Santo Domingo Savio

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Santo Domingo Savio tuvo una vida sencilla y corta, pero recorrió un largo camino de santidad. Su vida es una obra maestra del Espíritu Santo; pero también es fruto de la pedagogía de san Juan Bosco.

Su fiesta se celebra, según unos santorales, el día 9 de Marzo, día de su muerte y entrada en el cielo. Pero los salesianos lo celebran el 6 de Mayo.

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Domingo Savio nació en Riva de Chieri, cerca de Turín, Italia, el 2 de abril de 1842. Nació a las 9 de la mañana.

Era el mayor de los cinco hijos de Ángel Savio, un mecánico muy pobre, y de Brígida, una sencilla mujer que ayudaba a la economía familiar haciendo costuras para sus vecinas.

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Carlos Savio y Brígida eran pobres, pero honrados y buenos católicos. El mismo día que nació Domingo, fue bautizado al atardecer.

Su madre especialmente fue quien enseñó a Domingo, desde muy pequeño a saberse poner en contacto con Dios por medio de la oración.

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 Cuando Domingo tenía sólo unos veinte meses, sus padres con Domingo se trasladaron a Murialdo. Allí estuvieron unos cinco años.

Domingo, antes de acostarse, siempre rezaba el Padrenuestro, el Ave María y la oración al ángel de la guarda.

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Domingo Savio, siendo muy pequeño, tuvo un día la delicadeza de agradecer a su padre los trabajos que hacía para poder sacar adelante la familia.

Un signo de buen espíritu es saber agradecer.

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Teniendo cinco años Domingo, su madre lo llevó a la iglesia, cuyo párroco era Don Juan Zucca, pues quería aprender a ayudar a misa.

El problema era que siendo tan pequeño casi no podía llegar al misal.

Así que incluso Don Zucca, cuando le pedía el misal, hacía bromas de su estatura y reían juntos.

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Desde muy pequeño, le agradaba mucho ayudar a la Santa Misa como acólito, y cuando llegaba al templo muy temprano y se encontraba cerrada la puerta,

Se quedaba allí de rodillas adorando a Jesús Eucaristía, mientras llegaba el sacristán a abrir, aunque estuviera nevando.

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Al ver eso, Domingo se retiró y más tarde explicó el motivo: “Ese hombre no es por cierto un buen cristiano, pues no hace la señal de la cruz antes de comer,

y por lo tanto, no está bien que nos sentemos a su lado".

Domingo era recio de carácter. Un día tuvieron un forastero convidado a la pobre mesa de la familia. Este hombre, que no era muy practicante, se sirvió de los alimentos sin siquiera santiguarse.

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En febrero de 1849, toda la familia se traslada a Mondonio. Domingo tiene siete años y una preparación y madurez poco común para su edad. Como sabía el catecismo de memoria y, sobre todo, por el gran deseo

que tenía de recibir a Jesús, el párroco le permitió recibir su primera comunión con siete años de edad, aun cuando la costumbre entonces era hacerla a los once años..

El día anterior a su primera confesión, pidió perdón a su madre por todos los disgustos que le había proporcionado con sus defectos infantiles.

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Aquel día fue siempre memorable para él”. Arrodillado al pie del altar, con las manos juntas y con la mente y el corazón transportados al cielo, pronuncia los propósitos que venía preparando desde hacía tiempo:

1. Me confesaré muy a menudo y recibiré la Sagrada Comunión siempre que el confesor me lo permita. 2. Quiero santificar los días de fiesta. 3. Mis amigos serán Jesús y María. 4. Antes morir que pecar”. 

Don Bosco comenta: “Estos propósitos fueron la norma de todos sus actos hasta el fin de su vida”.

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Domingo iba a clases a la escuela de otro pueblo distante unos 5 kilómetros, teniendo que recorrerlos a pie dos veces cada día. Lo peor era que tenía que pasar por caminos estrechos y solitarios.

Un día se encontró con un hombre que le dijo: Niño, ¿No te da miedo viajar solo por estos caminos?

Y el pequeño santo, que yendo a la escuela veía la única posibilidad de poder ser un día sacerdote, respondió: “Señor, yo no viajo solo. Me acompaña mi ángel de la guarda”.

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Domingo no participó en él, pero al llegar el profesor, los alumnos más indisciplinados le echaron la culpa de todo.

Un día hubo un grave desorden en clase.

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El profesor lo regañó fuertemente y lo castigó. Domingo se quedó callado.

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Cuando se enteró de la verdad, el profesor le preguntó por qué no se había defendido y él respondió: "Es que Nuestro Señor tampoco se defendió cuando lo acusaron injustamente. Y además, a los otros

sí los podían expulsar si sabían que eran ellos, porque ya han cometido faltas.

En cambio a mí, como era la primera falta que me castigaban, podía estar seguro de que no me expulsarían".

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Seguía ayudando a misa y con el pensamiento de poder llegar algún día a ser sacerdote.

El 2 de octubre de 1854 se produjo el encuentro de su vida. No pudiendo continuar los estudios por la precariedad económica de la familia, un sacerdote amigo lo recomendó a Don Bosco, que

en sus oratorios recibía a jóvenes de escasos recursos. “En este joven encontrará usted a un San Luis Gonzaga”, decía la carta de recomendación. A la presentación acompañó a Domingo su padre.

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Poco tiempo después llegó Domingo Savio y le recitó de memoria todo aquel capítulo. San Juan Bosco lo aceptó y Domingo, muy alegre por aquella noticia, le dijo a su educador:

Don Bosco, para probar su memoria y su disposición a estudiar, le dio un libro y le dijo que se aprendiera un capítulo.

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San Juan Bosco guiará a Domingo por el camino de la santidad juvenil, convirtiéndose en su padre, maestro y amigo.

"Ud. será el sastre. Yo seré el paño. Y haremos un buen traje para obsequiárselo a Nuestro Señor". Esto se cumplió admirablemente.

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Domingo tiene en ese momento 12 años. Le lleva también su padre. Allí pasa su adolescencia, viviendo con los muchachos pobres que el mismo Don Bosco recoge en su Oratorio. Era el 29 de Octubre de 1854.

San Juan Bosco hace que vaya a estudiar a Turín.

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Cuando se enteró de su significado, (Dame almas y quédate con lo demás), se alegró mucho porque allí se preocupaban principalmente del alma.

Al hacer la inscripción, le impresionó a Domingo la frase de don Bosco: “Da mihi animas, caetera tolle”.

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Pocos días después de llegar al Oratorio, dos compañeros se desafiaron a pelear a pedradas. Domingo Savio trató de apaciguarlos pero no le era posible.

Entonces, cuando los dos chicos estaban listos para lanzarse las primeras piedras, Domingo se colocó en medio de los dos con un crucifijo en las manos y les dijo: "Antes de lanzaros las piedras, decid: Jesús murió perdonando a los que lo crucificaron y yo no quiero perdonar a los que me ofenden.

Después podéis empezar arrojando vuestra primera piedra contra mí".

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Los dos enemigos se dieron la mano, hicieron las paces, y no se realizó la pelea.

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Aquella frase fue como una centella que provocó en el alma de Domingo un incendio de amor de Dios. Su meta ya estaba plenamente clara: la santidad.

Cierto día un sermón de Don Bosco lo llenó de entusiasmo."Es voluntad de Dios, decía don Bosco, que todos nos hagamos santos. Es bastante fácil conseguirlo.

Y hay en el cielo un premio preparado para quien llega a ser santo.”

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Éste sería el medio más adecuado para llegar a la más alta perfección. En ese momento el niño Domingo se propuso convertirse en santo.

A los seis meses de ingresar al Oratorio, escuchó con atención un sermón de Don Bosco Acerca de la austeridad y el sacrificio, donde remarcaba que cuando uno se siente oprimido

por alguna calamidad o molestia del cuerpo, hay que ofrecérselo a la Virgen.

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Una noche de invierno, Don Bosco encontró a Domingo temblando de frío en la cama, sin más cobertor que una sábana. —¿Te has vuelto loco? ¡Vas a coger una pulmonía!

—No lo creo —respondió Domingo—. Nuestro Señor no cogió ninguna pulmonía en el establo de Belén.

Domingo comenzó a realizar austeridades de todo tipo, como consumir sólo la mitad de su ración de comida, dormir menos tiempo y rezar más.

Sentía gran devoción por la Virgen María, llegando a permanecer más de cinco horas diarias rezando.

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Esto le costó comprenderlo a Domingo, pues creía que la santidad consistía en hacer grandes penitencias externas. San Juan Bosco le insistió que la penitencia que Dios quiere es la obediencia a los superiores.

Desde entonces Don Bosco le prohibió hacer ninguna penitencia sin su permiso.

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Y luego le fue explicando don Bosco a Domingo: ”Cada día se presentan mil oportunidades de sacrificarse alegremente: el calor, el frío, la enfermedad,

el mal carácter de los otros. La vida de escuela constituye una mortificación suficiente para ti".

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En una ocasión, Don Bosco prometió atender, en la medida de sus posibilidades, cualquier petición que le hicieran los jóvenes del Oratorio. Llovieron toda clase de pedidos.

Domingo tomó su papelito y escribió algo diferente a todos: “Le pido que salve mi alma y me haga santo". Don Bosco tomó en serio aquel pedido. Llamó a Domingo Savio y le dijo:

"Te quiero regalar la fórmula de la santidad, pon atención a lo que te digo”:

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Segundo, deberes de estudio y de piedad. Atención de la clase, empeño en el estudio, empeño en la oración. Todo esto hazlo, no por ambición ni para hacerte alabar, sino por amor al Señor y para llegar a ser verdadero

hombre. Tercero, haz el bien a los otros. Ayuda a tus compañeros siempre, aunque te cueste sacrificio. La santidad se alcanza así, está todo aquí.

Primero, alegría. Lo que turba y te quita la paz no viene del Señor.

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Domingo tomó en serio los consejos de don Bosco. Lo primero la alegría.

Siempre buscaba medios para dar alegría a sus compañeros.

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 “Tienes que saber que en esta casa la santidad consiste en estar siempre muy alegres. Sólo nos esforzamos en evitar el pecado, un gran enemigo que nos roba la gracia de Dios y la paz

del corazón, y en cumplir bien nuestros deberes".

Así, luego de ganarse la simpatía de un jovencito al que acababan de admitir en el Oratorio, Domingo le explicó: 

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Esta conquista de la santidad en la vida de Savio se presenta marcada por el carisma salesiano, según la enseñanza de Don Bosco: en primer lugar, tenía que ser un santo alegre…

…y después, aplicando la máxima “salvando sálvate”, debía hacer apostolado entre sus compañeros.

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 “Yo desearía, solía decir Domingo,  hacer algo en honor de María, pero hacerlo pronto porque temo que me falte el tiempo”.

El apostolado lo hizo, sobre todo, fundando la Compañía de María Inmaculada.

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La Compañía era una asociación “secreta” guiada por Don Bosco y en ella participaban algunos de los mejores alumnos del Oratorio, deseosos de hacer apostolado con sus compañeros.

Es curioso que de los 18 jóvenes con los cuales dos años después fundó San Juan Bosco la Comunidad Salesiana, 11 eran de la asociación fundada por Domingo Savio.

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Las “constituciones” de la Compañía se resumían en cuatro puntos: la observancia de las reglas de la casa, el buen ejemplo a los compañeros, el buen uso del tiempo y la vigilancia en detectar e inhibir la acción de los malos elementos que pervierten a los demás.

Y hacer una verdadera consagración de sí mismos a María.

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En la primera fiesta de María Inmaculada transcurrida con Don Bosco, Domingo se consagró a la Virgen con una oración que escribió en un papel, y que llegaría a ser famosa en todas las casa salesianas:

“María, te doy mi corazón; Haz que sea siempre tuyo. Jesús y María, sean siempre mis amigos; Pero por piedad hágame morir antes de tener la desgracia de cometer un solo pecado”.

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Y todo, por su gran personalidad, fuerte unión con el Señor, y coherencia de vida. Todo esto acompañado de una capacidad extraordinaria de hacerse amigos de todos,

y de organizar lo que hiciera falta con tal de hacer el bien, ayudar a Don Bosco, y servir al Señor.

La fama de Domingo Savio fue creciendo, supo hacerse querer y respetar por sus compañeros.

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Un día no fue a desayunar ni a almorzar, lo buscaron por toda la casa y lo encontraron en la iglesia, como suspendido en éxtasis. No se había dado cuenta de que ya habían pasado varias horas.

Cada día, Domingo iba a visitar al Santísimo Sacramento en el templo, y en la santa Misa, después de comulgar, se quedaba como en éxtasis hablando con Nuestro Señor.

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Por tres años se ganó el Premio de Compañerismo, por votación popular entre los 800 alumnos. Los compañeros se admiraban de verlo siempre tan alegre, tan amable, y tan servicial con todos.

Él repetía: "Nosotros demostramos la santidad, estando siempre alegres".

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Al corregir a un joven que decía malas palabras, el otro le dio un bofetón. Domingo se enrojeció y le dijo: "Te podía pegar yo también. Pero te perdono, con tal de que no vuelvas a decir lo que no conviene decir".

El otro se corrigió y en adelante fue su amigo.

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Vaticinando su próximo fin, escribió a un gran y buen amigo suyo, Massaglia, que estaba enfermo: “Me dices que no sabes si volverás al Oratorio a visitarnos;

también mi carcacha aparece bastante deteriorada, y todo me hace presagiar que me acerco a grandes pasos al término de mis estudios y de mi vida".

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Así, Don Bosco le aconsejó ir a la casa paterna. Con el corazón partido y tras hacer con sus compañeros el acostumbrado ejercicio de preparación para bien morir, pidió a Don Bosco: 

“Ruegue para que yo pueda tener una buena muerte, y será hasta la vista, en el Paraíso".

A inicios de 1857 su enfermedad se agravó notablemente. Una tos persistente despertaba serios temores por el contagio, tanto más cuando el cólera cundía en la región de Turín.

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Cada mes, en el Retiro Mensual se rezaba un Padrenuestro por aquel que habría de morir primero. Domingo les dijo a los compañeros: "el Padrenuestro de este mes será por mí".

Nadie se imaginaba que iba a ser así, y así fue.

Cuando Domingo se despidió de don Bosco, los alumnos que lo rodeaban comentaban: "Mirad, parece que Don Bosco va a llorar".

Los primeros días de marzo de 1857, Domingo recibió los últimos sacramentos.

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Domingo Savio estaba preparado para partir hacia la eternidad. Murió el 9 de marzo de 1857, cuando estaba a punto de cumplir los 15 años.

A los ocho días, su padre sintió en sueños que Domingo se le aparecía para decirle muy contento que se había salvado.

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Venía hermosísimo y lleno de alegría. Y le dijo: “Lo que más me consoló a la hora de la muerte fue la presencia de la Santísima Virgen María. Recomiéndele a todos que le recen mucho y con gran fervor.

Y dígales a los jóvenes que los espero en el Paraíso”.

Y unos años después se le apareció a San Juan Bosco, rodeado de muchos jóvenes más que estaban en el cielo.

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En 1914 el obispo de Turín ordenó que los restos fueran trasladados a Turín. Los campesinos de Mondonio se negaron a perder a su santo, y empezaron a turnarse día y noche

para evitar el traslado.

Por fin en octubre de 1914, los restos de santo Domingo Savio fueron trasladados a la Basílica de María Auxiliadora, en Turín.

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El 11 de febrero de 1914 el Papa Pío X firmaba el Decreto para la iniciación del proceso apostólico. El 9 de julio de 1933, Pío XI decretaba la heroicidad de las virtudes y Domingo recibía el titulo de Venerable.

El 12 de Junio de 1954 el Papa Pío XII le canonizó, siendo el santo no mártir más joven de la Iglesia Católica.

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“La Santidad se manifiesta estando siempre alegres.Hay que preferir morir antes que pecar.Los mejores amigos son Jesús y María.”

Tres mensajes nos da Domingo Savio:

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http://siembraconmigo.blogspot.com/

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