Sanmiguel - Arboles

22
7/25/2019 Sanmiguel - Arboles http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 1/22 IN FIN IT A C OI E CC IÓ N edicionesdel~ ~

Transcript of Sanmiguel - Arboles

Page 1: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 1/22

INFINITA COI ECCIÓN

edicionesdel~ ~

Page 2: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 2/22

Rosario Sanmiguel

 

R BOLES

Page 3: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 3/22

Á R BO Lf 5

« el soñador amarra un corazón indeciso al

corazón del árbol mas elárbol loarrastra en el

lento

 

seguro movimiento de supropia vida »

©Rosario Sanmiguel,2011.

©Rosario Sanmiguel,2007.

© RosarioSanmiguel,2006.

Dibujode laportada: FelipeAlcántar

Diseñode laportada: LuisCarlosSalcido

Gastón Bachelard

ISBN:978-607-7788-70-6

Produccióneditorialintegral:

EdicionesdelAzarA.C.

Calle 17número 117

Chihuahua, México,31000.

Tels.: (614)4-100-584, 157-1159

Fax:415-9283

E-mail: [email protected]

Impreso

y

hecho en México

Page 4: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 4/22

Del Big Bend a tierras ejidales, en una barca agujereada al mando

de un niño, por un cuarto de dólar crucé el río Bravo. En la margen

los barqueros descansaban bajo la sombra de una manta anudada

a cuatro palos enterrados en la arena. Antes de seguir el camino,

en un intento por guarecerme unos segundos bajo el palio, me

aproximé a ellos. Ahí permanecí cerca de una hora, como si tuviera

todo el tiempo en las manos, al lado de los niños barqueros. Para

ellos menguaba el trajín del cruce a esa hora del día. Yo no sabía

qué me esperaba al final del trayecto, por eso la demora: una tre

gua, unos momentos de evasión. Los niños, visiblemente acostum

brados al paso de los migrantes, poca atención prestaron a mi pre

sencia; actitud que agradecí, pues me permitió contemplar a mis

anchas la intensa claridad que envolvía los objetos a un lado y otro

del cauce oscuro del río. Más tarde, paliada la fatiga, los niños me

indicaron cómo llegar a la casa de un hombre llamado Tavera. Siga

la vereda, no tiene pierde, hasta llegar a una casa con barrotitos de

madera en las ventanas, ahí dobla a la derecha y al fondo está el

alambrado del solar de Tavera. Escuché las instrucciones y eché a

andar segura de que me perdería, como me ocurría siempre, ca

rente del mínimo sentido de orientación, que trataba de llegar a

algún sitio por vez primera. Sin embargo, antes de lo esperado

encontré el punto donde debía torcer el rumbo. Caminaba por la

7

Page 5: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 5/22

vereda de tierra repegada a los muros; buscaba la angostura de la

sombra que arrojaban los aleros del pobre caserío de adobe. El eji

do era una resolana implacable.

Llegué al cerco. Mientras me sacaba la tierra de los zapatos

apoyada en el alambrado, escuché una musiquilla que venía de

atrás de la casa, luego vi aproximarse a un hombre. Buenas tardes,

me dijeron que aquí podía comer algo, le dije cuando lo tuve frente

a mí. Buenas, s ígame, respondió el que supuse era Tavera. Tenía la

dentadura manchada de sarro, el pelo canoso, largo y ensorti jado;

llevaba la barba sin afeitar y una camiseta vieja ceñida al cuerpo

con rastros de saín en elcuello. Abrió el cerco y lo seguí a través de

un patio extenso en dirección a la casa. Tavera dejaba las huellas

de sus gastadas botas vaqueras claramente señaladas en la tierra.

Tras nosotros iba un perro famélico que no supe cuándo se agre

gó y que husmeaba el rastro que dejábamos en la superficie.

Unos cincuenta pasos más allá llegamos a la casa; era una cons

trucción angosta con una ventana orientada hacia la puerta del

cerco. Detrás de la mampara presentí una sombra. Avanzamos por

una terraza de cemento cuarteado en cuyo centro una mecedora

desvencijada miraba a los cerros. Ahí me detuve, apenas tinos se

gundos, pues Tavera sintió que me atrasaba y me urgió a seguirlo.

Seguimos caminando los tres. Pasamos delante de cuatro puertas

cerradas y de una pieza abierta ocupada por varios catres con los

colchones descubiertos, donde las ostensibles manchas del forro

8

parecían el contorno de un mapamundi extraño. Caminamos un

poco más, dimos vuelta hacia la parte trasera de la casa, ahuyenta

mos con nuestra presencia a media docena de gallinas que pico

teaban en la tierra bajo un cobertizo de lámina. Esa era la fachada.

Por alguna razón sólo comprensible para él, Tavera dio vuelta a

toda la casa para conducirme a una mesa a la que hubiéramos po

dido llegar directamente. Ahí, delante del techo de lámina, el cas

cajo de una camioneta reunía a tres muchachos risueños. Supuse

que eran los hijos de Tavera, los escuchas de la música.

iBájenle güevones, que no estamos sordos

Tavera les gritó sin voltear a verlos al tiempo que me indica

ba una silla con la mano. Cuando entró al cuarto que teníamos

justo enfrente, uno con la puerta abierta, los hijos de Tavera se

miraron entre sí, soltaron risil las, se encogieron de hombros y obe

decieron. Me acomodé donde me había indicado, en la única silla

que había en ese porche formado por las ardientes láminas. Bajo el

cobertizo el calor era casi insoportable.

Disculpe, étray cigarros? Indagó llegando hasta mí el mu

chacho que parecía ser el mayor. Saqué una cajetilla de la mochila

y los otros se acercaron a tomar uno. ¿viene de Lajitas? ¿Encontró

trabajo? insistió el muchacho sin conseguir que yo verbalizara una

respuesta inmediatamente. Asentí y negué con la cabeza porque

mucho sus preguntas me habían sorprendido, puesto que yo me

9

Page 6: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 6/22

pensaba ajena a ese mundo que empezaba a conocer más a causa

de otra voluntad que a la mía.

¿ne qué trabajo hablas? Cuestioné yo al muchacho, pero en

tonces fue él quien no respondió; el padre estaba de vuelta y ellos

regresaron a su lugar en la traca deshuesada. Tavera colocó frente

a mí un vaso de agua y un plato con tres tamales. Los deshojé ante

el acecho de las moscas, que de inmediato se aposentaron sobre

las hojas coloradas que yo dejaba en el peltre.

iEl trabajo está más adentro Espetó elpadre mientras jalaba

un banco del interior del cuarto para acompañarme. ¿ne dónde

viene? Preguntó enseguida en voz baja.

El Paso. Respondí a secas porque trataba de comerme los

tamales antes que la miríada de insectos acabara con ellos. Tavera

asintió con la cabeza y agregó que hacía mucho tiempo que no

daba una vuelta por aquellos rumbos. Le pedí más agua. El no se

levantó, a gritos ordenó que la trajeran, varias veces, hasta que

apareció una mujer enjuta con una jarra de plástico. A pesar de la

lentitud de sus pasos el agua venía derramándose. Por un momen

to me pareció ver a la mujer caminar en puntas, supuse que ella

era la sombra detrás de la mampara. Llenó el vaso sin pronunciar

palabra, ni siquiera contestó cuando le di las buenas tardes, sólo

me miró y regresó al cuarto del que salió, puso la jarra en una

mesa y sesentó frente a la ventana a mirar el camino, a abanicarse

con un cartón que le espantaba las moscas y el calor. Entonces

1

pensé que la mecedora de la terraza era de ella, par~ contemplar

los cerros, para abatir la nostalgia que hablaba por ella en los ojos.

Deun golpe vacié elvaso, luego les ofrecía los ociosos otra

ronda de tabaco. También Tavera tomó un cigarrillo. Después de

encenderlos de nuevo subieron el volumen a la música y, como si

así nos hubieran exigido silencio, nos quedamos callados: Tavera

pensativo, yo agradecida por la sombra y el agua.

iAlláviene Isidoro De pronto gritó la mujer, que aún mira

ba por la ventana. Losmuchachos, elpadre y elperro corrieron en

direcciónal cerco.Llevadapor la curiosidad abandoné lamesa para

ir tras ellos. Isidoro también corrió a encontrarlos. Cuando estu

vieronjuntos los tres mayores lanzaron una rechifla ruidosa y sos

tenida para celebrar al menor de los Tavera.

¿Hasta dónde llegaste hijo? Indagó la mujer, última en lle

gar al cetco

Adelante de Lajitas, allí me levantaron. Contestó eljovenci

to en actitud suficiente.

¿Trais dinero? Volvióa interrogarlo la madre al pasarle cari

ñosamente la mano por la frente.

Ni cinco, pero mañana regreso a cobrar.

Orgullosos del niño loshermanos lebrindaron otra silbatina,

luegotodos enfilamosde regreso a la casa. Losmuchachos se aven

taban a Isidoro entre ellos como a un juguete. La mujer trajo la

11

Page 7: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 7/22

jarra rebosante de agua y otro vaso para el menor de sus hijos,

pero Isidoro vació el líquido del pico a la boca. Resultaba obvia la

admiración y elcariño de los mayores hacia eln iño. Él por su parte

gozaba con las fiestas· de sus hermanos y la atención de la madre.

Tavera, que hasta ese momento no había dicho nada, exclamó,

iNomás hasta Lajitas nos dejan llegar, all í es donde nos necesitan

iCabrones , remoliendo las palabras en la boca. Fue lo último que

le oí decir antes de que se perdiera en el interior de la vivienda.

Tras él la mujer desapareció también. Los hermanos, indiferentes

ante el disgusto de su padre, escuchaban con alegría la música

mientras Isidoro, sentado en el banco que recién había desocupa

do Tavera, se entretenía con un juguete electrónico que sacó de la

bolsa raída del pantalón.

Pasaban de las dos de la tarde y yo debía seguir el viaje.

Cuando me despedí de los hermanos les dejé la cajetilla de Marl

boro Lights. El niño me encaminó al cerco y me ofreció su ayuda

para buscar transporte a Malavid. Acepté y seguimos en dirección

al río.

lCómo te vas a ir mañana? Lo interrogué con verdadera

curiosidad.

De rait.

lEs

muy lejos?

lCómo

es el lugar a dónde vas a cobrar?

Isidoro no respondió, en cambio me miró como si no creyera posi-

ble mi ignorancia.

12

lPor qué razón creía él que yo debía saber cómo era la vida

en el ejido? Mientras avanzábamos recogía piedras, corcholatas,

tuercas mohosas y cuanto objeto llamaba su atención. Algunos se

los guardaba en los bolsillos, otros le servían para ejercitar la pun

tería. Decidíno preguntar más. Casial llegar a la orilla apuntó ha

cia el norte y me dijo, allá hay muchos teléfonos y muchas televi

sionesy las casas están siempre frescas y esmuy fácil comprar una

troca. Aloír sus palabras advertí mi torpeza, Isidoro en una frase

resumió su experiencia con el mundo del que yovenía. Mejor hu

biera sido preguntarle sobre Malavid, a donde yo me dirigía esa

tarde, seguramente me hubiera dado una respuesta acertada.

Llegamos a la playa de los barqueros. Ahí una troca vieja

estaba lista para salir. Lostrabajadores que acababan de cruzar se

arracimaban en la caja. Entre hombres y mujeres había poco más

de una docena y otros tantos que esperaban su turno en la rivera

del otro lado. Me despedí de él deseándole suerte en su viaje del

siguiente día. Mesonrió de cierta manera que interpreté comouna

burla. Tenía razón, quién necesitaba la suerte era yo. Enseguida

hablé con el choferde la troca y éste le pidió a uno que me cediera

su lugar en la cabina. Minutos más tarde elvehículo estaba lleno y

listo para ponerse en marcha. A medida que salíamos del ejido, el

caserío se difuminaba tras un nubarrón de polvo.Allá quedaban

los Tavera, aunque no por mucho tiempo, pues antes de lo que

pensaba volvería a encontrarme con ellos. Hacia adelante, entre

 

Page 8: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 8/22

las pitas del breñal, la troca se abría paso por un intrincado cami-

no de tierra, un rayón reseco trazado en la llanura. Esa ardiente

tarde de julio, mientras la troca daba tumbos en el camino de

terracería que iba a Malavid, las escenas y situaciones que había

imaginado en el hospital se avivaban ante la inmediatez del en

cuentro con los Galindo.

Iluminada .por

la llama cintilante de los cirios, frente al sobrio al

tar de la iglesia cuyos blancos muros ofrecen la soledad de los san

tos a la más fina y persistente película de polvo,apenas tocada por

la fervorosa oración de Jacinta, imagino a la niña comulgar por vez

primera. Veoa la familia Galindo acompañada por los notables de

Malavid: el presidente municipal, el recaudador de rentas, el ad

ministrador de la mina y el maestro de la niña. A ellos van dirigi-

das las inofensivas palabras del cura. Unosy otros, acabemos con

la costumbre de no dar y también con la costumbre de pedir; no

nos hagamos los desentendidos, que ante los ojos de Dios ni la

codicia ni la pereza permanecen ocultas. Reconozcamosnuestros

pecados ante el Señor... Son las frases introductorias de un ser

mónquezumbaen lasorejascomouna de esas moscasverdinegras,

 4

insolentes, molestas, pero pasajeras al fin. Palabras que no alteran

la conciencia ni los hábitos de los oyentes ni del autor de ese dis-

curso, el cura Manríquez, quien acostumbra desayunar en la casa

de los feligreses que con tanta paciencia esta mañana lo escuchan.

Jacinta lo atenderá los jueves, tal vez. Lo recibirá amable,

gustosa de servirlo, aunque en el fondo la inquietará el leve aleteo

de la culpa, ese tenue sobresalto que en ocasiones la obliga a bajar

la mirada. El desayuno transcurrirá plácidamente, la conversación

abordará los temas piadosos de siempre hasta escasos minutos

antes que la sotana abandone el comedor, porque entonces el cura

le recordará a Jacinta que los viernes por la tarde hay confesión.

Mi tía abuela asentirá, jugará a ser sumisa;· sin embargo, al día

siguiente,justo a la hora que debe presentarse en el confesionario

encontrará alguna ocupación, cualquier cosa que le sirva de pre-

texto para no asistir. El cura sabe que su labor es inútil, mas en-

tiende que su deber es pastoreada, acercarla al cumplimiento de

sus deberes con la Iglesia, por eso después de intentarlo una vez

más, resignado fumará un cigarrilloy beberá otra taza de cafémez-

dado con chocolate.

Esel primer sábado de mayo de

194

LosGalindoy sus in-

vitados se reflejan en el pulido encino de los pisos, en la plata de

los cubiertos resplandecientes, en el amplio espejo oval que traje-

ra Galindo desde San Antonio por capricho de doña Andrea

  5

Page 9: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 9/22

 

Carrasco. Uno más de los muchos que tuvo y vio cumplidos su

difunta esposa.

En la espaciosa cocina la estufa de leña permanecerá encen-

dida desde el amanecer hasta entrada la noche. Las cocineras no

cesarán de echar tortillas de harina y demaíz,de servir elasado de

puerco en chile colorado a los invitados al convite. Para las seño-

ras Jacinta abrirá las conservas dulces guardadas en la alacena, y

para los hombres sotol y whiskey,todo el que sean capaces de be-

ber. La comida que ofrecerá Galindo en honor de Amandita, su

única hija, no terminará con los postres, se prolongará muchas

horas después que la niña, con su vestido de encajes blancos y

organdí, caiga rendida de tanto llamar la atención. Imagino

  o

es

que Amanda me lo contó?) que dos veces al año Galindo iba en

viaje de negociosa San Antonio; antes de Navidad y en el verano.

Deallállegaron los encajes, el libro de oración de pastas nacaradas,

el rosario de cuentas cristalinas y la alta vela blanca con la cinta

dorada que baja en caracol.

Elalma de la fiestaesGalindo.Cuandono cuenta fantasiosas

historias de apaches en las que él resulta triunfador, tañe una gui

tarra de doce cuerdas. Galindo es un narrador nato y Jacinta lo

escucha con admiración, confirma en silencio que lo que en los

otros es pedantería, en él resulta graciay donaire. Losmúsicos son

deOjinaga,losmejores de la región. Ese día Galindo toca con ellos,

  6

su fino oído musical le permite jugar con los instrumentos: ahora

el contrabajo, en la otra pieza elviolín.

Al paso de las horas los comensales satisfechos se despedi

rán, las cocineras apagarán el fogón y la fiesta gradualmente se

agotará en el silenciode la noche.Jacinta, exhausta, también aban

donará el escenario. En su alba cama de latón, Amandita ya dor

mirá profundamente. SóloGalindo dará vueltas en su cama una y

otra vez. Dominado por el deseo luchará, se resistirá inútilmente,

pues sabe que terminará entregándose. Sepondrá de pie, cruzará

el pasillo,abrirá la recámara de la niña para asegurarse que duer

me y en seguida se dirigirá a la pieza de Jacinta. Ahí se detendrá

unos instantes a descifrar elmurmullo de su rezo, antes de regre

sar al salón a encender esa pipa que deberá paliar la ansiedad, ate

nuar la culpa.

Termina de fumar. A su regreso acerca la oreja a la puerta

para escuchar el susurro de la devota. Es entonces cuando con el

corazón tremolante, siempre como la primera vez, da vuelta al pi

caporte para encontrar aún con el diostesalvemaría en los labios a

su hermana aquiescente: Jacinta macizay esbelta comola vara de

un peral.

  7

Page 10: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 10/22

 

Desperté al filode las doce. Emergía de un largo sueño del cual no

recordaba nada o casinada, salvo el rostro enjuto deAmanda, ima-

gen que venía a mi mente en cualquier momento, ya fuera el

sueño o la vigilia,como una obsesión, como una enfermedad que

había que sanar, si es que la memoria tenía remedio. Después de

haber dormido tantas horas una pesadumbre en el cuerpo meman-

tuvo aún largo rato en la cama. Cuandofinalmente salí dela penum-

brasa habitación que me había asignado Jacinta, no me atreví a

recorrer la casa, algo que deseaba intensamente.

Fui derecho a la cocina, al lugar donde el día anterior me

había recibidoJacinta, el único donde al parecer me era permitido

estar. Allíla anciana había dejado un plato cubierto con una servi

lleta de lino blanco, esquinas bordadas en punto de cruz con flore-

cillasen amarillos y violetas, que me llevó a las tediosas horas ves-

pertinas de Amanda en compañía de Jacinta, su celosa custodia.

Tomé la servilleta y aspiré profundamente ese olor a pan, a género

limpio, a nada especial. Mela llevé de regreso a la habitación; do-

blada la guardé enla mochila y de paso tomé elcuaderno. Meeché

en la cama y traté de escuchar la voz de Amanda. Cerré los ojos

para invocarla, para que nada me distrajera del relato que vivía

dentro de mí. lEra su voz la que escuchaba o era la mía? Abrí el

cuaderno y empecé a escribir las primeras frases.

Horas después, cuando salí de la casa vi un sol en declive

que inmovilizabala tarde. Elviejo caserío de adobes se alineaba a

  8

lolargode la acequia hasta elfondo de la calle,el sitio de la arbole-

da luminosa que había visto al llegar. Caminé sin rumbo fijo. Eran

mis pasos, no yo, los que se empeñaban en llevarme a algún lugar

apartado de la casa de Galindo,del gélido recibimiento de Jacinta,

de la indiferencia del viejo.Actitudes que no sólo me hacían incó-

moda la estadía en su casa, sino que además habían empezado a

sembrarme dudas sobre el sentido del viaje.

Apenas caminé unas cuadras cuando oí una voz que me

llamaba por mi nombre; parecía venir de atrás de un mosquitero.

Elhombre que abrió la puerta me mostró en esa hora vacilante la

desarmonía de su figura, la generosa papada y la esbeltez de su

cuerpo. Busco a Galindo. Respondí desconcertada, sorprendida al

escuchar mis propias palabras, pues seguramente sin yo saberlo

había salido a buscarlo.

Por ahí debe andar, comentó amablemente el hombre,

entre, tal vez pase por aquí más tarde.

Así lo hice. El hombre me tendió la mano y se presentó

como pariente lejano de los Galindo. Se llamaba Tomás y era el

propietario del establecimiento. Me llevó a una mesa apartada,

donde un rato más tarde supe que su amabilidad era elpreámbulo

a una confesión. Usted conoció a Amanda lverdad? Le pregunté

abiertamente porque tuve la clara intuición de que él deseaba ha-

blarme de ella. Tomás no parecía ser un hombre movido por la

 9

Page 11: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 11/22

curiosidad, en todo casoera un memorioso comoGalindo, comola

misma Amanda.

Sí. Fue una mujer consumida por la tristeza. No hay en

fermedad que acabe tanto como un mal recuerdo. Hablaba con la

mirada fija en un punto lejano, más allá de la puerta situada al

otro lado de la pieza, como si esperara verla cruzar el umbral en

cualquier momento. Después lanzó un ruidoso suspiro y agregó:

siempre estuve enamorado de ella. No fui yo el único, Wolfgang

Greiner fue novio formal de Amanda, pero como usted sabe de

sobra, a quien ella amó perdidamente fue al candelillero. Esa fue

su desgracia.

Lo dijo en tono monocorde, como si su único interés hu-

hiera sido dejar por sentado un dato importante. Después de oírlo

intuí que él sería un buen informador, alguien que por despecho

no consentiría equívocos, de manera que me aventuré a iniciar

una ringlera de preguntas relacionadas con ese personaje llamado

Greiner; un nombre que entre fragmentos había escuchado de la-

bios de Amanda.

Wolfgangllegó aquí a trabajar en la mina, me explicóTo-

más, con la American Smelting, era el encargado de la maquinaria

diesel, un tipo inquieto que un buen día se fue de viaje y regresó

con un proyector. Después iba a Ojinaga una vez a la semana a

traer películas, las pasaba los sábados y domingos a las siete de la

tarde, en un local que él mismo levantó con ese propósito.

 

Era fácil suponer que Greiner yAmanda se habían conoci

do en el cine del campamento minero. A pesar del trazo tan am

pliocon el que Tomás dibujó al alemán, resultaba obvio que entre

esostres hombres mi padre era el gañán, el malo de la película; el

bueno y el feo también saltaban a la vista. ¿Ese alemán aún vive

aquí?

Antes de hablar sonrió con una mueca sarcástica. ¿Pensó

 , , . 1 11

acaso que yo era capaz de ir a buscarlo? Sí, tenía razón, de haber

sido afirmativa la respuesta me hubiera presentado ante él. No,

respondió Tomás enfático. Cuando Amanda lo dejó por el can

delillero, él se consoló con Idalia, una mujer que al parecer cono

ció en las minas del sur del país. Añosdespués llegó aquí la noticia

de que se habían establecido en un pueblo cercano y que vendían

paletas de hielo hechas con una fórmula que Greiner inventó.

Larespuesta de Tomás explicaba en parte su sonrisa. Lue-

Kºpermaneció callado. Laconversación se estancó antes de lo pre

visto; sólo logramos reanudarla después de que llegó un cliente a

sacarnos del mutismo, pero antes Tomás se levantó a atenderlo.

Desdela mesa veía todo el lugar, la puerta principal, cada una de

las ventanas, las mesas de lámina, la debillar y una larga barra de

madera, en uno de cuyos extremos se encontraba la caja registra

dora, en el otro, un viejo ventilador de aspas sucias que rotaba

lentamente. El aparato en lugar de refrescar, con el sordo zumbi-

 

Page 12: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 12/22

;

do del motor, adormecía. Atrás de nosotros un marco con una cor-

tina corrida delimitaba el espacio entre la vivienday el negocio.

El recién llegado era el único cliente.Tomás fue a sentarse

a su lado mientras aquel bebía en sorbitos pausados un refresco.

El hombre nunca se quitó el sombrero, lo llevaba calado hasta las

cejas.Yo agucé el oído p~.raescuchar lo que hablaban, pero no lo

conseguí. Tal vez no dijeron nada. Cuando el hombre salió vi des-

aparecer su menuda figura en la calle calcinada.A su regreso To

más se sentó frente a míy de golpe me preguntó de dónde veníay

qué buscaba en Malavid. Sus preguntas me sorprendieron, pues

yo estaba segura que él sabía las respuestas. Aún así respondí: de

la frontera.

¿cuál? Hay muchas fronteras.

Las palabras de Tomás surgieron de una sonrisa a medio

trazar. Sí,ya lo creo, pensé. Ahí estaba elmuro erigido por Jacinta

para mantenerme apartada de ellos.También elmutismo empeci

nado que había encontrado en Galindo, su colindancia con elmun-

do y su insalvable frontera.

Malavid con Lajitas es una de ellas, prosiguió como si me

hubiera leído el pensamiento, un pueblo gringo a treinta y cinco

kilómetros al noroeste. De este lado del río hay un ejido, se llama

Nuevo Lajitas.A las cinco de la mañana salen tracas para ese rum-

bo, sospecho que le interesaría echarle un vistazo.

 

Me di cuenta que Tomás hablaba como si me hubiera es-

peradodesde hacía tiempo para informarme no sólo sobreAmanda,

sino de la vida en aquellos pueblos entristecidos por la memoria y

J a

pobreza. Nole quise decir que yohabía llegadoa Malavidpor ese

camino. Tampoco quise comentar la desagradable impresión que

me causaron la desnudez del ejido y su miseria. Las palabras de

Tomás, aunadas a esa imagen, me hicieron sentir la desolación que

vien los ojos dela mujer de Tavera.

Después de la sugerencia de nuevo abandonó la mesa.

Desapareció de mi vista por mucho tiempo, el suficiente para que

yome perdiera en toda clase de conjeturas. No se equivocabaTo-

más si me creía capaz de buscar a Greiner. Pero, ¿por qué iba a

hacerlo? Mi estancia en Malavid obedecía a una razón concreta.

Sin embargo, estaba por demás engañarme, la breve conversación

con Tomás fue para mí como el soplo del fuelle sobre la paja en-

cendida. Esa tarde, mientras uno a uno llegaban los clientes, me

convencí de que lo primero era ir al encuentro de los árboles

fulgurantes que había visto al final del camino el día anterior. Era

importante que yoescuchara el rumor de los árboles que acampa-

ñaron en sujuventud a Amanda.

Eldueño de uno de los muebles que transporta a la gente

se llama Guadalupe Olivas;el que acaba de entrar. Con ese comen-

tario reapareció Tomás sacándome de mi pienso, cuando el calor

 3

 ibliotec

Page 13: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 13/22

sofocante exacerbaba el tufo a cerveza y obligaba a los hombres a

buscar alivio cerca de las aspas del abanico. Luego se retiró a ha

blar con Olivas, posiblemente le explicó quién era yo. Aquél ni si

quiera volteó a mirarme, en cambio solicitó una bolsita de cuero y

los dados. Agitó el morralito y dejó caer los cubos sobre el fieltro

gastado de la mesa; supuse que la combinación de los puntos ne

gros determinaba la bola a golpear. A ritmo de palafrén Olivas se

preparó para iniciar el juego. Sacó su pañuelo y se enjugó la cara,

enseguida adoptó posición de ataque. Un disparo tras otro y en un

santiamén despejó la mesa. No soy retador para usted Olivas, acla

ró Tomás con voz redomada cuando el otro le entregó el saquito de

los dados. Pruebe, le replicó Olivas enjugándose nuevamente la

cara. Era hombre de maneras suaves, de actitud concentrada.

Tomás y Olivas jugaron hasta altas horas de la noche. Olivas y yo

fuimos los últimos en salir. En el salón sólo se escuchaban las as-

pas del abanico, el zumbido circular que desgajaba el aire caliente.

Una vez afuera Olivas se hundió en la negrura de las calles.

Yo, gobernada por las imágenes que había sembrado Amanda en

mí, caminé hacia la casa de Galindo; batallaba con la oscuridad de

una noche sin luna.

2 4

Andrea, escucha, déjame explicarte, la ~ina no siempre estuvo

ahí. Valentín Chávez descubrió el mineral, andaba en su burrito

pastoreando las chivas cuando vio que algo brillaba intensamente

en elcerro, se acercó a recoger unas piedras y selas llevóa Malavid

para mostrarlas. Lagente estaba maravillada, pensaba que encon

traría oro. No fueron pocos los que organizaron una expedición a

los cerros, pero por alguna razón no hallaron la veta de la que ha

blaba donValentín.Alpobre chivero lohizo tarugo su cuñado, Cruz

Pando. Éste, nada tonto, de inmediato buscó quien ensayara las

piedras, quería saber de qué metal se trataba. Cruz llevó las pie

dras al Chapo, a un señor que vivía ahí, don Pepe Caballero, pro

pietario de una tienda de abarrotes muy próspera, enseguida de la

estación,   os caballerosrecuerdo que se llamaba, nada original.

Don Pepe tenía un hermano en Chihuahua, él era el ensayador, a

él se dirigieron con las piedras de don Valentín. Resulta que salie

ron muy ricas, de manera que quienes empezaron a trabajar elmi

neral y se enriquecieron fueron otros, mientras don Valentín si-

guióde chivero. Era un viejito sin capital y sin grandes ambiciones

que vivía en la orilla de Malavid con su esposa, doña Locadia.A mí

memandaba Jacinta cuando estaba chicaa comprarle quesoy suero

de sal. DeesovivíanValentín y su esposa, devender leche,asaderos

y

cabritos cuando era el tiempo de parir.

Megustaba ver a doña Locadia trabajar. En el patio de su

casa crecían las matas de trompillo, un arbusto silvestre que echa

2 5

Page 14: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 14/22

una florecilla violeta, después una bolita amarilla del tamaño de

una lila, ese frutito se lo agregaba a la leche para cuajarla, hasta

que hacía hebras estaba lista . Doña Locadia no tenía hijas, por eso

le gustaba que yo la visitara y que la ayudara. Para mí, arrancar las

boli tas de trompillo y vigilar la leche era un juego. Jacinta me man

daba con doña Locadia muy tempranito a hacer la compra, pero si

me tardaba en regresar sabía que estaba con ella, acompañándola

en su cocina, un cuarto con el olor amable de la leche hervida y el

pan recién hecho. A estufa de leña.

De niña mi mejor amiga era Rita, ella vivía en contra

esquina de la casa, con sus padres, don Fernando y Lupita Aziz,

tenían un comercio en su casa donde vendían telas, quinqués, za

patos, muebles y muchas otras cosas. La casa era muy grande, la

mitad la ocupaba la tienda y en la parte de atrás vivía la familia.

Tenía un tejabán y un cerco de tablones pintados de verde que

circundaba la propiedad. Cuando pasaba por ella para ir a la escue

la, Severita la cocinera siempre estaba preparando la cuajada en

un lienzo blanco que colgaba del alero de la puerta del patio. Era

una familia de cuatro hermanos, todos mayores que Rita, por eso

en la mañana había mucha bulla. Severita los atendía a todos, tam

bién a don Fernando porque Lupita se levantaba tarde. Rita me

contaba que su mamá tenía jaqueca a causa de unos recuerdos que

sólo al padre le contaba. Años después supe por Jacinta que Lupita

Aziz estaba en el cambio de vida y por eso despertaba llorando.

2 6

Pero Severita le contó a Élfidala lavandera, que doña Lupita soña

ba con frecuencia que un perro le mordía las manos y despertaba

justo cuando sentía los colmillos del can entrar en su carne. A eso

se debía el llanto de la mañana.

A la casa de los Azizme gustaba ir porque los hermanos

eran muy alegres y hablaban todos al mismo tiempo. Jorge, el

mayor, se quería casar con Reyes,la menor de las Carrasco, her

mana de tu abuelaAndrea, pero ellano lo quiso a pesar de ser muy

guapo, moreno, con ojos de árabe y pelo chino. Además, rico. Él

pasaba mucho tiempo en la tienda y nos pedía a nosotras que le

lleváramos regalos a mi tía. Lemandaba cortes de telas finas y dul

ces muy dulces. El paquete de las golosinas lo entregábamos a

medias, pero a Reyes no le importaba, decía que nos quedáramos

con él. Un buen día Jorge se cansó de mandar regalos y sefue de

cepcionado a abrir su propia tienda en Ojinaga. Después supimos

que sehabía casado con una de las muchas primas que tenía. Cuan

do mi tía Reyeslo supo comentó que seguramente le habían lleva

do la novia hasta el mostrador de la tienda.

Mitía Reyes se casó con José Marín, un pasante de medi

cina que llegó de Chihuahua, y tenía una hermana en Malavid ca

sada con Saúl Villanueva, el fotógrafo del pueblo. Bueno, pues el

pasante también aprendió a tomar fotos para retratar a Reyes.Era

una muchacha bon ta, decían que era de las más bonitas de su

época.Tenía los ojos castaños y las pestañas chinas, el pelo largo y

Page 15: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 15/22

ondulado. Cuando vayas a la casa de tu abuelo pídele a Jacinta el

álbum, ahí verás las fotos que nos tomaba en los jardines. A mí

también, porque a pesar de que Reyes era mayor que nosotras diez

años, le gustaba acompañarse con Rita y conmigo. Dile a Jacinta

que te muestre ese álbum, ahí verás mucho de lo que te he conta

do. Yo era su sobrina favorita , decía y Rita una niña muy graciosa

porque platicaba todo lo que ocurría en su casa. Así conquistó a

Reyes el pasante, tomándole fotos, enfrente de la iglesia, en eljar

dín de su casa, en un día de campo en el piélago, en la tardeada del

Sábado de Gloria, en elbaile del primero de mayo, el día del Patrón

San Carlos, y así, todo el año encontró la ocasión para halagarla.

Busca una en la que estamos Reyes, Rita y yo en el solar de nuestra

casa, sentadas en el borde de la pileta, verás unas dalias altísimas

en el fondo. Las cult ivaba Jacinta, de todos colores. Lajardinería

era su pasión, ella misma vigilaba el agua que llegaba de la acequia

y se encauzaba por los angostos canales que irrigaban elsolar. Tam

bién cuidaba que los árboles no se plagaran y en tiempo de poda

ayudaba a ramonearlos. Limpiaba las hojas de las aralias y las

piñononas con leche, para sacarles bril lo.

Las fotografías eran azuladas, recuerdo que la camarita de

José Marín descansaba en un tripié, seguramente no era buena,

pero consiguió lo que buscaba. Ély Reyes se casaron en el43, tenía

yo doce años. El baile fue en el salón de actos de la escuela porque

llegó mucha gente de Ojinaga y Chihuahua, era el salón más gran-

  8

de que había, el piso era de machimbre, muy bonito. A la siguiente

mañana sefueron de Malavidy nunca volví a ver a mi tía. LosAziz

cerraron la tienda y dejaron Malavid cuando se acabó la mina. De

Ritano supe más. El mundo que conocí ya no existe, todo lo que

vivíen mi infancia se acabó. Malavid es para mí un sueño.

Temía despertar a los durmientes. A oscuras aligeré el paso para

buscar la salida. Crucé el pasillo en dirección a la cocina, donde vi

una brasa moverse por encima de la mesa. Cuando me acerqué oí

claramente el crepitar del tabaco. Galindo fumaba con fruición en

tanto sobrevivíala noche. Voya Lajitas, hoy mismo regreso, le co-

menté a pesar de que yo sabía que era inútil. MellevaGuadalupe

Olivas, usted lo conoce. En respuesta Galindo soltó una bocanada

de humo. No obstante, esperé unos segundos indefensa ante el

silencio del abuelo. No veía su rostro, pero podía escuchar sus

movimientos,adivinarlos, seguirlospor medio de labrasa: el tallón

de la colilla en el cenicero e inmediatamente después el clic del

encendedor.

Salía la calle.Respiré aliviada el aire fresco de la madruga-

da. Caminé de prisa al lugar de la cita para alejarme de la indife-

2 9

Page 16: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 16/22

rencia del viejo lo antes posible. En el restorán ya estaban los tra

bajadores que esperaban el arribo de las trocas. Bebían café negro

y comían las torti llas de trigo que una muchacha sudorosa aplana

ba en el comal. Olivas llegó algunos minutos después que yo. A él

la muchacha le tenía preparada una bolsa y un termo. Mientras

Olivas y la joven platicaban, algunos se acomodaron en la caja del

vehículo. Cuando él estuvo listo me hizo una señal para que lo si

guiera. En el trayecto a Lajitas la luz del amanecer develó el cami

no agreste por donde yo había llegado a Malavid.

Aquí todos hacen chilar y huerta; ni los voladeros los de

tienen, juegan carreras desde el río hasta Malavid, me explicó Oli

vas cuando la luz de la mañana hizo visibles las cruces a la orilla

del camino.

¿Quiénes son todos? Discúlpeme si lo contradigo, pero yo

veo muy tranquilo el pueblo. Casi no hay gente.

Todos los que regresan.

¿1os que regresan? ¿ne dónde?

Olivas no respondió; así que decidí dejar el asunto mo

mentáneamente. Días atrás, cuando viajaba de El Paso a Malavid,

no pensaba que haría ningún recorrido turístico. Mi misión era

otra y quería cumplirla al pie de la letra, sin embargo, al encon

trarme con la actitud reservada de Galindo y Jacinta traté de pasar

las horas fuera de la casa, por eso acepté el paseo que me propuso

Tomás.

3

Salimos por un angosto camino de tierra apisonada. Hacia

el oeste se desplegaba en una vasta superficie arenosa poblada por

arbustos y flores silvestres hasta la lejana línea del horizonte, don

de una llamarada emergía del desierto. Hacia el este, a medida que

avanzábamos, el camino se replegaba en dirección a los cerros

parduscos. Másadelante, por un lado seprecipitaban losvoladeros;

por el otro la mirada se estrellaba en un muro pedregoso. En esta

parte del viaje Olivas encendió un cigarrillo que lo reconcentró en

sí mismo.Avanzamos el último tramo de lleno entre los cerros, en

elmomento que la luz del día los aclaró totalmente, en la cima los

rebaños de cabras mordisqueaban la flor de las palmas, luego en-

tramos a terreno plano y una inmensa nube de polvo nos siguió

hasta la vera del río.

Respeté el silencio de Olivas, pero cuando advertí que fal

taba poco para llegar traté de volver a nuestra conversación.

¿A quién se refería? Insistí sin esperar respuesta. Hasta

creíque diría que no sabía de qué le hablaba.

La gente trabaja en los pueblos cercanos, Presidio, Fort

Stockton, Midland, Alpine y algunas rancherías de por aquí cer-

cas, los más arrojados llegan a Colorado o a Florida a pizcar

naranja.

Lo dice con disgusto, sin embargo veo que usted hace lo

mismo y más, lleva hombres a trabajar.

3 1

Page 17: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 17/22

No significa que me gusta lo que hago.

No entiendo cuál es el problema. Lo importante es ganar

el sustento. Yo también trabajo allá, en el otro lado.

Lo suyo es otra cosa. Usted es de allá, usted no ha abando-

nado su tierra ni su manera de vivir. Ahora ya no les entiende uno

ni a sus propios nietos , cuando vienen de visita los oigo hablar en

inglés entre ellos, y con los hijos de otros.

Todo va y viene, también nosotros. En cualquier sitio se

puede hacer una vida. La lengua y las costumbres cambian, se

aprenden. Nada permanece.

Se equivoca. Uno es de donde tiene a sus muertos, de don-

de nacen sus hijos, ellos son la raíz y lo verdadero. Lo demás es un

espejismo.

Ese es sólo un lugar común; no niego que haya cierta ra-

zón en lo que dice, pero también sé que el mundo está en movi

miento continuo. No podemos aferrarnos a lo que usted llama las

raíces verdaderas.

No estoy de acuerdo, todo ha cambiado muy rápido. Ape-

nas hace algunos años eran muy pocos los que tenían mueble, ahora

los muchachos que regresan vienen en el suyo, trabajan nomás

para comprarse uno, el mejor que pueden cada año. No tienen

otra ilusión, regresan en noviembre para las fiestas del Santo Pa

trón y los días que duran aquí se vuelven insoportables, un sobe-

3 2

rano desorden, trajinan toda la noche por las callesconlos estéreos

a todo volumen.

También regresan con dinero en la bolsa, éeso no cuenta?

¿usted sabe lo que cuesta ganar ese dinero? Imagino que

no. Mire, ya llegamos.

Lavozde Olivasya no se oía igual.Gradualmente se cargó

de corajeyvarias veces desprendió los ojosdel camino para mirar

me encabronado. Pero el ejido estaba frente a nosotros y Olivas

calló. Resguardó su troca bajo un largo alero de palos que segura

mente albergaría otros vehículos durante el transcurso de la ma

ñana. El grupo descendió y cruzó en varias barquillas. El agua os

cura fluía a los pies de aquel puñado de hombres. Olivasy yo fui

mos los últimos en cruzar. Echamos la paga en un bote de lámina

y ya del otro lado seguimos elviaje a pie.

I

Alas cinco nos vemos allá, en la posta, dijo Olivasal tiem

po que señalaba una vieja construcción de madera. Tal vez regrese

antes, respondí. Como quiera, agregó secamente. Olivas subió la

ladera que llevaba a Lajitas, ese pueblo olvidado que los habitan

tes de Malavid resucitaban para transformarlo en un sitio turísti

co. Allílos hombres trabajaban de albañiles y las mujeres en los

hoteles limpiaban cuartos y cocinaban. A cierta distancia, sobre la

orilla del río se extendía una columna de casas cámper. Por el as

pecto supuse que pertenecían a los que no cruzaban a diario: sillas

3 3

Page 18: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 18/22

de jardín herrumbrosas, carros de modelo atrasado y ropa tendida

en el frente. Cuando yo subí el sendero ya había perdido de vista a

Olivas. Caminé sin rumbo fijo. Me dediqué a merodear por las ca

lles. Los hombres y las mujeres de Malavid literalmente recons-

truían un pueblo. Por doquier proliferaban construcciones, hote-

les, casas, campos de golf a medio hacer.

Entré en uno de esos hoteles de fachada Old West como

si se tratara del set de una película de Hollywood) a desayunar.

Good morning. Coffee?

Buenos días. Sí, por favor y también scrambled eggs,

canadian bacon y muffins con blueberry jelly. La mesera se retiró.

Me quedé bebiendo café mientras pasaba revista a la carta. Los

precios eran altos, pero servían todo a pesar de que nos encontrá-

bamos en la punta del diablo. Era evidente que hasta ahí llegaban

los camiones refrigerados con diversas clases de legumbres y fru-

tas; seguramente alimentos que los del ejido nunca probaban. Si

miraban al norte, los ejidatarios podían ver el resultado de su tra-

bajo. No disfrutarlo.

Al tiempo que regresó la mesera con el desayuno entró un

nutrido grupo de turistas alemanes que se distribuyó en varias me-

sas. Hablaban animadamente y leían diferentes panfletos. Orde-

naron la comida, terminaron rápido y se fueron. En las mesas de-

jaron algunos de los papeles que leían, era la publicidad de las ac-

3 4

tividades turísticas que ofrecía Lajitas: paseos a caballo por el de

sierto y lanchas rápidas por elrío hasta elCañón Santa Elena.Tam-

bién una visita al restaurante mexicano del ejido, donde servían

caldillo de carne seca y algunos otros platillos regionales.   or qué

a mí los niños barqueros me mandaron a la casa deTavera y no a

ese lugar?

Seguími camino por las calles anchas y limpias. Tenía ra

zón Isidoro, abundaban los teléfonos. El pueblo era muy chico,

aún así anduve en círculos un par de horas; no tenía prisa por lle

gar a ningún lado. El sol de la mañana empezó a calarme, por lo

que entré a refrescarme en una drug store al estilo de los años

cincuenta. Ordené una cocacola. Un hombre de bigote rubio, con

las puntas retorcidas hacia arriba, puso en la barra un vaso estili

zado lleno de cubitos de hielo.Cuando abandoné el lugar, sin pro

ponérmelo llegué a la carretera, que se extendía solitaria hasta el

punto más lejano que mi vista era capaz de percibir. En ambos

lados se abría el llano curtido por el sol. De pronto me encontré

completamente sola, en medio de la carretera, frente a un perro

que caminaba en sentido contrario al mío. Pasó lento, sin siquiera

mirarme. Yollevaba lavista clavada en la raya blanca que marcaba

los dos carriles de la carretera, el rostro bañado en sudor y la ropa

y los tenis blanqueados por la arena. Ciertamente, no iba a ningún

sitio, pero a pesar de la agobiante temperatura sentí que debía con

tinuar, que nada me proporcionaría tanto alivio como adentrarme

3 5

Page 19: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 19/22

en aquel espacio solitario. Nada que no fuera el deseo de perder-

me en esa claridad ocupaba mi pensamiento; a medida que avan-

zaba, más se abría hacia el f rente, hacia los lados. De lo que dejaba

tras de mí ya no lograba distinguir nada. No sé cuánto tiempo ca-

miné, pero la sensación de no moverme del mismo punto se apo

deró de mí, entonces aceleré la marcha. Lo último que vi fue un

resplandor que se aproximaba rápidamente.

Desperté en un lugar desconocido, después supe que era

la parte trasera de una oficina refrigerada. Estaba cubierta hasta la

cintura con una manta y tenía una toalla húmeda en la frente.

Traté de levantarme pero me sentí mareada; tenía el estómago

indispuesto. Al escuchar mis.movimientos una señora norteame-

ricana amablemente me pidió que permaneciera recostada. Me

había desmayado, thank God, dijo, muy cerca de all í, de lo contra-

rio no quería pensar lo que me hubiera ocurrido con la temperatu-

ra tan alta y yo tirada en la carretera. Uno de los empleados, me

explicó, al ir rumbo a su casa me había visto, recogido y llevado en

su carro al museo, donde me habían dado los primeros auxilios

para la insolación. Después de oirla cerré los ojos disgustada con

mi suerte. Comprendí que lo último que había visto era el brillo

del vehículo. Me volví a dormir. Más tarde la misma mujer me

despertó; debía cerrar el museo yyo no podía quedarme ahí. Por la

hora y el estado de debilidad en el que me encontraba ya no me

era posible acudir al encuentro con Olivas. Le pedí a la mujer que

3 6

medejara en algún hotel cercano. Mellevóa uno en la entrada del

pueblo, por ellado de la carretera. Elbuen hombre que me ayudó

también recogió mi back pack. En parte porque necesitaba una

identificacióny en parte por curiosidad, revisélo que llevaba den

tro: elmantelito queyo suponía bordado porlas manos deAmanda,

el cuaderno, un ejemplar de

  l he rmoso verano

algode dinero, el

pasaporte y una tarjeta de crédito. Por ese día la situación estaba

arreglada. En cuanto entré a la penumbra fresca del cuarto recor

dé a Jacinta y creí necesario avisarle que no volvería esa noche.

Llamé a la caseta telefónica de Malavid. La telefonista me pidió

que volvieraa llamar en media hora, tiempo suficiente para que el

mensajero le llevara el recado a Jacinta

y

ella acudiera al teléfono.

Asílo hice. Cuando Jacinta se enteró de que no regresaría esa no

che no·se interesó por mí ni por la causa de mi ausencia, única

mente respondió que estaba bien y colgó.Sentí que me ardían las

mejillas. Para olvidar el incidente encendí el televisor.

Al siguiente día pasé la mañana releyendolas páginas de

la novelamientras bajaba el sol. En ratos dormitaba y en ratos leía.

Alatardecer, cuando me sentí con fuerzas suficientes para regre

sar almuseo, pedí en larecepción que alguien me llevara.Medije

ron que las visitas guiadas eran temprano, pero si quería ir en ese

momento alguien me llevaría por una tarifa más elevada.El chofer

me condujo en una camioneta que me dejó en la entrada e hice el

recorrido sola. Primero una exhibiciónde muebles del siglo dieci-

3 7

Page 20: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 20/22

nueve y efectos personales de la época. En la soledad de las salas

avancé de un tema a otro, cada vez más interesada en lo que tenía

frente a mis ojos. No sospechaba que un museo de pueblo me ob

sequiaría una sorpresa conmovedora: cerotes de candelilla y ma

quetas explicativas sobre el proceso de su elaboración. Ver gráfi

camente el desarrollo del oficio al que se había dedicado mi padre

en su lueñe juventud me alteró el ánimo. En apariencia no había

relación alguna entre las maquetas y mis emociones, sin embargo,

aquellos artefactos lograron que empezara a descifrar, no sin do

lor, las causas de la malograda relación entre el candelillero y

Amanda Galindo. Luego, como si alguien me hubiera tendido una

trampa o se empeñara en encender el pesar de la sorpresa, caí ante

una colección de retratos de los antiguos pobladores de la región.

Era absurdo, pero mientras pasaba la vista de una imagen a otra

llegué a pensar que en cualquier momento vería, una vez más el

rostro deseado, la mirada clara de Amanda.

Salí del museo cuando el sol aún reverberaba en el azogue

de la carretera, entonces recordé las parcas palabras de Olivas: ju-

lío es un mes duro, por el calor, no por otra cosa. Caminé directa-

mente a la margen del río, pues en unas cuantas horas había ago

tado el interés por Lajitas. Me dirigí a la orilla. Empezaba a sentir

el calor y la fatiga intensamente. Ahí estaba el Trading Post, la

única construcción que los habitantes de Lajitas habían conserva

do intacta. En verdad era una reliquia, altísimos muros de adobe

3 8

desconchados, vigas de gruesos troncos de álamo, pisos de made-

ra, rústico mobiliario del diecinueve. Todos los ingredientes para

crear la i lusión del viejo oeste americano.

Desde ahí columbré el ejido. Un manto de nubes ligeras lo

cubría. Abajo las barcas flotaban en un vaivén acompasado, los

capitancil los descansaban indiferentes envueltos en la calidez del

aire. Elcaserío se extendía pardusco a lo largo de las aguas calmas

del Bravo; dormía la siesta, era un lebrel viejo echado a un lado de

la playa arcillosa. La iglesia, la escuela y la fonda de los turistas

mostraban sus muros albeantes de cal. El polvo del camino reful-

gía como diamantina cenicienta entre los chaparrones.

Mientras esperaba el pequeño navío en el que iba a cruzar,

la mansedumbre del agua trajo a mi memoria los árboles del piéla

go, que busqué a lo lejos como si fuera posible divisarlos. Los ima-

giné en llamas. Los vi arder en las horas más calientes de un lejano

Domingo de Ramos.

A Jacinta le encantaban los manteles blancos de lino con la orilla

bordada en punto de cruz. Los del diario los bordábamos en las

tardes, después de la siesta. Tu abuelo salía a conversar con los

amigos en tanto Jacinta y yo nos sentábamos en el salón con una

3 9

Page 21: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 21/22

cesta de hilazas, aros y agujas. En realidad yo era la que bordaba

mientras Jacinta leía las novelas que compraba en sus viajes a

Chihuahua. De vez en cuando dejaba el libro que leía para asegu-

rarse que yo lo hacía bien; yo me esmeraba en seguir sus indicacio

nes, a pesar de que a mí no me gustaba bordar. Era muy estricta

conmigo, pero lo hacía por mi bien, me cuidaba como si fuera mi

verdadera madre, por eso la obedecía y trataba de no causarle dis

gustos, aunque hubo un tiempo que sólo le di amarguras, a ella y a

tu abuelo. Los manteles de Navidad los ordenaba a doña Panchita,

una hilandera de manos prodigiosas que bordaba en los pañuelos

de tu abuelo un monograma con su inicial. Jacinta le llevaba enca

jes y listones, telas de rizo y de holanda para que confeccionara

toallas y sábanas, todas blancas, su color favorito. También las no

chebuenas debían bordarse con hilaza blanca sobre lino blanco, en

el centro y en la falda del mantel. Así mataba yo el tedio de las

primeras horas de la tarde. Esperaba que refrescara el día para sa

lir a pasear. Llevo en la memoria el aroma a verdura que el sereno

arrancaba de los arriates de albahaca, romero y yerbabuena que

crecían en los corredores de la plaza.

Una tarde, aún dormíamos la siesta cuando se presentó tu

padre en mi casa, quería rentar las tierras candelilleras de tu abue

lo. Él tomaba la siesta en el confidente del salón porque se queda

ba dormido leyendo los periódicos, sentado, con la cabeza echada

hacia atrás. Tu padre tocó el portón con toda su alma, sin respetar

4

la hora. Jacinta, malhumorada, selevantó a ver de qué setrataba y

cuando lo supo, más molesta aún respondió que el señor no lo po-

día recibir en ese momento, que regresara después. Tu padre insis-

tió,le pidió a Jacinta que le permitiera pasar, a lo que ellase negó,

pero entonces tu abuelo despertó con la discusión y lo dejó entrar

en contra de la voluntad de Jacinta, que a partir de ese momento

lo rechazó. A tu abuelo en cambio le agradaron su personalidad

desenvuelta y sus ganas de trabajar, en realidad tu padre trataba

de ganarse la confianza del mío para facilitar las cosas. Jacinta ig-

noraba que ya nos conocíamos, también que yo estaba dispuesta a

dejar a Greiner por un extraño. Por un gazapo, como lo llamaba

ella.

Luegovendría el episodio de la pulmonía que lo retuvo en

la casa de Tavera y posteriores meses de ausencia. Recuerdo ése

comoun año especial porque nevó como nunca, fue el cuarenta y

ocho, el campo nival y el cielo nuboso hacían de Malavid una bella

postal de invierno. De cualquier manera reconozco que la única

capaz de ver en tu padre su naturaleza baladí fue Jacinta. Laprí-

mavera siguiente bordaba yo en silencio, con el alma en un hilo

porque el candelillero se había ido. Me escribía contándome que

tenía asuntos pendientes en algún lugar, pero luego alguien me

decía que lo había visto en otro sitio. iCuánta angustia siembra la

desconfianza Por fin el Domingo de Ramos, una tarde soporífera,

de nuevo irrumpió tu padre en la casa. Dijosin mediar preparativo

4 1

Page 22: Sanmiguel - Arboles

7/25/2019 Sanmiguel - Arboles

http://slidepdf.com/reader/full/sanmiguel-arboles 22/22

alguno que iba a pedir mi mano. A mí el alma me volvió al cuerpo,

pero Jacinta, que esperaba la hora para salir, abandonó abrup

tamente la poltrona de la lectura para ver desde el zaguán la pro

cesión cuaresmal. En lugar de unirse a ella como era su costum

bre, se quejó del relajo que armaban el Jesús en el burro y los

fieles que lo seguían con palmas en las manos.

Más tarde, cuando de nuevo estuve frente al cerco vi a Tavera en

cuclillas, la voluminosa barriga entre las piernas y los ojos clavados

en la tierra. Una mano sobre la rodilla y la otra a manera de trípo-

de, en el suelo. Parecía buscar algo entre los fierros viejos y apara

tos en ruinas que hacían del patio un muladar. Lo llamé por su

nombre de pila. Don Ambrosio, al verme, se sorprendió tanto que

perdió ligeramente el equil ibrio. Empezaba a oscurecer, Olivas se

había ido y yo necesitaba pasar la noche en algún lugar.

Lo asusté, discúlpeme. Vine a pedir posada y a traerle sa

ludos de Jacinta Galindo. Ambrosio Tavera se puso de pie con difi-

cultad y se acercó mirándome con extrañeza. lLa conoce? Sí, es

hermana de mi abuelo.

Pásele. Apenas hace unos días aquí estuvo y ahora me dice

que es la nieta de Galindo, lcómo están por su casa? aquí siempre

4 2

hay lugar para los Galindo, que por cierto, hace tiempo que no los

visito, cuénteme.

Taverame abrió la puerta del cerco y echóa andar hacia la

casa. Lo seguí. No quería perder una palabra de lo que decía el

dueño de aquel basural recién adquirido. No era difícil adivinar

que se trataba de todo lo que desechaban los gringos de Lajitas.

Del cerco al cobertizo hicimos el mismo recorrido que la vez pri-

mera, sólo que sin el perro pulguiento. No quise comer nada, en

cambio le pedí a Tavera que me acomodara en algún sitio, pues

tenía sueño y pocas ganas de hablar. Me condujo a un cuarto y se

retiró inmediatamente. Comentó que mañana tendríamos tiempo

sobrado para platicar. Después de sacarme los tenis y sacudir los

calcatines, me eché en la cama. Al otro día me di cuenta que me

había dormido con la ropa puesta. También que en el cuarto había

una silla vieja y una mesa astillada. Elpiso era de tierra y desde la

ventana, orientada hacia el sur, sólo se veía el desierto. Eran las

siete de la mañana, había dormido casi doce horas.

Lapuerta del cuarto se abría a una habitación vacía y ésta,

por un ancho vano al cobertizo. Tavera andaba en el corral de un

lado para otro. Lamujer regaba con lajarra de plásticolosbotes de

lámina de los geranios. Alineados por la orilla de la casa seguían el

contorno del muro hasta la esquina; ahí doblaba también la hilera

de tiestos. Buenos días, dije en voz alta, pero la única respuesta

llegó de Tavera. Lamujer no volteó a verme. Siéntese, espero que

11

4