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E. H. Can:Estudios sobre la revolución

El Libro de BolsilloAlianza Editorial

Madrid

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Título original: Stttdíes in revoltttioJlTraductor: Eugenio Gallego

Primera edición en El UbIo de Bolsillo:

Segunda edición en El Libro de Bolsillo:

19681970

Prefacio

© MacMillan & Ca. Ltd., London, 1950. 70© Ed. cast.: Alianza Edltorlal, S. A., Madrid, 1968, 19

Calle Milán, 38; f¡' 2000045Depósio Legal: BI o 2.200 o 1970Fotografía: Keystoneo Nc1l1cs .Maqueta cubierta: Daniel Gll. S LImpreso en España por Encuadern.aclOnes Belgas, . .Calle Ntra. Sra. de la Cabeza, 2. Bllbaoo 12Prínted in Spain

Los artículos con los que este libro ha sido comopuesto aparecieron en el Literary 5t1pplement de TheTimes; agradezco al editor del 5t1pplement su amablepermiso para reproducirlos. He incorporado a «Larevolución que fracasó» algunos pasajes de una charladada en el Tercer Programa de la British Broadcas­ting Corporation. He reajustado también algunas refeorencias temáticas, suprimido otros casos de solapa­miento e introducido correcciones como consecuenciade algunas acertadas críticas, públicas o privadas. Por10 demás, los artículos aparecen sustancialmente inal­terados; el año de la publicación original se señala enel índice. De los dos artículos sobre Stalin con los quetermina el libro, el primero fue escrito antes que elsegundo.

E. H. Carr

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1. Saint-Simon: el precursor

Henri de Saint-Simon fue un excéntrico intelec­tual. Miembro de una familia aristocrática, abandonósu título de conde con un gesto teatral durante laRevolución Francesa y pasó la mayor párte de su vidaen la pobreza. Fue un racionalista y un moralista; unhombre de letras que nunca consiguió escribir nicompletar una exposición coherente de sus ideas; y,después de su muerte, el padre epónimo de una sectaentregada a la propagación de sus ideas, que gozó dereputación en toda Europa. Saint-Simon careció de lamayor parte de los atributos tradicionales del granhombre. No es nunca sencillo distinguir entre lo queél mismo pensó y el corpus mucho más coherente dedoctrina --con intuiciones a veces penetrantes, otrascompletamente disparatadas- que la secta construyóalrededor de su nombre. Es verdad que la posteridadha creído ver en algunos de sus aforismos más claridady significación de la que él mismo les dio. Pero el

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del método científico. Rechaza igualmente el «ordendivino» de la teología y el «orden natural» de AdamSmith y los fisiócratas. En su primer escrito publi­cado, Lettres d'un habitan! de Geneve, enunció e!principio de que «las relaciones sociales deben serconsideradas como fenómenos fisiológicos». O tam­bién: «El problema de la organización social debetratarse absolutamente con el mismo método quecualquier otro problema científico». El término«sociología» fue, al parecer, hallazgo del discípulomás conocido de Saint-Simon y en otro tiempo susecretaúo, August Comte. Pero la idea provino delmaestro mismo, y fue la esencia de su filosofía.

Otro de los discípulos de Saint-Simon, AugustinThierry, llegó a ser un historiador famoso; y hay enSaint-Simon no sólo una sociología embrionaria, sinotambién una teoría embrionaria de la historia queremite a toda una escuela, desde BuckIe a Spengler.La Historia es el estudio de las leyes científicas quegobiernan e! desarrollo humano, que se divide en«épocas orgánicas» y «épocas críticas»; y la continui­dad de pasado, presente y futuro se establece clara­mente. «La historia es física social». No cabe dudaque las posteriores teorías de la historia del siglo XIX

y del siglo xx deben más a Hegel que a Saint-Simon;pero más aún a Karl Marx, quien combinó el histo­ricismo metafísico de Hegel con el utilitarismo socio­lógico de Saint-Simon.

Pero quizá la intuidón más original de Saint­Simon --original sobre todo en un momento en quela Revolución Francesa había consagrado la emand­pación y el entl'Onamiento del individuo después deuna lucha de tres siglos- fue su previsión de lapróxima resubordinación de! individuo a la sociedad.Saint-Simon, aunque nada partidario en principio de

Capítulo 1

estudio de Saint-Simon parece sugerir frecuentementeque la gran Revolución Francesa, no contenta con lasideas que inspiró a sus dirigentes y extendió por e!mundo contemporáneo, también proyectó hacia elfuturo u~ ~ermento nuevo de ideas que, actuando bajola superflCIe, llegaron a ser los principales agentes delas revoluciones sociales y políticas de los cien añossiguientes.

Saint-~imon proporcionó el primer precipitadoren letra Impresa de esas ideas. Nadie que escribasobre él puede eludir el aplicarle e! término de «pre­cursor». Fue el precursor del socialismo, el precursorde los tecnócratas, e! precursor del totalitarismo'todas estas etiquetas son adecuadas aunque no perfe~­ta~, .per? considerando la distancia del tiempo y laongmahdad de las concepciones formuladas por pri­mera vez, resultan de sorprendente propiedad. Saint­Simon murió a los sesenta y cinco años en 1825 enla víspera de un período de progreso' material' sinprecedentes y de cambios sociales y políticos arrolia­d~res;. y sus escrit.os muchas veces dan la impresiónmlster!Osa ?e algUIen 5lue ha vislumbrado los próxi­mos CIen anos de la hIstoria y, excitado, confundidoy entendiendo sólo a medias, ha intentado expresarfragmentos deslavazados de lo que ha visto. Es elprototipo del gran hombre como reflector, más quecomo hacedor, de la historia.

El enfoque de Saint-Simon de! fenómeno delhombre en la sociedad tiene ya un cuño moderno.~n 1783, a la edad de veintitrés años, dejó ya constan­c:a d;. la ~n:bición de su vida: «Hacer un trabajoClentIflco utIl a la humanidad». Saint-Simon marcala tra~sició.n del ::adonalismo deductivo del siglo XVIII

al raclOna]¡smo mductivo del sj¡rlo XIX: de la meta­física a la ciencia. Inaugura el ~ulto de la ciencia y

Saint-Simon: el precursor 11

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12 Capítulo 1 Saint-Simon: el precursor 13

la revolución (llegó a decir categóricamente que erapreferible la dictadura a la revolución), nunca aban­donó su entusiasmo por la revolución que había derri­bado al ancien régime. «El feudalismo» fue siempreel enemigo; digamos incidentalmente que muy bienpuede deberse, directa o indirectamente, a Saint­Simon el que «feudalismo» llegara a ser la etiquetaelegida por Marx para el orden pre-burgués de lasociedad. Casi todos los contemporáneos de Saint­Simon, y la mayoría de los pensadores de la Europaoccidental de al menos las dos generaciones siguien­tes, dieron por sentado que el liberalismo era la antí­tesis natural, y en consecuencia el sucesor predesti­nado, del «feudalismo». Saint-Simon no veía ningunarazón para tal suposición. No fue un reaccionario, nisiquiera un conservador; pero tampoco fue un liberal.Fue algo diferente y nuevo.

Estaba claro para Saint-Simon que, después deDescartes y Kant, después de Rousseau y la Declara­ción de Derechos del Hombre, el culto de la libertadindividual, del individuo como un fin en sí mismo,no podía ir más lejos. Se descubren resonancias asom­brosamente modernas en una colección de ensayos,intitulados L'industrie, de fecha 1816.

La Declaración de Derechos del Hombre, a la que seconsideró la solución del problema de la libertad social, fueen realidad sólo el planteamiento del problema.

Un pasaje de Du systéme industriel, en el queSaint-Simon unos pocos años después trató de esta­blecer la nueva perspectiva histórica, es digno decitarse en extenso.

La conservación de la libertad tenía que ser objeto deprincipal atención en tanto que el sistema feudal y teológicotuviera todavía algún poder, porque entonces la libertad

estaba expuesta a ataques serios y continuos. Pero hoy, unavez establecido el sistema científico e industrial, ya no puedeexistir el mísmo temor, puesto que este sistema debe necesa~

riamente, y sin interés directo alguno en el asunto, traerconsigo el más alto grado de libertad en la esfera temporaly en la social.

o también, y más enfáticamente:

La idea vaga y metafísica de libertad en circulación ennuestros dias, si continúa siendo tomada como la base delas doctrinas políticas, tenderá sobre todo a estorbar la acciónde la masa sobre el individuo. Desde esa perspectiva, seopondría al desarrollo de la civilización y a la organizaciónde un sistema ordenado que exige que las partes ~stén firme­mente vinculadas al todo y dependientes de él.

El individuo, como Saint-Simon señala en otrolugar, depende de «la masa», y son las relacionesde cada individuo con una «masa progresivamenteactiva, en expansión e irresistible», lo que tiene queser «estudiado y organizado». Hasta la palabra «liber­tad», en el primero de los pasajes más arriba citado,va seguido por el adjetivo «socia!», como una peti­ción de principio. El tema adecuado de estudio dela humanidad no es ya el hombre, sino las masas.

En suma, Saint-Simon se hallaba en el punto detransición de la civilización «feuda!» a la industrial.Percibió la naturaleza de la transición más claramenteque sus contemporáneos, y adivinó muchas de susimplicaciones. Hasta dónde barruntaba él mismo laaplicación práctica de la ciencia a la industria nopuede ser averiguado con certeza. Fueron discípulossuyos quienes saludaron la construcción de ferroca­rriles con fervor casi religioso como el símbolo y elinstrumento del progreso social (10 que nos recuerdala definkión del socialismo de Lenin como «1os sovietsmás electrificación»); y otros discípulos suyos fueron

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14 Capítulo 1 SaíntoSímon: el precursor 15

quienes en los años 1840 fundaron la «Société d'Etu­des du Canal de Suez»o Pero Saint-Simon insistió-llegó a ser cada vez más el leitmotiv de todos susescrÍtos- en que la producción industrial sería enlo sucesivo la función principal de la sociedado«Indus­tria», «producción», «organización»: tales eran laspalabras claves del vocabulario saint-simonianoo

Bastante lógicamente, por tanto, Saint-Simonaparece como uno de los fundadores del culto decimo­nónico al trabajoo Los comienzos de este culto estánen Rousseau y Babeuf; pero fue Saint-Simon quienlo colocó en el mismo centro de su sistema oLa concep­ción del ocio y la contemplación como el estado máselevado de la humanidad murió con el último vestigiodel orden medieval. «Todos los hombres trabajará11»,escribe Saint-Simon en las Lettres d'un habitant deGeneve, donde muchas de sus ideas aparecen en suforma primitiva y más simple; «se impone la obliga­ción a todos los hombres de dar constantemente asus capacidades personales una dirección útil a lasociedad»o Efectivamente, en una posrerior «Decla­ración de principios», define la sociedad «como lasuma total y la unión de los hombres comprometidosen trabajos útiles»o El trabajo no es ya una necesidadsino una virtudo El nuevo principio de la moralidades «el hombre debe trabajar»; y la «nación más felizes la nación en la que hay menos desocupados»o Saint­Simon proporcionó el fundamento moral para la teoríadel valor-trabajo que estaba siendo elaborada en lamisma época en Inglaterra por Ricardo oPrevió tam­bién la prominencia dada cien años después en elnuevo evangelio soviético al precepto: «el que notrabaja no debe comen>o

La generación que siguió a Saint-Simon fue fértilen la creación de utopías; y sus opiniones sobre la

organización de la sociedad y del Estado, aunque noestán recogidas en ninguna exposición sistemática,fueron de las más populares de sus especulacionesoApenas es necesario decir que la concepción liberalde la política y la economía, introducida en Franciapor el discípulo de Adam Smith, J R Say, fue anate­ma para Saint-Simon, para quien «la política es laciencia de la producción»o Pero la identificación sealcanza por la subordinación de la política a la econo­mía, y no de la economía a la políticaoEs lógico; enefecto, ya que «la sociedad descansa totalmente enla industria», que es «la única fuente de toda riquezay prosperidad», de ahí se sigue que «el estado decosas más favorable a la industria es por lo mismo e!más favorable a la sociedad»oEl Gobierno en el senti­do antiguo es un mal necesario o Su único objeto esinstalar y mantener a los hombres en el trabajooPues,desgraciadamente, hay «faineants, es decir, ladrones»oPero es esta una función menor y subsidiariao Laautoridad suprema será un «parlamento económico»(noción que todavía ejercerá su atractivo más de unsiglo después), dividido en tres cámaras, dedicadasrespectivamente a la invención, el examen v laejecución. o

Pero la ciudad de! futuro imaginada por Saint­Simon presenta otros rasgos todavía más curiosos oLadivisión de funciones es precisao El artista despertarála imaginación de los trabajadores y excitará las pasio­nes apropiadas o Los hombres de estudio «establece­rán las leyes de salud del cuerpo socia!»o (Entre parén­tesis, estas medidas muestran que la ordenación delarte y la ciencia al servicio de! Estado no es nadanuevo ni peculiar de ninguna parte de Europa)o Los«industriales» (entre los cuales incluve Saint-Simona los productores de todo tipo y hasta a los comer-

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Más directamente fructífera que esa visión de unfuturo lejano fue la concepción, que atraviesa los escri-toS de Saint-Simon sobre el Estado, de una distinciónentre «gobierno» y «administración». Esta distinciónla repite de muchos modos. Antiguamente existíanlos «poderes» espiritual Y temporal, hoy han sidosustituidos por las «capacidades» científica e indus­trial. El poder, que es un principio absoluto dt:; gobier­no, es una fuerza opresiva ejercida por hombres sobrehombres; Y la «acción del hombre sobre el hombrees siempre perjudicial para la especie». Por otra parte,«la única acción útil ejercida por el hOlnbre es laacción del hombre sobre las cosas». Esto es la admi­nistración; Y <<una sociedad ilustrada sólo necesitaser administrada». La sociedad está «destinada apasar del régimen gubetnamental o militar al régimenadministrativo o industrial después de haber hechosuficientes progresos en las ciencias positivas Y enla industria». Saint-Simon no dice, como Engels, queel Estado deba extinguirse. Tampoco la frase deEngels que «el gobierno de los hombres será reem­plazado por la administración de las cosas» ha sidotomada textualmente de las obras de Saint-Simon osus discípulos. Peto la idea sí está tomada directa­mente de él. La influencia de Saint-Simon sobreProudhon y sobre el desarrollo del pensamiento sindi­calista francés, con su desprecio por la política degobiemo, no es menos obvia.

¿Hasta dónde puede Saint-Simon ser llamado, noya precursor del socialismo, sino «socialista»? Alparecer, la palabra no fue acuñada en sus tiempos. Nopuede rastrearse más allá de 1827, cuando apareceen Inglaterra en una publicación del círculo de Owen.El primer empleo del término que se registra enFrancia es un artículo de 1832 de Le Glabe, periódico

Saint-Simon: el precursor16, Capítulo 1

clantes) legislarán y pronml ar' ,tlvas. Finalmente el' F' an ordenes administra-. ' eJecutlvo ---es 1 .mesperada- esta"á com una cu mmaciónla época de los gr~ndps tuesta p~r banqueros. Eradel crédito en los asm:tos ~~~os ~~lvados; y el poderestaba llegando a ser va go, I~rno y los negociosSaint-Simon como p , L u~ tOpICO corriente. Para

1 b' ara emn casi 'l d

os ancos eran la m"n~ 1 un Slg o espuésd . a~ V ocu ta queh' 'e la producción Er t 1" ace gIrar la rueda

darles un lugar ce;w'at an oglco para Saint-Simon• en su esquema d . .como para Lenin COl . 1 a mlUlstrativo

blS1ú01'ar la naci r ., '

ancos como medida el Ol:a IzaClOn de losel dominio económi-o d aVle bnecesarl,a para destruir

L e a urguesla Pe 1 .resante es encontrar una fil f '. ro o mte­planeación elaborada p So~o ISa. embrIOnaria de lae f . , or amt- lmon alred d dsa unClon ejecutiva centr 1 d 1 b e or ea e os ancas.

La anarquía actual de la l' d ' •hecho de que las relaciones po.u~clOn, que corresponde alUadas sin regulación UP;'O":~n~mbcasde~tán siendo desarro­organización de la, prod~~c¡ó~~'La

ee ela~ •su puest'; a. larlda por empresarIOS aislados 'dProd;¡¡CC10n no sera dIri­

os otros e ignorantes de la ' :n epen entes los unos detarea será encargada a u ,s n.cce~ldades del pueblo. Estacomité central de admin~s~r~~S!ltUhób'l~ocial específica. Unun campo amplio de la econo~~n, a. l1tado para examinar';"1

0dle sup~rioridad, rcgul~,i t: ;oc~al de,sde un punto ele­

utl a a sociedad en su con'. ro UCClon de una maneraproducción a manos aph AAjUnto, transferirá los medios decialmente interesado 1';:8Jara este propósito y estará espe-entre p d' Al.I.antener una ar ,-. ro uecrón y demanda E' .mO,ula . constantecontienen ent"e sus f<' . . xIsten lnstltUClOnes qdI.... LlIlClOHes un . uee a activIdad económIca' lo' b cIerto grado de organización..... sancos.

,Lenin, que cita este pasu'eesta, quizá un tanto ,,1, J por conducto ajeno y

s, ' . Cc. 0'0 por la . 'd dlmon sobre Marx lo ,1'¡:' d pnon u de Saint-. ' CalhlCa e una d" "d

gema, pero sólo unQ

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18 Capitulo 1 Saint-Simon: el precursor 19

editado por discípulos de Saint-Simon después de sumuerte. «No queremos sacrificar la personalidad alsocialismo -subraya el artículo-, ni tampoco esteúltimo a la personalidad». En el sentido de ponerel acento sobre la sociedad antes que en el individuo,Saint-Simon fue socialista. Pero en el sentido moder­no, más político, surgen muchas dudas. La única oca­sión en que Saint-Simon puso una etiqueta a suspropias opiniones políticas fue cuando dijo que nopertenecía ni al partido conservador ni al partido libe­ral, sino al parti industriel; y si bien puede ser enga­ñoso traducir industriel por <<industrial», difícilmentese le hará significar «socialista», ni siquiera «laboris­ta». Su cámara legislativa de industriels y su ejecutivode banqueros se halla más cerca de un despotismobenevolente de tecnócratas o de la sociedad de losmanagers de especulaciones posteriores.

Por otra parte, Saint-Simon estuvo constantemen­te preocupado por el bienestar de la que llamaba, enuna frase muy citada, «la clase más numerosa y máspobre». Estuvo en principio a favor de la igualdadde la distribución («el lujo sólo podrá ser útil y moralcuando 10 disfrute toda la nación»), aunque no la hizocuadrar con su deseo de conceder premios a las capa­cidades. Creía que <<la existencia de la sociedad depen­de de la conservación del derecho de propiedad».Pero añadía que cada sociedad debe decidir por símisma qué cosas podrán ser objeto de propiedadprivada y en qué condiciones podrán ser poseídas;pues «el derecho individual de propiedad debe basar­se sólo en la utilidad común y general del ejerciciode tal derecho, utilidad que puede variar con el tiem­po». No sólo es una vez más afirmada inequívoca­mente la prioridad de los derechos de la sociedadsobre los del individuo, sino que se introduce la idea

del relativismo histórico para excluir cualquier dere­cho absoluto. La negación de la concepción feudal dela propiedad como el derecho absoluto sobre el quela sociedad se asienta es fundamental en el pensa­miento de Saint-Simon. La sociedad del futuro no seráuna sociedad de propietarios, sino una sociedad deproductores.

Después de la muerte de Saint-Simon sus dis~í­pulas sistematizaron sus vagas e incoadas declaracIO­nes sobre estos problemas y otros muchos. Y la opi­nión se movió más decididamente según directricesque él había oscuramente presagiado. Le Globe inclu­yó durante algún tiempo en la cabecera de cada núme­ro una colección de aforismos que se suponía resumíalo esencial de la enseñanza del maestro:

Todas las instituciones sociales deben tener como obje­tivo el meioramiento moral, intelectual y físico de la clasemás numerosa y más pobre. ....

Serán abolidos sin excepción todos los pnvl!eglOs de naCl-miento. . .,.

Dé cada uno según su capaCldad, a cada capaCIdad segunsu trabajo.

El Manifiesto Comunista define a Saint-Simon,Fourier y Owen como «socialistas crítico-utópicos»,que arremeten contra la sociedad existente con razo­nes válidas, pero prescriben remedios ut~picos. Másespecíficamente, son acusados de no apreCIar el papeldel proletariado en la lucha de clases y de no propo­ner métodos violentos para cambiar el orden estable­cido. No obstante, es justo recordar el homenajegeneroso de Enge1s -aunque a Saint-Simon no lehubiera austado verse excluido de los pensadores

"«cÍentíficos»- unos treinta años después.

El socialismo teórico alemán no olvidará nunca quedescansa sobre los hombros de Saint-Simon, Fourier y Owen;

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Saint-Simon: el precursor 21

tres pensadores que, por muy utópicas y fantásticas que seansus enseñanzas, pertenecen a las grandes inteligencias de todoslos tiempos y que con la intuición del genio anticiparon unnúmero incalculable de verdades que nosotros demostramosahora científicamente.

Fue ya al final de su vida, y después del fracasode un intento de suicidio, cuando Sain-Simon escribióun libro intitulado Le Nouveau Christianisme, quefue el primero de varios intentos decimonónicos porcrear una religión secular sobre la base de la éticacristiana. En un primer momento de su carrera, aunprofesando la creencia en Dios, había declarado que«la idea de Dios no puede ser aplicada en las cienciasfísicas» (en las que se incluían, según Saint-Simon,las ciencias sociales), añadiendo, sin embargo, un pocoenigmáticamente, que «es el mejor método hasta aho­ra encontrado para motivar elevadas decisiones legis­lativas». Esta base pragmática no faltó evidentementeen Le Nouveau Christianisme, aunque se propusieraser la expresión de un cierto orden moral absoluto,incluyendo la fraternidad del hombre y la obligaciónuniversal del trabajo. El «sistema católico», habíadescubierto Saint-Simon, estaba «en contradiccióncon e! sistema de las ciencias y de la industria moder­na». Su destrucción era inevitable. La ambición deSaint-Simon era nada menos que encontrarle unsustituto.

No es, sin embargo, demasiado justo colocar enla puerta de Saint-Simon todos los absurdos perpetra­dos después de su muerte por la secta saint-simo­niana. La propagación literaria de sus doctrinas llevóa la investidura de! maestro con un halo espúreo desantidad. Y de aquí había un corto trecho para lacreación de una Iglesia con sacerdocio y ritual, y deun monasterio secular en Ménílmontant, en los subur-

20 Capítulo 1bias de París, en e! que cuarenta de los creyentesse reunieron en un determinado momento. El gransacerdote de la orden, Enfantin, fue una figura pinto­resca y sobresaliente cuyos escritos fueron admitidosen el canon, pero cuyos excesos de heterodoxia condu­jeron a la disolución de la orden por las autoridades.Después de cumplir una condena en prisión, Enfan­tin emigró a Egipto. Pero la secta sobrevivió durantetreinta o cuarenta años en Francia y tuvo algunosseguidores incluso en países extranjeros, aunque enInglaterra fue pronto eclipsada por el ritual más sobrioy respetable de Comte y los positivistas; y es unaextraña ironía de la historia que se haya reservadoesa apoteosis póstuma a alguien que se esforzó tanseriamente por fundar una ciencia secular de lasociedad.

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2. El Manifiesto Comunista El Manifiesto Comunista 23

Durante el invierno de 1847-48 (es difícil fijaruna fecha más precisa para la celebración del aniver­sario) apareció uno de los documentos capitales delsiglo XIX, el lVlanifiesto Comunista. En el verano de1847 un grupo formado principalmente por artesanosalemanes residentes en Londres celebró el primercongreso de una nueva «Liga Comunista». Sus miem­bros habían estado durante algún tiempo, en contactocon Marx, que entonces residía en Bruselas. Y Engelsasistió al congreso, que aplazó para otra futurareunión la elaboración de un programa para la Liga.Animado por esta perspectiva, Engels trató de reali­zar ese proyecto y escribió un catecismo con veinti­cinco preguntas, que Marx y él llevaron consigo alsegundo congreso de la Liga en Londres a finales denoviembre. El congreso encargó entonces a Marx yEngels redactar el programa, que debería tener forma

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de manifiesto. Marx trabajó con ahínco en Bruselasdurante diciembre y enero. El Manifiesto. del PartidoComunista se publicó en Londres en alemán en febre­ro de 1848, unos días antes de que la revolución esta­llara en París.

El Manifiesto Comunista está dividido en cuatropartes. La primera pasa revista al nacimiento de laburguesía sobre las ruinas del sistema feudal de rela­ciones de propiedad, gobierno y moralidad que aqué­lla destruyó; muestra cómo las «fuerzas productivaspoderosas y colosales» que la burguesía misma hacreado han crecido hasta el punto en que no son yacompatibles con las relaciones de propiedad y lasupremacía burguesas; y finalmente demuestra que elproletariado es la nueva clase revolucionaria, la únicaque puede dominar las fuerzas de la industria moder­na y acabar con la explotación del hombre por elhombre. La segunda part!'] expone la política del parti­do comunista, «la sección más resuelta y progresivade la cIase trabajadora de todos los países», para llevara cabo la revolución proletaria que destruirá el poderburgués y «elevará al proletariado a la posición declase dirigente». La tercera parte examina y condenaotras escuelas, recientes y vivas, de socialismo; y lacuarta es una breve posdata táctica sobre las relacio­nes de los comunistas con otros partidos de izquierdas.

Un documento histórico como el ManifiestoComunista invita a ser examinado desde el punto devista tanto de sus antecedentes como de sus conse­cuencias. En el primer aspecto, el Manifiesto debetanto a predecesores y contemporáneos como casitodos los manifiestos famosos; y lo peor que puededecirse es que la violenta y general denuncia porparte de Marx de predecesores y contemporáneosenmascara algunas veces la naturaleza de la deuda.

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24 Capítulo 2 El Manifiesto Comunista 25

Babeuf, quien también llamó a su proclama «mani­fiesto», había anunciado la lucha final entre ricos ypobres, entre una «pequeña minoría» y la «granmayoría». Blanqui había anticipado la interpretaciónclasista de la historia y la idea de dictadura del prole­tatiado (la hase no sería usada por Marx hasta 1850).Lorenz van Stein había escrito que la historia de lalibertad, la sociedad y el orden político dependíaesencialmente de la distribución de los bienes econó­micos entre las clases de la población. Proudhon sabíatambién que «las leyes de la economía política sonlas leyes de la historia» y midió el progreso de lasociedad «por el desarrollo de la industria y el perfec­cionamiento de sus instrumentos»; y Pecqueur habíapredicho que, con la extensión del comercio, «lasbarreras entre las naciones se romperán» y «cada hom­bre llegará a ser ciudadano del mundo». Tales ideaseran moneda corriente en los círculos avanzados cuan­do Marx escribió su obra. Pero ninguno de talespréstamos, ni tampoco la amplia deuda de Marx conla síntesis inmensa de Hegel, disminuye el valor dela concepción presentada al mundo en el ManifiestoComunista.

Hoyes más apropiado estudiar el famoso mani­fiesto a la luz de sus den años de influencia sobre laposteridad. Aunque escrito cuando Marx contaba sólotreinta años y Engds veintiocho, contiene ya la quin­ta esencia del marxismo. Comenzando con una ampliageneralización histórica «<La historia de todas lassociedades existentes hasta hoyes la historia de lalucha de clases») y concluyendo con arrebatado llama­miento a los trabajadores de todo el mundo a unirsepara «el derrocamiento violento de todas las condicio­nes sociales existentes», presenta la metodología mar­xista en su forma completamente desarrollada: una

interpretación de la historia que es, al mismo tiempo,una llamada a la acción. Algunos pasajes de los escritosde Marx, especialmente durante las crisis revoluciona­rias de 1848 y 1871, parecen elogiar la acción revolu­cionaria como un bien en sí. Otros, anteriores y poste­riores, parecen insistir en las leyes férreas del desarro­llo histórico, que dejarían poco margen a la iniciativade la voluntad humana. Pero estos momentáneoscambios de acento no pueden alterar la doble ortodo­xia establecida por el Manifiesto Comunista, dondeinterpretación y acción, predestinación y libre albe­drío, teoría revolucionaria y práctica revolucionariamarchan triunfalmente de la mano. Propone una filo­sofía de la historia, un dogma de la ryvolución, feque adoptará en el creyente la forma espontánea dela acción apropiada. '

El Manifiesto Comunista no es así ninguna hojade avisos ni de discursos electorales. Marx -y muchosotros que no son marxistas- quiso negar la posibi­lidad de una separación rígida de emoción e intelec­to; pero usando los términos en un sentido popular,es al intelecto más que a las emociones al que elManifiesto apela en primer lugar. La impresión abru­madora que deja en la mente del lector no es tantoque la revolución es deseable (cosa que, como la injus­ticia del capitalismo en El capital, se presupone comoalgo que no requiere argumentos) como que es inevi­table, Para sucesivas generaciones de marxistas elManifiesto no fue un alegato para la revolución --queno era necesario-, sino una predicción sobre la mane­ra en que la revolución inevitablemente se produci­ría, junto con una prescripción sobre la acción adecua­da de los revolucionarios para hacerla triunfar. Lascontroversias de cien años fluctuaron alrededor delo que Marx realmente dijo o quiso decir, y de cómo

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siglo XVII, se consolidó definitivamente en 1832. Larevolución burguesa francesa, más repentina y dramá­ticamente triunfante después de 1789, sucumbió a lareacción para resurgir sólo hacia 1830. En ambos paí­ses la primera lucha revolucionaria de la edad moder­na, la lucha entre el feudalismo y la burguesía, habíavirtualmente acabado; el escenario estaba preparadopara la segunda lucha, entre la burguesía y el prole­tariado.

Los acontecimientos de 1848, producidos pocodespués de la redacción del Manifiesto, confirmaronen buena medida su diagnosis y no lo refutaron enningún punto. En Inglaterra, el colapso del cartismofue un retroceso que, no obstante, marcó un progresoen la consolidación de un movimiento consciente declase de los trabajadores. En Francia, el proletariadomarchó codo con codo con la burguesía en febrerode 1848, como el Manifiesto había predicho que suce­dería, en tanto que el objetivo fue consolidar y exten­der la revolución burguesa. Pero una vez que el prole­tariado levantó su propia bandera de revolución social,la línea fue cruzada. Burguesía y proletariado, aliadoshasta que la revolución burguesa se hubo realizadoy asegurado, estaban ahora, por la llamada a la revo­lución proletaria, en los lados opuestos de las barri­cadas. La primera lucha revolucionaria había conclui­do; la segunda era inminente. En París, en los díasde junio de 1848, Cavaignac salvó a la burguesía yderrotó enteramente la revolución proletaria, asesi­nando, ejecutando y desterrando a los trabajadorescon conciencia de clase. El modelo del ManifiestoComunista había sido seguido con toda precisión. Asíel profesor Namier, que no es marxista, declara: «laclase trabajadora quedó derrotada, y la clase mediasacó provecho de ello»:

Capítulo 2

lo que dijo podía aplicarse a condici.ones que divergíanmucho de las de la época de Marx. Sólo el audazproponía abiertamente «revisar» a Marx; el sagaz lol~terpretaba. El Manifiesto Comunista ha permane­Cldo así como un documento vivo. Su centenario nopucde celebrarse de orra manera que a la luz -y a lasombra- de la revolución rusa, que ha sido su encar­nación culminante en la historia.

El Manifiesto Comunista contiene un esquemacoherente de la revolución. «La historia de todas lassociedades existentes hasta hoyes la historia de lalucha de clases». En los tiempos modernos Marx detec­ta dos de tales luchas: la lucha entre el feudalismoy la burguesía, que termina con la victoria de la revo­lución burguesa, y la lucha entre la burguesía y elproletariado, destinada a terminar con la victoria dela revolución proletaria. En la primera lucha, unproletariado naciente es movilizado por la burguesíaen apoyo de objetivos burgueses, pues es incapaz deperseguir objetivos independientes propios; «cadavictoria así obtenida es una victoria para la burgue­sía». En la segunda lucha, Marx reconoce la presenciade la baja clase media -«el pequeño industrial, eltendero, el artesano, el campesino»- que juega unpapel fluctuante entre la burguesía y el proletariado,y un «Jumpemproletariadü», propenso a «venderse alas fuerzas reaccionarias». Pero tales complicacionesno afectan seriamente a la ordenada simplicidad delesquema principal de la revolución.

El esquema fue construido a la luz del estudiode Marx de la historia moderna de Francia e Ingla­terra y de los trabajos de los economistas francesese ingleses, así como del estudio de Engels sobre lascondiciones de las fábricas en Inglaterra. La revolu­ción burguesa inglesa, que logró su victoria en el

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28Capítulo 2 El Manifiesto Comunista 29

. La revolución de junio -como Marx escribió por aqueltIe,;,po-- ha escindido por primera vez al conjunto de lasocled~d en dos campos ~ostiles -este y oeste de París-oLa umdad de la revolUCión de febrero ya no existe. Loscombatientes d~ febrero están ahora luchando entre sí, algoque nunc~ habla suced,do antes; la antigua indiferencia hadesapar.ecldo, y todo hombre capaz de empuñar armas estácombatIendo de un lado o del otro de las bardcadas.

Los sucesos de febrero y junio de 1848 habíanproporcionado una ilustración clásica de! gran abis­mo existente entre la revolución burguesa y laproletaria.. Mas hacia el este, el modelo de Inglaterra y Fran­

CIa no podía aplicarse enteramente como la secciónfinal del Manifiesto admitía, casi co~o expediente deúltima hora.

En Alemania la revolución burguesa no habíacomenzado todavía. La burguesía alemana no habíaconquistado aún los derechos políticos fundamenta­les que la burguesía inglesa había alcanzado en 1689y. la francesa cien años después. La tarea del proleta­rIado alemán era to~avía, por consiguiente, apoyar ala burguesía en la prImera lucha revolucionaria frenteal feudalismo. En Alemania, según las palabras de!Manifiesto, «el partido comunista combate junto a laburguesía siempre que ésta actúe de manera revolu­cionaria contra la monarquía absoluta, los señoresfeudales y la pequeña burguesía». Pero no podía afir­marse que Alemania seguiría simplemente, más tardeo más temprano, los mismos caminos que Inglaterray Francia. La revolución alemana acaecería «en lascondiciones más adelantadas de la civilización euro­pea», 10 que le daría un carácter especial. Donde e!proletariado está ya tan adelantado, piensa Marx lar~volución burguesa «sólo puede ser el preludio in:ne­dlato para la revolución proletaria».

Cuando Marx, en la breve sección con que conclu­ye el Manifiesto, dedicada a las tácticas del partidocomunista, anunció así la posibilidad para Alemaniade una transición inmediata desde la revoluciónburguesa a la revolución proletaria sin período inter­medio de gobierno burgués, mostró una aguda perspi­cacia histórica, aun a costa de minar la validez de suspropios análisis teóricos. Los sucesos de 1848 en lastierras de lengua alemana confirmaron la intuición deMarx de la imposibilidad en Alemania de un períodode supremacía burguesa en el poder, comparable con elque babía marcado tan fuerte impronta en la historiade Francia e Inglaterra. Esta imposibílídad se debía notanto a la fuerza del proletariado alemán, que Marxquizás exageraba, como a la debilidad de la burguesíaalemana. Sean las que fueren las posibilidades de unaeventual revolución proletaria en Alemania a media­dos del siglo XIX, la materia para una revolución bur­guesa como lo que Francia e Inglaterra habían realiza­do hacía años faltaba evidentemente. Realmente, laburguesía, lejos de pedir el poder para sí misma, esta­ba dispuesta a aliarse con los elementos supervivientesdel feudalismo en defensa de la amenaza proletaria.Apenas se necesita añadir que los mismos síntomas,en una forma más pronunciada, se repetirían en Rusiamás de medio siglo después.

El problema, por consiguiente, que Alemania pre­sentaba en 1848 a los autores del Manifiesto Comu­nista, era el mismo que Rusia presentaría en su díaa los teóricos de su revolución. De acuerdo con elmodelo revolucionaría del Manifiesto Comunista, lafunción de la burguesía era destruir por completola sociedad feudal, como paso previo para su propiadestrucción en la fase final de la lucha revolucionariadel proletariado. ¿Pero qué sucedería si la burguesía,

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por debilidad o cobardía -o quizá por alguna precozpremonición de su propio destino final-, era incapazo no quería cumplir su función esencial? Marx nuncadio una respuesta categórica a este problema. Perosu respuesta estaba implícita en la doctrina de la«revolución permanente» formulada en un mensaje ala Liga Comunista en el año 1850:

Mientras la peque!'ía burguesía democrática quiere acabarla revolución lo antes posible... nuestros intereses y nuestratarea es hacer la revolución permanente hasta que todas lasclases proI:ietarias sean desprovistas de autoridad, hasta quee! proletarIado conquiste e! poder de! Estado.

La responsabilidad de completar la tarea, que laburguesía había dejado de realizar, de liquidar elfeudalismo pasaba así al proletariado.

Qué forma debería tomar la destrucción del feuda­lismo cuando el proletariado se encontrara a sí mismoenfrentado a una sociedad feudal sin una burguesíaefectiva e independiente de por medio, no estaba deltodo claro. Pero si se insistía --como Marx hizo yEngels continuó haciendo hasta el final de su vida­en que <<nuestro partido puede llegar al poder sólobajo la forma de una república democrática», entoncesse seguía la conclusión de que el objetivo inmediatodel proletariado debería limitarse al establecimientode una democracia política, la cual sólo constituiríapara él un peldaño necesario para la revolución socialproletaria. Esta era, sin embargo, una construcciónteórica de improbable realización práctica, como laexperiencia de las revoluciones alemana y rusa ibaun día a probar. Marx nunca acomodó realmente suanálisis de la revolución a países en los que la burgue­sía era incapaz de hacer su propia revolución; y áspe­ras discusiones acerca de la relación entre la revolu­ción burguesa y la revolución proletaria continuarían

dividiendo a los revolucionarios rusos durante variasdécadas.

El corolario económico de esa conclusión eratodavía más alarmante. Si el establecimiento de unarepública democrática era un prerrequisito de larevolución proletaria, también lo sería el desarrollocompleto del capitalismo; pues el capitalismo era laexpresión esencial de la sociedad burguesa e insepa­rable de ella. Marx, en efecto, mantuvo tal opiniónhasta 1859, cuando escribió en el prefacio a la Críticade la economía política: «Ninguna forma social perecehasta que todas las fuerzas productivas de que disponea su alcance han sido desarrolladas». Parecía seguirse,bastante paradójicamente, que en los países atrasadosel interés del naciente proletariado sería promover elmás rápido desarrollo del capitalismo y de la explo­tación capitalista a su propia costa.

Tal fue la opinión seriamente propugnada por losmarxistas rusos, tanto bolcheviques como menche­viques, hasta 1905, e incluso quizá hasta 1917.Mientras tanto, sin embargo, en la primavera de1905, la inteligencia práctica de Lenin elaboraba unnuevo esquema según el cual el proletariado conquis­taría el poder en alianza con el campesino, estable­ciendo una «dictadura democrática» de obreros ycampesinos; y ésta llegó a ser la doctrina oficial de laRevolución de octubre. Los menchevigues se mantu­vieron en sus trece; y sus sobrevivientes y sucesoresde hoy atribuyen los defectos de la revolución rusaa no haber pasado por la fase democrático-burguesa,capitalista-burguesa, en su marcha hacia la realizacióndel socialismo. La cuestión no puede decidirse porreferencia a Marx, que difícilmente puede ser absueltode incoherencia sobre este punto. O bien se equivocóal sugerir, en la última sección del Manifiesto Comu-

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Las diferencias y los antagonismos nacionales están hoydesvaneciéndose cada vez más con el desarrollo de la burgue­sía, e! libre comercio en el mercado mundial, la uniformidadde la producción industrial y las condiciones .de vida corres­pondientes.

Con la victoria de! proletariado se desvanecerán todavíamás rápidamente ... Con la desaparición de las clases dentrode las naciones desaparecerá también la enemistad entre lasnaciones.

francesa, el nacionalismo había crecido como un atri­buto de la sociedad burguesa en una época en la quela burguesía era una fuerza revolucionaria y progre­sista. Tanto en Inglaterra como en Francia la burgue­sía, invocando e! espíritu nacional para destruir a unfeudalismo que era a la vez particularista y cosmo­polita, había construido a través de varios siglos unEstado centralizado sobre un fundamento nacional.Pero el avance de! capitalismo estaba haciendo ya alas naciones anticuadas.

En consecuencia, e! primer paso para el proleta­riado de cada nación era «ajustar cuentas con supropia burguesía». El camino estaría así abierto paraun verdadero orden comunista internacional. Al igualque j'v1azzini y otros pensadores de! siglo XIX, Marxpiensa en el nacionalismo como un escalón naturalhacia e! internacionalismo.

Desafortunadamente, el modelo nacional delManifiesto, lejos de ser universal, resultó difícil deextender más allá de los límites estrechos de lugar(Europa Occidental) o tiempo (1a edad de Cobden)en el que fue proyectado. Fuera de la Europa Occi­dental, las mismas condiciones que impedían la apa­rición de una burguesía poderosa impedían tambiénel desarrollo de un nacionalismo burgués en regla. Enla Europa Central (e! Imperio de los Habsburgo,

33El l\'Ianifiesto ComunistaCapítulo 2

Ilista, que Alemania podía pasar inmediatamente dela revolución burguesa a la proletaria; o bien fracasóen la tarea de encajar la nueva concepción dentro delesquema revolucionario de la primera parte del Mani­fiesto.

Marx encontró dificultades semejantes al aplicarlas generalizaciones del Manifiesto Comunista sobre~l nacionalismo, que se basaban sobre experienciasmglesas y francesas, a la Europa central y oriental.La acusación frecuentemente dirigida contra Marx deignorar o despreciar el sentimiento nacional descansarealmente en un error. La famosa observación de que«los trabajadores no tienen patria», leída en su con­texto, no es ni una bravata ni un programa; se tratade un lamento que había sido durante mucho tiempoun lugar común entre los escritores socialistas. Babeufl1jlbía declarado que la multitud «ve en la sociedadsólo un enemigo y ha perdido hasta la esperanza detener una patria»; y Weitling había relacionado lanoción de patria con la noción de propiedad.

Solamente tiene patria quien es propietario o, en todocaso, tiene la hbertad y los medios para llegar a serlo. Quienno tiene eso, no tiene patria.

En orden a remediar esta situación (citando otravez e1l,Iani/iesto) «el proletariado conquistará prime­ramente el poder poIítico, se convertirá en la clasedominante de la nación, se constituirá a sí mismocomo nación, de forma que el proletariado será élmismo entonces nacional, aunque no en el sentidoburgués».

El pasaje del Manifiesto en que esta frase seencuentra no está libre de ambigüedades. Pero laintención está clara. En opinión de Marx, que secorrespondía con los hechos de la historia inglesa y

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Prusia), así como en Rusia, el Estado centralizadohabía sido creado bajo la presión de necesidades mili­tares por los señores feudales, indiferentes al senti­miento nacional; y cuando en el siglo XIX, bajo e!impulso de la Revolución Francesa, e! nacionalismose convirtió por primera vez en una fuerza a tener encuenta en la Europa Central y Oriental, no apareció-como en Inglaterra y Francia- como un atributoy complemento de! Estado, sino como un sentimientoindependiente de cualquier organización estatalexistente.

Además, la relación entre Nación y Estado funcio­naba de diferentes maneras; y algunas veces hastacomprometía al mismo grupo nacional en actitudescontradictorias. Esto era particularmente cierto en elcaso del Imperio Austríaco. La creciente conciencianacional de la burguesía austrogermana no disminuyósu apoyo a la unidad imperial; sin embargo, la bur­guesía de los restantes grupos nacionales constitutivosdel Imperio trataba de destruir esa unidad, o al menosde disolverla en una federación. Los húngaros afir­maron los derechos de la nación magiar frente a losaustrogermanos, pero negaron los derechos nacionalesa los croatas y eslovacos.

En estas circunstancias no es sorprendente queMarx y Engels nunca consiguieran e!aborar, ni siquierapara su propio tiempo y generación, una teoría cohe­rente de! nacionalismo que pudiera aplicarse en todaEuropa. Apoyaton la reivindicación polaca de indepen­dencia nacional; ningún revolucionario, ningún liberalde! siglo XIX podía actuar de otra manera. Pero Engels,en todo caso, pareció principalmente interesado enque esa reivindicación se satisficiera a expensas deRusia más bien que de Prusia, proponiendo en unaocasióJi ofrecer Riga y Mitau a los polacos a cambio

d Danzincr y Elbing; y en el arranque ingenuo deu~a carta Privada a Marx se refirió a los, ~ola~os como<<une nation foutue, un instrumento. ,utÜ sol? hasta

ue Rusia sea arrastrada a la re~o~uclOn agrana». E~~l mismo espíritu Enge!s rechazo S111 reservas. las asp1­raciones nacionales de los eslavos del ImperlO de losHabsburO"o, cuyo triunfo sería -a su ent;nder- una

. " "'d 1«Oeste civilizado al Estebarbaro».sum1S10n e " MEn esos juicios, de los que. no se sabe que . ar~

haya discrepado, Engels estuvO l11d~dablem~nte l11f1u:­do por prejuicios nacionales, en part:cular P?f su ?O~lird d hacia Rusia como el poder mas reaCClonano e~;ment~. Pero estuvo también movido por e! recono­cimiento de que esos nacionalismo~ ?e la EuropaCentral v Oriental, cuya base econom1ca er~ agr.ana,

, 'd o poco que ver con el naclOna11smoteman na a "d 1b cr 's del que Marx y e! se hablan ocupa o en e

ur",ue '1 bl deMan.ifiesto Comunista. No er~ so o un pro ema .«Oeste civilizado» y «Este b~rbaro»: se trataba, as\

. mo de la sujeción «de la clUdad por el campo,. de:ll~er~io, la industria. Yla inteligencia pO,r la agncul­tura primitiva de los Slervos eslavos». Segu.n los presu­

uestos del Manifiesto, esto era necesartamente un~aso retrógrado. El fracaso de ~arx y Engels para daruenta del nacionalismo agrano es un aspecto de la~tra gran laguna del Manifiesto: e! problema del

campesino. .' d 1 M .Si la teoría del naclOna11smo senta a en e am-

fiesta Comunista no pudo ser trasplantada de~de laEuropa Occidental a la Europa Central y One~1tal,tampoco resistió la prueba del tiempo. El Mamfle~;ocontiene, ciertamente, una referencia a la «explotaclOnde una nación por otra» y declara, en lo que parec~una tautología en un sentido y en ot~~ un 11011 s~qu~­tur, que terminará cuando la explotaclOn de unos l11dl-

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viduos por otros termine. Pero Marx tiene poco quedecir (y nada en el Manifiesto) acerca del problemacolonial, tratándolo con detalle sólo en el caso deIrlanda; y es quizá significativo que, mientras en 1848estaba decidido a sacrificar a los irlandeses del mismomodo que a los eslavos austríacos, hacia 1869 llegóa estar convencido de que «el interés directo absolutode la clase trabajadora inglesa exige la ruptura de laactual unión con Irlanda». Marx no vivió, sin embar­go, lo suficiente para ver el desarrollo completo delproceso mediante el cual las grandes naciones, yavíctimas de las contradicciones del capitalismo, riva­lizaron entre sí para someter al resto del mundo bajosu yugo, en un desesperado intento por salvarse a símismas y al sistema capitalista (el proceso que Leninanalizaría años después en su célebre obra El imperia­lismo, etapa superior del capitalismo); ni pudo tam­poco pr,ever la ascensión a la conciencia nacional deinnumerables naciones «no históricas», de las que loseslavos austríacos habían sido los precursores. Lateoría soviética de la nacionalidad, en la que el proble­ma colonial y el problema de las pequeñas naciones sereparten los honores, fue sólo una pálida y vaci­lante luz de las simples y lejanas formulaciones delManifiesto Comunista. Pero los críticos de las teoríasnacionales, sean las de Marx o las de los bolcheviques,pueden también reflexionar sobre el hecho de quepensadores y hombres de estado burgueses tampocohan sido capaces de formular, y aún menos de aplicar,una doctrina coherente de los derechos nacionales.

La actitud de Marx con respecto al cultivador delsuelo está más seriamente sometida a criticas. Aquítambién hay una anticipación de controversias poste­riores -tanto los mencheviques como Trotski seríanacusados, con razón desde el punto de vista de Lenin,

de «subestimar» al campesino-- y aquí también Marxse ve envuelto en dificultades porque sus teoríasiniciales fueron fundamentalmente construidas paraacomodarse a las condiciones occidentales. El Mani­fiesto Comunista alaba a la burguesía por haber «libe­rado», gracias al desarrollo de factorías y ciudades,«a una gran parte de la población de la idiotez de lavida pueblerina»; y clasifica a los campesinos opequeños propietarios agrarios, con los artesanos, lospequeños comerciantes y los tenderos, como miembrosde la «pequeña burguesía», una clase inestable yreaccionaria, ya que lucha contra la gran burguesía nopor fines revolucionarios, sino sólo para mantener supropio status burgués. En Inglaterra, en Francia (a laque en los círculos revolucionarios se considerabageneralmente como un París en grande) y en Alema­nia, el Manifiesto Comunista sostuvo el modeloestricto de las revoluciones sucesivas, de las que elproletariado y la burguesía serían las fuerzas impul­soras respectivas, y no reservó ningún lugar indepen­diente para el campesinado.

Los acontecimientos mostraron pronto la lagunadejada por este esquema incluso en la Europa Occi­dental. Los campesinos franceses se quedaron quietoscuando los trabajadores revolucionarios fueron bati­dos eniunio de 1848 por los agentes de la burguesía,y votaron como un solo hombre por la dictaduraburguesa de Luis Napoleón. De hecho, se compor­taron exactamente como el Manifiesto esperaba quelo hicieran (lo que no les salvó de atraerse algunas delas invectivas más violentas de Marx en El dieciochode Brumario de Luis BOllaparte); pero haciéndolo asímostraron cuántas cosas tendrían que suceder antes de

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que el proletariado francés pudiera ser capaz de hacerotra Revolución Francesa.

En Prusia y en toda Alemania la revolución de1848 estuvo en manos de intelectuales, que pensabantan poco en los campesinos como el propio Marx; ylos campesinos no se rebulleron. En Austria los cam­pesinos, en cambio, actuaron. Se levantaron en Ga­litzia contra los terratenientes; y lo hubieran hechotambién en otras partes de contar con una direcciónadecuada. Formaron un amplío y vociferante grupo enel nuevo Reichstag democrático. Pero las reivindicacio­nes de los campesinos tropezaron con la hostilidad dela burguesía y la indiferencia del proletariado urbano.Campesinos y proletarios fueron vencidos, cada unopor separado, por falta de una dirección y un progr?­ma que les uniera; y en Europa Central la moralejamás exacta de 1848 fue que ninguna revolución podíatriunfar si no ganaba para su causa al campesinado ydaba gran prioridad a sus intereses.

En la Europa Oriental esta conclusión resultabaaún más clara. Con respecto a Polonia, incluso elManifiesto declaraba que «los comunistas apoyan alpartido que ve en la revolución agraria el camino parala libertad nacional, el partido que provocó la insu­rrección Cracovia de 1846». Pero esre pasaje, queaparece en la posdata táctica, es la única incursión delManifiesto en la Europa Oriental y su única refe­rencia a la revolución agraria; y hasta en ese lugar seve a la revolución agraria como el auxiliar de unarevolución burguesa que conduce a la «libertad nacio­nal» y no a la revolución proletaria.

Residiendo el resto de su vida en Inglaterra,donde no existía problema campesino ni agrario, Marx

nunca sintió una fuerte incitación para llenar esalaguna del Afanifiesto Comunista. En 1856, al extraerlas enseñanzas del fracaso de 1848 en Alemania, hablóde pasada sobre la importancia de apoyar la futurarevolución alemana «con una segunda edición de laGuerra campesina». Pero incluso en esta ocasión sólose asignaba al campesinado un papel subsi?iario; Fuehacia el final de su vida cuando Marx se VIO obhgadoa emitir un juicio acerca de una controversia queacababa de iniciarse en la lejana Rusia. El principalgrupo revolucionario ruso, los Naródnikis, veía en lacomunidad campesina rusa, con su sistema de tenenciacomún de la tierra, la semilla del futuro orden revo­lucionario ruso. Por otra parte, los primeros marxis­tas rusos estaban va empezando a sostener que elcamino hacia el s~cialismo, tanto en Rusia como encualquier otra parte, pasaba necesariamente por undesarrollo del capitalismo y del proletariado.

En cuatro ocasiones, Marx y Engels se enfren­taron con este delicado problema. En 1874, antes quelos marxistas rusos hubiesen hecho su aparición,Engels había teconocido la posibilidad, en condicionesfavorables, de la transformación del sistema comunalen una forma superior «evitando la etapa intermediade propiedad burguesa individual». En 1877, repli­cando a un ataque de un periódico ruso, Marx selimitó a admitir ambiguamente que Rusia tenía damavor oportunidad que la historia ha ofrecido a unana¿ión de evitat los avatares del orden capitalista».En 1881 Marx dio una respuesta más positiva a unapregunta personal directa de Vera Zasulich; f al añosiguiente, la última y más autorizada declaraCión apa­reció en el prefacio a la traducción rusa del Mani-

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40 Capítulo 2 El Maniúesto Comunista 41

fiesta Comunista, firmado conjuntamente por ambosautores.

Si la revolución rusa es la señal para una revolución delos trabajadores en Occidente de forma tal que se comple­menten la una ~on la otra, entonces el sistema contemporáneoruso de propiedad comunal puede servir como punto departida para un desanollo comunista.

Los socialdemócratas rusos de la generaciónsiguiente, tanto bolcheviques como mencheviques,miraron con recelo a esa desviación casi Naródniki, yvolvieron a los modelos teóricos más puros del Mani­fiesto Comunista con su dialéctica claramente delimi­tada de revolución burguesa y revolución proletaria;y Lenin mismo, no menos que los mencheviques,mantuvo firmemente la paradoja de que el futurodesarrollo del capitalismo en Rusia era un preludionecesario para la revolución social. Sin embargo,Lenin, como Marx en los últimos años, reconoció queninguna revolución -y ningún revolucionario­podía permitirse en la Europa Oriental el lujo deignorar al campesino y sus reivindicaciones. Despuésde 1905 -y antes y después de 1917-, los bolche­viques se vieron obligados a dedicar una gran cantidadde energías y discusiones a la tarea de encajar al cam­pesino ruso dentro de las fórmulas occidentales delManifiesto Comunista.

Franz Mehring, el mejor y más simpatizante bió­grafo de Marx, hace notar, a propósito del ManifiestoComunista, que «en muchos aspectos el desarrollohistórico ha avanzado de otro modo y, sobre todo,más lentamente de como lo esperaban sus autores».Esto es verdad en lo que concierne a las expectativasde los dos hombres jóvenes que compusieron el Mani­fiesto. Pero, ¿hasta qué punto se modificaron esas

expectativas? En lo que respecta al ritmo, Marx, enlos últimos años de su vida, no creía ya en la inmi­nencia de la revolución proletaria con toda la vehe­mente confianza de 1848. Pero incluso el Manifiesto,en uno de sus pasajes más prudentes, había pronos­ticado éxitos temporales seguidos de retrocesos y unlento proceso de <<unidad creciente» entre los traba­jadores antes que la meta fuera alcanzada. Marx llegó,con muchos años de adelanto, a aceptar la necesidadde un largo camino de educación para el proletariadoen los principios revolucionarios; y ahí está el famosoobiter dictum en un discurso de los años 1870, queadmite que en algunas naciones adelantadas la victo­ria del proletariado puede lograrse sin violencia revo­lucionaria.

Por lo que respecta al esquema de desarrollo his­tórico, sería difícil probar que Marx, hablando teóri­camente v ex cátedra, abandonara nunca el análisisestricto de la revolución que había elaborado en elManifiesto Comunista. Pero Marx no era un teóricopuro; era también, de grado o por fuerza, el dirigentede un partido político. Y cuando se vio obligado ahacer declaraciones según esa condición fue cuandopareció retractarse algunas veces de sus principios.Así, en la última sección del propio Manifiesto habíaprevisto ya que en Alemania la revolución burguesapodía ser el «preludio inmediato» de la revoluciónproletaria, saltando de esta forma sobre el período desupremacía burguesa; en los años siguientes se veríaarrastrado a algunos incómodos arreglos e inconse­cuencias sobre el problema nacional; y hacia el finalde su vida se vería obligado a admitir que una naciónpredominantemente campesina como Rusia tenía la

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posibilidad de realizar la revolución social sin pasaren forma alguna por la fase capitalista-burguesa, nosólo modificando, sino desviándose totalmente de!análisis revolucionario de! Manifiesto.

Es curioso y significativo de la vitalidad de!pensamiento de Marx observar cómo puntualmentetal evolución se repitió en el partido socialdemócrataruso. Sus primeros dirigentes -Plejánov y Axe!rod,Lenin y Mártov- aceptaron sin crítica el esquemadel Manifiesto Comunista. Después de 1903, losmencheviques, permaneciendo consecuentes consigomismos y con el esquema marxista, entraron en banca­rrota porque no pudieron encontrar ninguna manerade aplicarlo a las condiciones rusas. Lenin, más flexi­ble, tomó el esquema y lo adaptó brillantemente aesas condiciones; y la adaptación que hizo seguía -agrandes rasgos, ya que no en detalle- la que Marxmismo había admitido en sus últimos años. El procesopuede ser justificado. El marxismo nunca se presentóante el mundo como un cuerpo estático de doctrina;el propio Marx confesó una vez que él no era marxis­ta; y la evolución constante de la doctrina, en res­puesta a las condiciones cambiantes, es en sí mismauna regla del marxismo.

A partir de estos supuestos, la revolución rusapuede llamarse hija legítima de! Manifiesto Comu­nista. El Manifiesto desafió a la sociedad burguesa yofreció una nueva estimación de los valores burgue­ses. La revolución bolchevique, con todas sus desvia­ciones y adaptaciones a las específicas condicionesrusas y con todas las impurezas que siempre desfi­guran la práctica como algo opuesto a la teoría, hallevado a cabo tal desafío y trata de aplicar esa nuevaestimación. Que la sociedad burguesa se ha colocado

progresivamente a la defensiva en los últimos cienaños, que su destino cuelga todavía en la bala~za,

pocos pueden hoy negarlo; y hasta que es.e destInoesté decidido, hasta que alguna nueva sínteps se hayarealizado, e! Manifiesto no habrá dicho su últimapalabra.

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, P. J. PROUDHON: Lettres Cboisies et annotées, porDaniel H~lévy y Louis Guilloux.

, P. J. PROUDHON: Lettres au citoyen Rolland.> PROUDHON: Textes cboisis, por Alexandre Marc.

que afirma simult:íneamente que la guerra es irrele·vante porque nunca resolverá los problemas econó­micos esenciales, y que «el hombre es ante todo unanimal guerrero» y que «sólo en la guerra su natu­raleza sublime llega a manifestarse».

Los escritos de Proudhon son de difícil accesodebido tanto a sus incoherencias como a su enormeextensión. Los compiladores y editores de Proudhonhan trabajado bien por lo general, y la ¡nayor partede sus obras más importantes son fácíles de encontrar,aunque una edición completa de sus obras todavíano haya sido publicada. Los catorce volúmenes de lani con mucho edición completa de su corréspondenciahan sido convenientemente antologizados para ellector ordinario en un solo volumen'; pero el públicodispone ahora de una nueva contribuc,ión con lareciente publicación de una serie de cartas impor­tantes y características de los últimos años de su vida,dirigidas a su amigo Rolland '.

Hav muchos indicios de que Proudhon sigue fasci­nando a sus compatrioras, aun cuando sólo sea comoun amplio almacén de ideas de donde pueden extraer­se muchos materiales preciosos de cualquier calidad yaspecto. Hace muchos años que Bouglé, el mejor desus numerosos comentadores, clara, pero inadecuada­mente, calificó a Proudhon de analista de las fuerzassociales revolucionarias. En nuestros días, un volu­men de extractos cuidadosamente elegidos de susobra 3 --cuya tendencia se indica por la interpolaciónen el texto de pasajes de Péguy y por una cita de De

3. Proudhon: el Robinsón Crusoedel socialismo

«Un hombre de paradojas», se llamaba a sí mismoProudhon en una de sus primerísimas y notablescartas, con ese tono desafiante y retador que es carac­terístico de su personalidad y de su estilo. No eraninguna fanfarronería. Este hombre es el que procla­ma al mismo tiempo que «Dios es el mal» y «el cris­tianismo no tiene ninguna ética y no puede tenerla»,y que «el ateísmo es todavía menos lógico que la fe»y el catolicismo es «el único refugio de la moralidady el único faro para la conciencia». Es el mismohombre el que declara a la vez que vota contra laconstitución de 1848 no porque sea una constituciónbuena o mala, sino porque es una constitución, y elque aplaude los acuerdos del congreso de Viena de1814-15 como «el punto de partida efectivo de laera constitucional en Europa». Es el mismo hombre el

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Proudbon: e! Robinsón erusoe de! socialismo 45

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Gaulle en la portadilla- pide «un retomo a Proud­hom> como antídoto contra el veneno de capitalismo,democracia con socialismo, y como símbolo de unanueva vuelta a la religión. Entretanto, un ingeniosoprofesor americano, usando mucho de los mismostextos y siguiendo la sugerencia de un elogio que deProudhon apareció en la prensa colaboracionistafrancesa bajo la ocupación alemana, le retrata conhabilidad y verosimilitud como el primer precursordel hitlerismo 4. Con más criterio que cualquiera deestos autores, Mil. Amoudruz ha publicado una mono­grafía 5 que, aunque formalmente limitada a las opi­niones de Proudhon sobre asuntos internacionales,también se ocupa de los fundamentos más generalesde todo su credo político.

El elemento de incoherencia de Proudhon derivaen buena medida de su propio carácter. Proudhontenía pasión por la contradicción, y se contradijo a símismo casi de tan buena gana como contradijo a losdemás. Algunas veces, sobre todo en sus cartas, seadivina al amigo de las bromas pesadas. Cuando justi­fica su hostilidad hacia el Norte en la guerra civilamericana por su antipatía hacia los dlamados Esta­dos liberales y democráticos», puede ser, en granparte, sincero (aunque no era esa la razón funda­mental de su actitud); pero cuando añade «Me horro­riza la libertad», está palmariamente confundiendo asu corresponsal y a sí mismo. Pero había en Proud­hon una contradicción profunda y no resuelta entrelas opiniones revolucionarias -que expresaban, en

, J. Selwyn SCHAPIRO: "Pierre Joseph Proudhon, Har­binger 01 Fascism» (American Historical Review, vol. L,núm. 4, julio 1945).

, Madeleine AMOUDRUZ: Proudhon et ¡'Europe.

parte, en cualquier caso, su resentimiento frente auna vida llena de estrecheces, muy pobre y perse­guida- y la pasión del campesino autodidacta por larespetabilidad burguesa. Podía rechazar en teoría la. . , ,Iglesla. y el Estado, la autoridad y la propiedad; perocualqUler cosa que afectara a la santidad de la familiadespertaba su furia instintiva. Fue eso lo que lecondujo a su última y más grotesca autocontradicción.El.hombre que había comenzado su canera (y conse­gUldo un nombre) declarando que la propiedad es unrobo, acabó por denunciar un impuesto sobre laherencia con el argumento de que destruía la familia altransferir su propiedad al Estado.

El problema de la influencia de la doctrina hege­liana de la tesis y la antítesis sobre la formación delpensamiento de Proudhon ha sido frecuentementeexaminado. Ningún pensador de la época pudo esca­par de Hegel; y Herzen cuenta la divertida anécdotade cómo Bakunin explicó a Proudhon durante todauna noche, junto a los rescoldos de un fuego mori­bundo, los misterios de la dialéctica hegeliana. Proud­han escribió también una obra larga y complicadaintitulada Systeme des contradictions économiouesou phi~os~P.hie de la,m~sere, e~ la que probaba 'quelos pnnClplOS economlCOS mas justos tenían lasconsecuencias más perjudiciales, aunque todos con­ducían en última instancia a la igualdad. PeroMarx, que rcdactó una airada réplica titulada LaMisere de la philosophie, tenía probablemente razónal decir que Proudhon nunca había entendido aHegel. Un conocimiento superficial de la dialécticaproporcionó un barniz respetable a la pasión deProudhon por la paradoja; pero eso fue todo.

Hay, sin embargo, otro elemento en la autocon­tradicción de Proudhon que se echa de menos en

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aquellos de sus editores y críticos -por desgracia, lamayoría- que omiten el situarle e~ la circunstanc~arápidamente cambiante de este penado. «Descon.flOde un autor que pretende ser conse.cu~x:te co~slgo

mismo después de un intervalo de ,:elx:tlcm~o anos»,escribió Proudhon; y el alegato es mdlscutlblementeválido para la generación (la vida de P roudhon va de1809 a- 1865) cuya carrera quedó partida en d?s porla histórica zanja divisoria de 1848 .. Sus pnmer?sy fecundos años de escritor trans.curn~ron en me~lOdel generoso entusiasmo revol'!clOnano ~e los anoscuarenta; un período fértil en Ideas ~a~ sImples, tannobles y tan utópicas que p~rece dlúol t?m~rlas enserio hoy, pero que fueron, sm embargo, slmlent~ decasi todo el pensamiento político del. resto del Siglo.Todo lo que hay de radical y subversIvo en el pensa­miento de Proudhon brota de ese suelo. «Destruamet Aedificabo» fue el lema que antepuso a una ?e susobras juveniles y que hu~iera sid? representatlvo desu actitud en ese tiempo SI se hubiera contentado condefender como Bakunin, que da pasión por la des­trucción ~s también una pasión creadora».

Para los visionarios de los años cu~renta, 18.48fue una amarga desilusión. El gra:: ca.!,achsmo que Ibaa completar la obra de la Revol.uclOn hancesa} anun­ciar la edad de la igualdad sOClal ~ laJ~atermdad delhombre había terminado, en la mIsmlSlma capItal de

I la revolución con las descargas de Cavaignac so­bre los trab~jadores, entre la aprobación de unaburguesía satisfecha de sí misma y de sus asam­ble;s representativas. Se había abierto la grieta ent~ela clase media y los trabajadores, entre la demo~raClaburguesa y la "democracia socia!», a~ias el comumsmo:Esta fue la lección y la consecuenCla de 1848. ~arxdedujo la conclusión necesaria e inventó las doctrlnas

de la «dictadura del proletariado» y la «revoluciónpermanente». El proletariado debería tomar ahora losasuntos en sus propias manos y llevar hasta el finalla revolución que la burguesía no había llegado aconsumar. A partir de ese momento, la burguesía pasóa ser el blanco de los peores insultos de los revolu­cionarios. La revuelta contra la democracia burguesa,debida a las desilusiones de 1848 y posteriores, deter­minó también la predisposición antipolítica del movi­miento sindicalista francés cincuenta años más tarde.

La reacción contra 1848, cortando el idealismoutópico de sus años juveniles, guió el rumbo auto­frustrante de todo el pensamiento posterior de Proud­han. Como Marx, se revolvió violentamente contra lademocracia burguesa y persiguió a sus dirigentes enel exilio -Louis Elanc, Ledru-Rollin y los demás­con algunas de sus humoradas más venenosas. «LaDemocracia -escribe en La Solution du problemesocial-· compone su clase dirigente (son patriciat) demediocridades». Pueden llenarse páginas enteras conargumentos -o puras injurias- de sus últimos escri­tos contra el sufragio universal, «el medio más segu­ro de engañar al pueblo». En un extracto de Les Con­fessions d'un révolutionnaire resuena precisamente lafamiliar tesis marxista:

¿Cómo puede el sufragio universal revelar el pensamiento,el pensamiento real, del pueblo cuando el pueblo está divi­dido por la desigualdad de las fortunas en clases subordinadasunas a otras, votando o por servidumbre o por odio; o cuandoese mismo pueblo, sometido mediante prohibiciones por laautoridad, es incapaz, a pesar de su soberanía, de expresar susideas o cualquier otra cosa; y cuando el ejercicio de susderechos se limita a elegir, cada tres o cuatro años, a susjefes y sus impostores?

Pero Marx tenía, después de todo, razón al cali­ficar a Proudhon de pequeño burgués; Proudhon

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sentía todo e! miedo y el desprecio del pequeño bur­gués por el proletariado (una notable anticipación delfundamento ideológico del nacional-socialismo). Reco­giendo la fórmula de Saint-Simon de «la clase másnumerosa y más pobre», declaró que esa clase es,«precisamente por el hecho de su pobreza, la másdesagradecida, la más envidiosa, la más inmoral yla más cobarde»; y hasta llegó a decir que «la estu­pidez de! proletariado, que se contenta con trabajar,pasar hambre y servir, permite que sus príncipescrezcan gordos y magníficos».

Para Proudhon, por lo tanto, no había salidadespués de 1848 -como lo hubo para Marx- hacíala ideología del proletariado como portador de la ferevolucionaria. Proudhon se convirtió en un revolu­cionario sin partido, sin clase, sin credo: e! «Robin­són Crusoe de! socialismü», como le denominó Trots­ki; y tal posición se avenía -e intensificaba­con e! individualismo indócil de su temperamento.Las analogías más significativas que pueden encon­trarse para su evolución son los revolucionarios rusosBakunin y Herzen. Varias curiosas cartas a Herzenaparecen en la correspondencia de Proudhon de losaños cincuenta. Como Proudhon, Herzen había perdi­do la fe en la democracia occidental, sin adquirir lafe en e! proletariado; después de 1855 Herzen tratóde fundar sus esperanzas -por poco tiempo, cierta­mente- en las aspiraciones liberales del joven zarAlejandro n. Mientras tanto, Bakunin había escritodesde una prisión rusa sus famosas Confesiones aNicolás I; y en Siberia había tanteado las posibilida­des de un despotismo ilustrado en la persona de!gobernador general, Muráviev. Difícilmente puedeser m0racoincidcncia que Proudhon siguiera el mismocamino. Sus contactos con los legitimistas permiten

fácilmeni:e una explicación inocente, que se da prolija­mente en una de las cartas a Rolland publicadasrecientemente. Pero su acogida entusiasta del coupd'état del 2 de diciembre de 1851 como la encarna­ción de la revolución social, su llamada a todos losrepublicanos y socialistas para alistarse tras la bande­ra de! príncipe-presidente y sus coqueteos subsiguien­tes con e! Segundo Imperio -alternados, según mane­ra usual de Proudhon, con períodos de vituperación­no puede despacharse tan fácilmente., Esos románti­cos políticos de los años 1840, alimeritados de visio­nes de un mundo mejor para e! futuro pero desilusio­nados después de 1848 tanto acerca de los mediosde alcanzar ese mundo mejor como respecto a losseres humanos que lo habitarían, se desviaron poralgunos extraños caminos con la intención de recu­perar su antiguo ideal.

Tales fueron las condiciones en las que Proudhonllegó a ser el fundador de la doctrina política delanarquismo, si es que algo tan incoado como e! anar­quismo --que no es un programa, se ha dicho perspi­cazmente, sino una crítica de la sociedad- puedellegar a constituir una doctrina, y si es que cabe pensarque un radical tan iconoclasta como Proudhon puedehaber fundado algo. En la teoría anarquista Proudhontenía a \X1i1liam Godwin por antecesor; en la laborpropagandista estaba precedido por Wilhelm Weit­ling, el sastre vagabundo de Magdeburgo que, aunquesólo unos pocos años más viejo que Proudhon, comen­zó su carrera misionera en una edad más temprana.Pero fue Proudhon el primero que dio al anarquismosu lugar y su influencia en e! pensamiento delsiglo XIX; pues Bakunin, que podía colocarse a sulado como cofundador, le concedió galantemente laprioridad. Proudhon y Bakunin parecen haber creído

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en la revolucíón como un bien en sí mismo (aunqueProudhon, como es usual, denunciara algunas vecesincluso a la revolucíón), pero consideraron innecesa­rio dar, quizá porque se sentían incapaces de ello, unadefinición positiva de su objetivo. A este respecto elsucesor que estuvo más próximo a ellos es el sindica­lista Sorel, quien sostuvo que la tarea de la doctrinaes proporcionar un mito, verdadero o no, capaz de ins­pirar y estimular las fuerzas de la revolución.

Sin embargo, a pesar de todo lo que ha sido dicho-y dicho con justicia- acerca de las contradiccio­nes de Proudhon y del talante de frustración y desilu­sión en que su enseñanza estaba enraizada, la granimpresión que produjo en sus contemporáneos y en laposteridad testimonia la vitalidad y la sinceridad desu pensamiento. Dio a los pensadores políticos delsiglo XIX y a los confeccionadores de programas polí­ticos algo que necesitaban y que devoraron voraz­mente. Más allá de los vaivenes de sus escritos haydos ideas fijas alrededor de las cuales Proudhon gravi­ta y a las que vuelve muchas veces con su tenacidadacostumbrada y con una constancia poco usual. Sonsu rechazo del Estado y del poder político, como prin­cipios del mal, y su defensa del dederalismo» (sea10 que fuere lo que de manera precisa esto puedasignificar) como forma de organización comunitariade los grupos sociales y nacionales.

La concepción del poder político como un malnecesario derivado de la naturaleza pecaminosa delhombre está arraigada en la tradición cristiana; y lacreencia en una era de felicidad primitiva previa ala formación del Estado es común, entre otros pensa­dores, a Rousseau y Engels. Pero el anarquismo delsiglo XIX, que recibió su primera forma y contenidode Proudhon, no es una mera visión de una edad de

oro en el pasado o en el futuro. Es un credo derebelión activa contra el Estado, al que trara dedestruir, si es necesario por la fuerza. Proudhoncon:i~nza en 1847 pidiendo <<la república, anarquíaposltlva»; y en los últimos años de su vida define laanarquía más concretamente como:

Una forma de gobierno o constitución ene la que la con­ciencia pública y privada, formada por el desarrollo de laCIenCia y el derecho, se basta a sí misma para m!lntener elorden y garantizar todas las libertades, y donde, consecuente­mente, !os principios .~e autoridad, instituciones policiacas,los .medlOs de preveneClOn y represión, burocracia, impuestos,etcetera, se teducen a su expresión más simple. .

Entre estas fechas, en las páginas de Proudhonpululan las denuncias del Estado. Es <<la mordazaconstitucional del pueblo, la alienación legal de suspensamientos y sus iniciativas». Es «esa existenciaficticia, sin inteligencia, sin pasión, sin moralidad, ala que llamamos Estado»; y «cualquiera que pone lasman~s sobre mí para gobernarme es un usurpador yun tlranü». Proudhon rechaza también «esa teoríafatal de la competencia del Estado».

¿Pero qué ha de instalarse en el vacío así creado?Proudhon tiene dos respuestas para esa pregunta. Laprimera se deriva de una inspiración fecunda del geniooriginal de Saint-Simon. Saint-Simon no fue un anar­quista sino -para usar una pieza anacrónica de jer­ga- un tecnócrata, que creía que los «industriels»,(esto es, todos los interesados en el proceso de produc­ción y distribución) estabm1 destinados a controlarel Estado, que el poder político podía ser sus tituidopor el poder económico y el «gobierno» por la «admi­nistración». Según una frase, formulada al parecer nopor el mismo Saint-Simon sino por sus discípulos, elEstado llegaría a ser <<una asociación de trabajadores».

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Esta intuición, como el plan surrealista de AugusteCompte para la administración del «planeta humano»por 14.000 banqueros, parecía presagiar la elimina­ción final del Estado; y tuvo la fortuna de ser adop­tada tanto por Proudhon como por Ertgels, tanto porlos sindicalistas como por los bolcheviques. Proudhontrató de dar forma a ese tentador proyecto bosque­jando el esquema de un banco de crédito gratuitobasado en el principio del «mutualismo»; pero ni suscontemporáneos ni la posteridad se han ocupado seria­mente del proyecto. Baste con anotar en pro de laoriginalidad de Proudhon este nuevo título de seruno de los primeros reformadores financieros estra­falarios.

La segunda respuesta de Proudhon, dada en laúltima obra publicada durante su vida, a la que llamóDu principe fédérateur et de la nécessité de reconsti­tuer le parti de la Révolution, es que la soberaníadescansa en «la commune» (el municipio), la unidadlocal que tiene para Proudhon una base tan naturalcomo la familia. Esta unidad podría gobernarse a símisma, establecer sus propios impuestos y hasta quizálegislar. Si Thomson, en su libro sobre la Democracyin France, tiene razón al describir el ideal político fran­cés como «extendiéndose desde un extremo individua­lismo equivalente al anarquismo hasta un respeto porlas comunidades humanas pequeñas y vivas que noson sino el individuo en sentido amplio», entoncesProudhon fue la verdadera encarnación del idealfrancés.

La comuna de París de 1871 reflejó las ideas yla terminología de Pwudhon; y los anarquistas conti­nuaron sosteniendo la tradición de la pequeña comu­nid¡¡d. Bakunin piensa en términos de la comunidadcampesina rusa; Kwpotkin, de la comunidad aldeana

de la Edad Media. El anarquismo se convirtió así enuna protesta contra la civilización de masas de laedad industrial. Su fuerza radicó en los pequeños arte­sanos de los países en que la industria en gran escalano había hecho aún importantes irrupciones; en Italia,en Francia, y sobre todo, en España. En la PrimeraInternacional los delegados de las naciones latinaseran proudhonianos o bakuninistas, y un~ constantemolestia para Marx. Marx y los marxistas tuvieron,en conjunto, razón al aplicar al anarquismo y al <<anar­cosindicalismo» la etiqueta, para ellos de~preciativa,

de «pequeños burgueses».Si el municipio soporta el peso de la protesta de

Proudhon contra el Estado centralizado, abre tambiénel camino a otro de sus principios: el fdderalismo.Proudhon predijo que el siglo xx sería la edad delas federaciones. Mas el significado que daba a esetérmino resulta algo muy vago. Bakunin veía en una«federación libre de municipios» la única forma legí­tima de organización política. Proudhon, con suinconsecuencia habitual, tomó los Estados existentescomo punto de partida y enfocó el problema desdeel ángulo de la política internacional. Deseaba la fede­ración como base de las relaciones entre los Estados;pero también percibió que una de las dificultades erala desigualdad entre los Estados y pensó que éstapodía ser superada mediante la aplicación de los prin­cipios federales, es decir, mediante una «distribu­ción interior de soberanía y gobierno». El federalismo,en ambos sentidos, era «el alfa y el omega de mipolítica».

Aquí es preciso decir algo sobre el debatidoproblema de la actitud de Proudhon acerca de la nacio­nalidad y el nacionalismo. En sus años de juventudestuvo influido por el patriotismo apasionado de

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Michelet; pero, a continuación, reaccionó vigorosa­mente contra el hombre y contra su obra, y denuncióla defensa tan de moda de la autodeterminación yde los derechos de las naciones a la unidad y a laindependencia. «Esos que hablan tanto de restablecerla unidad nacional-escribió con bastante previsión­sienten poca inclinación por las libertades individua­les». En la guerra civil americana apoyó con entu­siasmo al Sur contra el Norte porque los sudistaseran federalistas que trataban de romper una uniónartificial. Proudhon fue el único pensador avanzadode su época que se opuso encarnizadamente a la libe­ración de Polonia y a la unificación de Italia. Poloniaha sido siempre da más corrompida de las aristocra­cias y el más indisciplinado de los Estados»; lo quenecesita es <<una revolución radical que abolirá, conlos grandes Estados, todas las distinciones de nacio­nalidad, que no tendrán de aquí en adelante funda­mentü». En cuanto a <<la emancipación de Italia porlos Cavour, los Víctor-Manuel, los Bonaparte, lossaint-simonianos, los judíos, los Garibaldi y losMazzini» (un característico muestrario proudhonianode anatemas) no es sino «una repugnante mistifica­cióil». Escribiendo en 1861, Proudhon rompe unalanza con Herzen sobre el tema:

¿Supone usted que es por egoísmo francés, odio a lalibertad o desdén hacia los polacos y los italianos por lo quedesprecio y desconfío de ese lugar común de la nacionalidadque está dando tantas vueltas y haciendo que tantos brihonesy tantos homhres honrados hablen con tan poco sentido? Poramor. del cielo, mi querido Campana (el nombre del periódicode Herzen), no sea tan quisquilloso. De esa forma estaréobligado a decir de usted lo que dije hace seis meses de suamigo Garibaldi: gran corazón pero ninguna cabeza... No noshabléis de esas reconstrucciones de nacionalidades que son,

en el fondo, pura regresión y, en su forma actual, un jugueteutllIzado por un grupo de IntrIgantes para desviar la atenciónde la revolución,. social.

Sin embargo, no era fácil refutar la acusación de«egoísmo francés» que Herzen había dirigido eviden­temente contra él. La aplicación por Proudhon desus principios -si no los principios mismos- essiempre caprichosa; y sus aplicaciones del principiofederal no están fuera de sospechas. Proudhon tuvotanto patriotismo local como la mayoría de los france­ses: al final de su vida le gustaba recordar, y darcuenta al mundo, que era natural del Franco-condado.Sin embargo, no se le ocurrió sugerir que la soberaníafrancesa fuera distribuida en nombre de! federalismo.Al contrario, Proudhon algunas veces ofendió a losextranjeros -incluyendo a sus huéspedes belgasdurante el período de exilio en Bruse!as- por hablardemasiado libremente de las ventajas de la federaciónentre Francia y sus vecinos más pequeños. Su deseode impedir la unidad de Italia y promover la fede­ración de Austria-Hungría encajaba demasiado cómo­damente con los intereses y prejuicios nacionales fran­ceses como para no inspirar desconfianza acerca de laobjetividad de sus razonamientos.

El caso de Polonia es menos claro. Sería injustodudar de la sinceridad de la convicción de Proudhonde que una Polonia independiente sería un bastiónde oposición a la revolución sodal. «Polonia nuncaha tenido nada que ofrecer al mundo excepto sucatolicismo y su aristocracia». Difícilmente pudoprever el futuro papel de Rusia como aliado de Fran­cia, pues murió sin haber llegado a darse cuenta dela amenazante perspectiva de la unidad alemana. Perosintió ilógicamente una persistente simpatía porRusia, que puede quizás explicarse por su inclinación

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temperamental hacia las aristocracias o por su abo­rrecimiento del liberalismo democrático.

Sea corno fuere, y hasta si uno descarta corno unaaberración pasajera o despacha corno confusión depensamiento su panegírico de la guerra en La guerreel la paix, un desconcertante rasgo de nacionalismofrancés se introduce constantemente en el camino delfederalismo de Proudhon. A pesar de ser enemigo delEstado, a pesar de que sus lealtades debieran haberselimitado en teoria a los límites de su Franco-condadonatal, Proudhon fue un buen patriota francés. Fueuno de los primeros socialistas en ilustrar en su propiapersona la imposibilidad, al menos en la Europa Occi­dental, de un socialismo consecuentemente internacio­nalista. Marx se lamentó constantemente de los prejui­cios nacionales de los sindicalistas ingleses y de losproudhonianos franceses de la Primera Internacional;y en Alemania Lassalle había establecido ya los funda­mentos de un socialismo nacional alemán. «Toda mife, toda mi esperanza, toda mi vida -escribió Proud­hon- son la libertad v la Patrie»; y su himno dealabanza dirigido a «1a patrie, patrie fran~aise, patriede la liberté», que no puede exponerse a la pruebade la traducción, sirve para explicar por qué Proud­hon ha tenido admiradores tanto en la extrema dere­cha francesa corno en la extrema izquierda.

Commence ta nouvelle vie, 6 la premiere des ímmortelles;montre~toí dans ta beauté, Vénus Uranie; répands tesparhms, fleur de l'humanité!

Et l'humanité será rajeunie, et son unité sera crée partoí: cal' l'unité du genre humain, c'est l'unité de ma patrie,comme l'esprit du gente humain n'est que I'esprit de mapatrie.

Da que pensar que esas palabras fueran escritaspara celebrar el golpe de Estado de Luis Napoleón,que terminó con la Segunda República.

Es tan difícil valorar la influencia de Proudhoncomo definir el contenido de su pensamiento. Derra­mó ideas en un torrente incesante; muchas fueronoriginales, otras disparatadas, unas pocas brillante­mente insinuadas. Aunque tuvo discípulos, no puededecirse que fundara una escuela; pues el anarquismoes, en frase de Burke, «1a disidencia del disidente» yrecalcitrante, por su propia naturaleza, a la idea deuna escuela. Bakunin cometió la inconsecuencia super­ficial de combinar la doctrina anarquista con la fecun­da idea de un partido conspirador, muy organizado ydisciplinado desde arriba; y desde ese momento, anar­quismo v terrorismo se asociaron en la concienciapública. Esta combinación era quizá defendible entanto qu e los blancos del ataque fueron los agentesdel odiado Estado. Pero, después, los anarquistas enla guerra civil española dieron pruebas de ser tanimplacables como los otros partidos en su negaciónde libertad a las opiniones políticas distintas de laspropias, y tan seguros de su derecho y su deber deeliminar a los oponentes con la navaja o la pistola.Como señaló Dostoievski, el final de la libertad ili­mitada es el despotismo ilimitado.

Sin embargo, no fueron tanto sus contradiccio­nes internas como el desarrollo social e industrial delperíodo lo que condenó al anarquismo a la esterili­dad. El anarquismo decimonónico fue una filosofíade intelectuales aislados o de pequeños grupos campe­sinos o artesanos, no de las masas industriales. En elmejor de los casos, fue una protesta noble v saludablecontra las tendencias centralizadoras y uniformadorasde la cívilización de masas, con su progresiva inva-

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60 Capítulo 3 4. Herzen; un revolucionario intelectual

sión de la libertad individual y de los comportami;l:­tos singulares. En el peor, fue una búsqueda ,fut¡]y a la ventura de remedios desesperado.s contra smto­mas que no logró ni diagnosticar m. comprender.Ambos elementos -la nobleza y la futlhdad- estu­vieron presentes en la actuación y el pensamiento deProudhon. En la historia de las ideas, como en supropia vida, Proudhon p~rmanec~ .c~mo una figurasolitaria como un excéntrlco. Su VlSlOn de un mundode indi;iduos con pretensiones de independencia yautoafirmación esforzándose cada uno en perfectalibertad por re~1ízat su propia concepci.ón ~~ la )~sti­cia, pertenece a una edad que se extmgulO raplda­mente y para siempre. Los grandes batallones de larevolución industrial estuvieron del lado de Marx.

Alejandro Herzen llama la atención en muchosaspectos. No es una de las figuras importantes dela literatura mundial, sino más exactamente una desta­cada figura de segundo orden, un miembro de esaescogida compañía de escritores de memorias y diariosque continúan siendo leídos mucho tiempo despuésde su propia época. Su autobiografía y la abundantecorrespondencia que ha llegado hasta nosotros le reve­la como un componente ligeramente inadaptado ydiscordante de esa generación de románticos decimo­nónicos que adoró en el santuario de George Sand.Pero su mayor título de gloria será el de publicistaen sentido amplio, el de figura relevante en el desarro­llo del pensamiento político ruso y europeo, el deeslabón entre la Europa occidental y la revoluciónrusa. Aunque anunció mucho de lo que después suce­dería, Herzen fue esencialmente un pensador delsiglo XIX. Nacido en Moscú en el año de la invasiónde Rusia por Napoleón 1, murió en París en el año

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62 Capítulo 4 Herzen: un revolucionario intelectual 63

de la caída de Napoleón III. La línea divisoria ensu vida fue el año 1847, cuando abandonó Rusia consu familia para no retomar jamás. La línea divisoriaen su pensamiento, como para muchos de sus contem­poráneos, fue e! año de la revolución, en 1848.

Herzen era hijo ilegítimo de un aristócrata rusoy una burguesa alemana, aunque su crianza fue .másconvencional de lo que el desnudo relato de su ongensugiere. De su madre pudo adquirir su comprensióndel pensamiento e idioma occidentales. Resulta e! másoccidental V en muchos aspectos, a pesar de su execra­ción de la- burguesía occidental, el más burgués delos escritores rusos distinguidos. Su origen paternole convirtió en el primero y más destacado represen­tante de la clase conocida en la historia revolucionariarusa como <<nobleza con mala conciencia». Herzentenía trece años cuando se produjo la llamada «conspi­ración decembrista», e! primer capítulo de la largahistoria de los movimientos revolucionarios de laRusia de! siglo XIX. La revuelta de un puñado deoficiales y pequeños terratenientes fue aplastada sindificultad, y cinco de los cabecillas fueron ejecutados.

, Herzen cuenta cómo cuando la noticia de la ejecuciónllegó a Moscú juró con su amigo Nich Ogariov, dosaños más joven que él, dedicar su vida a la causa porla que los decembristas habían sucu~bido_ ~unca unjuramento hecho por muchachos ha sldo tan fle!mentecumplido.

El padre de Alejandro Herzen, como muchosaHstócratas rusos de su tiempo, era un buen «volte­riano», un racionalis ta a la manera de! siglo XVIII

francés. Alejandro conservó durante su vida el sellode esa fuerte influencia paterna. Continuó creyéndo­se racionalista, y hasta cínico; y la creencia era total­mente sincera. Pero ese estrato quedó cubierto en

él por una vena, característica del siglo XIX, de roman­tICIsmo sentImental, tanto personal como político.Esa doble actitud le dio un carácter complejo. Fue1l1capaz de ese entusiasmo sincero que surgía tan natu­ral y fácilmente en su amigo Ogariov o en Bakunin.Era capaz -~unque nunca lo recono~ió completamen­te- de un 1l1genuo romanticismo político. Pero elacceso a él se impuso siempre por desilusión ante larealidad cotidiana; y en Herzen la desilusión general­mente fue más fuerte que la fe. La historia de su evo­l~ción puede ser entendida como una serie de desilu­SlOnes.

La primera de esas desilusiones fue con la Rusiade NicoI:ís I. Cuando Herzen entró en la universidadde Moscú en 1829 la represión lúgubre y férrea delrégimen de Nicolás 1 estaba en su momento culmi­nante, y la universidad era uno de los pocos lugaresdonde los jóvenes fogosos e inteligentes podían toda­ví~ encontr.ar una ocasión para entregarse a pensa­mlentos pehgrosos. Los círculos avanzados de los estu­diantes se alineaban en dos grupos: los que recibíansu alimento revolucionario de la metafísica alemanay de la enseñanza de Hegel, y los que seguían a lospensadores políticos franceses, desde Rousseau hastalos socialistas utópicos. Herzen, aunque más tardeacuñó el famoso aforismo que define a Hegel como~l «álgebra.de la reyolución», nunca fue un buen hege­hano. Las 1l1f1uenclas políticas que le moldearon fue­ron predominantemente francesas: fue hijo políticode las ideas de 1789.

Esas ideas hicieron del joven Herzen un radicalp.~lítico ,n;lás que ,U? reforma~or social. Fue la opre­SlOn polrtlc~ del reglmen de Nlcolás 1, no las desigual­d~;Jes del ~lst~ma económico y social, 10 que le conmo­VIO, le deslluslonó y le llevó a idealizar las institucio-

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nes liberales de Occidente. Desde Moscú no era tandifícil ver en la monarquía burguesa de Luis Felipeun modelo de democracia y libertad. La desilusión deHerzen con su tierra natal se completó cuando la poli­cía zarista detuvo al grupo de estudiantes preocupa­dos por la política del que él era miembro y los expul­só de la Universidad y de Moscú. Pasó los tres añossiguientes en la ciudad provinciana de Vladimir. Fuedurante ese tiempo cuando se casó con su prima her­mana Natalia, hija ilegítima de uno de los hermanosde su padre.

Por influencia de su padre, Alejandro fue final­mente perdonado por las autoridades y obtuvo unpuesto en el Ministerio del Interior. Pero sus simpa­tías políticas y libertad de expresión provocaron denuevo su ruina. En 1841 se le destituyó de su puestoy se le exiló de la capital por un año, esta vez aNovgorod. Tal experiencia significó la ruptura totalde Herzen con la realidad rusa. En 1846 la muertede su padre le hizo dueño de una gran fortuna. Enenero de 1847 reunió a su esposa, sus tres hijos, sumadre y varias niñeras, criados y subordinados -ungrupo de trece personas en total- y abandonó Moscú,camino de París.

Viajó tan rápidamente como dos coches de posta,llevando trece personas, podían hacerlo, y llegó aParís a mediados de marzo, después de siete semanasde viaje. El espíritu de 1789 vivía en el París de LuisFelipe. París era entonces e! hogar de la revolucióny la Meca de los pensadores políticos avanzados detoda Europa; jugaba el mismo pape! que Moscúdesempeñaría en los años 1920 y 1930 para los inte­lectuales de Europa Occidental. Herzen ha dejadoen sus memorias un relato de sus emociones cuandopisó por primera vez en ese suelo sagrado.

Estábamos acostumbrados a relacionar la palabra· Paríscon recuerdos de los grandes acontecimientos, las grandesmasas, los grandes hombres de 1789 a 1793, recuerdos deuna lucha colosal por una Idea, por los derechos, por la digni­dad hu~ana ... El nombre de París estaba íntimamente ligado~ los ,mas nobles entusIasmos de la humanidad contemporánea.Entre con ;'everencla, como los hombres acostumbran a entraren Jerusalen y Roma.

. Fue el primero y no e! último entusiasmo produ­Cldo en la carrera de Herzen por el rechazo de unarealidad repelente.

No tardó Herzen muchas semanas en desilusionar­se de la monarquía burguesa. En lugar de ardor revo­lUClonario y pasión por la libertad, encontró sólo <<unacreencia vieja de diecisiete años de un desnudo egoís­mo, ~e culto TSucio de la g~nancia y la tranquilidadmatenales». J: a antes de sahr de Rusia había descritoel «mercantilismo e industrialismo» de Europa occi­dental como «un producto sifilítico que afecta a lasangre y a los huesos de la sociedad». Existía un abier­t? antagonismo entre las tradiciones amplias de lavIda rusa, tal como la vivía la clase media acomo­dada, y las costum?re~ mezquinas, comerciales y egoís­tas de la burguesIa lIberal; y ese antagonismo cortóde través la clara imagen que Herzen había traídocon él de la libertad occidental como antítesis del des­potismo ruso. Fue en ese momento de su primer con­tacto con el Occidente cuando Herzen concibió elaborrecimiento y el desprecio por la democraciaburguesa que jugaría un papel tan capital, no sólo ensu. propIO desarrollo, sino también en e! del pensa­mIento revolucionario ruso.

. Pero fue la revolución de 1848 la que finalmentedIO. forma al rumbo político de Herzen. Estaba enItaha cuando la revolución comenzó; y la desesperan­za de los doce meses anteriores cedió su lugar a un

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efímero entusiasmo. Sin embargo, cuando regresó aParís a primeros de mayo, los laureles de la revolu­ción estaban ya manchados. El 15 de mayo una man­festación de trabajadores frente al AyuntamIento .fuedispersada y sus dirigentes, entre ellos Blanqm yBarbés, detenidos. «Francia -comen~ó Herzer; amar­gamente- está ya pidiendo la esclavItud; la hbertades una carga molesta». Fue el primer obse~v.ador endiagnosticar esa extraña enfermedad polItlca queErich Fromm ha analizado bajo el título El Ir:zedr¡a la libertad y descrito como el fundamento p.s~colo­gico del fascismo. Es significati.vo que ~a naClOn d.ela que Herzen hiciera e! diagnóstICo estUVIera en camI­no de la que puede llamarse la primera dictadurafascista: e! imperIO de Napoleón III. ,

El 23 de junio se produjeron desórdenes"en ~ans.La Asamblea proclamó la ley marcial .Y .I.JavaIgn.acaplastó a los trabajadores. Tales aconteC1mIent~s dIe­ron origen al pasaje más famoso de las memorIas deHerzen:

En el atardecer del 26 de junio, después de la victoriasobre París, escuchamos descargas regulares cada pocotiempo... Nos mlrábarnos los unos a los ?tros; ~nuestras car,asestaban pálidas ... "Son los pelotones d; e¡.ecuclOn», nos deCla­mas, alejándonos unos ?e otr?s. Pegue m~ frente a la venta.n~y permanecí en sil~nclO: mInutos semejantes merecen diezaños de odio, una vIda entera de venganza.

El año 1848 fue la línea divisoria de más cosasque la vida y e! pensamiento de Herzen. Fue e!momento en que la burguesía, habien~o logra~o loque deseaba en alianza con el pr?letanado naC1~nte,se volvió con temor contra sus ahados y se paso de!lado revolucionario de las barricadas al conservador.La misma historia se repetiría, aunque con un finaldiferente, en la Revolución de Febrero de 1917.

Tal crisis fue e! momento crucial de la última grandesilusión política de Herzen y de su último granacto de fe. Después de 1848 abandonó totalmentesu creencia en las instituciones políticas de Occidente.Las libertades democráticas eran una ficción, el sufra­gio universal un ardid para engañar y engatusar a lasmasas. La sociedad occidental estaba podrida hastala raíz. «La última palabra de la civilización -escri­bió a Mazzini- es revolucióm>. Así Herzen, despuésde 1848, siguió la misma senda que Marx, Proudhony Bakunin. Los cuatro adoptaron la misma actitudfrente a la democracia burguesa; ninguno tuvo pala­bras para ella que no fueran de aborrecimiento odesprecio.

¿Pero qué iba a llenar ese vacío? Herzen, proce­dente de un país donde la industria apenas existía,no podía refugiarse, como Marx, en una fe autóno­ma y optimista en el proletariado. Por otra parte, erademasiado racional y demasiado crítico, demasiadoordenado y demasiado sensible, para recorrer la sendaanarquista, como Proudhon y Bakunin. No pudoencontrar, por lo tanto, ninguna esperanza positiva, yse abandonó a un estado de ánimo de sincera, aunqueun tanto melodramática, desesperación acerca de lacivilización. Volvió a descubrir que los hombres nodesean realmente la libertad, y escribió un comen­tario mordaz de la frase de Rousseau «el hombre hanacido para ser libre -y está por todas partesencadenado»:

¿Qué diría usted de un hombre que tristemente movierala cabeza y observara: <<los peces han nacido para volar, ysin embargo nadan eternamente»?

Fueron los años de más amarga y profunda desilu­sión de Herzen. Coincidieron con los de su gran trage-

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dia personal -la infidelidad de su esposa, la rey,ertacon Herwegh, la muerte de su esposa-, penod?de conmoción v tensión que terminó solo con su m1­gración a Ingl;terra el verano de 1852. ~ero H~rzen,aunque capaz de alimentar una melancoha romantlca,necesitaba también una fe romántica en el futuro. Enuna intuición que un siglo más ta.rde tie:1~ un acentoprofético, vio la antorcha de la Clv1hzaclOn transpor­tada por dos jóvenes naClOnes:

No creo que los destinos de la huma¡údad y 51;1 futuroestén fijados y enclavados en la Europa o~C1dental. SI Europano consigue rescatarse a sí mIsma medIant; una transfor­mación social otras naciones se transformaran. Hay algun~s

ya preparada; para esa transformación, Y otras que se ,esta~preparando. Una es conocida, los Estados Umdos de Amerlca,otra llena de vigor, y también llena de barbane, es menosy peor conocida.

Los pensamientos de Herzen se ?irigen a menudoen ese tiempo hacia los Estados Umdos.

Este pueblo joven y emprendedor,. ;nás activo que inte­ligente, está tan ocupado con la ordenaClOh mater~al d~ su Vidaque no conoce ninguna de nuestras torturantes l.nq;:uctudes.;,La raza robusta de los colonos ingleses se multlp}lca muchl;simo; y si llega a la cumbre, sus habitan~es se.ran, ne: dl~emás felices, pero sí más satisfechos. Su satlsfaccl~n sera maspobre más vulgar, más seca que la que fue sonada ~n losideale~ de la Eutopa romántica; pero no traerá consIgo. nIzar, ni centralización, ni quizá tampoco hambre. A. qUIenpueda desprenderse del viejo Adán europeo y convertirse ;nel nuevo Tonás, dejadle tomar el ?nm~r vapor para.; algunlugar de Wisconsin o Kansas. Estara mejor que en la Europadecadente.

Pero al final no fue América sino su propio paíshacia donde Herzen se volvió en busca de salvación.«Nunca había sentido tan claramente como ahora-escribe a sus amigos rusos en 1851~- cuán ruso

sov». Y, mirando hacia atrás muchos años después,re~uerda que <<la fe en Rusia me salvó cuando esta­ba al borde de la ruina moral». Esta creencia nuevaen Rusia no desplaza a la antigua en la revolución:se combina armoniosamente con ella. Rusia, comolos Estados Unidos, era una nación sin historia (todoslos eslavos, excepto los polacos, «pertenecen a lageografía más que a la historia»); y las naciones sinhistoria son potencialmente revolucionarias. Además,Rusia no es sólo revolucionaria, sino esencialmentesocialista. Las dos garantías de su futur¡l grandezason «su socialismo y su juventud». Herzen no seinquieta por el hecho que «1a revolución social seauna idea europea».

No se sigue de ello que únicamente las naciones occi~

dentales estén destinadas a realizarla. La cristiandad fue sólocrucificada en Jerusalén.

Encontramos aquí un extraño abíter díctum sobreel «comunismo», palabra con la que Marx había bauti­zado hacía poco la rama más sistemática y autoritariadel socialismo:

Pienso que hay una cierta base de verdad en el miedoque el gobierno ruso está comenzando a tener del comunismo:el comunismo es la autocracia rusa vuelta al revés.

Tal era la posición a la que Herzen había llegadocuando Nicolás 1 murió en 1855, en medio de laguerra de Crimea. En Rusia la coerción y represiónexistentes durante los treinta años de reinado de undéspota sin imaginación y burocrático pareció repen­tinamente relajarse. La primera tarea de Alejandro Irfue concluir una guerra desastrosa e impopular. Laderrota en la guerra frecuentemente engendra ambi­ciones de reforma. Esa fue la disposición de ánimo

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que prevaleció en Rusia durante lo~ p~imero,s ~ños de!nuevo reinado; y esa fue la dlSposlclon de amr;1o ;O~1la que Herzen acometió su nueva aventura perlOdlStl­ca en Londres. Aquellos que reprochan a Herzen-como le flÍe reprochado después- haber creído enla posibilidad de un zar reformador deberían re,cordarque Proudhon saludó e! impe:i,o de .Napoleon IIIcomo el precursor de la revoluclOn socIal; que Baku­nin durante su cautiverio vio o declaró ver señales deun despotismo ilustrado y progresista incluso bajoNicolás I; y que Lassalle llegó más tarde a un acuer­do con Bismarck. La ilusión de Herzen de que Ale­jandro II fuera obligado por la opinión pública ainaugurar en Rusia una era de lo que llamó «progresohumano pacífico», aunque igualmente vana, fue lamenos innoble de todas.

La Ceim peina fue un periódico mensual, y mástarde quincenal, publicado ~n Lon?res. ~n rus?, alprecio de seis peniques, baJO la dlteCClOn conJ:rnt.ade Herzen y Ogariov, siendo Herzen desde el prmCl­pio hasta el fin e! elemento d?minan}e y la fuer~~impulsora de la empresa. Su pnmer. nume~~ apareclOel primero de julio de 1857; su clrculaclOn, en susmejores tiempos, alcanzó algunas veces ~e 4.000 a5.000 ejemplares, éxito enorme para su tl~mpo. Fueel primer periódico ruso sin censura. Lenm, c:randoescribió un artículo laudatorio en el centenano delnacimiento de Herzen en 1912, le alabó por habersido el primero en alzar la bandera de batalla dirigién­dose a las masas con la palabra rusa libre». Resultarara esta sugerencia de que Lei ~amp'ana estaba dirigi­da a las masas. Herzen era -lo ,ue Slempre- un ll1te­lectual que hablaba a intelectuales, y pertenecía a. unaépoca en la que la política era todavía la prerrogatl.va yel monopolio de los acomodados. Pero fue e! pnmer

hombre público ruso en utilizar el llamamiento a laopinión pública y el arma de la propaganda comoinstrumentos de reforma política: tal fue la significa­ción permanente de La Campana en la historia rusa.

Durante cierto tiempo La Campana consiguióagradar a casi todo el mundo. Agradó a los occiden­talistas, esto es, a los radicales de la propia genera­ción de Fferzen, que vieron en el periódico un llama­tivo ejemplo de progreso según líneas occidentales yde la afortunada introducción de métodos democrá­ticos de publicidad y de agitación en la vida políticarusa. Agradó a los eslavófilos por su profesión defe en el pueblo ruso. Agradó a la entonces influyenteala reformista de la clase oficial de Rusia por forta­lecer su acción contra los reaccionarios: y gracias aese género de tolerancia práctica que algunas vecesmitigaba los absurdos de la burocracia rusa, ejempla­res de La Campana llegaron a través de la censurahasta altos puestos de la misma Rusia. Agradó inclusoal emperador, que se sentía adulado por el retratoque de él hacía el periódico como un ardiente refor­mador que se esforzaba en llevar hacia delante unprograma ilustrado contra la obstrucción de burócra­tas antiCllados.

La creación de La Campana fue la mayor realiza­ción de Herzen. Sería agradable atribuir alguna parti­cipación a la nación a la que había trasladado su domi­cilio, pero los datos revelan pocos trazos de influen­cia inglesa en la vida y el pensamiento de Herzen.La Inglaterra victoriana trataba al refugiado políticode Europa con completa tolerancia en tanto que noviolara las leyes, pero también con absoluta indife­rencia. Herzen apreciaba la tolerancia, y hasta eracapaz de alabar lo que lIamaba «el vigor rudo» y«la obstinación inflexible» del carácter inglés. Le

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gustaban la mostaza de Colman y los adobos ingleses;y un reciente trabajo ruso sobre Herzen subraya laadmiración de éste por la revista Puncb como sátirade la vida burguesa inglesa y señala algunos présta­mos hasta ahora no descubiertos_

Pero Herzen no encontró en Inglaterra ningúnestímulo, y nunca revisó el veredicto, escrito tres añosdespués de su llegada a Londres, de que «1a vida aquíes tan aburrida como la de los gusanos en un queso»_En un período de trece años sólo tuvo uno o dosconocidos entre los políticos ingleses -Carlyle unode ellos-, pero ningún amigo_ El papel de Inglate­rra en su desarrollo político fue meramente negatívo_Al igual que en su juventud había vivido en Rusia ycreído apasionadamente en la libertad y la democra­cia de Occidente, así ahora, en su madurez, la resi­dencia en Inglaterra le suministró una fe fervienteen los destinos políticos de una Rusia regenerada_ Elentusiasmo de Herzen floreció siempre separado delas realidades a las que se refería_

La liberación de los siervos en 1861 fue un hitocomparable al de 1848 en Europa occidental, y tuvoresultados similares_ Al liquidar el sistema de propie­dad feudal, puso a Rusia ostensiblemente en líneacon Occidente y abrió el camino de la industrializa­ción_ Al satisfacer las aspiraciones de los liberalesrusos, los convirtió en conservadores; y creó una nue­va generación de revolucionarios irreconciliables queno estaban dispuestos a conformarse con simples refor­mas_ La Campana no pudo sostenerse más tiempoen un término medio_ Herzen vaciló y fue cogidoentre dos fuegos_ Ambos extremos le parecían censu­rables; se convirtió, como dice Marx de la burguesíaprusiana, «en revolucionario frente a los conservado­res y en conservador frente a los revolucionarios».

Presa en contradicciones por esta incertidumbre, LACampana decayó rápidamente desde el pináculo de1861. La insurrección polaca de 1863 fue el golpemortaL Herzen tenía contra él ya a los revoluciona­rios; a partir de ahora, tuvo contra él a los conserva­dores por haber apoyado la causa polaca. En 1865trasladó La Campana a Ginebra sin conseguir hacerlaresucitar; el periódico expiró en 1868_ Herzen murióen París, cansado y -por última vez- desilusionado,en enero de 1870_

Si fuera necesario definir en una sola frase el lugarde Herzen en la historia de la revolución rusa, podríallamársele «el primer naródniki»_ Los Naródnikisformaron la primera generación de activos revolucio­narios rusos que, antes que Marx hubiera logradoalgún impacto en Rusia, proclamaron las potenciali­dades revolucionarias del oprimido campesino ruso ybuscaron la salvación en el movimiento que llegó aser conocido como «ida hacia el pueblo», y fueronlos antecesores directos de los social-revolucionarios,que llegaron a convertirse en los rivales revoluciona­rios de la social-democracia marxista rusa_ Herzen fueel inventor de la creencia naródniki de que la comu­nidad campesina tradicional rusa, con su propiedadcomunal conjunta, era prueba del carácter socialistade la tradición rusa. Ya en 1850 atacó la ooinión delviajero prusiano Haxthausen de que la c'omunidadaldeana estaba despóticamente gobernada por su presi­dente y era un instrumento de la autoridad imperiaL

Fue este pretendido carácter democrático y socia­lista de la comunidad aldeana rusa lo que ayudó aHerzen 21 racionalizar su fe en Rusia como la pionerade la revolución sociaL Gracias a esto, Rusia podíarealizar el socialismo sin tener que pasar por la repul­siva etapa de capitalismo burgués que había produci-

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do tales estragos en la Europa occidental. Herzen fueel progenitor de toda la doctrina Naródniki (y des­pnés social-revolucionaria), de la que fueron rasgosdistintivos el culto al pueblo ruso, el aborrecimientoa la burguesía occidental y el desprecio hacia el prole­tariado occidentaL Hasta Marx admitió cautelosamen­te hacia el fin de su vida, bajo presiones de losnaródnikis, que la existencia de la comunidad rusapodía permitir a Rusia, en circunstancias determina­das, hacer la transición directa desde el feudalismoal socialismo sin el intervalo de la etapa capitalista.

Aunque los naródnikis debían mucho a Herzenen la formación de su doctrina, sin embargo rechaza­ron enfáticamente su creencia en la posibilidad deevolución pacífica. Esta creencia también la justifica­ba Herzen por el carácter socialista de la comunidadcampesina rusa; pues do que en Occidente sólopuede ser realizado a través de una serie de catástro­fes, puede realizarse en Rusia apoyándose en lo queya existe». Su última declaración política es una seriede cartas abiertas A un viejo camarada, escritas en1869. El «viejo camarada» era Bakunin. Bakunin ensus últimos años idealizó al campesino ruso tanrománticamente como el propio Herzen, y creyó tanfirmemente como éste en la tradición socialista dela comunidad rusa. Pero Bakunin creyó durante todasu vida en la revolución violenta; y es por ese moti­vo por lo que Herzen le censura. La condena deHerzen de la violencia y del terrorismo fue la líneadivisoria que le separó de la generación revoluciona­ria más joven y le colocó cada vez más durante losúltimos años de su vida en el campo conservador.

Antes de la muerte de Herzen, la causa que habíatan brillantemente sostenido en La Campana estabairreparablemente perdida. En su propia nación la posi-

bilidad de la revolución mediante la persuasión quehabía parecido posible en los primeros años de Ale­jandro II se había marchitado; los revolucionarios ylos gobernantes estaban entregados, unos y otros, ala política de violencia. La ineficaz conclusión de lacarrera de Herzen refleja, como Lenin dijo, «esa épo­ca histórica mundial en la que el carácter revolucio­nario de la democracia burguesa estaba ya agonizandoy el carácter revolucionario de! proletariado socialis­ta no había todavía madurado». La revolución delos intelectuales en la que Herzen había creído esta­ba ya agotada; la revolución de las masa$ que estabaa punto de empezar fue algo en lo que n,mca creyó yque tampoco entendió. Herzen fue revolucionariosólo en ideas, nunca en acciones. Pero su pensamientofue una etapa necesaria en e! desarrollo de la revolu­ción rusa; y agrada señalar que sus cualidades hanrecibido recientemente total y amplio reconocimientoen su propio país, donde el setenta y cinco aniversariode su muerte, en 1945, fue conmemorado por unbuen nú.mero de artículos y otras publicaciones.

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5. Lassalle se encuentra con Bismarck Lassalle se encuentra con Bismarck 77

Georg Brandes abre su ensayo sobre Lassalle,publicado por primera vez por los años 1870, conunas reflexiones sobre la «sorpresa y e! asombro»provocado por «e! proceso por el cual la Alemaniade Hegel se ha transformado en la Alemania deBismarck», y seilala la figura «enormemente notable»de Lassalle como uno de los rasgos significativos deesa transformación. Fernando Lassalle vivio menosde cuarenta años; de sus escritos, sólo las cartas y losdiarios poseen todavía algo más que un interés deanticuario; y la Asociación General de TrabajadoresAlemanes por él fundada, fue remodelada después desu muerte por rivales ansiosos de relegar su nombrey sus tradiciones al olvido. Sin embargo, su carrerainfluyó en la historia en tantos puntos, reflejó y trans­mitió tantas influencias, y anunció tanto de lo queha sucedido en el futuro que continúa siendo una

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de las mejores canteras para el estudioso de la evolu­ción política y social del siglo XIX en Europa Occi­dental.

Pero eso no es todo. Desde que Meredith escribióun drama sobre su espectacular muerte, Lassalle hasido a menudo recordado, al menos en su país, másbien por su personalidad turbulenta y llena de vidaque por sus realizaciones políticas. El libro de Foot­man 1, como su título, innecesariamente vulgar, sugie­re, pertenece a la escuela de biografía personal másque a la de biografía política. Está más preocupadopor el rerrato de Lassalle como hombre que por deter­minar su lugar en la historia. Es, no obstante, unaobra erudita, escrita con mirada escrupulosa para lostestimonios y con una contención que acrecienta suinterés. Es también la primera biografía en lenguainglesa de Lassalle, aunque hay una traducción ingle­sa de la biografía clásica en alemán de Oncken, desa­fortunadamente compendiada y tomada de una prime­ra y ahora anticuada edición.

Nacido en Breslau en 1825, hijo de un comercian­te judío bastante próspero salido hacía sólo una gene­ración de! gheto polaco, Fernando Lassal (la formaprolongada de! nombre fue una invención elegantedel propio Lassalle, a raíz de una visita a París) entróen la universidad de Berlín a los diecinueve ailos, pocodespués que Marx, Engels y Bakunin la hubiesenabandonado. Estaba todavía en el máximo esplendoraquel notable período en que la filosofía era el únicoestudio para un joven inteligente y ambicioso y Hegel(que había muerto en 1830) el único filósofo. Yaen Breslau el joven Lassalle se había hecho hegeliano.

1 David FOOTMAN: The Prímrose Path. ALife of Perdí­IZa"d Lassa/le. The Cresset Press.

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78 Capítulo 5 Lassalle se encuentra con Bismarck 79

Su conversión le había hecho <macer de nuevo»; y,como explicaba en una larga carta a su ~adre,.«esesegundo nacimiento me lo dio todo, me dlO clandad,seauridad en mí mismo... hizo de mí un mtelectoab~rcándome a mí mismo, que es Dios conscientede sí».

La hipérbole es característica del temperamentodel escritor. Pero es también característica de la épo­ca. Si la norma de medida fuera la importancia, laenveraadura u la duración de la influencia ejercida,

b . J • dHegel sería sin ninguna duda el más lmportant.e elos filósofos contemporáneos. Moldeó el pensamIentode más de una generación, y su enseñanza fue la cunafilosófica de todas las teorías políticas importantesde los cien años siguientes. Su pasmosa realizaciónfue proporcionar, dentro de los límites de un siste­ma coherente, al mismo tiempo una fe en el culto delEstado y un «álgebra de la revolución». Desde 1840en adelante la «izquierda hegeliana» se había rebeladov a través de un proceso estrictamente lógico de inter­p~etación, convertido al «maestro» -lo que él mismonunca hubiera soñado- en un portaestandarte revo­lucionario. Fue principalmente en este sentido en ~!

que el joven Lassalle se hizo hegeliano. Pero ~areC1o

de la rígida coherencia y (después de sus prnnerosaños de estudiante) de la aplicación de Marx. Fue unagitador y un panfletist3 más que un pens~dor: ~,como revelaron sus últimos desarrollos, habla aSImi­lado elementos de la doctrina hegeliana que eran ana­tema tanto para Marx como para Bakunin.

«El temperamento del hombre es su destino», citaFootman de su héroe en la portadilla; y, sin duda, lacarrera de Lassalle debe más a su temperamento quea su filosofía. A comienzos de 1846 se enamoró dela bella pero arruinada condesa Sofía van Hatzfeldt,

separada hacía tiempo de un marido rico pero mezqui­no y en las angustias de un pleito perenne con él sobrecuestiones de dinero. Lassalle tenía veinte años y ellacuarenta. Se convirtió en su mentor, su abogado, sucaballero andante y su amante; pues aunque faltanpruebas documentales, resulta evidentemente pedantesuspender el juicio sobre este último punto, so capa deprudente, como hace Footman. La condesa Hatzfeldtfue la principal influencia formativa y estabilizadoraen la vida de Lassalle, y emerge quizá como la únicafigura totalmente simpática de su biografía. «Ella es mipropio yo reencarnado», escribió quince años despuésLassalle a una de sus muchas queridas; «ella es partede todos mis triunfos y riesgos, miedos y fatigas, pesa­res, esfuerzos y victorias, parte de todas las emocio­nes que he tenido. Es la primera y esencial condiciónde mi felicidad».

El asunto Hatzfeldt estuvo extrañamente entre­mezclado con la revolución de 1848. En el mo­mento en que Luis Felipe era expulsado de Fran­cia, Lassalle fue detenido bajo la acusación deinstigar el robo de un cofrecito que se suponía conte­nía papeles vitales que pertenecían al conde; perma­neció en prisión hasta su juicio en agosto. Usó elbanquillo de los acusados para hacer elocuente expo­sición de los motivos de queja de la condesa contrasu marido. Por haber identificado diestramente sucausa con la de la libertad y la democracia, logró deun jurado predispuesto políticamente su propia abso­lución, que fue saludada, no injustamente, como untriunfo de la izquierda. Se lanzó a la agitación políti­ca, y fue detenido en noviembre bajo la acusación deincitar a la violencia. No reapareció en la vida públi­ca hasta julio de 1849 (después de seis meses de

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so Capítulo 5 Lassalle se encuentra con Bismarck 81

condena); y para entonces la revolución había ter­minado.

El efecto indirecto de la experiencia de prisiónde Lassalle fue excluirle de una participación directaen los disturbios revolucionarios. Fue el único revo­lucionario prusiano de alguna importancia que no secomprometió seriamente en aquellos sucesos y quepudo permanecer en tierra prusiana,después ~e laderrota de 1849. Así, durante el penado reaCClOna­rio de la década de los 50 fue el dirigente indiscutidode 10 que quedó en Alemania del movimien~o obrero.Cuando el hielo político comenzó a derretltse en ladécada siauiente, fundó en 1863 del primer embriona­rio partido obrero alemán: la Asociación General deTrabajadores Alemanes. Los dos último~ años. de suvida hicieron de Lassalle una fIgura de pnmera Impor­tancia.

Que tal hombre chocara con Marx po:- la .direc­ción del movimiento obrero alemán era mevltable.Para ello contaron mucho las rivalidades persona­les v las incompatibilidades temperamentales. Aquílas 'simpatías no estarán totalmente del lado deMarx. Marx era un hombre intensamente celoso;y la relativa opulencia d,e. Lassalle, su ~l?;:uen­cia y la personalidad magnetlca que le pe:mltlO ta;namplia influencia, era más de lo que su .nval. podladigerir. Lassalle era capaz de una generosidad Impul­siva de pensamiento y acto que no estaban en l~ r:atu:raleza de Marx; y nunca dio muestra de mahC1a 111

alimentó enemistades personales. Que Lassalle encon­trase tiempo para amplios intereses humanos e inte­lectuales -incluyendo la elaboración de un dramahistórico en cinco actos en verso libre- no fue undefecto tan serio de su carácter como se lo parecióa la mentalidad unilateral de Marx.

Por otra parte, no puede negarse que, como diri­gente de los trabajadores, LassaIle resultaba muy vul­nerable, y que muchos de los dardos de Marx estuvie­ron bien dirigidos. La íntima conexión entre las reivin­dicaciones del proletariado y la cause célebre Hatz­feldt resultaba menos evidente para otros que paraLassaIle y la condesa. Cuando a finales de 1854, antela persistencia de LassaIle, el conde se mostró dispues·to, en parte por cobardía y en parte por chantaje, allegar a un acuerdo favorable para la condesa, Lassalleobtuvo la considerable pensión de 4.000 táleros alaño; y después de eso, con un suntuoso piso enBerlín, combinó la vida de dirigente proletario conla de don Juan y hombre acaudalado y ocioso. Elsegundo papel parecía frecuentemente hallarse másde acuerdo con su ánimo que el primero. Confesabatener «horror de las delegaciones obreras, dondesiempre escucho las misma palabras y tengo que estre­char manos encallecidas, calientes y sudorosas». Marxpudo haber dicho lo mismo; pero lo que en Marxhabría sido fastidio intelectual, en Lasalle era esno­bismo social cultivado. La tragedia final, en la que,a sus cuarenta años y en lo más alto de su reputaciónpolítica, fue muerto en un duelo en Ginebra por unjoven conde valaco, su rival por la mano de una joven­cita de diecisiete años, fue el instante culminante deesa constante intrusión de melodramas deshonrososen medio de sus ambiciones políticas. Otros, apartede Marx, encuentran la experiencia de Lasalle incon­gruente y desabrida; el lector de la historia intacha­blemente ímparcial de Footman tendrá amplio mate­rial en que basar su propio juicio.

Debe decirse, por supuesto, que el extravagantetemperamento de Lassalle, a pesar de sus inquietudesy rebeldías, tenía una marcada vena conservadora. En

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efecto, tuvo un sentido de la propiedad personal y delvalor del dinero (fue un especulador constante en Bol­sa), impensable en Marx o Bakunin. En el asunto de lacondesa de Hatzfeldt mostró un ojo de lince para lasgrandes oportunidades y una inclinación sin disimu­los por la alta sociedad; y ninguna de esas aficionesse alteraron con la edad. Tales cosas no se asocianhabitualmente con una actitud revolucionaria. Pocasde las personas con las que se asoció en los últimosaños de su vida compartieron sus simpatías proleta­rias. Más importante fue la vena dictatorial del carác­ter de Lassalle. Su seguridad, su vitalidad asombrosa,su anhelo de poder y fama, su desprecio por el hom­bre común: todo esto parecía negarle, en el períodode la historia en que le tocó vivir, cualquier afinidadnatural con la izquierda política.

Sería, sin embargo, superficial despachar el des­acuerdo entre Marx y Lassalle como una cuestión derivalidad pelsonal y política de dos hombres entrequienes el temperamento y las circunstancias habíandeterminado simas infranqueables de incompatibili­dad. Adoptar tal perspectiva sería infravalorar lainfluencia y la significación de Lassalle, equivocaciónque, digamos de paso, el mismo Marx no cometió.Puede argüirse, con plopiedad, que en la historia deAlemania durante los siglos XIX y XX Lassalle ejerciófinalmente una influencia más poderosa que Marx, yque sus concepciones se abrieron paso hasta en nacio­nes donde no tuvo ninguna influencia directa. Fueuno de los primeros protagonistas e instrumentos deun proceso histórico que, sin embargo, no elaborócompletamente él mismo: la alianza entre socialismoy nacionalismo.

Un análisis serio del choque entre Lassalle y Marxo de la significación última de Lassalle como una figu-

ra histórica representativa, debe comenzar con el exa­men de los diferentes elementos del sistema hegeliano,que, desde los primeros momentos, aparecen juntosen el pensamiento de Lassalle. El proceso histórico enpermanente movimiento y continuamente avanzandoa través de series dialécticas de contradicciones resol­viéndose en una nueva síntesis: todo esto lo digirióansiosamente el joven LassalIe y, como sus contempo­ráneos, lo convirtió en la base de una creencia apasio­nada en la revolución social. Ya como estudiante enBerlín había expuesto el carácter «formal» e «indivi­dual» de las libertades conquistadas por la Revolu­ción Francesa, y afirmado la necesidad de una nuevarevolución que derrocara el sistema capitalista ycompetitivo como camino para la liberación de la clasetrabajadora. Esta vía la recorrió tan entusiasta y tem­pranamente como el propio Marx.

Pero, igualmente en su primera etapa, encontra­mos en Lassalle inequívocas huellas de la teoría hege­liana del Estado como la predestinada institución através de la cual solamente el individuo puede cumplirel desarrollo racional de la libertad y la personalidad.La tradición socialista, transmitida desde TomásMoro, a través de Godwin hasta Saint-Simon, y desdeallí tanto a Marx como a Proudhon y Bakunin, tantoa Lenin como a Kropotkin, es fundamentalmente hos­til al Estado. La única diferencia sobre este puntoentre Marx y Lenin, por una parte, y los anarquistas,por otra" es que los primeros aceptaron el Estado(bajo la forma de la dictadura del proletariado) comoun mal temporal -pero necesario- hasta que lasociedad comunista hubiese sido totalmente estable­cida, mientras que los anarquistas no se avenían aaceptar ni siquiera temporalmente las iniquidades delpoder estatal.

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Lassalle fue demasiado buen hegeliano para tenersimpatías hacia esta tradición, que creía en la extin­ción del Estado como objetivo último: y con el trans­curso de los años llegó a considerar cada vez más alEstado como el instrumento potencial mediante el cuallas reivindicaciones de los trabajadores podían sersatisfechas y los objetivos del socialismo alcanzados.Atacó el Estado burgués no --como Marx- por fuer­te y opresivo, sino por débil e inútiL Tal fue la famo­sa frase de desprecio por el «Estado vigilante noctur­no», acuñada en un discurso de 1862 que publicócomo El programa de los trabajadores:

Así concibe la clase media el objetivo moral del Estado.Tal objetivo consiste simple y exclusivamente en asegurar lalibertad personal del individuo y su propiedad. Esta es lateoría del Estado vigilante nocturno, pues esta concepciónve al Estado sólo bajo la fonna de un vigilante nocturno cuyasobligaciones están limitadas a impedir robos y hurtos.

y poco después se dirigía a un auditorio de traba­jadores en términos que eran la negación completade todo lo que Marx había enseñado: «El Estado ospertenece a vosotros, a las clases necesitadas, no anosotros, los acomodados, pues el Estado se componede vosotros».

La concepción de Lassalle del Estado se reflejabaen su concepción de la Ley, a la que dedicó intensosaunque interrumpidos estudios. Definió la ley en tér­minos hegelianos como expresión de la conciencianacional del derecho. Lo mismo que esa concienciavaría con el tiempo, así también la ley debe variar; ysobre esta tesis Lassalle construyó un razonamientoen cierto modo incorrecto para justificar la legislaciónretroactiva. Pero la conciencia nacional también varíade nación a nación; y tal consideración aproxima aLassalle al espíritu e intención de la célebre escuela

alen:ana ?e jurisprudencia. De hecho, el aspecto másslg11lflcatlvo de la aceptación por Lassalle del Estadofue que le implicó, quizá al principio inconsciente­mente, en la aceptación del patriotismo nacional orto­doxo, la lealtad al Estado na¿ional. No carece deimportancia que Lassalle, caso casi único entre losdirigentes revolucionarios del siglo XIX nunca tuvieraque exiliarse y pasara toda su vida tr~bajando en supropio país.

Como quiera que sea, Lassalle durante:Jos últimosaños de su vida había llegado a una inesperada, yen su tJempo muy original, síntesis entre su socialis­mo y sus sentimientos de buen prusiano. La guerrade 1859. entre Francia y Austria le llevó a pedirque PrusIa buscase una compensación an<txionándoseSchleswig-Holstein. En los primeros años' de la déca­da de 1860 «esperaba y creía» que «1os factores exter­nos, exempli gratia, la guerra», realizarían la «revolu­ción política naciona],> de la unificación de Alemania'pero añadía que la burguesía era incapaz de realiza;esa revolución, que «sólo será efectiva si es condu­c!da .por un partido de trabajadores fuerte y con con­oenoa de clase». En 1862 pronunció en Berlín, enla conmemoración del centenario de Fichte una elo­giosa conferencia sobre Fiehte como gra~ patriotaalemán y profeta de la unidad alemana.. El escenario estaba preparado para el episodio

fmal de la carrera política de Lassalle: sus contactoscon Bismarck. Un cierto sabor añade a la situaciónuna carta escrita dos años antes a la condesa Hatzfeldten la que .Lassalle habí~ llamado a Bismarck «junke;reaccIOnano del que solo pueden esperarse medidasreacciona:rias>~, hombre que «hará sonar su espadapara consegUIr el presupuesto militar bajo pretextode que la guerra es inminente». Hasta la década de

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1920 la pmeba principal de esos contactos era unadeclaración del propio Bismarck en respuesta a unainterpelación en el Reichstag. Esta declaración dejabaen duda cuándo tuvieron lugar exactamente talesencuentros y por iniciativa de quién. Cartas y otrosdocumentos ahora disponibles fechan la primerareunión en mayo de 1863, en el momento en que laAsociación General de Trabajadores Alemanes se esta­ba constituyendo, y descubren que la invitación llegódirectamente, sin ningún contacto preliminar, delpropio Bismarck. Este descubrimiento libera parcial­mente a Lassalle de la acusación lanzada después porsus rivales de haber tratado deliberadamente de con­graciarse con el poder. Pero también asigna aBismarck en vez de a Lassalle el golpe de genio capazde percibir entre ellos un interés común susceptible deser explotado en beneficio de ambos. Debe tambiénrecordarse que cuando, unos años después, Marx reci­bió un ofrecimiento parecido, aunque menos directo,de Bismarck, se negó a caer en la red.

El vínculo visible entre Bismarck y Lassalle fuesu común hostilidad hacia los progresistas: el partidoliberal prusiano. Bismarck, que todavía les conside­raba sus principales adversarios, prefería que sus ele­mentos más radicales fueran atraídos por un nuevopartido de izquierdas; Lassalle alimentaba la mismaambición. Pero el vinculo más íntimo de una concep­ción común de las realidades políticas acercó a amboshombres y les llevó en cualquier caso a tenerse unmutuo respeto intelectual. Ambos despreciaban elblando idealismo y el verbalismo constitucional de losprogresistas; ambos comprendían que política signi­fica poder, y que tendrían que medir sus fuerzasrespectivas en los mismos términos. Ambos sentíanun desprecio básico por los métodos democráticos y

c~eían firmemente en la dictadura eficaz como princi­plO y en su propia capacidad para ejercerla. Una cartade Lassalle en el último año de su vida sobre asuntosde la Asociación General de Trabajadores Alemanesmuestra que no tenía nada que aprender de Bismarcksobre la manera de imponer su voluntad a sussubordinados:

Los representantes de las secciones están para dirigirlasde .a~uerclo con las instrucciones del cuartel general, no parareCIbIr órdenes de las secciones ... Siempre que asistí a reunio­nes de sección nunca surgió la idea de que la sección aprobarauna resolución, a menos que yo tomara la iniciativa. ¿Por quése está permitiendo que suceda lo contrario en Berlín?Supon~o que porque se está cerca del corazón del parla­mentansmo.

A partir del terreno preparado por estas coinci­dencias de intereses y actitudes se desarrolló esa alian­za de trabajo entre el nacionalismo de Bismarck y elsocialismo de Lassalle -el «Estado de servicio social»o «socialismo de estado»- que fue la contribuciónespecífica de Bismarck a la política interior alemana.Qué ocurrió exactamente en esas entrevistas y hastaqué punto influyeron sobre Bismarck es algo que igno­ramos. Hasta el número de reuniones es materia deconjetura: el propio Bismarck, quince años después,mencionaba «tres o cuatro»' la condesa Hatzfeldt, ,«veinte». Los documentos muestran que Lassalle pre­sionaba por el sufragio universal; y su adopción subsi­guiente por Bismarck puede difícilmente disociarseenteramente de sus alegatos. Es seguro que, a insti­gación de Lassalle, Bismarck convenció al rey paraque recibiera a una delegación de tejedores de Silesiay les prometiera examinar sus quejas. Lassalle fue lobastante agudo como para adivinar que Bismarck«quería sacar provecho de la parte social de nuestro

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programa, pero no de la parte política». Lo que nollegó a prever fue que Bismarck, lo bastante astutocomo para dar gato por liebre a los socialistas robán­doles los aderezos más inofensivos y prácticos de suprograma, sería un día lo bastante fuerte como paratomar medidas represivas contra el mismo partido.

Fuera cual fuera su influencia inmediata, lasreuniones constituyeron un acontecimiento histórico.El encuentro del poderoso primer ministro prusianoy el obstinado agitador socialista simboliza la nueva_y fértil en consecuencias- alianza entre naciona­lismo y socialismo. Lassalle fue durante este tiempotanto un patriota prusiano como un sincero socialis­ta; y fue resultado de su política que de aquí enadelante -v no sólo en Prusia- un hombre pudieseproclamars; buen socialista y buen patriota. El Estadonacional llegaría a convertirse en instrumento depromoción -dentro de los límites del sistema capita­lista- del bienestar de las masas; en compensación,las masas llegarían a quedar penetradas de lealtadpatriótica hacia el Estado nacional. Estos términos noformulados de la alianza eran significativos. Si lasconversacíones Lassalle-Bismarck anunciaban el Esta­do de servicio social, también anunciaban elnacimien­to del «jingoísmo» (1a palabra fue acuñada en losaños 1870) y afilaban la capacidad de penetración delnacionalismo al ponerlo al servicio de los interesesdel proletariado y de la clase media. El campo deldesacuerdo internacional era ahora coextensivo a lanación entera; el camino estaba abierto para llegar nosólo al Estado totalitario sino a la guerra total.

La creación del socialismo nacionalista, comoopuesto al internacionalista, fue, conscientemente bus­cado o no, la principal realización histórica de Lassalle.Pero otras notables predicciones del futuro se encuen-

tran también desparramadas en sus escritos y discur­sos. En una de sus primeras cartas a su padre pronos­ticaba que e! crecimiento de la industria impondría«1a negación de! principio de propiedad» y la «fusiónde la individualidad subjetiva de! hombre» en e! Esta­do organizado. Debe haber sido el primero en usar-en cualquier caso, lo utilizó en los años sesenta­e! argumento ahora bien conocido de que, dado queel Estado no conoce ningún límite financiero en susgastos bélicos, puede igualmente gastar sin límitespara usos sociales en la paz. Su intención de organizaren lugar de sindicatos <<uniones productivas» apoya­das por el Estado, fue un anticipo de la propuestacasi similar hecha por Trotski a comienzos de la déca­da de 1920 y que, aunque rechazada en ese momen­to, ayudó a moldear la estructura posterior de lossindicatos soviéticos, y quizá de otros. Lassalle nofue un pensador profundo o sistemático. Sus tratadossobre derecho y economía, a pesar de todas sus preten­siones, son obra de un inteligente dilettante, no deun maestro en la materia. Pero tenía una misteriosaaptitud para discernir los desarrollos e ideas relevan­tes (o quizá mejor los desarrollos o las ideas quellegarían a ser un día relevantes). En muchos aspec­tos es más fácil reconocer hoy de lo que hubiera sidohace cincuenta años cómo marchaba por delante desu época.

El período que siguió a la muerte de Lassallepareció indicar la derrota de casi todo aquello por loque había luchado. Seis semanas después del duelofatal en Ginebra, Marx creó en Londres la Asocia­ción Internacional de Trabajadores, la Primera Inter­nacional. En Alemania, los seguidores de Marxminaron progresivamente la tradición de Lassalle; ycuando el Partido Unido Social-Demócrata fue fínal-

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mente fundado en 1875, la Asociación General deTrabajadores Alemanes de Lassalle se fundió con élsin dejar más que huellas superficiales en su programay dirección. El socialismo se había establecido sobreuna sólida base internacional; y la legislación deBismarck contra el socialismo parecía indicar e!derrumbamiento final de la alianza que él y Lassallehabían intentado forjar en otro tiempo. Sin embargo,los acontecimientos posteriores mostraron que, a pesarde todas estas apariencias, Lassalle había construidomejor de lo que él mismo imaginó, y que la historiaestaba de su lado. En 1914 fue el socialismo nacio­nal, y no el internacional, el que triunfó en todas lasnaciones europeas excepto Rusia. En Alemania no fuesólo Bernstein, el «revisionista», sino también Kauts­ky, el «renegadü», quienes mostraron, cuando laocasión llegó, que eran continuadores de Lassalle y node Marx; y sm tratar de cargar al judío de Breslaula responsabilidad del «nacionalsocialismo» de Hitler,el lector curioso podría especular sobre si «el socia­lismo en un solo país» no es, en otro contexto, uninconsciente tributo a la vitalidad de la concepciónde Lassalle.

El pensamiento social y político ruso durante elsiglo XIX es de gran interés e importancia por dosmotivos. Por una parte, inspiró uno de los períodosmás creadores de la literatura moderna; por otra, for­mó el telón de fondo de la revolución rusa de 1917.Su significación en el segundo contexto ha aumentadopor obra de la reciente tendencia a insistir en la conti­nuidad de la historia rusa antes y después de la revo­lución, en vez de sobre la rotura en la continuidad,que fue el tema de los primeros escritores e historia­dores revolucionarios.

Poco antes de la primera guerra mundial, T. G.Masaryk, el futuro presidente de la República Checos­lovaca, publicó un documentado estudio sobre elpensamiento ruso del siglo XIX, que fue traducido alinglés en 1919 bajo el título de The Spirit 01 Russia.Pero aunque después se han escrito numerosos artícu-

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los sobre mOVImIentos individuales o particulares,ninguna otra visión sinóptica de todo el can:po.?asido intentada en lengua alguna hasta la pubhcaclOnen París en 1946 de La idea rusa de Berdiáiev, queha aparecido poco después en una tra~:cción inglesa.Berdiáiev pertenecía a un grupo de Jovenes 1l1telec­tuales rusos que, después de pasar por la escuela yla disciplina del marxismo ruso, se convirtió en 1908a la Iglesia ortodoxa. Poco tiempo después de la revo­lución bolchevique emigró a París, donde murió en1948. Su libro es más flojo, más personal y másdogmático que el del liberal Masaryk. Pero,. al igualque en toda su obra, despliega una persplCaCla frescay aguda, aunque algunas veces intencionadamente uni­lateral, sobre las condiciones y formas del pensa­miento ruso, pasado y presente.

El pensamiento ruso del siglo XIX gira incesante­mente alrededor de la idea central de revolución. FileNicolás 1 -si tal responsabilidad puede asignarse auna sola persona- quien, proscribiendo prácticamen­te todas las formas de especulación política, social yfilosófica, arrojó al movimiento intelectual dur.anterres generaciones al campo revolucionano. El pnI?;racto abierto fue la nada importante «consplraclOndecembrista» de 1825, una especie de motin de oficia­les' sus promotores fueron los primeros representan­tes' de la llamada «nobleza con mala conciencia», queilustró la verdad permanente de que el germen dela revolución se siembra cuando una clase dirigentepierde la fe en su derecho al poder. Esa etapa delmovimiento se desarrolló bajo la influencia predomi­nante de Hegel. Culminó en la década del cuarentaen las brillantes figuras de Bakunin y Herzen, losprimeros revolucionarios rusos émigres, que no sólointrodujeron ideas occidentales en Rusia sino que tam-

bién inculcaron algo después, ideas rusas a los movi­mientos revolucionarios de Europa Occidental.

En la misma Rusia, Belinski fue el representantemás significativo de los «hombres de la década delos años cuarenta». Belinski trasladó el foco del movi­miento revolucionario de la «nobleza con mala con­ciencia» a la illteliguelltsia de clase media, de la quefue precursor y creador. Aunque la mayor parte desu comparativamente breve período de actividad lite­raria estuvo ocupada por continuas controversias acer­ca de la interpretación de Hegel (uno de los disfracesmediante los que la espcculación política podía esca­par a la vigilancia del censor), realizó la transicióndesde el idealismo de Hegel al materialismo de Feuer­bach. Fallecido en 1848 a la edad de treinta y sieteaños, allanó el camino para la nueva generación dela década del sesenta e instaló al movimiento revolu­cionario sobre bases materialistas que en adelante noiban a ser puestas en duda.

Fueron los hombres de la década del sesenta-Chernishevski, Dobrolíubov y Písarev son gene­ralmente citados como los más importantes y caracte­rísticos de entre ellos- quienes comenzaron a dara la revolución la hechura con la que finalmente triun­fó. Como Belinski, se vieron obligados a disfrazarsus ideas bajo la forma de crítica literaria o filosófica,y fueron colaboradores de ese periodismo «avanzado»al que la censura mitigada de Alejandro II ofreció unalibertad de opinión temporal y muy limitada. Chernis­hevski, que mereció notables alabanzas tanto de Marxcomo de Lenin, ha sido muy estudiado en la Rusiarevolucionaria. Una edición completa de sus obras endiez volúmenes apareció antes de la guerra; y su nove­la ¿Qué hacer?, publicada en 1864, el mismo año enque fue condenado por actividades subversivas y

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enviado a Siberia, es todavía una obra clásica revolu­cionaria. Dobrolíubov, colaborador de Chernishevski,que murió prematutamente en 1861, se destacó porsus ataques a la burguesía liberal, que esperaba quelas reformas ofrecerían una alternativa a la revolu­ción (Chernishevski y sus seguidores posteriores tuvie­ron una polémica famosa con Herzen a este respecto).Písarev, el tercero y el más audaz de los tres, se hizofamoso por un sorprendente análisis de Padres e Hijosde Turguénev. Mientras que algunos críticos avan­zados denunciaban a su héroe «nihilista» Bázarovcomo una caricatura maliciosa, Písarev 10 saludó comoel verdadero prototipo del moderno revolucionariomaterialista. Písarev, recio -teniendo en cuenta quepasó más de cuatro años en prisión y que murió alos veintiocho años- increíblemente prolífico publi­cista ha sido el tcma de una muv detallada monogra-, "fía de un crítico francés, Armand Coquart. Es ésteuno de esos trabajos meritorios y valiosos que, dedi­cados a un escritor de segunda fila, puede librar,excepto a los más meticulosos, del trabajo de consul­tar los textos originales, y que una vez aparecido,nunca necesita rcpctirse.

Los hombres de la década del sesenta abrieron elcamino para la acción revolucionaria de la décadasiguiente. Chernishevski fue el primer publicista revo­lucionario que participó activamente en una de lasnuevas sociedades secretas que estaban comenzandoa brotar. En la década de los 7O, el movimiento pasóde la esfera de la filosofía y la literatura a la de laacción, sea en forma de trabajo misional entre loscampesinos (la llamada «ida hacia el pueblo») o deconspiraciones terroristas. La política terrorista alcan­zú su climax con el asesinato de Alejandro II porZheliábov y su grupo en 1881.

El movimiento revolucionario estaba ahora madu­ro para su última etapa. Hasta aql\í todo revolucio­nario ruso había dado por sentado que en una naciónagrícola como Rusia el campesinado sería la columnavertebral de la revolución. Pero en 10s comienzos delos año;, 1880 la campaña de «ida hacia el pueblo»no habla logrado poner en movimiento al campesi­r:ado, y el terrorismo h~~ía sido derrotad;; por la apa­tIa popular y la repreSlon policíaca. Se requería unnuevo punto de partida. Hacía veinte años que laeman~ipació~ d.e 1~~ siervos había inicia<;!o el proce­so de l11dustn~!lzaclonde Rusia con capital extranjero.En 188;3 P1e!anov fundó el primer grupo marxistaruso e l11stalo las raíces del marxismo <1n el nuevoproletariado industrial de Rusia. El último ensayosocial y económico de consideración del sio10 fue laobra ju:,enil d~ Lenin, El desarrollo del c~pitalismoen Rusta, destl11ado a probar que Rusia estaba reco­rriendo el camino occidental del capitalismo burguésque llevaba a la revolución proletaria.

«El pensamiento ruso independiente -escribeBerdiáiev- fue despertado por el problema de la filo­sofía de la historia. Reflexionó profundamente acercade cuáles eran las intenciones del Creador sobre Rusiaacerca de qué es Rusia y del tipo de destino que l~espera». Tales pasajes, así como el título mismo des~ libro, ~l;le.stran que; Berdiáiev hace suyo una espe­cIe de mlstlClsmo naclonal -un sentido del destinode ~usia como explicación de su historia- que pare­ce hgado a su aceptación de la cristiandad ortodoxa.No evita, sin embargo, las formas más crudas dedeterminismo nacional, como cuando describe a Lenincomo «un típico ruso con mezcla de rasgos tártaros».Este enfoque puede invalidar algunas de sus conclu­siones para quien no 10 comparta, pero disminuye

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poco e! valor de sus penetrantes análisis sobre losgrandes temas que preocuparon al pensamiento rusoen el siglo XIX.

El tema que subyacía a los restantes y que era,en algún sentido, la destilación de todos ellos, fueel problema de Rusia y Europa, de Oriente y OccÍ­dente, de eslavófilos y occidentales. Después de Pedroel Grande ningún pensador pudo dejar de enfrentarsecon el tema. En su forma decimonónica fue planteadopor Chaadáiev, que declaró que Rusia no tenía histo­ria, tradición o civilización propías. Rusia formabaun hueco en e! <<orden moral del mundo».

Pertenecemos al número de naciones que, pot así decirlo,no entran en el sistema de la humanidad y existen sólo paradar al mundo una seria lección.

Los hombres de la década de! cuarenta afirmaronsin vacilación que Rusia sólo podría encontrar la salva­ción mediante asimilación y préstamo de! Occidente;los hombres de la década de! sesenta no opinaron demanera distinta en este punto vital.

El movimiento eslavófilo empezó en los añoscuarenta como una reacción contra la predominanteortodoxia de los occidentalistas. Se entregó a una idea­lización ahistórica del pasado, y sus puerilidades yafirmaciones sin fundamento se extendieron hastacuestiones del vestido. Pero en las manos de Kireievs­ki y Jomiakov, sus expositores más capaces y cohe­rentes, la eslavofilia se convirtió en un vigoroso cuer­po de doctrina. Sus dogmas esenciales eran que Rusiaposeía una tradición y una civilización propias ente­ramente independientes de las de Occidente; queRusia estaba llamada a seguir su propio camino dedesarrollo, y no a tomarlo prestado de Occidente; yque el futuro pertenecía no a la Europa decadente

sino a la joven e intacta Rusia, llegando así a conver­tir en ventaja positiva lo que era comúnmente consi­derado como «atraso» de Rusia.

Un frecuente error acerca de la controversia entreoccidentalistas y eslavófilos es equiparar a los occi­dentalistas con los radicales y revolucionarios, y a loseslavófilos con los conservadores v reaccionarios.Hubo una tradición occidentalista cou'servadora y otraradical: Cbaadáiev, por ejemplo, aunque abiertamen­te occidental, no fue en ningún sentido radical. Nitampoco aquellos rusos que buscaban ilustración enOccidente aceptaban por ello necesariamente las insti­tuciones occidentales existentes: Herzen, demócratay occidentalista declarado, vio pocas ventajas en lasinstituciones que funcionaban en Europa Occidental;y los marxistas rusos, que deben ser clasificados comooccidentalistas, denunciaron, sin embargo, a las demo­cracias burguesas de Occidente.

Por otra parte, los primeros eslavófilos se rebe­laron, apenas menos que los occidentalistas, contra laburocracia represiva de Nicolás 1. Es verdad quepretendían buscar su ideal en un imaginario pasadoruso. Pero la eslavofilia (que Písarev consideraba <<unfenómeno psicológico debido a necesidades insatisfe­chas») tenía todavía menos que ver con la realidadde ese pasado que e! ideal de los occidentalistas conla realidad de Europa Occidental. Los primitivos esla­vófilos no fueron defensores de la autocracia de losRománov; ni, cuando hablaban de la misión de Rusiaen Europa, pensaban en términos de poder político.Fue sólo en la segunda generación de eslavófilos delos años 70, marcada por Rusia y Europa de Danie­levski y los últimos ensayos políticos de Dostoievski,cuando e! movimiento eslavófilo deo-eneró en una

"cruda forma de nacionalismo ruso y provocó la pre-

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gunta de! filósofo Solóviev «¿ Qué Oriente queréisser, e! de Jerjes o e! de Cristo?».

Tampoco coincidió totalmente la dicotomía Orien­te-Occidente con las demás cuestiones vitales queatormentaron a los pensadores rusos de! siglo XIX.

En e! gran debate entre sociedad e individuo, entreautoridad y libertad, entre «la armonía eterna» v elsacrificio del inocente, que se prosiguió bajo uú'a uotra forma en toda la gran literatura del período, seríaerróneo asignar los papeles conflictivos a eslavófilos yoccidentalistas. Es verdad que occidentalistas comoBe!inski, Herzen y Mijailovski fueron particularmen­te propensos a afitmar las reivindicaciones del indivi­duo, y que Jomiakov, eslavófilo, introdujo en eldebate el término eclesiástico sobornost (difícilmentetraducible, pero que signifíca algo más preciso y másautoritario que «inclinación comunitaria»). Pero fueel nihilista Bázarov de Turguénev -occidentalista silos hubo- quien mantuvo que era tan poco cientí­fico estudiar de forma individual al hombre y a lamujer como a los abedules. El occidentalista típicoBelinski fue tan consciente del dilema subyacentecomo el eslavófilo típico (al menos en sus últimosaños) Dostoievski, y se expresó en términos sorpren­dentemente similares. Hegel abrió e! debate. Lainmensa influencia que ejerció en Rusia está más alláde toda duda debido al hecho que representó una reac­ción contra el individualismo de la Ilustración, unavictoria -según las palabras de Berdiáiev- «de logeneral sobre lo particular, de lo universal sobre loindividual, de la sociedad sobre la personalidad». Enel debate ruso sobre Hegel, Belinski ocupó e! lugarcentral. Pasó por toda la gama de posibles experien­cias; su actitud cambió ciento ochenta grados entreel artículo sobre Griboedov, en el que afirmaba que

«1a sociedad es siempre más justa y superior que lapersona privada», y la carta a Botkin, en la que decla­raba que «el destino del sujeto, del individuo, de lapersonalidad es más importante que e! destino de!mundo entero». La segunda postura no sufriría enadelante variaciones. Era en tanto que discípulo deBelinski como 1ván Karamázov diría poco después:«renuncio enteramente a la armonía superior; novale lo que una lágrima de un niño atormentado».

Belinski halló la solución del dilema en la concep­ción de una nueva sociedad basada en e! respeto porla personalidad individual, en la verdad y la justicia;es decir, en un socialismo que era utópico no tantopor su organización como por su premisa mayor.Dostoievski buscó su solución en una nueva síntesisde libertad y autoridad a través de la Iglesia ortodo­xa: rechazó la síntesis católica como incompatible conla libertad. Pero algunos críticos han percibido queDostoievski estaba más convencido de la necesidadlógica de su solución que de su viabilidad, y quemantuvo hasta el final una personalidad doble y divi­dida. Se admitirá fácilmente que los pensadores rusosde! siglo XIX sondearon en esas oscuras aguas másprofundamente que ninguno de sus predecesores;pero menos fácilmente se admitirá que encont~aron

terreno firme sobre el que sus sucesores pudIeranconstruir.

Una manifestación de esa controversia fue lalucha por encontrar una base racional y utilitaria parala moral v el arte. El racionalismo, dice e! eslavófilo]omiako;, fue «el pecado mortal de Occidente», einfectó tanto al catolicismo como a muchas otrasformas de la vida occidentaL El hombre del subsuelode Dostoievski quería liberar a la humanidad de latiranía del «dos más dos igual a cuatro»; y e! poeta

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100 Capítulo Algunos pensadores rusos del siglo XIX 101

eslavófilo Tiútchev declaró, en una copla que se hizofamosa, que era imposible comprender a Rusia conla inteligencia, que sólo era posible creet en ella. Laconcepción que pone la fe, y por consiguiente la moral,más allá de la razón estaba arraigada en la cristiandadortodoxa y en el pensamiento ruso.

Los primeros occidentalistas creyeron, por impli­cación, en una moralidad racional. Pero fue Chernis­hevski quien introdujo en Rusia, sustituyendo en elmagisterio filosófico a Hegel por Feuerbach y Comte,la filosofía utilitarista de Bentham y Mills, CUYOS

Principles 01 Political Economy trad{¡jo al ruso.' Supopularísima novela ¿Qué hacer? pinta una serie depersonas jóvenes animadas por 10 que creían ser losmás puros principios del egoísmo racional, que, bas­tante ilógicamente, no excluían el deber -vehemente­mente reconocido y aceptado- de sacrificar el inte­rés inmediato de cada uno de esos principios últimos.

Písarev, como de costumbre, fue e! responsablede ]a sistematización y reducción al absurdo de ladoctrina:

La moralidad de los hombres no depende de las cuali­dades de su corazón o naturaleza, de la abundancia de virtudo de la ausencia de vicio; palabras de este género no tienensignificado tangible. La moralidad de esta o aquella sociedaddepende exclusivamente de hasta qué punto los miembros dela sociedad son conscientes de sus propios intereses.

o también:Para ser un hombre moral es indispensable ser en un

cierto grado un hombre de pensamiento; pero la facultad depensar sólo llega a ser omplia y bien desarrollada cuando elindividuo consigue escapar del yugo de la necesidad material.

Aquí está ya e! fundamento sólido de la moralde clases que Engels estaba tratando por aquel enton­ces de construir.

Pero más interés provocó la controversia sobree! arte, de la que Písarev fue una vez más el protago­nista. Como lo apunta Berdiáiev, Occidente nunca hasido consciente de la necesidad de justificar ]a culturaen cuanto tal. El mundo occidental, incluyendo e! cato­licismo occidental, ha asimilado sin problemas la cultu­ra greco-romana y e! humanismo greco-romano y losha combinado con ]a tradición cristiana. La Iglesiaortodoxa, de actitud fundamentalmente escatológicay separada de las tradiciones del Imperio Romano yde! Renacimiento, ha sido siempre implícitamentehostil a la cultura de este mundo. Pasó mucho tiempoantes que Rusia adquiriese una literatura y un arteseculares. En el siglo XIX, dos grandes escritores, tanalejados uno de! otro en e! tiempo y en ]a perspectivacomo Gogol y Tolstói, renunciaron y condenaron supropia creación artística, fenómeno apenas imaginableen cualquier nación occidental.

La tradición rusa, por consiguiente, resultabamenos abiertamente impugnada que la tradición occi­dental cuando los jóvenes materialistas de la décadadel sesenta plantearon e! problema de la utilidad de!arte. Chernishevski, como antes Belinski, juzgabaabiertamente las obras literarias por su contenido yno se mostraba interesado por e! estilo. Pero su inte­rés primordial no era la crítica literaria, y nunca for­muló teorías estéticas muy claras. Dobroliúbov, másaudazmente, consideró a la literatura una «fuerzasubordinada», declarando que «su importancia resideen la propaganda, y su mérito está determinado pore! contenido de esta propaganda y por la manera enque es realizada». Písarev y su colega Záitsev llevarontales concepciones a su conclusión lógica. Záitsev,que parece haber anticipado e! descubrimiento deHousman de que la creación artística es acompañada

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102 Capítulo 6 Algunos pensadores rusos del siglo XIX 103

de un síntoma físico de picazón de la espina dorsal,declaró que «un artesano es más útil que un poeta,en la misma medida que un número positivo, porpequeño que sea, es mayor que cero». En un ensayointitulado La aniquilación de la estética, que aparecióen 1865, Písarev afirmaba que un famoso cocinerode Petersburgo resultaba más útil a la sociedad queRafael, y añadía que él mismo preferiría ser un zapa­tero remendón ruso que un Rafael ruso.

Fijadas en estas formas extremas, tales opinionesterminaron por refutarse a sí mismas. Pero sería preci­pitado pretender que la concepción utilitaria del arte,sin embargo, fue seriamente sustituida por la oposi­ción que el desafio de Písarev suscitó. La glorificaciónde Pushkin por los eslavófilos fue una respuesta aPísarev; pero fue una respuesta en su propio terre­no. Pushkin no era, como Písarev había pretendido,inútil a la sociedad; al contrario, era grandementevalioso porque inculcaba y propiciaba una concep­ción correcta del lugar del hombre en la sociedad.Ninguno de los dos bandos negó nunca que fuerael contenido lo que en última instancia importaba, nitampoco mantuvo posiciones que defendieran al «artepor el arte»; hasta el surgimiento del movimientosimbolista a finales del siglo, tales concepciones nofueron seriamente criticadas. Nada logró tampocoquebrantar la convicción de la generación de la déca­da del sesenta de que el arte era un fenómeno funda­mentalmente atístocrático y conservador, mientrasque la ciencia era democrática y progresiva. Talesprejuicios tardaron en desaparecer en la Rusia deci­monónica; y no es seguro que hayan desaparecido hoy.

Queda por considerar el pensamiento decimonó­nico ruso en su relación con el Estado. Berdiáiev notiene razón al considerar al anarquismo <<una creación

de los rusos». La genealogía del anarquismo se remon­ta hasta William Godwin, si no más allá. El anarquis­mo, además, estuvo firmemente enclavado en los inci­pientes movimientos socialistas de Europa Occiden­tal antes de que penetrara en Rusia. Pero el puntosignificativo es que una doctrina que en la EuropaOccidental fue especialmente socialista y revolucio·naria coloreó en Rusia el pensamiento de la inteli­guentsia de todos los matices politicos.

El pensamiento político en la Rusia decimonónica,tanto de occidentalistas como de eslavófilos, naciócon la oposición al Estado burocrático de Nicolás 1.Los primeros occidentalistas, del tipo de Herzen,fueron a lo sumo defensores recelosos del Estadodemocrático occidental; desde el principio, comoBerdiáiev dice, la idea de libertad se vinculó no conel liberalismo sino con el anarquismo. Los primeroseslavófi]os trataban sin reservas al Estado -a cual­quier Estado- como un mal. Dostoievski pasó, ensus últimos años, por ferviente defensor de la auto­cracia; aún así «La leyenda del Gran Inquisidor»,aunque ostensiblemente dirigida contra el brazo secu­lar del catolicismo, es de hecho válida contra cualquierintento de establecer un «reÍno de este mundo». Tols­tói, en teoría, rechazó no sólo el Estado, sino cualquierforma de ejercicio del poder.

La lucha entre Marx y Bakunin adquiere así nuevasignificación como una lucha entre las concepcionesoccidental y oriental de la revolución; entre la concep­ción jacobina de la revolución a través del Estadomediante la toma y ejercicio del poder estatal, y laconcepci6n anarquista de la revolución por el pueblomediante la destrucción del poder del Estado. Marx,es verdad, rindió tributo a la libertad socialista alpostular la extinción final del Estado; pero su interés

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104 Capitulo 6 Algunos pensadores rusos del siglo XIX 105

inmediato era la dictadura del proletariado. La esen­cia de la acusación de Bakunin contra Marx era queéste creía en e! poder de! Estado, cosa que e! anar­quista ruso consideraba un característico rasgo alemán.

Cuando Lenin, impregnado tanto de pensamientoruso como de pensamiento marxista, expuso su con­cepción sobre e! Estado en El Estado y la revolución,en e! momento crítico de 1917, lo que hizo fue desen­terrar la vieja tradición socialista de hostilidad haciael Estado, que subsistía incrustada y medio sepultadaen e! marxismo clásico, para probar la culpabilidadde la social-democracia por su culto al Estado, incom­patible con los principios fundamentales de Marx. Bel­cebú era invocado para arrojar a Belcebú. El Estadoy la revolución, con su doble insistencia en la dicta­dura inmediata de! proletariado y en la extinción finaldel Estado, es una síntesis característica de Oriente yOccidente, de anarquismo y jacobinismo. Es un nota­ble ejemplo de la habilidad excepcional de Lenin paraenraizar las doctrinas revolucionarias occidentales enel suelo ruso.

Masaryk, el liberal occidental que concluyó suensayo sobre e! pensamiento ruso antes de la revo­lución y en un tiempo en que muchos observado­res occidentales creían todavía en la posibilidad deuna evolución democrá tica y liberal de la sociedadrusa, creyó que Rusia tenía que elegir entre una teo­cracia y una democracia. Berdiáiev, el filósofo orto­doxo tiene una doble ventaja desde su situación.Escribe como un ruso que comprende -como ningúnliberal occidental, por muy aguda que fuera su percep­ción, podría nunca comprender- la ausencia de cual­quier fundamento en el pensamiento y en la tradiciónrusos que posibilite la delicada y elaborada estructu­ra de la democracia liberal; y escribe después de

una revolución que, aunque no ha proporcionadoninguna síntesis final para las contradicciones delpensamiento ruso del siglo XIX, ha llevado el debatea un estadio más alejado, trasladándolo por así decirloa otro plano distinto. • '

Por muchas cosas que puedan haber cambiado,el tema fundamental de Oriente y Occidente no hadejado de jugar su usual papel en la política y elpensamiento rusos de los últimos treinta años. Elbolc.hevismo es originariamente una creación del pen­samIento y la experiencia occidentales. Sin embargo,el elemento oriental que hay en él, y el qrecimientode esa influencia en los años cercanos, no puede negar­se seriamente. Es posible interpretar la historia de laderrota de Trotski y los «viejos bolcheviques» -quehabían pasado sus años de formación en Europa ycuyas concepciones revolucionarias eran predominan­temente occidentales- a manos de Stalin y un grupocuyo medio y educación fueron principalmente rusosy no europeos, como una reaparición de la historiarusa del factor oriental, temporalmente eclipsado porsu contrapartida occidental.

Además, no es posible comprender muchas de lascaracterísticas principales del régimen soviético sin unestudio de la Rusia del siglo XIX. La combinación deuna concepción del mundo rígidamente materialistacon una ll~n;a.da, extensa y fervientemente aceptadaal autosacn[¡clo por la causa revolucionaria' la exi­gencia de la liberación de la existencia hum;na de laexplotación mediante la consecución del bien colec­tivo, que a su vez amenaza con convertírse en nuevafuente de opresión; la exigencia de una filosofía queabarque política, sociedad y arte y los utilice luegocomo la expresión de sus propósitos: todos estos ele-

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106 Capítulo 6 7. Plej:ínov: el padre del marxismo ruso

mentas son legado directo de los pensadores radicalesrusos del siglo XIX a los bolcheviques.

La deuda con los eslavófilos, aunque en algunosaspectos paradójica, es evid~~te. ~l rechazo ~e lademocracia burguesa, del ind1v1duallsmo burque~".de

la noción burguesa de propiedad (el mismo Berd1a1evseñala que «1a constitución soviética de 1936 prom';ll­gó la mejor legislación del n;u~do so~:e. la propIe­dad») enlaza la teoría y la practica SOVletlca ~on. una

/ larga tradición de pensadores rusos. El meslaDl,sl?oruso de los eslavófilos, filosófico antes que polltlcoen sus orígenes pero susceptible de :les.viaciones polí­ticas, reaparece bajo. la forma de.meslaDls.r;:o del prole­tariado. «El comunJsmo -esmbe BerdlaJev- es unfenómeno ruso a pesar de su ideología marxista. Elcomunismo es el destino de Rusia; es un momentodel destino interior del pueblo ruso». Esto es unaexageración de los aspectos e~pecífica.n:ente rusos delbolchevismo, y puede ser pehgros? S1 1?duc~ ~ ~reerque el comunismo sólo tiene un lllteres epIsodl~O yexterno para otras naciones. Pero ningún estudlOsOde la historia rusa podrá ignorar el grado de verdadque la afirmación de Berdiáiev contiene.

Justamente treinta años después de la muerte dePlejánov, que ocurrió en Finlandia el 12 de junio de1918, ha aparecido una tradución inglesa de su princi­pal ensayo filosófico bajo el título de In. Delence 01Materialism l. P1ejánov fue un escritor prolífico. Perolos veinticuatro volúmenes de sus obras, publicadosen MoscLi en la década de los veinte, no son de fácilacceso; y solamente unos pocos de entre sus ensa­yos y artículos habían sido asequibles hasta hoy entraducción inglesa. La presente traducción ha sidoencargada a la pericia de Andrew Rothstein. Va pre­cedida de un esbozo introductorio que es una exposi­ción tan precisa y magistral como cabe desear de lavida y la significación de Plejánov.

1 G. V. PLEKHANOV: In De/enee o/ Materialism. TbeDevelopment o/ tbe Monist View o/ History. Traducido porAndrew Rothstein Lawrence and Wishart.

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108 Capítulo 7 Plejánov: e! padre de! marxismo ruso 109

La adjetivación convencional de Plejánov es lade «padre del marxismo ruso». Según las palabras deun entusiasta, «bajó los diez mandamientos de Marxdel Sinaí y los entregó a la juventud rusa». Fue elmaestro de marxismo de Lenin y puso los cimientosde la social-democracia rusa. Nacido en 1856, segraduó como revolucionario en el movimiento naród·niki, rompiendo con él en 1880 por la cuestión delterrorismo individual, que rechazó por inútil e irre·levante. El asesinato de Alejandro II condujo a uncerco general de revolucionarios; pero Plejánov esta·ba ya en e! extranjero.

Los dos años siguientes fueron decisivos. La rup·tura con los naródnikis a causa de su política terroris·ta y la quiebra manifiesta de esa l?olítica despu~s .de1881 llevó a Plejánov a reexammar los pnnClplOSbásicos de la filosofía naródniki: la creencia en queel campesinado era la futura fuerza revolucionar~a.~nRusia. Esta creencia, avalada por una larga tradiclOnde revueltas campesinas y dirigentes revolucionarioscampesinos, desde Stenka Razin a Pugachev, se acep­taba universalmente tanto en Occidente como enOriente. El propio Marx había alentado la especula.ción favorita de los naródnikis acerca de que la comu­nidad campesina rusa estaba destinada a evolucionarhacia una sociedad socialista sin necesidad de unaetapa capitalista intermedia.

El derecho de Plejánov a ocupar un lugar desta­cado entre los autores de la Revolución de Octubredescansa en la intuición, brillantemente original enlos primeros años de la década de los ochenta, deque el capitalismo estaba ya en trance de arraigar enRusia, de que su desarrollo crearía un proletariadoruso y de que sería ese proletariado y no e! campe·sinado quien proporcionaría la fuerza motriz y la

jus tificación ideológica de la revolución rusa. Nohabía, por tanto, ninguna razón bara colocar a Rusiafuera de! esquema marxista ortodoxo. El rumbo delpensamiento de Plejánov estaba claro en 1882 cuan.do publicó una traducción rusa de! Manifiesto Comu./lista,. aunque e! prefacio muestra que no era todavíamarXista. En e! año siguiente, con dos de sus campa.ñeros más íntimos en e! exilio, Paul Axelrod y VeraZasúlich, fundó un grupo con el nombre «La emanocip~ción de! trabajo» y con un programa marxista.Ple¡ánov fue e! padre indiscutido de la social.demo.c~aci~ ,rusa, tanto en su doctrina como en su orga.11lZaClOn.

\ Los diez años que siguieron estuvieron ocupadospor controversias incesantes con los naródnikis. Laposición de Plejánov se definió en dos ensayos fecha.dos en 1883 y 1884 respectivamente: El socialismoy la lucha política y Nuestras discrepancias. Las líneasgenerales de la política ahí formuladas no fueron recti­ficadas ni seriamente modificadas durante los veinteaños siguientes. Plejánov afirmó que el campesinadoruso era .fundamentalmente no revolucionario; quela comumdad campesina podría desembocar solamen.te en capitalismo pequeño burgués, no en socialismo'que la revolución culminaría en la toma del pode~~or los trabajadores industriales; pero que ese pasofmal se llevaría a cabo sólo bajo condiciones de demo.cracia bll:g~esa, la reali~ación de la cual era por lo tan­to el obJetIVO revolUCIonario primero e inmediato.Contar con una revuelta campesina como fuente de larevolución era anarquismo; defender una toma inme.diata del poder por los trabajadores era «blanquismo».Pero estas ideas se abrieron paso tan lentamente quecliando. Plejánov asistió en París en 1889 al congresofundaCIonal de la Segunda Internacional y anunció

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110 Capítulo 7 Plejánov: el padre del marxismo ruso 111

que «1a revolución rusa triunfará como una revolu­ción proletaria o no triunfará», estaba expresandouna audaz paradoja,

Tal era el cuadro cuando Lenin entró en liza en1894 con una polémica vigorosa contra los nar?dni­kis. Durante esta época el capitalismo ruso, baJO elpoderoso impulso de Vitte, crecia a pasos agig~nta­

dos; se habían producido en Petrogrado las pnme­ras huelgas y manife~taciones im.~ortantes de traba­jadores; y las concepoones de PleJano_v estaban empe­zando a verificarse. Surgieron pequenos grupos mar­xistas en las principales ciudades rusas. Por otra parte,las autoridades veían todavía la revolución según losplanteamientos naródllikis y terroristas, y 11? ,l~sdesagradó la aparición de esa nueva secta que dlvldl,aal movimiento revolucionario, que no parecía predi­car la acción inmediata y que se ocupaba sobre todoen analizar el crecimiento de! capitalismo ruso. Duran­te unos pocos años los escritos de los marxist~s, siem­pre que se disimularan tras una forma .expreslVa c~ltay no usasen abiertamente un lenguaje provocat1~o,

recibieron el imprimatuy de los censores. Fue el pena­do de lo que llegó a ser conocido como «marxismolegal».

Esta curiosa circunstancia explica que la obrafilosófica clave de Plejánov fuese e! único de sus escri­tos legalmente publicado en Rusia antes de la revo­lución. El libro, concluido en Londres en 1894, fuecopiado por un joven entusiasta marxista ruso llama­do Potrésov, que llevó consigo el manuscrito de regre­so a PetraGrado y consiguió un editor. Las condicionesde su publicación explican por qué el título originalelegido por Plejánov (que ha sido respetado en !atraducción inglesa) fue abandonado en favor del vaGoy por consiguiente inofensivo circunloquio, Contribu-

ción. al problema del desarrollo de la concepciónmOnista de la historia. Apareció en los últimos díasde 1.894, llevando la fecha de 1895, y fue leído ensegUl~a por Lenin, que lo expuso con aprobaciónent~sl.ast~ en el círculo marxista de Petrogrado. Tuvoun exIto lDmed¡ato y duradero. Lenin mucho tiempodespués diría que había «educado a toda una genera-ción de marxistas rusos». . .

•En defensa del materialismo (seguido un año des­pues por Ensayos sobre la historia del materialismodel que hay una versión inglesa disponible) es un~p~es:~tación sistemática, ordenada y eficaz, en formah~st~n~a, de la. doctrina marxista del materialismod¡alectIco. Partlendo del materialismo francés delSIglo XVIII, al 9ue hac~ remontar hasta Locke, Plejá­nov mues~ra como la idea de la lucha de clases pasóal pensamIento fr~ncés durante el medio si~o siguien­te a 1!8?; examl11a luego el socialismo utópico v lafl1osoha Idealista alemana; y finalmente muestra c6mo«el materialismo moderno» de Marx proviene detodas ~stas ~iversas fuentes. Aparte de algunas polé­mIcas l11c1ebldamente prolijas contra los «subjetivis­tas» rusos contemporáneos, el resto del libro conser­V? en nuestros días su valor. No existe en el mercadol11ngun; exposición mejor de lo que Marx (y Lenin)entendJan por «materialismo dialéctico».

La esencia del materialismo dialéctico, como?puesto .al materialismo «metafísico» o estático, esl11,troducll' el elemento de oposición, lucha y movi­~Iento dentro de la explicación de la realidad. EstolIbera al materialismo del determinismo implícito enlas formas. más rígidas de la doctrina, pero plantea unproblema Importante en relación con la naturaleza delas fuerzas que generan el proceso dialéctico. Al pos­tular que .la fuente última se halla en las transfor'ma-

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112 Capítulo 7 Plej,1TIov: el padre del marxismo ruso 113

ciones de las condiciones materiales de producción,Marx no pretende que éstas actúen automáticamenteo sin la intervención consciente de la voluntad libredel hombre. En una famosa carta escrita en los últi­mas años de su vida, Engels llegó a admitir que tantoél como Marx habían exagerado algunas veces el papeldel «factor económico» y descuidado dos demás fac­tores en las interacciones recíprocas del proceso histó­rico». La doctrina del materialismo dialéctico gana asíen sutileza lo que pierde en la falsa simplicidad quea veces se le atribuye.

Traducida a términos políticos concretos (comotoda filosofía marxista debe serlo), la doctrina marxis­ta del hombre y la materia suscita el problema delos papeles respectivos en la política revolucionariade la acción «espontánea» de las masas, que dependede situaciones ¡;ateriales objetivas, y de la dirección«consciente» basada en el estudio y comprensión dela teoría revolucionaria. La balanza es tan sensible queescritores v actores en el drama revolucionario estánen consta~te peligro de inclinarla hacia un lado ohacia otro. Plejánov, aun formulando la doctrina deforma bastante correcta, se inclina en última instan­cia a favor de quienes confían en la maduración delas condiciones objetivas para producir la acciónespontánea como principal f~lerza revolucionaria. «Lahistoria la hacen las masas -escribió en un pasajefamoso- ...Mientras nosotros estamos preparando alos dirigentes, a los oficiales y suboficiales del ejércitorevolucionario, el ejército mismo está siendo creadopor la marcha irreversible del desarrollo sociaL>.

Lenin, por otra parte, a veces -principalmenteen su famoso folleto de 1902, ¿Qué hacer?- llegóa extremos bastante incómodos, al defender la nece­sidad de una dirección consciente que trabajara «des-

de fuera» sobre las masas, de otro modo inertes. Estaidea hizo nacer la concepción de Lenin del partidosocial-demócrata ruso como un pequeño grupo muydisciplinado de revolucionarios profesionales. Sólo asípodrian las masas madurar para la revolución: «Nohay actividad consciente de los trabajadores sin social­democracia». Fue tal actitud la que expuso a Leninde vez en cuando a las acusaciones de «blanquismo»y «bakuninismü». De acuerdo con las actuales inter­pretaciones, la gran contribución de Lenin y Stalina la teoría del materialismo dialéctico ha sido «ponerde manifiesto el papel activo de la conciencia».

Esta divergencia fue la base de la grieta, doctrinaly temperamental que dentro de poco se abriríaentre Plejánov y Lenin. Pero por el momentoambos marchaban de acuerdo. Cuando Lenin visi­tó a Plejánov en Ginebra en su primer viaje alextranjero en el verano de 1895, las relacioneseran todavía las de maestro venerado y discípulobrillante. A su regreso a Rusia Lenin fue detenido,en diciembre de 1895, y pasó los cuatro años siguien­tes en pri.sión o en Siberia. Pudo, sin embargo, seguiry aplaudir la vigorosa polémica de Plejánov contralos «marxistas legales» y los «economistas», queintentaban vaciar al marxismo de su contenido revo­lucionario al tratarlo como una pura teoría de la evo­lución económica; y saludó con entusiasmo el primerintento realizado en 1898 de crear un partido social­demócrata ruso.

Cuando Lenin volvió del exilio en 1900 se pusoen contacto con Potrésov y otro joven revolucionariollamado Mártov; y entre los tres fraguaron un proyec­to para fundar un periódico popular revolucionarioy una revista sólidamente marxista -Iskra (<<La chis­pa») y Zar),a (<<La aurora») respectivamente- que

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114 Capítulo 7 Plcjánov: el padre del marxismo ruso 115

se publicarían en algún lugar de Europa. Fue Potré­sov, que tenía buenas relaciones con gente acomo­dada, quien proporcionó los fondos y quien se convir­tió al principio en espíritu motriz de la empresa.Rothstein, que extrañamente se refiere a Potrésovcorno el «editor» de Plejánov, desconoce, sin embar­go, el papel de Potrésov en la fundación de Iskra,que atribuye sólo a Lenin. Es verdad que Potrésovfue menchevique en 1903, «defensista» en 1914 vencarnizado enemigo de la revolución bolcheviqu~después de 1917; pero esta posterior pérdida de lagracia no obliga a expulsarlo de su distinguido nichoen la prehistoria de la revolución. De cualquier forma,los tres jóvenes marcharon, uno por uno, a Suiza apresentar el proyecto a Plejánov y su grupo. No sindificultades se logró el acuerdo. Los periódicos seríanpublicados con un consejo de dirección formado porPIejánov, Axelrod y Zasúlich, Lenin, Potrésov yMártov.

Las posibilidades de fricción se manifestaron pron­to. Plejánov, el miembro más veterano y el indiscu­tido decano del grupo, era, a su propios ojos y a losde algunos arras, el numen tutelar de la empresa.Lenin prontamcnte sobresalió sobre sus comp~ñerospor su energía, claridad de ideas y determinación deestablecer tanto un cuerpo de doctrina revolucionariocomo un panido revolucionario organizado. El prime­ro de estos propósitos requería, además de llenar lascolumnas de Iskra, la publicación del programa delpartido; el segundo, la convocatoria de un congresodel partido para continuar la obra comenzada y aban­donada en 1898.

Plejánov simpatizaba con ambos proyectos. Hizoel borrador de un programa sobre las líneas de aque­llos que había preparado quince y veinte años antes

para el grupo «Emancipación del tr~bajo». El borra­dor fue criticado por Len111 , y en dlscuslOnes post~­

riores se llegó al esbozo del programa ~ que fu~ IilUbh­cado en I skra el verano de 1902. bl presttglO dePlejánov era todavía grande; y c;asi. por última vezen SU vida, Lenin se dispuso a 111clmarse ante unaautoridad superior o, en cualquier caso, a buscar u~compromiso. Una «concesión» significati~a cor:~egul­da por Lenin en estas discusiones fue la 111ch:slOn enel programa de la doctrina marxista de la «dICtaduradel proletariado», que no había enc~~trado lugar,sianificativamente, en el esbozo de Ple¡anov. Una dela~ acusaciones que Lenin dirigió a Plejánov muchosaños después sería la de su incapacidad pata abordarla relación entre revolución y Estado.

El Congreso del partido, que se celebró en Bruse­las V luego en Londres durante el veran? d~ .1903,fue Ínás borrascoso. Adoptó el programa S111 dtflculta­des, pero se escindió al tratar de los estatutos de!partido. Aquí Lenin p.ropuso un.a fórmula sobr:quiénes podrán ser constderados mlet;J?rOS del pa~tt­do, destinada a proteger su concepClon de! parLdocomo un ejército disciplinado de activos y e~trenadosrevolucionarios. El prestigio del maestro habla pesadohasta ahora sobre e! discípulo; pero ahora la deter­minación y la energía del discípulo arrastraron almaestro. Plejánov apoyó a Lenin durante el Congreso,lo que no impidió que Lenin fuera derrotado .en lacuestión de los estatutos. Pero por un cambIO desuerte, su grupo consiguió la mayoría a la hora deelegir a los funcionarios del partido. Esta victoria tuV?dos resultados. Lenin y sus partidarios serían conocI­dos por la posteridad como «bolcheviques». (1os mayo­ritarios), dejando e! título de «menchevlque» parala minoría; y Lenin y Plejánov se quedaron con el

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116 Capítulo 7 Plej,ínov: el'. padre del marxismo ruso 117

control indiscutido de Iskra, el órgano de la políticadel partido.

Plejánov llegó entonces a la cumbre y al puntodecisivo de su carrera. Muchas explicaciones puedensugerirse de la fase posterior. Aunque no tenía todavíacincuenta años, empezó ya a quejarse en esa épocade su salud; quizá le faltaran la fuerza física y laresistencia para hacer frente a un rival más joven quele llevaba donde no quería ir. Plejánov era por carác­ter una persona apacible, un hombre de pluma másque de acción. En el terreno de las palabras podíaser bastante mordaz; durante el Congreso había dis­gustado a los delegados, y provocado algunos silbidos,al proclamar con una lógica menos imperfecta (amenos que los taquígrafos lo transcribieran mal) quesu latín: Salus revolutiae suprema lex. Pero en lapráctica la capa y el puñal le fueron antipáticos. Lanaturaleza le había hecho apto para teorizar sobrela revolución, no para hacerla. Stalin le amontona,de forma poco amable, junto con Kautsky entre los«teóricos» cuyo papel termina tan pronto como unarevolución comienza de verdad.

Otra causa de la escisión es diagnosticada porKrúpskaia cuando subraya que «después del cambiode siglo Plejánov perdió la capacidad para entender aRusia». Como todos los primeros revolucionarios,había sido «occidentalista» en los términos del pensa­miento ruso del siglo XIX; y en 1901 llevaba yaviviendo sin interrupción en Europa Occidental veinteaños. Había asimilado los más flexibles, y tambiénalgunos de los más áridos, rasgos del racionalismo ye! radicalismo occidentales: su humanitarismo, su feen el progreso ordenado, su aversión hacia la violen­cia y los cambios bruscos y catastróficos. Estaba inca-

pacitado para comprender la revolución rusa -o paracomprender a Lenin.

En esencia, el desacuerdo entre Plejánov y Leninera e! mismo que dividió a mencheviques y bolche­viques. Ambos aceptaban el orden de sucesión formu­lado en el Manifiesto Comunista, según el cual larevolución democrática burguesa iría seguida por larevolución socialista proletaria. Ambos estaban deacuerdo en que Rusia estaba todavía en e! umbralde la revolución burguesa, cuyo advenimiento resul­taba inevitablemente al acelerarse e! desarrollo delcapitalismo ruso. Plejánov, el teórico, de acuerdo enesto con los mencheviques, permaneció satisfecho coneste pulcro esquema. Lenin, el revolucionario prácti­co, se impacientó cada vez más, desde 1901 en adelan­te, con una política que, hasta una fecha indefinidaen el futuro, dejaba al proletariado poco que esperary poco que hacer -excepto, quizá, apoyar el progresodel capitalismo, su mayor enemigo y opresor. CuandoLenin trató de escapar del dilema, acelerar la revolu­ción burguesa mediante una alianza entre el proleta­riado y el campesinado, y desde el primer momentollevar a aquélla a la etapa socialista, encontró la firmeoposición, en nombre de la ortodoxia marxista, dePlejánov y los mencheviques.

Psicológica y políticamente la ruptura era ya inevi­table cuando Plejánov y Lenin celebraban su victoriacomún en el congreso de 1903. Plejánov se disgustóprontamente por la implacable coherencia con la queLenin se proponía explotar la victoria. Entre los men­cheviques a quienes Lenin quería excomulgar, estabanmuchos de los viejos amigos y compañeros de Plejá­nov. La rígida disciplina de! partido en cuestiones deopinión y organización que Lenin quería poner envigor era ajena a la concepción occidental de Plejánov

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118 Capítulo 7Plejf.l1ov: el padre del marxismo ruso 119

sobre agitación y organización política. Inexplicable­mente para Lenin, Plejánov comenzó a defender lareconciliación con los disidentes. Antes de haber aca­bado 1903, Lenin dimitió del consejo de dirección deIskra; Plejánov ca-optó a los antiguos miembros de!consejo expulsados por el Congreso, todos menchevi­ques; Iskra se convirtió en un órgano menchevique;y Lenin comenzó a organizar a los bolcheviques comofracción independiente.

Los doce meses siguientes presenciaron la publi­cación de una serie de artículos severísimos de Plejá­nov contra Lenin y los bolcheviques. El ¿Qué hacer?,de Lenin, encontró respuesta en el ¿Qué no hacer?,de Plejánov. Lenin fue declarado culpable de fomen­tar un «espíritu sectario de exclusión», de pretenderactuar «obedeciendo a un infalible instinto de clase»,de «confundir la dictadura de! proletariado con ladictadura sobre el proletariado». Plejánov era unhábil polemista. Con una gran abundancia de citasprobaba que Lenin, por su insistencia en la «concien­cia», estaba resucitando la herejía idealista de loshermanos Bauer que Marx había denunciado por losaños cuarenta de! siglo XIX, y que, por su teoría deun ejército de revolucionarios profesionales, era discí­pulo, no de Marx, sino de Bakunin. Es quizá signifi­cativo (aunque hay también incitaciones para ello porparte de Lenin) que los argumentos de Plejánov girensiempre en torno a la conformidad con Marx, nuncasobre la utilidad práctica de los métodos de acciónpropuestos. Plejánov fue hasta e! fin doctrinario yacadémico.

El resto de la vida de Plejánov fue de vacilacióny frustración. Nunca fue un menchevique ortodoxo,y en las controversias de! partido de los años siguien­tes hasta se encontró ocasionalmente en el campo de

Lenin. El último encuentro entre los dos hombresocurrió después del esrallido de la guerra de 1914.Plejánov, diez años antes, en la época de la guerraruso-japonesa, había predicado ardientemente el «de­rrotismo >' y la guerra de clases, y había escrito que«la social-democracia internacional no puede dejarde rebelarse contra las guerras internacionales». En1914 se manifestó como un abogado de la defensanacional en una tribuna socialista en Lausana v fue, "repentina e inesperadamente interpelado por un Leninencolerizado. Krúpskaia, que cuenta e! incidente,admIte que la mayor parte del auditorio estaba dellado de Plejánov.

En la primavera de 1917 la Revolución de Febre­ro permitió a Plejánov volver a Rusia después deuna ausencia de treinta y seis años. Tomó parte enla famosa «conferencia democrática» en agosto enMoscú, y denunció a los bolcheviques antes y despuésde la Revolución de Octubre. Para una reimpresiónde su ensayo publicado hacía treinta v cuatro añossobre El S~cíalismo y la lucha polítí;a escribió unapéndice (que no ha sido incluido en la edición deobras completas), en e! que acusaba a Lenin de resu­citar una vieja herejía naródniki al suponer que laintroducción del socialismo podía coincidir con elderrocamiento del antiguo régimen, y pronosticaba«daños espantosos» por el intento de superponer lasrevoluciones burguesa y proletaria. Cuando guardiasrojos con excesivo celo registraron la casa en Tsars­koe-Seló donde Plejánov yacía enfermo, sus amigosprotestaron ante Lenin; y se publicó una orden ennombre del Consejo de Comisarios del Pueblo «paraproteger ]a persona y propiedad del ciudadano Plejá­nov». La garantía material fue acompañada de un

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120 Capítulo 7 8. La cuna del bolchevismo

insulto verbal. Plejánov no era ya un «camarada»socialista sino un «ciudadano» burgués.

Plejánov se hallaba entonces en una etapa avan­zada de tuberculosis; murió antes de que la revolu­ción tuviera un año de edad. A petición propia, fueenterrado en Petrogrado, cerca de la tumba de Belins­ki. La petición era expresiva de las afinida~es políti­cas de Plejánov en sus últimos años. Behnsb -eltípico «hombre de los cuarenta»- había evoluciona­do desde la posición de conservador hegeliano a la deradical político hegeliano. Terminó donde Marxcomenzó; murió joven y estuvo siempre en la van­guardia de sus propios contemporáneos. La principallabor de Plejánov -proporcionar una fundamenta­ción marxista para la causa revolucionaria de Rusia­la realizó cuando tenía cuarenta años; y aunque viviópara retroceder hasta una posición no leí ana de ~que­

!la en la que Belinski había acabado, sus anterIoresrealizaciones le dan un puesto duradero entre lospensadores rusos. Es quizá el único hombre al que,pese a haber contendido con Lenin en agrias cant.r?­versias, se le cita hoy con respeto en la UnlOnSoviética.

Lo que llegó a ser el «partido comunista (bolche­vique) de toda Rusia (después, de la Unión Sovié­tica)>> fue fundado en Minsk hace cincuenta años,bajo el nombre de «partido obrero social-demócrataruso», por un Congreso minúsculo de nueve hombres.Representaban organizaciones locales de Petersburgo,Moscú, Kíev y Ekaterinoslav, y a la «Unión Generalde trabajadores judíos de Rusia y Polonia», común­mente llamada el «Bund». El Congreso duró tres días-del 13 al 15 de marzo (1-3 de marzo según el anti­guo calendario ruso) de 1898. Aprobó la publicaciónde un manifiesto (que fue redactado por Peter Struve,un intelectual marxista), designó un comité central ydecidió publicar un órgano de partido. Pero antes dehaber podido hacer nada, la policía detuvo a los prin­cipales participantes; así, pues, virtualmente nadaquedó de ese esfuerzo inicial salvo un nombre compar-

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tido por un número ele comités y organizaciones loca­les que no tenían punto central ele unión ni conexiónentre sí.

El manifiesto, después de referirse al «huracánvivificante de la revolución de 1848» que había sopla­do sobre Europa cincuenta años antes, señalaba quela clase trabajadora rusa estaba «enteramente privadade lo que sus camaraelas extranjeros libre y pacífica­mente gozan: participación en la aelministración elelEstaelo, libertad de expresión, libertad ele organiza­ción y reunión». Esos eran instrumentos necesariosen la lucha «por su liberación final, frente a la propie­dad privada, por el socialismo». En Occidente la bur­guesía había conquistado esas libertades. En Rusialas condiciones eran diferentes.

Cuanto más camina uno hacia e! este de Europa, la bur­guesía se hace más débil, más insignificante y más cobarde,en e! sentido político, y mayor es la tarea cultural y políticaque corresponde al proletariado. Sobre sus recias espaldasla clase trabajadora rusa debe y puede reaHzar e! trabajo deconquistar la libertad política. Es éste un paso esencial, perosólo el primero, para la realización de la gran misión histó­rica de! proletariado, para la fundación de un orden socialen el que no habrá lugar para la explotación de! hombrepor el hombre.

En términos democráticos occidentales, el progra­ma era extremista pero constitucional. En la Rusiazarista, era incondicionalmente revolucionario; laintención de «sacuelir el yugo de la autocracia» seproclamaba específicamente.

Casi tres años después se producía un nuevocomienzo cuando los tres jóvenes revolucionarios mar­xistas -Lenin, Potrésov y Mártov- que habíancumplido conclena en Siberia por actividades ilegalesse unieron al grupo «Emancipación del trabajo» en

Suiza. Lenin tenía entonces treinta años. Desde 1894,cuando sus primeros escritos políticos habían sido di­vulgados en hectógrafo. era conocido como un capaz yenérgico discípulo de Plejánov; y había sido, antes desu detención en diciembre de 1895, un espíritu sobre­saliente en uno de los grupos que estarían más tarderepresentados en el Congreso de 1898. Lenin semanifestaría luego como el miembro más enérgico dela dirección de Iskra. Fue él quien bosquejó el mani­fiesto anunciando el nuevo periódico, quien colaboróen él de modo más asiduo y prolífico, y dirigió la agita­ción para un segundo Congreso del Partido que reanu­dara la obra comenzada e interrumpida en Minsk. ElCongreso, que comenzó en julio de 1903, fue real­mente el Congreso fundacional del partido, pese aque en sus últimas jornadas se produjera el cismatranscendental entre bolcheviques y mencheviques.La brecha se intensificó cuando, tres meses despuésdel Congreso, el fluctuante Plejánov se pasó a losmencheviques, Lenin dimitió del consejo de direcciónde Iskra y la revista se convirtió en un órgano men­chevique.

El partido así fundado en 1898, vuelto a fundaren 1903 y (en cuanto a la fracción bolchevique) remo­delado por Lenin después de la escisión, llegó a serel instrumento dirigente de la Revolución de Octu­bre de 1917. El Congreso de 1903 fue el momentocrucial ele su historia, el foco alrededor del cual toelaslas grandes controversias del partido, tanto las prime­ras como las últimas, giraron. Un cierto conocimientode esas controversias es esencial para un juicio dela revolución y de los acontecimientos que surgieronele ella. El lector inglés puede encontrar un relatode aquéllas en la insatisfactoria y oficial «Breve histo­ria del L'artielo comunista de la Unión Soviética». .,

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publicada en 1938, o en el menos sumario de «Bos­quejo histórico del partido comunista de la UniónSoviética» de Popov, publicado cinco años antes. Encuanto al lector ruso, quedará aturdido por la monta­ña de material muchas veces indigesto e indigno deconfianza. Una importante aportación a las fuentesrusas de la historia de! partido es El origen del Bolche­vismo, por F. I. Dan', que fue dirigente menchevi­que y que murió casi en el momento de la publicaciónde su libro en Nueva York. El último capítulo contie­ne lo que es virtualmente una retractación de la acti­tud previa de Dan; y e! libro representa una sincera,aunque no acrítica, aceptación de los puntos de vistade Lenin. Muestra alguno de los rasgos típicos deuna obra de ancianidad, pero está lleno de datos ypenetración. No disponemos de ninguna otra exposi­ción objetiva de la historia de! partido en sus prime­ros años escrita por alguien que participara en ella.

Cuando en 1903 se ce!ebró el Congreso, tres bata­llas ideológicas habían sido ya libradas y resueltas;v esas tres victorias formaron la base del programade! partido unánimemente adoptado por el Congreso.Frente a los naródnikis, el partido social-demócrataobrero ruso consideraba al proletariado y no a los cam­pesinos como el agente de la revolución futura; frentea «los marxistas legales», predicaba la acción revolu­cionaria y se negaba compromiso alguno con la bur­guesía; frente a los «economistas», subrayaba elcarácter esencialmente político del programa delpartido.

La campaña contra los naródnikis había sido lleva­da por Plejánov en la década de los ochenta y losprimeros años de la de los noventa. «La revolución

, F. 1. DAN: ProisHJoz1Jdenie Bolshevizma.

rusa --decía e! famoso aforismo de Plejánov- triun­fará como una revolución proletaria, o no triunfará».Esto claramente quería decir que a la revolución enRusia le prepararía el camino el desarrollo industrial;y durante la última década del siglo, Vitte y capíta­listas extranjeros se ocuparon de realizar tales requi­sitos. Lenin, en sus escritos contra los narqdnikis queabrieron su carrera de polemista, no hízo sino rema­char los argumentos de Plejánov y señalar eficazmen­te lo que estaba sucediendo en Rusia ante los ojosde todos. La estrella del trabajador industrial estabaascendiendo y la estrella del campesino 'declinandoen el firmamento revolucionario. Sólo hacia 1905 elproblema de encajar al campesino ruso dentro delesquema revolucionario llegó a ser nuevamente untema candente dentro del partido.

La lucha contra el «marxismo lega!» -cuyas opi­niones, expresadas en un lenguaje ligeramente crípti­co, la censura permitía que aparecieran en los perió­dicos cuItos- era más complicada. El miembro máscapaz del grupo era Pedro Struve, autor del manifies­to del Congreso de Minsk; y Bulgákov y Berdiáiev,que finalmente se convertirían a la Iglesia ortodoxa,fueron también miembros del mismo. Lenin acogiócon agrado la alianza provisional con los «marxistaslegales» contra los naródnikis. Aceptaban aquellos sinmatizaciones la opínión marxista de! desarrollo delcapitalismo como un primer paso hacia la realizaciónfinal del socialismo, y creían que a este respectoRusia seguiría la vía occidental. Hasta aquí Leninestaba de acuerdo con ellos. Pero la ínsistencia en lanecesidad de la etapa capitalista les llevó a tratar esedesarrollo como si fuera un fin en sí mismo y a susti­tuir la revolución por la reforma como proceso através del cual el socialismo finalmente advendría; y

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fue en este punto en el que Lenin atacó al «marxismolegaL> como sinónimo de liberalismo democrático ycomo enemigo de! proletariado.

Esta actitud hacia los «marxistas legales» es sínto­ma de un dilema que persiguió al partido durantemuchos años. La teoría marxista desde el ManifiestoComunista en adelante dice claramente que, en tantoque la libertad política no haya sido a1canza~a, elproletariado compartirá con la burguesía los mlsmosobjetivos. Siguiendo esta teoría el programa adoptadopor el partido durante el II Congreso formuló queel partido «apoya todo movimienro revolucionario yde oposición dirigido contra el orden social y polí­tico existente en Rusia». Fue un delegado poco distin­guido, asistente al Congreso, quien señaló que sólodos movimientos contemporáneos respondían a taldescripción -los social-revolucionarios (que eran losherederos de los naródnikis) y los «marxistas lega­les»- y que, sin embargo, el Congreso había aproba­do resoluciones condenando específicamente a los dos.En esos momentos no existía una réplica adecuada ala cuestión. Cualquiera que fuera lo que la teoríamarxista reauería la cooperación entre e! proletaria-" ,do y la burguesía para un fin específico común aambos nunca estaría libre de dificultades, en tantoque la destrucción de la burguesía continuara siendoe! objetivo final de la revolución proletaria. Esta inhe­rente contradicción, y no la intolerancia de Lenin osus sucesores, fue responsable de un enigma de largaduración.

Los «economistas», contra quienes se libró latercera batalla ideológica de estos años, eran un grupode intelectuales marxistas que en e! otoño de 1897fundaron en San Petersburgo un periódico llamadoEl pensamiento de los trabajadores. Al igual que los

«marxistas legales», permanecían dentro de! sistemaconstitucional, evitaban la revolución v trataban elsocialismo como un ideal lejano; pero a'diferencia deaquellos, qu~ ,se limitaban a teorizar, tenían un pro­grama ele aCClOn. El progreso hacia el socialismo debe­ría hacerse por etapas. En la situación de Rusia sedebía estimular la conciencia de clase de los traba­jadores alentándoles a concentrarse en las reivindica­ciones econ?mi~~s, ~ m~jorar su condicíón por mediode la ~l:gamzaclOn smdlcal, la ayuda mutua, la auto­educaclón, etc.

Mientras tanto, la acción política quedaría reser­v~da a los intelectuales; y puesto que no había toda­Vla base para un programa político marxista tal accións.ólo podía tomar la forma de apoyo a la' burguesíalrberal en sus demandas de libertad política. En laspalabras del documento que sirvió como manifiestodel grupo:

. Las diseusiones acerca de un partido político de traba­Jadores lIldependiente no son sino el resultado de transfe­nr problemas y soluciones extranjeras a nuestro suelo... Parael m,ar~lsta ruso hay un solo camino: ayudar a la luchaeCOn0l111Ca .d.e} proletariado y participar en las actividadesde la opOSlCl0n Iíbera!'

En otras palabras, el objetivo inmediato en Rusia~e limitaría a a1can~ar la posición hacía mucho tiempornstaurada en OCCIdente por la revolución burguesa.

El «economismo» recibió un impulso poderoso­de la oleada de huelgas fabriles que comenzó a exten­derse por toda Rusia en 1896; durante cinco añosfue un movimiento influyente, quizás el más influ­y.ente, entre los marxistas rusos. Pero fue al mismotlempo denunciado por Plejánov en Suiza, y por Leniny sus compañeros de exilio en Siberia como una nep'a­ción de la esencia de la social-democ~·acia. La cont;o-

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versia se sostuvo en la época de Iskra; y una granparte de la primera obra importante de Lenin, ¿Quéhacer?, publicada en 1902, está dedicada a polemizarcontra los «economistas». Para despertar la concien­cia de clase de las masas, se necesita tanto la agitaciónpolítica como la económica.

El ideal del socialdemócrata no puede ser un secretariosindical, sino un tribUNO del pueblo... Una política sindicalpara la clase obrera es simplemente lina polítíca burguesapara la clase obrera.

Cuando se reunió el II Congreso del partido en1903, las tres tendencias representadas por los naród­nikis, los «ma1xislas legales» y los «economistas»parecían haber recibido un golpe mortal, siendo casiunánimemente denunciadas por los delegados, tantopor los futuros mencheviques como por los futurosbolcheviques. Era, sin embargo, una victoria pírrica.Los social-revolucionarios recogieron e! reto aún porcontestar, anteriormente lanzado por los naródnikis;y los mencheviques ocuparon posiciones diHcilmentedistinguibles de las de los «marxistas legales» y los«economistas». No era ésta una obstinación acciden­tal. La cuestión de encajar al campesinado ruso dentrode! esquema marxista de la revolución proletaria nohabía sido afrontada todavía; y tampoco se habíanresuelto las contradicciones trágicas derivadas delintento de hacer una revolución socialista en unanación donde no se había producido todavía unarevolución burguesa para alcanzar la libertad política.

Sobre el telón de fondo de estas controversias,Lenin fue construyendo el futuro «Partido comunista(bolchevique) de la Unión Soviética». Acusó a losmencheviques, como había acusado antes a los «eco­nomistas», de carecer de principios; «oportunismo»

significaba para Lenin no un viraje por razones tácti­cas (10 que admitía y defendía sin reservas), sino unaplazamiento de la acción revolucionaria bajo pretextode que las condiciones no estaban maduras. Perosobre todo les acusó de falta de organización, deamateurisme de «trabajo artesano». La división mássignificativa en el Ir Congreso no se produjo entorno al voto crítico o a las elecciones sino en tornoa los estatutos del partido. ¿Sería el partido ruso, alestilo de los occidentales, una organización de masasde afiliados y simpatizantes?, ¿o sería un ejércitodisciplinado de activos revolucionarios?

La cuestión de la organización planteaba así unavital cuestión de principios. Todos los temas máspolémicos de la historia de la revolución rusa estabanentrañados en ella. Según el punto de vista menche­vique, la revolución socialista podría realizarse sólocomo secuela de una revolución burguesa y a travésde un partido político del tipo de los que habíansurgido de las revoluciones burguesas en Occidente.Según el punto de vista bolchevique, la revoluciónsocialista rusa llevaría en el interior de sí misma larevolución burguesa que la burguesía rusa habia deja­do de realizar; y esto exigía una forma especial deorganización de partido desconocida en Occidente. Enun cierto sentido, ambos tenían razón. Lenin, con suintuición infalible de las realidades, conocía el únicocamino por el que la revolución rusa lograría la victo­ria. Pero si los sobrevivientes de los mencheviquesreplicaran hoy que ésa no es la revolución socialistatal y como la entendían ellos o el mundo en los prime­ros años del siglo, sería difícil probar que no tuvieranrazón. La historia defrauda a los redactores de progra­mas tan frecuentemente como refuta a los profetas.

Debe confesarse, si ha de hacerse justicia, que la

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concepción de Lenin del partido, que impulsó desde1903 con toda la inflexibilidad que la extrema cohe­rencia y la convicción firme proporcionan, debe muchomenos a la teoría que a su propia intuición de lasexigencias rusas. Si acusó a los economistas de exage­rar la «espontaneidad» en el movimiento obrero ydeclaró que la conciencia de clase de los trabajadorespodía desarrollarse sólo «desde fuera» por un partidoorganizado de intelectuales revolucionarios, el razo­namiento, aunque teórico y general en la forma, eraen su contenido un registro exacto de hechos obser­vados en la sociedad rusa. La concepción de Lenindel partido tenía, al menos, la justificación empíricade que era la clase de partido necesario para hacertriunfar a la revolución en Rusia. Sus oponentes esta­ban recetando según condiciones que no existían.

Lenin estableció dos requisitos previos para unpartido revolucionario: debe ser reducido en efecti­vos, y disciplinado y conspirativo en carácter. Auncuando Plejánov y Lenin predicaban que «la historiala hacen las masas», ambos reconocían que la grantarea del partido era entrenar a «los oficiales y subofi­ciales del ejército revolucionario». Las condicionessociales proporcionarían los soldados cuando llegaseel momento. Para Lenin el partido sería siempre unaminoría, y su armazón lo formaría siempre un grupode revolucionarios profesionales. La revolución de1905, por primera vez, incorporó un número impor­tante de trabajadores al partido; y desde entoncesLenin comenzó, por razones tácticas, a acentuar laimportancia del papel de los trabajadores en el parti­do. Pero no fue hasta unos años después de 1917cuando los trabajadores comenzaron a constituir algomás que una pequeña minoría de los delegados en

los congresos del partido o de los miembros de loscomités del partido.

El segundo requisito de Lenin para el partido -sucarácter disciplinado y conspirativo-- se derivabatodavía más directamente de las condiciones rusas.Los grupos revolucionarios aislados de trabajadoresy estudiantes, formados por principiantes bien inten­cionados, pronto caían en poder de la policía, comoal mismo Lenin le había ocurrido. Para mantenergrupos secretos revolucionarios y realizar propagan­da revolucionaria secreta, lo más importante era laorganización y la disciplina. Aunque dentro del parti­do se profesaban los principios de la democracia, lasnecesidades de la situación excluían, como Lenin reco­noció explícitamente, las discusiones públicas y abier­tas o la elección de los dirigentes. Las condicionesrusas dictaban una forma de organización completa­mente distinta de la de los partidos políticos deOccidente.

La tentativa de realizar un programa político occi­dental -pues tal era esencialmente el marxismo- enlas condiciones del autocrático Estado policíaco delos Románov creó una serie de contradicciones quefueron el dilema trágico del partido comunista y dela revolución bolchevique. Fue imposible lograr unacongruencia de medios y fines, dado que los mediosindispensables convenían a un orden de sociedaddiferente de aquella en la que -y para la que- losfines habfan sido concebidos. Era imposible estable­cer una relación estable o racional con la burguesía,nacional o extranjera, ya que la doctrina parecía impo­ner dos actitudes contradictorias: la alianza era alter­nativamente buscada o rechazada desdeñosamente.Finalmente, era imposible establecer en función delmaterial humano existente las bases de la administra-

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ción democrática sobre la que el socialismo del tipopropuesto en la tradición marxista debería asentarse.

Todos estos dilemas emergen claramente de losduros debates que acompañaron a la fundación delpartido y a sus pasos iniciales en materia de organi­zación hace cuarenta y cincuenta años. El partidoavanzó por el camino establecido por Lenin, inexora­blemente, a pesar de los reveses, gracias a una disci­plina cada vez más estricta y a un círculo cada vezmás reducido de autoridad y poder. En la décadade 1890 se había establecido ya que el proletariadodirigiría la revolución; la dictadura del proletariadohabía tomado carta de naturaleza en Rusia. En 1903llegó a ser doctrina aceptada que el partido deberíadirigir al proletariado; y «la dictadura del partido»se convirtió en una frase muy usada. Luego vino laetapa de la dirección del partido por su comitécentral; éste fue el período de la revolución. Despuésde la implantación de la Nueva Política Económicaen 1921, Lenin tiró de las riendas una vez más; ydurante un tiempo el Politbureau del partido fue elórgano decisivo, por encima de las demás institucio­nes del partido y del Estado. Finalmente, cuandodesaparecieron las limitaciones que el prestigio perso­nal de Lenin imponla, la dirección pasó a un grupocuya composición nunca fue exactamente conocida yque no tenía rango constitucional alguno ni siquieradentro del partido. El proceso había sido previstomuy detalladamente por Trotski (de todos los revolu­cionarios, ninguno era más dictatorial que él por tem­peramento y ambición), quien en un brillante panfle­to publicado en 1904 anunció una situación en la que« el partido es sustituido por la organización del parti­do, la organización por el comité central y finalmenteel comité central por el dictadon>.

Sería difícil pretender que Lenin en estos prime­ros años de la historia del partido comprendió clara­mente a dónde conduciría la exigencia de una orga­nización y una disciplina rígidas; y aún mucho másdifícil afirmar que, de haberlo sabido, hubiera retro­cedido ante la elección. Todo su ser estaba puesto enla revolución, a la que consideraba necesaria paraRusia y para el mundo; no rechazaría o despreciaríanada que pudiese contribuir a su realización.

Sin embargo el dilema quedó sin resolver. Dandiagnostica brillantemente la «contradicción inmanen­te» en el desarrollo social de Rusia: su «carácterretrasado», que había llevado a la revolución cuandoel socialismo estaba ya llamando a la puerta y la demo­cracia no podía ser realizada sin e! socialismo; y su«atraso», que impidió la «realización de! socialismobajo formas democráticas libres». Las citas provienendel capítulo final de la obra de Dan, que es, en reali­dad, una renuncia por parte del autor a su menche­vismo y una aceptación de las conclusiones y políticade Lenin. Precisamente porque reconoce la tragediay las contradicciones que, por ineludibles que puedanhaber sido, subyacen a esa política, e! libro de Danconstituye una defensa más convincente del partidoy de la revolución que las historias oficiales estereo­tipadas.

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9. Lenin: el constructor Lenin: el constructor 135

Pocos grandes hombres habrán ganado tan pronta­mente un lugar tan seguro e indudable en la historiacomo Lenin. Hasta quienes más detestan la obra deLenin han alabado su relativa moderación y su capa­cidad de estadista en contraste con la mayor infamia,primero de sus compañeros y luego de sus sucesores.La muerte le arrebató cuando las nubes de la calum­nia habían empezado a dispersarse y antes de quepudiera verse comptometido en las muy agrias yencar­nizadas controversias que acompañan generalmente ala consolidación de una revolución. Dentro de supropia generación Lenin sobresalió de entre sus con­temporáneos por la constancia y devoción de su entre­ga a la causa, por la claridad y energía de sus ideasy por su jefatura práctica en los momentos críticosde 1917. Para la gcneración siguiente, Lenin se con­virtió en la personificación de la revolución victorio­sa, y sus escritos en textos sagrados.

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Lenin, con toda su fama de dirigente revolucio­nario, fue un creador más que un desttuctor. No jugóningún papel personal en los acontecimientos de 1905ni en la Revolución de Febrero de 1917; tampocolas ideas bolcheviques fueron un factor importanteen ambas ocasiones. Lo que Lenin realizó en octubrede 1917 no fue el derrocamiento del gobierno provi­sional -·que se seguía lógicamente de todo 10 quehabía ocurrido antes y tenía que suceder después-,sino la construcción de otra cosa en su lugar. Elmomento decisivo de la revolución llegó C\lando, enel I Congreso de los soviets en junio de 1917, unorador proclamó desde la tribuna que no haQía ningúnpartido revolucionario dispuesto a cargar cqn las res­ponsabilidades de gobierno, y Lenin, en medio derisas burlonas, replicó desde la sala: «Existe tal parti­do». Sólo cuando el nuevo régimen fue establecido,Lenin dio su verdadera talla como administrador, jefede gobierno, organizador y gran táctico político.

Lenin fue también el constructor, o reconstructor,del prestigio y autoridad internacionales de su nación.El gran imperio ruso, cuando los bolcheviques toma­ron posesión del mismo y durante algún tiempo des­pués, estaba en proceso de rápida desintegración, comoresultado de los desórdenes interiores y de la derro­ta de la guerra. El ttatado de Brest-Litovsk de marzode 1918 podó no sólo los apéndices occidentales delantiguo dominio zarista cuya independencia habíaespontáneamente reconocido el gobierno soviético,sino un mnplio trozo de territorio predominantementeruso. El verano de 1918 presenció el comienzo dela guerra civil y la intervención de ingleses, france­ses, japoneses y americanos; guerra que sobrevivióal colapso alemán y que durante más de dos añosdividió violentamente al país entre autoridades anta-

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gónicas. Al tiempo, la aceptación de los bolcheviquesdel derecho de autodeterminación y secesión paratodas las naciones y grupos nacionales pareció favore·cer el proceso de dispersión e impedir la reconstruc­ción de la unidad anterior.

Sin embargo, a finales de 1922, poco más dedos años después de la victoriosa terminación de laguerra civil, las diversas unidades nacionales habíansido de nuevo reunidas en la recién fundada Unión deRepúblicas Socialistas Soviéticas (1a incorporaciónformal de las dos repúblicas del Asia central se retrasóhasta 1924); Yla cohesión de la nueva federación re­sultó cuando menos tan fuerte y duradera como la deldifunto imperio. Este logro, que pocos hubieran pre­visto en los días oscuros de 1918 ó 1920, no fue lamenos notable de las realizaciones de Lenin. A losojos de la historia, Lenin aparece no sólo como ungran revolucionario sino también como un gran ruso.

El interés público por Lenin, tanto en su propiopaís como en el resto del mundo, no da señales dedisminuir. La segunda y tercera edición de sus obrascompletas (en realidad, dos tiradas en diferente forma­to de la misma edición) fueron publicadas entre 1926y 1932. Poco antes de la guerra se decidió imprimiruna cuarta edición, y su publicación en el momentoen que escribimos está muy adelantada. El copiosomaterial adicional que está apareciendo en esos volú­menes había sido publicado en su mayor parte enLeninskii Sbornil:: y otras publicaciones periódicas,así que no es, estrictamente hablando, nuevo; perosu inclusión en una nueva edición de las obras lohace, por primera vez, convenientemente accesible.

Por otra parte, las prolijas y valiosas notas expli­cativas y los apéndices de documentos (con frecuenciaútiles, aunque los documentos puedan encontrarse en

otro lugar) han desaparecido de la nueva edición.Una declaración oficial de 1938 había condenado yalos «toscos errores políticos de carácter dañino en losapéndices, notas y comentarios a algunos volúmenesde las obras de Leni11»; y el Instituto Marx-Engels­Lenin evidentemente ha evitado revisarlos a la luzde la información más reciente y de la ortodoxia másal día. La nueva edición aparece con un escaso einadecuado aparato de notas; por este motivo el estu­dioso tendrá que usar, a pesar de todo, las anteriores.

Por de pronto los estudiosos ingleses de Leninpodrán ayudarse con dos nuevas publicaciones. Unatraducción completa al inglés de las obras de Lenininiciada en los años treinta ha sido al parecer aban­donada. Pero The Essentials 01 Lenil1, traducción deuna edición rusa en dos volúmenes de sus obras prin­cipales, incluye algunas que no habían aparecido hastaahora en inglés '. Los volúmenes son gruesos, y suprecio barato; y aunque hay omisiones que lamentar(incluye sólo algunos pocos discursos e informes alos congresos), el principal corpus de los escritos deLenin es ahora fácilmente accesible al lector inglés.La otra obra reciente es una breve biografía popularescrita por Christopher Hill 2, que aventaja sin difi­cultad a todas sus predecesoras, excepto a la de Mirs­ky, publicada hace ya casi veinte años.

Hil1, cuyo libro aparece en una colección cuyaintenci6n es «explorar un tema significativo a travésde la biografía de un gran hombre», se ha visto limi­tado claramente por lo reducido de la extensión. Apar­te de los detalles biográfícos usuales y de un capí-

, The Essentíals 01 Lenín (dos vol.). Lawrence andWíshart.

, Christopher HILL: Lenín and the Russían Revolutíon.Hodder 2nd Stoughton.

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138 Capítulo 9 Lenin: el constructor 139

tulo final de valoración, Hill ha preferido concentrar­se en algunos temas esenciales: la concepción de Leninde! partido, su política agraria, su filosofía del Estado,sus opiniones acerca de las relaciones de la repúblicarevolucionaria con el mundo exterior, y su políticaeconómica. La elección de los temas es juiciosa, y eltratamiento sensato y agudo. El lector corriente, paraquien el libro está dirigido, encontrará en él unapresentación muy clara y legible de los principalesproblemas que Lenin tuvo que afrontar y de los méto­dos que siguió para resolverlos.

El punto central del pensamiento y de la acciónde Lenin fue su teoría del Estado, que encontró suexposición más madura en El Estado y la Revolución,escrito en las vísperas de la Revolución de Octubre ypublicado en la primavera de 1918. La tradiciónsocialista a partir del Godwin ha sido casi sin reser­vas hostil al Estado. Marx, especialmente en sus pri­meras obras, denunció repetidamente al Estado como«la forma de organización adoptada por la burguesíapara la garantía de sus propiedades e intereses». ElManifiesto Comunista, fiel a esa tradición, preveíael momento en el que, suprimidas las diferencias entrelas clases, «el poder social perderá su carácter polí­tico». Pero el ilJfcmifiesto asimismo se interesaba porel paso práctico más inmediato de hacer triunfar larevolución; para este propósito era necesario quee! proletariado pudiera «establecer su supremacía paraderribar a la burguesía», y el Estado se identificaracon «el proletariado organizado como clase dirigente».Esa fue la idea que Marx cristalizó unos años despuésen la fórmula famosa de «la dictadura del prole­tariado».

La doctrina de! Estado, tal como emergía de losescritos de Marx y Enge!s, tenía dos aspectos. A

largo plazo, el Estado, al ser producto de las contra­dicciones de clase y un instrumento de opresión, debíadesaparecer poco a poco; no habría sitio para él enel orden comunista del futuro. A corto plazo, el prole­tariado, después de destruir el instrumento estatalburgués mediante la revolución, tendría que consti­tuir un instrumento estatal temporal propio -la dic­tadura del proletariado- hasta tanto la sociedad sinclases hubiese sido realizada. La conciliación de ambasperspectivas no siempre fue fácil. En e! momento enque Lenin comenzó a considerar el tema, la al·todo­xia tenia que navegar prudentemente entre la Sciladel anarquismo, que rechazaba vehementemente alEstado e incluía en su condena a la dictadura delproletariado, y la Caribdis del socialismo estatal, espe­cialmente peligrosa en Alemania, donde la tradiciónde Lassalle alentaba la creencia de que el socialismopodía triunfar, no mediante la destrucción del Estadoburgués, sino por la alianza con el poder estatalexistente.

Lenil1, cuando escribió El Estado y la Revolución,estaba todavía afectado por la «traiciÓn» de la social­democracia alemana, que había abrazado la causanacional en 1914; por consiguiente, se hallaba másimpresionado por los peligros del culto al Estado quepor los del anarquismo. Eso hace que la obra sea untanto unilateral. La discusión contra los anarquistasen defensa de la dictadura del proletariado ocupa sólounos apresurados párrafos; la mayor parte del panfle­to es un ataque contra aquellos pseudo-marxistas quese niegan a reconocer, primero, que el Estado es unproducto del antagonismo de clases y un instrumentode la dominación de clases, condenado a desaparecercon la desaparición de las clases mismas y, segundo,que e! objetivo inmediato no es la conquista de la

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máquina estatal burguesa sino su destrucción y susti­tución por la dictadura del proletariado.

Para e! estudioso de la historia, los pasajes másimportantes de El Estado y la Revolución son aque­llos que muestran cómo concebía entonces Lenin .ladictadura de! proletariado. «Es algo que no es propIa­mente un Estado»' es «va un Estado en transición,, ~

no un Estado en sentido propia»; «comenzará a extin­guirse inmediatamente después de su victoria». Marxy Enaels creyeron haber descubierto el prototipo dedictadura del proletariado en la Comuna de Parísde 1871; en abril de 1917, Lenin se apresuró a trans­ferir e! descubrimiento a los Soviets. El rasgo carac­terístico del descubrimiento era que ni la Comunani los Soviets eran «un Estado en sentido estricto».Ambas instituciones representaban 'exclusivamentea la clase obrera, tenían idéntica base de organiza­vión voluntaria, y se inclinaban por un mismo tiP?de federación flexible de uniones autónomas que sustl­tuida a la autoridad soberana del Estado burgués.Tanto la Comuna como los Soviets ejercían funcionesadministrativas y legislativas, y hacían inútiles el ejér­cito regular y la burocracia regular. El ejército seríasustituido por una milicia obrera. Gran parte de laadministración seda dirigida por los mismos traba­jadores en su tiempo libre.

Bajo el socialismo -escribió Lenin- mucha de la demo­cracia «primitiva» resurgirá inevitablemente, puesto que porprimera vez en la histoda de las sociedades civilizadas lamasa de la población será incorporada a una participaciónindependiente no sólo mediante votaciones y elecciones, !i,?oen la administración diaria. Bajo el socialismo todos admlms~

trarán por turnos y llegarán a acostumbrarse prontamente aque nadie administre permanentemente.

Se suele decir que tal proyecto, en cierto modoutópico, se aplicaba sólo a los órganos coercitivos de

la administración, no al aparato económico y financie­ro. Pero esto no es del todo exacto. Lenin creía, alprincipio, que las tareas de la dirección de los nego­cios y de la contabilidad, como las de la administra­ción pública, podrían ser realizadas también por losciudadanos ordinarios. Observaba que esas tareashabian sido «extraordinariamente simplificadas» porel capitalismo y reducidas a «operaciones extremada­mente simples de comprobación y registro al alcancede cualquier persona instruida y con conocimien­to de las cuatro reglas de la aritmética y el manejo delos recibos correctos». Lo erróneo en esas aspiracio­nes era, en parte, sin duda una estimación superopti­mista de la naturaleza humana, pero sobre todo unafalta de comprensión de que la dictadura del prole­tariado, o cualquier otra forma de sociedad socialista,tendría que implicar no una reducción sino un inmen­so crecimiento tanto del número de personas compo­nentes de la administración como de la complejidadde su trabajo.

En tres años Lenin aprendió mucho. En la vísperade la implantación del NEP en la primavera de 1921descartó como un «cuento de hadas» la idea de quecualquier trabajador podía «conocer cómo administrarel Estado». La necesidad empujó a la administraciónsoviética a adoptar las formas estatales tradicionales,contra lo que Lenin se había propuesto. Sin embar­go, mientras Lenin vivió, algo permaneció vivo dela desconfianza hacia el Estado que había expresadoen El Estado y la Revolución. Los soviets, especial­mente los soviets locales, retuvieron una amplia auto­nomía e iniciativa, aunque su competencia sólo seejercía sobre asuntos locales, y Lenin continuó hastael último momento de su vida pública predicando lanecesidad de una vigilancia infatigable para refrenar y

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controlar la burocracia, Sólo años después de la mu~r-­

te de Lenin, el curso inexorable de los acontecimien­tos restableció un culto al Estado que hubiera pare­cido impensable a los hombres que hicieron larevolución,

La participación personal de Lenin en la modela­ción de la política exterior del nuevo régimen fue aúnmás importante y decisiva que en la de la políticainterior; y aquí también la misma flexibilidad, lamisma disposición para estudiar y seguir la dinámicade los sucesos, llaman la atención, La política exteriordel joven gobierno soviético conjugaba tres distintoselementos: pacifismo radical, revolución mundial einterés nacional o estatal, Los tres elementos tienendiferentes orígenes y rara vez pueden ser aisladosen la práctica; la sutil trama en la que fueron diestra­mente tejidos fue en gran medida la obra de Lenin,

El motivo del pacifismo radical fue particular­mente importante durante las primeras semanas ymeses de la revolución, Y ello por dos razones. Enprimer lugar, los bolcheviques dependían todavíavitalmente, tanto en los soviets como en los demáslugares, del apoyo de los campesinos y de sus dirigen­tes social-revolucionarios, Las masas campesinas, in­cluso las movilizadas, eran totalmente indiferentes,después de más de tres años de guerra, tanto a ladefensa de los intereses nacionales como a la expan­sión de la revolución, Su incondicional exigencia depaz se reflejó en la ideología de aquellos demócratasradicales que proclamaron sin matización o análisisque la paz jugaba siempre en interés de todos lospueblos, y que seguir y realizar los deseos del puebloera el camino seguro de la paz, En segundo lugar,ese pacifismo radical era la base del pensamientopolítico de WíIson y de otros círculos de izquierdas

en otras naciones, únicos lugares donde el régimensoviético podía encontrar todavía amigos. Era así esen­cial insistir en el único punto de vista que parecíaproporcionar un puente entre el régimen yesos ami­gos potenciales, antes que en otros aspectos de lapolítica soviética que inevitablemente les alejarían.

Tal fue la inspiración principal del famoso «decre­to sobre la paz», primer acto público de la políticaexterior soviética. Su lenguaje no es marxista sinowilsoniano. Debe ser interpretado, no como descen­diente remoto del Manifiesto Comunista, sino comoprecursor de los catorce puntos de Wilson aparecidosJustamente dos meses después. Lo que se pedía noera una paz socialista sino una paz «justa y democrá­tica»; una paz «sin anexiones ni indemnizaciones»'una paz basada en el derecho a la autodeterminació~de los pueblos mediante «votación libre», El decretodeclara abolida la diplomacia secreta y anuncia laintención -que fue prontamente realizada- depublicar los tratados secretos del pasado: las nego­ciaciones futuras serían llevadas -y esto fue re;li­zado en Brest-Litovsk- «públicamente ante todo elmundo»,

Nada se dice, en el decreto, del capitalismo cornocausa de la guerra o del socialismo corno su remedio.La única insinuación de revolución mundial se ofreceen el llamamiento final a los trabajadores de Ingla­terra, Francia y Alemania para que ayuden a suscompañeros rusos a «llevar a conclusión venturosa laobra de la paz y también a liberar al trabajador y alas masas. explotadas de la población de cualquier tipode esclaVItud y explotación». El decreto refleja, sobretodo, la creencia radical en la rectitud y eficacia dela opinión pública, tan profundamente enraizada enla doctrina democrática del siglo XIX: la apelación

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al pueblo ilustrado contra los malos gobiernos, quefue un lugar común de las declaraciones de Wilson.Esta nota fue repetida después otras veces, aunquecon sinceridad rápidamente decreciente, en las decla­raciones soviéticas sobre desarme.

El segundo elemento de la política exterior sovié­tica -la promoción de la revolución mundial- nopermaneció, sin embargo, mucho tiempo en posiciónsubordinada. La paz a todo precio, a pesar de lasprofundas raíces psicológicas de tal llamamiento y desu gran oportunidad política en esta coyuntura, eradifícil de reconciliar con la doctrina fundamental bol­chevique; y la política de transformar la guerraimperialista en guerra civil en todas las nacionescombatientes para derrocar al capitalismo había sidoproclamada demasiado asiduamente como para serdescartada de la noche a la mañana. Durante las pri­meras semanas de la revolución, se concedió granimportancia a la difusión de propaganda en las filasdel ejército alemán, mediante la fraternización y ladistribución de literatura; y se hicieron también inten­tos, menos afortunados, de realizar propaganda enlas naciones aliadas. Durante cierto tiempo tal dispo­sición de ánimo fue todo-poderosa y generalizada.Trotski, según el testimonio de su autobiografía, llegóa la Comisaría de Asuntos Exteriores creyendo quesu misión era publicar los tratados secretos, «difundirunas pocas proclamas revolucionarias», y cerrar luegola tienda. La revolución mundial se encargaría de todo10 demás. Los asuntos extranjeros, en el sentido con­vencional de la expresión, dejarían de existir.

Pero el tercer elemento de la política exteriorsoviética -el interés nacional- no tardó en afirmar­se. Lenin, con su realismo, fue el primero en darsecuenta de que una República Soviética, aunque tuvie-

ra que existir sólo durante un período limitado en unmundo de Estados, estaría obligada en muchos aspec­tos a comportarse como cualquier otro Estado. Enun artículo de 1915, que después dio mucho juego enla c~ntrov:rsla sobre «el socialismo en un splo país»,Lenm habla apuntado que la nación o nadones enlas. q~e el socialismo triunfase primero h~brían dereSlstlr d,urante alg~n .tiempo fl.-ente a un <;onglome­rado de Estados capltaltstas hostlles; yen 15117, cuan­do algunos .perseVera!1tes internacionalistaspropusie­ron la conslgna «abajO las fronteras», Lenin sensata­mente contestó que la República Soviética· al tener. . . ,que eXlstlr en un mundo capitalista, necesariamentetendría fronteras, así como otros intereses ':estatalesque defend~r. Si el resto del mundo estaba organizad~como un sIstema de Estados, una sola nación nopodía salirse del sistema mediante un acto devoluntad ..

Sería, sin embargo, precipitado deducir de todoe.sto un c?nflict~ ,t~órico o práctico dentro de la polí­tlC~ ,extenor ~ovletlca entre las exigencias de la revo­luCIO? nmndlal y las del interés nacional. Era eseconfhcto y la prioridad dada al interés nacional loque., según ~enin, había destruido a la Segunda Inter­nac;~nal. Nl.n.g~n conflicto. semejante aparecería en lapolttl~~ Sovletlca por la SImple razón de que todoslos dlr1ge~ tes ~oviéticos .estaban de acuerdo en quela superV1VenCla del réglmen soviético en Rusia seentrelazaba con el éxito de la revolución en el restodel mundo, o al menos en Europa.

. Hill, de acuerdo en esto con los autores másr~clentes, exagera las diferencias entre Lenin y Trots­b acerca de este punto, y comete uno de sus escasoserrores. serios cuando, tras citar una observación deTrotsb: «o la revolución rusa produce una revolución

144 Capitulo 9Lenin: el constructor 145

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en Occidente o los capitalistas de todos los paísesestrangularán nuestra revolución», añade que Leninnunca hubiera suscrito tal afirmación. Media docenade declaraciones semejantes pueden encontrarse enlas obras de Lenin; una de ellas, precisamente con­temporánea de la de Trotski, puede ser citada comoejemplo:

El imperialismo anglo-francés y americano estrangularáinevitablemente la independencia y la libertad de Rusia amenos que triunfe el socialIsmo en todo el mundo, el bolche­vismo en todo el 111U.ndo.

y para el caso puramente hipotético de que surgie­ra un conflicto entre ambas políticas, Lenin dio lamisma respuesta que Trotski y en términos no menoscategóricos. «No hay socialista -escribió Lenindespués de Brest-Litovsk- que no sacrifique su paíspor el triunfo de la revolución social».

El debate entre Lenin y Trotki sobre Brest-Li­tovsk gira, en consecuencia, en torno a cuestiones detáctica y ritmo temporal más que de principio, puestoque ambos aceptaban las mismas premisas. Aunquela discusión fue muy dura, llevó imperceptiblementehacia una síntesis de los aspectos nacionales e inter­nacionales de la política soviética; pues mientrasTrotski defendía la tesis de arriesgarlo todo por larevolución mundial (o, más específicamente, por larevolución alemana) mediante el argumento, queLenin en este tiempo aceptaba plenamente, de quesin esa revolucíón el régimen soviético en Rusia nopodía sobrevivir, Lenin, por su parte, argüía quenada podía ser tan fatal para la causa de la revoluciónen Alemania como la destrucción de la RepúblicaSoviética por el imperialismo alemán, y que defendery fortalecer el régimen soviético a través de una

prudente política nacional era la más segura garantíade revolución internacional. Lenin tuvo razón. Perola ironía de la situación es que acertó gracias a unargumento que contradecía la premisa aceptada tantopor Trotski como por él mismo; ~ saber, la d~pen­dencia de la supervivencia del régImen en RusIa dela revolución en otros lugares.

La síntesis construida en la época de Brets-Litovskentre politica nacional e internacional, entre el inte­rés de la República Soviética y el de la rev~l;rciónmundial resultó duradera. Toda una generaclOn decomunis~as -rusos y extranjero.s,- se alimeptó. ~ela concepción dual de la promoclOn de I~ revo~u~lonmundial como coronamiento y reforzamlento ultlm?y necesario de la República Soviética; y del fortalec1­miento del poder s~viético como la .runta de. lanzainmediata y necesana de la revoluclon mundIal. Elintento de introducir una cuña entre estas dos facetasde la política y de exaltar el realismo de Lenin .~npolítica exterior a costa de su lealtad a la revoluclOnmundial es descaminado y equivocado. Después de laretirada de Lenin de la escena, cuando se hizo claroque las probabilidades de la revolución mundial era~,como mínimo mucho más remotas de lo que Lenmo cualquiera de sus compañeros habían antes, ima~i­nado, nuevas tensiones se presentaron en la smteslS.Pero aunque el equilibrio se perturbó, nunca llegóa romperse. Casi treinta años después seguí~ parecie~­do razonable y posible sostener, como Lemn 10 habIahecho a propósito de Brest-Litovsk, que la super­vivencia y el poderío del Estado soviético eran lamejor garantía para la revolución socialista en otrasnaciones.

T-Ia llegado a ser un lugar común alabar el realis­mo de Lenin, su flexibilidad, su sentido práctico para

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juzgar 10 que se podía y no se podía hacer en unmomento dado; y, en efecto, todas esas c?~lida~es lasposeía Lenin en un alto grado, Pero qUlza la Impre­sión más intensa dejada por una relectura de su.s obrasmás importantes es la de la asombrosa fuerza mtelec­tual y la coherencia de propósito q~e las recorre: S,udisposición táctica para el compromIso" para el vlra~eo para la retirada cuando era necesano, le confenauna enorme ventaja como político. Pero llama muchomás la atención el hecho de que Lenin parece sab.erdesde el principio a dónde se dirige y cómo conseg:r:r­10; y de que cuando murió en 1924 l~ :evoluclOnestaba firmemente establecida sobre los CImIentos quehabía comenzado a sentar treinta años antes.

Lenin estaba seguro desde el principio de qU,epara hacer la revolución.era ne:esario formar un partI­do. En efecto toda su VIda actIva antes de 1917 estu­vo dedicada virtualmcnte a esa tarea. «No pued~

haber acción revolucionaria -escribió en ¿Quehacer?- sin teoría revolucionaria»; y la teoría re,:o­lucionaria dictaba el carácter del partido revo1u~1O­

nario. Frente a los naródniki, el partido era concebIdopor Lenin como un partido del pro1etar!ado; frentea los «marxistas legales», como un partIdo tan.to deacción como de teoría; frente a los «economl~tas»

(la contrapartida rusa del «sindicalismo» de OCCl;1~n­

te) como un partido con un programa tan.to pOlrtlCOcomo económico. Ante todo, sería un partIdo con un{mico propósito y pensamiento: «si la unidad de crite-rio se derrumba, el par~ido se ~errurr:ba~; .

Siguiendo esa doctnna, Lenm escmdlO el partIdo,casi en el momento de su nacimiento, separando alos «bolcheviques» de los «mencheviques», ~ se, mos­tró dispuesto una y otra vez durante los sl¡su:en!esveinte años a sacrificar la cantidad a la dlsclplma

rígida y a la unidad. La única componenda importan­te admitida por Lenin -su concesión a los campe­sinos- la dictó la necesidad de adoptar 10 que eraoriginariamente una doctrina occidental a un paísoriental donde el campesinado componía más del 80por 100 de la población. Pero hasta esa politica llevala marca de una coherencia escrupulosa e inflexible.Tornó primeramente forma en el Congreso de Esto­colmo del partido de 1906, cuando Lenin considerótácticamente necesario abandonar el programa lógicode nacionalización y cultivo en gran escala de latierra; continuó en 1917, cuando Lenin recogió elprograma de los social-revolucionarios y lo convirtióen base del decreto agrario del gobierno soviético; yfue llevada a su conclusión lógica en 1921, con laNueva Política Económica. Pero, a pesar de todosesos compromisos, Lenin nunca abandonó estos dospuntos esenciales: que la dirección de la revoluciónsigue correspondiendo al proletariado \1<: cual presu­ponía, junto con otras razones, una pohtlca de llld~s­

trializacián corno el sine qua non de un orden SOC1a­lista) y que la revolución puede ser realizada en elcampo solo escindiendo al caml?esin~do y levanta,ndoa los potencialmente revoluClonanos «campeSlllOSpobres» contra los «kulaks» pequeño-burgueses. Lacolectivización era la victoria lógica y final de lapolítica agraria de Lenin, quien no vivió lo suficientepara presenciarla.

De los fundadores de los grandes movimientosreligiosos, filosóficos o políticos se acostumbra a decirque se hubieran horrorizado al presenciar mucho de10 que sus discípulos realizaron luego en su nombre.La afirmación usualmente carece de significado cuan­do se aplica a un mundo dinámico, ya que se suponeque las ideas del fundador permanecen estáticas en

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150 Capítulo 9 10. Sorel: filósofo del sindicalismo

el punto en que él las dejó. La curiosa mezcla decoherencia y flexibilidad --o, como el crítico podrí.adecir, de dogmatismo y oportunismo- que ca,racterl­za la historia soviética está ya en el pensamlento ylos escritos de Lenin. Pero muchas cosas han suce­dido desde la muerte de Lenin en 1924 a los cincuen­ta y cuatro años de edad y con su obra solo a mediohacer; y cuando HiIl dice, en su capítulo de conclusio­nes, «son las palabras de Lenin, las ideas de Lenin,las que realmente deciden hoy en la Unión Soviética»,plantea toda la controversia que se centra alrededordel nombre y la realización de Stalin,

Nacido en Cherburgo el2 de noviembre de 1847,George Sorel fue, desde los veinte hasta los cuarentay cinco años, un intachable ingénieur des ponts-et­chaussées. En 1892 abandonó su profesión para dedi­carse a una nueva afición: escribir sobre socialismo.Ayudó a fundar dos revistas y colaboró en muchasmás, escribió varios libros (y uno de ellos, Reflexio­nes sobre la violencia, su única obra traducida alinglés, gozó un succes de scandale) y llegó a ser elfilósofo reconocido del movimiento «sindicalista»francés. Murió en agosto de 1922 en Boulogne-sur­Seine, donde transcurrieron los últimos veinticincoaños de su vida, exenta de acontecimientos notables.

Sore! no escribió -o al menos no publicó- nadahasta los cuarenta y tantos años; su obra maestra laescribió a los cincuenta y nueve, y siguió escribiendocon el mismo vigor hasta bien pasados los sesenta,Esa madurez confiere un sello peculiar a su carrera.

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Sus años de formación cubrieron dos generacionesde inte!ectuales; y escribíó sobre todo para una terce­ra. Está situado -pionero solitario y atrevido- enla encrucijada más importante del pensamiento políti­co y social moderno. Nacido unas pocas semanas antesque e! Manifiesto Comunista y viviendo hasta las vís­peras de la «marcha sobre Roma», reflexionó sobreMarx y Nietzsche (de los grandes pensadores que,más que cualesquiera otros, minaron los fundamentosde la sociedad y la moralidad burguesas -Marx,Nietzsche y Dostoievski- Sore! sólo ignoró al terce­ro), y se adelantó a Lenin, al neocatolicismo de Bloyy Péguy, y a Mussolini. No cabe compararle con nadieen cualquier otro país, excepto quizá con BernardShaw, diez años más joven que él y contemporáneosuyo en aprendizaje literario. Pero esa semejanza fallaen un aspecto al menos: Sore! no fue artista, ni siquie­ra buen escritor.

Marx fue e! primer maestro de Sore!. Sore! decla­ra en sus Confessions que fue marxista ortodoxo hasta1897; Yla afirmación es todo lo cierta que puede seren quien fue temperamemalmente incapaz de doblarla rodilla ante ninguna ortodoxia. Su punto de parti­da, según sus propias declaraciones, fue descubrir«cómo lo esencial de la doctrina marxista podía reali­zarse». Sore! tomó muchos elementos de Nietzsche,en parte directamente, en parte a través de Bergson,e! filósofo de la «evolución creadora» y del «élanvital». Otra influencia literaria, aunque menos impor­tante, fue la de Renan. Sore! describe agudamente aRenan como uno de esos escritores franceses -inclu­ye a Moliere y a Racine entre ellos- que han evita­do el ser profundos por miedo a ser excluidos delos «salon5» de sus admiradoras. Sin embargo, fuede la afirmación de Renan de que e! dogma religioso

es <<una impostura necesaria» de donde Sore! derivósu famosa concepción del «mito» socialista.

El eS1tudio de Sore! revela inesperadamente nume­rosos puntos de contacto entre Marx y Nietzsche. Esdifícil decidir si debemos caracterizar al pensamientode Sore! como un Marx refractado por e! prismanietzscheano o viceversa. Pero la doble influencia,mezclada con gran sutileza, está siempre presente ycolorea todas las creencias fundamentales de Sorel.

El primer elemento de la doctrina corrosiva deSore! -su convicción de la decadencia de la sociedadburguesa-- lo debe en igual medida a ambos maes­tros: Sorel -como ha dicho uno de sus comenta­dores- estuvo literalmente obsesionado por la ideade la decadencia. La Ruine du monde antique fuesu primera obra importante. La persistente atracciónde! cristianismo proviene, según Sore!, del dogma de!pecado origina!. Los «príncipes de! pensamiento secu­lar», a partir de Diderot, son «filisteos»; llevan(como «los economistas vulgares» de Marx) e! sellode la cultura burguesa: la creencia en e! progreso.Les illusions du progres, publicada en el mismo añode las Ré/lexions sur la violence, es su obra más claray cuidadosamente razonada.

En segundo lugar, el rechazo de la burguesía y dela filosofía burguesa lleva consigo una revuelta contrae! intelecto. El primer ensayo literario de Sorel, LeProces de Socrate, denuncia a Sócrates por haber co­rrompido la civilización con la falsa doctrina de quela historia camina hacia adelante a través de un proce­so de investigación y persuasión intelectual. Esta esla esencia de la herejía burguesa. Est bourgeois-según el conocido aforismo de Alain- tout ce quevit de persuader. Como Marx, Sorel cree en el «eternocombate, padre de todas las cosas» de Nietzsche (o

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Las dos morales de Marx (la moral proletaria yla moral burguesa) se hallan extrañamente mezcladascon las dos morales de Nietzsche (la moral de! «señor»y la moral del «esclavo»). Sore!predicó una «moral

El socialismo es una cuestión moral en el sentido de queintroduce en el mundo un nuevo modo de juzgar todas lasacciones humanas o, siguiendo una conocida expresión deNietzsche, una transvaloración de todos los valores... Lasclases medias no pueden encontrar en sus condiciones de vidauna fuente de ideas que estén en oposición directa a las ideasburguesas,: la noción de catástrofe [Nietzsche la llamaba«tragedia»] le resulta enteramente ajena. El proletariado, alcontrario, encuentra en sus condiciones de vida con quéalimentar sentimientos de solidaridad y rebelión; está enguerra diaria con la jerarquía y con la propiedad; puede asíconcebir valores morales opuestos a los consagrados por latradición. En esa transvaloración de todos los valores por elproletariado militante reside la gran originalidad del socia­lismo contemporáneo.

La mordacidad de Sore! contra la política demo­crática y los políticos democráticos se agudizó toda­vía más con el asunto Dreyfus, ya que consideró que10 que había comenzado como una noble campañapara vindicar la justicia estaba siendo explotado paralos despreciables fines de la ambición partidista opersonaL Era un error esperar objetivos nobles de lasmasas. La mayoría, había declarado ya en Le Procesde Socrate, <<no puede aceptar en general grandestrastornos»; «se apegan a sus tradiciones».I.(a minoríaaudaz es siempre el instrumento del cambiCJ.

Sorel, sin embargo, no es meramente destructivo.Su pesimismo, insiste, no es el pesimismo estéril deloptimista desilusionado sino el pesimismo que, alaceptar la decadencia del orden existente, <.;onstituyeya <<un paso hacia la liberación». Pero aun cuandola meta es la de Marx, la voz es la de Nietzsche.

155Sorel: filósofo del sindicalismoCapítulo 10

más bien de Píndaro). Lucha y dolor son las realida­des de la vida. La violencia es el único remedio paralos males de la civilización burguesa.

En tercer lugar, Sore! comparte e! desprecio deNietzsche y de Marx por el pacifismo burgués. Ensu específica glorificación de la guerra Sorel sigue aProudhon más que a Marx (aunque Marx, al predicarla guerra de clases, no condenó las guerras entre nacio­nes siempre que fueran por causas justas). Nunca-observa Sore! en La Ruine du monde antique­existió un gran Estado tan contrario a la guerra comoel Imperio Romano en su decadencia. «En Inglaterrael movimiento pacifista se vincula estrechamente conla crónica decadenda intelectual que ha dominado aese país». El síntoma más seguro de la decadencia dela burguesía inglesa es su incapacidad para tomarsela guerra en serio; los oficiales ingleses en Africa delSur (la fecha es 1900-1901) «van a la guerra comolos gel1tlemen a un partido de fútbol». La única alter­nativa a una revolución proletaria creadora de unasociedad nueva y sana sería una gran guerra europea;lo que a juicio de Sore!, en los primeros años de 1900,era una solución difícilmente imaginable.

El cuarto blanco de la animosidad de Sore! esla democracia burguesa. El proceso contra la democra­cia burguesa ha sido tan ampliamente desarrolladopor otros escritores desde las premisas originales mar­xistas que la contribución de Sorel, aunque copiosa,no es especialmente significativa.

El gobierno por la masa de los ciudadanos no ha sidonU1:ca más que una ficción: sin embargo, esa ficción fue laúltlrna palabra de la ciencia democrática. Ning6n intento seha hecho para justificar la singular paradoja según la cualel voto de una mayoría caótica habrá de producir lo queRousseau llama la «voluntad general», que es infalible.

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de los productores» (entre los cuales no estaban inclui­dos los intelectuales); y, haciéndose nuevamente ecode la filosofía alemana, tildó la moral cristiana de«moral de pordioseros». Bastante curiosamente fueJaurés, un blanco favorito de la mofa de Sore!, quienformuló la observación de que el proletariado era e!superhombre contemporáneo.

Tal es la base del culto de Sore! por el «sindi­calismo revolucionario». El sindicalismo es, a losojos de Sore!, el verdadero heredero del marxis­mo. Es antipolítico en dos sentidos, ambos mar­xistas. En primer lugar, rechaza el Estado, comoMarx había hecho y como muchos marxistas contem­poráneos por el contrario no hacían; el sindicalismono trata de apropiarse de la maquinaria del Estado-y menos aún de encontrar puestos para ministrossocialistas en gobiernos burgueses-, sino de destruir­la. En segundo lugar, el sindicalismo afirma, comoMarx, la primacía esencial de la economía sobre lapolítica. La acción política no es acción de clases:sólo la acción económica puede ser verdaderamenterevolucionaria. Los sindicatos, al no ser partidos poli­ticos sino organizaciones de trabajadores, son los úni­cos capaces de tal acción.

El sindicalismo revolucionario, la acción econó­mica de los trabajadores, sólo podrá tomar la formade huelga y de la forma más absoluta de huelga: lahuelga general, punto central en el proO'rama sindi­calista francés desde 1892. Enemigo declarado detodas las utopías, se negó siempre a trazar el menoresbozo de! orden social que seguiría a esa saludableexplosión de la violencia proletaria. Apropiándose deuna frase de Bernstein, el «revisionista» alemán que,desd~ un punto de vista diferente, había trabajadotambrén para purgar al marxismo de sus ingredientes

utópicos. Sore! afirmó: «El fin no es nada, el movi­miento lo es todo». Y cuando algunos críticos llama­ron la atención sobre lo inmotivado de la huelga gene­ral así concebida, Sorel rechazó tal disaresj,ón comoracionalista. La huelga general no e;a una cons­trucción racional, sino el «mito» del socialismo nece-. ' ,sano como los dogmas de la Iglesia cri~tiana y, comoellos, por encima de cualquier crítica tacionaI.

Ese ramoso concepto soreliano del mito entrañados significativas consecuencias. La primera es unaconcepción puramente relativista y pragmatista de laverdad, rechazada vigorosamente en sus primerosescritos. El mito no es verdadero en un sentidoabstracto, sino algo en lo que resulta útil creer: tal esrealmente el significado de verdad. Desde el pragma­tismo implícito de Bergson, Sore! llega al pragmatis­mo declarado de William James y de la escuela ame­ricana. El último de sus escritos será precisamenteDe l'utilité du pragmatisme, publicado en 1921.

La otra consecuencia, que Sorel afrontó menosclaramente, es una concepción «aristocrática» de!movimiento al que se le pedía aceptara esa filosofía.El movimiento sindicalista tenía que estar basado enun mito ideado y propagado por una élite de dirigen­tes y aceptado entusiásticamente por los miembrosde la base. Tal concepción estaba de acuerdo con elviejo rechazo de Sore! de la democracia y con sucreencia en las «minorías audaces». Pero no era unaconcepción fácil de encajar en los principios y progra­mas de la CGT. La grieta entre el movimiento sindicalen Francia y la filosofía sindicalista elaborada porSore! y sus discípulos nunca fue realmente salvada.

Fue quizá una vaga conciencia de la irrealidad desu posición lo que llevó a Sorel a una crisis intelec­tual en 1';)1 O, un mal año en la historia del socialis-

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mo. 1910 marcó el nadir de la vida del bolchevismo;hasta Lenin fue presa del desaliento. En lo que serefiere al tema que estudiamos, fue en ese año cuandoBenedetto Croce, que había saludado el sindicalismocomo <mna nueva forma del gran sueño de Marx,soñado por segunda vez por George Sore!», declaróque e! socialismo, tanto en su vieja forma como enla nueva forma sore!iana, había «muerto». Sore!, asus sesenta y tres años, todavía en el apogeo de susfuerzas, era un espíritu demasiado inquieto para resig­narse a la derrota. Su principal obra estaba terminada.Pero el giro que dio en ese momento tiene granimportancia para valorar su influencia última. Lostres caminos que partían de la encrucijada en la queSorel se detuvo -neo-catolicismo, bolchevismo y fas­cismo- fueron explorados a título de ensayo porSorel. Pero no siguió ninguno de ellos hasta el fin.

Uno de los subproductos más desconcertantes de!«affaire Dreyfus» había sido la formación de un redu­cido grupo cuyo espíritu motor era un joven dreyfu­sard, un autodidacta hijo de campesinos, CharlesPéguy. Giró en torno a un modesto periódico, LesCahiers de la Qui!2zai!Ze, editado y escrito en su mayorparte por Péguy. En oposición a toda la tradicióndel «affaire», Péguy era vehemente nacionalista, pro­católico, anti-demócrata y enemigo de la burguesía.Desde 1902, Sore! había escrito artículos ocasionalespara los Cahiers y asistido a las reuniones de losjueves del grupo. El grupo le aceptó como su más viejoestadista y mentor. Por medio de este grupo Sore! e!a­boró la idea de una reconciliación entre el sindica­lismo y e! nacionalismo franceses. Su primera colabo­ración en los Cahiers se titulaba significativamente«Socialismos nacionales»; la tesis era que «hay porlo menos tantos socialismos como grandes naciones».

El nacionalismo francés apenas era concebible, enesa época, fuera del marco del catolicismo; era enconsecuencia lógico, aunque sorprendente, que Sore!y su discípulo sindicalista Berth formasen en 1910en alianza con tres miembros de la Aetion franr;aise;el grupo La Cité franr;aise, para publicar un periódicointitulado L'Independanee franr;aise; en el mismo añoSorel escribió en Aetion franr;aise (su única colabo­ración en el periódico) un artículo sobre el Mysterede la eharité de Jeanne d'Are, de Péguy. Toda laempresa, la forma en que pasó en 1912 al «CírculoProudhon», fue de corta duración; la convivencianunca fue fácil. Pero la ruptura llegó en 1913, nopor culpa de Sorel sino de Péguy.

Las causas de la ruptura son oscuras; Péguy debióde sufrir manía persecutoria. Pero parece claro quePéguy, joven, piadoso y austero, no se podía acomo­dar a la larga a una filosofía que entusiásticamentesaludaba los dogmas de la Iglesia como mitos nece­sarios. Sin embargo, cuando Péguy murió en el Marneen septiembre de 1914, lo hizo con esa firme convic­ción de que la guerra era el medio de salvación parala sociedad francesa decadente que SoreI había soste­nido desde el principio de su carrera. Ningún esrudiodel movimiento representado por Les Cahiers de laQuinzaine, o en general del resurgimiento del nacio­nalismo francés antes de 1914, puede ignorar al autorde Réflexions sur la violence. Son estos años los quehan llevado al competente biógrafo alemán de Sore!,Michael Freund, a dar a su libro el subtítulo absurdode «Conservadurismo revolucionario».

La historia de las afinidades de Sore! con elbolchevismo es menos compleja y probablementemenos importante. Los documentos son al menosinequívocos. Lenin fue un enemigo declarado del.

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sindicalismo, al que consideraba como un equivalentedel anarquismo. Nunca confió en la eficacia resolu­toria de la huelga general. Creía firmemente en laacción política, además de en la acción económica;y aunque había confiado más profundamente antesde 1917 que después en la extinción final del Estado,estaba convencido de que la dictadura política delproletariado era e! objetivo inmediato de la revolu­ción. En sus obras hasta ahora publicadas mencionaa Sote! sólo una vez, despachándole lacónicamentecomo «confuso» y a sus escritos como «sin sentido».Nadie familiarizado con la clara lógica de! pensa­miento de Lenin encontrará el veredicto sorprendente.

Sorel, por otra parte, acogió la Revolución deOctubre con los brazos abiertos. Durante cinco años.apenas había escrito. La guerra, que comenzó comouna guerra por la nación francesa, a la que Sorelamaba, iba siendo saludada cada vez más como unaguerra por la democracia, a la que él aborrecía. Heaquí el soplo de aire fresco tanto tiempo esperado:una revolución que predicaba y practicaba una violen­cia saludable, escupía sobre la democracia burguesa,exaltaba la «moral de los productores», alias el prole­tariado, e instalaba los Soviets como órganos autóno­mos de gobierno. Además, e! partido bolchevique-Sorel se cuidó de anotar el hecho- estaba construi­do precisamente según las premisas sore!ianas de una«minoría audaz» que dirigía a la instintiva masaproletaria.

Sorel no hizo ninguna declaración formal de adhe­sión a la nueva causa y doctrina. Pero escribió algunosartículos para la Revue Communiste francesa; y en1920, cuando el bolchevismo estaba en lo más altode su impopularidad en Francia, añadió a la cuarta.edición de Réflexions sur la violence un «plaidoyer

pour Lenin» en el que saludaba a la revolución rusacomo «el rojo amanecer de una nueva época».

Antes de descender a la tumba puedo ver -concluye50re1- la humillación de las arrogantes democracias burgue­sas, hasta hoy tan cínicamente triunfantes.

El bolchevismo no era entonces 10 suficientemen­te próspero como para permitirse ignorar a sus pocosamigos distinguidos, aun cuando no fueran muy orto­doxos. Después de la muerte de Sore!la Internacio­nal Comunista, e! periódico oficial de la Comintern,publicó en sus columnas una valoración extensa, aun­que crítica, de ese «reaccionario pequeño burguésproudhoniano y anarco-sindicalista» que se habíaadherido a la defensa de la revolución proletaria.

Sore! -<:onduía el artículo---, a pesar de todas sus equivo­caciones ha contribuido, v seguirá contribuyendo, al desen­volvimi~nto de la voluntad revolucionaria, rectamente ínter·pretada, y de la acción proletaria en la lucha por e! comu­nismo.

La existencia de relaciones entre Sore! y e! fascis­mo está también fuera de discusión. Italia ocupósiempre un lugar especial en los afectos de Sore!; enninguna otra nación fueron sus obras tan extensa­mente leídas, admiradas y traducidas. El desprecia­tivo trato recibido por Italia de los artífices de lapaz de VersaI1es había ahondado su resentimientocontra el triunfo de la democracia burguesa. Sus escri­tos rebosan anticipaciones de la doctrina fascista. «Loque soy --dijo el mismo Mussolini- no se 10 deboni a Nietzsche ni a William Tames, sino a GeorgeSoreb. George Valois, uno de los miembros de! grupode ActiolZ fram;aise que había colaborado con Sore!en 1910, le llamó admirativamente «el padre intelec­tual de! fascismo»; y su primer biógrafo fue Lanzillo,

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un fascista italiano. Sore! encomió las primeras reali­zaciones del fascismo; pero cuando la revolución fas­cista llevó a Mussolini a Roma, Sore! habia muerto ya.Adivinar qué hubiera pensado Sore! de! régimen fas­cista en el poder es una especulación inútil, aunqueinevitable. Cuando alabó a los primeros fascistas enuna carta a Croce fue porque «su violencia es unsustituto ventajoso del poder del Estado», un equiva­lente moderno de la Mafia y la Camorra, cuyas activi­dades y organización extralegales siempre le habíanfascinado. Vio en el fascismo la realización de! sueñosindicalista de un poder administrativo independientedel Estado. Sorel murió sin aclarar su actitud respectoal Estado totalitario. Durante toda su vida había sidoun celoso, casi violento, individualista, y habia lucha­do no por la concentración del poder sino por sudispersión y descentralización, llegando hasta los lími­tes mismos de! anarquismo. Todavía en los últimosaños de su vida argumentó contra una creencia reli­giosa absoluta, fundándose en que no podría propa­garse con éxito sin restaurar la Inquisición. Seríadesconcertante -si no algo peor- ver en Sorel unprofeta del totalitarismo; pero su pensamiento contie­ne demasiadas contradicciones y su carrera demasia­dos virajes inesperados como para pronunciarse conseguridad sobre tal problema.

Pero la cuestión más interesante que la carrerade Sorel plantea es la de las semejanzas y diferenciasentre bolchevismo y fascismo. Si Sorel arranca delmismo terreno común en que Marx y Nietzsche seencuentran, éste es también el suelo a partir del cual,bolchevismo y fascismo divergen. Marx y Nietzsche,bolchevismo y fascismo, niegan la democracia burgue­sa con su interpretación burguesa de la libertad yla igualdad; rechazan las doctrinas burguesas de la

persuasión y e! compromiso; proclaman principiosabsolutos (es aquí donde Sorel se separa de ellos) queordenan la obediencia del individuo a toda costa.

Había, sin embargo, una diferencia esencial. Elabsoluto de Nietzsche y del fascismo se realiza conel superhombre o la supernación o simplemente c~n

el poder como un bien en sí mismo y para su pr0I:lOfin. Marx y el bolchevismo se pr?ponían, en can:blo,un fin universal, en forma del bIen del proletanadode todas las naciones, en el que el conjunto de lahumanidad finalmente se fundiría; y ese' ideal perma­nece, cualesquiera que sean los errores cometidos enla tarea de realizarlo. En cuanto a Sorel, aunque esbastante claro cuando niega, nunca se comprometióen afirmaciones positivas. Por esta razón, entre otras,no dejó ninguna escuela o partido,. ni siqui~ra entrelos sindicalistas a los que qmso servu y ensenar. Sore!no puede ser asignado ni al bolchevismo ni al f~scis­mo (y mucho menos a los católicos). Su pensamIentono es un faro -ni siquiera una candela- proyec­tando un haz fijo dentro de un radio definido; es,más bien, un prisma que refleja, a int~rvalos perobrillantemente, las intuiciones y perspectiVas poht1casmás agudas de su tiempo y del nuestro.

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11. Gallacher y el Partido Comunista de laGran Bretaña

Gallacher y el PCGB 165

Méritos y casualidades se han combinado parahacer de William Gallacher el comunista británicomás representativo. Estuvo metido en lo más reñidode todas las refriegas de las que nació el PartidoComunista de la Gran Bretaña (PCGB); fue dele­gado en el II Congreso de la Internacional Comunistaen Moscú en el verano de 1920, cuando se dictaronlas principales directrices de conducta del entoncesembrionario PCGB; fue miembro regular del comitécentral del partido y de su buró político, y miembrodel parlamento por un período tres o cuatro vecesmayor que cualquier otro miembro del partido,habiendo sido diputado comunista por West Fifedurante quince años. No es, por tanto, sorprendenteque se le invitara a escribir un volumen -The Caselor Communism- paralelo a los recientemente publi­cados sobre el partido laborista y el conservador en

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la colección "Penguill». Sus anteriores escritos consis­ten en dos volúmenes de memorias, Revolt on theClyde, publicado en la década de los 30, y The Rolling01 the Thunder, publicado en 1947 l.

E! PCGB fue producto de un maridaje entre laoriginalidad británica y la estricta disciplina leninis­ta. La primera guerra mundial multiplicó y estimulóel surgimiento de diversos grupos de extrema izquier­da, especialmente en Clyde, morada habitual de lasfacciones izquierdistas y de los movimientos laboralesinquebrantables y turbulentos. La primera revoluciónrusa de Febrero de 1917 provocó una ola de entu­siasmo. Ramsay MacDonald y Philip Snowden estu­vieron entre los patrocinadores de la célebre reuniónde Leeds, en e! verano de 1917, que decidió Fstable­cer Consejos de Trabajadores y Soldados pór todaGran Bretaña y que nombró un comité para llevar aefecto la decisión. La Revolución de Octubre nueva­mente estimuló al ala izquierda de! movimiento labo­rista, pero introdujo una cuña entre este sector y e!centro, especialmente cuando la actitud antibélica dela izquierda se hizo más pronunciada y la agitaciónen pro de la revolución social para poner fin a laguerra sustituyó al vago idealismo pacifista de losprimeros manifiestos. Esa agitación se hizo realidadmediante disturbios laborales, de los que Clyde fue,una vez m:ls, el centro. Después del armisticio la agi­tación culminó con e! "Viernes rojo», e! 31 de enerode 1919, cuando se produjo un choque entre huel­guistas y policías en George Square, Glasgow, y unabandera roja fue colocada en el mástil de la ciudad.

1 \'(TiIliam GALLACHER: T he Case 01 Communism. (Pen­guin Special) Penguin Books. The Rolling of Ihe Thunder.Second Impression. Lawrence and Wishart.

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Gallacher y Shinwell figuraban entre los que fueronarrestados y condenados a prisión por su participa­ción en estos sucesos.

A partir de! movimiento antibelicista surgierondos partidos principales con programas más o menosabiertamente revolucionarios: e! Partido SocialistaBritánico y el Partido Laborista Socialista; otros gru­pos de características similares florecían en localida­des aisladas. El ala izquierda, fuertemente pacifista,de! Partido Laborista Independiente incluía muchos«compañcros de viajo>; y la Plebs League, un grupode intelectuales intcresados por la educación de lostrabajadores en la doctrina marxista, formaba la puntade lanza intelectual del movimiento. En otro frente,el movimiento de los shop-stewards, que se desarro­llaba rápidamente, tenía un aire marcadamente revo­lucionario. Se oponía a la anticuada dirección sindicaly a la acción parlamentada en general; aunque varia­ba de concepciones según los lugares y los momentos,era de carácter sindicalista y tendía a defender la«acción directa» sin una clara definición de propósi­tos políticos. Fue a ese movimiento, conocido colecti­vamente como W orkers'Committee Movement, al queGallacher estuvo asociado durante esa época.

La fundación de la Tercera Internacional, la Inter­nacional Comunista, en Moscú en marzo de 1919,ejerció de momento escaso impacto sobre estos grupos.Fue e! II Congreso de la Comintern en julio de 1920la fuerza decisiva pata la creación del Partido Comu­nista Británico. El partido fue fundado oficialmenteen Londres e! 31 de julio de 1920, mientras e! Con­greso de Moscú se encontraba todavía reunido. Perolas discusiones que modelaron su forma y su destinose celebraron en Moscú, donde Lenin presidió unacomisión para examinar las cuestiones referentes al

nuevo partido. La izquierda británica estuvo másampliamente representada en este Congreso que enningún otro de la Comintern; y durante esos añosde formación se permitió todavía amplitud y diver­sidad de opiniones. Quelch y MacLaine, ambos delPartido Socialista Británico, representaban a «unacomisión provisional conjunta» para la creación delPartido Comunista Británico; Murphy, al PartidoLaborista Socialista; Gallacher, Tanner y Ramsay, almovimiento de los shop's stewards; y Sylvia Pan­khurst a un pequeño grupo independiente que habíaintentado adelantarse a los demás apropiándose delnombre de «Partido Comunista Británico».

Por entonces la política de Lenin era reunir atodas las fuerzas de la extrema izquierda contra lospartidos ortodoxos de tipo social-demócrata o labo­rista que habían apoyado a sus respectivos gobiernosnacionales durante la guerra, y que, por lo tanto,deberían ser considerados como irrecuperablementevendidos a la burguesía. Así, mientras se oponía acualquier tipo de cooperación con tales partidos,Lenin se mostraba tolerante con las múltiples dife­rencias que dividían a la extrema izquierda y ansiosopor fundir los diversos grupos en partidos comunistasunificados. Gallacher comienza la segunda parte desu autobio2Tafía con la narración de cómo, al llegara Petersbu;go para asistir al II Congreso de la Inter­nacional Comunista, cayó en sus manos la edicióninglesa del panfleto de Lenin recientemente publica­do, La enfermedad infantil del «izquierdismo» en elcomunismo, y se encontró incluido, con nombre yapellidos, entre las víctimas de esa enfermedad a causade su oposición a la acción parlamentaria.

En el Congreso, Lenin se puso del lado de los dosdelegados del Partido Socialista Británico, que forma-

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ban el ala derecha del grupo británico, frente a Galla­cher y los otros delegados británicos, y apoyó la tesisde que el futuro Partido Comunista de la Gran Breta­ña debería tomar parte en las elecciones y solicitarla afiliación en el Partido Laborista. Es curioso quelos futuros patlamentarios comunistas británicos ini­ciaron su hoja de servicios declarando que los comu­nista.s «tenían cosas mejor que hacer que malgastarsu tIempo en las elecciones parlamentarias»; peroGallacher, derrotado en este punto, se dejó ganarpor la personalidad persuasiva de Lenin, y regresóa Inglaterra prometiendo no sólo realizar la políticade la mayoría, sino también convencer a sus amigosescoceses de que no llevaran sus sentimientos na~io­nalistas hasta el punto de fundar un partido comu­nista escocés independiente. La noticia de la funda­ción del PCGB llegó a Moscú mientras el Congresode la Internacional seguía reunido. La creación delpartido se debió en parte a los esfuerzos de Galla­cher, que consiguió la adhesión de los principalesgrupos de izquierda del norte y del sur de la fronte­ra. La constitución formal del partido se aprobó enuna conferencia celebrada en Leeds en enero de 1921.Arthur MacManus fue elegido presidente (cargo quedesapareció poco después); Gallacher era el segundode a bordo.

La historia de los primeros años del PCGB toda­vía no ha sido escrita. En la década de 19.30, unode sus fundadores y su primer organizador nacional,Tom Bell lo intentó; pero la obra fue acusada, conalgún fundamento, en los círculos del partido, deinexactitud y deformación, y nadie ha tenido luegosuficiente audacia para repetir el experimento. Elautor de The Rolling 01 the Thunder no pretende serhistoriador; peto en tanto que participante en todas

las etapas de la historia del partido, es un testigoimportante. Su contribución particular consiste enencajar los asuntos del partido en el marco de lahistoria del laborismo y sindicalismo británicos duran­te ese período, para refutar así la estereotipada acusa­ción de que la política del partido se dirigía desdeMoscú. Gallacher es un escocés podiado, y nadiesospecharía de él que aceptara órdenes o se dejarapersuadir contra su voluntad. Sin embargo, la funda­ción del partido en 1920 no fue la única ocasión enque el voto de Moscú fue decisivo en las divisionesy disputas entre los comunistas británicos; la propiadebilidad del partido hizo inevitable la tutela de Mos­cú incluso cuando ésta no era deliberadamente ímpues­ta o conscientemente aceptada.

El dilema inicial que afrontó el PCGB lo afronta­rían, a lo largo de los veinte años que siguieron a 1919,virtualmente todos los demás partidos comunistas delmundo, y fue sin duda el problema fundamental dela Comintern: ¿debería el partido ser reducido ennúmero, muy organizado y disciplinado, y doctrinal­mente impecable -como la habían sido los bolche­viques de Lenin antes de 1917- aun a costa de noejercer influencia alguna en los asuntos nacionalesy de convertirse, si fuese necesario, en una secta ilegaly perseguida?; o ¿debería tratar de convertirse enun partido de masas que jugara un papel activo enla política nacional, aun a costa de relajar la disciplinay la organización y de un cierto eclecticismo o, encualquier caso, tolerancia doctrinal? Ni Lenin ni nin­guno de los dirigentes bolcheviques comprendieronnunca plenamente el dilema que afrontaban los comu­nistas de las democracias occidentales: un dilema queno tuvo nunca equivalente en Rusia. Así, las resolu­ciones de la Comintern de 1920 ordenaban al naciente

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Partido Comunista Británico que jugara un papelactivo en la democrada parlamentaria británica y soli­citara la afiliación al partido laborista. Pero tambiénle imponían, al igual que a los demás partidos comu­nistas, una organización rígida, sujeta a una «disci­plina de hierro», y purgas periódicas de los elemen­tos revoltosos, así como la aceptación de todas lasdecisiones de la Internacional Comunista; y le reque­rían no sólo a realizar propaganda para el estableci­miento de la dictadura del proletariado, sino a crearuna organización clandestina para preparar la guerracivil. Nadie en Moscú pareció darse cuenta de quelas alternativas eran incompatibles.

De todos los partidos comunistas el PCGB fue elúnico que, gracias en parte a las peculiares condicio­nes inglesas, y en parte quizá al famoso talento britá­nico para el compromiso, intentó seriamente loimposible. Los miembros del PCGB, después delCongreso de enero de 1921, no ascendían a másde 2.000 ó 2.500; el total de 10.000 miembros anun­ciado en el In Congreso de la Comintern de aque!año y repetido después por Gallacher se obtuvo, comolo confiesa Bell, incorporando los cálculos, dictadospor e! deseo, de secciones semiorganizadas. Por otraparte, el movimiento de «no intervención en Rusia»y los Consejos de Acción en las últimas etapas dela guerra civil rusa habían revelado la existencia deuna vaga simpatía muy extendida por la Rusia sovié­tica y sus instituciones. Esa simpatía estaba fuerte­mente coloreada de pacifismo y hostilidad a la guerraen general, y no llevaba consigo convicciones revolu­cionarias. Pero pocos -y menos que nadie los comu­nistas- reconocieron esas limitaciones; y la creaciónde un partido comunista disciplinado según las direc-

trices de Moscú, pero que dispusiera de masas deseguidores, no pareció entonces una tarea desesperada.

El primer revés fue el rechazo sin más por elPartido Laborista de la solicitud de afiliación -unrechazo tres veces repetido y sancionado por granmayoría en la conferencia anual de 1921. El PCGBmostró una sincera sorpresa ante la decisión, y expre­só un profundo sentimiento de pesar, que se reflejaen las páginas de Gallacher, ante la actitud pocoamistosa del laborismo. Pero el recha2:0 fue segura­mente el resultado inevitable de la equívoca posiciónde los propios comunistas. Fue durante el n Congre­so de la Internacional Comunista cuando Lenin acu­ñó la famosa recomendación «sostener al PartidoLaborista como la cuerda sostiene al hombre queestá siendo ahorcado»; aforismo que se dice que uncomunista inglés tradujo como «agarrarles de la manocomo paso previo para agarrarles por la garganta». Laalianza con el Partido Laborista sólo podía ser unrecurso táctico, una etapa en el camino hacia la dicta­dura del proletariado. En el momento en que ofrecíanla alianza, los comunistas estaban ya tratando de minarla autoridad laborista en los sindicatos a través deorganizaciones tales como el «Movimiento de lasMinorías» y el «Movimiento Nacional de Trabaja­dores Parados»; no resulta, pues, sorprendente quela alianza fuera rechazada, de forma consecuente, porla dirección del Partido Laborista. Además, la críticacomunista desde la izquierda fue uno de los factoresque empujó a los grupos moderados del laborismo abuscar una alianza, abierta o encubierta, con laburguesía.

Estas inconsecuencias dentro del PCGB se compli­caron además por los violentos zigzag de la políticade la propia Comintern. Las demoras en la realiza-

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cIOn de la revolución europea, la introducción dela NEP y la apertura de relaciones comerciales conel mundo capitalista trajeron consigo una cierta miti­gación de la inflexible hostilidad de Moscú hacia elmundo no comunista. En diciembre de 1921 el Comi­té Ejecutivo de la Comintern (CEIC) puso por prime­ra vez en circulación la consigna de «frente unido»con otros partidos de la clase obrera y de apoyo alos «gobiernos laboristas»; y tres meses después elPCGB recibía instrucciones específicas para «estable­cer relacioncs» con el Consejo General de los Sindi­catis Británicos y para solicitar, una vez más, laadmisión en el Partido Laborista. Esta persistenciaobcecada tan sólo sirvió para recibir un nuevo desaire.La Conferencia de 1922 del Partido Laborista enEdimburgo se pronunció con más franqueza que hastaentonces respecto al comunismo. Esta vez el PartidoComunista no podía dejar de percibir que algo mar­chaba mal. A propuesta de Gallacher se nombró uncomité de tres micmbros del partido -Harry Pollitt,sindicalista; Palme Dutt, intelectual, y Hany Inkpin,hermano del secrctario del partido- para informarsobre el asunto.

El resultado de ese informe tuvo una gran trascen­dencia. El partido se reorganizó según el modelo delpartido ruso, endureció su disciplina, y decidió pres­cindir de ataques electorales al Partido Laborista.Estos cambios produjeras algunos dividendos. En1923 dos comunistas, Newbold y Saklatvala, que sepresentaban en distritos electorales donde no figura­ban candidatos laboristas, fueron elegidos para elparlamento con el apoyo oficioso de los laboristas.

Esta alianza táctica nunca fue, sin embargo, bienrecibida ni autorizada por los dirigentes laboristas, ysu artificiosidad se puso de manifiesto en seguida.

Resultó fatal para ella la subida del laborismo alpoder en ehero de 1924. El PCGB podía, aun a costade algunas dificultades por ambos lados, apoyar a unaoposición laborista; no podía, de ningún modo ima­ginable, apoyar a un gobierno laborista. Las relacio­nes fueron pronto peores que nunca. La Conferenciade Londres del Partido Laborista en 1924 adoptómedidas para excluir a los comunistas como afiliadosindividuales de cualquier rama del partido, aunquetodavía podían seguir siéndolo en tanto que miembrosde los sindicatos afiliados al Partido Laborista. Laúltima crisis surgió, bastante lógicamente, en tornoa la huelga general de 1926, que significó la separa­ción entre quienes querían la revolución y quienes larechazaban. Pronto se puso de manifiesto que lamayoría de los que se habían embarcado en la huelgageneral no estaban preparados para cruzar el Rubi­cón que separa la huelga de la revolución, el echarsehacia atrás implicaba la derrota de los huelguistas.

Los comunistas, aplaudidos y apoyados por Moscú,denunciaron la retirada laborista corno traición a laclase trabajadora, pero con eso sólo pusieron de mani­fiesto su propio aislamiento. El PCGB y el gobiernosoviético quedaron desprestigiados. En los primerosaños de la década de los 20 la simpatía por la Rusiasoviética entre la base laborista no sólo había mode­rado la hostilidad oficial laborista hacia los comunis­tas sino que había constituido un efectivo freno ala acción gubernamental contra la Rusia soviética.Ahora sólo protestas muy débiles siguieron a la incur­sión policíaca en la oficina comercial soviética y ala ruptura de relaciones con la Unión Soviética en1927. Bajo el primer gobierno Baldwin, con JoynsonHicks en el ministerio del Interior, el sentimientoanticomunista llegó a su punto más alto. Según las

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cifras citadas por Gallacher, el número de afiliadosal partido disminuyó de 11.000 - 12.000 antes de lahuelga general a 5.000 en el año siguiente.

Este desastre condujo a la segunda reorganiza­ción de! PCGB durante e! invierno de 1927-28. Lapolítica de apoyo al Partido Laborista contra lospartidos burgueses, aunque era equívoca y había sidopracticada inconsecuentemente, había sido un elemen­to oficial de la plataforma de! partido desde su fun­dación y se asentaba en el mandato dado al partidopor e! propio Lenin. La mayoría del Comité Central,incluyendo a Gallacher, no vio ninguna razón paracambiar de política. Pero una minoría, dirigida porPalme Dutt y Pollitt, ahora la recusaban como erró­nea. Argumentaban que la situación en Gran Breta­ña había cambiado radicalmente desde que Lenindiera sus recomendaciones en 1920. La situación eco­nómica de Gran Bretaña estaba empeorando y porconsiguiente se iban creando las condiciones objetivaspara un movimiento revolucionario de masas; e! Parti­do Laborista había estado en e! poder y se habíarevelado como «un tcrccr partido burgués»; y habíaabandonado efectivamente la estructura federal flexi­ble y no dogmática que había hecho parecer posiblea los comunistas e! solicitar la admisión en ella, enfavor de una organización centralizada que estabasiendo utilizada para imponer las opiniones de losdirigentes y excluir a los comunistas. Sobre estasbases, la minoría recomendaba como táctica correctapara el PCGB la abierta oposición tanto al PartidoLaborista como a los otros partidos.

La decisión sobre la polémica dentro de! ComitéCentral fue encomendada a Moscú, en un momentoen que la Comintern estaba siendo minada por unacrisis más importante: China. El caso proporcionó

un ejemplo admirable de los resultados de la creen­cia, habitualmente acepwda por la jefatura de laComintern, de que existía una uniformidad doctrinaly táctica aplicable a todos los partidos comunistas.El colapso de! Consejo de sindicatos anglo-r\1sos en1926, después de poco más de un año de vida, habíacausado ya perturbaciones en los círculos de la Comin­tern. y preparado el camino para un giro hacia lalzqmerda. Cuando, sin embargo, e! CEIC se reunióen febrero de 1928 para examinar e! caso británico,muchas otras cosas habían sucedido. Trotski acababade ser expulsado de! partido y desterrado ~ AlmaAta; y después de seis meses de encarnizados deba­tes, la nueva política «de izquierdas» en China, deoposición total a Chiang Kai-shek, había sidopuestaen práctica. Así, las opiniones de Dutt y Pollitt, yno las de la mayoría, eran las que encajaban con elestado de ánimo predominante en la dirección de laInternacional. El fallo fue a su favor. Por razonestácticas, e! PCGB iba a mantener «1a consigna de laafiliación al Partido Laborista»; en las restantes cues­tiones, la ruptura iba a ser completa.

Esta decisión, que fue general y no particular,n:arcó un nuevo cambio, que sería fatal, en la polí­tlCa de la Comintern en su conjunto. Desde 1928en adelante, especialmente después de! VI Congresocelebrado en agosto de aquel año, se puso de modatratar a los partidos laboristas y social-demócratas notan sólo como enemigos declarados sino como lospeores enemigos de los trabajadores; y esta línea,llevada a sus conclusiones lógicas, tendría fatales con­secuencias en Alemania durante e! período de la subi­da de Hitler al poder. Gallacher, que es demasiadobuen hombre de partido como para defender susposiciones de 1927-1928 (ni siquiera hace referencia

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a ellas), admite el error de los comunistas alemanesen los primeros afias de la década del 30, aunquetambién apotta ptuebas pata asignar una parte alíc;lO­ta de responsabilidad a los social-demócratas. El dl1,e­ma que había perseguido al PCGB desde su fundaclO?fue un obstáculo igualmente insuperable para la Uil!­

dad de la izquierda alemana.En Gran Bretaña el resultado principal de la deci­

sión de 1928 fue la retirada de Albert Inkpin, secre­tario del partldo desde su fundación. Le sucedióPollitt, que ha sido su dirigente efectivo durant~ losúltimos veinte años. La historia del PCGB baJo ladirección de Pollitt ha sido menos turbulenta y agita­da que durante los ocho primeros de su existencia.Técnicamente el partido ha seguido una marcha n:u~homás eficiente. El Daily \Vorker data de 1930. Sl bIense han producido cambios de p~lítica violentos eincluso repentinos, la línea del part1~o, aunque vulne­rable ha sido siempre clara y precIsa, y ha respon­dido 'en todos los casos a las directrices de Moscú.Por otra parte, el proyecto de un partido d~ masasha sido abandonado o relegado a un futuro 11ldeter­minado; la afluencia de miembros al partido en elperíodo de «frente unido» a mediados de la décadade los treinta fue en gran parte espontánea. El drenteunido» con el laborismo tampoco tuvo el antiguosentido; fue una alianza diplomática, que prescindíade las diferencias de opiniones, entre todos los queestaban dispuestos a combatir a Hitler. Lo que sebuscaba primordialmente no eran ~~nversos a~ com;r­nismo sino conversos a una pohtlca de resIstenClaactiva' a la agresión alemana; y lo mismo ocurriódurante el período de 1941, cuando el partido reci­bió otro sustancial, pero transitorio, incremento deafiliados.

La autobiografía de Gallacher no arroja muchaluz sobre los sucesos dentro del parrido después de1928; aunque continuó siendo miembro del ComitéCentral y de! Buró Político, puede inferirse que inter­vino poco en la elaboración de la política. Se habíapresentado ya en algunas ocasiones como candidatopor distritos escoceses, quedando el último en lasvotaciones; la primera vez en la elección de Dundeede 1922 cuando Churchíll quedó en tercer lugar, des­pués de E. D. Morel y Scrymgeour, el prohibicio­nista. En 1935 Gallacher fue elegido diputado pore! distrito minero de West Fife y reelegido diez añosdespués. En los Comunes conquistó popularidad yrespeto como buen parlamentaría. En e! PCGB repre­senta, no el lado esotérico del partido, sino su vincu­lación con las masas; ha sido durante los diez últimosaños su «cara pública» más importante. Sigue estando,dentro de los límites de la disciplina del partido, afavor de la concepción del partido como extremaala izquierda dentro del sistema parlamentario britá­nico más que como una entidad que permanezca fuerade! sistema. y en oposición incondicional a él.

Esta acti tud colorea en parte las páginas pruden-­tes y cuida.dosamente equilibradas de The Case larCommunism. Como exposición popular de la teoríamarxista. y de los objetivos económicos, inmediatos yúltimos, del socialismo y e! comunismo, no se encon­trará otra mejor en contenido o en estílo. Pero cuandoGallacher llega a los instrumentos políticos paraconvertir la teoría en práctica y realizar los objetivoseconómicos, todo se vuelve repentinamente vago yborroso. La dictadura del proletariado ha desapare­cido totalmente en la niebla, y no se menciona enabsoluto. La niebla se espesa en el último capítulo,en el que Gallacher responde a algunas desatinadas

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preguntas de un crItrco imaginario. Aquí y allá ellector sorprende a veces vislumbres de una versiónindependiente de la doctrina y la táctica comunistasadaptadas a las exigencias de la polítiea británica.Pero es seguramente una causa perdida: su desarro­llo lo impide la servil imitación de los métodos y dela política soviética, que ha llegado a ser endémicaen el PCGB. No puede romperse el círculo vicioso.Un partido más independiente tendría que mostrarmás vitalidad y fuerza; un partido con más vitalidady fuerza hubiera alcanzado mayor independencia. Unpadre demasiado próspero y dominante tenía fatal­mente que impedir el crecimiento del niño.

El Panido Comunista Alemán fue uno de lospocos partidos comunistas -fuera del ruso-- quetuvo raíces independientes y no fue un producto dela revolución rusa o un hijo de la Internacional Comu­nista. Su prehistoria comienza con el estallido de laprimera guerra mundial. En agosto de 1914 la social­democracia alemana, el partido marxista más grande,poderoso y organizado del mundo, se hizo culpablede alta traición al votar a favor del presupuesto deguerra alemán, símbolo del apoyo a la causa nacionalalemana. Un puñado de dirigentes del partido, y quizáun más amplio porcentaje de afiliados de la base,estuvieron en contra de la decisión. Pero la disci­plina del partido exigía que la minoría aceptase ladecisión de la mayoría; sólo en diciembre de 1914Karl Liebknecht, en solitario, rompió la unidad delpartido al votar contra los créditos de guerra en elReichstag.

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se denominó luego "Partido Comunista (Bolchevique)Ruso».

El Spartakusbund había sido un pequeño grupocompuesto en su mayor parte por intelectuales y dedi­cado a la propaganda, pero no a la preparación activade la acción revolucionaria, que realmehte apenashubiera sido practicable durante la guerra. Cuandose fundó eI KPD, la cuestión debatida fue si debíaseguir siendo un partido minoritario y muy concentra­do para el adoctrinamiento revolucionario de lasmasas o tratar de conseguir de inmediato una militan­cia de masas y de convertirse en un partido revolu­cionario de masas. Liebknecht recomendó el segundocamino. Del caos del Berlín del post-armisticio habíasurgido un movimiento revolucionario genuinamenteobrero, la organización de los delegados de fábricas.No se había extendido, por el momento, más alláde la capital. Sus intenciones positivas tampoco habíansido definidas en términos muy articulados; peroquería la revolución social y el derrocamiento de lacoalición gubernamental de izquierdas de Ebert, nocreía en la acción parlamentaria, y se preparaba yorganizaba para emplear la fuerza a fin de alcanzarsus objetivos. Si tal grupo se uniera al Spartakusbund,un partido comunista de masas, capacitado tanto parala teoría como para la práctica, entraría en escena.

A esta alianza, sin embargo, se opuso RosaLuxemburgo, que creía que las masas no estabantodavía maduras para una revolución proletaria, quese requería aún un período de educación y adoctri­namiento, y que para esta finalidad un pequeño parti­do de agitadores y propagandistas, según el modelodel Spartakusbund, era el instrumento adecuado. Ladivisión entre los dirigentes invalidó las negociacio­nes que Liebknecht sosrenía con los delegados de

Capítulo 12

S:0nforme la guerra se prolongaba, la oposicióncrecIó bajo la superficie; en 1916 se produjo unagran ruptura que terminó con la creación del PartidoSocial-Demócrata Independiente -el USPD para

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usar sus slg"as alemanas- que se manifestaba contrala guer~a. P~ro el USPD no fue realmente un partidorevoluclOnano. Deseaba sobre todo poner fin a laguerra, y abrió sus filas y elementos que eran pacifis­tas antes que marxistas. Pero fue dentro del USPDdonde surgió el grupo Spartakusbund, marxista revo­ll;cio~ario y ami-belicista, y que estuvo más cer~a quenmgun ot:o grupo en Alemania de aceptar la consig­na de Lemn de transformar la guerra imperialista enguerra civil del proletariado contra la clase dirigenteburguesa. La fuerza impulsora intelectual del Sparta­kusbund ~~e Rosa Luxemburgo; Karl Liebknecht, queera un dmgente y un agitador más que un teóricofue también uno de los jefes del grupo. El Spartakus~bund y todas sus publicaciones y actividades fueron,por supuesto, totalmente ilegales en Alemania durantela guerra; Liebknecht y Luxemburgo pasaron los últi­mos meses de la guerra en prisión.

El Spartaleusbund nació antes de la revoluciónrusa, pero los acontecimientos de Rusia dieron a suacción un nuevo Ílnpulso. A finales de diciembrede 1918, en m~dio del desorden, confusión e inquie­tud que prodUjO en Alemania el armisticio, celebróun Congreso en Berlín. Asistió Radek como delegadofrat~rnal del Comité Central del Congreso de losSOVIets de toda Rusia: Zinóviev y Bujarin tambiénfuer?n invitados, pero el gobierno alemán les negóel vIsado de entrada. El Congreso decidió fundar el~artido Comunista Alemán (KPD); y, por considera­c;ón. ~ l.os viejos tiempos, el nombre Spartakusbundslgmo fIgurando entre corchetes, al igual que el ruso

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fábricas mientras se celebraba el Congreso fundacio­nal del KPD. Estos querían llegar a un acuerdo, ypedían paridad de representación en el órgano delnuevo partido, lo que, considerando los efectivos deque disponían, no era pedir demasiado. Pero los viejosmiembros del SptirltiJzZlsblmd eran obstinados y lasnegociaciones se rompieron. Fue un momento deci­sivo. A los quince días la social-democracia indepen­diente era expulsada del gobierno de Ebert. Noskeera nombrado Ministro de la Guerra con orden deemplear el Reichswehr para restablecer el orden enBerlín, y Liebknecht y Rosa Luxemburgo eran dete­nidos y «muertos cuando intentaban escapar» (una delas primeras veces que se utilizó el famoso eufemis­mo para justificar el asesinato oficial de políticos dela oposición). La tragedia acompañó los pasos delcomunismo alemán desde su nacimiento.

Apenas dos meses después de la fundación delKPD en Berlín, la Internacional Comunista -Comin­tern- nacía en Moscú. Rosa Luxemburgo, que habíaconsiderado prematura la creación de un partidocomunista de masas en Alemania, mantuvo la mismaopinión sobre la cteación de una Internacional Comu­nista con pretensiones mundiales; y esa opinión sereforzó entre los alemanes por el temor muy justifi­cado de que si una Internacional Comunista se creabamientras el partido alemán estaba todavía en su infan­cia y el partido ruso era el único al que una revo­lución victoriosa daba crédito, el centro de gravedadestaría inevitablemente en Moscú y no en Berlín. Así,el delegado alemán, un tal Eberlein, se presentó enMoscú en marzo de 1919 con instrucciones de opo­nerse a la fundación de la Internacional. Se encontrócompletamente aislado entre los delegados del eficazy activo Partido Comunista Ruso y de las rudimen-

tarias v alaunas veces míticas organizaciones comu-. "nistas de naciones tales como Estados Unidos, Suiza,Holanda, Suecia, Noruega, Hungría y Austria; y alfinal, tras presentar sus objeciones, se abstuvo devotar para no aguar la armonía universal. Pero quedóregistrado el hecho de que la Internacional Comu­nista fue creada sin el voto de uno de los partidoscomunistas potencialmente más poderosos fuera deRusia y representativo de una gran nación industrialdonde la doctrina marxista tenía gran influencia enla conciencia proletaria; una nación en la que todoslos buenos bolcheviques, desde Lenin para. abajo,habían confiado absolutamente para la revolucióneuropea.

Durante los primeros dieciocho meses de existen­cia, el KPD siguió siendo lo que el Spartakusbundhabía sido durante la guerra: una pequeña secta,ilegal y perseguida, sin influencia clara sobre los suce­sos. La figura sobresaliente durante este período fuePaul Levi, un intelectual brillante y culto, pero enmodo alguno un dirigente político de las masas. Elperíodo inmediatamente posterior a la fundación dela Comintern en marzo de 1919 fue el momentodurante el cual las relaciones entre los comunistasrusos y los alemanes estuvieron en su punto másbajo. En 1919, la Rusia soviética permaneció casicompletamente separada del resto del mundo; y susdirigentes, demasiado preocupados por la desespera­da lucha de la guerra civil, no dedicaron mucho tiem­po o atención a lo que no se relacionara directa­mente con ella. En Alemania, Radek había sido dete­nido y encarcelado por las autoridades alemanas yningún otro dirigente bolchevique le sustituyó.

El KPD no jugó ningún papel en la famosa revo­lución bávara de abril de 1919, aunque algunos comu-

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nistas entraron en el gobierno soviético de corta vidaque se implantó en Munich; ni tampoco lo jugaroncuando el primer movimiento nacionalista después dela humillación de noviembre de 1918 -el «putsch»de Kapp de marzo de 1920- fue derrotado, no porlos comunistas, sino por la huelga general organizadapor los viejos sindicatos. Sin embargo, durante elotoño de 1920, en parte por presiones de Rusia, seprodujo una división en los Social-demócratas Inde­pendientes alemanes, el USPD. Bajo la influenciaconjunta del prcstigio de la Comintern y la elocuen­cia de Zinóviev, quien dirigió la palabra al Congresodel Partido en Halle durante las últimas cuatro horasla mayoria del USPD decidió unirse a los comunista~para formar el Partido Comunista Unido de Alema­nia. Así, a finales de 1920, surgió en Alemania unpartido comunista de masas con más de 300.000 mili­tantes y un número aun mayor de compañeros deviaje. Pero lo ficticio de la unión entre los intelectua­les del KPD Ylos trabajadores de! USPD lo describebrillantemente un testigo visual de la convención deBerlín que la ratificó:

Se celebró en un marco artístico de música clásica y poesíarevolucionaria. Los delegados del USPD, la mayoría trabaja­dores manuales, estaban disgustados por la nueva pompaoficiaL esperaban sobrios análisis de la situación alemana,propuestas concretas sobre la acción imnediata. Paul Levipronunció en camblo un discurso sobre la situación econó­mica del mundo, en el que se combinaban una gran abun­danda de estadísticas con noticias de acontecimientos enAsia y en el mundo angloamericano, y que terminó con laaltisonante frase: «alistaos, trabajadores de Alemania, alistaos,aquí están vuestros dioses». Observé a algunos trabajadores deEssen y Hamburgo al salir del salón de la conferencia: sólosabían expresar su dIsgusto hacia esa retórica manchandoalgunas de las bellas decoraciones con salibazos plebeyos.

A pesar de toda su malevolencia, la narración esveraz como descripción del fracaso de unir a las masascon la dirección del partido.

El libro del que proviene la cifra fue publicadoen 1948 en los Estados Unidos bajo e! título, másbien engañoso, de Stalin and German Comryunism.Su autora, Ruth Fischer, es una austriaca que se afilióal KPD en 1919 y fue uno de sus dirigentes hasta suexpulsión en 1926. Para la historia del partidq duran­te este primer período, el libro constituye un~ fuentedirecta de gran importancia. Es, sin embargo, una fuen­te que el historiador debe usar con algún q.Jidaqo. RuthFischer estaba en situación de conocer casi todo lo quesucedió durante ese período en el interior del PartidoComunista Alemán y algo -aunque en modo algunotodo- de lo que ocurrió en la Internacional Comu­nista. Su narración está atiborrada de detalles; peroexcepto en los casos en que está realmente documen­tada (como ocurre con muchas de sus afirmaciones),es muy difícil distinguir entre conocimiento personal,rumores y, aun más, conjeturas. Algunas de las espe­culaciones politicas de la señora Fischer no son muyconvincentes, aunque difícilmente pueda probarse laverdad de las afirmaciones contrarias. En todo caso,parece bastante inverosímil que Trotski no volvieraa Moscú a tiempo para los funerales de Lenin comoresultado de «un acuerdo secreto con el Politburo»;o que la famosa carta de Zinóviev, que jugó un impor­tarite pape! en las elecciones generales inglesas de1924, fuese una falsificación de la GPU; o queJ. D. Gregory, e! funcionario inglés implicado en elcaso, estuviera a sueldo de la GPU; o que la defensade Dimíttov en el juicio por el incendio del Reichstagfuese una comedia que tuvo lugar después de que laGPU y la Gestapo llegaran a un acuerdo, con cono-

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cimiento del propio Dimítrov, para ponerlo enlibertad.

La otra salvedad que debe hacerse se refiere ala actitud política de la señora Fischer. A primeravista parece indicado comparar sus memorias con lasde otra mujer que trabajó en la Comintern durantelos primeros tiempos y que quedó amargamente des­ilusionada por la experiencia, Angélica Balabanoff.Pero las dos mujeres pertenecen a mundos diferentes.La Balabanoff fue una idealista desilusionada que evi­dentemente ignoraba que los partidos comunistascomo cualquier otra organización política, no funcio:nan sin una gran cantidad de intrigas, manipulacionesy sórdidos cálculos de conveniencias. La señoraFischer fue, desde el principio, un personaje políticode los pies a la cabeza. Si se decepcionó fue porqueperdió la última partida del juego, no porque noentendiera el juego que se estaba jugando. En losasuntos del partido alemán perteneció al ala izquierda,es decir, a los comunis tas que se oponían a la coope­ración táctica temporal con la social-democracia ycreían que los trabajadores podían ser directamenteorganizados para la revolución. Cuando, veinticincoaños más tarde, escribe sus recuerdos en la otra orilladel Atlántico, después que sus opiniones han sufridouna transformación completa, difícilmente puede espe­rarse que haga justicia a sus propias posiciones deentonces y menos aun a las de sus adversarios, quela expulsaron de la dirección del partido y con losque tiene viejas cuentas que saldar.

La división entre derecha e izquierda en el KPDdata realmente de la llamada «acción de marzo» de1921. En marzo de aquel año, un levantamientoespontáneo en la zona minera de Alemania central fueseguido de un intento de levantamiento organizado

por los comunistas en los grandes centros industrialesque, deficientemente preparado, terminó en fracaso.Las represalias tomadas por la policía y el Reichs­wehr fueron duras y dejaron al partido desmanteladov desalentado. Vinieron entonces las recriminaciones.be acuerdo con una explicación, los dirigentes sevieron forzados a la «acción de marzo» por los nuevosmilitantes entusiastas que habían ingresado en el par­tido en el otoño anterior. Ciertamente, Paul Levihabía sido obligado a abandonar la jefatura pocassemanas antes por otro asunto; y su dimisión se habíainterpretado en general como señal para una políticamás activa. De acuerdo con la explicación de la seño­ra Fischer, que, como buen alemán, tiene la costum­bre de atribuir los fracasos alemanes a los rusos, la«acción de marzo» la ordenaron desde Moscú Zinó­viev y Be!a Kun quienes, en vísperas del amotinamien­to de Cronstadt, estaban desesperadamente ansiososde conseguir un éxito en Alemania para contrapesarlos reveses en Rusia. Sean los que fueren los antece­dentes de! conato de rebelión, su fracaso hizo inevita­ble un cambio de jefatura. A Paul Levi le sucediócomo jefe de la derecha primeramente Ernst Meyer,otro intelectual, y después Heinrich Brandler, untrabajador de Sajonia, que tenía e! aval de la viejatradición sindical; la señora Fischer y su íntimo cola­borador Maslow pronto surgieron como dirigentes dela izquierda.

El fracaso de! levantamiento de marzo en Alema­nia desacreditó no sólo a los dirigentes comunistasalemanes, sino a la misma Comintern y a Zinóvievcomo su numen tutelar. Esta resonante derrota de lacausa de la revolución en la nación donde, según todoslos indicios, las perspectivas eran más favorables, forzóa Moscú a reconsiderar todo e! programa de la revo-

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de salvación en una inminente revolución alemana, elpapel del comunismo alemán estuvo c!aro: Pero dadoque la revolución alemana no era mmmente y laRusia soviética se encontraba entre la espada y lapared, la conducta prudente de Moscú sería marcharhombro con hombro con el gobierno alemán frente .aun mundo hostil a ambos; según esa nueva perspectt­va, el papel del comunismo alemán sería, no d~rrocaral gobierno alemán, sino llegar co.n él a un acue~dosobre la base de una política de amtstad con el gobier­no soviético; y tal política podía ser perfectamentedefendible incluso desde el punto de Vista del comu­nismo alemán.

Según Ruth Fischer, cuyo testimonio no es el úni­co, la idea fue concebida primeramente por Radekcuando estuvo en prisión en Berlín en el año 191:'siendo entonces ridiculizada en Moscú. Pero despuesde 1921 cuando la NEP estaba en pleno apogeo yel opti~ismo acerca de la revolución mundial noestaba ya de moda, las cosas se vieron de otra forma;En el año siguiente el acuerdo ruso-germano quedoformalizado mediante el famoso Tratado de Rapallo,firmado por Chicherin y Rathenau durante la c~nfe:rencia de Génova. Fue por entonces cuando se ftrmoel tratado secreto entre el Reichswehr alemán y elEjército Rojo con la intención de eludir las disposi­ciones militares del Tratado de Versalles. En resu­men, el Reichswehr consiguió facilidades para realizarciertos orocesos de fabricación y entrenamiento enRusia, y el Ejército Rojo recibió en compensaciónentrenamiento técnico y equipo. Pero esta nueva aso­ciación entre los dos gobiernos arruinó todas las espe­ranzas del partido comunista alemán. Radek, aho.raprincipal agente de la Comintern para Alemama,suministró el aval de Moscú a Brandler, que no desea-

Capítulo 12

lución mundial; y se produjo justamente cuandoLenin acababa de anunciar la forzada retirada en elfrente interior que se materializó en la NEP, la NuevaPolítica Económica de tolerancia y estímulo limitadosa la empresa privada. Empezaba a estar claro que laRusia soviética tendría que vivir en un mundo deEstados capitalistas durante mucho más tiempo delinicialmente previsto. La idea de avanzar directamen­te hacia la victoria mundial del socialismo había sidodescartada. Serían necesarias maniobras estratégicas,retiradas temporales y recursos políticos de todo tipopara mantener y aumentar al poder soviético hastatanto la meta última estuviera a la vista. Y esto eraaplicable tanto a la política exterior como a la inte­rior. En el aspecto internacional, significaba que laestrella del Narkomindel estaba ascendiendo y la dela Comintern declinando. Chicherin comenzaba aeclipsar a Zinóviev.

Tal cambio creó un problema que no ha dejado deser una fuente de perturbación para los partidoscomunistas de las grandes naciones (excluida Rusia).¿Tenían estos partidos que promover desde el princi­pio la revolución en sus naciones?; 10 deberían,adoptando una perspectiva más amplia, mantener queel poder de la Rusia soviética, el único Estado comu­nista existente, era la baza más importante del comu­nismo en el mundo y, por consiguiente, que habíaque apoyarlo y sostenerlo como fuera aun a costade sacrificios locales temporales? Este problema adop­tó una forma particularmente aguda en Alemania,porque Alemania y Rusia estaban enlazadas por uninterés común como las dos grandes potencias descon­tentas (aunque por razones diferentes) de los arreglosde la post-guerra, como las dos naciones parias dela sociedad entopea. Mientras Rusia vio perspectivas

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ba ninguna aventura revolucionaria imprudente y ,epreparaba para compromisos temporales con la wcial­democracia, e indujo a expulsar a Maslow y RuthFischer, los dirigentes de la izquierda. NaturalmenteRuth Fi~cher no tiene ninguna simpatía por Radek,y todav¡a menos por Brandler, como su narraciónlo indica. Pero los hechos principales no pueden sercontradichos. Radek estaba dispuesto a coquetear has­ta con los ultranacionalistas alemanes, y éstos semostraban dispuestos a coquetear con Rusia sobre labase del odio común hacia los aliados occidentales.Muchas pautas posteriores de política pueden remon­tarse en líneas generales a este período.

En este punto, el destino del partido comunistaalemán se vio afectado no sólo por los cambios dela política exterior soviética sino también por lascontiendas entre los dirigentes soviéticos. A finalesde verano de 1923, los trabajadores alemanes esta­ban en una situación desesperada derivada de la ocu­pación francesa del Ruhr y de la política alemam deresistencia pasiva; y el Partido Comunista Alemándecidió que había llegado el momento de la acción.Según Ruth Fischer, fue la subida de Stresemann alpoder en agosto de 1923 con el declarado propósitode llegar a un acuerdo con los poderes occidentaleslo que produjo una ráfaga de alarma en Moscú y llevóa los gobernantes rusos a tomar la decisión de prepa­rar una urgente revuelta comunista alemana contrael gobierno Stresemann. Pero esta versión, que enca­ja primorosamente con los deseos de la señora Fischerde echarle la culpa a Moscú de todos los fracasosalemanes, no cuadra con los hechos. En Moscú, elproyecto de una revolución alemana sólo lo aplaudióentusiásticamente Trotski. Zinóviev, como era hahi­tual en él, se mostró indeciso; y Stalin aconsejó caute-

la. Estas divisiones en Moscú significan que la asisten­cia rusa fue poco entusiasta y alentó las divisioncs ylas dudas en el mismo partido alemán. BrandJe.:1 excc­lente organizador en tiempos normales, resultabainepto como dirigente de una revolución armada. Seiniciaron cuidadosamente los preparativos; pero enoctubre, el gobierno de Berlín tomó la iniciativaenviando al ejército a deponer al gobierno de Sajonia,en el que Hguraban Brandler y otros dos comunistas.Eso debería haber servido de señal para un leyanta­miento general., Pero los dirigentes no estaban prepa­rados; y, excepto un impremeditado estallido enHamburgo que fue sangrientamente sofocado, nadaocurrió. El gran proyecto de una revolución 'omunis­ta alemana se desmoronó antes de haber comenzado.«Vistos desde el interior -escribe la señora Fischerde esta experiencia-, los comunistas eran un grupoinsuficientemente organizado de personas dominadaspor el miedo, desgarrado por querellas fraccionales,incapaz de llegar a una decisión e ignorante de suspropios objetivos». Lo que no parece un epitafioinjusto del partido comunista más numeroso fuerade Rusia.

La derrota alemana, como cualquier otra derrotade una política revolucionaria militante, desacreditóa Trotski y Zinóviev y, por lo mismo, ayudó a Stalin;y como también significó la caída de Brandler en Ale­mania, Stalin se convirtió paradójicamente, por elmomento, en el protector de la izquierda alemana.Manuilski, un hombre de Stalin, sustituyó a Radekcomo agente principal de la Comintern en Alemania.La señora Fischer trata sucintamcnte el período enque la izquierda comunista alemana enganchó su suer­te a la estrella en alza de Stalin. Una reliquia de esteperíodo es una descripción brillante y reveladora de

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inspirada por Thiilmann, decidió lo contrario, con elresultado de que Hindenburg fue elegidoo Ningunade las generalizaciones favoritas de la Fischer -quela política errónea de! Partido Comunista Alemánera impuesta desde Moscú, y que ella misma fue eladalid del partido contra la dominación de Moscú­valen en esta ocasióno Fue sólo a finales de 1925cuando Ruth Fischer se unió a la oposición de Zinó­viev contra Stalin. Pero ya en esa época su popula­ridad en e! partido alemán había sido eclipsada porla de Thalmann, y al año siguiente Manuilski noencontró grandes dificultades para hacerla expulsarde! partido como trotskista oLa historia no es particu­larmente eclificanteo Pero no todo es tan simple; noson la razón v la sin razón tan palmarias como lanarración de l~ Fischer trata de hacer creer al lectorno iniciado o

El partido se encontraba numérica, intelectual ypolíticamente en trágica decadenciaoDurante la apa­rente prosperidad del período Dawes no cabía pensaren un golpe comunista; y durante la gran depresióniniciada en 1929 el partido comunista alemán cayóen dos trampas o Por un lado, permitió a los nazisy los nacionalistas protagonizar la campaña contra laineficaz república de Weimaro Por otro, el principiode no cooperación con los social-demócratas, constan­temente mantenido desde la derrota de 1923, impidióa los comunistas formar un frente común contra losnazis o Son esos años, y no los de! anterior período,los que justifican alguna de las conclusiones inferidaspor Ruth Fischer: las dificultades que tienen los parti­dos comunistas fuera de Rusia para hacer frenteresueltamente al partido rusOo Un débil partido deoposición, abiertamente perseguido en su propianación, no puede competir con un partido que tiene

Capítulo 12

Stalin durante e! verano de 1924, precisamentecu~ndo estaba empezando a descollar sobre los demásdltlgentes bolcheviqueso

00 En el V Congreso mundial, Stalin fue conocido, porpnmeora vez, r;or lo~ delegados de la Cominterno Se deslizabasilenclOsa, casI furtIvamente, por los salones y pasillos alre­dedor de la sala de S,un AndrésoFumando en pipa, vistiendola blusa rusa caractenstlCa y bota;; estilo Wellington, hablaba~ua~e y amablemente con pcqucnos grupos, ayudado por unl~v:rprete desconocIdo, presentándose COmo el nuevo tipo de~lr1~~nte ruso. Los d~legado~ ~ás j~venes quedaron impre­s~on<-<~os po~ esa pose ue revC:luClOnatlO que desprecia la retó~nea te:o~uclOnan.a~ de orgall1zador con los pies en la tierra,cuyas rapidas deCiSiOnes y lnétodos modernos podrían resolverlos problemas de un mundo en transformacÍónoLos hombresque rodeaban a 2inóviev eran viejos, remilgados, pasadosde modao

La narración de la señora Fischer se hace unpoco confusa en este punto; pues, en su deseo deexonerar a su patrón Zinóviev y a ella misma por sucol.aborac}ón demasiado prolongada con un Stalin a<::\U1en mas tarde abonecería, hace retroceder en eltIempo la separación entre Zinóviev y Stalin bastantemás atrás de lo que los otros datos disponibles Dermi-ten suponeL .

En cualquier caso, Stalin y Zinóviev manteníantodavía relaciones de amistad y cooperación; y~aoslow y la Scñota Fischer, en ese momento los<!ingentes efectivos del partido comunista alemáneran aún bien vistos en Moscú cuando en abril d~1~25 la derecha en Alemania decidió proponer aHlndenbur~ como candidato presidenciat La opiniónde la Commtcrn, apoyada por Maslow v la señoraFisch~r, fu~ que el candidato comunista, ~ Thiilmann,debena retlrarse pata no dividir el voto anti-Hinden­burgo La mayoría del Partido Comunista Alemán,

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tras de sí una revolución victoriosa y que controlalos asuntos de una gran nación. Según la señoraFischer, la influencia de Moscú sobre el partido ale­mán se explica en gran medida por el gran númerode empleos que la Comintern, gracias a sus grandesfondos, podia ofrecer a quienes seguían sus direc­trices. No hay duda que esto sucedió; pero tambiénjugaron las influencias más sutiles del prestigio, dela clasificación según la escala de valores comunistas.El débil y fracasado partido comunista extranjeroinevitablemcnte tiende a seguir el rastro del poderosoy triunfante partido comunista ruso; siempre queuna diferencia de opinión o una diferencia de intere­ses se manifieste, el débil se rinde al más fuerte.En consecuencia, sólo los partidos comunistas excep­cionalmente fuertes pueden confiar en mantener algu­na independencia respecto a Moscú. En una perspecti­va a largo plazo, puede con justicia parecer una catás­trofe que el movimiento comunista alemás después de1918 no lograse desarrollar su fuerza potencial; dehaberlo hecho, la identificación unilateral de Rusia ycomunismo que domina en nuestros días, la historiadel mundo pudo haber sido evitada.

El fracaso del comunismo alemán es un fenómenoque merece un análisis más profundo que el que hastaahora ha recibido incluyendo a Ruth Fischer, que secontenta por lo general con mencionar los factorespersonales o la funesta influencia de la Comintern.Lenin, euando ansiosamente esperaba que la revo­lución alemana la revolución en Rusia, creía-como la doctrina marxista le autorizaba a creer­que el comunismo alemán era potencialmente unafuerza más poderosa, efectiva y mundialmente influ­yente que el comunismo ruso. ¿Por qué no sucediótal cosa? Uno de los factores fue evidentemente la

inesperada pujanza del nacionalismo alemán, despué.sde la humillación de Versalles; aunque pareCla a11l~UI­

lado, en realidad había sido s?lo ligeramente hendo.Moscú no fue el único en eqUIvocarse al suponer queel resentimiento nacional alemán podía ser fomentadohasta un punto, para utilizarlo luego y cons?rvarlodespués dentro de límites seguros. :ranto Moscu co:n0

las potencias occidentales sobrestimaron. desde dIfe­rentes puntos de vista la fuerza de la s?clal-democr~­cia alemana. Ambos dejaron de advertIr la ausenCIaen Alemanj:a de las condiciones o tradiciones de lasdemocracias liberales occidentales. El intento de crearuna democracia liberal en Alemania fracas? primeroen 1848 y de nuevo después en 1918; el 1l1ten;:0 decrear una social-democracia según el modelo ocpden­tal, fracasó igualmente; Y la extrema d~recha y laextrema izquierda se enfrentaron entre SI, tal comohabia ocurrido en la Rusia de 1917. .

Pero en Alemania, más que en cualqUler otranación, la vieja clase dirigente pr:b.~rgue~~, e! ord~nfeudal de la sociedad con su tradlclOn mlhtar,. hablaconseguido capturar y utilizar para sus proP,?SltOS e!moderno ooder de la industria pesada orga11lzada. enaran escal~. Esta fue la realización de Bisma:ck qUIen,~or su brillante invento de los servicios socIales, .tam­bién integró a un sector influyente de los t;-abaJado­res y de los sindicatos en un nu.evo c?mpleJo poder:Esta combinación entró en funclOnamlento en 1914,y, después del desastre militar d: 1918 y de! fr~casopolítico de la república de W elmar, fue to~avla lobastante fuerte como para que Hitler pudIera denuevo utilizarla con una presentación n:~cho :nás. aldía y aparentemente popular. La_impre~lOn mas .vlvaque la lectura del libro de la senora Flscher deja :sel poder aterrador que las viejas fuerzas de Alema11la

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continu~ron ejercien.do después de 1918; Yla princi­pal razon para .c;nsIderarlo un libro sombrío es quep.lantea la cuestI0n de hasta qué punto, en circunstan­Clas que r;resentan tantas analogías con las del perío­d? P?sterJor a 1~: 8, estas viejas fuerzas están toda­vIa VIvas y en aCClOn en la Alemania de hoy,

13, Stalin: 1. El cammo hacia el poder

En la Unión Soviética se ha situado el nombrede Stalin junto a los de Marx, Enge!s y Lenin comouna de las fuentes autorizadas -o en cualquier casocomo intérprete autorizado- de la doctrina bolche­vique; una edición de sus obras completas, ahora encurso de publicación en Moscú, era, por consiguiente,de esperar. Está apareciendo bajo los auspicios de!Instituto Marx-Enge!s-Lenin y tendrá 16 volúmenes,estando dedicado e! último a sus discursos durantela guerra, El primer volumen cubre el período de1901 a 1907, cuando Stalin --casi desconocido toda­vía bajo este nombre- era un activo organizadorrevolucionario en e! Cáucaso, en los intervalos entresus encarcelamientos y exilios en Siberia, La mayo­ría de los artículos que contiene fueron originalmentepublicados en georgiano en efímeros periódicos clan­des tinos y resultan accesibles ahora por primera vezal lector ruso. El editor explica que no todos los escri-

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tos de Stalin de este período han sido todavía redes­cubiertos.

Ha sido habitual entre los enemigos y detractoresde Stalin, comenzando por Trotski, hablar con despre.cio de su talento como teórico. Comparado conmuchos de los otros miembros de la generación bol­chevique -no sólo Lenin y Trotski, sino tambiénhombre~ como Bujarin, Zinóviev y Radek-, Stalinno ha sIdo un escritor prolífico ni fecundo. No cabeduda de que los posteriores volúmenes de esta ediciónserán inflados a base de documentos oficiales, lamayor parte obra de sus secretarios y consejeros; seproyecta incluir hasta la oficial Breve Historia delPartido Comunista ruso, publicada en 1938, que, aun­que preparada bajo la dirección de Stalin, realmenteno proviene de su pluma. La pretensión de situar aStalin al nivel de Marx o de Lenin como pensador esexagerada hasta el absurdo. Sin embargo, el primervolumen de sus obras viene a refutar en gran medi­da la leyenda fomentada por Souvarine y otros deque el dirigente soviético es un ignorante semianalfa­beta, que repite y distorsiona las ideas ya vulgariza­das de otros, un político, burócrata o administradordespreocupado por las teorías e incapaz de enten­derlas.

Casi todos los artículos de este primer volumenestán inspirados por controversias locales, principal­mente con los menchcviques, que en la Georgia na­tiva de Stalin formaron siempre el ala mas poderosadel partido. Los más importantes son un artículode 1904 sobre la cuestión nacional que prefigura elartículo famoso de 1912, tanto en su concepción gene­ral como en sus conclusiones empíricas, e invalida lasugerencia que se ha hecho algunas veces de que elartículo de 1912 era simplemente una transcripción

de las opiniones de Lenin; dos artícu1?s sobre lasdiferencias entre bolcheviques y men.ch~vIque~; ~ ~naexposición bastante tosca del matenalrsmo dIa1ectlCobajo la forma de una defensa del socialisn:o frente alanarquismo. Estos escritos muestran a Stalrn no .comoun pensador original, sino como un propagandista. ypopu1arizador activo y competente Y como ~n heldiscípulo del credo bolchevique. Lenin es menc;onadopor su nombre escasas veces ~la primera entrevista deStalin con él tuvo lugar a fll1a1es de 1905, pe;o. nose alude a ella en los artículos); y en las ~o~ ,unIcasocasiones durante este período en que la Opll1IOn per­sonal de Lenin fue rechazada y derrotad~ por !amayoría del partido, Stalin apoyó a la ma~ona. Stalll1escribió en favor del boicot a las elecc.I~nes.;le laDuma cuando Lenin estaba por la partlCIpaClOn; yvotó dn el IV Congreso del partido en 1906 en f.avorde la distribución de las tierras a 1.os c~mI:~sll1os,mientras que Lenin estaba por la naclOnaÍlzaclOn:

Es evidente, sin embargo, que ya en este pnmerperíodo Stalin estaba, consciente o inconscien.temente,modelado por Lenin, y por un aspecto partlcu1a: deLenin. Las agudas y agrias controversIas. que Jalo­naron los afíos de formación del partido giraron, deuna forma u otra, sobre cuestiones rela~~onadas tant,ocon las ideas como con la organizaclOn. ¿Deberlaproporcionar al movimiento obrero su fi!osofía. sudirección y sus iniciativas un grupo red.ucId~ y alta­mente organizado de resueltos revolUCIOnarlOs que,por la naturaleza de las cosas, estaría pt;incipa1me;1tecompuesto de intelectuales? ¿O debena el partldocon;iderarse un servidor y seguidor de los trabaja­dores v confiar su iniciativa al impulso «espon~á.neo»hacia ia revolución que unas intolerables condlClOnesnecesariamenre engendrarían antes o después entre

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ellos? Lenin, e! apasionado protagonista de! primercriterio, desdeñosamente puso a los partidarios dela segunda alternativa e! apodo de «seguidistas»; yen medio de muchas apostasías construyó el partidobolchevique casi sin ayuda, según su estrecha perovigorosa concepción de cómo se hacen las revo­luciones.

Stalin fue uno de los que apoyaron sin vacilacio­nes la política de Lenin. No es casualidad que Leninen una carta muy citada se refiriera a él como e!«admirable georgianü» y le designara, en 1912, miem­bro de! Comité Central de! partido. Desde e! princi­pio Stalín aceptó, quizá aun con menos reservas quee! mismo Lenin, la obligación de! partido de dirigir,organizar y luchar. «Nuestro partido -dice en unode sus primeros artículos- no es un conjunto decharlatanes sino una organización de dirigentes». Yademás: «sólo la unidad de opinión puede unir a losmiembros de! partido en un partido centralizado. Sila unidad de opinión se destruye, se destruye e! parti­dü». El panfleto de Lenin ¿Qué hacer?, que expresaesas ideas en su forma más clara y enérgica, se convir­tió para Stalin en la Biblia; y los escritos de esteprimer período están erizados de alabanzas a la orga­nización y de desprecio hacia los que confían en laeficacia de las fuerzas «espontáneas» dentro de laclase trabajadora. «El movimiento espontáneo de lostrabajadores -decía Stalin citando a Lenin- entanto permanece espontáneo, en tanto que no estáunido a la conciencia socialista, se somete a la ideolo­gía burguesa y es arrastrado inevitablemente a talsumisióm>. La fórmula es «unión del movimiento delos trabajadores con el socialismo»; y esto sólo puedeser realizado por un pequeño partido organizado, degran calidad, tanto intelectual como moral, con un

dominio absoluto de los intrincados aspectos de ladoctrina revolucionaria socialista.

El peligro daramente inherente a esa doctrina esla tentación de exaltar a la organización como unmedio necesario para la revolución, y a la revolucióncomo un fin en sí mismo. Formalmente hablando, losteóricos bolcheviques -Stalin quizá menos queLenin- estaban en guardia contra ese peligro. Unpasaje de estos primeros escritos de Stalin recuerdaextrañamente la convicción optimista de los piadososvictorianos de que el bien, gracias a alguna ley finalde progreso, prevalecerá sobre el mal.

Si la doctrina de los anarquistas representa la verdad, seabrirá indefectiblemente camino y agrupará en torno' suyo alas masas. Si es inconsistente y está construida sobre supues­tos falsos, entonces no durará largo tiempo y desapareceráen el aire.

Este optimismo se apoya, en otra parte, en unareferencia a la conocida doctrina hegeliana -en rela­ción con la reciente actitud de la escuela filosóficarusa hacia la filosofía alemana en general y a Hegelen particular, es interesante el que Stalin defendieraa Hegel-- de la identidad de lo real y lo racional. Elmarxismo triunfará, dice explícitamente Stalin, por­que es racional; lo que es irracíonal está condenadoa perecer. Sin embargo, los primeros críticos de Hégelpercibieron ya claramente la dificultad de encontrarun criterio de lo que es racíonal que no sea lo quede hecho sucede; y el joven Stalin no la resuelve conmás acierto. La causa de la revolución es la causaracional y, por lo tanto, la buena causa, porque suinevitabilidad puede ser científicamente probada. Perola validez de la prueba sólo puede ser verificada porlos hechos; y si nuestros cálculos resultaran erróneosesto significaría, no que la ciencía era falsa, sino que

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su aplicación era imperfecta. Se abrían así de par enpar las puertas al puro empirismo.

Sin ninguna duda pueden bosquejarse algunasdiferencias, de acento en cualquier caso, entre el empi­rismo de Lenin y el empirismo de Stalin. «El socia­lismo proletario -escribe Stalin en este tíempo- seconstruye no sobre una actitud de signo sentimental,ni sobre una «justicia» abstracta, ni sobre el amor porel proletariado, sino sobre principios científicos».Stalin en su madurez se habría expresado más caute­losamente. Pero queda la impresión de que la seque­dad de Lenin escandia un cierto grado de humanidad,quizá de sincero «amot por el proletariado», que noencontramos en la mentalidad de su discípulo másdespiadado. Los primeros escritos de Lenin se carac­terizan por un intenso tono utópico, del que Leninse desprendió lentamente y de mala gana a medidaque se fue poniendo en contacto con las duras reali­dades y las responsabilidades impuestas por el ejerci­cio del poder. En El Estado y la Revolución, escritoen las vísperas de octubre de 1917, Lenin denunciabaenérgicamente a quienes no consideraban al Estadocomo un mal necesario y a quienes trataban de difu­minar la doctrina marxista de la extinción gradualdel Estado como una condición del orden comunista.Incluso cuando esa desaparición se relegó al futuromás remoto. Lenin continuó insistiendo en la nece­sidad de «democracia directa», de gobierno desdeabajo, de que el ciudadano común aprendiera a admi­nistrar y controlar por sí mismo, como antídoto contrala burocracia estatal. De tal visión, pese a lo irrealque demostró ser, bay pocos o ningún rasgo en losdIscursos y los escritos de Stalin.

Esas diferencias de doctrina y acento que pueden·descubrirse entre Lenin y Stalin deben atribuirse,

sin embargo, verosimilmente no tanto a divergenciaspersonales de perspectiva o temperamento como adiferencias de la situación histórica con la que seenfrentaron. Lenin, a pesar de su insistencia en ladirección a cargo de un grupo altamente preparado yentrenado de revolucionarios profesionales, sabía quelas revoluciones las hacen las masas; y que ganarel apoyo activo, o aun el pasivo, de las masas requierealgo más que organización y dirección. Sabía que inclu­so la disconformidad con las condiciones existentes,aunque resultara indispensable como punto de parti­da, no bastaba para mantener el ardor revolucionario.La visión de un mundo nuevo en el que los hombres,libres de la opresión del capiralismo burgués y delEstado burgués, aprendieran a gobernarse a sí mismosy a organizar el proceso de 2roducción y distribuciónpara el bien común, era necesaria para encenderla imaginación revolucionaria. Lenin heredaba estaespléndida visión de la tradición socialista del si­glo XIX. La aceptaba, creía sinceramente en ella yjustificaba su propia política por la esperanza de surealización. Aunque después de los primeros mesesde poder la perspectiva pareció alejarse hacia un futu­ro remoto y las dificultades de su realización comen­zaron a hacerse cada vez más manifiestas, no hayninguna prueba de que Lenin abandonase su fe en ella.

La carrera de Stalin fue diferente. Lenin aprecia­ba sus méritos como revolucionario profesional. Sufunción era organizar; y en eso no tenia rival. Stalinnunca trató de enardecer el entusiasmo de las masas,pues carecía totalmente del temperamento y, quizáde la convicción necesaria para tal empresa. Su puntode apoyo para lograr el poder fue su designación paraun puesto que exigía precisamente esas dotes de orga­nización que él poseía: el secretariado del partido;

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si consiguió el poder fue porque, después de 1922,no era ya entusiasmo revolucionario sino capacidadpara organizar lo que la situación histórica exigía. Esdecir, Stalin fue un producto de la revolución en sufase posterior. La heredó de su principal progenitor,y durante más de vcintidós años la dirigió, domesticóy modeló. Preguntarse ahora hasta qué punto mode­ló el curso revolucionario mediante su intervención einiciativa personales y hasta qué punto fue el agentede fuerzas inevitables trabajando por su cuenta haciaun fin prcdestinado, es simplemente plantear el eternoproblema del puesto del gran hombre en la historia.

Uno de los rasgos más marcados que distinguela actitud de Stalin de la de Lenin y confiere a Stalinun lugar crucial en la historia revolucionaria es elpaso del punto de vista internacional al nacional. Aquítambién los diferentes antecedentes personales juga­ron su papel. Lenin pasó la mayoría de sus años deformación en el extranjero, hablaba las principaleslenguas europeas, y su doctrina revolucionaria erainternacional hasta la médula. Stalin no conoce máslenguas que el ruso y el georgiano y nunca ha salidode Rusia excepto para asistir a tres o cuatro confe­rencias del partido antes de 1914 y con ocasión desus viajes a Tehcrán y Potsdam. Su origen georgianoexplica que sus primcl'Os estudios los realizara sobreel nacionalismo y que adcmás fuera elegido Comi­sario del Pueblo para las Nacionalidades en 1917;pero esto no parece haber tenido ninguna influenciaimportante sobre él, como no sea la de imprimir unaintensidad casi fanática a su patriotismo soviético.No fue, por lo tanto, accidental que se convirtieraen el patrocinador de la doctrina del «socialismo enun solo país» en la década de los 20, en el antagonistade un Trotski de mentalidad intetnacionalista, y en

el protagonista del resurgimiento del sentlmlentonacional ruso, después de su eclipse tevolucionario,en la década de los 30. Cuando sobrevino la guerra,en 1941, era ya un héroe nacional más que un héroetevolucionario. Sus relaciones con el ejéJ;ciro parecenhaber sido desde el principio buenas. Había. hechomucho, incluso antes de la II Guerra Mundial, porrestaurar su prestigio y devolverle su antigua plazade honor en la vida nacional. La guerra realizó plena­mente sus mejores cualidades y capacidades, y sudesignación como mariscal de la Unión Soviética enmarzo de 1943 debe verse como la culminaci6n natu­ral de su carrera, más que como una cone~sión alas exigencias de la guerra.

Es sin duda paradójico que quien apareció en laescena como un conspirador revolucionario sea acla­mado hoy día principalmente por su devoción patrió­tica a su nación y por su resuelta dirección en tiemposde guerra. La cubierta de la edición de sus obrascompletas lo muestra, significativamente, con unifor­me de mariscal. Pero tales paradojas tienen preee­dentes en la historia de las revoluciones; tambiénLenin, aunque sus convicciones revolucionarias teníanr~íces mueho más profundas que las de Stalin, habríaS111 duda sufrido algunas de esas transformaciones sihubiera vivido más tiempo. Las críticas que habránde hacerse para enjuiciar definitivamente a Stalin sereferirán no tanto a los fines que persiguió y realizócomo a los medios que utilizó para ello. Lenin, en sullamado testamento, describe a Stalin como «dema­siado tosco» y poco «leal». Su ascenso al poder estuvo,sin duda, caracterizado por una excepcional habilidaden las poco amables artes de la intriga política. Actuóbajo la superficie, minó reputaciones establecidas, semantuvo al margen mientras otros adoptaban posi-

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ciones insostenibles; y luego golpeó, y golpeó duro.Fue un enemigo astuto, vengativo y sin compasión; ylas indignidades y brutalidades que amontonó sobresus advetsarios derrotados, si bien tenían abundantesprecedentes en la tradición rusa, resultaron para lamentalidad occidental algo espantoso.

Sin embargo, si Stalin introdujo o reintrodujoen la historia rusa una intolerancia mezquina y siste­máticamente cruel que el primer entusiasmo de losrevolucionarios parecía haber expulsado o mitigado,esto se correspondía tanto con el carácter del tiempocomo con el del hornbre. La revolución bolchevique,como otras revoluciones, comenzó en una atmósferade idealismo que lindaba con la utopía. Pero prontola oposición desde dentro y desde fuera provocó larepresión y la violencia engendró violencia. El terrorfue pronto aplicado no sólo contra los supervivientesdel antiguo régimen y de la burguesía sino tambiéncontra los otros partidos revolucionarios que intenta­ban mantener una existencia independiente. Ni siquie­ra el prestigio de Lenin y sus dotes de persuasiónbastaron, durante sus últimos años de vida, paramantener la unidad del partido sin amenazas de expul­sión y sin limitaciones a la libertad de expresión yopinión de sus miembros. Cuando Lenin desaparecióde la escena, prontamente surgieron profundos des­acuerdos; y las armas de la represión empleadas alprincipio sólo contra los disidentes de fuera del parti­do fueron, lógica y casi inevitablemente, dirigidascontra sus miembros disidentes.

El juicio de la historia sobre el papel de Stalindependerá, en parte, del juicio más amplío que hagasobre la revolución bolchevique. La pretensión deque la revolución había inaugurado una <mueva civi­lización» ha sido unas veces afirmada y otras negada;

en cualquier perspectiva, fue uno de los grandesmoment?;; cruClales de la historia, comparable con la~evoluclOn Francesa y quizá superior a esta en signi­~lcaC1ón. Ninguna nación del mundo ha permanecido1l1dlferente a ella, ninguna forma de gobierno ha sidocapa~ de eludir su desafío, ninguna teoría política yeconomlCa ha escapado a su crítica minuciosa' ni deacu~rdo co~ todos los signos y portentos,· ha 'Ile~adosu 1~1fluencla todavía a la cúspide. La edición de losescntos y drscursos de Stalin, aunque añadirá proba­blemente muy poco al conocimiento de la existenciadel hombre y de su obra, ayudará a colocarle ·en superspecti.va y constituirá un documento histórico depnmera l111portancia.

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14. Stalin: 2. La dialéctica del stalinismo Stalin: 2. La dialéctica del stalinismo 209

Cualquier biografía de Stalin es necesariamenteuna «biografía política»; pues Stalin es un políticode los pies a la cabeza, y no hay en él ninguna otracualidad por la que los contemporáneos o la poste­ridad puedan probablemente interesarse. Lo queDeutscher quiere dedr al dar a su reciente biografíasobre Stalin 1 ese subtítulo es, quizá, no tanto queha empleado menos tiempo que los hagiógrafos deMoscú o que los biógrafos hostiles como Souvariney Trorski en describir episodios más o menos míticos,favorables o desfavorables, de la vida personal juve­nil de Stalin, sino más bien que pretende realizar enel libro un análisis de las actuaciones políticas de suhéroe. En esto, en efecto, consiste la obra; y la inten-

, 1. DEUTSCRER: Stalin. A Politieal Biography OxfordUniversity Press. Londres. Cumberlege. [Hay traduccióncastellana: i\1éxico, Ediciones Era.]

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ción ha sido brillantemente realizada. La dificultadu.sual de las biografías políticas, la de separar la histo­na del hombre de la crónica de su tiempo, casi nose plantea en el caso de Stalin. Después de la muertede Lenin, la carrera de Stalin y la historia de la Rusiasoviética han sido inseparables. Nada que pertenezcaa una puede considerarse irrelevante para la otra.Una historia tan dramática no puede ser aburrida.Deu~scher no ha olvidado ningún aspecto y ha escritoun lIbro que, además de otros méritos, es de absor­bente lectura. Pero es absorbente en parte porque, apesar del interés de los detalles externos nuAca hadesviado :la vista del tema central: la naturaleza delas realizaciones de Stalin y su lugar en la historiade la revolución.

Apenas es necesario decir que, como todo lo quese refiere a Stalin, ese lugar es tema de grandescontrove~sias. Plantea muchos problemas que, comola mayona de los problemas profundos de la historia,no pueden ser fácilmente respondidos con un sí ocon un no. ¿Es Stalin Ull discípulo de Marx o undéspota oriental? ¿Ha proseguido o ha abandonadola herencia de Lenin? ¿Ha construido «el socialismoen un solo país» o ha arruinado las perspectivas delsocialismo en todo el mundo durante una genera­ción? ¿Ha europeizado Rusia -segundo Pedro elGrande- o -segundo Genghis Khan- convertidoa R~sia ~n parte de un vasto imperio asiático? ¿Es unnaclOna!lsta preocupado por aumentar el prestigio yel poder de Rusia o un internacionalista interesadoen el triunfo universal de un credo revolucionario?E.stas pregunt~s son susceptibles de respuestas muydlversas: El hbro de Deutscher puede capacitar allector, SI no para responderlas, sí al menos para plan­tearlas con mayor comprensión.

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210 Capítulo 14 Stalin: 2. La dialéctica de! stalinismo 211

La historia nunca se detiene; y menos aún enmedio de una revolución. Lo que Lenin creó y Stalinheredó fue una entidad constantemente cambiante,no un sistema estático sino un proceso en desarrollo.Era un proceso en el que, para utilizar la jerga hege­liana, la tesis estaba produciendo continuamente laantítesis; de forma que la pregunta acerca de si Stalinha continuado o negado la obra de Lenin puede resul­tar una cuestión de palabras más que de contenido.Expresado menos abstractamente, lo cierto patece serque a cada revolución le sucede su propia reaccióny que cuando Lenin desapareció de la escena, la revo­lución rusa había entrado ya en el segundo estadiode su curso. La consigna corriente en otra época,«Stalin es el Lenin de hoy», no afirma que Stalinfuese el Lenin de 1917, sino que estaba desempe­ñando la función que Lenin habría tenido que desem­peñar si hubiera seguido siendo el dirigente máximode la revolución diez años después. Aunque esto nosea toda la verdad, contiene algunos elementos de ella.

Los primeros bolcheviques eran estudiosos de lahistoria y conocían bien lo que acontece a las revolu­ciones: temían que su propia revolución tuvieratambién su Termidor. Pero el recuerdo de Bonaparteles hizo sospechar que la fuente de peligro era undictador de brillante armadura. Fue esa sospecha laque resultó fatal para Trotski y allanó el camino haciael poder a Stalin. En palabras de Deutscher:

Se había admitido siempre que la historia se repite, y queun directorio o un usurpador individual podían trepar 81poder sobre las espaldas de la revolución. Se daba porsupuesto que e! usurpador ruso tendría, como su prototipofrancés, una personalidad rodeada de fama brillante y legen­daria ganada en las batallas. La máscara de Napoleón lecuadraba demasiado bien a Trotski. En realidad, le habría

cuadrado a cualquier personalidad antes que a Stalin. Enesto se asienta parte de su fuerza.

Así fue como Stalin llegó a ser, si no el «Lenin dehoy» sí el Bonaparte de hoy, el heredero de Lenincom; Bonaparte fue el heredero de Robespierre, elhombre que encadenó y disciplinó la revolución,consolidó su realización, falsificó sus doctrinas, ladesposó con un gran poder nacional y extendió suinfluencia por el mundo.

Pero tampoco es esto toda la verdad. Pues, aun­que la historia algunas veces se repite bajo disfracesinesperados, cada situación histórica es, sin embargo,única. Lo extraño es que Stalin, imprevisiblementey al parecer a pesar de sí mismo, llegó a ser, a dife­rencia de Bonaparte, un revolucionario por dere~ho

propio. Más de diez años después de la revolUCIónde Lenin, Stalin hizo una segunda revolució~ sin lacual la revolución de Lenin habría necesanamenteencallado. En este sentido Stalin continuó y realizóel leninismo, aunque el lema del «socialismo en unsolo país», con el que Stalin hizo su revolució~,constituyera la negación de aquello en lo que Lemncreía (1os esfuerzos de los teóricos de Stalin paraconvertir a Lenin en padre de esa doctrina eranpuerilmente falsos) y aunque Lenin hubiera retroce­dido horrorizado ante algunos de los métodos con losque se hizo la segunda revolución.

Intelectualmente, como Deutscher subraya, «elsocialismo en un solo país» no fue una aportaciónnueva y original a la doctrina. Ni siquiera era cohe­rente, ya que el propio Stalin, que se empeñaba enseguir usando los ropajes del marxismo ortodoxoaunque le ajustaran mal, admitió que el socialismonunca se realizaría de forma completa y segura en unpaís aislado rodeado de un mundo capitalista. Pero

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Por supuesto, estamos luchando por la revolución inter­nacionaL Por supuesto, hemos sido educados en la escueladel marxismo; y sabemos que las luchas sociales y politicascontemporáneas son, por su propia naturaleza, internacionales.Po~ supuesto, s~guimos creyendo que la victoria del prole­tanado en OCCIdente está cerca; y estamos obligados porhonor a hacer lo que podamos para acelerarla. Pero -y ésteera un «per~» muy grave y significativo-- no nos preocu­pemos d~masI.a~o por la revolución internacional. Aunque feretrase mdeflmdamente, aunque no se produzca nunca,

inexplicablemente. En el otoño de 1923, cuando elproletariado alemán por tercera o cuarta vez desde1918 sufría una derrota aplastante (las recriminacio­nes sobre quien fue responsable poco importan aho­ra ), empezó a comprenderse en Moscú que la revolu­ción europea tenía todavía un largo camino porrecorrer. Pero, ¿cuál era, según esta nueva hipótesis,el papel de los bolcheviques rusos? Nadie negó, esverdad, que uno de sus objetivos fuera proseguir laconstrucción del socialismo en Rusia: Trotski abogópor la planificación e industrialización intensivasmucho tiempo antes de que Stalin lo hiciera. Pero,no obstante, puesto que parecía seguirse de la doctri­na ortodoxa que no era posible ir muy lejos en Rusiasi no se producía la revolución en otra parte, debíaevitarse una sensación de irrealidad y frustración. Losafiliados, si no la inteliguentsia del partido, necesita­ban del estímulo y la inspiración de un objetivo limi­tado que no se asentara en un futuro demasiadoremoto y que dependiera para su realización no desucesos incalculables en la Europa lejana sino de suspropios esfuerzos.

Esta necesidad la satisfizo brillantemente «elsocialismo en un solo país». La reconstrucción imagi­nativa de Deutscher de lo que la nueva consigna signi­ficó para los seguidores de Stalin es inmejorable.

Capítulo 14

psicológica y políticamente fue un brillante descubri­miento; y no disminuye seriamente el talento políticode Stalin decir que, como otros grandes descubrimien­tos, su autor lo encontró inadvertidamente. Esto suce­dio en 1924, el año en que murió Lenin, en el puntoculminante de la controversia con Trotski y entre lasdos ediciones de la obra de Stalin Fundamentos deleninismo. La primera edición contenía un pasaje queparecía en gran medida un refrendo de la «revoluciónpermanente» de Trotski. En la segunda edición, fuesustituido por una clara e inequívoca declaración deque el socialismo podía ser construido en un solo país,aunque fuera la Rusia campesina y atrasada.

Cuando Lenln mutió el bolchevismo ortodoxohabía llegado a un callejón sin salida. Todos coinci­dían en que el primer objetivo de 1917 había sidodar cima a la incompleta revolución burguesa rusa;y esto había sido ya realizado. Todos los bolche­viques estaban de acuerdo (como en los tiemposde la polémica contra los mencheviques) en que, alcompletar la revolución burguesa, pasarían directa­mente al estadio de la revolución socialista· esto,también había sucedido. Pero en este punto todos losbolcheviques, empezando por Lenin, habían confiadoen que la antorcha encendida en Rusia prendería larevolución socialista en Europa, y en que el proleta­riado europeo la tarea de completar la revolu­ción socialista y construir una sociedad socialista. Estatarea -Lenin lo había dicho en muchas ocasiones­era demasiado pesada como para que una Rusia atra­sada pudiera realizarla sola.

Desafortunadamente el programa no se realizó.L~ re~olución en Europa, que parecía segura en 1919e mmmente en 1920 cuando el Ejército Rojo estabaen las afueras de Varsovia, sin embargo se detuvo

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nosotros somos capaces de desarrollar plenamente en estepaís una sociedad sin clases. Concentrémonos, por consi­guiente, en nuestra gran tarea constructiva.

Un empirista inglés hubiera dicho: «Dejemos ala teoría que se cuide de sí misma, y sigamos connuestro trabajm>. Stalin, como marxista, tenía queenvolver esa idea con tediosos adornos doctrinales;pero en el fondo venía a decir lo mismo.

Con la consigna de «el socialismo en un solopaís» Stalin se afianzó en el poder; y llegó a serprisionero de los espíritus que había conjurado.Resultó que el marxismo más viejo, más prudente ymenos empírico de la anterior generación, a pesar delos muchos inconvenientes que su aplicación tendríaen la Rusia de la década de los veinte, también teníaalgo que decir. La realidad que explicaba la divisiónde Europa en Este y en Oeste era la frontera trazabledesde Danzing a Trieste, la frontera entre la Europacapitalista dcsarrollada, donde el proletariado era yauna fuerza, y la Europa campesina subdesarrollada,donde el poder del feudalismo apenas había sido toda­vía roto. Quizá, después de todo, Lenin y Trotski -yel propio Stalin hasta el otoño de 1924- estaban en 10cierto cuando argumentaban que la victoria del socia­lismo no podía realizarse en la atrasada Rusia sin unarevolución socialista en las naciones con proletariadode Europa occidental. Quizá hasta los mencheviques-aunque nadie se atrevió a insinuarlo en Rusia- nohabían estado tan errados al mantener que no era posi­ble pasar directamente del estadio burgués al socia­lista de la revolución y que el socialismo sólo podíaconstruirse sobre los fundamentos establecidos por elcapitalismo burgués.

Natutalmcnte, la respuesta a estas pre~untas giranparcialmente acerca de lo que se entienda por socia-

lismo. Stalin había intentado realizar «el socialismoen un solo país». Sea lo que fuere, el producto puededenominarse inequívocamente «socialismo». Además,el plan quinquenal y la colectivización de la agricul­tura constituían partes indiscutibles de un programarevolucionario socialista. Sin embargo, sería una equi­vocación afirmar que tales medidas le fueran irnpues­tas a Stalin, o impuestas por Stalin a Rusia, en hmci?nde una consigna o programa, fuera éste el de «SOCla­lismo en un solo país» o cualquier otro; fueronimpuestas por la situación objetiva a la que la UniónSoviética tenía que hacer frente al final de la décadade los 20.

Para esta época la revolución leninista había segui­do su curso. Las industrias claves habían sido nacio­nalizadas v de manera superficial y fragmentaria,«planificad;s», pero no ajustadas dentro de una eco­nomía concebida como una unidad. La tierra habíasido entregada a los campesinos. Se habían empleadotodos los procedimientos para incrementar la produc­ción agrícola, clave de toda la estructura. Los.k.ulakshabían sido primero aterrorizados en beneflClo delos campesinos pobres, y luego incitados a valersepor sí mismos bajo la NEP; Bujarin les había lle?adoincluso a decir que, al enriquecerse, estaban reahzan­do los m~ís elevados designios del socialismo. Peroesos métodos tuvieron sólo un éxito momentáneo.Puesto que una ayuda sustancial de las naciones capi­talistas debía descartarse, la economía no podía avan­zar en la dirección socialista, ni en ninguna otradirección, sin un aumento de la producción agrícola; yesto sólo era posible a través de la restauración de lasgrandes fincas y la introducción de la mecanización.Aparte de una vuelta a condiciones más primitivasque las destruidas por la revolución, o de una capitu-

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lación incondicional frente al capitalismo extranjero-y ninguna de las dos eran soluciones concebibles-,no había más salida que el duro camino que Rusiaiba a recorrer bajo la dirección de Stalin y la banderade «la revolución en un solo país».

El rasgo más desconcertante de la carrera deStalin es que llevó hacia adelante una revolución nomenos trascendental que la Revolución de 1917 (yen muchos sentidos su consumación lógica y necesa­ria), en un tiempo en que la marea popular del entu­siasmo revolucionarlo estaba en reflujo y con el acom­pañamiento de muchos síntomas propios de la contra­rrevolución «termidoriana». De esta forma Trotskipudo encontrar motivos para denunciar a Stalin comocontrarrevolucionario y como destructor de la revolu­ción. Deutscher resume la diferencia entre la revolu­ción leninis ta y la stalinis ta llamando a la primera unarevolución «desde abajo» y a la segunda una revolu­ción «desde aniba». La distinción no debe llevarsedemasiado lejos. Lenin rechazó específicamente la ideade que las revoluciones las hacía el entusiasmo espon­táneo de las masas; creía en la rígida disciplina revo­lucionaria, y la imponía. Stalin, cuyas teorías a esterespecto no difieren de las de Lenin, no habría llevadoa cabo su colosal tarea a menos de contal' con unaamplia base de apoyo popular. Sin embargo, es palma­rio que Stalin tuvo que enfrentarse con una muchomayor apatía y desilusión en las masas y con unamucho mayor oposición e intriga en la élite del parti­do de las que Lenin había conocido, y que se vioempujado a aplicar en correspondenci~ medidas dedisciplina más rigurosas y despiadadas. Es tambiénsignificativo que muchas de las ideas mediante lasque Stalin justificó su revolución fueran lo contrariode ideas revolucionarias: la ley y el orden, la santi-

dad de la familia, la defensa del suelo patrio y labondad de cultivar el propio huerto. Así fue comoTrotski, incansable revolucionario internacional, hom­bre que no se preocupaba por su propio país, campeónde «la revolución permanente», fue llevado a lapicota.

Así, pues, Stalin presenta al mundo dos rostros-el de marxista revolucionario y el de nacionalistaruso-, dos aspectos que son parcialmente opuestosy parcialmente complementarios. Y si la gradacióndesde la revolución leninista a la stalinista se expresaen esos términos, puede quizá decirse que una fueconcebida esencialmente como una revolución inter­nacional que se producía en Rusia y que en tal medi­da tenía que adaptarse a las condiciones rusas; y laotra corno una revolución nacional que, aunque indu­dablemente llevaba consigo exigencias internacionalese implicaciones internacionales, estaba, sin embargo,principalmente interesada en afirmarse. Deutschercita en algún lugar la respuesra del Gran Inquisidorde Dostoievski a Cristo: «Hemos corregido tusobras». Una de las maneras como Stalin corrigió lasobras de Lenin fue enraizándolas firme y tenazmenteen el suelo nacional. Este fue, después de todo, eldogma central de la filosofía de Stalin. Creía, cosaque Lenin dudaba o rechazaba, que el socialismo podíaconstruirse en un Estado ruso aislado.

El maridaje de los ideales internacionales de larevolución con el sentimiento nacional era algo quetenía que suceder. Había acontecido ya en la Revo­lución Francesa. Y había comenzado a producirse enla Rusia soviética mucho antes de que Stalin se hicie­ra cargo de sus destinos: la primera ocasión en quelos sentimientos revolucionarios y patrióticos fueronconscientemente coordinados y -entrelazados fue la

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guerra contra Polonia en 1920. El largo aislamientode la Rusia soviética y la persistente h';;stilidad de lamayor parte del mundo capitalista se unieron parareforzar la tendencia. Cuando Stalin en 1924 procla­mó la posibilidad del «socialismo en un solo país»estaba, sin saberlo, apelando a las profundas corrien­tes de un orgullo nacional que durante diez años habíaestado no sólo muerto sino condenado. Stalin estabadiciendo a sus seguidores que los rusos podían hacerprecisamente aquello para lo que Lenin y los restantesbolcheviques les habían considerado hasta entoncesincapaces. «Rusia lo hará por sí misma», pudo haberdicho parodiando a Cavour. Los planes quinquenalesfueron acometidos bajo el lema de «alcanzar» y «supe­ran> a los países capitalistas, de vencerlos en su propioterreno.

Fue así como Stalin se convirtió en el reavivadordel patriotismo ruso, en el primer dirigente que invir­tió explícitamente la actitud internacional o antina­cional que había dominado las primeras etapas de larevolución. Los primeros historiadores bolcheviqueshabían pintado la historia rusa anterior a la revolu­ción principalmente como una larga serie de barba­ries y escándalos. «Atrasada» fue el calificativo normalque se aplicaba al nombre de «Rusia». Stalin locambió todo. Liquidó a la escuela «marxista» de histo­riadores encabezados por Pokrovski (al que Leninhabía alabado y valorado) y rehabilitó el pasado ruso.Se requería un nuevo impulso, en lugar del ardorrevolucionario ya enfriado, para hacer tolerables laspenalidades de la industrialización y para fortalecerla resistencia frente a enemigos potenciales. Stalin lo

, 1 . ,. I . dencontro en e naClOnal1smo. JOS entusIasmos ereci:nte .cuño siemr;re tienden a la exageración; yla vICtona sobre Hmer fue una hazaña embriagadora.

El nacionalismo soviético ha tomado después de laguerra algunas formas que los observadores oceiden­tales han considerado siniestras, y otras que han consi­derado absurdas. Pero tales formas, quizá, no difierentanro como a veees se ha supuesto de las de las otrasgrandes potencias en e! momento de su elevación ala grandeza.

Otros aspectos de la vuelta de Stalin a una tradi­ción nacional pueden pesar más gravemente contraél en la balanza de la historia. La mayor acusaeióncontra el stalinismo es que ha abandonado los prove­chosos elementos de la tradición occidental que esta­ban incorporados al marxismo original, y los ha susti­ruido por los elementos retrógrados y opresivosextraídos de la tradición rusa. El marxismo naciósobre las espaldas de la democracia burguesa liberalde Occidente, y, aunque finalmente la rechazó, asumióy adoptó muchas de sus realizaciones. Este es e! signi­ficado de la insisrencia del Manifiesto Comunista enque la democracia burguesa había sido en su día unafuerza progresiva liberadora y que la revolución prole­taria llegaría sólo como una segunda etapa despuésde la eonsumación de la revolución burguesa; ymuchos de los primeros actos legislativos y declara­ciones de! régimen soviético en Rusia estuvieron ins­pirados tanto pOI' los ideales de la democracia burgue­sa como por los del socialismo. Cuando llegara e!momenro de pasar a la realización del socialismo, estosignifkaría, no que los ideales democrátkos deberíanser ,\bandonados, sino que deberían ser totalmenterealizados, en un momento en Que las democraciasburguesas degeneradas de Occide~te no eran ya eapa­ces de hacerlo.

Tal fue e! sueño de Lenin en 1917. Pero consti­tuyó una anomalía desde e! punto de vista marxista,

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y una tragedia desde el punto de vista del socialismo,que la primera revolución socialista victoriosa seprodujera en la más atrasada, social, económica y polí­ticamente, de todas las grandes naciones de Europa.Los trabajadores que fueron convocados a construirel primer orden socialista habían sido durante genera­ciones víctimas de una pobreza económica, desigual­dad social y represión política más extremas que lasexistentes en cualquier otra gran nación. El ordensocialista en Rusia no podía aprovecharse ni de lasriquezas creadas por la empresa capitalista ni de laexperiencia política fcmcntada por la democracia bur­guesa. Al fin de su vida Lenin comenzó a darse plena­mente cuenta de la cantidad de impedimentos que talcarencia engendraba. Un pasaje, citado por Deutscher,de su discurso al último Congreso del partido al queasistió penetra en las raíces del stalinismo.

Sí la nación conquistadora es más culta que la naciónvencida, la primera impone su cultura a la segunda; pero sisucede lo contrario, la nación vencida impone su cultura a lavencedora.

Algo semejante, continuaba Lenin, puede sucederentre las clases. En la República Socialista SoviéticaFederalista Rusa, la cultura de la clase vencida, «pormiserable y baja que sea, es mayor que la de nuestrosadministradores comunistas responsables»; la viejaburocracia rusa, en virtud de su relativo alto nivelde cultura, estaba derrotando a los comunistas, vito­riosos pero ignorantes e inexperimentados.

Era ese el peligro que Lenin, con la clarividenciadel genio, diagnosticó al quinto año de revolución.Estaba implícito en el continuado aislamiento de laRusia socialista del resto del mundo y en la necesidadde construir «el socialismo en un solo país». El mar-

xismo internacional y el socialismo internacional,implantados en suelo ruso y abandonados a sí mismos,encontraron que su carácter internacional estabaexpuesto a la continua labor de zapa de la tradiciónnacional rusa, a la que habían supuestamente vencidoen 1917. Diez años después, muerto ya Lenin, losdirigentes que más visiblemente representaban loselementos internacionales y occidentales en el bolche­vismo --Trotski, Zinóviev y Kámenev, para no men­cionar figuras menores como Radek, Krasin y Rakovs­ki- habían desaparecido, siguiéndole poco despuésel flexible y acomodable Bujarin. Las fuerzas ocultasdel pasado ruso -autocracia, burocracia, conformis­mo político y cultural- tomaron la revancha, n?destruvendo la revolución, sino poniéndola a su serVI­cio v ;ealizándola dentro de un estrecho marco nacio­na(Esas fuerzas llevaron a Stalín al poder y le hicie­ron permanecer en él como enigmático protagonistade una revolución internacional y de una tradiciónnacional.

El lector de la biografía de Stalin, reteniendo estehilo en su memoria, podrá seguir el camino a travésde un laberinto a primera vista infinitamente intrin­cado, pero cuyo esquema general se revela gradual­mente por sí mismo. No es quizá un tema que sepreste provechosamente a discusión en términos dealabanza y censura. El aislamiento empujó a la revolu­ción rusa a confiar en sus propios recursos; al volverlas espaldas al mundo exterior, aumentó su propioaislamiento. Cada paso empujó a Rusia más atras ensu pasado. Cuando Stalin decidió llevar la revolucióna su conclusión lógica, cualquiera que fuera su costo,mediante la industrialización y la colectivización, losobservadores menos imaginativos se acordaron dePedro el Grande; y cuando decidió protegerse a sí

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Es seguro que la mejor parte de la obra de Stalin sobre­vivirá a éste, de la misma manera que las mejores partes de laobra de Cromwell y Napoleón sobrevivieron a sus creadores.Pero, a fin de salvarla para el futuro y darle su pleno valor,la historia todavía tendrá que depurar y reformar la obra deStalin, con el mismo rigor con que depuró y reformó la obrade la Revolución Inglesa después de Cromwell y de la Revo­lución Francesa después de Napoleón *.Ediciones Era, 1965.

treinta afias anterior, y quizá superior a ella. La signi­±!cación de la obra de Lemn sólo ahora está empe­zando a comprenderse.

Pero es todavía demasiado pronto para hablar deStalin; la obra de Stalin está sujeta todavía evidente­mente a las lentes deformadoras de la proximidadexcesiva. ¿Hasta qué punto ha generalizado la expe­riencia de la Revolución de 1917 y hasta qué puntola ha particularizado? ¿ La ha llevado adelante haciasu ~onclusión triunfante", la ha destruido para siempre,o SImplemente la ha deformado? La respuesta -unaresp~esta que en cierta medida da por sabido lo quese dIscute- puede por el momento sólo expresarseen los términos con que termina la biografía deDeutscher.

mismo contra los potenciales peligros de traición enel caso de un ataque exterior eliminando todo posiblerival, recordaron a Iván el Terrible. La ortodoxia delpartido vino a jugar el mismo papel constructivo quela ortodoxia eclesiás lÍca jugó en la Rusia medieval,con su pretensión de monopolio sobre la filosofía, laliteratura y el arte. Sin embargo, seria incorrectosuponer que Stalin buscó deliberada y conscientemen­te el aislamiento. Muchas veces hizo ademanes deaproximación al mundo occidental; pero sólo bajo latensión de la guerra las baneras pudieron ser salva­das. Una vez terminada la guerra, el Telón de Acerose bajó otra vez. La brecha entre la Revolución rusay el Occidente era demasiado ancha para ser salvada.

A finales de 1949 Stalin ha celebrado su setentaaniversario. Ha conducido a su país victoriosamenteen la guerra más grande que Rusia ha librado, yremontado las dificultades inmediatas de la desmovi­lización y la reconstrucción más fácilmente que cual­quier otro país beligerante. Según todas las aparien­cias, su poder personal y el de su nación se encuentranen la cima. A pesar del mandamiento familiar de nollamar feliz a un hombre hasta que no haya muerto,es grande la tentación de afirmar que la hechura dela vida de Stalin está fijada y no será ya sustancial­mente modificada. Incluso si esta suposición es correc­ta, sin embargo, esto no significa que el lugar deStalin en la historia esté ya fijado ahora o para unageneración posterior. Todavía sólo podemos comen­zar a ver «a través de un cristal, oscuramente», 10que se ha logrado en estos últimos treinta años. Perci­bimos oscuramente que la Revolución de 1917, pro­ducto del cataclismo de 1914 fue un momento crucial,en la historia del mundo, realmente eomparable enmagnitud con la Revolución Francesa, unos ciento * Isaac DEUTSCHER: Stalin. Biografía política. México,

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Indice

Prefacio , , . 71. Saint-Simon: e! precursor (1949) 92. El Manifiesto Comunista (1947) 223. Proudhon: e! Robinsón Crusoe de! socialismo

(1947) 444. Herzen: un revolucionario intelectual (1947) 615. Lassalle se encuentra con Bismarck (1946) 766. Algunos pensadores rusos del siglo XIX (1947) 917. P1ejánov: el padre del marxismo ruso (1948)... 1078. La cuna del bolchevismo (1948) 1219. Lenin: el constructor (1947) 134

10. Sorel: filósofo del sindicalismo (1947) 15111. GaUacher y el Partido Comunista de la Gran

Bretaña (1949) 16412. La revolución que fracasó (1949) 17913. Stalin: 1. El camino hacia el poder (1946) 19714. Stalin: 2. La dialéctica del stalinismo (1949) 208

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