SAN JUAN MARIA VIANNEY SERMONES ESCOGIDOS Tomo Segundo

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SAN JUAN BTA. M. a VIANNEY (CURA DE ARS) SERMONES ESCOGIDOS TOMO II VERSION DE RDO. DR. D. CARLOS DE BOLOS Catedrático del Seminario de Gerona Serie Grandes Maestros N.' 14 APOSTOLADO MARIANO Recaredo, 44 41003 SEVILLA DOMINGO DE PASIÓN SOBRE LA CONTRICIÓN I'ac »tilo, Qui,: pccca:i r.imis r:(a 'nra. Decrraciado de mí, que tanto be pecado en m vida. (De Las C'r:!rs:t'ncs de San Agustín, lib. II, c. ro) (ti. Tal era, H. M., el lenguaje de San Agustín cuando discurría sobre los años de su vida en los que, con tanto ardor, se había entregado al infame vicio de la impu- reza. rr ¡ Ah ! ¡ desgraciado de mí, pues tanto he pecado en los días de mi vida !» Y cuantas veces le acudía tal pensamiento, sentía su corazón devorado y desgarrado por el dolor. {u; Oh, Dios mío ! exclamaba, ¡ una vida pasada sin amares ! ¡ oh, Dios mío, cuántos años perdi- dos ! ¡ Ah ! Señor, ¡ ruégoos que os dignéis no acordares más de mis culpas pasadas !» ¡ Ah ! lágrimas preciosas, ¡ ah ! dolores saludables que de un gran pecador hicie- ron un gran santo. ¡ Oh ! ¡ cuán pronto un corazón quebrantado de dolor recupera la amistad de su Dios ! nuestros pecados ante nuestros ojos, pudiésemos ex- clamar con tanta pena como San Agustín : ¡ Ah ! ¡ des- graciado de mí, pues tanto pequé en los años de mi vida ! ¡ Dios mío, tened misericordia de mí ! ¡ Oh ! ¡ cuán fácilmente correrían nuestras lágrimas, y nues- íIi Este texto no se bala en la parte de las ‹Confesionesi que se inri a. La'Msa parteestásacadadeiI.erNocturno delOiciode Dfuntos. Con licencia eclesiástica TOMO II. ISBN : 84-7693-213-8 Obra Completa. ISBN: 64-7693211-1 Depósito Letal: 37.194-92 Printed in Spain APSSA. ROCA UMBERT. 26 L'HOSPITALE T DE LL. (Barcelona) SER.. CURA Aea — T. II

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SAN JUAN BTA. M. a VIANNEY(CURA DE ARS)

SERMONES

ESCOGIDOS

TOMO II

VERSION DERDO. DR. D. CARLOS DE BOLOSCatedrático del Seminario de Gerona

SerieGrandes Maestros

N.' 14

APOSTOLADO MARIANORecaredo, 44

41003 SEVILLA

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DOMINGO DE PASIÓN

SOBRE LA CONTRICIÓN

I'ac »tilo, Qui,: pccca:i r.imis

r:(a 'nra.

Decrraciado de mí, que tantobe pecado en m vida.

(DeLas C'r:!rs:t'ncs de San

Agustín, lib. II, c. ro) (ti.

Tal era, H. M., el lenguaje de San Agustín cuandodiscurría sobre los años de su vida en los que, con tanto

ardor, se había entregado al infame vicio de la impu-reza. rr ¡ Ah ! ¡ desgraciado de mí, pues tanto he pecadoen los días de mi vida !» Y cuantas veces le acudía talpensamiento, sentía su corazón devorado y desgarradopor el dolor. {u; Oh, Dios mío ! exclamaba, ¡ una vidapasada sin amares ! ¡ oh, Dios mío, cuántos años perdi-dos ! ¡ Ah ! Señor, ¡ ruégoos que os dignéis no acordaresmás de mis culpas pasadas !» ¡ Ah ! lágrimas preciosas,¡ ah ! dolores saludables que de un gran pecador hicie-ron un gran santo. ¡ Oh ! ¡ cuán pronto un corazónquebrantado de dolor recupera la amistad de su Dios !

¡ Ah ! pluguiese a Dios que, cuantas veces ponemosnuestros pecados ante nuestros ojos, pudiésemos ex-clamar con tanta pena como San Agustín : ¡ Ah ! ¡ des-graciado de mí, pues tanto pequé en los años de mivida ! ¡ Dios mío, tened misericordia de mí ! ¡ Oh !¡ cuán fácilmente correrían nuestras lágrimas, y nues-

íIi Este texto no se bala en la parte de las ‹Confesionesi que seinri a. La 'Msa parte está sacada dei I.er Nocturno del Oicio de

Dfuntos.

Con licencia eclesiásticaTOMO II. ISBN : 84-7693-213-8

Obra Completa. ISBN: 64-7693211-1

Depósito Letal: 37.194-92

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APSSA.ROCA UMBERT. 26

L'HOSPITALE T DE LL. (Barcelona)

SER.. CURA Aea —T. II

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0OMINGO DEPASIÓN

tra vida no parecería la misma ! Sí, H. M., convenga-mos todos, cuantos estamos aquí, con tanto dolor comosinceridad, en que somos unos criminales dignos deatraer toda la cólera de Dios justamente irritado pornuestros pecados, tal vez más numerosos que los cabe-llos de nuestra cabeza. Mas ¡ bendigamos para siemprela misericordia de Dios que con sus tesoros nos propor-ciona tan eficaz recurso contra nuestra desdicha! Sí,H. M.,por grandes que hayan sido nuestros pecados,por desordenada que haya sido nuestra conducta, tene-mos la seguridad de ser perdonados, si, a semejanzadel hijo pródigo, nos arrojamos con un corazón contri-to a los pies del mejor ele todos los padres. ¿ Cuál esahora mi propósito, H. M. ? Aquí lo tenéis : es hacerosver cómo, para obtener el perdón de los pecados, esnecesario : I.° que el pecador odie y deteste sincera-mente sus culpas por la contrición, la cual debe estar

adornada de cuatro cualidades ; 2.° es necesari0 quehaya concebido un firme propósito de no recaer. Vaveremos de qué manera puede reconocerse el verda-dero propósito.

I. — Para haceros comprender lo que -viene a 'serla contrición, es decir, el dolor que de nuestros pecadoshemos de tener, sería necesario claros a conocer, por unlado, el horror que Dios tiene al pecado así como lostormentos q ue sufrió para obteuerncs el rerdón del Pa-dre celestial ; y por otro lado, los bienes que con el pe-

cado perdemos, y los males a que nos hacemos acree-dores para la otra vida : y esto nunca podrá el hombrecomprenderlo perfectamente. ¿ Dónde os llevaré pues,H. M., para hacéroslo conocer? ¿Será tal vez al cora-zón de los desiertos, donde tantos santcs moraron perespacio de veinte, treinta, cuarenta, cincuenta y hasta

ochenta años ocupados en llorar unas culpas que segúnel mundo ni son tenidas por tales? ¡ Ah ! no, no, aun

S0IIREL.+ CDNTRIC1ÓNno se conmovería vuestro corazón. ¿ Será a las puertasdel infierno, para oir los grites, los alaridos, el rechinarde dientes, ocasionados per c1 solo disgusto de haberpecado ? ; Ah ! • dolor amargo, mas dolor y penas in-útiles e infructuosas ! ¡ Ah ! no, no, H. ¡ no es aún

allí donde ap renderéis a llorar vuestros pecados conaquel dolor y aquella pena que es necesario tener

¡ Ah ! es al pie (le esta cruz tañida aún en sangre deun Dios que la derramó para borrar nuestros pecados.¡ Ah ! si me fuera dado conduciros a ese jardín de do-lores donde un Dios igual al Padre llora nuestros pe-cados, no con lágrimas ordinarias, sino con su sangreque chorrea por todos los poros de su cuer po ; dondese manifiesta tan vivo su pesar, q ue le desgarra fiera-mente el corazón, y le hace quedar sumdo en unaagonía como para perder la vida. ¡ Ah ! si, después,pudiese llevaros en su seguimiento mostráeoslo car-gado con su cruz por las calles de Jerusalén : a cadapaso una caída, y a cada caída obligado a levantarsea coces. ¡ Ah ! si pudiese hacer que os acere:seis alCalvario, donde un Dios ¡mucre llorando nuestros pe-era os ! ¡ Ah !, digamos aún : ¡ sería también precisoque Dios nos diese aquel amor ardiente que se apoderódel voraz n del gran Bernardo, a quien la sola vistade la cruz hacía''-c derrar. r lágrimas en. tanta abun-dancia! ¡ Ah ! ¡ bella y preciosa contrición, cuán di-choso es el q ue tep osee !

Mas ¿a quien voy yo a dirigirme? Dónde está elq ue la posee en =u corazón ? ¡ Ay ! no lo sé. ¿Seria a

aquel empedernido pecador que, tal vez desde hace vein-te o treinta años, tiene abandonados a su Dios y a su

alma? ¡ Ah ! no, no ; fuera esto empero semejante alde quien quisiese reblandecer una peña echando aguaencima, con lo cual no haría otra cosa cine endurecerlamás. ¿ Sera, por ventura, a aquel cristiano que menos-preció misiones, ejercicios, jubi:eos y todos los serme-

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4 DOMINGO DE PASIÓN SOBRE I.A CONTRICIÓNnes de sus pastores? ¡ Ah ! no, no, esto sería querercalentar el agua echándole hielo. ¿Será, pues, a aquellaspersonas que se contentan con cumplir el preceptopascual, que continúan en el mismo género de vida, yque todos los años han de repetir los mismos pecados?

¡ Ah ! no, no, éstas son víctimas que la cólera de Diosestá cebando p ara servir de alimento a las llamas eter-nas. ¡ Ah ! hablando más propiamente, digamos queson ellos semejantes a unos criminales q ue llevan losojos vendados, y que, mientras aguardan su ejecución,se entregan a todo lo que su corazón corrompido puedadesear. ¿Será, pues, a aquellos cristianos que, confesan-do cada tres ser<Ianas o cada mes, recaen todos los días?¡ Ah '. no, no, ésos son ciegos que no saben lo que ha-cen ni lo que deben hacer. ¿ A quién, pues, podré di-rigirme? ¡ Ay ! no lo sé... ¡ Oh, Dios mío ! t dónde

habremos de ir para hallar la contrición, a quién debe-remos buscar para que nos la muestre? ¡ Ah ! Señor,bien sé de dónde viene y quién la da : ella viene delcielo, y sois Vos quien la otorg áis. ¡ Oh, Dios mío !dignaos concedernos aquella contrición que devora ydeszarra nuestros corazones. ¡ Ah ! ¡ esa bendita con-trición que desarma la divina justicia, que cambianuestra eternidad desdichada en eternidad venturosa !¡ Ah ! ¡ no nos deneguéis esa contrición que derribatodos los planes y artificios del demonio ; esa contriciónque tan rápidamente nos devuelve la amistad de Dios !¡ Ah ! ¡ hermosa virtud, cuán necesaria, mas cuán raraeres ! Y sin embargo, sin ella no hay que pensar en elperdón, ni en el cielo ; aun más, sin ella todo estáperdido para nosotros, penitencias, caridad, limosnasy todo cuanto podamos practicar.

Mas, os diréis vosotros, ¿ qué es lo que significaráesta palabra contrición, y por qué señales podremosconocer que la poseemos? ¿Quieres saberlo, amigomío? Helo aquí. Escúchame un momento : ahora vas

a ver si la posees o no, como también vas a conocer elmedio de poseerla. Comencemos por un detalle en ex-tremo -sencillo : si me preguntas ¿ qué es la contri-ción ?, te diré que es un dolor del alma y una detesta-ción de los pecados cometidos, junto con una firme

resolución de no recaer. Sí, H. M., esta disposición esla más necesaria entre las que Dios exige para perdonaral peca clor ; no solamente es ella necesaria, sino quecabe añadir que nada puede dispensarnos de la misma.Una enfermedad que nos priva del uso de la palabrapuede dispensarnos de la confesión, una muerte sú-bita puede dispensarnos de la satisfacción, al menósen esta vida ; mas no acontece lo mismo con la con-trición : sin ella es imposible, absolutamente imposibleobtener el perdón de los pecados. Sí, H. M., podemosafirmar, por desgracia, que la falta de contrición es lacausa de un número infinito de confesiones y comunio-nes sacrílegas ; pero lo que es aún más deplorable esque casi nunca se dé cuenta uno de la tal falta, y vivay muera en tan infeliz estado. Y nada más fácil decomprender, H. M. Si tenemos la desgracia de ocultarun pecado en nuestras confesiones, ese crimen perma-nece continuamente ante nuestros ojos como un mons-truo que amenaza devorarnos, lo que hace que undía u otro nos descarguemos de él. Mas no sucede lomismo con la contrición ; nos confesamos, pero en la

acusación que de nuestros pecados hacemos, para nadainterviene nuestro corazón ; recibirnos la absolución,nos acercamos a la Sagrada Mesa con el corazón tanfrío, tan insensible, tan indiferente cual si viniésemosde contar una historia ; y así continuamos de día en día,de año en año, hasta que al fin llegamos a la muertecreyendo habernos portado bien ; mas sólo hallamos,sólo vemos crímenes y sacrilegios engendrados pormuestras confesiones. ¡ Oh, Dios mío ! ¡ cuántas malasconfesiones por defecto de contrición !•¡ Oh, Dios mío !

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6OMINGO DE PASIÓN

¡ cuántos cristianos a la hora de la muerte no van ahallar en su conciencia más que confesiones indignas !Pero no vayamos más lejos para no turbaros ; mas ¡ quédigo ! ¡ Ali ! precisamente en esta ocasión es cuandoconvendría que os llevase a dos pasos de la desespera-ción, a fin de que, espantados del estado en que oshalláis, pudieseis mejorarlo, sin esperar al momento enque conoceréis vuestra miseria y no la podréis reparar.Pero vengamos, H. M., a la explicación que os debo, yvais a ver si, las veces que os habéis confesado, tuvis-teis el dolor necesario, absolutamente necesario, paraalimentar la esperanza de que vuestros pecados os seanperdonados.

He dicho que la contrición es un dolor del alma.Es necesario que el pecador llore sus pecados o en estemundo o en el otro. En este mundo, podéis borrarlosmediante la pena que sentís de haberlos cometido ;mas en el otro, no. Oh ; cuán agradecidos deberíamosestar a la bondad de Dios, porque, en lugar de esaslamentaciones eternas y de esos dolores desgarradoresque merecernos sufrir en la otra vida, es decir en el in-fierno, se contenta solamente con que nuestros corazonesse sientan conmovidos por un verdadero pesar, el cualserá seguido de una eterna alegría ! ¿ Oh, Dios m í o

con cuán p oco os contentáis !:.° He dicho que este dolor debe esta r adornado

de cuatro cualidades : faltándole solamente una, yano podemos obtener el perdón de nuestros pecados.Primera cualidad : el dolor ha de ser interno, es decir,que salga del fondo del corazón. No consiste, pues, enlágrimas : ellas serán útiles y buenas, es cierto, masno necesarias. En efecto, cuando San Pablo y el buenLadrón se convirtieron, no se habla de que llorasen,y, sin embargo, su dolor fué sincero. No, H. M., no,no es en las lágrimas en lo que debemos confiar : a veceshasta son engañadoras ; muchas personas lloran ante

SOBRE LA CONTRICIONel tribunal de la penitencia, y caen a la primera oca-

sión. Mas ved cuál es el dolor que Dios quiere denosotros. Escuchad lo que nos dice el profeta Joel:t<< Habéis tenido la desgracia de pecar ? ¡ Ah ! hijosmíos, ¡ romped y desgarrad vuestros corazones!» (r).Sihabéis perdido al Señor a causa ele vuestros peca-dos, buscadle con toda el alma, en la aflicción y laamargura de vuestro corazón. ¿ Por qué, H. M., quie-re Dios que nuestro corazón se arrepienta ? Porque esnuestro corazón el que ha pecado : <(De vuestro cora-zón, dice el Señor, es de donde nacieron todos esosmalos pensamientos y malos deseos» (2) ; si nuestrocorazón ha hecho el mal, es preciso que se arrepienta ;s'.n esto Dios no nos perdonará jamás.

a.° Digo también que el dolor que de nuestros pe-cados debemos sentir, ha de ser sobrenatural, es decirque sea el Espíritu Santo quien nos lo suscite, y nomeras causas naturales. Ved la diferencia : afligirsepor haber cometido tal o cual pecado, por q ue porél quedamos excluidos del cielo y merecemos el in-fierno, son motivos sobrenaturales, el Espíritu Santoes su autor ; esto puede traernos una ve r dadera con-trición. Mas afligirse por causa de la vergiienza queel pecado consigo trae aparejada, así como de los malesque nos ocasiona, como por ejemplo, la deshonra enun joven que ha p erdido la reputación, o el deshonoren otro que ha sido sorprendido mientras robaba a suvecino ; todo esto no es más que un dolor natural queno nos hace merecedores del perdón. De aquí podemosfácilmente deducir que el dolor y arrepentimiento denuestros pecados pueden venir o del amor que perDios sentimos, o del miedo de los castigos. Aquel queen su arrepentimiento solamente considera a Dios, tie-

t) Scindite corla vestra, et non vetirrenta vestra 'Joce2..3 1.zlDe corle erina e=e_at cogitaticnes tna:ae, hotnicidia, ad•ulteria.

`.(atth., XV, tQ}.

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8OMINGO DE PASIÓN SOBRE LA CONTRICIÓNne una contrición perfecta, disposición tan emnente

que por sí sola purifica al pecador antes de recibir la

gracia de la absolución, mentras esté dispuesto a re-

cibirla cuando le sea posible. Pero aquel que sólo se

arrepiente de los pecados por temor de los castigos quepor ellos ha merecido, no tiene más que una contriciónimperfecta, la 'cual no le justifica ; ella solamente ledispone a recibir su justificación en el sacramento dela Penitencia (1).

3.° Tercera condición de la contrición : ha de sersuma, o sea el mayor de todos los dolores, mayordigo yo, que el que experimentamos al perder nuestrospadres, nuestra salud, y en general todo cuanto más

querido por nosotros haya en el mundo. Si después dehaber pecado no tenéis, pues, tal pesar, temblad por

vuestras confesiones. ¡ Ay ! ¡ cuántas veces, por haberperdido un objeto que no vale más allá de dos reales,lloramos, nos inquietamos por espacio de muchos días,hasta perder las ganas de comer, ¡ ay !... y por los pe-cados, con frecuencia por pecados mortales, no derra-mamos una lágrima, ni exhalamos un solo suspiro !Oh, Dios mío, ¡ cuán poco conoce el hombre lo quehace al pecar ! — Mas ¿ por qué, diréis vosotros, debeser tan grande nuestro dolor? — He aquí la razón, ami-go mío. Debe ser proporcionado a la pérdida que experi-mentamos y a la desgracia que por el pecado nos so-breviene. Conforme a esto, juzgad cuál debe ser nues-tro dolor, teniendo en cuenta que el pecado nos haceperder el cielo con todas sus dulzuras. Mas ¡ ah ! ¿ quédigo? ¡ Si nos hace perder al msmoDios con todaslas ventajas de su amistad, y nos precipita en el in-

(:i) La contrición que nace de la consideración de los castigos me-recidos por el pecado, con ta: que sea sobrenatural, dispone a: pecadorpara recibir la justificación por la absolución, en el sacramento de laPenitencia ; sas por s: sola no le justifica. Gon:ilio Tridertino, Se-

sión XIV, c. IV.

fiemo que es la ma yor de todas las desdichas ! — Pero,pensaréis tal vez, ¿ cómo podremos cercioramos de quetenemos esa verdadera contrición ? Nada más fácil. Sitenéis verdadera contrición, no obraréis ni pensaréis

ya como antes, pues os habrá. totalmente transfor-

mado en vuestra manera de vivir : odiaréis lo que an-tes amabais, y amaréis aquello de que antes huisteis

y que menospreciasteis ; es decir, que si os habíais confe-sado de ser orgullosos en vuestras acciones y en vues-tras palabras, es preciso que ahora respiréis bondady

caridad para con todo el mundo. No sois vosotros quienha de juzgar si habéis hecho buena confesión, puesos podríais engañar ; sino que se requiere q ue las perso-nas que os vieron y oyeron antes de confesaros, puedandecir : «No es el mismo ; se ha realizado en él un grancambio». ¡ Ay '. ¡ Dios mío ! ¿ dónde están las confe-

siones que causan ese bien tan grande ? ¡ Oh, cuán es-casas son ! ¡ y cómo lo son también aquellas que estánadornadas de todos los requisitos exigidos por Dos

Reconozcamos, H. M., para confusión nuestra, quesi nos presentamos tan poco contritos, ello no puedeprovenir más que de nuestra poca fe y de nuestra faltade amor para con Dios Nuestro Sefior. ¡ Ah ! si tuvié-semos la dicha de comprender cuán bueno es Dos y

cuánta enormidad encierra el pecado, y cuán negra esnuestra ingratitud al ultrajar a tanbuen Padre, ¡ ah !sin duda compareceríamos afligidos, y en forma muy

distinta que hasta. ahora. ; Ah !, me dirá alguno,cuando me confieso, bien quisiera tener esa contrición,pero no puedo. Mas ¿ qué os he dicho al principio ?

¿No os he dicho que ella venía del cielo, y que de-

bíamos pedirla al mismo Dios? ¿ Qué hicieron los san-tos, H. M., para merecer esa dicha de llorar sus peca-dos ? La pidieron a Dios mediante el ayuno, laoración y toda suerte de penitencias y buenas obras ;

mas en vuestras solas lágrimas nunca debéis confiar.

!•

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10OMINGO DE P.ASIÓtiOBRE LA CONTRICIÓN1Y voy a demostrároslo : abrid los libros sagrados yquedaréis convencidos. Mirad a Antíoco, cómo llora,y con qué insistencia pide misericordia ; sin embargo,nos dice el Espíritu Santo, con su llanto bajó al in-fierno. Mirad a Judas : concibió tan gran dolor de supecado, lo lloró tan amargamente, que acabó ahorcán-

dose. Ved a Saúl : exhala clamores horribles por habertenido la desgracia de despreciar al Señor, y no obs-tante está en el infierno. Mirad a Caín : cuántas lágri-mas derrama por su pecado, sin embargo arde en elfuego eterno. ¿ Quién de nosotros, H. M., al ver derra-mar tantas lágrimas y mostrar tal arrepentimiento,no hubiera creído que el buen Dios los había perdona-do? No obstante, ninguno de ellos alcanzó el perdón ;mientras que David, desde el momento que dijo : «Hepecado», en seguida su falta quedó borrada (I). — Y¿ por qué es así, me dirás ? ¿ Por qué esta diferencia

entre los primeros, que no son perdonados, y David,que lo es ?—Aquí la tienes, amigo. Es que los primerosno se arrepienten ni detestan sus pecados más que porcausa de los castigos y de la infamia que el pecado traeconsigo aparejada, sin referirlo a Dios para nada ;mientras que David lloró sus pecados, no en vista delos castigos que el Señor iba a infligirle, sino conside-rando el ultraje que con sus pecados había hecho aDios. Fué tan vivo y tan sincero su dolor, que Diosno pudo denegarle el perdón. Antes de confesarte ¿ pi-des a Dios la contrición ? ; Ay ! tal vez no lo hiciste

jamás. ¡ Ah ! tiembla por tus confesiones ; ; ali ! ¡ cuán-tos sacrilegios ! ¡ Oh, Dios mío ! ¡ cuántos cristianoscondenados!!

4.' Ha de ser además universal. Hallamos va enlas vidas de los Santos, a propósito del universal dolorque debemos tener de nuestros pecados, que, si no los

(I) II Reg., XII, 13.

detestarnos todos, no se nos perdonará ninguno. Re-fiérese que San Sebastián, estando en Roma, hacíagrandes milagros, los cuales llenaron de admiración algobernador Chromos, quien sintiéndose, en aquellaépoca, presa de terrible enfermedad, manifestó ardien-tes deseos de verle, para pedir al Santo la curación de

sus males. Al estar el Santo en su presencia, le dijo elgobernador : «Hace largo tiempo que estoy sufriendo,cubierto de llagas, sin que haya podido hallar hombrealguno en el mundo que me haya podido librar de mismales ; corre el público rumor de que tú alcanzas cuan-to quieres de tu Dios ; si quisieras pedirle mi cura-ción, te prometería hacerme cristiano». «Pues bien,le dijo el Santo, si estás firme en tal pro p ósito, teprometo de parte del Dios a quien adoro, que es elCreador del cielo y de la tierra, que, en cuanto hayasroto todos tus ídolos, quedarás perfectamente curado.»

Respondióle el gobernador : «Yo solamente estoy dis-puesto a hacer este sacrificio, sino otros mayores, sifuera preciso». En cuanto se despidieron, el goberna-dor comenzó a destruir sus ídolos ; mas el último quetomó para romperlo, parecióle tan res petable, que notuvo valor para destruirlo ; lo guardó, creyendo que talreserva no le impediría la curación. Pero voivierdc asentir sus dolores más violentos que nunca, fuése muyenojado a encontrar al Santo, y le dirigió los rmis du-ros reproches, porque, después de haber roto sus ídolos,como le había ordenado, lejos de curar sufría más to-

davía. «Pero, díjole el Santo, ¿ los has destruido todcssin reservar ni uno solo ?» «¡ Ay ! dijo el gobernadorllorando, no me queda más que uno muy pequeño, elcual desde largos años se conserva en nuestra familia ;ah ! ¡ es demasiado precioso para destruirlo !» «Pues

bien, dijo el Santo, ¿es eso lo que me habías prome-tido? Anda, rómpelo, y quedarás curado.» Lo tomó,rompiólo, y al momento quedó curado. Acuí tenéis,

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12OMINGO DE PASIÓNSOBRE LA CONTRICIÓN3H. M., un ejemplo que nos pinta la conducta de un

número infinito de gentes, que se arrepienten de un

cierto número de pecados, mas no de todos, y que, a

semejanza de aquel gobernador, lejos de curar las lla-gas que el pecado causó en su pobre alma, las abren

aún más profundas ; y mientras no hagan como aquél,destruir el ídolo, o sea romper el hábito de ciertos

pecados, mentras no abandonen aquella mala com

pañía, ese orgullo, ese deseo de agradar, esa afición alos bienes terrenos, todas sus confesiones no harán másque añadir crímenes sobre crímenes, sacrilegios sobresacrilegios. ¡ Ah ! ¡ qué horror, qué abominación, Diosmío ! Y en ese estado viven muchos tranquilos, mien-tras el demonio les prepara sitio en el infierno.

En la historia leemos un ejemplo que nos muestra

cómo los Santos tenían por necesario el dolor de los pe-cados para alcanzar el perdón de los mismos. Habiendocaído enfermo un oficial del Papa, éste que, por su vir-tud y santidad, le apreciaba mucho, envióle uno de

sus cardenales para testimoniarle el dolor que le cau-

saba su enfermedad, y al msmo tiempo para que le

aplicase las indulgencias plenarias. «¡ Ay ! dijo el mo-ribundo al cardenal, decid al PadreSanto que quedoinfinitamente agradecido a su tierna solicitud para

conmigo, pero decidle también que seré infinitamentemás feliz si quiere pedir a Dios por mí la contrición de

mis pecados. ¡ Ay !, exclamaba, ¿ de qué me servirá todoaquello, si m corazón no se rompe ni se desgarra de

dolor por haber ofendido a un Dios tan bueno ? ¡ Diosmío !, exclamaba aquel pobre moribundo, ¡ haced, si esposible, que el dolor de mis pecados iguale a los ultra-jes que contra Vos he cometido !...»

¡ Oh, H. M. ! cuán raros son tales arrebatos de do-lor ! ¡ ay ! son tan raros como las buenas confesiones.Sí, H. M., un cristiano que ha pecado y que quiere

alcanzar el perdón, ha de estar dispuesto a sufrir las

más espantosas crueldades antes que recaer en los pe-cados de que se acaba de confesar. I.° Voy a demostrar-lo con un ejemplo, y considerad que si, después denuestras confesiones, no aparecemos en disposición se-mejante, no hay quehablar deperdón... Leemos en la

historia del siglo cuarto, que Sapor, emperador de lospersas, fué cruel enemigo de los cristianos, y mandóque todos los sacerdotes que no adorasen el Sol ni leeconociesen por Dios, fucseu condenados a muerte.Al primero que ;lizo prender, fué al arzobispo de Seleu-cia, que era San Simeón. Primero intentó seducirle,halagándole con toda suerte de promesas. No pudiendolograr nada, y en la esperanza de atemorizarlo, le

mostró todos los tormentos que su crueldad había po-dido inventar para hacer sufrir a los cristianos, y Ie di-jo que si su tenacidad le llevaba a rechazar lo que

él le ordenaba, le obligaría a obedecer sometiéndole a losmás espantosos tormentos, amás de que expulsaría atodos los sacerdotes y cristianos de su reino. Pero, al

verle inconmovible como una roca en medio del mar

azotado por las tormentas, ordenó que fuese encarce-

lado, con la esperanza ele que la consideración de los

tormentos que le esperaban le haría mudar de senti-

mentos. En el camno de la cárcel se encontró el San-to con un viejo eunuco superintendente del palacioimperial. Este, movido a compasión al ver tan indig-

namente tratado un santo obispo, postróse ante él paratestimoniarle el respeto que haciasupersona sentía.Mas el obispo, lejos de mostrarse reconocido al testi-

monio respetuoso de aquel eunuco, volvióse hacia otrolacto como reproche a su apostasía, ya q ue en otro tiempohabía sido cristiano y católico. Aquella repulsa no es-perada, movió tanto al eunuco, le penetró tan vivamen-te en el corazón, que desde aquel momento mismo nopudo ya dominar sus lágrimas y sollozos. Parecióle tan:horrible el crimen de apostasía, que, despojándose

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14OMINGO DE PASIÓNOBRE LA CONTRICIÓN5prontamente de las blancas vestiduras con que estabarevestido, tomó otras de color negro, corrió a gui-sa de un desesperado a arrojarse a las puertas depalacio, y allí entregóse a las angustias del más acer-bo dolor. «¡ Ah ! desgraciado, se decía, ¿ qué va a serde ti ? ¡ Ay ! ¡ qué castigos habrás de esperar de Jesu-

cristo cuy a fe has renunciado, cuando eres tan sensibleal reproche de un obispo que no es más que un ministrode Aquel . a quien tan vergonzosamente has traiciona-do !...» Mas, enterado al emperador de lo que aconte-cía, y extrañado de un tal espectáculo, le preguntó :u¿ Por qué causa experimentas tanto dolor y derramastantas lágrimas ?» «¡ Ah ! pluguiese a Dios, exclamó,que se me viniesen encima todas las desgracias delmundo, antes que la que es causa de mi dolor. ¡ Ah !lloro porque la muerte no me arrancó de este mundo.¡ Ah ! ¡ cómo podré mirar aún el sol, al que adoré por te-

mor de desagradaras 1» El emperador, que le apre-ciaba por su fidelidad, intentó ganarle prometiéndoletoda suerte de riquezas y favores. «¡ Ah ! no, no,exclamaba el eunuco ; ¡ ah ! cuán dichoso seré si pue-do, con mi muerte, reparar los ultrajes que a Dios heinferido, y recobrar el cielo que había perdido. Oh Diosmío y Salvador mío, ¿ tendréis todavía piedad de mí ?¡ Ah, si al menos tuviese mil vidas a mi disposiciónpara testimoniaras mi dolor y mi retorno !». El empe-rador, al oir hablar de esta manera, moría de rabia, ydesconfiando poderle hacer volver de su propósito, le

condenó a morir en los tormentos. Escuchadle mientrasse dirige al suplicio : «¡ Ah, Señor, qué dicha morirpor Vos ! Sí, Dios mío, si tuve la desgracia de renegarde Vos, a lo menos tendré tambi é n la dicha de dar porVos mi vida». ¡ Ah ! ¡ dolor sincero, poderoso dolor,cuán pronto habéis recobrado la amistad de mi Dios !...

Leemos en la vida de Santa Margarita, que fué tangrande el dolor que experimentó por un pecado come-

tido en su juventud, que lo lloró durante toda su vida.Estando a punto de morir, se le preguntó qué pecadohabía cometido que le hiciera derramar tantas lágrimas.«¡ Ay !, exclamó llorando, ¿ cómo no había yo de llo-rar ? ¡ Ah !, lo mejor, ¿ por qué no hube de morir antesde cometer tal pecado ? A la edad de cinco o seis añostuve la desgracia de decir una mentira a mi padre.»«Mas por esto, le dijeron, no hay para llorar tanto.»«¡ Ah ! ¡ puede hablarse de esta manera ! ¿ Es que nohabéis reflexionado nunca lo que es un pecado, el ul-traje que hace a Dios, y los males que nos causa ?» ¡ Ah,H. M. ! ¿ qué será de nosotros, cuando tantos Santos hi-cieron temblar las peñas y los desiertos con sus gemi-dos, y derramaron, por decirlo así, las lágrimas a torren-tes, por unos pecados que nosotros tenemos como cosade juego, en tanto que cometemos grandes pecados

mortales, en número que, tal vez, supera al de loscabellos de nuestra cabeza ? ¡ Y ni una lágrima de do-loryarrepentimiento ! ¡ Ah ! ¡ triste ceguera a quenos han conducido nuestros desórdenes

En la vida de los Padres del desierto, leemos queun ladrón llamado Jonatás, al verse perseguido por lajusticia, corrió a refugiarse junto a la columna de SanSimeón Estilita, esperando que el respeto hacia elSanto le libraría de la muerte. En efecto, nadie seatrevió a ponerle la mano encima. El Santo se puso aorar para pedir a Dios su conversión ; al momento expe-

rimentó a q uél un tan vivo dolor de sus pecados, quedurante ocho días no hizo más que llorar. Al cabo deaquellos ocho días, pidió permiso a San Simeón paradejarle. Díjole el Santo : »Amado mío, ¿ te vuelves almundo para reanudar los desórdenes de tu vida ?»—«i Ah ! Dios me libre de una tal desgracia ; si os lopido es para ir al ciclo ; he visto a Jesucristo y me hadicho que, por el gran dolor que había concebido, es-taban perdonados mis pecados. >—«Vete, hijo mío, le

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16OMINGO DE PASIÓN

dijo el Santo ; vete a cantar, en el cielo, las grandesmisericordias que Dios ha ejercido contigo.» En aquelmismo momento cayó muerto, y refiere el mismo Santoque él vió a Jesucristo conduciendo su alma al cielo.¡ Oh, hermosa m uerte ! ¡ oh muerte preciosa la ocasiona-

da por el dolor de haber ofendido a Dios !¡ Ah ! si no morimos de dolor como esos grandes pe-

nitentes, a lo menos queramos, H. M., excitar en nos-otros una verdadera contrición, imitemos al santo obis-po recientemente fallecido, quien, para concebir un vivodolor de sus pecados, cada vez que comparecía ante eltribunal de la penitencia, hacía tres estaciones. La pri-mera en el infierno, la segunda en el cielo, la tercera enel Calvario. Ante todo, dirigía su pensamiento a los lu-gares de horror y tormento, figurábase ver a los conde-nados vomitando, por la boca, torrentes de llamas, dan-

do alaridos y devorándose mutuamente ; este pensamien-to helábale la sangre en las venas, pensaba no poderresistir más a la vista de tal espectáculo, sobre todo alconsiderar que sus pecados le habían hecho mil vecesmerecedor de aquel suplicio. De allí trasladábase suespíritu al cielo y pasaba revista a todos los tronos degloria en que se sientan los bienaventurados ; represen-tábase las lágrimas por ellos derramadas y las peni-tencias hechas durante su vida, por unos pecados tanleves de los cuales había él cometido tantos sin hacernada para expiarlos, y esta negligencia le sumía en tan

profunda tristeza que sus lágrimas parecían no poderagotarse. No contento con esto, dirigía sus pasos haciael Calvario, y allí, a medida que se acercaba a la cruzdonde Dios muriera por él, faltábanle las fuerzas, yquedaba inmóvil a la vista de los sufrimientos quesus pecados causaron a su Dios. Oíansele a cada mo-mento estas palabras que pronunciaba en medio desollozos : «¡ Dios mío, Dios mío ! ¡ podré vivir aún,después de considerar los horrores que mis pecados os

SOBRE LA CONTRICIÓN7causaron !» Aquí tenéis, H. M., lo que podemos llamarunaverdadera contrición, ya que, como vemos, con-sidera los pecados nada más que por lo que a Dios serefieren

II. — Hemos dicho que la verdadera contricióndebe también incluir un propósito, o sea una firmeresolución de no pecar más en lo futuro ; es preciseue no sea un débil deseo de corregirse, sino una de-terminación formal de nuestra voluntad ; jamás se nosperdonarán los pecados, si no renunciamos a ellos detodo corazón. Hemos de abundar en los mismos sen-timientos del Profeta Rey : «Sí, Dios mo, os he pro-metido seros fiel y observar vuestros preceptos ; conel auxilio de vuestra gracia guardaré mi fidelidad aellos» (r). Y nos dice el Señor : «Que abandone el impío

el camino de sus iniquidades, y sus pecados le seránperdonados» (2). Solamente cabe esperar misericordiapara aquel que renuncia de todo corazón y para siem-pre a sus pecados, puesto que Dios no nos perdona sinoen cuanto nuestro arrepentimiento es sincero y pone-mos de nuestra parte todos los esfuerzos para norecaer. Por otra parte, ¿ no sería acaso burlarse deDos el pedirle perdón de un pecado que uno piensa

volver de nuevo a cometer ?Pero, me diréis, ¿ cómo puede un propósito firme

conocerse y distinguirse de un deseo débil e insignifi-

cante ? Si deseáis saberlo, H. M., atended un instante,que os lo voy a manifestar. De tres maneras puedeconocerse : r.' por el cambio de vida ; 2.' p or la fuga delas ocasiones próximas de pecar, y 3.` por trabajar contodas sus fuerzas en corregirse y en destruir los maloshábitos.

luravE, et statui custodire iudicia iustitiae tuae (Ps. CXVIII, !06(.(2) Derclinquat impius viarmsaat revertatur ad Pomncm

et aniserebitur eius...Quia iaultus est ad isaosceaduia. (Is„ LV, 7)•

SERM. CURA ARS — T. 11

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SOBRE LA CONTRICIÓN928OMINGO DE PASIÓN

Digo ante todo que la primera señal de un buen pro-pósito es el cambio de vida ; él es el que con más se-

guridad nos lo demuestra y menos expuesto está a

engañarnos. Vamos a explicarlo : una madre de fa-

milia se acusará tal vez de haberse dejado arrebatar amenudo contra sus hijos o su marido ; después de su

confesión, id a visitarla en el interior de su hogarnada de arrebatos ni maldiciones ; al contrario, obser-váis en ella dulzura, bondad y atenciones, aun con susinferiores ; ni las cruces, ni los pesares ni las pérdidasconsiguen hacerla perder la paz de su alma. ¿ Sabéis larazón, H. M. ? es porque su vuelta a Dos ha sido

sincera, su contrición ha sido perfecta y, por consi-

guiente, ha recibido de verdad el perdón de sus pe-

cados ; en fin, porque la gracia ha echado profundas

raíces en su corazón y lleva allí frutos copiosos. Una

joven vendrá a acusarse de haber seguido los placeresdel mundo, los bailes, las reuniones, y otras malas com-pañías. Después de su confesión, si fué bien hecha,

id a preguntar por ella en esa velada, o bien id a bus-

carla en esa diversión mundana ; ¿ qué se os dirá ?

«Tiempo ha que no la vemos por aquí ; creo que, si

usted quiere hallarla, tendrá que ir a la iglesia o a

casa de sus padres». Efectivamente, si queréis ir a casade sus padres, allá la hallaréis ; ¿ y en qué se ocupa?

¿ acaso en hablar de vanidades como en otro tiempo,o en contemplarse delante de un espejo, o en loquear

con otras jóvenes? ¡ Ah ! no, H. M., no es esa su la-bor, ha pisoteado todo eso ; la veréis leyendo librospiadosos, ayudando a su madre en los quehaceres do-mésticos, o instruyendo a sus hermanos y hermanas ;la veréis obediente y solícita para con sus padres ; gús-tale mucho estar en compañía de ellos. Si no la halláisen su casa, acudid a la iglesia. y allá la veréis testimo-niando a Dios su gratitud por haber obrado en ella uncambio tan grande : mirad su modestia, su discreción,

su solicitud para con todos, tanto con los ricos comocon los pobres ; la modestia está pintada en su semblan-te, su sola presencia os conduce hacia Dios. ¿ Por qué,me diréis, H. M., hay tantos bienes en ella ? ¿Por qué,H. M. ? porque su dolor fué sincero y recibió de verdadel perdón de sus pecados. Otra vez será un joven que

va a acusarse de haber concurrido a tabernas y casasde juego ; después de haber prometido al Señor aban-donar todo lo que puede desagradarle, huye tanto de

las tabernas y del juego cuanto antes los amaba. Antesde su confesión, su corazón no se ocupaba más que encosas terrestres y malas ; ahora guarda sus pensamien-tos sólo para Dios y para el desprecio de las cosas delmundo. Todo su gozo está en conversar con Dos y

en considerar los medios de salvar su alma. Tales son,H. LI., las señales de una verdadera y sincera contri-ción ; si después de vuestras confesiones os sentís así,

podréis esperar que vuestras confesiones han sido buenasy que vuestros pecados os han sido perdonados. Pero sipracticáis todo lo contrario de lo que acabo de decir ;si, algunos días después de vuestras confesiones, se vea esa joven que había prometido a Dios abandonar elmundo y sus placeres para no pensar más que en agra-darle, si yo la veo, digo, como antes en sus reunionesmundanas ; si veo a esa madre tan colérica y negligentepara con sus hijos y domésticos, tan quisquillosa consus vecinos como antes de la confesión ; si hallo nueva-mente a ese joven en sus juegos y tabernas, ¡ oh horror !¡ oh abominación ! ¡ oh monstruo de ingratitud ! ¡ Ohgran Dos ! ¡ en qué estado se halla esa pobre alma !

¡ oh horror ! ¡ oh sacrilegio ! ¿ Serán los tormentos delinfierno bastante rigurosos para castigar tal atentado ?

2.° Decimos que la segunda señal de una contriciónverdadera es la fuga de las ocasiones próximas de peca-do. Las hay de des suertes : unas llevan por sí mismas.como por ejemplo, los libros malos, las comedias, los

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20OMINGO DE PASIÓNOBRE LA CONTRICIÓN1bailes y saraos, las pinturas, esculturas, canciones im-puras y la familiaridad con personas de distinto sexo ;otras sólo constituyen ocasión de pecar a causade las malas disposiciones en que el sujeto se halla :

así los taberneros, los comerciantes que defraudan o

que venden en domingo ; una persona que no cumplelos deberes del cargo que ocupa, ya sea por respeto hu-mano, ya por ignorancia. ¿ Qué debe hacer, pues, el

que se halla en tal situación ? Vedlo aquí : por costosoque sea, debe abandonar aquello que constituye ocasiónpróxima, sin lo cual no hay que pensar en la salvación.Nos dice Jesucristo (i) que «si nuestro ojo o nuestra

mallo nos escandalizan, debemos arrancarlos v arrojar-los lejos de nosotros; pues, nos dice El, vale más entraren el cielo con un ojo o un brazo de menos, que serarrojados al infierno teniendo íntegro nuestro cuerpo» ;

es decir, por sensible que nos sea, por más que repre-sente una pérdida considerable, en manera alguna he-mos de dejar de apartar las ocasiones ; si no lo hacemos,no hay que pensar en el perdón.

3.° Decimos que la tercera señal de un buen propó-sito es poner todas las ener,fas en destruir los malos

hábitos. Llámase hábito la facilidad que uno tiene en

caer en los pecados antes cometidos. Es preciso, enprimer lugar, vigilar cuidadosamente acerca de sí mis-mo, y ejecutar con frecuencia acciones contrarias : co-mo, por ejemplo, si estamos dominados por el orgullo,deberemos ejercitarnos en practicar la humildad, com-placiéndonos en ser despreciados, no buscando en nada,ni en las palabras ni en las acciones, la estimación delmundo ; pensar siempre que loq ue hacemos está malhecho ; si obramos el bien y socorrernos a los demás.fi gurarnos indignos de que Dos se sirva de nosotros,

considerándonos en el mundo como un ser q ue no hace

ix) Matth., V, 30.

más que despreciar a Dios durante toda su vida, y quemerecemos que se hable de nosotros mucho peor de loque se habla. ¿Nos domina la cólera ? Entonces precisapracticar la mansedumbre, ya en las palabras, ya enla manera de portarnos con nuestro prójimo. Si estarnos

inclinados a la sensualidad, deberemos mortificarnos yaen la bebida, ya en la comda, en las palabras, en las

mradas, e imponernos alguna penitencia a cada re-

caída. Si no tomáis estas precauciones, al recaer en

vuestros pecados podéis muy rectamente concluir quetodas vuestras confesiones nada valen, que no fueron

más que sacrilegios, crimen tan horrible, que os sería

imposible vivir si conocieseis su negrura, su horribili-dad, su atrocidad...

Ved cuál es la conducta que hemos de observar :

hemos de imtar al hijo pródigo, el cual, movido por

el estado miserable en que sus desórdenes le habían su-mdo, sometióse dócilmente a cuanto su padre le exi-

gía, para tener la dicha de reconciliarse con él. Ante

todo, abandonó al momento el país clonde tan mal ha-bía vivido, así como también a las personas que para

él fueron ocasión de pecar ; no se dignó ni tan sólo

mrarlas al partir, convencido de que, en tanto no las

hubiese dejado, no tendría la dicha de reconciliarse consu padre : de manera que después de su vuelta, para

manifestar a su padre la sinceridad de su retorno, no

deseó otra cosa que complacerle haciendo todo lo con-trario de lo que hiciera hasta entonces (I). Ved cuál esmodelo sobre el cual debemos calcar nuestra contri-

ción : el conocimento cabal de nuestros pecados, el

dolor que de los mismos hemos de sentir, han de poner-nos en disposición de sacrificarlo todo para no recaer

en ellos. ; Oh ! ; cuán raras son tales contriciones !

Ay ! ¿ dónde hallaremos quien esté dispuesto a perder

(:)Luc., XV.

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SOB:.E LA CcNTRICIÚN322OMINGO DE PASIÓN

hasta la vida, antes que volver a caer en los pecadosde que se confesó ? ¡ Ah ! ¡ en ninguna parte acierto yoa verlo ! ¡ Ay ! cuántos, por el contrario, nos dice SanJuan Crisóstomo, no hacen más que confesiones deteatro, que cesan solamente de pecar por unos momen-tos, sin dejar jamás enteramente el pecado ; los cuales,nos dice, son semejantes a los comediantes cuando repre-sentan combates sangrientos y em p eñados, que parecendarse de verdad, unos a otros, golpes mortales ; allí seve a tal o cual derribado en tierra, extendido cuan lar-go es, vertiendo su sangre : diríamos verdaderamenteque ha perdido la vida ; mas aguardad a que baje eltelón y le veréis levantarse lleno de fuerzas y salud,tal como estaba antes de la representación de la obrateatral. Ved aquí, nos dice, el estado de la mayor partede los que comparecen ante el tribunal de la penitencia.

Al oirles gemir y suspirar por causa de los pecados deque se acusan, diríais no ser ya los mismos, diríais queen adelante su comportamiento va a ser totalmentedistinto del que tuvieron hasta el presente. Pero, ; ayaguardad, no digo ya cinco días, sino uno o dos, y loshallaréis iguales que antes de la confesión : los mismosarrebatos, la misma venganza, la misma glotonería, :amisma negligencia en sus deberes religiosos. ¡ A y !cuántas malas confesiones'.

! hijos míos, nos dice San Bernardo, ¿ queréistener una verdadera contrición de vuestrospecados ?

Contemplad esa cruz en la que vuestro Dios fué clava-do por amor vuestro ; ¡ ah ! pronto sentiréis corrervuestras lágrimas, así como veréis quebrantado vuestrocorazón por el dolor. Realmente, H. M., lo cine tantaslágrimas hizo derramar a Canta Magdalena en el de-sierto—nos dice el gran Salviano—no fué otra cosa quela vista de la cruz. Leerlos en su vida, que, después dela Ascensión del Señor, y habiéndose retirado a la sole-dad, pidió a Dios la gracia de llorar durante su vida

:as culp as de su juventud. Hecha esta oración, apare-cióscie el arcángel San Miguel en el lugar donde hacíapenitencia, y clavó una cruz en la puerta de su mora-da ; arrojóse ella a sus plantas cual lo hiciera en elCalvario, y lloró durante su vida con tanta abundancia,que sus ojos semejaban dos fuentes. Refiere el gran

Ludolfo que cierto día un solitario pidió a Dios lo quefuese más ericaz para enternecer su corazón a fin dellorar sus pecados. En el mismo momento se le aparecióel Salvador tal como estaba en el árbol de la cruz, cu-bierto ele llagas, tembloroso, cargado con una pesadacruz, y le dijo : «Mírame, y aunque tu corazón fuesem ás duro que las peñas del desierto, se quebrantará yno podrá soportar la visión de los dolores que los peca-dos del enero humano me causaron». Aquella apari-ción le conmovió tanto, que, hasta la hora de la muerte,su vida fué una vida de lágrimas y de sollozos. DespuésSedir: •í a los ángeles y a los santas, invitándolos allorar con él por los tormentos que :os pecados habíancausado a un Dios tan bueno. Leemos en la historia <eSanto Domingo que, habiendo un religioso pedido a Diosla gracia de llorar sus pecados, se le apareció Jesucristocoi: ..a cinco llagas abiertas, de las cuales brotabasangre en abundancia. Después de haberle abrazado,jesús le invitó a acercar sus labios a la abertura de susllagas ; sintió él tan vivamente aquella dicha, que susojos se . deshicieron en lágrimas hasta tal p unto que noacertaba a comprender c < y mo podía derramar tantas.Oh! ¡cuán dichosos, H. M., eses grandes penitente_,

al derramar tantas lágrimas llorando sus pecados, mo-vidos p or el temor de tener ene llorarlos más fatalmenteen la ` otra vida ! ¡ Oh ! ; cuánta diferencia entre ellesy los cristia n os de nuestros días, culpables de tantospecados, y, sin embargo, tan reacios al remordimientoy a las lágrimas ! ... ¡ Ay ! ¿ qué va a ser de nosotros?

a dónde iremos a parar ? ; Oh ! ¡ cuántos cristianos

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24OMINGO DE PASIÓN

perdidos ! ya que, o hay que llorar los pecados en estemundo, o ir a llorarlos en los abismos. ¡ Oh Dios mío!

dadnos aquel dolor y aquel pesar eficaces para reco-brar vuestra amistad !

Qué deberemos sacar, H. M., de cuanto acabamosde decir ? Vedlo aquí : hemos de pedir constantementea Dos horror al pecado, saber huir las ocasiones depecado y no perder nunca de vista q ue los condenados,si arden y lloran en el infierno, es porque no searrepintieron de sus culpas en este mundo, ni quisie-

ron dejar el pecado. No, por grandes que sean los

sacrificios a que nos veamos obligados, nunca han deser capaces de detenernos ; tenemos necesidad absolutade luchar, de sufrir, de gemir en este mundo, si quere-mos tener el honor de ir a cantar a Dios sus alabanzaspor toda una eternidad : esta es la gracia que os deseo...

JUEVES SANTO

Caro mea Mere es: c:bus.Mi carne es verdaderamente co-

mida.(5. Juan, VI, c6).

Podremos hallar en nuestra santa religión, H. M.,un momento más precioso, una circunstancia masfeliz,que aquel instante enq ue Jesucristo instituyó el ado-

rable Sacramento de los altares? No, H. M., no, pues-

to que esta circunstancia nos recuerda y atestigua el

inmenso amor de un Dios a las criaturas. Ciertoque, en todo cuanto Dos ha hecho, manifiéstanse sus

perfecciones infinitas. A crear el mundo, hizo brillar

:a grandeza de su omnipotencia ; gobernando el vasto

universo, nos muestra una sabiduría incomprensible ;

y hasta podemos decir con el Salmo CIII (I) : «Sí, Diosmío, sois infinitamente grande en las cosas más peque-ñas, y en la creación del más vil insecto». Mas lo que

nos manifiesta en la institución de este gran Sacramentode amor, no es solamente su poder y sabiduría, sino

además el inmenso amor de su corazón. «Sabiendo muy;bien que se acercaba el tiempo de volver al Padre», nopudo resignarse a dejarnos solos en la tierra y en me-

dio de tantos enemgos afanosos de nuestra pérdida.

Sí, Jesucristo, antes de instituir este Sacramento de

amor, sabía muy bien a cuántos desprecios y profana-ciones se expondría ; mas nada fué bastante para de-

tenerle ; quiereq ue nos quepa la dicha de hallarlecuantas veces andemos en su busca, y así, por este gran

(z) Qua= magni£cata sunt opera tta, Domine 5... Animalia pussil:a

cummanis {Ps. CIII, 23-25).

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26u vis SANTOJUEVES SANTO7Sacramento, se compromete a permanecer día y noche

entre nosotros ; y en El hallaremos a un Dios Salvador,que cada día se inmolará por nosotros a la justicia delPadre. ¡ Oh, pueblo dichoso ! ¿ quién ha comprendidojamás el tesoro que posees ?

A fin de inspiraros un gran respeto y amor a Jesu-

cristo en el adorable sacramento de la Eucaristía, osmostraré ahora lo mucho que Jesús nos ha amado al

instituírla. ¡ Oh, qué felicidad, H. M. ! ¡ una criatura

recibir a su Dos ! ¡ tomarlo como alimento ! ¡ hasta

cebarse con El ! ¡ Oh, amor infinito, inmenso e incom-prensible !... ; Y un cristiano piensa y considera esto,sin morir de amor y de espanto a la vista de su in-

dignidad !...

I. — No hay duda que, en todos los sacramentos

que Jesucristo ha instituido, nos muestra una mseri-

cordia infinita. En el sacramento del Bautismo, nosarranca de las manos ele Lucifer, y nos convierte en

hijos de Dos Padre ; nos abre el cielo, que para nos-

otros estaba cerrado ; nos hace participantes de todoslos tesoros de la Iglesia ; y, si somos fieles a nuestraspromesas, tenemos la seguridad de una bienaventuran-za eterna. En el sacramento ele la Penitencia, nos mues-tra su infinita msericordia, y nos hace participantes

de ella ; pues, por dicho sacramento, nos libra delinterno, al que nuestros pecados de malicia nos arras-traban, y nos aplica de nuevo los infinitos méritos

de su pasión. En el sacramento de la Confirmación, afin de que podamos conducirnos bien en el camino dela virtud, nos da un espíritu de luz que nos hace co-

nocer el bien que debemos hacer y el mal que debemosevitar ; además, nos comunica un espíritu de fortalezaque nosÇ ayude a vencer todos los obstáculos que se

presenten al llevar a cabo la obra de nuestra salvación.En el sacramento de la Extremaunción, vemos con los

ojós de la fe cómo Jesucristo nos cubre con los méritosde su pasión y muerte. En el del Orden, da Jesucristo

grandey singular potestad a los sacerdotes ; ellos sonquienes le hacen descender... En el sacramento del

Matrimonio, vemos cómo Jesucristo santifica todas

nuestras acciones, hasta aquellas que parecen obedecerúnicamente a las corrompidas inclinaciones de la na-

turaleza.Estas son, me diréis, manifestaciones de misericor-

dia dignas de un Dios infinito en todo. Pero en el

adorable sacramento de la Eucaristía, aun llega más

allá : todo esto no parece más que un ensayo de amora los hombres; quiere El, para elL bien de las criaturas,que su cuerpo, su alma y su divinidad se hallen en to-dos los rincones del mundo, a fin ele que podamos ha-llarle cuantas veces lo deseemos, a fin de que en El

hallemos toda suerte de dicha y felicidad. Si sufrimospenas y disgustos, El nos alivia y nos consuela. Si

caemos enfermos, o bien será nuestro remedio, o biennos dará fuerzas para sufrir, a in de que merezcamos

el cielo. Si nos hacen la guerra el demonio y las pa-

siones, nos dará armas para luchar, para resistir y

para alcanzar victoria. Si somos pobres, nos enrique-

cerá con toda suerte de bienes en el tiempo y en la

eternidad. Vosotros vais a pensar : bastantes son ya esasgracias. ¡ Oh ! no, H. M., aun no está satisfecho su

amor. Todavía tiene otros dones para otorgarnos, dones

que su inmenso amor halló en su corazón abrasado porel mundo ingrato, el cual sólo parece aceptar tal cúmulode bienes para ultrajar a su bienhechor. Mas no pense-mos en eso, H. M., dejemos por un momento la ingrati-tud de los hombres, abramos las puertas de este sagradoy adorable Corazón, encerrémonos por un momento enmedio del ardor de sus llamas, y veremos entonces has-ta dónde llega el poder de un Dios que nos ama. ¡ Oh,Dos mo ! ¡ quién será capaz de comprenderlo, y a

f

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JLEV'ES SANTO928UEVES SANTO

la vez no morirá de amor y de dolor, al ver por una

parte tanta caridad, y por otra tanto desprecio e in-gratitud.

Leemos en el Evangelio que Jesucristo, sabiendo

que era ya llegado el momento en que los judíos iban a

darle muerte, dijo a sus apóstoles «que deseaba en granmanera celebrar con ellos la Pascua» (r). Habiendo

llegado aquella hora para nosotros tan feliz, sentóse

a la mesa con ánimo de dejarnos una prenda de su

amor. Después levantóse de la mesa, dejó sus vestidos,y se ciñó una toalla en la cintura ; echó agua en un

cubo, y púsose a lavar los pies de sus apóstoles, inclusoJudas, con todo y conocer que dentro de poco iba a per-petrar su traición. Con aquel prelimnar, quiso mos-

trarnos la gran pureza con que debemos acercarnos a

El (i). Sentado de nuevo a la mesa, tomó un pedazo

de pan en sus santas y venerables manos ; después,elevando sus ojos al cielo para dar gracias a su Padre,y a fin de darnos a entender que aquel gran don venía

del cielo, lo bendijo, y lo distribuyó entre sus apósto-les, diciéndoles : «Comed todos de él, esto es verda-

deramente mi Cuerpo, el cual será entregado por vos-otros». Tomando después el cáliz, en el que había vinomezclado con agua, lo bendijo también, y se lo ofre-

ció, diciéndoles : «Bebed todos de este cáliz, esta es

m Sangre, la cual será derramada para remsión de

los pecados, y cuantas veces pronunciéis estas palabras,obraréis el mismo milagro ; es decir, transformaréis elpan en m Cuerpo y el vino en m Sangre». ¡ Cuánto

amor para con nosotros, H. M., es el que muestra todoun Dios en la institución del adorable sacramento de laEucaristía ! Decidme, H. M., ¿ de qué respetuoso sen-

(1) Desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum(Luc.,=T?I, is).

(2 ) Quiso enseñarnos dos cosas : la pureza y la humldad (::ota delSanto).

timiento hubiéramos estado penetrados, si entonces noshubiésemos hallado en este mundo, y presenciado connuestros propios ojos a Jesucristo instituyendo este

santo Sacramento de amor? No obstante, H. M., este

gran milagro se opera cada vez que el sacerdote celebrala santa Misa, en la que nuestro divino Salvador se

digna bajar a nuestros altares. ¡ Ah ! si tuviésemos vivaesta creencia, ¿ de qué respeto no deberíamos estar

penetrados? ¡ Con qué reverencia y temor comparece-ríamos ante ese gran sacrificio, en el que Dos nos

muestra la magnitud de su amor y de su poder ! No

dudo que vosotros lo creéis todo esto ; pero obráis cualsi no lo creyeseis.

Si necesitáis que os haga comprender la grandeza

de este misterio, escuchadme, y vais a ver cuán grandehabría de ser la reverencia con que debiéramos mirarlo.

Leemos en la historia que un sacerdote que celebrabala santa Misa en una iglesia de la ciudad de Bolsena,

después de haber pronunciado las palabras de la con-

sagración, dudó de la presencia real del Cuerpo de

Jesucristo en la santa Hostia, es decir, dudó de si las

palabras de la consagración habían verdaderamente

transformado el pan en Cuerpo de Jesucristo y el vinoen su Sangre, y al momento quedó la santa Hostia

cubierta de sangre. Con ello Jesucristo pareció quererreprender la poca fe de su ministro, y al mismo tiempollevarle a arrepentirse, volverle la fe que, con su

duda, acababa de perder ; y además quiso mostrarnos,mediante aquel gran milagro, cuán ciertos hemos de es-tar de su presencia en la sagrada Eucaristía. Aquella

Hostia santa derramó sangre con tanta abundancia,

que quedaron teñidos con ela el corporal, los mante-

les y el msmo altar. El Papa, a quien se comunicó

mlagro tan extraordinario, ordenó que se trajese a su

presencia aquel corporal ensangrentado ; fué llevado

a la ciudad de Orvieto, donde se le recibió con

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JUEVES SANTO10UEVES SANTO

extraordinaria pompa, y fué depositado en el tem

plo. Después se construyó una iglesia magnífica para

guardar aquel precioso depósito ; además, todos los

años, en la fiesta del Corpus, es llevada en procesión

tan preciosa reliquia (r) . Ved, pues, H. M., cómoaquellos que se dejan llevar de la duda, al oir esto

habrán de confirmarse en la fe. Pero, Dios mío, ¿ cómopodremos dudar, después de las palabras del msmo

Jesucristo, que dijo a sus apóstoles, y en su persona

a todos los sacerdotes : «Cuantas veces pronunciéis

estas msmas palabras, haréis el msmo mlagro, es

decir, haréis lo,c que yo he hecho, transformaréis el panen mi Cuerpo y el vino en mi Sangre» ?

¡ No hay mayor amor, H. 14 I., no hay mayor caridadque la manifestada por Jesucristo, al escoger la vísperadel día en que debía dársele muerte, para instituir un

Sacramento por el cual iba a permanecer en medio denosotros, para ser nuestro Padre, nuestro Consolador ytoda nuestra felicidad ! Más afortunados que aquellosque vivieron mentras estuvo en este mundo, cuando

no habitaba más que un lugar, cuando debían andarsealgunas horas rara tener la dicha de verle ; hoy '.e

tenemos nosotros en todos los lugares de la tierra, y

así ocurrirá, según nos está prometido, hasta el fin

del mundo. ¡ Oh, amor inmenso de un Dios a sus

criaturas ! No, H. M., cuando se trata de mostrarnos

la grandeza de su amor, nada puede detenerle. En

aquel momento tan venturoso para nosotros, toda Je-rusalén está agitada, el populacho está furioso, to-

dos conspiran para perderle ; todos están sedientos desu adorable sangre : y es precisamente en aquel mo-

mento cuando les prepara, así a ellos como a nosotros, laprenda más inefable de su amor. Los hombres están tra-mando contra El los complots más tenebrosos, al paso

!r) Véanse Las maraviaas 1'°fi nas en la Sagrada Eucar'stia delP. Rossignoli, S. J.; maravilla CXI II•.

que El se está ocupando en regalarles con lo que tienede más precioso, que es El msmo. No piensan más

que en levantar una infame cruz para hacerle morir

en ella, y El no piensa más que en levantar un altar

donde se inmole El mismo cada día por nuestro amor.

Se está preparando el derramamento de su sangre,y

Jesucristo quiere que aquella msma sangre sea para

nosotros una bebida de inmortalidad, para consuelo y

felicidad de nuestras almas. Sí, H. M., podemos afirmarque Jesucristo nos ama hasta agotar los tesoros de su

amor, sacrificándose hasta donde han podido inspirarlesu sabiduría y su poder. ¡ Oh, amor tierno y genero-

so de un Dos para con tan viles criaturas cual nos-

otros, que tan indignos somos de su predilección ! ¡ Ah,H. M. ! ¡ cuánto respeto deberíamos tener a ese grandeSacramento, en el que un Dios hecho hombre se mues-

tra presente cada día en nuestros altares ! Aunque Je-sucristo sea la msma bondad, no deja algunas veces

(le castigar rigurosamente, según vemos en distintos

pasajes de la historia, los desprecios que se hacen a

su santa presencia. (r)Se refiere que un sa„rdote de Friburgo, llevando el

Santísimo Sacramento a un enfermo, acertó a pasar

por una plaza donde haliía mucha gente que bailaba.

:l músico, aunque hombre sin religión, cesó de tocar

y dijo : -migo la campanilla, señal de que Jesús Sacra-mentado es llevado a un enfermo, arrodillémonos». Mas

entre a q uella gente estaba una mujer impía, inspiradapor el furor infernal : uContintiemos, dijo ella ; tam

bién llevan campanillas suspendidas al cuello los mu-

los de m padre ; y cuando pasan por la calle, lagente no se detiene ni se arrodilla». Todos los circuns-tantes aplaudieron aquela impiedad, y continuaron

(i) ;Ay!;cuántosno tienen á?aeín la fe de Ios demonios quetiemblan en su presencia! ¡ Ay! nuestra fe es lánguida y casi muerta{Nota del santo autor).

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3 2 JUEVES SANTOJUEVES SANTO 33 

danzando. Al instante, vino un tan fuerte huracán,

que arrebató a toda aquella gente que bailaba, sin

que jamás ha ya podido saberse dónde fueron a parar.¡ Ay H. M. ! ¡ cuán caro pagaron aquellos miserablesel desprecio inferido a la presencia cae \uestro Señor

Jesucristo ! lo cual debe darnos a entender el respetoque a la misma hemos de tener, ya en el templo, ya alser llevado, por las calles, a los pobres enfermos.

II. — Hemos dicho que Jesucristo, para obrar aquelmlagro, escogió el pan, que es el alimento común a

todos, pobres y ricos, fuertes y débiles, para signifi-

carnos que este celestial alimento está destinado a todoslos cristianos que q uieran conservar la vida de la gra-

cia v la fuerza para luchar con el demonio. Vemos que,al obrar Jesús el gran mlagro, elevó sus ojos al cielo

para dar gracias a su Padre celestial, con lo cual quisomostrarnos cuánto deseaba la llegada de aquel mo-

mento tan dichoso para nosotros, y nos dió con ello

prueba de la grandeza de su amor. «Sí, hijos míos,

les dijo el divino Salvador a los apóstoles, m Sangre

desea con impaciencia ser derramada por vosotros ; miCuerpo arde en deseos de ser desgarrado para curar

vuestras llagas ; lejos de asustarme por las ideas amar-gas y tristes que de antemano me han venido al pensaren ms sufrimentos y en m muerte, siento, por el

contrario, en m el colmo del placer. La causa de elloes porque en mis sufrimientos y en mi muerte hallaréisun remedio seguro para todos vuestros males.; ¡ Oh !

¿ qué amor, H. M., iguala al de un Dos para con sus

criaturas ? Nos dice San Pablo q ue, en el msterio de

la Encarnación, Dos escondió su divinidad ; pero, en

el de la Sagrada Eucaristía, llega hasta a esconder su

humanidad (t). ¡ Ah, H. M. ! solamente la fe puede

S:o. ToM,ís, himno Adorotedc-ote.

SER'':. CURA r: RS — T. i] 3

obrar en tan incomprensible msterio. Sí, H. M., cual-

quiera que sea el lugar donde nos encontremos, diri-

jamos con placer nuestros pensamientos, nuestros de-seos, hacia donde está guardado este adorable Cuerpo,para unirnos a los ángeles que con tanto respeto lo

adoran. Guardémonos de hacer como aquellos impíos

q ue no muestran el menor respeto a los templos,

tan santos, tan dignos de reverencia, tan sagrados por

la presencia de un Dos hecho hombre, que día y no-

che mora entre nosotros...Vemos con frecuencia que el Padre Eterno casti-

ga con rigor a los que desprecian a su divino Hijo.

Leernos en la historia que una vez un sastre acertó a

encontrarse en una casa mentras era llevado el Viá-

tico a un enfermo de la msma ; los que estaban junto

a dicho enfermo le rogaron que se arrodillase, mas él

se negó ; y soltó esta horrible blasfemia : «¿ Yo arrodi-llarme ?, dilo. Respeto mucho más una araña, que es

el más vil insecto, que a vuestro Jesucristo, a quienqueréis que adore». ¡ Ay, H. M. ! ¡ de qué cosas es ca-paz aquel que ha perdido la fe ! Mas Dios no dejó im-pune aquel pecado horrible : en el msmo instante,

una grande araña negra descendió del techo y vino a

posarse sobre la boca del blasfemo, y le picó en los la-bios, los cuales al momento se le hincharon, y murió alpoco rato el infeliz. Ya veis, pues, E. M., cuán culpa-

bles somos al no guardar este gran respeto q ue se merece

la presencia real de Jesucristo.No, H. M., no nos cansemos de contemplar el gran

misterio de amo: en el que ur. Dios, igual al Padre, ali-menta a sus hijos, no con un alimento ordinario, ni

con aquel maná con que el pueblo judío se alimentabaen el desierto, sino con su Cuerpo adorable y su San-

gre preciosa. ¿ Quién podría jamás imaginarlo, si no

fuese El mismo quien nos lo dice ' loejecuta a un tiem-

po? ; Oh, E. M. ! ¡ cuán dignas son de nuestro amor

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JUEVES SANTO534UEVES SANTO

yde nuestra admración tales maravillas ! ¡ Un Dos,

después de haber cargado con todas nuestras miserias,nos hace participantes de todas sus excelencias ! ¡ Oh,pueblo cristiano, cuán venturoso eres al tener un Diostan bueno y tan rico !... Leemos que San Juan Evan-

gelistavió unángel a quien el Padre Eterno entre-

gaba la copa de su furor para que la derramara sobretodas las naciones de la tierra (r) ; mas aquí vemos

todo lo contrario. El Padre Eterno pone en manos de

su Hijo la copa de su misericordia para que sea cierra-mada sobre todos los pueblos del mundo. Al hablarnosde su Sangre adorable, nos dice, corno a sus apóstoles :«Bebed todos de ella, y hallaréis la remsión de vues-tros pecados yla vida eterna» (2). ¡ Ola, dicha inefa-ble !... ¡ oh, fuente abundante y excelsa, que darás

testimonio, hasta el fin de los siglos, de la felicidadque, por esta creencia, debíamos alcanzar ! Para inspi-rarnos una viva fe acerca de su presencia real, Jesucris-to no ha cesado en todo tiempo de obrar mlagros.

Así leemos que hubo una mujer cristiana, pero muypobre. Pidió, prestada a un judío, una cierta cantidad

ele dinero y le dió enp renda los mejores vestidos quetenía. Acercándose la fiesta de la Pascua, suplicó al

judío que le devolviese, por un día, aquellos vestidos.El judío le dijo que no sólo estaba dispuesto a devol-

verle los vestidos, sino además a condonarle la deuda,con tal que le trajese una Sagrada Hostia, cuando la

hubiese recibido de manos del sacerdote en la comu-nión. El afán de aquella mserable por recobrar sus

vestidos y, al mismo tiempo, la esperanza de no verseobligada a devolver el dinero que había pedido pres-

tado, la llevaron a ejecutar la más horrible acción. Aldía siguiente se encamnó a la iglesia parroquial, En

cuanto hubo recibido en la lengua la Sagrada Hostia,

(t) Apoc., XV.(:) Matth., XVI, 27, :3.

la tomó con cuidado y la puso en un pañuelo. En

seguida la llevó a aquel miserable judío, el cual, comoes de suponer, la quería para descargar todo su furor

contra Jesucristo. Aquel hombre abomnable trató a

Jesucristo conun a furor espantoso ; mas veamos cómoJesucristo msmo le mostró cuánto sentía los ultrajes

que se le inferían. Comenzó el judío colocando la SantaHostia sobre una mesa, y le dió a su sabor golpes conun pequeño cuchillo; mas el desgraciado pudo ver

cómo de la Santa Hostia salía sangre en abundancia,

cosa que atemorizó mucho a su hijo. Des p ués, quitán-dola con desprecio de encima la mesa, la fijó con un

clavo en la pared, v Ie dió, hasta quedar saciado, gol-pes con un azote. La atravesó con una lanza, y salió

sangre nuevamente. Después de tales crueldades, la

echó en una caldera de agua hirviendo : al momentoc1 agua p areció transformarse en sangre. Entonces la

Hostia tomó la figura ele Jesucristo clavado en cruz :lo cual le asustó de tal modo q ue hubo ele correr des-pavorido a esconderse en un rincón de la casa. Mien-tras esto acontecía, los hijos del judío que veían a lesfieles cristianos dirigirse al tem p lo, les decían : Den-de vais ? No hallaréis en la iglesia a vuestro Dios, nues-to que nuestro padre lo ha matado:4. Una mujer, queoy ó lo que decían los ::i;os del judío, entró en la casa.Y vió, en efecto, la Hostia aun bajo ':a figura de Jesúscrucificado ; mas al punto tomó su forma ordinaria.

Tomó aquella mujer una copa, y la Hostia vino a

po-

nerse en su interior. Muy dichosa y contenta aquella

mujer, la llevó en seguida ala iglesia de San Juan (enGréve), donde fué colocada en un lugar apro p iado paraque los fieles la adorasen. Ofreciése el perdón a aqueldesgraciado, con tal de que se convirtiese al cristianis-mo; mas estaba tan obstinado, que prefirió se le con-denase a ser quemado vivo, antes que hacerse cristiano.`o obstante, su mujer, sus hijos y muchos judíos re-

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36UEVES SANTOUEVES SANTO7cibieron el bautismo. En vista de los milagros que Jesu-cristo acababa de obrar y para perpetuar su recuerdo,

aquella casa fué convertida en templo ; se estableció

allí una comunidad religiosa, con el objeto de que hu-biese constantemente alguien ocupado en desagraviara Jesucristo de los ultrajes que del judío recibiera (x).Yo podemos oir todo esto sin espanto, H. M. Pues

bien, H. M., ved a qué se expone, y a qué estará Jesu-cristo expuesto hasta el fin del mundo, por nuestro

amor. ¡ Qué amor, H. 1I., el que nos muestra DosYuestro Señor ! ¡ a qué excesos le ha llevado el amora sus criaturas !

Debéis saber, además, qee Jesucristo, tomando el

cáliz en sus santas manos, habló así a sus apóstoles :

«Dentro de algunas horas esta preciosa Sangre va a serderramada de una manera visible y cruel ; y para vos-

otros será derramada ; el ardiente deseo que tengo dederramarla en vuestros corazones me ha sugerido el

empleo de este medio. Cierto que la envidia de mis ene-mgos es una de las causas de m muerte, pero no es

la principal ; las acusaciones que han inventado contrami persona para perderme, la perfidia del discípulo queme entregará, la debilidad del juez que va a condenar-me, y la crueldad de los verdugos que van a matarme,son otros tantos instrumentos de que se sirve mi infini-to amor para probaros cuánto os amo». Sí, H. X.,

para la remsión de nuestros pecados fué derrama-

da aquella sangre, y para el mismo objeto este sacrificiose reproducirá todos los días. Va veis, H. XI., cuánto

nos ama Jesucristo, pues con tanto afán se sacrifica

por nosotros a la justicia de su Padre ; y aun más, quie-re El que semejante sacrificio se renueve todos les díasy en todos los lugares del mundo. ¡ Qué suerte para

nosotros, H. X., saber q ue nuestros pecados, aun antes

(z) Este célebre prodigio es conocido coa el «o=bre de Milagro de

tos BiIietes.

de ser cometidos, fueron ya expiados en el gran sacri-ficio de la cruz : Acudamos con frecuencia, H. M., al

pie del tabernáculo, para consolarnos en nuestras penasy para fortalecernos en nuestras debilidades ¿ Tenemosque lamentar, tal vez, la gran desgracia de haber pe-

cado? La Sangre adorable de Jesucristo implorará graciapor nosotros.¡ Ah, H. M. ! ¡ cuánto más viva que la nuestra era

la fe de los primeros cristianos ! En los primeros tiem-pos, un gran número de cristianos atravesaba los ma-

res para ir a visitar los santos lugares en donde se

había realizado el misterio de nuestra Redención. Cuan-do se les mostraba el Cenáculo en el que Jesucristo ins-

tituyó este divino Sacramento consagrado a alimentar

nuestras almas, cuando se les haciaver elsitio en que

había rociado la tierra con sus lágrimas y su sangre

durante la agonía que acompañó a su oración, no sa-bían dejar aquellos lugares memorables y venerandossin derramar lágrimas en abundancia. `.Ias esto llega-ba al colmo al ser conducidos al Calvario, en donde clSalvador tantos sufrimentos experimentara por nos-

otros. Entonces les parecía no poder vivir ya más ; al

recordar lo que aquellos lugares evocaban, a saber, eltiempo, las acciones y los msterios que por nuestro

bien allí se realizaron, estaban inconsolables ; sentíanavivar su fe, su corazón Seabrasaba bajo los ardores de

una nueva hoguera. ¡ Oh, felices lugares, exclamaban,

donde tantos prodigios se realizaron por nuestra salva-ción ! Pero, H. 3I., sin ir tan lejos, sin tenernos quemolestar en atravesar los mares y exponernos a tantospeligros, ¿ no tenemos aquí, en medio de nosotros, a

Jesucristo, no solamente como Dios, sino en cuerpo yalma ? ¿Yo son tan dignas de respeto nuestras iglesiascomo los lugares santos que visitaban aquellos pere-

grinos ? ¡ Oh, H. M. ! ¡ nuestra dicha es demasiado

grande ! no, no, jamás comprenderemos su alcance.

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JUEVES SANTO938UEVES SANTO

¡ Pueblo feliz, el cristiano, al ver cómo cada día se re-nuevan todos los prodigios que la omnipotencia (le

Dios obró en otro tiempo en el Calvario para salvar alos hombres !

¿A qué obedece pues, H. M., el que no experimen-temos este mismo amor, no sintamos el mismo agrade-

cimiento, no estemos poseídos del mismo respeto, contodo y obrarse cada día los msmos mlagros ante

nuestros ojos? ¡ Ay ! hemos abusado tanto (le las gra-cias recibidas, que merecimos de Dios el castigo de quenos fuese arrebatada, en parte, nuestra fe ; apenas nosqueda indicio de ella para hacernos cargo de que esta-mos en la presencia de Dios. ¡ Dios mío ! ¡ qué desgra-cia para un cristiano haber perdido la fe ! ¡ Ay, H. M.desde que la fe nos falta, no hacemos más que des-preciar este augusto Sacramento ; ¡ y cuantos hay aúnque llegan hasta a caer en la impiedad, haciendomofa de los que tienen la dicha de venir a sacar dea q uí las gracias y fuerzas necesarias para salvarse !Temamos, H. M., los castigos que Dios puede enviar-nos por nuestra falta de respeto a su adorable presen-cia. Aquí tenéis un ejemplo de los más espantosos.

Refiere, en sus Anales, el Cardenal Baronio que enla villa de Lusignan, cerca de Poitiers, había un sujetoque manifestaba un gran desprecio por la persona deJesucristo : escarnecía y menospreciaba a cuantos fre-cuentaban los Sacramentos ; ridiculizaba su devoción.

Sin embargo, Nuestro Señor, que siempre prefiere laconversión a la pérdida del pecador, le había enviadocon alguna frecuencia remordimientos de conciencia ;bien veía que obraba mal y que aquellos de que se

burlaba le aventajaban en felicidad ; mas, en cuanto sele ofrecía nueva ocasión, volvía a las andadas, y, de estamanera, poco a poco, acabó por ahogar enteramente

los remordimientos que Dios le enviaba. Mas, para me-jor disimularlo, procuró ganar la amistad de un santo re-

ligioso, el superior del monasterio de Bonneval, lugarmuy cercano a su morada. Iba allí con frecuencia, y,

aunque imp ío, hacía gala de aquella amistad, y se creíahasta bueno cuando estaba con aquellos santos re-

religiosos. El superior, que, andando el tiempo, se diócuenta de lo que pasaba en el ánimo de aquel sujeto,

le decía muchas veces : z(Mi querido amgo mo, veoque no tenéis el respeto que debierais a la presencia

de Jesucristo en el adorable Sacramento del altar ; y

creo que, si queréis convertiros, no habrá más remedioque dejar el mundoy retiraros en un monasterio parahacer allí penitencia. Mejor que nadie sabéis vos cuán-tas veces habéis profanado los Sacramentos, manchán-doos el alma con abominables sacrilegios ; si llegaseisa morir, seríais arrojado al infierno por toda la eter-

nidad. Creedme, pensad en reparar las profanaciones

cometidas ; ¿ cómo podéis vivir en tan miserable esta-

do ?» Aquel pobre hombre parecía escucharle y hastaaprovecharse de sus consejos, pues sentía, ciertamente,en su conciencia el peso de los sacrilegios ; mas comole repugnaba aceptar algunos pequeños sacrificios, in-dispensables para su conversión, resultaba que, con

todo y sus buenos pensamentos, continuaba siempre

igual ; y así sucedió que, cansándose Dios de su impie-

dady de sus sacrilegios, le abandonó a sí mismo ; y el

pobre cayó enfermo. El abad, sabiendo el mal estado

en que se hallaba su alma, se apresuró a visitarle. Al

ver el infeliz que aquel buen religioso, que era un

santo, iba a verle, lloró de alegría, y, quizá concibiendola esperanza de que rogaría por él y le ayudaría a sa-

car su alma del cenagal de sus sacrilegios, suplicó al

abad que se quedase con él cuanto tiempo le fuese posi-ble. Llegó la noche y retiráronse todos menos el abad,que permaneció junto al enfermo. Aquel pobre infelizpiisose a dar gritos horribles, diciendo : «¡ Ah ! ¡ Padremío ! ¡ socorredme ! ¡ ah ! ¡ ah ! ¡ venid en mi auxilio !n

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40UEVES Sd\TO

¡ Mas, ay ! ¡ no era ya tiempo oportuno ! Dios le habíaabandonado en castigo de sus impiedades y sacrilegios.¡ Ah ! ¡ Padre mío, ved aquí dos espantosos leones que

me están acechando ! ¡ Ah ! ¡ Padre mío, socor r edme !»El abad, lleno de espanto, se arrodilló para implorar

misericordia en favor dei enfermo ; mas era ya dema-siado tarde, la justicia de Dos lo había entregado al

poder de los demonios. De repente, el enfermo cambióde voz hablando en tono más sosegado ; púsose a con-versar como una persona sana y en el pleno domnio

de su espíritu : «Padre mo, ic clilo, aquellos leones

q ue ahora mismo estaban cerca de mí se han retirado».Pero mientras estaban hablando familiarmente, el en-fermo perdió la voz y quedó como muerto. Por tal lo

tuvo el religioso, mas quiso presenciar el fin de todo

aquello ; decidió, pues, pasar el resto de la noche jun-

to al enfermo. Al cabo de un rato, aquel pobre infelizvolvió en sí, recobró la palabra, y dijo al superior :

«Padre mo, acabo de ser citado al tribunal de jesu-

cristo, y, a causa de mis impiedades y sacrilegios, estoycondenado a arder en los infiernos». Asustado el reli-gioso, púsose a orar, intentando probar si quedaba

aún algún recurso para lograr la salvación de aquel

desgraciado ; mas, viéndole rezar el moribundo, le dijo :«Padre mío, dejad vuestras oraciones, Dios no os va aescuchar en nada de cuanto le digáis respecto a mí ; losdemonios me rodean, sólo están esperando el instante

de mi muerte, que no tardará en llegar, para arrastrar-me al infierno, en donde voy a arder por toda la eterni-dad». De repente, sobrecogido de espanto, exclamó :«¡ Ah ! Padre mo, el demonio se me lleva ; adiós,

Padre mío, desprecié vuestros consejos y estoy conde-nado». Y diciendo esto, vomtó su alma maldita a los

abismos. Retiróse el superior llorando vivamente por lasuerte de aquel desgraciado que desde su lecho acababade caer en el infierno. ¡ Ay, H. M. ! ¡ cuán grande es

JUEVES SANTO)lcl número de esos profanadores, cuántos cristianos hanperdido la fe a causa de sus sacrilegios ! ¡ Ay, H. M. !al ver tantos cristianos que no reciben los Sacramentos,o que los frecuentan muy de tarde en tarde, no bus-

quemos otras causas que los sacrilegios por ellos co-

metidos. ; Ay ! ¡ cuántos hay también a quienes los

remordimientos desgarran la conciencia, se tienen porculpables de tremendos sacrilegios, y aguardan la

muerte en un estado capaz de hacer temblar el cielo

y la tierra ! ¡ Ah, H. M. ! no lleguéis más allá, ya que

no habéis alcanzado aún el estado mserable de aquel

desgraciado réprobo de que os acabo de hablar ; mas¿ quién os asegura que, antes no llegue la hora de la

muerte, no seréis, como él, abandonados de Dios y echa-dos al fuego ? ¡ Oh, Dios mío ! ¿ cómo poder vivir en tan

espantoso estado ¡ Ah, H. M. ! aun estamos a tiempo,

volvan:n; sobre nticstr os pases, echémonos a los pies

de Jesucristo, escondido en el adorable sacramento dela Eucaristía. El ofrecerá de nuevo, por nosotros, al

Padre celestial los méritos de su pasión y muerte, y

con ello estamos seguros de alcanzar misericordia.Sí, H. M., tengamos la seguridad de que, si senti-

mos un gran respeto a la presencia real de Nuestro SeñorJesucristo en el adorable Sacramento del altar, vamosa alcanzar cuanto deseemos. Ya que las procesiones

eucarísticas, H. M., son todas dedicadas a adorar a

Jesús en el Santísimo Sacramento del altar, y a des-

agraviarle de los ultrajes que en dicho Sacramento re-cibe, formemos en dichas procesiones, vayamos en suseguimento con aquel msmo respeto que le mostra-

ban los primeros cristianos siguiéndole en sus predi-

caciones, durante las cualesnópasaba jamás mor un

lugar sin derramar allí toda suerte de bendiciones (r).

;Ii Ved a' profeta en el desierto, a Zaquco. n la suegra de San re•

dro, a Magda'ena, a la 1, jer que padecia flujo 1e sangre, a Lázaro!e'

sucitado. (Nota del Santo.

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42UEVES SANTO

Sí, H. M., con innumerables ejemplos nos muestra lahistoria cuán duramente castiga Dios a los profana-dores de su adorable Cuerpo y de su preciosa Sangre.Una vez hubo un ladrón que entró en una iglesia du-rante la noche y se llevó todos los vasos sagradosdonde se guardaban las sagradas partículas ; y conaquella preciosa carga se encaminó a un lugar llamadoplaza de San Dionisio. Al llegar allí, miró de nuevolos vasos para ver si había dejado aún alguna partícula.Había una todavía, la cual, al ser abierto el copón, saliómilagrosamente del vaso revoloteando alrededor delladrón ; aquel prodigio hizo que fuese descubierto porla gente y detenido el criminal. Dióse parte al curade San Dionisio, yeste avisó al obispo de París. LaSagrada Hostia permaneció suspendida en el aire. En-tonces acudió el obispo junto con todos sus sacerdotesy gran número de fieles devotos que formaban tam-

bién parte de la procesión, y la Hostia fué a posarse enel ciborio dei sacerdote que la había consagrado. Fui:llevada a un templo, y en el mismo se hizo la fundaciónde un oficio semanal en memoria de este gran coi-lao (I).

Decidme, H. M., ¿qué másnos falta considerarpara sentirnos movidos a reverencia ante la presenciade Jesús, así en los templos como en las procesiones ?Acudamos, pues, a El con gran confianza ; es tan bue-no, +_s tan misericordioso, nos ama tanto, que podemosestar seguros de alcanzar cuanto le pidamos ; mas sea-

mos siempre humildes, puros, saturados de amor deDios y de menosprecio del mundo.., cuidemos de nodejarnos llevar de las distracciones... Amemos de todocorazón al Señor, H. M., ycon ello alcanzaremos, yaen este mundo, una vida semejante a la de la gloria.

rl Véase a Mons. de Segur, La Francia a los pies del SantísimoSacramento, IX, xI.a IIostia mlagrosa de San nervasio, de Pars,.

VIERNES SANTO

E L P E C A D O R E N U E V A L A P AS I ÓN D E J E S U C R I S TO

Pm:a; sisunt:rnrsunt crucJi-

gintes sibintetipsis Filium Dei.

Los que pecan, crucifican nue-vamente a Jesucristo dentro de si

mismos.

H° 144:0). Pablo a !os Hebreos, IV, 6).

¿ Podemos, H. I., concebir un. crimen _más iiorri,-ble que el de los judíos al dar muerte. al. Hijo. de..Dios,á ác^tiel c ie eatakianeS raiíc o desde hacía .cuatro.. miL__

a%os, al que había sido l admiración de les profetas, laesperanza de los patriarcas, el consuelo de los j ustos, laalegría del cielo, _el tesoro de la tierra, la felicidad deluniverso ? . Pocos días antes le recibieron triunfalmenteal entrar en Jerusalén, manifestando con ello clara-mente que le reconocían por el Salvador del mundo.Decidme, H., I . es posible que, a pesar de todo esto,quieran darle muerte, después de haberle llenado detoda suerte de ultrajes ? ¿ Qué daño les había causado.pues, este divino Salvador ? O mejor, ¿ qué bien dejaba

otorgar `s, at oajar a librarlos de la tiranía del de-monio, a reconciliarlos con su Padre celestial, ya abrirles las puertas del cielo que el pecado de Adánhabía cerrado ? ; Ay ! ¡ de qué no es capaz el hombrecuando se deja cezár por` sus wstone ; ! Pilato dejoescoger a los judíos entre ciar la libertad a Jesús o aBarrabás, que era un gran criminal. Y ellos libertaronal malhechor cargado de crímenes y pidieron la muertede Jesús, que era la misma inocencia, ymás aún, su

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44F . : . PECADO RENUEVA LA PASIó\ DE jE suer ISTo5VIERYES s:1'To

Redentor ! ¡ Oh, Dios rufo ! ; qué elección tan indignaOs admira, 1-h^ ,M., y razón tenéis para ello ; sin em-bargo, si me atreviese, os diría que nosotros, siempreque pecamos, hacemos parecida elección. Y para mejorhacéroslo sentir, voy ahora a mostraron cuán grandesea el ultraje que hacemos a Jesucristo al preferir elcamino donde nos guían nuestras inclinaciones al ca-mino que conduce a Dios.

Sí, I7 L-VII..,_ la malicia humana nos ha dado mediospara renovar los sufnmientos v la muerte de Jesucr istorió— Sólo . ele una manera tan cruel como los judíos,sino además de un< ' manerasacriTega ynorrible` lien-tras vivió en este mundo, Jesucristo no tuvo más queuna vida por perder y sólo eñ un Calvario fuécrucifi:—Cado ; pero, desde su muerte el hombre, con sus pé-cados, le ha hecho hallar tantas cruces cuantos son los

corázones que palpitáis . sobre la tierra. Para mejor- convenceros de ello, mirémoslo más de cerca. ¿Quéobservamos en la pasión de Jesucristo? L o es por.veñtúra, un Í) os traicionado abandonado r ase Qsus discípulos ; un-15-1- 6s puesto en parangón con uninfame cnmináT • uif'Dios ' expuesto ái -furor de lasór ades v tratado, como únreyr ?\ ene ar sque todo esto resultaba enqgranmanerahu-millante v cruel en la muerte del Salvador. Sin em-bargo, H. M., no vacilo en afirmaros que lo que su-cede todos los días entre los cristianos, es aún más

sensible a Jesucristo que cuanto pudierdn hacerle su-frir los judíos._zognoro q ue Jesucristo fué traicionado v aban-

donado Ig or suspóstoles ; ales_ta_fue la llagaque más sensi_ e en$ n orii– ón _lleno de bon-dad: Mas os diré también que, por lamliciade hóm___

brey d I demonio, esta tan dolorosa llaga es renovada_todos los días por un gran nú mero de m alos cristianos.Si Jesucristo nos ha dejado , en la santa Misa el recuer-

y ello_so aeñte por , él témgr de . ser objeto de burla y

ñiéñosprecio - po r^

parte u de algunos „ reinos o igno-ráütes.Aesta clase pertenecen las tres cuartas partes

de lagente de nuestros días, enextremo temerosa demostrar sus convicciones cristianas a la faz del mundo.Pues bien es como si abandonásemos a nuestroDios, cuantas veces omitimos las oraciones de Tá rna-

nana o de a noc e, siempre que faltamos a m la santa

lI sá a las vísjZeras ó á otras unciones aue en e eltemplo abandonado también a Í ios,desde el momento en q ue ya no frecuentamos los Sacra-mentos. ¡ Ah ! Señor, ¿ dónde están los que os perma-

necen fieles yos siguen hasta el Calvario?... A la horade su pasión, preveía ya Jesucristo cuán pocos seríanlos cristianos que iban a seguirle a todas partes, cuánpocos estarían dispuestos a arrostrar toda suerte detormentos y la misma muerte antes que separarse deEl. De losolametrt íbo_,u, SantísimaMadre y an _ uan que mostrasen valor para acomña ál e- VáStá elWli-o Ientras esucr ó t_nabáde--fá girrdisc u osriro"s e sl á_ - dis úestos a

sü i"ñ _ si o raron San1^e ro y,- ái;.-mas

llegá ' ,o el momento, de la .prueba todos huyero n, todosle afiandon_aron. Retrato perfecto de mus_frf in ios cris-tiano+ que T no 7eL an efie formular muy buenos propósi-tos mas, _a_la menor et icu tá a andaílána Diosno reconocen su existencia ni su providencia , una

pequeña calumnia, la más insignificante injusticia . , deque sean víctimas, una enfermedad demasiado larga,el temor de perder _la amistad de cierta persona de lacual han recibido o esperan recibir algún favor, `Tes

do y el mérito de su pasión, ha permitido también que

hubiese -hombres que, con todo y ser cristianos y po rlo tanto discípulos suyos, no vaca asen en traicionarleen cuanto se res o reclese o eásioñ ó tienen escru^u-Tó én rcnuñciara autisnio_,enreie_,de su fe ;

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Er. PECAD() RENUEVA L.\ PASIÓN DE JESUCRISTO746IERNES s.\uTo

hace olvidar la reli • i "n y sus receptor ; la dejan a unlado y egan hasta a enojarse contra los quea oservan__élriente. Todo lo echan a . la maamaldicena -lis personas que consideran como causantes deldaño que experimentan. ¡ . y . ; ios mo, cuantos de-

sertoresTC añ raros son 'lbs crisTiariós- -que; - confió láSañ1isf-ma Virgen, estén dispuestos a segulros lasa eCalvario !...

Ic preguntaréis, empero : ¿ cómo llegaremos a co-nocer si seguimos verdaderamente a Jesucristo ? Nadamás fácil, H. _lI. Cuando observáis fielmente los man-damentos. Se nos ordena que por la mañanay por lanoche nos encomendemos a Dos con gran respeto :

pues bien, ¿ lo hacéis vosotros, poniéndoos de rodi-

llas, antes de comenzar el trabajo, con el deseo de agra-dar a Dios y salvar vuestra alma ? O, por el contrario,lo practicáis sólo por costumbre, por rutina, sin pensar

en Dos, sin atender a que estáis en peligro deperde-ros, y, por consiguiente, muy necesitados de la graciadivina para evitar vuestra condenación ? Los preceptosde la ley de Dos os prohiben trabajar en día festivo.

Pues bien, mrad si lo habéis observado fielmente, si

habéis empleado santamente el día del domngo, de-

dic.ndoos a la oración, a confesar vuestros pecados,n de evitar que la muerte os sorprenda en un estado

que os conduzca al infierno. Examinad la manera cómoasistís a la santa Misa, y ved si habéis estado siemprebien penetrados de la grandeza de aquel acto, si ha-

béis considerado que es el msmo Jesucristo, comohombre y como Dos, quien está realmente presente

en el altar. Estáis allí con las msmas disposiciones

que la Virgen Santísima estaba en el Calvario, tratán-dose de la presencia de un mismo Dios y de la consu-mación de igual sacrificio ? ¿ Testimoniasteis a Dosel pesar que sentíais por haberle ofendido y le dijisteisque, con el auxilio de su gracia, en lo venidero pre-

feriríais la muerte al pecado ? ¿ Hicisteis siempre cuan-

to estaba de vuestra parte para merecer los favores queDos tuvo a bien concederos ? ¿ Le habéis pedido la

gracia de saberos aprovechar de los sermones que te-

néis la suerte de oir, y cuyo objeto no es otro que eldeinstruiros acerca de vuestros deberes para con Dios

y para con el prójimo? Los mandamientos os prohibenjurar en vano : mrad qué palabras salen de vuestra

boca, consagrada a Dios por el bautismo ; examinad sihabéis jurado nunca falsamente por el santo nombre

de Dios, si habéis proferido malas palabras, etc. Nues-tro Señor, en uno de sus preceptos, os ordena amar y

reverenciar a los padres, etc., etc. Decís que sois hijosde la Iglesia : ved si cumplís lo que ella os ordena...(Cítense sus preceptos.)

Sí, H. M., si somos fieles a Dos cual la Santísima

Virgen, no temeremos al mundo, ni al demonio ; es-

taremos prestos a sacrificarlo todo, incluso nuestra

vida. Aquí vais a ver un ejemplo de ello. La historia

nos cuenta que, después de la muerte de San Sixto,

todos los bienes de la Iglesia fueron confiados a San

Lorenzo. El emperador Valeriano llamó al Santo y leordenó la entrega de todos aquellos tesoros. San Lo-

renzo, sin inmutarse, pidió al soberano un plazo de

tres días. En aquel lapso, reclutó a cuantos ciegos, co-jos y toda clase de pobres y enfermos le fué posible,seres todos llenos de mseriavcubiertos de llagas.

Pasados los tres días, San Lorenzo los presentó al em-perador diciéndole que allí estaba todo el tesoro dela Iglesia. Valeriano, sorprendidoy espantado al ha-llarse en presencia de aquella turba que parecía reuniren sí todas las miserias de la tierra, se enfureció, y di-rigiéndose a sus soldados, les ordenó prendiesen a

Lorenzo y le cargasen de hierros y cadenas, reserván-dose el placer de hacerle morir con muerte lenta y cruel.En efecto, hízole azotar con varas, hízole desgarrar

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1 L PECADO RENUEVA LA PASIÓN DE JESUCRISTO9cia y las pasiones, y en semejante lucha hemos aho& adoa voz de $ios, •uáde nuestras

malas íTiarfiációnci dudáis de ello,

1 .,

e scuchadme unnióntettzS; rrá `"r com prender ó con tó ,daácCuando re a i i ^ c ^ a m oáigúnacción contr ,4 ley_ de Dios,nuestra conciencia, que es nuéstr óuez nos dice teibritieñte... He aquí tuplacerT ^ ó r i in Iaco aú D"i s 'i^^r oró ; esmPósiil^ agradarzni sal mismo'T por cuál''dfl a0' té-vas

a declarar ?... R enuncia o a tu Dios o a tu Iacer».¡ K r, ¡ cuántas Veces en semejante ocasidii, Alcemoscomo los judíos : nos decidimos por B arrabas, esto es,1 ; 0-r nuestras pasloííes ' ¡ t uantas reces euros ic ó `«¡^iicr^ m,s "PÍáccres^" - ^üés ra coñcieñcláno ^á •ladfE r tioÍas tui scr ` ac tu Dios^^iris orca liúc va} sgón et : las pa-

siones ; lozuiero es gozar.» — «No ignoras, I osIce 1 conciencia, me canteos remor imiehTo `queiios - su iere. entré % in`cl r r esos aceres roru `Tbidos, vas a dar nueva muerte a tu tios. n --- t i c

crucificadomi Dilas; con tal que satisfaga vo m is deseosZiriii 1é° í^iib"Diós v' iti razones la as fiara aban-donarle? ¡ Sabes muy bien que cuantas veces e es--- rc a. te e has ,arrepentido des.u's v no i- ,..res _

ti ama, Jier es e ele ó v ,ces• - ;a_tu...Dias.11.—, M asláio`n,..q.ue-. en. deseas, de_ ze:-. sa-satisf :.cba,, lice :«¡ lIi placer,yhe aquf W „mi , raa 1?r óses el enemigo dem "'pTacer, sea ues crifi cado-_'u. —..J rete r aD os el -Placer de unnstante ? ^— «Sí, clam^, íCeri?^á o que ^zniere a mi alma y a mitios con_tal quepueda yo zozár,n

ác^úi tenéis H. M lo aue hacernos cuantas ve-cey.n_PC amOS S cierto que no siempre nos amos cu . -ta con toda claridad de ello ; mas sabernos muy bien

malas inclinacionesampoco q ue, siguiendo tus

48IERNES SANTO

la piel y experimentar toda suerte de tormentos : elSanto se regoc ijaba con tales torturas ; al verlo Valeria-no, fuera de sí, hizo preparar una cama de hierro sobrela cual mandó fuese tendido Lorenzo'; luego ordenó seencendiese debajo un fuego suave a fin de asarle des-

pacio, para que su muerte fuese más lenta y cruel.Cuando el fuego hubo ya consumido una parte de sucuerpo, San Lorenzo, bur_ndose siempre de los su-plicios, volvióse hacia el emperador, y, con semblanterisueño y radiante, le dijo : «¿No ves q ue mi carne estáva bastante asada de un lado ? Vuélveme, pues, delotro, a fin de que sa igualmente gloriosa en .cl cielo.»Por orden del tirano, los verdugos volvieron entoncesal mártir del otro lado. Pasado algún tiempo, San Lo-renzo habló así al emperador : «Mi carne está suficien-temente asada, puedes ya comer de ella». ¿ No recono-

céis aquí, H. M., a un cristiano que, imitando a laVirgen Santísima y a Santa Magdalena, sabe seguir asu Dios hasta el Calvario? ¡ Ay, H. M. ! ¿qué será denosotros, cuando Nuestro Señor nos ponga en parangóncon aquellos santos, que prefirieron sufrir toda suertede tormentos antes que hacer traición a su religión y

a su conciencia ?2.° Mas no nos contentamos con abandonara esu-

cr, como los apóstoles, que, después de haber reci-bido innumerables favores y cuando el Maestro másnecesitado estaba de consuelo, huyeron. ¡ Ay ! ¡ cuántossonlosaniar la preferPnT3arrahás esdecir, les itstzillás seguir al mundo v sus pasiones,

que a Jesucristo con la cruz a cuestas ! ¡ Cuántas vecese` í^em's recibido en son'e triunfo en la sagrada mesav oó ep din il ucidos por nuestrasn óues, jigjnos re clo_a ese Rey, ora un placer momen-táneo, ora un , trasl cuál andamos, a pesarde nuestros remor imientos de conciencia ! ¡ Cuantasveces, H. ?\Z„ cerros estado vacilando entre la concien

SERM. CURA ARS -- T. II 4

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50IERNES SANTO. !. I'EC:1Dn RENUEVA LA P.1:,I5N DE JESUCRISTO1que nos es imposible desear y cometer un pecado, sinque perdamos a nuestro Dios, el cielo y nuestra alma.• \ o es verdad nuecuantas veces estamos a punto decaer en p ecadoi. oímos ,,una voz interior ue nos invitaa deferie-rños, diciéndonos que de lo contrario vamos aperd'ernos°y- f d- r°muérté á i üéstró l i s?¡ Ah . p-

mosfiiúy"5iéñ, I3. `11T., que la pasión que losjudíos hicieron sufrir a Jesucristo era casi nada com-parada con la que le hacen soportar los cristianos, conlos ultrajes del pecado mortal._ Los judíos antes que á.

_Jesús prefirieron un criminalcrial que había cometido mu-chos asesinatos ; y ¿  qué hace el cristiano pecador ?...Ni tan sólo esun om re e o jeto que •one or enci-ma . e su Dios, digárusloseo eón pena, un miserablepeñsámiento de or • ullo .. .di. de venganza o deII.

. - .. - _ _ _ _ _ __ _ _ganancia miserable aILvez nolega_a__dos reales •tiza mirada deshonesta o

¡alguna acción ,mnfae . ve d

1ó q antepoñ áDo e toda santijad! ..i..sgradados, z ág hacernos??.j_cuál va a ser nuestr ho-rror cuando__ Jesuristo nos.....mue tre . las .cós $ m122_cuales le h iem9s , ákanclonadc„1„, : H. I ? - aha;tatJI punto osamos llevar nuestro „furor contra un prosque tanto nos y amó !..\•_-75 O-nos admire que los Santos, que conocían lamagnitud del pecado, prefirieran sufrir cuanto pudoinventar el furor de los tiranos, antes que caer enél. Vemos de ello un admirable ejemplo en Santa Marga-rita. Al ver su padre, sacerdote idólatra de gran repu-tación, que era cristiana y que no lograba hacerle re-nunciar a su religión, la maltrató de la manera másindigna y arrojóla desp ués de su casa. No se desanimópor ello Margarita, sino que, a pesar de la nobleza desu origen, resignóse a llevar una vida humilde y obscu-ra al lado de su nodriza, la cual, ya desde su infancia,le había inspirado las virtudes cristianas. Cierto pre-

fecto del pretorio llamado Oiybrio, prendado de su be-lleza, mandó que fuese conducida a su presencia, a tinde inducirla a renegar de su fe, para casarse despuéscon ella. A las primeras preguntas del prefecto, leres pondió que era cristiana, y que permanecería cons-tantemente esposa de Cristo. Irritado Olybrio por la

respuesta de la Santa, mandó a los verdugos la despo-jasen (le sus vestiduras y la tendiesen sobre el potrode tormento. Puesta allí, la hizo azotar con varas, contanta crueldad que la sangre manaba de todos susmiembros. Mientras se la atormentaba, la invitaban asacrificar a losdioses del imperio, representándole có-mo su tenacidad le haría perder su hermosura y su vida.Pero, en medio de los tormentos, ella exclamaba : allo,no, jamás por unos bienes perecederos y por unos pla-ceres vergonzosos dejar,: a mi Dios. Jesucristo, que esmi esposo, me tiene bajo su cuidado, y no me abando-

nará ” . Al ver el juez aquel valor, al que él llamabaterquedad, hízola golpear tan cruelmente que, a pesarele sus bárbaros sentimientos, velase obligado a apartarla vista del espectáculo. Temiendo que ella no sucum-biese a tales tormentos, ordenó conducirla a la prisión.Allí aparecióse a la joven el demonio en forma dehorrible dragón que parecía quererla devorar. LaSanta hizo la señal de la cruz, y el dragón reventó asus p ies. Después de aquella terrible lucha vió unacruz brillante como un foco de luz, encima de la cualvolaba una paloma de admirable blancura. Con ellosintióse la Santa en gran manera fortalecida. Pasadoalgún tiempo, viendo aquel juez inicuo que, a pesar-de las torturas, de las que los mismos verdugos estabanasustados, nada podía lograr de ella, mandóla degollar.

Pues bien, H. M., ¿imitamos a Santa Margarita,cuando anteponemos un vil interés a Jesucristo ? ¿ cuan-do optamos por quelJ antar los preceptos de la ley deDios o de la Santa Iglesia antes que desagradar al mun-

_yin0. yna

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52 VIERNES SANTO El. PECADO RENUEVA IA PASIÓN DE JESUCRISTO 53 do ? ¿ cuando, para complacer a un amgo impío, co-

memos carne en los días prohibidos ? ¿ cuando, para

servir a un vecino, no tenemos escrúpulo en trabajar

o en prestar nuestros animales de trabajo el santo día deldomingo ? ¿ cuando, para no desagradar a algún amigo,empleamos buena parte del día festivo, tal vez las mis-

mas horas de las funciones religiosas, en la taberna oen la casa de juego ? ¡ Ay, H. M. ! los cristianos dis-puestos a imitar a Santa Margarita, o sea a. sacrificarlotodo, sus bienes y su vida, antes que desagradar a

Jesucristo, son tan raros como los escogidos, es decir,corno los que irán al cielo. ¡ Cuánto ha cambiado elmundo, Dies mo

3.° Os he dicho que Jesucristo fué abandonado a

los insultos de la plebe, y tratado corno un rey de bur-las por una comparsería de falsos adoradores. Mirad

a aquel Dos que no pueden contener el cieloy la tie-

rra, y de quien, si fuese su voluntad, bastaría una mira-da para aniquilar el mundo : le echan sobre las espal-

das un manto de escarlata ; ponen en sus manos un

cetro de caña y ciñen su cabeza con una corona de

espinas ; y así es entregado a la cohorte insolente de lasoldadesca. ¡ Ay ! ¡ en qué estado ha venido a pararAquel a quien los ángeles adoran temblando ! Doblanante El la rodilla en son de la más sangrienta burla ;

arrebátanle la caña que tiene en la mano, y golpéenle

con ella la cabeza. ¡ Oh ! ¡ qué espectáculo ! ¡ oh !

¡ cuánta impiedad !... Mas es tan grande la caridad deJesús, que a pesar de tantos ultrajes, sin dejar oir la

menor queja, muere voluntariamente para salvarnos atodos. Y no obstante, H. M., este espectáculo, que no

podemos contemplar sino temblando,' se reproduce to-dos los días por obra de un gran número de maloscristianos.Consideremos la manera cómo se portan esos infe-lices durante los divinos oficios ; en la presencia de un

Dos que se anonadó por nosotros, y que permanece

en nuestros altares y tabernáculos para colmarnos de

toda suerte de bienes, qué homenaje de adoración le

tributan ? ¿ No es por ventura peor tratado Jesucristo

por los cristianos que por los judíos, quienes no tenían,como nosotros, la dicha ele conocerle ? Ved aquellas

personas comodonas : apenas si doblan una rodilla enel momento más culmnante del msterio ; mrad las

sonrisas, las conversaciones, las mradas a todos los

lados del templo, los signos y muecas de aquellos

pobres impíos e ignorantes : y esto es sólo lo exterior ;si pudiésemos penetrar hasta el fondo de sus corazones,

ay ! ¡ cuántos pensamientos de odio, de venganza, deorgullo ! ¿ Me atreveré a decirlo, que los más abomina-bles pensamentos impuros corrompen quizás todos

aquellos corazones? Aquellos infelices cristianos no

usan libros ni rosarios durante la santa Misa, y no sa-ben cómo emplear el tiempo que dura su celebración ;oídles cómo se quejan y murmuran por retenérseles de-masiado tiempo en la santa presencia de Dios. ¡ Oh, Se-ñor ! ¡ cuántos ultrajes y cuántos insultos se os infieren,en los momentos mismos en que Vos con tanta bondad yamor abrís las entrañas de vuestra misericordia !... Nome admro, H. M., de que los judíos llenasen a Jesu-

cristo de oprobios, después de haberle considerado

como un criminal, y creyendo realizar una buena obra ;pues ' si le hubiesen conocido, nos dice San Pablo, nun-

ca habrían dacio muerte al Rey de la gloria» (i). Mas loscristianos, que con tanta certeza saben que es el mismoJesucristo quien está sobre los altares, y conocen cuán-to le ofende su falta de respeto y comprenden el des-

precio que encierra su impiedad !... ¡ Oh, Dios mío ! silos cristianos no hubiesen perdido la fe, ¿ podrían com-

fi) Si enimcognovissent, nunquamDomna= gloriac crucifisissent(I Cor., II, 8).

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54IERNES SANTOL i ECADO RENUEVA LA PASIÓN DE JESUCRISTO5parecer en vuestros templos sin temblar y sin lloraramargamente sus pecados ? ¡ Cuántos os escu pen elrostro con el excesivo cuidado de adornar su cabeza ;cuántos os coronan de espinas con su orgullo.; cuántosos hacen sentir los rudos golpes de la flagelación, conlas acciones impuras con que profanan su cuerpo v su

alma ! ¡ Cuántos ¡ ay ! os dan muerte con sus sacrile-gios ; cuántos os retienen clavado en la cruz, obstinán-dose en supecado !... ¡ Oh, Dios mío ! ¡ cuántos judíosvolvéis a encontrar entre los cristianos !...

a.° No podemos considerar sin temblor lo que suce-dió al pie de la cruz : aquel era el lugar donde el PadreEterno esperaba a suHijo adorable para descargar so-bre El todos los golpes de su justicia. Igualmente, po-demos afirmar que es al pie de los altares donde Jesu-cristo recibe los más crueles ultrajes. ¡ Ay ! ¡ cuántosdesprecios de su santa presencia ! ¡ cuántas confesionesmal hechas ! ¡ cuántas Misas vial oídas ¡ cuántas co-muniones sacrílegas ! ¡ Ah, H. M. ¿ nopodré decirosve como San Bernardo : uunué pensáis de vuestro Dios,cuál es la idea que de El tenéis ? Desgraciados, si tuvie-seis de El el concepto que debéis, ¿ osaríais venir a suspies para insultarle ?» Es insultar a Jesucristo acudira nuestros templos, ante nuestros altares, con el espí-ritu distraído y ocupado en los negocios mundanos ;es insultar a la majestad de Dios comparecer en supresencia con menos modestia que en las casas de los

grandes de la tierra. Le ultrajan también aquellas se-ñoras y jóvenes mundanas que parecen venir al pie delos altares sólo para ostentar su vanidad, atraer las mi-radas y arrebatar la gloria y la adoración que sólo aDios son debidas. Dios lo aguanta con paciencia, H. M.,mas no por eso dejará de llegar la hora terrible... Dejadque llegue la eternidad...

Si en la antigüedad Dios se quejaba de la infidelidadde su pueblo, porque profanaba su santo Nombre,

¡ cuáles serán las quejas que tendrá ahora para echar-nos en cara, cuando, no contentos con ultrajar su santoNombre con blasfemias y juramentos que hacen tem-blar el infierno, profanamos el Cuerpo adorable y aSangre preciosa de su Hijo !... Oh, Dios mío, a qué osveis reducido ?... En otro tiempo , no tuvisteismás que

uncalvario, pero ahora ¡ tenéis tantos cuantos son losmalos cristianos !...¿ Qué sacaremos ele todo esto, H. M., sino que so-

naos realmente unos insensatos al causar tales sufri-mientos a un Salvador que tanto nos amó? No, no vol-vamos a dar muerte a Jesucristo con nuestros pecados,dejemos que viva en nosotros, I vivamos también ensugracia. De esta manera nos cabrá la msma suerteque cupo a cuantos procuraron evitar el pecado y obrarel bien guiados solamente por el anhelo de agradarle.Esta es la gracia que os deseo.

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s errLA CONFESIÓN PASCUAL7DOIM'IINGO DE CUASIMODO

SOBRE LA •CONFESIÓN PASCUAL

Era: aatraproxi l?tU 1'ascirJ.

dies festus luda, 'rumAcl.rC:11)a°C t^. 1'aneal, que cra

lao ran lita tle ;os julios.

,S. Juan, V1, ;

Vedlo llegado y pasado y a, H. M., aquel tiempo di-

choso en el que tantos cristianos clejaron el pecado,libráronse del demonio y arrebataron sus pobres almasa las garras del infierno, para someterse al suave y ape-

Ah ' pluguiese a Dostecil^ic yugo del Salvador. ¡ Ah ¡ P o

que hubiésemos venido al mundo en aquellos venturo-sos tiempos de los primeros cristianos, quienes veíanvenir dicho momento con tan santa alegría ! ¡ Oh, díalleno (le hermosura ! oh, día ele gracia yde salud,

en qué has venido a parar ? ¿ dónde está aquella ce-leste y santa alegría que hace la felicidad de los hijosde Dios? Sí, H. M., ese tiempo de gracia, o volverápara nuestra salvación o volverá para nuestra perdici(n :será la causa de nuestra dicha si correspondemos a lasgracias que en aquel momento precioso se nos ofrecen,o será la causa de nuestra perdición si no nos aprove-

chamos de tales gracias o abusamos de ellas. — Pero,dirá alguien, ¿ qué significa esta palabra, Pascua ? —¿No lo sabes, hermano ? Pues bien, escúchame y vas

a saberlo. Dicha palabra significa tránsito, es decir,

salida de la muerte del pecado y entrada en la vida dela gracia. Respecto a esto, vamos ahora a ver si fué

buena vuestra Pascua, y si ella os ha de causar tran-quilidad espiritual, sobre todo a vosotros, gente con-fiada, que os limitáis a cumplir estrictamente el pre-cepto, confesando y comulgando solamente una vezal año.

I. — ¿Por qué motivo, H. M., ha establecido laIglesia ci santo tiempo de Cuaresma ? — Para que nospreparemos, dirá alguno, a celebrar dignamente el san-to tiempo de la Pascua, tiempo en que el buen Diosparece redoblar sus gracias excitando más y más elremordimiento en nuestras conciencias, a fin de hacer-nos salir del pecado. — Está muy bien, hermano mío,esto es lo que te enseña el catecismo ; mas si pregunta-se a un niño qué pecarlo cometen aquellos que no seacuerdan de celebrar así la Pascua, me contestaría quecometen un gran pecado mortal ; y si le dijese : ¿ Cuán-

tos pecados mortales son suficientes para condenarse ?Me respondería : Uno solo es bastante para quien mue-ra sin haber alcanzado el perdón. Pues bien, ¿ qué dicesa todo esto, amigo ? ¿No has celebrado la Pascua ? —¡ Av, no ! me dirás.—Pues, ya que no has cumplido elprecepto y es ello pecado mortal, te condenarás. ¿ Quéte parece, amigo ? ¿Es que no te importa ? — ¡ Ah !,pensarás para contigo mismo : tiene usted razón, padre ;estoy condenado, mas no seré solo. — Si el negocio note importa, si lo mismo te da salvarte que condenarte,no es extraño que te contentes con tan menguados con-suelos ; si confías mitigar tu desdicha contando conque no vas a ser solo, no hay por qué inquietarse más.¡ Pobre alma ! ¿ qué te parece la manera de hablar deeste cuerpo de pecado donde tienes la desgracia demorar? ¡ Oh ! ¡ cuántas lágrimas vas a derramar du-rante la eternidad ! ¡ Oh ! ¡ cuántos gemidos ! ¡ Oh !¡ qué alaridos van a ser los tuyos en medio de aquellasllamas y sin esperanza de salir jamás de tales tormen-

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58 DOMINGO DE CUASIMODOO nr LA CONFESIÓN PASCUAL9tos ! ¡ Oh ! ¡ desgraciado, haber costado tanto a Jesu-cristo y haberte separado para siempre de El ! Porq ué, H. M., habéis dejado de celebrar la Pascua ? —Porque así lo he querido, me dirá alguno... — Mas simueres en ese estado, te condenarás. — ¡ Tanto peor !-¡ Pues dime, ¿ crees que tienes alma ? — ¡ Ah ! sé muy

bien que la tengo — ¿ Acaso, em p ero, piensas que des-pués de la muerte todo habrá acabado ? ¡ Ah !, tú piensaspara contigo mismo : Sé muy bien que nuestra alma seráfeliz o desdichada, según que en este mundo Navaobrado bien o ha y a obrado mal. — Y ¿ qué es lo quepuede hacerla desdichada ? — El pecado, me dirás.Si, pues, te conoces culpable de pecado, he de concluir.afirmando que estás condenado. ¿ Acaso has venido, hijomío, una vez o dos a confesarte ? Mas te has detenidoahí. ¿ Por qué esto ? Es que no has querido corregirte,es que prefieres vivir en pecado y condenarte, a dejar

el pecado para ser salvo. ¿ Quieres condenarte ? Puesbien, no te inquietes : te condenarás. Y tú, hermanamía, has dejado transcurrir el tiempo pascual sin con-fesarte ; has vivido en pecado durante la Cuaresma y

también durante la Pascua ; ¿ por qué esto ? He aquíla razón : porque no tienes religión, porque has per-dido la fe, porque, en fin, mientras aguardas tu caídaen las llamas eternas, no piensas más que en disfrutarun poco en el mundo. Un día nos veremos, hija mía ;sí, entonces contemplaremos tu desesperación y tuslágrimas ; yo te reconoceré, a lo menos así lo creo ;mas tú estarás perdida, tuya habrá sido la culpa. Sí,H.M,echemos un velo sobre todo esto, dejemosocultas todas esas miserias en las tinieblas, hasta eldía del juicio.

Examinemos ahora qué tal sea la confesión y lacomunión de aquellos que se contentan con recibir di-chos sacramentos una vez al año, y veremos si tienenmotivo bastante para quedar tranquilos. Si para hacer

una buena confesión, amigo mo, bastara pedir perdóna Dios, declarar los pecados y practicar algunas pe-nitencias, el pecado, que la religión nos presentacomo un monstruo, no sería ciertamente cosa que tantonos hubiese de espantar ; nada fuera más fácil quereparar la pérdida de la gracia de Dios, y seguir el ca-

mino que conduce al cielo ; y sin embargo, el mismoJesucristo nos habla de él como de una cosa en extre-mo difícil. Oíd loque dijo a aquel joven que le pre-guntó si serían muchos los que se salvarían y si eramuy costoso y áspero el camno que conduce al cielo.¿ Qué le contesta el Salvador ? «¡ Oh ! ¡ cuán estrecho esese camino ! ¡ Oh ! ¡ cuán pocos son los que lo siguen !¡ Oh ! ¡ cuán pocos, de entrelos que empiezan, lleganhasta el térmno !» (1). En efecto,H. M., después dehaber vivido un año sin inquietud ni molestia, no ocu-pándoos másque de los negocios temporales, de vues-tras riquezas o bien de vuestros placeres, sin preocu-paros de la enmienda de vuestros defectos, sin ponerdiligencia alguna en adquirir las virtudes de que estáisfaltados ; vendréis únicamente durante la q uincena dela Pascua, siempre lo más tarde p osible, a contar vues-tros pecados cual si narraseis una historia ; leeréis al-unas oraciones en un libro o las rezaréis de memoria

durante un tiempo más o menos largo. Y con esto seacabó todo : retornaréis a vuestra ordinaria manera devivir ; volveréis ahacer lo que hacíais, viviréis como

de costumbre. Se os veía en las tabernas y casas dejuego, y en los msmos lugares se os verá ; se oshalló en los centros de baile y danza, y en dichos p un-tos se os volverá a encontrar ; y así podemos decir detodo lo demás. En las pascuas venideras, repetiréis lomismo. Y así continuaréis hasta la muerte. En otrostérminos : ¡ el sacramento de la Penitencia, en el cual

(1) nuamangusta porta, et arcta via cst, c!uae ducit ad viam: etpauci sunt, qui inveniunt eam! 'Mfatti:., VII, 14).

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60

SOBRE LA CONFESIÓN PASCUAL3 1

DcrMII`GC) DE CU.1SIJIODO

parece que Dios se olvida de su justicia para no mani-festar más que su misericordia, no será otra cesa paravosotros que un juego o un entretenimiento ! Mu y bien

comprendéis, amados míos, que, si vuestras confesionesno tienen cosa mejor, podéis rectamente concluir que

no valen nada, para no decir otra cosa.

II. — Pero para confirmar vuestra convicción sobreeste punto, examnémoslo más de cerca. Para hacer

una buena confesión, que pueda reconciliarnos con Dios,es preciso que detestemos nuestros pecados ele todo co-razón, no sólo por el motivo de vernos obligados a

declarar al sacerdote cosas que quisiéramos ocultar anosotros msmos, sino además por el pesar de haber

ofendido a un Dos tan bueno, de haber permanecido

tanto tiempo en pecado, de haber despreciado todas

aquellas gracias por las cuales El nos inducía a salirde la culpa. Esto es, H. M., lo que ha de hacernosderramar lágrimas y quebrantar nuestro corazón. D-

me, amgo : si tuvieses ese verdadero dolor, ¿ no te

apresurarías a reparar el mal que lo ocasiona, y a po-

nerte rápidamente en gracia de Dos? ¿Qué haría un

hombre que en un arrebato hubiese reñido con su ami-go, pero, reconociendo su falta, se arrepintiese en se-

guida ? ¿ no buscaría presto la manera de reconciliarse?Si su amigo diese algunos pasos a tal objeto, ¿ no apro-vecharía, por ventura, la ocasión ? Mas si, por el con-trario, desdeñase todas las ocasiones propicias, ¿ no

tendríamos razón para afirmar que le es indiferente

vivir bien o mal con aquella persona ? La comparaciónsalta a la vista. Aquel que tiene la desgracia de caer

en pecado, ya sea por inconsideración o debilidad, yahasta por malicia, si tiene un verdadero remordimien-to, ¿ podrá permanecer mucho tiempo en aquel estado ?¿No recurrirá prontamente al sacramento de la Peni-

tencia ? Por el contrario, si persevera un año en pe-

cado, y mira con pena la llegada del santo tiempo pas-cual porque en él hay que confesarse ; si, lejos de

presentarse ante ci tribunal santo al comenzar la Cua-resma, a fin de disponer de algún tiempo para hacer

penitencia, y no pasar tan súbitamente del pecado a

la Sagrada Mesa ; si no quiere que se le hable de con-

fesión más que por la Pascua, y aun procura diferir estaconfesión esperando la última quincena, en cuyo tiem-

po se presentará con disposiciones análogas a las de

un criminal que es conducido al patíbulo : ¿ qué signi-fica todo esto, amigo mío ? Helo aquí : esto quiere decirque, si el tiempo pascual se prorrogase hasta la Asun-ción 1 no te confesarías más que aquel día, o si dicho

tiempo no llegase más que cada diez años, sólo cada

diez años confesarías tus pecados ; y, finalmente, si laIglesia no te impusiese tal precepto, no te confesarías

hasta la llora de la muerte. ¿ Qué te parece de esto,

hermano mo ? ¿No indica ello que no es el dolor de

haber ofendido a Dos lo que te induce a confesarte,

ni el amor de Dios lo que te lleva a celebrar la Pascua ?— ¡ Ah !, me dirás, algo es algo ; al obrar así no es sinsaber el por qué. — ¡ Ah ! que tú no sabes nada ; si

te confiesas, es por rutina, por costumbre, para decir

que has cumplido con la Pascua ; y tal vez, si quie-

res ser sincero, me dirás que a tus pecados ante-riores has añadido otro nuevo. No es, pues, el amor deDos, ni el pesar de haberle ofendido, ni tan sólo el

deseo de llevar una vida más cristiana lo que te haceconfesar v cumplir con el precepto pascual. He aquí laprueba : si amases a Dos, ¿ cometerías con tanta fa-

cilidad y hasta con tanto gusto el pecado ? Si tuviesesal pecado el horror que debes, ¿ podrías aguantarlo unaño entero en tu conciencia ? Si tuvieses un verdade-

ro deseo de llevar una vida más cristiana, ¿no se ob-

servaría a lo menos un pequeño cambio en tu manera

de vivir ? No, H. M., no quiero referirme ahora a

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6 2OMINGO DECUASLMODO;í ELACONFESIÓN PASCUAL3aquellos desgraciados que sólo declaran una parte de

sus pecados, por temor de no poder cumplir la Pascuao de ser despedidos sin absolución, tal vez para cubrirsu vida vergonzosa con un velo de virtud ; los que

en tal estado se acercan a la sagrada Mesa, van a con-sumar su reprobación, entregar su Dos al demonio y

vomitar su alma maldita al infierno.No, yo me atrevo a esperar que esto no va con vos-otros ; sin embargo, he de insistir en afirmaros que lasconfesiones de un año para otro nada tienen de tran-

quiiizadoras.—Tal vez me dirá alguno : ¿ qué debe ha-cerse para que una confesión sea buena ? — ¿ Lo quie-res saber, amgo ? Helo aquí ; escúchame, y verás sivives o no en seguridad. Para que tu confesión merezcael perdón de los pecados, precisa que sea humlde y

sincera, que vaya acompañada de un verdadero dolor

causado por la pena de haber ofendido a Dios, y no por

sólo las penas que el pecado merece ; y que al doloracompañe un propósito firme de no pecar más en lo fu-turo. Considerando esto, digo yo que es muy difícil ha-llar todas estas disposiciones en aquellos que sólo se con-fiesan una vez al año : y ahora vais a verlo. ¿ Qué vienea ser un cristiano a los pies del sacerdote haciendo allíconfesión de sus pecados ? Es un pecador que viene

con el corazón contrito de dolor, y se arroja a las plan-tas de su Dos como un crimnal ante su juez, para

acusarse a sí msmo e implorar su perdón. ¿Cómo se

acusará ? Vedlo aquí : soy un criminal indigno de que

me llaméis hijo ; hasta el presente, he vivido de unamanera totalmente opuesta a lo que la religión me

ordenaba ; para todo cuanto se refería al servicio de

Dios, no he tenido más que desdenes ; los santos díasde fiesta y los domngos han sido para mí días de

placer y desorden, o, para decirlo de una vez, hasta

el presente nada hice aprovechable ; estoy perdido ycondenado,si Dosno tiene piedad de m. Tales son,

Ii: M., los sentimientos de un cristiano que tiene horroral pecado.

Mas, decidme, ¿ es así como se acusanaquellos quetienen en poco el permanecer doce meses en pecado, yencuentran siempre demasiado temprana la llegada dela Pascua ? ¡ Ay ! Dios mío, Vos veis con cuánta displi-

cencia hacen esos pobres desgraciados la confesión de unaño de su vida. ¡ Oh ! no, amgo, no es un crimnal

lleno de vergüenza y penetrado del dolor de haber

ofendido a Dos, que se humlla, que se acusa a sí

msmo, que implora un perdón del cual se reconoce

infinitamente indigno ; sino ¡ ay ! ^ rne atreveré a de-cirlo ? un hombre que parece contar una historia, na-

rrándola mal, desfigurándola, procurando aparecer lo

más inocente posible. Escuchadle : no fué él quien co-metió tal pecado de impureza, fué otro que le solicitó,como si él no fuese dueño de seguir o no su consejo.

No fué él quien montó en cólera, fué su vecinoque ledirigió una palabra picante. Faltó a la Misa, es verdad :masfué por culpa del compañero. Una vez comió car-ne en día prohibido ; mas, si no se le hubiera incitadoa ello, no lo habría hecho. Ha hablado mal, pero es porcausa del que se hallaba junto a él. Digámoslo mejor :el marido acusa a la mujer, la mujer al marido; el her-mano a la hermana, y la hermana al hermano ; el amoal criado, y el criado procura en todo lo posible des-cargarse en el dueño. Al rezar el Cort iteor se acusanellos mismos, ya que dicen : ,:(por mi culpa» ; dos mi-nutos después, excúsanse ellos y acusan a los demás.Ni humildad, ni sinceridad, ni dolor : tales son las dis-posiciones de aquellos que sólo se confiesan una vez alaño. Por la manera de declarar sus pecados, el pobre

sacerdote comprenderá claramente la falta de disposicio-nes para recibir la absolución. ¿ Quiere acaso dilatar éstapor algún tiempo, a fin de evitar un sacrilegio ? Escu-chadlos : comienzan por quejarse diciendo que no dispo-

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6 4OMINGO DE CUASLMODOOBRE LA CONFESIÓN PASCUAL5nen de tiempo para volver y que otro día no van a estarmejor preparados ; y acabarán diciéndoos q ue, si no se

los quiere escuchar hoy, irán a otro menos escrupuloso,que los despachará sin reparos... ¡ Como si el confesor nopudiese vivir sin ellos, pobres ciegos !... Juzgad, pues,después de lo dicho, cuáles sean sus disposiciones. El

sacerdote ve muy claramente, por la manera como se

acusan, que aquellas confesiones no son íntegras. :- eaquellos infelices no lo declaran todo ; vese precis:Idoa hacerles ml preguntas ; no declaran ni el número ni

las circunstancias que cambian la especie. hay cier-

tospecados que ellos quisieran pasar por alto, olas tam-poco se atreven a callarlos completamente. ¿ Qué hacenentonces ? Los declaran a medias, como si el confesorpudiese conocer lo que pasa en su corazón. Conténtan-sa con narrar en globo las culpas, sin ni tan sólo dis-

tinguir los pensamentos de los deseos. El sacerdotepreguntará : ¿ Has tenido nunca pensamentos de or-

gullo, de vanidad, de venganza o de impureza ? Ya sa-bes que todas estas cosas son pecado mortal cuando seconsiente en ellas voluntariamente. ¿ Has cometido al-guna de estas faltas ? — Puede que sí, mas no me

acuerdo de ello con exactitud. — Pero es preciso decla-rar aproximadamente el número, sin lo cual tus con-

fesiones nada valen. — ¡ Ah ! señor, ¿ cómo queréis

que me acuerde de todos los pensamientos que he teni-de durante un ario? Ello me resulta imposible. — ¡ Ah !

Dios mío, ¡ qué confesiones, o mejor, qué sacrilegios !...No, H. M., casi nunca se acusan, en tales casos, delas circunstancias q ue agravan el pecado y que puedenconvertirlo en mortal. Oíd cómo se acusan : Me em

borraché, he calumniado al prójimo, he pecado contrala santa virtud de la pureza, he reñido con el prójimo,

me he vengado. Si el confesor no pregunta otra cosa,

ellos no dicen más. — Pero, dirá el confesor, ¿ cuántasveces has hecho esto ? ¿ Has cometido estos pecados en

la iglesia ? ¿Ha sido ello en el santo día del domn-

go ? (I). ¿ Ha sido delante de tus hijos o de tus criados ?¿ Lo vió mucha gente ? ¿ La reputación de tu prójimoha experimentado algún daño ? Esos pensamientos deorgullo ¿ te han venido en la iglesia, durante la cele-

bración de la santa Misa? ¿ Los has entretenido muchotiempo ? Los pensamientos contrarios a la santa virtudde la pureza, ¿han ido acompañados de malos deseos?Aquel otro pecado ¿ fué por inconsideración o por ma-licia ? ¿ Has, tal vez, añadido pecado sobre pecado, pen-sando que lo mismo te costaría acusarte de pocos quede muchos ? Hay otros que, no contentos con omtir

todo detalle en sus confesiones, os dicen que no tienennada que reprocharse, que no tienen tiempo, que les espreciso marcharse en seguida. ¡ Yo tienes tiempo, ami-go ! vete, pues. Lo mismo da que te quedes o te vayas.

¡ Oh, Dos mo ! ¡ qué disposiciones !! ¡ Oh, Dosmío ! ¿ son esos tales, pecadores que vienen para llo-rar sus culpas? Hay que reconocer, no obstante, que

algunos hacen todos los posibles para examnarse

bien, y declaran sus pecados del mejor modo que pue-den ; mas con tanta indiferencia, con tal frialdad,

con una tan grande insensibilidad, que desgarra el

corazón del pobre sacerdote. ¡ Nada de suspiros, nadade gemidos, nada de lágrimas ! ¡ ni la menor señal delas que indican el dolor que causan los pecados ! Y, contodo, para que el sacerdote les dé la absolución es pre-ciso que quede persuadido de que están en mejores dis-posiciones que las que manifiestan. Bien sé que las

lágrimas y suspiros no son señal infalible de contri-

Parece insinuar el Santo que la circunstancia de ser domngoagrava el pecado.

Aunque .hay muchos teólogos de esta opinión, la mayor parte ad-mten lo contrario. La circunstancia de ser domngo, a menos que ellasea intentada y querida positivamente por el pecador al cometer elpecado, no aumenta la malicia de la falta.

SERM. CURA ARS- T. 11

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66nmiNc,o DE CUASIMODO

ción y conversión ; no es raro ver gentes que lloran suspecados en el tribunal de la penitencia, y no por elloson mejores cristianos. Mas también es muy improce-dente narrar con tanta frialdad e indiferencia lo que

debe necesariamente entristecernos y excitar nuestraslágrimas. Si un hombre tuviese la seguridad de al-

canzar el perdón con tal que confesase su crimen,inútil es decir que lo liaría dejando correr abundanteslágrimas, siquiera por la esperanza de que su exteriorlogrará • mover el corazón del juez que ha de perdonar-le. Ved lo que hace un enfermo : cuando descubre

al médico sus llagas, no tardaréis a oir sus gemdos y

veréis surcado por las lágrimas su rostro. Mirad lo

que hace . un amgo al contaros sus penas : su gesto,

el tono de su voz, la manera de expresarse, todo en

él os pinta su tristeza y dolor. ¿Por qué, H. M.,nada de todo esto aparece cuando nos acusarnos de

los pecados? ¿ No lo has notado, amigo mío ? ¿ O quizáa menudo te habrás admrado de ello ? Pues voyahora a indicarte la razón : es que tu corazón no

está más conmovido que tus palabras, es que tu inte-

rior se parece al exterior ; tus pecados no te causanmayor dolor del que das muestra. Lo cual no es difí-

cil de comprender, al considerar que, después de ha-

ber cumplido el precepto pascual, te manifiestas tan

poco cristiano ; no eres ni más bueno, ni menos peca-dor que antes.

III. — Hemos dicho que el pesar de haber ofen-

dido a Dos, cuando es sincero v verdadero, debe in-

cluir en sí necesariamente la voluntad de no volver

a pecar ; y si tal voluntad es sincera, nos llevará a

ser vigilantes sobre nuestros actos ; a arrepentirnos

de los malos pensamentos, sean de venganza, sean

de impureza, tan pronto nos demos cuenta de ellos ; ahuir las ocasiones que nos inducen a pecar ; a no omi-

SOI3RE LA CONFESIÓN PASCUAL7tír nada de lo que pueda corregirnos de los malos

hábitos que hemos contraído. Pues bien, amgo mo,

tu voluntad de no volver a ofender a Dos no ha sido

sincera, toda vez que se te ha visto en las tabernas, y

se te ve aún en tales lugares ; te han encontrado y se

te encuentra junto a tal compañía, con la cual co-

metiste aquel pecado. Has de convenir conmgo en

que no hiciste esfuerzo alguno extraordinario para

vivir mejor (le lo que viviste durante el pasado año.

¿ Por qué esto, amgo mo ? ¿ Por qué ? Helo aquí :

es que de ninguna manera deseas corregirte, es que tuconfesión ha sido sólo una mentiray tu contrición unsimulacro de penitencia.

¿ Quieres una segunda prueba ? Aquí la tienes.

¿De qué te acusaste el año pasado ? ¿De borrachera,

de impureza, de orgullo, de cólera, de negligencia en

el servicio de Dos? Y ¿ de qué te has acusado este

año? De lo msmo. ¿ De qué te acusarás el año queviene, si vives ? De lo msmo todavía. ¿ Por qué esto,

H. M. ? Porque no tenéis un deseo sincero de llevar

una vida más cristiana ; os confesáis como si fueseis

a hacer un pago y poder decir que habéis cumplido

la Pascua ; o, si queréis decir la verdad, reconoceréis

que os confesáis todos los años para añadir un nuevo

pecado a los antiguos : diciendo esto con franqueza,

declararíais exactamente lo que habéis hecho. Y no

os dais cuenta de que, en todo ello, hay de por medio

el demonio que os engaña. Si el maligno espíritu os

propusiese abandonarlo todo, a los que tenéis la costum-bre de confesaros una vez al año, os repugnaría y no

quisierais creerle. Por esto, para lograr teneros algún

día en sus garras, se contenta con manteneros Cons-

tantemente en vuestros malos hábitos. ¿Dudáis aca-

so de esto que os digo ? Examnad vuestro comporta-

mento, y ved si, después de tantos años en que os

confesáis por Pascua, os corregisteis del menor pe-

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68OMINGO DE CUASIMODO

cado ; hablaría mejor si dijese que cada año que pasaos hunde más y más profundamente en los abismosde la culpa.

Pero, me diréis, todo esto no es, ciertamente, paraanimarnos a cumplir puntualmente el precepto de la

Pascua. — Está bien ; mas ¿ para qué engañaras ?

Bastante hay con el demonio, para que baya de mez-clarme yo en sus engaños. Os digo la verdad tal cual

es ; vosotros haréis lo que os parezca. Yo me portocon vosotros a semejanza de un médico en medio deuna muchedumbre de enfermos : empieza por proponera cada uno los remedios a propiados para restablecer susalud ; a los que desprecian tales remedios, los deja

de lado ; mas a los que están dispuestos a tomarlos,

los instruye acerca de la manera de practicarlo, les in-dica el provecho que les reportará el hacerlo según

la forma y condiciones que él les prescribe, pero al

mismo tiempo les hace ver el mal que tales medicinasles van a causar si no practican todo cuanto les or-

dena, al servirse de ellas. Sí, H. M., yo hago lo ms-

mo : pongo a vuestra consideración cuán grandes seanlos provechos que nos prometen los sacramentos, o,

por mejor decir, os hago ver cómo, si no frecuenta-

mos los sacramentos, no podremos nunca ver a Dos,

y nos condenaremos irremsiblemente. Alos que,

ya por ignorancia, ya por impiedad, desprecian esos

saludables remedios, los únicos capaces de reconciliar-los con Dos, los dejo de lado, como aquel médico

dejaba a los enfermos que rehusaban sus remedios. Masa los que expresan el deseo de valerse de ellos, es ab-solutamente necesario darles a conocer las disposicio-nes de que deben estar adornados. Tal vez, H. M.,

cuanto acabo de deciros, os causará cierta inquietud

acerca de vuestras confesiones pasadas : esto es lo quedeseo de todo corazón, a fin de que, vivamente movi-dos por la gracia de Dios y excitados por los remordi-

SOBIZt LA CONFESIÓN P A S C U A L9mientos de conciencia, aceptéis los medios que Dios osofrece todavía para salir del pecado.

:NIas, dirá alguno, ¿ qué debe hacerse para reparartodo aquello ? — ¿ Quieres saberlo, amigo mío ? Heloaquí. Has de comenzar de nuevo tus confesiones, des-

de el punto en que puedas juzgar que empezaste ahacerlas sin contrición ; te acusarás del número de

confesiones y comuniones ; dirás también si disimu-

laste algún pecado y si hiciste algún esfuerzo para

evitar las recaídas. Para que tus confesiones puedan

consolarte, es preciso que cada una de ellas haya obra-do en ti algún cambio ; es .preciso que hagas lo que

nos dice el Evangelio del día de Pascua, hablando deJesucristo, quien, una vez salido del sepulcro, jamás

volvió a entrar en él (I) ; lo msmo habéis de hacervosotros : después de haber confesado vuestros peca-

dos, jamás debéis volver a cometerlos. Es preciso quea los impulsos de cólera y a ese aire altanero con queos mostráis a la menor injuria, substituyan en vues-

tro corazón la dulzura, la bondad y la caridad. Olvi-

dabais vuestras oraciones de la mañana y de la noche,o se os veía hacerlas sin atención y respeto ; siahora habéis dejado verdaderamente el pecado, todaslas mañanas y todas las noches se os verá entregaros

a la oración con aquella atención y aquel respeto quedebe inspirar siempre la presencia de Dos. El santo

día del domngo solíais acudir al templo cuando los

divinos oficios estaban ya muy avanzados ; ahora, sihabéis cumplido bien la Pascua, se os verá desde pri-mera hora hacer los preparativos para asistir digna-

mente a tan grande acto. A aquella madre de familia,en lugar de vérsela correr de una casa a otra, ocupán-dose de las conductas ajenas, se la verá ocupada

(t) Christus resurgens ex mortuis iamnon moritur, mors illi ultranon domnabitur (Rom, VI, á).

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SOBRE LA CONFESIÓN PASCUAL170OMINGO DE CUASIMODO

en sus quehaceres, instruyendo a sus hijos, es decir,

la virtud se mostrará en todos sus actos. Hará como

aquella joven que durante algún tiempo se había en-

tregado a los placeres, hasta a los másvergonzosos ;pero habiendo reflexionado sobre el estado horrorosoen que se hundía, y concibiendo un saludable horror

de sí msma, se convirtió. Pasado algún tiempo, seencontró con un joven que había sido compañero suyoen los días de placer ; al verla, comenzó a hablar conella ci mismo lenguaje de otro tiempo ; pero miróle ellacon aire de desprecio e indignación, recordando la parteque aquel desgraciado había tenido en sus ofensas contraDos. Admrado el joven, le dijo que sin duda no le

conocía. «¡ Ah ! desgraciado, demasiado te conocí.

Veo muy bien que eres siempre el msmo, sepultado

en el fango dei crimen ; mas yo, gracias a Dos, soy

enteramente otra ; lie dejado ya para siempre ese mal-dito pecado que tanto había desfigurado mi pobre al-ma. ¡ Ah !, no, ¡ morir primero ml veces antes que

recaer en ms pasados crímenes !» ¡ Oh ! ¡ hermoso

ejemplo para un cristiano que ha tenido la desgraciade pecar !

Qué debemos deducir de todo esto ? Vedlo, H. M.Si no queréis condenaron, no os contentéis con con-

fesar los pecados una vez al año ; ya que, mentras

os halláis en estado de pecado, corréis peligro de pe-recer en él y perderos por toda una eternidad. Si ha-

bíais tenido la desgracia de callar, por temor o porvergüenza, algún pecado, o si os confesasteis sin con-trición y sin deseo de corregiros ; o hasta, si después

de tantos años de confesaros no notáis cambio algunoen vuestra vida : deducid de aquí que vuestras con-

fesiones nada valen, y, por consiguiente, no fueron

otra cosa que sacrilegios y abomnaciones que van a

echaros en lo profundo del infierno. A aquellos que nocumplen el precepto pascual, nada tengo que decirles ;

yaque, si quieren condenarsea toda costa, son ellos

muy dueños de hacerlo. Lloremos su desgracia, ro-

guemos a Dios por ellos : la caridad que para los demáshemos de tener, a ello nos obliga. Pidamos a Dios queno nos deje caer en tal ceguera. Resistamos valerosamen-te al mundo y al demonio. Suspiremos sin cesar por

nuestra verdadera patria que es el cielo, nuestra glo-

ria, nuestra recompensa y nuestra felicidad. Esto eslo que a todos deseo...

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SOBRE I,A PERSEVERANCIA3SEGUNDO DOMINGO

DESPUÉS DE PASCUA

SOBRE LA PERSEVERANCIA

Qui cutral prrse cr,:-Ir:t ucLue

in f ;i c, t,Iiic sa;caSt'rit.

Aquel que p.r.verc hasta el fin,

será salvo.(S. Ma. , X, -:`

Aquel, nos dice el Salvador del mundo, que luchey perseerehasta_ el ,fin_ de sus días, sin ser _vencido,ó""quéá caer haya sabidolevantarse y , perseverar,sera coronado, es decir, salvado : palabras, H. M.,

quedeberían helar nuestra sangre _hácemos tem-blar de espanto, si considerasemos por una partedospeligros a qúé esfáinos etpuestos,_ v por otra,_ uestaadebilidad y el número:de _enemigos. que nos_ eán.No nos admire que los más grandes santos_hayande-jado sus parientes y amigos, ' ha yan 1 donado susbienesw ^1 'cerés, `fi^[^ u_;,"á^,,,sé^ij^I^aí•sé en2vida enmedio de la selva agreste,á^llorar sus pecados entrelos péñáscos, a ' –n- errarse entre cuatropare ^ésparallorar allí durante el resto de sus días,_a fin„de c u -darlibres - y desembarazados de todo tráfago mundano]

no ocuparse en otra cosa que en_ combatir a lo$, enemi-gos de su salvación, , persuadidos de , que el cielo sólosería_ concedido a_su perseverancia. — Mas;_me diráalguno, ¿ qué es perseverar? — Helo aquí, amigo mío.Es estar pronto a sacrificarlo todo : los bienes, la vo-luntad, la libertad, la vida misma, antes que desagra-

dar a Dos. — Pero, me dirás aúne qué viene áer

no perSA érár?Helo q í, ,.- Us_recaeer en los pecadosgtt ábíámos ya yonfesádo el seguir zs ma com-pañíás s 9_r,ios_iuduj:exou.:ado, el -play urdetodos los males,ya_c ue pós,, e l_a,.emos.. perdid9 a . ?io: .

raemos ate o so renosotros toda su cólera6b: '^!;..r- --'.._.i>v>r,..r... ^.,-csr+s,^.. -.,.,:.r..^.ae..,,.-..r ,a+v.....e••.s,..•«..•a..nn..

arrebatado al cielo nuestra aÍmá;__],aaástrárr}ós...alil^ icrno. ¡ A i”? 0üiera Dios que los cristianos que tie-nen la dicha de reconciliarse con El mediante el sacra-mento de la Penitencia, comprendan esto bien ! Paradaros, pues, una idea de ello, voy ahora a mostraroslos medios que debéis adoptar para perseverar en lagracia que recibisteis en el santo tiempo pascual. Halloque los principales son cinco, a saber : la fidelidad enseguir los movimientos de la gracia de Dios, huir delas malas compañías, la oración, la frecuencia de sacra-mentos y, por fin, la mortificación.

Hoy sí que, a lo menos una tercera parte de losque me estáis oyendo, podréis decir que lo que escu-

cháis no va con vosotros. ¡ Yo, hablaros de la,perseve-rancia ! ¡ soy pues un mal pastor, no vengo más'quu atrabajar para vuestra perdición ! ¡ Será que el demonio.se sirve de mí para acelerar vuestra reprobación ! voya hacer todo lo contrario de lo que Dios me haorde-nado : El me envía en medio de vosotros para salva-ros, ¡ y mi tarea sería conduciros a los abismos !¡ Yo, ser el cruel verdugo de vuestras almas ! ¡ Diosmío ! ¡ qué desdicha ! ¡ Yo, hablaros de perseverancia !pero si este lenguaje solamente conviene a los que deveras dejaron el pecado, y están en la firme resoluciónde perder mil vidas antes que volverlo a cometer ; mas¡ decir a un pecador que persevere en sus desórdenes !¡ Oh, Dios mío ! ¿ seré yo la criatura más desgraciadaque haya sostenido la tierra? No, no, no es éste el len-guaje que debiera usar. ¡ Ah ! lo que debo decir es :cesa, amigo mío, de perseverar ; ¡ ah ! cesa de perseve-

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74EGUNDO DOMINGO DESPCI S DEPASCUA

rar en tu deplorable estado, de lo contrario te vas acondenar. ¡ Yo, decir a este hombre que desde tantosaños no cumple el precepto de la Pascua, o lo cumplemal, que persevere ! ¡ No, no, amigo, si perseveras,estás perdido, el cielo nunca será para ti ! ¡ Yo, decirque persevere, a aquella persona que se contenta concumplir el precepto pascual !, pero ¿ no sería esto atarle

una venda en los ojos y arrastrarla al infierno ? ¡ Yo,decir que perseveren, a aquellos padres y . madres quecumplen la Pascua, mas dejan suelta la rienda a sushijos ! ¡ Ah ! no, no quiero ser el verdugo de su pobrealma. ¡ Yo, decir que perseveren, a aquellas jóvenesque han cumplido el precepto, con el pensamiento y eldeseo de volver a sus danzas y placeres ! ¡ Oh ! ¡ desdi-chado de mí ! ¡ oh, horror ! ¡ oh, abominación ! ¡ oh,cadena de crímenes y de sacrilegios ! ¡ Yo, decir queperseveren, a aquellas personas que sólo frecuentan lossacramentos cinco o seis veces al año, y no dan mues-tras de cambio alguno en su manera de vivir : las mis-mas quejas en sus penas, los mismos arrebatos, la mis-ma avaricia, la misma dureza para con los pobres ;siempre igualmente dispuestos a calumniar y a mancharla reputación del prójimo... ¡ Oh, Dios mío ! ¡ cuántoscristianos ciegos y entregados a la iniquidad ! ¡ Yo, decirque perseveren, a aquellas personas que sin escrúpulo,o por respeto humano, comen carne los días prohibidos,y trabajan sin remordimiento el santo día del domingo!!¡ Oh, Dios mío ! ¡ qué desgracia ! ¿ A quién me he de

dirigir ? No lo sé.¡ Ah ! no, no, H. M., no es de la perseverancia enla gracia de lo que debería hablaros hoy ! ; Ah ! mejorsería pintaros el estado horrible y desesperado de unpecador que no cumplió el precepto pascual, o lo cum-plió mal y persevera en tal estado. ¡ Ah ! pluguiese aDios que me fuese permitido pintar ante vuestros ojosla desesperación de un pecador citado ante el tribunal

SOBRELAPERSEVERANCIA5dé su juez, cuyas manos empuñan rayos y centellas,ydaros a escuchar esos torrentes de maldición :Anda, réprobo maldito, anda, endurecido pecador,

anda a llorar tu vida criminal y tus sacrilegios. ¡ Oh !no tienes bastante con haber vivido en la corrupción du-rante toda tu vida...» Y aun sería preciso llevarlos has-

ta la puerta del infierno, antes que el demonio losprecipite allí para no salir jamás, a fin de que oyesenlos gritos, los alaridos de aquellos desgraciados répro-bos, y a fin de que pudiesen ver el sitio que en aquellugar tienen destinado. ¡ Oh, Dios mío ! ¿ les sería po-sible vivir ? Un cielo perdido... un infierno... una eter-nidad... Despreciaron, profanaron los sufrimientos...¿ qué digo yo los sufrimientos ? la muerte de un Dios...Tal es la recompensa de perseverar en el pecado ; sí, tales cl asunto que debiera hoy tratar. Mas hablaros de laperseverancia, que supone la existencia de un alma que

teme el pecado más que la muerte misma, que empleasus días en el amor de Dios ; un alma, digo, desnudade toda afección terrena, cu y os anhelos sólo tienen elcielo por objeto... Pero ¿ dónde queréis que vaya ?¡ dónde podré encontrar esa alma ! ¡ Ah ! ¿ dónde está ?¿ cuál es el afortunado país que la posee ? ; Ay ! nin-guna o casi , ninguna he hallado yo. ¡ Oh, Dios mío !tal vez Vos veáis alguna, desconocida por mi. Hablaré,pues, como si estuviese seguro de que hay una o dósa lo menos, y les mostraré los medios que deben em-plear para continuar la senda feliz que han comenzado.Escuchadme bien, almas santas, si es que por venturase halla alguna entre los que me o y en, escuchad aten-tamente lo que Dios va a deciros por mi boca.

I. — Digo, pues, en primer lugar, que el primermedio para perseverar en el camino que conduce alcielo, es ser fiel en seguir y aprovechar los movimientosde la gracia que Dios tiene a bien concedernos. Los

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SOBRE LA PERSEVERANCIA776EGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

santos no deben su felicidad más que a su fidelidad enseguir los movimientos que el Espíritu Santo les en-viara, así como los condenados no pueden atribuir sudesdicha a otra cosa que al desprecio que de tales movi-mientos hicieron. Esto solo debe bastar para hacerossentir la necesidad de ser fieles a la gracia.—Pero, medirá alguno, ¿ por qué medio vamos a conocer si co-rrespondemos o resistimos a lo que la gracia quiere denosotros ? — Si no lo sabes, amigo, escúchame un mo-mento y conocerás lo más esencial. Digo, ante todo,que la gracia es un pensamiento que ncs hace sentirla necesidad de evitar el mal y de hacer el bien. Entre-mos en algunos detalles familiares, a fin de que lo com-prendas mejor, y así verás cuándo eres fiel a la graciay cuándo resistes a ella. Por la mañana, al despertarte,Nuestro Señor te sugiere el pensamiento de consagrarle

tu corazón, de ofrecerle los trabajos del día, y de re-zar en seguida, de rodillas, las oraciones de la mañana :si lo practicas así, prontamente y de todo corazón,sigues el movimiento de la gracia ; mas si no lo prac-ticas, o lo haces mal, entonces dejas de seguir tal mo-vimiento. En otra ocasión, sentirás de pronto el deseode ir a confesarte, de corregir tus defectos, y dejar deser lo que al presente ; pensarás que, si llegases a mo-rir, serías condenado. Si sigues esas buenas inspiracio-nes que Dios te envía, eres fiel a la gracia. Mas tú dejaspasar esto sin hacer nada. Te viene el pensamiento de

dar alguna limosna, de practicar alguna penitencia, deasistir a Misa los días laborables, de hacer que asistantambién tus criados ; mas no lo haces. Aquí tenéis,H. M., lo que es seguir los movimientos de la graciao resistir a ellos. Todo esto viene comprendido bajo elnombre de «gracias interiores». En cuanto a las llama-das «gracias exteriores», podemos citar como ejemplouna buena lectura, la conversación con una personavirtuosa, que os hará sentir la necesidad de cambiar

de vida, de servir mejor al buen Dios, los remordi-mientos que vais a tener a la hora de la muerte ; otambién el buen ejemplo de otras personas presentán-dose repetidamente ante vuestros ojos, como si os es-timulase a convertiros ; o también un sermón o ins-trucción religiosa que os enseñe los medios que se han

de emplear para servir a Dios y cumplir vuestrosdeberes para con El, para con vosotros mismos y paracon el prójimo. Tened presente que vuestra salvacióno vuestra condenación, de esas gracias dependen. Lossantos, si se santifican, es por el gran cuidado que po-nen en seguir todas las buenas inspiraciones que Dios lesenvía, y los condenados han caído en el infierno porquelas despreciaron. Vais ahora a ver una prueba de ello.

Vemos, efectivamente, en el Evangelio, que todaslas conversiones obradas por Jesucristo durante su vidamortal, se apoyaron en la perseverancia. ¿ Cómo sabe-

' mos que San Pedro se convirtió ? Bien se dice que Jesúsle miró, que San Pedro lloró su pecado (I) ; mas ¿ quées lo que nos asegura su conversión sino el haber per-severado en la gracia, no pecando jamás? ¿Cómoocurrió la conversión de San Mateo? Sabemos muybien que, habiéndole visto Jesucristo en la oficina, ledijo que le siguiese, y en efecto le siguió (2) ; mas loque nos certifica que su conversión fué verdadera, esel hecho de no haber vuelto a entrar en su despacho,ni haber cometido en adelante injusticia alguna ; encuanto comenzó a seguir a Jesucristo, ya no le aban-donó jamás. La perseverancia en la gracia, el renun-ciar al pecado para siempre, fueron las señales másciertas de su conversión. Sí, H. M. aunque vivieseisveinte o treinta años en la virtud y en a peñltencla,Si nó perseverasels, todo WEE-ñals perdido Sf, dice

(1) Et conversus Doninus respexit Petrum.. et egressus foras Petrus

8ev;t amare (Luc., XXII, 6s-62).(z) Surgens secutus est eum(T.uc., y, 7-2 8 ) .

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78EGtNDO DO MINGO DF.SPIJÉS DE PASCUAS r 1RR E L A PER S EV ERA NC IA9un santo obispo a su pueblo, aunque hubieseis repar-

tido - todos vuestros bienes a los pobres, aurú _hü-

bieseis desgarrado y ensangrentado vuestro cuerpo,aunque hubieseis, vos solo, sufrido tanto como todoslos mártires juntos, aunque hubieseis sido desholladocomo San Bartolomé, aserrado entre dos tablas comoel profeta Isaías, asado a fuego lento como San_ Lo^ -

renzo ; si, a pesar de todo esto, os faltase la perseve-rancia, esto es, recayeseis en_alguno de .los , ccados yaconfesados, y la muerte os sorprendiese en tal estado,todo estaría perdido para vos. ¿ Quién de nosotros Serásalvo? ¿ Aquel que habrá luchado cuarenta o sesentaaños? No, H. M. ¿Será, pues, aquelxque habrá enca-necido en el servicio del Señor ? No, H. M., si le faltaperseverancia corno faltó a Salomón, de quien diceel Espíritu Santo que era el más sabio de los reyesde la tierra (I) ; el cual parece que debía tener bienasegurada su salvación y, sin embargo, nos dejasobre este punto en una gran incertidumbre. Saúl nospresenta aún una imagen más espantosa. Escogido porDios para que reinase sobre su pueblo, colmado contoda suerte de favores, muere como un réprobo (e).cq¡ Ah ! ¡ desgraciado ! nos dice San Juan Crisóstomo,anda con cuidado en no despreciar la gracia de tu Dios,una vez la ha y as recibido. ¡ Ah ! yo tiemblo al conside-rar cuán fácilmente el pecador recae en el pecado delcual se confesó ; ¿ cómo se atreverá a pedir de nuevoperdón ?».

Sí, H. M., para no recaer en el pecado, os bastaría,con el auxilio de la gracia, comparar la desgraciada si-tuación a que el pecado os tenía reducidos, con aquelestado en que os coloca la gracia. Sí, H. M., el almaque recae en pecado, entrega su Dios al demonio, se

(r) III Reg., IV, 31.(2) I Reg., XXXI, 5.

convierte en su verdugo, y le crucifica en su corazón ;arrebata su alma de las manos de su Dios,.la arrastra alinfierno, la entrega al furor y rabia de los demonios,le cierra las puertas del cielo, y hace que sirvan parasu condenación todos los sufrimientos de su Dios. ¡ Ah '.Dios mío, ¿quién, al hacer estas reflexiones, podría

volver a cometer un solo pecado ? Escuchad, H. M.,estas terribles palabras del Salvador (r) «Aquel que ha-brá luchado hasta el tin, será salvado». Al consideraresto, II. M., temblemos los que caemos a cada instante.Nunca será para nosotros el cielo, si no tenemos mayorfirmeza que la que hemos mostrado hasta el presente.Mas no está aún todo aquí. ¿ Fueron bien hechas vues-tras confesiones? pues podría mu y bien ser que per-severaseis en la práctica de la virtud y os condena-seis (_). ¿ Habéis tomado siempre todas las precaucionesdebidas para hacer bien la confesión y la comunión ?¿Examinasteisinasteis bien vuestra conciencia antes de acerca-ros al tribunal de la Penitencia ? ¿ Declarasteis recta-mente vuestros pecados tal como estaban en vuestraconciencia, sin decir, acaso, que tal cosa no era mala,q ue lo otro no es nada, o «lo diré otra vez» ? ¿Tuvis-teis verdadera contrición de los pecados, tan indispen-sable para que nos sean perdonados ? ¿ La pedisteiscon fervor a Dios al salir del confesonario ? ¿Habríaisp referido la muerte antes que volver a cometer lospecados de que os 'acababais de confesar? ¿Tenéis la

firme resolución de no volver a ver aquellas personascon las cuales obrasteis el mal ? ¿ Dais testimonio alSeñor de que, si debíais volver a ofenderle, preferiríais

;r1 Qui autem sustinucrit in finem, hie salvos erit. (Marc., XIII, r.).tz) 21 contesto. parece referirse mejor a la perseverancia eu la

práctica de la piedad que a la perseverancia en la práctica de la virtud,según lo indican estas palabras : .¿Fueron bien hechas vuestras confe-siones?,... Y más abajo : << Habéis tornado todas las precauciones de-bidas para hacer bien la confesión y la comunión ?A O ¿ es que el santoautor quiere hablar únicamente de una perseverancia aparente?

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SOEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUAOBRE LA PERSEVERANCIAIantes que os enviase la muerte ? Y, sin embargo, aun-que tengáis todas estas disposiciones, temblad siempre,vivid entre una especie de desesperación y de esperan-za. Estáis hoy en amistad con Dios, mas temblad, yaque mañana tal vez mereceréis su odio y seréis reptó-bá los. Escuchad a San Pablo, aquel vaso de Ele-ci n,escogido por Dios para llevar su nombre delante de lospríncipes y reyes de la tierra, que había conde eido tan-tas almas a Dios, y cuyos ojos se anublaban a cada mo-mento, a causa de la abundancia de lágrimas que derra-maba ; pues bien, repetidamente exclamaba : «¡ Ay'.no ceso de tratar duramente mi cuerpo, y reducirlea servidumbre, pues temo que, después de haber _predi-cado a los demás y haberles mostrado los medios de iral cielo, no sea yo desterrado de allí y caiga en reproha-ción» (I). En otro pasaje parece tener ma yor corif á ,

mas ¿ sobre qué está fundada tal confianza ? .«Sí, ómío, exclama, soy como una víctima a punto deseM

inmolada, pronto mi alma y mi cuerpo se separaran,conozco que no voy a vivir mucho tiempo ; mas lo quéme inspira confianza s es el ^haber seguido siempre Tósrríóv mitin os'de lá gracia que.Dios me ha enviado.Desde el momento en que tuve la v suerte de cononvertirmedieguiado hacia Dios tantas cuantas almas me ha sitió 2o-sible, he luchado siempre, he hecho una guerra conti-nuada a mi cuerpo. ¡ Ah ! ¡ cuántas veces he pedidDios la gracia de librarme de este miserable cuerpo,

siempre inclinado al mal !. (2) ; por fin, gracias a miDios, voy a recibir la reconipénsa del que ha luchado y

perseverado hasta el fin (3)». ¡ Oh Dios mío ! ¡ cuáñ pó-

cos son los que perseveran,-r por cónsigüiente, cüáñpocos los que se salvan !

(1) Castigo corpus meum, et in servitutem redigo : nc forte cum aliispraedicaverim ipse reprobus efficiar (I Cor., IX, _ ).

(2 ) Propter qued ter Domnumrogavi ut discederet a me III, Cor.,XII, 8).

(.3) II Tim., IV, &.

Leemos en la vida de San Gregorio que una damaromana le escribió para pedirle el auxilio de sus oracio-nes, a nnde que Dios la hiciese conocer si le habíansido perdonados sus pecados, y si, a su tiempo, recibi-ría ella el premio de sus buenas obras. «¡ Ah !, decía,temo que Dios no me haya perdonado !» — «¡ Ay !,

contestaba San Gregorio, cosa muy difícil es lo queme pedís ; sin embargo, os diré que podéis esperarel perdón de Dios y que iréis al cielo si perseveráis ;mas, a pesar de todo cuanto habéis obrado, seréis con-denada si no perseveráis». ¡ Ay ! ¡ cuántas veces usamosnosotros el mismo lenguaje y nos inquietamos por sa-ber si nos vamos a salvar o a condenar ! ¡ Pensamientosinútiles, H. M. ! Escuchemos a Moisés, cuando, a pun-to de morir, hizo congregar las doce tribus de Israel :«Ya sabéis, les dijo, que os he amado entrañablemente,

que sólo he procurado vuestro bien y vuestra salva-ción ; ahora que voy a dar cuenta a Dios de todas misacciones, es necesario que os avise, que os excite a noolvidar jamás esto : servid fielmente al Señor ; acor-daos siempre de las innumerables gracias de que osha colmado ; por más que os sea dificultoso, no os sepa-réis jamás de El. No os faltarán enemigos que os per-sigan y hagan todo lo posible para hacéroslo abando-nar ; pero revestíos de valor, pues tenéis la seguridadde vencerlos, si sois fieles a Dios» (1).

¡ Ay ! H. M., las gracias que Dios nos concede son

aún más abundantes, y los enemigos que nos rodeanmucho más poderosos. Digo las gracias : porque ellosno habían recibido más que algunos bienes temporalesy el maná ; pero nosotros tenemos la dicha de recibirel perdón de nuestros pecados, de arrebatar nuestraalma del poder del infierno, y de ser alimentados, nocon el maná, sino con el Cuerpo y la Sangre adorable

(I) Deut., XXXI.

SERdi. CCRA ARS —T. II

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82EGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUAOBRE LA PERSEVERANCIA3de Jesucristo !... ¡ Oh, Dios mío ! ¡ qué dicha la nuestra !¿ A qué, pues, volver a trabajar continuamente paraperder un tal tesoro ? ¡ Oh ! ¡ cuántos son los que noperseveran, porque les da miedo el luchar !

Leernos en la historia que un santo sacerdole hallóun 1iá - á-üil cristiano- - doíniñzldó Por un te r ince-

sáhte -de sucumbir a la tentación. «¿ Por qué teméis »,le dijo el sacerdote.Ay_i ._ -Padre mío, entesotemo ser tentado, sucumbir y perecer. ¡ Ah !a-oraba llorando, ¿no tengo motivos para temblar cuan-

dó tantos millones de ángeles -sucumbieron en¡elo,cuando Adán y Eva fueron vencidos en el_ „ pa íso te- _rrenal, cuando Salomón, que es tenidonido por el más sabio_de los" reyes y que a M ía llegado al más alto Y gr deperfección, manchó sus canas con..lós. crímenes mas-des-honrosos y vergonzosos . , cuando este_ hombre, despuésde haber sedo la á miración del mundo, se cono

oprobio y desdoró `de la - humanidad cuando consideroa un Judas sucumbiendo en compañía del mismol-eáicristo ; cuando tan grandes lumbreras se apagaron,¿ qué debo pensar-de MI mismo, que no soy más quepecado'? ¿ Quién Podrá enumerar las almas que es arten el infierno, y que, a no ser la tentación, estarj . _n

lá gloria ? ¡ Oh Dios mío !, exclamaba, ¿ quién no tem-blará? ¿ quién podrá tener esperanza-de-peranza - d perseverar n =

b, ammlo I'e dijo el santo sacerdote, ¿no sabéislo q ue nos dice San . gustín que el demonio es co oun perro encadenado : acosa y *Hete mucho ruidoo ñerosooMuerde a los , que se pon_ en a su alcance ? "ren- d -cañfiárizáen Dios huid l s óc?siones de pecar ósucumbiréis. SiEva no hubiese escuchado al demonio,siubiese -húído en el mismo momento en que aquél le

hpropuso la transgresión de los preceptos de Dios, noabría sucumbido. Al veros tentado, rechazad al mo-

mento la tentación, y, si tenéis oportunidad, haced de-votamente la señal de la cruz, pensad en los tormentos

que deben experimentar los réprobos por no haber sa-bido resistir la tentación ; elevad al cielo vuestra mira-da, y veréis allí cuál sea la recompensa del que lu-cha ; llamad en vuestro socorro al ángel de la guarda ;echaos prontamente en brazos de la Virgen Santísima,implorando su protección : con eso tenéis la seguridadde salir victorioso cíe vuestros enemigos, a los cualesveréis al punto llenos cíe confusión».

Si sucumbimos, H. M., es porque no queremos va-lernos de los medios que Dios nos envía para combatir.Espreciso, solo_, tala e eesta e.bien pnvencidos duque,por nuestra parte, no podemos hacer otra cosa ue-per-c e i - 1--11 s; óii úñzgill confianza en Dios lo , pode-

Neri; decía él a Dioscon lrecuencta : «¡ Ay ! Senor, sostenedmeaota_-^ e s w , I . . ^ . . .r r s . L r . . v y , , . = . . i i w C ' . . c ^ _ x . . , . a .. . c s 4 : ^ 5 . = . e ; - ` _ , lw n _ ..^.. µ. ra.,-....:a•m: >?o-esw.•^.--m4 ....,.,r,^

70, que ií pa.ece que- a cada Instante voy a hacerostra d Ói leca casa, que Flash cuando salgo

árá^Í?áccr uiia 'buena obra, digo' Para-4ir:- áles cristia-rió; "tal' vez volverás - aentrar como irn' a`ano, despuésd e ` ` 1 ~ t a t s e r - renégado de tu Dios». Un día, creyéndose soloen un lugar desierto, púsose a gritar : «¡ Ay ! ¡ estoy per-dido, estoy condenado !» Alguien que le oyó, se acercó aél y le elijo : «Amigo, ¿es que deses peráis de la miseri-cordia de Dios? ¿ por ventura no es infinita ?» — cc; A y !le dijo aquel gran Santo, no es que desespere, sino queespero mucho ; digo que estoy perdido y condenado,si Dios me abandona a mí mismo. Cuando considero quetantas personas habían perseverado hasta el fin, y una

sola tentación las perdió : esto es lo que me hace tem-blar noche y día, temiendo ser del número de aquellosdesgraciados».

¡ A,. ! H. M., si todos los santos temblaron durantesu vida Por temor de no perseverar, j qué será de nos-tros que,_ sin virtudes, casi sin confianza en Dios, car-

gádós dé^ecados, no ponemos diligencia alguna enlibrarnosde os._1 4 4u^. demonionos tiende ; nos-

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84EGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUAOBRE LA PERSEVERANCIA5otros queandamos cual ciegos en medio de los mayorespeligros,qué orm os tranque` a :ende éd_ mEdio u`eúria' türB cÍeY eñéñ:egos, cnca:zii ada cli ey meres—a osen nuestra perdición ! — Pero, me dirá alguno,de b femós hacer para no_

.sücúñibir ? — Helo aquí,

arñigo mío ' hav que huirías ocasiones que otras éces ` "

nos hicieron caer ; recurrir constantemente a . eraclony ; p r íiñ, réci r cbli írécú nciadigna—miente ios sa-n.... ,... -o ... .. .. _ _.a.f.. vw wa -ar. .+w :.:.c!.- ...-.....,._...,.y. Y ¿ ....r.. _ ..,a^w^T-w--_..cramentos ; sl ^o practicas así, sI sigues este camino,t^ñ seg iridad de qué Vas a Perseverar pero, si no tomas-estas precauciones, en vano toniárás otras medi as,--zosamente vendrás a caer y perderte.

II. —He dicho, en segundo lugar, que, en cuantoos sea posible, debéis huir del mundo, ya que su lengua-je y su manera de vivir son enteramente opuestos a loque un cristiano debe hacer, es decir, son incompatiblescon el comportamiento de una persona que anda enbusca de los medios más seguros para llegar al cielo.Interrogad a Santa María Egipcíaca, que dejó el inun-do y pasó su vida en el corazón de un espantoso desier-to ; ella os dirá que es imposible salvar el alma y agra-dar a Dios sin huir del mundo, pues por todas partesse hallan lazos y emboscadas ; y, siendo el mundo con-trario a Dios, es preciso despreciarlo y abandonarlo parasiempre. ¿ Dónde oísteis aquellas canciones malas, aque-llos dichos infames, que son causa de una infinidad de

pensamientos y deseos perversos? ¿ no fué precisamen-te al hallaros en compañía de aquellos libertinos?¿ Quién os hizo formular aquellos juicios temerarios?¿ no fué al oir hablar del prójimo en compañía de aquelmaldiciente ? ¿Quién os indujo al hábito de dar miradaso tener tocamientos abominables con vosotros mismoso con los demás? ¿ no fué ello por haber frecuentadola compañía de aquel impúdico? ¿ Cuál es la causa deque no recibáis yalos sacramentos? ¿ noocurre ello

desde que os tratáis con aquel impío, el cual ha procu-

radohaceros perder la fe diciéndoos que todo cuantopredica el sacerdote son tonterías, que la religión essólo para dominar a la juventud ; que es cosa de imbé-ciles ir a contar a un hombre lo que uno ha hecho ;que toda la gente ilustrada se burla de todo esto? (en-tiéndase, hasta la hora de la muerte ; entonces habrántodos de reconocer que se habían engañado) (i). Puesbien, amigo mío, ¿sin aquella mala compañía, te ha-brían ocurrido tales dudas? Indudablemente que no.Dime, hermana mía, ¿ desde cuándo sientes tanto gustopor los placeres, las danzas y bailes, las reuniones y losatavíos mundanos? ¿ no es, por ventura, desde que fre-cuentas aquella mujer mundana, la cual no contentaaún con haber perdido su pobre alma, está ocasionandotambién la perdición de la tuya ? Dime, amigo, ¿cuánto

tiempo hace que frecuentas las tabernasy

casas de jue-go? ¿ no es desde que conociste aquel desenfrenado?Dime, ¿ desde cuándo se te oye vomitar toda suerte dejuramentos y maldiciones? ¿ no es desde que estás alservicio de aquel dueño cuya boca y cuya garganta noson más que un canal de abominaciones?

Sí, H. M., en el día del juicio, cada libertino veráa otro libertino pedirle su alma, su Dios y su gloria.¡ Ah ! desgraciado, se dirán unos a otros, vuélveme elalma que me perdiste, y restitúyeme el cielo que mearrebataste. Desgraciado, ¿ dónde está mi alma ? arrán-

(r) San Gregorio Magno, — San León Magno, — San Agustín, —Mas-sillón. — Sabido es que V oitaire y otros, a la hora de la muerte, confe-saron que se habían engatado, es decir, que vivieron como impíos,

y q.ie murieron en la impiedad. (Nota del autor).El unto autor, en esto, está de acuerdo con el libro de la Sabidu-

ría, que nos muestra a los impíos hablando así de los justos en el díadel juicio : «He aquí a, los que en otro tiempo habíamos hecho blancode nuestras burlas y mofas. Nosotros, insensatos, mrábamos su vidacomo una locura y su muerte como algo deshonroso. Mas ahora son coa-tados en el número de los hijos de Dos, y tienen su herencia entre loa

Santos..., (Sap., V, a y sig.).

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SOBRE LA PERSEVERANCIA78 6EGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

cala del infierno donde me has arrojado. ¡ Ah !, a no serpor ti, no habría cometido aquel pecado que es causade mi condenación. No, no, yo no tenía de ello conoci-miento. No, no, jamás hubiera tenido tal pensamiento ;¡ ah ! ¡ hermoso cielo que tú me has hecho perder !¡ Adiós, cielo delicioso que tú me has arrebatado ! ¡ Sí,

cada pecador se arrojará sobre el que le dió malosejemplos y le indujo a cometer los primeros pecados.¡ Ah !, dirá, ojalá no te hubiese nunca conocido ! ¡ Ah ! sia lo menos hubiese yo muerto antes de verte, ahora es-taría en el cielo ; mas no es ya para mí... Adiós, her-moso cielo, por muy poca cosa te perdí... No, H. M.,nunca perseveréis si no huís de las compañías mun-danas ; en vano querréis salvaros ; no tendréis másremedio que condenares. O el infierno o la huída,no hay término medio. Determinad cuál de los dos extre-mos preferís. Desde el momento en que un joven o

una joven siguen sus placeres, son joven y doncellacondenados... En vano diréis que no obráis mal, quequizá sea yo algo escrupuloso. Yo puedo menos de re-petiros que siempre vendremos a parar en lo mismo, asaber : que, si no cambiáis, un día estaréis en el infier-no ; v no solamente lo veréis esto, sino que, además,lo sentiréis. Echemos un velo sobre esta materia, H. M.,y pasemos a otro asunto.

III. — He dicho, en tercer lugar, que la oración esabsolutamente necesaria. para acertar a perseverar en

la gracia, después de haber recibido ésta en el sacra-mento de la Penitencia. Con la oración todo lo podéis,sois dueños, por decirlo así, del querer de Dios ; mas,sin la oración, de nada sois capaces. Esto es suficientepara mostraros la gran necesidad de la oración. Todoslos santos comenzaron su conversión por la oración y

por ella perseveraron ; y todos los condenados se per-dieron por su negligencia en la oración. Digo, pues,

que la oración nos es absolutamente necesaria para per-severar ; mas debo distinguir : no una oración hechadormitando, sentado en una silla, o tendido en el lecho ;no una oración hecha vistiéndose, desnudándose o an-dando ; no una oración hecha mientras se aviva la lum-bre, o se reprende a los hijos o a los criados ; no unaoración hecha dando vueltas al gorro o al sombrero

que se tiene entre las manos ; no una oración hechabesando a los hijos o arreglándoles el pañuelo o el de-lantal ; no una oración hecha mientras se tiene el espí-ritu ocupado en tal o cual persona ; no una oración he-cha precipitadamente como algo que nos fastidia, espe-rando sólo el momento de librarnos de ella : esto no esorar, es insultar a Dios. Lejos de hallar en ella un me-dio de asegurar nuestra perseverancia, constituye ellamisma una caída ; ya que, en vez de alcanzar mediantesu virtud un nuevo grado de gracia, Dios nos retirala que nos concediera, para castigar así el desprecio

que hacemos de su presencia. En lugar de debilitara nuestros enemigos, los fortalecemos ; en lugar dearrancarles las armas con que nos combaten, les pro-porcionamos otras nuevas ; en lugar de aplacar la jus-ticia de Dios, la irritamos más v más. Tal es, H. M.,el provecho que sacamos de nuestras oraciones.

Mas la oración de que os hablo, tan poderosa cercade Dios, que nos atrae tantas gracias, que parece hastasujetar la voluntad de Dios, que parece, por decirlo así,forzarle a concedernos lo que le pedimos, viene a seruna oración hecha al impulso de una especie de deses-peración v de esperanza. Digo desesperación, conside-rando nuestra indignidad y el desprecio que hicimos deDios y de sus gracias, reconociéndonos indignos decomparecer ante su divina presencia y de atrev..rnos apedir perdón después de haberlo recibido ya tantas ve-ces y pagado siempre con ingratitud, lo cual debe lle-varnos, en todos esos momentos de nuestra vida, a creer

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8 8EGUNDO DOMINGO DESPL' S DE PASCUAOBRE LA PERSEVERANCIA9que la tierra va a abrirse debajo de nuestros pies, quetodos los rayos del cielo están a punto de caer sobre

nuestras cabezas, v , que todas las criaturas claman ven-ganza en vista de los ultrajes que hemos inferido a suCriador ; y allí, temblando delante de El, estamos

aguardando a ver si Dios lanzará sobre nosotros un rayo

que nos a plaste, o si se dignará perdonamos una vezmás. Con el corazón quebrantado de dolor por haber

ofendido a un Dios tan bueno, dejamos correr nuestraslágrimas de contrición y de gratitud ; nuestro corazóny nuestra mente hállanse abismados en la profundidadde nuestra nada y en la grandeza de Aquel a quien he-mos ultrajado y el cual nos deja aún la esperanza del

perdón. Lejos de mirar el tiempo de la oración como unmomento perdido, lo tenemos por el más feliz y preciosode nuestra vida, puesto que un cristiano pecador no

debe tener en este mundo otras ocupaciones que llorar

sus pecados a los pies de su Dios ; lejos de considerarcomo primeros los negocios temporales y preferirlos alos de su salvación, los mira el cristiano como cosas denada, o mejor, como obstáculos para su salud espiri-

tual ; no le preocupan sino en cuanto Dos le ordena

que cuide de.ellos, plenamente convencido de que, si élno los gestiona, otros cuidarán de hacerlo ; pero que sino tiene la dicha de alcanzar el perdón y tener a Diospropicio, todo está perdido, ya que nadie cuidará de

ello. No deja la oración sino con gran pena, los momen-tos empleados en la presencia de Dios le parecen bre-vísimos, pasan como el fulgor de un rayo ; si su cuer-po sale de la presencia de Dios, su corazón y su mentese quedan constantemente delante de la divinidad. Du-rante la oración, no hay que pensar en trabajo alguno,ni en arrellanarse en una poltrona, ni en tenderse en ellecho...

He dicho que el cristiano debe estar entre la deses-peración y la esperanza. Digo la esperanza, consideran-

do la grandeza de la misericordia del Señor, el deseo queEl tiene de hacernos felices, lo que ha hecho para me-recernos el cielo. Animados por un pensamento tan

consolador, nos dirigiremos a El con gran confianza, y,como San Bernardo, le diremos : «Dios mío, esto queos pido no lo he merecido, mas lo merecisteis Vos por

mí. Si me lo concedéis, es solamente porque sois buenoymisericordioso». Animado por estos sentimientos,qué hace un cristiano ? Vedlo aquí. Penetrado del más

vivo reconocimento, toma la resolución firme de no

ultrajar jamás a un Dios que acaba de otorgarle el per-dón. Tal es, H. M., la oración a que quiero referirme

como cosa absolutamente necesaria para obtener el per-dón y el don precioso de la perseverancia.

IV. -- En cuarto lugar, hemos dicho que, para te-

ner la dicha de conservar la gracia de Dios, debíamos

frecuentar los sacramentos. Un cristiano que use santa-mente de la oración y de los sacramentos, aparece for-midable ante el demonio, cual un dragón (i) montadosobre un corcel, los ojos centelleantes, armado con sucoraza, su espada y sus pistolas, en presencia de un

enemigo desarmado : su sola presencia le hace retroce-der y emprender la fuga. Mas haced que descienda desu caballo y abandone sus armas : pronto su enemigose le echa encima, le huella con sus pies, y cogecautivo al que, provisto de armas, con su sola presenciaparecía aniquilar al enemgo. Imagen sensible de un

cristiano provisto de las armas de la oración y los

sacramentos. Sí, sí, un cristiano que ore y que frecuentelos sacramentos con las disposiciones necesarias, es

más formdable ante el demonio que ese dragón de

que acabo de hablaros. ¿ Qué es lo que hacía a San An-tonio tan terrible ante las potencias del infierno, si no

(i) Soldado de caballería. (N. del Tr.).

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90EGUNDO DOMINGO DESPUÉS D1 PASCUA

SOrlaE LA PERSEVERANCIA1la oración ? Oíd cómo le hablaba cierto día el demonio :decíale que era él su más cruel enemgo, pues lehacía sufrir tanto. «¡ Ah ! cuán poca cosa eres, le dijoSan Antonio ; yo que no soy más que un pobre solita-rio, que no puedo sostenerme sobre mis pies, con unasimple señal de la cruz provoco tu huida.» Ved ademáslo que el demonio dijo a Santa Teresa, a saber, que por

lo mucho que ella amaba a su Dios, por su frecuenciade sacramentos, en el lugar donde ella había pasa-

do no podía él ni respirar. ¿ Por qué ? Porque los sa-

cramentos nos dan tanta fuerza para perseverar en la

gracia de Dios, que jamás se ha visto a un santo apar-tarse de los sacramentos v perseverar en la amistad deDios ; yporque en los sacramentos hallaron cuantas

fuerzas les eran necesarias para no dejarse vencer deldemonio. Os indicaré aquí la razón de ello. Cuando ora-mos, Dos nos envía amgos, ora sea un santo, ora un

ángel, para consolarnos ; así sucedió a Agar, la esclavade Abraliam(r), al casto José cuando estaba en pri-sión,yambién a San Pedro... ; nos hace sentir conmayor fuerza la eficacia de sus gracias a fin de forta-lecernos y armarnos de valor. Mas, al recibir los sa-cramentos, no es un santo o un ángel, es El msmo

quien viene revestido de todo su poder para aniquilar

a nuestro enemgo. El demonio, al verle dentro de

nuestro corazón, se precipita a los abismos (2) ; aquí

tenéis, pues, la razón o motivo por el cual el demoniopone tanto empeño en apartarnos de ellos, o en pro-

curar que los profanemos. Sí, H. M., en cuanto unapersona frecuenta los sacramentos, el demonio pierdetodo su poder sobre ella. Añadamos, sin embargo, quees preciso distinguir : esto sucede en aquellos que losfrecuentan con las disposiciones debidas, que sienten

(i) Gen., XXI, r7.

(2) Ved a Santa Teresa y a San Martín. (Nota del autor).

verdadero horror al pecado, que se aprovechan de to-dos los medios que Dios nos concede para no recaer ypara sacar fruto de las gracias que nos otorga. No quie-ro referirme a aquellos que hoy se confiesan y marianacaen en las mismas culpas. No quiero hablar de aque-llos que se acusan de sus pecados con tanta falta de

dolor y arrepentimento cual si narrasen, por gusto,una historia, ni de los que comparecen sin ninguna ocasi ninguna preparación, que acudirán a confesarse

quizás sin haber examinado su conciencia, v dirán loprimero que les venga a la mente ; que se acercarán ala Sagrada Mesa sin haber sondeado los repliegues desu corazón, sin haber pedido gracia para conocer suspecados ni implorado el dolor que de ellos deben con-cebir, sin haber formado propósito alguno de no volvera pecar. No, no, éstos sólo trabajan para su perdición.En vez de luchar contra el demonio, se ponen a su

lacto, y se labran ellos mismos un infierno. No, no, noes de éstos de quienes quiero hablar. Me refiero a losque salen del tribunal de la penitencia, o de la SagradaMesa, dispuestos a comparecer con gran confianza anteel tribunal de Dios, sin temor de verse condenados porno haberse preparado debidamente en sus confesioneso comuniones. ¡ Oh, Dios mío ! ¡ cuán raros son éstos,cuantos cristianos se perdieron por defectos tales de pre-paración.

V. — He dicho, enquinto lugar, que, para tenerla suerte de conservar la gracia recibida en el sacra-

mento de la Penitencia, hemos de practicar la morti-

ficación : este es el camno que siguieron todos los

santos. O castigáis vuestro cuerpo de pecado, o nopermaneceréis mucho tiempo sin recaer. Ved al santorey David : para pedir a Dios la gracia de perseverar,castigó su cuerpo durante toda su vida. Ved a San

Pablo, quien nos dice que trataba a su cuerpo como a

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92EGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

uncaballo. Ante todo, no hemos de dejar pasar comidaalguna sin abstenernos de algo, para que, al in de la

misma, podamos ofrecer a Dios alguna privación. Lashoras de dormir, de cuando en cuando debemos cerce-narlas un poco. Cuando sentimos la comezón de ha-

blar y deseamos decir algo, privémonos ,mee ello en ob-sequio a Nuestro Señor. Ahora bien, H. 11. , ¿quiéneshay que tomen todas estas precauciones c:-:ya importan-cia os acabo de anunciar ? ¿ ' únde están ? ¡ Ay ! no lo sé.

Cuán raros son ellos ! ¡ cuán reducido es su número !

Mas también son raros los que, habiendo recibido el

perdón de sus pecados, perseveran en el feliz estado

en que el sacramento de la Penitencia los pusiera. ¡ AyDios mío, ¿ dónde iremos a buscarlos ? Entre los queme escuchan ¿ existe alguno de esos cristianos dicho-sos ? ¡ Ay ! ¡ quién sabe

¿ Qué debemos sacar, H. M., de todo lo dicho ? Ved-lo aquí. Si recaemos, como antes, a penas se pre-senta la ocasión, es que no tomamos mejores resolucio-nes, que no aumentamos las penitencias, que no

redoblamos nuestras oraciones ni nuestras mortificacio-nes. Temblemos acerca de nuestras confesiones, por

temor de que a la hora de la muerte sólo hallemos

sacrilegios y, por consiguiente, nuestra perdición eter-na. ¡ Dichosos, mil veces dichosos, los que perseveraránhasta el fin, ya que tan sólo para ellos es el cielo !...

TERCER DOMINGO

DESPUÉS DE PASCUA

SOBRE LAS AFLICCIONES

Amen, amen dico yobis:quia

9iurabitis ct flebitisvos; Inundus

autcni gaudebit.En verdad, en verdad os digo :

vosotros lloraréis y gcinir.is, masel mundo se regocijará.

(S. Juan, XVI, 2c.)

¿Quién podrá, H. T., oir sin admración las pa-labras del Salvador a sus discípulos antes de subir a

los ciclos, diciéndoles que su vida no iba a ser más queun seguido de llantos, cruces y sufrimientos ; mientrasla gente del mundo se entregará y se abandonará a la

alegría insensata y a la risa frenética? «No es, nos diceSan Agustín, que los mundanos, es decir los malos,

dejen de tener sus penas, ya que la turbación y la

tristeza es la resultancia de una conciencia crimnal,

y que un corazón desordenado, en su propio desordenhalla el suplicio.» ¡ Ay ! a ellos les alcanza aquella mal-

dición que Jesucristo pronunció contra los que sólopiensan en abandonarse al placer y a la alegría. La

herencia de los buenos cristianos es muy diferente :

deben conformarse con pasar la vida sufriendo y gi -

miendo ; mas de las lágrimas y el sufrimiento pasarána una gloria y a un placer infinitos en su magnitud y

en su duración ; al paso que la gente del mundo, des-

pués de unos momentos de alegría, mezclada, por cier-

ERCER DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

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94SOBRE LAS AFLICCIONES5to, con muchas amarguras, irán a consumir su eterni-dad en medio de las llamas. «¡ Ay de los que no pensáismás que en regocijaros, dice Jesucristo, pues vuestrosplaceres os preparan males infinitos en el lugar de mijusticia ! ¡ Ah ! bienaventurados, dice después a losbuenos cristianos, ¡ ah ! bienaventurados, los que dejáistranscurrir vuestros días en el llanto, ya que vendrá día

en que yo mismo os consolaré !» Voy, pues, a mostra-ros, H. M., cómo las cruces, los sufrimientos, la pobrezay los desprecios son la herencia del cristiano que deseasalvar su alma y agradar a Dios. Es necesario padeceren este mundo, o perder toda esperanza de ver a Diosen la otra vida. Examinémoslo más de cerca.

I. — Digo, primeramente, que, desde el momentoen que somos admitidos entre los hijos de Dios, toma-mos una cruz, la cual sólo nos dejará con la muerte.Siempre que Jesucristo nos habla del cielo, no omite

el advertirnos que sólo por la cruz y los sufrimientospodemos merecerlo. «Tomad vuestra cruz, dice Jesús,y seguidme, no un día, ni un mes, ni un año, sino todavuestra vida.» Nos dice San Agustín : «Dejad los pla-ceres y la alegría a los mundanos ; mas vosotros, quesois hijos de Dios, llorad con los hijos de Dios». Los pa-decimientos y las persecuciones nos son muy útiles des-de dos puntos de vista. El primero es porque con elloshallamos medio de expiar nuestros pecados pasados, yaque, o en este mundo o en el otro, hay que pasar penapor ellos. Eh este mundo las penas no son infinitas nien su rigor ni en su duración : provienen de un Diosmisericordioso que nos castiga sólo porque tiene pro-pósito de ejercer sobre nosotros la misericordia ; noshace sufrir un instante para hacernos felices por todauna eternidad. Por grandes que sean las penas que eneste mundo suframos, proceden solamente del contactodel dedo meñique de Dios ; al paso que, en la otra vida.

los suplicios y tormentos que hayamos de experimentar,serán engendrados por toda su potencia y furor. Serácomo si se propusiese agotar sus fuerzas haciéndonospadecer. Nuestros males serán infinitos en su duracióny en su rigor. En este mundo, las penas quedan aúndulcificadas por los consuelos y auxilios que hallamos

en nuestra santa religión ; mas, en la otra vida, no ha-brá consuelos ni lenitivos : por el contrario, todo serápara nosotros motivo de desesperación. ¡ Oh, dichosocristiano que deja transcurrir su vida en las lágrimas ysufrimientos, ya que con ello podrá evitar tantos ma-les y procurarse placeres y alegrías eternas !

El santo varón Job nos dice que la vida del hombreno es más que «un seguido de miserias». Veámoslo endetalle. Si, en efecto, andamos de casa en casa, doquie-ra hallaremos plantada la cruz de Cristo ; aquí, es lapérdida de una fortuna, una injusticia que ha reducido

a una desventurada familia a la miseria ; allí, es una en-fermedad, que lene a ese pobre hombre sujeto al lechodel dolor para que pase sus días en medio del sufrimien-to ; en otra parte, es una infeliz mujer que moja su panen las lágrimas, a causa ele la tristeza que le causan los

excesosde un marido brutal y sin religión. En otrap arte veremos a unos pobres ancianos rechazados t- des-preciados por sus propios hijos, reducidos a morir depena y de miseria. Si me dirijo a aquella persona, veoen su frente pintada la tristeza : si le pregunto el moti-vo, me contestará quees acusada de cosas en que nisiquiera se le ocurrió jamás pensar. Finalmente, en otrolugar, me hallo con una casa cuyos muros hacen reso-nar los clamores de una madre y un hijo que lloran lapérdida de un esposo y de un padre. Ved, H. M., loque hace que la vida humana sea tan triste y miserable,cuando todo esto lo consideramos sólohumanamente ;mas, si volvemos hacia la santa religión nuestra mira-da, conoceremos que contribuy e infinitamente a nues-

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SOBRE LAS AFLICCIONES796ERCER DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

tra infelicidad el sentirnos desolados y el quejamos cuallo hacemos.

II. — Además, he de deciros que mucho contribuyea sentirnos más desgraciados el mirar siempre a losque están mejor que nosotros. Un pobre, en su miseriay pobreza, en vez de recordarse de los criminales car-gados de cadenas, condenados a pasar sus días entrelas paredes de una prisión, o a perder sobre un patí-bulo su vida afrentosa, tendrá constantemente fija sumirada en la casa de un gran señor del mundo quenada eu la abundancia y se recrea con toda suerte deplaceres. Un enfermo, lejos de pensar en los tormentosque experimentan los desgraciados réprobos que se re-tuercen en las llamas, aplastados por la cólera de unDios, sin que una eternidad de tormentos pueda borrarel menor de sus pecados, tendrá fijos sus ojos enaquellos a quienes ni la enfermedad ni la pobreza cau-saron jamás la menor molestia. Esto es, H. M., lo quenos hace considerar nuestros males como insoportables.Mas ¿ qué se sigue de aquí sino quejas y murmuracio-nes que nos hacen perder todo el mérito de los sufri-mientos en orden a la consecución del cielo ? Y así, porun lado, padecemos sin consuelo y sin esperanzas de re-compensa ; y por otro, en vez de servirnos de nuestraspenas para expiar los pecados, no hacemos otra cosa queaumentarlos con nuestras quejas y nuestra falta de pa-

ciencia. Y aquí tenéis la prueba : desde que habláismal de aque lla persona que quería perjudicaros, ¿ ha-béis mejorado por ventura vuestra situación con res-pecto a ella ? ¿ apaciguóse su odio ? No, H. M., no.Después de tantos años de clamar contra ese maridoq ue os atribula con sus borracheras, sus desórdenes ylocas prodigalidades, ¿ se ha vuelto acaso más razona-ble ? No, hermana mía, no. Cuando, agobiados por lasenfermedades o los reveses de fortuna, os habéis deja-

do llevar por la desesperación, casi hasta pretender ani-c;uilaros, hasta maldecir a los que os dieron la vida,¿ cesaron vuestros males, son más llevaderas vuestraspenas? No, H. M., no. Así, pues, H. M., vuestra im-paciencia, vuestra falta de sumisión a la voluntad di-vina, y vuestra desesperación sólo han servido parahaceros más desgraciados, no habéis hecho otra cosa

que añadir nuevos pecados a los antiguos. ¡ Ay ! H. M.,tal es la suerte desdichada y desesperante de quienperdió de vista el fin por el cual Dios le envía suscruces.

Pero, me dirá alguno, hemos oído cien veces talesrazonamientos ; esto son palabras, mas no consuelos ;nosotros decimos lo mismo al que hallamos atribuladopor las penalidades.—¡ Ah ! amigo mío, mira, mira a loalto ; saca tu corazón del fango de la tierra donde lo hashundido, desgarra esa niebla que te oculta los bienesque con tus penas podrías procurarte. ¡ Ah ! ¡ mira a

lo alto, contempla la mano de un Padre amoroso quete reserva un sitio feliz en su reino ; es un Dios que tehiere para curar las llagas que el pecado ha abierto entu pobre alma ; es un Dios que te hace sufrir para co-ronarte de gloria inmortal !...

¿ Queréis saber, H. M., cómo hemos de recibir lascruces que nos vienen, sea de la mano de Díos, sea delas criaturas? Vedlo aquí. Hemos de hablar como elsanto Job, quien, después de haber perdido riquezasinmensas y una numerosa familia, no se revolvió ni

contra el fuego del cielo que había quemado una partede sus rebaños, ni contra los ladrones que se llevaronla restante, ni contra el viento impetuoso que habíaderribado su casa y aplastado a sus pobres hijos ; sinoque se limitó a decir : «¡ Ay ! la mano del Señor ha sidodura conmigo». Cuando, sin tener otro lecho, por espa-cio de un año, que un estercolero, cubierto de llagas,sin recursos ni consuelos, despreciado de unos, aban-

SERM. CURA ARs — T. JI

98 ERCER DOMIN(:0 DESPUÉS DF PASCUA

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donado de otros, perseguido por su misma mujer, lacual, en vez de consolarle, se mofaba de gil, dici'ndole :«Pide a Dios que te envíe la muerte para que cesen estosmales. ¿ Ves a tu Dios, a quien sirves con tanta fideli-dad, ves cómo te trata ?», «Cállate, le responde el san-to varón ; si recibimos con acciones de gracias los bie-nes de su mano bienhechora, ¿ por qué no recibiremosen igual forma los males con que nos aflige?»

_Mas, pensareis, no podemos comprender por que,siendo Dios la misma bondad y amándonos infinita-mente, nos aflige de tal modo. Preguntadme, pues,también, si posible que un buen padre castigue asu hijo, que ; z ;in medico propine a su enfermo un re-medio amargo. ¿ Juzgáis cosa mejor el permitir aaquel hijo su vida de libertinaje, antes que castigarlea fin de que se decida a emprender el camino de sal-vación que le ha de conducir al ciclo ? Pensáis queel médico obrará mejor dejando perecer a sus enfermos,antes que p

rescribirles medicinas amargas? ¡ Oh¡ cuánta ceguera la nuestra, si razonamos de esta suer-te ! Xecesario es que Dios nos castigue, SO pena de noser contados en el número de sus hijos ; pues el mismoJesucristo nos erice riue el cielo sólo será para aquellosque sufran y luchen hasta la muerte. ¿ Y vais a creer,H. M., que Jesucristo no dice verdad? Examinad, ade-más, la vida que llevaron los santos ; observad el ca-mino que si g uieron ; en el momento en que dejan desufrir, se creen ya abandonados de Dios. «Dios mío,Dios mío, exclamaba llorando San Agustín, no me com-

padezcáis en este mundo, hacedme sufrir mucho ; contal que me tratéis con misericordia en el otro, estoy yacontento.» i Oh, cuán dichoso so y , decía San Francis-co de Sales al verse enfermo, p or haber hallado unmedio tan fácil con que ex p iar mis faltas ! ; Oh ! ; mu-cho más dulce y consolador es satisfacer a la justicia deDios en un lecho de dolor, que no tener q ue satisfacerla

SOBRE LAS U T.iCCI!0YES9en cl ardor de las llamas'.» Y yo añado a lo que dicenlos santos, (fue los sufrimientos, las persecuciones yotras miserias son los medios más eficaces para acercarel alma a Dios. En efecto, vemos que los más grandessantos sois los que más sufrieron : Dios sólo distinguea sus amigos mediante la cruz que les envía. Mirad a

San Alejo, que permaneció durante catorce años acos-tado de un mismo lado (el cual estaba del todo deso-llado) y, en esta cruel situación, resignábase diciendo :«Dios mío, sois justo, y me castigáis porque soy un pe-cador y porque me amáis.» Ved además a Santa Liduvi-mm, cuya hermosura era extraordinaria, p idiendo a Diosque, si su hermosura podía ser motivo de caer y per-der el alma, le hiciera la gracia de quitársela. En aquelmomento (meló totalmente cubierta de lepra, 10 cualla hizo objeto de horror a los ojos del inundo ; y duróesto treinta y ocho :años, es decir, hasta el fin ele su

vida. si:i que en todo aquel tiempo dejase ella escaparpalgunadequea. queL la C.l. llC'^a. Cuántos de los C Lle están enel infierno, H. M., estarían ahora en el cielo, si Dios les:tup iese hecho la gracia de enviarles una larga enfer-medad. Oíd a San Agustín : :(Hijos míos, nos dice, enlos sacrificios, animaos con el pensamiento de la recom-pensa que e.s está preparara:>.

Cuéntase en la Historia que una pobre mujer se ha-llaba, hacía muchos años, se p ultada en un lecho dedolor • un día alguien le preguntó q ué era lo que leinfundía valor para sufrir cori tanta paciencia : «; Oh '.,

dijo ella, estoy tan contenta de ser lo que Dios quiereque sea, que no cambiara mi situación por ningún im-perio del mundo. Al pensar que Dios quiere que Padez-ca, quedo ya plenamente consolada». Santa Teresa nosdice que, habiéndosele aparecido un día Jesucristo, ledijo : ,(Hija mía, no te asustes al ver lo que ves ; misfieles servidores pasan la vida en la cruz y en el des-precio ; cuanto más mi Padre ama a uno, mayores su-

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SinIZE I.AS .ArLICCIONES100ERCER DOMINGO DESPUÉS DF PASCUA

frimientos le envía». San Bernardo recibía las crucescon tantas muestras de gratitud, que en cierta ocasióndecía llorando al Señor : a ¡ Ah ! Señor, cuán dichososería si tuviese la fuerza reunida de todos los hombrespara poder sufrir el peso de todas las cruces del uni-verso !» Santa Isabel, reina de Hungría, al ser arrojadadel palacio por sus propios súbditos y arrastrada en elfango, en vez de pensar en castigarlos, corrió a la igle-sia para hacer que se cantase un Te Dcum en acción degracias. San Juan Crisóstomo, aquel gran amante dela cruz, decía q ue prefería sufrir con Jesucristo a reinarcon El en el cielo. San Juan de la Cruz, después dehaber soportado toda la crueldad de sus hermanos, loscuales le encerraron en la cárcel y le golpearon contanta fiereza que quedó su cuerpo cubierto de sangre ;¿ qué contestó a los que fueron testigos de aquellos

horrores ? u ¡ Oh !, amigos míos, vosotros lloráis pormis sufrimientos, y y o os digo que no he experimen-tado nunca momentos más felices:. Habiéndosele apa-recido Jesucristo, le dijo : «Juan, ¿ q ué cosa quieres pe-dirme en recompensa de lo que sufres por mi amorAh !, exclamó, ¡ Señor, haced que sufra yo más y

más !» Convengamos, pues, todos, H. M., en que lossantos comprendían mejor que nosotros la dicha queencierra el padecer por Dios.

Óyese decir a muchos de vosotros, cuando os ha-lláis agobiados por algún dolor : Pero ¿ en qué he ofen-

dido yo al Señor, para experimentar tantas miserias ?—¿ Qué mal has hecho, amigo, para que Dios te aflija deesta manera ?... Repasa los mandamientos de la ley deDios, uno a uno, y ve si hay uno solo contra el cual nohayas pecado. ¿ Qué mal has hecho ?... Recorre todoslos años de tu juventud, reproduce en tu memoria todoslos días de tu miserable vida ; y después de esto pregun-tarás «¿ qué mal has hecho para que Dios te aflija de talsuerte ?» ¿ Acaso tienes por nada los hábitos vergonzo-

sos en que te has envilecido durante tanto tiempo ? ¿ Tie-nes acaso por nada ese orgullo, que te hace considerardigno de ver todo el mundo postrado a tus plantas,salo porque posees algunas piezas de terreno más quelos demás, las cuales serán tal vez causa de tu conde-nación ? ¿ Consideras, pues, nada esa ambición que note deja jamás contento, ese amor propio, esa vanidad

que te tiene continuamente ocupado, esa viveza degenio, esos resentimientos, esas intemperancias, esoscelos ? ¿ Tienes como cosa de nada esa horrorosa negli-gencia respecto a los sacramentos y a todo cuanto miraa la salvación de tu pobre alma ? Nada de eso tienesen cuenta ; mas ¿ eres por eso menos culpable ? Puesbien, amigo mío, si eres culpable, ¿ no es justo que Dioste castigue ? Dime, amigo, ¿ qué penitencia has hechopara expiar tantos pecados ? ¿ Dónde están tus ayunos,tus mortificaciones, tus buenas obras ? Si, después detantos pecados, no has derramado una sola lágrima ;si, después de tanta avaricia, te has contentado con daralguna pequeña limosna ; si, des p ués de tanto orgullo,no has querido experimentar la menor humillación ; si,después de haber abandonado tantas veces tu cuerpoal pecado, no quieres oir hablar de penitencia, precisoes que el cielo se tome justicia, toda vez que tú mismono te la quieres tomar.

¡ Ay ! ¡ cuán ciegos somos ! Quisiéramos obrar elmal sin que se nos castigase, o mejor, quisiéramos queDios dejase de ser justo. Pues bien, Señor, dejad vi-

vir tranquilo a ese pecador, no descarguéis sobre élvuestra mano dura, dejadlo cebar como una víctimadestinada a la eterna venganza, y en aquel fuego sobra-da ocasión habrá para que satisfaga a vuestra justicia ;disminuid sus penas en este mundo, ya que él lo quiereasí ; en las llamas eternas bien sabréis obligarle a unapenitencia inútil y sin fin. ¡ Oh, Dios mío ! haced quejamás nos llegue tal desdicha. «¡ Oh ! másbien, excla-

102 ERCER DOMINGO DESrUES DE ?ASCUA

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I..IS AFLICCIONES13

ma San Agustín, multiplicad mis aflicciones y sufri-mientos cuanto os plazca, con tal que rae Iiliréis conmisericordia en la otra vida».

Pero, dirá otro, todo esto es para los que cometie-ron gravísimos pecados, mas yo, gracias a Dios, pocoes el mal que he hecho. — ¡ Ah, sí ! crees, pues, que,por parecerte a ti que no has cometido grandes pecados,tampoco debes sufrir. Pues yo te diré : precisamenteporque procuras obrar el bien, Nuestro Señor te aflige ypermite q ue se burlen de ti, que te desprecien, que se ri-diculice tu devoción ; es el mismo Dios quien te hacesufrir penalidades y dolencias. ¿ Te extraña esto, ami-go mío? Fíjate en Jesucristo, tu verdadero modelo, ymra si hubo un solo momento de su vida en queno sufriera lo que el hombre jamás será capaz de com-prender. Dime, ¿ por qué le perseguían los fariseos, bus-cando continuamente ocasión para sorprenderle y con-denarle a muerte ? ¿ Era por ser culpable ? Yo, indu-

dablemente ; mas he aquí la razón. Sus milagros v susejemplos de humildad y pobreza eran la condenacióndel orgullo de ellos y de sus malas acciones. Mejor di-cho, H. \I., si nos fijamos en las Sagradas Escrituras,veremos cómo, desde el comienzo del mundo, los sufri-mientos, los desprecios y las burlas fueron la herenciade los hijos de Dios : es decir, de los que quisieron agra-dar a Dios. En efecto, ; quién será capaz de despreciary escarnecer a una persona que cumple sus deberesreligiosos, sino un infeliz réprobo que el infierno habrávomitado sobre la tierra para hacer sufrir a los buenos,

o para ver si consigue arrastrarlos consigo a los abismosdonde él mora ya para siempre? ¿ Queréis de e1l_o unaprueba ? ¿ Por qué Caín mató a su hermano ? ¿No fuéporryne obraba mejor que él ? ; no le quitó la vida pre-cisamente por no haber podido inducirle al mal ? ¿ Cuálera el propósito de los hermanos de José, cuando learrojaron en una cisterna ? ¿No era ello porque la vida

santa de José condenaba su conducta libertina ? ¿ Quées lo que atrajo tantas persecuciones contra los apósto-les, los cuales a cada momento, por decirlo así, eran en-

cerrados en la cárcel, azotados, a paleados, y cuya vida,después de la muerte de Jesucristo, fue un martiriocontinuo, hasta acabar todos ellos sus días de la mane-

ra más cruel y dolorosa ? ¿ Qué vial hacían,p ues, ocu-

p ándose sólo en buscar la gloria ele Dios y la salvaciónde su alma ? ¿ Se os desprecia, se os insulta y se os per-sigue, con todo y no inquietar a nadie ? Tanto mejor.Si no tuvieseis nada que sufrir, ¿qué podríais ofrecera Dios en la hora de la muerte?

Pero, me diréis, esos perseguidores ofenden a Dios ;haciendo sufrir a los demás, ellos se pierden ; si Diosquisiese, se lo impediría. — Ciertamente que, si El qui-siese, se lo impediría. ¿ Por qué sufría Dios a los tira-nos ? Tan fácil le era el castigarlos como el conser-

varlos ; mas Dios se servía de sus malos intentos parai,robar a los buenos v apresurar su felicidad. Yo hayduda de q ue debéis compadecer a aquellos insensatosy rogar a Dios p or ellos, mas no precisamente porque

os desp recian y se mofan de vosotros, va que Dios sesirve de ellos para haceros ganar el cielo : sino por e_'val que se causan a sí mismos. En efecto, hayque con-

venir en que es p incha ceguera despreciar a uno porquesirve a Dios mejor que nosotros, busca con mayor dili-gencia el camino del cielo, y _ 'ra.ctica maver número

buenas obras ' de pe'.iitancias. Cosa esésta que no

se acaba de comprender. Si quieres condenarte,¡ condénate ! Mas ¿ por qué te enojas al ver que

v oy donde tú no quieres ir ? Quiero ir al cielo si `_:'no vas, será ciertamente ; p orque no quieres. Abre losojos, amigo, y reconoce tu cegera : ¿ qué provecho vasa sacar, imnidiendome nue sirva a Dios, o siendo la cau-sa de aue me condene ? Abre los ojos, reu,ito, y datecuenta de tu extravío. Procura imitar a los que asta

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10 4E1ZCER DOMINGt) DESPUÉS DE PASCUA

el presente despreciaste, y hallarás tu dicha en este

mundo y en el otro.Pero, me dirás, ningún daño hice a los que me ator-

mentan ; ¿ por qué quieren, pues, dañarme a m? —

Tanto mejor para ti, amgo, ésta es buena señal, así

estás seguro de anclar por ci camino que lleva al cielo.O ye al Señor : «Tomad vuestra cruz y seguidme ; se mepersigue a mí y también se os perseguirá a vosotros ;se me desprecia a m y también se os despreciará a

vosotros ; mas, en vez de desanimaros, dad lugar a

vuestro gozo, ya que os está prometida una gran re-

compensa en el cielo. Aquel que no está dispuesto a

sufrirlo todo, incluso perder la vida por mi amor, no esdigno de m».. ¿Por qué causa quedó ciego el santovarón Tobías ? ¿ No fué porque era un hombre de bien ?Escuchad a Jesucristo hablando a San Pedro mártir,

cuando se quejaba de un ultraje que se le infería sien-do inocente : «Y yo, Pedro, ¿ qué mal había hecho

cuando me dieron muerte ?»Convengamos todos, H. M., en que, mientras nadie

os importuna y anda todo según vuestro deseo, hacéisal Señor promesas muy halagüeñas ; mas ala primeray más insignificante burla, al menor desprecio, o a lamás leve broma que se permita un impío, que no tienefuerza para hacer lo que vosotros, os avergonzáis y

abandonáis el servicio de Dios. ¡ Ah ! ingrato, ¿ no teacuerdas ya de lo que Dos ha sufrido por tu amor ?

Porque se te ha dicho que te finges bueno, que eres unhipócrita, que eres peor que aquellos que nunca se con-fiesan, ¿has abandonado a Dos para ponerte al lado

de los que se van a condenar ? Deténte, amigo mío, nollegues más allá, reconoce tu locura y no quieras preci-pitarte al infierno.

III. — Decidme, H. M., ¿ qué vamos a responder

cuando Dios se digne confrontar nuestra vida con la de

S)ltPE LAS AFLICCIONES05

tantos mártires, de los cuales unos fueron descuartiza-dos por sus verdugos, otros se pudrieron en las cárceles,antes que hacer traición a su fe ? No, H. M., si somosbuenos cristianos, nunca habremos de quejarnos por

las burlas que se hagan a nuestra costa ; por el contra-rio, cuanto más se nos desprecie, más contentos debe-

d remos mostrarnos, y mayor fervor poner en nuestra

'oración por aquellos que nos persiguen ; abandonemostoda venganza en manos del Señor, y, si El la consideraoportuna para su gloria y nuestra salvación, tened porcierto que hará sentir su peso al culpable. Ved a Moi-sés, agobiado por las injurias que le inferían su herma-no y su hermana : a tales insultos, opone él una bondady una caridad tan grandes, que llega a mover al mismoDos. El Espíritu Santo dice que era «el hombre más

dulce de los que a la sazón moraban en la tierra». El Se-

ñor envió una horrible lepra a su hermana, en castigode lo que contra su hermano había murmurado. Al

verla castigada, Moisés, lejos de complacerse en ello,dijo a Dios : «¡ Ah ! Señor, ¿ por qué habéis castigadoa mi hermana ? Bien sabéis que nunca os he pedido ven-ganza ; curad, si os place, a mi hermana». Dios no pudoresistir a tanta bondad y curóla al instante.

¡ Oh, qué dicha para nosotros, H. M., si, en los

desprecios y burlas de que somos objeto, sabemos por-tarnos ele la misma manera ! ¡ Qué tesoros para el cie-lo ! No, H. M., mientras no lleguemos hasta hacer bien

a los que nos desprecian, preferidos a nuestros amigos,no oponer a sus ultrajes otra cosa que bondad y caridad,no seremos contados en el número de los que Dios tienedestinados para el ciclo. ¿Sabéis lo que somos? Vedloaquí. Nos asemejamos a aquellos soldados que, en tan-to no se hallan ante el peligro, parecen invencibles,

mas, en cuanto éste se presenta, emprenden la fuga ;

así también, mientras se aiaba nuestra manera de por-tarnos y se tributan elogios a nuestras . buenas obras,

SOBRE LAS AFLICCIONES 07

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10 6ERCER DOMnvGO DESPUÉS DE PASCUA

pensamos que nada es capaz de hacernos caer, pero lacosa más insignificante ocasiona nuestra caída y nos ha-ce abandonarlo todo. Dios mío, ¡ cuán ciego es el hom-bre al crerse capaz de algo, cuando sólo es bueno parahaceros traición y perderse ! Pero digo además, H. M.,que nada es tan eficaz para convertir a aquellos que

hacen trizas de nuestra reputación, como la dulzura yla caridad. Son impotentes para resistir a su fuerza. Entodo caso, si están ya demasiado endurecidos, si pusie-ron ya el sello a su reprobación, quedarán confundidos,se apartarán corno desesperados. Ved una prueba deello. Refiérese que San Martín tenía a su servicio unfamiliar, recogido por él desde su infancia. Por más quehizo todos los posibles para educarle en el servicio deDios, salió un verdadero libertino, un escandaloso ; in-fería a su santo obispo toda suerte de injurias y de ul-trajes. Mas San Martín, lejos de arrojarle de su casa

cual merecía, le trató con g ran caridad, hasta el puntode que parecía multiplicar sus cuidados a proporciónde los insultos que de su ser v idor recibía. A cada mo-mento postrábase a los pies de Jesús Crucificado derra-mando lágrimas e implorando su conversión. De repen-te, el joven abrió los ojos ; considerando, por una izarte,la caridad de su obispo, y por otra las injurias con quele había agobiado, corrió a arrojarse a sus plantas parapedirle perdón. El obispo le recibió en sus brazos ybendijo a Dios por haberse apiadado de aquella pobrealma. Aquel joven fué durante el resto de su vid., un

modelo ele virtud y tenido por santo. Antes de morirrepitió muchas veces que la paciencia y la caridad deSan Martín le habían valido la gracia de la conversión.

Sí, H. M., ved lo q ue lograríamos también nosotros,si, en vez de volver injuria por injuria, acertáramos aoponer solamente la caridad. ¡ Av ! los santos, cuandono se les ofrecía ocasión de ser despreciados, la busca-ban. Ved un ejemplo de ello. Leemos en la vida de San

Atanasio que una dama, con el designio de trabajar porla gloria del cielo, fuése al encuentro del obispo p idién-dole uno de esos pobres que se sostienen de limosnas,para cuidar ella misma de socorrerle ; pues, decía ella,quisiera ejercitar un poco mi paciencia. El santo obis-po le envió una mujer en extremo humilde, la cualno podía acostumbrarse a que tal dama la sirviese. Ca-da vez que ella le prodigaba algún favor, la pobre mu-jer se deshacía en actos de gratitud. No contenta ladama con aquellos homenajes, fué a ver al obispo y ledijo : «Señor, no me habéis servido tal como deseaba ;me habéis dado una persona que me llena de confusióncon su humildad. Al hacerle el menor servicio, se in-clina hasta el suelo ; dadme otra». Viendo el obispo elanhelo de padecer que tenía aquella dama, le dió unapobre de carácter orgulloso, colérico v despreciativo.Cuantas veces aquella dama la servía, licnábala de inju-rias, diciendo que ella la había solicitado, no para pro-digarle sus cuidados, sino para hacerla sufrir. Llegóhasta a golpearla ; y ¿qué hizo la señora, H. M. ? Ved-lo aquí : cuanto más la insultaba, mayor diligenciaponía la dama en servirla, sin desfallecer en lo más mí-nimo a pesar de todas cuantas penas le causase. ¿ Quése siguió de aquello ? Pues que, movida aquella mujerpor tanta caridad, se convirtió y murió como una santa.¡ Oh ! H. M., ¡ cuántas almas, en el día del juicio, senos quejarán por no haber opuesto siempre la bondady la caridad a sus injurias ! Merced a ello estarían enel cielo, mientras ahora arden, y arderán por toda una

eternidad.Si, al comenzar, hemos dicho, H. M., que las cruces,así corno todas las miserias de la vida, eran enviadaspor Dios para satisfacer a su justicia por nuestros peca-dos, podernos también decir que son ellas un preser-vativo para no caer. ¿ Por qué ha permitido Dios quese os lesionase en vuestros derechos, o que otro os en-

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108ERCER DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

gañase ? Ved la razón de ello. Es que Dios, que cono-ce el porvenir, ha previsto q ue vuestro corazón seaficionaría demasiado a las cosas de la tierra y por

ellas perderíais de vista el cielo. Permite que sea man-chada vuestra reputación, que se os desacredite ; ¿y porqué, H. M., sino p orque sois demasiado orgullosos, de-masiado celosos de vuestra reputación? Por esta mismacausa ha permitido que fueseis humillados, a fin delibraros de la eterna condenación. Para terminar, H. M.,os diré que nadie hay tan desgraciado en esto de so-r,ortar las cruces como un hombre sin religión. T Hasveces se acusa a si mismo diciendo : Si hubiese tomadoestas medidas, tal desgracia no me hubiera ocurrido.Otras veces acusa a los demás : Aquella persona es lacausa de mis males ; no he de perdonárselo nunca. Sedesea la muerte a sí mismo y la desea a ella. Maldice eldía en que nació ; cometerá mil bajezas, que creerá líci-

tas para salir de aquel mal paso ; mas es en vano : sucruz., o mejor, su infierno le seguirá a todas partes.Tal es el fin desdichado de aquel que sufre sin di-

rigir sus ojos a , Dios, único que puede darle con-suelo y alivio. Mas contemplad al que ama a Diosy desea ir a verle en el cielo : ¡ Oh, Dios mío, di-ce, cuán poca cFsa son mis sufrimientos, en compara-ción de las penas que mis pecados merecen para la otravida ! Me destináis a sufrir unos momentos en estemundo, para hacerme feliz durante toda la eternidad.¡ Cuán bueno sois, Dios mío ! Hacedine sufrir ; sea yo

objeto de desprecio y horror a los ojos del mundo, contal que tenga la suerte de agradaros ; nada más mecabe desear. De aquí hemos de concluir, H. M., queel que ama a Dios es dichoso aun en medio de las másencarnizadas tempestades del mundo. ¡ Dios mío, ha-ced que nunca dejemos aquí de sufrir, para que, des-puc:•s de hahcros imitado en la tierra, va y amos a reinarcon Vos en el cielo !

QUINTO DOMINGO

DESPUÉS DE PASCUASOBRE LA ORACIÓN

Amen,amen dilo vobis: si Quid

pcticritis Patrem in nomne meo,

dabit robis.

En verdad os digo, todo cuantopediréis a m Padre en m nom

bre, os lo conceder.

S. guau, XVI, 23.)

Nada más consolador para nosotros, H. M., quelas promesas que Jesucristo nos hace en el Evangelio,al decirnos que todo cuanto pidamos a su Padre en sunombre, nos será concedido. No contento con esto,

H. M., no solamente nos permite pedirle lo que de-seamos, sino que nos insta a ello, llegando hasta amandárnoslo. Así hablaba a sus Apóstoles (I) : «He

aquí que hace y a tres al os esto y con vosotros y no mepedís nada. Pedidme, pues, a fin de que vuestra alegría

sea llena y perfecta». Lo cual nos indica que la oración

es la fuente de todos los bienes y de toda la felicidadque podemos esperar aquí en la tierra. Siendo esto así,H. M., si nos hallamos tan pobres, tan faltos de luces yde dones de la gracia, es porque no oramos o lo hace-mos mal. ¡ Ay ! H. M., digámoslo con pena : muchosni siquiera saben lo que sea orar, y otros sólo sienten

(t) t'sgne rondo non petistis quidquamin nomne meo : pctite. et

accipietis, ut gaudiumvc_trumsit plenum(Ioaun., XVI, t.:4).

SOBRE LA ORACIÓN 1

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110UINTO DOMriGO DESPUÉS DEPASCUA

repugnancia por un ejercicio tan dulce y consolador paratodo buen cristiano. En cambio, vemos a algunos orar

pero sin alcanzar nada, lo cual proviene de que oran

mal : es decir, sin preparación y hasta sin saber lo que

van a pedir a Dos. Mas, para mejor haceros sentir la

magnitud de los bienes que la oración nos procura,

H. ll., os diré que todos los males que nos agobian enla tierra vienen precisamente de que no orarnos o lo

hacemos mal ; y si queréis saber la razón de ello, aquí

la tenéis : si acertásemos a orar ante Dios cual debe

hacerse, nos sería imposible caer en pecado ; y si nos

hallásemos exentos de pecado, volveríamos a un esta-

do, por decirlo así, semejante al de Adán antes de su:

caída. Para animaros, H. M., a orar con frecuencia

a orar debidamente, voy a mostraros : 1.° cómo sin la

oración nos es imposible salvarnos ; 2.° cómo la oración

lo puede todo delante ele Dos ; 3.° qué cualidades hade reunir la oraciónpara ser agradable a Dos y meri-toria para el que la hace.

I. — Para mostraros, H. \I., el poder de la oracióny las gracias que del cielo nos alcanza, os diré que por

la oración es como los justos han tenido la dicha deperseverar. La oración es para nuestra alma lo que lalluvia parael campo Abonad un campo,cuanto os plaz-

ca ; si falta la lluvia, de nada os servirá cuanto hayáis

hecho. Así también, practicad cuantas buenas obras os

parezcan bien ; si no oráis debidamente y con frecuen-cia, nunca alcanzaréis vuestra salvación ; pues la ora-ción abre los ojos del alma, Nácele sentir la magnitud

de su mseria, la necesidad de recurrir a Dos y de te-

mer su propia debilidad. El cristiano confía solamente

en Dios, nada espera de sí msmo. Sí, H. M., por la

oración es como perseveraron los justos. En efecto, ¿ quéfué lo que condujo a ciertos santos a aceptar tan gran-des sacrificios como el abandonar todas sus riquezas, sus

parientes y sus comodidades, para ir a pasar el resto

de su vida en la selva, y allí llorar sus pecados ? Era,

H. M., la oración lo que inflamaba sus corazones con

el pensamento de la presencia de Dos, con el deseo

de agradarle y de no servir más que a El. Mirad

a Magdalena ; ¿ en qué se ocupa después de su con-

versión ? ¿ No es por ventura en la oración ? Mirad a

San Pedro ; mrad aún a San Luis, rey de Francia,quien, en sus viajes, en vez de pasar la noche durmen-

do en su lecho, pasábala en una iglesia orando y pi-

diendo a Dios el don precioso de perseverar en su

gracia. Mas, sin ir tan lejos, H. M., ¿no observamos

en nosotros msmos cómo, a medida que descuidamos

la oración, vamos perdiendo el gusto por las cosas del

cielo ? no pensamos más que cn la tierra pero, si re-

anudamos nuestra oración, sentimos renacer también

en nosotros el pensamento y el deseo de las cosas del

cielo. Sí, H. M., cuando tenemos la dicha de estar engracia de Dios, o bien recurriremos a la oración, o pode-mos tener la certeza de no perseverar largo tiempo en

el camno del ciclo.

En segundo lugar, decimos, H. M., que todos los

pecadores, salvo extraordinario e insólito mlagro, se

convirtieron por la oración. Mirad lo que hace Santa

Mónica para alcanzar la conversión de su hijo : o bien

la hallaréis al pie del crucifijo, orando y florando ; o bienla veréis junto a personas buenas y prudentes para re-

cabar su auxilioysus oraciones. Ved al msmo San

Agustín cuando quiso de veras convertirse ; mradle en

el jardín, entregado a la oración y a las lágrimas a fin

de mover el corazón de Dios y cambiar el suyo. Sí,

H. M., por más que seamos pecadores, si recurrimos a

la oración y la practicamos debidamente, podremos estarseguros de que Dos nos ha de perdonar. ¡ Ah ! H. M.,

no nos extrañe, pues, que el demonio haga todo lo

posible para movernos a dejar la oración o a practi-

112 UINTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA OBRE LA ORACIÓN 13

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carla mal, pues sabe mejor que nosotros cuán temiblesea ella al infierno y cómo es imposible que Dos

pueda denegarnos lo que Ie pedimos al orar. ¡ Oh !¡ cuántos pecadores saldrían del pecado, si acertasen arecurrir a la oración

En tercer lugar, digo que todos los condenados se

perdieron porque no oraron o porque oraron mal. De

lo cual deduzco, H. M., que, sin la oración, habremosde perdernos per toda una eternidad, mentras que,

con la oración bien ':echa, tenernos la seguridad de

salvarnos. Sí,Hos santos estaban de tal maneraconvencidos de la eficacia de la oración, que, no con-tentos con dedicarse a ella durante el día, empleaban

en tal ejercicio noches enteras. ¿ Por qué, pues, H. M.,sentimos tanta repugnancia por una práctica tan dulcey consoladora ? ¡ Ay ! H. M., es porque la hacemosmal, v nunca hemos sentido las delicias que en ella

experimentaban los santos. Mirad a San Hilarión, queoró durante cien años sin Interrupción, y aquellos cienaños fueron para él tan cortos que su vida le pareció

un relámpago. En efecto, H. M., la oración bienhecha es aceite balsámico que se extiende por toda elalmavparece hacernos sentir ya la felicidad de queg ozan los bienaventurados en el cielo. Es esto tan cier-to, que leemos en la vida de San Francisco de Asís

que, estando en oración, caía muchas veces en éxtasis,hasta tal punto que no podía discernir si se hallaba enla ti erra, o en el cielo entre los bienaventurados. Tan

abrasado estaba por el fuego divino que la oración en-cendía en su corazón, que llegaba a comunicarle ca-

lor sensible. Un día, mientras se hallaba en la iglesia,sintió un acceso de amor tan violento, que hubo de

exclamar en alta voz : «Dos mío, no puedo más».—Pero, pensaréis para vosotros mismos, esto sucederá alos que saben orar bien y proferir hermosas palabras. —No es, H. M., a las largas y bellas oraciones a lo que

Dios mira, sino a las que salen del fondo del corazón,con gran reverencia y vehemente deseo de agradarle.Ved ele ello un hermoso ejemplo. Refiérese en la vidade San Buenaventura, gran doctor de la Iglesia, que

un religioso muy sencillo le dijo : «Padre mío, ¿ creéisque yo, con m poca instrucción, podré orar y amara Dios ?» San Buenaventura le contestó : «¡ Ah ! amigo

mío, precisamente los simples y humildes son los quemás agradan a Dos y aquellos a quienes El ama coi:

mayor ternura». Admrado aquel religioso de lo que

acababa de saber, se fué a la puerta del monasterio,

y decía a cuantos pasaban por allí : «Venid, amgos

mos, tengo que claros una buena noticia : el doctor

Buenaventura me ha dicho que nosotros, aunque igno-rantes, podemos amar a Dos tanto como los sabios.

¡ Qué dicha para nosotros, poder amar y agradar a Dios,con todo y ser ignorantes !» Ya veis, pues, H. M., cómoes cosa fácil y consoladora orar delante del Señor.

Decimos que la oración es la elevación de nuestrocorazón a Dios. Mejor dicho, H. M., es una dulce con-versación d; un hijo con su padre, de un súbdito con

su rey, de un criado con su dueño, de un amgo con

su amgo en el seno del cual deposita sus tristezas y

sus penas. Para mejor haceros cargo de la excelsitud

de la oración, considerad cómo es una vil criatura la

que Dios recibe en sus brazos para prodigarle toda suer-te de bendiciones. ¿ Queréis saber aún más, H. M. ?

La oración es la unión de cuanto hay de más vil con

lo más grande, más poderoso, más perfecto en todoslos órdenes que imaginar podamos. Decidme, H. M.,

necesitamos algo más para penetrarnos de la excelen-cia y necesidad de la oración ? Ya veis, pues, H. M.,

cuán necesaria sea ella para agradar a Dios y salvarnos.Por otra parte, no podemos hallar la felicidad aquí

en la tierra si no amamos a Dios ; y solamente podemosamarle orando. Así vemos que Jesucristo, para animar-

SIRIA. CURA ARS - T. 11

114 UIZTO DOMING;O DESPUÉS DE PASCUA

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nos a recurrir frecuentemente a la oración, nos prometeno denegarnos nada cuando oremos de la manera debi-da. Mas no hay necesidad de ir muy lejos para conven-ceros de que debemos orar con frecuencia ; no tenéismás que abrir el catecismo, y allí veréis que el deberde todo buen cristiano es orar por la mañana, por lanoche, y a menudo durante el día : o sea, hemos de

orar siempre.Un cristiano que desee salvar su alma, por la maña-na, al despertarse, debe hacer la señal de la cruz, con-sagrar su corazón a Dios, ofrecerle todas sus obras, yprepararse para la oración. No ha de empezarse jamásel trabajo sino después de haber orado ; y debe orarsede rodillas, delante del crucifijo, después de haber to-mado agua bendita. No perdamos nunca de vista,H. M., que es la mañana el momento en que Dios nostiene preparadas todas las gracias necesarias para pasarsantamente el día ; pues El sabe y conoce todas las oca-

siones que de pecar se nos presentarán, y todas las ten-taciones a que el demonio nos someterá durante el día ;y si oramos de rodillas y cual debemos, el Señor nosotorgará todas las gracias que necesitemos para nosucumbir. Por esto el demonio hace cuanto puede paraque dejemos la oración o la hagamos mal, plenamenteconvencido, como lo confesó un día por boca de un po-seso, de que, si puede obtener para sí el primer momen-to de la jornada, tiene ya la seguridad de obtenertambién lo restante. ¿ Quién de nosotros, H. M., podráoir, sin llorar de compasión, a esos pobres cristianos que

se atreven a dcciros que no tienen tiempo para orar ?¡ Pobres ciegos ! ¿ Qué obra es más preciosa, la de tra-bajar por agradar a Dios y salvar el alma, o la de darde comer al ganado de las cuadras, o bien llamar a loshijos o sirvientes para enviarlos a remover la tierra o elestercolero ? ¡ Dios mío, cuán ciego es el hombre !...¡ No tenéis tiempo ! mas decidme, ingratos, si Dios os

SOBRE LA ORACIÓN15

hubiese enviado la muerte esta noche, ¿ habríais traba-jado ? Si Dios os hubiese enviado tres o cuatro meses deenfermedad, ¿ habríais trabajado ? Id, miserables, mere-céis que el Señor os abandone en vuestra ceguera y enella perezcáis. ¡ Hallamos ser demasiado dedicarle algu-nos minutos para agradecer las gracias que en todo mo-

mento nos concede !—Quieres dedicarte a tu tarea, di-ces.—Pero, amigo mío, te engañas miserablemente, yaque tu tarea no es otra que agradar a Dios y salvar tualma ; todo lo demás no es tu tarea : si tú no la haces,otros la liarán ; mas si pierdes el alma, ¿ quién la sal-vará ? Vete, eres un insensato : cuando estés en el in-fierno, entonces conocerás lo que debías practicar y,desgraciadamente, no has practicado.

Pero, me diréis, ¿ cuáles son las ventajas que conla oración obtenemos, para que hayamos de orar contanta frecuencia ? — Vedlas, H. M. La oración haceque hallemos menos pesada nuestra cruz, endulza nues-tras penas y nos vuelve menos apegados a la vida,atrae sobre nosotros la mirada misericordiosa de Dios,fortalece nuestra alma contra el pecado, nos hace desearla penitencia y nos inclina a practicarla con gusto, noshace comprender y sentir hasta qué punto el pecadoultraja a Dios Nuestro Señor. Mejor dicho, H. M., me-diante la oración agradarnos a Dios, enriquecernos nues-tras almas y nos asegurarnos la vida eterna. Decidme,H. M., ¿ necesitamos aún más para decidirnos a que

nuestra vida sea una continua oración mediante nues-tra unión con Dios ? ¿ Cuando se ama a alguien, haynecesidad de verle para pensar en él ? No, ciertamente.Por lo mismo, H. M., si amamos a Dios, la oraciónnos será tan familiar como la respiración. Sin embargo,H. M., debo advertiros que, para orar de manera quedicha práctica pueda lograrnos los favores que os aca-bo de enumerar, no basta dedicar a ella un breve ins-tante, ni hacerla con precipitación. Dios quiere que

SOBRE LA ORACIÓN 17

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116UINTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

empleemos en la oración el tiempo conveniente, que

haya espacio suficiente para pedirle las gracias que nosson necesarias, agradecerle sus favores y llorar nues-tras culpas pasadas, pidiéndole perdón de las mismas.

Pero, me diréis, ¿ cómo podremos orar continua-

mente? — Nada más fácil, H. M. : ocupándonos deNuestro Señor, de tiempo en tiempo, mientras traba-jamos ; ora haciendo un acto de amor, para testimoniarleque le amarnos porque es bueno y digno de ser amado ;ora un acto de humildad, reconociéndonos indignos delas gracias con que no cesa de enriquecernos ; ora unacto ele confianza, pensando que, aunque miserables,sabernos que Dios nos ama y quiere hacernos felices. Otambién, podremos pensar en la pasión y muerte de

Jesucristo : le contemplaremos en el huerto de los Oli-vos, aceptando la pesada cruz ; nos representaremos su

coronación de espinas, su crucifixión, y si queréis, re-cordaremos su encarnación, su nacimiento, su huída aEgipto ; podemos pensar también en la muerte, en el

juicio, en el infierno o en el cielo. Rezaremos algunaspreces en honor del santo Angel de la Guarda, y no

dejaremos nunca de bendecir la mesa, ni de dar graciasdespués de la comida, de rezar el A n .; clecs, y el Ave Ma-ría cuando dan las horas : todo lo cual nos va recordan-do nuestro último fin, nos hace presente que en breveya no estaremos en la tierra, y así nos iremos desligandode ella, y procuraremos no vivir en pecado por temor

de que la muerte nos sorprenda en tan miserable esta-do. Ya veis, H. M., cuán fácil es orar constantemente,practicando lo que hemos dicho. Esta es, H. M., la

-manera cómo oraban siempre los santos.

II. — El segundo motivo que debe inducirnos a

recurrir a la oración, es que todo el provecho redundaen favor nuestro. El Señor conoce dónde está nuestrafelicidad y sabe que solamente por la oración podemos

procurárnosla. Por otra parte, H. M., ¡ cuán grande ho-nor para una vil criatura cual nosotros, el que todo unDios quiera abajarse hasta ella y conversar con ella tanfamiliarmente corno un amigo que habla con otro ami-go ! Ved cuánta es su bondad al permtirnos que le

comuniquemos nuestras penas y nuestras aflicciones.Y este buen Salvador pone toda su diligencia en con-

solarnos, en sostenernos en las pruebas, o por decirlomejor, en sufrirlas por nosotros. Decidme, H. M.,

el dejar de orar ¿ no sería equivalente a renunciar a

nuestra salvación y a nuestra felicidad aquí en la tie-

rra, toda vez que sin la oración no podemos menos deser desgraciados, mentras que mediante la oraciónestamos seguros de alcanzar cuanto nos sea necesariopara el tiempo y para la eternidad, según ahora vamosa ver ?

Primeramente digo que todo le está prometido a la

oración, y en segundo lugar, que la oración bien hechalo alcanzará todo : es ésta una verdad que Jesucristo

nos repite casi en cada página de la Sagrada Escritura.La promesa de Jesucristo es formal : «Pedid, nos dice,y recibiréis ; buscady encontraréis ; llamad y se os

abrirá. Todo cuanto pidáis al Padre en m nombre, lo

obtendréis, si lo pedís con fe». Mas no se contenta Je-sucristo con decirnos que la oración bien hecha lo al-canza todo. Para mejor convencernos de ello, nos lo

asegura con juramento (i) : «En verdad, en verdad osdigo, que todo cuanto pidiereis a mi Padre en mi nom-

bre, os lo concederéis. Después de estas palabras delmismo Jesucristo, me parece, H. M., que es ya impo-sible dudar de la eficacia de la oración. Por otra parte,H. M., ¿ de dónde podría venir nuestra desconfianza ?¿ sería de nuestra indignidad ? Pero Dios sabe muy bien

(r) Amen, amen dico vobis... quodcumque petieritis Patremin no-

mne meo hoc faciam(Ioann., XIV, 13).

118 UINTO DOMINGO DESPUÉS D1: PASCUA

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que somos pecadores yculpables, que oramos en sunombre, y que, ante todo, contamos con su infinitabondad. Y nuestra indignidad ¿ no está cubierta y

como disimulada por sus méritos? ¿ Será, pues, por

ser nuestros pecados demasiado horribles o demasiadonumerosos? Mas ¿ no le es a Dos igualmente fácil

perdonarnos un pecado que ml ? ¿No dió principal-

mente su vida por los pecadores? Escuchad lo que nosdice el Rey Profeta : «¿ Se ha visto jamás a alguien

que haya orado al Señor y cuya oración haya sidodesoída ?» (r). «Sí, nos dice, cuantos invocan al Señory recurren a El, han experimentado los efectos de sumisericordia.»

Para, sentir esto ; mejor, veamos algunos ejemplos.Mirad a Adán pidiendo msericordia después de supecado. No solamente el Señor le perdona a él, sino

además a toda su descendencia ; le promete su Hijo,

que deberá encarnarse, sufrir y morir para reparar su

pecado. Ved a los ninivitas, grandes pecadores, a quie-nes el Señor envió el profeta Jonás, para que les avi-sase que iba a castigarlos de la manera más espantosa :a saber, haciendo bajar fuego del cielo (2). Se entregantodos a la oración, y el Señor los perdona. Hasta en

aquella ocasión en que el Señor se decidió a destruir

el mundo por el diluvio universal, si aquellos pecadoreshubiesen recurrido ala oración, con seguridad el Señorlos hubiera perdonado. Y si proseguís leyendo las Es-crituras, veréis a Moisés sobre la montaña, mentras

Josué lucha con los enemgos del pueblo de Dos.

(r) Este texto no ha sido sacadoco : .Quin invocavit eum et despexit

'.) Jonás, predicando en Nfnive,y Nfnive será destruida, sin indicarII', 4). Tal vez l Santo confunderuina de Sodoma anunciada a I,othGénesis así : «El Señor hizo caer del

sobre Sodoma y Gomorra, (Gen., XI

SOBRELAORACIÓN19

Cuando Moisés era, los israelitas vencen ; mas, en

cuanto cesa su oración, los israelitas son vencidos. Vedaún al msmo Moisés pidiendo al Señor que perdone

a treinta mil culpables a los cuales había resuelto per-der : con sus oraciones, forzó, por decirlo así, al Señora perdonarlos. «No, Moisés, le dijo el Señor, no inter-

cedas por este pueblo, no quiero perdonarle.» Moiséscontinúa en su oración, y el Señor es vencido por laspreces de su siervo, y perdona a su pueblo. ¿ Qué haceJudit, H. M., para librar a su patria de aquel su tem-

ble enemigo? Acude a la oración y, llena de confianzaen el Señor ante. quien se acaba de postrar, va a lamorada de Holofernes, le corta la cabeza y salva a supatria. Ved al piadoso rey Ezequías, a quien el Señorenvió un profeta para advertirle que pusiese en ordensus negocios, pues iba a morir. Prosternóse delante delSeñor, suplicándole que no le arrebatase aún de este

mundo. Movido el Señor por sus oraciones, concediólequince años más de vida. Si seguís adelante, veréis alpublicano que, reconociéndose culpable, acude al tem-plo para implorar de Dos el perdón. El msmo Jesu-

cristo nos dice que sus pecados le fueron perdonados.Ved a la pecadora, prosternada a los pies de Jesús, oran-do con lágrimas en los ojos. Y ¿ no le responde Jesu-cristo : «Te son perdonados tus pecados» ? El buen

ladrón, aunque lleno de los más enormes crímenes haceoración desde la cruz ; y no sólo Jesucristo le perdo-

na, sino que le promete que en aquel msmo día es-

tará en el ciclo con El. Sí, H. M., si tuviésemos que

citar a cuantos han alcanzado el perdón orando,tendríamos que enumerar a todos los santos que fueronpecadores ; ya que por la oración tuvieron la dicha dereconciliarse con Dios, el cual dejóse conmover por sussúplicas.

de los Salmos, sino del Eclesiásti-illum?) iEccli., II, r,).

decía : «Yo pasarán cuarenta días

por qué género de castigo (Jon.,la destrucción de Nfnive con lapor un ángel, y que describe elcielo una lluvia de azufre y fuegoX, 24).

III. — Mas pensaréis tal vez : ¿ De dónde proviene

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120UINTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUAOBRE LA ORACIÓN21

que, a pesar de tantas oraciones, seamos siempre peca-ciares, sin ir. orar en lo más mínimo ?—Nuestra desgra-cia, amigo :_:i°, proviene de que no orarnos cual debe-ríamos, esto es, orarnos sin preparación y sin deseo citconvertirnos, y muchas veces sin saber lo que a Dios

hemos de pedir. Yo dudéis de esto, H. M., pues cuan-tos pecadores pidieron .a Dios su conversión la obtu-vieron, y todos los justos que suplicaron a Dos la

perseverancia perseveraron. — Mas alguien me dirá :Se experimentan demasiadas tentaciones.—¿ Eres exce-sivamente tentado, amigo mío ? Ora, y ten la seguridadde que la oración te dará fuerzas para resistir la tenta-ción. ¿ Tienes necesidad de la gracia ? Pues la oración tela obtendrá. Si dudas de e?lp, oye lo que nos dice San-

tiago, a saber : q ue mediante la oración dominamos almundo, al demonio y a nuestras pasiones. Sí, H. M.,

por muchas que sean las penas que experimentemos,si oramos, tendremos la dicha de soportarlas entera-

mente resignados a la voluntad de Dios ; y por violentasque sean las tentaciones, si recurrimos a la oración, lasdominaremos. Mas ¿ qué hace el pecador ? Vedlo aquí.Tiene la plena convicción de que la oración le es abso-lutamente necesaria para evitar el mal y ?.ara obrar elbien, así como para salir del pecado cuando ha caído enél ; pero mirad su gran ceguera : o no hace oración, o lahace mal. ¿ Que no es cierto esto, H. M. ? Ved la ma-nera de orar que tiene un. pecador, suponiendo que ore,

pues la mayor parte de los pecadores no lo hacen ; ¡ ay !veréis que se levantan y se acuestan como bestias. Masobservemos a aquel pecador orando : vedle recostadoen una poltrona, o echado sobre la cama rezando mien-tras se viste o se desnuda, o va andando o gritando,

hasta tal vez jurando, a la zaga de sus criados o de

sus hijos. ¿ Con qué preparación se pone a orar ? ¡ Ay !con ninguna. Frecuentemente y en la mayoría de loscasos, esta clase de gente acaba su pretendida oración,

no solamente sin saber lo que ha dicho, sino hasta sinpensar ante quién se hallaba, ni lo que iba a hacer o apedir. Miradlos en la casa de Dos ; ¿no os inspira

compasión su actitud ? ¿ Hácense cargo de que están

en la santa presencia de Dios ? Indudablemente que no :

miran a los que entran o salen, hablan con los del lado,bostezan, duermen, se fastidian, y hasta tal vez se

enojan porque las funciones, a su parecer, son dema-

siado largas. Toman el agua bendita con la misma de-voción que sacan la de un cubo para beber. Con durostrabajos hincan las rodillas, pareciéndoles ya demasia-do inclinar un poco la cabeza durante la Consagracióno la Bendición. Los veréis paseando su mrada por el

templo, fijándola tal vez en aquello que puede inducir-los al mal ; aun no han entrado y ya quisieran estar

fuera. Al salir, los oiréis exclamarse cual si fuesen

personas sacadas de una cárcel y puestas en libertad.Pues bien, H. M., tal es la mseria del pecador, y por

cierto que es muy grande. Y al considerar esto, ¿ deberáadmirarnos que los pecadores continúen en sus pecadosy perseveren en tan mserable estado?

Hemos dicho, en tercer lugar, que los provechos dela oración van anejos a la manera como cumplamos

tal deber, según ahora vamos a considerar. r.° Para

que la oración sea agradable a Dos y provechosa al

que la hace, es necesario hallarse en estado de gracia

o a lo menos tener una firme resolución de salir cuanto

antes del pecado, puesto que la oración de un pecadorque no quiere salir del pecado, es un insulto que se

hace a Dos. 2.° Para que nuestra oración esté bien

hecha, es necesario habernos preparado antes. Toda

oración hecha sin prepararse, es una oración defectuosa,y esta preparación consiste en pensar un rato en Dos

antes de arrodillamos en su presencia, considerando aquién vamos a hablar y lo que le hemos de pedir.

¡ Ay ! ¡ cuán escasos son los que se preparan y, por lo

SOBRE LA ORACIÓN 23

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12 2UINTO DÜMINC,0 DESPUÉS DE PASCUA

mismo, cuán pocos oran de una manera debida, esdecir, en forma adecuada para ser escuchados favora-blemente ! Por otra parte, H. M., ¡ qué os ha ele con-ceder el Señor si no le pedís nada, ni deseáis nada !Más claro : sois como un pobre que no quiere limosna,como un enfermo que no quiere sanar, con g o un ciego

q ue quiere permanecer en su ceguera ; en fin, como uncondenado que no quiere ir al cielo, sino que consienteen bajar al infierno.

En segundo lugar, hemos dicho que la oración esla elevación de nuestro corazón a Dios, una dulceconversación entre la criatura y su Criador. No serápues, H. M., orar debidamente el pensar en cosas aje-nas, mientras estamos en oración. Apenas nos demoscuenta de que nuestro espíritu se distrae, es necesarioponerse de nuevo ante la presencia de Dios, humillar-nos ante la divina Majestad, y no dejar nunca la ora-

ción porque no experimentemos gusto al orar. Por elcontrario, hemos de pensar que, cuanto más pesadezsintamos, más meritoria será nuestra oración a losojos de Dios, si perseveramos en ella siempre conla intención de agradarle. Refiérese en la historia que,en cierta ocasión, un santo decía a otro santo : «¿..A.q ué será debido que, mientras oramos, nuestro espírituse llene de mil pensamientos ajenos, los e cuales quizá nonos acudirían, si no estuviésemos ocupados en la ora-ción ?» El otro le contestó : «Ello no es extraño, amigomío : ante todo, el demonio prevé las abundantes gra-

cias que por la oración podemos alcanzar, y, por con-siguiente, desespera de ganar a una persona que oredebidamente ; además, cuanto mayor es el fervor conque oramos, más excitamos su furor». Otro santo, aquien se le apareció el demonio, le preguntó por quése ocupaba continuamente en tentar a los cristianos.Y el demonio le respondió que se le hacía insoportableque un cristiano, que tantas veces ha pecado, pudiese

obtener aún el perdón, yque en tanto hubiese uncristiano en la tierra, él lo tentaría. Después le pre-guntó de qué manera los tentaba. Contestóie el demo-nio : “ A unos les meto el dedo en la boca para hacerlosbostezar ; a otros hago que duerman ; a otros hagovagar su pensamiento de un lugar a otro». ¡ Ay ! H. M.,demasiado verdad es esto ; podemos experimentarlo

cuantas veces nos p onemos en la presencia de Diospara orar.

Refiérese que, habiendo observado el superior deun monasterio que uno de sus religiosos, antes de co-menzar sus oraciones, se movía en ademán de hablarcon alguien, locpreguntó en qué se ocupaba en aque-llos momentos. «Padre mío, le dijo, es que antes decomenzar mis oraciones, tengo la costumbre de llamara mis pensamientos y deseos diciéndoles : Venid todosy adoraremos a Jesucristo nuestro Dios». «¡ Ah ! H. M.,¡ cuán agradable era contemplar la oración de los

primeros cristianos !, nos dice Casiano.Era tan gran-de el respeto que tenían a la presencia de Dios, eratanto su silencio v recogimiento, que parecían muertos ;veíaselos en la iglesia temblorosos ; no había allí nisillas ni bancos ; permanecían todos prosternados cualcriminales que esperasen la sentencia. Pero también,H. M., ¡ cuán rápidamente se poblaba el cielo, y cuándelicioso era vivir en la tierra ! ¡ Ah ! ¡ felices los quevivieron en aquellos tiempos dichosos !n

3.° Hemos dicho que nuestras oraciones han de serhechas con confianza, y con una esperanza firme deque Dios puede y q uiere concedernos lo que le pedimos,mientras se lo supliquemos debidamente. Todas lasveces que Jesucristo nos p romete no negar nada a laplegaria, añade esta condición : «Si lo pedís con fe».Cuando alguien le imploraba su curación u otra cosa,nunca se olvidaba de decirle : «Hágase según tu fe».Por otra parte, H. M., ¿ qué nos podrá hacer dudar,

124 UINTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

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SOBRE LA ORACIÓN25

cuando nuestra confianza está apoyada en la omnipo-tencia de Dos que es infinita, en su msericordia sin

límtes, y en los méritos infinitos de Jesucristo, en

nombre del cual oramos ? Al orar en nombre de Jesu-cristo, no somos nosotros quienes oramos, es el mismoJesucristo quien ora por nosotros a su Padre. El Evan-gelio nos ofrece un hermoso ejemplo de la fe que debe-

mos tener al orar, en la persona de aquella mujer quesufría flujo de sangre. Decíase ella a sí misma : «Si pue-do llegar a tocar aunque sea sólo el borde de su manto,tengo la seguridad de que sanaré». Ya veis cómo ellacreía firmemente que Jesucristo podía curarla y con quéconfianza esperaba una curación que deseaba ardiente-mente. En efecto, al pasar el Salvador junto a ella,

arrojóse a sus pies, tocó su manto, y al momento quedósana. Viendo Jesucristo su fe, la miró bondadosamente,y le dijo : «Anda, tu fe te ha salvado». Sí, H. M., a estafe, a esta confianza está todo prometido.

:}.° Decimos que, al orar, es preciso tener una inten-ción pura tocante a lo que pedimos, y solamente implo-rar lo que mire a la gloria de Dios y a nuestra salvación.Podéis pedir cosas temporales, nos dice San Agustín ;mas siempre con la intención de que os serviréis de

ellas para gloria de Dos, para salvación de vuestra

alma y la de vuestro prójimo ; de lo contrario, vues-

tras peticiones procederían del orgullo o de la ambi-

ción ; y entonces, si Dios rehusa concederos lo que lepedís, es porque no quiere perderos. Mas ¿ qué acontece

en nuestras oraciones ?, nos dice además San Agustín.¡ Ay ! pedimos una cosa y deseamos otra. Al rezar elPadre nuestro, decimos : «Padre nuestro que estás

en los cielos ; es decir : Dios mío, desligadnos de estemundo ; concedednos la gracia de saber despreciar to-das aquellas cosas que sólo sirven para la vida presente ;hacednos la gracia de que todos nuestros pensamientosy deseos sean sólo para el cielo !» ¡ Ay ! si Dios nos con-

cediera esta gracia, muchos de nosotros íbamos a que-dar disgustados (I).

Hemos de orar con frecuencia, H. M., pero debemosredoblar nuestras oraciones en las horas de prueba, enlos momentos en que sentimos el ataque de la tenta-

ción. Ved un ejemplo. Leemos en la historia que, en

tiempo del emperador Licinio, dióse una orden segúnla cual todos los soldados debían ofrecer sacrificios aldemonio. Entre ellos hubo cuarenta que se negaron acumplirla, diciendo que los sacrificios sólo a Dios erandebidos y de ninguna manera al demonio. Se les hizotoda clase de promesas. Al ver que nada era capaz derendirlos, después de someterlos a una serie de tormen-tos, fueron condenados a ser arrojados desnudos en unlago de agua helada, durante la noche, en los rigores

del invierno, para que muriesen de frío. Los santos már-

tires, al verse así condenados, dijéronse unos a otros :«Amigos, ¿ qué nos queda al presente sino ponernos enlas manos de Dios omnipotente, el único de quien pode-mos obtener la fortaleza y la victoria ? Recorramos a laoración y oremos continuamente para atraer sobre nos-otros las gracias del cielo ; pidamos a Dos que nos

conceda a los cuarenta la dicha de perseverar». Mas,para tentarlos, colocóse muy cercano a aquel sitio unbaño caliente. Por desgracia, uno entre ellos desfalleció,abandonó el combate, y fué a meterse en el baño ca-

liente ; pero al entrar en él perdió la vida. El que los

custodiaba, viendo bajar del cielo treinta y nueve coro-nas y otra que quedaba suspendida en las alturas,

«¡ Ah !, exclamó, ¡ es la de aquel infeliz que ha abando-nado a sus compañeros !...», y arrojóse al estanquehelado, para ocupar el lugar del que aquél había deser-tado, y así recibió el bautismo de sangre. Como al díasiguiente estuviesen aún con vida, ordenó el gobernador

(T) Citar el resto del Padre nuestro... Eemplo del Pastor. (Nota

del Santo).

SOBRE LA ORACIÓN 27

126 UINTO DOMINGO DI:SI'UÉS DE PASCUA

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que fuesen echados al fuego. Habiendo sido puestos enun carro todos, excepto el más joven a quien confiabanconquistar aún, su madre, que era testigo de la escena,exclamó : «¡ Ah ! hijo mío, ¡ ten valor ! un momento desufrir te valdrá toda una eternidad de dicha». Y cogien-do ella misma a su hijo, lo llevó al carro con los demás,

y llena de alegría, le condujo, como en triunfo, a lagloria del martirio. Tan persuadidos estaban de que laoración es el medio más poderoso para atraer sobre

nosotros los auxilios del cielo, que durante todo sumartirio no cesaron de orar. Vemos que San Agustín,después de su conversión, se retiró durante largo tiem-po a un pequeño desierto, para pedir a Dos la gracia

de perseverar en sus buenos propósitos. Y siendo obis-po, pasaba buena parte de sus noches en oración. SanVicente Ferrer, que tantas almas llevó al buen camino,decía que nada es tan poderoso como la oración para

convertir a los pecadores, y que la oración es semejantea un dardo que atraviesa el corazón del pecador.

Sí, H. M., bien podemos decir que la oración lo

hace todo : ella es la que nos da a conocer nuestros de-beres, ella la que nos pone de manifiesto el estado mi-serabie de nuestra alma después del pecado, ella la quenos procura las disposiciones necesarias para recibir lossacramentos ; ella la que nos hace comprender cuán

poca cosa sean la vida y los bienes de este mundo, locual nos lleva a no aficionarnos demasiado a lo terreno ;ella, por fin, es la que imprime vivamente en el espí-

ritu el saludable temor de la muerte, del juicio, delinfierno y de la pérdida del cielo. ¡ Ah ! H. M., si tu-

viésemos el acierto de orar siempre bien, pronto sería-mos unos santos penitentes. Vemos que San Hugo,

obispo de Grenoble, ñtinca se cansaba de rezar el Pa-dre nuestro. Se le dijo que aquello podía contribuir a

aumentar sil dolenciá : «¡ Ah ! no, respondió ; al con-trario, esto causa alivio».

Fiemos dicho, H. M., que la tercera condición quedebe reunir la oración para ser agradable a Dios, es laperseverancia. Vemos muchas veces que el Señor nonos concede en seguida lo que pedimos ; esto lo hacepara que lo deseemos con más ardor, o para que apre-ciemos mejor lo que vale. Tal retraso no es una nega-tiva, sino una prueba que nos dispone a recibir más

abundantemente lo que pedirnos. Ved a San Agustín

implorando por espacio de cinco años la gracia de suconversión. Ved a Santa María Egipcíaca ocupándosedurante diez y nueve años en pedir a Dios que la libra-se de recaer en las torpezas pasadas. ¿ Qué hicieron,

pues, los santos ? Perseveraron constantemente en suspeticiones y, por su constancia, obtuvieron siempre loq ue pedían a Dios. Y nosotros, aunque llenos de peca-dos, si Dios no nos otorga al momento lo que le pedimos,pensamos que no quiere concedérnoslo, y dejamos enseguida la oración. No, H. M., no es ésta la conducta

que observaron los santos respecto al particular : ellosse consideraron siempre indignos de ser escuchados fa-vorablemente por Dios, creyendo que, si El accedía asus ruegos, era a impulsos de su misericordia, mas noen vista de sus méritos. Dgo, pues, que al orar, aun-

que Dios parezca no escuchar nuestras oraciones, nun-ca hemos de abandonarlas, sino continuar con gran

constancia. Si Dios no nos concede lo que pedimos, serápara otorgarnos otra gracia más provechosa para nos-otros que la que pedimos. Un ejemplo de la manera comodebemos insistir en nuestras oraciones, nos lo ofrece

aquella mujer cananea que se acercó a Jesucristo paraimplorarle la curación de su hija. Ved su humildad, superseverancia, etc... Citaré también otro ejemplo ad-

mirable de lo que puede la oración. Leemos en la his-toria de los Padres del desierto que, habiendo los cató-licos de una ciudad vecina ida a encontrar a un santo

cuya fama estaba muy extendida por aquellos países, a

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SOBRE LA ORACIÓN29

fin de pedirle que los acompañase para ver de confundira cierto hereje cuyos discursos seducían a mucha gente,aquel santo se puso a discutir con el desgraciado, sinpoderle convencer de que no llevaba razón y de queera un desgraciado que parecía sólo haber nacido paraperder las almas ; viendo que, con sus sofismas y ro-deos, continuaba en la pretensión de hacer creer a los

demás que la razón estaba de su parte, el santo le dijo :«Desgraciado, el reino ele Dios no consiste en palabras,sino en obras ; vamos los dos al cementerio, junto contoda esta gente, que servirán de testigos ; invocaremosambos a Dios ante el primer muerto que hallemos, ynuestras obras darán razón de nuestra fe». El hereje

quedó corrido ante aquella proposición, sin atre-

verse a acudir al reto ; mas propuso al santo aguardaral día siguiente, a lo cual éste accedió. El día señalado,ci pueblo, afanoso de ver en qué pararía aquello, se di-rigió en masa al cementerio. Esperaron todos allí hastalas tres de la tarde ; mas en aquella hora el santo tuvonoticia de que su adversario había huído por la nochey tomado el camino de Egipto. Entonces San Macario,que así se llamaba el santo, llevóse al cementerio a todoaquel gentío que estaba esperando el resultado de la

controversia, procurando sobre todo que estuviesen

presentes aquellos a quienes el desgraciado hereje ha-bía seducido. Paróse ante una tumba, y en presencia

de todos los que le rodeaban, se arrodilló, oró unos

momentos, y, dirigiéndose al cadáver que de años esta-

ba enterrado en aquel lugar, habló así : «¡ Oh hombreescúchame : si aquel hereje hubiese venido aquí con-mgo, y delante de él hubiese yo invocado el nombre

de Jesucristo m Salvador, ¿ no te habrías levantado

para dar testimonio de la verdad de m fe ?» Aestas

palabras, el muerto se levantó y, en presencia de todos,dijo que lo hubiera hecho al momento tal como lo

hacía entonces. San Macario le dijo : «¿ Quién eres?

¿ en qué edad del mundo viviste ? ¿ tuviste conocimien-to deJesucristo ?» El muerto resucitado respondió quehabía vivido en tiempo de los más antiguos reyes ; peroque nunca había oído pronunciar el nombre de Jesu-cristo. Entonces, viendo San Macario que todo el mun-do estaba ya plenamente convencido de que aquel des-

graciado hereje era un falsario, dijo al muerto : «Duer-me en paz hasta la resurrección general». Y todo elmundo sc retiró alabando a Dios, que de una maneratan elocuente había hecho conocer la verdad de nues-tra santa religión. San Macario retornó a su desiertopara continuar las penitencias a que se entregaba (1) .

¿ Veis, H. M., la eficacia de la oración cuando ellase hace con las debidas condiciones ?¿ No convendréisconmigo en que, si no alcanzamos lo que pedimos aDios, es porque no oramos con fe, con cl corazón bas-tante puro, con una confianza bastante grande, o por-

que no perseveramos en la oración cual debiéramos ?No, H. M., jamás Dios ha denegado ni denegará nadaa los que le piden sus gracias debidamente. Sí, H. M.,

la oración es el gran recurso que nos queda para salir delpecado, perseverar en la gracia, mover el corazón deDios y atraer sobre nosotros toda suerte de bendicionesdel ciclo, ya para el alma, ya por lo que hace a nuestrasnecesidades temporales.

De aquí concluyo que, si continuamos en pecado,

si no nos convertimos, si nos inquietamos tanto por laspenas que Dios nos envía, es porque no oramos u ora-mos defectuosamente. Sin la oración no podemos fre-cuentar dignamente los sacramentos ; sin la oraciónno conoceremos nunca el estado a que Dios nos llama ;sin la oración no podremos librarnos del infierno ; sinla oración jamás participaremos de las delicias que po-demos disfrutar amando a Dios ; sin la oración todas las

'r)Vida de ins ?adres del desi:rto, t. II. San Macario de Egipto.

SERM. CURA ARS — T. II

13 0 UINTO DOMINGO DESPUÉS DE PASCUA

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cruces que nos sobrevengan quedan sin mérito. ¡ Oh !¡ de qué goces disfrutaríamos si supiésemos orar debi-damente ! No oremos, pues, nunca, sin considerar pri-mero atentamente a quién hablamos y lo qué queremospedir a Dios. Oremos sobre todo, H. 'sI., con humildady confianza, y con ello tendremos la dicha de alcanzarcuanto deseemos, siempre que nuestras peticiones seconformen con el espíritu de Dcs. Esto es lo que os

deseo...

SOBRE LAS ROGATIVAS

LAS PROCESIONES, LA ABSTINENCIA

Y LAS CUATRO TÉMPORAS

Surrcxit David et .sbiit, ct un:-

versuspopulus... ut adduccrent ar-

cain Dei.

David, acompailado de todo su

pueblo, se marchó y.ira conducir

el arca del S-c or.

(II Libro delos Reyes, V'I, s.)

Podemos hallar, H. M., una ceremonia más con-moveclora que la de ver al santo rey acompañado de to-dos los sacerdotes y levitas, y éstos a la vez seguidos detodo el pueblo, trasladando el arca santa del tabernáculo

de Silo (I) al lugar q ue en Jerusalén se le había prepa-

rado ? Los sacerdotes y levitas ejercían junto al arca

las funciones de su ministerio, y cada tribu marchababajo su estandarte. Denlos ele ver en esto, es decir, en

aquellamarcha triunfante del pueblo judío conducien-do el arca, una figura exacta de los piadosos concursosde fieles cristianos dirigiéndose en procesión de una

parte a otra, bajo la presidencia de su pastor, precedi-

dos todos por la cruz y los estandartes. Así reunidos,forman como un pequeño cuerpo de ejército temible al

demonio ypoderoso delante de Dios, congregado paraagradecerle sus dones, o para implorarle sus gracias. Es,

r)r.t nrc, rn un princinh' e tutn rn Silo :1 Rce;.. ; in 1Cmando David coticibiv el prona'» ito de llevarla a Jerusalén, el arca ya

no estaba cs Silo, sino en Cariachiarim(I Para(ip., XIII, 5).

i

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134 OBRE LAS ROGATIVASPROCESIONES, ABSTINENCIA Y CUATRO TÉMPORAS 35

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abundancia los bienes que en ellos quiere Dos otor-

garnos. Hoy día, como podéis ver, H. M., el ayuno delviernes y del sábado se reduce solamente a la abstinen-cia de carne, de lo cual ha hecho un precepto la Iglesiasanta. ((Ni el viernes ni el sábado, comerás carne» (I).Sí, H. M., debemos todos someternos a esta ley, hastalos niños, en cuanto llegan a la edad de poder cumplir-

la ; sólo quedan exentos de ella los que de ningunamanera la puedan observar (e).

Mas ¡ ay ! ¿en qué siglo mserable nos hallamos?

Casi es imposible distinguir a los cristianos o hijos dela Iglesia : la mayor parte parecen tener especial gustoen violar la ley de la abstinencia. ¡ Ay ! ya no se tieneescrúpulo alguno en comer carne los viernes y lossábados ; las malas compañías os hacen renunciar a

vuestra religión. ¡ Ay ! ¡ cuántos pecados mortales !

Acaso hallaremos alguno de los que en sábado cele-bran esponsales o bodas, que no coma carne cual lospaganos e idólatras? ¡ Ay ! ¡ qué escándalo para los

pequeñuelos, y qué fuente de maldición para los que

se casan ! — Esta es la costumbre. — ¡ Ay ! amgo

mío ; por más que haya la costumbre de comer carneen viernes, Nuestro Señor no tomará jamás la costum-bre de admitir en el cielo a los que desprecian su ley. Lareligión se va perdiendo entre nosotros, y ya no hace-mos caso de sus leyes. Si Adán, H. M., se perdió por

haber comido de la fruta prohibida, también nosotrosvamos a perdernos comiendo carne los días en que está

prohibida. ¡ Oh ! ¡ triste elección el preferir arder portoda una eternidad en el infierno, antes que privarse decomer carne ! — Pero, me dirá alguno, es la compañía.— ¡ Ah ! ¡ la compañía, H. M. ! ¡ y vosotros también !la compañía no os fuerza hasta tal punto, no os abre la

II) Véase la nota de la pág. 77.

(2) Rodríguez, t. III, pág. .599. (Nota del autor(.

boca hasta meteros dentro los manjares. ¡ Desgracia-dos, tiempo vendrá en que os arrepentiréis !... No, no,El. M., que nunca ese maldito respeto humano os hagacometer una acción tan indigna de un cristiano y que

tanta ingratitud demuestra para con Dos. Conque,

amigo mío, ¿ temes al mundo ? dirige pues una miradaa esta cruz : mra si tu Dos se avergonzó de morir

pobre y desnudo a la vista de una inmensa multitud ;anda, desgraciado, eres un ingrato ; Dios te está aguar-dando en su tribunal, donde pagarás caro ese respeto

humano. ¿Teméis que se burlen de vosotros ? ¡ Oh !

ciertamente, ¡ se ve que os tenéis en mucho, cuando

tanto teméis ser objeto de las burlas de los demás !

Mirad a vuestro modelo, H. M. ; ¿ temió El las mofasde que fué objeto en su sagrada pasión ? Si las hubiesetemdo, ¿ no nos habría dejado abandonados bajo la

esclavitud del demonio? Vete, mserable, vete a co-

mer carne ; tiempo tendrás de lamentarlo por toda una

eternidad... No, H. M., que jamás el maldito respetohumano os haga faltar tan deplorablemente a vuestrodeber (I). Mas pasemos a una segunda reflexión sobrelos ayunos de las Cuatro Témporas.

Leemos en la Sagrada Escritura que, al ser los

judíos expulsados de Jerusalén a causa de sus infideli-dades y llevados a la cautividad de Babilonia, lejos deltemplo del Señor, reconociendo que sus pecados les

habían merecido tales castigos, intentaron aplacar la

cólera divina, y, para este fin, ellos mismos se impusie-ron la obligación de ayunar el cuarto, el quinto, el sép-

timo y el décimo día de cada mes (2) ; a ejemplo de ellos

itl Rodríguez, t. III, pág. ._r. (Nota del Santo)._) El texto del profeta Zacarías : .:eiuniarnauarti, etieiunium

u(ntí,et eiuniumsept:m, e ieiuniumdec,meritdorrnui Juda...,

i7.ach., VIII, ro), se refiere, según los intérpretes, al ayuno del cuarto,quinto, séptimo y décimo mes. Los judíos ayunaban el noveno día deicuarto mes, el décimo del quinto, el tercero del séptimo y el décimo

^R°CCrSIONI S, ABSTINENCIA Y CUATRO TÉMPORAS 3 713 6 OBRE LAS ROGATIVAS

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la Iglesia ha instituido los ayunos de las Cuatro Tém-poras, a fin de inducirnos a expiar los pecados quetodos los días estamos cometiendo, así como para atraersobre nosotros, mediante esta penitencia general, másmeritoria que si nosotros mismos nos la impusiéramos,para atraernos, digo, la misericordia y las bendicionesdel cielo. Habréis de convenir conmigo en que los tres

días de ayuno que practicamos en cada estación, esdecir, cada tres meses, son poca cosa a proporción delos pecados que tenemos la desgracia de cometer todoslos días. Sin embargo, la Iglesia, madre piadosa y aman-te de sus hijos, se contenta con tan poca cosa, a condi-ción de que la cumplamos bien y de todo corazón : locual debe entenderse no sólo del ayuna, sino tambiénde las demás obras que podemos practicar. Para quenos impongamos mejor de la necesidad de cumplir bienlos santos ayunos, nos da la Iglesia este precepto : aEnlas Cuatro Témporasy Vigilias, ayunarás». Por los

ayunos de las Cuatro Témporas quiere ella hacernospresente que, así como no hay tiempo en que no ten-gamos la desgracia de ofender a Dios, tampoco debequedar tiempo alguno en que dejemos de hacer peni-tencia para aplacar la cólera divina mediante el sacri-ficio de un corazón contrito y humllado. Tal es laprimera razón que ha movido a la Iglesia a instituir lasCuatro Témporas.

La segunda razón mira a nuestras necesidades tem-porales. Sabéis que hay ayunos de Témporas en la pri-mavera, puesto que es en aquel tiempo cuando, por elcrecimento del día solar, comenza a reanimarse la

naturaleza y a abrirse la tierra para la producción desus frutos. Y entonces es cuando la Iglesia nos impul-

del décirno, por diversos motivos, los cuales podrán verse en la Bibliade Carriéres y Aenochio, sobre este msmo pasaje de Zaccrias. .

Esta diferencia de interpretación no debilita en manera alguna.como es evidente, el valor del ejemplo propuesto por e: Santo.

sa a pedir a Dios que se sirva bendecir la tierra y ha-cerla fecunda. Durante el verano, estando la cosechaexpuesta a mil accidentes desgraciados, la intención dela Iglesia es que acudamos al Señor para que nos laconserve y nos conceda misericordiosamente lo nece-sario para vivir durante el año. He dicho, H. M., pormisericordia ; y esto porque, siendo como somos peca-

dores, no tenemos derecho alguno ni aun a los bienesnecesarios para la vida. Según esto, pues, debemos

Pedir humildemente a Dios los alimentos, el vestido,como una limosna que El puede denegarnos sin injus-

ticia, y , l recibir talo bienes, hemos de hacerlo con

gran reconocimiento, como un favor enteramente gra-tuito que derrama sobre nosotros por pura bondad. Ypor esto mismo, en otoño, cuando estarnos ocupadosen la recolección, y en invierno cuando la hemos ya

termnado, quiere la Iglesia que ofrezcamos a Dos

nuestros ayunos y limosnas como un sacrificio de acciónde gracias por todos los bienes que durante el año

nos otorgó.La tercera razón por la cual la Iglesia ha instituido

las Cuatro Témporas, es para pedir a Dios la gracia deusar bien de las riquezas que nos ha dado, sin que per-damos jamás de vista al celestial Dador de las mismas.Mas, desgraciadamente, no es esto lo que hacemos. i Ay 1H. M., quién no deplorará la ceguera de los cristianos,cuando en el tiempo de la recolección, tiempo en quedeberían dar gracias a Dios por los bienes que les en-

vía, parecen redoblar su furor contra El con los pe-cados que cometen mentras van almacenando los

frutos que Dios se ha servido concederles. Debemos,pues, sacar de aquí, H. M., que, si estarnos en condi-

ciones de ayunar y no lo hacemos, cometernos pecadomortal ; mas, si no podemos ayunar, debemos suplir ela yuno con buenas obras : ya privándonos de algo du-rante las comdas, ya asistiendo a la santa Misa, ya

138 OBRE LAS R')GATIVASPROCESIONES, ABSTINENCIA Y CCATRO TÉMFORAS 13t-

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rezando algunas oraciones además de las acostumbradas.para unirnos a la intención de la Iglesia, liemos de

movernos a la contrición de nuestros pecados, lamen-tar nuestra imposibilidad de hacer penitencia, para queasí podamos satisfacer en alguna manera a la divinajusticia.

La cuarta razón por la cual la Iglesia ha instituido

el ayuno, es para suplicar al Señor que los obispos noordenen más que a buenos clérigos ; ya que por el mi-nisterio sacerdotal es como Dios nos ilumina, nos enca-mina, nos distribuye sus gracias y nos aplica, mediantelos sacramentos, los méritos de la sangre de Cristo. Unbuen sacerdote, un párroco según el, corazón de Dios,es el mayor tesoro que el Señor puede conceder a unaparroquia y tuco ele los más preciosos dones de la mi-sericordia divina. Por el contrario, un mal sacerdote

es uno de los más terribles azotes de la cólera divina ;y poresto la Iglesia invitay ordena a cuantos estén

en condiciones de ayunar a que lo hagan, a fin ele quebajen sobre el obispo las luces necesarias para conocerperfectamente a los que Dos destina a su servicio, y

para que derrame sus dones y sus gracias sobre los

que van a ser ordenados. Ya veis, pues, H. M., cuán

interesados estancos todos en ello, ya que, hasta ciertopunto, de ello depende nuestra salvación ; en efecto,

si estamos dirigidos por un buen sacerdote, podemos

recibir toda suerte de bendiciones, ya por sus oracio-

nes en favor nuestro, va por los buenos consejos quenos ha de dar.

II.— Hemos dicho, además, que hablaríamos delas distintasprocesiones que se hacen durante el año,cada una de las cuales tiene su objeto o fin particular.La procesión del Corpus Christi tiene por objeto ce-

lebrar el triunfo que Jesucristo ha hecho alcanzar a laIglesia sobre sus enemigos que niegan la presencia real

en el adorable Sacramento, y, al mismo tiempo, hacerque se rinda el homenaje debido a Jesús en este Sacra-mento de amor. Es la más augusta de todas las proce-siones, ya que va presidida por el mismo Jesucristo enpersona. ¡ Oh ! ¡ si fuésemos capaces de comprenderlo !¡ cuál debería ser nuestro respeto y amor en aquel mo-mento feliz, toda vez que en él tenemos la misma suerte

que aquellos que seguían al Salvador mientras anduvopor la tierra ! La procesión de las Palmas se celebra

para honrar la ida y la entrada triunfante de Jesús en

Jerusalén, cinco días antes de su muerte ; la de la Purifi-cación, para representar la visita de la Virgen Santísimaal templo llevando a Jesús en sus brazos ; la de la

Asunción ha sido instituída para celebrar el triunfo dela Madre de Dos, al subir al cielo, y para renovar la

consagración de la nación francesa a esta augusta

Reina, que tantas pruebas de su protección nos ha

dado (I). En los domngos, antes de la msa parro-

quial, se celebra una procesión, para honrar a Jesucris-te resucitado, dirigiéndose de Jerusalén a Galilea ;

pues, corno sabéis, todos los domingos son una repre-sentación de la Resurrección de Cristo. Hácese esta

procesión antes de la santa Misa, para recordar el cami-no que Jesucristo anduvo al dirigirse al Calvario ; todavez que el santo sacrificio de la Misa no es otra cosa queuna continuación del sacrificio de la cruz. Decidme :si consideraseis atentamente que la procesión que el

domingo celebramos antes de la santa Misa (2) es para

honrar el camno que Jesucristo anduvo al subir alCalvario, ¿ con qué diligencia no asistiríais a ella, a

fin de tener la dicha de seguir en espíritu a Jesucr^.sto,que por nosotros va a inmolarse nuevamente ! ¡ Con quépiedad y reverencia, H. M., asistiríais a dicho acto !

(t) A:asión local del Santo. (Nota del Trad.).(2) En nuestro país no se celebran estas procesiones.

140 OBRE LAS ROGATIVAS

PROCESIONES, ABSTINENCIA Y CUATRO TÉMPORAS 41

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¿No os figuraríais ver la sangre que el divino Salvadorderramó al subir al Calvario r ¡ Ay ! ¡ si presenciamostanta indiferencia y falta de respeto, es verdaderamenteporque la mayor parte ignoran lo que hacen y desco-nocen los misterios que estas varias ceremonias nosrecuerdan : ¡ Dichoso el cristiano instruido que penetra

en el espíritu de la Santa IglesiaVemos que, en los tiempos de pública calamidad,los prelados orde.:an procesiones extraordinarias paraaplacar la cólera de Dios, o para alcanzar de su mise-ricordia alguna gracia particular. En estas procesionesse suelen llevar, a veces, reliquias de santos, a fin deque \ uestoo Señor, a la vista de tan precioso tesoro,se deje ablandar en favor nuestro. La Iglesia tiene se-ñalados cuatro días, durante el año ; para celebrar estasprocesiones de penitencia : a saber, el día de San Mar-cos y los tres días de Rogativas. En tales procesiones

es llevada la cruz, y también algunas banderas en lasque hay pintada la imagen de la Virgen Santísima y delpatrón de la parroquia, lo cual sirve para advertir a losfieles que han de andar siempre en pos de Jesús cruci-ficado, y esforzarse en imitar a los santos que la Iglesianos ha dado por patronos, protectores v modelos. Lasprocesiones que celebramos, hemos de considerarlastodas como una especie de marcha triunfal en la queacompañamos a Jesucristo y a los santos y santas. Jesu-cristo se complace en derramar sus bendiciones sobretodos los lugares donde pasa su imagen o la de sussantos : lo cual pudo observarse de una manera muyespecial en Roma, cuando una terrible peste amena-zaba con diezmar la ciudad. Viendo el Papa que ni laspenitencias ni otras buenas obras podían nada para quecesase tan terrible azote, ordenó una procesión general,en la que se llevó la imagen de la Santísima Virgenpintada por San Lucas. Tan pronto la procesión estuvoen marcha, cesó ya la peste en todos los lugares por

donde pasaba la imagen de la Virgen Santa, y al mis-mo tiempo oíase a los ángeles cantando : Regina caeii,

laetare, .=111eluia. Con aquella procesión se extinguióenteramente la peste. El camino que hacemos en laprocesión, siguiendo la cruz, nos recuerda que nues-tra vida no debe ser otra cosa que una imitación de lade Jesucristo, quien se dió a nosotros por modelo y al

mismo tiempo por guía ; hasta el punto de que, encuanto nos separamos de El, necesariamente nos ex-traviamos. La cruz y as banderas que vemos a lacabeza de nuestras procesiones, H. M., son para losverdaderos fieles gran motivo de alegría, ya quenos hacen semejantes a un pequeño cuerpo de ejércitoque resulta formidable ante el demonio y nos da de-recho a las gracias del Señor, pues nada hay tanpoderoso y eficaz como las oraciones que se hacen encomún, bajo la presidencia de los propios pastores (I).Ved, H. M., lo que aconteció a los israelitas bajo el

marido de Josué : durante siete días estuvieron dandola vuelta a las murallas de Jericó acompañando el arcay andando con reverencia junto a los sagrados minis-tros. Los cananeos hurlábanse de los israelitas desde loalto de sus murallas ; mas pronto hubieron de mudarde opinión (2). Al terminar aquella singular procesión,las fortificaciones vinieron abajo al son de las trom-petas, y el Señor entregó a su pueblo los enemigos deIsrael, que cayeron en sus manos cual si fuesen cor-deros, sin presentar resistencia alguna. Tal es, H. M.,la victoria que Jesucristo nos hace ganar sobre losenemigos de nuestra salvación, cuando asistimos congran respeto y religiosidad a las procesiones.

III. — En tercer lugar, decimos que las procesio-nes deben llevarnos a considerar q ue estamos aquí en

(2) RodrIguez, t. IV, pág. 62o. (Nota del Santo).

(2) Ics., VI.

142 OBRE LAS Rn(ATI1-ASP RCCESIONIS, .',BSTINTNCI.1 y CUATIZO Til:,iroras 43

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la tierra sólo en calidad de viajeros, que el cielo es nues-tra verdadera patria, y que tenernos recibidas de Jesu-cristo luces y gracias para llegar a ella. El mismo esel camino, ya que El es quien nos ha mostrado todocuanto debemos p racticar para llegar a feliz término.La Iglesia quiere ins p irarnos mediante las procesionesel pensamiento de que no debernos aficionarnos a lavida, sino a Jesucristo hasta la muerte, puesto que El es

nuestra recompensa por toda una eternidad. Sí, H. M.,tal es el fruto de las procesiones, si estarnos bienpenetrados de lo que hacemos al asistir a ellas. ¡ Ay !

cuántos desprecios no recibe Jesucristo en las proce-siones que celebramos ? Unos ignoran por qué van ;otros asisten riendo y bromeando ; otros hablan comoen una plaza pública y miran de un lado a otro. ¡ Ay !me atreveré a decirlo, ¡ cuántos hay que fijan sus mi-radas en personas y objetos que animan y enciendensus pasiones, y así, al terminar la procesión, salen mu-cho más criminales q ue al entrar y congregarse conlos demás fieles ! ¡ Dios mío, cuántas gracias despre-ciadas ! ¡ cuántos pecados se cometen en aquellos mo-mentos tan propicios para obtener g racias en abun-dancia ! ¡ cuántas cosas para contentar al demonio 1...Ab, si com pareciésemos con buenas dis p osiciones !...

Debemos, p ues, tener corno un deber el asistir a las pro-cesiones en cuanto nos ` sea posible ; si de ningún modopodemos estar presentes, entonces hemos de suplirnuestra falta o ausencia rezando cuantas oraciones re-zan lesasistentes y esforzándonos en acompañarlos en

espíritu con las santas disp osiciones que la iglesia tieneprescritas.

La primera disposición será penetrarnos bien de loque la Iglesia quiere representar en cada procesión.Nunca liemos de perder de vista ; H. M., que, paraagradar a Dios y merecer sus gracias, hemos de adorarleen espíritu y en verdad, y que imitarnos a los judíos

cuando nos limitamos a estar materialmente presentes.Aí esque un buen cristiano ha ele procurar penetrarsedel espíritu de la Iglesia y de lo que ésta quiere repre-sentar en las ceremonias que celebra. Es preciso quetengamos la firme convicción de que nos hallamos en lapresencia de Dios, y de que le seguimos como hacíanlos primeros cristianos durante su vida mortal ; que

asistimos a tales procesiones para implorar misericor-dia, y, por consiguiente, boinas de estar sensiblementeafligidos de haber ofendido a un Dios tan bueno.

La segunda disposición que Dios pide de nosotrosal asistir a las procesiones, es la de andar con muchoorden : ya que basta que uno solo se aparte de lo esta-blecido, para causar notable distracción a los demás.El orden consiste en andar con modestia, sin mirar auno y otro lado, sin hablar, sin reir ; pues todo estoresultaría un desp recio hecho a Dios y a las cosassantas.

La tercera disposición es juntar nuestras oracionesa las que la santa Iglesia reza durante la procesión ;es decir, que debe nos unirnos al sacerdote rezando loque éi reza. Si no sabéis leer, entonces rezad el rosario,uniendo vuestra intención a la del sacerdote y demásfieles. Hemos de poner cuidado en no dejar que el es-píritu se extravíe distray éndose con los diferentes ob-jetos que a nuestra vista se presenten ; por lo cual esmuy conveniente andar con los ojos bajos, a fin de queel demonio no tenga tanta ocasión de distraernos. Antesde comenzar, será bueno pedir a Dios perdón de nues-tros p ecados, a fin de que derrame su misericordia sobrenosotros. ¡ Ay ! ¡ cuántos años hace que asistimos aesas procesiones, y a pesar ele ello en nada hornos me-jorado ! ; Sabéis, H. M., de dónde puede venir taldesgracia ? Es porque nunca nos hemos ciado cuentade lo que hacíamos, obrando siem p re por hábito o porrutina, mas no por verdadero espíritu de p iedad y

14 4 OBRE LAS ROGATIVAS ROCESIC)NES, ABSTINEYCIA Y CUATRO TÉMPORAS 95

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amor. Sí, H. M., un buen cristiano debe asistir siem-pre a las funciones y ejercicios de la religión, con unacomplacencia siempre creciente, con un deseo cada díamás ardiente de aprovecharse mejor de ellos. ; Cuántabondad por parte de Dios el sufrirnos en su santa pre-sencia y permitirnos hacer lo que hacen los santos enel cielo ¡ Cuánto más feliz sería el hombre en latierra, si tuviese la dicha de conocer la santa religión'

Pero digamos ahora una palabra de lo que vienea ser la procesión de San Marcos y las de Rogati-vas. Escuchad bien, ya que ello es interesante. Con-viene que sepáis quién las instituyó, cuándo y por quéfueron instituídas.

En el año 442 hubo tan grandes temblores de tierra,y los habitantes de la ciudad de Viena,. en el Delhnado,quedaron tan atemorizados, que creían llegado ya elfin del mundo. Lo que acabó de alarmarlos fue el fuego

que del cielo cayó incendiando la casa de la ciudad yotros edificios vecinos. Las bestias fieras abandonabanlas selvas y se atrevían a atacar a los hombres en me-dio de las plazas públicas. Amec'trentados los habitan-tes, se refugiaron con su obispo en la iglesia, para li-brarse de aquellos monstruos. San Mamerto, que erael obispo de la ciudad, ordenó muchas oraciones y pe-nitencias ; además, dispuso que, para pedir a Dios elcese de aquellas calamidades, durante los tres días quepreceden a la fiesta de la Ascensión se a y unase y secelebrasen solemnes procesiones a fin de aplacar la có-

lera de Dios. Las demás iglesias de Francia y algunasde otros países imitaron aquel ejemplo, y al poco tiem-po tales procesiones se celebraban en todo el mundocristiano. Nada más edificante que la manera comoaquellas procesiones se celebraban entonces : los fielesasistían a ellas descalzos, ciñendo cilicio y con• lacabeza cubierta de ceniza ; durante los tres días obser-vábase el más riguroso ayuím ; estaba prohibido tra-

bajar, para que quedase más tiempo para orar, y todoslos instantes se empleaban en pedir a Dios perdónde los pecados cometidos y en rogar por la conserva-ción de los frutos de la tierra y por las necesidades delListado.

La procesión de San Marcos fué- instituída por elpapa San Gregorio Magno en el año 590, en ocasiónde una horrible calamidad que asolaba a Roma. Des-pu,'Js de una impetuosa inundación, las aguas se habíanencharcado y, corrompiudose, infectaron el ambiente,lo cual ocasionó una peste tan cruel que de ella mu-rieron innumerables personas de toda edad y condición.La procesión ordenada por San Gregorio Magno secelebró con tanta devoción, con tanto fervor y tantaslágrimas, que la peste cesó al momento. Y viendo laIglesia que el pecado se multiplicaba sobre la tierra yque Dios nos castigaba rigurosamente por ello, dispuso

que continuaran aquellas devotas procesiones, a fin deinducirnos a la penitencia, a aplacar la justicia de Diose implorar la conservación de los frutos de la tierra, loscuales durante nueve meses están expuestos a todasuerte de accidentes. Llánianse estas procesiones «deLetanías mayores o menores», esto es, de oración y sú-plica. En un principio las letanías no eran más queclamores insistentes que se exhalaban ante Dios, pidien-do misericooclia, mediante estas dos palabras : Kyrieeieison. Más tarde se les añadieron los nombres de laVirgen Santísima y de los santos, para implorar su in-

tercesión ante Dios Nuestro Señor. La Iglesia, despuésde haber invocado el nombre de Dios, reclama la in-tercesión de los santos, ex p one los males de que se veamenazada y los bienes de que está necesitada ; conjuraa la divina bondad, por todos los misterios de Jesu-cristo y, sobre todo, por su calidad de Cordero y Víc-tima inmolada por nuestros pecados, título el más ade-cuado para aplacar la cólera divina. Sí, H. M., esas

Sexto. Ct.*Re ARs — T. II0

PROCESIONES, .ABSTINENCIA Y CUATRO TÉMPORAS 47146 OBRE LAS R O G A ' r I v A s

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letanías, esas procesiones, la santa Misa y la abstinen-cia que la Ig lesia nos prescribe en estos días, nosmuestran claramente cuáles sean sus designios en todoesto (I).

Para conformarnos con su intención, H. ltf., de-bemos mirar estos días como días consagrados a laoración, a la penitencia y a toda clase de buenas obras ;

hacernos una obligación de asistir a las procesiones, ypresentarnos allí con un exterior modesto y recogido,con un corazón contrito y profundamente humilladoante la omnipotente mano de Dios, considerando lafealdad de nuestros pecados y los castigos que ellos me-recen. Animados de tales sentimientos, hemos de supli-car, con insistencia y en nombre de Jesucristo, que seabran los tesoros de la divina Misericordia para nos-otros, para nuestros hermanos, para todas las necesida-des de la Iglesia y del Reino, v particularmente parala conservación de los frutos ele la tierra. ¡ Mas ay !

deberes tan necesarios y fundados sobre tan interesan-tes motivos están casi enteramente olvidados ; al pasoque a muchos cristianos se los ve continuamente en lasvogu.'s (:) mundanas. Ahora bien, si la Iglesia nos or-dena orar durante aquellos cuatro días, ¿ asistiremos atales funciones con repugnancia, sabiendo que se cele-bran para aplacar la cólera de Dios y para librarnosde los males que merecen nuestros pecados?

Sabéis, H. M., a qué nos invita la Iglesia al lla-marnos a las procesiones ? Vedo, H. M. A que dejemospor un momento nuestros trabajos de la tierra y nos

ocupemos en la tarea de nuer*ra salvación. ¿ Queréisma y or dicha, queréis may or gracia que :ade vernos

tn :a -rzente ley eclesiástica la sido sup rirnida esta obligaciónde !a ab. tincncia en tiempo de Rogativas iota cl-' Tr d.,.

Lasvosees son unas fiestas mundanas y buLcio=_as, que secelebran durante ciertas épocas -lel año en a región lionesa. las cualesa veces duran ocho días. Espcctáculcs al aire libre y danzas públicasconstituyen el atractivo y el peligro de tales fiestas.

forzados, en cierta manera, a salvar nuestra alma ?Dios mío, qué don tan inefable !... en esas procesiones

buscamos el cielo. En tales momentos hacemos lo que lossantos hicieron durante toda la vida. Decidme, H. M.,qué hizo Jesucristo durante su vida? Nada más

sitio trabajar para salvarnos. Pues bien, H. M., tales lo que hacemos nosotros en el día de San Marcos yen los de Rogativas. ¡ Cuánta dicha, H. M., trabajar

en aquel momento por la salvación de nuestra alma !¡ Av ! H. I., ¡ con cuán poco se contenta Dios, si com-paramos nuestros pecados y lo que ellos merecen, conlo que hicieron los santos ! No se contentaron ellos conalgunos días de ayuno, algunos viajes de devoción, oalgunos días de abstinencia ; ved cuántos años de lágri-mas y penitencia por muchos menos pecados que nos-otros ! Ved a San Hilarión, llorando por espacio deochenta años en un bosque. Ved a San Arsenio, quepasó buena parte de su vida entre caos peñas. Ved aSan Clemente, quien soportó un martirio ele treinta ydos años. Mirad aún esa turba de mártires, que dieronsu vida por asegurar la salvación de su alma. Hallamosun ejemplo admirable de ello en la persona de SantaFelicitas, madre de siete hijos, que vivió en tiempo delemperador Antonino. Viendo los sacerdotes gentiles ladestreza de aquella santa mujer en hacer que la gen-

.te abandonase la idolatría, dijeron al emperador :,Creemos deber nuestro, señor, darlos cuenta de quehay en Roma una viuda con siete hijos, que, perte-neciendo a la impía secta llamada cristiana, hacen sacri-

legos votos, los cuales excitarán, seguramente, la im-placable cólera de vuestros dioses». Al momento elemperador ordenó al prefecto que hiciese compareceraquella viuda, y la obligase, con toda suerte de tor-mentos, a sacrificar a los dioses, y , en caso de negarse,la hiciese morir. El prefecto, después de haberla lla-mado a su presencia, invitóla amigablemente a que

148 OBRE LAS ROGATIVAS

PROCESIONES, ABSTI\ENCIA Y CUATRO TÉMPORAS 49

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dejase su impía religión y sacrificase a los dioses delimperio ; de lo contrario, el emperador había ordenadodarle muerte. Mas Santa Felicitas le contestó con cris-tiana energía : ':Yo esperéis, o:.Ptr .io ganarme ni co5vuestras s'::pliicas, ni con vuestras amenazas. Podéisescoger entre dejarme vivir, darme muerte ; mas es-tad cierto de que seréis vencido por una mujer». Díjoie

el prefecto : «Si quieres morir, muere en b •.:era hora,mas no seas la causa de la muerte de tus hijos». «Mishijos perecerían, si llegasen a sacrificar a :os demoniosque son tus dioses ; mas si mueren por e_ verdaderoDios, vivirán eternamente.» A lo cual dijo e l prefecto :«A lo menos ten piedad de tus hijos que están en laflor de la edad». «Guarda para otrostu compasión, nos-otros no la aceptamos.» Y al momento volviéndosehacia sus hijos, que estaban presentes, elijo : «Mirad,hijos míos, ese cielo tan alto y hermoso ; allí es dondeJesucristo os es p era para reco:np,nsaros • luchad gene-

rosamente, hijos míos, por el gran Rey de cielos ytierra». Entonces la golpearon fieramente en el rostro.El prefecto hizo venir a su presencia al primero de sushijos, llamado Jenaro ; no pudiendo conquistarle, mandóque fuese cruelmente azotado y llevado después a la cár-cel. A continuación se presentó Félix, quien contestó alprefecto : «No, prefecto, no me harás renunciar a miDios para sacrificar al demonio ; puedes someternos a lostormentos que se te antojen, no los tememos». Despuésde haberles Publio hecho com parecer a todos sin obte-ner resultado alguno, el último le dijo : «¡ Ah ' prefec-to, i si supieses las llamas que tienes preparadas paraabrasarte en ellas por toda la eternidad j Ah : j si supie-ses cuán pronta está para castigar la justicia de Dios

del `ic mr,o que nuestro Dios te concedeaún para arrepentirte». Nada pudo hacerlos retroceder,y el prefecto los hizo perecer a todos ; mas, durante laejecución, la mane los estaba animando a sufrir gene-

rosamente por Jesucristo : «Valor, hijos míos ; mirad alcielo, donde Jesucristo os espera para galardonaros».

Pues bien, aquí veis lo que hicieron los santos, que,como nosotros, no tenían más que un alma para salvary un Dios a quien servir. Sí, H. M., no se contentaroncon algunas oraciones cual las que hacemos nosotros

en determinados días en que la Iglesia nos llama a orar ;sino que llegaron a dar valerosamente su vida por salvarel alma. Concluyamos, pues, H. M., diciendo que debeser para nosotros un gran placer, un motivo de júbilo,el asistir a todas esas devotas procesiones que se celebrandurante el año, a las que hemos de venir con un deseosincero de implorar misericordia. Procuremos evitar queel respeto humano o una leve incomodidad nos haganjamás faltar a la ley de la abstinencia o del ayuno. Di-chosos nosotros, H. M., si cumplimos estas pequeñasprácticas de piedad, ya que con ellas dejaremos muy

contento y satisfecho al Señor...

PARA El. DÍA DE LA ASCENSIÓN 51

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PARAEL DÍADE LAASCENSIÓN

(azuleteet exultate, quontam

ru<nrts vestra copiosa est in caen:.

Regocijaos y dad lugar a la ale-gría, ya que una gran recompen-sa os está prometida en el cielo.

(S. Mat., V, r2.)

Tales fueron, H. M., las confortadoras palabras queJesucristo dirigió a sus Apóstoles para consolarlos y ani-marlos a sufrir con valor las cruces y las persecucionesque los esperaban. «Sí, hijos míos, les dijo aquel Padreamoroso, seréis el objeto del odio y del desprecio de losmalos, seréis las víctimas de su furor ; los hombres os

odiarán, os conducirán ante los príncipes de la tierra,para juzgaros y condenares a los más horribles tormen-tosy a la muerte más cruel y vergonzosa ; pero, lejosde atemorizares, regocijaos, puesto que en el cielo osestá reservada una gran recompensan. ¡ Oh, hermosocielo ! ¡ quién no te amará, cuando tantos bienes se en-cierran en tu seno ! ¿ No era, por ventura, H. M., la

consideración ele esa recompensa lo que hacía a Ios Após-toles infatigables en sus trabajos, invencibles contra laspersecuciones que hubieron de arrostrar de parte de susenemigos ? ¿No era el pensamiento de ese hermoso cielolo que hacía comparecer a los mártires ante sus juecescon un valor que asombraba a los mismos tiranos ? ¿ Noera la visión de tan excelso objeto lo que extinguía elardor de las llamas destinadas a devorarlos y embotabael filo de las espadas que debían herirlos ? ¡ Oh ! ¡ cuálsería su dicha, al sacrificar sus bienes y su vida por Dios,con la esperanza de que iban a pasar a una vida mejor,

la cual no había de tener fin ! ¡ Oh, dichosos habitantesde la ciudad celeste, cuántas lágrimas habéis derrama-do y cuántos sufrimientos habéis experimentado parallegar a la posesión de vuestro Dios ! ¡ Oh ! nos dicendesde lo alto de aquel trono de gloria en que están senta-dos, ¡ oh ! ¡ cuán abundantemente nos recompensa Dioslo poco bueno que hicimos ! Sí, nosotros le veremos a

este Padre tierno ; sí, nosotros le bendeciremos a esteamable Salvador ; sí, nosotros le cantaremos himnos

de gracias a este caritativo Redentor, durante una seriede años sin fin. ¡ Oh dichosa eternidad ! exclaman,

¡ cuántas alegrías y dulzuras nos harás experimentar !Hermoso cielo, ¿ cuándo te veremos ? Oh dichoso

momento, ¿cuándo vas a ¿legar ? (r) No dudo, H. M.,que todos deseáis y suspiráis por llegar a una tan grandedicha mas, para hacer que la deseéis aún con mayor

ardor, voy a poneros de manifiesto, en cuanto me seráposible hacerlo, la felicidad que embriaga a los santos ;

ydespués, el camno que hay que seguir para llegara ella.

I. — Si tuviese, H. M., que pintaras el tristísimo

cuadro de las penas que experimentan los réprobos en elinfierno, comenzaría por demostraras la certeza de talespenas ; después pondría ante vuestros ojos, temblando,o mejor dicho, con una especie de desesperación, la mag-nitud y la duración de los males que sufren y sufriráneternamente. Después de escuchar tan triste narración,os sentiríais sobrecogidos de terror, y, para hacéroslo

penetrar mejor, os señalaría las causas que pueden tanvivamente devorar aquellas almas con el horror y deses-peración más espantosos. Son cuatro esas causas, os di-ría, a saber : la privación de la vista de Dios, el dolor que

ir) Es cierto que fuimos creados para ser felices : desee el más?obre al más rico, todos van en busca de algo Que les satisfaga y llenesus deseos. (tiota del Santo).

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las atormenta, la certeza de que aquello no ha de tenerfin, y la consideración de los medios que estuvieron ensu mano para tan fácilmente librarse de aquellos males :los cuales pensamientos serán otros tantos verdugos quelas atormentarán durante toda la eternidad. En efecto,aunq ue durante mil eternidades, si mil eternidades fue-sen posibles, un condenado deje oir los gritos más des-

garradores y dignos de compasión pidiendo la dicha dever a Dios un solo minuto, es cierto que jamás ello leserá concedido. Además, habéis de saber que en cadainstante sufre más él solo que no sufrieron todos los már-tires juntos, o por mejor decir, en cada mnuto expe-

rimenta todos los sufrimientos que le atormentarán portoda la eternidad. La tercera fuente de suplicio es saberque, a pesar del rigor de tales penas, ellas jamás se

acabarán. Pero lo que completará la desesperación y su-frimiento de aquellos infelices, será ver los medios faci-lísimos que tenían a mano, no sólo para evitar tantos

horrores, sino para ser dichosos por toda una eternidad ;continuamente verán las gracias que Dios les ofrecierapara salvarse, trocadas entonces en otros tantos verdu-gos devoradores. Desde el fondo de los abismos, verána los bienaventurados triunfantes en tronos de gloria,llenos de un amor tan tierno y ardiente que los tendrácomo sumidos en continua embriaguez ; mas ellos, alpensar en las gracias que les diera Dios y ellos despre-ciaron, clamarán con tan espantosos alaridos de rabia ydesesperación que, si Dios permitiera q ue fuesen oídos,el universo entero perdería su ser y se sumiría en el caos

y en la nada. Después comenzarán a vomitar unos con-tra otros las más horribles blasfemias. El hijo dirá a gri-tos que se perdió porque sus padres lo quisieron ; invo-cará la cólera de Dios, y con los más horribles clamorespedirá le sea permitido convertirse en verdugo de su pa-dre. La hija arrancará los ojos a su madre, la cual, en

vez de guiarla al cielo, la empujó, la arrastró al infierno

con sus malos ejemplos y con palabras que sólo respira-ban mundanidad y libertinaje. Tales hijos vomtarán

horribles blasfemias contra Dios por no darles suficientepoder y furor para hacer sufrir a sus padres ; se precipi-tarán a los abismos cual desesperados, para arrancar yempujar a los demonios y arrojarlos sobre sus padres ysus madres ; para dar a entender con todo esto que, por

haber causado su perdición, cuando tan fácilmente po-dían salvarlos, nunca serán bastante atormentados. ¡ Oheternidad desdichada ! Oh desgraciados padres y ma-dres, ¡ cuán horribles son los tormentos que os están re-servados ! ¡ Dejad pasar unos momentos y lo experimen-taréis ; dejad pasar unos momentos y os abrasaréis enlas terribles llamas !...

Mas no, H. M., no vayamos más lejos ; no es éste elmomento de detenernos a considerar un objeto tan tris-te y desgraciado ; no turbemos la alegría que hemos

experimentado al ver acercarse un día consagrado a pu-

blicar la felicidad de que gozan los escogidos en la ciu-dad celestial y permanente. Os he dicho, H. M., que

cuatro cosas agobiarán y llenarán de penas a los ré-

probos al revolcarse en las llamas ; asimsmo os diré

que, por lo que se refiere a los bienaventurados, cuatrocosas se juntarán para no dejarles nada que desear. Yson : I.' la vista y presencia del-Hijo de Dos, que se

manifestará en todo el esplendor de su gloria, de su

hermosura y de todas sus gracias ; es decir, tal cual esen el seno de su Padre ; 2.' l torrente de dulzura y de

castos placeres de que gozarán, semejante al desborda-miento de un mar agitado por los furores de una horribletempestad, que transporta sobre sus olas a los que recibeen su seno, sumiéndolos en una embriaguez tan arro-badora que llega a hacer olvidar la propia existencia.La tercera causa de felicidad en medio de tantas deli-cias, será la seguridad de que éstas no tendrán fin ; y,finalmente, lo que acabará de anegarlos en el torrente

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de amor, será ver que tantos bienes les son concedidospara premiarles sus virtudes y las penitencias practi-cadas en este mundo. Aquellas santas almas verán,entonces, que a sus buenas obras deben esos castosabrazos con que su Esposo las favorece.

Ante todo digo queel primer transporte de amorque embargará su corazón, será la vista de las bellezasque descubrirá su proximidad a la presencia de Dios.En este mundo, por hermoso y sugestivo que sea el ob-jeto que nos llama la atención, al poco tiempo de gozarcontemplándolo, nuestro espíritu se cansa, y se vuelvea otro lado, si allí encuentra algo que le satisfaga ;pasa constantemente de una cosa a otra, sin hallarnada que le complazca enteramente ; mas en el cielono ocurre esto así ; allí, por el contrario, es precisoque Dios nos haga partícipes de sus fuerzas, parapoder soportar todo el esplendor de su hermosura y

de las cosas dulces y maravillosas que constantemente

se ofrecerán a nuestros ojos ; lo cual sume a las almasde los escogidos en un tal abismo de suavidad y deamor, que les impide distinguir si realmente viven, osi se han transformado en el mismo amor. ¡ Oh moradafeliz ! ¡ oh dicha perdurable ! ¿ quién podrá un día dis-frutar de tus encantos?

En segundo lugar, digo que, por grandes y mara-villosas que sean tales dulzuras, oiremos continuamen-te el canto de los ángeles anunciándonos que ellas du-rarán para siempre jamás. Dejo a vuestra consideraciónel gusto con que escucharán esto los bienaventurados.

En tercer lugar, hemos de tener presente que, eneste mundo, si a veces experimentamos algún placer,no tardamos tampoco en sentir alguna pena que amar-gue su dulzura, ya por el temor de perderlo, ya porlos cuidados que exige el conservarlo : y esto hace quejamás quedemos plenamente satisfechos. Mas en el cie-lo esto no acontece : allí estamos sumergidos en toda

alegría y delicia, con la seguridad de que nada podrájamás arrebatárnosla ni disminuirla.

En cuarto lugar, digo que la última flecha de amorcon que será atravesado nuestro corazón, es el cuadroque Dios presentará ante nuestros ojos, formado porla visión consoladora de todas las lágrimas por nos-otros derramadas, de todas las penitencias practicadasdurante nuestra vida, sin que falte allí niel más insig-nificante buen pensamiento ni el más leve deseo. ¡ Oh !¡ qué alegría para un buen cristiano al ver ensalzadoel desprecio de sí mismo, las asperezas inferidas a sucuerpo, y el placer que experimentaba al verse menos-preciado ! Verá entonces su fidelidad en rechazar todomal pensamiento con que el demonio intentaba man-char su imaginación ; recordará los momentos dedica-dos a prepararse para la confesión, y su diligenciaen acudir a participar de la Sagrada Mesa ; tendrá de-

lante de sus ojos cuantos actos de desprendimiento hayaejecutado, despojándose de lo su yo propio para cubriral indigente que sufría. u¡ Oh, Dios mío, exclamará acada momento, cuántos bienes por cosas tan insigni f-cantes !» Mas Dios, para inflamar más ymás a losescogidos en su amor y excitarlos al recogimiento,pondrá en medio de su corte la cruz ensangrentada,y les describirá todos los sufrimientos que El ex-perimentó para conquistarles la felicidad, obede-ciendo sólo a los impulsos de su amor. Ya podéisimaginaras cuáles habrán de ser sus trans p ortes de

amor y de agradecimiento ; ¡ qué castos abrazos van aprodigarle por toda la eternidad, recordando que aque-lla cruz es el instrumento de que Dios se sirvió paraprocurarles tantos bienes !

Los Santos Padres, al describirnos las penas quelos réprobos experimentan, nos dicen que cada sen-tido estará atormentado según los crímenes que co-metieron y los placeres de que gustaron : el que tuvo

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la desgracia de entregarse al vicio de la impureza,estará cubierto de serpientes y dragones que le de-vorarán por toda la eternidad ; sus ojos que se com-placieron en deshonestas miradas, sus oídos que es-cucharon con gusto cantos y conversaciones impúdi-cas, su boca que vomitó toda clase de inmundicia,serán otros tantos canales de donde saldrán torbellinos

de devoradoras llamas ; sus ojos no verán otra cosaque los más horribles objetos. El avaro sentirá tantahambre que se devorará a sí mismo, el orgulloso serápisoteado por los demás condenados, el vengativo seráarrastrado a las llamas por los demonios. No, H. M.,no habrá parte de nuestro cuerpo que no sufra a pro-porción de los crímenes que cometió. ¡ Oh, horror !¡ Oh, desgracia espantosa !...

Pues yo digo que lo mismo acontecerá respec-to a la felicidad de los bienaventurados en el cielo :su dicha, sus goces y su alegría estarán a propor-ción de lo que hicieron sufrir al cuerpo durante suvida. Si tuvimos horror a los cantos y conversacionesinfames, en el cielo no oiremos más que tiernos y

maravillosos cánticos, con que los ángeles harán re-sonar la celestial bóveda ; si fuimos castos en nues-tras miradas, nuestros ojos no se ocuparán más queen contemplar cosas cuya belleza los tendrá en unéxtasis continuo, del cual jamás se cansarán : es decir,iremos siempre descubriendo nuevas bellezas semejan-tes a una fuente de amor que mana sin cesar. Nuestro

corazón, que en su destierro había gemido y llorado,estará embriagado en una dulzura tal, que no seráduelo de sí mismo. El Espíritu Santo nos dice quelos castos se asemejarán a una persona recostada enun lecho de rosas, cuyos perfumes la mantienen enéxtasis continuo. En una palabra, los santos, durantetoda una eternidad, no harán sino gozarse en mediode castos y puros placeres.

Pero, pensará alguien para sí, en el cielo todos se-remos igualmente felices.—Sí, amigo mío, mas habráentre los bienaventurados alguna diferencia. Si los con-denados son desgraciados y padecen según los críme-nes que han cometido, también es cosa indudable que,cuanto más penitencia hayan hecho los santos, másbrillante será su gloria ; ved cómo se realizará esto.Es necesario, o mejor, conviene que Dios nos dé fuerzas

proporcionadas al estado de gloria con que quiereagraciarnos, de suerte que El nos dará fuerzas a pro-porción de las suavidades y dulzuras que quiere ha-cernos gustar. A los que practicaron grandes peniten-cias sin haber cometido pecados, les dará fuerzassuficientes para soportar las gracias que durante laeternidad les va a comunicar. Y es innegable que to-dos estaremos muy contentos y felices, y a que halla-remos cuantas delicias nos convengan para que nadamás podamos desear. «¡ Oh, Dios mío ! ¡ Dios mío !, ex-clamaba San Francisco de Sales, durante una tentación

que sufría, vuestros juicios son espantosos ; mas sifuese tan desdichado que no pudiese amaros en la eter-nidad, ¡ ah ! concededme, a lo menos, la gracia deamaros cn este mundo cuanto me sea posible.): ;= !¡ si a lo menos, pobres pecadores que no queréis retor-nar a vuestro Dios, si a lo menos abundaseis en losmismos deseos de este gran Santo, y amaseis a Dioscuanto os fuese posible en esta vida ! ¡ Oh, Dios mío !¡ cuántos, entre los cristianos que me escuchan, no osverán jamás ! ¡ Oh, hermoso cielo ! ¡ Oh, deliciosa mo-rada ! ¿ cuándo te veremos? ¡ Oh, Dios mío ! ` bastacuándo nos dejaréis penar en esta tierra extranjera, eneste destierro ?... ¡ Ah ! ¡ si veis a aquel a quien ama micorazón ! ; ah ! ¡ decidle que estoy penando de amor,que no puedo vivir, que me muero sin remedio !... ¡ Ohquién me dará alas corno a la paloma para abandonar

este destierro y volar al seno de mi Amado !... ¡ Oh, ciu-

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dad dichosa, de la cual están desterradas todas laspenas, y donde el bienaventurado se mece en un de-licioso torrente de amor eterno ! .. .

II. — Pues bien, amigo mío, ¿ te disgustaría perte-necer al número de esos escogidos, mientras los con-denados se abrasarán, y dejarán oir horribles gritos sin

la menor esperanza de que tenga fin su tormento ?—¡ Oh !, me dirás, no solamente no me disgustaría, sinoque va quisiera estar allí.—Va contaba yo con esa res-puesta ; pero no hay bastante con desearlo, sedebe tra-bajar por merecerlo.—Pues ¿ qué se debe hacer ?—¿ Nolo sabes, amigo ? helo aquí : escúchame y vas a saberlo.Conviene que no te aficiones tanto a los bienes de estemundo, es necesario q ue tengas un poco más de caridadpara con tu mujer y tus hijos, tus criados y tus veci-nos ; que tengas un corazón más tierno para con losdesgraciados ; en vez de atesorar dinero y preocuparte

de la compra de tierras, sería mejor que pensases en com-prarte un lugar allá en el ciclo ; en vez de trabajar endomingo, fuera mejor santificarlo acudiendo a la casade Dios para llorar allí tus pecados, pedir perdón delos mismos, e implorar la gracia de jamás recaer enellos ; lejos de no conceder a tus hijos y a tus sirvientesel tiempo necesario para que cumplan sus deberes reli-giosos, debieras ser el primero en inducirlos a ello contus palabras y ejemplos ; en lugar de enfurecerte cuan-do te sobreviene la menor contradicción, deberías con-siderar que por tus pecados mereces muchísimo más,

y que Dios se porta contigo de la manera más convenien-te para asegurarte un día la felicidad. He aquí, amigomío, lo que deberías hacer, y no haces, para ir al cielo.

No, es verdad, me dirás. — Mas ¿ qué va a ser de ti,hermano mío, siguiendo como sigues el Lamino queconduce a un lugar donde tan horribles males se pa-decen ? Anda con cuidado ; si no abandonas esa senda,

pronto vas a caer en el abismo ; haz a este respecto tusreflexiones, y pronto me dirás lo que ellas te inspiran,y yo te explicaré lo que conviene hacer. ¿No envidias,por ventura, amigo mío, la suerte de esos felices mora-dores de la corte celestial ?—¡ Ah ! ya quisiera estar allí ;al menos quedaría libre de las miserias de este mundo.—También lo quisiera yo ; mas hay otras cosas que hacery en que pensar.—Decidme lo que debo hacer, y Io haré.—Veo que piensas . bien : escúchame, pues, un momentoy lo vas a saber. Haz, empero, el favor de no dormirte.Es, necesario, hermana mía, ser más sumisa a tu ma-rido, evitando que por una pequeñez se te suba la san-gre a la cabeza ; y así, cuando le veas venir tomado delvino o cuando haya hecho un mal negocio, has de pro-curar no desencadenar tu ira contra él hasta enfurecerloy dejarlo fuera de sí. De aquí vienen las blasfemias emaldiciones sin cuento contra ti, las cuales escandali-

zan a tus hijos y criados ; lejos de ir de casa en casacontando lo que dice o lo que hace tu marido, deberíasemplear el tiempo orando para que el Señor te conce-diese paciencia y la sumisión que a tu marido debes,así como la gracia de oue Dios sea servido tocarle elcorazón para que se enmi,-vde. Aun sé más cosas de lasque hay necesidad de practicar para ir al cielo : escú-chame, madre cristiana, pues no vas a tener por inútilesmis consejos. Tendrías que dedicar mayor espacio detiempo a la educación de tus hijos y servidores, ense-irándoles lo que deben practicar para ir al cielo ; debe-

rías también ser menos diligente en comprarles vestidoscon adornos demasiado superfluos, pues así te quedaríaalgo para dar limosna y atraer con ella la bendiciónde Dios, o bien no te verías obligada a contraer deudas ;habría que dejar a un lado tantas vanidades, y qué séyo cuántas cosas más. Sería necesario que en tu com-portamiento brillase siempre el buen ejemplo, una granconstancia y puntualidad en las oraciones de la mañana

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y de la noche, una preparación diligente para acercartea la Sagrada Mesa, la frecuencia de sacramentos ; con-vendría mostrar mayor desasimiento de las cosas terre-nas, usar siempre un lenguaje que revelase tu despreciopor las cosas de este mundo, y la estima en que tieneslas de la otra vida. Tales deberían ser tus preocupacio-nes y cuidados ; si te portas de otra manera, estás per-

dida ; reflexiónalo bien hoy, puede que mañana no tequede tiempo ; examna todo esto con detención y

juzga por ti msma ; llora tus culpas, y procura obrar

mejor, de lo contrario nunca llegarás al cielo.¿No te causan una santa envidia, hermana mía,

esas maravillosas bellezas en -que los santos se embria-gan ? — ¡ Ah !, uie contestarás, una dicha bastante me-nor me la causaría. — Tienes razón ; creo que me acon-tecería lo msmo a m ; mas lo que me preocupa es

pensarque nada he hecho para merecer tanto bien ;

¿ tal vez te halles tú en el mismo estado ? — Sea lo quefuere, pensad que estoy pronta a hacerlo, en cuantode ello tenga conocimiento ; ¿ qué no deberemos em-prender para alcanzar tantos bienes? Si fuese necesarioabandonarlo todo y sacrificarlo todo, hasta dejar cl

mundo- para ir a pasar el resto de la vida en un monas-terio, con mucho gusto lo haría. — Muy bien hablado :tales pensamientos son verdaderamente dignos de unabuena cristiana ; no creía llegase a tanto tu valor ; masdebo decirte que Dios no te pide tanto. — Pues bien,pensarás, decidme lo que hay que hacer y lo haré muy

gustosa. — Voy, pues, a decírtelo, suplicándote que

reflexiones mucho sobre ello. Debes no cumplimentartanto a tu cuerpo, antes bien procurarle alguna mortifi-cación ; no preocuparte tanto de que tu hermosurapueda perderse o disminuir ; no gastar, los domingospor la mañana, tanto tiempo en componerte, contem-plándote en el espejo, a fin de que te quede mayorespacio para dedicarlo a tu Dios. Has de ser más obe-

diente a tus padres, considerando que a ellos, despuésde Dios, es a quienes debes la vida, y que has de obe-decerles de todo corazón sin quejarte ni manifestar

desagrado alguno. En vez de dejarte ver en lugares deplacer, en bailes y reuniones, mejor sería que frecuen-tases la casa del Señor, para orar, para arrepentirte detus pecados y para alimentarte con el Pan de los An-

geles. Has de mostrarte más reservada en tus palabras,más reservada en las conversaciones que sostienes conpersonas de distinto sexo. He aquí lo que únicamentequiere Dios de ti ; si lo practicas, alcanzarás el cielo.

Y tú, hermano, ¿qué piensas de todo esto? ¿Haciaqué lado se inclinan tus anhelos ? — ¡ Ah !, dirás ¡ cuán-to preferiría ir al cielo donde se mora tan plácidamente,a ser arrojado al infierno donde se sufren tantos y

tan diversos tormentos ! mas ello será seguramente muylaborioso, y me habrá de faltar cl valor. ¡ Si unsolo

pecado nos lleva a la condenación, yo que a cada ins-

tante me enciendo en cólera, no me atrevo a intentartamaña empresa ! — ¿No te atreves a tal empresa ? Es-

cúchame un momento, y te voy a mostrar claramente

cómo ello no es tan dificultoso cual a ti te parece ; te

vaa costar menos agradar a Dios y salvar tu alma,

que no procurarte los placeres terrenos y agradar al

mundo. Les cuidados e inquietudes que hasta el pre-

sente habías dedicado al mundo, empléalos en dirigirtea Dios, y verás cómo El es menos exigenteque el mun-do. Los placeres van siempre acompañados de tristezas

y amarguras, y seguidos dcl remordimiento de haberlos

gustado. Cuántas veces, al regresar de la taberna o delbaile, en donde habrás empleado buena parte de la

noche, te habrás dicho : : Mesabe mal haber ido : si

hubiese sabido loque allí se hace, no hubiera asistido».Mas si, por el contrario, hubieses empleado la nocheen la oración, lejos de sentirte enojado, experimentaríasdentro de ti mismo una cierta alegría, una dulzura que

SERM. CURA ARS - T. 11

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abrasaría tu corazón con sus flechazos de amor. Llenode gozo, dirías como el santo rey David : «j Oh, Diosmío ! un día pasado en vuestro templo, es preferible amil empleados en las reuniones mundanas». Los pla-ceres de que disfrutas en el mundo te fastidian ; casitodas las veces que te entregas a ellos, formas propósitode no volverlos a gustar ; hasta no es raro que llorescasi como desesperado, porque no sabes corregirte ;maldices a las personas que comenzaron a apartarte delan ne:la senda ; a cada instante te quejas de tu malasuerte ; envidias la dicha de los que pasan tranquila-mente sus días en la práctica de la virtud y en un en-tero desprecio de los goces del mundo ; cuántas vecestus ojos se anegaron en lágrimas al ver la paz y alegríaqueresplandecen en la frente de los buenos cristianos ;¿que se yo? hasta llegas, tal vez, a envidiar a las per-sonas que tienen la dicha de vivir bajo un mismo techoque ellos.

He dicho, amigo mío, que, después de haber pasa-do las noches entre los CNCCSOSdel vicio y del liberti-naje, sólo hallas, como resultado de todo aquello, tur-bación, fastidio, remordimiento y desesperación ; pormás que Layas hecho por tu parte todo lo posible paradarte satisfacción, no has podido lograr tu objeto.Pues bien, amigo mío, ve cuánto más dulce es sufrirpor Dios que no por el mundo. Cuando se han pa-sado una o más noches en oración, lejos de sentirseuno disgustado, de arrepentirse de ello, de envidiar alosque pasan ese tiempo durmiendo en lecho blando,por el contrario, se llora su ceguera y su desdicha ; sebendice mil veces al Señor por habernos inspirado elpensamiento de procurarnos tanta dulzura y consuelo ;lejos de maldecir a los que nos indujeron a abrazarun tal género de vida, al verlos se nos escapan lágrimasde agradecimento, tanta es la felicidad que sentimos ;lejos de concebir el propósito de no volver a las delicias

del espíritu, nos sentimos inclinados a buscarlas másy más, y sentimos una santa envidia por los que nose ocupan en otra cosa que en alabar al Señor. Siderrochaste tu dinero en placeres, al día siguiente tearrepentirás de ello ; mas un cristiano que lo dé a unpobremiserable falto de recursos para vivir, un cris-tiano que haya vestido al desnudo, lejos de arrepentirse,

anda buscando ocasiones para repetir tal linaje de bue-nas obras ; v si es necesario, está dispuesto a privarsede lo indispensable, a despojarse de todo, tanto es su

jesucristo,de aliviar a esucristo, en la persona de sus po-bres. Pero, sin ir tan lejos, amigo mío, nada te costaría,cuando te hallas en el templo, mantenerte respetuosoy modesto en vez de reir v volver la cabeza a uno yotro lado ; harías muy bien postrándote con ambas ro-dillas, en vez de mantener una en el aire ; cuando oyesla palabra de Dios, ¿ te sería, por ventura, másmolestoescucharla con ánimo de aprovechar sus enseñanzas y

practicarla en lo posible, que salir fuera a conversar decosas indiferentes o tal vezpecaminosas? ¿No estaríasmás satisfecho si tu conciencia de nada te acusase,y si te acercases de cuando en cuando a recibir lossacramentos, en los que tanta fuerza hallarías para so-portar con paciencia las miserias de la vida? Si no que-réis creerme, H. M., preguntádselo a los que han cum-plido con el precepto pascual, y os dirán el contentoque experimentaron durante algún tiempo : a saber,mientras tuvieron la dicha de vivir en amistad con Dios.

Dime, amigo, ¿ te mortificaría tanto el que tus pa-

dres te reprendiesen porque has estado demasiado tiem-po en la iglesia, como si te echasen en cara el haberpasado la noche en medio del jolgorio? No, no, amigo,por cualquier lado que consideres lo que en el mundohaces, verás que te resulta más costosoque agradar aDios y salvar tu alma. Y no te hablaré de la diferenciaque a la hora de la muerte ha y entre un cristiano que

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ha servido fielmente a su Dios, y los remordimientos ydesesperación del que sólo ha seguido sus placeres,no buscando otra cosa que satisfacer los corrompidosdeseos de su corazón. Nada, en efecto, tan hermosocomo presenciar la muerte de un santo : el mismo Diosse digna estar allí presente, según se refiere en la vidade muchos. ¿ Puede comparársela con los horrores que

rodean la del pecador, en que tan de cerca le acechanlos demonios, devorándose unos a otros, para mirarquién tendrá la bárbara satisfacción de arrastrarle pri-mero al infierno ? Mas no sigamos por ahí, dejemostodo esto ; y consideremos solamente la vida presente.

De lo dicho hemos de deducir que, si hicieseis porDios lo que hacéis por el mundo, seríais, en verdad,unos santos. — ¡ Oh !, dirás para ti, nos decís que noes difícil ir al cielo ; pero me parece que bastantes sa-crificios hay que aceptar. — L.dudablemente ; han dehacerse algunos sacr ificios, de 10 contrario serla falso lo

que dijo Jesucristo, que la puerta del cielo es estrecha,que cuesta mucho trabajo el entrar, que hay que re-nunciar a sí mismo, tomar la cruz y seguirle, que mu-chos no serán contados en el número de los escogidos ;por lo cual nos promete el cielo como una recompen-sa que nos habremos merecido. Mirad lo que hicieronlos santos para obtenerla. Id, H. M., a esos antros delcorazón del desierto, entrad en los monasterios, recorredaquellos peñascos, y preguntad a la plé yade de santosque allí habitaron : ¿ Por qué tantas lágrimas y tantaspenitencias? Subid a los patíbulos de los mártires, e

informaos de lo que pretenden conseguir. Todos oscontestarán que cuanto hacen es para ganar el cielo.Oh, Dios mío ! ¡ cuántas lágrimas derramaron durante

años y años esos pobres solitarios ! ¡ Oh, Dios mío !¡ cuántas penitencias y rigores infligieron a sus cuer-pos eses ilustres anacoretas ! ¿Y quisiera yo ahorrarmetodo sufrimiento, yo, que alimento las mismas esperan-

zas y deberé sujetarme al examen de un mismo juez?¡ Oh, Dios mío ! ¡ cuán perezoso soy cuando de trabajarpara el cielo se trata ! ¡ Vuestros santos van a servirmede condenación cuando os muestren los sacrificios quehicieron por agradaros ! Dices que es costoso ir al cie-lo. Dime, amigo mío, ¿no costó nada a San Bartolomé,cuando se dejó desollar vivo para agradar a Dios ?¿No costó nada a San Vicente, cuando fué extendidosobre un caballete en donde le abrasaban el cuerpo conantorchas encendidas, hasta que sus entrañas cayeronal fuego ; y cuando, después, fué conducido a la cárcel,donde se le había preparado una cama con fragmentosde botellas de vidrio, y se le obligó a echarse en ella?Pregunta, amigo mío, a San Hilarión cómo pasó losochenta años en el desierto, llorando noche y día. Ve ainterrogar a San Jerónimo, aquel gran sabio : pregún-tale por qué se golpeaba el pecho con una piedra, hastaquedar completamente acardenalado. Vete a aquellos

peñascos, en donde hallarás a San Arsenio, y pregún-tale por qué ha dejado los placeres del mundo para ira llorar, durante el resto de sus días, en medio de bes-tias salvajes. Esta y no otra será la respuesta, amigomío : r. ¡ Ah ! fué para ganar el ciclo, aun lo tengo enpoco ; ¡ oh ! ¡ cuán insignificantes son tales penitencias,si las comparamos con la dicha que nos preparan !»No, H. M., no existe linaje de tormentos, que lossantos no ha y an estado dispuestos a sufrir para com-prar ese hernioso ciclo.

Leemos que el emperador Nerón sujetó a los cris-

tianes a crueldades tan horribles, que sólo el pensar enellas nos hace estremecer. No sabiendo cómo iniciarsu persecución contra los cristianos, puso fuego a laciudad, a fin de dar después a entender que era elloobra de los cristianos. Viéndose aplaudido de todos sussúbditos, se entrega a todo lo que el furor podía inspi-rarle. Semejante a un furioso tigre sediento de sangre,

PARA EL DÍA DE LA ASCENSIÓN 67166 ARA El. DÍA DE LA ASCENSIÓN

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a unos hacía coser dentro de la piel de alguna bestia ylos hacía arrojar a los campos para que fuesen comidosde los perros ; a otros hacíalos cubrir con una vestidurabarnizada de pez y azufre, y ordenaba ahorcarlos enlos árboles de los caminos más concurridos para quealumbrasen a los viandantes durante la noche ; en sumismo jardín había hecho trazar dos avenidas con esa

suerte de árboles, y llegada la noche mandaba prender-les fuego, para darse cl placer de pasear en su carrozaa la luz de aquel triste y desiturrador espectáculo. Nohallando aún satisfecho su furor, inventó otro suplicio.Ved cuál era : hizo construir unos recipientes de cobrede la forma de un toro, mandaba calentarlos al rojo du-rante varios días, y echaba dentro a todos los cristianosque podía capturar, e impíamente los veía abrasarse.Durante esta persecución fué cuando murió San Pedro.Estando encarcelado junto con San Pablo, a quien lefué cortada la cabeza, halló San Pedro medio de huirde la cárcel. Al hallarse en camino fuera de Roma, sele apareció el Señor y le dijo : .Pedro, voy a Roma amorir por segunda vez», y desapareció. Conociendo SanPedro, por aquello, que no debía rehuir la muerte, re-gresó a su prisión, donde fué condenado a morir encruz. Cuando oyó pronunciar tal sentencia, exclamó :; Oh, gracia ! ¡ oh, felicidad ! ¡ recibir la misma muerte

que mi Dios !» Mas suplicó un favor a sus verdugos, yfué el de ser crucificado con la cabeza hacia abajo :«Porque, decía él, no merezco yo el honor de morir de

la misma manera que mi Dios». Pues bien, amigo mío,¿ nada les ha costado a los santos llegar al cielo? ¡ Oh,hermoso cielo ! si nos has de ser costoso como a aquellosbienaventurados, ¿ quién de nosotros te alcanzará?Pero no, H. M., consolémonos, Dios no nos exige tanto.

Pero, pensarás, ¿ qué debo, pues, hacer para ir alcielo ? — ¡ Ah ! amigo mío, muy bien sé yo lo quedebe hacerse. ¿ Tienes ganas de alcanzar el cielo? —

¡ Oh ! indudablemente, dirás, este es mi mayor de-seo ; si me dedico a orar, si hago penitencia, es cier-tamente para merecer tanta felicidad. — Pues bien,escúchame un momento y vas a saberlo. ¿ Qué has dehacer ? pues no dejar nunca tus oraciones de la mañanay de la noche ; no trabajar en domingo ; frecuentarlos sacramentos de cuando en cuando, no detenerte a

escuchar el demonio cuando te tiente, sino recurrirprontamente al Señor. — Mas, pensarás tal vez, muchasde estas cosas las haría fácilmente ; pero el confesarseresulta bastante incómodo. — ¿ Hallas esto incómodo,amigo? ¿ prefieres, pues, quedar en manos del demo-nio, antes que echarlo fuera de ti para volver al senode Dios, quien tantas pruebas te ha dado de su bondad ?¿No consideras como un momento de los más felicesaquel en que tienes la dicha de recibir a. tu Dios? ¡ Oh,Dios mío ! si os amásemos, ¡ cuánto desearíamos aquelmomento feliz !...

¡ Valor ! amigo mío, ¡ no te desanimes ! pronto vana acabar tus M enas ; mira al ciclo, aquella morada santay perdurable ; abre tus ojos, y verás a Dios tendiéndoteamorosamente la mano para atraerte hacia El. Sí, ami-go mío, dentro unos instantes te tratará como fué tra-tado Mardoqueo, para publicar la magnitud de tusvictorias sobre el mundo y sobre ci demonio. El reyAsucro, queriendo reconocer los favores de su general,quiso que montase en su carroza triunfal con un he-raldo que le precediese, clamando : (De esta manerarecompensa el rey los servicios que se le han prestado».

Figúrate, pues, que en este momento Dios hace apare-cer ante nuestra vista a uno de aquellos bienaventura-dos con todo el esplendor de gloria de que está revestidoen ci ciclo, mostrándonos la alegría, la dulzura, las de-licias de que están inundados los santos en la patria

celestial,ue nos habla clamando : «¡ Oh, hombrespor qué no amáis a vuestro Dios? ¿Por qué no tTaba-

16 8 ARA EL DÍA DE LA ASCENSIÓN

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jáis por merecer un bien tan excelso ? Oh, hombre

ambicioso, que tienes pegado tu corazón a la tierra, ¿ quéson los honores de este mundo frívolo y perecedero, encomparación de los honores y de la gloria que Dios nosprepara en su reino ? Oh, hombres avarientos que tantodeseáis esas riquezas efímeras, ; cuán ciegos estáis, olvi-dándoos de trabajar por adquirir las que no han de

acabarse jamás ! El avaro busca la felicidad en sus ri-quezas, el borracho en sus bebidas, el orgulloso en sushonores y el impúdico en los placeres de la carne. ¡ Ah !no, no, amigo mío, te engañas, levanta al cielo los ojosde tu alma, fija tu mrada en aquel hermoso paraíso,

y encontrarás tu completa felicidad ; ¡ holla y des-precia la tierra, y así hallarás el cielo ! Hermano mío,¿ por qué te sumes en el abismo de tan vergonzosos vi-cios? ¡ Mira el torrente de delicias que Jesucristo te

prepara en la patria celestial ! ¡ Ah ! ¡ anda suspirandoen pos de aquel feliz momento l...

Sí, H. M., todo nos está diciendo, todo nos incitaa no dejarnos perder un tesoro tal. Los santos que ha-bitan aquella deliciosa morada, claman desde lo alto

de sus tronos de gloria : «¡ Oh ! si pudieseis compren-der la felicidad de que aquí gozamos, a cambio de haberluchado breves momentos». Pero los condenados noslo dicen de una manera aún más conmovedora : «¡ Oh,vosotros que estáis aún en la tierra ! ¡ oh ! ¡ cuán

dichosos sois pudiendo ganar el cielo que nosotros he-mos ya perdido ! ¡ Oh ! si estuviésemos en vuestro lugar,seríamos mucho más juiciosos de lo que fuimos;

hemos perdido a nuestro Dios, y lo hemos perdido parasiempre ! ¡ Oh, desgracia incomprensible... ¡ oh, desdi-cha irreparable !... ¡ nunca te veremos, hermoso cie-lo !...» ¡ Oh ! H . M., t quién de nosotros no deseará,

con grandes ansias, tan incomparable felicidad ?

CORPUS C:HRISTI

Incolaegosun; ;n testa.

Soy como extranjero en tritierra.

(Fs. CxVIII, 19.)

Estas palabras nos recuerdan todas las miserias dela vida, el menosprecio con que hemos de mrar lascosas creadas y perecederas, el deseo con que debemos

esperar la salidade este mundo para encaminarnos anuestra verdadera patria, va que esta tierra no lo es.

Consolémonos, sin embargo, H. M., del destierroa que estarnos sujetos ; en él tenemos un Dos, unamigo, un consolador v un Redentor, que puede endul-zar nuestras penas, haciéndonos vislumbrar grandes

bienes, desde este valle de miserias ; lo cual debe llevar-nos a exclamar, corno la Esposa de Ios Cantares : «¿ Ha-béis visto a mi amado ? y si lo habéis . visto, ¡ ah ! decidle

que no hago más que penar» (i). «¡ Ah ! hasta cuándo,Señor, exclama el santo Rey Profeta en sus transportesde amor y arrobamento, ¡ ah ! hasta cuándo pro-

longaréis mi destierro lejos de Vos?» H. Sí, H. M., másdichosos que los santos del Antiguo Testamento, no

solamente poseemos a Dios por la grandeza de su in-mensidad, en virtud de la cual se halla en todas partes ;

sino que le tenemos con nosotros tal cual estuvo du-rante nueve meses en el seno de María, tal cual estuvoen la cruz. Más afortunados aún que los primeros cris-tianos, quienes hacían cincuenta o sesenta leguas de

(i) Cant., V, S.(2) Ps. CXIX, $.

170 ORPUS CHRISTI CORPUS CHRISTI 71

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camino para tener la dicha de verle, nosotros, H. M.,le poseemos en cada parroquia, cada parroquia puedegozar a su gusto de tan dulce compañía. ¡ Oh, .pueblofeliz !

¿ Cuál es mi propósito? rodio aquí. Quiero mostra-ros la bondad de Dosen la institución del adorablesacramento de la Eucaristía y los grandes provechos

que de este sacramento podemos sacar.

I. — Digo yo que lo que hace la felicidad de unbuen cristiane, hace la desgracia de un pecador. ¿Que-réis de dio una prueba ? vedla aquí. Sí, H. M., para elpecador que no quiere salir del pecado, la presencia oleDios se convierte en un suplicio : quisiera él borrar elpensamiento de que Dios le está mirando y le juzgará ;se oculta, huy e de la luz del sol, se hunde en las ti-nieblas, Siente Indecible horror por todo lo que pue-de evocarle aquel .pensamiento ; un ministro de Dios

le estorba, le causa odio, huye de él ; cuando piensaque tiene un alma inmortal, que hay un Dios que lerecompensará o castigará durante toda la eternidad,conforme a sus obras ; le parece que tales pensamien-tos son otros tantos verdugos que le atormentan sincesar. ¡ Ah ! ¡ triste existencia la de un pecador quevive en pecado ! ¡ Es en vano que te • ocultes de la pre-sencia de Dios, nunca podrás conseguirlo ! ¿ Adán,Adán, dónde estás?» «¡ Ah ! Señor, exclama, he peca-do, y temo vuestra presencia» (i). Adán, temblando,corre a ocultarse, y es precisamente en el momento en

que creía no ser visto de Dios cuando se hizo oir suvoz : «Adán, en todas partes me hallarás ; has pecado,y Yohe sido testigo de tu crimen ; mis ojos estabanfijos en ti». «Caín, Caín, ¿ dónde está tu hermano?»Al oir la voz del Señor, Caín quedó estupefacto. Pero

(i) Gen., III, 9-ro.

Dios le persiguió con la espada en el cinto : «Caín, lasangre de tu hermano clama venganza» (I). ¡ Oh !cuán cierto es que el pecador se halla en un continuadoespanto y desesperación. ¿ Qué hiciste, pecador? Dioste castigará. No, no, exclama, Dios no me ha visto,«no hay Dios». ¡ Ah ! desgraciado, Dios te ve y te cas-tigará. De lo cual concluyo que en vano el pecador

querrá tranquilizarse, olvidar sus pecados, huir de lapresencia de Dios y procurarse todo cuanto su co-razón pueda desear ; a pesar de todo esto, no dejaráde ser un desdichado ; en todas partes arrastrará suscadenas y su infierno. ¡ Ah ! ¡ triste existencia . ! .No,

H. M., no vayamos más lejos; estos pensamientos sondemasiado desesperanzadores ; de ningún modo nosconviene hoy este lenguaje ; dejemos a esos pobres des-graciados en las tinieblas, ya que en ellas quieren vivir ;dejemos que se condenen, ya que no quieren salvarse.

«Venid, hijos míos, decía el santo Rey David, venid,

pues tengo grandes cosas que anunciaros ; venid, yos diré cuán bueno es el Señor para los que le aman.Tiene preparado para sus hijos un alimento celestialque da frutos de vida. En todas partes hallaremos anuestro Dios ; si vamos al cielo, allí estará ; si pasamosel mar, le veremos a nuestro lado ; si nos sumergimosen la profundidad caótica de las aguas, hasta allí nosacompañará» (2). No, no, nuestro Dios no nos pierdede vista, cual una madre que está vigilando al hijitoque da los primeros pasos. «Ahrahán, dice el Señor,anda en mi presencia y la hallarás en todas partes.»«¡ Dios mío !, exclama Moisés, servíos mostrarme vues-tra faz ; con ello tendré cuanto puedo desear» (3). ¡ Ah !cuán consolado queda un cristiano, al pensar que Diosle ve, que es testigo de sus penalidades y de sus com-

(:) Gen., IV, o-ro.

(2 ) Ps. XXXII ; e\XXVII.XXII ;

(3 ) Exod. XXXIII, 13.

CORPUS CHRISTI 73172 ORPUS CHRISTI

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bates, que tiene a Dios de su parte. ¡ Ah ! digámoslomejor, H. M., ¡ todo un Dios le estrecha dulcementecontra su seno ! ¡ Ah, pueblo cristiano ! ¡ cuán dichosoeres al gozar de tantos favores que no se conceden alos demás pueblos ! ¡ Ah ! razón tenía al deciros que,si la presencia de Dios es una tiranía para el pecador,es en cambio una delicia infinita, un cielo anticipado

para el buen cristiano.Sí, H. M., hermoso y consolador es lo que os acabo

de decir, mas aún no es todo ; es poca cosa todavía,me atrevo a decir, en comparación del amor que Jesu-cristo nos manifiesta en el adorable sacramento de laEucaristía. Si me dirigiese a gente incrédula o impía,que se atreve a dudar de la presencia ole Jesucristo eneste adorable sacramento, comenzaría por aportar prue-bas tan claras y convincentes, que morirían de penapor haber dudado de un misterio apoyado en argumen-tos tan fuertes y persuasivos. Les diría yo : si es verdad

la existencia de Jesucristo, también es verdad este mis-terio, va que Aquél, después de haber tornado un frag-mento de pan en presencia ole sus apóstoles, les dijo :«Ved aquí pan ; pues bien, voy a transformarlo en miCuerpo ; ved aquí vino, el cual voy a transformar enmi Sangre ; este cuerpo es verdaderamente el mis-mo que será crucificado, y esta sangre es la mismaque será derramada en remisión de los pecados ; y cuan-tas veces pronunciéis estas palabras, dijo además a susapóstoles, obraréis el mismo milagro ; esta potestad lacomunicaréis unos a otros basta el fin de los siglos» (i).

Mas ahora dejemos a un lado estas pruebas ; tales razo-namientos son inútiles para unos cristianos que tantasveces han gustado las dulzuras que Dios les comunicaen el sacramento del amor.

Dice San Bernardo que hay tres misterios en los

(t) Matth., XXVI ; Luc., XXII.

cuales no puede pensar sin que su corazón desfallezcade amor y de dolor. El primero es el de la Encarnación,el segundo es el de la muerte y pasión de Jesús, y eltercero es el del adorable sacramento de la Eucaristía.Al hablarnos el Espíritu Santo del misterio de la En-carnación, se expresa en términos que nos muestranla imposibilidad de comprender hasta dónde llega el

amor de Dios a los hombres, pues dice : «Así amóDios al mundo», como si nos dijese : dejo a vuestramente, dejo a vuestra imaginación la libertad de for-mar sobre ello las ideas que os plazca ; aunque tuvie-seis toda la ciencia de los profetas, todas las luces delos doctores y todos los conocimientos de los ángeles,os sería imposible comprender el amor que Jesucristoha sentido por vosotros en estos misterios. Cuan-do nos habla San Pablo de los misterios de la Pasiónde Jesucristo, ved cómo se expresa : «Con todo y serDios infinito en misericordia y en gracia, parece ha-

berse agotado por amor nuestro. Estábamos muertos ynos dió la vida. Estábamos destinados a ser infelicespor toda una eternidad, y con su bondad y misericordiaha cambiado nuestra suerte» (I). Finalmente, al ha-blarnos, San Juan, de la caridad que Jesucristo mostrópara con nosotros al instituir el adorable sacramento dela Eucaristía, nos dice «que nos amó hasta el fin» (2),es decir, que amó al hombre, durante toda su vida,con un amor sin igual. Mejor dicho, H. M., nosamó cuanto p udo. ¡ Oh, amor, cuán grande y cuánpoco conocido eres :'

Y pues, amigo mío, ¿ no amaremos a un Dios quedurante toda la eternidad ha suspirado por nuestrobien ? ; Un Dios !... ¡ Ah ! un Dios que tanto lloró nues-tros pecados, y que murió para borrarlos_! Un Dios que

(t) Eph., II, 4-6.(2) Juan., XIII, t.

174 ORPUS CHRISTICORPUS CHRISTI 75

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quiso dejar a los ángeles del cielo, donde es amado conamor tan perfecto y puro, para bajar a este mundo,sabiendo muy bien que aquí sería despreciado. De an-temano sabía las profanaciones que iba a sufrir eneste sacramento de amor. No se le ocultaba que unosle recibirían sin contrición ; otros sin deseo de corre-girse ; ¡ ay ! otros, tal vez, con el crimen en su cora-

zón, dándole con ello nueva muerte. Pero nada de estopudo detener su amor. ¡ Oh, dichoso pueblo cristiano !...«Oh, ciudad de Sión, regocíjate, prorrumpe en la másfranca alegría, exclama el Sefror por boca de Isaías,va que tu Dios mora en tu recinto» (1). Sí, H. M., loque el profeta Isaías decía a su pueblo, puedo y o de-círoslo con más exactitud. ¡ Cristianos, regocijaos !vuestro Dios va a comparecer entre vosotros. Sí, H. M.,este dulce Salvador va a visitar vuestras plazas, vues-tras calles, vuestras moradas ; en todas partes derra-mará las más abundantes bendiciones. ¡ Oh, moradas

felices aquellas delante de las cuales va a pasar ! ¡ Oh,felices caminos los que vais a estremece r os bajo tansantos y sagrados pasos ! ¿ Quién nos impedirá decir,H. M., al volver a discurrir por la misma vía : Poraquí ha pasado mi Dios, por esta senda ha seguido cuan-do derramaba sus saludables bendiciones en esta pa-rroquia ?

¡ Oh ! ¡ qué día tan consolador para nosotros, H. M. !¡ Ah ! si nos es dado gozar de algún consuelo eneste mundo, ¿ no será, por ventura, en este momentofeliz ? Sí, H. M., olvidemos, a ser posible, todas nues-

tras miserias. Esta tierra extranjera va a convertirseen la imagen de la celestial Jerusalén ; las alegríasfiestas del cielo van a bajar a la tierra. ; Ah ! «Péguesela lengua a mi paladar, si es capaz de olvidar estos

ir) Exsr.rta ct rauda habita:io Sion ; quia uiagr.us in medio tu:SanetusIsrael (Is., XII, 1l.

grandes beneficios» (I). ¡ Ah ! ¡ que el cielo prive a misojos de la luz, si ellos han de fijar sus miradas en lascosas terrenas !

Sí, H. M., si conside ramos las obras de Dios : elcielo y la tierra, el orden admirable que reina en e:vasto universo, ellas nos anuncian un poder infinitoque lo ha creado todo, una sabiduría infinita que todo

lo gobierna, una bondad suprema y providente quecuida de todo con la misma facilidad que s estuvieseoc u pada en un solo ser : tantos prodigios han de lle-narnos forzosamente de sorpresa, espanto y admira-ción. Mas, fiándonos en el adorable sacramento de laEucaristía, podemos decir q ue en él está el gran prodi-gio del amor de Dios para con nosotros ; en él es dondesu omnipotencia, su gracia y su bondad brillan de lamanera más extraordinaria. Con toda verdad podemosdecir que éste es el pan Bajado del cielo, el p an de losángeles, que recibirnos como alimento de nuestras al-mas. Es el pan de los fuertes que nos consuela y suavizanuestras penas. Es éste realmente ' gel pan de los cami-nantes}; ; mejor dicho, H. M., es la llave que nos fran-q uea las puertas del cielo. ufluien me reciba, dice elSalvador, alcanzará la vida eterna ; el que me comano morirá. Aquel, dice el Salvador, que acuda a estesagrado banquete, liará nacer en él una fuente que ma-nará hasta la vida eterna» (2).

Mas, para conocer mejor las excelencias de este don,debemos examinar hasta qué p unto Jesucristo ha lleva-

do su amor a nosotros en este sacramento. No, H. M.,no era bastante que el Hijo de Dios se hiciese hom-bre por nosotros ; para dejar satisfecho su amor, erapreciso ofrecerse a cada uno en particular. Ved cuán-to nos ama. H. M. En la misma hora en que sus indig-

(r) Ps. CXXXVI, 6.(2) loen., VI, 54.55; IV, re.

176 ORPUS CIIRISTI ORPUS CIIRISTI 77

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nos hijos activaban los preparativos para darle muerte,su amor le llevaba a obrar un mlagro cuyo objeto es

permanecer entre ellos. ¿Se ha visto, podrá verse amormás generoso ni más liberal que el que nos manifiestaen el Sacramento de su amor ? ¿ No habremos de afir-mar, con el Concilio de Trento, que en dicho Sa-cramento es donde la liberalidad y generosidad divinas

han agotado todas sus riquezas ? (I) ¿ Nos será dadohallar sobre la tierra,yhasta en el cielo, algo que

con este misterio pueda ser comparado? ¿Se ha vistojamás que la ternura de un padre, la liberalidad de unrey para con sus súbditos, llegase hasta donde ha lle-gado la que muestra Jesucristo en el Sacramento de

nuestros altares? Vemos que los padres, en su testa-

mento, dejan las riquezas a sus hijos ; mas, en el tes-mento del Divino Redentor, no son bienes temporales,puesto que ya los tenemos..., sino su Cuerpo adorabley su Sangre preciosa lo que nos da. ¡ Oh, dicha del

cristiano, cuán poco apreciada eres ! No, H. M., Jesúsno podía llevar su amor más allá que dándose aSí mismo ; ya que, al recibirlo, le recibimos con todassus riquezas. ¿No es esto una verdadera prodigalidadde un Dos para con sus criaturas? Sí, H. M., si Dos

nos hubiese dejado en libertad de pedirle cuanto qui-siéramos, ¿nos habríamos atrevido a llevar hasta tal

punto nuestras esperanzas? Por otra parte, el msmo

Dios, con ser Dios, ¿ podía hallar algo más precioso paradarnos ?, nos dice San Agustín.

Pero, ¿ sabéis aún, H. M., cuál fué el motivo que

movió a Jesucristo a permanecer día y noche en nues-tros templos? ¡ Ay ! H. M., pues fué para que, cuantasveces quisiéramos verle, nos fuese dado hallarle. ¡ Ah !¡ cuán grande eres, ternura de un padre ! ¡ Qué cosapuede haber más consoladora para un cristiano, H. M.,

(I) Ses. XIII, cap. U.

que sentir que adora a un Dos presente en cuerpo y

alma ! «¡ Ah ! Señor, exclama el Profeta Rey, ¡ un díapasado junto a Vos es preferible a ml empleados en

las reuniones del mundo !» (r). ¿Qué es, en efecto, loque hace tan santas y respetables nuestras iglesias ?

¿no es, por ventura, la presencia real de Nuestro Se-

ñor Jesucristo ? ¡ Ah ! ¡ pueblo feliz, el cristiano !

II. — Pero, me preguntaréis, ¿ qué deberemos hacerpara testimoniar a Jesucristo nuestro respeto y nuestragratitud ? Vedlo aquí, H. M.

I.° Deberemos comparecer siempre ante su pre-

sencia con el mayor respeto, y seguirle con alegría ver-daderamente celestial, representándonos interiormenteaquella gran procesión que tendrá lugar después del

juicio filial. Sí, H. M., para quedar penetrados del másprofundo respeto, bastará recordar nuestra condiciónde pecadores, considerando cuán indignos somos de

seguir a un Dios tan santo y tan puro, Padre bondadosoal. que tantas veces hemos despreciado y ultrajado, y

q ue con todo nos ama aún v se complace en darnos aentender que está dispuesto a perdonarnos nuevamente.¿ Qué es lo que hace Jesucristo cuando le llevamos enprocesión ? Vedlo aquí. Viene a ser como un buen reyen medio de sus súbditos, como un padre bondadosorodeado de sus hijos, como un buen pastor visitando

sus rebaños. ¿ En qué debemos pensar, H. M., cuandomarchamos en pos de nuestro Dios ? Mirad. Hemos deseguirle con la misma devoción y adhesión que los pri-

meros fieles cuando moraba aquí en la tierra prodigan-do el bien a todo el mundo. Sí, si acertamos a acompa-

ñarle con viva fe, tendremos la seguridad de alcanzarcuanto le pidamos.

Leemos en el Evangelio que un día, en el camno

(I) Ps. L,XXXIII, Ii.

SERM. CURA ARS — T. II

2

CORPUS CHRISTI 7917 8 ORPUS CHRISTI

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por donde pasaba el Señor, había dos ciegos, los cua-les se pusieron a dar voces diciendo : «¡ Oh Jesús, hijode David, ten piedad de nosotros !» Al verlos el DivinoMaestro, movióse a compasión, y les preguntó quéquerían. «; Ah ! Señor, le respondieron, haced queveamos.» «Pues ved», les dijo el Salvador (i). Ungran pecador. llamado Zaqueo. deseando verle pasar,

se encaramó a un árbol ; pero Jesucristo, que habíavenido para salvar a los pecadores, le dijo : «Zaqueo,baja del árbol, pues quiero alojarme hoy en tu casal.£n tu casa ! lo cual es como si le dijese : Zaqueo, des-

de hace mucho tiempo, la puerta de tu corazón estácerrada por el orgullo v las injusticias ; ábreme hoy,pues vengo para otorgarte cl perdón. Al momento, ba-jó Zaqueo, humilióse profundamente ante su Dios,reparó todas sus injusticias, no deseando ya por heren-cia otra cosa que la pobreza y el sufrimiento (2). ¡ Oh,instante feliz, el cual le valió una eternidad de dicha'.

Otro día, pasando el Salvador por otra calle, seguíaieuna pobre mujer, afligida por espacio (le doce añoscausa de un flujo de sangre. «; Ah ! se decía ella, ¡ ahsi tuviese la dicha de tocar aunque sólo fuese cl bordede sus vestiduras, estoy cierta que curaría (,,).»- Ycorrió, llena de confianza, a arrojarse a los pies del Sal-vador, y al momento quedó libre de su enfermedad. `í,H. M., si tuviésemos la misma fe y la misma confianza.obtendríamos también las mismas gracias ; puesto quees el mismo Dios, el mismo Salvador y el mismo Padre,animado de la misma caridad. <<Venid, decía el Profeta,venid, salid de vuestros tabernáculos, mostraos a vues-tro pueblo que os desea y os ama.» ¡ Ay ! ¡ cuántosenfermos esperan la curación ! ¡ cuántos ciegosquienes habría que devolver la vista ! ¡ Cuántos cristia-

u) Matth., XX, 30-3

;2) Luc., XIX, i-:o.:3) Matth., IX, 20-22.

nos, de los que van a seguir a Jesucristo, tienen sus al-mas cubiertas de llagas ! ¡ Cuántos cristianos están en lastinieblas y no ven que corren inminente peligro de pre-cipitarse en el infierno ! ¡ Dios mío ! ¡ curad a unos e ilu-minad a otros ! ¡ Pobres almas, cuán desdichadas sois !

Nos refiere San Pablo que, hallándose en Atenas,vió escrito en un altar : «Aquí reside el Dios descono-

cido, o a lo menos olvidado» (I). Pero ¡ ay !, H. M .,podría deciros yo lo contrario : vengo a anunciaros unDios que vosotros conocéis como tal, y no obstante nole adoráis, antes bien le despreciáis. ¡ Ay ! cuántos cris-tianos, en el .santo día del domingo, no saben cómoemplear el tiempo, y, con todo, no se dignan dedicarni tan sólo unos momentos a visitar a su Salvador quearde en deseos de verlos junto a sí, para decirles que:los ama y que quiere colmarles de favores. ¡ Oh ! ¡ quévergüenza para nosotros !... ¿ Ocurre algún aconteci-miento extraordinario? lo abandonáis todo y corréis a

presenciarlo._ izas a Dios no hacemos otra cosa que des-preciarle, huyendo de su presencia ; el tiempo empleadoen honrarle siempre nos parece largo, toda prácticareligiosa nos parece_. durar demasiado. ¡ Ah ! ¡ cuándistiiitos eran lós Primeros cristianos ! considerabancorro los ' más felices de su vida los días y noches em-pleados en las iglesias cantando las alabanzas al Señoro llorando sus pecados ; mas hoy, por desgracia, noocurre lo mismo. Los cristianos de hoy, huyen de El yle abandonan, y hasta algunos le desprecian ; la mayorparte nos presentamos en las iglesias, lugar tan sagra-

do, sin reverencia, sin amor de Dios, hasta sin saberpara qué vamos allí. Unos tienen ocupado su corazón vsu mente en mil cosas terrenas o tal vez criminales ;otros están allí con disgusto y fastidio ; otros ha y - queapenas si doblan la rodilla en los momentos en que

iu) Ignoto Dco ,Act. XVII,

lso CORPUS CHRISTICORPUS CHRISTI 31 

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un Dios derrama su sangre preciosa para perdonar suspecados ; finalmente, otros, aun no se ha retirado el

sacerdote del altar, ya están fuera del templo. Dosmo, cuán poco os aman vuestros hijos, mejor dicho,

cuánto os desprecian. En efecto, H. M., ¿cuál es el

espíritu de ligereza y disipación que dejéis de mostraren la iglesia ? unos duermen, otros hablan, y casi nin-

guno hay que se ocupe en lo que allí debería ocuparse.2°

Dgo, H. lvi., que habiendo sido los hombres

criados por Dios y enriquecidos sin cesar por su manocon los más abundantes favores, debemos todos tes-tificarle nuestro agradecimiento, y' a la vez afligimospor haberle ultrajado. Nuestra conducta debe ser lade un amigo que se entristece por las desgracias que asu amgo sobrevienen : a esto se llama mostrar unaamistad sincera. Sin embargo, H. M., por favores quehaya podido prestar un amigo, nunca hará lo que Diosha hecho por nosotros. — Pero, me diréis, ¿ quiénes

deben, al parecer de usted, sentir un amor más intensoy más ardiente a la vista de los ultrajes que Jesucristorecibe de los malos cristianos? — Es indudable quetodos han de afligirse por los desprecios de que es ob-jeto, todos han de procurar desagraviarle ; mas entre

los cristianos hay algunos que están obligados a ello

de un modo especial, y son los que tienen la dicha ,de

pertenecer a la cofradía del Santísimo Sacramento. Hedicho : «Que tienen la dicha». ¡ Ah ! ¿habrá otra ma-

yor que la de ser escogidos para desagraviar a Jesu-

cristo de los ultrajes que recibe en el Sacramento de suamor ? No os quepa duda, H. M. ; vosotros, como co-frades, estáis obligados a llevar una vida mucho másperfecta que el común de los cristianos. Vuestros pe-cados son mucho más sensibles a Dios Nuestro Señor.No, H. M., no hay bastante con llevar un cirio en la

mano, para dar a entender que somos contados entre

los escogidos de Dios; es preciso que nuestro compor-

tamento nos singularice, como el cirio nos distingue

de los que no lo llevan. ¿Por qué, H. M., llevamos

esos cirios que brillan, si no es para indicar que nues-tra vida debe ser un modelo de virtud, para mostrar

que consideramos como una gloria el ser hijos de Diosy que estamos prestos a dar la vida por defender los

intereses de Aquel a quien nos hemos consagrado per-

petuamente? Sí,' H. M., esforzarse en adornar las igle-sias y los altares es dar, ciertamente, señales exterio-res muy buenas y laudables ; pero no hay bastante.

Los betlemtas, cuando el arca del Señor pasó por su

tierra, dieron muestras del mayor celo y diligencia :

en cuanto la divisaron, salió el pueblo en masa para

precederla ; todos se ocuparon diligentemente en pre-parar la leña para ofrecer los sacrificios. Sin embargo,cincuenta ml hubieron de morir, por no haber guar-daco bastante respeto (1). ¡ Oh ! H. M., ¡ cuánto ha dehacernos temblar este ejemplo ! ¿Qué objetos guardaba

aquella arca, H. M. ? ¡ Ah ! un poco de maná, las tablasde la Ley ; v porque los que a ella se acercan no estánbien penetrados de su presencia, el Señor los hiere demuerte. Pero, decidme, ¿ q uiénes de los que reflexionentan sólo por un momento sobre la presencia de Jesu-

cristo, no quedarán sobrecogidos de temor? ¡ Cuántosdesgraciados, H. M., forman parte del cortejo del Sal-vador, con un corazón lleno de culpas ! ¡ Ah, infelizen vano doblarás la rodilla, mientras un Dios se yerguepara bendecir a su pueblo ; sus penetrantes mradas

no dejarán por eso de ver los horrores que cobija tu

corazón. Mas, si nuestra alma está pura, entonces po-dremos figurarnos que vamos en pos de Jesucristo comoen pos de un gran rey que sale de la capital de su reinopara recibir los homenajes de sus súbditos y colmarlosde favores.

(1) i !:e. ., VT.

18 '2 CORPUS CHRISTICORPUS CHRISTI 183 

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Leemos en el Evangelio que aquellos dos discípulosque iban a Emmaús andaban en compañía del Salvadorsin conocerle ; y cuando le hubieron reconocido, desapa-reció. Enajenados por su dicha, decíanse el uno al otro :«¿ Cómo se explica que no le hayamos reconocido?¿ Acaso nuestros corazones no se sentían inflamados deamor cuando nos hablaba explicándonos las Escritu-

ras?» (i). Mil veces más dichosos que aquellos discípu-los somos nosotros, H. M., ya que ellos iban en compa-ñía de Jesucristo sin conocerle, mas nosotros sabemosque quien marcha en nuestra compañía presidién nonos,es nuestro Dios ySalvador, el cual va a hablar al fondode nuestro corazón, en donde infundirá una infi-nidad de buenos pensamientos yantas inspiraciones.¿:Hijomío, te dirá, ¿ por qué no quieres amarme ? ¿ Por

qué no dejas es_maldito pecado que levanta una mu-ralla de separación entre ambos? ; Ah ! hijo mío, aquítienes el perdón, ¿ quieres arrepentirte ?» Pero ¿ qué leresponde el pecador? «No, no, Señor, prefiero vivirbajo la tiranía del demonio yer reprobado, a implo-raros perdón.»

Mas, me dirá alguno, nosotros no decimos esto alSeñor. — Pero yo replico que se lo decís repetidamente,o sea, cada vez que Dios os inspira el pensamiento deconvertiros. ¡ Ah ! desgraciado, día vendrá en que pedi-rás lo que hoy rehusas, y entonces tal vez no te será con-cedido. Es muy cierto, H. M., que si tuviésemos la dichade que Dios se nos hiciese visible, como ha acontecido

a muchos santos, ya en la figura de un niño en el pe-sebre, ya traspasado por los clavos en la cruz, senti-ríamos para con El ma yor respeto yamor ; pero estono lo merecemos, y si nos aconteciese un caso semejan-te nos creeríamos ya santos, lo cual sería un motivo de

! Xonnecor nostrumardcns erat in nobis, dumloqucretur invia, et aperiret nobis Scripturas? il.uc., XXIV,. orgullo. Mas, aunque Dios no nos otorgue esta gracia,

no deja por ello de estar presente, y presto a conceder-nos cuanto le pidamos.

Refiérese en la historia que, dudando un sacerdotede esta verdad, después de haber pronunciado las pa-labras de la consagración : «¿Cómo es posible, decíaentre sí, que las palabras de un hombre obren tan gran

milagro ?» Mas Jesucristo, para echarle en cara su pocafe, hizo que la santa Hostia sudase sangre en abun-dancia, hasta el punto que fué preciso recoger ésta conuna cuchara (r). Y el mismo autor nos refiere tambiénque un día se pegó fuego a una capilla, y ardió todala construcción hasta quedar destruída ; mas la santaHostia quedó suspendida en el aire sin apoyarse enninguna parte. Habiendo acudido un sacerdote pararecibirla en un vaso, vino en seguida ella misma a po-sarse allí (2).

Sabemos por la historia eclesiástica (;) que la criada

de un judío, para complacer a su dueño, le proporcio-nó una partícula consagrada. Aquella infeliz, despuésde haberla recibido en la boca, tomóla, púsola enunpañuelo y la entregó a su dueño. Aquel monstruo, ena-jenado de alegría por tener a Jesucristo en sus manos,siguiendo el ejemplo ele sus padres que le crucificaron,entregóse a cuanto supo inspirarle su furor. Pero pareceque Jesucristo quiso manifestarle cuánto sentía los ul-trajes de que le hacía víctima. Habiendo el infelizcolocado la hostia santa sobre una mesa, le dió muchosgolpes con un cuchillo, y quedó enteramente cubierta

17) Las maravillas divinas en laSarta Eucaristía, por el P. Rossi-

rnoli, S. J., CXIII.' maravilla.(2 1l mlano de las <a gradas Hostias de ravernev, en la dió-

cesis de Ilcsancor, ocurrido cl din .6 de mayo de :6c-S.

)fonseiior de Segur, enin Francia al piedel Santísimo Sacran:ento.

`:y , efiere el Lecho con ciertas particuiaridadca algo distintas de la

narración dr nuestro autor.(3) Este mlagro ocurrió en París en :29c. V. Ro rbacher, Victoria

univtrsa:, labro (.XXVI.

18 4 CORPUS CHRISTIC:--)Rrus CHRISTI 85 

domingos al templo a emPiear algunos momentos en

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de sangre ; lo cual infundió gran temor a su mujer ya sus hijos que eran testigos de aquel horrible espec-táculo. Entonces volvió a tomarla, la fijó con un clavo,la golpeó con azotes e hirióla con una lanza ; la sangremanaba aún más abundantemente que la vez primera.Por tercera vez la tomó, y la arrojó en una caldera deagua hirviendo. Al momento el agua quedó transfor-

mada en sangre ; y entonces Jesucristo tomó la figuraque tenía en el sagrado árbol de la cruz. Parece que,al llegar a este punto, Jesucristo intentaba conmoveral judío. Mas el infeliz, cual otro Judas,. teniendo pordemasiado grave su crimen, desesperó del perdón, yfué condenado a ser quemado vivo. No, H. M., nopodernos escuchar tales horrores sin temblar. ¡ Avcuántos cristianos le tratan aún con mayor crueldad

Pero, me dirás, ¿ cómo puede haber alguien capazde obrar así ?—; Ay ! amigo mío, ; no permita Dios quete acontezca alguna vez desgracia semejante ! Siempre

c,ue consientes en el pecado (Il : si éste es un pensa-miento de orgullo, le huellas con tus plantas y le das lamuerte : si es un pensamiento impuro, le atraviesas elcorazón. ; Ay ! figurémonos en esta procesión al Sal-vador cual si subiese al Calvario : unos le golpeaban,otros le llenaban de injurias y blasfemias..., sólo algu-nas almas santas le seguían llorando y mezclando suslágrimas a la preciosa sangre con que regaba el suelo.Oh ! ; cuántos judíos y verdugos van a seguir al Sal-

vador, los cuales no se contentarán con darle muerteuna sola vez, sino que le crucificarán sobre tantos cal-varios cuantos son sus corazones ! ¡ Ah ! ¡ cómo es po-sible que un Dios que tanto nos ama, sea tan des p re -

ciado y maltratado !Sí, H. M., si amásemos a Dios, sería Lara nosotros

una gran alegría, una gran dicha el venir todos los

(z) No =c trata aquí de cualquier pecado, sino del pecado mortal.

adorarle y pedirle p erdón de los pecados ; miraríamosaquellos instantes como los más deliciosos de nuestravida. ¡ Ah ! ¡ cuán consoladores y suaves son los mo-mentos pasados con este Dios de bondad ! ¿ Estás do-minado por la tristeza ? ven un momento a echarte asus plantas, y quedarás consolado. ¿ Eres despreciado

del inundo? ven aquí, y hallarás un amigo que jamásquebrantare la fidelidad. ¿Te sientes tentado? ; oh !aquí es donde vas a hallar las armas más seguras yterribles para vencer a tu enemigo. ¿Temes el juicioforni;dabie que a tantos santos ha hecho temblar? apro-véchate del tiempo en que tu Dios es Dios de miseri-cordia y en que tan fácil es conseguir el perdón. ¿ Estáso p rimido por la pobreza ? ven aquí, donde hallarás aun Dios inmensamente rico, que te dirá q ue todos susbienes son tuyos, no en este mundo sino en el otro :Allí es donde te preparo riquezas infinitas ; anda, des-

precia esos bienes perecederos y en cambio obtendrásotros que nunca te habrán de faltar. ¿ Queremos comen-zar a gozar de la felicidad de los santos? acudamosaquí y saborearemos tan venturosas primicias.

¡ Ah ' ¡ cuán dulce es. H. M., gozar de los castosabrazos del Salvador ! ¡ Ah 1 no habéis experimenta-do jamás una tal delicia. ? Si hubieseis disfrutado de se-mejante placer, no sabríais aveniros a veras privados deél. No nos admire, pues, que tantas almas santas hayanpasado toda su vida, día v noche, ea la casa de Dios,no sabiendo apartarse de su presencia.

Leemos en la historia que un santo sacerdote halla-ba tal delicia y consuelo en el recinto de los templos,que hasta se acostaba sobre las gradas del altar, paraque, al despertarse, le cupiese la dicha de hallarse jun-to a su Dios ; y Dios, para recompensarle, permitió queMurieseal pie del altar. Mirad a San Luis : durantesus viajes, en vez de pasar la noche en la cama. la

' L . ()RP'L-S CHI:ISTI

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pasaba al pie de los altares, junto a la dulce presen-cia del Salvador. ¿ Por qué, pues, sentimos nosotros,II. M. tanta indiferencia y fastidio al venir aquí?

Ay ! H . M., es que nunca hemos disfrutado de tan de-

liciosos momentos.Qué debemos sacar de todo esto ? vedlo a q uí. He-

mos de tener como uno de les inst::::tes más felices de

nuestra vida aquel en que nos es dado estar en com-pañía de tan buen amigo. Formemos en su cortejo consanto temor ; como pecadores, pidámosle, con dolor y

lágrimas en los ojos, perdón de nuestros pecados, y

p odemos estar ciertos de que lo alcanzaremos... Si noshemos reconciliado, imploremos el don precioso de laperseverancia. ¡ Ah ' digámosle formalmente que pre-ferimos mil veces morir antes que volver a ofenderle.No, H. M., mientras no améis a vuestro Dios, jamásvais a quedar satisfechos : todo os agobiará, todo osfastidiará ; mas, en cuanto le améis, comenzaréis una

vida dichosa ; ¡ y en ella podréis esperar tranquilamen-te la muerte !... ¡ Ah ! ¡ aquella muerte feliz, que nosjuntará a nuestro Dios !... ¡ Ah, dulce felicidad ! ¿cuán-do llegarás ?... ¡ Cuán largo es el tiempo de espera '. ¡ Ah,ven ! ¡ tú nos procurarás el mayor de todos los bienes,o sea la posesión del mismo Dios !... Es lo que osdeseo...

SEGUNDO DOMINGO

DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

SOBRE LA SANTA MISA

7,1 nrnniloco sacrifica: ur ct of-

ertur nornini ,ncochicho mundo.F.n todas partes, essacrificada

y ofrecida en mi nomb r e una ob!a-cidr. jura.

s Malaquías. I,

Es innegable, H. M., que el hombre, como criatu-ra, debe a Dios el homenaje de todo su ser, y, comopecador, le debe una víctima de expiación ; por estoen la antigua lec todos los días, en el templo, eraofrecida a Dios tanta multitud de víctimas. Mas aque-llas víctimas no podían satisfacer enteramente pornuestras deudas delante de Dios ; era necesaria otravíctima más santa y más pura, la cual había de conti-nuar sacrificándose hasta el fin del mundo, víctima quehabía de ser capaz de pagar lo que nosotros debemos aDios. Esta santa víctima es el mismo Jesucristo, Dioscomo su Padre y hombre como nosotros. Todos los días

se ofrece en nuestros altares, como se ofreció en el Cal-vario, y, por esta oblación pura y sin mancha . , rinde aDios los honores que le son debidos, y satisface, porel hombre, todo lo que éste debe a su Criador ; se in-mola cada día, a fin de reconocer el soberano dominioque Dios tiene sobre sus criaturas, quedando así ple-namente reparado el ultraje que el pecado infiere a DiosNuestro Señor. Ejerciendo Jesucristo de mediador entre

18 8 EGU`Lo DOMING() DESi't1 5 DEri. Ti:COSTl OBRE LA SANTA MISA ,5 9

Dios y los hombres, nos alcanza, por este sacrificio, tido de púrpura, y la túnica inconsútil sobre la cual

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cuantas gracias no son necesarias ; y habiéndose he-dio al mismo tiempo víetinla ele acción de gracias, tri-buta Dios por leshombres todo el reconocimiento queellos le deben. Mas, para hacernos participantes de to-das estas ventajas, es preciso que pongamos algo denuestra parte. Con el fin ele haceros sentir mejor todo

esto, intentaré aflora exponeros lo más claramente posi-ble : I." la gran dicha de que somos participantes al asis-tir a la santa Misa ; z." las disposiciones con que a laIllisnla hemos ele asistir ; ;." cómo asisten a ella la ma-yor parte de los cristianos.

No quiero detenerme, H. M., en la explicación delo que significan los ornamentos con que el sacerdote sereviste ; creo que todos, o la mayor parte de vosotros, losabéis. Cuando el sacerdote se dirige a la sacristía pararevestirse, representa a Jesucristo bajando del cielopara encarnarse en el seno de la Santísima Virgen, to-

mando un cuerpo como el nuestro. para sacrificarlo asu Padre por nuestros pecados. Al tornar el ámito, quees aquella tela blanca que se pone sobre sus hombros,se nos representa el momento en que los iudíos venda-ron a Jesús los ojos, dándole golpes ydiciéndole :

Adivina quién te ha pegado:. El alba recuerda lavestidura blanca que por burla le mandó poner Herodesal devolverlo a Pilatos. El cíngulo representa las cuer-das con q ue le ataron en el huerto de los Olivos y los

azotes con q ue desgarraron sus carnes. El manípulo,que lleva el sacerdote en el brazo izquierdo, nos repre-

senta las cuerdas con que fué atado Jesús en la columnaal ser azotado ; se pone el manípulo en el brazo izquier-do por ser el más cercano al corazón, lo cual nos mues-tra el exceso del amor de Jesús, a impulsos del cual su-frió, por nuestros pecados, aquella cruel flagelación. Laestola nos recuerda la soga que le echaron al cuello alcargarle la cruz a cuestas. La casulla representa el ves-

echaron suertes.El Introito representa el ardiente deseo que los pa-

triarcas tenían de la venida del Mesías, y por esto serepite dos veces. Cuando el sacerdote reza el Confiteor,

se nos representa a Jesucristo cargando con nuestrospecados a fin de satisfacer a la justicia de Dios Padre (I).

ElKyrie eleison,

que quiere decir : «Señor, tenedpiedad de nosotros», representa el miserable estado enque nos hallábamos antes de la venida de Jesucristo.No detallemos más. La Epístolasignifica la doctrinadel Antiguo Testamento ; el Gradual significa la peni-tencia que hicieron los judíos después de la predica-ción del Bautista ; el Aleluyanos representa la alegríade un alma que ha alcanzado la gracia ; el Evangelio

nos recuerda la doctrina de Jesucristo. Los diferentessignos de la cruz que se hacen sobre el cáliz y sobrela hostia, nos recuerdan todos los sufrimientos que

Jesucristo hubo de experimentar durante el curso desu Pasión. Quizá otra vez insistiré sobre este punto.

I. — Antes de mostraras la manera cómo debéis oirla santa Misa, he de dccíros dos palabras sobre lo que seentiende por santo sacrificio de la Misa. Sabéis ya queel santo sacrificio de la Misa es el mismo sacrificio de lacruz que fué ofrecido allá en el Calvario el ViernesSanto. Toda la diferencia está en que, cuando Jesucris-to se inmoló sobre el Calvario, a quel sacrificio eravisible, es decir, se presenciaba con los ojos del cuerpo ;

Jesucristo fué inmolado a su Padre, por manos de susverdugos, y derramó su sangre ; por esto se le llama

1:1 Rodríguez, t. III, pág. 375. San Gregorio. ,Nota del Santo;.El santo autor ha sacado las explicaciones que preceder., de Ro-

dríguez, Tratado VI. • , cap. XV.

La mayor parte de este sermón, asi como algunos rasgos histórico,narrados más abajo, proceden de :a msma fuente. :Nos referimos a ellauna vez por todas.

190 EGUNDO DOMiNGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSSOPA:E LA SANTA MISA 9I

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sacrificio cruento : lo cual quiere decir que la sangre

ufanaba de sus venas y se la veía correr hasta el suelo.Mas, en la santa Misa, Jesucristo se ofrece a su Padrede una manera invisible ; es decir, tal inmolación la

vemos con los ojos del alma pero no con los del cuerpo.Ved, en resumen, H. M., lo que es el santo sacrificio

de la Misa. Mas, para daros una idea de la grandeza y

excelsitud del mérito de la. santa Misa, bastará,H. M., deciros, con San Juan Crisóstomo, que la santaMisa alegra toda la corte celestial, alivia a las pobresalmas dei purgatorio, atrae sobre la :ier:a toda suerte

í'ie bendiciones, y da más gloria a Dos que todos los

sufrimientos de los mártires juntos, que las penitenciasde todos los solitarios, que todas las lágrimas por ellosderramadas desde el principio del mundo y que todo loque hagan hasta el fin de los siglos. Si me pedís la

razón de esto, ella no puede ser más clara : todos estosactos son realizados por pecadores más o menos culpa-

bles ; mientras que en el santo sacrificio de la Misa es elHombre-Dios, igual al Padre, quien le ofrece los méri-tos de su pasión y muerte. Va veis, pues, según esto,

H. M., que la santa Misa es de un valor infinito. Por

eso hallamos en el Evangelio que, en el momento de lamuerte del Salvador, se obraron muchas conversiones :el buen ladrón recibió allí la seguridad de entrar en elparaíso, muchos judíos se convirtieron v los gentiles

golpeábanse el pecho reconociéndolo por verdadero Hijode Dios. Resucitaron los muertos, se abrieron las peñasy la tierra tembló.

Sí, H. M., si acertásemos a asisitir a la santa Misacon toda suerte de buenas disposiciones, aunque tuvié-semos la desgracia de ser tan obstinados como los

judíos, más ciegos que los gentiles, más duros que lasrocas que se abrieron, es certísimo que alcanzaríamosnuestra conversión. En efecto, nos dice San Juan Cri-sóstomo que no ha y momentos tan preciosos para trua.'

con Dios de la salvación de nuestra alma, como aquellosinstantes en que se celebra la santa Misa, en la que elmismo Jesucristo se ofrece en sacrificio a Dios Padre,para obtenemos toda suerte de graciasy bendiciones.<< < Estamos afligidos ?, dice aquel gran Santo, pues ha-llaremos en la Misa toda suerte de consuelos. ¿Nosagobian las tentaciones ? vayamos a oir la santa Misa,

y allí hallaremos la manera de vencer al demonio.» Y, depaso, voy a citaros un ejemplo. Refiere el Papa Pío IIque un caballero de la provincia de Ostia estaba con-

tinuamente atormentado por una tentación de desespe-ración que le inducía a ahorcarse, lo cual Había inten-tado ya varias veces. Habiendo ido a entrevistarse conun santo religioso para exponerle el estado de su almay pedirle consejo, el siervo de Dios, después de haberleconsolado y fortalecido lo mejor que pudo, aconsejóleque tuviese en su casa un sacerdote que celebrase allítodos los días la santa Misa. Díjole el caballero que loharía gustosamente. A msmo tiempo fué a recluirse

en un castillo de su propiedad, y allí un sacerdote cele-braba todos los días la santa Misa, que el caballero oíacon la mayor devoción. Después de haber permanecidoallí por algún tiempo con gran tranquilidad de espíritu,un día el sacerdote le pidió permso para ir a decir la

Misa en una iglesia vecina en la que se celebraba unafestividad extraordinaria ; el caballero no tuvo en elloinconveniente, pues se proponía ir también allí a oir

la santa Misa. Mas una ocupación imprevista le retuvo,

sin que de ello se diese cuenta, hasta el medio día.Entonces, lleno de espanto por haber perdido la santaMisa, cosa que no le acontecía nunca, y sintiéndose otravez atormentado por su antigua tentación, salió de sucasa, y encontróse con un lugareño que le preguntó

dónde iba. «Voy, dijo el caballero, a oir la santa Misa.»«Es ya demasiado tarde, respondió aquel hombre, puesestán todas celebradas.» Fué aquélla una noticia muy

19 2 EGUNDO D : )-`,IINGO DESPUÉS L'1; PENTECOSTÉS SOBRE LA SANTA MISA 93

cio • del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo, el cual no

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cruel para el caballero, quien se puso a dar voces, di-ciendo : «¡ Ay ! estoy perdido, pues se me escapó lasanta Misa». El lugareño, que era amigo del dinero, alverle en aquel estado, le dijo : «Si queréis, os venderála Misa que he oído y todo el fruto que de ella hcsacado». El otro, sin reflexionar siquiera, lleno de pesarcomo estaba por haber faltado a la santa Misa contestó :

«Pues sí, aquí tenéis mi capa». Aquel hombre no podíavenderle la santa Misa sin cometer un grave pecado.Al separarse, cl caballero no dejó, sin embargo, deproseguir su camino hacia la -iglesia para rezar allísus oraciones ; al volverse. a su casa, después de susprácticas piadosas, ha116.a aquel pobre paisano colgadode un árbol en el mismo lugar donde le había aceptadosu capa. Nuestro Señor, en castigo de su avaricia,permitió que la tentación del caballero pasase al avaro.Movido por un tal espectáculo, aquel caballero dió gra-cias a Dios durante toda su vida, por haberle librado

de un tan grande castigo, y no dejó nunca de asistir ala santa Misa a fin de agradecer a Dios tantas bondades.A la hora de la muerte confesó que desde que asistíadiariamente a la santa Misa, cl demonio había dejadode inducirle a la desesperación (1).

Pues bien, H. M., t tiene razón San Juan Crisóstomoal decirnos que, si somos tentados, procuremos oirdevotamente la santa Misa, con lo cual alcanzaremos laseguridad de que Dios nos librará de la tentación?Sí, H. M., si tuviésemos la debida fe, la santa Misasería para nosotros un remedio para cuantos males nos

pudiesen agobiar durante nuestra vida. ¿No es, en efec-to, Jesucristo, nuestro médico de cuerpo y alma ?...

II. — Hemos dicho que la santa Misa es el sacrifi-

tz)Este rasgo histórico está también referido poreP. Rossigno

a SagradaEucaristía, =araviila LXIT1.•

se ofrece a los ángeles ni a los santos, sino solamentea Dios. Sabéis ya que el santo sacrificio de la Misa fuéinstituido el Jueves Santo, al tomar Jesús el pantransformarlo en su Cuerpo y al tomar el vino y con-vertirlo en su Sangre. Fué entonces cuando dió a losapóstoles y a todos sus sucesores el poder de hacer lo

mismo ; a lo cual llamamos nosotros sacramento delOrden. La santa Mi sa se compendia en las palabras dela Consagración ; y sabéis ya que los ministros de lamisma son los sacerdotes y el pueblo (I) que tiene ladicha de asistir a ella, si une su intención con la delcelebrante ; de lo cual concluyo, H. M.,' que la mejormanera de oir la santa Misa es unirse al sacerdote entodo lo que él reza, seguirle, en cuanto sea posible,en todas sus acciones, y procurar encenderse en losmás vivos sentimientos de amor y agradecimiento :éste es el método más recomendable.

En eI santo sacrificio de la Misa podemos distinguir

(z) z.' En el santo sacrificio de la Misa, Jesucristo es e: sumosacerdote y el mnistro principal. Ofrece c: sacrificio en su nombre :por su propio poder ; seguramente., no se sirve de manos extra: as para

ofrecerle, sino que El por sí msmo comunica al sacrificio toda laeficacia.

-.• El celebrante es verdaderamente sacerdote y mnistro de! sacri-ficio. A este :in fué llamado y ordenado ; de Jesucristo ha recibido lapotestad. Es el mnistro de Jesucristo y ocupa e: lugar del Salvador.Ofrece, pues, cl sacrif-:cio por la acción y e! ministerio anejos a su per-sona. Lo ofrece solo, sin que tenga necesidad de los asistentes.

3.' o.

i

Los fieles no son verdadera y estrictamente los mnistros del sa-

crificSi alguna verselos llama mnistros ofercn:es del sacri5cio, es

hablando en sentido lato, ya que no lo ofrecen por si msmos, sinopor mnisterio del sacerdote. Ved c!.mo concurren a dicho acto :

z. • e una nia ° :ere general, como miembros de la Ig llesia que destinaal sacerdote para que celebre el sacrificio en: su nombre; de unamanera especial, asistiendo a la Misa y uniendo su intención a la delsacerdote para ofrecer a Dos el sacrificio ; ° dr una manera muy espe-

cia, cuando concurren más próximamente al sacrificio, ya sea sirviendoal sacerdote cri el altar, ya dando limosnas para que se celebren Misas.

S?RM. CURA ARS — T. II3

194 EGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS OBRE LA SANTA MISA 95

la Consagración. El tercero es el del centurión, que os

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tres partes : la primera comprende desde el principiohasta el Ofertorio ; la segur. desde el Ofertorio hastala Consagración ; la tercera, ;:esde la Consagración has-

ela el fin. Debo advertiros que, si nos distra j ésemos vo-luntariamente durante una de estas tres partes, peca-ríamos mortalmente (r) ; lo cual debe indo_irnos atomar la precaución de evitar que nuestro espíritu

divague fijándose en cosas ajenas al santo sacrificio dela Misa. Digo, H. M., que. desde el comienzo hasta elOfertorio, hemos de portarnos como penitentes penetra-dos del más vivo dolor de los pecados. Desde el Ofer-torio hasta la Consagración, iremos de portarnos comoministros que van a ofrecer jesucristo a Dios Padre,

sacrificarle todo cuanto somos : esto es, ofrecerlenuestros cuerpos, nuestras almas, nuestros bienes, nues-tra vida y hasta nuestra eternidad. Desde la Consagra-ción, hemos de considerarnos corno personas que hande participar dei Cuerpo adorable y de la Sangre pre-

ciosa de jesucristo : por consiguiente, hemos de pone:todo nuestro esfuerzo en hacernos dignos de tantadicha.

Para que lo comprendáis mejor, H. M., voy a pro-poneros tres ejemplos sacados de la Sagrada Escritura,los cuales os mostrarán la manera cómo habéis de oir lasanta Misa : es decir, en qué cosas debéis ocuparos enaquellos momentos tan preciosos para quien acierta acomprender todo su valor. El primero es el del publi-cano, y en el cual aprenderéis lo que debéis hacer alprincipio de la santa Misa. El segundo es el del buen

ladrón, que os enseriará cómo debéis portares durante

(r) .Si nos d straiesemos voluntariamente durante una de estastres partes, p ccariamos mortalmente..

Esta aserción del santo cura de Ars es mu y severa. Los fieles rehan de ser tratados niás rigurosamente que los sacerdotes. Y los sacer-dotes son acusados de prendo mortal si sehacen culpables de una dis-tracción voluntc ria durante la Co: sarración.

dará la norma para el tiempo de la Comunión.Hemos dicho, primeramente, que el publicano nos

enserla el comportamiento que hemos de observar alcomienzo de la santa Misa, acto tan agradable a Diosy tan poderoso para conseguir toda suerte de gracias.No hemos de esperar, pues, para prepararnos, haber

entrado ya en la iglesia. No, H. M., no, un buen cris-tiano comienza ya a prepararse al abandonar el lecho,haciendo que su espíritu no se ocupe en otra cosa queen lo que se relaciona con tan alta ceremonia. Hemos derepresentarnos a Jesucristo en el huerto de los Olivos,prosternado, con la faz en tierra, preparándose al san-griento sacrificio, del cual va a ser víctima en el Cal-vario ; así como hemos de tener también presente lagrandeza de su caridad, que llegó hasta a decidirle aaceptar para sí el castigo que debíamos nosotros sufrirpor toda una eternidad. En cuanto nos sea posible, he-

mos de asistir en ayunas, por ser ello muy agradable aDios. En los primeros tiempos de la Iglesia, todos loscristianos iban a Misa en ayunas (I). Conviene que, du-rante la madrugada, impidáis que vuestro espíritu seocupe en negocios temporales, teniendo presente que,después de haber trabajado toda la semana para vuestrocuerpo, es muy justo que concedáis este día a los nego-cios del alma y a pedir a Dios la remisión de vuestrospecados. Al ir a la iglesia, procurad no conversar connadie ; pensad que seguís a Jesucristo llevando la cruzhacia el Calvario, donde va a morir para salvarnos.

Antes de la santa Misa, debemos destinar unos instantesal recogimiento, a llorar nuestros pecados y a pedir aDios perdón de ellos, a examinar las gracias de queestamos más necesitados, a fin de pedírselas durante laMisa, y hemos de procurar también no faltar jamás ni

(1) Porque acostumbran comulgar enla Misa.

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al Asperges, ni al Passio (i), ni a las Procesiones (2),

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ya que todo son buenas obras que nos preparan a asistirbien al Santo Sacrificio.

Al entrar en el templo, penetraos de la gran dichaque os cabe, mediante un acto de la más viva fe, y porun acto de contrición y arrepentimiento de vuestrospecados, los cuales os hacen indignos de acercaros aun Dios tan santo y excelso. En aquel momento, pen-sad en las disposiciones del publicano cuando entró enel templo para ofrecer a Dios el sacrificio de su ora-ción. Escuchad lo que nos dice San Lucas : «El publi-cano se mantenía a la entrada del templo, con lamirada fija en el suelo, sin atreverse a dirigirla al altar,golpeándose el pecho y diciendo a Dios : Señor, tenedpiedad de mí, que soy un gran pecador» (3). Ya veis,pues, H. M., que no entró con un aire arrogante y al-tanero, como lo hacen muchos cristianos, «los cualesparece, según dice el profeta Isaías. que quieren acer-

carse a Dics cual si fuesen personas que nada tienenen su conciencia que pueda humillarlos delante de suCriadorn (4). En efecto, fijaos en la manera de entrarde esos cristianos, los cuales tienen quizás más pecadosen la conciencia q ue cabellos en la cabeza ; los veréisentrar con un aire altanero, o mejor, con una actitudque casi es de desprecio para la presencia de Dios. To-man el agua bendita de la misma manera que tomaríanagua para lavarse al volver del trabajo ; lo hacen sin

Itn =chas parroquia,, desde la It:vencu'nt de la Santa Cruz

mayo) has ta la E r.:tación 114 senticmbrel, el sacerdote, ante decelebrar la Misa. lee rada día, al pie del altar, el Passio. para :a conser-vaciSn de los frutos de la tierra..-ni San t o ha hablado ya sermónsobre las Rogativas,pá g . al

delasproce='unes dnrtit:icales cine, siguiendo antigua enstumbre, se

celebran en n:uc .:as l-arroquins todos lo, domngos antes de la Misa

ruavcr, desde la I::venci,íu hasta la Exaltación de la Santa Crt:z, osea aCrn. rt

(3) Deus propitius esto m::i peccateri (T.uc., XVIII, 13i.LO Isaías, LVIII, :.

devoción y, la ma yor parte, sin pensar que el aguabendita, tomada con reverencia, nos borra los pecadosveniales y nos dispone a oir bien la santa Misa. Miradahora al publicano : teniéndose por indigno de entraren el templo, va a colocarse en el rincón más obscurode su recinto ; tan confuso se halla bajo el peso de suspecados, que ni tan sólo se atreve a levantar al cielo

sus ojos. Cuán diferente, pues, de aquellos cristianosde nombre, que nunca se hallan bastante cómodos, queúnicamente sobre el asiento se arrodillan, q ue apenasinclinan la cabeza a la elevación, que se sientan sinmuestra alguna de corrección, y frecuentemente con laspiernas cruzadas. Y nada digo de aquellas personasque deberían venir a la iglesia para llorar sus pecados,ye presentan aquí sólo para insultar con sus osten-taciones vanidosas a un Dios humillado ydespreciado,sin pensar más que en atraer las miradas de la gente,o bien para avivar el fuego de sus criminales pasiones.¡ Oh, Dios mío ! ¿ quien se atreverá a asistir a la Misacon semejantes disposiciones ? (1). «Mas nuestro publi-cano, nos dice San Agustín, golpea su pecho, paramanifestar a Dios cl pesar que experimenta de haberleofendido» (2). ¡ Av ! ¡ cuántas gracias, cuántos bienesalcanzaríamos los cristianos, si procurásemos asistir ala Misa con las disposiciones del publicano ! ¡regre-saríamos tan cargados de riquezas celestes, como lasabejas van cargadas de néctar al volver de un floridovergel ! ¡ Oh ! si el Señor nos hiciese la gracia de que

al comenzar la Misa estuviésemos bien penetrados dela grandeza de Jesucristo ante quien estamos, y delpeso de nuestros pecados, ¡ cuán pronto alcanzaríamosel perdón y la gracia de perseverar !

(1) San Ambrosio... . _ Dónde vas ? — Voy a la iglesia. —Ve, des; ra-ciado, a llorar allí. (Nota del Santo .

(_) Homlía sobre cl evangelio de la domntca X. • después de Pen-tecostés.

198 EGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSSOBRE LA SANTA MISA 99

la comisión que ya sabemos. Mas ahora veréis cómo

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Sobre todo, debemos excitar en nosotros durante lasanta Misa grandes sentimientos de humildad ; estoes lo q ue debe sugerirnos el ver al sacerdote bajando delaltar para rezar el Confitcor, profundamente inclinado,él, que ocupando el lugar de jesucristo, parece recibirsobre sus hombres todos los pecados de sus feligreses.

A y ! si el Señor nos hiciese comrrencler de una vez loque es la santa Misa, ; cuántas gracias poseeríamos, deque ahora carecemos ! ¡ De cuántos peligros quedaría-mos exentos si tuviésemos gran devoción al oir la santaMisa ! Y para convenceros ele ello voy a citares unejemplo, en el cual veréis cómo Dios protege de unamanera visible a los que tienen la dicha de asistir a laMisa con devoción.

Leemos en la historia que Santa Isabel, reina dePortugal, sobrina de Santa Isabel, reina de Hungría,era tan caritativa para con los pobres que, con todo y

tener mandado a su limosnero que no denegase nada,les hacía ella, de su prop ia mano o valiéndose de susservidores, continuas limosnas. Solía servirse, ordina-riamente, de un paje en el que había notado una granpiedad ; mas habiendo otro paje observado aquella pre-ferencia, tuvo celos de su compañero. Movido deaquella pasión, fuése a hablar al re y , diciéndole quecierto paje sostenía relaciones ilícitas con la reina.El rey, sin ulteriores indagaciones, resolvió al momen-to deshacerse de aquel p a j e lo mis secretamente posi-ble. Sucedió que el rey acertó a pasar delante de un

horno de cal, encendido, y llamando a los trabajadoresencargados de vigilar el horno, les dijo que, al día si-guiente por la mañana, les enviaría un p aje que habíaincurrido en su desagrado, el cual Ies preguntaría sihabían ejecutado las órdenes del rey ; al tal, debíanprenderle y arrojarle en seguida al horno. Dicho esta,regresó a su palacio, y al momento encargó al paje de lareina que, al día siguiente a primera hora, cumpliese

Dios jamás abandona a los que le aman. Quiso Diosque, en el camino que seguía para ir al horno, se hallaseuna iglesia, y que al tiempo de pasar oyese el paje lacampana que señalaba la hora de la Elevación. Entróallí para adorar a Jesucristo y oir lo restante de la Misaque se celebraba. Comenzó otra Misa, y se quedó a oiría

también. Mas el rey, que estaba impaciente por sabersi se hablan ejecutado sus órdenes, envió a su paje parapreguntar a aquela gente si habían cumplido lo queles encargara. Como aquél fué el primero en llegar, lecogieron y le echaron al fuego. El otro, terminadas susdevociones, fuése a cumplir la comisión, y preguntó aaquellos trabajadores si habían hecho lo que les ordenóel rey . Le contestaron afirmativamente. Volvióse a darla respuesta al rey, el cual quedó altamente sorpren-dido al verle llegar. Lleno de furor, por haber salido lacombinación al revés de lo que deseaba, preguntó al

paje dónde se había detenido tanto tiempo... El pajele respondió que, acertando a pasar delante de una igle-sia, mientras se dirigía al lugar a donde le había man-dado, oyó la campanilla que señalaba la Elevación, locual le indujo a entrar y quedarse hasta el fin de laMisa ; después de aquélla salió otra y después una ter-cera, que él se detuvo también a oir ; con lo cual seguíaun consejo que le dió su padre antes de morir, despuésde haberle dado su bendición, recomendándole que nun-ca dejase una Misa comenzada sin esperar a que ella hu-biese terminado, ya que tal práctica nos atraía muchasgracias y nos libraba de muchas desgracias. Entoncesel rey , reflexionando, comprendió mu y bien que aque-llo había ocurrido por justo juicio de Dios ; que la reinaera inocente y el paje un santo ; y que el otro, al acu-sar, había obrado por envidia. Ya veis, pues, H. M.,cómo, a no ser por su devoción, acuel hombre habríamuerto quemado, y cómo el Señor, al inspirarle que se

tC 0 EGCNDO DOMINGO DESPL'£S DE P E N T r c O S Z E S

detuviera en el templo, le había librado de la muerte ;

S')'BR ` LA SANTA MISA 01

Yo, H. M., no nos admire el ver tanta virtud en este

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mientras que el otro, falto de devoción a la Sagrada Eu-caristía, fué arrojado al fuego.

Nos dice Santo Tomás que un día, durante la san-ta Misa, vió a Jesucristo con las manos llenas de teso-ros, buscando a quién repartirlos, y que, si acertásemos aasistir con frecuencia y devoción a la santa Misa, alcan-zaríamos muchas y mayores gracias que las que posee-mos, ya en el orden espiritual y a en el temporal.

2.° En segundo lugar, os he dicho que el buen la-drón nos instruiría acerca de la manera como hemos deportarnos durante los momentos de la Consagración yElevación de la Sagrada Hostia, momentos en los cua-les hemos de ofrecernos a Dios junto con Jesucristo,teniéndonos por participantes de aquel augusto miste-rio. Mirad, H. M., cómo se porta aquel feliz penitenteen la hora misma de su ejecución ; ¿ no veis cómo abrelos ojos del alma para reconocer a su libertador ? Pero

ved también los progresos que hace durante las treshoras que pasa en compañía del Salvador agonizante.Está amarrado a la cruz, sólo le quedan libres el cora-zón y la lengua, y ved con qué diligencia ofrece unoy otra a Jesucristo : le hace entrega de todo lo que tie-ne, le consagra su corazón por la fe y la 7esperanza, lepide humildemente un lugar en el paraíso, es decir, ensu reino eterno. Le consagra su lengua, publicandosu inocencia y santidad. A su compañero de su p licio lehabla de esta manera : «Es justo que a nosotros se noscastigue ; pero El es inocente» (I). En la hora en que

los demás se entretienen ultrajando a Jesucristo conlas más horribles blasfemias, él se convierte en su pa-negirista ; mientras sus discípulos le abandonan, élabraza su partido ; y su caridad es tan grande, que noomite esfuerzo alguno por convertir a su compañero.

(2) Et nos quidemfuste... '.tic p ero aihii mali ressit (Luc., XXIII, 41).

buen ladrón, puesto que nada hay tan a p ropósito paramover nuestro corazón como la vista de Jesucristo ago-nizante ; no ha y momento en que se nos conceda lagracia con tanta abundancia, y , sin embargo, somos tes-tigos de tal acontecimiento todos los días. ¡ Ay ! H. M.,si en el feliz momento de la Consagración tuviése-

mos la dicha de estar animados de una viva fe, unasola Misa bastaría para librarnos de los vicios en queestamos enredados y convertirnos en verdaderos peni-tentes, es decir, en perfectos cristianos.

De dónde viene, pues, me diréis, que, asistiendoa tantas Misas, continuemos siendo siempre los mis-mos? ¡ Av ! H. M., ello p roviene de que sólo estamospresentes corporalmente, mas nuestro espíritu está enotra parte, con lo cual no hacemos otra cosa que com-pletar nuestra reprobación a causa de las malas dispo-siciones con que asistimos a tan santa ceremonia. ¡ Ay

cuántas Misas mal oídas, que, en vez de asegurarnosnuestra salvación, nos endurecen más v más ! Habién-dese a7,arecido Jesucristo a Santa Matilde, le dijo :' (Has de saber, hija mía. que los santos asistirán a lamuerte de todos aquellos que habrán oído con devociónla santa Misa, para a y udarlos a morir bien, para defen-derlos de la tentaciones del demonio y para presentarsus almas a mi Padre». ¡ Qué dicha la nuestra, H. M.,la de ser asistidos, en aquellos temibles instantes,por tantos santos cuantas sean las Misas que habremosoído bien !...

No, H. M., no temamos jamás que la santa Misa noscause perjuicio en nuestros negocios temporales ; antesal contrario, hemos de estar seguros de que todo andarámejor y de que nuestros negocios alcanzarán mejo-

éxito. Y aquí veréis un admirable ejemplo. Cuéntasede dos artesanos de un mismo oficio y q ue vivían en unmismo barrio, q ue uno de ellos, estando cargado de

202 EGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSSOBRE LA SANTA MISA 0 3

hijos, no dejaba nunca de oir la santa Misa y vivía muy

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holgadamente en su oficio ; el otro, en cambio, que notenía hijos..., trabajaba todo el día, parte de la nochey frecuentemente hasta el santo día del domingo, yapenas podía vivir. A? ver que los negocios de su com-pañero salían siempre coronados por el éxito, pregun-tóle un día cómo se las componía para sacar lo necesa-

rio con que mantener a una familia tan numerosa,cuando él, que no tenía más que a su mujer y no cesa-ba en su trabajo, se hallaba a veces en la más completaindigencia. El otro le conteste que, si así lo deseaba, aldía siguiente le mostraría dónde se hallaba la fuente desus ganancias. El desgraciado artesano quedó tan con-tento con aquella proposición, que esperaba con impa-ciencia la llegada del caía siguiente, día en que iba aaprencier la manera de lograr fortuna. En efecto, elcompañero no faltó a buscarle. Vedle saliendo de sucasa contento y _siguiendo confiadamente al compañero.

Este le condujo a la iglesia, en donde oy eron la santaMisa. Al regresar del templo, «Amigo mío, le dijo elque vivía holgadamente, vuelve a tu trabajo». Al díasiguiente hicieron lo mismo, mas, al ir a buscarle portercera vez para el mismo objeto, «; Hombre !, dijo elotro, si quiero ir a Misa, sé muy bien el camino sin quetengáis que inolestaros en acompañarme ; no es estolo que quería saber, sino cl lugar donde hallabais lo queos a y uda a vivir tan regaladamente, para ver si, hacien-do lo que vos hacéis, sacaba también y o mi provecho.-- Amigo, le contestó el otro, no conozco otro lugar que

la iglesia, ni otra manera de prosperar que o y endo todoslos días la santa Misa ; y , por lo que a mí toca, os ase-guro no haber empleado otros medios para alcanzar elbienestar que tanto os admira. ¿Yo recordáis, en efec-to, lo que nos aconseja Jesucristo en el Evangelio,que busquemos primero el reino de los cielos, y lo de-más se nos dará por añadidura ?» Estas palabras hicie-

ron comprender a aquel hombre el propósito de sucompañero al acompañarle a la santa Misa. «Pues bien,tenéis razón, dijo : el que cuenta solamente con sutrabajo, es un ciego, y veo muy bien que nunca la santaMisa arruinará a nadie. La prueba me la proporcionáisvos. En adelante q uiero imitaros, y confío en que Diosme concederá su bendición.» En efecto, al día siguien-te comenzó la nueva regla de vida, y continuó así elresto de sus días ; v sus negocios prosperaron en pocotiempo. Cuando le preguntaban porqué no trabajabalos domingos, ni durante la noche, como en otro tiem-po ; de dónde venía que asistiese todos los días a lasanta Misa y que se enriqueciese cada vez más ; con-testaba de esta manera : «He seguido el consejo demi vecino ; id a preguntárselo, y él os enseñará la ma-nera de vivir prósperamente sin trabajar más de loordinario, con sólo oir la santa Misa todos los días».

Tal vez esto os extrañe, H. M., mas a rrif no. Estoes lo que vemos todos los días en los hogares dondehay verdadera piedad y devoción : los negocios de losque asisten con frecuencia a la santa Misa prosperanmucho másque Ios de quienes dejan de asistir porfalta de fe opor pensar que no van a tener tiempo.¡ Av ! ¡ cuántomás felices seríamos, si depositáramosen Dios toda nuestra confianza y tuviésemos en nadanucstrb trabajo ! — Pero, me diréis tal vez, si no tene-mos nada, nadie nos da aquello de que carecemos. — Y¿qué queréis que os dé Dios, si no contáis con El por

nada, confiando solamente en vuestro esfuerzo? Ni tansólo procuráis que os quede tiempo para vuestras ora-ciones de la mañana y de la noche, y os contentáis conasistir a la santa Misa una vez por semana. ¡ Ay ! no

conocéis los recursos con que la providencia de Diospuede favorecer a los que a ella se entrenan. ¿ Queréisde ello una prueba palpable ? Aquí la tenéis delante devuestros ojos ; mirad al que os habla, fijaos en vuestro

SOBRE LA SANTA MISA 05

204 SEGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

si los padres y las madres comprendiesen bien esto

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pastor, y examinad la cosa delante de Dios — ¡ Oh !,me diréis, esto es porque hay quien os da. — Mas

quién me da, sino la 'providencia de Dios? En ella ven ninguna otra parte están mis tesoros. ¡ Ay ! ¡ cuciego es el hombre al inquietarse tanto, para no serotra cosa que un desgraciado en esta vida y condenarsedespués ! Si acertaseis a pensar con seriedad en vuestra

salvación y procuraseis asistir siempre que posible osfuese a la santa Misa, muy pronto veríais confirmadolo que os digo.

No, HM., no hay momento tan precioso para pe-dir a Dios nuestra conversión como el de la santaMisa ; ahora vais a verlo. Un santo ermitaño llamadoPablo vió a un joven, muy bien vestido, entrar en unaiglesia acompañado de gran número de demonios ;pero, terminada la santa Misa, lo vió salir acompañadode una multitud de ángeles que marchaban a su lado.«¡ Oh, Dios mío !, exclamó el Santo, ¡ cuán agradableos debe de ser la santa Misa !» Nos dice el Santo Concilio

deTrento que la Misa aplaca la cólera de Dios, con-vierte al pecador, alegra al ciclo, alivia las almas delpurgatorio, da gloria a Dios, v atrae sobre la tierra todasuerte de bendiciones (i). ¡ Oh ! H. M., si llegásemosa comprender lo que es el santo sacrificio de la Misa,

con qué respeto no asistiríamos a ella ?...El santo abad Nilo nos refiere que su maestro San

Juan Crisóstomo le dijo un día confidencialmente que,durante la santa Misa, veía a una multitud de ángeles

bajando del cielo para adorar a Jesús sobre el altar,mientras muchos de ellos recorrían la iglesia para ins-pirar a los fieles el respeto y amor que debemos sentira Jesucristo presente sobre el altar. ¡ Momento pre-cioso, momento feliz para nosotros, H. M., aquel enque Jesús está presente sobre nuestros altares ! ¡ Ay !

(z) Se=. XXIII y XXII.

supiesen aprovecharse de esta doctrina, sus hijos noserían tan miserables, ni se alejarían tanto de los ca-minos que al cielo conducen. ¡ Dios mío, cuántos po-bres junto a un tan gran tesoro !

3.°Os he dicho que el centurión nos serviría deejemplo en los momentos en que tenemos la dicha decomulgar, ya espiritual, ya corporalmente. Por comu-

nión espiritual entendemos un gran deseo de unirnosa Jesucristo (I). El ejemplo de aquel centurión es tanadmirable, que hasta la Iglesia se complace en poner-nos todos los días su conducta ante nuest r os ojos, du-rante la santa Misa. «Señor, le dice aquel humilde ser-vidor, yo no soy digno de que entréis en mi morada,mas decid solamente una palabra, y quedará cu-rado mi servidor» (c). ¡ Ah ! si cl Señor viese ennosotros esa misma humildad, ese mismo conocimientode nuestra pequeñez, ¿ con qué placer y con qué abun-dancia de gracias no entraría en nuestro corazón ?¡ Cuántas fuerzas yuánto valor íbamos a alcanzarpara vencer al enemigo de nuestra salvación ! Que-remos, H. M., obtener un cambio de vida, es decir,dejar el pecado y volver a Dios Nuestro Señor ? Oiga-mos algunas Misas a esta intención, y si lo hacemosdevotamente, nos cabrá la plena seguridad de queDios nos ayudará a salir del pecado. Ved un ejemplode ello. Refiérese que había una joven la cual durartemuchos años mantuvo relaciones pecaminosas con cier-to mancebo. De súbito, al considerar el castigo que espe-

raba a su pobre alma llevando una vida como la quellevaba, sintióse llena de espanto. Después de haberoído Misa, fuése al encuentro de un sacerdote para ro-garle que la ayudase a salir del pecado. El sacerdote,

(I) S. Buenaventura... Rodríguez, t. III, Dáz. 573. (Nota del Santo).

( 2 ) att ., VIII, 8.

206 EGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSSOBRE LA SANTA MISA 07

que ignoraba el comportamiento de aquella joven, le a su compañero muerto a sus pies. «¡ Herid, herid

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preguntó qué era lo que la llevaba a cambiar de vida.«Padre mío, dijo ella, durante la santa Misa que mimadre, antes de morir, me hizo prometer que oiríatodos los sábados, he concebido un tan grande horrorde mi comportamiento que me es ya imposible aguantarmás». «¡ Oh, Dios mío ! exclamé el santo sacerdote, ¡ he

aquí un alma salvada por los m:.ritos de la santa Misa !»¡ Ah ! H. M., ¡ cuántas almas saldrían riel pecado,si tuviesen la suerte de oir la santa Misa en buenasdisposiciones ! No nos entrañe, pues, que el demonioprocure, en aquel tiempo, sugerirnos tantos pensamien-tos ajenos a la devoción. ¡ Ay ! bien prevé, mejor quevosotros, lo que perdéis asistiendo a dicho acto contan poco respeto y devoci(n. ¡ Ah ! H. M., ¡ de cuán-tos accidentes y muertos repentinas nos preserva lasanta Misa ! ¡ cuántas personas, por una sola Misa bienoída, habrán obtenido de Dios el verse libres de una

desgracia ! San Antonino nos refiere a este respecto unhermoso ejemplo. Nos dice que dos jóvenes organiza-ron, en día de fiesta, una partida de caza : uno deellos oyó Misa, mas el otro no. Estando ya en camino,el tiempo se puso amenazador ; retumbaba el truenoformidable, veíase brillar incesantemente el relámpago,hasta el punto de que el cielo parecía incendiarse. Maslo que los llenaba de pavor, era que, en medio de losfulgurantes rayos, oían una voz, como salida del aire,que gritaba : «¡ Herid a esos desgraciados, heridlos !»Calmóse un poco la tempestad y comenzaron a tran-

quilizarse. Pero, al cabo de un rato, mientras prose-guían su camino, un ra y o redujo a cenizas al que habíadejado de oir la santa Misa. El otro quedó sobrecogidode un temor tal, que no sabía si pasar adelante o de-jarse caer. En estas angustias, oía aún la voz que gri-taba :«¡ Herid, herid al desgraciado !,) Lo cualcontribuía a redoblar el espanto que le causaba el ver

al que queda !» Cuando se creía ya perdido, oyó otravoz que decía : «No, no le toquéis ; esta tx,.añana ha oídola santa Misa». De manera q ue la Misa que había oídoantes de partir le preservó de una muerte tan espan-tosa. ¿ Veis, H. M., cómo se digna Dios concedernossingulares gracias y preservarnos de graves accidentes

cuando acertamos a oir debidamente la santa Misa ?¡ Ay ! ¡ qué castigos deberán esperar aquellos que nohacen escrúpulo de faltar a ella los domingos ! De mo-mento, lo que seve claramente es que casi todos tienenuna muerte desdichada ; sus bienes van en decadencia,la fe abandona su corazón, y con ello vienen a ser do-blemente desgraciados. ¡ Dios mío ! ¡ cuán ciego es elhombre, tonto en lo que se refiere al alma, como enIo que atiende al cuerpo !

III. — La ma y or parte de los mundanos o y en la

Misa imitando al fariseo, al mal ladrón o a Judas. He-mos dicho que la santa Misa es el recuerdo de la muertede Jesús en la montaña del Calvario ; y por esto quiereJesucristo que, cuantas veces celebramos la santa Misa,lo hagamos en su memoria. Pero, por desgracia, pode-mos decir que, mientras nosotros renovamos el recuerdode los padecimientos de Jesucristo, muchos de los asis-tentes reproducen el crimen de los judíos y de losverdugos que le clavaron en cruz. Y para que podáisdiscernir mejor si pertenecéis vosotros al número deaquellos desgraciados que deshonran ele tal manera nues-tros santos misterios, voy a luceros observar, H. M.,cómo, entre los que fueron testigos de la muertede Jesús en el Calvario, había tres linajes de personas :unos, más insensibles que las criaturas inanimadas,sólo desfilaban delante de la cruz,sin detenerse ni darlugar a sentimientos de verdadero dolor. Otros seacercaban al lugar del suplicio y consideraban todas

208 EGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS OBRE LA SANTA MISA 09

las circunstancias de la Pasión del Salvador ; mas esto airedisplicente, con gesto de menosprecio, y así os

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era solamente para mofarse, haciendo de ello asuntode broma y ultrajándole con las más horribles blasfe-mias. Finalmente, unos pocos derramaban lágrimasamargas, al ver las crueldades que se cometían en eIcuerpo de suDios y Señor.Mirad ahora a cuál de lostres grupos pertenecéis. Y no os hablaré de aquellos

que vana

oir precipitadamente una Misa en algunaparroquia ajena donde tienen otros negocios, ni ele losque asisten sólo la mitad del tiempo, gastando laotra parte en beber con un amigo enla taberna ; de-jémoslos de lado, va que son gente que vive cual sino tuviese alma quesalvar ; han perdido ya su fe, y,de consiguiente, todo está perdido. Hablemos solamen-te de los que vienen ordinariamente.

Y de ellos digo, primero, que muchos solamentevienen para ver y servistos, con un espíritu entera-

mentedisipado, de la misma manera que irían a un

mercado, a una feria, y me atreveré adecir, a unbaile. Están aquí sin modestia : apenas doblan ambasrodillas durante la Elevación o la Comunión. Y los

que así os portáis, ¿ oráis durante la Misa ?... ¡ Ay !no ; es que la fe os falta. Decidme : cuando os dirigísal encuentro de ciertas personas de calidad para pedir-les algún favor, ocupan ellas vuestro pensamientomientras os encamináis hacia su casa ; entráis en ellacon modestia, les hacéis un profundo saludo, permane-céis descubiertos y ni tansólo pensáis en sentares;

tenéis los ojos bajos, y no os ocupa la atención otra

cosa que la manera de expresares bien y cn términoselevados. Si éstos os faltan, os excusáis en seguidaalegando vuestra escasa educación... Si tales personasos reciben amablemente, la alegría inunda vuestro co-razón. Pues bien, decidme, H. M., ¿no debe esto con-fundiros al ver que tomáis tantos miramientos por cual-quier cosa temporal, mientras acudís a la iglesia con

presentáis delante de un Dios que murió por salvaresy que cada día derrama su sangre para alcanza. os elperdón del Padre celestial? ¿ Qué afrenta no será paraJesús, H. M., el verse insultado por tan viles criaturas ?¡ Ay ! cuántos durante la Misa cometen máspecadosque durante el resto de la semana. Unos no piensan en

Dios para nada, otros oran con la boca, mientras sucorazón y su mente se sumergen ora en el orgullo, oraen el deseo de agradar, ora en la impureza. ¡ Oh ! ¡ granDios ! ¡ y se atreven a nombrar a Jesucristo que anteellos se presenta tan santo y tau puro !... Otros danen su mente libre entrada y salida a todos lospensa-mientos que el demonio quiere sugerirles. ¡ Cuántos notienen escrúpulo alguno en volver la cabeza, en reir,en conversar, en mirar de una parte a otra, en dormircomo en su cama, o tal vez mejor ! ¡ Av ! ¡ cuántos cris-tianos salen de la iglesia con treinta o tal vez cincuenta

pecados mortales de másde los que tenían al entrar 'Así, me diréis vosotros, será mejor no ir a Misa.¿ Sabéis lo que hay que hacer ?... Asistir a la santaMisa y estar en ella con devoción, ofreciendo a Dios tressacrificios, a saber : el de vuestro cuerpo, el de vuestramente y el de vuestro corazón. Xuestro cuerpo debeadorar a Jesucristo con una religiosa modestia ; nues-tra mente, al oir la santa Misa, debe penetrarse de nues-tra pequefiez y de nuestra indignidad, evitando todadisipación, apartando feos de sí las distracciones. De-bemos también consagrarle nuestro corazón, que es la

ofrenda para El másagradable, ya que es precisamentenuestro corazón lo que con tanta insistencia nos pide :«Hijo mo, nos dice, dame tu corazón» (I).

Y acabemos, H.econociendo lo desgraciadasque somos al oir mal la Misa, ya que con ello hallamos

(I) PracDe fuior tuumI_Iibi (Prov., XXIII, :6).

SUM. CURA ARS —T. II:

2W EGUNDO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

nuestra reprobación allí donde los demás encuentran

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su salvación. Haga el cielo que asistamos a la santaMisa cuantas veces nos sea posible, puesto que median-te ella recibimos gracias en abundancia ; mas quie-ra Dios también que llevemos a tan santa ceremonialas mejores disposiciones posibles.

Con ello se derramará sobre nuestras cabezas toda

suerte de bendiciones en este mundo y en el otro...Esto es lo que os deseo.

La manera como se condujo Jesús durante su vidamortal, nos muestra la magnitud de su misericordia

para con los pecadores. Vemos que todos buscan sucompañía, y El, lejos de rechazarlos o apartarse deellos, emplea todos los medios posibles para hallarseentre los mismos, a fin de atraerlos a su Padre. Va ensu busca mediante los remordimientos de conciencia,los rinde con su gracia, y los gana mediante su tratoamoroso. Trátalos con tanta bondad, que hasta tomasu defensa contra los escribas y fariseos, quienes lesechan en cara sus faltas y parece que no pueden sufrir-los al lado de Jesucristo. Y aun va más lejos, pues jus-tifica su conducta para con ellos, en aquella parábola

en que tan exactamente les pinta la magnitud de suamor a los pecadcres. Dice así : «Había un buenpastor que tenía cien ovejas, y , abiéndosele extra-viado una, abandona todas las demás para correr enbusca de la perdida, y , al encontrarla, se la carga sobresus hombros para evitarle el cansancio del camino ; yhabiéndola después devuelto al redil, invita a sus ami-

TERCER DOMINGO

DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

SOBRE LA MISERICORDIA DE DIOS

Ercr.t autor appropir.Cua":es ci

publicani et pccc,.tores, ui audi-rcut ilion.

Los puilicanos y los pecadoresse acercaban a jesucristo para es-

cucicr!c.(S. Lucas, XV, t.)

212 ERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSSOBRE LA MISERICORDIA DE DIOS 13

gas a festejar el hallazgo de la oveja que creía per-za, diciendo : Señor, ¿ queréis que hagamos perecer a

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dida.» Y a esta parábola añade aún aquella de unamujer que tenía diez dracmas, la cual, habiendo perdi-do una, busca con una lámpara por todos los rinconesde su casa, y, al encontrarla, convida a sus amigas paraque participen de su alegría. (IDO esta manera, dice, sealegra el cielo todo por la conversión de un pecador. Nohe venido por los justos, sino por los pecadores ; notienen necesidad dei médico los que están sanos, sinolos enfermos.» Vemos, pues, cano Jesucristo se aplicaa sí mismo esas vivas figuras de la magnitud de su mi-sericordia para con los pecadores. ¡ Ah ! H. M., ; qu£dicha para nosotros tener la certeza de que es infinita lamisericordia de Dios ! ¡ cuán vehemente ha de ser nues-tro deseo de arrojarnos a los pies de un Dios que nesrecibirá con tanta alegría ! Sí, H. M., si nos condena-mos, ninguna excusa podremos alegar, sabiendo queel mismo Jesucristo nos manifiesta cómo su misericor-

dia fué en todo momento bastante grande para perdo-narnos, cualquiera que fuese el número y la gravedadde nuestras culpas. Y para claros una idea de ello, voya exponeros hoy : I.° la magnitud de la misericordiade Dios para con el pecador ; 2.° lo que hemos de hacerpor nuestra parte para merecer la gracia de alcanzarla.

I. — Sí, H. M., todo debe consolarnos, todo debeanimarnos al ver la manera como Dios se porta connosotros. Por muy culpables que nos veamos, su pa-ciencia nos espera, su amor nos invita a salir del peca-

do para retornar a El, su misericordia nos recibe ensus brazos. Gracias a su paciencia, nos dice el profetaIsaías, el Señor nos espera rara hacer misericordiacon nosotros. En el mismo momento en que hemos pe-cado, merecemos ser castigados. Al pecado, nos dice,sólo se le debe el castigo ; en cuanto el hombre se re-vuelve contra su Dios, todas las criaturas piden vengan-

ese pecador que os ha ultrajado? ¿Queréis, dice elmar, que le trague hacia el fondo de mis abismos ? Latierra le dice : Señor, ¿abriré mis entrañas para quebaje vivo al infierno ? El aire habla así : ¿Permitiréis,Señor, que le ahogue ? El fuego dice : ¡ Ah ! permitidque le abrase. Y así, a grandes voces, todas las demás

criaturas piden venganza. El trueno y los relámpagosllegan hasta el trono de Jesucristo para pedirle la facul-tad de aplastar y devorar el pecador. — No, respondeJesucristo, dejadle sobre la tierra hasta el momento quemi Padre haya determinado ; tal vez tendré la dichade verle convertido. Si el pecador se extravía más ymás, aquel buen Padre llora sus desvíos, sin cesar, em-pero, de perseguirle con su gracia, sugiriéndole vivosremordimientos en su conciencia. «; Oh, Dios de lasmisericordias !, exclama San Agustín, siendo pecador,cada vez me alejaba más y más de Vos, mis pasos y

mis andanzas todas eran otras tantas caídas, mis pasio-nes se encendían cada día con más ardor, y , no obstante,Vos me esperabais pacientemente. ; Oh, paciencia demi Dios ! tantos años ha que os estoy ofendiendo G aunno me habéis castigado : ¿ de dónde podrá venir estedilatado retraso ? ¡ Ay !, Señor, es que deseabais miconversión, y mi retorno a Vos por la penitencia.»

Será posible, H. M., que, a pesar de los deseesque tiene Dios de salvarnos, nos p erdamos nosotrostan voluntariamente ? Recorramos, H. M., las diferen-tes edades del mundo, y en todo momento veremos latierra abrumada por las misericordias del Señor, y .alos hombres colmados de beneficios divinos. No, H. M.,no es el pecador quien retorna a Dios para pedirle per-dón, sino el mismo Dios quien corre detrás del pecadory lo atrae hacia El. ¿ Queráisun ejemplo de ello ? Mi-rad cómo se p ortó con Adán. Después de haber come-tido éste su primer pecado, en vez de castigarle como

2 14 ERCER D')MINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

otorgártelo». Caín no quiere hacerlo, desespera de su

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merecía, por haberse rebelado contra su Criador, quetantos privilegios le otorgara, que le había adornadocon tantas gracias, destinado a un fin tan dichoso, a serel amigo de Dios y a no morir jamás... como Adán hu-y ese de la presencia de Dios, el Señor, cual un padredesolado que ha perdido a su hijo, corre en su busca yle llama casi llorando : Adán, Adán, ¿ dónde estás? (1).Por qué huyes de la presencia de tu Criador ?»

Tiene tantos deseos de perdonarle, que apenas le dejatiempo para pedirle perdón ; en seguida le anuncia quele perdona, que enviará a su elijo, el cual nacerá deuna Virgen y reparará la pérdida que el pecado causóa él y a toda su descendencia, la cual reparación se rea-lizará del modo más admirable. En efecto, H. M., a nohaber sido el pecado de Adán, jamás habríamos tenidola dicha de que jesucristo fuese. nuestro Salvador, nide recibirle en la sagrada Comunión, ni tampoco de

poseerle en nuestros templos. Durante los muchos si-glos que transcurrieron antes que el Padre Eterno en-viase su Hijo a la tierra, no cesó de renovar sus pro-mesas por medio de los patriarcas y profetas. ¡ Oh,caridad, cuán grande sois para los pecadores ! ¿Veis,H. M., cuál es la bondad de Dios para el pecador?Y desesperaremos aún del perdón ?

Toda vez que cl Señor atestigua tan inequívoca-mente el deseo de perdonarnos, si permanecemos enpecado será enteramente por culpa nuestra. Miradcómo se portó con Caín, cuando éste hubo muerto a

s uhermano. Sale a Suencuentro para moverle a entraren sí mismo, a un de poderle perdonar, pues p ara quenos conceda el perdón es preciso que se lo pidamos...; Ah ! Dios mío ¿no es esto demasiado ? «Caín, Caín,qué has hecho ? (_). Pídeme perdón, para que pueda yo

(1) Gen., III. e,.

(2 ) Gen., IV, zo.

salvación y se endurece en el pecado. Sin embargo, ve-mos que Dios le deja morar por largo tiempo en latierra, para darle lugar a convertirse. Mirad además sumisericordia para con el género humano, cuando los crí-menes de los hombres cubrían la faz de la tierra impreg-nándola con el virus de las más infames pasiones : el

Señor se veía forzado a castigarlos ; mas, antes de poneren ejecución su castigo, ¡ cuántas precauciones, cuántosavisos, cuántos a plazamientos ! Antes de castigarlos,amenazó a los hombres durante mucho tiempo, a fin demoverlos a reflexión. Viendo que sus crímenes ibansiempre en aumento, les envió a Noé, al que encargóla construcción del arca, que emplease en ella cienaños y , urante todo este tiempo, dijese a cuantosle pidiesen exp licaciones acerca de la obra que ejecuta-ba, que el Señor iba a perder al mundo por un diluviouniversal ; mas que, si querían convertirse y hacer pe-nitencia de sus pecados, cambiaría su decreto. Y al fin,viendo que de nada servían tales avisos, vióse •forzadoa castigar a la humanidad. Mas, en aquel momento,vernos que el Señor dice que se arrepiente de habercriado al hombre : lo cual nos muestra la magnitud desu misericordia. Cual si dijera : Preferiría no haberlecreado a tener que castigarle (I). Decidme, H. M.,¿podía, todo un Dios, llevar más allá su misericordia ?

De esta manera, H. M., aguarda Díos a que lospecadores hagan penitencia, y a ella los invita por los

movimientos interiores de la gracia y por la voz de susministros. Mirad también cómo se porta con Nínive,aquella gran ciudad pecadora. Antes de hacerle sentirsus rigores, envía al profeta jonás, para que de su parteanuncie a los habitantes ele aquella urbe que dentrocuarenta días los va a castigar. jonás, en vez de enea-

(I) Gen., y;.

21 6 ERCER DOMINGO DESM;ÉS DE FENTECOST S

minarse a Nínive, huye hacia otro lado. Intenta atrave-

SOBRE LA MISERICORDIA DE DIOS i i

« Abrahán, dijo el Señor, los crímenes de Sodoma y

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!sar el mar ; pero Dios, que no quiere dejar de avisar alos ninivitas antes de castigarlos, obra el gran milagrode conservar durante tres días a su profeta en el vien-tre de una ballena, la cual después lo vomita en tierra.Entonces el Señor dijo a Jonás : «Vete a anunciar a laciudad de Nínive que dentro cuarenta días va a pere-

cer». Ninguna condición les señaló. Partió el profeta,y anunció a los ninivitas que dentro cuarenta díasiban a perecer. Ante aquel aviso, desde el más ínfimosúbdito hasta el rey, todos se entregaron a las lágrimasy a la penitencia. «¿ Quién sabe, dijo el rey, si el Señortendrá piedad de nosotros?» Al ver el Señor la peniten-cia de los ninivitas, pareció alegrarse por caberle elplacer (iC perdonarlos. Al ver Jonás que había llegadova el tiempo del castigo, se alejó de la ciudad, esperan-do que el fuego del ciclo cayese sobre ella. Viendo queel castigo no se cumplía : «¡ Ah !, Señor, exclamó Jo-

nás. ¿me haréis, por ventura, pasar por un falso pro-feta ? Antes prefiero que me enviéis la muerte. ¡ Ah¡ conozco muy bien vuestra bondad, y cuán presto estáissiempre a perdonar ! — ¡ Pues qué ! Jonás, le dijo clSeñor, ¿querrías tú que yo hiciese perecer a tantas per-sonas que se han humillado delante de mí ? ¡ Oh ! no.no, Jonás, no me atrevería a . ello ; antes al contrario,les conservaré la vida y los amaré» (1).

Tal es precisamente, H. M., la conducta que Jesu-cristo observa para con nosotros ; a veces parece que-rernos castigar sin misericordia, pero al más leve arre-

pentimiento, nos perdona y nos devuelve su amistad.Ved lo que pasó cuando quiso hacer bajar fuego del cielosobre Sodoma, Gomorra y las ciudades vecinas. Pare-cía no saber determinarse sin consultar antes a su sier-vo Abrahán, como para preguntarle lo que debía hacer.

r) Ion., I-r- .

Gomorra llegaron ya hasta mi trono, no pueda sufrirlospor más tiempo ; haré que sus habitantes perezcan bajoel fuego del cielo. — Pero, Señor, le dijo Abrahán,

castigaréis a los justos juntamente con los pecadores?— ¡ Oh ! no, no, le dijo el Señor. — Pues bien, respon-dió Abrahán, si hubiese en Sodoma treinta justos, ¿lacastigaríais? — No, dijo, si hallo treinta, perdonaré atoda la ciudad por respeto a esos justos» (1). Despuésfué rebajando el número hasta contentarse con diez.Y, caso singular, en una tan po pulosa ciudad no habíani tan sólo diez justos. Ya veis, pues, cómo el Señorparece complacerse en consultar a su siervo acerca delo que debía hacer. Viéndose obligado a castigar a di-chas ciudades, envió a un ángel para que avisase aLoth, a fin ele que pudiese escapar con toda su familiay no sufriese el castigo de los culpables (2). ¡ . Ah !¡ Dios mío, cuánta paciencia ! ¡ cuántos aplazamientos

antes de llegar a la ejecución !Sabéis cuál es el pecado que ha obligado al Señora enviar tantos castigos a los mortales ? ¡ A y ! el maldi-to pecado de impureza, del cual estaba cubierta todala tierra.. ¿ Queréis ver la largueza de Dios hasta en elcastigar ? Mirad lo que hizo ,al destruir Jericó (3'.Ordenó el Señor a Josué que llevase allí el Arca de laalianza, la cual era como un instrumento que mostrabala grandeza de la misericordia divina. Quiso que fuesellevada por los sacerdotes, que son los depositarios desus misericordias. Ordenó que, durante siete días, diese

el pueblo la vuelta a las murallas de la ciudad, tocandolas mismas trompetas que servían para anunciar el añodel jubileo, que era año de reconciliación y de perdón.Sin embargo, vernos que aquellas mismas trompetas

I) Gen., XVIII.(2 ) Ibid., XIX.(3 ) Iosne, VI.

21 8 ERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTEr'OSTÉS

que anunciaban el perdón, hicieron caer las murallas de

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la ciudad, para manifestarnos con ello que, si no quere-mos aprovecharnos de las gracias que Dios tiene a bienconcedernos, nos hacemos aún más culpables ; pero si te-nemos la dicha de convertirnos, se siente el Señor tangozoso que viene a otorgarnos el perdón más pronta-mente que una madre corre a sacar al hijo de las llamas.

Acabamos de ver, H. M., cómo, desde el principiodel mundo hasta la venida del Mesías, brillan la mise-ricordia, el favor y el perdón. Sin embargo, podemosafirmar que son mucho más abundantes y preciososaún los beneficios con que Dios ha enriquecido el mun-do en la ley de gracia. ¡ Cuánta misericordia represen-ta, en la persona del Padre Eterno, no tener más queun hi j oy consentir en que recibiese la muerte parasalvarnos a todos ! ¡ Ay ! H. M., si, con un corazónagradecido, recorriésemos toda la pasión de Cristo,cuán abundantes serían nuestras lágrimas ! Al contem-

plar al tierno Jesús en el pesebre, etc...Vemos que la misericordia del Padre no puede llegar

más allá, ya que, no teniendo más que un Hijo, parasalvarnos, sacrifica a este Hijo, que es lo que El tieneen mayor aprecio. Mas ¿ qué diremos, al considerar elamor del Hijo? ¡ Acepta tan voluntariamente los máscrucles tormentos y la misma muerte, para procuramosla felicidad del cielo ! ¡ Ay ! IT. M., ¿ qué es lo quepor nosotros no hizo durante su vida mortal? No con-tento con llamarnos a sí por la gracia y con facilitarnos

todos los medios para nuestra santificación, vedle co-rriendo afanoso tras sus ovejas extraviadas ; vedle re-correr las ciudades y los campos en su busca, paraconducirlas al redil de su misericordia ; miradle sepa-rándose de la compañía de sus Apóstoles para ir a espe-rar a la Samaritana en el pozo de Jacob, donde sabíaq ue había de venir ; se le muestra amable y comienzaa dirigirle la palabra, a fin de que su lenguaje lleno de

suavidad, unido a su gracia, la mueva y la consuele ;pídele agua, para que ella le pida algo más precioso, asaber, el perdón. Quedó tan contento de haber ganadoaquella alma, que cuando sus Apóstoles le invitaron aque comiese : «¡ Oh '. non, les dijo. Como si dijese :«¡ Ah ! no, no, es tanta la alegría que siento por haber

ganado un alma para mi Padre, que no pienso en ali-mentar mi cuerpo !» (1).Contempladle en casa de Simón el leproso ; r.o fué

allí para comer, sino porque sabía que acudiría allí unaMagdalena pecadora : esto es lo que le llevó a aquelfestín. Considerad la alegría que se refleja en su rostroviendo a la Magdalena a sus plantas, viéndola durantetoda la comida regarle los pies con sus lágrimasenjugárselos con su cabellera. Mas el Salvador por suparte le paga con creces aquella fineza ; a manos llenasderrama las gracias en su corazón. Ved de qué manera

la defiende contra los que se escandalizan (a). Y llegaa tanto, que, no satisfecho con haberle perdonado to-dos sus pecados, librándola de los siete demonios queen su corazón tenía, quiere aún escogerla por una desus esposas ; quiere que le acompañe durante el cursode su pasión y q-re, «en todo el mundo, al ser predicadoel Evangelio, sea narrado lo que acababa de hacer conrespecto a Jesús» (;) ; no quiere hablar de sus pecados,puesto que le quedan ya perdonados por la aplicaciónde la preciosa sangre que va a derramar.

Vedle seguir el camino de Cafarnaum para hallar

a otro pecador en su despacho — San Mateo — y hacerde él un celoso apóstol (.l). Preguntadle por qué tomael camino de Jericó, y os dirá que hay allí un hombre

(1) loan., IV.f.; Luc., VII.(3 ) tbicumque nraedica!nmfucrit hoc Evargciiurn in universo

mundo, dicetur et guod hace fccit in memorial:: eius (Díattá., XXVI, 13).(4 ) Ibid., lt.

220 ERCER DOMINGO DEsrt'Es DE PENTrCOSTÉS

llamado Zaqueo, tenido por pecador público, al cual

SOBRE LA MISERICORDIA DE DIOS 21

que yo te he perdonado, ¿ quién se atreverá a conde-narte ? «;Ah ! Señor, le respondió aque lla pecadora,

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desea salvar. Para convertirle en perfecto penitente,hace lo que un padre que ha perdido a su hijo ; le lla-ma : «Zaqueo, dice, baja del sitio en que te hallas ;porque quiero hospedarme hoy en tu casa ; vengo paraotorgarte el perdón». Como si dijese : Zaqueo deja tuorgullo s tu afición a los bienes del mundo ; desciende,

es decir, abrázate a la humildad y a la pobreza. Y paradarlo a entender a los demás que con él estaban, dijo :«Esta casa recibe hoy la salvación» (i). — ¡ Oh, Diosmío ! ¡ cuán grande es vuestra misericordia para conlos pecadores ! •

Preguntadle también por qué pasó por aquella plazapública. «¡ Ah !, os dirá, es que aquí espero a -aquellamujer adúltera, ya que a este lugar la llevarán paraapedrearla ; mas yo la defenderé de sus enemigos, lamoveré v lograré su conversión». Mirad al dulce Sal-vador junto a aquella mujer, observad cómo se porta

con ella, ved de qué molo toma su defensa. Al verlarodeada de aquel pop ulacho que sólo esperaba la señalpara aplastarla, el Salvador parecía decirles : «Aguardadun momento, dejadme hacer, después obraréis vos-otros». Se inclina hacia el suelo y escribe, no su sen-tencia de condenación, sino su absolución. Al levantar-se, mira a los perseguidores de la mujer, cual si lesdijese : «Ahora que esta mujer está perdonada, ya noes una pecadora, sino una santa penitente, ¿ quién devosotros puede compararse con ella ? El que esté libre

de pecado, arroje la primera piedra:. Y aquellos refi-nados hipócritas, al ver que Jesucristo leía en sus con-ciencias, se retiraron avergonzados, comenzando losmás viejos, que eran sin duda los más culpables. Jesu-cristo, al verla sola, díjole bondadosamente : «Mujer,¿nadie te ha condenado?» Como si le dijese : después

(r) Luc., XIX.

nadie. -- Pues anda, y no quieras volver a pecar)) (i):Mirad aún los sentimientos que manifiesta al ver

a aquella mujer que desde hacía doce años sufría flujode sangre. La mujer arrojóse humildemente a sus pies ;«Pues, decía ella, si puedo tan sólo llegar a tocar elborde de su vestido, tengo la seguridad de sanar». Je-

sucristo se volvió, con mirada bondadosa, y dijo«¿Quién me ha tocado? Anda, hija mía, le dijo, tenconfianza, estás curada de alma y cuerpo» (_). Vedlecómo se compadece de la pena de aquel padre que lepresentó a su hijo, poseído del demonio desde su tiernaedad... (3).

Miradle llorando, al acercarse a la ciudad de Teru-salén, . f igura del pecador que no quiere ahl ndar sucorazón. Vedle llorar su perdición eterna. «¡ Oh ! cuán-tas veces, ingrata Jerusalén, he querido atraerte haciael seno de mi misericordia, cual una gallina que cobijaa sus polluelos debato de sus alas ; mas tú no has que-rido. ; Oh, ingrata Jerusalén ! ; has dacio muerte a losprofetas e hiciste perecer a los siervos de Dios ! ; Oh '¡ si al menos hoy quisieses aceptar el perdón que tetraigo !» (I). ¿Veis, H. M., de qué manera el Señor,cuando no queremos convertirnos, llora la pérdida denuestras almas?

Después de considerar todo eso que hace jesucristopara salvarnos, ¿ cómo podremos desesperar de su mi-sericordia, siendo su más gran placer el perdonamos?

Así es one. por innumerables que sean nuestros peca-dos, si resolvemos seriamente dejarlos y arrepentimosde ellos. estamos seguros del perdón. Aunque nuestras

(x} Io.h., YETI.,,:rth., Ix.

(3 ) "3Iarc., IX.(4 ) Mattli., VIII.

222 ERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS SOTIRE LA MISERICORDIA DE DIOS 23

culpas fuesen tan numerosas como las hojas de los también hacer nosotros. Si nos vemos demasiado culpa.

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árboles de la selva, si nuestro corazón está verdadera-mente contrito, alcanzaremos el perdón. Para coIiven-ceros de ello, aquí tenéis un admirable ejemplo. Léeseque había un joven llamado Teófilo, sacerdote, el cualfué acusado ante su obispo y depuesto de una dignidadque poseía. Llenúle aquella afrenta de un furor tal,

que llegó hasta a llamar al demonio en su a y uda. Elmaligno esp íritu auarecióseie bajo una forma vulgar, yle prometió que ie haría recobrar su dignidad si renun-ciaba en seguida a jesús y a María. Ciego de furor,consintió el infeliz, y dió al demonio la renuncia enun dc,curaento escrito de su puño y letra. Al día si-guiente, habiendo el obispo reconocido su falta, le lla-mó a la iglesia, y le pidió perdón por haber creído conharta f acilidad lo que de él le habían dicho, y le repusoen su dignidad. Desde aquel momento el sacerdote que-dó fuertemente acongojado ; los remordimientos de

conciencia desgarraron su alma durante mucho tiempo.Entonces se le ocurrió acudir a la Santísima Virgen,y a ue se consideraba indigno de Medir perdón al mis-mo Dios. Se postró ante una imagen de la Virgen,suplic:índole que le alcanzase de su divino Hijo el per-dón ; y a {n de obtenerlo, a y unó por espacio (le cua-renta días y oró durante todo ese tiempo sin cesar. Alcabo de los cuarenta días, se le apareció la SantísimaVirgen, y le elijo que había obtenido su perdón. Muyconsolado quedó con aquella gracia ; pero restaba aúnuna espina que arrancar : era aquel documento que

había entregado al demonio. Pensó que el Señor nodenegaría aquella gracia a su santa Madre, y a talefecto estuvo orando tres días ; al despertarse encontróel documento sobre su pecho. Lleno de agradecimiento,fuése al templo, y , elante de todo el concurso de fie-les, hizo pública la gracia que el buen Dios le otorgarapor intercesión de su Santísima Madre. Esto debemos

bles para pedir el perdón a Dios, dirijámonos a laSantísima Virgen y endremos la seguridad de al-canzarlo.

Mas, para animaros a concebir gran confianza en lamisericordia ele Dios, que es infinita, recordaré aquí unejemplo sacado del Evangelio, el cual nos muestra la

magnitud de la misericordia divina : es el del hijopródigo, quien, como sabéis, después de haber pedidoa su padre la herencia que podía tocarle, se fué a unpaís extranjero. Allí disipó toda su fo rtuna viviendocomo un libertino. Su mala conducta le redujo a unamiseria tal, que se sentía dichoso alimentándose conlas sobras de la comida destinada a los cerdos queguardaba. Meditando un día sobre la gran miseria enque se hallaba, decía a su amo : »Dadme, a lo menos, lacomida (festinada a los más inmundos animales)). ¿Quémiseria es comparable a ésta, H. M. ? Sin embargo, ni

esto se le concedía. Viéndose condenado a morir dehambre, vivamente movido por su estado de miseria,abrió los ojos y se acordó de su buen padre que tantole amaba. Tomó la resolución de volver a la casa pa-terna, donde el más intim,- ^~iado comía en abundanciael pan que él echaba de menos. Y decía p ara sí : «Hicemal en abandonar a un padre que tanto me amaba ; hedisipado toda mi fortuna entregándome a la mala vida ;sucio y harapiento como estoy , ¿llegará mi padre areconocerme? Mas yo me arrojaré a sus plantas, y leablandaré con mis lágrimas; le suplicaré q ue me ad-mita en el número de sus criados». He aquí que selevanta y emprende el camino. pensando en la miseriaa q ue le había reducido su vida licenciosa. El padre,que desde mucho tiempo lloraba su pérdida, al verlevenir de lejos, olvidando la decrepitud en que sus añosle tenían sumido, corrió a recibirle en sus brazos. Ad-mirado, el hijo miserable, del amor que su padre le

22 4 ERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS ('i RE LA MISERICORDIA DE DIOS 25

mostraba : «¡ Ah ! padre mío, exclamó, ¡ he pecado todice al pecador por boca de sus ministros : «Revestid

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contra el cielo y contra vos ! no merezco ser tenido porhijo vuestro, admitidme tan sólo en el número de vues-tros criados. — No, no, hijo mío, exclamó el padrerebosando alegría por caberle la dicha de recobrar alhijo que creía perdido ; no, hijo mío, dejemos lo pasa-do, no pensemos más que en regocijarnos. Llevadle suantigua vestidura para que se la ponga de nuevo, en-tregadle el anillo que ha de adornar su mano, y elcalzado que ha de cubrir sus pies ; matad el becerromás gordo y dad lugar al regocijo ; pues mi hijo estabamuerto y ha resucitado, le daba yo por perdido y lehemos recobrado.» (i)

¡ Bella imagen, H. M., de la grandeza de la mise-ricordia que Dios muestra para con los más abominablespecadores ! En efecto, al tener la desgracia de pecar,nos alejamos de Dios, y, siguiendo tras las pasiones, nosreducimos a un estado más miserable que el de loscerdos, que son los animales más inmundos. ¡ Oh, Diosmío ! ¡ cuán horrible es el pecado': ¿cómo es posible quealguien lo cometa ? Pero, por miserables que seamos,en cuanto tomarnos la resolución de convertirnos, almenor indicio de arrepentimiento, las entrañas de sudivina misericordia rnuévense ya a compasión. Nuestrodulce Salvador, mediante su gracia, corre al encuentrodel pecador, para abrazarle y prodigarle los más deli-ciosos consuelos. En efecto, jamás . el pecador experi-menta tanto placer como en el momento en que deja elpecado para entregarse a Dios ; parécele que nada po-

drá detenerle ; ni la oración, ni la penitencia : nada esduro para él. ¡ Oh, momento delicioso ! ¡ cuán dichosossi tuviésemos la suerte de comprenderlo ! Pero ¡ ayque no correspondemos a la gracia, y entonces desapa-rece el encanto de aquellos felices momentos. Jesucris-

(I) Luc., XV.

a este cristiano que se ha convertido, con su primeravestidura, que es la gracia del bautismo que había per-dido ; revestidle de Jesucristo, de su justicia, de susvirtudes y de todos sus méritos». Tal es, H. M., lamanera como nos trata Jesucristo cuando tenemosla dicha de dejar el pecado para entregarnos a El.

¡ Ah ! H. M., ¡ qué motivo de confianza es para unpecador, por culpable que sea, el tener certeza de quela misericordia de Dios es infinita !

II. -- No, H. M., no es la gravedad de nuestrospecados ni su número lo que debe preocuparnos, sinosolamente las disposiciones con que nos debemos pre-sentar. Esperad, H. M., y vais a oir otro ejemplo queos mostrará cómo, por culpables que seamos, tenemosla seguridad de ser perdonados, si así se lo pedimos aDios. Leemos en la historia que, una vez, un gran prín-

cipe, en su última enfermedad, fué atacado de unaterrible tentación de desconfianza en la misericordiabondad de Dios. El sacerdote que en aquel momentole asistía, viendo que perdía la confianza, ponía todossus esfuerzos en procurar que no desfalleciese, dicién-dole que nunca el buen Dios había denegado el perdóna quien lo imploraba. i.No, no. dijo el enfermo, no hayperdón para mí, pues cl mal que he obrado es excesiva-mente grande». No sabiendo el sacerdote dónde acudir,comenzó a orar. Y entonces el Señor le puso en laboca las palabras que el santo Rey David pronunció

antes de morir : «Príncipe, le dijo, escucha al profetapenitente ; ya que eres pecador como él, pronuncia consinceridad sus palabras : Señor, Vos tendréis piedad dem,puesto que son muy grandes mis pecados, y esprecisamente la magnitud de mis pecados lo que osanimará a perdonarme-•. El príncipe, a estas palabras.cual si despertase de un profundo sueño. se paró un

. SE RA... CURAARS - T. II5

226 ERCER DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

momento, lleno de alegría, y, exhalando un profundo

SOBRE LA .MISERICORDIA DE DIOS 27

para llamarme a sí (I). Entonces fué cuando me virodeado de una luz resplandeciente, y oí una voz que

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suspiro, dijo : «; Ah, Señor ! ¡ para mí fueron pronun-ciadas estas palabras ! ¡ Sí, Dios mío, precisamenteporque he pecado tanto tendréis piedad de mí !»Se confesó y recibió los sacramentos derramando torren-tes de lágrimas ; ofreció con alegría su vida, y murióteniendo en sus manos el crucifijo y regándole con lá-

grimas de sus ojos. Y en efecto, H. M., ¿qué son nues-tros pecados si los comparamos con la misericordia deDios ? Son un grano de mostaza al lado de una monta-ña. ¡ Oh, Dios mío ! ¿ quién se resignará a condenarse,al ver qne Jesús desea tan vivamente nuestra salvacióny que tan fácil nos es conseguirla ?...

Sin embargo, H. M., aunque Dios se digne en subondad esperarnos y admitirnos, hemos de ir con cui-dado en no agotar su paciencia : cuando nos llame ynos invite, hemos de correr a su encuentro ; cuandonos admita en su compañía, hemos de permanecer fieles.

¡ Ay ! H. M., tal vez hará ya cinco o seis años que Diosnos está llamando ; ¿ por qué permanecer, pues, en elpecado ? En todo momento está presente ofreciéndonosel perdón ; ¿ por qué no dejar la culpa ? Nos dice, enefecto, San Ambrosio : «El Señor, con todo y ser tanbuena v misericordioso, jamás nos perdona, sin queantes imploremos el perdón, sin que unamos nuestravoluntad a la de Jesucristo».

Mas ¿qué voluntad, H. M., es la q ue Dios pide denosotros ? Vedla aquí. Es una voluntad que ha decorresponder a la santa avidez de su misericordia, yque nos haga hablar como hablaba San Pablo : «Yatenéis referencias de mi conducta y de mis actos antesde que Dios me hiciese la gracia de convertirme. Yo per-seguía a la Iglesia de Cristo con tanta crueldad, queal presente me inspira horror de mí mismo cuantas ve-ces pienso en ello. ¿ Quién podría creer que precisa-mente aquél fuese el momento escogido por Jesucristo

me decía : Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues ?» (a).¡ Ay ! H. M., ¿ cuántas veces nos habrá hecho Dios lamisma gracia ? ¿ cuántas veces, sumidos en las tinie-blas del pecado o prestos a pecar, habremos oído unavoz interior que nos decía : (t¡ Ah ! hijo mío, ¿ por quéquieres hacerme sufrir tanto, y perder tu alma?» Aquí

vais a ver un ejemplo. Leemos en la historia que huboun hijo que, ciego de cólera un día, mató a su padre.Quedó después presa de tales remordimientos, que atodas horas parecíale oir una voz que le decía : «¡ Ah.hijo mío, ¿ por qué me mataste ?» Lo cual le impresionótanto, que fué él mismo a denunciarse a la justicia.No tan sólo, H. M., la bondad de Dios, al otorgar-nos el perdón, ha de impulsarnos a dejar el pecado, sinoque hemos de llegar hasta derramar lágrimas de agra-decimiento. Nos ofrece de ello un hermoso ejemplo eljoven Tobías, acompañado y guiado por un ángel (3),con lo cual vemos cuánto le complace a Dios nuestroagradecimiento. Leemos en el Evangelio que aquellamujer que por espacio de doce años sufría un flujode sangre y quedó curada por un milagro de Jesús,agradecida por tanta bondad y a fin de publicarla de-lante de todo el mundo, hizo colocar cerca de su casauna hermosa escultura . representando una mujer alos pies de Jesucristo, que la había curado. Y muchosautores nos dicen que brotó allí una planta desconocidade la gente y que, en cuanto crecía hasta tocar el

borde de la vestidura de la estatua, adquiría la virtudde curar toda clase de enfermedades. Ved lo que haceSan Mateo : para agradecer a Jesucristo la gracia quele concediera, le invitó a su casa y colmóle de toda

1:ia..,1, 15-rj.j2) Saule, Saule, quid me persequeris ? íAct., IX, á,.

;3j Tob., XII.

2 2 8 ERCER DL t1No1 - ) DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

suerte de agasajos (1). Mirad al samaritano leproso :al verse curado, desanda el camno, y se echa a los

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pies de Jesús en agradecimiento al favor que acababade dispensarle (2) .

Nos dice San Agustín que lo principal en la acciónde gracias, es que nuestra alma se muestre sincera-

mente agradecida a la bondad de Dos, entregándose

totalmente, con todos sus afectos, a tan soberano Señor.

Contemplad al Salvador después de haber curado alosdiez leprosos, al ver que sólo uno volvía a darle las

gracias : uY los otros nueve, le dijo a aquél Jesucristo,¿ no han curado también ?» (a). Como si dijese : ¿porqué los demás no vienen a mostrar su agradecimiento?Dice San Bernardo que hemos de ser mu y agradecidos

para con Dios, ya que ello le anima a concedernos nue-vos favores. ¡ Ay ! H. M., ¡ cuántas acciones de graciasdebernos a Dios por habernos creado, por habernos re-dimdo con su pasión y muerte, por habernos hechonacer en el seno de su Iglesia, cuando tantos otros

mueren fuera de tan saludable recinto ! Sí, H. M., yaque la bondad y la misericordia de Dios son infinitas,procuremos aprovecharnos de ellas, con lo cual nos ca-brá la dicha de agradarle, y nuestras almas se conser-varán siempre en su santa gracia : y ello nos alcanzará

la felicidad de gozar las delicias de supresencia en

compañía de los bienaventurados en la gloria. Esto eslo que os deseo.

t:t Luc., V, :g.,2t'bid., XVII, tb.1 3) h:.i., XVII, 17

CUARTO DOMINGO

DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

SOBRE LA ESPERANZA

Dilires Dominum Deunt tuunt.Amarás al Sc$or tu Dios.

(S. Mateo, XXI, 37.)

Cierto, H. M., que San Agustín nos dice que, aun-que no hubiese cielo que esperar ni infierno que temer,no por eso dejaría de amar a Dios, por ser El infinita-mente amabTe ; sin embargo, Dios, para que nos ani-

memos a seguirle y a amarle sobre todas las cosas, nospromete una recompensa eterna. Cumpliendo dig-

namente tan bella misión, la cual constituye la mayordicha que en este mundo podemos esperar, nos pre-paramos una eterna felicidad en el cielo. Si la fe noset.sefla que Dios todo lo ve, que es testigo de cuantohacemos y sufrirnos, la virtud de la esperanza nos im-pulsa a soportar las penalidades con una entera sumi-sión a la voluntad divina, en la confianza de que, porello, seremos recom pensados eternamente. Sabemos tam-bién que esta hermosa virtud fué la que sostuvo a los

mártires en sus atroces tormentos, a los solitarios enlos rigores de sus penitencias, y a los santos enfermos

en sus dolencias. Sí, E. M., si la fe nos muestra a Diospresente en todas partes, la esperanza nos impulsa a

realizar todo lo que consideramos agradable a Dos,

230 UARTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

con la mra de una eterna recompensa. Ya que esta

SOBRE LA ESPEI:ANZA 31

miraos hay que valerse para hacer sentir del mejor modo

posible la felicidad de que gozan los santos ; has de

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virtud contribuye tanto a dulcificar nuestros males,

veamos, pues, H. M., en qué consiste la bella y precio-sa esperanza.

Si nos es dado, H. M., conocer por la fe que hay

un Dos, que es nuestro Creador, nuestro Salvador y

nuestro sumo Bien, que nos dió el ser para que le

conozcamos, le amemos, le sirvamos y lleguemos aposeerle ; la esperanza nos enseña que, aunque indig-nos de tanta felicidad, podemos esperarla por los mé-ritos de Jesucristo. Para lograr, H. i., que nuestrosactos sean dignos de recompensa, se necesitan tres co-sas, a saber : la fe, que nos hace ver a Dios como pre-sente ; la esperanza, que nos hace obrar con la sola

intención de agradarle, y el amor, que nos une a El

como a nuestro sumo Bien. Sí, H. M., jamás llegare-

mos a comprender el grado de gloria que nos proporcio-nará en el cielo cada acción buena, si la realizamos pu-ramentepor Dos ; ni aun los santos que están en elciclo llegan a comprenderlo. De lo cual vais a ver un

ejemplo admirable. Leemos en la vida de San Agustínque, mentras este Santo se disponía a escribir a San

Jerónimo, para preguntarle qué expresiones podrían

mejor servirle para hacer sentir intensamente toda laextensiónygrandeza de la felicidad que los santosdisfrutan en el cielo ; mientras, siguiendo su costumbre,ponía en la carta la salutación : «Salud en Jesucristo

Nuestro Señor», quedó inundada su habitación por

una luz refulgente, tan extraordinaria, que superabaen hermosura e intensidad a la del sol en su cenit ; la

cual luz despedía además el más delicioso de los perfu-mes. Quedó tan enajenado el Santo, que estuvo a puntode morir de gozo. Al mismo tiempo oyó que de aquellosfulgores salía una voz que le dijo : «¡ Ah ! m amado

Agustín, me crees aún en la tierra ; gracias a Dos,estoy ya en el cielo. Quieres preguntarme de qué tér-

saber, querido amigo, que es tan grande esta felicidad,supera tanto a lo que una criatura puede imaginar,que resultaría más fácil contar las estrellas del firma-mento, recoger todas las aguas del mar en una redoma,sostener toda la tierra en tus manos, que no llegar a

comprender la felicidad del menor de los bienaventu-rados del ciclo. Me ha sucedido lo q ue a la reina deSabá ; juzgando ella por las voces de la fama, había for-mado un gran concepto del rey Salomón ; pero, despuésde, haber visto con sus propios ojos el orden admirableque reinaba en su palacio, la magnificencia sin igual,

laciencia y los extensos conocimientos de aquel rey,quedó tan admrada y sobrecogida, que regresó a su

tierra diciendo que, cuanto se le había dicho, era nadaen comparación de lo que sus ojos habían visto. Lo mis-mo me ha sucedido respecto a la hermosura del ciclo

ya la felicidad de que gozan los santos; creía haber

penetrado algo de las bellezas que el cielo contiene yde la felicidad ele que gozaii los santos ; pues bien, has

de saber q ue los más sublimes pensamientos que había

: p odido concebir, nada son comparados con la felicidadque constituye la herencia de los bienaventurados».

Leemos en la vida de Santa Catalina de Sena que

esta santa mereció de Dios la gracia de ver en algunamanera la belleza del cielo y la felicidad de que allí sedisfruta. Quedó tan sobrecogida, que vino a caer en

éxtasis. Al volver en sí, nreguntóle el confesor qué era

lo que Dos le había mostrado. Djo la Santa que elSeñor le había hecho ver algo de la hermosura del cie-lo y de la dicha de que gozan los bienaventurados ; peroexcedía tanto, todo ello, a lo que podernos nosotros

imaginar, que resultaba imposible dar la menor idea.

Ya veis, pues. H. M., a dónde nos llevan nuestras bue-nas obras, si las hacemos con la mra de agradar a

I c

SOBRE LA ESPERANZA 3 .32.32 Í ARTo . DOMINGO DESPEJES DE PENTECOSTÉS

Dios ; ya veis cuántos son ios bienes que la virtud dela esperanza nos hace desear y aguardar.

cura . ? Todos lo tienen por desgraciado ; sólo él, tendi-do en su estercolero, abandonado de los suyos y des-preciado de los demás, se siente feliz, puesto que pone

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a. " emos dicho que la virtud de la esperanza nosconsuela y sostiene en las pruebas que Dos nosenvía. Tenemos de ello un gran ejemplo en la personadel santo Job, sentado en el estercolero, cubierto de lla-gas de pies a cabeza. Había perdido a sus hijos, aplas-tados al derrumbarse su casa. El mismo, desde su cama,

hubo de refugiarse en el estercolero más miserable yhediondo, abandonado de todos ; su pobre cuerpo esta-ba lleno de podre ; su carne viva era ya pasto de losgusanos, a los cuales tenía que apartar con un tiesto ;se vió insultado por su misma esposa, que, en vez deconsolarle, se complacía en llenarle de injurias dicién-dole :es, el Dios a quien sirves con tanta fidelidad ?¿ Ves de qué manera te recompensa ? Pídele que te qui-te la vida ; a lo menos con ello te verás libre de tantosniales». Sus mejores amigos le visitaban sólo para acre-centar sus dolores. Mas, a pesar del estado miserable

a que estaba reducido, no dejó nunca de esperar enDios. «1o, Dios mío, jamás dejaré de esperar en Vos ;aunque me quitaseis la vida, no dejaría de esperar enVos y de con:.ar en vuestra caridad. ¿ Por qué he dedesanimarme, Dios mío, y abandonarme a la desespe-ración ? Confesaré en .vuestra presencia mis pecados,que son la causa de los males que padezco ; y esperoque seréis Vos mi Salvador. Tengo la esperanza de queun día me recompensaréis por los males que ahora ex-perimento por vuestro amor». Aquí tenéis, H. M., loque podemos llamar una verdadera esperanza : por

ella, a p esar de que el santo varón veía descargar sobresí toda la cólera divina, no dejaba, con todo, de espe-rar en Dios. Sin examinar el motivo por q ué sufríaaquellos males sin cuento, contentábase solamente condecir que sus pecados eran la causa de todo. ¿ Veis,H. M., los grandes bienes que la esperanza nos pro-

en Dios toda su confianza. ¡ Ah ! si en nuestras penas,en nuestras tristezas y en nuestras enfermedades, man-tuviésemos siempre una tan grande confianza en Dios,¡ cuántos bienes atesoraríamos para el cielo ! ¡ Ay !cuán ciegos somos, H. M. ! Si, en lugar de desesperar-

nos en nuestras penalidades, conservásemos aquellafirme esperanza que, junto con otros mil medios paramerecer el ciclo, nos envía Dios, ; con cuánta alegríasufriríamos !

Pero, me diréis, ¿qué significa esta palabra : espe-rar ? Vedlo aquí, H. M. Es suspirar por algo que ha dehacernos dichosos cn la otra vida ; es el deseo de vernoslibres de todos los viales de este mundo ; el deseo deposeer toda suerte ele bienes capaces de satisfacernosplena;ncnte. Despu , s que Adán hubo pecado, y se viólleno ele tantas miserias, su gran consuelo era el pensar

que no sólo sus sufrimientos le merecerían el terna:de los pecados, sino, además, le proporcionarían losbienes del cielo. ; Cuánta bondad la de un Dios, H. M.,al recomp ensar por toda una e:ernidacl la más insign:-ficante de nuestras obras : Mas para que merezcamostanta dicha, quiere el Ser or que depositemos en El unagran confianza, cual la que tienen los hijos para consus padres. Por esto vemos que en muchos pasajes dola Escritura torna el nombre de Padre, a fin de inspi-rarnos una gran confianza. En todas nuestras penas,sean del alma, sean del cuerpo, quiere que recurramca

a El. Promete socorrernos siempre que a El acudamos.Si toma cl nombre de Padre, es para insp irarnos mayorconfianza. Mirad de qué manera nos ama : por su pro-feta Isaías nos dice que nos lleva a todos en su seno.«Es imposible que una madre olvide al hijo que llevaen sus entrañas ; y aunque cometiese tal barbaridad, os

234 UARTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

digo quc yo no olvidaré al que pone en mí su confian-za» ( I ). Quéjase de que no confiemos en El cual debié-

SOBRE LA ESPERANZA 35

Y qué es lo que hace aquel buen padre ?, nos dice

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ramos ; y nos advierte que «no depositemos nuestraconfianza en los reyes y príncipes, ya que saldrían fa-llidas nuestras esperanzase ( 2 ). Y aun va más allá, puesnos amenaza con su maldición, si dejamos de confiaren El ; así nos habla por su profeta Jeremías : «¡ Mal-

dito sea el que no pone en Dios su confianza !n, y enotra parte nos dice : «Bendito sea el que confía en elSeñor !» (3). Recordad la parábola del hijo p ródigo, queJesús nos propone con tanto amor a fin de inspirarnosuna gran confianza en su bondad. :Cierto padre, nosdice, tenía un hijo que le pidió la po r ción que de laherencia podía corresponderle. El padre se la entregó.El hijo abandonó a su padre, se encaminó a un país ex-tranjero, y allí entregóse a toda suerte de desórdenes.Pasado algún tiempo, sus excesos le redujeron a la másextrema miseria ; sin dinero y sin recurso alguno, ha-

'?ríase contentado con alimentarse de lo que los cerdosdejaban, pero ni aun eso le era permitido. Al verse ago-biado por tantos males, acordóse de que había abando-nado a un buen padre, que nunca le había negado favorTuno cuando en su compañía se hallaba. Entoncesdijo para sí : Me levantaré; y , con lágrimas en los ojos,iré a arrojarme a los pies de mi padre ; es tan bueno,que confío tendrá aún piedad de mí. Y le diré : Tiernopadre mío, he pecado contra el cielo y contra vos, yno me atrevo a mirar ni a vos ni al cielo ; no merezcoser tenido por hijo vuestro ; me consideraré feliz si os

dignáis admitirme en el número de vuestros siervos.»

i} NurQuid oblivisci ; otect ujulier iaíantemsn:n, ;.t non m-sereatnr filio uteri sui ? et si illa obiita fuerit, cgo ..,..-..- non oblivis-car tui Is., XLIX, :c).

(_1 Nolite confidcre in principibus : in fi:iis hormona, in ettibusnon est saius Ps. CXLV, _i.

•! Maiedictus homo, Qui confidit in Nomne... Penedictns v1 r, Quiect-dit in Domno ; Ier., XVII, c, 7).

Jesucristo, que es precisamente el padre tierno a quiense refiere la p arábola. En vez de aguardar a que el hijova y a a arrojarse a sus plantas, en cuanto le divisa ense refiere la parábola. En vez de aguardar a que el hijoquiere confesar sus culpas ; mas el padre no le dejahablar. «No, hijo mío, no me hables de pecados, nopensemos en otra cosa que en alegrarnos». Y aquel pa-dre bondadoso invita a toda la corte celestial a dar gra-cias a Dios por haber visto resucitado al hijo que creíamuerto, por haber recobrado al hijo que tenía por per-dido. Para darle a entender cuánto le ama, le ofrece denuevo su amistad y todos sus bienes (_).

Pues bien, H. M., esta es la manera como recibeJesús al pecador cuantas veces retorna a su seno : leperdona y le restituy e cuantos bienes el pecado le arre-batara. Al considerar esto, H. M., ¿quién de nos-

otros no abrigará la mayor confianza en la caridad deDios ? Y aun va más allá, ya que nos dice que, cuandotenemos la dicha de dejar eI pecado para amarle a El,todo el cielo se regocija. Si leéis en otra página delEvangelio, veréis con qué diligencia corre en busca dela oveja perdida. Al hallarla, queda tan satisfecho que,para evitarle el cansancio del camino, se la carga sobresus hombros (2). Mirad con cuánta indulgencia y bon-dad recibe a Magdalena (3), ved con qué ternura laconsuela ; y no solamente la consuela, sino que la de-fiende contra los insultos de los fariseos. Mirad con

cuánta caridad y con cuánto placer perdona a la mujeradúltera ; ella le ofende, y El mismo se constitu y e ensu protector y salvador (2). Mirad su diligencia en saliral encuentro de la Samaritana ; para salvar su alma, va

't) Luc., XV.i2) Ibid.(3) Ibid., VIL141 ?oan., VIII.

SOBRE LA ESPERANZA 3 723 6 UARTO DOMINGO DESI'UIS DE PENTECOSTÉS

a esperarla junto al pozo de Jacob ; se digna dirigirle

la voz de Dos ! ¡ Oh, Dios mío ! ¡ cuán infeliz es elhombre al precipitarse en la condenación, cuando tanfácilmente podría salvarse ! ¡ Ay ! H. JL, para conven-

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el primero la palabra, para mostrarle toda su bondad ;y a pretexto de pedirle agua, le da la gracia del cielo (r),

Decidme, H. M., ¿qué razones podremos aducir

para excusarnos, cuando nos haga presente la bondadcon que nos trató, cuando nos convenza de lo bien quehabríamos sido recibidos si nos hubiésemos determi-

nado a volver a El, cuando nos manifieste el gozocon que nos habría perdonado y restituido su gracia ?Muy exactamente podrá decirnos : ¡ Ah ! desgraciado,¡ si has vivido y muerto en el pecado, ha sido porqueno quisiste salir de él : mi afán de perdonarte era gran-de ! Ved, H. M., cómo Dios quiere que acudamos a Elcon gran confianza en nuestras dolencias espirituales.Por su profeta Miqueas, nos dice que, aunque nuestrospecados sean más numerosos que las estrellas del fir-mamento, que las gotas de agua del mar, que las hojasde los bosques, o que los granos de arena que circundan

el Octano, todo lo olvidará, si nos convertimos sincera-mente ; y nos dice también que, aunque el pecado hayahecho a nuestra alma más negra que el carbón, p o másroja que la púrpura, nos la volverá más blanca que lanieve» (2). Nos dice que arroja nuestros pecados en lasprofundidades del mar, a fin de que no reaparezcan ja-más. ¡ Cuánta caridad nos manifiesta Dios, H. M. ! ¡ concuánta confianza deberemos dirigirnos a El ! Mas ¡ quédesesperación la de un cristiano condenado cuando

se dé cuenta de la facilidad con que Dos le habría

perdonado, si hubiese acertado a pedirle perdón ! De-

cidme ahora, H. M., si, al condenarnos, no será por ha-berlo nosotros querido. ¡ Ay ! H. M., ¡ cuántos remordi-mientos de conciencia, cuántos pensamientos saludables.cuántos buenos deseos no habrá suscitado en nosotros

O Joan., IV.(2) Isaías, I, :?.

cernos de lo que acabo de decir, no hay más que con-siderar lo que por nosotros hizo Jesús durante los trein-ta y tresaños que moró acá en la tierra.

Os he dicho, en segundo lugar, que hasta con res-pecto a nuestras necesidades temporales hemos do

tener gran confianza en Dios. A fin de movernos a re-currir aEl confiadamente en lo que se refiere a las

necesidades del cuerpo, nos asegura que velará pornosotros ; v así vemos que ha obrado grandes milagrospara hacer que no nos falte lo necesario para vivir. Lee-

mos en la Sagrada Escritura q ue alimentó a su pueblo,

por espacio de cuarenta años en el desierto, con el maná

q ue caía todos los días antes de salir el sol. Duranteaquellos mismos cuarenta años, los vestidos de losisraelitas no se estropearon en lo más mínimo. Nos diceen el Evangelio que no nos preocupemos por lo que

se refiere a nuestro vestido o a nuestra alimentación :' ,Contemplad, dice, las aves del cielo ; ni siembran nicosechan, ni almacenan nada en sus graneros ; miradten qué solicitud las alimenta vuestro Padre ; y nosois vosotros, . por ventura, de mejor condición, siendocomo sois hijos de, Dios? (ente de poca fe. no os acon-gojéis, pues, por el cuidado de hallar lo que habréisde comer, o con qué vestir vuestro cuerpo. Contempladlos lirios del campo, ved cómo creen,y, sin embargo,

ni trabajan, ni tejen ; mirad, no obstante, el vestido conque se adornan ; os aseguro que Salomón, en todo el

esplendor de su gloria, jamás ostentó vestido semejan-te. Si, pues, concluye el divino Salvador, el Señor estan solícito en vestir una hierba que hoy existe y ma-ñana es arrojada al fuego, ¿ con cuánta mayor razóncuidará de vosotros que sois sus hijos? Buscad, pues,primero el reino de Dios y su justicia, y lo demás se

238 UARTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

os dará por añadidura» (I). Mirad aún hasta dónde

quiere hacer llegar nuestra confianza : «Cuando oréis,

SOBRE LA ESPERANZA 39

amgos que una persona le acababa de avisar que se

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nos dice, no digáis «Dios mío», sino «Padre nuestro» ;pues sabemos que el hijo tiene una confianza ilimitadaen su padre». Después de haber resucitado, apareciósea Santa Magdalena y le dijo «Anda, ve a ms herma-

nos, y diles de m parte : Subo a m Padre, que estambién el vuestro» (a). Decidme, H. M.,

tno habréis

de convenir conmigo en que, si somos tan desgraciadosen este mundo, proviene ante todo de que no tenemosen Dios la suficiente confianza ?

Hemos dicho, en tercer lugar, que hemos de conce-bir una gran confianza en Dios, al experimentar cual-quier tristeza, pena o enfermedad. Es preciso, H. M.,

que esta gran confianza en el cielo nos sostenga ynos consuele en aquellas horas amargas ; esto hicieronlos santos. Leemos en la vida de San Sinforiano que,

al ser conducido al martirio, su madre, que le amaba

verdaderamente en Dos, subióse a una pared para

verle pasar, y, con toda la fuerza de sus pulmones,clamó : «j Hijo mío, hijo mío, levanta tus ojos al cielo ;valor, hijo mo ! ; que la esperanza en el cielo te sos-

tenga ! ¡ valor, hijo mío ! Si el camno del cielo es

difícil, en cambio es muy corto». Animado aquel hijopor las palabras de su madre, arrostró con gran intre-

pidez los tormentos y la muerte. San Francisco de Salestenía en Dos tanta confianza, que parecía insensible

a las persecuciones de que era objeto ; decíase a sí

mismo : «Toda vez que nada sucede sin permisión di-

vina, las persecuciones no son más que para nuestrobien». Leemos en su vida que en cierta ocasión fué

vilmente calumniado ; a pesar de esto, ni un momentoperdió su ordinaria tranquilidad. Escribió a uno de sus

ii) Matth., VI.(=iVade antera ad fratres meog , ct dic eis : Ascendo ad Patrem

meum et PatremvestrnmIoan., XX, :7).

murmuraba de él en gran manera ; mas esperaba que elSeñor arreglaría todo aquello a gloria suya y para sal-vación de su alma. Se limtó a orar por los que lecalumniaban. Tal es, H. M., la confianza que debemosnosotros tener en Dos. Al hallarnos perseguidos y

despreciados, poseemos la prueba más inequívoca de

que somos verdaderamente cristianos, esto es, hijos deun Dios despreciado y perseguido.

Os decía, H. M., en cuarto lugar, que, si hemos deconcebir una ciega confianza en Jesucristo, quien jamásdejará de acudir en nuestro socorro al vernos atribula-dos, si acudimos a El como un hijo acude a su padre ;debemos tener también una gran confianza en su San-tísima Madre, tan buena v tan solícita para socorrernosen nuestras necesidades temporales y espirituales,ysobre todo en el primer momento de nuestra conversióna Dios. Si nos remuerde algún pecado cuya confesiónnos causa vergüenza, arrojémonos a sus plantas, y ten-dremos la seguridad de que nos alcanzará la gracia deconfesarlo bien, y al msmo tiempo no cesará de im

plorar nuestro perdón. Para demostrároslo, aquí tenéisun admrable ejemplo. Refiérese que cierto hombre

durante mucho tiempo llevó una vida bastante cris-

tiana para hacerle concebir grandes esperanzas de al-canzar el cielo. Pero el demonio, que no piensa más

q ue en nuestra perdición, le tentó con tanta insistenciay tan a menudo, que llegó a ocasionarle una grave

caída. Habiendo al instante entrado en reflexión, com-prendió la enormidad de su pecado, y propuso en segui-da recurrir al laudable remedio de la penitencia. Mas

concibió de su pecado una vergüenza tal, que jamás

pudo determinarse a confesarlo. Atormentado por losremordimentos de su conciencia, que no le dejaban

descansar, tomó la resolución de arrojarse al agua paradar fin a sus días, esperando con ello dar térmno a

2 40 UARTO DOMINGO DESPL1S 1)E1' NrECOST.S

sus penas. Mas, al llegar al borde de la orilla, se llenóde temor considerando la desdicha eterna en que se

SOBRE LA ESPERANZA 41

un gran peso de su conciencia ; y después declaró que,al recibir la absolución, experimentó mayor contento

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iba a precipitar, y volvió atrás llorando a lágrima viva,rogando al Señor se dignase perdonarle sin que se vieseobligado a confesarse. Cre y ó poder recobrar la paz delespíritu, visitando muchas iglesias, orando y ejecutan-do duras penitencias ; pero, a pesar de todas sus ora-ciones y penitencias, los remordimientos le perseguíana todas horas. \ uestro Señor quiso que alcanzaseel perdón gracias a la protección de su Santísima Ma-dre. Una noche, mientras estaba poseído de la mayortristeza, se sintió decididamente impulsado a confesar-se, y, siguiendo aquel impulso, se levantó muy tem-prano y se encaminó a la iglesia ; más cuando estabaa p unto de confesarse, sintióse más que nunca acome-tido de la vergüenza que le causaba su pecado, y notuvo valor para realizar lo que la gracia de Dios leinspirara. Pasado algún tiempo tuvo otra inspiración

semejante a la primera ; encaminóse de nuevo a laiglesia, mas allí su buena acción quedó otra vez frus-trada por la vergüenza, y, en un momento de desespe-ración, hizo el propósito ele al)andonarse a la muerteantes que declarar su pecado a un confesor. Sin em-bargo, le vino el pensamiento de encomendarse a laSantísima Virgen. Antes de regresar a su casa, fué apostrarse ante el altar de la Madre de Dios ; allí hizop resente a la Virgen Santísima la gran necesidad quede su auxilio tenía, v con lágrimas en los ojos la con-juró a que no le abandonase. ¡ Cuánta bondad la de

la Madre de Dios, cuánta diligencia en socorrer a aqueldesgraciado ! Aún no se había arrodillado, cuandodesaparecieron todas sus angustias, su corazón quedóenteramente transformado, levantóse lleno de valor,fuése al encuentro de un sacerdote, al que, en mediode un río de lágrimas, confesó todos sus pecados. Amedida que iba declarando sus faltas, parecíale quitarse

que si le hubiesen regalado todo el oro del mundo.¡ Ay ! H. M., ¡ cuál habría sido la desgracia de aquelpobre, si no hubiese recurrido a la Santísima Virgen !Indudablemente ahora se abrasaría en el infierno.

Sí, H. M., en todas nuestras penas, sean del alma,

sean del cuerpo, después de Dios, hemos de concebiruna gran confianza en la Virgen María. Ved aquí otroejemplo, el cual hará nacer en vosotros una tiernaconfianza en la Santísima Virgen, sobre todo cuandoqueráis concebir grande horror al pecado. El bienaven-turado San Ligorio refiere que una gran pecadora lla-mada Elena acertó un día a entrar en un templo, yla casualidad, o mejor la Providencia, que todo lo dis-pone en bien de sus escogidos, quiso que oyese unsermón, que se estaba predicando, sobre la devocióndel Santo Rosario. Quedó tan bien impresionada con

lo que el predicador decía acerca de las excelencias ysaludables frutos de aquella santa devoción, que sintiódeseos de poseer un rosario. Terminado el sermón, fuéa comprar uno, pero durante mucho tiempo tuvo mu-cho cuidado en ocultarlo para que no se burlasen deella. Comenzó arezar cada día el rosario, mas sin gustov con poca devoción. Pasado algún tiempo, la Virgenhizo que experimentase tanta devoción y placer enaquella práctica, que no se cansaba de ella ; aquelladevoción, tan agradable a la Santísima Virgen, le me-reció una mirada compasiva, la cual le hizo concebir

un tan grande aborrecimiento y horror de su vida pa-sada, que su conciencia se transformó en un infierno,y la inquietaba sin descanso noche y día. Desgarradacontinuamente por sus punzantes remordimientos, nopodía ya resistir a la voz interior que le presentaba elsacramento de la Penitencia como el único remediopara conseguir la paz per ella tan deseada, la paz que

SCUx. CL1tA ARS- T. II0

SOBRE LA ESPERANZA 43

242 UARTO DOMINGO DESI'U S DE PENTECOSTÉS

había buscado inútilmente en todas partes ; aquella vozinagotable de pecados. Conservando aún el santo temorde Dios y deseando renunciar a sus desórdenes, hacía

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le decía que el sacramento de la Penitencia era el únicoremedio a íos males de su alma. Invitada por aquellainspiración, empujada y guiada por la gracia, fué aecharse a los pies del ministro del Señor, al que des-cubrió todas las miserias de su alma, es decir, todossus pecados ; confesúse con tanta contrición y con tan-ta abundancia de lágrimas, que el sacerdote quedó ad-mirado eii grao manera, no sabiendo a qué atribuiraquel milagro de la gracia. Acabada la confesión, Ele-na fué a postrarse ante el altar de la Santísima Virgen,y allí, penetrada de los más vivos sentimientos de gra-titud, exclamó : «; Ah '. Virgen Santísima, es verdadque hasta el presente he sido un monstruo ; mas Vos,con el gran poder que tenéis delante de Dios, ayudad-me a corregirme ; desde -:hora propongo emplear el res-to de mis días en hacer penitencian. Desde aquel mo-

mento, y cae regreso ya a t:u casa, rompió para siemprelos lazos de las malas compañías que hasta entonces lahabían retenido en los más abominables desórdenes ;repartió todos sus bienes a los pobres, y se entregóa todos los rigores y mortificaciones que inspirarle pu-dieron el amor a Dios y cl remordimiento de sus p eca-dos. Para que quedase premiada la gran confianza queaquella mujer había depositado en la Virgen María,en su última hora se le aparecieron Jesús y la Santísi-ma Virgen, y en sus manos entregó su alma hermosa,purificada por la penitencia y las lágrimas ; de manera

que, después de Dics, fué a la Santísima Virgen a quiendebió aquella gran penitente su salvación.

Ved ahora otro ejemplo, no menos admirable, deconfianza en la Virgen María, y que manifiesta cuánpresta está la Santísima Virgen para ayudarnos a salirdel pecado. Refiérese que hubo un joven, a quien sus'padres edu :aron muy bien, mas tuvo la desgracia decontraer un mal hábito, el cual fué para él una fuente

a veces algún esfuerzo por salir ;le su triste estado ; masel peso de sus vicios le arrastraba de nuevo.Detestaba

su pecado, y a pesar de ello, caía a cada momento.Viendo que de ninguna manera podía corregirse, se des-animó y determinó no confesarse más. Al ver su confesorque no se presentaba en el tiempo acostumbrado, in-tentó un nuevo esfuerzo por devolver a Dios aquellapobre alma. Fué a entrevistarse con él, en un momentoen que estaba trabajando solo. Aquel desg_-: ciado joven,al ver llegar al sacerdote, prorrumpió en gritos y la-mentaciones. «;Qué te pasa, amgo, le preguntóel sacerdote? — ; OIt Padre : estoy condenado ; veomuy claro que nunca podré corregirme, y he resueltoabandonarlo todo. — ¿ Qué es lo que dices, amigo míoal contrario, me consta que, si quieres hacer lo queahora voy a indicarte, te enmendarás y alcanzarás el

perdón. Ve al instante a arrojarte a los pies de la Santí-sima Virgen p ara implorarle tu conversión, y des-

p ués ven a y ermen. El joven se fué al momento apostrarse a las plantas de la Virgen María, y, regando

el suelo con sus lágrimas, le suplicó que tuviese piedadde un alma que tanta sangre costara a Jesucristo, sudivino Hijo, y que el demonio iba a arrastrar al infier-no. Al momento sintió nacer en su pecho una confianzatal, que a su impulso se levantó y fué a confesarse. Con-virtióse sinceramente ; sus malos hábitos fueron des-traídos radicalmente, y sirvió a Dios durante el resto de

su vida. Hemos de convenir, pues, en que, si permane-cemos en pecado, es porque no querernos valernos delos medios que la religión nos ofrece, ni recurrir conconfianza a nuestra bondadosa Madre, que se apiadaríade nosotros, como se ha a piadado de todos los que acu-dieron a ella.

Os he dicho, en quinto lugar, que la virtud de la

244 UARTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

SOBRE LA ESPERANZA 45

esperanza nos induce a ejecutar nuestras acciones conla única mira de agradar a Dios, y no al mundo. Hemosde comenzar a p racticar tan hermosa virtud al des-

Dios, como si al momento hubiese de ver juzgada suobra y recibir la recompensa ; por lo cual hacía siem-

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pertarnos, ofreciendo con amor y fervor nuestro cora-zón a Dios, pensando en la magnitud de la recompensaque mereceremos durante cl día, si todo lo que en élobramos lo hacemos solamente para agradar a Dios.Decidme, H. M. : si, en todas nuestras obras, acertáse-

mos a pensar siempre en la magnitud de la recompen-sa que Dios nos tiene reservada por la menor de nuestrasacciones, ¡ cuáles no serían nuestros sentimientos derespeto y veneración a Dios Nuestro Señor ! ¡ Con quépura .intención daríamos nuestras limosnas ! -- Pero,me diréis, al dar una limosna, siempre lo hacemos porDios y no por el mundo. — Sin embargo, H. M., esta-mos muy satisfechos de que nos vean los demás, de quenos alaben, y hasta nos complacemos en referir nues-tros actos de generosidad. En lo íntimo de nuestros co-razones, nos sentirnos halagados pensando en nuestras

liberalidades, y nos aplaudimos a nosotros mismos ; encambio, si aquella hermosa virtud adornase nuestraalma, sólo buscaríamos a Dios ; ni cl inundo, ni nos-otros mismos entrarían para nada. Y no es extraño,H. \I., que realicemos con tanta imperfección nuestrasbuenas obras. Es que no pensamos en la recompensaque Dios nos tiene reservada si las practicamos sólopor agradarle. Al dispensar un favor a alguien que,en vez de ser agradecido, nos paga con ingratitud, situviésemos la hermosa virtud de la esperanza, queda-ríamos satisfechos pensando que el premio que Dios nosdará será mucho mayor. Nos dice San -Francisco deSales que, si se le presentasen dos personas a pedir unfavor y él solamente pudiese favorecer a una, escogeríala que a su juicio hubiese de ser menos agradecida, yaque así su mérito ante Dios sería mayor. El santo reyDavid decía que todo lo hacía en la santa presencia de

pre bien lo que realizaba sólo por agradar a Dios. Enefecto, los que están faltos de la virtud de la esperanza,todo lo hacen por el mundo, para hacerse amar o apre-ciar, y con ello pierden toda recompensa.

Decimos que, en nuestras penas y enfermedades,

hemos ele concebir una gran confianza en Dios NuestroSeñor : aquí es precisamente donde Dios se complace• en poner a prueba nuestra confianza. Leemos en la vidade San Elzeardo que los mundanos se burlaban pública-mente de su devoción, y los libertinos la tomaban cornocosa de broma. Santa Delfina le dijo un día que el des-precio que hacían de su persona, recaía también sobresu virtud. «¡ Ay !, le respondió llorando el Santo, cuan-do pienso en lo que Jesucristo padeció por mí, mesiento tan impresionado, que, aunque me quitaran losojos, no hallaría palabras para quejarme, fijo mi pen-

samiento en la grande recompensa que está preparadaa los que padecen por amor de Dios : aquí está toda miesperanza, v lo que me sostiene en mis penas.» Y elloes muy fácil de comprender. ¿ Qué es, en efecto, lo quepodrá consolar a una persona enferma, sino la magni-tud ele la recompensa que Dios le tiene preparada en laotra vida ?

Leernos en la historia que un predicador, debiendopredicar en un hospital, escogió por asunto los sufri-mientos. Expuso cómo los sufrimientos sirven paraatesorar grandes méritos para el cielo, e hizo resaltar

lo agradable que es a Dios una persona que sabe sufrircon paciencia. En dicho hospital había un pobre enfer-mo que, desde hacía muchos años, estaba padeciendomucho, pero, por desgracia, quejándose continuamen-te ; por lo oído en aquel sermón, comprendió el grantesoro de bienes celestiales que había perdido, y, ter-minado el sermón, se puso a llorar y a dar extraordina-

246 I'ARTt1 DoM3NGO DESPUÉS DF. PENTECOSTÉS

reos gemidos. Lo vió un sacerdote, y le preguntó por

SOBRE 1.A ESPERANZA -17

el cielo las espera. Leemos que Santa Felícitas, temierado que el menor de sus hijos no tuviese ánimo para

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qué mostraba tanta tristeza, advirtiéndole que, si eraporque alguien le habla causado aquella pena, él erael administrador y podía hacerle justicia. Aquel infe-liz contestó : '.¡ Oh ' no, señor, nadie me ha hecho malalguno, yo mismo soy quien me he dañado. — ¿Cómo?,le preguntó el sacerdote. — ¡ Ah !, señor, después desufrir durante tantos años, ; cuántos bienes he perdido,con los cuales hubiera merecido el cielo, si hubiese sa-bido llevar la enfermedad con paciencia ! ¡ Ay ! ¡ cuándesgraciado soy ! ro que me considerada tan digno delástima ; -si hubiese comprendido la realidad de mi esta-

ado, sería la persona más feliz del mundo». Av , H. M.,cuántas personas hablarán de la misma manera a lahora de la muerte, siendo así que sus penas, sufridasC0i''_ ánimo de agradar a Dios, les hubieran ganado elcielo ; ahora, en cambio, usando mal de ellas, sólo sir-

ven para su perdición. A una mujer que desde muchotiempo se hallaba se p ultada en una cama sufriendohorribles dolores, y que a pesar de ello parecía estarenteramente satisfecha, habiéndosele preguntado quéera lo que la animaba a mantenerse tranquila en unestado tan digno de com pasión, contestó : «Al nen-sarque Dios es testigo de mis sufrimientos y que pore--:!es me premiará por una eternidad, experimento unaalegría tal, sufro con tanto placer, que no cambiaríami situación por todos los imperios del mundo». Vaveis, pues, H. M., cómo los que tienen la dicha de

adornar su corazón con esta hermosa virtud, logranpronto cambiar sus dolores en delicias.

Ar ! H. M., al ver en el mundo a tantas personasdesgraciadas, maldiciendo su existencia y pasando suvida en una especie de infierno, perseguidas siemprepor la tristeza o la' desesperación ; ; ay ! pensemos quetales desgracias provienen de no poner en Dios su con-fianza y de no considerar la gran recompensa que en

arrostrar el martirio, le dijo a grandes voces : «Hijomío, levanta tus ojos al cielo, que será tu recompensa ;un solo momento, y habrán terminado tus sufrimien-tos». Tales palabras, salidas de la boca de una madre,fortalecieron de tal manera a aquel pobre hijo, que,con indecible alegría, entregó su pequeño cuerpo a lostormentos que los crueles verdugos q uisieron hacerlepadecer. Xos dice San Francisco Javier que, estandoen país salvaje, hubo de soportar todos los padecimien-tos que a aquellos idólatras se les ocurrió infligirle, sinrecibir consuelo alguno ; pero tenía puesta de tal ma-nera su confianza en Dios, que mereció el auxilio divinode una manera visible.

Jesucristo, p ara ciarnos a entender cuánto debemosconfiar en El y cómo hemos de pedirle siempre, sin te-mor alguno, todo lo que necesitemos, así para el alma

como para el cuerpo, nos dice en su Evangelio que unhombre fué, durante la noche, a pedir tres panes a unamigo suyo, para ciar de comer a un huésped reciénllegado ; el otro le contestó que estaban acostados ély sus-hijos, y que no los incomodase. Pero el primeroinsistió en su petición, diciendo que carecía de panpara ofrecer a su visitante. Al fin el otro accedió a darlelo que le pedía, no porque fuese su amigo, sino paralibrarse de hombre tan importuno. De lo cual concluyeJesucristo : «Pedid y se os dará ; buscad y hallaréis ;llamad y se os abrirá ; y tened la seguridad de que

todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os seráconcedido».

En sexto lugar, he de dcciros que nuestra esperan-za ha de ser universal, es decir, hemos de acudir a Diosen todo cuanto pueda acontecernos. Si estamos enfer-mos, H. M., pongamos en El toda nuestra confianza,pues tantas dolencias curó mientras estuvo en este

24S UARTO • DOMINGO DESPUF.S DE rENTECOSTI S OBRE LA ESPERANZA 49

mundo, y, si nuestra salud ha de ser para su gloria o

para la salvación de nuestra alma, podemos estar segu-ros de obtenerla ; y si, por el contrario, la enfermedad

do, permanecimos en él. ¡ Ah ! desgraciados de nos-

otros ; ¿ cómo nos atreveremos a permanecer en pecado,cuando ni por un minuto tenemos nuestra vida asegu-

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nos ha de ser más ventajosa, nos concederá las fuerzasnecesarias para sufrirla con paciencia a fin de recom-pensarnos en la eternidad. Si nos hallamos en algún

peligro, imtemos a los tres niños que aquel rey hizo

arrojar en el horno de Babilonia ; pusieron de tal ma-

nera su confianza en Dos, que el fuego no hizo másque quemar la cuerda que los sujetaba, de modo que

se paseaban en medio de la hoguera, como en un jardínde delicias. ¿Nos sentimos tentados, H. ? confie-

mos en Jesucristo y no sucumbiremos. Este tiernoSalvador nos mereció la victoria en nuestras tentacio-nes, permitiendo que el demonio le tentase a El. ¿Nosdomina algún mal hábito, H. M., y tememos no poder

salir de él ? confiemos únicamente en Dios, ya que Elnos ha merecido toda clase de gracias para vencer al

demonio. Así lograremos, H. M., hallar consuelo en

las miserias que son inseparables de nuestra vida. Masatended a lo que nos dice San Juan Crisóstomo : «Paramerecer tales consuelos, no hemos de dejarnos llevar dela presunción, poniéndonos voluntariamente en peligrode pecar. \ upstro Señor no nos ha prometido su graciasino a condición de que, por nuestra parte, hagamos

todo lo posible para evitar el peligro de caer. Además,hemos de procurar no abusar de la paciencia divina

permaneciendo en el pecado bajo el pretexto de que

Dios no dejará de perdonamos aunque dilatemos nues-tra confesión. Mucho cuidado, H. M., ya que, mientras

estamos en pecado, corrernos el más serio peligro deprecipitarnos en el infierno ; aparte de q ue, cuando he-mos permanecido voluntariamente en el pecado, es muydudoso que nuestro arrepentimento, a la hora de la

muerte, haya de obtenemos la salvación ; ya que, a lahora en que espontáneamente pudimos salir del peca-

rada ? Nos dice el Señor que vendrá cuando menos losospechemos.

Dgo, pues, que si bien no hemos de abusar de laesperanza, tampoco debemos desesperar de la miseri-cordia divina, pues es infinita. Es la desesperación un

pecado mayor que todos cuantos podemos haber come-tido, pues por la fe sabemos que Dios no nos ha de ne-gar el perdón, si acudimos a El con sinceridad. La mag-nitud de nuestros pecados no debe engendrar en nos-otros el temor de que se nos niegue el perdón, pues todos

ellos, comparados con la misericordia de Dios, son me-nos que un grano de arena al lado de una montaña. SiCaín, después de haber muerto a su hermano, hubiesepedido perdón a Dios, podía estar seguro de alcanzarlo.Si Judas se hubiese arrojado a los pies de Cristo, parasuplicarle el perdón, Jesucristo le habría perdonado su

culpa como a San Pedro.Mas, para terminar, : queréis saber por qué perma-

:leCcmoS tanto tiempo en pecado, y nos inquieta tantoel momento en que habremos de acusarnos de él ?

Ello es, H. M., a causa ele nuestro orgullo. Si po-seyésemos una verdadera humildad, ni permanecería-mos en pecado, ni veríamos con temor la hora de acu-sarnos. Pidamos a Dios, H. M., el menosprecio a

nosotros mismos, y temeremos el pecado, y lo confesare-

mos tan pronto lo hayamos cometido. Y concluyo dicien-do que hemos de pedir a Dios con frecuencia esta hermo-

sa virtud de la esperanza, la cual nos impulsará siemprea ejecutar nuestras acciones sólo con el ánimo de agra-dar a Dios. Procuremos no desesperar nunca, ni en lasenfermedades ni en cualquiera otra tribulación. Pense-mos que todo ello son bienes que Dios nos envía paramerecernos una eterna recompensa. La cual os deseo...

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SOBRE EL SEGUNDO PRECEPTO DEL DECÁLOGO

53

252 UINTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Debo advertiros, primero; que las personas pocoinstruidas muchas veces confunden las blasfemias con

es un gran pecado ; un pecado distinto de los demás :en los otros pecados, muchas veces la parvedad demateria disminuye la gravedad o malicia de la culpa,

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los juramentos. Un infeliz, en un arrebato de cólera,o mejor, de furor, dirá : «Dios es injusto al hacermesufrir esto o perder aquello». Con tales palabras harenegado de Dios, y no obstante se acusará diciendo :«Padre mío, me acuso de haber jurado», y, sin embargo,

no es un juramento sino una blasfemia lo que ha pro-ferido. Una persona, al verse acusada falsamente deuna culpa que no ha cometido, dirá para justificarse :«¡ Si he cometido esto, no quiero ver jamás la cara deDios !» Esto no es un _. juramento, sino una horribleimprecación. He aquí dos pecados tan aborrecibles comolos juramentos. Otro que habrá tratado a alguien deladrón o infame, se acusará de haber jurado contra suvecino, cuando en realidad lo que habrá hecho es in-juriarle. Otro dirá palabras sucias y deshonestas, y seacusará de haber dicho, sencillamente, malas palabras.

Os equivocáis ; debéis declarar que dijisteis obsceni-dades. Ved, H. M. lo que es jurar : es tomar a Diospor testigo ele lo que se afirma o promete ; perjurio es

un jjuramento falso, es decir, jurar con mentira.El nombre de Dios es tan santo, tan grande, tan

adorable, que los ángeles y los santos, según nos diceSan Juan, en el cielo, claman continuamente : «¡ San-to, Santo, Santo, es el Señor Dios de los ejércitos ; seabendito su santo nombre por los siglos de los siglos !»Cuando la Santísima Virgen fué a visitar a su primaSanta Isabel, al decirle su santa prima : «¡ Cuán di-

chosa eres por haber sido elegida para ser Madre deDios !», la Virgen le contestó : «Aquel que es omni-potente ycuyo nombre es santo, ha obrado en mícosas grandes». Debemos, pues. H. M., mostrar unagran reverencia al nombre de Dios, no pronunciándolojamás en vano, sino siempre con gran veneración. Nosdice Santo Tomás que usar en vano el nombre de Dios

y así lo que por su naturaleza sería pecado mortal,frecuentemente no pasa de pecado venial : el hurto, porejemplo, es pecado mortal, mas si se trata de una cosainsignificante, como diez o quince céntimos, es sólopecado venial. La ira y la gula son pecados mortales ;

pero una pequeña glotonería o un leve enojo no sonmás que veniales. Mas no ocurre lo mismo en el jura-mento : cuanto más leve es la materia (i), mayor pro-fanación resulta. La razón está en que, cuanto másinsignificante es la materia, mayor es el desprecio quese hace a Dios ; es como si una persona rogase al reyque le sirviese de testigo en un asunto sin importan-cia, lo cual sería un desprecio y una burla. Dice Díosque será castigado duramente aquel que jure por susanto nombre. Leemos en la Sagrada Escritura que, entiempo de Moisés, hubo uno que blasfemó del santo

nombre de Dios ; le prendieron y le llevaron anteMoisés, el cual preguntó a Dios qué debía hacer de él.El Señor le ordenó que fuese conducido a un campo,y, una vez allí, mandase a todos los testigos de su blas-femia que pusiesen las manos sobre su cabeza y leapedreasen, a fin de arrancar al blasfemo, de su puebloescogido (a) .

Nos dice, además, el Espíritu Santo que la casa delque se habitúa a jurar, quedará llena de iniquidad, y lamaldición no saldrá de ella hasta que sea destruida (3).

ir) Toda blasfema supone materia de pecado mortal, ya que lab-aafent:a es una injuria inferida a la Majestad divina, y una injuriatal no admte parvedad de materia, atendiendo a la di;ridad soberanade Dios.

Este pecado sólo puede convertirse en venial por falta de atencióno de consentimiento.

(2iLevit., XXIV, r4.(3) Eccli., XXIII, ra.

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256 UINTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

¡ demonio de bestia ! ¡ demonio de trabajo !... ¡ Si re-ventarás de una vez !...» ¡ Ay ! ¡ mucho es de temer

SOBRE EL SEGLNDO PRECEPTO DEL DEC.1LÓGo 57

mentira, ni profanéis tampoco el nombre del Señor».San Juan Crisóstomo nos dice : «Si es ya un gran cri-men jurar por algo verdadero, ¡ cuán grande será el

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que quien tiene así el demonio en la boca, lo tengatambién en el corazón ! Cuántos hay también que es-tán siempre prestos a decir : «¡ Oh ! a fe que sí... ¡ oh ! afe que no...», o bien : «¡ Por Dios !... ¡ por mi concien-cia !... ¡ a fe ele cristiano !...»

Hay otra clase de juramentos y maldiciones de los 'que raras veces se confiesan los cristianos, y son los quese formulan en lo íntimo del corazón : piensan muchosque, no pronunciándolos con la boca, ya no hay pecado.Os engañáis, amados míos. Acontece, por ejemplo, quealguien ha cometido una tropelía en vuestra heredad,o en otra parte que a vosotros os interesa ; entoncesjuráis interiormente, o le maldecís en esta forma : cc¡ Eldemonio se lo lleve !... ¡ Mal rayo le parta !... ¡ Ojalásea para él un veneno la fruta que mc ha robado !...». Y ,a buen seguro, entretendréis tales pensamientos por

mucho tiempo. ¿ Pensáis que porque no los expresáispor medio de la palabra no son nada ? sabed que sonun gran pecado, del cual habéis de acusaros ; de locontrario os perderíais irremisiblemente. ¡ Ay ! ¡ cuánpocos son los que conocen el estado de su pobre alma,tal cual aparece a los ojos de Dios !

En tercer lugar, decimos que hay otros aun más cul-pables, ya que juran no solamente al decir verdad, sinotambién cuando mienten: Si fueseis capaces de com-prender hasta qué punto vuestra impiedad injuria aDios, jamás tendríais valor para cometer actos semejan-

tes. Os portáis para con Dios de la misma manera queun vil esclavo que dijese a su rey : «Señor, es necesa-rio que me sirváis de falso testigo» ; ¿ no os horrorizaesto, H. M ?Nuestro Señor dice en la Sagrada Escri-tura : «Sed santos, puesto que Yo so y santo. No min-táis, no engañéis al prójimo, no cometáis perjurio to-mando al Señor, vuestro Dios, como testigo de una

pecado de aquel que jura en falso, para hacer que creanuna mentira !» EEspíritu Santo nos dice que el quemienta, perecerá. El profeta Zacarías nos asegura quecaerá la maldición sobre la casa del que jure para ates-tiguar una mentira, y que la maldición no se levantaráhasta que la casa sea arruinada y destruída. San Agus-tín nos dice que el perjurio es un gran crimen, una bes-tia feroz que causa una carnicería espantosa. Mas heaquí que muchos aumentan aún la gravedad de esepicado, pues añaden al juramento la execración, dicien-do : «¡ Si esto no es cierto, nunca vea yo la cara deDios !... ¡ Dios me condene !..., o : ¡ el demonio me lie-re !...». ¡ Ah ! ¡ desgraciados ! si Dios os tomase la pala-bra, ¿ dónde estaríais al presente? ¡ Cuántos años haríaya que estaríais ardiendo en el infierno ! Decidme,H. M., ¿ puede concebirse que un cristiano quiera ha-

cerse culpable de un crin-ten tal y tan horrible ? ¡ Oh,Dios mío ! ¡ un gusano de la tierra, llevar la barbariehasta un tal exceso ! No, H. M., no, esto no es creíbleen un cristiano.

Es preciso examinar aun si teníais formado el pro-pósito de jurar en falso, y si acariciasteis por muchosdías ese pensamiento : es decir, durante cuánto tiem opermanecisteis en disposición, de hacer tal cosa. Aunquesea esto un gran pecado, son muchos los cristianos queno se fijan en ello. — Pero, me dirá alguno, he pensa-do en ello, pero no lo he hecho. — No lo has hecho tú,

pero lo ha hecho tu corazón ; y toda vez qué estás endisposición de obrar en esta forma. a los ojos de Dioseres culpable. ¡ Av ! pobre religión, ¡ cuán poco cono-cida eres !

Hallamos en la historia el caso de un castigo ejem-plar contra los que juran en falso.Entiempo de San

SCR+1. CARA ARs —T. tI

25 8 INTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSSOBRE EL SEGUNDO PRECEPTO DEL DECÁLOGO 59

Narciso, obispo de Jerusalén, tres jóvenes libertinos en-tregados a la impureza más desenfrenada, calumniaban bien podrías reventar de una vez 1... ¡ quién pudiera

estar muy lejos de ti !... ¡ Ojalá Dios te castigue !...».

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ignominiosamente al santo obispe . acusáe joie de loscríim'nes que ellos cometían, confiando en que :.sí no seatrevería él a reprenderlos. Se presentaron delante deljuez, declarando que el obispo había cono:;_ío tal peca-do,ycorroboraron sus afirmaciones coaameiitoshorribles. El primero elijo : Quede alca;_i no es

cierto loque digo». El segundo : r=SI no es v...'iad loque afirmo, quiero ser quemado vivo». El tercero habléasí : :Quiero perder los ojos. si no es vc , :7 13 :; . .ehedicho». ¡ Ay ! la justicia de Dios no se :.. o lira_ : elprimero murió ahogado ; el segundo murió abrasado,por haber pegado fuego a su casa y q::_:ciado a todossus moradores un cohete de un castillo de fuegos arti-ficiales que se disparaba en la ciudad ; el tercero, aun-que castigado, resultó más afortunado que los otrosdos : reconoció su culpa, hizo penitencia, y lloró tan-to que llegó a perder l a vista. Oíd ahora otro"ejemplono menos conmovedor. Leemos que San Eduardo, reyde Inglaterra, tenía por padre político al conde Conde-vino, hombre tan celoso y orgulloso, que no podía su-frir a nadie al lado del re y . Un día el re y le inculpó dehaber participado en la muerte de su hermano. t:Si estoes cierto, dijo el conde, quiero que este p edazo de panme ahogue.» El rey tomó aquel fragmento, y sin sos-pechar nada, hizo sobre él la señal ele la cruz. Despuésel conde q uiso comerlo, pero se le atragantó, le extran-guió y murió al momento. Al ver estos espantosos ejem-

plos, habréis de convenir conmigo, H. M., en considerarel perjurio comoun pecado horrible, pues que Dios locastiga tan terriblemente.

Además, vemos también a muchos padres y madres,dueños y amas de casa, los cuales constantemente tie-nen en la haca estás palabras : «¡ AI, ! ¡ bestia .dehijo !... ¡ ah ! , hijo imbécil !... ¡ tanto me fastidias que

Sí, H. M., hay padres tan faltos de religión, que todoel día tienen estas palabi as en la boca. ¡ Ay ! ¡ cuántoshijos salen enfermos, pobres de espíritu, ásperos, ru-dos, viciosos, a causa de las maldiciones que sobre ellosecharon su padre o su madre ! Leemos q ue, una vez,

una madre, enojada contra su hijo, le echó esta maldi-ción : .Ojalá reventaras», y el pobre hijo cayó muerto asus pies. Otra dijo también a su hijo : ¿ Por qué no sete lleva el demonio ?» Y el hijo desapareció, ignorándosedónete fué a parar. ¡ Qué desgracia, Dios mío ! ¡ des g ra-cia para el hijo y para la madre ! En la provincia deValierie, había un hombre muy respetable por so buencomportamiento. De regreso de un viaje, llamó a sucriado de una manera algo descompuesta, diciendo :;, ¡ Ven aquí, diablo de criado, ven a descalzarme : Almomento comenta) a salirle la bota, sin que nadie la tira-

ra. Asustado aq uel hombre, púsose a gritar : Anárta.te,Satanás, no te llamo a ti, sino a mi criado», y al oir aque-llas palabras, huy ó prestamente el demonio, quedandocl zapato a medio descalzar. Este ejemplo nos muestra,I-I. \I., cuán cerca de nosotros anda el demonio, paraengañarnos y perdernos en cuanto se le presente oca-sión. Por esto los primeros cristianos tenían tanto ho-rror al demonio, que ni se atrevían a pronunciar sunombre. Debéis, pues, tener la precaución de no pro-nunciar nunca esa palabra y procurar que tampoco lapronuncien vuestros hijos o domésticos ; si se la oís,reprendedlos hasta que se hayan corregido del todo.

No sólo es mala obra el jurar, sino también el hacerq ue los demás juren. Nos dice San Agustín ene aquelque es causa de q ue otro jure en falso ante el tribunal,es más culpable que el : l ue comete un homicidio, apues-to que, dice, el que mata a un hombre sólo mata elcuerpo, mientras que quien impulsa a otro a jurar fal-

SOBRE EL SEGUNDO P ) DEI. DEC.SLOGO 6 1260 UINTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

samente en justicia, mata el alma». Para daros unaidea de la gravedad de este pecado, voy a mostraron

creen que, porque no han proferido palabra alguna,tampoco han pecado. Amigo mío, desde el momentoque estás en disposición de jurar en falso, has cometido

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la culpa ele que se hace reo el que llama a los tribuna-les a personas que prevé jurarán en falso. Leemos queen la ciudad de Hipona había un ciudadano, hombrede bien, pero algo aficionado a lo terreno. A un hombreque le debía alguna cantidad, le obligó a comparecerante el tribunal de justicia. Aquel infeliz juró falsa-

mente, afirmando que nada le debía. A la noche si-guiente, el que había citado al otro ante los tribunales,se sintió llevado en sueños ante un tribunal presidi-do por un juez que, con voz terrible y amenazadora, lepreguntó por qué había sido causa del perjuicio deaquel hombre ; como si no fuese preferible perder ladeuda que el causar la condenación de un alma ; díjoleque por aquella vez, atendiendo a su buena conducta,le perdonaba ; pero quedaba condenado a ser azotadocon varas. En efecto, al día siguiente, despertó teniendoel cuerpo lleno de sangre. — Pero, me dirá alguien,si no pido juramento, voy a perder lo que me deben. —Pero ¿ es que prefieres perder el alma de los demás y latuya antes que perder tu dinero ? Por otra parte. H. M.,tened por cierto que, si os sacrificáis para no dar ocasióna cine se ofenda a Dios, no dejará Dios de recompensa-ros por otro lado. Habéis de procurar no ofrecer regalosni solicitar a los que han de declarar contra vosotrosen el tribunal para que dejen de declarar la verdad : oscondenaríais, y seríais causa de su perdición. Si habéiscometido semejante pecado, y a causa de vuestra men-

tira ha sido condenado quien no era merecedor de ello,estáis obligados a reparar el mal causado, indemnizan-do, según la medida de vuestras fuerzas, a la persona,ya en sus bienes, ya en su reputación ; si no lo hicieseis,os condenaríais. Hemos de ver aún si habéis tenido elpensamiento de jurar en falso, y por cuánto tiempo talpensamiento ha ocupado vuestro espíritu. Muchos

un pecado, aunque no hayas proferido palabra. Y aúnfalta examinar si habéis dado algunos consejos queindujeran a otros a jurar en falso. Si un amigo os dice :«Pienso que voy a ser llamado ante la justicia para de-clarar corno testigo en la causa de fulano ; ¿qué te

parece ? yo pensaba no declarar todo cuanto he visto,a fin de que no le condenen : y a comprendo que obrarévial, pero al otro no le falta con qué pagar». Y tú lecontestarás : Ah ! no es gran cosa el mal que haces...le ocasionarías una pérdida considerable...» Si a con-secuencia de tales consejos vuestro amigo jura en falso,estáis obligados a indemnizar al perjudicado, caso deque aquel a quien aconsejasteis no tuviese con qué ha-cerlo. ¿Queréis saber, H. M., cómo hemos de portarnosante los tribunales o fuera de ellos? Escuchad lo quenos dice el msmo Jesucristo que quiere armar-

te pleito pidiéndote la túnica, alárgale también lacapa (r), ya que ello te será más ventajoso que seguir elpleito». ¡ A y ! ; a cuántos pecados induce un proceso !¡ a cuántas anuas los pleitos han condenado, con losperjurios, odios, engai cs .y venganzas que consigotraen !

Ved ahora, H. ^1., cuáles son los juramentos quesuelen formularse más a menudo y sin ton ni son. Cuan-do decimos alguna cosa a otra p ersona, si ésta no quierecreernos en seguida, lo aseguramos con juramento. Los

padres y madres, los dueños y amas de casa deben iren esto con gran cuidado : muchas veces sus hjos

o sus criados han cometido alguna falta, y los supe-riores les urgen a que confiesen su cul pa ; y los hijoso los criados, por miedo a ser castigados o reprendidos,

) Mat:h , V, 40.

26 2 t I To DOMINC, ') DFSP, - ÉS DE i'E\ TECn .tiSn13I2E F.E. SEGUND O PIZECUTO DEL DECLOCO 63

jurarán cuantas veces sea necesario que ellos no tie-nen nada que ver con aquella falte:. ¿ Yo sería mejor

nos dicen, pues abandona a tantos en la enfermedad y

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dejar de insistir y su:rir la pérdida, antesr,c ser oca-sión de que aquellos infelices se condenen Ofendéis aDios y en camhio nada sacáis en claro. ¡ Oué remordi-mientos los vues'ros, I:. M., si en el día del juicio veisa aquellos pobres hijos o criados ccondenados por causa

de una insignifica nte bagatela:lHay también otros que juran o prometen hacer ociar tal cosa a determinada persona, sin q ue tengan in-tención de c: n: ..- su promesa. Antes de prometer al-go, debemos examinar con atención si nos será posiblecumplirlo. jamás, al prometer algo, deberemos decir :«Si no hago esto o aquello, no q uiero ver nunca a Dios,o no quiero moverme de donde esto y ». Mucho cuidado,

p ues tales afirmaciones son pecados más gra-ves de lo que podéis sospechar. Si, por ejemplo, en unacceso de ira habéis prometido vengaros, es mu y cierto

que no deberéis cumplir vuestra promesa ; sino, alcontrario, pedir perdón a Dios. El Espíritu Santo nosdice que aquel que jure sera castigado...

II. -- r.' Si me preguntáis qué se entiende por blas-femia... Es este pecado tan horrible, E. que pareceno debería existir un cristiano con valor bastante paracometerlo. La palabra «blasfemia» significa maldecir odetestar una hermosura infinita. lo que indica que estepecado va directamente contra Dios. Dice San Agustín :«Blasfemarnos siempre que atrihumos a Dios algo queno tiene o no le conviene, o cuando le quitamos lo quele corresponde, o finalmente, cuando nos atribuimos anosotros mismos lo q ue corresponde a Dios y a El sóloes debido». Digo, pues, que blasfemamos : i.° diciendoque Dios es injusto al hacer ene existan ricos que nadanen la abundancia, mientras otros seres miserables apenastienen de qué comer ;que Dios no es lo bueno que

el desprecio, al paso que otros son amados y respetadosde todo el mundo ; 3.° cuando decirnos que Dios no love todo, o que no se preocupa de lo que acontece enla tierra ; 4.° al decir : «Dios será injusto si se muestramisericordioso para con fulano, pues ha cometido de-masiados crímenes» ; 5.° cuando, al sufrir algún contra-

tiempo o al experimentar alguna pérdida, nos revol-vemos contra Dios diciendo : «; Ah ! ¡ desgraciado demí ! ¡ no podría Dios enviarme may or número de males '.

¡ pienso q ue no me sabe en el mundo, y , i sabe miexistencia, es sólo para hacerme sufrir !).. Es taI:lbiénblasfemia el burlarse de la Santísima Virgen o de losSantos, diciendo : «Ese sí que no tiene mucho poder :

le he dirigido muchas súplicas y nada me ha alcanzado"..Nos dice también Santo Tomús que la blasfemia es

una palabra in j uriosa, un ultraje contra Dios o sus

Santos ; yello puede ser de cuatro maneras : I.° Por

una afirmación, diciendo : «Dios es injusto y cruel alpermitir que yn sufra tantos males, que se me Calumnie,que me sea robado cl dinero, que pierda este pleito.; Ah ! ¡ desgraciado de mí ! todo se pierde en mi casa ;mentras a otros todo les sale bien, a m todo me

falla». e. ° e blasfema también diciendo que Dios noes omnipotente, que puede hacerse algo sin El. Esta fuéla blasfemia de Sennaquerih, rey de los asirios, cuan-do, al poner sitio a la ciudad de Jerusalén, dijo que, apesar del poder de Dios, tomaría la cuidad. Buriáhase

de Dios diciendo que no era bastante poderoso para in:-p edir que entrara a sangre y fuego en la ciudad. Pero

Dios, para castigar aquella blasfemia y mostrar su om-nipotencia, envió a un ángel que en una sola noche lemató ochenta y cinco mil hombres. Al día siguiente,al ver el re y deg ollado todo su ejército sin sabe: cómo,

huy ó esp antado hacia Nínive, en donde fué asesinado-por sus dos hijos. °iasférnase cuando se atribuye a

264 UINTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

una criatura lo que sólo es debido a Dios, como lo ha-cen, por ejemplo, esos desgraciados que dicen a una

SOBRE EL SEGUNDO PRECEPTO DEI, DEC..L000 6 5

tal horror a ese crimen, que ordenó que los blasfemosfuesen marcados en la frente con un hierro candente.

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vil criatura, por la que están apasionados : «Te amocon todo el afecto de mi corazón... ¡ te adoro !». Crimenhorrible, y , sin embargo, muy común, a lo menos en laacción. 4.° Se blasfemia maldiciendo o injuriando a Dioscon palabras sucias y torpes que no hemos de citar aquí,

por horribles y repugnantes.lis tan grave y tan horrible a los ojos de Dios elpecado de blasfemia, que atrae sobre la tierra toda suer-te de males. Tenían los judíos tanto horror a los blas-femos, que, al oir una blasfemia, rasgaban sus vestidu-ras. Ni tan sólo se atrevían a pronunciar esta palabra, ala que llamaban : Bendición. El santo Job temía tantoque sus hijos no hubiesen blasfemado, que , ofrecía sacri-ficios al Señor para el caso de que lo hubiesen hecho sinél saberlo (I)... Dice San Agustín que los que blasfe-man contra Jesucristo que está en los cielos, son más

crueles que los que le crucificaron en la tierra. El malladrón blasfemaba de Jesucristo crucificado, diciendo :«Si es omnipotente, que se desprenda de la cruz y noslibre a nosotros». El profeta Nathán dijo al re y David :(Puesto que has sido causa de que fuese blasfemadoel santo nombre de Dios, tu hijo morirá, y el castigono se apartará de tu casa en toda tu vida». Nos diceDios : «El que blasfeme del nombre del Señor, sea con-denado a muerte». Leemos en la Sagrada Escrituraque llevaron ante _Mois,ls un hombre que había blasfe-mado. Mois::s consultó al Señor, el cual le dijo que de-

bía conducirlo a un cam p o y darle muerte, haciendoque el pueblo le apedrease (2) .

Podemos muy bien afirmar que la blasfemia es ellenguaje del infierno. San Luis, rey de Francia, tenía

(i) 105, I, s.(2) Lev., XXIV, 24.

Una vez fué conducido a su presencia un ciudadano deParís cine había blasfemado ; como muchos intentaransolicitar su perdón, el rey contestó que daría gustoso suvida para destruir aquel abominable pecado, y no quisoacceder a la súplica. El emperador Justillo hacía arran-

car la lengua a los desgraciados que ometían tanhorrible crimen. Durante el reinado de Roberto, el reinode Francia vióse castigado con toda suerte de desgra-cias, y Dios reveló a una santa que no cesarían talescalamidades en•tanono cesase la blasfemia. Promul-gase una ley_ en la que se or4ienaba que a los blasfemos;la primera vez, se les atravesaría la lengua con unhierro candente, y que en caso de reincidencia seríancondenados a muerte.

Andad con cuidado, H. M., va que, si la blasfemiaimpera en vuestra casa, todo andará de mal en peor.

Dice San Agustín que la blasfemia es un pecado másgrave que el perjurio ; puesto que por el perjurio sólotomamos a Dios por testigo de una cosa falsa, mientrasque por la blasfemia hablamos falsamente de Dios.(fuá crimen ! ¿ quién de nosotros podrá comprender

su malicia? Nos dice Santo Tomás que ha y además unaclase especial de blasfemia contra el Espíritu Santo,

°la cual se comete de tres maneras : I . atribuyendo aldemonio las obras de Dios, como hacían los judíos alafirmar que Jesús echaba de los posesos al demonio porvirtud de Belzebub ; o como hacían los tiranos y los

verdugos al atribuir a magia los milagros de los santosmártires. 2.° Se blasfemia contra el Es píritu Santo, nosdice San Agustín. con la impenitencia final. La impeni-tencia es un espíritu de blasfemia ; ya que la remisiónde los pecados se ; opera en nosotros por virtud de lacaridad, que es el Espíritu Santo. 3.° Cuando comete-mos actos directamente opuestos a la bondad de Dios,

SOBRE EL SEGUNDO PRECEPTO DEL DECÁLOGO 6726 6 t.I\To DomiNcO nEsruÉS DE PENTECOSTÉS

como, por ejemplo, al desesperar de nuestra salvación,y no querer adoptar los medios adecuados para alcan-

desgraciados, ¡ cuán duros los castigos que os aguar-dan en la otra vida !

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zarla ' al enojarnos porq ue otros reciben gracias másabundantes que nosotros. ¡ Andad con cuidado en nocaer jamás en pecados tan '.iorribles ! Al afirmar queDios da más a los otros que a nosotros, le tratamos deinjusto.

No habéis blasfemado, H. M., diciendo que sólohay Providencia para los ricos y los malvados ? ¿Nohabéis blasfemado cuando, al experimentar una pér-dida, dijisteis . «Pero ¿ qué .. :lecho a Dios para quecaigan sobre mí tantas desgracias ?» — ¡ Qué has hecho,amigo mío ! levanta tus ojos y verás cómo le has cruci-ficado. ¿No habéis blasfemado también al decir quesois demasiado tentados, que os es imposible obrar deotra manera, , que tal es vuestro destino ?... ¿ Pensáis,H. M., en lo que decís ?... ¡ Así resultaría que Dios oshabría hecho viciosos, irascibles, arrebatados, fornica-

rios, adúlteros, blasfemos ! ¡ Habéis, pues, perdido la feen el pecado original que degradó al hombre de la recti-tud y justicia en que había sido creado ! Todo esto esmás fuerte que vosotros... Pero, amigo mío, ¿ no vienepor ventura en tu auxilio la religión para darte a conocertodo el alcance de la corrupción original ? Y tú, mise-rable, ¡ te atreves aún :t blasfemar contra el que te laha dado como el mejor don con que podía favorecerte !

¿No habéis también blasfemado contra la SantísimaVirgenyos Santos ? ¿No os habéis burlado de sus

virtudes, de sus penitencias y de sus milagros ? ¡ Ay !en este siglo miserable, cuántos impíos veréis que llevansu despreocupación hasta despreciar a los santos delcielo y a los justos de la tierra ; cuántos que hacenmofa de las austeridades que abrazaron los santos, quenoq uieren servir a Dios, ni sufren q ue los demás 'esirvan. Mirad, además, H. M., si acaso hicisteis repetirvuestros juramentos y blasfemias a los niños. ¡ Ah !

2. `' ero, me diréis, ¿ qué diferencia hay entre elblasfemar y el renegar de Dios? — Hay mucha di-ferencia, H. M., entre blasfemar y renegar de Dios.Al hablar de «renegar», no me refiero a los que aban-donan la verdadera religión, a los cuales se les conocecon el nombre de renegados o apóstatas (I). Quiero re-ferirme a los que, al hablar, en sus enojos y arrebatos,profieren insultos contra el santo nombre de Dios : asíveremos a uno que, al sufrir una pérdida en un nego-cio o en el juego, se revuelve contra Dios, como sipretendiese dar a entender que El es la causa de aquellapérdida. Cuando os acomete un arrebato semejante, espreciso que Dios soporte todo el furor de vuestra cólera,

cual si fuese el causante de vuestra desgracia o delaccidente que os acontece. ¡ Ah, desgraciados ! Aquelque os ha sacado de la nada, que os conserva s os col-

ma de bienes sin cesar, es a quien os atrevéis a despre-ciar, profanando su santo nombre ; cuando, si hubiesedado oídos a su justicia, ¡ desde cuánto tiempo el infier-no os tendría ya por suyos ! Vemos ordinariamente queaquellos que tienen la desgracia de cometer tan horri-bles crímenes, suelen tener un desgraciado f n. Refiérese

en la historia que había un hombre enfermo yreduci-

do a la extrema miseria. Habiendo entrado en su casaun misionero para visitarle, le dijo cl enfermo : «¡ Ah,padre mío ! Dios está castigando mis enojos, mis arre-batos, mis blasfemias y mis insultos a su santo Nombre.

Estoy enfermo desde largo tiempo, toda mi fortuna hadesaparecido, véome reducido a la miseria ; mis hijos

±r) Si bien en el Dccionario figura cl verbo (renegar, come sinó-

nimo de (bias:::ernzry, en la rr:.ctica no se usa por lo zereral endicho

sentido, sino en el de .a posta:1r . . Sin embargo, al traducirlo de::ranets

no. verlos precisados a toinar:o aquí en sc significad.) no común.

vota del Trad.).

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270 CINlO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

apenas pensamos y de los que casi nadie se acusa! ¡ Osdiré, además, que nunca debéis maldecir ni a vuestros

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hijos, ni a las bestias, :.i al trabajo, ni al tiempo, ca quecon ello no hacéis más que oponeros a que se cumplala santa voluntad de Dios. Los hijos, por su parte, debencuidar de no ciar jamás ocasión a que sus padres los mal-digan, ya que ello es ...:a ter- le desgracia ; muchas

veces un hijo maldito des .s = es también malditode Dios. Cuando alguien os ha y a , :.ajado con su proce-der, en vez de enviarle al diablo,o.-aréis mejor dicién-dole : «¡ Dios te bendiga !» Entonces os portaréis comoverdaderos servidores de Dios, volviendo bien por mal.

^ ocuparnosste mandamiento,.l t.culaa. • ^ao., de es.^ n:a..c.^^...iento, deberíamos ha-blar de los votos. Debis tener la precaución de no for-mular voto aig mo sin corsultarlo antes. Muchos, alcaer enfermos, hacen promesas a tod os losmastodosantos • mas,al sanar, no se preocupan de cumplir ninguna, Y aunhay que mirar si los habéis hecho como deben hacerse,

esto es, en estado de gracia ; si los habéis hecho... losdomingos y fiestas de precepto. ¡ Ay ! ¡ cuántos pecadosse cometen en eso de los votos ! lo cual, en vez de agra-dar a Dios, no hace más que ofenderle.

Si me preguntáis por qué en la actualidad hay tan-tos que juran, que perjuran, que profieren las máshorrendas maldiciones e im p recaciones contra Dios ysus Santos ; os diré q ue los que se entregan a tales ho-rrores, son gente sin•1 gc ..e n fe, ni religión, ni conciencia, nivirtud, gente casi totalmente abandonada de Dios.Cuánto más felices seríamos, si acertásemos a emplear

nuestra lengua, consagrada a Dios por el santo Bau-tismo, únicamente en orar a un Señor tan bueno ybienhechor, y cantar sin cesar sus alabanzas ! Ya quepara tal objeto nos ha dado Dios la lengua, procure-mos, H. M., consagrársela ; a :in de q ue después .deesta vida nos q ueda la dicha de bendecirle por todauna eternidad en el cielo. Esto es lo q ue os deseo.

SEXTO DOMINGO

DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

SOBRE LA COMUNIÓN

Paxis querneraBabo, tare meacst pro rrurl ái vaa.

El par que os voy a dar, es mpropia carne para la vida delmundo.

(S. Juan, VI, 52.)

Si no nos lo dijese el mismo Jesucristo, ¿quién denosotros, H. M., podría llegar a comprender el amorque ha manifestado a las criaturas, dándoles su Cuerpo

adorable y su Sangre preciosa, para servir de alimentoa las almas? ¡ Caso admirable ! H. M., un alma tomarcomo alimento asuSalvador... ¡ y esto no unasola vez, sino cuantas le plazca !... ¡ Oh, abismo deamor y de bondad de un Dios para con sus criaturas'...Nos dice San Pablo, H. M., que el Salvador, al reves-tirse de nuestra carne, ocultó su div inidad, y llevó suhumillación hasta a anonadarse. Pero, al instituir eladorable sacramento de la Eucaristía, ha velado hastasu humanidad, dejando sólo de manifiesto las entrañasde su misericordia. ¡ Oh ! H. M., ¡ ved de lo que es ca-

paz el amor de un Dios para con sus criaturas !.t. No,H. M., ningún sacramento puede ser comparado conla Sagrada Eucaristía. Es cierto que en el Bautismorecibimos la cualidad de hijos de Dios y, de consiguien-te, nos hacemos participantes de su eterno reino ; enla Peniteiicia, se nos curan las llagas del alma y vol-

SOBRE LA COMUNIÓN 73270 EXTO • DOMINGO nESPU S DE PENTECOSTÉS

vernos a la amistad de Dios ; pero en el adorable sacra-mento de la Eucaristía, no solamente recibimos la apli-cación de su Sangre preciosa, sino además al mismo au-

las luces del Espíritu Santo ; y confesar después lospecados, con todas las circunstancias que puedan agra-varios o cambiar su especie, declarándolos tal comoDios los dará a conocer el día en que nos juzgue. Hemos

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tor de la gracia. Nos dice San Juan que Jesucristo «ha-biendo amado a los hombres hasta el ,fin» (r), halló elmedio de subir al ciclo sin dejar la tierra : tomó el pan

en sus santasvvenerables manos, lo bendijo y lotransformó en su Cuerpo ; tomó el vino y lo transformóen su Sangre preciosa, y, en la persona de sus apósto-les, transmitió a todos los sacerdotes la facultad deobrar el mismo milagro cuantas veces pronunciasen lasmismas palabras, a fin de que, por este prodigio deamor, pudiese pern:anecér entre nosotros, servirnos dealimento, acompañarnos y consolarnos. «Aquel, nosdice, que come mi carne y bebe mi sangre, vivirá eter-namente ; pero aquel que no coma mi carne ni bebami sangre, no tendrá la vida eterna» ). ; Oh ! H. M.,qué felicidad la de un cristiano, aspirar a un tan gran-

de honor como es el alimentarse con el pan de los án-

geles !... Pero ¡ ay ! ¡ cuán pocos lo comprenden esto !...¡ Ah ! H. M., si comprendiésemos la magnitud de ladicha que nos cabe al recibir a Jesucristo, ¿no - nos es-

forzaríamos continuamente en merecerla ? Para darosuna idea de la grandeza de aquella dicha, voy a expo-neros : I.° cuán grande sea la felicidad del querecibe a Jesucristo en la Sagrada Comunión, y 2. ° os

frutos que de la misma hemos de sacar.

I.—Todos sabéis, H. M., que la primera disposiciónpara recibir dignamente este gran sacramento, es la de

examinar la conciencia, después de haber implorado

!r)Curodilexisset saos, qui cranc in mundo, in fincmdilesa eas

(Ioan., XiIr, z).;_) Gui mar.ducat :neamcarnero, et hibit neimsangn_nern, in Tne

manet et ego in illn... tiisi manducavcritis carne= Filii hominis., et bi-

beritis cius sanouinem non habebitis vitani in vobis (Ioan., VI, .54-5.5)•

de concebir, además, un gran dolor de haberlos come-tido, y hemos de estar dispuestos a sacrificarlo todo,antes que volverlos a cometer. Finalmente, hemos deconcebir un gran deseo de unirnos a Jesucristo. Vedla gran diligencia de los Magos en buscar a Jesús en

el pesebre ; mirad a la Santísima Virgen ; mirad aSanta Magdalena buscando con afán al Salvador re-sucitado.

No quiero tornar sobre mí, H. M., la empresa demostraras toda la grandeza de este sacramento, ya quetal cosa no es dada a un hombre ; tan sólo el mismoDios puede contaros la excelsitud de tantas maravillas ;pues lo que nos causará ma y or admiración durante laeternidad, será ver cómo nosotros, siendo tan misera-bles, hemos podido recibir a un Dios tan grande. Sinembargo, para claros una idea de ello, voy a mostraroncómo Jesucristo, durante su vida mortal, no pasó jamáspor lugar alguno sin derramar sus bendiciones enabundancia, de lo cual deduciremos cuán grandes ypreciosos deben ser los dones de q ue participan los quetienen la dicha de recibirle en la Sagrada Comunión_ ; omejor dicho, que toda nuestra felicidad en este mundoconsiste en recibir a Jesucristo en la Sagrada Comu-nión ; lo cual es muy fácil de comprender : ya que laSagrada Comunión aprovecha no solamente a nuestraalma alimentándola, sino además a nuestro cuerpo,según ahora vamos a ver.

Leemos en el Evangelio q ue, por el mero hecho deentrar Jesús, aun recluido en las entrañas de la Virgen,en la casa de Santa Elisabet, que estaba también en-cinta, ella v su hijo quedaron llenos del Espíritu Santo ;San Juan quedó basta p ril cado del pecado original,

SER.. CURA ARs — T. II8

274EXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSSOBRE LA COMUNIÓN 75

v la madre exclamó : «; Ah ! ¿ de dónde me viene unatan gran dicha cual es la de que se digne visitarme lamadre de mi Dios?» (.). Calculad ahora, H. M., cuánto

gran pecador en un gran santo, ya que Zaqueo tuvo ladicha de perseverar hasta la muerte. Leemos también

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mayor será la dicha de aquel que recibe a Jesús en la

Sagrada Comunión, no en su casa como E.lisabet, sinoen lo más íntimo de su corazón ; pudiendo permaneceren su compañía, no seis meses, como aquélla, sino todasu vida. Cuando el anciano Sir león., que durante tantos

años estaba suspirando por ver a Jesús, tuvo la dicha derecibirle en sus brazos. quedó tan emocionado y llenode alegría, que, fuera de sí, prorrumpió en transportesde amor : «, 011, Señor .,exe. 1ó , qué puedo ahora de-sear en este mundo, cuando ms ojos han visto ya al

Salvador del mundo ?... Ahora puedo ya morir en

paz !» (2). Pero considerad aún, H. M., la diferencia

entre recibirlo en brazos y contemplarlo unos instan-

tes, o tenerlo dentro del corazón... ; Oh, Dos mo :

cuán poco conocemos la felicidad de que somos posee-dores !... Cuando Zaqueo, después de haber oído hablar

de Jesús y ardiendo en deseos de verle, se vió impedidopor la muchedumbre que de todas partes acudía, se en-caramó en un árbol. Mas, al verle cl Señor, le dijo :

,Zaqueo, baja al momento, puesto que hoy quiero hos-pedarme en tu casa» (3). Dióse prisa en bajar del árbol,y corrió a ordenar cuantos preparativos le sugirió su

hospitalidad para recibir dignamente al Salvador. Este,al entrar en su casa, le dijo : «Hoy ha recibido esta casala salvación». Viendo Zaqueo la gran bondad de Jesúsal alojarse en su casa, dijo : «Señor, distribuiré la mi-tad de ms bienes a los pobres, y , quienes haya yoquitado algo, les devolveré el duplo» (a). De manera,.H. M., que la sola visita de Jesucristo convirtió a un

Et hunde :loe m?ti ut venint mater Donin ; nei ad rae? (Luc.,

Ihid., II, :q.Ibid., XIX, C?bid., xix, 3.

en el Evangelio que, cuando Jesucristo entró en casa

de San Pedro, éste le rogó que curase a su suegra, lacual estaba poseída de una ardiente fiebre. Jesús mandóa la fiebre que cesase, y al momento quedó curada aque-lla mujer, hasta el punto que les sirvió ya la comida (T.).Mirad también a aquella mujer que padecía flujo de

sangre ; ella se decía : «Si me fuese posible, si tuviesesolamente la dicha de tocar el borde de los vestidos deJesús, quedaría curada» ; y en efecto, al pasar Jesucris-to, se arrojó a sus pies y sanó al instante (2). ¿Cuálfué la causa por que el Salvador fué a resucitar a Lá-

zaro, muerto cuatro días antes?... Pues fué porquehabía sido recibido muchas veces en casa de aquel

joven, con el cual le ligaba una amstad tan estrecha,nue Jesús derramó lágrimas ante su sepulcro (3). Unosle pedían la vida, otros la curación de su cuerpo enfer-

mo, y nadie se marchaba sin ver conseguidos sus deseos.'Va podéis considerar cuán grande es su deseo de con-ceder lo que se le pide. ¿Qué abundancia de gracias nosconcederá, cuando El en persona viene a nuestro cora-zón, para morar en él durante el resto de nuestra vida ?Oh ! H. M., ¡ cuánta felicidad la del que recibe la

Sagrada Encaristía con buenas disposiciones !... ;quién podrá jamás comprender la dicha del cristiano

cue recibe a Jesús en su pecho, el cual desde entoncesviene a convertirse en un pequeño cielo ; él solo es tan

rico como toda la corte celestial.

Pero, me diréis, ¿por qué, pues, la mayor parte delos cristianos son tan insensibles e indiferentes a esa

dicha, hasta el punto de que la desprecian, y llegan a

ln.riarse ele los que ponen su felicidad en hacerse de

I.uc.. TV, .;/-39•t:S Si tetigero tantur vestitnentnmeius, salva era (Matth..:X. :11.

tal Tasa., XT.

5

2 7 6 EXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSSOBRE LA COMUNIÓN 27 

ella participantes? — ¡ Ay ! Dios mío, ¿ qué desgraciaes comparable a la suya ? Es que aquellos infelices ja-más gustaron una gota de esa felicidad tan inefable.

no que los llevaría hasta perder de vista la salvaciónde sus pobres almas, confiando en que el temor delpecado les abriría los ojos, les impuso un precepto en

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En efecto, H. M., ¡ un hombre mortal, una criatura,

alimentarse, , saciarse de su Dios, convertirlo en su pancotidiano ! ¡ oh milagro de los milagros ! ¡ oh amor delos amores !... ¡ oh dicha de las dichas, ni aun conocidade los ángeles !... ¡ Oh, Dios mío ! ¡ cuánta alegría la de

un cristiano cuya fe le dice que, al levantarse de la Sa-grada Mesa, llévase todo el cielo dentro de su cora-zón !... ¡ Ah ! ; dichosa morada la de tales cristianos !...¡ qué respeto deberán inspirarnos durante todo aqueldía ! ¡ Tener en casa otro tabernáculo, en el cual habitael mismo Dios en cuerpo y alma !...

Pero, me dirá tal vez alguno, si es una dicha tangrande el comulgar, ¿ por qué la Iglesia nos mandacomulgar solamente una vez al año? — Este precepto,H. M., no se ha establecido para los buenos cristianos,

sino para los tibios o indiferentes, a fin de atender a lasalvación de su pobre alma. En los comienzos de laIglesia, el ma y or castigo que podía imponerse a losfieles era el privarlos de la dicha de comulgar ; siem-

pre q ue asistían a la Santa Misa, recibían también laSagrada Comunión. ¡ Dios mío ! ¿cómo pueden existircristianos que permanezcan tres, cuatro, cinco y seismeses sin procurar a su pobre alma este celestial ali-mento? ; La dejan morir de inanición !... ¡ Dios mío !¡ cuánta ceguera y cuánta desdicha la suya '.... ¡ tenien-do a mano tantos remedios para curarla, y disponiendode un alimento tan a propósito para conservarle la sa-lud !... ¡ Ay ! H. M., reconozcámoslo con pena, de na-da se le priva a un cuerpo que tarde o temprano ha demorir y ser pasto .de gusanos ; y, en cambio, menos-

p reciamos y tratamos con la mayor crueldad a unalma inmortal, creada a imagen de Dios... Previendola Iglesia el abandono de muchos cristianos, abando-

virtud del cual debían comulgar tres veces al año : porNavidad, por Pascua y por Pentecostés. Pero, viendomás tarde que los fieles se volvían cada día más indi-ferentes, acabó por obligarlos a acercarse a su Diossólo una vez al año. ¡ Oh, Dios mío ! ¡ qué ceguera, qué

desdicha la de un cristiano que ha de ser compelido porla ley a bucar su felicidad ! Así es, H. M., que, aun-q ue no tengáis en vuestra conciencia otro pecado queel de no cumplir con el precepto pascual, os habréis decondenar. Pero decidme, H. M., ¿ qué provecho vaisa sacar dejando que vuestra alma permanezca en unestado tan miserable ?... Si liemos de dar crédito avuestras palabras, estáis tranquilos y satisfechos ; pero,decidme, ¿ dónde podéis hallarla esa tranquilidad ysatisfacción ? ¿ Será porque vuestra alma espera sólo elmomento en que la muerte va a herirla para ser después

arrastrada al infierno ? ¿ Será porque el demonio esvuestro dueño y señor ? ¡ Dios mío ! ; cuánta ceguera,cuánta desdicha la de aquellos que han perdido la fe !

Además, ¿ por qué ha establecido la Iglesia el usodel pan bendito, el cual se distribuye durante la SantaMisa, después de dignificado por la bendición ? Si nolo sabéis, H. M., ahora os lo diré. Es para consuelo delos pecadores, y al mismo tiempo para llenarlos deconfusión. Digo que es para consuelo de los Pecadores,porque recibiendo aquel pan, que está bendecido, sehacen en alguna manera participantes de la dicha que

cabe a los que reciben a jesucristo, uniéndose a ellospor una fe vivísima y un ardiente deseo de recibir ajesús. Pero es también para llenarlos de confusión : enefecto, si no está extinguida su fe, ¿ qué confusión ma-y or que la de ver a un padre o a una madre, a un her-mano o a una hermana, a un vecino o a una vecina,

278 EXTO DvMINGO DESPUÉS DEPETE2OSTS

acercarse a la Sagrada Mesa, alimentarse con el Cuer-po adorable de Jesús, mientras ellos se privan a sí

SOBRE LA COMUNIÓN 79

otros mismos el Cuerpo adorable, la Sangre preciosa yla divinidad de Jesucristo. Y, decidme, ¿comprendéis

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mismos de a q uella ...ci a .' ¡ Oh, Dios mío ! ¡ y es tantomás triste, cuanto el pecador no penetra el alcance dedicha privación !... Sí, H. M., todos los Santos Padresestán contestes en reconocer que, u: recibir a Jesucristoen la Sagrada Comunión, recibí.ecibina s todo género de

bendiciones para el tiempo s para la eternidad ; enefecto, si pregunto a un niño : «¿Debemos tener ar-dientes deseos c.: aamul ar ? — Sí, Padre, me respon-derá. — Y por qué? — Per los excelentes efectos quela Comunión causa en nosotros. — Mas ¿ cuáles sonestos efectos? — Y él me dirá : la Sagrada Comuniónnos une :nt:mantente a esús, debilita nuestra inclina-ción al mal, aumenta en nosotros la vida de la gracia,y es para los que la reciben un comienzo y una «prendade vida eterna.»

I.°Digo, en primer lugar, que la Sagrada Comunión

nos une íntimamente a Jesús ; unión tan estrecha esésta, H. M., que el mismo Jesucristo nos dice : «Quiencome mi Carne y bebe mi Sangre, permanece en míy yo en él ; ini Carne es un verdadero alimento, y miSangre es verdaderamente una bebida» (I) ; de inane-ra, H. M., que por la Sagrada Comunión la Sangreadorable de Jesús corre verdaderamente por nuestrasvenas, y su Carne se mezcla con nuestra carne ; lo cualhace exclamar a San Pablo : «No so y y o quien obra yquien piensa ; es Jesucristo que obra v piensa en mí.No soy yo quien vive ; es Jesucristo quien vive en

mí» (2). Dice San León que, al tener la dicha de co-mulgar, encerramos verdaderamente dentro de nos-

tri Caro enimmea vere est cibus. et sanguis meus viere est po-

t; s. Qui ...ü nducat r__amcarp en:, et bibit mes= sarguinem in =emane:, et ego in i1:o rIoar., VI, ;6-57).

(:) Vivo autem iamnon ego : vivit veto la me Cbristus !Ga1.,

II, _o,.

toda la magnitud de una dicha tal ? ¡ Ah ! no, no,H. M.. sólo en el cielo nos será dado comprenderla.

Oh, Dios mío ! ¡ una criatura enriquecida con tan pre-cioso don !...

2. 0 igo que, al recibir a Jesús en la Sagrada Co-

munión, se nos aumenta la gracia. Ello es de fácil com-prensión, va que, al recibir a Jesús. recibimos la fuenteile todas las bendiciones espirituales q ue en nuestraalma se derraman. En efecto, H. M., el que recibe aJesús, siente reanimar su fe ; quedamos más y más pe-netrados de las verdades de nuestra santa religión ;sentimos en t.$da su grandeza la malicia del pecado ysus peligros ; el pensamiento del juicio ñnal nos llena

de mayor espanto, y la pérdida ele Dios se nos hacemás sensible. Recibiendo a Jesucristo, nuestro espírituse fortalece ; en nuestras luchas, somos más Firmes,

nnestros actos están inspirados p or la más pura inten-ción. y nuestro amor va inflamándose más y más. Alpensar que poseemos a Jesucristo dentro de nuestrocorazón, experimentamos inmenso placer, y esto nosata, nos une tan estrechamente con la Divinidad, quenuestro corazón no puede p ensar ni desear más q ue aDios. La idea de la posesión perfecta de Dios llena detal manera nuestra mente, que nuestra vida nos parecelarga ; envidiamos la suerte, no ele aquellos que vivenlargo tiemp o, sino de los que salen presto de este mm-

do para ir a reunirse con Dios para siempre. Todocuarto es indicio de la destrucción de nuestro cuerponos regocija. Tal es, H. M., el primer efecto que ennosotros causa la Sagrada Comunión, cuando tenemosla dicha de recibir dignamente a Jesucristo.

° Decirnos también que la Sagrada Comunióndebilita nuestra inclinación al mal, y ello se comprendefácilmente. La Sangre preciosa de Jesucristo que corre

D0 EXTO DOMINGO DLSI't'•i S Dl: PENTECOSTÉS

por nuestras venas, y su Cuerpo adorable que se mez-cla al nuestro, no pueden menos que destruir, o a lomenos debilitar en alto grado, la inclinación al mal,

SOBRE LA C(M(UNIÓN b1

de los castos abrazos de su Salvador, solamente en Elhallará su felicidad. Un cristiano que acaba de recibira Jesucristo, que murió por sus enemigos, ¿podrá de-

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efecto del pecado de Adán. Es esto tan cierto, H. M.,que, después ele recibir a Jesús Sacramentado, se ex-perimenta un gusto insólito por las cosas del cielo alpar que un gran desprecio de las cosas de la tierra.Decidme, H. M., ¿cómo p odrá el orgullo tener entradaen un corazón que acaba de recibir a un Dios, que,•parabajar a él, su humilló hasta anonadarse? ; Se atreveráen aquellos momentos a pensar que, de sí mismo, esrealmente alguna cosa ? Por el contrario, ¿ habrá hu-millaciones y desprecios que le parezcan suficientes?Un corazón que acaba de recibir a un Dios tan puro,a un Dios que es la misma santidad, ¿ no concebirá elhorror y la execración más firmes de todo pecado deimpureza ? ¿ no estará disp uesto a ser despedazado an-tes que consentir, no va la menor acción, sino ni tan

sólo el menor pensamiento inmundo ? Un corazón queen la Sagrada Mesa acaba de recibir a Aquel que esdueño de todo lo criado y que pasó toda su vida enla ma y or pobreza, que uno tenía ni donde reclinarsu cabeza» santa y sagrada, si no era en un mon-tón de paja ; que murió desnudo en una cruz ; decid-me, ¿ ese corazón podrá aficionarse a las cosas del mun-do, al ver cómo vivió Jesucristo ? Una lengua que hacepoco ha sostenido a su Criador y a su Salvador, ¿ seatreverá a emplearse en palabras inmundas y besosimpuros? No, indudablemente, jamás se atreverá a

ello. Unos ojos que hace poco deseaban contemplar a suCriador, más radiante que el mismo sol, ¿podrían, des-pués de lograr aquella dicha, posar su mirada en ob-jetos impuros? Ello no parece posible. Un corazón queacaba de servir de trono a Jesucristo, ¿se atreverá aecharlo de sí, para poner en su lugar el pecado o al de-monio mismo? Un corazón que haya gozado una vez

sear la venganza contra aquellos que le causaron algúndaño ? Indudablemente que no ; antes se complaceráen procurarles el mayor bien posible. Por esto decíaSan Bernardo a sus religiosos : (Hijos míos, si os ser.-tís menos inclinados al mal, y más al bien, dad por ellogracias a Jesucristo, quien os concede esta gracia en laSagrada Comunión.»

4.° Hemos dicho que la Sagrada Comunión es paranosotros »prenda de vida eterna» (t), de manera queella nos asegura el ciclo ; estas son las arras que nosenvía el cielo en garantía de que un día será nuestramorarla ; y, aun más, Jesucristo hará que nuestroscuerpos resuciten tanto más gloriosos, cuanto más fre-cuente y dignamente hayamos recibido el suyo en aComunión. ; Oh ! H. M., ¡ si p udiésemos comprender

cuánto le place a Jesús venir a nuestro corazón 1... ¡ `iuna vez allí, nunca quisiera salir, no sabe se pararse denosotros, ni durante nuestra vida, ni después de nues-tra muerte'.... Leernos en la vida de Santa Teresa que,después de muerta, se apareció a una religiosa acom-pañada de Jesucristo ; admirada aquella religiosa vien-do al Señor aparecérsele ¡unto con la Santa, preguntóa Jesucristo por qué se aparecía así. I' el Salvador con-testó que Teresa había estado en vida tan unida a Elpor la Sagrada Comunión, que ahora no sabía separar-se de ella. Yo, H. M., ningún acto enriquece tanto

nuestro cuerpo en orden al cielo, como la Sagrada Co-mur.iór_.Oh ! H. M., ¡ cuánta será la gloria de los que ha-

brán comulgado dignamente y con frecuencia !... ElCuerpo adorable de Jesús y su Sangre preciosa, dise-

Fuhuac gloriarnobis pibaus dalur (Off. SS. Sacra nenti).

2S 2 EXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

minados en todo nuestro cuerpo, se parecerán a unhermoso diamante envuelto en una fina gasa, el cual,

SOBRE 1..1 COMUNIÓN S3

sufrimientos, los tormentos y la lucha para agradar aJesucristo». Santa Catalina de Génova estaba tan ham-brienta de este Pan celestial, que no podía verlo en las

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aunque oculto, resalta más y más. Si dudáis de ello, es-cuchad a San Cirilo de Alejandría, quien nos dice cueaquel que recibe a Jesucristo en • la Sagrada Comuniónestá tan unido a El, que ambos se asemejan a dos frag-mentos de cera que sa ::acen fundir juntos hasta el

spunto deCOIisi:t Ir uno solo, quedando de tal maneramezclados y conf :-:jidos que y a no es p osible separar-los ni distinguirlos. ; 011! H. M., ¡ que felicidad la deun cristiano que alcance a com p render todo esto !...Santa Catalina de Sena, en sus transportes de amor,exclamaba :h Dios míooh Salvador míoah ! ; qué exceso de bondad para con las criaturas al

entregaros a ellas con tanto afán ! ; Y al entregaros, lesdais también cuanto tenéis v cuanto sois ! Dulce Sal-vador mío, decía ella, os conjuro a c ine rociéis mi almacon vuestra Sangre adorable y alimentéis mi pobre

cuerpo con el vuestro tan precioso, a fin de que mialma v mi cuerpo no sean más que para Vos, y noaspiren a otra cosa que a agradaros y a poseeros». DiceSanta Magdalena de Pazzi que bastaría una sola Co-munión, hecha con un corazón puro y un amor tierno,para elevarnos al más alto grado ele perfección. Labeata Victoria, a los que veía desfallecer en el caminodel cielo, les decía : «Oh hijos míos, ¿por qué os arras-tráis así en las vías de salvación ? ¿Por qué estáis tanfaltos de valor para trabajar, para merecer la gran di-cha de polleros sentar a la Sagrada Mesa y comer allíel Pan de los ángeles que tanto fortalece a los débiles?

Oh ! ; si sup ieseis cuánto endulza este p an las miseriasde 10 vida ! ¡ Oh ! ¡ si tan sólo una vez hubieseis expe-rimentado lo bueno y generoso q ue es Jesús para el quele recibe en la Sagrada Comunión l... Adelante, hijosmíos, id a comer ese pan de los fuertes, y volveréis lle-nos de alegría y de valor ; entonces sólo desearéis los

manos del sacerdote sin sentirse morir de amor : tangrande era su anhelo de poseerlo ; y prorrumpía enestas exclamaciones : Ah ! Señor, ¡ venid a m !Dios mío, venid a mí, que no puedo más ! ¡ Ah •. Dios

mío, dignaos venir dentro de mi corazón, pues no pue-do vivir sin Vos ! ¡ Vos sois toda mi alegría, toda mifelicidad, todo el alimento de mi alma !»

Sí, H. M., si pudiésemos formarnos aunque fuesetan sólo una pequeña idea de la magnitud de una di-cha tal, va no desearíamos la vida más que para quenos fuese dado hacer de Jesucristo el pan nuestro decada día. No, H. M., nada serían p ara nosotros todaslas cosas creadas, las despreciaríamos para unirnos sólocon Dios, y todos nuestros pasos, todos nuestros actossólo se dirigirían a hacernos cada día más dignos de re-

cibirle.

II. — Sin emba r go H. M., si por la Sagrada Comu-nión tenemos la dicha de recibir todos esos dones, debe-mos poner de nuestra parte todo lo posible para hacernosdignos de ellos ; lo cual vamos a ver ahora de

una manera muy clara. Si pregunto a un niño cuálesson las disposiciones necesarias para comulgar bien %

esto es, para recibir dignamente el Cuerpo adorable vla Sangre preciosa de Jesucristo, a f:n de que con elsacramento recibamos también las gracias que se con-

ceden a los que se hallan en buenas disposiciones, mecontestará : «Hay dos clases de disposiciones, unas quese refieren al alma y otras que se refieren al cuerpo».Como Jesús viene al mismo tiempo a nuestro cuerpoy a nuestra alma, hemos de procurar que uno y otraaparezcan dignos de un tal favor.

I.° Digo q ue la primera disposición es la que se re-

28 4 EXTO DOMINGO D E S p C;ÉS DE PENTECOSTÉS

fiero al cuerpo, o sea, estar en ayunas, no haber comi-do ni bebido liada, a partir de la media noche. Si es-táis en duda de si era o no media noche cuando comis-

SOBRE LA COMUNIÓN 85

un Dios humillado y despreciado. ; Dios mío, Dios mío,qué contraste !...

La tercera disposición es la pureza del cuerpo. Llá-

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teis, tendréis que aplazar la Comunión para otro día (I).Algunos se :cercan a comulgar con esta duda ; una talconducta os expone a cometer un gran pecado, o a lomenos, a no sacar fruto alguno de vuestra comunión,lo cual es siempre lamentable, sobre todo si fuese el

último día del tiempo pascual, de un .jubileo o de unagran festividad ; así pues debéis absteneros de ello, cual-quiera que sea el pretexto. Hay mujeres que, antes decomulgar, no tienen reparo en probar la comida quehan de dar a sus pequeñuelos, tomándola en la- bocay soltándola en seguida, creyendo que así nó quebran-tan el a y uno. Desconfiad de este proceder, y a que esmuy difícil practicar esto sin que deje ele descenderalgo cuello abajo.

Digo tanibiéti que debemos presentarnos convestidos decentes ; nO pretendo que sean trajes ni ador-

nos ricos, mas tampoco deben Ser descuidados y estro-peados : a nient)s que no tengáis otro vestido, Babéis depresentaros limpios y aseados. Algunos izo tienen conque cambiarse ; otros no se cambian por negligencia.Los primeros en nada faltan, ya que no es su y a la cul-pa ; pero los otros obran mal, ya que ello es una faltade respeto a Jesús, que con tanto placer entra en su

#corazc',ll. Habéis de venir bien peinados ; con el rostroy las manos limpias ; nunca debéis comparecer a laSagrada Mesa sin calzar buenas o malas medias. Masesto no quiere decir que apruebe la conducta de esasjóvenes que no hacen diferencia entre acudir a la Sa-grada Mesa o concurrir a un baile ; no se cómo se atre-ven a presentarse con tan vanos y frívolos atavíos ante

(t) La opinión corriente entre los autore .z es que únicamente la

iníracci6n cierta dc1 ayuno natural obliga bajo pecado a abstenerse de

la Sagrada C,mnión vota del Trad.).

mase a este sacramento «Pan de los ángeles», lo cualnos indica que, para recibirlo dignamente, hemos deacercarnos todo lo posible a la pureza de los ángeles.San Juan Crisóstomo nos dice que aquellos que tienenla desgracia de dejar que su corazón sea presa de la

impureza, deben abstenerse de comer el Pan de losángeles, pues, de lo contrario, Dios los castigaría. Enlos primeros tiempos de la Iglesia, al que pecaba contrala santa virtud de la pureza se le condenaba a perma-necer tres años sin comulgar ; y si recaía, se le privabade la Eucaristía durante siete años. Ello se comprendefácilmente, ya que este pecado mancha el alma y elcuerpo. El mismo San Juan Crisóstomo nos dice quela boca que recibe a Jesucristo y el cuerpo que lo guar-da dentro de sí, deben ser más puros que los rayos delsol. Es necesario que todo nuestro porte exterior dé,

a los que nos ven, la sensación de que nos preparamospara algo grande.

Habréis de convenir conmigo en que, si para comul-gar son tan necesarias las disposiciones del cuerpo, mu-cho más lo habrán de ser las del alma, a fin de hacernosmerecedores de las gracias que Jesucristo nos trae a;venir a nosotros en la Sagrada Comunión. Sí, H. M.,si en la Sagrada Mesa queremos recibir a Jesús en bue-nas disposiciones, es preciso q ue nuestra conciencia nonos remuerda en lo más mínimo, en lo que a pecadosgraves se refiere ; hemos de estar seguros de que em-

pleamos en examinar nuestros pecados el tiem po nece-sario para poderlos declarar con precisión ; tampocodebe remordernos la conciencia respecto a la acusaciónque de aquéllos hemos hecho en el tribunal de la Peni-tencia, y al mismo tiempo hemos de mantener un firme

• ropósito de poner, con la gracia de Dios, todos los

2S 6 EXTu D(:3IINGO DESPUÉS DE PENTF.COSTIIS

medios p:.r;: no recaer ; es preciso estar dispuestos acumplir, e:2 cuanto nos sea posible hacerlo, la peniten-cia que nos ha sido impuesta. Para penetrarnos mejor

soi a LACOMUNIÓN 57

en lo más mínimo». Y San Juan Crisóstomo dice :Cuando caigáis en pecado mortal, debéis confesaros al

momento ; pero debéis también dejar pasar algún tiem-

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de la grandeza de la acción que vamos a realizar, hemosde mirar la Sagrada Ilesa corno el tribunal de Jesu-cristo, ante el cual vamos a `_r juzgados. Si tuvimosla desgracia de no acus:rn ;s debidamente, modificandoo disimulando algunos p ecados, pensemos que no va-mos a recibir a Jesucristo, sino al demonio. ¡ Oh '.

poner al' `o a los.

H. M., ; qué horror. ,,,,,.Lr .i. mismo Jesucristop ies del demonio !..Leemos en cl Evangelio que, cuando Jesucristo ins-tituyó el adorable sacramento de la Encarlstía, escogiópara ello un recinto decente y suntuoso (I), para darnosa entender la diligencia con que debemos adornar nues-tra alma con toda clase ele virtudes, a fin de recibir dig-I.ament:, a Jesucristo en la Sagrada Comunión. Y, aunmás, antes de darles su Cuerpo adorable y su Sangre

preciosa, levantóse jesús de la mesa y lavó los pies asus apóstoles (e), para indicarnos hasta qué punto de-bemos estar exentos (le pecado, aun de la más leveculpa, sin afección ni tan sólo al pecado venial. Debemosrenunciar plenamente a nosotros mismos, en todo loque no sea contrario a nuestra conciencia ; no resistir-nos a hablar, ni a ver, ni a amar en lo íntimo denuestro corazón a los que en algo ha y an podido ofen-dernos... Mejor dicho, H. M., cuando vamos a recibirel Cuerpo de Jesucristo en la Sagrada Comunión, esp reciso que nos hallemos en disposición de morir v

comparecer confiadamente ante el tribunal de jesús.Nos dice San Agustín : Si queréis comulgar de mane-ra que vuestro acto sea agradable a Jesús, es necesarioque os halléis desligados de cuanto le pueda disgustar

r:.12)Ioan., XIII, _.

po sin acercares a la Sagrada Mesa, para dar Migar a lapenitencia. Lamentad, dice, la mala disposición deaquellas personas que, después de haber confesadograndes pecados mortales, piden en seguida la SagradaComunión, cre y endo une basta la sola confesión. Es

necesario que lloremos Vuestros pecados y haga-mos penitencia antes de tener la dicha de recibir a Je-sucristo en nuestro corazón:. San Pablo nos encomien-da a todos »que purifiquemos más y más nuestras almasantes de recibir el Pan de los ángeles, que es el Cuerpoadorable y la Sangre p reciosa de Jesucristo» (z) ; ya que,si nuestra alma no está del todo pura, nos atraeremostoda suerte de desgracias en este mundo y en el otro.Dice San Bernardo : (Para comulgar dignamente,hemos de hacer como la serpiente cuando quiere beber.Para que el agua le aproveche, arroja primero su

veneno. Nosotros hemos de hacer lo mismo : cuando(lucramos recibir a jesucristo, arrojemos nuestra pon-zoña, que es el pecado. al cual envenena nuestra alma va Jesucristo ; pero, nos dio_ .aquel gran Santo, es precisoque lo arrojemos de veras. i Oh ! hijos míos, exclama.no emponzoñéis a Jesucristo en vuestro corazón+.

Sí, H. M., los que se acercan a la Sagrada Mesa sinhaber purificado del todo su corazón, se exponen arecibir el castigo (le aquel servidor que se atrevió asentarse a la mesa sin llevar el vestido de bodas. Eldueño ordenó a sus criados que le prendiesen, le ata-sen de pies y manos y le arrojasen a las tinieblas exte-ri o re . . M. en la hora de la muerte..,: s f_ . Asimismo, ^ .,

Prohct au'.ctt se ips!::c coro : ct sic de palie illo edat, et de

calice bii,at (I Cx XI, :51.

'+Matth., XXII, :3.

28 8 EXTO D OM I NG O D ES P UÉ S D E P ENTE COS TÉ S

dirá Jesucristo a los desgraciados que le recibieron ensu corazón sin haberse convertido : ¿ Por qué osasteisrecibirme en vuestro corazón, teniéndolo manchadocon tantos pecados ?n No, H. M., nunca debemos ol-

S OB RE L A COM ' NIó N 8 9

quisierais que todo el mundo os amase y tuviese enbuena opinión, sin reparar que esto es muy difícil.Procuremos trabajar, H. M., para destruir todo cuan-

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vidar que para comulgar es preciso estar convertido ven una firme resolución de perseverar. Ya hemos vistoque jesucristo, cuando quiso dar a los apóstoles suCuerpo adorable y su Sangre preciosa, para indicarles lapureza con que debían recibirle, llegó hasta lavarleslos pies. Con lo cual quiere mostrarnos que jamás esta-remos bastante purificados de pecados veniales. Ciertoque el pecado venial no es causa de que comulguemos in-dignamente ; pero sí lo es de que saquemos poco frutode la Sagrada Comunión. La prueba de ello es eviden-te : mirad cuántas comuniones liemos hecho en nues-tra vida ; pues bien, ¿ liemos mejorado en algo ? — In-dudablemente que no, y la verdadera causa está enque casi siempre conservarnos nuestras malas inclina-ciones, de las cuales rara vez nos enmendamos. Senti-mos horror a esos grandes pecados que causan la muer-te del alma ; pero damos poca importancia a esas levesimpaciencias, a esas quejas que exhalamos cuando nossobreviene alguna pena, a esas mentirillas de que sal-picamos nuestra conversación : todo esto lo cometemossin gran escrúpulo. Habréis de convenir conmigo enque, a p esar de tantas confesiones y comuniones, con-tinuáis siendo los mismos, y que vuestras confesiones,desde hace muchos años, no son más que una repeti-ci6:: de los mismos pecados, los cuales, aunque veniales,::o dejan por esto de haceros perder una gran parte del

mérito de la Comunión. Se os oye decir, y con razón, queno sois mejores ahora de lo que erais antes ; mas ¿ quiénos estorba la enmienda ?... Si sois siempre los mismos, esciertamente porque no queréis intentar ni un pequeñoesfuerzo en corregiros ; no queréis aceptar sufrimientoalguno, ni veis con gusto que nadie os contradiga ;

to pueda desagradar a Dios en lo más mínimo, y vere-mos cuán velozmente nuestras comuniones nos haránmarchar por el camino del cielo ; y cuanto más fre-cuentes y numerosas sean, más desligados nos veremosdel pecado y más cercanos a nuestro Dios.

Dice Santo Tomás que la pureza de Jesucristo estan grande, que el menor pecado venial le impide unir-se a nosotros con la intimidad que El desearía. Pararecibir plenamente a Jesús, es, pues, preciso tener en lamente y en el corazón una gran pureza de intención.Algunos, al comulgar, tienen los ojos fijos en el mun-do, y piensan o bien que se los apreciará, o bien que selos despreciará : actos realizados de esta suerte pocacosa valen. Otros comulgan por costumbre o rutina endeterminados días o festividades. Estas son, H. M.,

unas comuniones muy pobres, puesto que les falta pu-reza de intención.

H. M., los motivos que han de llevarnos a la Sa-grada Mesa, son : z.° porque Jesucristo nos lo ordena,bajo pena de no alcanzar la vida eterna ; 2.' la grannecesidad que de la Comunión tenemos para fortalecer-nos contra el demonio ; 3.' para desligarnos de estavida y unirnos más y más a Dios. Decimos que paratener la gran dicha de recibir a jesucristo, dicha tangrande que con ella llegamos a causar envidia a losángeles... (ellos pueden amarle y adorarle como nos-

otros, pero no pueden recibirle cual le recibimos nos-otros, privilegio que en alguna manera nos coloca enun nivel superior a los ángeles)... Considerando esto,H. M., huelga ponderar la pureza y el amor con quedebemos presentarnos a recibir a Jesús. Hemos de co-mulgar con la intención de recibir las gracias de queestamos necesitados. Si nos falta la paciencia, la hu-

S e R m . CURAARs- T. i19

SOBRE. LA COMUNIÓN 0129 0 EXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTE.COST .S

mudad, la pureza, en la Sagrada Comunión, H. M.,hallaremos todas estas virtudes y las demás que a uncristiane le son necesarias. 4.° Hemos de acercarnos a la

existiese el cielo, crearía uno exclusivamente para ella.Vemos en su vida que un día, fiesta de Pascua, des-pués de la Sagrada Comunión, quedó tan enajenada en

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Sagrada Mesa para .asirnos a Jesús, a fin de transfor-marnos en Ei, lo cual acrntece a todos los q ue le recibensantame::t . Si coma amos .recuente y dignamente,n tiestros : ansamientos. nuestros deseos, nuestros pasos

v nuestras acciones, se encaminan al mismo objeto quelos de Jesucristo cuando moraba aquí en la tierra. Ama-mos a Dios, nos conmovemos ante las miserias espiri-tuales y hasta temporales del prójimo, evitamos el ponerafición a las cosas de la tierra ; nuestro corazón y nues-tra mente no piensan ni suspiran más que por el cielo.

Sí, H. M., _,ara hacer una buena comunión, es pre-ciso tener una viva fe en loque concierne a este granmisterio ; siendo este sacramento un «misterio de fe',,hemos de creercon firmeza que jesucristo está real-mente presente en la Sagrada Eucaristía, y que está

al l í vivo y glorioso como en el ciclo. Antiguamente,H. M., el sacerdote, antes de dar la Sagrada Comunión,sosteniendo en sus dedos la santa Hostia, decía en altavoz : «¿ Creéis, HM., que el Cuerpo adorable y laSangre preciosa de Jesucristo está verdaderamente eneste sacramento ?» Y entonces resp ondían a coro losfieles : «Sí, lo creemos» (i). ¡ Oh, qué dicha la de uncristiano, sentarse a la mesa de las vírgenes y comer elPan de los fuertes !... Nada hay , H. M., que nos hagatan temibles al demonio como la Sagrada Comunión,y aun más, ella nos conserva no sólo la pureza delalma sino también la del cuer p o. Ved lo q ue acontecióa Santa Teresa : se había hecho tan agradable a Diosrecibiendo tan digna y frecuentemente a Jesús en laComunión, que un día se le apareció Jesucristo, y ledijo que le complacía tanto su conducta que, si no

t .) S. Ambrosio, De S,:cn:menfis, lib. IV, cap.

sus arrobamientos de amor a Dios, que, al volver en sí,encontróse la boca llena de sangre de jesús, que pa-recía salir de sus venas ; lo cual le comunicó tantadulzura y delicia que creyó morir de amor. «Vi, diceella, a mi Salvador, y me dijo : Hija mía, quiero que

esta Sangre adorable que te causa un amor tan ardien-te, se emplee en tu salvación ; no ternas que jamás

hay a de faltarte mi misericordia. Cuando derramé misangre preciosa, sólo experimenté dolores y amarguras ;mas tú, al recibirla, experimentarás tan sólo dulzura yamor». En muchas ocasiones, cuando la Santa comul-gaba, bajaba del cielo una multitud de ángeles, quehallaba sus delicias en unirse a ella para alabar alSalvador que Teresa guardaba encerrado en su co-razón. Muchas veces vióse a la Santa sostenida por

los ángeles, en una alta tribuna, junto a la SagradaMesa.¡ Oh ! H. M., si una sola vez hubiésemos experi-

mentado la grandeza de esta felicidad, no tendríamosque vernos tan instados para venir a hacernos partíci-pes de la misma. Santa Gertrudis preguntó un día aJesús qué era preciso hacer para recibirle de la maneramás digna posible. Jesucristo le contestó que era necesa-rio un amor igual al de todos les santos juntos, y que el

solo deseo de tenerlo sería ya recompensado. ? Queréissaber, H. M., cómo debéis portares cuando vais a recibir

al Señor ? Haced como aquel santo cristiano q ue co-mulgaba cada ocho días : empleaba tres días en pre-pararse y otros tres en acciones de gracias. Y además,

quién es impide dirigir a tan santo fin todas vuestrasacciones ? Durante el tiempo de preparación, conversadcon Jesús, el cual reina ya en vuestro corazón ; pensad

; rae va a bajar sobre el altar, y que ¿e allí vendrá a vues-

292 EXTO bOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSSOBRE LA COMUNIÓN 93

tro corazón para visitar a vuestra alma y enriquecerlacon toda clase de dones y prosperidades. Debéis acudir ala Santísima Virgen, a los ángeles y a los santos, afin de que todos rueguen a Dios, y os alcancen la gracia

Si aun debieseis aguardaras algunos instantes, excitaden vuestro corazón un ferviente amor a Jesucristo, su-plicándole con humildad que se digne venir a vuestro

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de recibirle lo más dignamente posible. Aquel día ha-béis de acudir con gran puntualidad a la santa Misa yoirla con más devoción que nunca. Nuestra mente ynuestro corazón debieran mantenerse siempre al pie

del tabernáculo, anhelar constantemente la llegada detan feliz momento, y no ocupar los pensamientos ennada terreno, sino solamente en cosas del cielo, quedan-do tan abismados en la contemplación de Dios queparezcan muertos para el mundo. No habéis dedejar de poseer vuestro devocionario o vuostro ro-sario, y rezar con el mayor fervor posible las ora-ciones adecuadas, a fin de reanimar en vuestro corazónla fe, la esperanza y un vivo amor a Jesús, quiendentro de breves momentos va a convertir vuestrocorazón en su tabernáculo o, si queréis, en un pe-

queño cielo. ¡ Cuánta felicidad, cuánto honcr, Diosmío, para unos miserables cual nosotros ! También he-mos de testimoniarle un gran respeto. ¡ Un ser tanindigno y pequeño !... Pero al mismo tiempo abrigamosla confianza de que se apiadará, a pesar de todo, denosotros. Después de haber rezado las oraciones indi-cadas, ofreced la Comunión por vosotros y por los de-más, según vuestras particulares intenciones ; paraacercaros a la Sagrada Mesa, os levantaréis con granmodestia, indicando así que vais a hacer algo gran-de ; os arrodillaréis y, en presencia de Jesús Sacra-

mentado, pondréis todo vuestro esfuerzo en avivar lafe, a fin de que por ella sintáis la grandeza y excelsitudde vuestra dicha. Vuestra mente y vuestro corazón de-ben estar sumidos en el Señor. Cuidad de no volverla cabeza a uno y otro lado, y, con los ojos mediocerrados y las manos juntas, rezaréis el «Yo pecador».

corazón miserable.Después que hayáis tenido la inmensa dicha de

comulgar, os levantaréis con modestia, volveréis a vues-tro sitio, y os pondréis de rodillas, cuidando de no to-mar en seguida el libro o rosario ; ante todo, deberéis

conversar unos momentos con Jesucristo, al que tenéisla dicha de albergar en vuestro corazón, donde, du-rante un cuarto de hora, está en cuerpo y alma comoen su vida mortal. ¡ Oh, felicidad infinita ! ¡ quién podrájamás comprenderla !... ¡ Ay ! ¡ cuán pocos penetransu alcance !... Después de haber pedido a Dios todaslas gracias que para vosotros y para los demás deseáis,podéis tomar vuestro devocionario. Habiendo ya rezadolas oraciones para después de la Comunión, llamaréis envuestra ayuda a la Santísima Virgen, a los ángeles ya los santos, para dar juntos gracias a Dios por el favor

que acaba de dispensares. Habéis de andar con muchocuidado en no escupir, a lo menos hasta después dehaber transcurrido cosa de media hora desde la Comu-nión. No saldréis de la iglesia al momento de terminarla santa Misa, sino que os aguardaréis algunos instantespara pedir al Señor fortaleza en cumplir vuestros pro-pósitos. Al salir del templo, no os detengáis conver-sando con los amigos ; sino que, pensando en la dichaque os cabe de albergar a Jesús en vuestro pecho, osencaminaréis a vuestra casa. Si os queda durante el día

algún rato libre, lo emplearéis en la lectura de algúnlibro devoto, o bien practicando la visita al SantísimoSacramento, para agradecerle la gracia que os ha dis-pensado por la mañana, procurando, al mismo tiem-po, ocuparos lo menos posible en los negocios del mun-do. Debéis, finalmente, ejercer gran vigilancia sobrevuestros pensamientos, palabras y acciones, a fin de

293 EXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

conservar la gracia de Dios todos los días de vuestravida.

¿Qué __ cmn os sacar de aquí, H. M. ?... No otra

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cosa s ; :o ...:-:c convicción de que toda nuestra di-cha consiste e :_ v.:: una vida digna de recibir confrecuencia Ü Jesús en nuestro pecho, ya que así pode-rnos con .:::.:.r ente esperar el cielo, que a todos deseo...

Afructibus eorunt cornoscctis

tos.Por sus frutos los conoceréis.

(S. Mat., ; II, tr.)

Jesucristo, H. M., no podía darnos señales másciaras y seguras para conocer a los buenos cristia-nos y distinguirlos de los malos, que indicándonos lamanera de conocerlos, a saber, juzgarlos por sus

obras, y no por sus palabras. «El árbol bueno, nos dice,no puede llevar frutos malos, así como un árbol malono los puede llevar buenos» (1). Sí, H. M., un cristianoque sólo tenga una falsa devoción, una virtud afectada ymeramente exterior, a pesar de todas sus precaucionespara disfrazarse, no habrá de tardar en dar a conocer losdesórdenes de su corazón, ya por las palabras, ya por lasobras. Nada más común, H. M., que esa virtud aparen-te, que conocemos con el nombre de hipocresía. Perolo más deplorable es que casi nadie quiere reconocerla.¿ Tendremos, H. M., que dejar a esos infelices en unestado tan deplorable que los precipite irremisiblemen-te al infierno ? No, H. M., no, intentemos a lo menochacer que se den cuenta, en alguna manera, de su si-

iii Nonaotest arbor bona malos frnctus lacere, peque arbor mala

bonos :ructus faccre (Matth., VII, 15).

SÉPTIMO DOMINGO

DESPUÉS DE PENTECOSTI S

SOBRE LA VIRTUD VERDADERA Y LA FALSA

296 ÉPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS ^ -)B12E LA VIRTUD VERDADERA Y LA FALSA 97

tuación. Pero, ¡ Dios mío ! ¿quién querrá reconocerseculpable ? ¡ Ay ! ¡ casi nadie ! ¿ servirá, pues, este ser-món para confirmarlos más y más en su ceguera ? Apesar de todo, H. ^I., quiero hablaros cual si mis pa-

debe contentarse con practicar buenas obras ; debe sa-ber además por qué las hace, y la manera de practicarlas.

En segundo lugar, hay que tener presente que nobasta parecer virtuoso a los ojos del. mundo, sino que

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labras os hubiesen de aprovechar.

Para dares a conocer el infeliz estado de esospobres cristianos que tal vez se condenan haciendo elbien, por no acertar en la manera de hacerlo, voy a

mostrares : I.° cuáles sean las condiciones de la ver-dadera virtud ; 2.° cuáles sean los defectos de la virtudaparente. Escuchad con atención esta plática, ya queella puede serviros mucho en todo lo que hagáis paraservir a Dios.

Sí me preguntáis, H. M., por qué ha y tan pocoscristianos que obren con la intención exclusiva de agra-dar a Dios, ved la razón de ello. Es porque la mayorparte de los cristianos se hallan sumidos en la más es-pantosa ignorancia, lo cual hace que todo su obrar seameramente humano. De manera que, si comparaseis sus

intenciones con las de los paganos, ninguna diferenciaencontraríais. ¡ Oh, Dios mío ! ¡ cuántas buenas obrasse pierden para el cielo ! Otros, que ya cuentan conma y ores luces, no buscan más que la estima de loshombres, procurando disfrazar todo lo posible su esta-do espiritual : su exterior parece excelente, al paso queusu interior está lleno de inmundicia y de doblez» (I).Sí, H. M., en el día del juicio veremos cómo la religiónde la mayor parte de los cristianos no fué más que unareligión de cap richo o de rutina, es decir, dominadapor la humana inclinación, y que fueron muy pocos los

que en sus actos buscaron únicamente a Dios.Ante todo, hemos de advertir que un cristiano que

quiera trabajar con sinceridad para su salvación, no

(t) iatus autempleni estis hypocrisi et iniQuitate (Matth., X-YIII,27-28).

debemos tener la virtud en el corazón. Si me pregun-táis ahora, H. M., cómo podremos conocer la verdaderavirtud, cómo estaremos ciertos de que ella nos habráde llevar al cielo, aquí vais a verlo : atended bien y

grabad en vuestro corazón estas enseñanzas, para queasí podáis conocer el mérito y la bondad de cada unade vuestras acciones. Para que una obra sea agradablea Dios, debe reunir tres condiciones : primera, que seainterior y perfecta ; segunda, debe ser humilde y sinatender a la propia estimación ; tercera, debe ser cons-tante y perseverante. Si en todos vuestros actos halláisestas tres condiciones, tened la seguridad de que tra-bajáis para el cielo.

I. — Hemos dicho que debe ser interior : no basta

con que aparezca al exterior. Es preciso que radiqueen el corazón, yque únicamente la caridad sea suprincipio y su alma, pues nos dice San Gregorio quetodo cuanto pide Dios de nosotros ha de tener por fun-damento el amor que le debemos. Nuestro exterior,pues, no debe ser más que un instrumento paramanifestar lo que pasa en nuestro interior. Así, pues;H. lI. , siempre que nuestros actos no reconocen pororigen un movimiento del corazón, obra:nos hipócrita-mente a los ojos de Dios.

Al mismo tiempo decimos que la virtud ha de ser

perfecta:o sea, que no hay bastante con aficionarnosa la prática de algunas virtudes porque se avienen connuestras inclinaciones ; debemos practicarlas todas, esdecir, todas las compatibles con nuestro estado. Nosdice San Pablo que, para nuestra santificación, debemoshacer abundante provisión de toda clase de buenas

29S ÉPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS SOBRE LA VIRTUD VERDADE .A Y LA FALSA 99

obras. Según esto, veremos que hay muchas personasque se engañan en la práctica del bien, y van derecho alinfierno. :..ochos los que ponen toda su confianza

están a punto de crucificarle ! ¡ Pobre ciega ! no sabéisni lo que decís, ni lo que hacéis ; vuestra oración noes más que una injuria inferida a Dios Nuestro Señor.

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en alguna vi:-:.: , la cual practican porque su inclinaciónlos lleva a ec : peer ejemplo : una madre vivirámuyconfiar'.  ::r:e algunas limosnas, practica conasid:: s :es, frecuenta los sacramentos, yhasta lee :..•ros :::.cresos ; pero ella misma ve sin in-

quietarse cómo sus hijos van dejando las prácticas depiedad y se apartan de los sacramentos. Sus hijos nocumplen con la Pascua ; mas su madre les permiteconcurrir a veces a lugares de placer, a bailes, abodas, a reuniones mundanas ; le gusta que sushijas figuren en sociedad, pues cree que, si no frecuen-tan esos sitios mundanos, pasarán inadvertidas y notendrán ocasión ele colocarse ventajosamente. No hayduda que así pasarían más inadvertidas, pero para loslibertinos ; no tendrían ocasión, H. M., de establecersecon aquellos que después las van a maltratar cual viles

esclavas. Mas lo qua: preocupa a esa madre es verlasbien acomodadas, verlas en compañía de jóvenes deposición. Y con esto y algunas oraciones y buenas obrasque practica, la infeliz se figura andar por el camino delcielo. Pobre madre, sois una ciega, una Hipócrita ; roposeéis más que una apariencia de virtud. Acidáis con-fiada porque practicáis la visita al Santísimo Sacramen-to : no hay duda que es ello una obra buena ; perovuestra hija está en el baile, vuestra hija se deja veren el café en compañía de gente libertina, de cuyas bo-cas salen con frecuencia las más inmundas torpezas ;vuestra hija, por la noche, está donde no debiera estar.Vamos, madre ciega y reprobada, salid de aquí, dejadvuestras oraciones ; ; no veis que vuestra conducta seasemeja a la de los judíos, quienes doblaban la rodillaante jesús, sólo para simular que le adoraban ? ¡ Vaya!¡ venís a adorar al buen Dios, mientras vuestros hijos

Comenzad saliendo en busca de vuestra hija que estáperdiendo su alma ; después podréis venir aquí paraim p lorar de Dios vuestra conversión.

Un padre cree hacer bastante manteniendo el ordendentro de su casa, no quiere oir juramentos ni palabrastorpes : esto está muy bien ; pero no tiene escrúpuloen dejar que sus hijos frecuenten las casas de juego,las ferias, fiestas y lugares de placer. Este mismo padrepermite que sus obreros trabajen en domingo, bajocualquier pretexto, tal vez solamente para no contra-riar a sus colonos o jornaleros. Sin embargo, le veréisen el tem p lo, adorando al Señor con gran devoción,sin distraerse, tal vez postrado humildemente ante ladivina presencia. Dime, amigo, ¿ con qué ojos piensasmirará Dios a tales personas ? Vamos, hijo mío, estásciego ; vete a instruirte acerca de tus deberes, y despuéspodrás venir a ofrecer a Dios tus oraciones. ¿ No vescómo tu papel es semejante al de Pilatos, que reconocía aJesús y, con todo, le condenó? Veréis a esotro muycaritativo, repartiendo muchas limosnas, conmovido porlas miserias del prójimo : muy buenas obras son ésas ;pero deja que sus .hijos crezcan en la ma y or ignoran-cia, tal vez sin saber lo más esencial para salvarse.Vamos, amigo mío, sois un ciego ; vuestras limosnasy vuestra conmiseración os llevan, a grandes pasos. alinfierno. El de más allá posee las mejores cualidades,

está dispuesto a servir a lodo el mundo ; pero no puedesufrir ni a su mujer, ni a sus hijos, a quienes llena deinjurias y tal vez de malos tratos. Vamos, amigo, nadavale vuestra religión. Otro se creerá mu y bueno, porqueno blasfema, ni roba, ni se deja dominar por la impure-za ; p ero no se inquieta ni bace el más mínimo esfuerzopor corregir aquellos pensamientos de odio, de vengan-

3 00 ÉPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

za, de envidia, de celos, que le asaltan todos los días.Vuestra religión, amigo mío, no puede dejar de perderos.Veremos a otros, aficionados a toda suerte de prácticas

SOBRE LA VIRTUD VERDADERA Y LA FALSA

0 1

ese joven, le veremos asistir asiduamente a los oficiosy hasta frecuentar los sacramentos ; pero ¿ no le vemostambién concurriendo a las tabernas y casas de juego?Aquella joven no faltará de cuando en cuando a la Sa-

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omitir ciertas oraciones que acostumbran rezar ; secreerán perdidos si no pueden comulgar en determina-dos días en que tienen costumbre de hacerlo ; pero lostales se impacientarán, murmurarán a la menor con-

trariedad ; una palabra que no habrá sido de su gustoles hará sentir aversión por el que la pronunció ; mirana suprójimo con malos ojos, no leguardan las consi-deraciones debidas, siempre se creen injustamente tra-tados por 'sus vecinos. Vamos, pobres hipócritas, id aconvertiros; déspúés - podréis recurrir a los sacramen-tos, ya que en vuestro estado, sin daros cuenta, nohacéis más que profanarlos con vuestra mal entendidadevoción.

Muy laudable es que un padre reprenda a sus hijoscuando ofenden a Dios ; pero ¿ será digno de alabanza

el que no enmiende en sí mismo los defectos de quereprende a sus hijos ? No, indudablemente : ¡ ese padretiene una religión falsa, la cual le mantiene en la másmiserable ceguera ! Digno de alabanza es el dueño quereprende los vicios de sus criados ; pero ¿podremos ala-barle cuando le oímos a él mismo jurar y blasfemarporque las cosas no le salen como quisiera ? No, H. M.,este es un hombre que nunca ha conocido la reli-gión ni los deberes que ella impone. Veremos a otro, congesto de varón prudente e instruido, reprender los de-fectos que nota en su vecino ; pero, ¿ qué vamos a pen-sar de él al verle cargado de otros tantos o muchos más?«¿ Cómo se explica tal comportamiento, nos dice SanAgustín, si no es por ser él un hipócrita, que no conocela religión ?» Vamos, amigo ; eres un fariseo, tusvirtu-des son falsas virtudes ; todo cuanto haces, y que a ti

te parece bueno, no sirve más que para engafiarte. A

grada _Mesa ; pero tampoco faltará en los salones de bai-le, y en las reuniones donde jamás debería entrar un cris-tiano. Anda, pobre hipócrita, anda, fantasma de cristia-no, día vendrá en que verás que sólo has trabajado para

tu perdición. El cristiano que desea de veras salvarse,no se contenta con guardar un solo mandamiento o concumplir un determinado número de obligaciones ; sinoque observa fielmente todos los mandamientos de laley de Dios, y cumple además con todas las obligacio-nes de su estado.

II. —Hemos dicho, en segundo lugar, que nuestravirtud debe ser humilde, sin mirar a la propia estima-ción. Nos recomienda Jesucristo «q ue nuestras obrasnunca sean hechas con intención de buscar la alaban-

za de los hombres} (i) ; si queremos que se nos recom-pense por ellas, hemos de ocultar en todo lo posible elbien que Dios ha puesto en nosotros, para evitar queel demonio del orgullo nos arrebate todo el mérito denuestras buenas obras. — Mas, pensaréis tal vez vos-otros, cuando obramos bien, lo hacemos por Dios y no

por cl mundo. — No sé, amigo mío; muchos se enga-ñan en este punto ; creo que no habría de ser dificilmostraros cómo vuestra religión está más en lo exteriorque en lo íntimo de vuestra alma. O si no, decidme, ¿ noes cierto que os apenaría menos el que se hiciese público

que ayunáis en los días señalados, que no si se divulgaseque dejáis de observarlos? ¿ No es cierto que os dis •gustaría menos que os viesen repartir limosnas, que no

(S) Attendite ne iustitiamvestramfacatis coramLomnibus, ut

videamni ab eis (Mattb., VI, I).

302 ÉrTIMO D O MINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

si os hallasen sustrayendo algo a vuestro vecino ? Pres-cindimos en este caso del escándalo. Suponiendo quea veces oráis y a veces juráis, ¿ no es verdad q ue más

sDTTLA VIRTUD VERDADERA Y LA FALSA 03

nos ha dicho que no hemos de tentar a Dios, y es preci-samente tentarle el pedir un milagro de esta suerte». Elinfeliz hipócrita, en vez de aprovecharse de aquel buen

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os gustara ser visto haciendo lo primero que lo segun-do? ¿ No es verdad que preferís que os vean ocupadoen vuestras oraciones, o dando buenos consejos a vues-tros hijos, a que os oigan cuando los incitáis a vengar-se de sus enemigos? — Sí, no ha y duda, diréis vos,todo esto no me apenaría tanto. — ¿ Y por qué esto,sino porq ue practicamos una falsa religión y somos unoshipócritas ?

Y no obstante, vemos que los santos hacían todo locontrario ; ¿ por cité esto, sino porque conocían ellossu religión y no buscaban sino humillarse, a fin detener propicia la misericordia del Señor? ¡ Ay ! ; cuántoscristianos sólo son religiosos por inclinación, por capri-cho, por rutina y nada más ! — Esto es muy fuerte, mediréis. — Sí, no hay duda, es esto bastante fuerte ; pero

es la pura verdad. Para laceros concebir el más grandehorror de ese maldito pecado de la hipocresía, voy amostrares a dónde conduce dicho crimen, por un ejem-plo muy digno de ser grabado en vuestro corazón.

Leemos en la historia que San Palemón y San Paco-mio llevaban una vida muy santa. Una noche mientrasestaban en vela y tenían encendido fuego, les sorpren-dió un solitario que quiso pasar con ellos la noche. Lerecibieron con deferencia, y cuando comenzaban a orarjuntos ante el buen Dios, dijo aquél a sus compañeros :«Si tenéis fe, atreveos a permanecer de pie sobre estos

carbones encendidos, rezando lentamente la oracióndominical». Aquellos santos varones, al oir la proposi-ción de aquel solitario, pensando que sólo un orgullosoo un hipócrita podía hablar así : «Hermano mío, le dijoSan Palemón, rogad a Dios ; sois víctima de una ten-tación ; guardaos mucho de cometer una tal locura, nide proponernos jamás semejante cosa. Nuestro Salvador

consejo, se ensoberbeció aun más por la vanidad ele suspretendidas buenas obras ; avanzó osadamente, y per-maneció de pie sobre el fuego sin que nadie se lo man-dase, sólo por instigación del demonio, enemigo de les

hombres... Dios, a quien el orgullo había expulsa-do ele aquel corazón, por un secreto y espantoso juicio,pemitió al demonio que librase a su víctima de los efec-tos del fuego, lo cual acabó ele exaltar su ceguera, cre-y éndose ya perfecto y un gran santo. Al día siguientepor la mañana, se despidió de los dos anacoretas, re-prendiéndoles su falta de fe : «Ya habéis visto de loque es capaz aquel que tiene fe.» Pero, ¡ ay !, pasadoalgún tiempo, viendo el demonio que aquel infeliz eray a suy o, y temiendo perderle, quiso asegurarse de suvíctima, y poner el sello a su reprobación. Tomó la

figura de una mujer ricamente vestida, llamó a lapuerta de la celda de aquel solitario, diciéndole que sehallaba perseguida por sus acreedores, que temía unatropello por no tener con qué pagar ; así es que, co-nociendo el carácter caritativo del solitario, a él recu-rría. «Os suplico, dijo ella, que me admitáis en vuestracelda, para librarme así del peligro.» Aquel infeliz,desp ués de haber abandonado a Dios y de haberse de-jado arrancar por el demonio los ojos del alma, noacertó a ver el peligro q ue corría ; así pues, la admitióen su celda. Poco después se sintió fuertemente tenta-

do contra la santa virtud de la pureza, y admitió lospensamientos que el demonio le sugería. Se fué acer-cando a aquella pretendida mujer, que era el demonio,y llegó hasta a tocarla. Entonces el demonio se arro-jó sobre el solitario, cogióle, y le arrastró un buentrecho por el camino, golpeándole y maltratándole ental forma, que su cuerpo quedó enteramente molido.

304ÉPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSCCB12E LA VIRTUD %EI D.ADE_2.1 Y LA FALSA05

Dejóie el demonio tendido en tierra, donde quedó sinsentido por mucho tiempo. Pasados algunos días, algorepuesto ya del percance y arrepentido de la culpa,fué otra vez a visitar a aquellos dos solitarios, para co-

ceros. El odio y el enojo se apoderarán de él... Mirada otro : porque no le juzgáis digno de acercarse a laSagrada Mesa, os contestará enojado, y concentrarácontra vos su odio, cual si hubieseis sido causa de que

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municarles lo que le había acontecido. Después de ha-berles narrado el caso, con lágrimas en los ojos, lesdijo : «¡ Ah ! Padres míos, debo confesar que todoello me aconteció solamente por mi culpa ; yo solo fuí

la causa de mi perdición, pues no era más que un or-gulloso, un hipócrita, que pretendía pasar por másbueno que lo que realmente era. Os ruego encarecida-mente me socorráis con el auxilio de vuestras oraciones,pues temo que, si el demonio vuelve a cogerme, mehace trizas». Mientras estaban llorando los tres Tintos,he aquí que el demonio lo agarró, y se lo llevó con unarapidez espantosa a través de los bosques hasta la ciu-dad de Panópolis en la que había un grande horno. Loarrojó dentro, y allí murió el infeliz, abrasado, a los po-cos momentos (I). Pues bien, H. M., ¿de dónde le vino

tan horrible castigo ? ¡ Ay ! su corazón estaba falto dehumildad, es cierto ; pero era además un hipócrita y

no conocia su religión.¡ Av ! cuántas personas, a pesar de practicar mu-

chas obras buenas, se pierden por no conocer comodebieran su religión. Algunos se entregarán a la ora-ción, y hasta frecuentarán los sacramentos ; pero almismo tiempo conservarán siempre los mismos vicios,y acabarán por familiarizarse con Dios y con el pecado.¡ Ay ! ¡ cuán grande es el número de esos infelices!!Mirad a aquel que parece ser un buen cristiano, haced-

le observar que con su proceder está perjudicando aalguien, hacedle notar sus defectos, convencedle dealguna injusticia consentida quizás en lo íntimo de sucorazón ; pronto le veréis montar en cólera y abone-

(i)Vida de !os Padres del desierto, t. r, pág.:55.

le sobreviniera algún mal. Otros, en cuanto les acaecealguna pena o contrariedad, en seguida abandonan lossacramentos y las funciones piadosas. Cuando un feli-grés tiene alguna cuestión con su párroco, en seguida

germina el odio en su corazón, sin considerar que loque le habrá advertido su pastor iba encaminado albien de su alma. Desde aquel momento sólo hablarámal del párroco, se complacerá oyendo murmurar deél, y echará a mala parte todo cuanto del sacerdote sediga. ¿ De dónde proviene esto, H. M. ? ¡ Ay ! es porqueaquella persona posee sólo una falsa devoción, y nadamás. En otra ocasión, será uno a quien habréis negadola absolución o la Sagrada Comunión ; miradle cómose revuelve contra su confesor, a quien tratará peor quea un demonio. Y no obstante, de ordinario le veréis

servir a Dios con fervor y os hablará de las cosas san-tas cual un ángel en cuerpo humano. ¿Por qué, H. M.,tanta inconstancia ? i Ay ! porque es un hipócrita queno se conoce ni se conocerá tal vez nunca, y, con todo,:.o quiere ser tenido por tal. A otros veréis que, bajoel pretexto de que tienen alguna apariencia de virtud,si uno se encomienda en sus oraciones para obtener algu-na gracia, en cuanto habrán hecho algunas oraciones,en seguida os preguntarán si se ha conseguido lo quep idieron. Si sus oraciones no fueron oídas, las redoblancon más ahinco : llegan a creerse capaces de obrar mi-

lagros. Pero si no se alcanzó lo que pedían, los veréisdesanimados, llegando a perder toda afición a orar.Anda, ciego infeliz, jamás te conociste, no eres másque un hipócrita. Aotrooiréis hablar de Dios congran arder ; si aplaudís su celo, llegará a derramar lá-grimas ; pero si le decís algo que no sea de su gusto,

Sea w. CURA ARS — T. II0

306ÉPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS(71tRí•: 1,.4 VIRTUD VERDADERA Y LA FALSA07

en seguida levantará la cabeza ; mas, no atreviéndosea mostrarse tal cual es, os guardará un odio perdura-ble en su corazón. ¿ Por qué esto, sino porque su reli-

ejemplo. Leemos en la Sagrada Escritura (I) que cl reyJeroboam envió a su mujer al encuentro del profetaAbías, a fin de consultarle acerca de la enfermedad de

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gión es sólo de capricho y está supeditada a sus incli-naciones? Engañáis al mundo y os engañáis a vosotrosmismos ; pero a Dios no le engañáis ; y El os hará verun día cómo sólo fuisteis un hipócrita.

Queréis saber lo que es la falsa virtud? Aquí te-

néis un ejemplo. Leemos en la historia que un solitariose fué a encontrar a San Serapio para encomendarse ensus oraciones ; San Serapio le dijo que rogase por él,pero el otro le respondió, con palabras que revelabanla may or humildad, q ue no merecía tanta dicha, puesera un gran pecador. El Santo le dijo entonces que sesentase a su lado, mas él contestó que era indigno deello. Al llegar a este punto, el Santo, para conocer siaquel solitario era tal como quería aparentar, le dijo :«Creo, amigo mío, que haríais mejor permaneciendo envuestra soledad, que no vagando por el desierto cual ha-

céis». Estas palabras le encolerizaron en gran manera.«Amigo mío, repuso el Santo, acabáis de decirme quesois un gran pecador, hasta el punto que os conside-rabais indigno de sentaros a mi lado, y ahora, porqueos dirijo unas palabras llenas de caridad, dais ya riendasuelta a vuestra cólera. Vamos, amigo mío, no poseéismás que una falsa virtud, o mejor, no poseéis nin-guna» (r). ¡ Ay ! H. M., ¡ cuántos cristianos hay seme-jantes a ese infeliz ! por sus palabras parecen santos,pero, a la menor exp resión que no sea de su gusto, losvemos ya fuera de sí, poniendo al descubierto la miseriade su alma.

Si, por una parte, vemos cuán grande sea este pe-cado, por otra vemos también cómo Dios lo castiga conmucho rigor, según vo y a mostraras ahora con un

(7) Vidade los Padres dcl desierto, t. II, pág. q:;.

su hijo. Para ello hizo que su mujer se disfrazase ypresentase toda la apariencia de una persona de granpiedad. Usó de este artificio, por temor de que el pue-blo no se diese cuenta de que consultaba al profeta delverdadero Dios y le echase en cara la falta de con-

fianza en sus ídolos. Mas, si podemos engañar a loshombres, no podemos engallar a Dios. Cuando aquellamujer entró en la morada del profeta. sin que él laviese, le dijo en alta voz : «Mujer de Jeroboam, ¿porqué finges ser otra de la que eres ? Ven, hipócrita, voya anunciarte una mala noticia de parte del Señor. Sí,una mala noticia, escúchala : el Señor me ha ordenadodecirte que va a precipitar sobre la casa de Jeroboamtoda suerte (le males ; hará que perezcan hasta los ani-males ; los de la casa que mueran en el campo, seráncomidos de los pájaros, y los que mueran c fl la ciudadserán comidos de los perros. Anda, mujer de Jeroboam,zuda a anunciar esto a tu marido. Y en el mismo mo-mento en que pondrás los pies en la ciudad, tu hijomorirá». Todo aconteció tal como había predicho elprofeta del Señor ; ni uno sólo escapó a la venganzadivina.

Ya veis, H. M., la manera cómo el Señor castigael pecado de hipocresía. ¡ Ay ! cuántas personas, en-gañadas per el demonio sobre este punto, no solamen-te pierden todo el mérito de sus buenas obras, sinoque ellas vienen a convertirse en motivo de condena-ción. Sin embargo, debo advertiros, H. M., que no esla magnitud de las acciones lo que les da magnitud demérito, sino la pureza de intención con q ue las practi-camos. El Evangelio nos presenta un claro ejemplo a

(:, III Eeg., =V.

303 ÉPTIMO DOMINGO DESPUÉS DI; PIINTECOSTÉSSOBRE LA VIRTUD VIRDADRRA Y LA FALSA 303 

este respecto. Refiere San Marcos (t) que, habiendoentrado Jesús en el templo, se colocó frente al cepillodonde se echaban las limosnas para los pobres (2). Ob-servó allí la manera como el pueblo echaba el dinero ;

mas para procurárnosla : es decir, sacrificamos nues-tro Dios, nuestra alma y nuestra eterna felicidad. ¡ OhDios mío, cuánta ceguera ! ¡ Ah. ¡ maldito pecado dehipocresía, cuántas almas arrastras al infierno, con ac-

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vió a muchos ricos que ofrecían grandes cantidades ;pero vió también a una pobre viuda que se acercó hu-mildemente al lugar aquel y metió solamente dos pie-zas de moneda pequeña. Entonces Jesucristo llamó a

sus apóstoles, y les dijo : «Aquí veis mucha gente queha puesto considerables limosnas en el cepillo, masfijaos también en esa pobre viuda que no ha echadomás que dos óbolos ; ¿qué pensáis de tal diferencia ?Juzgando según las apariencias, creeréis tal vez quelos ricos tienen más mérito, pero yo os digo que esaviuda ha dado más que nadie, ya que los ricos dieronde lo que les sobra, pero esa pobre mujer ha dado de loque le es necesario ; la mayor parte de los ricos en susdádivas buscaron la estimación de los hombres paraque se los considere mejores de lo que son, al paso que

esa viuda ha dado solamente con la intención de agra-dar a Dios». Ejemplo admirable, H. M., que nos en-seña con qué pureza de intención y con qué humildadhemos de realizar nuestras obras, si queremos que seanmerecedoras de recompensa. Cierto que Dios no nosprohibe ejecutar nuestros actos delante de los hom-bres ; pero quiere también que, en los motivos de nues-tras acciones, para nada entre el mundo y que sólo a Elsean consagradas.

Por otra parte, H. M., ¿ por qué quisiéramos pare-cer mejores de lo que somos, sacando al exterior

una bondad que no poseemos realmente ? ¡ Ay ! H. M.,porque nos gusta ver alabado lo que hacemos ; estamoscelosos de esta forma del orgullo y nos sacrificamos

(1) Marc., XII, 41-44.

(2 ) El dinero que se echaba en el cepillo estaba destinado a laconservación del Templo, mejor que al socorro de los pobres.

tos que, ejecutados rectamente, las llevarían segura-mente al cielos ¡ Ay ! son muchos los cristianos que nose conocen ni desean conocerse ; siguen su rutina, suscostumbres, mas no quieren oir la voz de la razón ;

son ciegos y caminan ciegamente. Si un sacerdote in-tenta hacerles conocer su estado, no lo escuchan, obien, si aparentan fijar su atención en lo que les dice,después no se preocupan en lo más mínimo de ponerloen práctica. Este es, H. M., el más desgraciado y talvez el más peligroso estado que imaginarse pueda.

III. — Hemos dicho que la tercera condición nece-saria a la virtud, era la herse..erancia en cl bien. Nohemos de contentarnos con obrar el bien durante untiempo determinado : es decir, orar, mortificarnos, re-

nunciar a la voluntad propia, sufrir los defectos de losque nos rodean, combatir las tentaciones del demonio,sostener los desprecios y calumnias, vigilar todos losmovimientos de nuestro c.razón ; no, H. M., no, debe-mos continuar todo esto hasta la muerte, si queremosser salvos. Dice San Pablo que hemos de ser firmes einquebrantables en el servicioicio de Dios, trabajando todcslos días de nuestra vida en la santificación de nuestraalma, con la convicción de q ue nuestro trabajo será tansólo premiado si perseveramos basta el fin. ((Es preciso,nos dice, q ue ni las riquezas, ni la pobreza, ni la salud,ni la enfermedad, sean capaces de hacernos abandonarla salvación del alma, separándonos de Dios ; pues he-mos de tener por cierto que Dios sólo coronará las virtu-des q ue habrán perseverado hasta la muerte» (I).

(i) Rom, VIII, 33.

SOBRELAVIRTUDVERDADERAYLAFALSA11310I1'TIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Esto es lo que vemos de una manera admirable enel Apocalipsis, en la persona de un obispo tan santoen al_cr.encia que hasta Dios hace el elogio de sus ac-

y habéis recaído en todas esas culpas? ¿ Por qué esto,H. M., sino porque practicáis una religión falsificada,una religión de rutina, una religión regulada por vues-

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tos. Conozco, le dice, todas las buenas obras que haspracticado, todas las penas que has experimentado, lapaciencia que has tenido ; sí, no ignoro que no puedesa -isufrir la masc ad v que has soportado todos t as trabajos

por la gloria de mi nombre ; si, todo esto lo sé, y, sinemba:- o, debo reprenderte en una cosa : y es que, enlugar de perseverar en tus buenas obras, en todas tusvirtudes, te has relajado, has abandonado tu primerfervor, no eres lo q ue habías sido en otro tiempo. Acuér-date hasta qué punto has venido a menos, y vuelve atu primer fervor mediante una pronta penitencia ; de locontrario te rechazaré y serás castigado» (r). Decidme,H. M ¿ cuál deberá ser nuestro temor, viendo lasamenazas que el mismo Dios dirige a aquel obispo porhaberse relajado mi poco? ¡ Ay ! H. M., ¿qué es de

nosotros aun después de nuestra conversión ? En vezde progresar cada vez más, ¡ ay ! ¡ qué flojedad, quéindiferencia ! N c, Dios no puede sufrirla esa perpetuainconstancia, en la que pasarnos sucesivamente de lavirtud al vicio y del vicio a la virtud. Decidme, H. M.,¿ no es ésta vuestra conducta, no es ésta vuestra ma-nera de vivir ? ¿ Qué es vuestra vida miserable sino unseguido de pecados y virtudes? ¿Acaso no os confesáishoy de los pecados, para recaer en ellos mañana y qui-zá el mismo día ? ¿ Yo es cierto que, después de haberprometido formalmente dejar a las personas que os

indujeron al mal, volvisteis a su compañía en cuantotuvisteis ocasión ? ¿ No es cierto que, después de ha-beros acusado de trabajar en domingo, volvéis a lasandadas como si tal cosa ? ¿ No es verdad que prome-tisteis a Dios no volver al baile, a la taberna, al juego,

z) Apoc., II, X-c.

tras inclinaciones, mas no arraigada en e_ fondo devuestro corazón ? Anda, amigo mío, eres un inconstan-te. Anda, hermano mío, toda tu devoción está falsifi-cada ; en todo cuanto practicas, eres un hipócrita ydada más : el primer lugar de tu corazón no lo ocupaDios, sino el mundo y el demonio. ¡ Ay ! H. M., ¡ cuán-tas personas parecen durante algún tiempo amar deveras a Dios, mas en seguida le abandonan ! ¿ Qué cosahalláis dura v_ penosa en el servicio de Dios, que oshaya podido decidir a dejarlo para seguir el mundo?Si Dios os hace la merced de dejaros conocer vuestroestado, no podréis menos que llorar vuestro extravío,reconociendo el engaño de que fuisteis víctimas. ; Ay !la causa de no haber perseverado, fuá porque el demo-nio sentía mucho baberos perdido ; puso en juego todasu astucia, y os ha reconquistado, con la esperanza deguardaros para siempre. ¡ Ay ! ¡ cuántos apóstatas querenunciaron a su religión 1 ; cristianos sólo de nombre

Pero, me diréis, ¿ cómo vamos a conocer que nues-tra religión está en el corazón, es decir, que tenemosuna religión que no se ve jamás desmentida? — Ahoralo veréis, H. TJ., atended bien y vais a conocer si lavuestra ha sido tal como Dios la quiere para que osconduzca al cielo. El q ue tiene una virtud verdadera,no cambia ni se conmueve por nada, cual un peñascoen medio del mar azotado por las cías embravecidas.

Que se os desprecie, que se os calumnie, que se bur-len de vosotros, que os traten de hipócrita, de falso de-voto : nada de esto os quita la paz del alma ; tantoamáis a los q ue os insultan como a los que os alaban ;no dejáis por esto de hacerles bien y de protegerlos,aun q ue hablen mal de vosotros ; continuáis en vuestrasoraciones, en vuestras confesiones, en vuestras comu-

312ÉPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PE. TECOST SOBRE LA VIRTUD VERDADERA Y LA FALSA13

niones, continuáis asistiendo a la santa Misa como sinada ocurriese. Y para que comprendáis mejor esto,escuchad un ejemplo. Se refiere que en una parroquiahabía un joven que era un modelo de virtud. Asistía

verdadera, ésta es una religión que ha echado ra í ce sen el alma. Decidme, ¿ cuántos cristianos, de los quepasan loor devotos, imitarían a aquel joven si se lessujetase a tales pruebas ? ¡ Ay ! H. M., ¡ cuántas quejas,

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casi todos los días a la santa Misa y comulgaba confrecuencia. Otro joven, envidioso de la estimación enque era tenido aquel compañero suyo, aprovechando laocasión en que ambos se hallaban en compañía de unvecino que tenía una tabaquera de oro, el envidioso lasustrajo del bolsillo del vecino y la depositó, disimula-damente, en el del joven bueno. Hecho esto, con grannaturalidad pidió a aquél que le dejase ver su hermo-sa tabaquera. Buscóla él en sus bolsillos, pero inútil-mente. Entonces prohibióse salir a nadie del recintoaquel, sin ser previamente registrado. La tabaquerafué encontrada en el bolsillo de a q uel joven que eraun modelo de virtud. Al ver esto la gente, comenzó atratarle de ladrón, haciendo hincapié en su religión yllamándole hipócrita y falso devoto. El joven, viendo

que el cuerpo del delito había sido hallado en su bol-sillo, comprendió que no tenía defensa, y sufrió todoaquello como venido de la mano de Dios. Al pasar porlas calles, al salir de la iglesia donde iba a oir Misa oa comulgar, todos cuantos te veían le insultaban llamán-dole hipócrita, falso devoto y ladrón. Esto duró muchotiempo. A pesar de ello, continuó siempre sus ejerciciosde devoción, sus confesiones, sus comuniones y todassus prácticas, cual si la gente le mirara con el mayorrespeto. Pasados algunos años, el infeliz que había sidocausa de aquello, cayó enfermo, y entonces confesó,

delante de cuantos se hallaban presentes, haber sido élla causa de todo el mal que del joven se había hablado,ya que aquél era un santo, mas él por envidia, a fin delograr su descrédito, le había metido aquella tabaqueraen el bolsillo.

Pues bien, H. M., a esto se llama una religión

cuántos resentimientos, cuántos pensamientos de ven-ganza ! no se detendrían ante la maledicencia ni la ca-lumnia, y aun tal vez algunos acudirían a los tribuna-les de justicia... En casos tales, el ofendido o víctima se

desata contra la religión, la desprecia, habla mal deeta ;ya no quiere orar, ni oir la santa Misa, no sabelo que se hace, procura hacer girar la conversaciónsobre su caso y alegar todo cuanto pueda justificarle,y al mismo tiempo acumula en su memoria todo el malque el ofensor ha obrado en su vida, para contarlo alos demás. ¿Por qué todo esto, H. M., sino porquetenemos una religión de capricho y de rutina, o pormejor decir, porque no somos sino unos hipócritas,dispuestos a servir a Dios solamente cuando todo mar-cha a nuestro gusto? ¡ Ay ! H. M., todas esas virtudes

que vemos brillar en muchos cristianos, se asemejan auna flor de primavera : sécanse al primer soplo de vien-to cálido.

Hemos dicho, además, que nuestra virtud, para serverdadera, ha de serconstante:esdecir, que debemospermanecer fervorosos y unidos a Dios, lo mismo en lahora del desprecio y del sufrimiento, que en la del bien-estar y prosperidad. Esto es lo que hicieron todoslos santos ; mirad esa multitud de mártires arrostrandotodo cuanto la rabia de los tiranos pudo inventar, y noobstante, lejos de relajarse, se unían más y más a Dios.

Ni los tormentos, ni los desprecios con que se los in-sultaba lograban hacerles mudar de manera de vivir.

Mas tengo para mí que el mejor modelo que a esterespecto puedo presentaros es el santo varón Job, ago-biado por las duras pruebas que Dios le enviara. ElSeñor dijo un día a Satán : «; De dónde vienes ?» —

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3 16 ÉPTIMO DOMI1NCO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

llegamos a abandonar su santo servicio ? Pero aun nohabían terminado las penas del santo varón ; viendoel demonio que nada había logrado, atacó a su mismapersona ; su cuerpo quedó cubierto de llagas, su carne DOMINGO OCTAVO

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se deshacía en jirones. Mirad también a San Eustaquio,¡ cuánta constancia en soportar los sufrimientos queDios le enviara para ponerlo a prueba !

¡ Ay ! H. M., ¡ cuán escasos son los cristianos que

en tales trances no cayesen en la tristeza, en la murmu-ración y aun quizá en la desesperación ! que no maldi-jeran su suerte, o hasta tal vez llegaran a manifestar suodio a Dios, diciendo : «¡ Qué es lo que hicimos paraque se nos trate de esta manera !» ¡ Ay ! H. M., ¡ cuán-ta virtud fingida, puramente exterior, y desmentida ala menor prueba !

De aquí hemos de concluir, H. M., que nuestra vir-tud, para que sea sólida y agradable a Dios, ha de radi-car en el corazón, ha de buscar sólo a Dios, y ocultar,cuanto sea posible, sus actos al mundo. Hemos de

andar con cuidado en no desfallecer en el servicio deDios ; antes al contrario, debemos marchar siempreadelante, ya que por este medio los santos aseguraronsu eterna bienaventuranza. Esta es la gracia que osdeseo...

DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

SOBRE EL JUICIO PARTICULAR

Redde rat:onemeiütcationis tuse.

Ríndeme cuentas de tu admnís•

tración.(S. Lucas, XVI, :.)

¿Seremos capaces, H. M., de pensar seriamente enla severidad de los juicios de Dios, sin sentirnos pene-trados del más vivo temor ? ¡ Ay ! H. M., ¡ los días denuestra vida están rigurosamente contados ; más aún,

ignoramos la hora yel momento en que nuestro sobe-

rano Juez tiene decretado citarnos ante su tribunal,el cual momento será tal vez el que menos esperemos,o aquel en que menos dispuestos nos hallemos para ren-dir tan temible cuenta !... Os aseguro, H. M., que, sise pensara en ello maduramente, habría motivo paraentregarse a la desesperación, si la religión no nos en-señase que podernos hacer menos temible aquella horasuprema levando una vida que en todo momento nosofrezca la segura esperanza de que Dios se apiadará denosotros. Cuidemos, H. M., de que, cuando llegue

aquel momento, no nos veamos comprometidos comoaquel mayordomo de que nos habla Jesús en el Evan-gelio. Voy pues ahora a mosfraros, H. M. : z.° cómohay un juicio particular en el que deberemos rendirmuy exacta cuenta de todo el bien y de todo el malque hayamos hecho ; 2.° cuáles son las medidas que

318OMINGO OCTAVO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSSOBRE EL JUICIO PARTICULAR19

deberemos adoptar para prevenir el rigor de aquellacuenta.

I. — Sabemos todos, E. M., que hemos de ser juz-

otros, que tan tranquilamente gastáis los días de vues-tra vida permaneciendo en pecado ; en el mismo instan-te en que el alma salga de vuestro cuerpo, seréis

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gados dos veces : una, en el gran ca de las venganzas,esto es, al fin de los siglos, en presencia de todo el uni-verso ; entonces aparecerá: manir:estas a los ojos detodo el mundo nuestras acciones buenas o malas. Mas,

antes de aquel día tan terrible y desgraciado para lospecadores, tendremos que someternos también a juicio,en el momento de nuestra muerte, en el mismo instanteen que exhalemos nuestro último aliento. Sí, H. M., to-da la condición del hombre está condensada en estas trespalabras : vivir, morir y ser juzgado. Es ésta sana leyfija e invariable para todos los hombres. Yacemos paramorir, morimos para ser juzgados, y este juicio decidi-rá de nuestra felicidad o desgracia eternas. El juiciouniversal, al q ue todos deberemos comparecer, no serámás q ue la publicación de la sentencia que habrá sido

pronunciada a la hora de la muerte de cada cual. Sa-béis, H. M., que Dios tiene contados nuestros años (t) ;y, en el número de años que ha determinado conceder-nos, ha señalado uno que debe ser el último ; en eseúltimo año tiene señalado el último mes ; en aquel mes,un último día, y, finalmente, en aquel día, una últi-ma hora, después de la cual habrá pasado por nosotrosel tiempo. ¡ Ay ! ¿ qué será de aquel pecador, de aquelimpío, que confían continuamente en una vida cada vezmás larga ? Hagan esos pobres sus cuentas como lesplazca ; después de aquella última hora no habrá lugar

ya al arrepentimiento. ¡ Se acabó todo recurso, se aca-bó toda esp eranza !

En el mismo instante, H. M., escuchadlo bien, vos-

(I) Breves Ces horninis sunt ; nunerus tnensiumeius apnd tC~-t(:ob, XIV, 5).

juzgados. — Vosotros me diréis : esto de sobras lo sa-bíamos. — Cierto, mas no lo creéis. Decidme : si lo cre-yeseis seriamente, ¿ cómo podríais permanece. en unes tado que os pone en peligro continuo de caer en el in-fierno ? No, no, hijo mío, tú no lo eres ; pues, si lo cre-yeses, no te expondrías a tan espantosa desgracia. Estono obstante, llegará el momento en que el Ser. : apli-cará el sello de su inmortalidad y el timbre de su eter-nidad a vuestra deuda, en el punto en que entoncesse halle ; y aquel sello y aquel timbre no habrán deser rotos jamás. ¡ Oh, momento terrible al par que pocomeditado ! ¡ tan corto y tan largo, que corre con tantarapidez y que arrastra consigo una serie tan espantosade siglos ! Qué sucederá, pues, en aquel instante tanespantoso ? ¡ Ay ! H. M., sucederá que todos y cadauno en particular tendremos que comparecer anteel tribunal de Jesucristo, para ser juzgados y dar cuentadel bien y el mal que habremos hecho. El juicio par-ticular, H. M., es cosa tan cierta, que Dios, para con-vencemos de ello y a fin de que nos preparemos paratan terrible paso, algunas veces ha dado a conocer alos vivientes las señales de aquel acto trascendental (i) .

Vemos en la historia que había un joven libertino,entregado a toda suerte de vicios, si bien había sidoeducado muy cristianamente por su madre ; una noche,después de haber pasado el día en los más grandes ex-

cesos, tuvo :,n sueño. Vióse transportado ante el tribu-nal de Dios. Imposible describir cuál sería su vergiienza,su confusión y la amargura de su alma. Al despertar,se halió con una ardiente fiebre ; lleno de sudor, fuerade sí, y los cabellos convertidos en canas. A los pri-

(i; Sar. Terdni=o. (Nota del Santo).

SOBRE HL JUICIO P.9RTICULAR21320OMINGO OCTAVO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

meros que le vieron en aquel estado, les dijo : «De-jadme solo, dejadme solo, he visto a mi juez : ¡ ah ! ¡ ycuán terrible es ! ¡ Perdón, Dios mío 1 ¡ perdón 1». Altener noticias sus compañeros de orgía de que su ami-

naturaleza, bienes de fortuna y bienes de la gracia. To-dos ellos entrarán en la cuenta. Los bienes de natura-leza se refieren al cuerpo y al alma ; habremos de darcuenta del uso que hicimos de nuestro cuerpo. Se nos

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go estaba enfermo y lleno de desolación, fueron a verlepara consolarle. (c A.partaos de mí, les dijo, ya no soismis amigos, no quiero volver a veros en adelante. ¡ Ah !he visto a mi Juez. ¡ Ah ! ¡ cuán terrible es ! ¡ Cuánta

majestad la suya ! ¡ de qué gloria está revestido ! ¡ Ah !¡ cuántas acusaciones, cuántas preguntas a las quenada he podido responder ! Todos mis crímenes es-tán escritos, los. he leído todos. ¡ Ah ! ¡ cuán grande essu número ! ¡ Ahora es cuando conozco yo su enormi-dad ! ¡ Ay ! he visto una legión de demonios que sóloesperaban una señal para arrastrarme al infierno. ¡ Re-tiraos, falsos amigos, jamás os he de ver ! ¡ Cuán dicho-so sería yo si, mediante los rigores de la penitencia, pu-diese aplacar a tan terrible Juez !... A ello me consagra-ré durante mi vida. ¡ Ay ! ¡ pronto deberé comparecer

allí de veras ! ¡ tal vez hoy mismo !... ¡ Dios mío, perdo-nadme 1... ¡ Dios mío, tened misericordia de mí !...¡ Ah ! no me perdáis, por favor, tened piedad de mí !...Haré penitencia durante toda mi vida. ¡ Oh ! ¡ cuántospecados cometí 1... ¡ Oh ! ¡ cuántas gracias desprecié !...

Oh ! ¡ cuánto bien hubiera podido hacer y no hice !...¡ Dios mío, no me arrojéis al infierno !n Pero, H. M., nose redujo todo a esto, sino que pasó el resto de su vidallorando y haciendo penitencia. ¡ Cuán terrible seráaquel momento, H. M., para quien no haya obrado elbien y se haya entregado al mal !

Sí, H. M., rendiremos cuentas de todos nuestrosactos buenos o malos : todo aparecerá delante de nues-tro supremo Juez en el mismo momento en que nues-tra alma se separe del cuerpo. Sí, H. M., Dios nospedirá cuenta de cuantos bienes hayamos recibido.Estos bienes se clasifican en tres órdenes : bienes de

preguntará si hemos empleado nuestras fuerzas en ser-vir al prójimo, en trabajar para tener con qué dar li-mosna, en hacer penitencia, en viajar para hacer visitasa los lugares que Dios se sirvió adornar con singularesprivilegios (I), o, por el contrario, si sólo hemos emplea-do nuestra salud y nuestro cuerpo en correr por casasde juego, tabernas, o en robar al prójimo, en trabajarel santo día del domingo, en emprender viajes en díasfestivos, en vez de emplear tan santos días practicandoobras de amor a Dios' y al prójimo, instruyendo a losignorantes, dándoles sanos consejos, guiándolos haciaDios yapartándolos del mal. Después se nos examinaráacerca de si empleamos nuestro ingenio para el males decir, para aprender cosas malas ; si leímos librosperversos, si frecuentamos la compañía de los impíos,si iniciamos a los demás en las prácticas del mal ; si noshemos servido de nuestro talento para engañar a losotros en las compras y ventas, para declarar falsamenteante los tribunales de justicia, para promover pleitos,para incitar a los demás a vengarse, o a hablar mal dela religión, para enseñarles impiedades contra la mis-ma : como, por ejemplo, hacerles creer que la religiónno es buena, que no es verdadero cuanto ella nos dice,que los sacerdotes predican lo que quieren...' Nos exa-minará, además, el Supremo Juez acerca de si emplea-mos nuestro ingenio en componer canciones malas e

impuras, o libelos contra la fama del prójimo ; si he-mos comunicado a los demás nuestra ciencia del mal.Nos pedirá cuenta de si empleamos nuestro talento en

71) El Santo cía aquí como ejemplolos sanrnarics de Nt:est:a

Señora de Fourviére, San Francisco de :eg:s, etc., pero puédense citar

:Iontse: . at, El P:lar, Santiago, etc. (Nota del Traductor).

SeR.M. CURA ARS - T. Ii1

322om iNoo OCTAVO DESPUÉS pis 1'1?tiT£CI)ST1 S

instruirnos ; si la belleza de nuestro cuerpo ha ser-vido para envanecernos y no ;-ara admirar la sabiduríay la omnipotencia de Dios ; si nos hemos servido dedichos dones para precipitar a los demás en el mal,

sorRa Ri. JUICIO PARTIC'L.\R23

dos durante nuestra vida ; cuántos libros de doc-trina y lecturas estuvieron a nuestra disposición, para.que nos aprovechásemos de su contenido ; todas nues-tras confesiones, todas nuestras comuniones. tantas

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como hace, por ejemplo, una mujer que se adorna paraatraer las miradas de la gente. El Señor nos examinaráacerca de si empleamos bien nuestra fortuna, recordán•donas que no somos más que administradores, por lo

cual se nos imputará como pecado todo lo que gasta-mos indebidamente. Entonces Dios pondrá de mani-fiesto la insensatez de aquellos padres y madres que,comprando objetos de vanidad para sus hijos, no hi-cieron más que contribuir a la perdición de su alma ;les mostrará todo el dinero gastado inútilmente en lascasas de juego, tabernas, bailes y otras cosas por el es-tilo. También nos pedirá cuenta de lo que dejamosperder, y habríamos podido dar a los pobres. ¡ Ay !¡ cuántos pecados en los cuales nunca habíamos pen-sado ! No los queremos reconocer ahora, y habremos de

reconocerlos en aquel momento ; ¡ pero será ya dema-siado tarde !

Vamos ahora, H. M., a otra cuenta mucho másterrible aún, a saber, la de la gracia. Comenzará Diosmanifestándonos los beneficios que nos ha concedido :primero, haciéndonos nacer en el seno de la Iglesiacatólica, cuando tantos otros nacieron y murieron fuerade ella. Nos hará ver cómo hasta entre los cristianos hayun número infinito que murieron sin recibir la graciadei santo Bautismo. Nos hará ver el número de años,de meses y de días que nos conservó la vida hallándo-

nos en pecado ; en cu y o tiempo, a la muerte habríaseguido irremisiblemente el infierno. Pondrá ante nues-tros ojos todos los buenos pensamientos, las santasinspiraciones, los buenos deseos que durante la vidanos ha sugerido. ¡ Av ! ¡ cuántas gracias despreciadasNos recordará todos los sermones e instrucciones oí-

otras gracias que del cielo hemos recibido. ¡ Cuántoscristianos, sin haber recibido una centésima parte, sesantificaron ! Mas, H. M., ¿qué fué de todos estosbeneficios, de todas estas gracias ? ¿ qué provecho he-

-mos sacado? ¡ Triste momento para un cristiano quetodo lo despreció, q ue no se aprovechó de nada. ! _ S _.-

b. il., lo que recibisteis ? Oíd lo que nos diceSan Gregorio : ((¡ Al1 ! hijo mío, mira esta cruz, y ve-rás lo que ha costado a un Dios merecernos la vida».Por esto, cuando San Agustín meditaba sobre la ren-dición de cuentas por las gracias recibidas y desprecia-das, exclamaba : «¡ Ay , desgraciado ! ¿qué será de mí,cuando tantas gracias he recibido? ¡ AY ! ; me causanmayor temor las gracias recibidas que los pecados quebe cometido, con ser ellos muy numerosos ! Dios mío,

¿cuál será mi suerte ?» Leemos en la vida de Santa Te-resa que, en su última enfermedad, se sintió transpor-tada ante el juicio de Dios ; al volver en sí, le pregun-taron por qué estaba tan temerosa después de haberhecho tanta penitencia. «¡ Ay !, dijo, mucho temor hede tener». Le preguntaron si temía la muerte. «No»,dijo. Si acaso temía el infierno. :Tampoco», contestó.¿Qué es, pues, lo que la hacía temblar? «¡ Ay ! mi vidahabrá de ser confrontada con la de Jesucristo; ¡ a y demí, si presento aunque sea tan sólo una sombra depecado !» Mas ¿qué será de nosotros, H. M., cuandc

jesús nos reprenda por el des p recio y abuso que bici--mos de su Sangre preciosa v de todos sus méritos?«¡ Ah ! ingrato pecador, nos dirá, vid infructuosa, ár-bol estéril, ¿ qué más debí hacer por tu salvación ? ¿Notenía motivos para esperar de ti frutos de vida eterna ?

Dónde están tus buenas obras? ¿ Dónde las oraciones

324 OJ'.INCO OCTAVO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

que debían complacerme y mover mi corazón? ¿ Dón-de tus buenas confesiones ? ¿ Y las buenas comunionesque debían hacerme nacer de nuevo en tu corazón, eindemnizarme, en alguna manera, de los tormentos queexperimenté por tu salvación, dónde están ? ¿ Dónde,

soB2E EL JUICIO PAl2TICt' T!.AR25

contestaba : «No, es falso, no lo he cometido». Pasadoun rato se le oía decir : ccSí, confieso que lo he come-tido ; pero el Señor es tan misericordioso que me loperdonó». Era un espectáculo espantoso, nos dice San

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las penitencias practicadas, las lágrimas vertidas paraborrar los pecados que cometiste ? ¿ Dónde están lasbuenas obras correspondientes a tantos pensamien-tos, deseos y ocasiones como yo te proporcioné ? ¿ Dón-

de, aquellas Misas santamente oídas, con las cuales ha-brías podido satisfacer por tus pecados ? ¡ Ah, desgra-ciado ! sólo has producido obras de iniquidad, sólo hasempleado tus energías en renovar los sufrimientos demi pasión y 'de mi muerte. ¡ Anda, apártate de mí, temaldigo por toda una eternidad ! En el día del juiciofinal, mostraré a la faz del mundo, todo el bien que pu-diste hacer y no hiciste, todas las gracias que te con-cedí y tú despreciaste». ¡ Ay ! cuántas reprensiones,.cuántos pecados que no habíamos ni siquiera sospe-chado ! ¡ Ay ! ¡ cuán terrible será aquella cuenta ! Vedaquí un ejemplo que os lo demostrará. Refiere SanJuan Clímaco (t) que un anacoreta llamado Esteban,de s p ués de haber llevado una vida lo más santa y aus-tera, siendo va muy viejo, cayó enfermo, y de aquellaenfermedad murió. La vigilia de su muerte, hallóseele golpe fuera de sí, mas no dormido, sino con los ojosabiertos. Miraba a derecha e izquierda de la cama, cualsi hubiese allí alguien que le tomase cuenta de sus ac-tos. Oíase a una persona que le preguntaba, y el enfer-mo contestaba con voz tan fuerte que todos cuantosestaban en la habitación podían cirio. Se le oía decir :4Sí, es verdad, he cometido tal pecado, mas por sucausa he ayunado tantos años». Después la otra vozdecía que había cometido tal pecado, y el moribundo

!1) LaFsca:a Santa, séptimo grade.

Juan Clímaco, ver cómo se le pedía a aquel solitariouna tan exacta cuenta de sus acciones. Pero lo másespantoso, nos dice el Santo, era que se le acusaba depecados que jamás había cometido. ¡ Qué !, H. M.,

¡ un santo solitario que pasó cuarenta años en el de-sierto, que tantas lágrimas había derramado, confiesaél mismo que no puede justificarse de algunas acusa-ciones que contra él se levantan !... Nos dejó, dice SanJuan Clímaco, en una gran incertidumbre sobre susalvación. Qué será, pues, de un pecador que enaquel momento no verá en sí sino mal y nada de bien?¡ Terrible momento ! ¡ instante desesperador ! ¡ Y nohallar nada en qué apoyarse !

Ya sabéis que aquel juicio se desenvolverá ante trestestigos : Dios Nuestro Señor, que será el juez ; nues-

tro ángel de la guarda, que mostrará las obras buenaspor nosotros realizadas, y el demonio, que manifestarátodo el mal de que hemos sido capaces durante cadauno de los instantes de nuestra vida. Conforme a lasdeposiciones de íos citados testigos emitirá Dios sujuicio, v fijará nuestra suerte por toda una eternidad.Ay ! H. M., ¡ cuál será el espanto del pobre cristiano

que está esperando su sentencia, y que dentro de al-unos minutos se hallará ya en el cielo o en el infierno !

Leemos en la historia q ue un santo abad llamadoAgatón, estando en sus últimos momentos, permanecía

continuamente con los ojos levantados al cielo sin mo-verlos para nada. Los religiosos le preguntaron : «Pa-dre, ; en dónde creéis estar ahora ? > — «Me hallo enla presencia de Dios, cuya sentencia estoy aguardan-do». -- sc ¿ Y no os causa miedo?» — «¡ Ay ! no sé sitodas mis acciones serán bien recibidas ; pienso haber

SOBREEl. juicio l'ARTICULAR27326c)MlNca) oc . r,Avr) l)E SruÉs DE PErrEenSrE~

cumplido los mandamienttos ; mas los juiciosde Diosson muy distintos de los de los hombres». En aquelmomento exclamó : ¡ .v .' vo y a ser juzgado». ¡ Ay !

impío Baltasar (I), su sentencia de reprobación escritaen las paredes y en los rincones de sr. casa. ¡ Cómo seatreverán a negar, cuando Jesucristo, con el libro en la

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H. M. ; cuántos remordimientos por haber perdido tan-tos medíos de sai aciér_, por haber despreciado tantasgracias que el Señor nos concedió a fin de ayudarnosa ganar el cielo ! ¡ Todo está perdido para nosotros, o

mejor, todo coopera a nuestra condenación !Y si es tan terrible rendir cuentas de las gracias queDios nos concediera para librarnos del infierno, ¿cuán-to más lo será el ser examinados y juzgados acercade los pecados que habremos cometido? Tal vez osconsoláis diciendo que no habéis cometido aquellos pe-cados que tan monstruosos aparecen a los ojos del mun-do. Mas ¡ y aquellos pecados internos, H. M. !... ¡ Ay; enanos pensamientos de impureza, cuántos deseos in-mundos, cuántos pensamientos de odio, de venganza,de envidia han ocupado vuestra imaginación durante

una vida de treinta, cuarenta o, tal vez, ochenta añosAy ! ¡ cuántos pensamientos de orgullo, de celos, cuán-tos deseos de vengarse, de dañar o de engañar al próji-mo ! ¿Y cuando lleguemos a los pecados de obra ?...; Ay ! cuando Dios tome de manos del demonio el libroele nuestra vida para examinar todas aquellas accionesimpúdicas... aquellas obras de corrupción, aquellos ac-tos torpes, aquellas Miradas licenciosas, todas las con-fesiones y comuniones sacrílegas, las estratagemas yastucias empleadas para seducir a aquella persona...Ay ! ¡ qué será de esas víctimas de la impureza ! ; Oh

¡ cuánto más afortunadas, si Dios las echase al infiernoantes de su muerte, para evitarles cl tener que com-parecer ante un Juez tan puro !

Según todas las probabilidades, el juicio tendrá lu-gar en el lecho o en la alcoba del moribundo. ¡ Ayaque llos miserables cuy a incontinencia excede a la de

más inmundos animales, habrán de leer, como el

mano, les mostrará el lugar y la hora en que cometie-ron el pecado ! «Anda, desgraciado, les dirá, te reprue-bo y te maldigo para siempre !r, ¡ Ay ! H. M., aunqueDios les ofreciese el perdón, es casi seguro que no lo

aceptarían, tanto endurece el pecado al corazón. ¡ Ahjesucristo podría conminarlos con las mismas amenazasque dirigió a aquel impío de que nos habla la historia.Estaba el tal en sus últimos momentos, y Jesús le dijo :Si me pides perdón, te perdonaré». ¡ Mas, ay ! cuando

se ha vivido en pecado durante toda la vida, poca es-peranza queda. — “ No», contestó el moribundo. —,..:Pues bien, le dijo Jesucristo, echándole una gota desu preciosa Sangre sobre la frente, anda : en el grandía del juicio, esta sangre adorable, que en vida profa-naste y despreciaste, será la señal de tu reprobación.»

Después de estas palabras, muere el infeliz y es arro-jado al infierno. ; Oh, terrible momento, para el peca-dor que en aquella hora no vislumbrará cosa algunabuena para hacerle esperar el cielo ! El pobre pecador,no teniendo qué contestar, quisiera estar y a en el in-fierno. Al morir, no puede decir otra cosa que : «Sí, hemerecido el infierno, justo es que caiga en él, ya quetanto he profanado aquella Sangre adorable que Vosderramasteis para mi salvación en el árbol de la cruz».Jesucristo, siempre teniendo delante el libro en quequedan escritos los recados, verá todas las oraciones

omitidas o mal hechas, o tal vez mezcladas con senti-micatos de odio y de venganza, o ¿ qué digo? quizásaliendo de un corazón abrasado en el fuego de laim p ureza. No, no, Dios mío, no continuéis examinán-dole, arroiadle en seguida al interne, es la mayor gra-

,:i Dan., y.

3 28 OMINGO Q'_TAVO DFSPUT S DE PENTECOSTÉSOBRE EL JUICIO PARTICULAR29

cia que podéis hacerle, si alguna le debéis antes desepultarle en el fuego eterno. Sí, Jesucristo volverá lapágina y allí verá escritos todos los juramentos, todaslas imprecaciones, todas las maldiciones que durante

cuanto hemos hecho, y nos veremos obligados a con-fesar que nuestra vida fue tal como allí ha aparecido,y que con toda justicia hemos de ser condenados a ar-der en el. infierno y a quedar eternamente desterrados

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su vida no cesó de vomitar por aquella boca y conaquella lengua que tantas veces bañara la Sangre ado-rable de Jesús. Sí, H. M., volverá Jesucristo otra hoja,y hallará escritas todas las profanaciones del santo día

del domingo. ¡ Ah ! no, no, no cabrá ya pretexto algu-no, todo quedará en evidencia. Entonces apareceránaquellas borracheras de los domingos, las orgías, jue-gos y danzas con que profanó los días consagrados alSeñor, ¡ Ay ! ¡ cuántas veces dejó la Misa o la oyó mal !¡ Cuántas veces asistió al Santo Sacrificio sin ocuparsecasi de Dios ! ¡ Ay ! ¡ Tal vez el número de pecadoscometidos durante la Misa, excedió al de toda la se-mana ! Sí, H. M., Jesucristo volverá otra hoja, y allíverá escritos todos los crímenes cometidos por el hijoingrato que despreció a sus padres, los maldijo, les

deseó la muerte para quedar dueño de sus bienes, leacausó tantos sufrimientos, durante la vejez, con losmalos tratos de que les hacía objeto... Sí, H. M., vol-verá Jesucristo otra hoja, y verá escritas en ella todaslas injusticias cometidas, todas las usuras percibidasen las ventas y en los préstamos. Sí, todas las defrau-daciones quedarán expuestas a la luz del día.

¡ Ay ! aquel pobre desgraciado oirá leer todos lospormenores de su vida, sin hallar la menor excusa paradefenderse. ¡ Ay ! ¿a qué quedará reducido aquel pe-bre orgulloso que siempre quería tener la razón, que des-

preciaba a todo el mundo, que se mofaba de todos ?Dios mío, ¿a qué estado de desesperación le ha reduci-do este examen ? En este mundo, H. M., hallamossiempre algunos pretextos para atenuar nuestros peca-dos, cuando no podemos ocultarlos del todo. Mas estono valdrá ante jesucristo. El nos dejará convictos de

de la presencia de Dios. ¡ Oh, espantosa desgracia¡ Mas, ala vez, desgracia irreparable ! ¡ Quién pensasecon frecuencia en esto, sería, sin duda, más prudenteque no somos nosotros !

Pero no hay bastante aún : el demonio, que duran-te nuestra vida ha trabajado sin cesar para lograr nues-tra perdición, presentará a Jesucristo un libro en elque aparecerán escritos los pecados que hicimos cometera los demás. ¡ Ay ! cuán grande será su número, elcual sólo en aquel momento podremos conocer (i).Ay ! ¿ qué será de aquellos padres y madres de familia,

de aquellos amos y aquellas señoras que, por no dejarde aprovecharse ni un momento del trabajo de sus hijoso criados, fueron causa de que tantas veces omitiesensus oraciones? ¿ Cuántas veces hicieron perder la Misa

al pastor o al mozo de lab r anza ? ¿ Cuántas funciones,vísperas, sermones, instrucciones catequísticas, sacramentos, dejaron de frecuentar sus dependientes por nohaberles dado tiempo necesario para ello ? ¿ Cuántas leshabrán obligado a trabajar en domingo, y hasta se ha-brán burlado de ellos porque practicaban sus devocio-nes ? Tal vez hasta habrán llegado a impedirles susprácticas religiosas. ¿ Cuántos libertinos habrán arras-trado a. las jóvenes al pecado, con sus solicitaciones y

promesas? Y entre las jóvenes, no hay muchas que,con su afectación y coquetería, habrán suscitado en los

demás malos pensamientos y miradas impuras? : Cuán-tos aficionados al vino habrán sido causa de que otroslos imitasen en aquel vicio, pasando el domingo en la

ii} LAy! solamente en el juico genera: conoceremos con exactitudPos pecados que hicimos comete- a 106 demás. (Nota de! • Santo).

330OMINGO OCTAVO DESPUÉS DE PENTECOSTÉSOBRE EL JUICIO PARTICULAR31

taberna y faltando a los oficios? ¡ Ay ! ¡ cuántos peca-dos han ocasionado los taberneros dando de beber alos beodos ! ¡ Cuántas palabras sucias y cuántas accionesimpuras, en aquellos lugares donde está todo permiti-

deseo de distinguirse, de ser tenido por persona abne-gada o virtuosa ¡ Cuántas buenas acciones hallaremosno valer nada a los ojos de Dios ! ; Ay 1 ¡ la hipocresíay los miramientos humanos nos habrán hecho perder

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do ! Allí es donde se derrama sobre los corazones el ve-neno de la impureza, que embriaga casi a todos losconcurrentes con sus inmundos placeres. ¡ Ay ! ¡ decuántas cosas habremos de dar cuenta ! ; Cuántos jó-venes roban a sus padres para tener dinero que gastaren la taberna ! y ¿ quiénes dan ocasión a que tales pe-cados se cometan ? Nadie sino los taberneros. ¡ Ay !; cuántas dudas sobre la religión habrán suscitado losimpíos infundiendo en el corazón de aquellos que losescuchaban todo cuanto su mente extraviada ha podidoinventar para debilitar la fe ! ; Cuántas calumnias con-tra los sacerdotes ! como si los defectos de uno hiciesenmalos a todos los demás. ; Av ! ; cuántas personas de-jaron de frecuentar los sacramentos por haber escu-chado a gente impía que Ies narró todo género defalsedades acerca de la religión ! ¿ Quién podrá contarel número de almas que las tales habrán perdido? Porlo tanto, todo esto les será imputado, todo esto serácausa de su condenación. En aquel momento, acudi-rán a pedir venganza todas las almas que ellos perdie-ron... ; Ay ! si el santo rey David decía que temía máspor los pecados ajenos que por los propios, ¿ quéserá de aquellos infelices que emplearon toda su vidaen perder el alma de los demás, ya con sus ejemplosperversos, ya con sus palabras o escritos llenos de mal-

dad? ; Ay ! ¡ qué espanto, al ver que echaron tantasalmas al infierno !

r?uién de nosotros, H. M., no temblará al pensarque Dios nada dejará sin examen, ni aun las buenasobras ; para ver si fueron practicadas rectamente y or-denadas a El sólo? ¡ Ay ! ¡ cuántas acciones que notuvieron otro principio que un motivo mundano : el

todo el mérito ! Si los santos, H. M., culpables tan sólode algunas pequeñas ;altas, temieron tanto en aquellosmomentos, y practicaron penitencias tan largas y tan

duras, ¿ cómo podremos esperar que Dios se apiade denosotros? ¡ Ay ! que cada día caer. otros mucho menosculpables que nosotros. ; Dios mío, no nos arrojéis alinfierno ! antes bien enviadnos en esta vida cuantossufrimientos os plazcan.

Para haceros sentir mejor el rigor con que Dios nosjuzgará ; cosa de la que deberíamos estar persuadidos...En efecto, a un cristiano colmado de tantos beneficios,que ha recibido tantas gracias para salvarse, a quiennada le faltó si no es su voluntad, ¿ no es justo queDios le examine con espantoso rigor? Mas para queconozcáis mejor esto, ved aquí un ejemplo que nos re-fiere San Juan Clímaco, el cual nos muestra, en algunamanera, el rigor de la divina justicia para con el peca-dor. Nos cuenta que uno de sus amigos, llamado JuanSabaíta, le había dicho que en un monasterio del Asiahabía un joven religioso que, viendo que su superior letrataba con demasiada bondad y dulzura, pensó que ellopodría ser perjudicial a su alma, y le pidió permiso

p ara ir a otro monasterio. Trasladado allí, la primeranoche, tuvo un sueño en el que vio a una persona quele pedía cuenta de sus acciones. Después de un severí-

simo examen, hallóse deudor a la divina justicia desumas considerables, y el Señor le hizo ver cómo aúnnada había satisfecho por sus pecados. Horrorizado poraquella visión, permaneció todavía tres años en aquellugar, en donde Dios, queriendo hacerle expiar sus pe-cados, permitió que fuese despreciado y maltratado detodos. Parecía q ue todos tuviesen por ocupación hacerle

SOLR'r: EL JUICIO PARTICULAR3 33 3 2 OMINGO OCTANO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

padecer ; mas él de nada se quejaba. Entonces Dios, enuna visión, le hizo comprender que solamente habíapagado un tercio de su deuda a la divina justicia. Muyespantado, comenzó a fingirse loco, y continuó aquel

mayor número de visitas hubiera podido hacer a JesúsSacramentado en el santo día del domingo ! ¡ Ay !¡ cuántas buenas obras omitidas, acerca de las cualeshemos de ser juzgados ! Hasta de la buena influenciaque nuestros ejemplos hubieran podido ejercer en los

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género de vida durante trece años ; entonces le dijoDios que solamente había pagado la mitad. No acertan-do y a a buscar nuevas mortificaciones, pasó el resto desu vida clamando a Dios misericordia. Sus penitencias

no guardaban límite ni medida. «¡ Ah ! Señor, ¿no ten-dréis piedad de mí ? hacedme sufrir cuanto queráis yperdonadme.» Sin embargo, antes de morir, Dios ledijo que sus pecados estaban perdonados. Pues bien,H. M., ¿ quién de nosotros se zatreverá a esperar le ha-yan sido borrados sus pecados, cuando no hemos hechosino confesarlos v decir a Dios que le pedíamos perdón ?¡ Ay ! cuántos cristianos, en su ceguera, piensan haberhecho gran cosa, cuando en realidad nada hicieron. Diosles hará ver entonces lo que sus p ecados merecían y laspenitencias que han hecho. ¡ Ay ! ¡ cuántos cristianos

perdidos !Mas al juicio particular, H. M., seguirá aún otroexamen. Aunque lo que os acabo de decir parece yamuy riguroso, éste no será menos terrible ; me refieroal juicio de Jesucristo sobre el bien que pudimos hacery no hicimos. Jesús pondrá ante los ojos del pecadortodas las oraciones omitidas y que habría podido hacer,todos los sacramentos que habría podido recibir du-rante su vida. Si hubiese resuelto llevar una vida mássanta, habría podido recibir con mucho mayor fre-cuencia su Cuerpo y su Sangre adorables. jesucristo

le pedirá también cuenta de las veces que tuvo el pro-pósito de practicar alguna buena obra y no la practicó.¡ Cuántas oraciones, cuántas misas, cuántas confesio-nes, cuántas penitencias, cuántos deberes de caridadhubiera podido cumplir para con el prójimo ! ¡ cuántasprivaciones en sus comidas, en sus visitas ! ¡ Cuánto

demás, nos pedirá cuenta Jesucristo. ¡ Ah ! gran Dios,qué responderemos a ello ?

II. — Pero, me diréis, ¿qué deberemos hacer paraestar seguros y tranquilos en aquella hora tan terriblepara quien haya vivido en pecado, sin pensar siquieraen aplacar la justicia de Dios profundamente irritadapor su culpa ? Vedlo aquí. En primer lugar hemos deentrar en nosotros mismos, y pensar seriamente quenada hicimos aun que nos pueda hacer concebir es-peranzas en aquella hora ; también hemos de tenerpresente que nuestros pecados quedan todos escritos enun libro que el demonio presentará a Dios en el juicio,a fin de manifestarle nuestras culpas hasta las más

ocultas. En segundo lugar, siguiendo el ejemplo deZaqueo, hemos de volver lo q ue no es nuestro ; sinello, no nos escaparíamos del infierno. Hemos de con-cebir un gran dolor de los pecados, y llorarlos comoDavid, que derramó lágrimas hasta la muerte y pusogran cuidado en no cometer otros nuevos. Hemos dehumillarnos r:rofundamentc ante el Señor, aceptandotodo cuanto se digne enviarnos, no solamente con su-misión sino también con .grande alegría ; pues no hayotro medio : o llorar en esta vida, o llorar en la otra,donde las lágrimas de nada sirven y la p enitencia re-

sulta sin mérito. Nunca perdamos de vista q ue no sa-bemos el día en que seremos juzgados, y que, si nossorprende aquel terrible momento en pecado, nuestraperdición será irremediable.

Qué deberemos concluir de todo esto, H. M. ? Quees preciso estar completamente ciegos para portarnos

3 3 4 OMINnO OCTAVO DESPUÉS DE rF_NTEcOsTÉs

cual lo hacemos ; ya que, si bien se mira, ni uno siquie-ra podría afirmar que está dispuesto para comparecerante jesucristo, v, a pesar de tan terrible certidumbre, niuno de entre nosotros dará un paso más hacia Dios, a

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fin de asegurarse una sentencia favorable. ¡ Oh, Diosmío ! ¡ cuán ciego es el pecador '. ¡ Ay ! ¡ cuán deplo-rable es su suerte ! No, no, H. M., dejemos de vivircomo insensatos, pues, en el momento en que menos

lo pensemos, Jesucristo llamará a nuestra puerta. ¡ Di-choso el que no habrá aguardado hasta aquel momen-to para prepararse ! Lo cual os deseo...

INDICE

Págs.Domingo de Pasión. —Sobre la contrición .jueves Santo^Viernes Santo. —El pecado renueva la pasión de je-

sucristoomingo de Cuasimodo. — Sobre la confesión pas-cualegundo domingo después de Pascua. — Sobre lap erseveranr i a

Tercer domilgo después de Pascua. — Sobre lasafliccionesuinto domingo después de Pascua. —Sobre la ora-ción

obre las rogativas. —Las procesiones, la abstinen-cias y las cuatro Témporasara el día de la Ascensiónorpus Christi

Segun:,, ,1,i ingo después de Pentecostés. — Sobrela Santa Misaercer domingo después de Pentecostés. — . Sobre lamisericordia de Diosuarto domingo después de Pentecostés. —Sobre laesperanza

Quinto domingo después de Pentecostés. —Sobre el

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