¿Se puede separar deporte y política?

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¿Se puede separar deporte y política? Durante las últimas semanas EHBildu ha tomado diferentes iniciativas relacionadas con la visita del jueves del Maccabi. Desde varios sectores, se nos ha acusado de mezclar deporte y política. Para analizar este hecho, deberíamos centrarnos, primero, en ver qué es política. Una de las definiciones podría ser la que engloba todas las actitudes y actividades con las que se intervienen en los asuntos públicos. Tampoco está de más recordar que en la misma sociedad que acuñó el término política, la griega, los idiotas eran aquellas personas que renunciaban a ocupar los cargos públicos a los que todos los ciudadanos –los varones, cómo no- estaban obligados. Actuar, por acción u omisión, es por tanto político. Omisión es, sin embargo, lo más lejano al uso de deporte que ha habido a lo largo y ancho del mundo durante la historia. Desde el origen mismo de la maratón hasta las veneraciones a selecciones nacionales han sido, son y serán políticas. Los conflictos entre países han tenido manifestaciones activas en encuentros deportivos, sirvan de ejemplo el conocido Baño Sangriento en los Juegos Olímpicos de Melbourne en 1956 en los que se trasladó el conflicto entre Hungria y la URSS de las calles de Budapest a la piscina olímpica, o las conflictivas relaciones entre Honduras y el Salvador durante 1970, que empeoraron a medida que se sucedían los encuentros entre sus selecciones para clasificarse para el Mundial, tanto que fue bautizado por el magnífico periodista polaco Ryszard Kapuscinski como “La guerra del fútbol”.

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Artículo de opinión de la concejala de Bildu Gasteiz Itziar Amestoy acerca de la visita de Maccabi a Gasteiz.

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¿Se puede separar deporte y política?

Durante las últimas semanas EHBildu ha tomado diferentes iniciativas relacionadas con la visita del jueves del Maccabi. Desde varios sectores, se nos ha acusado de mezclar deporte y política. Para analizar este hecho, deberíamos centrarnos, primero, en ver qué es política. Una de las definiciones podría ser la que engloba todas las actitudes y actividades con las que se intervienen en los asuntos públicos. Tampoco está de más recordar que en la misma sociedad que acuñó el término política, la griega, los idiotas eran aquellas personas que renunciaban a ocupar los cargos públicos a los que todos los ciudadanos –los varones, cómo no- estaban obligados. Actuar, por acción u omisión, es por tanto político. Omisión es, sin embargo, lo más lejano al uso de deporte que ha habido a lo largo y ancho del mundo durante la historia. Desde el origen mismo de la maratón hasta las veneraciones a selecciones nacionales han sido, son y serán políticas. Los conflictos entre países han tenido manifestaciones activas en encuentros deportivos, sirvan de ejemplo el conocido Baño Sangriento en los Juegos Olímpicos de Melbourne en 1956 en los que se trasladó el conflicto entre Hungria y la URSS de las calles de Budapest a la piscina olímpica, o las conflictivas relaciones entre Honduras y el Salvador durante 1970, que empeoraron a medida que se sucedían los encuentros entre sus selecciones para clasificarse para el Mundial, tanto que fue bautizado por el magnífico periodista polaco Ryszard Kapuscinski como “La guerra del fútbol”.

Pero más allá de conflictos explícitos, el deporte ha sido utilizado como legitimación del poder. Sobretodo, como es evidente, por aquellas situaciones en las que la legitimidad de un poder estaba cuestionada. Adolf Hitler aprovechó los Juegos Olímpicos de 1936 –que correspondía organizar a Berlín antes de que Hitler ascendiera al poder- como altavoz y demostración de la grandeza de su régimen y se esmeró, codo a codo con Joseph Goebbels, en la organización del evento para alardear ante el mundo de disciplina y obediencia. La dictadura militar argentina no escatimó en gastos para organizar el Mundial de 1978, ni en esfuerzos para que los periodistas extranjeros hicieran desvanecer esas absurdas creencias de que había desparecidos y presos políticos, buen testigo de ello son las madres de la Plaza de Mayo que vieron como la represión aumentaba y tuvieron que dejar temporalmente su plaza para ir a las iglesias. El general Videla intentó amplificar los gritos de gol para que silenciaran los alaridos de las personas desaparecidas, de la misma forma que los torturadores subían el volumen del transistor mientras hacían sus labores diarias. Escasos mil metros separaban el Estadio donde se disputaba el Mundial de la ESMA, el mayor centro de torturas de la dictadura. La cortina del fútbol intentó normalizar la situación de Argentina. Más cerca en tiempo y, esta semana, en espacio; está el papel que Israel le otorga al Maccabi. Ni es un equipo, ni sólo juega al baloncesto; cumple a rajatabla el “més que un club” catalán. Es, ni más ni menos, el embajador de Israel en el mundo. Es el elemento normalizador que usa el estado sionista para demostrar ante el mundo que la masacre y el genocidio al que somete al pueblo palestino no existen. El procedimiento es simple, Israel ha tomado buena nota de sus antecesores. Si durante la Operación Plomo Fundido en la que pretendes aniquilar a la población civil de la Franja de Gaza y destrozar sus principales infraestructuras para alargar el dolor y la destrucción, las denuncias internacionales claman e incluso oyes voces incómodas cercanas, no hay problema. Envías a tres estrellas del club de Tel Aviv -Lior Eliyahu, Omri Casspi, y Marcus Fizer- a visitar a los soldados del ejército y que se saquen unas fotos mientras firman autógrafos y repartes regalos. El Maccabi hace un bonito publireportaje y nadie se acordará de que a pocos metros la población de Gaza estaba siendo rociada de fósforo blanco. No se trata de una hipótesis, sino de los hechos del 9 de enero de 2009 y, por si acaso, el club Maccabi sigue haciendo publicidad de esos testimonios en su web. En aquella intervención militar, que el Maccabi avaló y defendió, murieron 1.500 personas y ha sido calificada como crimen de guerra por el informe Goldstone, -redactado por el Relator de Derechos Humanos de las Naciones Unidas para Palestina-. La segunda parte del plan es, precisamente, pasear por el mundo el espectáculo de la normalidad. Dos veces ha visitado Gasteiz el Maccabi desde esos hechos. Dos veces en las que ha contado a la Ertzaintza como

cómplice del teatro y, siguiendo a pie de letra el guión escrito por el Mossad, se han encargado de intentar eliminar del escenario cualquier símbolo de apoyo al pueblo palestino y de denuncia de la política criminal sionista. Este jueves, nuestro municipio volverá a ser testigo de esta manida obra. Los aficionados y aficionadas del Baskonia gritarán, aplaudirán y celebrarán los tantos propios. Espero que sean muchos. Pero cuando se haya acabado, se apaguen las luces del estadio y el Mossad empiece a desmontar el despliegue que lleva en nuestras calles varios días; espero que cada uno y cada una de las asistentes al teatro sepa descifrar la obra que ha visto y, con los personajes ya desnudos y sin guión, se acuerde que el baloncesto es un deporte, sí, pero lo que verán el jueves es mucho más que eso. De hecho, la Ertzaintza ya se está esmerando en ultimar la escenografía, prohibiendo la concentración que estaba prevista a la tarde cerca del estadio. Se le podía leer a Adolfo Perez Esquivel, activista defensor de los Derechos Humanos detenido y torturado por la dictadura de Videla: “"Todos los presos políticos, los perseguidos, los torturados y los familiares de los desaparecidos estábamos esperando que Menotti [César Luis Menotti, entrenador de la selección en 1978] dijera algo, que tuviera un gesto solidario, pero no dijo nada. Fue doloroso y muy jodido de su parte. Él también estaba haciendo política con su silencio”. Que nuestro silencio no nos convierta en idiotas.

Itziar Amestoy Alonso Bildu Gasteizko zinegotzia