Santa Teresa de Jesus - Ensayo Critico - Conde de La Viñaza 1882

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Vida de Santa Teresa

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  • S A N T A

    TERESA DE JES.S E N S A Y O C R I T I C O

    EL C O N D E DE LA V I N A Z A

    MADRID I M P R E N T A D E A . P R E Z D U B R U L L

    Flor Baja, nm. 22

    1882

    0

  • SANTA TERESA DE JESS E N S A Y O C R T I C O

  • S A N T A

    TERESA DE JESS E N S A Y O C R T I C O / ->

    EL C O N D E DE LA VINAZA

    MADRID I M P R E N T A D E A . P R E Z D U B R U L L

    Flor Baja, iit'nu. 22

    1882

  • A la memoria de mi padre.

  • SANTA TERESA DE JESS (ENSAYO C R T I C O . )

    I.

    Introduccin.

    N no se han apagado los ecos del hermoso grito de admiracin con que

    (il!&^l saludara Espaa u n o de sus poetas dramticos en el segundo Centenar io de su m u e r t e , cuando u n nombre idolatrado de toda familia catlica pronunciase con reve-rencia en el hogar y en la plaza, por el sabio y por el n io , y dispnense cantarlo las bellas artes. Este nombre es el de uno de esos seres en los que la Providencia se ha com-placido alguna vez en reuni r las bellezas de la perfeccin y los dones de la gracia ; el de

  • 2 Ensayo crtico.

    la escritora sub l ime , delicada poetisa y p r o -funda pensadora q u e , no encontrando en la tierra imagen digna del santuario de su c o -razn, dedic sus puros sentimientos a d o -rar al Al t s imo; el de aquella criatura predi-lecta del cielo q u e , en el siglo en que la teologa cie sobre la nivea tnica caballeres-ca espada, aparece t rayendo en las manos el r amo de oliva y la estola de la vir tud bordada por los ngeles , para avivar ms y ms la fe con su inspirada fe y amor castsimo, infundir calor suave los espritus crist ia-nos 1 en las luchas de la conciencia, y para poner u n sculo de paz en labios acos tum-brados entonar canciones de exterminio en las guerras religiosas ; es , en fin , el de u n o de los mortales que ms han credo y amado; el de la hembra- de parentesco ms prximo con lo divino, comparable Santa Isabel de H u n g r a por su car idad, Beatriz por su perfume de bienaventuranza , las vrgenes mrt ires por la serena alegra de sus creen-cias, al ms bello de los querubines por la blancura de su alma. Me refiero la Serfica Madre Teresa de Jess , efigie de la ms her-

    ! Jvloreno Nieto.

  • Introduccin. 3

    mosa miser icordia , blanca y sin manci l la como la cumbre nevada del Carmelo en las auroras del Thevet 1 , delicia bendita de los h o m b r e s , y comparable por la obra que r e a -lizara al lucero de la maana de Or ien te , cuando en el equinoccio de las flores trae las poticas alboradas de Palestina. \ Santa T e -resa! Mujer sublime que con justicia cie la corona de luz d l a sant idad, la corona de encina de la ciencia, y la corona de laure l \ del a r te ! La corona de luz de la sant idad, po rque , apasionada del E te rno , vivi orando de rodillas al pie de los al tares , t rabajaron su corazn todas las grandes pasiones y a n i -m siempre su pensamiento con ideas i n -finitas el fuego de su abrasado espri tu. La corona de encina de la ciencia y el laure l del a r t e , porque escribi obras que deleitan la familia, ensean creer al n i o , m u e -ven la admiracin del sabio , ins t ruyen to-dos ; q u e , semejanza de las pginas revela-das, no perecern; que contentan y santifican el hogar, como los puros afectos y la belleza i n u n d a n de consuelo los corazones cristianos que palpitan en la Libia bajo el cielo que

    Mes de Diciembre entre los hebreos .

  • 4 Ensayo crtico.

    dor con su sol los romeros de T a m n a hizo florecer los salomnicos pensiles, y que ma-ravi l lan , sobre todo, ledas en el torrente C e d r n , en los valles donde arrul laban y cor-r an las palomas y corderillos que los hijos de Betagla, Rama y Emaus vendan luego para los das de c imos , y en los lugares en que proyectaban magnfica sombra los pabe-llones que cerca de la ciudad de David for-maban los olivos, pa lmeras , sicmoros y abe-dules con las enlazadas vides y silvestres r o -sales.

    Diferentes son los aspectos bajo los que puede ser considerada la hija insigne de Alon-so Snchez de Cepeda:como dechado de castidad y de v i r tud , como reformadora de su Orden y como escritora de teologa ms-tica y filosofa. Difcil es el desarrollo de los temas que se refieren tan grande ingenio satisfaccin de la crtica, y slo la juventud y justicia de su entusiasmo disculpan en el au to r de este escrito la temeridad de p ropo-nerse exponer y determinar el misticismo de la Doctora de Avi la , considerar su escue-la y su amor de Dios , apreciar su estilo y su lenguaje , y enumera r y describir los m o -mentos y las fases de su virtuossima y l abo -

  • Introduccin. 5

    riosa existencia, dado que no abriga las p r e -tensiones de ofrecer novedades, y que el nico mvil que en su tarea le impulsa es el de depositar humi lde ofrenda sobre la t u m b a de la San ta , el de un i r su aplauso y su d e -vocin al universal aplauso y devocin fer-vorosa con que la aclama Espaa en tus ias -mada.

  • II.

    Vida de Santa Teresa.

    L siglo xvi es quer ido de los sectarios del libre examen y de los idlatras

    que Alemania y Suiza dieron en l la his-toria; y es tambin querido de los catlicos por la plyade de sabios y de Santos que pro-dujo , con los q u e , ni en importancia ni en nmero , pueden compararse aquellos hetero-doxos. Espaa tuvo entonces Prelados como Santo T o m s de Villanueva y San Carlos B o r r o m e o ; apstoles de la fe como San I g -nacio de L o y o l a , San Vicente y San J u a n de Dios ; reformadores como San Pedro A l -cntara , San J u a n de la Cruz y Santa Te re -

    razn , por los falsos maestros

  • 8 Ensayo crtico.

    sa, alma abrasada en el amor de Dios, maes-tra de ciencia, estrella Sirin de la vida espi-r i tual , acabado modelo de candor y sencillez, arpa anglica cuyos sonidos tienen la d u l -zura y melancola ms perfectas.

    S ; es el siglo xvi el siglo de Santa T e r e -sa , Espaa su pa t r ia , Avila su c u n a , la po-tica estacin que tiene por smbolos la a l o n -dra , el i r i s , la mariposa y las flores, la de su nacimiento. La Providencia dispuso que ste sucediese en 28 de Marzo de I 5 I 5 , p o r -que digna era de tener escrita con rosas su partida de baut ismo la que tanto haba de a m a r , aquella cuyas ideas haban de ser a l e -gres como la sonrisa de u n arcngel , castas como el rubor , encendidas como el ca rmn de u n coloquio amoroso, aromticas como las azucenas del jardn de Mara y como el gracioso mirto con que cien los serafines sus violas.

    D. Alonso Snchez de Cepeda y su segun-da esposa doa Beatriz Dvila y A h u m a d a , fueron los padres de l entonces nia , que recibi las aguas bautismales en la parroquia de San Juan el cuatro de Abril del ind ica -do ao .

    Desde el instante en que naci Teresa ,

  • Vida de Santa Teresa. 9

    D. Alonso y doa Beatriz slo pensaron en su crianza , en su educac in , en su cu l tu ra , en ensearle querer , orar , en i l u m i n a r su a l m a , en hacer u n a cristiana digna de la familia que perteneca , lo cual consi-guise fcilmente, p o r q u e , si hbiles eran las manos encargadas de esculpir u n corazn rico en sentimientos y u n a inteligencia frtil en hermossimas ideas, era de ngel la n a t u -raleza de la criatura nacida en el vir tuoss i-mo hogar de Snchez de Cepeda. Siete aos de edad contaba la hija de ste apenas, cuan-d o , consecuencia de sus lecturas de vidas de Santos y mrtires , que con u n o de sus hermanos haca , manifest deseos de ir al frica conquistar la santsima palma , y buscaba la soledad para embeber su pensa-miento en una cont inua plegaria Dios. Los juegos de Teresa consistan en s imular , en la huer ta de la casa, acompaada de su h e r m a -no , que eran ermitaos , que erigan m o -nasterios ; y he aqu cmo, en la que se l lam ms tarde Doctora de vila , inicise en la niez su decidida vocacin religiosa.

    La muer te sorprendi doa Beatriz D -vila los treinta y tres aos de edad en el ejercicio de su sagrado ministerio, y contando

  • io Ensayo crtico.

    i Libro de su Vida, cap . m.

    doce su querida hija. Hurfana sta de ma-d r e , el m u n d o empez disputar Dios el poseer tan rica perla , pues la lectura de los l ibros de caballera, el excesivo cuidado de su juvenil belleza, el deseo de agradar y aun alguna aventura galante , distrajeron la jo-ven de sus meditaciones religiosas , a u n q u e no tanto t iempo como suponen Villefore y otros, cuyas novelescas pginas refutaron los Bolandos en su magnfica obra.

    Tres meses despus de haberse desviado Teresa del sendero que haba de conducir le ser firme co lumna del Catolicismo, llevla su familia al Monasterio de Santa Mara de Gracia , en donde contrajo grande amistad con Sor Mara de Briceo , religiosa muy santa y discreta Duran te el ao y medio que permaneci en esta mans in solitaria, re-cibi lecciones provechosas y sanos consejos, saliendo de ella la casa de su padre por u n a enfermedad que la condujo hasta el borde de la sepul tura. E l peligro de muer te que corri en su dolencia, las mximas apren-didas de las religiosas con quienes haba v i -vido , las evanglicas palabras que escuchara

  • Vida de Santa Teresa. n

    ' Sesin 25, cap. v, De reform, regular., Conc. Trid,

    de labios de u n virtuoso to suyo , sacerdote ms tarde , la amistad de Sor J u a n a Surez, la lectura de libros devotos y de las Epstolas de San Je rn imo, tan religioso temple dieron su a l m a , y de tal suerte avivaron su voca-cin , que pidi permiso su padre para t o -mar el velo de esposa de Jesucr is to , y , o b t e -nida la impetrada venia , recibi el hbi to en el convento de Carmelitas de Avila en mil quinientos treinta y tres , segn el t e s t imo-nio de los Padres Bolandis tas , desde cuya fecha consagrse la joven monja la vida ms austera , la contemplacin que tanto anhelaba, querer sus semejantes en Dios, con u n amor cada da ms intenso y p u r o . Ascetismo tan severo quebrant m u c h o la salud de Teresa , por cuya causa vise ob l i -gada salir del monasterio en mil quinientos treinta y cinco. Entonces no rega con exac-t i tud lo mandado en el sexto de Decretales: su cumpl imien to no se exigi con severidad hasta mil quinientos sesenta y tres Lejos del claustro, la ilustre enferma san m u y lue-go corporal y espi r i tua lmente , debido esto l t imo sus buenas lecturas , la obra m s -

  • 12 Ensayo crtico.

    tica del P . Francisco de Osma , que le hizo conocer su bondadoso t o , int i tulada : Ter-cer Abecedario , y, pr incipalmente , la fre-cuencia con que se acercaba la Mesa Euca-rstica. Y es que este adorabilsimo misterio de la Eucarista, festejado con literarias coro-nas de flores de tejido primoroso y en los versos que ms recrean el espritu y suavizan el corazn en nuestros ureos siglos ; este misterio inefable, ddiva de la divina mise-ricordia y prenda de aquel amor infinito que , ardiendo desde la eternidad en el seno de la Deidad Soberana, se cubri con la vestidura de nuestro cuerpo para ofrecerse como vct i-ma y sacrificio por pecados de los hombres, al par que asombra la mente y la fantasa, segn dice m u y bien u n Padre Jesuta insig-ne , vierte en el alma suaves y regalados sen-t imientos , enciende en el pecho sacratsimo entusiasmo, engrandece el espritu hasta dar-le en algn modo la naturaleza divina, y lo i nunda de los placeres ms puros . l d iv in i -z el estro de los que le cantaron en majes-tuosas canciones , en bellos r o m a n c e s , en discretas letrillas y en el maravillossimo poe-ma que forman los Autos Sacramentales; en-galan la fantasa, esclareci la inteligencia

  • Vida de Sania Teresa. i3

    y enriqueci el estilo de los Lu i ses , hizo gran poeta al amable Valdivielso, cmo no haba de dibujar facciones de Santa en el a lma de la ilustre enferma que tanto y tanto le adoraba? E n Castellanos de la Caada per-maneci Teresa de Jess hasta la primavera de mil quinientos treinta y seis, en que tras-ladse Becedas; desde Becedas march Avila , donde su salud volvi sufrir u n ata-que que de nuevo comprometi la existencia de la carmelita; mas el peligro plugo la v o -lun tad del Altsimo que tuviese t rmino pa-sados cuatro das.

    Decada en su espritu, la monja insigne empez abandonar la oracin y frecuen-tar el trato de los seglares, en cuyo camino atajronle el temor de D i o s , la visin de Cristo a i rado, y las tristezas sentidas en su en-fermedad y consecuencia de la muer te de su padre. Desgracias que , como sta, hieren con tanta rudeza en la frente y en el corazn, ha-cen volver los ojos al cielo ; y el nico b l -samo que quita toda su ponzoa las heridas que causan , es la lgrima con que humedece el rostro la amorossima y sentida plegaria al Eterno Padre por u n ausente adorado, en de-manda de que le conceda u n sitio de paz

  • 14 Ensayo crtico.

    donde esperarnos. Y la obra de encauzar la vida de Teresa de Jess , en la direccin que conquist las guirnaldas de estrellas que le tejieran los ngeles, coadyuv m u y mucho , con su dulce pa labra , cristiana unc in y aprovechada experiencia, el docto y m u y es-piri tual dominico, F r . Vicente B a r r n , con-fesor de D. Alonso Snchez de Cepeda.

    Por una parte la l lamaba Dios , por otra segua al mundo' , segn dice la misma Tere-sa de Jess 1 ; pero venci en la contienda su grande a l m a , y el amor divino ech en ella tan profundas races, que vivi hasta su muer-te acompaada y ayudada de Dios. Fidelis autem Deus qui non patietur vos tentari su-pra id quod potesti2. En el ao mil quin ien-tos cincuenta y cinco lea la monja avilesa las Confesiones de San Agustn y el l ibro mstico de F r . Bernardino de Laredo , l l a -mado la Subida del Monte, y cultivaba la amistad del gran San Francisco de Borja y del docto Baltasar Alvarez, glorias de la Com-paa de Jess , tan quer ida , como la Orden de Dominicos , de la Serfica M a d r e , por la

    1 Libro de su Vida, cap. vil . 2 San Pablo, epstola primera ai Corint., cap. x, vers . ' i i^ .

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    preciosa razn que da en una de sus pginas ms bellas.

    Po r consejo que la diera el Jesuta Alvarez, al encargarle lo encomendase al cielo, la m o n -ja de Avila empez rezar el h i m n o Veni Creator Spiritus tan fervorosamente, que , escuchada por Dios, le produjo u n estado de n imo feliz y desconocido de ella, que fu su pr imer xtasis. Desde entonces comenz arder, con sin igual viveza, en su a lma el fuego del amor de Dios , y sta recibir tales favores de la bondad divina, q u e , c o m p e n e -trndose con la del Amado , senta tanto las ofensas de maldad su Majestad d iv ina , d o -lale de tal manera el estrago hecho en aque-llos das por las doctrinas heterodoxas en F r a n c i a , Suiza y Alemania , q u e , para ayu-dar los buenos en la tarea bendita de impe-dir la cizaa en el campo de la Iglesia, a c o -meti la obra de reformar la Orden de Car -meli tas , restableciendo el r igor primitivo y la regla de San Alberto en toda su pureza , fin de restaurar conventos cuya consti tucin se hubiese relajado. A l a vez, a lgunos padres Carmeli tas , por consejo suyo, emprendieron la tarea de hacer la reforma de la regla de va-rones , siendo el ms notable de los frailes

  • i6 Ensayo crtico.

    q u e tal obra consagraron sus luces , el an-gelical y dulcsimo autor de la Noche oscura, quien , comenzando en Durue lo la vida des -calza, fu como el patriarca de la gran pos-ter idad de personajes insignes en vir tud, que , extendidos despus por I ta l ia , el pas veci-no y por toda la cr is t iandad, consti tuyen los florones ms primorosos de la corona que cie al lado de Dios la insigne Madre y fundadora del Carmelo .

    Con qu verdad escribi en mil quin ien-tos sesenta F r . Lus Beltrn la Madre T e -resa : No pasar medio siglo sin que vues-tra religin no sea u n a de las ms ilustres que haya en la Iglesia de Dios '! Razn te-na tambin Fr . Pedro de Alcntara , en carta que conservamos , para alentarla en pareci -das frases.

    San Jos de Avila fu el pr imer convento de monjas que fund la Madre Teresa , costa de grandes trabajos y contradicciones, que ayudronle vencer su he rmana doa J u a n a , el poco dinero que desde el Per le enviara su he rmano D . Lorenzo, y , sobre todo , los grandes y cont inuados favores ce-lestiales que reciba.

    1 Crnica del Carmen, t o m o i , lib. i, cap. x x x v i , nm. 3 .

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    Por aquel entonces ordenle su confesor, el Padre dominico F r . Pedro I b e z , que es-cribiese el Librodesu Vida. Obediente , como n ingn cristiano, la virtuossima monja, acat el manda to , y empez en Avila, en mil qui-nientos sesenta y u n o , escribir la obra, te r -minando sus treinta y u n captulos en el mis-m o a o , e n To ledo , y en la casa d e d o a Luisa de la Cerda , h e r m a n a del D u q u e de Medina-celi y Seora de Malagn , en cuya casa fu husped m u y agasajada. E n l a ant igua y glo-riosa ciudad de los Concilios conoci F r a y Garca de To ledo , dominico, y h e r m a n o del Duque de A l b a , y al reverendo Padre Bfrez, su ms quer ido director ; ms tarde fu visi-tada por Mara de Jess , hembra de precia-das dotes y anhelos nobilsimos, que cortejaba entonces el pensamiento de establecer u n monasterio de Carmelitas reformados.

    A mediados de mil quinientos sesenta y dos dirigise nuevamente Teresa Avila, donde , apenas l legada, recibi la Bula para erigir el convento de San Jos, expedida en siete de Febrero del mismo ao '. Abrise so-l emnemente el da de San Bar to lom , y en l

    1 Vil idus Februttr poniificatus domini Pii Papae.

    2

  • 18 Ensayo crtico.

    tomaron el hbi to cuatro novicias, l lamadas Antonia de Enao , Mara de la P a z , Mara de Avila y rsula de los Santos. Las tres p r i -meras cambiaron sus nombres por los de A n -tonia del Espri tu Santo , Mara de la Cruz y Mara de San Josef, conservando la l t ima su apellido.

    Cuat ro aos vivi en este convento la monja de vila , gozando de su obra y con -sagrada la ms austera penitencia. All cont inu el Libro de su Vida, complaciendo de esta suerte al P . T o l e d o , deseoso de que lo concluyesen pginas en que se relatara la fundacin del monasterio de San Jos, tan digna de ser ensalzada por su sentido g e n e -ral y por su objeto , que no era otro que el de extender el culto del esposo de Mara, trado Occidente por los Carmelitas su salida de Pales t ina , y del que Teresa de J e -ss fu grande propagadora en Espaa. E n tiempos anteriores la dulce Carmel i ta , se-gn observan los Bolandos y Emery , era m u y escaso el n m e r o de las iglesias dedicadas al venerable San to , cantado por el sencillo y subl ime Valdivielso en armoniosas y robus-tas octavas, y tan popular hoy en el orbe ca-tlico, que destanse renovar las de su

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    vara las ms hermosas azucenas que regala al hombre de la ciudad el jardn y al h o m -bre del campo el valle. Teresa de Jess acab su libro por los aos de mil quinientos se-senta y cinco y sesenta y seis. Una vez ter-m i n a d o , asediaron a l a insigne religiosa t e n -taciones que habanle puesto sitio an te r io r -mente; y consultado el caso con el inquis idor So to , aconsejle que rehiciera el Libro de su Vida y lo remitiese doa Luisa de la Cerda, fin de que ella, su vez, lo enviase al apstol de Anda luc a , y ste la fortificara con su dictamen. La Doctora de Avila sigui el consejo, orden los manuscr i tos , los dividi en cap tulos, hacindolos llegar manos del Crisstomo espaol por medio de la h e r m a n a del duque de Medinaceli .

    Tres aos pasaron todava hasta que el ve-nerable Juan de Avila emiti su juicio acerca de la obra consultada, duran te los que vino Espaa el General del C a r m e n , Padre Rossi , quien con entusiasmo aprob el m o -nasterio de San Jos , habl de l Felipe I I , y autoriz Teresa para fundar conventos de mujeres y dos de hombres .

    A partir de este ins tan te , y en el espacio de doce aos , la hija de D. A l o n s o , incansa-

  • 2o Ensayo crtico,

    ble apstol de su idea reformadora, secun-dada por F r . Antonio de Heredia y el virtuo-so inspirado San Juan de l a - C r u z , fund diez y siete monasterios. En efecto: va Me-dina del C a m p o , y al da siguiente de su lle-gada instala u n convento ; va Madrid , de-tinese visitar las Descalzas Reales y la clebre dama doa Leonor de Mascareas, y pasa Alcal, donde arregla el de Carme-litas que fundara la diligente y espiritual Mara de Jess ; va T o l e d o , l lamada por la mujer de D . Arias P a r d o , fin de que fun-dara claustro en Ma lagn , y trasldase este p u n t o , permaneciendo all dos meses consa-grada tal objeto. O h prodigio de activi-dad^! No la h a y parecida en la historia, ni ms feraz en frutos del b ien! Quebrantada la salud de Teresa por el ascetismo de su vida y por el t rabajo, vise obligada ausentarse de Malagn; y despus de permanecer en Es -calona unos das, sali nuevamente para Avila, pasando luego Valladolid, estable-cer u n monasterio en la granja de Durue lo , ofrecida generosamente por D. Rafael Meja Velzquez. Po r aquellos das recibi del Maestro Avila la aprobacin del Libro de su Vida; en el ao p r x i m o , y mes de Abri l ,

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    estrech en la corte relaciones con la h e r -mana de Felipe I I , y encontrndose en T o -ledo de paso para Pas t r ana , cuyo pun to se diriga con el propsito de fundar u n c o n -vento del Carmen , lleg sus manos otra carta del venerable apstol de Anda luc a , escrita pocas semanas antes de su m u e r t e , pues es fechada en doce de Abril de mil qu i -nientos sesenta y nueve.

    El recuerdo de la fundacin de Pas t rana va un ido al de u n o de los clices ms a m a r -gos que h u b o de apurar la noble hija de don Alonso Snchez de Cepeda , al de con t r a r i e -dades y disgustos m u y graves. Era el con-vento de Pastrana de los prncipes de Ebol i , en cuya casa se detuvo la monja carmelita antes de ir aquel pueblo . Al escribir el nombre de la voluntariosa dama de la corte del segundo de los Felipes , es imposible no acordarse de que el libro de la vida de Tere-sa de Jess fu entregado al Santo Oficio, su-ceso que dio la razn los que en el claustro de San Jos de Avila advirt ieron misteriosa-mente la esclarecida escritora que andaban los tiempos recios, y era probable tuviese que comparecer ante la Inquisicin ; cuya adver-tencia escuch la noble religiosa con la dulce

  • 22 Ensayo crtico.

    sonrisa y bondadossima incredulidad con que la vir tud recibe la nueva de que la ame-nazan males y de que puede encontrar en su camino abrojos.

    Las familias de Alba , Medinaceli y otras m u y distinguidas de la corte de Espaa c o -nocan el Libro de su Vida : quiso tambin disfrutar de su lectura la de bol i , y logr su deseo; mas no se condujo con la singular prudencia de aquellos magnates , pues hasta sus dueas y pajecillos lo hojearon , y la vez que la seora , divirtironse escarnecien-do las revelaciones y xtasis de la inmorta l Avilesa. Muerto el mar ido de la de boli , entr sta en el monaster io de Pastrana, d o n d e , fervorosa los primeros d a s , ligera luego, voluble y liviana al fin , ms aficiona-da al trato de los hombres que las prcticas santas , empez relajar la regla y exigir que se la hablase de rod i l l as , l legando en sus caprichos querer que entrasen en el claustro hembras cuya presencia hubiese he-cho ultraje la santidad de aquel lugar de recogimiento y oracin. La enrgica Teresa de Jess apresurse atajar tamaos abusos; manifest la de boli , con respetuosa seve-r idad , que no poda consentir los, lo que

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    contest la clebre cortesana que era suyo el monaster io ; y despus de replicarle la v i r -tuossima Madre que si de su propiedad era el edificio, no le pertenecan , en cambio, las hijas del Carmelo , orden la marcha de stas Segovia, convencida de que vale ms no te-ner convento que tenerlo malo. Despechada la de E b o l i , sedienta de venganza, delat los inquisidores el libro de la angelical carmelita , aquel l ibro que enajena las almas con el suave aroma de vir tud, sencillez y pu-reza de sus pginas, y del que , con ms razn que exclam Jovellanos la lectura de la gloga de Melndez huele tomillo, puede decirse que trasciende ngel.

    Ms de diez aos estuvo la obra en la I n -quisicin de Toledo ' ; y examinada por fray H e r n a n d o del Castillo y otros sabios doc to -res, la encontraron m u y rica en saludables enseanzas , y toda ella digna de ser ensa l -zada.

    E n el t iempo trascurr ido hasta mil q u i -nientos setenta y cuatro, en que estos sucesos tenan l uga r , fund la incansable reforma-

    El original de la Vida que en el camarn de las reliquias conserva el monasterio del Escorial, e s , segn opinin corrien-t e , el que estuvo en poder del Santo Oficio.

  • 24 Ensayo crtico.

    dora, de acuerdo con el Padre Rector Gut i r -rez , el stimo de Descalzas en Sa lamanca , y en Alcal el tercero de h o m b r e s ; asisti la toma de hbi to de Ambrosio Mariano y J u a n de la Miser ia , aquel J u a n de la Mise -ria quien haba de caber la fortuna de t ras-ladar al lienzo las facciones de la inspirada carmelita ; estableci monaster io de hembras en Alba de T o r m e s , estuvo en Salamanca y en Medina, y vise precisada aceptar el pr io-rato del convento de la Encarnac in de Avi-la , cons iguiendo, en los tres aos que lo r i -gieron sus expertas m a n o s , ordenarlo en lo material y en lo espiri tual. Mucho le ayud en estos meri torios trabajos el Vicario de di-cho monasterio San Juan de la C r u z , aquel mstico trovador del a lma que en virgiliano estilo y enamorada expresin nos habl de Jess y del Glgota. Cae en los confines de la poca en que vivieron consagrados la obra indicada el poeta ejemplar y el ms hermoso serafn del amor divino, la fecha en que la escritora de Avila tuvo por director espiritual en Salamanca al Padre de la Com-paa de Jess Jernimo Ripalda, quien le orden escribiera una historia de sus funda -ciones. Complacile Teresa , y de entonces

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    son los veinte primeros captulos del l ibro de ese nombre , que contienen todas las llevadas cabo hasta la de Alba de To rmes . Medio ao consagr este trabajo en la antigua ciu-dad de la gloriossima escuela en que se veri-fic gran parte del Renacimiento h ispano, y que escuch embelesada la lira de oro del que no es el mejor de los Luises por haber existido el P . Granada. Trascur r ido aquel , ofrcenle la fundacin de Veas; visita los duques de Alba en el pueblo de su t tulo y seoro; marcha Segovia, y da monas t e -rio l a s q u e haban sido compaeras de la bol i en Pas t r ana ; vuelve po r Medina su ciudad natal comienzos de mil quinientos setenta y c inco; acepta la oferta que queda referida, y la vez que en el sitio indicado funda el dcimo convento de carmelitas Des-calzas, conoce Jernimo Gracin, al docto maestro que estudi tan detenidamente las doc-trinas de t eo log ams t i cade laDoc toradevi -la cuando el espritu de esta vol las sere-nas moradas donde tiene dosel de luz entre los t ronos de los ngeles y frente al de Dios . Poco t iempo despus de estos sucesos, que ufa-nan Veas por haber sido su teatro, Teresa de Jess trasladse Sevilla, donde a u m e n t

  • 26 Ensayo crtico.

    1 Asi denomin ms tarde la Santa Monseor Sega.

    con una ms el n m e r o de sus fundac io-nes. No ejecut, sin embargo, tan santa obra sin que se le opusieran obstculos y le amar -garan serios disgustos. A la sazn defini-ronse profundas discordias entre Calzados y Descalzos en el captulo general celebrado en Plasencia, y habiendo acordado, en virtud de las Bulas pontificias, tratar con rigor sumo los p r imeros , escribi la docta hija de don Alonso Snchez de Cepeda una carta acerca de sus fundaciones al General de la Orden Rdo . Padre Rossi. Coincidi con este acto la llegada de Je rn imo Gracin la ciudad de San F e r n a n d o , en comisin del N u n -cio, con el objeto de girar una visita los car-melitas Descalzos, y la de una carta del Padre Salazar , dirigida Teresa , in t imndola que no hiciese ms fundaciones, que se retirase un claustro y dejara de ser femina inquie-ta y andariega H u m i l d e y obediente la virtuossima M a d r e , decidi trasladarse al monasterio de Valladolid, dejando sin termi-nar sus trabajos en Sevilla; pero Gracin, con su autorizada palabra, incl in con cario el n imo de la monja insigne cont inuarlos .

  • Vida de Santa Teresa. 27

    Tris tes aos , los aos de mil quinientos setenta y seis, setenta y siete ysetenta y ocho, para la celestial Doctora! Negras nubes em-paan la diafanidad del cielo azul de su vidal La ca lumnia , la perfidia, la injusticia ac-chanla astutas y t ra idoras , como acecha el chacal la gacela entre espesos matorrales. Mas la vir tud es como el s o l : disipa la nie-bla con sus luminosos rayos. E n vano la im-postura conspira porque sea enviada In -dias la ms bella flor de los jardines del Carmelo ; en vano Monseor Felipe Sega, Nunc io de Su San t idad , trata de de s t ru i r l a Reforma desterrando los principales Des-calzos , confinando Teresa la ciudad de To ledo , y calificndola torpe injustamente; en vano se dirigen infames memoriales la Inquis ic in de Sevilla,acusando de a lumbra-da la insigne hembra , y haciendo idntico cargo sus monjas , al Padre Gracin y Ma-ra de San Jos. . . . E n esta guerra que le ha-cen todos los demonios (y me valgo de pala-bras de la Santa) , suyo ha de ser el laurel de la victoria. En efecto: con la ayuda pecunia-ria de su he rmano D . Lorenzo , recin llega-do del P e r , t e r m n a l a fundacin de Sevilla; resuelve con xito varios nimios asuntos en

  • 28 Ensayo critico.

    vila ; all contina hasta el captulo xxvn el Libro de las Fundaciones, que te rmina en Noviembre del setenta y seis rodeada de la calma propia de los espritus sin sombras y de las conciencias en que la verdad no es ya husped , sino que en ellas tiene su casa ; y en tanto que tan envidiables trofeos con-quista en Moraleja (8 de Setiembre de 1576) y Almodvar (9 de Octubre del 7 8 ) , r enen-se en captulo general los carmelitas Descal-zos , y responden la persecucin y las pasiones conjuradas enviando,con ms me-nos for tuna , comisionados la ciudad au-gusta de la Santa Ctedra. E n los tres aos du ran te los que tuvo lugar lo indicado l t i -mamente en fugaz bosquejo, Teresa de Jess termin su libro de las Moradas (en N o -viembre del 7 7 ) , comenzado por orden de Je rn imo Gracin y en virtud de consul ta hecha al Doctor Velzquez: maravillosa p ro-duccin, que por s sola bastara la i n m o r -talidad de la profunda teloga y virtuosa mujer que ocupa u n solio en nuestro empreo l i terar io.

    > En el Escorial se conserva tambin el original del Libro de las Fundaciones. Fu impreso por primera vez en Amberes , ao de 1630.

  • Vida de Santa Teresa. 29

    Adems del libro de las Moradas, escribi en aquella poca cartas sus conventos acon-sejando y exhortando piadosamente la ve-nerable Mara de San Jos , al P . Gracin, y varias personas adems , entre ellas don Felipe el Segundo, quien acudi en jus t i -cia por los desmanes cometidos con San Juan de la Cruz en Toledo . El prudente Rey aten-di la sabia Madre, y no es de extraar, porque intervino en todas las rencillas y dis-turbios que tuvieron los Carmelitas entre s, los Descalzos, el Nunc io Sega y el conde de Tend i l l a , gran favorecedor de la reforma de Santa Teresa en los t iempos bonancibles que sucedieron los de tempestad. E n mil qui-nientos setenta y nueve, comienzos de es-to, sale Teresa de Jess de Avila, donde la sazn se encon t raba , deseosa de visitar sus monaster ios ; dirgese Medina y Valladolid, donde permanece unas semanas , y antes de regresar Salamanca va Alba, con el prop-sito de adquir i r casa en que establecer nueva comunidad de la Orden , y la vez que tal propsito acaricia, decdese fundar en V i -l lanueva de la Jara, autorizada por las paten-tes necesarias, recibidas del Padre Sa lazaren Enero del ochenta. E n esta fecha exiga su

  • 3o Ensayo crtico.

    presencia en Malagn el haber sido elegida para aquel priorato : fu dispensada de ello por el Prelado y Vicario general de los Des-calzos, F r . ngel de Salazar.

    Despus de fundar en Vil lanueva, triste, enferma y con un brazo fracturado, volvi la insigne Carmelita To ledo , donde sufri u n fuerte ataque de perlesa. En dicha c iudad fu visitada por el Cardenal Qu i roga , quien le dio noticia del Libro de su Vida, que e s -taba an en poder del Santo Oficio, y en ella permaneci hasta que una orden del General la oblig emprender viaje Valladolid. Al pasar por Segovia, supo el fallecimiento de su he rmano D. Lorenzo ; march vila , y una vez pagado Ta na tura leza , la familia y los restos queridos piadoso t r ibu to , acom-paada del Padre Gracin y de su sobr ino, trasladse Med ina , y de Medina Vallado-lid, donde los fuertsimos ataques que padeca repitironle con tal mpetu y gravedad , que se creyeron anunc io de inmediata muer te . Muy prxima estaba, en verdad, aunque no tanto como crean los que la rodeaban! Las fatigas de su laboriosa vida, la meditacin cont inua y la penitencia, habanla q u e b r a n -tado de tal modo, que ansiaba ya su cuerpo

  • Vida de Santa Teresa, 3i

    la paz de los sepulcros y su alma el centro nico de su amor . Alegora suya y exacta es el hermoso lamo que languidece tras una larga existencia consagrada defender la margen de u n a heredad de las furias de la corriente de irascible r o .

    Dictaba sus cartas Ana de San Bar tolo-m , porque ya su mano glida y temblorosa apenas si poda trazar los caracteres. Y, sin embargo , ni su espritu enrgico , ni su vo-lun tad firme queran rendi rse ; pues habin-dole exhortado el Padre Ripalda fundar en Palencia, fu esta ciudad ant iqus ima, don-de alquil casa instal en ella convento, que en el ao inmediato fu trasladado con gran pompa , en la Octava del Corpus, u n edifi-cio propio, contiguo la Capilla de Nuestra Seora de la Calle. Y no es la nica pobla-cin que conserva u n recuerdo de aquellos das de la serfica Madre la que a lumbra en la capilla de los Curas con la plida y triste luz de una lmpara el solitario sepulcro s o -bre el que yace la estatua de la insigne Doa Urraca de Castil la, y ve alzarse sobre la cue-va de San Antol n graciosa catedral de dos fachadas del estilo gtico ms p u r o , pues se envanece Soria de que la monja de Avila es-

  • 32 Ensayo crtico.

    tableciese comunidad en aquel entonces en u n o de sus edificios, y Burgos, la m o n u m e n -tal B u r g o s , la que guarda en las Huelgas la bandera de las Navas, la ciudad de la Cartu-ja de Miraflores y de ese Romancero a r q u i -tectnico que se l lama San Pedro de Carde-a , con no menos orgullo que nos habla de las ojivas, caladas torres y botareles de la ms mstica incomparable de sus fbri-cas como que es de piedra que parece aeriforme.. . .! , con no menos orgullo que e n -sea el sepulcro de los Padres de la Reina Catlica y el sitio del de ese hroe q u e , con P e l a y o , Fe rnn Gonzlez y Sancho Abarca, es u n o de los fundadores de la i ndependen-cia espaola ,nos dice que dentro de sus muros , pesar de su Arzobispo, fund la Doc-tora de Avila su dcimo stimo monaster io .

    Todava tuvo t iempo Teresa de Jess para dedicarse" como Priora al arreglo material y espiritual de su convento de San Jos de Avila, y escribir las lt imas fundaciones, en aquella poca en que u n da veasela en B u r -gos , otro en Palencia y al siguiente, si haba de encontrrsela, era preciso buscarla en Va-Uadolid en Medina.

    Amargas horas las que trascurran en

  • Vida de Santa Teresa. 33

    aquellos das en que la serfica Madre c o -sech disgustos en abundanc ia !

    Entristecida por los desprecios insolen-tes irrespetuosidades de los seglares, y ms an por la ingrat i tud de sus amadas hijas; enferma y con el alma lacerada por los s i n -sabores que la proporcionara la Pr iora del Monaster io, sali de Medina deseosa de com-placer al Padre Antonio de Jess, que la l l a -maba Alba de Tormes , fin de que acom-paase la duquesa de Alba prxima a l u m -brar. Lleg este p u n t o el veinte de Setiem-brede mil quinientos ochenta y dos, a l a s seis de su tarde; esforzse al siguiente da por ba-jar la Iglesia comulgar ; pero volvise presto la camade donde no torn levan-tarse; pues en los inescrutables designios de la Providencia estaba marcado el t rmino de sus trabajos en el m u n d o . El prximo da, tres de O c t u b r e , recibi la Ext remaunc in , ese Sacramento que fortalece l alma ban-dola en la sangre del Cordero, fin de j u n -tarse con l con ms libertad y gozarle eter-namente 1 ; y auxiliada por F ray Antonio de Jess, que l acon fe s ,ypo r Ana , su insepara-

    i El R d o . Padre Diego de Yepe

    3

  • 34 Ensayo crtico .

    ble compaera , abrasado en amor su esp-ritu y lleno el rostro de alegra, comenz, segn el Padre Nieremberg escr ibe , aquel blanqus imo cisne alegrarse tan de sbito como en toda su vida lo haba hecho , pen-sando en que p r o n t o , m u y pronto , haba de regalarse con su Esposo. El a lma vol las alturas en brazos de un ngel de blanca luz , y en la frente y en el l ab io , al extinguirse el l t imo y magnfico fulgor de tan noble exis-tencia , qued impresa la apacible d icha , el gozo del espritu, al ver acercarse el instante de regresar su patria, es decir, al cielo. Acon-teci la despedida de esta alma de aquel cuer-po el da cuatro de Octubre , despus de s e -senta y siete aos de vida terrenal. E l cad-ver de Teresa de Jess fu depositado en un sepulcro, en el que se escribi el siguiente epitafio :

    Rigidis Carmeli Patrum restitutus regulis, Plurimis virorum faeminarumque erectis claustris

    Midtis veram virtutem docentibus libris editis, Futuripraescia signis clara

    Celeste sidus ai sidera advolctvitB. Virgo Theresa. un nonas octobris CO.D.XXCII.

    Manet sub marmore non cinis,sed madidum cor-pus Incorruptum, propio suaviss odere ostentum gloriae.

  • Vida de Santa Teresa. 35

    E n el p r i m e r aniversario de esta muer te gloriossima, hab iendo ido Je rn imo G r a -cin Alba de To rmes con el objeto de dar ms decorosa sepultura al cuerpo de la i l u s -tre escritora, se acord, valindose de u n acuerdo entre las monjas y el Obispo de P a -lencia habido an te r io rmente , trasladar la Sala Capitular del convento de Avila las c e -nizas de la serfica M a d r e ; y as se h izo dos aos despus , dejando un brazo de sta en la tumba donde la insigne monja haba em-pezado dormir el eterno sueo. Disgustado grandemente por esta traslacin el duque de Alba, acudi al S u m o Pontfice, en demanda de que volviesen ser depositados en el pue-blo de su ttulo y seoro los despojos m o r -tales de la insigne reformadora.

    Sixto V accedi la peticin, y el da vein-te y tres Agosto de mil quinientos ochenta y seis, los restos d l a Carmelita fueron con-ducidos su antiguo sepulcro y encerrados en una arca. Dentro de ella colocronse unas lminas doradas, en las que se lean estos ver-sos , escritos por el Padre Yanguas , confesor de la serfica Madre :

  • 36 Ensayo crtico.

    Arca domini, in qua erat mamut et

    virga quae fronduerat, et tabula Tes-

    tamenti.

    ( H e b r . , cap. ix.)

    Non extinguetur in norte cenia

    ejus.

    ( P r o v . , cap. xxxi . )

    En esta arca de la Ley Se encierra por cosa rara, Las tablas, man y la vara Con que Cristo, nuestro Rey, Hace su virgen ms clara.

    Las tablas de su obediencia , El man de su oracin, La vara de perfeccin, Con vara de penitencia Y carne sin corrupcin.

    Aqu yace recogida La mujer dichosa y fuerte, Que en la noche de la muerte Qued con ms luz y vida Y con ms felice suerte.

    El alma pura y sincera Llena de lumbre de gloria, Y para eterna memoria La carne sana y entera. Do est, muerte, tu victoria!

    Avila trabaj por recobrar aquellos huesos, riqueza de su memoria y herencia moral de

  • Vida de Santa Teresa. 3y

    su espritu , y en tanto , los Carmelitas D e s -calzos y Felipe III obtuvieron de Paulo V la beatificacin de la Madre -insigne , la cual , por sus heroicas v i r tudes , por la e jempla r i -dad de su vida y por su doctrina inspi rada , mereci que el doce de Marzo de mil se i s -cientos veintids , el Pontfice Gregorio X V la canonizase, j un tamen te con Isidro L a b r a -dor , Ignacio de Loyola , Felipe Neri y con Francisco Javier, Apstol de la I nd i a ; y des-de aquella fecha apenas si hay iglesia en E s -paa donde no est su imagen. Si son i n n u -merables las ermitas en q u e se la adora, t iene tambin tantos templos como espaoles co-razones laten. Su efigie , perpetuada est en mil estampas , cuadros y esculturas , que lo mismo son joya predilecta en la choza que en el palacio; su nombre hllase grabado en el agradecimiento del pueblo , que sabe d e memoria sus portentosos milagros , y es que nunca se pierde e l rostro ni la voz de los poe-tas, y de los escritores,y de los guerreros con-sagrados cantar defender la causa del Ca-tolicismo , porque el Catolicismo es nues t ra historia y nuestra vida.

    La inmensa popularidad que Santa T e r e -sa disfruta en nuestra patria por ser su ms

  • 38 Ensayo crtico.

    acabado s mbolo , bien la atestigua el hecho de haberla elegido compatrona de Espaa, en mil seiscientos diez y siete, los lt imos Monarcas de la Casa de Austr ia , cuya elec-cin ratificaron en mil seiscientos veinte y siete el Papa Urbano VII I y las Cortes de Cdiz de mil ochocientos doce. H o n r a i n -mensa hemos ganado con esta prueba de res-peto la mujer insigne que restaur en toda su rigidez, bajo nuestra esplndida bveda celeste, la regla de aquellos austeros de Egip-to y Palest ina, tan i n h u m a n a m e n t e tratados por A h u m a r y los brbaros sarracenos, por-que la sabidura y la santidad, reunindose, forman una corona que slo la de Dios y la de su Santsima Madre la superan. Esa c o -rona la ci Santa Teresa. F u sabia : como que el Espri tu Santo le prest su ciencia! Y fu Santa tan bella, cual nos dice Vernet Lecomte en aquel lienzo en que se ve la mstica y adorable figura de la Carmelita de Avila, radiante de hermosura y de pureza,

    1 N o vieron todos en el siglo xvn con buenos ojos aquella decisin, pues Quevedo quiso defender los derechos que San-tiago pertenecan, y la poblacin que lleva por nombre el del Santo pretendi, con documentos supuestos falsos, disputar la legitimidad de tal acuerdo.

  • Vida de Santa Teresa. 3g

    en cruz las m a n o s , impreso el ms acendra -do amor , en los ojos, la frente pensativa, a r -robado el rostro en Santsimo y dulce xta-sis ante un n io Jess que se le aparece y re, rodeado de celestial aureola, en la escalera de u n claustro. . . . , cuadro aquel de la progenie de los que llevan el nombre de] asctico in-material Hispalense, que trayendo en el alma la nocin de la luz y de la s o m b r a , la magia del claro-oscuro, la intuicin de los esplen-dores celestes,Tiziano por su paleta,. Vin-ci por su gracia en la forma, Miguel ngel por el poder y osada de su d ibujo ,pint el color en la l u z , la luz en la sombra , la luz sobre la l u z , las medias tintas de la p e n u m -bra , el misterio de los crepsculos , el a m -biente luminoso de la bienaventuranza, y produjo las dos maravillas del misticismo pictrico : la inspirada Concepcin y la su-blime Dolorosa, que es sin duda la poesa ms acabada que el arte universal conserva en el bellsimo Museo de su historia augusta.

  • s

    III.

    Misticismo de Santa Teresa de Jess.

    n i . E R R A N , mi ju ic io , y yerran- grande-mente , los que no ven en nuestra es-cuela mstica ms orgenes que la exal-

    tacin del principio religioso,el arrebato d l a fe , la vehemencia con que se determina el dogma catlico. Indudab le es que entre los personajes de ms calidad de los anales cris-tianos figuran nuestros msticos ; indudable que llevan su firma las pginas ms bellas de la filosofa patr ia; y de aqu los aspectos que ofrecen la Doctora de Avila , el arrebata-dor apstol de Andaluca , Maln de Chaide , el horaciano agustino de Belmonte ,reco-nocidos por el incansable catedrtico que

  • 42 Ensayo crtico.

    i lustr y coment de superior modo la se-rfica Madre , presentndola , no como una santa escritora, sino como una escritora san-ta , por el malogrado Gonzlez Pedroso , por el joven ilustre maestro , sano crtico , que. ha trasladado su memor ia prodigiossima los archivos y las bibliotecas de Europa , y por tantos y tantos otros que no cerraron los ojos la evidencia y resistieron las tentacio-nes de la parcial idad;cuyos dos aspectos muestran que no reconocen las causas que li-teratos como M. Rousselot sealan, la gran-deza de la lira mstica espaola , la grandeza de la p luma de Santa Teresa , la grandeza de aquel elocuentsimo amigo suyo que posey pu ra y caudalosa vena de magnfica poesa.

    Cierto que el pueblo esforzado de Pelayo, del Cid , de San F e r n a n d o , desde los albo-res de su existencia se ha distinguido por su inquebrantable fe y viva religiosidad... .; d-ganlo , si n o , la epopeya de la Reconquista, los guerreros y doctores que en Concilios y campos de batalla combatieron la hereja en el crepsculo de la Edad moderna! ; cierto que ese sent imiento de religiosidad exaltado es robusta raz del hermoso rbol del misti-c i smo, que en tierras del siglo xvi pierde en-

  • Misticismo de Santa Teresa. $

    tre los arreboles del cielo su esplndido ra-maje ; pero no es la nica del genrico ni del genuinamente espaol: tiene otras, y m u y profundas en verdad. Nace, y veces se completa en la propia razn h u m a n a , i n d e -pendientemente de las religiones positivas. Buenos ejemplos son de ello el sistema de Patandjal i , los yoguis indostnicos, el neo-platonismo mstico de Porfirio, Proclo, Yam-bl ico, las escuelas alejandrinas y a lgunas contemporneas de A leman ia , cuyas notas , consecuencia lgica son de especulaciones metafsicas y no de determinada comunin religiosa. El mist icismo, escribe u n filsofo con temporneo , apunta en las escuelas r a -cionalistas, y la historia de las ideas p l a tn i -cas , los argumentos metafsicos para probar la existencia de Dios y aun d l a s in tu ic io -nes de los discpulos y sectarios de Schelling, atestiguan q u e , en el grado ms alto del procedimiento rac ional , se declara que existe en la razn h u m a n a , cuando l ibremente es-pecula , tendencia marcads ima, impulso ir-resistible al enlace con lo d iv ino , sin distin-guir las ms veces si el Dios con el que se une es el Ser Supremo y persona l , el Gran todo la sustancia nica de Spinoza. Y la

  • 44 Ensayo crtico.

    soberana de la propia conciencia se debe tambin el que , nuestros msticos del deci-mosexto siglo, d una originalidad sin e j em-plo ese sentimiento de personalidad que en -t raa como tal subjetivismo el principio del libre examen , el germen protestante cuyo desarrollo opnense aqullos, y al que pu -diera atribuirse la causa de haber sido dela-tado a l a Inquisicin el Libro sobre la vida de la serfica M a d r e , el que su confesor or-denara sta quemar el comentario de a l -gunos pasajes del Cantar de los Cantares, las persecuciones de la Doctora de Avila en Sevilla por orden del Santo Oficio, las triste-zas sufridas por San Juan de la Cruz en los calabozos de Toledo y el proceso de F r . Lus de Len.

    Indudable es que el genio espaol ha e n -riquecido con preciosos dones la historia de la filosofa, cuando se estudian las causas de nuestro misticismo.

    Y circunstancias que en gran parte contri-buyeron al desenvolvimiento de la escuela personificada, ya por los dos Luises y C h a i -de , ya por San Juan de la C r u z , y por esa especie de teologa enamorada que se l lam Santa Teresa , fueron la espontaneidad del

  • Misticismo de Santa Teresa. 45

    genio, la viveza de la fantasa, la irreflexin propia d l a juvenil edad , la voluntad e n r -gica, la intuicin viva y pene t r an t e , y el deseo inquieto de la representacin perfecta y cumpl ida , que son las caractersticas de la Espaa en aquel zenit de su inmenso po-dero.

    Momento es este de que se recuerde la tira-na mental de la dcimasexta centur ia , en la que , la razn de Estado, el fanatismo y la au-toridad abso lu ta , obligaban todos los espa-oles creer, seniir y pensar de idntica manera, convirtiendo al individuo, en lo mo-ra l , en vasallo de la idea predominante en el espritu de la poca. El pensamiento, amagado de asfixia, busc atmsfera ms pura que respirar, y espacio donde extender sus alas plegadas por la incer t idumbre y el m iedo ; y movida la inteligencia simple por el e n t u -siasmo, abandonada en brazos del amor , po-tencia subl ime intui t iva, hall en el a lma, en su centro, adecuado y nico trono de tal elevadsima potencia , campos sin trmino en que explayarse, lugar sacratsimo en que ser libre y soberana. Porque no hay duda : si volvis la vista y paris atencin en las pgi-nas de nuestra historia, veris razas dome

  • 46 Ensayo crtico.

    riadas, un sol obligado no abastecer de luz sino nuestros dominios , pginas escritas con la astilla de la cruz de sublimes marti-rios ; lo que no veris es un caut iver io , un solo cautiverio del espri tu. . . . ni siquiera tan breve como el madrigal de la codorniz ma-drugadora !

    E n las horas de sus grandes melancolas , la nacin espaola ha podido siempre subir buscar consuelos formular protesta (y as lo ha hecho) las doradas cimas del arte del pensamiento. En los t iempos i n a u g u -rados por el alfanje ensangrentado de Gua-dalete y la bandera santsima clavada por Pelayo en las rocas de Asturias, por e jemplo, brotan los cnticos religiosos de los mozra-bes, conteniendo las lgrimas de u n a nostal-gia tan sublime como aquella de que fueron testigos los sauces del Eufrates. Las indec i -siones, el olvido, el desdn el deliberado abandono de los fines nacionales , pocas v e -ces han dejado de oir la protesta del r o m a n -ce histrico, y si posible luera sealar el mo-mento de la aparicin de cada uno de los que poseemos, percibirase, sin d u d a , su nexo n t imo con algn acerbo dolor de la patria. Los espritus libres del siglo xvi, h u y e n d o

  • Misticismo de Santa Teresa. 47

    de la Babilonia en que gema cautivo el pen-samiento, sin saberlo quizs , buscaban u n refugio en el xtasis, en la contemplacin mstica que ansia ver Dios en la propia a l m a , en donde se le busca y se le halla por inefable misterio, pues se trasforma en E l sin dejar de ser ella individual . Acaso una de las caractersticas ms bellas de nuestro misticis-m o , y la que le distingue de u n modo p r in -cipal , es la de ser ms intenso y penetrante que los otros. Ta l vez, como dice un tico escritor con temporneo , la misma c o m p r e -sin en que geman los Luises y los Juanes les prestaba ms fuerza, ms alcance y ms certera direccin para penetrar y ahondar en los abismos de la mente , la manera que la bala, mientras ms forzada est dentro del tubo de hierro que la oprime , sale disparada en lnea ms recta y va ms lejos, no bien la plvora se inflama , dilata el aire y empuja el p lomo.

    Mas no olvidemos el precedente histrico; ni que para sealar las calidades y cualidades que adornan las especulaciones y a r roba-mientos de la serfica Madre , cuyo excesivo amor Dios la subl im un tan alto modo de oracin, que ms pareca de ngel que h a -

  • 4 8 Ensayo crtico.

    bitaba en los cielos, que de persona que viva en este destierro y valle de miserias es pre-ciso volver atrs la vista y fijar la mirada en aquel Doctor illuminatus, tenido por unos como filsofo , cuya p luma y palabra eran guiadas por la inspiracin divina, y por otros como zurcidor de herejas y proposiciones errneas % en aquel mrt i r mal lorqun que, impelido por la pasin m u n d a n a , por las tentaciones de la carne , arrebatado y febril, penetr con su caballo en la iglesia de Santa Eula l ia tras el objeto de sus atropellados y fogosos deseos, y que luego , como de impro-viso, fu rodeado de luz divina inclinado la penitencia en aquella hora de la tan a n -siada cita amorosa en q u e , al ir aspirar la peregrina hermosura de Ambrosia la G e n o -

    1 El Padre Juan Eusebio Nieremberg, de la Compaa de Jess , Vida de Santa Teresa.

    2 En t iempos de Sixto V , al removerse el expediente de beatificacin de Ramn Lull, se encontraba en la ciudad Ces-rea el clebre Gabriel Vzquez , el cual escribi en los Com-meiit. in I part. Sum. T h . , disp. 1 3 3 , cap. iv : Caeterum magna de hac re exctala fut controversia apud illustrissimos

    Cardinales Inqnisilores, auno 1560, sub pontificalu Sixti V, dum

    ego adhnc Romae essmi, mulls ex Calaloniae regno contcndenii-

    bus, Bullam Gregorii XI, qua damnantur Raymundi errores posi-

    lam Nicolao Eymerico in suo Directorio Inquisitorum, ab eodem

    fuisse confictam.... Adhuc subjudice lis est.

  • Misticismo de Santa Teresa. 49

    4

    vesa , descubrile sta su pecho corrodo po r un cncer.

    Y merece esta atencin la escuela lu l iana , porque su carcter y la influencia indicada nos ensean cmo es, al a lborear la centuria dcimasexta, la forma potica y literaria del misticismo, y cmo es ste ms bien moral que metafsico, ms prctico que terico. Merece esta atencin la escuela l u l i ana , por-que el mrito principal de nuestros msticos consiste en oponerse todo escolasticismo, or iginando en la intuicin y en la esponta-neidad del propio espritu el conocimiento, el amor , la contemplacin en Dios. Se les ve siempre con tendencia regular la vida a n -mica y servir de norma en aquellos momen-tos en que el espr i tu, abandonando su apa-cible quietud y consorcio con Dios , pudiera perturbarse. El notable tratado de las Contem-placiones, del famoso contradictor de Aver-roes, encierra, en sus doce par tes , el p r inc i -pio del conocimiento de lo divino, hallado por medio dla intuicin ante el espectculo de la noche serena, ante el cuadro de la apacible calma de los c ampos , en la escala milagrosa por donde la mirada interna asciende con-siderar la bondad divina y deleitarse luego

  • 5o Ensayo crtico.

    en la de otras infinitas y sublimes bellezas y perfecciones, honores y dignidades del Eter-no . As y todo, estos caminos por donde busca el alma la visin y gozo anhe lado , segn muestra el mal lorqun i lustre,son largos y peligrosos; estn sembrados de m e -di taciones, suspiros y llantos ; pero los i lu-mina el amor , ese hijo de los cielos, ese her-m a n o de los ngeles, que irradia salud y baa la frente de los hombres con roco no menos vivificador que el que l lenaba de perlas las nevadas corolas de las azucenas salomnicas y los cabellos de oro de la esposa en los pen-siles del Sabio .Cundo llegar la hora en que el agua que corre hacia abajo tome la inclinacin y costumbre de correr hacia arri-ba?exclama en el Cntico del amigo y del amado '.

    Preguntbale el amado al amigo : R e -cuerdas alguna cosa con que yo te haya r e -t r ibuido por quererme t amar? Y contesta-

    i Forma parte este cntico del libro v del trabajo que Rai-mundo intitul Blanqucrna, impreso por primera vez en 1521 por Juan Bonlabii, en la ciudad de Valencia : trabajo en el que desenvuelve el peticionario al Concilio general de Viena, su ideal de perfeccin cristiana en el matrimonio, en la religin, en la prelacia, en el pontificado y en la vida eremtica.

  • Misticismo de Santa Teresa. 5 i

    ba el amigo : S , porque no distingo entre los trabajos y placeres que t me das. P r e -guntaba el uno : Qu cosa es ms visible, el amado en el amigo, el amigo en el amado? Y responda el otro que el amado es visto por amor y el amigo por suspiros, dolores y perseverancias. Pregunt el amigo al entendi-miento y la voluntad , cul de los dos lle-gara ms pronto al amado: Corrieron ambos , y lleg m u c h o ms pronto el entendimiento que la voluntad. Preguntaron al amigo : De dnde vienes? Vengo de mi amado . Dnde vas? Voy mi amado. Cundo volvers? Es-tar con mi amado. C u n t o estars con tu amado? T a n t o , cuanto estn en l mis pen-samientos. El amado enamora constantemen-te al amigo y le acude y fortalece en sus de-caimientos, para que lo ame con mayor pasin; de suerte que en el decaimiento con-sigue mayor goce y nuevo bro.

    Venid mi corazn los amantes que que-ris fuego, y encended en l vuestras lm-paras : venid tomar agua la fuente de mis ojos, porque yo en amor nac, y amor me cri, y del amor vengo, y en el amor ha-bito.

    A m o r mstico es este, definido m u y exacta

  • 52 Ensayo crtico.

    y profundamente por el ermitao del mon te R a n d a , al decir que era medio entre creen-cia inteligencia, entre ciencia y fe. S , en efecto: el espritu asciende asido de la mano de la intuicin , que es amor, por la escala que le conduce u n i r s e c o n el a m a d o , y as est con l y en l ; el espritu encuentra su un in deleitosa en la contemplacin divina; el amado y el amigo se confunden en una esencial actual idad, pero sin que la persona-lidad propia se aniquile se destruya, ni las excelencias y bondades de aqul , congre-gadas en el sentimiento de ste, dejen de ser distintas y concordantes.

    Divino erotismo y admirable poesa la vez , segn exclama u n Acadmico mode r -n o , que rene como en un haz de mirra la p u r a esencia de cuanto especularon sabios y poetas de la Edad Media sobre el amor di-vino y el amor h u m a n o ; y realza y santifica hasta las reminiscencias provenzales de can-ciones de Mayo y de a lborada, de vergeles y pjaros cantores , casando por extraa ma-nera Giraldo de Borneil con H u g o de San Vctor!

    R a m n Lul l e s , digmoslo as , la inicial preciossima de nuestro misticismo. l sea-

  • Misticismo de Santa Teresa. 53

    l su tendencia prctica y escribi su evange-lio en aquellos libros que leg al m u n d o al dejar su cuerpo en la tierra. Cerrado el s e -pulcro del Doctor i luminado , sus discpulos encargronse de difundir los principios d l a escuela fines del siglo xiv y en el siglo xv; y los franciscanos, desde la sagrada ctedra especialmente, empezaron hablar al p u e -blo en el lenguaje de aquellos h imnos fervo-rosos, con aquel aroma de devocin mstica, con aquella poesa dulcsima y divina, y con aquella espontaneidad del beato mal lorqun; mientras que la doctrina de Santo Toms de Aqu ino era profesada en las Academias y en las Universidades por los dominicos , comen-zando , en los aos primeros de la dcima-qu in ta centuria, alcanzar a lguna popular i -dad el escolasticismo, esto e s , cuando ya en las vecinas Italia y Francia se escuchaba ha-ca t iempo el r u m o r de las luchas escols-ticas.

    Ntese bien : el teolgico y dantesco siglo que tiene por atr ibutos la lira florentina, la p luma del Cdigo de D . Alfonso, la espada de San Fe rnando , la tiara de Inocencio I I I , el plano de las catedrales de Colonia y Tole-do, es el siglo del filsofo, jurisconsulto y

  • 54 Ensayo crtico.

    telogo sublime Santo T o m s , quien con su inmenso genio influye sobre el derecho ca-nnico , sobre la Divina Comedia, sobre la mente de San L u s , resume las ciencias todas, y simboliza con San Buenaventura la vida intelectual de los tiempos medios , r ep rodu-ciendo ambos las tendencias del espritu ma-nifestado en la Academia y en el Liceo, si bien el idealismo platnico se cambia en el a lma del u n o en arrebatos msticos y c o n -templaciones extticas, y el espritu lgico del Stagirita trasfrmase en dogmatismo en la mente del ngel de las Escuelas. El si-glo XIII , repito, es el siglo de Santo T o m s ; y si en Espaa su l u z , semejanza de la luz de la natura leza , necesit recorrer un espacio para dar color la flor y al fruto del rbol brotado de la semilla por l depositada , esta tardanza se explica por la oposicin que p r e -sentaba aquello que, velado y oculto en las abstractas teoras, sala de las ctedras univer-sitarias , el esencialmente subjetivo, natura l y sencillo misticismo espaol , en la escuela de aquel mallorqun extraordinario, en quien se hi\o carne y sangre el espritu aventurero teosfico y visionario del siglo xiv, junta-mente con el saber enciclopdico del siglo xm.

  • Misticismo de Santa Teresa, 55

    Y he aqu cmo el Doctor i luminado in -fluye en las escuelas msticas del siglo xvi; pues su subjetivismo se muestra en escala ascendente en Alejo Venegas y F r . Lus de L e n , en F r . Lus de Granada , en el fran-ciscano Juan de los Angeles, y en Pedro Ma-ln de Chaide sobre todo. Doctrina lu l iana reproducen Diego de Estella y el apstol de Andaluca :como en las vegas de Mantua y en las iglesias de Ass materialmente se ve le-vantarse del paisaje vagar por las naves, borrando con su luz las sombras , la perso-nalidad de Virgilio y la personalidad de San Francisco, R a i m u n d o aparece en nuestra mente cuando meditamos sobre las obras de San Juan de la C r u z , de aquel San Juan de la Cruz cuya alma estaba impregnada de aro-ma de ngel , del aroma ms mstico, ms amorosamente potico, cuando estudiamos aquella singular mujer , gloria de su siglo, de su sexo, de Espaa , de la Iglesia, del li-naje h u m a n o , y a l a que deben , Leibni tz , segn propia confesin, sublimes ensean-zas de filosofa, y el Catolicismo los laure-les que conquistara en su campaa contra la Reforma, campaa tan gloriosa, por lo pico de sus t r iunfos , como la de San I g n a -

  • 56 Ensayo crtico.

    1 Duque de Fras, La muerte de Felipe II, Oda

    ci, y superior la del grande y prudente R e y ,

    Firme rival del Traesis umbro, Duro azote del Sena turbulento, Gloria del trono, de la Iglesia bro, Temido en Flandes, respetado en Tremo '.

    Sus libros (habla F r . Lus de Len de los de la Doctora) traen Dios los ojos del a l m a , ensean cuan fcil es encontrar le , y cuan dulce y amable es para los que le e n -cuentran ; i lumina en las cosas oscuras y co-munica al alma el fuego del cielo. C o n s e -cuencia lgica son ellos de que la Santa , cual todos los ms t icos , haya considerado la vida anmica como una constante lucha en la que el a rma es el amor y Dios el premio del combate. Esta existencia espiritual ha si-do alegricamente expresada siempre , por nuestros msticos todos , que han marcado los sucesivos estados por los que pasa esa vi-d a , segn la intensin del a m o r ; y as San Juan de la C r u z , San Juan Cl maco , San Buenaven tu ra , Santa Catalina de Bolonia, Sor Marcela de San Flix y Santa Teresa de

  • Misticismo de Santa Teresa. Sj

    Primeras Moradas, cap. i.

    Jess escribieron : La Subida del Monte Car-melo, El viaje del espritu hacia Dios, La es-cala del Paraso, Las Siete almas espiritua-les, Un romance al jardn del convento y El Castillo interior, sirvindose unos del s mbo-lo de una escala, de una estrella de un huer to , y otros del de tres caminos : el de la purificacin, el de la i luminacin y el de la u n i n , el trnsito porSiete lugares ,que es el de la ilustre reformadora d l a orden Carme-l i tana , en su precioso Libro de las Moradas.

    H a y u n castillo tallado en un slo d ia -m a n t e , un castillo de m u y claro y l impio cristal, rico en es tancias ; un hermoso casti-llo, mansin de la magnificencia y del delei-t e , digna de sus moradores , donde ha de ce-lebrarse el H imeneo ms sublime y feliz que jams han visto las gentes. E n ese castillo, que es el alma h u m a n a , no hay que entrar , porque dentro de l se est; y , sin embargo , no todos ocupan el sitio en que parece que se hal lan. H a y muchas almas que viven a l -rededor del Cast i l lo , all donde se encuen-tran los que le guardan , y no les importa co-nocerlo inter iormente ' . El penetrar en s el

  • 58 Ensayo crtico.

    espr i tu , es el anhelo y el fin del mstico; pues de esa suerte llega conocerse y en-tenderse s m i s m o , halla Dios en el cen-tro de esas magnficas moradas , y la inteli-gencia p u r a , en toda su simplicidad admira-ble, le a m a , con El se confunde y compene-t ra ; y en esos momentos considrase el alma como en un Paraso en donde la Divinidad y ella tienen deleites sin tasa.

    Penosa y larga es la jornada que ha m e -nester hacer el n ima para alcanzar ese tr-m i n o , si as es lcito expresarse, de lo que en en realidad no tiene fin. Asperezas y abrojos last iman en esa largusima senda en cuyo comienzo acechan las tentaciones. E n la puer ta que da el pr imer acceso ese castillo del a l m a , vigilan los espritus malos , ideas miserables y m u n d a n a s , la oscuridad y la t in iebla ; mas olvidando lo que nos amarra este bajo m u n d o , descindonos la vestidura terrestre, podremos conocernos , conseguir que se nos abra la cerrada puerta de la m a n -sin del E te rno R e y , y besar, al fin, como la Magdalena, los pies de su Redentor . Des -pacio camina el mstico en su peregrinacin: siete son las moradas que le separan de ese sol de brillantez incomparable que est en la

  • Misticismo de Santa Teresa. 5g

    ' Moradas primeras , cap. 11.

    cspide, en la l t ima estancia del resplande-ciente y hermoso castillo, de esa perla orien-tal y rbol de vida plantado en las mismas aguas de nuestra existencia, que es Dios ' . Mas para qu volar , si podemos ir por lo seguro y lo l l a n o , acompaados por la h u -mildad y la perseverancia; esa virtud compa-rada por la Santa la abeja en la co lmena, y q u e , como ella, nunca sale sino para traer el nctar de las flores?

    Abre la puerta de entrada al castillo inte-rior la oracin, y una forma de sta es p r e -ciso entonces para cruzar las siete moradas.

    La oracin necesita de la consideracin. Aqulla es ms mental que vocal, y exige ser meditada, pensada, considerada, porque si no deja de ser tal oracin. Habiendo entrado el a lma en sus propias facultades, arrollada y encerrada en s m i s m a , como consecuencia de la oracin, brotan en ella, en las primeras moradas , contentos espiri tuales, delicias y ternuras nunca sent idas , pero en las que nada hay de sobrenatural . All Belial la ase-dia con todo gnero de tentaciones y atract i -vos ; pero la razn muestra al espritu el e n -

  • 6o Ensayo crtico.

    gao, dicindole que todo aquello nada vale en comparacin de lo que anhela ; ensale la fe cul es lo que cumple ; le representa la memoria en lo que paran todas las cosas del m u n d o , recordndole la muer te de los que mucho gozaron ; la voluntad le incl ina amar , inicindole vida y ser puros cerca del verdadero amador , y el en tendimien to acude persuadirle de que no puede ganar mejor amigo que el Amado de Lul io , y le dice, asi-mismo , que la sociedad est sembrada de falsedades; que los contentos que le ofrezca contradiccin y trabajos sern al lado de las celestes dichas que ha de sentir ; que se c o n -venza de que fuera del castillo no ' i a l lar se-guridad ni paz , y que sr su voluntad y su amor no se anu lan , si no anda perdido, como el hijo prdigo , comiendo manjar de p u e r -cos , seor ser de todos los bienes ' . Razo-nes son estas que fortalecen al alma y la se-renan . Perseverando en la oracin, tras estos victoriosos combates pasa las segundas mo-radas, y de stas las terceras. Beatus vir qui timet Dominum, exclama, con el salmista , la serfica Madre , en su magnfico libro doctri-

    1 Moradas segundas , capitulo nico.

  • Misticismo de Santa Teresa. 61

    n a l , especie de Apocalipsis de sus obras. U n a vez el espritu en las cuartas moradas, comien-zan en ella ya herirle con alguna viveza r a -yos purs imos, y ms deslumbradores que los destellos y centellas que en el cielo empreo salen de un ro de luz que corre entre flori-das mrgenes , y que , unindose al esplendor de las flores, vuelven las aguas luminosas . Estos rayos son los de la bondad infinita del E te rno . El corazn se dilata con placer n u n -ca sentido, y una fragancia celestial y suav-sima casi anula las facultades. La oracin de recogimiento ayuda al a l m a , que se e n -trega embebecida en brazos del amor . Como estas moradas no son las de pensar m u c h o , sino las de amar mucho ", el n ima recon-centra sus potencias en el amor de D i o s ; las recoge en l , y absorta y anonadada en la contemplacin (que ha sucedido la medi ta-cin) de un m u n d o nuevo ornado de mis te -rios y de dulzuras , cae en un estado de aban-dono de sus propias fuerzas, en el que toda especulacin es imposible.

    La tranquil idad y la calma han sustituido al esfuerzo y al trabajo. Considerando ha en-

    Moradas cuartas , cap. i,

  • 62 Ensayo crtico.

    contrado la verdad el en tendimiento , y , no bien la ha adqui r ido , la ama y la contempla en reposo, en silencio. El espritu del ms t i -co vive pasivamente recostado sobre las m a -nos de Dios , del cual recibe la luz y la gra-cia ; y resignada la vo lun tad , no produce, sino que adquiere. Con slo abandonarse y olvidarse de s m i s m o , de sus gustos y rega-los , de su provecho y de sus mundanales de-terminaciones , acordndose nicamente de la honra y gloria de Dios , ha producido en l su Divina Majestad esa cesacin suspen-sin de la libre actividad de la inteligencia, le ha mostrado cosas sobrenaturales y celes-tes, le ha impregnado el alma de un aroma divino que le hace sentir sin esfuerzo, c o n -cebir sin acto discursivo, y determinarse ello sin atencin ni trabajo; le ha dejado ab-sorto el conocimiento con las irradiaciones de una luz m u y sobre la que podemos a l -canzar , la cual le sume en la admiracin y en el gozo ms sin industr ia que jams sin-tiese, y le proporciona ms perfecta y acaba-da percepcin de lo divino, subl imndole en los afectos. Llegado este lugar el espritu del mstico, slo se da cuenta de los h imnos de amor que le ensordecen, de las ondas de

  • Misticismo de Santa Teresa. 63

    luz y gracia que le c iegan, de los divinos perfumes que le embriagan , y en ese estado pasa de estas moradas las qu in t a s , en las que su alma presntase otra vez activa y dis-puesta unirse por medio de la oracin con la divina Bondad , y desvanecer en Dios su vida con Cristo : que nuestra pida es Cristo, como dijo el Apstol 1 . Esta actividad y con-ciencia del alma en la oracin de enlace d i -vino , fndase en la caridad y en el amor del p r j imo; en la caridad que orden la Es-posa Dios cuando la condujo la bodega del v ino ; en el amor que enseara al hom-bre con el ejemplo Jesucristo al convertir en su voluntad imponerse el deber de obede-cerle aquel Padre s u y o , cuyas ofensas re-cibidas de la h u m a n i d a d afligieron Jess mucho ms que las tristezas del camino del Calvario, que inspiraron Rafael el Pasmo de Sicilia, y las de la agona , que inspiraron Velzquez u n Cris to , apoteosis de la idea de redencin y de la idea de castigo, cuyo pie debiera leerse : U n muer to tal slo el Dios verdadero puede ser; y no se lee , por-que aquel fondo negro , los cabellos cados,

    ' San Pablo , Epstola los Colosenses , cap. n .

  • 64 Ensayo crtico.

    Moradas quintas, cap. 11.

    toda la p in tura mueven tal sentimiento de admiracin y de terror la vez, que la m a n o t iembla , y no se atreve acercarse escribir la frase.

    Oh gran deleite, sentir tormento por ha-cer la voluntad de Dios M, escribe Santa T e -resa llegado este p u n t o .

    No h a y , p u e s , para el mstico ms volun-tad que la voluntad divina. E n eso consiste el verdadero consorcio espiritual : que el hu -m a n o espritu que Dios ha llegado hacer s u y o , no semeja otra cosa que la blanda c e -ra dcil al m o l d e , que aqu es lo divino.

    Una vez alcanzado ese p u n t o , trabaja el alma por labrar el aposento espiritual y ser as recompensada con el dulcsimo bien que anhela y que la gua. La razn vacila, la memoria halaga, el entendimiento i m p o r t u -n a , el m u n d o llama s con sus atractivos, la senda llega ser peligrosa y difcil, pues silvestres zarzales y agudos slex la cubren de punzantes espinas; pero la voz de Dios, la armoniossima palabra de Dios infunde n i m o , vierte la delicia de una dulce y d o -rada esperanza; sus divinas meldicas frases

  • Misticismo de Santa Teresa. 65

    ahuyen tan las tentaciones , los temores , las tristezas, y. se une con su Majestad la esencia del alma, pero sin que comprenda sta t oda -va los divinos secretos, sin que Dios fe al pensamiento an n inguna de sus ms g r a n -des y luminosas verdades.

    Nos hal lamos ya en las sextas moradas . Aqu comienza Dios revelar a lguna de las felicidades sin cuento que al alma esperan en la vida futura , y descifrarle muchos de los enigmas y jeroglficos que se encuen t ran grabados en las piedras miliarias del camino del m u n d o .

    La divina Bondad, movida de piadoso an-helo , causa de haber visto padecer tanto t iempo por su deseo al a lma en el interior de sta, hace brotar una centella luminosa que la abrasa y renueva , y purificndola de todo pecado, dndole celestial b l ancura , la con-vierte en asiento y regocijo de Dios, que en ella se posa y permanece como en el cielo empreo. He aqu el alma mstica arrobada, extasiada. Dios est en su espr i tu , su esp-r i tu en Dios , y Dios y su espritu se u n e n en amoroso y castsimo suspiro, en dulce h i m e n e o , en candido y delicioso consorcio. Cosas del cielo y representaciones imag ina -

    5

  • 66 Ensayo crtico.

    rias se suceden en el a l m a ; Jess se mues t ra y es percibido por los sentidos, j, por t an to , visiones intelectuales y representativas t ienen lugar en ese mstico es tado, en las sextas moradas. Las primeras de estas visiones que-dan impresas en la memor ia , de modo que jams se o lv idan, pero no pueden ser dichas al m u n d o , porque su subl ime naturaleza lo impide. Recordad que Moiss no supo decir todo lo que en la zarza viera, sino lo que Dios quiso que fuese revelado las gentes, y que Jacob nicamente dijo de la escala ms -t ica, que por ella suban y bajaban ngeles, y eso que la mstica escala sirvile para com-prender muchos de los grandes misterios que se ocultaban sus potencias.

    Las segundas de aquellas visiones pueden ser objeto del comercio intelectual del m u n -d o , y s o n , por consiguiente , menos s u p e -riores.

    Llega ya el instante en que el alma est dispuesta alcanzar el apetecido y codiciado lugar , por el que ha ido en peregrinacin per-severante y piadosa. A semejanza de San Pa-blo en su conversin, el mstico, al ser a r r e -batado por Dios la stima m o r a d a , siente anuladas su sensibilidad , su inteligencia y

  • Misticismo de Santa Teresa. 67

    ' Moradas stimas, cap. \.

    su voluntad por el deleite experimentado en su alma en el ascenso rpido imprevisto, durante el que grande n imo es necesario veces para no atemorizarse; u n n imo m u -cho mayor que el necesitado por el rstico que no conoce ms m u n d o que el que l imita el pino que corona la cumbre ms apartada de su valle, para no aterrarse en medio de las olas. Mas as como al asombro sucede en el rstico de la comparacin la alegra de juzgarse el ms feliz de la tierra si la playa que arriba tiene el encanto de aquellas en que florece el canelero y se oyen admirables coros de sinsontes en los a i res , al miedo del alma en su rapidsimo viaje espiri tual, sus-t i tuyeno bien se desvanece el espritu en la stima morada, en las mansiones i l u m i -nadas como n ingn mortal sera capaz de imaginarlola dicha de sentir y conocer pla-ceres y maravillas inenarrables , pues all entiende el alma lo que tenemos por fe ' en la spera cuesta de la terrenal vida. El a l -ma no se separa de la materia, sino que su intensidad luminosa para conocer y para sentir crece de tal modo, que llegan sus ha -

  • 68 Ensayo crtico.

    i San Juan, cap. xvn, vers. 2 1 .

    ees de luz m u y lejos, aunque part iendo siem-pre del ncleo que tiene por red el cuerpo h u m a n o . La Bondad divina se posa en ella y le manifiesta en aquel momen to , de mane-ra m u y subida, cosas d e l c i e l o y grandsimos deleites de la gloria. El desposorio espiritual es ya un hecho consumado : el espritu de Dios y el alma h u m a n a se unen y se c o n -funden como en un solo h i m n o de perfumes los de dos flores de un mismo tallo, y forman u n a l u z , la luz nica de una estancia, los rayos que penetran por dos ventanas d i s -tintas.

    Dios y el a lma son , p u e s , una sola cosa. Mi amado m, y yo mi amado . Ut omnes unum sint, sicut tu pater in me, et ego in te, utetipsi in nobis unum sint 1 : as dijo J e s u -cristo orando por sus Apstoles, segn p a l a -bras del Evangelista.

    El inmenso amor de Dios sepranos ms y ms de lo corpreo, y la unin hcese ms indisoluble y completa , vindonos y con-templndonos en el pur s imo espejo de su di-vina bondad, que refleja nuestra imagen en acti tud de escuchar la magnfica sinfona de

  • Misticismo de Santa Teresa. 69

    la bienaventuranza prometida por el E te rno los que le aman . Al sentir estos sublimes goces, al tocar en las lindes de tan inmensa felicidad, nos advierte la prfida carne que todava vivimos en este valle de lgrimas y desventuras , el alma acurdase de que se halla engarzada al cuerpo, y resulta como u n dual ismo vital; pues en tanto que una por-cin del hombre permanece pegada al pla-neta y sometida sus inmutables leyes y las de la sociedad, el espritu se une Dios en el cielo empreo. Gime el alma aco rdn -dose d e q u e no ha salido todava de la crcel, cuyos techos y paredes la o p r i m e n ; se r e -tuerce de dolor al considerar que el m u n d o fsico la tiene amarrada a n con las cadenas de la ca rne , y exclama : Oh vida enemiga de mi bien : quin tuviera licencia para aca-barte! Sf rote porque te sufre Dios : man-tngote porque eres suya : no me seas trai-dora ni desagradecida! Aydem, Seor, que mi destierro es largo !

    H e ah el misticismo de Santa Teresa de Jess y su manera de expresarlo. Vaciado en el molde de su l ibro de las Moradas, expone la monja de Avila u n sistema mstico cristia-n o , en el que el pun to de partida es la o b -

  • yo . Ensayo crtico.

    servacin psicolgica. PvcbOioeauxov , escribila sabia Grecia en el templo de Delfos, y esa mxima socrtica responde la tendencia doctrinal de la Santa ; pues el que se desco-noce, mal puede conocer lo divino y r e n d i r Dios el homenaje y el culto que se le deben. Scrates y Santa Teresa consideran el cono-cimiento de s propio como un m e d i o , no como u n fin; como el pr imer grado , como la va preparatoria para llegar al de lo infinito y de lo perfecto. El misticismo de la Santa, cual todo el misticismo espaol, arranca del supuesto de que el fin h u m a n o consiste en anhelar y alcanzar el conocimiento , el amor y el consorcio con Dios , sealando por base esencial de sus Moradas el anlisis psicolgico y la observacin in ter ior , en tanto no se sale de la ronda del castillo. Nota maravillossima es esta del psicologismo que distingue todos nuestros mst icos, todos nuestros filsofos, en especial los no escolsticos indepen-dientes del siglo xvi, y que se origin cuando Lus Vives, ant icipndose escoceses y car-tesianos , alz la voz en pro de la tacita cogni-tio, de la mens in se ipsam reflexa!.... Nota maravillossima que nos persuade de que la teologa sera presa de fatal irremediable

  • Misticismo de Santa Teresa. 71

    vrt igo, si dejase de saber que es el sujeto que conoce, porque slo el raciocinio puede sal-varnos de las fatales corrientes del moral es-cepticismo de Pascal del budhismo nihilista de Miguel de Molinos.

    Este agudo anlisis subjetivo de la Docto-ra de Avila y de los msticos del siglo xvi, dota sus escuelas de la mayor originalidad imprmelas un sello que las distingue de las de otras pocas y edades. Pero convenga-mos en que esta observacin preciosa que el misticismo de Santa Teresa nos sugiere , no es radicalmente propia y exclusiva condicin originada en su inteligencia. Corra el s i -glo xvi , el siglo de las grandes controversias teolgicas y guerras religiosas, el siglo de la reforma luterana y calvinista, el siglo de Len X , el siglo en que se ajust por l t ima vez la caballera su hermosa espuela en Car-los V y Francisco I, el siglo de Enr ique VI I I y de Felipe I I , de aquel Felipe II que haca estremecer Europa con slo p o n e r l a m a n o en el mapa , que engarz el sol como piedra preciosa en su magnfica corona, y de cuya grandeza es rma el templo admirable l e -vantado por Herrera en la vertiente del Gua-dar rama. La serfica Madre no viva en tal

  • 72 Ensayo crtico.

    aislamiento que dejara de oir los siniestros rumores de los sectarios de L u t e r o , el eco de las acaloradas contiendas que provocaban en la iglesia de Ginebra los amigos del suce-sor de Fa re l , autcrata envidioso, m e z q u i -n o , vengat ivo, c rue l , pero de grande y m e -tdico ta lento , correcto escritor de los que podan la frase de tal suerte, que ofrecen la copia exacta de la idea; y porque los oy , tom la p l u m a , y , con su misticismo, min el edificio heterodoxo levantado por los hijos rebeldes de Roma , por los hijos de Satn, que apartronse de la nica sociedad que conserva y difunde esa vida que se l lama Dios en la Edad Moderna,la Iglesia ca t -lica ,y protest con su mstica teologa ca -llada, pero vehementemente , contra el empe-o de imponer el dogma por medio de- la fuerza y de resolver los problemas religiosos con la espada y con la lanza. La escuela de Teresa de Jess , forma perfecta de la ms grande confianza en el amor divino , cons i -deraba este como el formidable m u r o en el que haba de estrellarse toda hereja. El i n -saciable amor y la ardiente inagotable ca-ridad eran para Santa Teresa armas i nven -cibles y las nicas aceptadas por la religin

  • Misticismo de Santa Teresa. j3

    del Crucificado, que Dios no quiere que las ovejas separadas del redil vuelvan l por el palo del pas tor , sino por la piedad y el ar-repentimiento que inspiran el consejo y el ejemplo. La propagacin de la reforma l u -terana y calvinista, en vez de ponerle la ira en el corazn, cubra el cielo de su alma con una nube de tristeza, inspirbale el ms tier-no sent imiento de caridad hacia los desgra-ciados sordos la palabra Divina, y mot iva-ba en sus labios oraciones y plegarias al T o -dopoderoso,poemas los ms sublimes de la abnegacin y del sacrificioen solicitud de que le diese dolores y penas y se apartase de su espr i tu , cambio de que los seres de ra-zn soberbia, las almas de apagada fe irres-petuosas con Dios , volviesen arrepentidos al amorossimo seno de la Iglesia catlica.

    As , de esta sue r t e , olvidando encarniza-das guerras de los hombres y mundana les enconos, confiada en la accin eficacsima del amor d iv ino , y anhe lando atraer con su reforma religiosa y sus preciossimos l ibros las florestas de la virtud las almas tibias envueltas en la ceniza de la duda , cont inuaba la Santa su perenne vuelo hacia la celestial m o r a d a :

  • 74 Ensayo crtico.

    1 Tasso , Jerusalemme liberatta.

    Qual saturo augel, che non si cali Ove il civo mostrando ,altri Vinvita

    E l sublime y bellsimo sentimiento de ca -ridad indicado es ms vigoroso an en las teoras mstico-teolgicas de Santa Teresa, contrastando con la implacable crueldad de los dos campeones del dogma; pues todo el siglo xvi, llmese Felipe II Calvino , L u -lero D u q u e de A l b a , carece, segn ha di-cho u n escritor no tab le , de lo que en grado mximo tiene nuestro mist ic ismo: piedad.

    Su ardiente caridad y exaltado carcter psicolgico l ibran la angelical Doctora de las exageraciones del pan te smo , y aun del agust inianismo predicado en tales das y aceptado por aquellos dos falsos y mas fogo-sos apstoles de la Reforma.

    N u n c a , pesar de sus trasportes-msticos, sacrifica la Santa ni el principio dla libertad h u m a n a , ni el de la propia personal idad, ni la realidad del un iverso , ni la responsabili-dad de sus propios actos. . . . ; todo , absoluta-mente todo queda salvo , aun en la stima morada, donde se consuma el espiritual con-sorcio , pues la ilustre monja sabe y entiende

  • Misticismo de Sania Teresa. j5

    los maravillosos fenmenos que entonces se suceden.

    E insisto en este p u n t o , porque ,como dice u n erudito c o n t e m p o r n e o , l a i m -piedad m o d e r n a , en su diablico afn de confundir la luz con las t inieblas, y l lamar b u e n o lo malo y lo malo b u e n o , ha p r o -clamado por boca de sus doctores sin luz que el quietismo y las sectas a lumbradas nacie-ron del misticismo espaol , siendo fruto le-g t imo s u y o ; y , en su consecuencia, que Miguel de Molinos desciende de Santa T e -resa de Jess , que la mstica espaola es panteista, y otros mil absurdos de la misma laya.

    Nihilista la Doctora de vila! El misticis-m o espaol henchido de egosmo negativo! El alma de los Luises y de San Juan de la Cruz an iqu i l ada , absorbida en el ser, aquie-tada , reposada, confundida y desvanecida en Dios , como en la Nada! Perdida la persona-l idad , muer ta la conciencia individual de Maln de Chaide y Sor Marcela de San F -lix en sus xtasis y ar robamientos! Y, sobre todo, apstol del molinosismo la autora del Castillo Interior! Imbciles los que tal ex -c laman. Ciegos los que no ven en la historia

  • y6 Ensayo crtico.

    aquel Juan de Valds q u e , concertando y mistificando las doctrinas del maestro Eckar t y de Suso, de Ruysbroeck, T a u l e r y Melanch-ton , defendi en las consideraciones divi-nas el quietismo y el ninvana , que luego ha-ban de informar la gua espiritual de aqul, acusado de hereje, en i685, por el embajador de Francia en R o m a , Cardenal D J Estres , obedeciendo orden de Lus X I V , aconsejado por el P . La-Chaise . Crassima ignorancia la de los que no ven , as imismo, q u e , prece-dente lgico de la mstica de Molinos son las Instituciones de Tau le r , la obra acerca de los cuatro postrimeros trances de Dionisio Ri-chel y la teologa de Henr ico Herpio , l ibros condenados en el ndice por el inquis idor F e r n a n d o de Valds.

    Osado ha de ser aquel que c o m p a r e , des-pus de meditadas, la mstica de Molinos con la de la ilustre reformadora del Carmelo! Que inquieta Santa Teresa , como inquiet Bossuet , como inquietaba al dulce au tor de Los nombres de Cristo, la tendencia gns-tica de abstraer la h u m a n i d a d en la c o n -templacin del hombre? . . . . Enhorabuena ! Pe ro acaso olvida su consideracin la bella Doctora de Avila? Oh 1 antes al contrario.

  • Misticismo de Santa Teresa. 77

    ' Avisos y sentencias espirituales.

    Oid al mstico he rmano de la serfica Madre, aquel anglico poeta cuya palabra es tan dulce para el a lma , como lo fu para el labio la miel de Engaddi , San Juan de la Cruz . El romntico religioso nos dice, que por la vista y meditacin amorosa de Cristo se su-bir ms fcilmente lo m u y levantado de la unin , porque l , Seor nuestro, es ver-d a d , camino y gua para los bienes todos '. J ams , jams separa Santa Teresa la vida ac-tiva de la contemplat iva, pues si en la ora-cin de quietud el alma es Mar a , en la oracin de conjuncin el alma es Marta. Re-proches hace los que , por estar m u y embe-bidos en las contemplaciones y rezos, no osan distraer en nada el pensamiento para que el espritu con t ine recogido. Aqu de los quietistas y nihil istas! Aqu de Molinos! Leed las quintas moradas del Castillo Interno de la monja carmelita. Obras quiere el Seor. Qu saben los escritores quienes increpo del camino por donde se alcanza a unin? Si veis alguna enferma necesitada de alivio, si est en vuestra mano el prestrselo, salid del recogimiento : olvidad vuestro dichoso

  • 78 Ensayo crtico.

    estado, y , compadecidos de sus dolores , ofre-cedle el blsamo que poseis y puede r e m e -diarla en sus dolencias. H e ah la verdadera un in . Encontr is en esto la raz del moli-nosismo? Un in mstica es la d l a Santa, expresada con smiles exactos y delicadsimos en sus libros, en la que el espritu se da cuen-ta de s , se reconoce s propio, y, fortifica-do con el vino de la bodega del Esposo, vuel-ve d la caridad activa y las obras. Un in mstica es, que no lleva consigo la negacin del l ibre albedro y del conocimiento de s p rop io , ni el pantesmo y el quiet ismo de S a k y a - M u n i , de los a le jandr inos , de los gnsticos, de los begardos de Catalua y Va-lencia y de los herejes de Durango , verdade-ros progenitores de Molinos.

    Para Santa Teresa la un in con Dios es la recompensa de la caridad. Los grados que se consignan en su amor se conocen en los que se alcanzan en el de nuestros semejantes. Por esto no exclama la Doctora de Avila, como la discreta Victoria Colona , catequiza-da en mal hora por Juan de Valds:

    Cieco