Segundo Domingo de Cuaresma

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Mario Alberto Molina, O.A.R. Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango Totonicapán DOMINGO DE CUARESMA 24 de febrero de 2013 Ciclo C La vida de las personas suele compararse con un camino. El camino no sólo tiene un punto de partida, que es normalmente el lugar donde estamos. El camino tiene sobre todo un punto de llegada, que no vemos, que algunas veces ni siquiera conocemos, pero que confiamos que estará allí, al final del camino. El camino es tal porque es la ruta que nos lleva desde el lugar donde estamos al lugar donde el camino termina, y al que quere- mos llegar. Esa imagen referida al espacio, se traslada a categorías del tiempo, cuando se compara la vida de una persona con un camino. El inicio del camino es el tiempo presen- te y el final del camino es la situación futura, el punto final al que la persona quiere lle- gar. Una persona logra darle sentido y rumbo a su vida cuando logra vislumbrar el cami- no de su vida; la situación a la que quiere llegar al final de su vida. Quien no tiene claro a dónde quiere llegar con su vida, va dando tumbos, comienza una obra, luego la suspende, comienza otra; toma una decisión, se arrepiente, inicia otro proyecto. Los caminos entre dos lugares se transitan caminando, dando pasos. El punto de partida y el de llegada exis- ten al mismo tiempo, pero están separados por el espacio. Cuando comparamos la vida de una persona con un camino, el punto de llegada es el presente; el punto de llegada to- davía no existe, está en el futuro, pero se vislumbra desde la imaginación o, cuando so- mos creyentes, ese punto de llegada se vislumbra desde la fe. Ese camino se transita por medio de las obras que realizamos, por medio de las decisiones que tomamos. Hoy las lecturas nos hablan de estas cosas. La vida del patriarca Abraham se ca- racteriza de un modo especial por su fe en Dios, pero en un Dios que le plantea un futuro que él todavía no ve y ni siquiera puede pensar, pero hacia el que camina fiado de la pa- labra de Dios. Recordemos brevemente la situación. Abraham ha dejado su casa, su pa- tria, su familia para buscar nuevas tierras. No tiene descendencia; su esposa es estéril. Un día Dios lo saca de noche al campo y le muestra el cielo. Mira el cielo y cuenta las estrellas, si puedes. Así será tu descendencia. Desde un punto de vista puramente humano, racional, la promesa de Dios es descabellada, no tiene probabilidades de realiza- ción si nos limitamos a los factores puramente humanos. Sin embargo, el narrador de la historia nos dice que Abram creyó lo que el Señor le decía y, por esa fe, el Señor lo tuvo por justo. La valoración que Dios hace de Abraham como hombre justo a causa de su fe nos indica que esa es la actitud que Dios espera de nosotros hacia Él. Abraham adoptó la única actitud posible para el hombre ante Dios. En esta decisión, Abraham se convirtió en el padre de los creyentes, es decir, en el modelo, el prototipo de todo creyente. Abra- ham puso su fe en Dios que le prometía un punto de llegada para su vida, le prometía un futuro, que todavía él no podía ver, ni siquiera vislumbrar. Después Dios confirma su palabra por medio de un rito extraño, primitivo, propio del tiempo del Patriarca, con el que Dios, asegura su promesa. A tus descendientes doy esta tierra, desde el río de Egipto

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Segundo Domingo de Cuaresma

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Mario Alberto Molina, O.A.R. Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán

DOMINGO 2° DE CUARESMA 24 de febrero de 2013 – Ciclo C

La vida de las personas suele compararse con un camino. El camino no sólo tiene

un punto de partida, que es normalmente el lugar donde estamos. El camino tiene sobre

todo un punto de llegada, que no vemos, que algunas veces ni siquiera conocemos, pero

que confiamos que estará allí, al final del camino. El camino es tal porque es la ruta que

nos lleva desde el lugar donde estamos al lugar donde el camino termina, y al que quere-

mos llegar. Esa imagen referida al espacio, se traslada a categorías del tiempo, cuando se

compara la vida de una persona con un camino. El inicio del camino es el tiempo presen-

te y el final del camino es la situación futura, el punto final al que la persona quiere lle-

gar. Una persona logra darle sentido y rumbo a su vida cuando logra vislumbrar el cami-

no de su vida; la situación a la que quiere llegar al final de su vida. Quien no tiene claro a

dónde quiere llegar con su vida, va dando tumbos, comienza una obra, luego la suspende,

comienza otra; toma una decisión, se arrepiente, inicia otro proyecto. Los caminos entre

dos lugares se transitan caminando, dando pasos. El punto de partida y el de llegada exis-

ten al mismo tiempo, pero están separados por el espacio. Cuando comparamos la vida

de una persona con un camino, el punto de llegada es el presente; el punto de llegada to-

davía no existe, está en el futuro, pero se vislumbra desde la imaginación o, cuando so-

mos creyentes, ese punto de llegada se vislumbra desde la fe. Ese camino se transita por

medio de las obras que realizamos, por medio de las decisiones que tomamos.

Hoy las lecturas nos hablan de estas cosas. La vida del patriarca Abraham se ca-

racteriza de un modo especial por su fe en Dios, pero en un Dios que le plantea un futuro

que él todavía no ve y ni siquiera puede pensar, pero hacia el que camina fiado de la pa-

labra de Dios. Recordemos brevemente la situación. Abraham ha dejado su casa, su pa-

tria, su familia para buscar nuevas tierras. No tiene descendencia; su esposa es estéril.

Un día Dios lo saca de noche al campo y le muestra el cielo. Mira el cielo y cuenta las

estrellas, si puedes. Así será tu descendencia. Desde un punto de vista puramente

humano, racional, la promesa de Dios es descabellada, no tiene probabilidades de realiza-

ción si nos limitamos a los factores puramente humanos. Sin embargo, el narrador de la

historia nos dice que Abram creyó lo que el Señor le decía y, por esa fe, el Señor lo tuvo

por justo. La valoración que Dios hace de Abraham como hombre justo a causa de su fe

nos indica que esa es la actitud que Dios espera de nosotros hacia Él. Abraham adoptó la

única actitud posible para el hombre ante Dios. En esta decisión, Abraham se convirtió

en el padre de los creyentes, es decir, en el modelo, el prototipo de todo creyente. Abra-

ham puso su fe en Dios que le prometía un punto de llegada para su vida, le prometía un

futuro, que todavía él no podía ver, ni siquiera vislumbrar. Después Dios confirma su

palabra por medio de un rito extraño, primitivo, propio del tiempo del Patriarca, con el

que Dios, asegura su promesa. A tus descendientes doy esta tierra, desde el río de Egipto

Mario Alberto Molina, O.A.R. Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán

hasta el gran río Éufrates. Este es un episodio al que san Pablo le dará mucha importan-

cia, pues ve en el Patriarca un modelo de lo que debe ser la actitud del cristiano.

A esta lectura hemos respondido con una oración. El Señor es mi luz y mi salva-

ción, ¿a quién voy a tenerle miedo? El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién podrá

hacerme temblar? Una de las cosas a las que más miedo tenemos los humanos es al futu-

ro, a lo que nos pueda pasar. Y nos inventamos engaños para darnos la ilusión de que

sabemos algo del propio futuro: consultas a adivinos, cálculos del calendario o de las

estrellas, interpretación de sueños. Pero el futuro está en Dios, y confiando en él avan-

zamos con confianza, porque nosotros también tenemos una promesa, como Abraham.

Hoy nos lo dice san Pablo: Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde espe-

ramos que venga nuestro salvador, Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo misera-

ble en un cuerpo glorioso, semejante al suyo, en virtud del poder que tiene para someter

a su dominio todas las cosas. Esta es la meta del futuro. El creyente cristiano vive orien-

tado hacia un futuro que está más allá del tiempo. Consiste en la vida con Dios, a través

de una transformación personal más allá de la muerte, gracias a la unión con Cristo resu-

citado. Cuando se debilita esa visión, la fe cristiana se convierte en puro moralismo em-

peñado futuros de corto plazo, proyectos políticos más o menos alcanzables, pero incapa-

ces de dar sentido y consistencia profunda a la vida de las personas. Un cierto judaísmo

se ha infiltrado entre nosotros, cuando pensamos que la religión solo sirve para impulsar

proyectos de alcance puramente temporal. San Pablo reprochaba a los judíos incrédulos

una preocupación demasiado centrada en asuntos de identidad étnica y religiosa, olvidán-

dose de las promesas de Dios. Hay muchos que viven como enemigos de la cruz de Cris-

to. Esos tales acabarán en la perdición, porque su dios es el vientre (ya que se preocu-

paban de las leyes sobre los alimentos puros e impuros), se enorgullecen de lo que deber-

ían avergonzarse (porque sus varones ponen todo su orgullo en su órgano sexual circun-

cidado), y sólo piensan en cosas de la tierra (porque toda su preocupación era la libera-

ción del poder romano). Por eso nos invita a mirar más allá.

La lectura del relato de la transfiguración de Jesús es una apertura de la vista para

mirar más allá. Llama la atención cómo Jesús se mostró en este aspecto radiante y glo-

rioso durante su vida mortal. Hubiéramos esperado que Jesús resucitado tuviera un as-

pecto como el que se describe en la transfiguración, pero nunca se nos cuenta un relato de

una aparición de Cristo resucitado con un aspecto luminoso como ocurre en este episodio.

Es como si Cristo quisiera instruir a sus discípulos y a nosotros mismos a aprender a mi-

rar más allá de la superficie de las cosas. Su aspecto humano cotidiano y opaco, por un

momento, se transforma para mostrarse igualmente humano, pero glorioso, radiante, di-

vino. Dos personajes del pasado, Moisés y Elías, aparecen conversando con Jesús, como

para significar que el tiempo ha sido superado. El pasado y el presente y el futuro quedan

igualados en una nueva dimensión de la realidad. Moisés y Elías hablan con Jesús acerca

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de su pasión todavía por venir; la voz del Padre que habla desde la nube confirma la iden-

tidad de Jesús: Este es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo. Los tres discípulos de Jesús

pasan del sueño y el cansancio al asombro y al temor ante la visión de una realidad des-

conocida pero deseable, pues quieren retenerla con la propuesta de construir unas chozas

para albergar a los personajes de la visión. Y de este modo, para ellos y para nosotros se

nos hace patente la visión de futuro. Así como Abraham vio en las estrellas el futuro

numeroso de su descendencia, así los discípulos de Jesús vemos en su transfiguración el

anticipo del futuro de Jesús y del que será también nuestro si tenemos la fe puesta en él.

Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos que venga nuestro salvador, Jesucristo.

Pero como el camino hacia ese futuro lo hacemos aquí en la tierra por medio de las deci-

siones y las obras constructivas y ajustadas a la verdad, al bien y la belleza, la esperanza

del cielo, lejos de alienarnos del compromiso temporal, nos motiva a actuar en el presente

con responsabilidad y dedicación. Este es el camino cuaresmal hasta llegar a la Pascua

de Jesús, un anticipo de la Pascua definitiva del cielo.