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TIEMPOPASADO
Cultura de la memoria y giro subjetivoUna discusin
BEATRIZ SARLO
siglo veintiuno editores
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Siglo veintiuno editores Argentina s.a.TUCUMN 1621 7 N (C10S0AAG), BUENOS AIRES, REPBLICA ARGENTINA
Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.CERRO DEL AGUA 248, DELEGACiN COYOACN, 04310, MXICO, D. F.
SarIo, BeatrizTiempo pasado: cultura de la memoria y giro
subjetivo. Una discusin - la ed. - Buenos Aires:Siglo XXI Editores Argentina, 2005.
168 p. ; 21x14 cm. (Sociologa y poltica)
ISBN 987-1220-22-7
1. Sociologa Poltica 1.TtuloCDD 306.2.
Portada: Peter TjebbesFoto: Abbas / Magnum PhotosTeheran, 1997. El director Abbas Kiarostamien las colinas que rodean la ciudad
2005, Siglo XXI Editores Argentina S. A.
ISBN 987-1220-22-7
Impreso en Artes Grficas DelsurAlte. Solier 2450, Avellanedaen el mes de septiembre de 2005
Hecho el depsito que marca la ley 11.723Impreso en Argentina - Made in Argentina
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3. La retrica testimonial
A la salida de las dictaduras del sur de Amrica Latina, re-
cordar fue una actividad de restauracin de lazos sociales y
comunitarios perdidos en el exilio o destruidos por la vio-
lencia de estado. Tomaron la palabra las vctimas y sus re-
presentantes (es decir, sus narradores: desde el comienzo,
en los aos sesenta, los antroplogos o idelogos que re-
presentaron historias como las de Rigoberta Mench o de
Domitila; ms tarde los periodistas).
Desde mediados de la dcada de 1980, en la escena euro-
pea, especialmente la alemana, se comenz a escribir un
nuevo captulo, decisivo, sobre el Holocausto. Por una par-
te, el debate de los historiadores alemanes sobre la solu-
cin final y el papel activo del estado alemn en las polti-cas de reparacin y la monumentalizacin del Holocausto;
por la otra, la gran difusin de los escritos luminosos de
Primo Levi, donde sera dificil hallar ninguna afirmacin
del saber del sujeto en el Lager; ms tarde, las lecturas deGiorgio Agamben, donde tampoco es posible encontrar
una positividad optimista; el film Shoah de Claude Lanz-
mann, que propuso un tratamiento nuevo del testimonio
y renunci, al mismo tiempo, a la imagen de los campos
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de concentracin, privndose, por un lado, de iconografa
y forzando, por el otro, el discurso de los sobrevivientes.
La mencin de acontecimientos podra seguir.! Todos
acompaaron procesos no siempre sorprendentes desde
el punto de vista intelectual pero de gran repercusin en
la esfera pblica; el tema se coloc en un lugar muy visi-
ble y, en la prctica, produjo una nueva esfera de debate.
En una de esas casualidades que potencian sucesos signifi-
cativos y no pueden ser pasadas por alto, las transiciones
democrticas del sur de Amrica coincidieron con un nue-
vo impulso de la produccin intelectual y la discusin
ideolgica europea.? Ambos debates se intersectaron de
1 "Mencion la creciente importancia del Holocausto como aconteci-
miento fundacional de la memoria no slo europea. Esa percepcin nopoda darse por descontada. Durante varias dcadas, frente a la gigantes-
ca confrontacin militar de la Segunda Guerra, el asesinato masivo delos judos tendi a ser tratado como algo ms perifrico, un epiaconteci-miento, para decirlo de algn modo. Hoy lo miramos desde otra perspec-tiva. El Holocausto pas a ocupar el centro de la conflagracin, y se ha
convertido en el acontecimiento nuclear negativo del siglo XX. Tene-
mos razones para dudar de que esta perspectiva se correspondiera conlas percepciones histricas de sus contemporneos". (Dan Diner, "Resti-
tution and Memory - The Holocaust in European Political Cultures",
New German Critique, nmero 90, otoo de 2003, p. 43.)2 En los ltimos aos, por ejemplo, la discusin sobre museo y monu-
mento abri otro captulo. Vase para el caso argentino: Graciela Silves-tri, "Memoria y monumento. El arte en los lmites de la representacin"publicado en Punto de Vista, 68, diciembre de 2000, y reproducido enL. Arfuch (comp.), Identidades, sujetos, subjetividades, cit. Tambin los es-tudios de Andreas Huyssen para los casos estadounidense y alemn.
LA RETRICA TESTIMONIAL 61
modo inevitable, en especial porque el Holocausto se ofre-
ce como modelo de otros crmenes yeso es aceptado por
quienes estn ms preocupados por denunciar la enormi-
dad del terrorismo de estado que por definir sus rasgos
nacionales especficos.
Los crmenes de las dictaduras fueron exhibidos en un
florecimiento de discursos testimoniales, en primer lugar
porque losjuicios a los responsables (como en el caso argen-
tino) demandaron que muchas vctimas dieran su testimo-
nio como prueba de lo que haban padecido y de lo que sa-
ban que otros padecieron hasta morir. En sede judicial y en
los medios de comunicacin, la indispensable narracin
de las hechos no fue recibida con sospechas sobre las posibi-
lidades de reconstruir el pasado, salvo por los criminales y
sus representantes, que atacaron el valor probatorio de las
narraciones testimoniales, cuando no las acusaron de ser fal-
sas y encubrir los crmenes de la guerrilla. Si se excluye a los
culpables, nadie (fuera de la sede judicial) pens en someter
a escrutinio metodolgico el testimonio en primera persona
de las vctimas. Sin duda, hubiera tenido algo de monstruoso
aplicar a esos discursos los principios de duda metodolgica
que se expusieron ms arriba: las vctimas hablaban por pri-
mera vez y lo que decan no slo les concerna a ellas sino
que se converta en "materia prima" de la indignacin y tam-
bin en impulso de las transiciones democrticas, que en la
Argentina se hizo bajo el signo del Nunca ms.
El shock de la violencia de estado nunca pareci un obs-
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tculo para construir y escuchar la narracin de la expe-
riencia padecida. La novedad de esa experiencia, tan fuerte
como la novedad de los sucesos de la primera guerra a la
que se refera Benjamin, no impidi la proliferacin de dis-
cursos. Las dictaduras representaron, en el sentido ms
fuerte, un quiebre epocal (como la gran guerra); sin em-
bargo, las transiciones democrticas no enmudecieron por
la enormidad de esa ruptura. Por el contrario, en cuanto
despuntaron las condiciones de la transicin, los discursos
comenzaron a circular y demostraron ser indispensables pa-
ra la restauracin de una esfera pblica de derechos.
La memoria es un bien comn, un deber (como se dijo
en el caso europeo) y una necesidad jurdica, moral y pol-
tica. Sobre la aceptacin de estos rasgos es bien difcil esta-
blecer una perspectiva que se proponga examinar crtica-
mente la narracin de las vctimas. Si el ncleo de su verdad
tiene que quedar fuera de duda, tambin su discurso debe-
ra protegerse del escepticismo y de la crtica. La confianza
en los testimonios de las vctimas es necesaria para la insta-
lacin de regmenes democrticos y el arraigo de un princi-
pio de reparacin yjusticia. Ahora bien, esos discursos testi-
moniales, como sea, son discursos y no deberan quedar
encerrados en una cristalizacin inabordable. Sobre todo
porque, en paralelo y construyendo sentidos con los testi-
monios sobre los crmenes de las dictaduras, emergen otros
hilos de narraciones que no estn protegidas por la misma
intangibilidad ni por el derecho de los que han padecido.
LA RETRICA TESTIMONIAL 63
Dicho de otro modo: durante un tiempo (no sabemos
hoy cunto) el discurso sobre los crmenes, porque denun-
cia el horror, tiene prerrogativas precisamente por el vnculo
entre horror y humanidad que comporta. Otras narracio-
nes, incluso pronunciadas por las vctimas o sus represen-
tantes, que se inscriben en un tiempo anterior al de los cr-
menes (los tardos aos sesenta y los primeros setenta del
siglo XX para el caso argentino), que suelen aparecer en-
trelazadas, ya porque provengan del mismo narrador, ya
porque se sucedan unas a otras, no tienen las mismas pre-
rrogativas y, en la tarea de reconstruir la poca clausurada
por las dictaduras, pueden ser sometidas a crtica.
Adems, si las narraciones testimoniales son la fuente
principal de saber sobre los crmenes de las dictaduras, los
testimonios de los militantes, intelectuales, polticos, reli-
giosos o sindicales de las dcadas anteriores no son la nica
fuente de conocimiento; slo una fetichizacin de la ver-
dad testimonial podra otorgarles un peso superior al de
otros documentos, incluidos los testimonios contempor-
neos a los hechos de los aos sesenta y setenta. Slo una
confianza ingenua en la primera persona y en el recuerdo
de lo vivido pretendera establecer un orden presidido por
lo testimonial. Yslo una caracterizacin ingenua de la ex-
periencia reclamara para ella una verdad ms alta. No es
menos positivista (en el sentido en que us Benjamin esta
palabra para caracterizar a los "hechos") la intangibilidad
de la experiencia vivida en la narracin testimonial que la
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de un relato hecho a partir de otras fuentes. Ysi no somete-
mos todas las narraciones sobre los crmenes de las dictadu-
ras al escrutinio ideolgico, no hay razn moral para pasar
por alto este examen cuando se trata de las narraciones so-
bre los aos que las precedieron o sobre hechos ajenos a
los de la represin, que les fueron contemporneos.
Una utopa: no olvidar nada
Paul Ricceur se pregunta, en el estudio que dedica a las di-
ferencias ya clsicas entre historia y discurso, en qu pre-
sente se narra, en qu presente se recuerda, y cul es el pa-
sado que se recupera. El presente de la enunciacin es el
"tiempo de base del discurso", porque es presente el mo-
mento de ponerse a narrar y ese momento queda inscripto
en la narracin. Eso implica al narrador en su historia y la
inscribe en una retrica de la persuasin (el discurso perte-
nece al modo persuasivo, dice Ricceur). Los relatos testimo-
niales son "discurso" en este sentido porque tienen como
condicin un narrador implicado en los hechos, que no
persigue una verdad exterior al momento en que ella se
enuncia. Es inevitable la marca del presente sobre el acto
de narrar el pasado, precisamente porque, en el discurso,
el presente tiene una hegemona reconocida como inevita-
ble y los tiempos verbales del pasado no quedan libres de
una "experiencia fenomenolgica" del tiempo presente
LA RETRICA TESTIMONIAL 65
de la enunciacin.f "El presente dirige el pasado como un
director de orquesta a sus msicos", escribi Italo Svevo. y,
como observaba Halbwachs, el pasado se distorsiona paraintroducirle coherencia.s
Extendiendo las nociones de Ricceur, puede decirse que
la hegemona del presente sobre el pasado en el discurso es
del orden de la experiencia y est sostenida, en el caso del
testimonio, por la memoria y la subjetividad. La rememora-
cin del pasado (que Benjamin propona como la nica
perspectiva de una historia que no reificarasu objeto) no
es una eleccin sino una condicin para el discurso, que no
escapa de la memoria ni puede librarse de las premisas que
la actualidad pone a la enunciacin. y, ms que una libera-
3 Temps et rcit, Pars, Seuil, 1983. Se cita de la edicin de bolsillo, Pa-rs, Points, 1991. [Tiempo y narracin, Mxico, Siglo XXI, 1983.] Se sabeque Ricceur retorna y perfecciona las nociones de historia y discurso,
propuestas por E. Benveniste y H. Weinrich, preocupndose especial-mente por considerar la capacidad del relato en desdoblarse en dos tern-
poralidades, la del momento de contar y la del tiempo de lo narrado, ca-
pacidad que constituye su dimensin reflexiva original, que lo habilita
para exponer una experiencia fictiva del tiempo, por una parte; y, por laotra, quedar referido al tiempo en que se escribe esa experiencia.
4 Maurice Halbwachs, On Collectiue Memory (editado y traducido porLewis Coser), Chicago y Londres, The University of Chicago Press, 1992,p. 183. Annette Wieviorka afirma que el testimonio se desarrolla desde n-
gulos "que pertenecen a la poca en que se realiza, a partir de un interro-gante y de una expectativa que tambin le son contemporneas, asignando-le fines que dependen de apuestas polticas o ideolgicas, que contribuyena crear una o varias memorias colectivas errticas en su contenido, en suforma, en su funcin y en su finalidad" iLre du tmoin, cit., p. 13).
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cin de los "hechos" cosificados, como deseaba Benjamin,
es una atadura, probablemente inevitable, del pasado a la
subjetividad que rememora en el presente.
Las narraciones de la memoria tambin insinan otros
problemas. Ricoeur seala que es errado confiar en que la
narracin pueda colmar la laguna de la explicacin/ com-
prensin: "Se ha creado una alternativa falsa que hace de la
narratividad tanto un obstculo como un sustituto de la ex-
plicacin".5 Hay dos tipos de inteligibilidad: la narrativa y la
explicativa (causal). La primera est sostenida por un efec-
to de "cohesin", que proviene de la cohesin atribuida a
una vida y al sujeto que la enuncia como suya. Vezzetti ha
sealado que la memoria recurre preponderantemente o
siempre a formas narrativas, cuyas representaciones "que-
dan necesariamente estilizadas y simplificadas't.f Natural-
mente, la estilizacin unifica y traza una lnea argumental
fuerte, pero tambin instala el relato en un horizonte don-
de radica la ilusin de evitar la dispersin del sentido.
Desde la perspectiva de la disciplina histrica, en cam-
bio, ya no se pretende reconducir los acontecimientos a un
origen; al renunciar a una teleologa simple, la historia re-
nuncia, al mismo tiempo, a un nico principio de inteligi-
bilidad fuerte y, sobre todo, apropiado para la intervencin
en la esfera pblica, donde los viejos discursos de una histo-
5 La mmoire, l'histoire, l'oubli, cit., pp. 307-308.6 Pasado y presente, cit., p. 192.
LA RETRICA TESTIMONIAL 67
ria con argumento ntido prevalecen sobre las perspectivas
monogrficas de la historia acadmica. Precisamente el dis-
curso de la memoria y las narraciones en primera persona
se mueven por el impulso de cerrar los sentidos que se es-
capan; no slo se articulan contra el olvido, tambin luchan
por un significado que unifique la interpretacin.
En el lmite est la utopa de un relato "completo", del
cual no quede nada afuera. La inclinacin por el detalle y
la acumulacin de precisiones crea la ilusin de que lo con-
creto de la experiencia pasada qued capturado en el dis-
curso. Mucho ms que la historia, el discurso es concreto y
pormenorizado, a causa de su anclaje en la experiencia re-
cuperada desde lo singular. El testimonio es inseparable de
la autodesignacin del sujeto que testimonia porque estuvo
all donde los hechos (le) sucedieron. Es indivisible de su
presencia en el lugar del hecho y tiene la opacidad de una
historia personal "hundida en otras historias"." Por eso es
admisible la sospecha; pero al mismo tiempo el testimonio
es una institucin de la sociedad, que tiene que ver con lo
jurdico y con un lazo social de confianza, como lo seal
Arendt. Ese lazo, cuando el testimonio narra la muerte o la
vejacin extrema, establece tambin una escena para el
duelo, fundando as comunidad all donde fue destruida.f
7 La mmoire, l'histoire, l'oubli, cit., pp. 204-205.8 Es muy interesante el caso de la Comisin de la Verdad y Reconci-
liacin peruana. Como lo seala Christopher van Ginhoven Rey, la CVR
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68 BEATRIZ SARLO
El discurso de la memoria, convertido en testimonio, tie-
ne la ambicin de la autodefensa; quiere persuadir al inter-
locutor presente y asegurarse una posicin en el futuro;
precisamente por eso tambin se le atribuye un efecto repa-
rador de la subjetividad. Este aspecto es el que subrayan las
apologas del testimonio como "sanacin" de identidades
en peligro. En efecto, tanto la adjudicacin de un sentido
nico a la historia, como la acumulacin de detalles, pro-
ducen un modo realista-romntico, en el cual el sujeto que
narra atribuye sentidos a todo detalle por el hecho mismo
de que l lo ha incluido en su relato; y, en cambio, no se
cree obligado a atribuir sentidos ni a explicar las ausencias,
como sucede en el caso de la historia. El primado del deta-
lle es un modo realista-romntico de fortalecimiento de la
credibilidad del narrador y de la veracidad de su narracin.
Por el contrario, la disciplina histrica se ubica lejos de la
utopa de que su narracin puede incluirlo todo. Opera con
elipsis, por razones metodolgicas y expositivas. Sobre esta
cuestin, Ricoeur estableci una diferencia entre "individual"
"reconoci desde un principio que el testimonio 'es tambin una forma
de procesar un duelo largamente postergado', un 'instrumento terapu-tico' esencial para la reconciliacin, en la medida en que toda transicin
busca reconciliar no solamente a la sociedad civil consigo misma, sinotambin a la lgica poltica con la lgica del duelo". ("La construccinde la fuente y los fundamentos de la reconciliacin en el Per: anlisis delInforme final de la Comisin de la Verdad y Reconciliacin", mirneo, Dep.of Spanish and Portuguese, New York University, 2005.)
LA RETRICA TESTIMONIAL 69
y "especfico" (que recuerda la definicin lukacsiana de tipo):
"Paul Veyne desarrolla la aparente paradoja de que la histo-
ria no tiene como objeto el individuo sino lo especfico. La
nocin de intriga nos aleja de toda defensa de la historia co-
mo una ciencia de lo concreto. Incluir un elemento en una
intriga implica enunciar algo inteligible y, en consecuencia,
especfico: 'Todo lo que puede enunciarse de un individuo
posee una suerte de generalidad'''.9 Lo especfico histrico
es lo que puede componer la intriga, no como simple detalle
verosmil sino como rasgo significativo; no es una expansin
descriptiva de la intriga sino un elemento constitutivo some-
tido a su lgica. El principio de la elipsis, enfrentado con la
idea ingenua de que todo lo narrable es importante, rige lo
especfico porque, como sucede en la literatura, la elipsis es
una de las lgicas de sentido de un relato.
El modo realista-romntico
Cit a Susan Sontag en el comienzo. Su advertencia de que
frente a los restos de la historia hay que confiar menos en la
memoria y ms en las operaciones intelectuales, compren-
der tanto o ms que recordar, se corresponde con la de
9 Paul Ricoeur, Temps et rcit, cit., vol. 1: L 'intrigue et le rcit historique,p. 304. [Tiempo y narracin: Configuracin del tiempo en el relato histrico, M-xico, Siglo XXI, 1983.] ,
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70 BEATRIZ SARLO
Annette Wieviorka, cuando afirma que vivimos "... una po-
ca en la que, de manera global, el relato individual y la opi-
nin personal ocupan muchas veces el lugar del anlisis'U"
Si ste es el tono de la poca, importa subrayar la poten-
cialidad explicativa de la intriga que, para dar alguna inteli-
gibilidad no importa cun problemtica a los hechos re-
construidos, debe mantener un control sobre el detalle. Es
cierto que la verdad est en el detalle. Sin embargo, si no se
lo somete a crtica, el detalle afecta la intriga por su abun-
dancia realista, es decir, verosimilizante pero no necesaria-
mente verdadera. La proliferacin del detalle individual
cierra ilusoriamente las grietas de la intriga, y la presenta
como si sta pudiera o debiera representar un todo, algo
completo y consistente porque el detalle lo certifica, sin te-
ner que mostrar su necesidad. El detalle, adems, fortalece
el tono de verdad ntima del relato: el narrador que recuer-
da de ese modo exhaustivo no podra pasar por alto lo im-
portante ni forzarlo, ya que eso que narra ha formado un
pliegue personal de su vida, y son hechos que ha visto con
sus propios ojos.En un testimonio los detalles no deben nun-
ca parecer falsos, porque el efecto de verdad depende de
ellos, incluso de su amontonamiento y repeticin.'!
10 Wieviorka, cit., p. 126.
11 As funcionan los detalles en un relato tan clsico y verosimilizante
como la non fiction o novela documental de Miguel Bonasso: El presidenteque no fue, Buenos Aires, Planeta, 1997. Durante ms de seiscientas pgi-nas se repiten las observaciones mnimas: el modo en que Hctor Cm-
lA RETRICA TESTIMONlM. 71
Muchos relatos testimoniales son excesivamente detalla-
dos, incluso proliferantes y ajenos a todo principio compo-
sitivo; esto es bien evidente en el caso de los desaparecidos
argentinos, chilenos, uruguayos, y de sus familiares. Sin em-
bargo, hay algunos textos en los que el detalle est contro-
lado por la idea de una representacin restringida de la si-
tuacin car~elaria y, en consecuencia, bastante ms atenida
a sus condiciones. Pienso en The Little School de la argentina
Alicia Partnoy. No casualmente, The Little School empieza
con el relato de la captura de Partnoy contado en tercera
persona, de modo que la identificacin est mediada por
un principio de distancia. Y casi en la mitad del libro otro,texto en tercera persona vale como una especie de corte en
el movimiento de identificacin autobiogrfica; la tercera
persona es un compromiso con lo especfico de la situacin
y no simplemente con lo que ella tiene de individual. La
primera frase es "Aquel medioda ella tena puestas las
chancletas de su marido". Ese mundo familiar concreto se
quiebra con los golpes en la puerta; llegan los secuestrado-
res. En el primer captulo, la presa-desaparecida recin tras-
pora mastica un bife, sus miradas a las mujeres, su ropa atildada. La ver-dad de lo que Cmpora dice o hace en la esfera poltica est apoyada enla creencia que construyen esos detalles que integran un "dispositivo deprueba". Vase: B. S., "Cuando la poltica era joven", Punto de Vista, n-mero 58, agosto de 1997. En ese artculo tambin se menciona La volun-tad de Martn Caparrs y Eduardo Anguita (Buenos Aires, Norma, 1997y 1998).
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72 BEATRlZ SARLO
ladada a "la escuelita", por debajo de las vendas que le im-
piden ver, reconoce una mancha azul y gotas de sangre: son
los pantalones de su marido. Nada ms, excepto la resolu-
cin de registrarlo todo (mirando de travs, hacia el piso,
por la ranura del trapo que le tapa los ojos).12Por la repeti-
cin de lo insignificante, los detalles en The Little School se
niegan a crear un pleno de representacin. Par.tnoy los or-
dena sabiendo que son demasiado pocos y demasiado po-
bres, porque pertenecen a una experiencia mutilada por la
inmovilidad permanente y la oclusin de lo visible. El deta-
lle insignificante y repetido se adecua mejor que la prolife-
racin a lo que ella relata.Cualquier suma de detalles no puede evitar el encierro de
una historia en los interrogantes que le dieron origen. Los
hijos de desaparecidos lo dicen de diversas maneras: sienten
que el relato queda siempre incompleto y que deben seguir
construyndolo. Esto tiene una dimensin dramtica yjur-
dica que habla de la minuciosa destruccin de los rastros rea-
lizada por los responsables de las desapariciones.
En otros casos, cuando la historia que se quiere recons-
truir no es slo la de un padre o madre asesinados, cuando
lo que se busca comprender no es tanto el lugar o las cir-
12 Alicia Partnoy, The Liitle School; Tales 01Disappearance and Survival,San Francisco, Midnight Editions, 1986. Llego a este libro gracias a Fran-cine Masiello. Sobre Partnoy, vase: Diana Taylor, Disappearing Acts; Spec-tacles 01 Gender and Nationalism in Argentina's 'Dirty War', Durham y Lon-
dres, Duke University Press, 1997, pp. 162 Yss.
LA RETRICA TESTIMONIAL 73
cunstancias de la muerte y el destino del cuerpo, cuando las
pretensiones de la narracin exceden la bsqueda de una
respuesta a una pregunta sobre las condiciones en que se
ejerci la violencia de estado para incluir el paisaje cultural y
poltico previo a las intervenciones militares, quedan bien en
evidencia las debilidades de una memoria que recuerda de-
masiados detalles no significativos, una memoria que, como
no podra ser de otro modo, a veces entiende y a veces no
entiende aquello mismo que reconstruye. Es en este momen-
to cuando la ilusin de una representacin completa produ-
ce disquisiciones narrativas y descriptivas, digresiones y des-
vos cuyo motivo slo es que eso aconteci al narrador o al
sujeto que ste evoca. y, entonces, la proliferacin multiplica
los hilos de un relato testimonial sin encontrar la razn argu-
mentativa o esttica que sostenga su trama. ste es el caso
del libro de Cristina Zuker que tiene como objeto la vida de
su hermano Ricardo, militante montonero, desaparecido en
la fracasada contraofensiva iniciada en 1979. El subttulo Una
sagafamiliares especialmente apropiado a la empresa recons-
tructiva que comienza con los abuelos maternos y paternos
de ambos hermanos, su infancia, la relacin con sus padres,
la relacin entre sus padres, los conflictos psicolgicos de
una familia, las preferencias cotidianas, todo ello como un
prembulo que sejuzga necesario (como si se tratara de una
novela realista) antes de entrar en los aos setenta; e incluso
en esos aos, los detalles de la vida familiar, los nios, el des-
tino de los hijos de desaparecidos o combatientes, ocupan
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74 BEATRIZ SARLO
porciones importantes del relato que, as, se sostiene sobre
una dimensin afectiva de rememoracin. Ceida a la idea
realista de novela, Zuker escribe un captulo final donde, co-
mo en Dickens, se sigue el destino de los personajes, en algu-
nos casos hasta su muerte, que es presentada como emble-
mtica de lo que sufrieron en vida, sin que esas aclaraciones
finales tengan una razn compositiva que los vincule a la his-
toria central que, de todos modos, ha ido bifurcndose en
un testimonio de la autora sobre la relacin con su hermano
y muchas otras cosas.P
Entre detalle individual y relato teleolgico hay una rela-
cin obvia aunque no siempre visible. Si la historia tiene un
sentido establecido de antemano, los detalles se acomodan
a esa direccin incluso cuando los propios protagonistas se
demoren en percibirla. Los rasgos, peculiaridades, defectos
menores y manas de los personajes del testimonio termi-
nan organizndose en algn tipo de necesidad inscripta
ms all de ellos. El modo que denomin realista-romnti-
co se adapta bien a estas caractersticas de la narracin tes-
timonial que,justamente por estar respaldadas por una sub-
jetividad que narra su experiencia, dan la impresin de
colocarla ms all del examen.
La cualidad romntica tiene que ver con dos rasgos. El
primero, por supuesto, es el centramiento en la primera
13 Cristina Zuker, El tren de la victoria; una saga familiar, Buenos Aires,Sudamericana, 2003.
LA RETRICA TESTIMONIAL 75
persona, o en una tercera persona presentada a travs del
discurso indirecto libre que entrega al narrador la perspec-
tiva de una primera persona. El narrador confa en la re-
presentacin de una subjetividad y, con frecuencia, en su
expresin efusiva y sentimental, que remite a un horizonte
narrativo identificable con la "nota de color" del periodis-
mo, algunas formas del non fiction o las malas novelas (soy
consciente de que el adjetivo "malas" despierta un resque-
mor relativista, pero quisiera que se admita que existen no-
velas a las que puede aplicarse ese adjetivo).
Adems, los textos d~ inspiracin memorialstica produci-
dos sobre las dcadas de 1960 y 1970 se refieren a lajuventud
de sus protagonistas y narradores. No se trata de un simple
dato demogrfico (la mitad de los muertos y desaparecidos
argentinos tenan menos de veinticinco aos), sino ms bien
de la creencia en que cierta etapa de una gigantesca moviliza-
cin revolucionaria se desarroll bajo el signo inaugural e in-
minente de la juventud. Las organizaciones de derechos hu-
manos desde los aos de la dictadura argentina hablaron,
especialmente las Madres y ms tarde las Abuelas, de "nues-
tros hijos", fijando en una co~signa un argumento poderoso:
sacrificados en plena juventud precisamente porque respon-
dan a una imagen de la juventud que coincide con el senti-
do comn: desinters, mpetu, idealismo. La cualidad juvenil
se enfatiza cuando los hijos de esos militantes muertos o de-
saparecidos duplican el efecto de juventud, destacando que
ellos son, en la actualidad, mayores que sus padres en el mo-
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76 BEATRIZ SARLO
mento en que stos fueron asesinados. Entre las Madres y los
Hijos, el sujeto de la memoria de estas dcadas es la juventud
esencial, congelada en las fotografias y en la muerte.Es evidente que para las vctimas o los familiares de las
vctimas, armar una historia es un captulo en la bsqueda
de una verdad que, de todas formas, la reconstruccin en
modo realista-romntico de los hechos no est invariable-
mente en condiciones de restaurar. La prctica de esa narra-
cin es un derecho, y, al ejercerlo, aunque lo incomprendi-do del pasado subsista, y la narracin no pueda responder a
las preguntas que la generaron, el recuerdo como proceso
subjetivo abre una exploracin que es necesaria al sujeto que
recuerda (y al mismo tiempo lo separa de quienes se resisten
a recordar). La cualidad realista sostiene que la acumulacin
de peripecias produce el saber buscado y que ese saber po-
dra tener una significacin general. Reconstruir el pasado
de un sujeto o reconstruir el propio pasado, a travs de testi-
monios de fuerte inflexin auto biogrfica, implica que el su-
jeto que narra (porque narra) se aproxima a una verdad que,
hasta el momento mismo de la narracin, no conoca total-
mente o slo conoca en fragmentos escamoteados.
Qu fue el presente?
La memoria es siempre anacrnica: "un revelador del pre-
sente", escribi Halbwachs. La memoria no es invariable-
LA RETRICA TESTIMONIAL 77
mente espontnea. En Shoah los aldeanos polacos, a quienes
Lanzmann obliga a recordar, con violencia verbal y acosn-
dolos con la cmara, responden sobre una poca que se ven
forzados a traer hasta el presente en el que estn respon-
diendo; lo mismo sucede con los sobrevivientes de los cam-
pos de concentracin, empujados a ir ms all de lo que re-
cordaran librados slo a una rememoracin espontnea.
Lanzmann fuerza a los aldeanos polacos que vivieron cerca
del emplazamiento de los campos a que recuerden lo que
han olvidado, lo que no quieren recordar, sus propias mise-
rias e indignidades frente a los trenes que pasaban con las
vctimas; y tambin obtiene ms recuerdos que los "espont-neos" en los sobrevivientes, a quienes persigue con su cma-
ra hasta que algunos de ellos le piden que d por terminada
la entrevista. En ambos casos, se trata de una imposicin de la
memoria. Tanto en los aldeanos como en los sobrevivientes,
aunque de maneras diferentes, la memoria es exigida ms
all de lo que los sujetos pensaron que poda serlo y ms all
de sus intereses y voluntades. As, la memoria del Holocaus-to se descentra, no porque abandone la escena de masacre,
sino porque va a ella a pesar de quienes dan su testimonio,
presionando sobre el recuerdo acostumbrado.
El saber que Lanzmann tiene de los campos empuja la
memoria de las Vctimas o de los testigos para hacerles de-
cir ms de lo que diran librados a su espontaneidad. La in-
tervencin es una forzadura de la memoria espontnea de
aquel pasado y de su codificacin en una narracin conven-
-
78 BEATRIZ SARLO
cional, sobre la que se ejerce la presin de un saber cons-
truido en el presente. Los aldeanos o las vctimas tambin
hablan en el presente e, inevitablemente, saben ms de lo
que saban en el momento de los hechos, aunque tambin
~ayan olvidado o buscado el olvido.Esta discordancia de los tiempos es inevitable en las na-
rraciones testimoniales. Tambin la disciplina histrica est
perseguida por el anacronismo y uno de sus problemas es
precisamente reconocerlo y trazar sus lmites. Todo discurrir
sobre el pasado tiene una dimensin anacrnica; cuando
Benjamin se inclina por una historia que libere el pasado de
su reificacin, redimindolo en un acto presente de memo-
ria, en el impulso mesinico por el que el presente se hara
cargo de una deuda de sufrimiento con el pasado, es decir,
en el momento en que la historia se plantea construir un pai-
saje del pasado diferente del que recorre, con espanto, el n-
gel de Klee, est indicando que el presente no slo opera so-
bre la construccin del pasado sino que es su deber hacerlo.
El anacronismo benjaminiano tiene, por una parte, una
dimensin tica y, por la otra, participa de la polmica con-
tra el fetichismo documental de la historia cientfica de co-
mienzos del siglo XX. Sin embargo, la crtica de la cualidad
objetiva atribuida a la reconstruccin de los hechos, no ago-
ta el problema de la doble inscripcin temporal de la histo-
ria. La indicacin de Benjamin podra tambin ser leda co-
mo una leccin a historiadores: mirar el pasado con los ojOSfri . to
de quienes lo vivieron, para poder captar all el su nmIen
LA RETRICA TESTIMONIAL 79
y las ruinas. La exhortacin sera, en este caso, metodolgi-
ca y, en lugar de fortalecer el anacronismo, sera un instru-
mento para disolverlo.
Estas cuestiones de perspectiva se plantean para encarar
un problema que, de todos modos, persistir. La historia no
puede simplemente cultivar el anacronismo por eleccin,
porque se trata de una contingencia que la golpea sin inte-
rrupciones y est sostenida por un proceso de enunciacin
que, como se vio, es siempre presente. Pero sucede que la
disciplina histrica sabe que no debe instalarse cmodamen-
te en esta doble temporalidad de su escritura y de su objeto.
Esto la distingue de las narraciones testimoniales, donde el
presente de la enunciacin es la condicin misma de la re-
memoracin: es su materia temporal, tanto como el pasado
es aquella materia temporal que quiere recapturarse. Las na-
rraciones testimoniales estn cmodas en el presente por-
que es la actualidad (poltica, social, cultural, biogrfica) la
que hace posible su difusin cuando no su emergencia. El
ncleo del testimonio es la memoria; no podra decirse lo
mismo de la historia (afirmar que es preciso hacer historia
como si se recordara slo abre una hiptesis).
El testimonio puede permitirse la anacrona, ya que se
compone con lo que un sujeto se permite o puede recordar,
lo que olvida, lo que calla intencionalmente, lo que modifi-ca lo ., que mventa, lo que transfiere de un tono o gnero aOtro lo ., que sus mstrumentos culturales le permiten captar
del pasado, lo que sus ideas actuales le indican que debe ser
-
80 BEATRIZ SARLO
enfatizado en funcin de una accin poltica o moral en el
presente, lo que utiliza como dispositivo retrico para argu-
mentar, para atacar o defenderse, lo que conoce por expe-
riencia y lo que conoce por los medios, que se confunde, des-. . , tct 14pus de un tiempo, con su experiencia, etcetera, e ce era.
La impureza del testimonio es una fuente inagotable de
vitalidad polmica, pero tambin requiere que su sesgo no se
olvide frente al impacto de la primera persona que habla por
s y estampa su nombre como re aseguro de su verdad. Tanto
como las de cualquier otro discurso, las pretensiones de ver-
dad del testimonio son eso: un reclamo de prerrogativas. Si
en el testimonio el anacronismo es ms inevitable que en
cualquier otro gnero de la historia, ello no obliga a aceptar
lo inevitable como inexistente, es decir, olvidarlo precisamen-
te porque no es posible eliminarlo. Al contrario: hay que re-
cordar la cualidad anacrnica porque es imposible eliminarla.
Cuando me refiero al anacronismo15 entiendo el que
Georges Didi-Huberman llama "trivial", que no ilumina el
pasado sino que muestra los lmites que la distancia pone pa-
ra su comprensin. Sin embargo, Didi-Huberman reconoce,
14 Elizabeth Jelin escribe: "La memoria es una fuente crucial para la
historia, aun (y especialmente) en sus tergiversaciones, desplazamientosy negaciones, que plantean enigmas y preguntas abiertas a la investiga-cin" (Los trabajos de la memoria, Madrid, Siglo XXI de Espaa Editores-
Siglo XXI de Argentina Editores, 2002, p. 75).15 Retorno algunas ideas de mi trabajo La pasin y la excepcin, Buenos
Aires, Siglo XXI, 2003.
LA RETRICA TESTIMONIAL 81
frente a la trivialidad de remitir todo pasado al presente, una
perspectiva desde la que se descubre en los sucesos pretri-
tos "un ensamblaje de anacronismos sutiles, fibras de tiempo
entremezcladas, campo arqueolgico a descifrar'Uv En este
sentido, el anacronismo nunca podra eliminarse completa-
mente y slo una visin dominada por la generalizacin abs-
tracta podra confiar en aplanar las texturas temporales que
no slo son las que arman el discurso de la memoria y de la
historia, sino que muestran de qu sustancia temporal hete-
rognea estn tejidos los "hechos". Reconocer esto, sin em-
bargo, no implica que todo relato del pasado se entregue a
esa heterogeneidad como a un destino fatal, sino que traba-
16 Georges Didi-Huberman, Deuant le temps; histoire de l'art et anachronis-me des images, Pars, Minuit, 2000, pp. 36-37. De acuerdo con Jacques Ran-cire, Didi-Huberman sugiere que estos objetos nos colocan frente a un
tiempo que desborda los marcos de una cronologa: "Ese tiempo, que noes exactamente el pasado, tiene un nombre: es la memoria ... que humaniza yconfigura el tiempo, entrelaza sus fibras, asegura las transmisiones, y se
condena a una esencial impureza ... La memoria es psquica en su proce-so, anacrnica en sus efectos de montaje, de reconstruccin o de 'decanta-cin' del tiempo. No puede aceptarse la dimensin memorativa de la his-
toria sin aceptar, junto a ella, su anclaje en el inconsciente y su dimensin
anacrnica". La cita de Ranciere pertenece a "Le concept d'anachronis-me et la vrit de l'historien", L'Inactuel; nmero 6,1996. En su muy inte-resante trabajo sobre la memoria popular del fascismo (Fascism in Popular
Memory; Cambridge University Press, 1987), Luisa Passerini trabaja losdeslizamientos de tiempo y de interpretacin, sealando que el testimo-nio es ineludible en la medida en que el objeto del historiador sea el dereconstruir la forma en que una configuracin de hechos ha impactado
sobre los sujetos contemporneos a ellos.
-
82 BEATRIZ SARLO
je con ella para alcanzar una reconstruccin inteligible, es
decir: que sepa con qu fibras est construida y, como si se
tratara de la trama de un tejido, las disponga para mostrar
del mejor modo el diseo buscado.
Sin duda, no es un ideal de conocimiento renunciar a la
densidad de temporalidades diferentes. Indicara solamente
un deseo de simplicidad que no alcanza para recuperar el
pasado en un imposible "estado puro". Como alguna vez di-
jo Althusser, no existe el crneo de Voltaire nio. Pero para
pensar el pasado, tambin es insuficiente la tendencia a colo-
car all las formas presentes de una subjetividad que, sin plan-
tearse una diferencia, cree encontrar el "crneo de Voltaire
nio" cuando, en realidad, est dando una forma entera-
mente nueva a los objetos reconstruidos. Para decido con un
ejemplo: la idea de derechos humanos no exista en las dca-
das de 1960 y 1970 dentro de los movimientos revoluciona-
rios. Y si es imposible (e indeseable) extirpada del presente,
tampoco es posible proyectada intacta hacia el pasado.
La memoria, tal como se ha venido argumentando, so-
porta la tensin y las tentaciones del anacronismo. Esto suce-
de en los testimonios sobre los aos sesenta y setenta, tanto
los que provienen de los protagonistas y estn escritos en pri-
mera persona, como los producidos por tcnicas etnogrfi-
cas que utilizan una tercera persona muy prxima a la pri-
mera (lo que en literatura se denomina discurso indirecto
libre). Frente a esta tendencia discursiva habra que tener en
cuenta, en primer lugar, que el pasado recordado es dema-
LA RETRICA TESTIMONIAL 83
siado cercano y, por eso, todava juega funciones polticas
fuertes en el presente (vanse, si no, las polmicas sobre los
proyectos de un museo de la memoria). Adems, quienes re-
cuerdan no estn retirados de la lucha poltica contempor-
nea; por el contrario, tienen fuertes y legtimas razones para
participar en ella y para invertir en el presente sus opiniones
sobre lo sucedido hace no tanto tiempo. No es necesario re-
currir a la idea de manipulacin para afirmar que las memo-
rias se colocan deliberadamente en el escenario de los con-
flictos actuales y pretenden jugar en l. Por ltimo, sobre las
dcadas del 60 Y70 existe una masa de material escrito, con-
temporneo a los sucesos -folletos, reportajes, documentos
de reuniones y congresos, manifiestos y programas, cartas,
diarios partidarios y no partidarios-, que seguan o anticipa-
ban el transcurso de los hechos. Son fuentes ricas, que sera
insensato dejar de lado porque, a menudo, dicen mucho ms
que los recuerdos de los protagonistas o, en todo caso, los
vuelven comprensibles ya que les agregan el marco de un es-
pritu de poca. Saber cmo pensaban los militantes en 1970,
y no limitarse al recuerdo que ellos ahora tienen de cmo
eran y actuaban, no es una pretensin reificante de la subje-
tividad ni un plan para expulsada de la historia. Significa, so-
lamente, que la "verdad" no resulta del sometimiento a una
perspectiva memorialstica que tiene lmites ni, mucho me-
nos, a sus operaciones tcticas.
Por supuesto, esos lmites afectan, como no podra ser
de otra forma, los testimonios de quienes resultaron vcti-
-
84 BEATRlZ SARLO
mas de las dictaduras; ese carcter, el de vctimas, interpe-
la una responsabilidad moral colectiva que no prescribe.
No es, en cambio, una orden de que sus testimonios que-
den sustrados del anlisis. Son, hasta que otros documen-
tos no aparezcan (si es que aparecen los que conciernen a
los militares, si es que se logra recuperar los que se ocul-
tan, si es que otros rastros no han sido destruidos), el n-
cleo de un saber sobre la represin; tienen adems la tex-
tura de lo vivido en condiciones extremas, excepcionales.
Por eso, son irreemplazables en la reconstruccin de esos
aos. Pero el atentado de las dictaduras contra el carcter
sagrado de la vida no traslada ese carcter al discurso tes-
timonial sobre aquellos hechos. Cualquier relato de la ex-
periencia es interpretable.
Las ideas y los hechos
Cunto de las ideas que movilizaron los aos sesenta y se-
tenta queda en los relatos testimoniales?
La pregunta importa porque aquella fue una poca fuer-
temente ideolgica, tanto en la izquierda como en la dere-
cha (ninguna de las dos haba sido atravesada por el prag-
matismo). ste es un rasgo diferencial, una cualidad que
hace al tono de la poca y que se descubre muy rpidamen-
te no slo cuando se leen los textos francamente polticos,
lo cual es obvio, sino cuando se leen tambin los diarios y
LA RETRlCA TESTIMONIAL 85
semanarios de la industria cultural. La televisin no haba
implantado una hegemona completa; la prensa escrita se-
gua siendo el principal medio de informacin; quien, en
una hemeroteca, ocupe dos horas en la consulta de los co-
tidianos populares argentinos de ese perodo quedar pro-
bablemente asombrado, tanto como quien compruebe que
los Diarios de Ernesto Guevara fueron serializados en la re-vista ms sensacionalista de fines de los aos sesenta, en la
que compartieron pgina con las noticias policiales y las ve-
dettes del teatro de revistas. En la Argentina, en los primeros
aos setenta, se consuman ms diarios por habitante que
en la actualidad y el noticiero televisivo no haba reempla-
zado todava al diario popular vespertino que le ofreca a su
pblico varias pginas de informacin sindical, en un mo-
mento de radicalizacin del sindicalismo.
El clima de poca no se defina slo por afinidades prag-
mticas o por identificaciones afectivas. Las ideologas, le-
jos de declinar, aparecan como sistemas fuertes que or-
ganizaban experiencias y subjetividades. Fueron dcadas
ideolgicas, donde lo escrito desempeaba todava un pa-
pel importante en la discusin poltica por dos razones: por
un lado, se trataba de la prctica de capas medias, escolari-
zadas, con direcciones que provenan de la universidad o
de encuadramientos sindical-polticos donde la batalla de
las ideas era fundamental; por otro lado, la mayora de la
militancia y el activismo era joven y reforzaba el carcter
ilustrado de franjas importantes de los movimientos.
-
86 BEATRIZ SARLO
Se crea que las viejas lealtades polticas tradicionales po-
dran o disolverse o modificarse, y que las tradiciones pol-
ticas deban ser reivindicadas porque su transformacin
ideolgica las integrara en nuevos marcos programticos.
Estas operaciones no podan realizarse sin un fuerte com-
ponente letrado en los cuadros de direccin y en los secto-
res intermedios, e incluso en la base de las organizaciones.
El imaginario de la revolucin era libresco y esto se mani-
festaba en la insistencia sobre la formacin terica de los
militantes; las discusiones entre organizaciones se alimenta-
ban de citas (por supuesto, recortadas y repetidas) de algu-
nos textos fundadores, a los que haba que conocer. La po-
ltica de esos aos, con diferencias de periodizacin segn
las naciones del sur de Amrica, giraba tanto alrededor de
algn texto sagrado corno de la voluntad revolucionaria. 0,
ms bien, la voluntad revolucionaria tena algn libro en su
origen, como tena tambin a algn pas socialista (Cuba,
Vietnam, China). La importancia de la "teora" (una ver-
sin simplificada para usos prcticos), sobre todo en el cam-
po marxista, les dio un carcter singularmente doctrinario
a muchas intervenciones polticas y sera un error pensar
que esto suceda slo en el espacio universitario o que era
protagonizado exclusivamente por la pequea burguesa.
Incluso los populismos revolucionarios sostenan su accin
en un imaginario cuyas fuentes eran escritas.
Basta leer los cientos de pginas de los movimientos cris-
tianos radicalizados, donde las interpretaciones de las enc-
LA RETRICA TESTIMONIAL 87
clicas y de los Evangelios fueron verdaderos ejercicios de se-
cularizacin de la teologa, que tuvieron influencia no slo
sobre las organizaciones polticas sino tambin sobre mu-
chos obispos de Amrica Latina.I? Cruzndose, mezclndose
y contaminndose con las versiones marxistas, dependentis-
tas, nacionalistas y en confluencia con el peronismo radicali-
zado, un relato de origen cristiano, el milenarismo, produjo
una masa de textos que, en un extremo, integraba la "teolo-
ga de la liberacin" y, en el otro, la teora de la lucha arma-
da, ya que la nueva sociedad estara precedida por una etapa
de destruccin reparadora. El milenarismo fue proftico y a
travs de sus profetas, comenzando por la palabra de Cristo,
sus legiones se reconocen y organizan. La profeca llega al
presente desde el pasado, autorizando el cambio que ha sido
anunciado en los textos sagrados. En Amrica Latina, el cris-
tianismo revolucionario de los aos sesenta y setenta marc
el momento de mayor compacidad y penetracin de este dis-
curso. Se ley la Biblia en clave tercermundista y se divulga-
ron versiones secularizadas del mensaje evanglico. Los do-
17 Una antologa de textos y un panorama histrico pueden encontrar-se en Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas, Buenos Aires, Ariel, 2001, dondeCarlos Altamirano escribi el captulo sobre las posiciones nacional-popu-lares. Claudia Gilman ha estudiado los debates intelectuales de este pero-do en un libro excelente: La pluma y la espada, Buenos Aires, Siglo XXI,2003. Para una perspectiva comparativa con el caso francs, vase el ya ci-
tado libro de Jean-Pierre Le Goff, que realiza, a propsito de Mayo del 68y los aos siguientes, un estudio cuyo eje es la historia de las ideas.
-
88 BEATRIZ SARLO
cumentos del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mun-
do, la revista Cristianismo y Revolucin, la teologa de la libera-
cin del cura peruano Gustavo Gutirrez, prepararon el sue-
lo ideolgico donde el milenarismo cristiano se encontr
con la radicalizacin revolucionaria.If
Las ideas eran defendidas como ncleo constitutivo de la
identidad poltica, sobre todo en las fracciones marxistas del
movimiento radicalizado. La afirmacin de la primaca inte-
lec,tual no debera tornarse como descripcin de lo que efec-
tivamente suceda con los sujetos, sino co~o indicacin de
qu deba suceder. Pero esta indicacin en s misma era un
elemento activo de la realidad e incida en la configuracin
de las identidades polticas: la utopa de una teora revolu-
cionaria que informara y guiara la experiencia presionaba
sobre la prctica cotidiana de los movimientos. Esto no con-
virti a todos los militantes en eruditos, pero seal un ideal.
En las fracciones populistas, como lo fue el peronismo re-
volucionario en la Argentina, por un lado, se reivindicaba
una identidad histrica fundada en la identificacin con un
lder carismtico, y se planteaba la oposicin entre elites le-
tradas y pueblo como una lnea divisoria de la historia nacio-
nal, tan fuerte como la que opona la nacin al imperialis-
mo; por el otro, se difunda esa misma historia en versin
escrita, ensaystica, que era leda y aprendida por miles de j-
18 Vase "Estudio preliminar", cap. II, "Cristianos en el siglo", en:Beatriz Sarlo, La batalla de las ideas, cit.
LA RETRICA TESTIMONIAL 89
venes que encontraban en algunos autores "nacionales" y en
la teora de la dependencia de Cardoso y Faletto las claves
para ejercer, al mismo tiempo, un antiintelectualismo histori-
cista junto con una formacin libresca en esa tradicin de lu-
chas nacionales que los viejos sectores populares no haban
aprendido en los libros pero que los recin llegados al movi-
miento deban aprender en ellos. El debate sobre la natura-
leza del peronismo fue claramente ideolgico y estuvo mar-
cado por intervenciones intelectuales y acadmicas.t?
Los caminos de la revolucin (las "vas"), las fuerzas so-
ciales que se aliaban o se oponan en su recorrido (los fren-
tes, la direccin, las etapas, las tareas, segn el vocabulario
de la poca), y el tipo de organizacin (partido, movimien-
to, ejrcito revolucionario, y sus respectivas clulas, forma-
ciones, jerarquas, comunicacin y compartimentacin)
eran tambin captulos doctrinarios fundamentales y obje-
to de debate no slo en la prensa partidaria.20
19 La ms alta, seguramente, fue la del trabajo de Juan Carlos Portan-
tiero y Miguel Murmis, Estudio sobre los orgenes del peronismo, BuenosAires, Siglo XXI, 2004 (1971). Vase para una historia de las ideas sobre
el peronismo: Carlos Altarnirano, Bajo el signo de las masas, Buenos Aires,
Ariel Historia, 200l.20 La importancia de una revista como Pasado y Presente, y de la serie
de obras de las ms diversas lneas de la tradicin marxista aparecidas en
los "Cuadernos de Pasado y Presente", dirigidos por Jos Aric, no es IIndato solitario ni excepcional del perodo. Pasado y Presente representa elnivel intelectual ms sofisticado, pero formaba parte de un campo depublicaciones, dentro del cual los fascculos del Centro Editor de Arnri-
-
90 BEATRIZ SARLO
La emergencia de la guerrilla motiv, en el caso argenti-
no, que revistas y semanarios del mercado pusieran esta dis-
cusin, de larga tradicin en el movimiento comunista y so-
cialista, a disposicin de sus lectores. Ese desborde de temas
de la teora revolucionaria hacia la prensa de informacin
general, que se comprueba cada vez que se examinan peri-
dicos de la poca, marca tambin un proceso de difusin ha-
cia capas medias que no necesariamente se incluan en las
organizaciones. Las vanguardias polticas de ese perodo for-
maron parte de un movimiento ms amplio de renovacin
cultural que acompa los procesos de modernizacin so-
cioeconmica de la dcada del sesenta. Los cambios cultura-
les y en las costumbres fueron impulsados por una genera-
cin que dej su marca tambin en el periodismo, en nuevas
formas de vida y en las vanguardias estticas.
Todo esto es sabido. Ahora bien, si el perodo fue esce-
nario de un importante giro en las ideas que no se vivi so-
lamente en "estado prctico" sino bajo formas discursivas,
textuales, librescas; si el imaginario poltico, lejos de confi-
gurarse contra lo letrado, recurra a una cultura ilustrada
ca Latina (que se vendan en kioscos por decenas de miles) obtenan lamayor difusin masiva. Las colecciones del Centro Editor como Siglo-mundo (dirigida por Jorge Lafforgue), la Historia del sindicalismo (dirigidapor Alberto Pl), e incluso Polmica, una historia argentina dirigida porHayde Gorostegui de Torres, con mayor incidencia de los historiadoresprofesionales, formaban una biblioteca poltica popular, que poda en-
contrarse en toda la Argentina.
LA RETRICA TESTIMONIAL 91
para articular impulsos, necesidades y creencias; si el mito
revolucionario se sostuvo en una historia escrita y en un de-
bate que ya haba atravesado buena parte del siglo XX, la
pregunta es cunto del peso y la reverberacin de las ideas
ha quedado en las narraciones testimoniales o, ms bien,
qu sacrificio de la cara intelectual e ideolgica del movi-
miento poltico-social se impone en la narracin en pri-
mera persona de una subjetividad de la poca. Cunto
subsiste de este tenor ideolgico de la vida poltica en las
narraciones de la subjetividad?21 0, si se quiere, cul es el
gnero histrico ms afin a la reconstruccin de una poca
como aquella?
No se trata de discutir los derechos de la expresin de la
subjetividad. Lo que quiero decir es ms sencillo: la subjeti-
vidad es histrica y si se cree posible volver a captarla en
una narracin, es su diferencialidad la que vale. Una utopa
revolucionaria cargada de ideas recibe un trato injusto si se
la presenta slo o fundamentalmente como drama posmo-
derno de los afectos.
21 La captacin del clima ideolgico es, en cambio, exhaustiva en una
obra muy sensible tambin a la representacin de sensibilidades revolu-cionarias, como la biografia de Roberto Santucho e historia del ERP, deMara Seoane, Todo o nada (Buenos Aires, Sudamericana, 1991). Pero setrata de una historia, con fuentes documentales de todo tipo y no simple-mente de una reconstruccin sobre la base de testimonios.
-
92 BEATRIZ SARLO
Contra un mito de la memoria
Paolo Rossi escribe que, despus de Rousseau, "el pasado se-
r concebido como siempre 'reconstruido' y organizado so-
bre la base de una coherencia imaginaria. El pasado imagi-
nado se vuelve un problema no slo para la psicologa, sino
tambin (y se debera decir, sobre todo) para la historiogra-
fia... La memoria, como se ha dicho, 'coloniza' el pasado y
lo organiza sobre la base de las concepciones y las emociones
del presente".22 La cita va al centro de mi argumento. Por un
lado, la narracin hace sentido del pasado, pero slo si, co-
mo seal Arendt, la imaginacin viaja, se despega de su in-
mediatez identitaria; todos los problemas de la experiencia
(si se admite que hay experiencia) se abren en una actuali-
dad que oscila entre afirmar la crisis de la subjetividad en un
mundo mediatizado y la persistencia de la subjetividad co-
mo una especie de artesanado de resistencia.
De todos modos, si no se practica un escepticismo radical
y se admite la posibilidad de una reconstruccin del pasado,
se abren las vas de la subjetividad rememorante y de una his-
toria sensibilizada a ella pero que se distingue conceptual y
metodolgicamente de sus narraciones. Esa historia, como
lo seala Rossi, vive bajo la presin de una memoria (reali-
zando, de modo extremo, lo que Benjamin solicitara como
22 Paolo Rossi, El pasado, la memoria, el olvido, Buenos Aires, Nueva Vi-sin, 2003, pp. 87-88.
LA RETRICA TESTIMONIAL 93
refutacin del positivismo reificante) que reclama las prerro-
gativas de proximidad y perspectiva, prerrogativas a las que
la memoria quiz tiene derechos morales, pero no otros. Los
discursos de la memoria tan impregnados de ideologas co-
mo los de la historia, no se someten como los de la disciplina
histrica a un control que tenga lugar en una esfera pblica
separada de la subjetividad.
La memoria tiene inters en el presente tanto como la
historia o el arte, pero de manera distinta. Incluso en estos
aos, cuando ya se ha ejercido hasta sus ltimas consecuen-
cias la crtica de la idea de verdad, las narraciones de me-
moria parecen ofrecer una autenticidad de la que estamos
acostumbrados a desconfiar radicalmente. En el caso de las
memorias de la represin, la suspensin de esa desconfian-
za tuvo causas morales, jurdicas y polticas. Lo importante
no era comprender el mundo de las vctimas, sino lograr la
condena de los culpables.
Pero es dificil que quienes estn comprometidos en una
lucha por el esclarecimiento de las desapariciones, asesina-
tos y torturas, se limiten despus de dos dcadas de transi-
cin democrtica a establecer el sentido jurdico de su prc-
tica. Las organizaciones de derechos humanos politizaron
su discurso porque fue inevitable que buscaran un sentido
sustancial en las acciones de los militantes que sufrieron el
terrorismo de estado. El Nunca ms parece entonces insufi-
ciente y se pide no slo justicia sino tambin un reconoci-
miento positivo de las acciones de las vctimas.
-
11
94 BEATRIZ SARLO
Se entiende el sentido moral de esta reivindicacin. Pero
como se convierte en una interpretacin de la historia (y de-
ja de ser slo un .hecho de memoria) cuesta concederleque
se mantenga ajena al principio crtico que se ejerce sobre la
historia. Cuando una narracin memorialstica compite con
la historia y sostiene su reclamo en los privilegios de una sub-
jetividad que sera su garante (como si pudiramos volver a
creer en alguien que simplemente dice: "digo la verdad de lo
que sucedi conmigo o de lo que vi que suceda, de lo que
me enter que sucedi a mi amigo, a mi hermano"), se colo-
ca, por el ejercicio de una imaginaria autenticidad testimo-
nial, en una especie de limbo interpretativo.
""""