a la punta de la nariz, me

parece peligrosa en un entorno en el que, de por sí, resulta poco aceptado el contacto con las

propias emociones. Los celos están más allá de la seguridad o el autoestima; aunque sin duda se

dan en ellos ecuaciones narcisísticas, paranoides y afectivas que aquí no abordaremos. Lo

importante es saber que los celos son perfectamente normales (si alguien lo duda puede observar

a los niños), y que pueden tornarse saludables si a partir de ellos podemos comprender mejor

nuestras emociones. ¿En qué consisten, pues, los celos?, Victoria Leal explica artísticamente la

postura del celoso:

1 Hablando de esto en una terapia grupal de pacientes con adicciones, una paciente comentaba: “yo creo que eso es cierto porque yo tenía un novio y no lo dejaba hacer nada y siempre me enojaba con el por celos; pero mientras yo lo engañé muchas veces”.

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En eso consisten los celos: en colocarse en el lugar de quien ha perdido el paraíso a causa

de otro y que lucha con todos los derechos para volver a él. Al principio lo pierde por

instantes recobrables, luego, cada vez dura más y más esa pérdida. Y así de más en más

aumenta su tormento. […] Es tragicómico seguir el hilo de la discusión del celoso con su

pareja, y ya que ésta tiene las llaves de su paraíso, no habrá manera de que cambie un

ápice su razonamiento, menos todavía que deje de ser verdad. Y esa verdad será única,

verdadera, infalible, absoluta, inequívoca. (2011, p.74)

El celoso está más allá de la razón, pero sin duda tiene sus razones. Al celoso no hay que castigarlo

diciéndole que su autoestima está mermada, o que es débil y por eso se siente así; más bien habrá

que entender que la imposición que él hace de su verdad, frente a la verdad objetiva, obedece,

seguramente, a una complicación para hacer frente a la ausencia de lo amado. No basta con dar

“respuestas racionales” a las ideas producidas por los celos. Las respuestas racionales aspiran a la

justicia tras el análisis de la realidad objetiva; los celos son irracionales y no se contentan con la

justicia, sino con la solución ilusoria.

El celoso desea eliminar rivales (como el niño que no dibuja al hermano recién nacido en el retrato

que hace de su familia); pero, aún eliminando a los rivales objetivos (matándolos por ejemplo), la

base emotiva no desaparece2. Habrá que entender esta condición, habrá que respetarla y tener

claro que, comprendiendo las motivaciones del celoso, seguramente podrán educarse sus

reacciones.

2 La película The good son (1993) (curiosamente llamada en español El ángel malvado) puede reflejar lo recientemente dicho. El pequeño protagonista, Henry Evans (Macaulay Culkin), experimenta celos ante la figura de su primo Mark (Elijah Wood) y manifiesta su hostilidad hacia él, y hacia su propia hermana, de modos interesantes. Henry tuvo un hermano que murió ahogado en la tina siendo recién nacido. La historia nos permite descubrir que aquel recién nacido no murió por accidente (por lo cual la madre, única figura de afecto de Henry, se sentía culpable), sino que fue asesinado por Henry. Henry ama a la madre y está dispuesto a eliminar a los rivales que podrían robársela (excepto a su padre, tema que podríamos desarrollar en otra entrada), es decir, a los que le producen celos. El final y su simbolismo no podría haber sido más adecuado: la madre debe decidir salvar la vida a Henry o al primo rival Mark. Henry mató al objeto de sus celos (hermano recién nacido), no obstante, su temor de que alguien robara el amor de la madre no murió con el bebé, sigue ahí, repitiéndose incesantemente, buscando un depositario del temor y la hostilidad.

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Referencias Bollain, I. (2003) Te doy mis ojos. España: Alta Producción, S. L., Producciones La Iguana. Freud, S. (1983) Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la

homosexualidad. Psicopatología de la vida erótica (Teorías sexuales infantiles. Psicología de un caso de homosexualidad femenina y otros ensayos) (pp. 295-308). Distrito Federal: Iztaccíhuatl.

Leal, V. (2011) Ejercicios de escritura. Distrito Federal: Ediciones de la noche. Ruben, J. (1993) The good son. Estados Unidos: 20 Century Fox.