Sarlo Retórica Testimonial

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TIEMPO PASADO Cultura de la memoria y giro subjetivo Una discusión BEATRIZ SARLO siglo veintiuno editores

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Retorica Testimonial.

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  • TIEMPOPASADO

    Cultura de la memoria y giro subjetivoUna discusin

    BEATRIZ SARLO

    siglo veintiuno editores

  • Siglo veintiuno editores Argentina s.a.TUCUMN 1621 7 N (C10S0AAG), BUENOS AIRES, REPBLICA ARGENTINA

    Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.CERRO DEL AGUA 248, DELEGACiN COYOACN, 04310, MXICO, D. F.

    SarIo, BeatrizTiempo pasado: cultura de la memoria y giro

    subjetivo. Una discusin - la ed. - Buenos Aires:Siglo XXI Editores Argentina, 2005.

    168 p. ; 21x14 cm. (Sociologa y poltica)

    ISBN 987-1220-22-7

    1. Sociologa Poltica 1.TtuloCDD 306.2.

    Portada: Peter TjebbesFoto: Abbas / Magnum PhotosTeheran, 1997. El director Abbas Kiarostamien las colinas que rodean la ciudad

    2005, Siglo XXI Editores Argentina S. A.

    ISBN 987-1220-22-7

    Impreso en Artes Grficas DelsurAlte. Solier 2450, Avellanedaen el mes de septiembre de 2005

    Hecho el depsito que marca la ley 11.723Impreso en Argentina - Made in Argentina

  • 3. La retrica testimonial

    A la salida de las dictaduras del sur de Amrica Latina, re-

    cordar fue una actividad de restauracin de lazos sociales y

    comunitarios perdidos en el exilio o destruidos por la vio-

    lencia de estado. Tomaron la palabra las vctimas y sus re-

    presentantes (es decir, sus narradores: desde el comienzo,

    en los aos sesenta, los antroplogos o idelogos que re-

    presentaron historias como las de Rigoberta Mench o de

    Domitila; ms tarde los periodistas).

    Desde mediados de la dcada de 1980, en la escena euro-

    pea, especialmente la alemana, se comenz a escribir un

    nuevo captulo, decisivo, sobre el Holocausto. Por una par-

    te, el debate de los historiadores alemanes sobre la solu-

    cin final y el papel activo del estado alemn en las polti-cas de reparacin y la monumentalizacin del Holocausto;

    por la otra, la gran difusin de los escritos luminosos de

    Primo Levi, donde sera dificil hallar ninguna afirmacin

    del saber del sujeto en el Lager; ms tarde, las lecturas deGiorgio Agamben, donde tampoco es posible encontrar

    una positividad optimista; el film Shoah de Claude Lanz-

    mann, que propuso un tratamiento nuevo del testimonio

    y renunci, al mismo tiempo, a la imagen de los campos

  • 60 BEATRIZ SARLO

    de concentracin, privndose, por un lado, de iconografa

    y forzando, por el otro, el discurso de los sobrevivientes.

    La mencin de acontecimientos podra seguir.! Todos

    acompaaron procesos no siempre sorprendentes desde

    el punto de vista intelectual pero de gran repercusin en

    la esfera pblica; el tema se coloc en un lugar muy visi-

    ble y, en la prctica, produjo una nueva esfera de debate.

    En una de esas casualidades que potencian sucesos signifi-

    cativos y no pueden ser pasadas por alto, las transiciones

    democrticas del sur de Amrica coincidieron con un nue-

    vo impulso de la produccin intelectual y la discusin

    ideolgica europea.? Ambos debates se intersectaron de

    1 "Mencion la creciente importancia del Holocausto como aconteci-

    miento fundacional de la memoria no slo europea. Esa percepcin nopoda darse por descontada. Durante varias dcadas, frente a la gigantes-

    ca confrontacin militar de la Segunda Guerra, el asesinato masivo delos judos tendi a ser tratado como algo ms perifrico, un epiaconteci-miento, para decirlo de algn modo. Hoy lo miramos desde otra perspec-tiva. El Holocausto pas a ocupar el centro de la conflagracin, y se ha

    convertido en el acontecimiento nuclear negativo del siglo XX. Tene-

    mos razones para dudar de que esta perspectiva se correspondiera conlas percepciones histricas de sus contemporneos". (Dan Diner, "Resti-

    tution and Memory - The Holocaust in European Political Cultures",

    New German Critique, nmero 90, otoo de 2003, p. 43.)2 En los ltimos aos, por ejemplo, la discusin sobre museo y monu-

    mento abri otro captulo. Vase para el caso argentino: Graciela Silves-tri, "Memoria y monumento. El arte en los lmites de la representacin"publicado en Punto de Vista, 68, diciembre de 2000, y reproducido enL. Arfuch (comp.), Identidades, sujetos, subjetividades, cit. Tambin los es-tudios de Andreas Huyssen para los casos estadounidense y alemn.

    LA RETRICA TESTIMONIAL 61

    modo inevitable, en especial porque el Holocausto se ofre-

    ce como modelo de otros crmenes yeso es aceptado por

    quienes estn ms preocupados por denunciar la enormi-

    dad del terrorismo de estado que por definir sus rasgos

    nacionales especficos.

    Los crmenes de las dictaduras fueron exhibidos en un

    florecimiento de discursos testimoniales, en primer lugar

    porque losjuicios a los responsables (como en el caso argen-

    tino) demandaron que muchas vctimas dieran su testimo-

    nio como prueba de lo que haban padecido y de lo que sa-

    ban que otros padecieron hasta morir. En sede judicial y en

    los medios de comunicacin, la indispensable narracin

    de las hechos no fue recibida con sospechas sobre las posibi-

    lidades de reconstruir el pasado, salvo por los criminales y

    sus representantes, que atacaron el valor probatorio de las

    narraciones testimoniales, cuando no las acusaron de ser fal-

    sas y encubrir los crmenes de la guerrilla. Si se excluye a los

    culpables, nadie (fuera de la sede judicial) pens en someter

    a escrutinio metodolgico el testimonio en primera persona

    de las vctimas. Sin duda, hubiera tenido algo de monstruoso

    aplicar a esos discursos los principios de duda metodolgica

    que se expusieron ms arriba: las vctimas hablaban por pri-

    mera vez y lo que decan no slo les concerna a ellas sino

    que se converta en "materia prima" de la indignacin y tam-

    bin en impulso de las transiciones democrticas, que en la

    Argentina se hizo bajo el signo del Nunca ms.

    El shock de la violencia de estado nunca pareci un obs-

  • 62 BEATRIZ SARLO

    tculo para construir y escuchar la narracin de la expe-

    riencia padecida. La novedad de esa experiencia, tan fuerte

    como la novedad de los sucesos de la primera guerra a la

    que se refera Benjamin, no impidi la proliferacin de dis-

    cursos. Las dictaduras representaron, en el sentido ms

    fuerte, un quiebre epocal (como la gran guerra); sin em-

    bargo, las transiciones democrticas no enmudecieron por

    la enormidad de esa ruptura. Por el contrario, en cuanto

    despuntaron las condiciones de la transicin, los discursos

    comenzaron a circular y demostraron ser indispensables pa-

    ra la restauracin de una esfera pblica de derechos.

    La memoria es un bien comn, un deber (como se dijo

    en el caso europeo) y una necesidad jurdica, moral y pol-

    tica. Sobre la aceptacin de estos rasgos es bien difcil esta-

    blecer una perspectiva que se proponga examinar crtica-

    mente la narracin de las vctimas. Si el ncleo de su verdad

    tiene que quedar fuera de duda, tambin su discurso debe-

    ra protegerse del escepticismo y de la crtica. La confianza

    en los testimonios de las vctimas es necesaria para la insta-

    lacin de regmenes democrticos y el arraigo de un princi-

    pio de reparacin yjusticia. Ahora bien, esos discursos testi-

    moniales, como sea, son discursos y no deberan quedar

    encerrados en una cristalizacin inabordable. Sobre todo

    porque, en paralelo y construyendo sentidos con los testi-

    monios sobre los crmenes de las dictaduras, emergen otros

    hilos de narraciones que no estn protegidas por la misma

    intangibilidad ni por el derecho de los que han padecido.

    LA RETRICA TESTIMONIAL 63

    Dicho de otro modo: durante un tiempo (no sabemos

    hoy cunto) el discurso sobre los crmenes, porque denun-

    cia el horror, tiene prerrogativas precisamente por el vnculo

    entre horror y humanidad que comporta. Otras narracio-

    nes, incluso pronunciadas por las vctimas o sus represen-

    tantes, que se inscriben en un tiempo anterior al de los cr-

    menes (los tardos aos sesenta y los primeros setenta del

    siglo XX para el caso argentino), que suelen aparecer en-

    trelazadas, ya porque provengan del mismo narrador, ya

    porque se sucedan unas a otras, no tienen las mismas pre-

    rrogativas y, en la tarea de reconstruir la poca clausurada

    por las dictaduras, pueden ser sometidas a crtica.

    Adems, si las narraciones testimoniales son la fuente

    principal de saber sobre los crmenes de las dictaduras, los

    testimonios de los militantes, intelectuales, polticos, reli-

    giosos o sindicales de las dcadas anteriores no son la nica

    fuente de conocimiento; slo una fetichizacin de la ver-

    dad testimonial podra otorgarles un peso superior al de

    otros documentos, incluidos los testimonios contempor-

    neos a los hechos de los aos sesenta y setenta. Slo una

    confianza ingenua en la primera persona y en el recuerdo

    de lo vivido pretendera establecer un orden presidido por

    lo testimonial. Yslo una caracterizacin ingenua de la ex-

    periencia reclamara para ella una verdad ms alta. No es

    menos positivista (en el sentido en que us Benjamin esta

    palabra para caracterizar a los "hechos") la intangibilidad

    de la experiencia vivida en la narracin testimonial que la

  • 64 BEATRIZ SARLO

    de un relato hecho a partir de otras fuentes. Ysi no somete-

    mos todas las narraciones sobre los crmenes de las dictadu-

    ras al escrutinio ideolgico, no hay razn moral para pasar

    por alto este examen cuando se trata de las narraciones so-

    bre los aos que las precedieron o sobre hechos ajenos a

    los de la represin, que les fueron contemporneos.

    Una utopa: no olvidar nada

    Paul Ricceur se pregunta, en el estudio que dedica a las di-

    ferencias ya clsicas entre historia y discurso, en qu pre-

    sente se narra, en qu presente se recuerda, y cul es el pa-

    sado que se recupera. El presente de la enunciacin es el

    "tiempo de base del discurso", porque es presente el mo-

    mento de ponerse a narrar y ese momento queda inscripto

    en la narracin. Eso implica al narrador en su historia y la

    inscribe en una retrica de la persuasin (el discurso perte-

    nece al modo persuasivo, dice Ricceur). Los relatos testimo-

    niales son "discurso" en este sentido porque tienen como

    condicin un narrador implicado en los hechos, que no

    persigue una verdad exterior al momento en que ella se

    enuncia. Es inevitable la marca del presente sobre el acto

    de narrar el pasado, precisamente porque, en el discurso,

    el presente tiene una hegemona reconocida como inevita-

    ble y los tiempos verbales del pasado no quedan libres de

    una "experiencia fenomenolgica" del tiempo presente

    LA RETRICA TESTIMONIAL 65

    de la enunciacin.f "El presente dirige el pasado como un

    director de orquesta a sus msicos", escribi Italo Svevo. y,

    como observaba Halbwachs, el pasado se distorsiona paraintroducirle coherencia.s

    Extendiendo las nociones de Ricceur, puede decirse que

    la hegemona del presente sobre el pasado en el discurso es

    del orden de la experiencia y est sostenida, en el caso del

    testimonio, por la memoria y la subjetividad. La rememora-

    cin del pasado (que Benjamin propona como la nica

    perspectiva de una historia que no reificarasu objeto) no

    es una eleccin sino una condicin para el discurso, que no

    escapa de la memoria ni puede librarse de las premisas que

    la actualidad pone a la enunciacin. y, ms que una libera-

    3 Temps et rcit, Pars, Seuil, 1983. Se cita de la edicin de bolsillo, Pa-rs, Points, 1991. [Tiempo y narracin, Mxico, Siglo XXI, 1983.] Se sabeque Ricceur retorna y perfecciona las nociones de historia y discurso,

    propuestas por E. Benveniste y H. Weinrich, preocupndose especial-mente por considerar la capacidad del relato en desdoblarse en dos tern-

    poralidades, la del momento de contar y la del tiempo de lo narrado, ca-

    pacidad que constituye su dimensin reflexiva original, que lo habilita

    para exponer una experiencia fictiva del tiempo, por una parte; y, por laotra, quedar referido al tiempo en que se escribe esa experiencia.

    4 Maurice Halbwachs, On Collectiue Memory (editado y traducido porLewis Coser), Chicago y Londres, The University of Chicago Press, 1992,p. 183. Annette Wieviorka afirma que el testimonio se desarrolla desde n-

    gulos "que pertenecen a la poca en que se realiza, a partir de un interro-gante y de una expectativa que tambin le son contemporneas, asignando-le fines que dependen de apuestas polticas o ideolgicas, que contribuyena crear una o varias memorias colectivas errticas en su contenido, en suforma, en su funcin y en su finalidad" iLre du tmoin, cit., p. 13).

  • 66 BEATRIZ SARLO

    cin de los "hechos" cosificados, como deseaba Benjamin,

    es una atadura, probablemente inevitable, del pasado a la

    subjetividad que rememora en el presente.

    Las narraciones de la memoria tambin insinan otros

    problemas. Ricoeur seala que es errado confiar en que la

    narracin pueda colmar la laguna de la explicacin/ com-

    prensin: "Se ha creado una alternativa falsa que hace de la

    narratividad tanto un obstculo como un sustituto de la ex-

    plicacin".5 Hay dos tipos de inteligibilidad: la narrativa y la

    explicativa (causal). La primera est sostenida por un efec-

    to de "cohesin", que proviene de la cohesin atribuida a

    una vida y al sujeto que la enuncia como suya. Vezzetti ha

    sealado que la memoria recurre preponderantemente o

    siempre a formas narrativas, cuyas representaciones "que-

    dan necesariamente estilizadas y simplificadas't.f Natural-

    mente, la estilizacin unifica y traza una lnea argumental

    fuerte, pero tambin instala el relato en un horizonte don-

    de radica la ilusin de evitar la dispersin del sentido.

    Desde la perspectiva de la disciplina histrica, en cam-

    bio, ya no se pretende reconducir los acontecimientos a un

    origen; al renunciar a una teleologa simple, la historia re-

    nuncia, al mismo tiempo, a un nico principio de inteligi-

    bilidad fuerte y, sobre todo, apropiado para la intervencin

    en la esfera pblica, donde los viejos discursos de una histo-

    5 La mmoire, l'histoire, l'oubli, cit., pp. 307-308.6 Pasado y presente, cit., p. 192.

    LA RETRICA TESTIMONIAL 67

    ria con argumento ntido prevalecen sobre las perspectivas

    monogrficas de la historia acadmica. Precisamente el dis-

    curso de la memoria y las narraciones en primera persona

    se mueven por el impulso de cerrar los sentidos que se es-

    capan; no slo se articulan contra el olvido, tambin luchan

    por un significado que unifique la interpretacin.

    En el lmite est la utopa de un relato "completo", del

    cual no quede nada afuera. La inclinacin por el detalle y

    la acumulacin de precisiones crea la ilusin de que lo con-

    creto de la experiencia pasada qued capturado en el dis-

    curso. Mucho ms que la historia, el discurso es concreto y

    pormenorizado, a causa de su anclaje en la experiencia re-

    cuperada desde lo singular. El testimonio es inseparable de

    la autodesignacin del sujeto que testimonia porque estuvo

    all donde los hechos (le) sucedieron. Es indivisible de su

    presencia en el lugar del hecho y tiene la opacidad de una

    historia personal "hundida en otras historias"." Por eso es

    admisible la sospecha; pero al mismo tiempo el testimonio

    es una institucin de la sociedad, que tiene que ver con lo

    jurdico y con un lazo social de confianza, como lo seal

    Arendt. Ese lazo, cuando el testimonio narra la muerte o la

    vejacin extrema, establece tambin una escena para el

    duelo, fundando as comunidad all donde fue destruida.f

    7 La mmoire, l'histoire, l'oubli, cit., pp. 204-205.8 Es muy interesante el caso de la Comisin de la Verdad y Reconci-

    liacin peruana. Como lo seala Christopher van Ginhoven Rey, la CVR

  • 68 BEATRIZ SARLO

    El discurso de la memoria, convertido en testimonio, tie-

    ne la ambicin de la autodefensa; quiere persuadir al inter-

    locutor presente y asegurarse una posicin en el futuro;

    precisamente por eso tambin se le atribuye un efecto repa-

    rador de la subjetividad. Este aspecto es el que subrayan las

    apologas del testimonio como "sanacin" de identidades

    en peligro. En efecto, tanto la adjudicacin de un sentido

    nico a la historia, como la acumulacin de detalles, pro-

    ducen un modo realista-romntico, en el cual el sujeto que

    narra atribuye sentidos a todo detalle por el hecho mismo

    de que l lo ha incluido en su relato; y, en cambio, no se

    cree obligado a atribuir sentidos ni a explicar las ausencias,

    como sucede en el caso de la historia. El primado del deta-

    lle es un modo realista-romntico de fortalecimiento de la

    credibilidad del narrador y de la veracidad de su narracin.

    Por el contrario, la disciplina histrica se ubica lejos de la

    utopa de que su narracin puede incluirlo todo. Opera con

    elipsis, por razones metodolgicas y expositivas. Sobre esta

    cuestin, Ricoeur estableci una diferencia entre "individual"

    "reconoci desde un principio que el testimonio 'es tambin una forma

    de procesar un duelo largamente postergado', un 'instrumento terapu-tico' esencial para la reconciliacin, en la medida en que toda transicin

    busca reconciliar no solamente a la sociedad civil consigo misma, sinotambin a la lgica poltica con la lgica del duelo". ("La construccinde la fuente y los fundamentos de la reconciliacin en el Per: anlisis delInforme final de la Comisin de la Verdad y Reconciliacin", mirneo, Dep.of Spanish and Portuguese, New York University, 2005.)

    LA RETRICA TESTIMONIAL 69

    y "especfico" (que recuerda la definicin lukacsiana de tipo):

    "Paul Veyne desarrolla la aparente paradoja de que la histo-

    ria no tiene como objeto el individuo sino lo especfico. La

    nocin de intriga nos aleja de toda defensa de la historia co-

    mo una ciencia de lo concreto. Incluir un elemento en una

    intriga implica enunciar algo inteligible y, en consecuencia,

    especfico: 'Todo lo que puede enunciarse de un individuo

    posee una suerte de generalidad'''.9 Lo especfico histrico

    es lo que puede componer la intriga, no como simple detalle

    verosmil sino como rasgo significativo; no es una expansin

    descriptiva de la intriga sino un elemento constitutivo some-

    tido a su lgica. El principio de la elipsis, enfrentado con la

    idea ingenua de que todo lo narrable es importante, rige lo

    especfico porque, como sucede en la literatura, la elipsis es

    una de las lgicas de sentido de un relato.

    El modo realista-romntico

    Cit a Susan Sontag en el comienzo. Su advertencia de que

    frente a los restos de la historia hay que confiar menos en la

    memoria y ms en las operaciones intelectuales, compren-

    der tanto o ms que recordar, se corresponde con la de

    9 Paul Ricoeur, Temps et rcit, cit., vol. 1: L 'intrigue et le rcit historique,p. 304. [Tiempo y narracin: Configuracin del tiempo en el relato histrico, M-xico, Siglo XXI, 1983.] ,

  • 70 BEATRIZ SARLO

    Annette Wieviorka, cuando afirma que vivimos "... una po-

    ca en la que, de manera global, el relato individual y la opi-

    nin personal ocupan muchas veces el lugar del anlisis'U"

    Si ste es el tono de la poca, importa subrayar la poten-

    cialidad explicativa de la intriga que, para dar alguna inteli-

    gibilidad no importa cun problemtica a los hechos re-

    construidos, debe mantener un control sobre el detalle. Es

    cierto que la verdad est en el detalle. Sin embargo, si no se

    lo somete a crtica, el detalle afecta la intriga por su abun-

    dancia realista, es decir, verosimilizante pero no necesaria-

    mente verdadera. La proliferacin del detalle individual

    cierra ilusoriamente las grietas de la intriga, y la presenta

    como si sta pudiera o debiera representar un todo, algo

    completo y consistente porque el detalle lo certifica, sin te-

    ner que mostrar su necesidad. El detalle, adems, fortalece

    el tono de verdad ntima del relato: el narrador que recuer-

    da de ese modo exhaustivo no podra pasar por alto lo im-

    portante ni forzarlo, ya que eso que narra ha formado un

    pliegue personal de su vida, y son hechos que ha visto con

    sus propios ojos.En un testimonio los detalles no deben nun-

    ca parecer falsos, porque el efecto de verdad depende de

    ellos, incluso de su amontonamiento y repeticin.'!

    10 Wieviorka, cit., p. 126.

    11 As funcionan los detalles en un relato tan clsico y verosimilizante

    como la non fiction o novela documental de Miguel Bonasso: El presidenteque no fue, Buenos Aires, Planeta, 1997. Durante ms de seiscientas pgi-nas se repiten las observaciones mnimas: el modo en que Hctor Cm-

    lA RETRICA TESTIMONlM. 71

    Muchos relatos testimoniales son excesivamente detalla-

    dos, incluso proliferantes y ajenos a todo principio compo-

    sitivo; esto es bien evidente en el caso de los desaparecidos

    argentinos, chilenos, uruguayos, y de sus familiares. Sin em-

    bargo, hay algunos textos en los que el detalle est contro-

    lado por la idea de una representacin restringida de la si-

    tuacin car~elaria y, en consecuencia, bastante ms atenida

    a sus condiciones. Pienso en The Little School de la argentina

    Alicia Partnoy. No casualmente, The Little School empieza

    con el relato de la captura de Partnoy contado en tercera

    persona, de modo que la identificacin est mediada por

    un principio de distancia. Y casi en la mitad del libro otro,texto en tercera persona vale como una especie de corte en

    el movimiento de identificacin autobiogrfica; la tercera

    persona es un compromiso con lo especfico de la situacin

    y no simplemente con lo que ella tiene de individual. La

    primera frase es "Aquel medioda ella tena puestas las

    chancletas de su marido". Ese mundo familiar concreto se

    quiebra con los golpes en la puerta; llegan los secuestrado-

    res. En el primer captulo, la presa-desaparecida recin tras-

    pora mastica un bife, sus miradas a las mujeres, su ropa atildada. La ver-dad de lo que Cmpora dice o hace en la esfera poltica est apoyada enla creencia que construyen esos detalles que integran un "dispositivo deprueba". Vase: B. S., "Cuando la poltica era joven", Punto de Vista, n-mero 58, agosto de 1997. En ese artculo tambin se menciona La volun-tad de Martn Caparrs y Eduardo Anguita (Buenos Aires, Norma, 1997y 1998).

  • 72 BEATRlZ SARLO

    ladada a "la escuelita", por debajo de las vendas que le im-

    piden ver, reconoce una mancha azul y gotas de sangre: son

    los pantalones de su marido. Nada ms, excepto la resolu-

    cin de registrarlo todo (mirando de travs, hacia el piso,

    por la ranura del trapo que le tapa los ojos).12Por la repeti-

    cin de lo insignificante, los detalles en The Little School se

    niegan a crear un pleno de representacin. Par.tnoy los or-

    dena sabiendo que son demasiado pocos y demasiado po-

    bres, porque pertenecen a una experiencia mutilada por la

    inmovilidad permanente y la oclusin de lo visible. El deta-

    lle insignificante y repetido se adecua mejor que la prolife-

    racin a lo que ella relata.Cualquier suma de detalles no puede evitar el encierro de

    una historia en los interrogantes que le dieron origen. Los

    hijos de desaparecidos lo dicen de diversas maneras: sienten

    que el relato queda siempre incompleto y que deben seguir

    construyndolo. Esto tiene una dimensin dramtica yjur-

    dica que habla de la minuciosa destruccin de los rastros rea-

    lizada por los responsables de las desapariciones.

    En otros casos, cuando la historia que se quiere recons-

    truir no es slo la de un padre o madre asesinados, cuando

    lo que se busca comprender no es tanto el lugar o las cir-

    12 Alicia Partnoy, The Liitle School; Tales 01Disappearance and Survival,San Francisco, Midnight Editions, 1986. Llego a este libro gracias a Fran-cine Masiello. Sobre Partnoy, vase: Diana Taylor, Disappearing Acts; Spec-tacles 01 Gender and Nationalism in Argentina's 'Dirty War', Durham y Lon-

    dres, Duke University Press, 1997, pp. 162 Yss.

    LA RETRICA TESTIMONIAL 73

    cunstancias de la muerte y el destino del cuerpo, cuando las

    pretensiones de la narracin exceden la bsqueda de una

    respuesta a una pregunta sobre las condiciones en que se

    ejerci la violencia de estado para incluir el paisaje cultural y

    poltico previo a las intervenciones militares, quedan bien en

    evidencia las debilidades de una memoria que recuerda de-

    masiados detalles no significativos, una memoria que, como

    no podra ser de otro modo, a veces entiende y a veces no

    entiende aquello mismo que reconstruye. Es en este momen-

    to cuando la ilusin de una representacin completa produ-

    ce disquisiciones narrativas y descriptivas, digresiones y des-

    vos cuyo motivo slo es que eso aconteci al narrador o al

    sujeto que ste evoca. y, entonces, la proliferacin multiplica

    los hilos de un relato testimonial sin encontrar la razn argu-

    mentativa o esttica que sostenga su trama. ste es el caso

    del libro de Cristina Zuker que tiene como objeto la vida de

    su hermano Ricardo, militante montonero, desaparecido en

    la fracasada contraofensiva iniciada en 1979. El subttulo Una

    sagafamiliares especialmente apropiado a la empresa recons-

    tructiva que comienza con los abuelos maternos y paternos

    de ambos hermanos, su infancia, la relacin con sus padres,

    la relacin entre sus padres, los conflictos psicolgicos de

    una familia, las preferencias cotidianas, todo ello como un

    prembulo que sejuzga necesario (como si se tratara de una

    novela realista) antes de entrar en los aos setenta; e incluso

    en esos aos, los detalles de la vida familiar, los nios, el des-

    tino de los hijos de desaparecidos o combatientes, ocupan

  • 74 BEATRIZ SARLO

    porciones importantes del relato que, as, se sostiene sobre

    una dimensin afectiva de rememoracin. Ceida a la idea

    realista de novela, Zuker escribe un captulo final donde, co-

    mo en Dickens, se sigue el destino de los personajes, en algu-

    nos casos hasta su muerte, que es presentada como emble-

    mtica de lo que sufrieron en vida, sin que esas aclaraciones

    finales tengan una razn compositiva que los vincule a la his-

    toria central que, de todos modos, ha ido bifurcndose en

    un testimonio de la autora sobre la relacin con su hermano

    y muchas otras cosas.P

    Entre detalle individual y relato teleolgico hay una rela-

    cin obvia aunque no siempre visible. Si la historia tiene un

    sentido establecido de antemano, los detalles se acomodan

    a esa direccin incluso cuando los propios protagonistas se

    demoren en percibirla. Los rasgos, peculiaridades, defectos

    menores y manas de los personajes del testimonio termi-

    nan organizndose en algn tipo de necesidad inscripta

    ms all de ellos. El modo que denomin realista-romnti-

    co se adapta bien a estas caractersticas de la narracin tes-

    timonial que,justamente por estar respaldadas por una sub-

    jetividad que narra su experiencia, dan la impresin de

    colocarla ms all del examen.

    La cualidad romntica tiene que ver con dos rasgos. El

    primero, por supuesto, es el centramiento en la primera

    13 Cristina Zuker, El tren de la victoria; una saga familiar, Buenos Aires,Sudamericana, 2003.

    LA RETRICA TESTIMONIAL 75

    persona, o en una tercera persona presentada a travs del

    discurso indirecto libre que entrega al narrador la perspec-

    tiva de una primera persona. El narrador confa en la re-

    presentacin de una subjetividad y, con frecuencia, en su

    expresin efusiva y sentimental, que remite a un horizonte

    narrativo identificable con la "nota de color" del periodis-

    mo, algunas formas del non fiction o las malas novelas (soy

    consciente de que el adjetivo "malas" despierta un resque-

    mor relativista, pero quisiera que se admita que existen no-

    velas a las que puede aplicarse ese adjetivo).

    Adems, los textos d~ inspiracin memorialstica produci-

    dos sobre las dcadas de 1960 y 1970 se refieren a lajuventud

    de sus protagonistas y narradores. No se trata de un simple

    dato demogrfico (la mitad de los muertos y desaparecidos

    argentinos tenan menos de veinticinco aos), sino ms bien

    de la creencia en que cierta etapa de una gigantesca moviliza-

    cin revolucionaria se desarroll bajo el signo inaugural e in-

    minente de la juventud. Las organizaciones de derechos hu-

    manos desde los aos de la dictadura argentina hablaron,

    especialmente las Madres y ms tarde las Abuelas, de "nues-

    tros hijos", fijando en una co~signa un argumento poderoso:

    sacrificados en plena juventud precisamente porque respon-

    dan a una imagen de la juventud que coincide con el senti-

    do comn: desinters, mpetu, idealismo. La cualidad juvenil

    se enfatiza cuando los hijos de esos militantes muertos o de-

    saparecidos duplican el efecto de juventud, destacando que

    ellos son, en la actualidad, mayores que sus padres en el mo-

  • 76 BEATRIZ SARLO

    mento en que stos fueron asesinados. Entre las Madres y los

    Hijos, el sujeto de la memoria de estas dcadas es la juventud

    esencial, congelada en las fotografias y en la muerte.Es evidente que para las vctimas o los familiares de las

    vctimas, armar una historia es un captulo en la bsqueda

    de una verdad que, de todas formas, la reconstruccin en

    modo realista-romntico de los hechos no est invariable-

    mente en condiciones de restaurar. La prctica de esa narra-

    cin es un derecho, y, al ejercerlo, aunque lo incomprendi-do del pasado subsista, y la narracin no pueda responder a

    las preguntas que la generaron, el recuerdo como proceso

    subjetivo abre una exploracin que es necesaria al sujeto que

    recuerda (y al mismo tiempo lo separa de quienes se resisten

    a recordar). La cualidad realista sostiene que la acumulacin

    de peripecias produce el saber buscado y que ese saber po-

    dra tener una significacin general. Reconstruir el pasado

    de un sujeto o reconstruir el propio pasado, a travs de testi-

    monios de fuerte inflexin auto biogrfica, implica que el su-

    jeto que narra (porque narra) se aproxima a una verdad que,

    hasta el momento mismo de la narracin, no conoca total-

    mente o slo conoca en fragmentos escamoteados.

    Qu fue el presente?

    La memoria es siempre anacrnica: "un revelador del pre-

    sente", escribi Halbwachs. La memoria no es invariable-

    LA RETRICA TESTIMONIAL 77

    mente espontnea. En Shoah los aldeanos polacos, a quienes

    Lanzmann obliga a recordar, con violencia verbal y acosn-

    dolos con la cmara, responden sobre una poca que se ven

    forzados a traer hasta el presente en el que estn respon-

    diendo; lo mismo sucede con los sobrevivientes de los cam-

    pos de concentracin, empujados a ir ms all de lo que re-

    cordaran librados slo a una rememoracin espontnea.

    Lanzmann fuerza a los aldeanos polacos que vivieron cerca

    del emplazamiento de los campos a que recuerden lo que

    han olvidado, lo que no quieren recordar, sus propias mise-

    rias e indignidades frente a los trenes que pasaban con las

    vctimas; y tambin obtiene ms recuerdos que los "espont-neos" en los sobrevivientes, a quienes persigue con su cma-

    ra hasta que algunos de ellos le piden que d por terminada

    la entrevista. En ambos casos, se trata de una imposicin de la

    memoria. Tanto en los aldeanos como en los sobrevivientes,

    aunque de maneras diferentes, la memoria es exigida ms

    all de lo que los sujetos pensaron que poda serlo y ms all

    de sus intereses y voluntades. As, la memoria del Holocaus-to se descentra, no porque abandone la escena de masacre,

    sino porque va a ella a pesar de quienes dan su testimonio,

    presionando sobre el recuerdo acostumbrado.

    El saber que Lanzmann tiene de los campos empuja la

    memoria de las Vctimas o de los testigos para hacerles de-

    cir ms de lo que diran librados a su espontaneidad. La in-

    tervencin es una forzadura de la memoria espontnea de

    aquel pasado y de su codificacin en una narracin conven-

  • 78 BEATRIZ SARLO

    cional, sobre la que se ejerce la presin de un saber cons-

    truido en el presente. Los aldeanos o las vctimas tambin

    hablan en el presente e, inevitablemente, saben ms de lo

    que saban en el momento de los hechos, aunque tambin

    ~ayan olvidado o buscado el olvido.Esta discordancia de los tiempos es inevitable en las na-

    rraciones testimoniales. Tambin la disciplina histrica est

    perseguida por el anacronismo y uno de sus problemas es

    precisamente reconocerlo y trazar sus lmites. Todo discurrir

    sobre el pasado tiene una dimensin anacrnica; cuando

    Benjamin se inclina por una historia que libere el pasado de

    su reificacin, redimindolo en un acto presente de memo-

    ria, en el impulso mesinico por el que el presente se hara

    cargo de una deuda de sufrimiento con el pasado, es decir,

    en el momento en que la historia se plantea construir un pai-

    saje del pasado diferente del que recorre, con espanto, el n-

    gel de Klee, est indicando que el presente no slo opera so-

    bre la construccin del pasado sino que es su deber hacerlo.

    El anacronismo benjaminiano tiene, por una parte, una

    dimensin tica y, por la otra, participa de la polmica con-

    tra el fetichismo documental de la historia cientfica de co-

    mienzos del siglo XX. Sin embargo, la crtica de la cualidad

    objetiva atribuida a la reconstruccin de los hechos, no ago-

    ta el problema de la doble inscripcin temporal de la histo-

    ria. La indicacin de Benjamin podra tambin ser leda co-

    mo una leccin a historiadores: mirar el pasado con los ojOSfri . to

    de quienes lo vivieron, para poder captar all el su nmIen

    LA RETRICA TESTIMONIAL 79

    y las ruinas. La exhortacin sera, en este caso, metodolgi-

    ca y, en lugar de fortalecer el anacronismo, sera un instru-

    mento para disolverlo.

    Estas cuestiones de perspectiva se plantean para encarar

    un problema que, de todos modos, persistir. La historia no

    puede simplemente cultivar el anacronismo por eleccin,

    porque se trata de una contingencia que la golpea sin inte-

    rrupciones y est sostenida por un proceso de enunciacin

    que, como se vio, es siempre presente. Pero sucede que la

    disciplina histrica sabe que no debe instalarse cmodamen-

    te en esta doble temporalidad de su escritura y de su objeto.

    Esto la distingue de las narraciones testimoniales, donde el

    presente de la enunciacin es la condicin misma de la re-

    memoracin: es su materia temporal, tanto como el pasado

    es aquella materia temporal que quiere recapturarse. Las na-

    rraciones testimoniales estn cmodas en el presente por-

    que es la actualidad (poltica, social, cultural, biogrfica) la

    que hace posible su difusin cuando no su emergencia. El

    ncleo del testimonio es la memoria; no podra decirse lo

    mismo de la historia (afirmar que es preciso hacer historia

    como si se recordara slo abre una hiptesis).

    El testimonio puede permitirse la anacrona, ya que se

    compone con lo que un sujeto se permite o puede recordar,

    lo que olvida, lo que calla intencionalmente, lo que modifi-ca lo ., que mventa, lo que transfiere de un tono o gnero aOtro lo ., que sus mstrumentos culturales le permiten captar

    del pasado, lo que sus ideas actuales le indican que debe ser

  • 80 BEATRIZ SARLO

    enfatizado en funcin de una accin poltica o moral en el

    presente, lo que utiliza como dispositivo retrico para argu-

    mentar, para atacar o defenderse, lo que conoce por expe-

    riencia y lo que conoce por los medios, que se confunde, des-. . , tct 14pus de un tiempo, con su experiencia, etcetera, e ce era.

    La impureza del testimonio es una fuente inagotable de

    vitalidad polmica, pero tambin requiere que su sesgo no se

    olvide frente al impacto de la primera persona que habla por

    s y estampa su nombre como re aseguro de su verdad. Tanto

    como las de cualquier otro discurso, las pretensiones de ver-

    dad del testimonio son eso: un reclamo de prerrogativas. Si

    en el testimonio el anacronismo es ms inevitable que en

    cualquier otro gnero de la historia, ello no obliga a aceptar

    lo inevitable como inexistente, es decir, olvidarlo precisamen-

    te porque no es posible eliminarlo. Al contrario: hay que re-

    cordar la cualidad anacrnica porque es imposible eliminarla.

    Cuando me refiero al anacronismo15 entiendo el que

    Georges Didi-Huberman llama "trivial", que no ilumina el

    pasado sino que muestra los lmites que la distancia pone pa-

    ra su comprensin. Sin embargo, Didi-Huberman reconoce,

    14 Elizabeth Jelin escribe: "La memoria es una fuente crucial para la

    historia, aun (y especialmente) en sus tergiversaciones, desplazamientosy negaciones, que plantean enigmas y preguntas abiertas a la investiga-cin" (Los trabajos de la memoria, Madrid, Siglo XXI de Espaa Editores-

    Siglo XXI de Argentina Editores, 2002, p. 75).15 Retorno algunas ideas de mi trabajo La pasin y la excepcin, Buenos

    Aires, Siglo XXI, 2003.

    LA RETRICA TESTIMONIAL 81

    frente a la trivialidad de remitir todo pasado al presente, una

    perspectiva desde la que se descubre en los sucesos pretri-

    tos "un ensamblaje de anacronismos sutiles, fibras de tiempo

    entremezcladas, campo arqueolgico a descifrar'Uv En este

    sentido, el anacronismo nunca podra eliminarse completa-

    mente y slo una visin dominada por la generalizacin abs-

    tracta podra confiar en aplanar las texturas temporales que

    no slo son las que arman el discurso de la memoria y de la

    historia, sino que muestran de qu sustancia temporal hete-

    rognea estn tejidos los "hechos". Reconocer esto, sin em-

    bargo, no implica que todo relato del pasado se entregue a

    esa heterogeneidad como a un destino fatal, sino que traba-

    16 Georges Didi-Huberman, Deuant le temps; histoire de l'art et anachronis-me des images, Pars, Minuit, 2000, pp. 36-37. De acuerdo con Jacques Ran-cire, Didi-Huberman sugiere que estos objetos nos colocan frente a un

    tiempo que desborda los marcos de una cronologa: "Ese tiempo, que noes exactamente el pasado, tiene un nombre: es la memoria ... que humaniza yconfigura el tiempo, entrelaza sus fibras, asegura las transmisiones, y se

    condena a una esencial impureza ... La memoria es psquica en su proce-so, anacrnica en sus efectos de montaje, de reconstruccin o de 'decanta-cin' del tiempo. No puede aceptarse la dimensin memorativa de la his-

    toria sin aceptar, junto a ella, su anclaje en el inconsciente y su dimensin

    anacrnica". La cita de Ranciere pertenece a "Le concept d'anachronis-me et la vrit de l'historien", L'Inactuel; nmero 6,1996. En su muy inte-resante trabajo sobre la memoria popular del fascismo (Fascism in Popular

    Memory; Cambridge University Press, 1987), Luisa Passerini trabaja losdeslizamientos de tiempo y de interpretacin, sealando que el testimo-nio es ineludible en la medida en que el objeto del historiador sea el dereconstruir la forma en que una configuracin de hechos ha impactado

    sobre los sujetos contemporneos a ellos.

  • 82 BEATRIZ SARLO

    je con ella para alcanzar una reconstruccin inteligible, es

    decir: que sepa con qu fibras est construida y, como si se

    tratara de la trama de un tejido, las disponga para mostrar

    del mejor modo el diseo buscado.

    Sin duda, no es un ideal de conocimiento renunciar a la

    densidad de temporalidades diferentes. Indicara solamente

    un deseo de simplicidad que no alcanza para recuperar el

    pasado en un imposible "estado puro". Como alguna vez di-

    jo Althusser, no existe el crneo de Voltaire nio. Pero para

    pensar el pasado, tambin es insuficiente la tendencia a colo-

    car all las formas presentes de una subjetividad que, sin plan-

    tearse una diferencia, cree encontrar el "crneo de Voltaire

    nio" cuando, en realidad, est dando una forma entera-

    mente nueva a los objetos reconstruidos. Para decido con un

    ejemplo: la idea de derechos humanos no exista en las dca-

    das de 1960 y 1970 dentro de los movimientos revoluciona-

    rios. Y si es imposible (e indeseable) extirpada del presente,

    tampoco es posible proyectada intacta hacia el pasado.

    La memoria, tal como se ha venido argumentando, so-

    porta la tensin y las tentaciones del anacronismo. Esto suce-

    de en los testimonios sobre los aos sesenta y setenta, tanto

    los que provienen de los protagonistas y estn escritos en pri-

    mera persona, como los producidos por tcnicas etnogrfi-

    cas que utilizan una tercera persona muy prxima a la pri-

    mera (lo que en literatura se denomina discurso indirecto

    libre). Frente a esta tendencia discursiva habra que tener en

    cuenta, en primer lugar, que el pasado recordado es dema-

    LA RETRICA TESTIMONIAL 83

    siado cercano y, por eso, todava juega funciones polticas

    fuertes en el presente (vanse, si no, las polmicas sobre los

    proyectos de un museo de la memoria). Adems, quienes re-

    cuerdan no estn retirados de la lucha poltica contempor-

    nea; por el contrario, tienen fuertes y legtimas razones para

    participar en ella y para invertir en el presente sus opiniones

    sobre lo sucedido hace no tanto tiempo. No es necesario re-

    currir a la idea de manipulacin para afirmar que las memo-

    rias se colocan deliberadamente en el escenario de los con-

    flictos actuales y pretenden jugar en l. Por ltimo, sobre las

    dcadas del 60 Y70 existe una masa de material escrito, con-

    temporneo a los sucesos -folletos, reportajes, documentos

    de reuniones y congresos, manifiestos y programas, cartas,

    diarios partidarios y no partidarios-, que seguan o anticipa-

    ban el transcurso de los hechos. Son fuentes ricas, que sera

    insensato dejar de lado porque, a menudo, dicen mucho ms

    que los recuerdos de los protagonistas o, en todo caso, los

    vuelven comprensibles ya que les agregan el marco de un es-

    pritu de poca. Saber cmo pensaban los militantes en 1970,

    y no limitarse al recuerdo que ellos ahora tienen de cmo

    eran y actuaban, no es una pretensin reificante de la subje-

    tividad ni un plan para expulsada de la historia. Significa, so-

    lamente, que la "verdad" no resulta del sometimiento a una

    perspectiva memorialstica que tiene lmites ni, mucho me-

    nos, a sus operaciones tcticas.

    Por supuesto, esos lmites afectan, como no podra ser

    de otra forma, los testimonios de quienes resultaron vcti-

  • 84 BEATRlZ SARLO

    mas de las dictaduras; ese carcter, el de vctimas, interpe-

    la una responsabilidad moral colectiva que no prescribe.

    No es, en cambio, una orden de que sus testimonios que-

    den sustrados del anlisis. Son, hasta que otros documen-

    tos no aparezcan (si es que aparecen los que conciernen a

    los militares, si es que se logra recuperar los que se ocul-

    tan, si es que otros rastros no han sido destruidos), el n-

    cleo de un saber sobre la represin; tienen adems la tex-

    tura de lo vivido en condiciones extremas, excepcionales.

    Por eso, son irreemplazables en la reconstruccin de esos

    aos. Pero el atentado de las dictaduras contra el carcter

    sagrado de la vida no traslada ese carcter al discurso tes-

    timonial sobre aquellos hechos. Cualquier relato de la ex-

    periencia es interpretable.

    Las ideas y los hechos

    Cunto de las ideas que movilizaron los aos sesenta y se-

    tenta queda en los relatos testimoniales?

    La pregunta importa porque aquella fue una poca fuer-

    temente ideolgica, tanto en la izquierda como en la dere-

    cha (ninguna de las dos haba sido atravesada por el prag-

    matismo). ste es un rasgo diferencial, una cualidad que

    hace al tono de la poca y que se descubre muy rpidamen-

    te no slo cuando se leen los textos francamente polticos,

    lo cual es obvio, sino cuando se leen tambin los diarios y

    LA RETRlCA TESTIMONIAL 85

    semanarios de la industria cultural. La televisin no haba

    implantado una hegemona completa; la prensa escrita se-

    gua siendo el principal medio de informacin; quien, en

    una hemeroteca, ocupe dos horas en la consulta de los co-

    tidianos populares argentinos de ese perodo quedar pro-

    bablemente asombrado, tanto como quien compruebe que

    los Diarios de Ernesto Guevara fueron serializados en la re-vista ms sensacionalista de fines de los aos sesenta, en la

    que compartieron pgina con las noticias policiales y las ve-

    dettes del teatro de revistas. En la Argentina, en los primeros

    aos setenta, se consuman ms diarios por habitante que

    en la actualidad y el noticiero televisivo no haba reempla-

    zado todava al diario popular vespertino que le ofreca a su

    pblico varias pginas de informacin sindical, en un mo-

    mento de radicalizacin del sindicalismo.

    El clima de poca no se defina slo por afinidades prag-

    mticas o por identificaciones afectivas. Las ideologas, le-

    jos de declinar, aparecan como sistemas fuertes que or-

    ganizaban experiencias y subjetividades. Fueron dcadas

    ideolgicas, donde lo escrito desempeaba todava un pa-

    pel importante en la discusin poltica por dos razones: por

    un lado, se trataba de la prctica de capas medias, escolari-

    zadas, con direcciones que provenan de la universidad o

    de encuadramientos sindical-polticos donde la batalla de

    las ideas era fundamental; por otro lado, la mayora de la

    militancia y el activismo era joven y reforzaba el carcter

    ilustrado de franjas importantes de los movimientos.

  • 86 BEATRIZ SARLO

    Se crea que las viejas lealtades polticas tradicionales po-

    dran o disolverse o modificarse, y que las tradiciones pol-

    ticas deban ser reivindicadas porque su transformacin

    ideolgica las integrara en nuevos marcos programticos.

    Estas operaciones no podan realizarse sin un fuerte com-

    ponente letrado en los cuadros de direccin y en los secto-

    res intermedios, e incluso en la base de las organizaciones.

    El imaginario de la revolucin era libresco y esto se mani-

    festaba en la insistencia sobre la formacin terica de los

    militantes; las discusiones entre organizaciones se alimenta-

    ban de citas (por supuesto, recortadas y repetidas) de algu-

    nos textos fundadores, a los que haba que conocer. La po-

    ltica de esos aos, con diferencias de periodizacin segn

    las naciones del sur de Amrica, giraba tanto alrededor de

    algn texto sagrado corno de la voluntad revolucionaria. 0,

    ms bien, la voluntad revolucionaria tena algn libro en su

    origen, como tena tambin a algn pas socialista (Cuba,

    Vietnam, China). La importancia de la "teora" (una ver-

    sin simplificada para usos prcticos), sobre todo en el cam-

    po marxista, les dio un carcter singularmente doctrinario

    a muchas intervenciones polticas y sera un error pensar

    que esto suceda slo en el espacio universitario o que era

    protagonizado exclusivamente por la pequea burguesa.

    Incluso los populismos revolucionarios sostenan su accin

    en un imaginario cuyas fuentes eran escritas.

    Basta leer los cientos de pginas de los movimientos cris-

    tianos radicalizados, donde las interpretaciones de las enc-

    LA RETRICA TESTIMONIAL 87

    clicas y de los Evangelios fueron verdaderos ejercicios de se-

    cularizacin de la teologa, que tuvieron influencia no slo

    sobre las organizaciones polticas sino tambin sobre mu-

    chos obispos de Amrica Latina.I? Cruzndose, mezclndose

    y contaminndose con las versiones marxistas, dependentis-

    tas, nacionalistas y en confluencia con el peronismo radicali-

    zado, un relato de origen cristiano, el milenarismo, produjo

    una masa de textos que, en un extremo, integraba la "teolo-

    ga de la liberacin" y, en el otro, la teora de la lucha arma-

    da, ya que la nueva sociedad estara precedida por una etapa

    de destruccin reparadora. El milenarismo fue proftico y a

    travs de sus profetas, comenzando por la palabra de Cristo,

    sus legiones se reconocen y organizan. La profeca llega al

    presente desde el pasado, autorizando el cambio que ha sido

    anunciado en los textos sagrados. En Amrica Latina, el cris-

    tianismo revolucionario de los aos sesenta y setenta marc

    el momento de mayor compacidad y penetracin de este dis-

    curso. Se ley la Biblia en clave tercermundista y se divulga-

    ron versiones secularizadas del mensaje evanglico. Los do-

    17 Una antologa de textos y un panorama histrico pueden encontrar-se en Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas, Buenos Aires, Ariel, 2001, dondeCarlos Altamirano escribi el captulo sobre las posiciones nacional-popu-lares. Claudia Gilman ha estudiado los debates intelectuales de este pero-do en un libro excelente: La pluma y la espada, Buenos Aires, Siglo XXI,2003. Para una perspectiva comparativa con el caso francs, vase el ya ci-

    tado libro de Jean-Pierre Le Goff, que realiza, a propsito de Mayo del 68y los aos siguientes, un estudio cuyo eje es la historia de las ideas.

  • 88 BEATRIZ SARLO

    cumentos del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mun-

    do, la revista Cristianismo y Revolucin, la teologa de la libera-

    cin del cura peruano Gustavo Gutirrez, prepararon el sue-

    lo ideolgico donde el milenarismo cristiano se encontr

    con la radicalizacin revolucionaria.If

    Las ideas eran defendidas como ncleo constitutivo de la

    identidad poltica, sobre todo en las fracciones marxistas del

    movimiento radicalizado. La afirmacin de la primaca inte-

    lec,tual no debera tornarse como descripcin de lo que efec-

    tivamente suceda con los sujetos, sino co~o indicacin de

    qu deba suceder. Pero esta indicacin en s misma era un

    elemento activo de la realidad e incida en la configuracin

    de las identidades polticas: la utopa de una teora revolu-

    cionaria que informara y guiara la experiencia presionaba

    sobre la prctica cotidiana de los movimientos. Esto no con-

    virti a todos los militantes en eruditos, pero seal un ideal.

    En las fracciones populistas, como lo fue el peronismo re-

    volucionario en la Argentina, por un lado, se reivindicaba

    una identidad histrica fundada en la identificacin con un

    lder carismtico, y se planteaba la oposicin entre elites le-

    tradas y pueblo como una lnea divisoria de la historia nacio-

    nal, tan fuerte como la que opona la nacin al imperialis-

    mo; por el otro, se difunda esa misma historia en versin

    escrita, ensaystica, que era leda y aprendida por miles de j-

    18 Vase "Estudio preliminar", cap. II, "Cristianos en el siglo", en:Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas, cit.

    LA RETRICA TESTIMONIAL 89

    venes que encontraban en algunos autores "nacionales" y en

    la teora de la dependencia de Cardoso y Faletto las claves

    para ejercer, al mismo tiempo, un antiintelectualismo histori-

    cista junto con una formacin libresca en esa tradicin de lu-

    chas nacionales que los viejos sectores populares no haban

    aprendido en los libros pero que los recin llegados al movi-

    miento deban aprender en ellos. El debate sobre la natura-

    leza del peronismo fue claramente ideolgico y estuvo mar-

    cado por intervenciones intelectuales y acadmicas.t?

    Los caminos de la revolucin (las "vas"), las fuerzas so-

    ciales que se aliaban o se oponan en su recorrido (los fren-

    tes, la direccin, las etapas, las tareas, segn el vocabulario

    de la poca), y el tipo de organizacin (partido, movimien-

    to, ejrcito revolucionario, y sus respectivas clulas, forma-

    ciones, jerarquas, comunicacin y compartimentacin)

    eran tambin captulos doctrinarios fundamentales y obje-

    to de debate no slo en la prensa partidaria.20

    19 La ms alta, seguramente, fue la del trabajo de Juan Carlos Portan-

    tiero y Miguel Murmis, Estudio sobre los orgenes del peronismo, BuenosAires, Siglo XXI, 2004 (1971). Vase para una historia de las ideas sobre

    el peronismo: Carlos Altarnirano, Bajo el signo de las masas, Buenos Aires,

    Ariel Historia, 200l.20 La importancia de una revista como Pasado y Presente, y de la serie

    de obras de las ms diversas lneas de la tradicin marxista aparecidas en

    los "Cuadernos de Pasado y Presente", dirigidos por Jos Aric, no es IIndato solitario ni excepcional del perodo. Pasado y Presente representa elnivel intelectual ms sofisticado, pero formaba parte de un campo depublicaciones, dentro del cual los fascculos del Centro Editor de Arnri-

  • 90 BEATRIZ SARLO

    La emergencia de la guerrilla motiv, en el caso argenti-

    no, que revistas y semanarios del mercado pusieran esta dis-

    cusin, de larga tradicin en el movimiento comunista y so-

    cialista, a disposicin de sus lectores. Ese desborde de temas

    de la teora revolucionaria hacia la prensa de informacin

    general, que se comprueba cada vez que se examinan peri-

    dicos de la poca, marca tambin un proceso de difusin ha-

    cia capas medias que no necesariamente se incluan en las

    organizaciones. Las vanguardias polticas de ese perodo for-

    maron parte de un movimiento ms amplio de renovacin

    cultural que acompa los procesos de modernizacin so-

    cioeconmica de la dcada del sesenta. Los cambios cultura-

    les y en las costumbres fueron impulsados por una genera-

    cin que dej su marca tambin en el periodismo, en nuevas

    formas de vida y en las vanguardias estticas.

    Todo esto es sabido. Ahora bien, si el perodo fue esce-

    nario de un importante giro en las ideas que no se vivi so-

    lamente en "estado prctico" sino bajo formas discursivas,

    textuales, librescas; si el imaginario poltico, lejos de confi-

    gurarse contra lo letrado, recurra a una cultura ilustrada

    ca Latina (que se vendan en kioscos por decenas de miles) obtenan lamayor difusin masiva. Las colecciones del Centro Editor como Siglo-mundo (dirigida por Jorge Lafforgue), la Historia del sindicalismo (dirigidapor Alberto Pl), e incluso Polmica, una historia argentina dirigida porHayde Gorostegui de Torres, con mayor incidencia de los historiadoresprofesionales, formaban una biblioteca poltica popular, que poda en-

    contrarse en toda la Argentina.

    LA RETRICA TESTIMONIAL 91

    para articular impulsos, necesidades y creencias; si el mito

    revolucionario se sostuvo en una historia escrita y en un de-

    bate que ya haba atravesado buena parte del siglo XX, la

    pregunta es cunto del peso y la reverberacin de las ideas

    ha quedado en las narraciones testimoniales o, ms bien,

    qu sacrificio de la cara intelectual e ideolgica del movi-

    miento poltico-social se impone en la narracin en pri-

    mera persona de una subjetividad de la poca. Cunto

    subsiste de este tenor ideolgico de la vida poltica en las

    narraciones de la subjetividad?21 0, si se quiere, cul es el

    gnero histrico ms afin a la reconstruccin de una poca

    como aquella?

    No se trata de discutir los derechos de la expresin de la

    subjetividad. Lo que quiero decir es ms sencillo: la subjeti-

    vidad es histrica y si se cree posible volver a captarla en

    una narracin, es su diferencialidad la que vale. Una utopa

    revolucionaria cargada de ideas recibe un trato injusto si se

    la presenta slo o fundamentalmente como drama posmo-

    derno de los afectos.

    21 La captacin del clima ideolgico es, en cambio, exhaustiva en una

    obra muy sensible tambin a la representacin de sensibilidades revolu-cionarias, como la biografia de Roberto Santucho e historia del ERP, deMara Seoane, Todo o nada (Buenos Aires, Sudamericana, 1991). Pero setrata de una historia, con fuentes documentales de todo tipo y no simple-mente de una reconstruccin sobre la base de testimonios.

  • 92 BEATRIZ SARLO

    Contra un mito de la memoria

    Paolo Rossi escribe que, despus de Rousseau, "el pasado se-

    r concebido como siempre 'reconstruido' y organizado so-

    bre la base de una coherencia imaginaria. El pasado imagi-

    nado se vuelve un problema no slo para la psicologa, sino

    tambin (y se debera decir, sobre todo) para la historiogra-

    fia... La memoria, como se ha dicho, 'coloniza' el pasado y

    lo organiza sobre la base de las concepciones y las emociones

    del presente".22 La cita va al centro de mi argumento. Por un

    lado, la narracin hace sentido del pasado, pero slo si, co-

    mo seal Arendt, la imaginacin viaja, se despega de su in-

    mediatez identitaria; todos los problemas de la experiencia

    (si se admite que hay experiencia) se abren en una actuali-

    dad que oscila entre afirmar la crisis de la subjetividad en un

    mundo mediatizado y la persistencia de la subjetividad co-

    mo una especie de artesanado de resistencia.

    De todos modos, si no se practica un escepticismo radical

    y se admite la posibilidad de una reconstruccin del pasado,

    se abren las vas de la subjetividad rememorante y de una his-

    toria sensibilizada a ella pero que se distingue conceptual y

    metodolgicamente de sus narraciones. Esa historia, como

    lo seala Rossi, vive bajo la presin de una memoria (reali-

    zando, de modo extremo, lo que Benjamin solicitara como

    22 Paolo Rossi, El pasado, la memoria, el olvido, Buenos Aires, Nueva Vi-sin, 2003, pp. 87-88.

    LA RETRICA TESTIMONIAL 93

    refutacin del positivismo reificante) que reclama las prerro-

    gativas de proximidad y perspectiva, prerrogativas a las que

    la memoria quiz tiene derechos morales, pero no otros. Los

    discursos de la memoria tan impregnados de ideologas co-

    mo los de la historia, no se someten como los de la disciplina

    histrica a un control que tenga lugar en una esfera pblica

    separada de la subjetividad.

    La memoria tiene inters en el presente tanto como la

    historia o el arte, pero de manera distinta. Incluso en estos

    aos, cuando ya se ha ejercido hasta sus ltimas consecuen-

    cias la crtica de la idea de verdad, las narraciones de me-

    moria parecen ofrecer una autenticidad de la que estamos

    acostumbrados a desconfiar radicalmente. En el caso de las

    memorias de la represin, la suspensin de esa desconfian-

    za tuvo causas morales, jurdicas y polticas. Lo importante

    no era comprender el mundo de las vctimas, sino lograr la

    condena de los culpables.

    Pero es dificil que quienes estn comprometidos en una

    lucha por el esclarecimiento de las desapariciones, asesina-

    tos y torturas, se limiten despus de dos dcadas de transi-

    cin democrtica a establecer el sentido jurdico de su prc-

    tica. Las organizaciones de derechos humanos politizaron

    su discurso porque fue inevitable que buscaran un sentido

    sustancial en las acciones de los militantes que sufrieron el

    terrorismo de estado. El Nunca ms parece entonces insufi-

    ciente y se pide no slo justicia sino tambin un reconoci-

    miento positivo de las acciones de las vctimas.

  • 11

    94 BEATRIZ SARLO

    Se entiende el sentido moral de esta reivindicacin. Pero

    como se convierte en una interpretacin de la historia (y de-

    ja de ser slo un .hecho de memoria) cuesta concederleque

    se mantenga ajena al principio crtico que se ejerce sobre la

    historia. Cuando una narracin memorialstica compite con

    la historia y sostiene su reclamo en los privilegios de una sub-

    jetividad que sera su garante (como si pudiramos volver a

    creer en alguien que simplemente dice: "digo la verdad de lo

    que sucedi conmigo o de lo que vi que suceda, de lo que

    me enter que sucedi a mi amigo, a mi hermano"), se colo-

    ca, por el ejercicio de una imaginaria autenticidad testimo-

    nial, en una especie de limbo interpretativo.

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