Salud y Medioambiente

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Rubén Roa – Atención Primaria y Medicina Familiar - Raúl Montenegro –Medio Ambiente y Salud - 1 1 Salud y Medio Ambiente Introducción La importancia del Medio Ambiente en el proceso Salud-Enfermedad resulta tan ajena a la medicina como los determinantes sociales que forman parte del entorno de cada uno de los seres humanos. La Medicina desde Flexner (1914), se ha reducido a adscribir a un modelo reduccionista, basado en condiciones estrictamente biológicistas, sin tener en cuenta el impacto que otros determinantes familiares, culturales, sociales y naturales son tan o más importante que los mismos sistemas médicos a lo cual somos tan afectos, por el simple hecho de desconocer las implicancias de los mismos en nuestros pacientes. Este tema no es menor, ya que incluso en la propia definición de salud de la OMS no se hace referencia al medio ambiente. Un tema particular, que ha comenzado a tomar relevancia en los últimos años, a partir de los cambios climáticos que científicos de todo el mundo vienen advirtiendo hace varias décadas, y los gobiernos suelen ignorar ya que no pocas veces el cuidado del medio ambiente implica resignar modelos productivos o de generación de alternativas energéticas que en el caso particular desde el siglo XX se ha visto cada vez más comprometida con el uso masivo de recursos no renovables como el petróleo, y a su vez junto con éste, altamente contaminantes, como la energía atómica. Por si esto resultara poco, los peores pronósticos sobre el cambio climático se hacen cada vez mas presentes. E incluso el agotamiento de los recursos energéticos se hace cada vez más relevante, dando lugar a guerras libradas bajo el eufemismo de “guerra de civilizaciones”. Estas guerras hoy libradas en Medio Oriente afectan directamente a cada uno de nuestros países, aunque este tema pudiera pensarse más en términos de la geopolítica, pero indudablemente las políticas de los organismos financieros internacionales se orientan a someter a los “países sumergidos” a través de recetas crónicas y siempre iguales, que ya han mostrado fracasar, pero que sirven como instrumento de dominación de los países centrales. El acelerado crecimiento industrial de India y China, ha dado lugar a que éstos recursos energéticos sean cada vez más críticos, y no pocos piensan en que otra guerra, ahora con consecuencias bastante previsibles ya que se trata de países con armas nucleares se trata, pudiera tener lugar a partir del año 2015, debido al agotamiento del petróleo. Nadie discute ya este punto, el petróleo se está agotando, y los últimos discursos del Presidente del Imperio lo han puesto más que en evidencia, un tema que ya M. King Hubbert ya había planteado: Predijo que la producción de petróleo de una reserva experimenta una evolución descrita por una campana de Gauss, alcanzando su máximo cuando la mitad del petróleo ha sido extraído y a continuación decayendo. En la reunión de 1956 del American Petroleum Institute en San Antonio, Texas, Hubbert hizo la predicción de que la producción total de petróleo de los Estados Unidos alcanzaría su pico a finales de la década de los 60 o a principios de los 70. Cuando en 1970 resultó que esta predicción se confirmó, Hubbert alcanzó una gran notoriedad. La curva usada en su análisis se conoce ahora como curva de Hubbert y el pico de la curva como pico de Hubbert En 1975, cuando los Estados Unidos todavía sufrían cierta escasez de petróleo a causa de la crisis de 1973, la National Academy of Sciences confirmó la validez de los cálculos de Hubbert sobre la disponibilidad de petróleo y gas natural y reconoció que sus estimaciones anteriores que resultaban más optimistas estaban equivocadas. Y en las mismas condiciones se encuentran países como Argentina, y el mismo medio oriente. Poco de esto seria menos que relevante en un libro de estas características, orientado a interesados en temas médicos. El punto es que escasez energética implica restricciones dentro de los países para mantener sus modelos de producción, e implican guerras que generan muertes. La morbilidad y la mortalidad se encuentran imbricadas en éste proceso. Y así también el uso de estos recursos con el medio ambiente también lo está. EE.UU. y China se negaron a firmar el Protocolo de Kyoto, que proponía retrotraer a las condiciones de 1990 la contaminación ambiental a fin de evitar el efecto invernadero. Pero aunque estos países se negaron hacerlo, parece que estos hechos se han vuelto inevitables y desde el Tsunami de fines del 2004 en Asia, terremotos, sequías, inviernos cada vez mas duros, el aumento del número de Huracanes en el golfo de México, y con ellos el más famoso Katrina que destruyó no menos del 25% de los pozos petrolíferos de los EE.UU., y la destrucción de una ciudad como New Orleáns, cuna del nuevo gospel, del jazz, del blues, todos predecesores del nuevo folklore mundial como es el Rock&Roll. Y de esta manera, aún el país más poderoso de la tierra mostró su peor cara, al desnudar su propia miseria e inequidad en su territorio. Y así el uso de la energía, el cambio climático, la miseria, las guerras, la política, se vuelven un entramado que crea condiciones desfavorables para la misma continuidad de la especie, ya no dentro de 100 años, dado que incluso el mismo Instituto Geofísico de EE.UU. en Diciembre de 2005 advirtió que estos cambios climáticos empeorarán y verán su peor cara en el año 2.015.

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Salud y Medio Ambiente Introducción La importancia del Medio Ambiente en el proceso Salud-Enfermedad resulta tan ajena a la medicina como los determinantes sociales que forman parte del entorno de cada uno de los seres humanos. La Medicina desde Flexner (1914), se ha reducido a adscribir a un modelo reduccionista, basado en condiciones estrictamente biológicistas, sin tener en cuenta el impacto que otros determinantes familiares, culturales, sociales y naturales son tan o más importante que los mismos sistemas médicos a lo cual somos tan afectos, por el simple hecho de desconocer las implicancias de los mismos en nuestros pacientes. Este tema no es menor, ya que incluso en la propia definición de salud de la OMS no se hace referencia al medio ambiente. Un tema particular, que ha comenzado a tomar relevancia en los últimos años, a partir de los cambios climáticos que científicos de todo el mundo vienen advirtiendo hace varias décadas, y los gobiernos suelen ignorar ya que no pocas veces el cuidado del medio ambiente implica resignar modelos productivos o de generación de alternativas energéticas que en el caso particular desde el siglo XX se ha visto cada vez más comprometida con el uso masivo de recursos no renovables como el petróleo, y a su vez junto con éste, altamente contaminantes, como la energía atómica.

Por si esto resultara poco, los peores pronósticos sobre el cambio climático se hacen cada vez mas presentes. E incluso el agotamiento de los recursos energéticos se hace cada vez más relevante, dando lugar a guerras libradas bajo el eufemismo de “guerra de civilizaciones”. Estas guerras hoy libradas en Medio Oriente afectan directamente a cada uno de nuestros países, aunque este tema pudiera pensarse más en términos de la geopolítica, pero indudablemente las políticas de los organismos financieros internacionales se orientan a someter a los “países sumergidos” a través de recetas crónicas y siempre iguales, que ya han mostrado fracasar, pero que sirven como instrumento de dominación de los países centrales. El acelerado crecimiento industrial de India y China, ha dado lugar a que éstos recursos energéticos sean cada vez más críticos, y no pocos piensan en que otra guerra, ahora con consecuencias bastante previsibles ya que se trata de países con armas nucleares se trata, pudiera tener lugar a partir del año 2015, debido al agotamiento del petróleo. Nadie discute ya este punto, el petróleo se está agotando, y los últimos discursos del Presidente del Imperio lo han puesto más que en evidencia, un tema que ya M. King Hubbert ya había planteado: Predijo que la producción de petróleo de una reserva experimenta una evolución descrita por una campana de Gauss, alcanzando su máximo cuando la mitad del petróleo ha sido extraído y a continuación decayendo. En la reunión de 1956 del American Petroleum Institute en San Antonio, Texas, Hubbert hizo la predicción de que la producción total de petróleo de los Estados Unidos alcanzaría su pico a finales de la década de los 60 o a principios de los 70. Cuando en 1970 resultó que esta predicción se confirmó, Hubbert alcanzó una gran notoriedad. La curva usada en su análisis se conoce ahora como curva de Hubbert y el pico de la curva como pico de Hubbert

En 1975, cuando los Estados Unidos todavía sufrían cierta escasez de petróleo a causa de la crisis de 1973, la National Academy of Sciences confirmó la validez de los cálculos de Hubbert sobre la disponibilidad de petróleo y gas natural y reconoció que sus estimaciones anteriores que resultaban más optimistas estaban equivocadas. Y en las mismas condiciones se encuentran países como Argentina, y el mismo medio oriente.

Poco de esto seria menos que relevante en un libro de estas características, orientado a interesados en temas médicos. El punto es que escasez energética implica restricciones dentro de los países para mantener sus modelos de producción, e implican guerras que generan muertes. La morbilidad y la mortalidad se encuentran imbricadas en éste proceso. Y así también el uso de estos recursos con el medio ambiente también lo está. EE.UU. y China se negaron a firmar el Protocolo de Kyoto, que proponía retrotraer a las condiciones de 1990 la contaminación ambiental a fin de evitar el efecto invernadero.

Pero aunque estos países se negaron hacerlo, parece que estos hechos se han vuelto inevitables y desde el Tsunami de fines del 2004 en Asia, terremotos, sequías, inviernos cada vez mas duros, el aumento del número de Huracanes en el golfo de México, y con ellos el más famoso Katrina que destruyó no menos del 25% de los pozos petrolíferos de los EE.UU., y la destrucción de una ciudad como New Orleáns, cuna del nuevo gospel, del jazz, del blues, todos predecesores del nuevo folklore mundial como es el Rock&Roll. Y de esta manera, aún el país más poderoso de la tierra mostró su peor cara, al desnudar su propia miseria e inequidad en su territorio. Y así el uso de la energía, el cambio climático, la miseria, las guerras, la política, se vuelven un entramado que crea condiciones desfavorables para la misma continuidad de la especie, ya no dentro de 100 años, dado que incluso el mismo Instituto Geofísico de EE.UU. en Diciembre de 2005 advirtió que estos cambios climáticos empeorarán y verán su peor cara en el año 2.015.

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Como hemos mencionado en otros capítulos, la importancia del medio ambiente no es menor. El hombre influyó siempre sobre la naturaleza, pero por primera vez en la historia, por la cantidad de población y por cuestiones que hacen a modelos de producción y de generación de riquezas, nunca había podido influenciar el cambio climático cómo parece estar haciéndolo.

Marc Lalonde, en su delimitación de los distintos componentes de la salud, afirmó que el 88% del gasto sanitario es dedicado a los sistema de salud (o de enfermedad si se quiere) mientras que éstos dan cuenta de sólo un 11% de la mortalidad general. En tanto el medio ambiente, cuyos presupuestos son exiguos, no más del 3%, dan cuenta de hasta un 42% de la mortalidad general. Y esto lo afirmaba en un país como Canadá que ciertamente ha sido pionera en el cuidado del medio ambiente.

Nuestra relación con el entorno cultural y natural está en crisis. La vieja armonía, que aún puede verse en algunas civilizaciones o grupos aborígenes, con la naturaleza se ha perdido, y el mandato judeo-cristiano de someter la tierra y todo ser viviente para el beneficio de los hombres se ha convertido en el mismo germen potencial de la propia autodestrucción del la especie.

Una especie que data al menos de 70 mil millones de año, y que si pensáramos toda la historia de la tierra como si fuera un año, el hombre apareció en la historia de la tierra el 31 de Diciembre, tan sólo 40 segundos antes de las 12 de la noche. Es decir que nuestra presencia en la tierra es más que reciente, y quizás otras civilizaciones aparecieron antes, y haber sido destruidas por algún cataclismo. Aún los mismos dinosaurios son ejemplo de que las especies pueden extinguirse, y la propia historia muestra que los imperios no son eternos. Sólo la soberbia del homo sapiens puede pensar en la continuidad indefinida de su historia y presencia en la tierra. Y así como a cada momento cientos de especie desaparecen de la faz de la tierra alterando la biodiversidad, no menos cierto es que también aparecen otras, o viejas especies pero con caracteres distintos, muchas de las cuales provocan enfermedades en humanos (Ebola, Río del Nilo, HIV…), o viejas especies que adquieren resistencia a antibióticos a los que fueron históricamente susceptibles.

Raúl A. Montenegro La especie humana es uno de los experimentos biológicos más interesantes y contradictorios de la evolución reciente. Aunque todos los seres vivos pueden sufrir trastornos y enfermarse, Homo sapiens es uno de los escasos seres vivos que puede controlar deliberadamente algunas de esas enfermedades. Pero lo más notable es que sus actividades agravan al mismo tiempo enfermedades que ya existían, y hacen crecer en forma geométrica otras totalmente nuevas. Esta realidad contradictoria es el resultado de una adquisición evolutiva muy novedosa que se incorporó hace unos 100.000 a 200.000 años, la neocorteza o neopalio. Mientras que la mayor parte de los organismos vivos despliegan conductas mayoritariamente heredadas (instintos), las conductas del ser humano dependen inicialmente de una complicada relación entre información heredada (la sonrisa por ejemplo es un comportamiento básico de transmisión genética), e información nueva, no transmisible por el genoma, que se almacena continuamente en la neocorteza. En condiciones normales este “disco duro” permanece abierto durante toda la vida del individuo. Sus archivos, que sufren alteraciones, pérdidas y agregados, son el rasgo más espectacular de Homo sapiens. Por eso decimos que existen actualmente dos estrategias totalmente distintas de vida y de relación con el ambiente. La de las especies mayoritariamente instintivas, de programación cerrada o semicerrada, y la de nuestra especie, que articula instintos con cultura, y por eso mismo es de programación abierta (Montenegro, 1989b). El responsable de esta curiosa mezcla es el sistema nervioso, donde coexisten, en un difícil equilibrio, componentes antiguas como el núcleo reptiliano, y adquisiciones recientes como la neocorteza. Mientras las componentes heredadas genéticamente no suelen variar, el contenido de información cultural de la neocorteza cambia, crece y se acumula. Esa información se denomina endosomática cultural. Cuando la persona muere esa información neural desaparece. Pero la propia neocorteza humana permitió el desarrollo de una compleja evolución cultural que desarrolló formas de comunicación, y sistemas externos para la generación, tráfico y almacenaje de información cultural exosomática. Las tabletas de arcilla que usaron los pueblos de Mesopotamia, los libros y las memorias de las computadoras son algunos ejemplos de tecnologías que permitieron esta transmisión no hereditaria pero interpersonal e incluso intergeneracional de información. El resultado está en cualquier libro de historia.

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Este permanente ingreso de información al “disco duro” del sistema nervioso cambió completamente nuestras relaciones con el ambiente. La tremenda variabilidad que resultó de esta combinación alimentó las sucesivas revoluciones culturales (agrícola, urbana, industrial, informática) caracterizadas por cambios menores en el patrimonio genético, y un aumento espectacular en los archivos culturales endo y exosomáticos, y por lo tanto, en los comportamientos y en las relaciones del ser humano con el ambiente. En otros términos, mientras que los nichos ecológicos de las especies con programación cerrada o semicerrada se mantienen en el tiempo con valores bastante conservadores de oferta y demanda de energía y materiales, el nicho ecológico de especies con programación abierta, como la humana, adquirió una espectacular flexibilidad, cambiando permanentemente de tamaño (Montenegro, 1982). Utilizando la noción de nicho ecológico n-dimensional de Hutchinson, donde n1, n2 ... nn son las entradas y salidas de energía “E”, materiales “M” e información “i” que caracterizan el nicho de cada especie S1, S2 ... Sn, es posible distinguir dos estrategias bien diferenciadas de supervivencia: (a) En las especies de programación mayoritariamente cerrada el nicho ecológico suele ser bastante estable y con relaciones predecibles entre sus poblaciones y el ambiente. La mayor parte de las 1.700.000 especies clasificadas de seres vivos (Groombridge, 1992) despliega estrategias de programación cerrada a semicerrada (Montenegro, 1997). Si asumimos arbitrariamente que este tipo de estrategia comienza a “abrirse” en el Orden de los Primates, y recordamos que este grupo taxonómico tiene un total de 197 especies descritas (Wilson, 1980), el 99.98% de todas las especies conocidas (y buena parte de los Primates) muestra programación cerrada a semicerrada (Montenegro, 1997). Esto puede generalizarse a las 30-100 millones de especies vivas que se estima viven hoy sobre la Tierra (cf. Groombridge, 1992). Esta propiedad facilita la autoorganización de los ecosistemas, ya que los individuos de cada población específica se comportan, en materia de nicho ecológico como casi-clones (Montenegro, 1997). La organización ecológica es el resultado de la interacción de las especies vivas entre sí, y de estas especies con el ambiente. De allí que no existan sistemas nerviosos “ecosistémicos” ni administradores centrales. La organización y la ajustabilidad es un producto de esas piezas e interrelaciones: Organización ecosistémica = f (piezas, relaciones). (b) En las especies de programación mayoritariamente abierta el nicho ecológico es “flexible”. Aunque esta apertura se detecta muy rudimentariamente en los Mamíferos (con 4.327 especies clasificadas, Corbet y Hill, 1991) recién en los Primates de las Familias Pongidae y Hominidae adquiere mayor definición y operatividad. La primera, con 4 especies, reúne a los chimpancés, gorilas y orangutanes (Superfamilia Cercopihecoidea); la segunda sólo tiene una especie: la nuestra (Homo sapiens, Superfamilia Hominoidea). Póngidos y Homínidos representan apenas un 0,0002% de las especies clasificadas y del 0,00001 al 0,000005% de las especies vivas que se estima viven sobre la Tierra (Montenegro, 1997). Representan por lo tanto un experimento absolutamente restringido en número de especies aunque una de ellas, la humana, tenga más de 6.100 millones de individuos con una enorme biomasa (>240 millones de toneladas en peso fresco). El nicho ecológico flexible implica que el ingreso y egreso de energía, materiales e información varía notablemente, por lo cual puede crecer o disminuír de “tamaño” en función de las circunstancias y el tiempo. Dado que esta flexibilización aumenta la diversidad de dimensiones de los nichos ecológicos humanos, su comportamiento es menos predecible que el de especies con programación casi cerrada. Esto explica en parte las violentas y a veces peligrosas turbulencias que provoca Homo sapiens en los ecosistemas naturales. Sus individuos y sus respectivos nichos ecológicos no se comportan como casi-clones sino más bien como sistemas abiertos e impredecibles. De allí que el crecimiento de las poblaciones humanas haya estado acompañado por un crecimiento variable de sus respectivos nichos ecológicos. Coexisten así poblaciones con individuos cuyos nichos ecológicos son extremadamente simples, con consumos de energía muy bajos (por ejemplo <3.000 kcal/hab.día), y poblaciones con individuos cuyos nichos ecológicos son muy complejos y de alto consumo (por ejemplo >300.000 kcal/hab.día). La interacción que mantienen con el ambiente ambas estrategias vía sus respectivas ofertas y demandas de energía, materiales e información se traduce en cambios ecológicos, perturbaciones ambientales de toda escala y pérdida de la calidad de vida. El análisis de la realidad ambiental de la Tierra muestra que los ecosistemas tienen graves problemas para funcionar cuando nuestra especie, de programación abierta, forma parte de sus piezas e interrelaciones. El poder humano de simplificación ecológica directa (impacto por extracción) y el poder de agregar sustancias y “piezas” inadaptadas al sistema (impacto por agregado, como la contaminación de aire, suelo, agua y biota), que también produce simplificación ecológica, son dos causas importantes de degradación ambiental ligadas estrechamente al crecimiento de los nichos ecológicos y al aumento de la

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población. Actualmente el impacto de la población humana total está conformado no solamente por los pocos que consumen exageradamente (estrategas de la “f” o “K”), sino también por los muchos que consumen cantidades de subsistencia (estrategas de la “r”, Margalef, 1974). Estas estrategias no adaptativas y sus múltiples componentes son el resultado de decisiones que se toman, la mayoría de las veces, como parte de mecanismos de deriva cultural (Montenegro, 1995). Este concepto, desarrollado a partir del “efecto Sewall Wright” o de deriva genética, es muy importante. Implica que actos y obras de alto impacto que afectan a miles y a millones de personas, y a ecosistemas completos, son decididas unilateralmente por unos pocos individuos que detentan el poder político, económico o científico. Obviamente, dicha deriva cultural es mucho mayor en gobiernos dictatoriales, pero también se observa en los gobiernos democráticos que deciden tener elites desprovistas de control social. Lo reducido del universo decisorio incrementa los riesgos de que una medida sea incorrecta, esto es, que carezca de valor adaptativo (el DDT, la tortura o el uso de armas químicas). Pero también puede ocurrir lo contrario, que la decisión tomada por deriva sea positiva (el masivo uso de la penicilina que descubrió Fleming es un buen ejemplo). La realidad sugiere, sin embargo, que pese a los notables avances en control de enfermedades y medicina preventiva, nuestra particular modalidad evolutiva ha hecho que las actividades del ser humano generen y multipliquen nuevos riesgos y nuevas enfermedades. De allí que la definición de salud tenga un carácter multivariado. El modelo “una sola causa-un solo efecto” ya no alcanza para explicar realidades visiblemente más complejas. Lo más sensato es asumir que el funcionamiento interno del organismo depende de complejas interacciones con la conducta individual, con el comportamiento de las otras personas y con el entorno. Esa conducta individual, a su vez, depende del funcionamiento interno del organismo, parcialmente preprogramado por los genes, y de las interrelaciones que mantiene con la sociedad y con el ambiente. Entre las variables externas que condicionan ese modelo individual podemos mencionar a las leyes (un “ADN social”), la conducta de otras personas y grupos, los medios de comunicación social, la publicidad de reclutamiento, la degradación del ambiente y la contaminación. Esto explica la imposibilidad de obtener clones culturales al interior de una sociedad. Aunque la educación y otros mecanismos menos blandos intentan homogeneizar la sociedad, la neocorteza y los grandes tamaños poblacionales impiden que ello suceda. El resultado es obvio. Existe una muy alta variación de culturas individuales al interior de cada grupo humano, y esas culturas, aunque no se transmiten hereditariamente, crecen durante la vida del individuo, y de generación en generación. Esto dificulta el análisis de la realidad y la puesta en marcha de soluciones que puedan ser aplicadas a todos. Aunque es difícil establecer un modelo tipo de realidad, podemos asumir que hoy interactúan por lo menos nueve universos: (a) Un crecimiento poblacional alto en países del Tercer Mundo y bajo en países industrializados, en ambos casos con pirámides poblacionales totalmente distintas (altas, triangulares y de base muy ancha en el Tercer Mundo, más bajas, acampanadas y de base estrecha en los industrializados). (b) Un desarrollo y utilización exponencial de tecnologías, en sus mayoría sin evaluación previa de los riesgos sanitarios y ambientales. (c) Una alarmante disminución y extinción de ecosistemas naturales, terrestres y acuáticos, lo que ha reducido la disponibilidad sostenible de agua, biodiversidad, suelos, leña para combustible y alimentos. (d) Un creciente cambio climático global por descarga excesiva de gases de invernadero, como el dióxido de carbono, y una notable reducción de la concentración de ozono en la alta atmósfera. Ambos tienen efectos directos e indirectos sobre la salud, y en la expansión, por ejemplo, de especies vectoras de enfermedades. (e) Una generalización de los modelos de vida hiperconsumistas, tanto en los sectores más ricos de la sociedad como en los “deseos” de consumo de los sectores más pobres y marginados, lo que se traduce en una mayor demanda de energía y materiales (incluidas drogas adictivas), y en una descarga exponencial de residuos industriales, comerciales y hogareños. (f) Un crecimiento sostenido de la pobreza (47 personas por minuto), de la desnutrición, del analfabetismo, de la morbi-mortalidad evitables, de la esclavitud y de la falta de justicia. En 1996 había en el mundo 840 millones de personas desnutridas (de las cuales, para ese mismo año, 2.900.000 vivían en Argentina), 1.500 millones de pobres y 900 millones de analfabetos. En el año 2001 había 27 millones de esclavos, más que en cualquier otro período de la historia, y en 1998 morían por causas ambientales evitables unos 11 millones de niños al año. (g) Un aumento del poder económico, político y armado que detenta el 20% de la población mundial, directa e indirectamente responsable del mantenimiento de esas inequidades, y de alentar el consumismo y el despilfarro. (g) Un movimiento sin precedentes de personas y bienes, que pueden expandir enfermedades y nuevos riesgos, y una migración forzada de millones de personas por guerras y por cataclismos. (h) Finalmente, un aumento de los presupuestos militares y de los niveles de violencia tanto entre países como entre personas y grupos de un mismo país, y menor asignación proporcional de fondos para salud y educación.

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El verdadero desafío para la Atención Primaria de la Salud es conocer los ambientes donde desarrolla sus actividades la persona y su familia, cuáles son las variables de riesgo que operan en esos ambientes, cómo interactúan entre sí y con las personas, y cómo se pueden transformar los resultados de este análisis multivariable en recomendaciones prácticas. El ambiente es semejante a las antiguas muñecas rusas de madera. La mayor tiene una muñeca grande en su interior, y esta otra más pequeña, y así sucesivamente. Lo mismo sucede con nuestro planeta. El ecosistema mayor es la Tierra, la ecosfera de Vernadsky, luego se escalonan los grandes ecosistemas terrestres y acuáticos, y tras sucesivas y arbitrarias categorías menores llegamos a las más pequeñas, la vivienda y la persona. Una persona cualquiera está directa e indirectamente sometida a varios de estos niveles o escenarios, y no solamente al peridomicilio. De allí que su salud sea el resultado de una compleja interacción de variables y universos. Algunos son casi inmodificables e ineludibles para las personas, como la radiación cósmica, mientras que otros pueden ser controlados y amortiguados con simples cambios de conducta. El tabaquismo es un buen ejemplo. Existe por lo tanto un complejo juego de escenarios, cada uno de los cuales tiene o no sus propios mecanismos de control. La salud, como complejo multivariable, es el resultado del buen funcionamiento de todos esos escenarios (las sucesivas muñecas rusas de madera). Y este buen funcionamiento depende, en gran medida, de buenos sistemas de control. Pero la realidad indica que muchos sistemas de salud y grandes operadores suelen eludir el enfoque en “muñeca rusa” para abordar su relación con el ambiente. También es cierto que muchos escenarios carecen de controles públicos y privados. El ciudadano común puede agudizar su sistema de análisis y percepción para protegerse de los riesgos ambientales, pero esta capacidad es muy limitada. La salud mejorará sustancialmente cuando se identifiquen y consideren interactivamente los varios factores que la condicionan, y se mejore sustancialmente la mayoría de los controles sociales. Sin embargo, mientras se privilegie desmesuradamente la obtención de beneficios económicos y poder relativo en desmedro de la salud nuestra humanidad seguirá pagando un precio muy alto en morbilidad, mortalidad y sufrimiento. Este trabajo parte de dos elementos fundamentales: la persona como centro principal, y los sucesivos niveles de complejidad que se despliegan alrededor de esa persona. Dichos niveles (similares a las muñecas rusas de madera que mencionamos antes) tienen distinto tipo de incidencia sobre la salud individual. Aunque es difícil decidir hasta cuál de los niveles es real y efectiva esa incidencia, resulta inevitable y necesario utilizar el enfoque de niveles sucesivos. En este contexto definimos arbitrariamente cinco niveles o escenarios: el del ecosistema mayor (la Tierra), el nivel regional de los ecosistemas en mosaico, el nivel de los ecosistemas locales, el nivel de la vivienda y su peridomicilio, y el nivel de la persona. El Escenario del Ecosistema Global Alude al complicado juego que se establece entre los grandes ecosistemas de la Tierra y el resto del universo, en particular el Sol. Aunque comprende el estado de todas las grandes envolventes de la Tierra aquí nos interesa muy particularmente la atmósfera. En los últimos 50 años ciertas actividades humanas practicadas a gran escala lograron instalar dos importantes fenómenos globales en la atmósfera del planeta, el cambio del clima y la reducción de la alta capa de ozono. Aunque hoy se suspendiesen las descargas contaminantes que los provocaron seguiríamos sometidos por décadas a sus efectos. Este escenario tiene además otras dos componentes globales no provocadas por el hombre y que inciden potencialmente sobre la salud: la radiación cósmica y el magnetismo terrestre. Aunque el efecto ionizante de la primera es bien conocido, no está claro el efecto que podría tener el geomagnetismo sobre la salud. El cambio climático global, motorizado por el “efecto invernadero”, está produciendo alteraciones en la temperatura, humedad relativa, precipitación, presión atmosférica, vientos, grandes tormentas y otras variables sobre condiciones que hasta hace poco tiempo se consideraban “normales” para cada zona. El “efecto invernadero” es provocado por una sobreconcentración atmosférica de gases, en particular dióxido de carbono. Este y otros gases, como el vapor de agua, metano y CFCs, retienen la radiación infrarroja de onda larga procedente de la superficie terrestre generando un sobrecalentamiento. De allí que técnicamente el problema derive no del “efecto” sino del “sobreefecto invernadero”. Sus consecuencias son numerosas y en muchos casos poco conocidas. Hay efectos directos como el mayor “stress” térmico y un notable alejamiento del óptimo bioclimático. También exceso de lluvias, exceso de sequías y mayor cantidad e intensidad de tormentas (por ejemplo ciclones extratropicales). Durante los últimos 100 años la concentración atmosférica de dióxido de carbono aumentó un 25%. El análisis mediante modelos matemáticos sugiere que este incremento habría producido un aumento de 0,5 a 1,5 °C en la temperatura de equilibrio. Si esta cifra se ajusta teniendo en cuenta los efectos de la inercia térmica de los océanos

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(que retrasa los cambios climáticos durante un período de 10 a 20 años) puede calcularse que los cambios ocurridos en la atmósfera produjeron un sobrecalentamiento de 0,35 a 0,70 °C (MacDonald, 1989; PNUMA, 1992). Esta sobrecarga se añade a las fluctuaciones naturales de la atmósfera. Entre los efectos del cambio climático global figuran desplazamientos de condiciones (aridización de zonas húmedas, mayor humedad en zonas secas), y a partir de estas alteraciones, cambios en los modelos productivos, y en la expansión y retracción de vectores y enfermedades. Otra de las consecuencias es el ascenso del nivel de los mares y la alteración de los modelos de circulación de los océanos. Países con costas bajas como Bangladesh, China y Egipto podrían sufrir importantes inundaciones y daños (PNUMA, 1992). Los modelos predictivos del IPCC indican que si prosiguen las actuales descargas de dióxido de carbono el nivel medio del mar ascenderá en +20 centímetros para el año 2030, y en +65 centímetros para finales del siglo (IPCC, 1990). Aunque la capacidad adaptativa del organismo humano es muy grande, los cambios meteorológicos que acompañan al cambio climático global pueden afectar el metabolismo de las personas, agravando incluso algunas enfermedades. Otra componente del escenario global es la reducción de la alta capa de ozono que rodea a la Tierra entre los 15 y 25 kilómetros de altura. Esta destrucción estaría siendo producida mayoritariamente por contaminantes nuevos, como los CFCs, y contaminantes tradicionales como los óxidos de nitrógeno. Su merma produce una mayor penetración de radiación ultravioleta de onda corta, en particular ultravioleta B (UV-B). Entre los principales gases generados por las actividades humanas que destruyen la alta capa de ozono están los clorofluoruros de carbono (CFC-11, CFC-12, CFC-113, CFC-114s, CFC-115, HCFC-22), los bromofluoruros de carbono (halones1211, 1301, 2402), el tetracloruro de carbono y el metil-cloroformo. Todos ellos migran en altura, por lo general a un ritmo muy lento, y alcanzan las capas superiores de la atmósfera (estratosfera). En ese sitio la radiación ultravioleta rompe sus ligazones y libera cloro atómico. Este cloro es un activo destructor de las moléculas de ozono. En 1990 los valores de concentración de cloruro de metilo, tetracloruro de carbono, metil-cloroformo, CFC-11, CFC-113 y otros compuestos variaba entre 0,1 y 0,7 ppmm, mientras que el CFC-12 estaba a una concentración superior a 1,1 ppmm. La totalidad de estos clorocarbonos fue aumentando su presencia en la atmósfera. En 1960 su concentración sumada era de aproximadamente 0,9 ppmm, en 1970 1,5 ppmm, en 1980 aproximadamente 2,7 ppmm y en 1990 alcanzaron las 4,0 ppmm (PNUMA, 1992). Es importante recordar que la "vida química activa" de los CFCs es muy alta, y que supera los 400 años en el CFC-115, los 200 años en el CFC-114, los 90 años en el CFC-113, los 110 años en el Halón 1301, los 60 años en el CFC-11, los 40 años en el tetracloruro de carbono, y menos de 25 años en el CFC-12, halón 1211, halón 2402, metil-cloroformo y HCFC-22. Estos compuestos difieren sin embargo en su potencial para destruir el ozono. En términos del potencial de destrucción del ozono, en siglas PAO, donde CFC-11 = 1, el CFC-12 tiene el mismo potencial. Los CFC-113, CFC-114, CFC-115, metil-cloroformo y HCFC-22, en cambio, están por debajo de ese límite (siendo el HCFC-22 el menos activo). El PAO del tetracloruro de carbono es ligeramente superior al del CFC-11. En cuanto al halón 1211 es unas 3 veces más activo; el halón 2402 es casi 6 veces más activo, y el halón 1301 es unas 10 veces más activo que el CFC-11 (PNUMA, 1992). De continuar la inyección mundial de compuestos que destruyen el ozono de la alta atmósfera, es previsible un mayor aumento en el ingreso de radiación ultravioleta B. El ozono constituía un 0,4 millonésima en volumen del total atmosférico y 0,7 millonésima en masa en la década de 1950. Su masa total estimada para esa misma década era de 3.300 millones de toneladas (ver PNUMA, 1992). La serie más completa de registros sobre concentración de ozono localizada corresponde a la Estación Halley Bay de la Antártida (iniciados en 1957 durante el Año Geofísico Internacional). Los datos disponibles indican que los niveles totales de ozono registrados sobre esa estación en 1984 equivalían al 60% de los observados a finales de la década de 1950 y principios de 1960. Estudios recientes han revelado una disminución media del 30-40% en las capas inferiores de la Estratosfera, entre 15 y 20 kilómetros por encima de la Antártida, lo que se denomina comúnmente como "agujero de ozono" (Watson, 1988; WMO, 1989). A ciertas altitudes la merma puede ser de hasta el 95% (WMO, 1989). Los datos disponibles indican que el ozono disminuye en primavera (septiembre-octubre) y vuelve a aumentar en verano (enero-febrero) (PNUMA, 1992). Actualmente podemos identificar por lo menos tres variantes: depleción global, depleción Antártica y depleción Artica. Un análisis de los datos sobre la columna total de ozono obtenidos por instrumentos terrestres reveló tendencias de reducción del 3,0% al 5,5% en el hemisferio Norte a latitudes comprendidas entre los 30 y 64 grados entre 1969 y 1988. Los recientes análisis de datos de EDOT, espectrometría de la distribución total de ozono obtenidos por la NASA de Estados Unidos mediante satélite, indican que en la franja comprendida entre los 65 grados de Latitud Norte y los 65 grados de Latitud Sur el ozono ha ido disminuyendo a una tasa del 0,26% anual. Al norte de los 35 grados de Latitud Norte se han observado

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disminuciones estadísticamente significativas del 3% al 5% en primavera, que en invierno y a 45 grados de Latitud Norte puede llegar al 9%. Cabe señalar que una reducción del 1% en la envolvente de ozono podría significar, en promedio, un aumento del 2% en el ingreso de radiación ultravioleta B, UV-B, que llega a la Tierra (PNUMA, 1992). Unna descubrió en 1894 que la radiación ultravioleta producía cáncer de piel. A partir de ese trabajo quedó establecida la relación entre UV "normal" y cáncer. Actualmente enfrentamos un sobreingreso de UV-B por depleción de la capa estratosférica de ozono, y cabe esperar por lo tanto una mayor incidencia del cáncer de piel. La fracción con mayor poder cancerígeno es la UV-B (280-320 nm aproximadamente), pero también se considera cancerígena la porción UV-A. El IARC (International Agency for Research on Cancer) considera a la radiación solar como cancerígeno humano cierto en el grupo 1, y a la radiación ultravioleta A, B y C en el grupo 2A. La EPA de los Estados Unidos estimó en 1985 cual sería el impacto sanitario de tres escenarios de reducción de la alta capa de ozono. Para una reducción del 2,5% calculó 470.000 nuevos casos/año de cáncer no melanoma y 15.000 nuevos casos/año de melanomas, para una merma del 10% estimó 1.890.000 nuevos casos/año de cáncer no melanoma y 65.000 nuevos casos/año de melanoma, y para una reducción del 20% calculó 3.770.000 nuevos casos/año de cáncer no melanoma y 146.000 nuevos casos/año de melanomas. Un estudio realizado por Pitcher y Longstreth en 1991 sugiere que una reducción del 1% en la concentración del ozono estratosférico daría lugar a un aumento del 1,6% en la mortalidad masculina y del 1,1% de la femenina por melanoma (Pitcher y Longstreth, 1991). La exposición a las radiaciones ultravioletas B más intensas también puede deprimir el sistema inmune del organismo humano, y conducir a un agravamiento de la incidencia o la gravedad de enfermedades como el herpes, la leishmaniasis y el paludismo, y a una merma de la eficacia en los programas de vacunación (PNUMA, 1992). Es importante recordar que otros contaminantes como los óxidos de nitrógeno, las dibenzodioxinas, los dibenzofuranos y algunos plaguicidas también deprimen el sistema inmune humano. Es previsible que una persona pueda verse sometida simultánea o sucesivamente a todos ellos, y que la acción conjunta aumente los riesgos de enfermedad por virus o bacterias. También se considera que un aumento en los niveles de UV-B puede incrementar los casos de lesión ocular, especialmente cataratas. Se ha estimado que por cada punto porcentual de disminución del ozono estratosférico aumentaría en un 0,6% la incidencia de cataratas. Por su causa podrían quedar ciegas unas 100.000 personas/año (PNUMA, 1992). Señalemos que Ushuaia, la ciudad más austral de Argentina, está localizada en una de las zonas donde se registra reducción aguda de la alta capa de ozono. Afortunadamente se produce en meses todavía fríos (septiembre-octubre) y la gente utiliza abrigos que reducen la exposición directa de la piel. Cabe reiterar, sin embargo, que tanto la radiación “normal” que llega a la superficie de la Tierra, sobre todo UV-A, como los excesos por depleción (UV-A, UV-B) son cancerígenos. De allí que la exposición humana al Sol deba reducirse, sobre todo en personas con piel blanca. Para ello se utilizan interceptores (sombreros, sombrillas, vestimenta) y cremas de aplicación dérmica que disminuyen o impiden el ingreso de radiación ultravioleta. El stress térmico, por otra parte, reduce la capacidad protectiva de la piel. Radiación ultravioleta y radiación infrarroja se combinan entonces para potenciar sus efectos negativos. En el escenario global también actúan los rayos cósmicos que son en realidad partículas. Fueron descubiertos por V. F. Hess en 1910. Comprenden rayos cósmicos galácticos procedentes de sitios muy alejados del Sistema Solar (GCR), rayos cósmicos solares originados en las “llamaradas” termonucleares del Sol (SCR), y rayos cósmicos anómalos generados en el espacio interestelar más allá de la heliopausa (ACR). Incluye desde simples protones hasta núcleos de hierro y partículas Alfa. Viajan a una velocidad cercana a la luz. Buena parte de esta radiación es detenida por los varios cinturones de Van Allen y la atmósfera terrestre, pero una cierta cantidad llega a la superficie terrestre y atraviesa los organismos vivos. Durante las 8 horas de sueño de una persona ésta puede ser atravesada por aproximadamente un millón de rayos (partículas) cósmicas. Aunque estas partículas pueden ionizar el material del cuerpo se conoce muy poco sobre sus posibles efectos mutagénicos (cf. Space Physics, 1998). La radiación cósmica proporciona una dosis efectiva anual media por persona de 0,36 mSv. Dicha dosis aumenta hacia los polos y con la altura, y disminuye en el Ecuador. Poblaciones situadas a 1.000 metros reciben 0,40 mSv, y las localizadas a 5.000 metros, como la ciudad de Lhasa en el Tibet, 3,0 mSv. Las personas que vuelan en aparatos tipo Boeing 747 a >8.000 metros de altura reciben el proporcional de una dosis media anual de 18 mSv. A 15.000 metros de altura, zona de vuelo de aparatos tipo Concorde, sus

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ocupantes reciben el proporcional de 90 mSv (UNEP, 1991). Con criterio conservador, la radiación cósmica representa el 15% del total de la radiación "natural" o de fondo terrestre (interna y externa). A nivel de escenario global también actúa el geomagnetismo, que se origina mayoritariamente en el núcleo del planeta. La intensidad de este campo dipolar es de unos 60.000 nanoteslas (nT) en los Polos y de unos 30.000 nT en el Ecuador (Bueno, 1992). El campo magnético de la Tierra puede ser afectado por las variaciones del Ciclo Solar. Se conoce muy poco, sin embargo, sobre los efectos en la salud del geomagnetismo terrestre y de sus variaciones. El Escenario del Ecosistema en Mosaico La mayor parte de los seres humanos vive en un ecosistema particular que forma parte, a su vez, de un ecosistema en mosaico. En estos mosaicos interactúan, con distintas superficies, volúmenes y características internas, ecosistemas naturales, ecosistemas productivos (campos agrícolas, campos ganaderos, monocultivos de plantas forestales etc.) y ecosistemas urbanos o consumidores. Originalmente todos esos espacios eran ambiente natural, pero la expansión de las fronteras agrícolas y ciudadanas cambió su organización. Aunque estos cambios se iniciaron como consecuencia de la primera revolución verde, hace unos 10.000 años, los mayores reemplazos se han registrado en los últimos cuatro siglos. Los ecosistemas son unidades arbitrarias que se utilizan para delimitar la realidad ambiental de la Tierra, comprender sus mecanismos de funcionamiento y poder, eventualmente, manejar sus piezas y procesos. La noción de ecosistema fue introducida por Tansley en 1935. Actualmente existen ecosistemas de matriz predominantemente sólida y gaseosa (los ecosistemas terrestres), ecosistemas de matriz predominante líquida y gaseosa (los ecosistemas acuáticos) y formas intermedias (las zonas de contacto entre ambos tipos). Todos se despliegan sobre una delgada franja superficial del planeta donde la biota (seres y biomasa) apenas ha conquistado en forma efectiva menos de un centenar de metros de la tropósfera sobre la superficie (bosques altos), unos pocos centenares de metros en ciudades industrializadas (edificios altos) y varios miles de metros de profundidad en los océanos (biota de las fosas oceánicas). En los ecosistemas terrestres podemos distinguir zonas de núcleo y zonas de borde. Las de núcleo son aquellas que mantienen determinados elementos, funcionamiento y fisonomías sobre una cierta superficie (por ejemplo un quebrachal de la Provincia Biogeográfica del Chaco). Las zonas de borde o ecotonos son áreas de contacto entre distintas zonas de núcleo. Por ejemplo ecotono entre un ambiente de Chaco y otro de Espinal (Provincia Biogeográfica del Espinal). Aunque una zona de núcleo puede tener miles de hectáreas e incluso miles de kilómetros cuadrados de superficie, es tal el número de variables que interactúan, bióticas y abióticas, que cada segmento tiene un carácter relativamente único (Principio de Relatividad Biológica, Montenegro, 1997). De allí que cuando desaparece una pequeña superficie de un ecosistema mayor, esa desaparición implica la pérdida de información hasta cierto punto irrepetible. Los ecosistemas balanceados logran cicatrizar destrucciones de distinta envergadura (“simplificaciones”) mediante mecanismos de ecosucesión o sucesión ecológica secundaria. Vía especies conquistadoras, generalmente “r” estrategas, el ambiente destruido puede volver a contener así ecosistema completo (cf. Montenegro, 1995). Si la degradación ha sido sistemática y muy profunda (incluso con la destrucción de su suelo), pero queda ecosistema intacto en las cercanías, la reconquista es fundamentalmente lateral. Si el suelo está intacto, a la reconquista lateral se le puede sumar la reconquista vertical derivada de las “memorias biológicas” que contenían los distintos horizontes edáficos, y el arribo aleatorio de especies. Sin embargo, la ecosucesión secundaria solo es posible dentro de ciertos límites de degradación del ecosistema. Cuando la destrucción de una cierta unidad es completa y profunda, la ecosucesión -en este caso primaria- conforma un nuevo tipo de ecosistema que puede tener, o no, numerosos elementos en común con el anterior (cf. Montenegro, 1995). Básicamente el ecosistema balanceado es el producto de la interacción entre “n” piezas y “n” procesos. La información contenido en esas piezas y procesos conforma un contenido de metainformación o información ecosistémica. Los componentes fundamentales del ecosistema balanceado son de tres tipos: componentes bióticas, componentes abióticas y “matrices” o soportes. Las componentes bióticas incluyen el universo estimado de 30 a 100 millones de especies vivas que habitan la Tierra actual (cf. Groombridge, 1992). Conforman la diversidad específica (cantidad de especies), la diversidad individual (cantidad de individuos o población) y la diversidad genética (genomas

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presentes en cada población). La biota actual es el resultado de un largo proceso evolutivo (>3.500 millones de años) que sufrió cinco grandes espasmos de extinción (cf. Wilson, 1992). Las componentes abióticas incluyen el universo de las sustancias orgánicas, el universo de las sustancias inorgánicas, los flujos de energía (Solar con 173.000 x 1012 vatios/año; Geotérmica con 32,3 x 1012

vatios/año, Sistema interaccional Sol-Tierra-Luna con 3 x 1012 vatios/año; cf. Montenegro, 1995), y los procesos climáticos (“clima”). Este último es el resultado de complejas interacciones entre los universos físico, químico y biológico. Las matrices o soportes son las tramas físico-químicas y biológicas sobre o dentro de las cuales interactúan las piezas y se desarrollan los procesos propios de cada ecosistema. En los ecosistemas terrestres las principales matrices son el suelo (matriz sólida) y la tropósfera (matriz gaseosa), y como parte de éstas, los organismos vivos y muertos que conquistan el suelo y la atmósfera con estructuras de distinto tipo (troncos, ramas, follaje etc.). En los ecosistemas acuáticos los principales soportes son el agua dulce o salada (matriz líquida), los fondos y bordes sólidos, y la tropósfera situada por encima de las masas líquidas (matriz gaseosa). De manera similar a los ecosistemas terrestres también desarrollan soportes biológicos vivos y no vivos, aunque no suelen alcanzar sus alturas (arrecifes de coral, formaciones de los fondos). Estas componentes o “piezas” definen una cierta organización, ocupan un cierto espacio (superficie, volumen, densidad) y muestran funciones o relaciones (metabolismo del sistema). Además de este metabolismo ecosistémico resultante de la metainformación, podemos distinguir, arbitrariamente, un metabolismo de las especies vivas, un metabolismo de los suelos, un metabolismo de las aguas, un metabolismo de la atmósfera e incluso un “metabolismo” de las componentes geológicas y geomorfológicas. A nivel de metabolismo el criterio más utilizado es el de nicho ecológico “n” dimensional o nicho ecológico de Hutchinson (cf. Montenegro, 1982). Este define la función total de cada especie, población e individuo dentro del sistema medida en término de entradas y salidas de energía, materiales e información. Dichas “n” variables definen un nicho “n” dimensional o hipervolúmen. Generalmente las especies que coexisten dentro de un mismo espacio suelen mostrar aislación ecológica relativa (Axioma de Gausse, Principio de Exclusión Competitiva; cf. Montenegro 1980; 1982; 1995). Esta aislación facilita la vida en común y el desarrollo de relaciones más o menos estables. Un ecosistema balanceado es por lo tanto un conjunto muy complejo de nichos ecológicos donde interactúan las componentes bióticas, abióticas y de soporte. Los nichos pueden conformar a su vez metanichos. Esto último se observa cuando dos o más especies vivas en interacción con “n” otras variables conforman nichos supraespecíficos de creciente complejidad. Casos típicos como las relaciones presa-predator, parasíticas, mutualistas y de comensalismo pueden interpretarse como metanichos simples. El total de especies y de poblaciones por especie, con sus respectivas diversidades, suelen asumir en los ecosistemas balanceados distribuciones típicas, esto es, gran abundancia de unas pocas especies dominantes y presencia menos frecuente (rara) de gran cantidad de especies con pequeñas poblaciones (cf. Odum, 1972). De este modo los ecosistemas mantienen una interesante reserva de opciones a un bajo costo de energía y materiales. Aparentemente los ecosistemas con este tipo de diversidad tendrían mayores posibilidades de sobrevivir cuando sufren cambios endógenos y exógenos, dado que la información disponible es muy importante y variada, lo cual le permite afrontar situaciones ambientales extremas. Obviamente, si el cambio supera la capacidad de ajuste del germoplasma disponible, todo el sistema entra en colapso. Los ecosistemas terrestres tienen superficie (m2, Ha), altura superficial (m sobre el suelo), profundidad (m bajo el nivel del suelo), volumen (m3) y también densidad ecológica (número de especies, biomasa y volumen de las especies en el espacio total que ocupan). El volumen, la altura superficial y la densidad ecológica es mayor por ejemplo en una selva húmeda de las Yungas (Provincia Biogeográfica de las Yungas), y mucho menor en la Provincia Biogeográfica del Monte. Bajo ciertas condiciones ambientales el ecosistema se mueve hacia grandes alturas, volúmenes y densidades ecológicas, como en las selvas lluviosas tropicales, mientras que en otros ambientes, con fuertes restricciones climáticas, como la Antártida, tales valores son mínimos. La ajustabilidad de un ecosistema balanceado o natural es el resulta de la compleja interacción de “n” variables (Montenegro, 1989c). En símbolos:

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A = f (Ib ; Ia ; Gd ; Cd ; s ; H1 ; H2 ; v ; De ; L ; t) Donde “Ib” es la información biótica (información específica, información individual, información genética, información cultural); “Ia” es la información abiótica (composición físico-química del aire, del agua y del suelo; “Gd” es la geodiversidad (soportes y matrices del ecosistema, geomorfología); “Cd” es la diversidad micro y macroclimática; “s” es la superficie del ecosistema; “H1” es la altura superficial del ecosistema; “H2” es la profundidad del ecosistema; “v” es el volumen del ecosistema; “De” es la densidad ecológica; “L” es la aislación relativa y “t” el tiempo. Cabrera y Willink identifican en América del Sur 24 grandes ecosistemas terrestres que ellos denominan “Provincias Biogeográficas”. Doce de esos ecosistemas están representados en Argentina: Paranense, Yungas, Chaqueña, Espinal, Monte, Prepuneña, Pampeana, Altoandina, Puneña, Patagónica, Subantártica e Insular (Cabrera y Willink, 1980). Lamentablemente la mayor parte de estos ambientes ya sufrió una importante retracción de las superficies, volúmenes, alturas y densidades ecológicas precolombinas. Algunos ambientes como el Distrito del Algarrobo, una subformación de la Provincia Biogeográfica del Espinal, ya pueden considerarse prácticamente desaparecidos. Cuando la superficie de un ecosistema natural se reduce, conforme al Principio de Relatividad Biológica pierde un segmento único. Aunque la Provincia Biogeográfica Chaqueña cubría parcial o totalmente las actuales provincias de Chaco, Formosa, Salta, Tucumán, Santiago del Estero, Santa Fé, Córdoba, San Luis, Catamarca y San Juan, cada segmento que se destruyó produjo la desaparición de germoplasma único adaptado a sus particulares condiciones. Los bosques secos del este de Salta, oeste de Chaco y Formosa, Santiago del Estero, este de Tucumán, este de Catamarca, noreste de San Juan y norte de Córdoba estaban adaptados a la isla de calor de Prohaska, definida por la isoterma de los 47 ºC (temperatura máxima absoluta). En esa vasta superficie las especies vivas y su germoplasma estaban adaptadas a un ambiente con temperaturas muy altas, sequía, bajos índices humogénicos y altos índices humolíticos (cf. Prohaska, 1952; Ledesma, 1973; Papadakis, 1973). La destrucción de sus bosques ha hecho desaparecer organizaciones ecológicas especialmente adaptadas a éstas y otras condiciones. Pero además de la pérdida, que puede ser considerada definitiva, semejante reducción de la superficie, del volumen, de las alturas, de las profundidades y de las densidades ecológicas también transforma el sistema en una o más “islas”, o archipiélagos antropógenos, sobre los cuales actúa el Principio de Wilson, Mac Arthur y Simberloff, también conocido como Principio de Biogeografía de Islas. A medida que decrece la superficie y el volumen del ecosistema, o éste se fragmenta, la pérdida de especies y de información se acelera (cf. Wilson, 1992). La mera conservación de segmentos como parque o reserva es importante pero no sustituye ni conserva la ecodiversidad original (Montenegro, 1992; 1995). En Argentina los grupos indígenas precolombinos que vivían en estos ambientes tenían modelos de desarrollo relativamente simples que no llegaron a destruir su continuidad, ni a crear mosaicos ambientales como los que hoy vemos. Esto cambió drásticamente cuando después de las sucesivas oleadas inmigratorias se implantaron sistemas productivos típicamente europeos, extensivos y de alto impacto ambiental. Los ambientes naturales comenzaron a ser decapitados por desmonte y quema, y sobre ellos comenzaron a desarrollarse sistemas simplificados. Crecieron así los ecosistemas productivos dedicados mayoritariamente al desarrollo de una única especie protegida (ganado, cultivo, planta forestal). Se caracterizan por su alta inestabilidad (una sola especie de plaga puede hacerlos colapsar), y por su enorme necesidad de insumos (mecanización, uso de maquinarias, uno de plaguicidas, uso de fertilizantes). Mientras que los ecosistemas naturales o balanceados se mantienen y regulan a sí mismos (no hace falta cultivarlos), los ecosistemas productivos carecen de esas propiedades. Por eso cuesta tanto mantenerlos. Paralelamente al aumento de la superficie dedicada a la producción, se multiplicaron y siguen multiplicando los asentamientos humanos (caseríos, pueblos, ciudades). Mucho más inestables que los ambientes naturales (cada vez más reducidos) y que los ambientes productivos (cada vez más extensos), las ciudades dependen de ellos para proveerse de energía y de materiales. Estos mosaicos de ecosistemas varían de acuerdo a la región donde se han desarrollado, y al grado de destrucción y simplificación de los ambientes naturales. Si la destrucción ha sido muy intensa, y ya no queda ambiente nativo, la supervivencia a largo plazo se dificulta porque no hay fabricación de suelo, están rotas las cuencas recolectoras y emisoras de agua, y no hay biodiversidad para reconstruir algo de estabilidad. En algunos lugares de Africa la destrucción ha sido tan intensa, por ejemplo en el Sahel, que las poblaciones humanas allí ya no pueden alimentarse ni vivir. Algunas zonas muy desertificadas de Argentina recrean a escala esta situación crítica. Existen numerosos ejemplos de mosaicos degradados que afectan directa e indirectamente la salud humana. Por ejemplo las cuencas hídricas que no han sido correctamente administradas o que tienen gran

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cantidad de represas, aquellos mosaicos donde se aplicaron inadecuados modelos de desarrollo (como la contaminación por arsénico registrada masivamente en pozos de agua de Bangladesh) y las zonas donde ocurrieron accidentes radioactivos de envergadura (Chernobyl, Mayak). Analicemos brevemente el caso de la cuenca del lago San Roque en Córdoba. La cuenca de captación de este lago artificial ha sufrido durante años deforestación, quemas reiteradas, extracción de flora y fauna nativa, crecimiento desordenado de las construcciones, expansión de las fronteras agrícolas y silvícolas, uso de plaguicidas, contaminación minera y gran descarga de líquidos cloacales crudos. Además de las crecidas violentas que muestran algunos de sus afluentes (dado que la cuenca de captación tiene cada vez menos capacidad de infiltración y almacenamiento), el sistema pierde regularidad hídrica (hay demasiada agua en verano y faltante en invierno) y el lago sufre un agudo proceso de eutroficación cultural. Las descargas cloacales, los restos de incendios y otros aportes ricos en fósforo y nitrógeno alimentan importantes floraciones de bacterias verdeazuladas (mal llamadas algas), muchas de ellas productoras de neurotoxinas y hepatotoxinas. Amé y otros (2001) identificaron en el lago cianobacterias pertenecientes a los géneros Microcystis, Anabaena y Nostoc, que al igual que Oscillatoria producen las hepatotoxinas llamadas microcistinas. Las microcistinas son heptapéptidos monocíclicos que poseen acción cancerígena en hígado e inhiben enzimas clave para los procesos de crecimiento y diferenciación celular. En las algas del lago San Roque aislaron microcistinas de los tipos LR y RR (Amé, Wunderlin y Pflugmacher, 2001). Anabaena flos-aquae, presente en el San Roque y otros lagos eutróficos, produce hepatotoxinas pero también neurotoxinas (anatoxinas). La anatoxina-a(s) es un fosfato orgánico natural cuyo mecanismo de acción recuerda al de los insecticidas organofosforados sintéticos parathión y malathión. Al igual que esos plaguicidas, la toxina bacteriana inhibe la acetilcolinesterasa (Carmichael, 1994). Lo grave es que los tratamientos convencionales de agua no eliminan las toxinas de las cianobacterias (Amé, Wunderlin y Pflugmacher, 2001). En 1993 se detectaron fenómenos de malformación en pejerrey (por ejemplo degeneración hialina hepática en gotas, diseminada) e incluso mortandad de peces. Uno de los episodios más notables de aparición de ejemplares de pejerrey con malformaciones se registró en el lago San Roque a partir del 10 de junio de 1993. El informe producido por la Facultad de Agronomía y Veterinaria de la Universidad Nacional de Río Cuarto señaló entonces como agente causal un coco-bacilo Gram (-), Aeromonas hidrophila. Dado que este microorganismo también puede provocar diarreas agudas de tipo acuoso y excepcionalmente infecciones urinarias, respiratorias y de otro tipo en el ser humano, la Universidad recomendó tener cuidado al manipular peces y que cuando fuesen destinados a consumo humano se los cocinara minuciosamente. Tanto el calor (temperaturas >60 ºC) como el cloro destruyen las poblaciones de Aeromonas. Otro efecto sanitario indeseable es la combinación entre el agua del lago, contaminada con precursores orgánicos, y el cloro del tratamiento para potabilización, lo que genera trihalometanos (THM). Los trihalometanos son sustancias sospechadas de ser cancerígenas, mutagénicas y espermaticidas que ingresan a la red de distribución de agua potable. Finalmente, el San Roque y otros lagos eutróficos también muestran alarmantes niveles de contaminación microbiológica. Esta contaminación, delatada por valores muy altos de bacterias coliformes fecales y de bacterias coliformes totales, sugiere la presencia de bacterias y virus patógenos. Otra cuenca afectada por el desmanejo es la del río Paraná-Paraguay, donde la sucesiva construcción de grandes represas, entre ellas Yacyretá, produjo fuertes impactos ambientales y la generación de ambientes leníticos (lagos) que facilitaron la expansión, aguas abajo, de caracoles planórbidos que participan en el ciclo biológico de Schistosoma mansoni, agente causal de la esquistosomiasis. Aunque el ciclo todavía no se ha cerrado ya está habilitada su autopista vectorial. La falta de coincidencia entre los límites políticos (provincias, departamentos, partidos, municipios, comunas) y los límites de los ambientes naturales complica aún más la gestión sostenible de estos mosaicos ya muy deteriorados. Es importante asumir que los mosaicos ambientales más sostenibles favorecen mejores condiciones sanitarias. Es poco sensato destruir las organizaciones ecológicas que mantienen estabilidad ambiental y social, y reemplazarlos por sistemas artificializados donde el costo del mantenimiento de la salud resulta inabordable. El Escenario Local: Los Ecosistemas Naturales, Productivos y Urbanos La persona y su familia o grupo pueden vivir en un ecosistema urbano, en un ecosistema productivo o en un ecosistema natural, o en alguna de sus zonas de borde (ecotonos). Son las componentes fundamentales del ecosistema en mosaico, que aquí se analizan en forma separada.

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En los ecosistemas productivos no orgánicos, con fuerte uso de tecnología, agroquímicos, especies transgénicas y simplificación ecológica, los principales riesgos para la salud (riesgo local y la mayoría de los casos riesgos exportados) se asocian al uso de plaguicidas, fertilizantes, otras sustancias químicas, especies alimentarias con propiedades indeseables, especies modificadas genéticamente (OGMs) y uso del fuego (quema de vegetación, quema de materiales combustibles para prevenir heladas). Muchas de estas sustancias, productos y conductas afectan a los propios trabajadores rurales, pero también ejercen su efecto a distancia. Sus principales vehículos son el viento, los propios alimentos y las aguas y suelos contaminados. El uso de plaguicidas representa un riesgo directo para la salud de quienes los utilizan o viven en las proximidades de áreas bajo fumigación terrestre o aérea. También contaminan los alimentos que llegan a los consumidores además del agua y el suelo. En 1973 la Organización Mundial de la Salud estimó que los casos anuales de envenenamiento oscilaban entre 250.000 y 1.435.000. Su uso persistente e indiscriminado, por otra parte, continúa introduciendo sustancias químicas tóxicas en las redes alimentarias, en las dietas y en los organismos humanos. Los metabolitos del DDT, por ejemplo, hidroxilan las hormonas esteroides y alteran el metabolismo endócrino de muchas especies vivas. Numerosos plaguicidas han demostrado tener efecto inmunosupresor, entre ellos organoclorados como Aldrin y Dieldrin (que en ratas reducen la resistencia a los ataques virales). Los pesticidas clordano y heptacloro también deprimen el sistema inmunológico y retardan la activación de macrófagos. En cuanto al lindano y BHC, afectan “in vitro” la actividad de los macrófagos. Entre los organofosforados y carbamatos, el malatión desrregula el sistema inmunológico. El paratión suprime la respuesta proliferativa de células-T y reduce la resistencia de animales a los ataques virales y bacterianos (Repetto y Baliga, 1996). En estudios epidemiológicos sobre población rural expuesta a plaguicidas se halló mayor incidencia de enfermedad de Hodgkin, melanoma, mieloma múltiple y leucemia, entre otros (Blair, 1992). La National Academy of Sciences de Estados Unidos efectuó una estimación de la oncogenia por plaguicidas en base a la extrapolación del riesgo lineal derivado, a su vez, de datos sobre animales y exposición a los máximos tolerables de residuos en ese país para 28 plaguicidas. Esta extrapolación, que se aplicó a una población de 550 millones de personas con exposiciones altas a medias, sugiere que los países en desarrollo podrían tener cada año 37.000 nuevos casos de cáncer (WHO, 1990). Los pesticidas se han transformado, por otra parte, en importante factor de reducción de la diversidad biológica. Un producto tóxico, pese a todos los recaudos supuestamente adoptados por fabricantes y usuarios, destruye, además de parte de las especies plaga, importantes segmentos poblacionales de especies necesarias para el normal funcionamiento de los ecosistemas. Como ya se indicó antes, existen estimativamente en la Tierra de 30 a 100 millones de especies vivas, de las cuales se ha clasificado mucho menos del 2-6%. Según Myers alrededor de 1/5 parte corre riesgo de desaparecer antes de fin de siglo. Tanto la expansión de las fronteras urbanas y agropecuarias como la caza y tráfico de especies, más el uso indiscriminado de plaguicidas, son los principales responsables. En la lista PIC del Código de Conducta sobre Uso y Distribución de Plaguicidas de la FAO (Categoría 1ª+, productos prohibidos o severamente restringidos por razones de salud o ambientales en 5 o más países) figuran: aldrin, dieldrin, DDT, dinoseb, fluoracetamida, HCH (mezcla de isómeros), 2,4,5-T, clordano, clordimeform, cyhexatin, EDB, heptacloro, hexaclorobenceno, compuestos de mercurio y paratión (Rap-Al, 1993). Otra consecuencia negativa del uso de pesticidas es la aparición de especies resistentes. En 1950 había registradas 30 especies resistentes. En 1988 la cantidad de especies resistentes trepó a más de 500. Como muchas de estas especies son vectoras de enfermedades, su crecimiento poblacional suele producir una mayor morbilidad (PNUMA, 1992). Dicho fenómeno aumenta la concentración de uso de plaguicidas tradicionales, pues se necesitan concentraciones cada vez mayores, pero también se genera una nueva demanda que es satisfecha, usualmente, con biocidas innovadores muchas veces poco probados. En 1984 y para un total de 3.350 plaguicidas solo había datos completos sobre su toxicidad para el 10% del total, datos parciales para el 15% y para el 75% restante no se disponía de datos (PNUMA, 1992). Al mes de mayo de 1995 estaban prohibidos, restringidos o suspendidos en Argentina los siguientes plaguicidas: aldicarb (Sanidad vegetal: Restringido, Decreto 2.121/90); aldrin (Sanidad animal: prohibición de uso en bovinos y porcinos, Decreto 2.143/68; Sanidad vegetal: Prohibición total, Decreto 2.121/90); aminotriazol (Sanidad vegetal: Prohibido en tabaco, Disposición 80/71); arsénico (Sanidad vegetal: Prohibición total, Decreto 2.121/90); arseniato de plomo (Sanidad vegetal: Prohibición total, Decreto 2.121/90); azinfós etil (Sanidad vegetal: Prohibido su uso en cultivos hortícolas y frutales, Resolución 10/91); azinfós metil (Sanidad vegetal: Prohibido su uso en cultivos hortícolas y frutales, Resolución 10/91); bicloruro de mercurio (Sanidad vegetal: Prohibido en tabaco, Disposición 80/71);

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canfeclor (Sanidad animal: Prohibición de uso en bovinos y porcinos, Decreto 2.143/68; Prohibido como gorgojicida, Disposición 47/72; Prohibido en la totalidad del ciclo vegetativo de cereales y oleaginosas, Disposición 79/72); captafol (Sanidad vegetal: Prohibición total, Decreto 2.121/90); carbofuran (Sanidad vegetal: Prohibido su uso en peral y manzano, Resolución 10/91); clordano (Sanidad animal: Prohibición total, Decreto 2.143/68, Ley 18.073/69, Decreto 2.678/69; Sanidad vegetal: Prohibido en tabaco, Disposición 46/72; Prohibido como gorgojicida, Disposición 46/72; Prohibido en praderas u otros cultivos forrajeros, Ley 18.073/69, Decreto 2.678/69; Prohibido en la totalidad del ciclo vegetativo de cereales y oleaginosas, Disposición 79/72; Uso permitido como hormiguicida y para tratamiento de suelo); clorobencilato (Sanidad vegetal: Prohibición total, Decreto 2.121/90; cyhexatin (Suspensión temporaria por Decreto 2.121/90; se deja sin efecto la suspensión por Resolución 190/92); DDT (Sanidad animal: prohibido su uso en bovinos y porcinos, Decreto 2.143/68; Sanidad vegetal: prohibición total, Decreto 2.121/90); daminozide (Importación, comercialización y uso suspendidos, Decreto 2.121/90; importación, venta y uso controlado para producción de crisantemos, Resolución 175/91); dinocap (Importación, comercialización y uso suspendidos, Decreto 2.121/90); disulfotón (Sanidad vegetal: Prohibido su uso en manzano y duraznero, Resolución 10/91); dieldrin (Sanidad animal y vegetal: Prohibición total, Ley 22.289/80); dibromuro de etileno (Prohibición total, Decreto 2.121/90); etión (Sanidad vegetal: Prohibido su uso en peral y manzano, Resolución 10/91); endrin (Sanidad animal: Prohibición de uso en bovinos y porcinos, Decreto 2.143/68; Sanidad vegetal: Prohibición total, Decreto 2.121/90); fenil acetato de mercurio (Sanidad vegetal: Prohibido en tabaco, Disposición 80/71); HCB (Sanidad animal: Prohibición de uso en bovinos y porcinos, Decreto 2.143/68; Sanidad vegetal: Prohibición de uso como gorgojicida, Disposición 47/72; Prohibición de uso para tratamiento de semillas, Resolución 10/91); heptacloro (Sanidad animal: Prohibición total, Decreto 647/68, Ley 18.073/69, Decreto 2.678/69); Sanidad vegetal: Uso restringido: Prohibido como tucuricida, Decreto 647/68; Prohibido en tabaco, Disposición 80/71; Prohibido como gorgojicida, Disposición 47/72; Prohibido en praderas u otros cultivos forrajeros, Ley 18.073/69, Decreto 2.678/69; Prohibido en la totalidad del ciclo vegetativo de cereales y oleaginosas, Disposición 71/72; Prohibida la comercialización y uso de formulación líquida, Decreto 2.121/90; Prohibida la comercialización y uso de formulación sólida, polvo mojable y floable, Resolución 10/91; Prohibida su comercialización y uso para suelos destinados a cultivos cuyos órganos subterráneos sean comestibles, Decreto 2.121/90; Prohibida la comercialización y uso de formulación en polvo para espolvoreo, Resolución 1.030/92; todos los usos cancelados por Resolución del IASCAV 27/93); HCH (Sanidad animal: Prohibición total, Ley 22.289/80. Salud pública: uso permitido, Ley 22.289/80); lindano (Sanidad animal: Prohibido su uso en bovinos y porcinos, Decreto 2.143/68; Sanidad vegetal: Prohibido en tabaco, Disposición 80/71; Prohibido como gorgojicida, Disposición 47/72; uso permitido como tucuricida en campos naturales, como hormiguicida y como tratamiento de suelos y semillas); monocrotofós (Sanidad vegetal: Prohibido su uso en cultivos hortícolas y frutales, Resolución 10/91); metoxicloro (Sanidad animal: Prohibido su uso en bovinos y porcinos, Decreto 2.143/68; Sanidad vegetal: Prohibido como gorgojicida, Disposición 41/72; Prohibido en la totalidad del ciclo vegetativo de cereales y oleaginosas, Disposición 79/72); paratión etil (Prohibición total, Resolución 606/93); paratión metil (Prohibición total, Resolución 606/93); sulfato de estricnina (Sanidad vegetal: Prohibición total, Decreto 2.121/90) y 2,4,5-T (Prohibición total, Decreto 2.121/90) (Montenegro, 1999b). El uso de fertilizantes también contamina el suelo y las aguas, y a través de ellos el agua de bebida y quienes la consumen. Los abonos nitrogenados suelen ser ingeridos en el agua como nitratos, pero el metabolismo de los bebés puede transformarlos en nitritos. Su exceso produce metahemoglobinemia (“bebés azules”). Se ha observado, por otra parte, que niños expuestos a altas concentración de nitratos muestran una menor resistencia a infecciones bacterianas, en especial gastroenteritis (Tamburlini, 2002). Otro productos inadecuadamente valorados en sus efectos sobre la salud y el ambiente son los “nuevos” alimentos y los organismos modificados genéticamente (OGM). La soja no transgénica es un típico ejemplo de nuevo alimento que se incorporó a la canasta familiar de Argentina sin estudios previos ni recaudos. La soja convencional contiene ácido fítico, un bloqueador de la absorción intestinal de nutrientes como calcio, hierro, magnesio y zinc (Solomon, 1987; Sandstrom y otros, 1989), posee inhibidores de la tripsina (Rackis, 1985; Harwood y otros, 1986), tiene isoflavonas, fitoestrógenos que inhiben la enzima peroxidasa tiroidea, POT, en glándula tiroides (Van Wyc y otros, 1959; Chorazy y otros, 1995; Jobbar y otros, 1997; Divi y otros, 1997), y concentra, además, manganeso y aluminio (Iniciativa Popular, 2002). La soja transgénica o soja RR, por su parte, contendría mayor cantidad de isoflavonas y de inhibidores de la tripsina, un antinutriente y alérgeno. También se sospecha que los genes virales incorporados a la soja RR y luego ingeridos por seres humanos podrían pasar a las células vivas (Iniciativa Popular, 2002). En cuanto al glifosato utilizado como herbicida en las plantaciones de

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soja contiene, además de su principio activo, que inhibe enzima EPSPS, numerosos ingredientes inertes con variada toxicidad como sulfato de amonio, benzisotiazolona, isobutano, metil pirrolidinona, ácido pelargónico, dióxido de potasio, ácido sórbico e isopropilamina (Kaczewer, 2002). Ambientalmente la soja RR y otras especies transgénicas introducen genomas que no son el resultado de procesos evolutivos y selección, sino pruebas a gran escala que pueden alterar los genomas de especies nativas. Esto es particularmente grave para especies nativas productoras de alimentos e incluso para los ecosistemas naturales que ya soportan una fuerte reducción de su biodiversidad original. En los ecosistemas urbanos los complicados sistemas de transformación de materias primas, de conversión de la energía y de consumo y descarte de productos generan una extensa y creciente lista de riesgos para la salud. Algunos de estos fenómenos son masivos o de radio largo, como la contaminación del aire, profundos como la contaminación de acuíferos subterráneos, y longitudinales como la contaminación de ríos. Otros, la mayoría, son de radio corto y localizados. Comprenden, sobre todo, las fuentes fijas de contaminación (industriales, comerciales, domiciliarias y de otro tipo), que además del impacto local también contribuyen a contaminar masivamente el aire o las aguas. En este trabajo solo mencionaremos a modo de ejemplo cuatro áreas de problema: contaminación del aire, descarga de sustancias químicas, contaminación por materiales radiactivos, efectos de los rayos X y contaminación por campos magnéticos (ELF). En las ciudades los procesos de conversión de energía a gran escala, particularmente intensos en el transporte y las centrales eléctricas, descargan numerosos residuos a la atmósfera urbana, entre ellos partículas en suspensión, que pueden contener metales pesados y otras sustancias, óxidos de nitrógeno, óxidos de azufre, óxidos de carbono y aldehídos. En Argentina la mayor parte de los fenómenos de contaminación urbana son alimentados por las emisiones de vehículos gasoleros, nafteros y a gas natural comprimido (GNC). Un estudio que realizamos en la ciudad de Córdoba halló que las descargas diarias de contaminantes por vehículos fueron, en promedio, de 198,9 toneladas por día en 1973 y de 287 toneladas por día en 1983 (Montenegro, 1995). La atmósfera actúa como un gigantesco laboratorio donde las sustancias químicas interactúan entre sí y con la radiación ultravioleta procedente del Sol. Entre los factores que agudizan la contaminación del aire figuran: primero, inversiones térmicas de superficie cuyos tapones de aire caliente reducen la migración vertical de contaminantes. Estas inversiones pueden ser producidas por anticiclones estancados o por pérdida de calor a nivel de la superficie. Segundo, la localización de la ciudad. Asentamientos de llanura tienen mejor ventilación que ciudades ubicadas en fondos de valle. Tercero una topografía edilicia que actúa a modo de esponja rígida, con gran densidad de edificios altos y corredores donde quedan atrapados transitoriamente los contaminantes. Cuarto, la falta de vientos (calmas). Quinto, la congestión urbana, que aumenta el tiempo de funcionamiento de vehículos por unidad de espacio recorrido. Sexto, el crecimiento del parque automotor y la ineficiencia del sistema de transporte público, y séptimo, la proximidad de otras localidades contaminadoras (Montenegro, 1995). Estos contaminantes primarios pueden interactuar entre sí y generar, en presencia de radiación solar, contaminantes secundarios. La combinación entre óxidos de nitrógeno e hidrocarburos, dos contaminantes primarios, puede generar nitrato de peroxiacetilo (PAN) y ozono. El PAN bloquea la reacción de Hill en las plantas verdes produciendo su deterioro y muerte (Odum, 1972). Recordemos que tanto los contaminantes primarios como secundarios afectan la salud, sobre todo en niños y personas adultas con afecciones cardíacas y respiratorias. El ozono puede producir daños en el ADN y ARN de células pulmonares de rata (García Fernández, 1975), y el dióxido de nitrógeno tiene efecto inmunosupresor (cf. French, 1990). Se estima que puede aumentar la susceptibilidad a enfermedades virales. En 1990 la concentración media de dióxido de nitrógeno en la atmósfera era de 310 ppmm, esto es, un 8% superior a su valor preindustrial estimado en 285 ppmm. Dado que la concentración de óxido nitroso está aumentando a razón de 0,2-0,3% por año (PNUMA, 1992), puede esperarse un incremento de los fenómenos de inmunosupresión (cf. French, 1990). El proyecto Simuvima/Aire del PNUMA consideraba, en 1992, que había en todo el mundo unas 900 millones de personas expuestas a niveles peligrosos de dióxido de azufre, y más de 1.000 millones expuestas a valores altos de partículas (PNUMA, 1992). Es importante destacar que si se relaciona el número de sustancias químicas (s) por la cantidad por sustancia química (c/s) se obtiene una hipérbola equilátera donde los contaminantes más frecuentes son del tipo óxidos de nitrógeno y óxidos de carbono, seguidos por contaminantes presentes en cantidades sucesivamente menores (por ejemplo fibrillas de amianto de los sistemas de frenos). El pulmón inhala volúmenes de aire que contienen en realidad muestras complejas de contaminantes, por lo cual su acción es variable y muchas veces difícil de predecir. Cabe señalar que el IARC incluye los residuos de la combustión de motores Diesel en el grupo 2A, cancerígenos humanos probables (Stellman y Stellman, 1996).

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Las ciudades son los sitios donde más se concentra la producción, transformación, generación y consumo de sustancias químicas, sólidas, líquidas y gaseosas. Desde principios de siglo hasta 1992 los laboratorios sintetizaron alrededor de 10 millones de compuestos químicos diferentes en todo el mundo. Aproximadamente un 1% de ese total, 100.000 compuestos, se produce comercialmente. En el inventario europeo de sustancias químicas comerciales (EINECS) se enumeran 110.000 productos, y cada año se desarrollan de 1.000 a 2.000 sustancias nuevas (PNUMA, 1992). Las actividades humanas utiliza y transforma parte de esas sustancias, lo que genera cada año, en todo el mundo, más de 338 millones de desechos peligrosos (OECD, 1991). Lamentablemente la mayor parte de esos productos y procesos no ha sido sometido a evaluaciones de impacto ambiental y sanitario (EIA), ni se emplean con los mismos criterios y restricciones en distintos países. En 1992 el PNUMA consideraba que no se disponía de datos toxicológicos para el 62% de drogas usadas en medicamentos (1.315 sustancias), el 80% de los aditivos alimentarios (8.627 sustancias), el 85% de los productos cosméticos (3.410 sustancias) y el 90% de productos químicos varios (en total 48.523 sustancias) (PNUMA, 1992). De allí que la sociedad actúe en la práctica como un universo donde las compañías prueban sus productos. En 1992 la OCDE anunció que investigaría 1.500 sustancias químicas producidas en cantidades superiores a las 1.000 toneladas anuales cada una. Pese a constituir el 95% de las sustancias que se utilizan en el mundo, el conocimiento que existe acerca de ellas es prácticamente nulo. El proyecto de la OECD incluye una primera lista de 147 componentes producidos en cantidades superiores a las 10.000 toneladas anuales cada uno (Crump, 1991; UNEP, 1992). Entre los casos más recientes de productos usados previamente sin controles figuran los bifenilos policlorados o PCBs, aceites dieléctricos y refrigerantes empleados en transformadores, y el amianto empleado en sistemas constructivos y otros usos. Los bifenilos policlorados son productos extremadamente peligrosos cuyo uso ha sido prohibido en numerosos países. En Argentina la ley establece que deben quedar erradicados para el año 2010 .Los bifenilos policlorados integran un grupo de 209 compuestos químicos. Estas variantes químicas se denominan “congéneres”. Son productos orgánicos persistentes (POPs) que responden a los nombres difenilos policlorados (DPC), bifenilos policlorados (BPC o su sigla en inglés PCB) y bifenilos policlorados coplanares. Del total de congéneres solo un grupo de 12 (no-orto o mono-orto) exhiben actividad biológica similar a la de PCDDs (policloro dibenzodioxinas) y PCDFs (policloro dibenzofuranos). Sus moléculas (fenilos) están compuestas por dos anillos bencénicos. La presencia de átomos de cloro en lugar de hidrógeno le confiere su particular resistencia al fuego. Comprende moléculas que contienen de 1 a 10 átomos de cloro, y que se denominan, respectivamente, monoclorobifenilos, diclorobifenilos, triclorobifenilos, tetraclorobifenilos, pentaclorobifenilos, hexaclorobifenilos, heptacolorobifenilos, octaclorobifenilos, nonaclorobifenilos y decaclorobifenilos. Cuando tienen 2 o más átomos de cloro por molécula se los denomina genéricamente polifenilos. Su efecto retardador de la ignición y su escaso poder reactivo hicieron que se los usase a gran escala en numerosas aplicaciones. Originalmente se los empleó como aislantes eléctricos en transformadores, capacitores y otros equipos eléctricos. También fueron utilizados en aceites lubricantes para perforaciones industriales, motores eléctricos de heladeras, en aire acondicionado, máquinas de escribir y muchos otros usos. Esto explica la cantidad de marcas con que se produjo desde 1930. Los principales países fabricantes fueron Estados Unidos, Japón, Francia, Italia, Gran Bretaña, la ex Unión Soviética, la Federación Rusa, la ex Alemania Federal, Checoeslovaquia y Estados Unidos (UNEP, 1999; Godwin, 1998; Neumeier, 1998). Al generalizarse el uso de los PCBs se multiplicaron las fuentes que podían liberarlo al ambiente. Una de esas fuentes son los transformadores eléctricos. En Córdoba uno de los primeros casos públicos de contaminación con PCBs y que motivó la participación de FUNAM fue la explosión, en 1993, de un transformador en la Usina Termoeléctrica Arturo Zanichelli (Diario La Voz del Interior, 1993; Montenegro, 1993; Tosco, 1993; Torres Crespo, 1993). Entre las características más notables de los PCBs es su alta persistencia. Según Bason y Colborn del total de PCBs producido en todo el mundo entre un 30 y un 70% permanece activo en el ambiente. Esta persistencia es agravada por la propiedad que tienen los PCBs de ser liposolubles. Dado que se almacenan en tejido graso, como el DDT, DDD y DDE, las cadenas alimentarias pueden actuar como sistemas de bioacumulación. Según Nicholson y Landrigan (1994) los peces que viven en aguas contaminadas con PCBs llegan a tener concentraciones 100.000 veces más altas que los testigos de aguas sin contaminar. Cuando los PCBs son sometidos a calentamiento o quema pueden generar otros compuestos clorados, en muchos casos incluso más peligrosos que el propio PCB. Entre esos subproductos figuran dibenzofuranos y dibenzodioxinas e inclusive fosgeno (Lester, 1999; Greenpeace, 1999; Office of the Chief Electrical Inspector, 2000; Paddock, 1989). La exposición prenatal a PCBs

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puede causar alteraciones en el desarrollo nervioso del feto (cf. Grandjean y White, 2002). El IARC lo incluye en sus listados dentro del grupo 2A, cancerígeno humano probable. Las dioxinas o dibenzodioxinas son compuestos clorados que se forman durante la quema de sustancias cloradas y que se introducen en ciertos productos durante los procesos de fabricación. Olie y otros (1977) fueron los primeros en descubrir que los incineradores liberaban dioxinas. Hagenmaier y sus colaboradores (1987) compararon la producción de 2,3,7,8-TCDD, Tetra TCDD, Penta CDD, Hexa CDD, Hepta CDD y Octo CDD en incineradores municipales y de residuos hospitalarios. Mientras que su contenido variaba de 6,9 a 80,3 ng/g en cenizas volátiles de incineradores municipales, ascendía a un total de 1.155 a 1.737 ng/g en las de incineradores hospitalarios que quemaban policloruro de vinilo. Actualmente se asume que la mayoría de los incineradores liberan dioxinas y furanos (Connett, 1996). En 1998 el intendente de la ciudad de Lille en Francia, Pierre Mauroy, clausuró los incineradores de Halluin, Sequerdin y Wasquehal tras comprobarse que la leche producida en granjas cercanas contenía hasta 15 picogramos de dioxinas por gramo de grasa (AFP, 1998). Las dioxinas también formaban parte del agente naranja, un herbicida y desfoliante con 2,4-D y 2,4,5-T utilizado por los Estados Unidos para destruír los bosques lluviosos de Viet-Nam. Entre 1962 y 1970 Estados Unidos roció el 10% de ese país (Odum, 1972). Investigadores italianos estudiaron los efectos de la descarga de 2 kilogramos de dioxinas en Seveso (Italia). Esta sustancia fue diseminada accidentalmente el 10 de julio de 1976 cuando se descontroló parte del proceso de fabricación del 2,4,5 triclorofenol en la fábrica ICMESA. Hallaron un aumento en la incidencia de ciertos tipos de tumores en las zonas conocidas como de Contaminación B y R. Hasta 1986 se registró un aumento de la incidencia del mieloma múltiple entre los habitantes de la zona B, además de cáncer de tracto hepatobiliar y de los tejidos hematopoyéticos. Se incrementaron asimismo los casos de sarcomas de tejidos blandos en la zona B (Bertazzi y otros, 1993 ; Bertazzi y Doménico, 1994). La dioxina TCDD es considerada actualmente por el IARC como un cancerígeno humano cierto, grupo 1. Recientemente descubrimos que los transformadores de EPEC en Córdoba también contienen otro residuo peligroso, los cartuchos con gel de sílice azul. Su coloración se debe a la presencia de cloruro de cobalto. Para el IARC el cloruro de cobalto es un cancerígeno posible (2B). También advertimos que el gel de sílice azul de los transformadores podría contener PCBs y dioxinas (Montenegro, 2002). Otras actividades que generan riesgos para la salud humana son las centrales nucleares, donde la fisión de este material genera, además de calor y electricidad, cientos de radioisótopos residuales, muy peligrosos. Las sustancias radiactivas son materiales inestables que al perder una fracción de energía (ya sea como rayos Gamma o partículas Alfa o Beta) se transforman en otra sustancia. Esta nueva forma puede ser radiactiva, o si la serie termina en ese punto, un material estable. Cada radioisótopo tiene una vida media propia, y un cierto modelo de emisión de rayos y partículas. Tanto los materiales radiactivos naturales, como los que viene generando el hombre desde 1945, generan al transmutar rayos Gamma, partículas Alfa y partículas Beta. Los materiales radiactivos naturales se hallan a distintas concentraciones en depósitos subterráneos, depósitos atmosféricos, en las masas de agua y sus sedimentos, y en los organismos y restos inertes. Las actividades humanas suelen aumentar la concentración de algunos materiales radiactivos naturales como el uranio (uranio 238, uranio 235) y favorecer la acumulación de radioisótopos residuales como radio 226 y radón 222. Tanto los radioisótopos distribuidos en suelo, agua y aire como los contenidos en organismos humanos son responsables de una dosis efectiva anual de aproximadamente 2,4 mSv/individuo (UNEP, 1991). El efecto cancerígeno de los materiales radiactivos se debe a la propiedad ionizante de las partículas Alfa y Beta y de los rayos Gamma, y posiblemente, al de las partículas de la radiación exótica. Los materiales radiactivos naturales son el tritio 3 (H), carbono 14 (C), potasio 40 (K), rubidio 87 (Rb), indio 115 (In), telurio 123 (Te), telurio 125 (Te), lantano 138 (Ln), neodimio 144 (Nd), samario 147 (Sm), gadolinio 152 (Gn), hafnio 174 (Hf), renio 187 (Re), platino 190 (Pt), torio 232 (Th), uranio 235 y 238 (U), más toda la secuencia de radioisótopos derivados del torio 232 (familia del torio), del uranio 235 (familia del Actinio) y del uranio 238 (familia del uranio). Cabe agregar además otros radioisótopos presentes en trazas, berilio 7 (Be), berilio 10 (Be), silicio 12 (Si), sodio 22 (Na), aluminio 26 (Al), cloro 36 (Cl), azufre 35 (S), arsénico 37 (As), fósforo 33 (P) y fósforo 32 (P) que junto con el tritio 3 y el carbono 14 son mayoritariamente generados por acción de los rayos cósmicos (cf. Rodrigues Pasqués, 1978; Cervi, 1973). Entre los radioisótopos naturales más frecuentes del organismo humano figuran el carbono14, un emisor

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Beta (0,1 MeV) con una vida media de 5.568 años, y el potasio 40, un emisor Beta (1,3 MeV) y Gamma (1,4 MeV), que tiene una vida media de 1.260 millones de años. También se encuentran tritio 3, un emisor Beta (0,01 MeV) con una vida media de 12,3 años, y derivados del decaimiento del torio 232 y uranio 238 (radón 222, plomo 210, polonio 210 etc.). Los materiales radiactivos naturales ubicados fuera de los organismos (radiación externa) son responsables de una dosis efectiva anual media de 0,46 mSv, y los acumulados dentro de los organismos humanos (fuentes internas) de una dosis efectiva anual media de 1,6 mSv (UNEP, 1991). El problema de la radiación natural es mayor en zonas donde la concentración natural de materiales radiactivos es alta. La dosis efectiva anual en un cerro situado en las cercanías de Poco de Caldas en Brasil es de 250 mSv. En las playas de Guaraparí, también en Brasil, existen zonas donde la dosis es de 175 mSv, mientras que en las calles de esas ciudad varía entre 8 y 15 mSv. Situaciones similares se registran en Kerala, India, donde se encuentran arenas monacíticas con alta concentración de materiales radiactivos. En Ramsar, Irán, donde existen manantiales ricos en radio, la dosis efectiva anual asciende a 400 mSv (UNEP, 1981). En la Argentina existen zonas con arenas monacíticas en el rio Ctalamochita, Córdoba. Estas arenas fueron calificadas como moderadamente radiactivas por Cervi (1973). La concentración antrópica de materiales radiactivos naturales ha creado nuevas e importantes fuentes de radioisótopos y radiación. Este fenómeno se registra en minas de uranio, plantas de fabricación de dióxido de uranio y establecimientos relacionados (Montenegro 1994a, 1994b, 1989). Plantas como la CFC localizada en Córdoba, operada por CNEA, enterró a escasa profundidad 3.700 m3 de residuos mineros con radioisótopos de la serie del uranio y 7.600 m3 de material de cobertura. También consolidó una "pila" superficial con 24.600 m3 de volúmen. Se estima, con criterio conservador, que estas "colas" de tratamiento tienen un contenido de 250 ppm de uranio residual (Montenegro, 1997a). Esta misma planta ha estado descargando rutinariamente al aire y a las cloacas uranio y otros radioisótopos. Conforme al trabajo elaborado por Montenegro con datos suministrados por la propia CNEA, esa planta descargó al aire 1,02 kilogramo de uranio durante 8 meses del año 1983, 0,53 kilogramos de uranio en el año 1984 y 0,55 kilogramos de uranio en el año 1985. Entretanto, la descarga hacia la colectora cloacal fue de 106,36 kilogramos de uranio durante 8 meses del año 1983, de 98,64 kilogramos de uranio en 1984 y de 110,13 kilogramos de uranio en 1985 (Montenegro, 1997a). Estas actividades someten a la población a distintas dosis de los siguientes radioisótopos: uranio 238 (emisor Alfa con una vida media de 4.510 millones de años); torio 234 (emisor Beta y Gamma con una vida media de 24,1 días); protactinio 234 (emisor Beta y Gamma con una vida media de 1,17 minutos); uranio 234 (emisor Alfa con una vida media de 247.000 años); torio 230 (emisor Alfa con una vida media de 75.400 años); radio 226 (emisor Alfa y Gamma con una vida media de 1.602 años); radón 222 (emisor alfa con una vida media de 3,85 días); polonio 218 (emisor Alfa con una vida media de 3,11 minutos); plomo 214 (emisor Beta y Gamma con una vida media de 26,8 minutos); bismuto 214 (emisor Beta y Gamma con una vida media de 19,9 minutos); polonio 214 (emisor Alfa con una vida media de 0,00016 segundos); plomo 210 (emisor Beta y Gamma con una vida media de 22,3 años); bismuto 210 (emisor Beta con una vida media de 5,01 días), y polonio 210 (un emisor Alfa con una vida media de 138,4 días). Antes de analizar los materiales radiactivos generados por las actividades humanas describamos brevemente la naturaleza de los rayos y partículas que emiten. Partículas Alfa. Están formadas por dos protones y dos neutrones. Un miligramo de uranio 238 contiene aproximadamente 2,5 millones de millones de millones de átomos. Cada segundo un universo al azar de 12 átomos de uranio 238 decae y se transforma en torio 234 liberando 12 partículas Alfa. Estas partículas tienen un menor potencial de penetración y un alto contenido de energía. Los valores corrientes de energías de las partículas Alfa varían de 3 a 8 MeV (Rodriguez Pasqués, 1978). Esto las transforma en partículas ionizantes particularmente peligrosas cuando se hallan en el interior de los organismos vivos, donde la energía puede descargarse sobre tejidos vivientes poco protegidos (por ejemplo mucosas). Allí pueden actuar directamente sobre "material sensible" (daño citosomático; daño citogenético) o bien pueden incentivar la formación masiva de radicales libres, que a su vez pueden provocar efectos deletéreos en el soma celular y en el ADN. Un operador que trabaje en la "Recuperación final de producto", y que inhale un miligramo de uranio, puede "absorber" 12 partículas Alfa por segundo. Este fenómeno de microbombardeo se extenderá todo el tiempo que permanezca ese uranio en el organismo (Dropkin y Clark, 1992). Mientras que su descarga es menor en materiales radiactivos cuasi-estables como el uranio 238 (y en general los primeros pasos de su serie), suele ser masiva en los últimos. Cuando el polonio 214 decae y se transforma en plomo 210, el proceso demanda menos de 1 segundo. Un miligramo de polonio 214 descarga aproximadamente 3 millones de millones

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de millones de partículas Alfa en menos de un segundo. En zonas graníticas y en sitios dedicados al minerío de uranio los principales emisores Alfa son el uranio 238, el uranio 234, el torio 230, el radio 226, el radón 222, el polonio 218, el polonio 214 y el polonio 210. Estas partículas actúan externa e internamente (Dropkin y Clark, 1992; Montenegro, 1997). Entre los radioisótopos derivados de la fisión nuclear que emiten partículas Alfa se destaca el plutonio 239 (>5 MeV). La acción externa de las partículas Alfa deriva de exposición a un material próximo al cuerpo o depositado sobre el mismo. Aunque de menor significado que el impacto interno, los recientes estudios sobre espesor de la piel y poder de penetración Alfa confirman su existencia y significado epidemiológico. Hasta el estudio realizado por Judi Whitton en 1972, la ICRP (ICRP, 1959) consideraba que el espesor mínimo de la piel humana era de 77 micrones. La ICRP fundamentaba su decisión técnica en los resultados de una Conferencia realizada en Chalk River, Canadá, en septiembre de 1949 ("Permissible Dose Conference"). En esa oportunidad se citó como fuente un tratado de histología de 1942, que a su vez no indicaba la fuente de los valores allí anotados. Posteriores estudios de Whitton lograron identificar, como posibles referencias de este valor, dos estudios alemanes de 1876 y 1942 (Goldstick, 1992). Whitton condujo entonces un estudio para determinar el espesor "real" de la piel humana, y llegó a la conclusión que sus valores medios extremos eran de 44 micrones y 440 micrones. Es importante señalar que el valor de 44 micrones es "medio", y que incluye por lo tanto extremos mínimos inferiores a 44. Tras haber aplicado incorrectamente un mal dato durante 18 años, lo cual ha debido producir numerosas muertes innecesarias, el ICRP cambió su estándar en 1977. A partir de ese año consideró que el espesor promedio se reducía a 70 micrones, y que el espesor de la piel humana varía entre 50 y 100 micrones (ICRP, 1987). Dado el menor espesor promedio de la piel, particularmente crítico en zonas de glándulas exócrinas, las partículas Alfa deben ser consideradas como "de riesgo" y no como partículas "externamente inofensivas". En la piel humana de un adulto existen de 1,6 a 4,0 millones de poros sudoríparos con 60 a 80 micrones de diámetro (Sato, 1989). Cabe acotar que el diámetro de las partículas de oxido de uranio es de 1 micrón, y que las partículas Alfa tienen un diámetro mil veces más pequeño que el diámetro del poro (Goldstick, 1992). Estudios realizados sobre frecuencia de cáncer de piel en varios centenares de mineros del uranio en Checoeslovaquia durante un período de 8 años (1968-1975), mostraron que la incidencia de cáncer de piel, carcinoma de las células basales, era significativamente más alta que la esperada en aquellos mineros con 10 años de trabajo o más. Los casos de cáncer de piel, con una incidencia 10 veces superior a la esperada, se concentraron fundamentalmente en zonas con piel más delgada (Secova, 1975). La acción interna de las partículas Alfa se refiere al ingreso dentro del organismo, ya sea por vía respiratoria o por vía alimentaria, de radioisótopos Alfa emisores. Aunque en dicho ingreso pueden estar involucrados isótopos sólidos e incluso líquidos, el acceso es particularmente sencillo para isótopos gaseosos como el radón 222. Una vez instalado en pulmón por ejemplo, se gatilla la "cadena" de decaimientos. En primer lugar actúa el propio radón y luego sus "hijas" radiactivas, en particular el plomo 210 que tiene una vida media de 22,3 años. Las partículas Alfa pueden ionizar moléculas críticas o contribuir a la formación masiva de deletéreos radicales libres. Al termino de la secuencia queda instalado plomo 206 estable en el pulmón, un material de reconocido impacto toxicológico. Partículas Beta. Son electrones emitidos por los núcleos atómicos como consecuencia de cambios neutrón-protón. Su contenido de energía es alto: 1 a 3 MeV (Odum, 1972). Pueden penetrar 1 a 2 centímetros o más en tejidos vivos (UNEP, 1991), y son un importante factor de riesgo tanto externo como interno. El radioisótopo natural potasio 40 es un emisor Beta. Los principales emisores Beta que se encuentran en sitios dedicados al minerío de uranio y sus derivados incluyen protactinio 234, torio 234, plomo 214, plomo 210, bismuto 214 y bismuto 210 (Dropkin y Clark, 1992). Entre los emisores Beta procedentes de la fisión del uranio (ver más adelante) se encuentran iodo 131, itrio 90, cesio 137, bario 137, cerio 134, cerio 144, praseodimio 144, cerio 141, rutenio 106, rodio 106, rutenio 103, circonio 95, niobio 95, bario 140, lantano 140, neodimio 147, prometio 147, itrio 91, iodo 131 y uranio (Odum, 1972). Rayos Gamma. Son ondas electromagnéticas emitidas por núcleos atómicos inestables. Su poder de penetración es muy alto. Pueden atravesar completamente organismos de gran biomasa, láminas delgadas de metal y cemento e incluso masas de agua. Su contenido de energía es proporcionalmente más bajo, en promedio, que el correspondiente a partículas Alfa y Beta. En el uranio 238 la radiación Gamma tiene

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un contenido de energía "muy bajo", inferior a los 0,2 MeV. En el caso del potasio 40, un radioisótopo natural, el contenido de energía de la radiación Gamma, en cambio, es alto (>1 MeV) (Odum, 1972). En los sitios con formaciones graníticas y actividades dedicadas al minerío de uranio y sus derivados, los principales emisores de rayos Gamma son el uranio 235, torio 234, protactinio 234, radio 226, plomo 214, bismuto 214 y plomo 210. Entre los productos de la fisión del Uranio que emiten radiación Gamma (ver más adelante) figuran el iodo 131, cesio 137, bario 137, cesio 134, cerio 144, praseodimio 144, cerio 141, rodio 106, rutenio 103, circonio 95, niobio 95, bario 140, lantano 140, neodimio 147, prometio 147, itrio 91, y plutonio 239. Cabe acotar que este último material es además altamente tóxico. Grandes partículas o emisiones exóticas. Los materiales radiactivos naturales pueden sufrir desintegración espontánea y eliminar partículas de gran tamaño distintas de las conocidas Alfa y Beta. En 1985 E. Hourani y sus colegas de la Universidad de Paris comprobaron que el radio 226, uno de los radioisótopos presentes en las minas de uranio y plantas de producción de dióxido de Uranio, se desintegraba en forma espontánea emitiendo núcleos de carbono 14. También a comienzos de 1985 dos grupos de trabajo, Price y colegas en Berkeley, y Tretyakova y colegas en Dubna, observaron la emisión de neón 24 desde protactinio 231, torio 233 y torio 230. El grupo de Berkeley, que descubrió la desintegración del uranio 232 en neón 24, registró un núcleo de Neón 24 por cada 500.000 millones de partículas Alfa (Greiner y Sandulescu, 1990). En 1986 el mismo grupo de Price descubrió la emisión de magnesio 28 desde el uranio 234. El magnesio 28 tiene una vida media de 21 horas y es un emisor Beta-Gamma. Estas y otras investigaciones siguieron los modelos predictivos de Poenaru, Ivascu, Greiner y colaboradores, quienes desarrollaron una nutrida tabla de varias clases de radiactividad exótica para más de 800 clases de núcleos. Descubrieron que cualquier isótopo con más de 40 protones era capaz de desintegrarse a través de estas nuevas vías (Greiner y Sandulescu, 1990). Aunque la frecuencia de radiación exótica es menor que la frecuencia de emisión de partículas Alfa, una muestra de torio 230 emitirá un agregado de neón 24 con una frecuencia mil veces menor que una partícula Alfa, tales descargas son significativas y deben tenerse en cuenta al momento de medir el impacto radiológico y ambiental. El autor de este trabajo desconoce sin embargo cuál es el impacto de estos grandes fragmentos sobre los tejidos vivos externos (piel) e internos. Pero puede predecirse que son un factor adicional de presión oncogénica. Es importante destacar que biológicamente cualquier valor de radiactividad distinto de cero configura riesgo para los organismos vivos. No hay por lo tanto ningún valor de radiactividad, por pequeño que sea, que pueda ser considerado inofensivo. La asociación entre sustancias radiactivas y cáncer fue establecida a fines del siglo XIX: Hartiong y Hesse descubrieron el cáncer de pulmón en 1879; McNeal Y Willis el cáncer de piel en 1923; Loewy el cáncer de tejido hematopoyético en 1929 y Martland el cáncer de hueso en 1931 (Estévez, Sampaio Goes y Alvarez, 1978). El hecho de que existan en la naturaleza radioisótopos naturales de las series del uranio, del torio y del actinio; radioisótopos naturales de presencia frecuente en organismos vivos como potasio 40 (un emisor Beta-Gamma) y carbono 14 (un emisor Beta), y fuentes cósmicas de radiación, no significa que sus emisiones "sean inofensivas" o que actúen a un nivel de "no riesgo". Todas las partículas y rayos ionizantes, cualquiera sea su magnitud, están asociados a un valor de riesgo "n" distinto de cero. Tales impactos son de tres tipos principales: (a) Impacto genético directo por bajas y altas dosis; (b) Impacto genético indirecto por bajas y altas dosis y (c) Impactos físicos-químicos no genéticos por bajas y altas dosis. El impacto genético directo es producido por partículas Alfa y Beta, rayos Gamma, rayos X (ver más adelante) y posiblemente emisiones exóticas en bajas y altas dosis. Tales impactos pueden ser somáticos, en cuyo caso no se transmiten hereditariamente, o pueden afectar las células sexuales. Martin Gardner publicó en 1990 un trabajo epidemiológico donde señaló efectos "intergeneracionales" de la contaminación radiactiva en obreros de la British Nuclear Fuel Plant en Sellafield (Gran Bretaña). Si los padres trabajadores se exponían a sólo 10 mSv de radiación en los 6 meses anteriores a la concepción del niño, el riesgo de que ese niño desarrollara leucemia era 7 veces más alto que los registrados para población testigo. Este trabajo inició una controversia que todavía continúa (Dropkin y Clark, 1992).

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El impacto genético indirecto es producido por bajas y altas dosis de partículas Alfa y Beta, rayos Gamma, rayos X (ver más adelante) y posiblemente emisiones exóticas. En este caso la radiación ionizante produce impactos físico-químicos que generan "mediadores" químicos. Estos mediadores, que pueden tener una capacidad propia de desplazamiento e influencia, distinta del impacto ionizante original, pueden provocar alteraciones en la codificación de ADN nuclear, ADN mitocondrial y ARN. El efecto de las bajas dosis sobre las células fue demostrado por Abraham Petkau en 1972. Al aplicar una dosis "alta" de 26 rads por minuto de rayos X en una membrana celular experimental, necesitó una dosis total acumulada de 3.500 rads para que la membrana se rompiera. Sin embargo, aplicando una "baja" dosis de 0,001 rads por minuto desde una fuente de sal radiactiva disuelta en agua (NaCl con Na22), sólo requirió un total acumulado de 0,7 rads para destruír la membrana (Petkau,1971; Petkau, 1972). En los fluidos citoplásmicos de las células, donde se encuentra oxígeno disuelto, las partículas y rayos ionizantes contribuyen a formar radicales libres de oxígeno. Estos radicales poco estables son atraídos por las membranas celulares, donde desencadenan procesos químicos de oxidación que terminan con la ruptura y destrucción local o generalizada de esa membrana. La sensibilidad de las membranas celulares a las bajas dosis de radiación, sean éstas de origen natural o antrópico, ya había sido anticipada por Sternglass en 1974. Las contribuciones de Sternglass y Petkau fueron finalmente reconocidas por BEIR III, pero continúan siendo ignoradas por ICRP y UNSCEAR (Graeub, 1992). Los trabajos de Petkau, Stokke, Scott, Sanders y Little indican que una dosis total de 0,1-0,2 rads (0,001-0,002 Gy) de radiación natural, "fallout" o emisiones rutinarias de centrales nucleares es suficiente para producir daños detectables en las membranas celulares (Sternglass, 1981). Cabe consignar que la destrucción de estas membranas y de las células que ellas encierran puede tener distintos efectos sobre la salud humana, en especial cuando las células destruidas pertenecen al sistema inmunológico (Graeub, 1992). Los organismos vivos, que son complejos juegos de información genética (genoma) y organizaciones somático-ambientales (fenotipo, fenoma), tienen sus propios mecanismos hereditarios (la mayor parte de las 30.000.000 de especies vivas) y genéticos + aprendidos (primates complejos, en particular el ser humano) para protegerse "dentro de ciertos límites" de las partículas Alfa y Beta, de los rayos Gamma y de la radiación exótica (que en su conjunto denominamos radiación ionizante). La crisis ocurre cuando el impacto "i" producido por un evento radiactivo "d" es superior a la capacidad autoprotectiva "a" del organismo "s". Las fuentes primarias de residuos radiactivos son los reactores nucleares de todo tipo (incluidos los experimentales y de potencia). Estos proporcionan también material fisionable para la construcción de artefactos nucleares (uranio 235, plutonio 239); material fisionable para la fabricación de combustibles óxidos mixtos, MOX (para reactores reproductores), y también radioisótopos para uso en medicina, agricultura, investigación biológica, industria, seguridad y otras finalidades. Este universo incluye los productos directos de la fisión del uranio y los radioisótopos "inducidos" por éstos. Desde el año 1945 se han agregado a los ecosistemas de la Tierra varios cientos de radioisótopos "nuevos" resultado de las actividades de fisión de centros de producción de artefactos nucleares, ensayos nucleares, submarinos atómicos, centrales nucleares, accidentes en centrales de potencia y depósitos transitorios de residuos radiactivos. Entre los radioisótopos más frecuentes y de riesgo para el ser humano y los restantes organismos figuran: estroncio 90 (Sr, un emisor Beta con una vida media de 28 años); itrio 90 (un emisor Beta con una vida media de 2,5 días); estroncio 89 (Sr, un emisor Beta con una vida media de 53 días); cesio 137 (Cs, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 33 años); bario 137 (Ba, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 2,6 minutos); cesio 134 (Cs, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 2,3 años); cerio 134 (Ce, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 285 días); praseodimio 144 (Pr, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 17 minutos); cerio 144 (Ce, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 33 días); rutenio 106 (Ru, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 1 año); rodio 106 (Rh, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 30 segundos); rutenio 103 (Ru, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 40 días); circonio 95 (Zr, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 65 días); niobio 95 (Nb, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 35 días); bario140 (Ba, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 12,8 días); lantano 140 (Ln, un emisor

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Beta y Gamma con una vida media de 40 minutos); neodimio 147 (Nd, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 11,3 días); prometio 147 (Pm, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 2,6 años); itrio 91 (Y, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 61 días); iodo 131 (I, un emisor Beta y Gamma con una vida media de 8 días) y plutonio 239 (Pu, un emisor Alfa y Gamma con una vida media de 24.390 años) (Odum, 1972). Es importante destacar que estos materiales tienen distintas vías de ingreso, y que pueden ser bioacumulados por los organismos vivos. Esto acrecienta el riesgo de efectos deletéreos. El cesio 137 es químicamente mimético del potasio estable, por lo cual suele acumularse en músculo, y el estroncio 90 es químicamente mimético del calcio estable, por lo cual suele concentrarse mayoritariamente en hueso. Según Ophel (1963), tomando como base una concentración de estroncio 90 de "1" en agua de lago, los sedimentos lo concentraban 200 veces, las plantas acuáticas 300 veces, el tejido de almejas 300 veces, los huesos de visón 1.000 veces, los huesos de castor 1.400 veces y los huesos de perca 3.000. Es necesario señalar que las centrales nucleares descargan rutinariamente radioisótopos de la serie del Uranio al aire y al agua. Cotidianamente la Central Nuclear de Embalse, por ejemplo, vuelca al lago tritio 3, gadolinio 153, gadolinio 159, cesio 134, cesio 137, zirconio 95, niobio 95, rutenio 103, iodo 131, iodo 133, cerio 141, cerio 144, plata 110, manganeso 54, hierro 59, zinc 65 y cobalto 60 entre otros. Tales emisiones resultan de fallas ocurridas en el reactor Candu 6; las más frecuentes son "pinchaduras" en los intercambiadores de calor que rompen el aislamiento entre los tres circuitos de refrigeración. Esta misma central descarga además al aire, también rutinariamente, tritio 3, xenón 133, xenón 135, kriptón 85, kripton 88, niobio 95, zirconio 95, cobalto 60 etc. (Montenegro, 1995). Cifras conservadoras estiman que la dosis anual efectiva por efecto directo de las centrales nucleares de potencia es 0,0002 mSv (UNEP,1991). Lamentablemente esta estimación y los estándares construidos por ICRP, BEIR y UNSCEAR no toman en cuenta dos principios fundamentales: el de efecto de bajas dosis o efecto Petkau, y el de biocumulación diferencial (Montenegro, 1997). Entre los efectos poco evaluados de las instalaciones nucleares se encuentran los excesos de mutagénesis que provoca la radiación ionizante. Desde la Cátedra de Biología Evolutiva y FUNAM advertimos que las plantas de tratamiento de barros cloacales diseñadas por CNEA, que utilizan cápsulas de cobalto 60 o cesio 137 como fuente de rayos gamma, podrían generar bacterias y virus mutantes potencialmente patógenos (Montenegro, 1995). Pese a que este riesgo no se evaluó, la provincia de Tucumán aceptó la instalación de una planta PIBA. Otra fuente de radiación ionizante de origen antrópico son los aparatos de rayos X. Esta tecnología, de extrema utilidad, debe sin embargo ser manejada con prudencia para disminuir sus efectos indeseados. La relación entre rayos X y cáncer fue establecida a comienzos del siglo XX. Frieben en 1902, y Von Jagic, Schwartz y Von Siebenrock en 1911 descubrieron la relación entre rayos X y cáncer del tejido hematopoyético. Este tipo de radiación es producida por variantes del tubo de Coolidge. A diferencia de la radiación Gamma, que tiene su origen en el núcleo de materiales inestables, los rayos X se producen a nivel de los electrones de materiales excitados artificialmente. Cada año se producen 1.400 millones de exámenes con rayos X en todo el mundo. De ese total, 3/4 partes son efectuadas a 1/4 parte de la población de la Tierra en los países del Primer Mundo (UNEP, 1991). En 1982 los ciudadanos de los Estados Unidos se practicaron 312 millones de exámenes (Gofman y O’Connor, 1985). Es muy importante señalar que no existe umbral absoluto de seguridad en la aplicación de rayos X, y que su aplicación se realiza en base al equilibrio entre beneficios para la salud, posibilidad de que se produzcan mutaciones, y capacidad del organismo para reparar los errores genéticos que se pudieran producir. La preocupación sobre los efectos deletéreos surge de los siguientes hechos: (a) La generalización de su uso; (b) Inadecuado funcionamiento de algunos aparatos de rayos X. En los países del Tercer Mundo el 30-70% de sus equipos están desajustados o no funcionan bien; (c) Las fallas en los sistemas de protección de la población circundante, personal de salud y pacientes; (d) El uso desmedido y consumista de esta tecnología y (e) La falta de registros individuales obligatorios que permitan el seguimiento del "acumulado" personal de exámenes. En general no se utilizan las recomendaciones derivadas de los Estudios de Oxford que realizaron A. Stewart y G. Kneale sobre la exposición del útero y el cáncer infantil (1986). Tampoco se aplica demasiado la “Regla de los 10 días” de la ICRP para exámenes de la región abdominal y pelviana de mujeres que están en edad reproductiva. Esta regla indica que tales exámenes deben evitarse cuando no son necesarios, y que si la aplicación resulta indispensable, los mismos deben realizarse dentro de los 10 días contados a partir del primer día de la menstruación (Morgan, 1988).

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Gofman y O'Connor indican que si se toman en cuenta los distintos tipos de exámenes (rayos X comunes, fluoroscopías, angiografías etc.), los dispositivos de emisión, y la edad y sexo de los pacientes, el extremo de variación de riesgo entre situaciones es de 10.000 veces. Su libro "X-rays. Health effects of commons exams" incluye tablas de riesgo para exámenes comunes, fluoroscopía, angiografías comunes, mamografía, exámenes dentales y escaneo CAT (Gofman y O'Connor, 1985). Los operadores de este tipo de tecnología pueden seguir sus indicaciones y tablas para reducir los riesgos de cáncer en sus pacientes. Una radiación de tórax en niños recién nacidos (2 disparos) significa un riesgo de contraer cáncer a lo largo de toda su vida de 1 en 3.500 (varón) y de 1 en 1.800 (mujer). Una angiografía con 40 placas y 30 minutos de fluoroscopia implica un riesgo de 1 en 120 (varones) y de 1 en 80 (mujeres). Un examen buco-dental completo con 22 placas representa una riesgo de 1 en 650 (varón) y 1 en 1.750 (mujeres). Es importante señalar que los rayos X pueden producir un “inicialado” genético en los embriones y fetos de madres embarazadas, y que los niños que nacen, después de un período variable de latencia, pueden desarrollar leucemias demoradas (ver los trabajos de Alice Stewart y John Gofman). UNEP indica que la dosis efectiva anual media por exámenes con rayos X varía de 0,4 a 1 mSv por persona (1991). Los rayos X también tendrían otros efectos poco evaluados. Desde la Cátedra de Biología Evolutiva y FUNAM indicamos que los pacientes sometidos a aplicaciones de rayos X suelen contener poblaciones de virus y bacterias, patógenas y no patógenas, y que esa radiación podría provocar su mutagénesis. Al igual que en el caso de las plantas de irradiación de barros cloacales (PIBA), estos virus y bacterias mutantes podrían ser más peligrosos que sus predecesores no mutados. Otra fuente importante de contaminación no ionizante son los tendidos de media y alta tensión, y muchas instalaciones eléctricas. Las líneas de energía están caracterizadas por el voltaje y la corriente. El voltaje es la medida de la diferencia de potencial. En el sistema práctico la unidad de diferencia de potencial es el voltio (V). Entre dos puntos del campo eléctrico hay una diferencia de potencial de 1 voltio cuando al pasar 1 coulomb de uno al otro el trabajo eléctrico es de 1 joule (1 voltio = 1 joule/1 coulomb). La corriente es la medida de la razón a la cual fluyen las cargas eléctricas en una línea. La unidad de intensidad de la corriente es el ampere. Es la intensidad de una corriente eléctrica tal que en cada segundo pasa por cualquier sección del conductor una cantidad de electricidad de 1 coulomb (1 ampere = 1 coulomb/segundo). La cantidad de energía que transmite una línea es el producto del voltaje por la corriente. Una línea de alta tensión induce un campo eléctrico, determinado por la tensión, y un campo magnético, generado por su intensidad. Existen líneas de 200 a 400 kV en países europeos, y de hasta 765 kV en Estados Unidos y Canadá. Algunas ya alcanzan los 1.100 kV. Las líneas de 765 kV llevan corriente de hasta 2.000 amperes. Argentina adoptó sistemas intermedios de transmisión. A partir de estas líneas se derivan los circuitos primarios (5 a 35 kV en los Estados Unidos), y los circuitos secundarios que llevan la energía eléctrica a los usuarios finales (115-230 V). Los circuitos primarios llevan corrientes de hasta 900 amperes y los circuitos secundarios de hasta 30 amperes. Además de estas fuentes lineales también se encuentran las fuentes puntuales. Estas varían notablemente en dimensiones, desde las grandes estaciones de transformación hasta los pequeños aparatos eléctricos de una vivienda. Existen dos tipos de campos eléctricos y magnéticos, aquellos que viajan o se propagan a largas distancias desde su fuente (también llamados ondas electromagnéticas), y aquellos que están confinados a la inmediata vecindad de la fuente. La mayor parte de los campos tratados en este trabajo son del tipo “confinado”. Por ello es poco apropiado referirse a ellos como “radiación no ionizante”. En términos generales podemos distinguir campos electromagnéticos de fondo, resultado de fuentes varias, y el campo electromagnético de fuentes identificadas (líneas de alta tensión, transformadores, aparatos eléctricos). Estos campos son no ionizantes, es decir, no afectan los electrones orbitales de los átomos y por lo tanto no ionizan la materia. En este trabajo nos referimos, específicamente, a los campos de frecuencias extremadamente bajas (ELF, “Extremely Low Frequency”). El campo eléctrico se mide en voltios por metro (V/m). En cuanto al campo magnético, la unidad apropiada de medición es el ampere por metro (análoga al V/m del campo eléctrico). A menudo la fuerza del campo magnético queda indicada por el “flujo de densidad magnética”, que es la cantidad de líneas del campo que cruzan una unidad de superficie. La unidad más común para medir esta densidad de flujo magnético es el Gauss (G). También se utiliza el Tesla. Unidades menores son el miligauss (mG) y el microtesla (uT). Los campos magnéticos de 60 Hz son generalmente medidos en milésimos de gauss, o

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miligauss (mG), siendo 1 mG = 0,1 uT. El campo magnético de los cableados de pared son generalmente menores porque el campo creado en la línea “viva” es cancelado por el campo que crea la línea neutra. Esta cancelación es mayor cuando los conductores “vivo” y neutro están muy próximos, como sucede en los cables Romex. Por el contrario, si los conductores están separados varios centímetros, el cableado contribuye a un aumento significativo del campo magnético en edificios. Según estimaciones de Barnes, las fuentes de campos magnéticos para 60 Hz, en una vivienda, asumen los siguientes valores: aparatos eléctricos, 0.6 a 2,5 uT; cableado de la casa, 0,001 a 1 uT; corrientes subterráneas, hasta 0,5 uT, y líneas de distribución, 0,001 hasta 1 uT. Nosotros hemos encontrado valores mucho mayores, de hasta 14 uT (Barnes y otros, 1987). Los campos eléctricos pueden ser atenuados por árboles, cercos elevados, edificios y otras grandes estructuras. Los campos magnéticos, en cambio, solo son atenuados por estructuras que contienen gran cantidad de materiales ferrosos o mezclas especiales de metales. Viviendas, árboles y otros objetos no metálicos no actúan como pantallas protectoras para los campos magnéticos (Congress of the United States, 1989). La revisión de la bibliografía disponible es clara y contundente: no ha logrado demostrarse que los campos magnéticos producidos por líneas de alta y media tensión, antropógenos, sean inocuos. No se ha evaluado suficientemente, por otra parte, el sinergismo de esos campos electromagnéticos, antropógenos, con otros factores ambientales. Entre las posibilidades de acción sinérgica figuran: (a) Campos no ionizantes antropogénicos, y radiación ionizante antropogénica; (b) Campos no ionizantes naturales y radiación no ionizante antropogénica. Se han observado, por ejemplo, efectos biológicos cuando las componentes geomagnética estática y magnética alterna antropógena son perpendiculares entre sí, y (c) Campos electromagnéticos no ionizantes, antropogénicos, y sustancias químicas. Ejemplos de interacción de este tipo se registran en los procesos de promoción oncológica asociados a campos electromagnéticos de 50 y 60 Hz. La existencia de estándares de exposición, esto independientemente de la discusión sobre “magnitudes límite”, confirma institucionalmente la existencia de riesgos reales y potenciales para el ser humano. En Argentina la resolución 77/98 del Ministerio de Economía establece como límites máximos para campo magnético 25 uT y para campo eléctrico 3 kV/m. En Suiza la BUWAL, organismo oficial de ambiente, admite como límite máximo de campo magnético para áreas de trabajo y residenciales 1 uT. Otros países con normas más estrictas que las establecidas por la ICNIRP son Italia, Rusia y China. El Ministerio de Salud y Acción Social de la Argentina establece por ejemplo, para los campos electromagnéticos que generan líneas de 132 kV, franjas de protección de 35 metros a cada lado del eje de transmisión. El dictamen suscrito por Jorge Skvarka expresa textualmente, al referirse a líneas de 132 kV: “Como conclusión y contestando los puntos 1, 2 y 3 de los presentes actuados, este Departamento sugiere precaución en el trazado de estas líneas de alta tensión (AT), en un corredor (ROW) de por lo menos 35 metros por cada lado de la línea central. Los mismos no deberían pasar por localidades densamente pobladas y mucho menos por escuelas y centros de salud. Asimismo se recomienda continuar con los estudios de los posibles efectos biológicos serios a nivel laboratorio y epidemiológico. Por lo expuesto en toda esta documentación en el punto 1, fojas 1, no pueden demostrarse que los campos electromagnéticos sean inocuos” (Skvarca, 1996). Numerosos trabajos publicados a partir de la década de 1970 mostraron relación entre campos electromagnéticos y alteraciones biológicas. En 1973 Dietrich Beischer, del Naval Aerospace Research Laboratory, de los Estados Unidos, reportó que la exposición de individuos a campos magnéticos producidos artificialmente incrementa los triglicéridos en suero, sustancias relacionadas con enfermedades arteriales. James H. Mc Elhaney de la West Virginia University mostró que ciertos niveles de baja frecuencia pueden producir cánceres óseos en ratas, y Gordon Marsh de la Universidad de Iowa halló que incluso bajas dosis pueden interferir el modelo de desarrollo de gusanos planos. Becker y Marino determinaron en su laboratorio que ratas expuestas a campos de 60 Hz durante un mes exhibieron cambios hormonales y bioquímicos similares a los provocados por el stress. El estudio empleó un campo similar al generado, a nivel de suelo, por líneas de alta tensión. Los mismos autores, en otro experimento, sometieron 3 generaciones de ratas al mismo campo electromagnético y hallaron que la mortalidad de las crías se incrementaba y que había retardo en su crecimiento (Becker y Marino,

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1978). Otro efecto muy importante de los campos electromagnéticos de baja frecuencia es la promoción o co-promoción de tumores en ratas. Loscher y otros (1993) investigaron el efecto de campos magnéticos de 50/60 Hz como promotores o co-promotores de cánceres mamarios en ratas hembras. Los tumores fueron inducidos por la sustancia química 7,12-dimetil(a)antraceno (DMBA). Un grupo de 99 ratas fueron expuestas a un campo magnético homogéneo de 50 Hz, 100 uT durante 24 horas al día y 7 días a la semana por un período de 91 días. El lote testigo, de 99 ratas hembras, fue sometido a las mismas condiciones ambientales del grupo expuesto (pero sin campo magnético). Al termino de los 3 meses de experimento, la incidencia de tumores en el lote de 99 ratas expuestas fue un 50% superior al lote de las ratas no expuestas. La diferencia fue estadísticamente significativa. Los datos demostraron que una larga exposición de ratas tratadas con DMBA a un campo magnético alterno de bajo flujo de densidad promueve el crecimiento e incrementa la incidencia de los cánceres mamarios. Esto demuestra, con fuerza, que la exposición a campos magnéticos ejerce una acción promotora de los tumores o actúa como co-promotor (Loscher, 1993). Un trabajo anterior, de Beniashvili y otros (1991), ya había hallado que la exposición a campos electromagnéticos de baja frecuencia acrecienta la inducción de tumores de glándulas mamarias en ratas sometidas a nitrosometil urea. La incidencia de los tumores depende de la duración de la exposición a campos magnéticos estáticos (dc) y variables (ac). Los campos magnéticos variables inducen cáncer mamario mucho más frecuentemente que el campo magnético estático. Además del incremento en la incidencia de cáncer mamario, el campo electromagnético doméstico de baja frecuencia reduce el período medio de latencia del desarrollo tumoral y lleva a un predominio de tumores malignos en el lote expuesto. El trabajo de Loscher y colaboradores indica que “los campos electromagnéticos domésticos de baja frecuencia pueden (actuar) como un potencial agente oncogénico en ratas y humanos”. H. L. Solbeizon indica que en la ex-Unión Soviética los operarios expuestos a campos eléctricos en estaciones transformadoras se quejaban de nerviosismo, desórdenes del sueño, fatiga, dolores de cabeza, actividad sexual disminuída, vértigo, pérdida de memoria, cambios en el gusto (sabor) y dificultades respiratorias (Solbeizom, 1982). Laurence Bonhomme-Faivre y otros estudiaron los efectos sufridos por personas expuestas a campos magnéticos de 0,4 a 12 uT. Estos campos eran producidos por transformador. Observaron que los linfocitos totales, los CD8 (células de la inmunidad) y las NK (“natural killers”) tenían valores inferiores a las normas de laboratorio. Confirmaron así un estudio anterior, de 1998, en el que describieron problemas hematológicos e inmunológicos en personas expuestas a las mismas condiciones (0,4-12 uT). También comprobaron que cuando la exposición a esos campos cesaba, los valores volvían a crecer. Laurence Bonhomme-Faivre y sus colaboradores señalan que la depleción del sistema inmune podría aumentar el riesgo de oncogénesis (Szabazon y otros, 2002; Bonhomme-Faivre y otros, 1998). El primer trabajo que asoció epidemiológicamente los campos electromagnéticos con el cáncer fue publicado por Wertheimer y Leeper en 1979. A partir de esta investigación los trabajos se multiplicaron rápidamente. Publicaciones posteriores han discutido y confirmado, con distintos valores de probabilidad, la incidencia de campos electromagnéticos sobre la generación de leucemias y otros tipos de cáncer. Un trabajo muy importante, donde se halla correlación entre líneas de alta tensión, campos electromagnéticos y cáncer fue elaborado en 1992 por M. Feychting y A. Ahlbom. Según Feychting, "en un hogar normal los campos magnéticos raramente exceden un promedio diario de 0,1 uT. La incidencia de leucemia infantil se duplicó en hogares donde el campo era de 0,2 uT, y el riesgo fue cuatro veces superior a lo normal (3,8) cuando el promedio era de 0,3 uT. Para niños que vivían a 50 metros de las líneas de alta tensión el riesgo fue 2,9 veces los valores normales". Para adultos el estudio indicó un elevado riesgo de leucemia mieloide crónica. Un campo de 0,2 uT fue correlacionado con un riesgo 1,7 veces superior al normal (Forksning & Praktik, 1992). Aunque estos resultados fueron luego revisados en el trabajo de Ahlbom y otros (Ahlbom y otros, 2000), fue pionero en alertar sobre los efectos de campos magnéticos iguales o superiores a 0,3 uT. Floderus y otros (1993) hallaron una fuerte asociación entre exposición de empleados del sector eléctrico a campos magnéticos y leucemia linfocítica crónica (1993).También a nivel de obreros de compañías eléctricas expuestos laboralmente a campos magnéticos, Theriault y otros (1994) identificaron un creciente riesgo de leucemia, primariamente leucemia mieloide aguda, pero escasa asociación con el

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cáncer de cerebro. Savitz y Loomis (1995) analizaron los registros de mortalidad de 138.905 empleados de cinco grandes compañías eléctricas entre 1950 y 1986, cada uno con al menos 6 meses de actividad laboral. El cáncer de cerebro se incrementó en un factor de 1,94 por microtesla-año de exposición en los 2-10 años previos, con una tasa de mortalidad de 2,6 en la categoría de mayor exposición. En contraste con otros estudios, sus datos no hallaron asociación entre exposición laboral al campo magnético y leucemia, pero si sugieren una relación con cáncer de cerebro. Existe además un cierto número de trabajos que no encontraron correlación entre campos magnéticos y cáncer. Shal y otros (1993), por ejemplo, no pudieron hallar asociación entre campos magnéticos, y leucemia y cáncer de cerebro. Estos trabajos, sin embargo, no invalidan “per se” los resultados de aquellos que si encontraron asociaciones estadísticamente significativas. Muchas de las críticas realizadas a trabajos clave que sí hallaron esa asociación fueron técnicamente rebatidas por los autores en las mismas publicaciones donde aparecieron sus trabajos. Por ejemplo, la respuesta de Maria Feychting y Ans Ahlbom, del Karolinska Institute (Suecia), a la crítica efectuada por Richard Wilson y Alexander Shlyakhter del Departamento de Física de la Universidad de Harvard (AJE, 1995). Lamentablemente la revisión parcial de información disponible ha llevado a posturas optimistas y bibliográficamente inexactas de “no riesgo”, como la expuesta por Jon Palfreman en un artículo de difusión (no técnico) de la revista “Technology Review” que publica la Asociación de Alumnos y Alumnas del MIT, Massachusetts Institute of Technology (Palfrenan, 1996). Para realizar este trabajo su autor se limitó a revisar algunas de las investigaciones más conocidas pero sin relevar ni analizar la información disponible. Posteriormente su contenido fue repetido en forma parcial por publicaciones de difusión como “Empresa & Medio Ambiente”, en Argentina, que además de no analizar el informe original del MIT consideraron cerrado, prematuramente, el debate sobre los riesgos sanitarios y ambientales de los campos electromagnéticos (Anónimo, 1996). Un caso similar se registró tras la presentación del informe de la ORAU, Oak Ridge Associated Universities, en 1993. El trabajo, subvencionado por el Departamento de Energía de los Estados Unidos y dirigido por J. Glenn Davis, consideró que “no hay evidencia (suficiente) en la literatura disponible para avalar que la exposiciones a campos electromagnéticos de frecuencias extremadamente bajos representen un riesgo para la salud” (Anónimo, 1993). Este trabajo, que intentó ser independiente y definitivo, fue rápidamente desacreditado. La misma revista, Environment Science Technology, publicó las falencias técnicas halladas en el informe ORAU por dos investigadores, David S. Savitz y Thomas S. Tenforde (Savitz, 1993). En septiembre de 2000 Ahlbom y otros publicaron el trabajo "A pooled analysis of magnetic fields and childhood leukemya". Este trabajo analizó 9 estudios epidemiológicos que estuvieron acompañados de mediciones y estimaciones de campos magnéticos. El universo total incluyó 3.203 niños con leucemia y 10.338 niños de control. Para 44 niños con leucemia y 62 niños de control con exposiciones a campos magnéticos iguales o superiores a 0,4 uT el riesgo estimado fue de 2,00 (1.27-3.13) para un P = 0,002. Aunque el estudio no proporcionó datos sobre la causalidad, sí consideró que los resultados no podían deberse al azar. En consecuencia una exposición crónica a valores iguales o superiores a 0,4 uT (4 mG) duplicaría en los niños el riesgo de contraer leucemia. En noviembre de 2000 Greenland y otros publicaron el trabajo "A pooled analysis of magnetic fields wire codes, and childhooh leukemia. Childhood Leukemia-EMF Study Group". El equipo de trabajo de la Escuela de Salud Pública de la UCLA, en Estados Unidos, analizó 12 estudios epidemiológicos que relacionaban casos de niños con leucemia y niños control con exposiciones medidas y estimadas a campos magnéticos. Ellos encontraron que a exposiciones iguales o mayores a 0,3 uT el riesgo de contraer leucemia se incrementa 1,7 veces (1,2-2,3). Greenland y sus colaboradores no hallaron asociación, sin embargo, entre campos magnéticos y leucemia a valores situados por debajo de 0,3 uT. En consecuencia una exposición crónica a valores iguales o superiores a 0,3 uT (3 mG) casi duplicaría en los niños el riesgo de contraer leucemia (1,7 veces). Una excelente revisión de estos y otros trabajos fue recientemente publicada por Kristie L. Ebi (Ebi, 2002) como parte del trabajo “Children’s health and environment: a review of evidence” que publicó la

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Organización Mundial de la Salud (Tamburlini, von Ehrenstein y Bertollini, 2002). En esta publicación de la Organización Mundial de la Salud el autor del Capítulo sobre cáncer, B. Terracini, indica: “La asociación entre exposición de estos campos [electromagnéticos] con el cáncer de niños, particularmente leucemia, fue investigada en muchos países mediante el diseño de estudios que usaban cohortes y casos-control. Dos recientes meta-análisis (Ahlbom et al., 2000; Greenland et al, 2000) de estudios de casos-control dedicados a la asociación entre campos extremadamente bajos y leucemia infantil estimaron un significativo aumento de los riesgos (riesgos relativos entre 1,7 y 2,0) para niños cuyas exposiciones medidas o estimadas eran superiores a 0,3-0,4 uT. El IARC [Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer] concluyó recientemente que la evidencia científica, en particular la evidencia relacionada con la leucemia infantil, sugiere que los campos electromagnéticos son posibles cancerígenos para los humanos (Categoría 2B)”. Lo que no se conoce con precisión es el mecanismo por el cual los campos electromagnéticos podrían incrementar el riesgo de cáncer, ya sea como “generadores” o como “promotores”. Desde hace años se conoce que la resonancia magnética producida en los átomos celulares (NMR, "proton nuclear magnetic resonance" de los autores sajones), resultado de los campos electromagnéticos, desencadena diversos efectos biológicos. Por ejemplo, incremento de la tasa de división celular en bacterias, mayor síntesis de ADN en fibroblastos humanos y modificación intracelular del intercambio de iones (Lang y Hendrickson, 1988). Tenforde (1993a) resumió algunos de los mecanismos de acción a nivel molecular. Los campos electromagnéticos pueden alterar las propiedades funcionales de las membranas celulares, y producir cambios en el segundo mensajero que señaliza las vías mediadas por el Ca+2, los nucleótidos y quinasas cíclicos, y la expresión de genes alterados (transcripción y traslado) (Adey, 1990). Bawin, Kaczmarek y Adey (1975) hallaron un notable incremento del flujo de Ca+2 en cerebros de pollos expuestos a 147 MHz modulados con frecuencias entre 3 y 35 Hz, con un pico pronunciado en 16 Hz. Según Reba Goodman de la Universidad de Columbia, en Nueva York, y Ann Henderson, del Hunter College, también es posible que los campos magnéticos activen oncogenes como el MYC. En muchos casos las alteraciones funcionales de las células que resumió Tenforde fueron observadas para campos electromagnéticos (relativamente) bajos. También la respuesta observada de la quinasa C es consistente con el efecto promotor de tumores de los campos electromagnéticos, y similar a lo que ocurre con los ésteres del phorbol (Tenforde, 1993b). Experimentos como los conducidos por Stuchly (1992) subrayan la importancia de conocer estos fenómenos de transducción química. Stuchly halló que campos magnéticos de 60 Hz actúan promoviendo tumores en la carcinogénesis de la piel del ratón. Otros casos demostrados de promoción y co-promoción de tumores en ratas ya fueron expuestos más arriba (Loscher, 1993). Tenforde también señaló algunos de los efectos a nivel de respuesta neuroendocrina (1993a). Según Tenforde está bien establecido que los campos eléctricos y magnéticos generan cambios en la producción de melatonina pineal, y que una reducida concentración de melatonina en la circulación incrementa la descarga de prolactina por la glándula pituitaria, y aumenta la descarga de hormonas esteroides desde las gónadas (estrógeno y testosterona) (Reiter, 1990; Stevens, 1987). Un incremento en la concentración de hormonas esteroides estimula el crecimiento de los tejidos mamarios y genera también procesos de inmunosupresión, por lo cual se ha propuesto que un decrecimiento en la producción de melatonina, resultado de una exposición a los campos electromagnéticos, puede elevar los riesgos de cáncer de mama (Reiter, 1990; Stevens, 1987). Esta hipótesis es sostenida por los resultados de investigaciones sobre roedores, en los cuales la inyección de melatonina suprimía la generación de tumores mamarios, y en los cuales la extracción de la glándula pineal aumentaba la formación de cánceres mamarios (Tamarkin y otros, 1981). Los resultados de investigaciones recientes, que muestran un elevado riesgo de cáncer mamario entre hombres expuestos a campos electromagnéticos, resulta consistente con esta hipótesis (Tynes y Andersen, 1999). Recientemente se han encontrado nuevas posibles asociaciones entre campos electromagnéticos, presencia de radón y alteraciones genéticas. Los estudios conducidos por D. Henshaw de la Universidad de Bristol publicados en el Journal of Radiation Biology indican que las líneas de alta tensión atraerían los átomos del gas radón 222, lo cual incrementaría su concentración local (1996). El radón 222 es un radionúclido de vida media corta (3,82 días) que emite partículas Alfa de alta energía (5,49 MeV). Una vez ingresado al sistema respiratorio su transmutación produce plomo 210, radioisótopo de vida media alta (22,3 años), que emite partículas Beta (0,015 MeV) y rayos Gamma (0.047 MeV). Producida esta

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descarga se transforma en bismuto 210, un emisor Beta (1,16 MeV) cuya vida media es de 5,01 días. Los átomos inestables del bismuto 210, al descargar sus partículas, se convierten a su vez en polonio 210, un emisor Alfa de alto contenido de energía (5,30 MeV) que tiene una mayor vida media que el bismuto 210 (138,4 días). Esta larga permanencia de materiales radiactivos en el interior del organismo humano podría provocar daños biológicos por el “efecto Petkau” (generación de radicales libres, destrucción de membranas etc.) y hasta desencadenar distintos tipos de cáncer cuando se afecta el ADN. Cabe acotar que en 1993 la Junta Británica de Protección Radiológica aceptó una cierta relación entre líneas de alta tensión y leucemias tempranas (ver Montenegro, 1989). El estudio de la Universidad de Bristol también incluyó, entre los materiales de riesgo que atraerían las líneas de alta tensión, al benceno y al polonio radiactivo. El benceno es un producto de la combustión de las naftas, considerado cancerígeno demostrado, grado “1” por el IARC, y “A” por la EPA (Dean, Poje y Burke, 1987. La exposición crónica al benceno puede provocar leucemia además de malformaciones en embrión y feto humanos (Dean, Poje y Burke, 1987). Este recientemente descubierto impacto de las líneas de alta tensión, quizás extensible a las de media, podría explicar, en parte, la oncogenia detectada epidemiológicamente por varios autores. El trabajo de la Universidad de Bristol, y la relativa frecuencia del benceno atmosférico en ciudades con importante parque automotor, rutas con denso flujo de vehículos y asentamientos que tienen industrias petroquímicas en las proximidades, agrega un nuevo y preocupante factor de riesgo sanitario (ver “Sinergismos”). Por su parte dos trabajos epidemiológicos conducidos en 1991 por B. Floderus de la División de Neuromedicina del National Institute of Occupational Health (NIOH, Solna) y A. Ahlbom del Instituto de Medicina Ambiental del Karolinska Institute han proporcionado valiosa información para comprender la relación entre campos magnéticos y cáncer. Aunque no se pudo demostrar que los campos produzcan daño directo en el material genético, sí se observaron cambios cromosómicos en células amnióticas. Ambos investigadores presumen que los campos electromagnéticos "promueven" cánceres que ya están biológicamente inicialados (Forsking & Praktik, 1992). En los ecosistemas naturales los riesgos para la salud derivan de la localización de pequeños asentamientos que concentran los riesgos de los ecosistemas productivos y urbanos, y de los riesgos propios de la biota y ambiente nativo. Hay por ejemplo contaminación natural de aguas subterráneas con arsénico, producción de gases cancerígenos como el radón 222, sobre todo en zona serrana y macizos graníticos. También pueden afectar la salud especies nativas venenosas, vectores de enfermedades y productoras de alergenos. La contaminación de las aguas subterráneas por arsénico es un fenómeno muy extendido en el centro de Argentina. El Arsénico es un metaloide tóxico. En las aguas subterráneas se lo encuentra casi exclusivamente como arsenito (AsO2-, arsénico III o +3), o como arseniato (AsO4--- o arsénico V). El arsenito puede ser convertido en arseniato bajo condiciones de oxidación (por ejemplo aguas superficiales bien aireadas). A su vez el arseniato puede transformarse en arsenito bajo condiciones reductoras (por ejemplo aguas subterráneas anaeróbicas). Microrganismos, plantas y animales pueden convertir estas formas inorgánicas del arsénico en compuestos orgánicos que involucran átomos de carbono e hidrógeno; por ejemplo, en ácido monometilarsónico (MMAA en inglés), y ácido dimetilarsínico (DMAA en inglés). Ambos son mucho menos frecuentes en las aguas naturales (BCAS, 1997). La toxicidad del arsénico depende mucho de su forma: el arsenito (arsénico +3) es 60 veces más tóxico que el arseniato (arsénico V) debido a sus reacciones con las enzimas del metabolismo humano. El arseniato por otra parte tiene mucha menos movilidad en el agua subterránea. En cuanto a los compuestos orgánicos del arsénico son mucho menos tóxicos que el arsenito y el arseniato (BCAS, 1997). En general las formas inorgánicas del arsénico son absorbidas más fácilmente que el arsénico orgánico. En términos de excreción los compuestos de arsénico V son excretados más rápidamente que los de arsénico +3. El arsénico orgánico a su vez es excretado más rápidamente que el arsénico orgánico (Adams y otros, 1993). En 1993 la OMS redujo el valor máximo recomendado de arsénico en agua de beber de 0,05 mg/l (50 µg/l) a 0,01 mg/l (10 µg/l) o 10 ppb (Beard, 1998). El arsénico es un producto cancerígeno categoría 1 en las listas del IARC. Urge que Argentina diseñe un programa de abatimiento de pequeña, media y gran escala utilizando los filtros actualmente disponibles, por ejemplo la tecnología AsRT o método de Nikolaidis y Lackovic (ver Montenegro, 1999a).

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Según un estudio realizado en 1997 por el Ministerio de Salud de la provincia de Córdoba, la aguas contaminadas con arsénico se encuentran en algunas napas de los Departamentos San Justo, Tercero Arriba y Río Tercero, siendo zonas críticas por su alta concentración los Departamentos Unión, General San Martin, Marcos Juárez, Juárez Celman, Río Cuarto, Presidente Roque Saénz Peña y General Roca. Aplicando datos del Censo Nacional de Población de 1991, el número de habitantes de la zona contaminada con arsénico era de unas 630.000 personas. De ese total, 21.000 consumían agua de pozo, y 263.500 personas la obtenían de bombas manuales y a motor, aguas superficiales, agua de lluvia y otras fuentes (población de riesgo). Se consideraban libres de riesgo las 345.000 personas servidas por la red pública de agua potable (Ripoll, 1998). Para definir el mapa de la arsenicosis, profesionales del Ministerio tomaron muestras de agua de pozo en 40 localidades. En muestras procedentes del norte y oeste de la provincia el contenido de arsénico no superó los 0,05 mg/l. Por el contrario, en 23 localidades de llanura se detectaron cantidades de arsénico que oscilaron entre 0,06 y 1,9 mg/l. En el mismo estudio se vincula la presencia del metaloide con una mayor mortalidad en siete tipos de cáncer (Zigarán, 1997). Ripoll cita que Eugenio Albín, médico especializado en arsenicosis, atiende cada año entre 25 y 30 personas afectadas por la exposición crónica al arsénico (Ripoll, 1998). Cabe consignar que el valor de arsénico en agua subterránea registrado por el Ministerio de Salud de la provincia de Córdoba (1,9 mg/l), supera ampliamente el hallado en Monte Quemado, Santiago del Estero (0,6 mg/l) y está muy por encima de las cifras obtenidas por D. Chakrovorti en Bengala del Oeste (India) y Bangladesh (Chakrovorti, 1998). El Escenario de la Vivienda y el Peridomicilio El escenario domiciliario es donde vive una persona, o una persona con su familia u otro grupo. Conforma la unidad mínima de interacciones sociales. Comprende una serie de compartimentos cerrados o semicerrados (cocina, habitaciones, salas de estar, baños, otras dependencias) y eventualmente compartimentos abiertos (patios frontales, posteriores, perimetrales etc.). Este escenario es extensivo a aquellas personas, familias o grupos que cohabitan, temporaria o permanentemente, en instituciones públicas y privadas (hoteles, cárceles, colegios con internado etc.). Al igual que en los restantes escenarios, los ambientes domiciliarios pueden ofrecer una alta calidad ambiental, o por el contrario ser de muy baja calidad. En este juego de variables interactúan factores tan disímiles como el ingreso de luz solar, ventilación, humedad relativa, contaminación interna por sustancias tóxicas, sonidos a intensidades muy altas y disponibilidad de servicios. La vivienda en todas sus variantes es el sitio donde más puede incidir la persona. Es al mismo tiempo una importante fuente de riesgos sanitarios. Las falencias en los sistemas educativos formales e informales, y la falta de información a los consumidores aumentan estos riesgos. La vivienda es el ámbito menos regulado de la sociedad civil en Argentina. Buena parte de la contaminación dispersa y de bajos volúmenes por familia se genera en los domicilios. El peridomicilio es la franja de ecosistema más próxima a la vivienda. Incluye desde otros vecinos hasta industrias, grandes comercios, estadios, autopistas, cultivos, campos ganaderos y criaderos de animales. Muchos conflictos de radio corto se originan precisamente en incompatibilidad de usos del suelo. Lo que es un ámbito de trabajo para muchas personas puede transformarse en una fuente peridomiciliaria de molestia ambiental para un vecino. Dentro de la vivienda existen numerosas fuentes de riesgo sanitario y ambiental. Uno de los fenómenos más generalizados es la contaminación de su aire interior. Deriva de las actividades de sus ocupantes, de la utilización de sustancias químicas y de la emisión producida por materiales constructivos y de otra índole. Los contaminantes interiores más importantes son el humo de tabaco, el radón 222 y sus productos de desintegración, el formaldehído, las fibrillas de amianto, los productos de combustión (como óxidos de nitrógeno, óxidos de azufre, óxidos de carbono e hidrocarburos, en particular los hidrocarburos aromáticos policíclicos) y otras sustancias. Recientemente se han identificado más de 60 productos químicos orgánicos volátiles en el aire interior (PNUMA,1992). Con respecto al radón, en los Estados Unidos se descubrió que su concentración interior es 2 veces mayor que la exterior. En ese país la actual tasa anual de mortalidad por cáncer de pulmón imputable al radón 222 es de aproximadamente 16.000 casos (PNUMA, 1992; Nazaroff y Teichmann, 1990). En cuanto al formaldehído está presente en las espumas que se inyectan dentro de los muros, en las colas que unen la viruta en planchas de madera aglomerada, y en pinturas y barnices que lo contienen. El formaldehído es un irritante de mucosas. También es mutagénico. Otro de los contaminantes internos que ya mencionamos en este trabajo es el amianto o asbesto. Actualmente se utilizan tres tipos principales: crisotilo, crocidolita y amosita. Estos dos últimos son

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asbestos anfibólicos. La Organización Mundial de la Salud recomendó en 1989 que se prohiba el uso del asbesto crocidolita y amosita. En cuanto al crisotilo, se lo considera algo menos perjudicial que los anfiboles y serpentinas. Esta noción de riesgo se desprende de las recomendaciones dadas por la OMS ese mismo año. Indicó que aquellos países que emplean el crisotilo deberían bajar el límite de exposición ocupacional para un trabajador individual a 1 fibra/ml (8 horas/TWA). La Ley Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo 19.587/72 establece como límites 0,5 F/cc para la amosita, 2 F/cc para el crisotilo, 0,2 F/cc para la crocidolita y 2 F/cc para otras formas (Anexo 2 correspondiente al Artículo 61 de la reglamentación aprobada por Resolución MTSS 444/91, B.O. 29/5/91). Las fibrillas de amianto penetran en las células mesoteliales de la pleura y los pulmones, donde pueden inducir la formación de células cancerosas. Su acción se ejerce a tres niveles principales: (i) pulmonar, donde puede provocar fibrosis y cáncer (por ejemplo adenocarcinoma); (ii) pleural, donde puede favorecer el desarrollo de placas hialinas, calcificaciones, derrames, fibrosis e incluso mesotelioma, y (iii) otros blancos, dando lugar a lesiones cutáneas y cáncer (gástrico, colon, mesenterio, laringe, mama y ovario). Lamentablemente el amianto continúa utilizándose en tanques y tuberías de asbesto-cemento, láminas corrugadas, empaquetaduras y forros para recubrimiento de frenos. Aproximadamente el 80% de los nuevos vehículos manufacturados en Estados Unidos cuenta con sistemas compatibles con forros para frenos sin asbesto (ARA, 1997). Pese a los riesgos implícitos en el uso de los tres tipos de amianto, la Asociación Riopletense del Asbesto reividica el uso del crisotilo al tiempo que solicita la prohibición de la crocidolita y la amosita. La combustión de combustibles fósiles, de carbón vegetal y de leña son una importante fuente de contaminación del aire interior. Los efectos negativos más importantes que se han descubierto son las enfermedades pulmonares obstructivas crónicas y el cáncer de nariz y de faringe. Los niños expuestos a esa contaminación sufren bronquitis aguda y neumonía, ya que se reducen sus defensas. Una de las sustancias que intervendría como agente causal de cáncer es el benzo-a-pireno (PNUMA, 1992; Montenegro, 1997). Otras fuentes de riesgo son: (a) El ácido sulfúrico de las baterías que se almacenan en las viviendas. (b) El hormigón armado, que libera iones de silicio que estuvieron atrapados en minúsculas burbujas durante el fraguado. El sílice produce silicosis (ver Bueno, 1992). (c) Sustancias para eliminar óxidos y que contienen ácido fluorhídrico. Esta sustancia daña gravemente los tejidos profundos de la piel. (d) Juguetes blandos de PVC que contienen ftalatos (DINP, DEHP y DNOP). Tanto el PVC como los plastificantes (ftalatos) son riesgosos por ingesta cuando son usados por niños pequeños. (e) Juguetes de plástico con cadmio, donde este metal se asocia a la producción de ciertos colores (rojo, amarillo, verde). Cuando se los quema suele liberarse óxido de cadmio. (f) Protectores de madera con pentaclorofenol (PCP). (g) Desatascadores a base de sosa cáustica. (h) Limpiahornos con hipoclorito y etanolamina. Irritan los ojos y las mucosas. (i) Decalcificantes a base de ácido fórmico, una sustancia corrosiva. Puede afectar la médula espinal. (j) Disolventes organohalogenados de los quitamanchas. Por ejemplo cloroformo, tricloroetano y cloruro de metilo. Dañan el sistema nervioso central, riñón e hígado. (k) Desodorizantes a base de paradiclorobenzol. (l) Ambientadores con acetaldehído o paracetaldehído, que pueden afectar el funcionamiento hepático. (l) Prendas de vestir tratadas con blanqueadores ópticos. Pueden producir distintos tipos de alergia y eczema. (m) Bengalas y fuegos artificiales que contienen nitrato de bario. Altas concentraciones de esta sustancia pueden producir taquicardia e incluso la muerte, y (n) Plaguicidas domésticos, entre ellos naftalina. Los fenómenos de contaminación interna se agravan por falta de ventilación. A los contaminantes derivados del tabaquismo, la quema de combustible y otros procesos se agregan los residuos del metabolismo humano. Cada noche una persona desprende, al dormir, 20 litros de dióxido de carbono (CO2), amoníano (NH4), acetona, ácido acético, creatinina, etano, metano y unas 40 sustancias volátiles. También es frecuente la sobrepoblación de ácaros en cama, almohadones y otros dispositivos usados para el descanso. Los restos orgánicos sirven de alimentos para los ácaros, cuya presencia puede generar distintos tipos de alergia. Otra fuente de riesgo es la contaminación de los alimentos que se compran y almacenan. Los alimentos (agua, carnes, leches, huevos, páprika, otros) pueden estar contaminados con microorganismos patógenos, entre ellos Vibrio cholerae, Listeria monocyogenes, Escherichia coli 057, Salmonella typhimurium etc. En Estados Unidos 7 agentes patógenos que originan enfermedades alimentarias causan anualmente entre

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3 y 12 millones de afectados, provocando un costo de 3.000 millones de dólares. Incluso en países altamente industrializados, con buenos servicios de provisión de agua y controles bromatológicos, del 5 al 10% de la población sufre enfermedades de origen alimentario. La diarrea infantil, una enfermedad frecuentemente asociada a contaminación de agua y alimentos, provoca cada año la muerte de 3 millones de niños menores de 5 años (DLVDI,1987). El uso de ciertos aditivos como conservantes, espesantes, blanqueadores, acidificantes, colorantes y de otro tipo también puede afectar la salud. En muchos lugares de Argentina, por ejemplo, se fabrica pan con bromato de potasio. Este aditivo cancerígeno es utilizado como mejorador. Su uso está excluido del Código Alimentario Argentino. Las carnes, por su parte, pueden estar contaminadas con residuos de medicamentos veterinarios y anabólicos. Luis Valladares Boasi, Jefe del Laboratorio de Hormonas del Instituto de Nutrición y Tecnología de Alimentos de Chile indicó que los tres principales problemas son las hormonas, los antibacterianos y los antiparasitarios. Muchas veces las carnes contienen sulfas. Boasi Valladares indicó que la presencia de residuos de medicamentos veterinarios y anabólicos en carnes pueden provocar desde alteraciones en el período menstrual de mujeres hasta cáncer (DLVDI, 1998). En muchos casos las fuentes de contaminación se encuentran en el peridomicilio. Entre estas fuentes se incluyen industrias que descargan residuos peligrosos, líneas de transmisión eléctrica de media y alta tensión, antenas de telefonía celular, y antenas de radios FM, AM y televisión. Se considera actualmente que tanto las antenas de telefonía celular como los teléfonos celulares e inalámbricos DECT producen efectos térmicos y no térmicos en los tejidos vivos. Las viviendas, por su parte, contaminan el peridomicilio y el ambiente externo con líquidos cloacales, basura sólida, residuos peligrosos y quema de biomasa. El Universo de la Persona La persona es parte de todos los escenarios de complejidad decreciente que estuvimos analizando. Cada individuo comprende dos universos principales, el estado de su organismo y su modelo de comportamiento. Las conductas de una persona pueden variar según los distintos ámbitos en los que actúa (domicilio, peridomicilio, franja o zona de traslado, trabajo, colegio). El fumar, alimentarse, ejercitarse físicamente, vestirse, trabajar o mirar televisión son variables de este universo. La salud depende de una compleja interacción entre el universo individual (donde son claves el estado morfo-fisiológico y las conductas), y los factores de riesgo de cada uno de los escenarios. Ese conjunto de riesgos puede aumentarse o disminuirse en función de los controles inherentes a cada escenario, por ejemplo del Estado y de los particulares responsables de cada fuente, y de la conducta de la persona. Si cada uno de los escenarios carece de controles, el riesgo aumenta. Es útil analizar, en este contexto, cuáles son las componentes de cada territorio individual para establecer, en cada caso, la densidad de factores de riesgo. El territorio individual es un escenario muy variable, propio de cada persona, integrado por el domicilio, el peridomicilio (aquello que rodea inmediatamente la propiedad), las zonas de tránsito, el ámbito laboral (cuando está localizado fuera de la vivienda) y los lugares eventuales (por ejemplo ámbitos de esparcimiento o provisión de servicios). Es una versión ampliada del “home range” de los autores sajones. Aunque de naturaleza complicada, sobre todo en las ciudades, puede tener configuraciones más simples en asentamientos humanos de baja densidad y zonas rurales. Al territorio de la vivienda y del domicilio ya lo describimos con anterioridad. Son el “núcleo” central de la persona. La zona de tránsito es una franja territorial por lo general muy delgada y extensa que coincide con la zona por la cual se desplaza la persona desde su vivienda hasta su trabajo o un sitio eventual. Este traslado puede hacerse a pié, en vehículo privado, en vehículo público, con tracción a sangre u otras tecnologías y procedimientos. También puede incluir aviones y barcos, y zonas de tránsito muy extendidas. Es usual que el contacto de la persona con la mayor parte de este territorio sea breve y poco profunda. Sin embargo queda expuesto a los riesgos ambientales de cada uno de los ambientes que atraviesa, y del tipo de transporte que utiliza. El ámbito laboral y de estudio es muy variable en superficie, estructura, continuidad y características. Puede ser alta mar en el caso de pescadores, largos recorridos urbanos en el caso de un conductor de ómnibus, campo con cultivo para un trabajador rural, escuela para un estudiante o empresa química para un obrero. Es el primer o segundo sitio donde más permanece la persona (compite con el hogar). Contrariamente a lo que sucede en la vivienda, muchos de los ámbitos laborales tienen condiciones ambientales bastante controladas (Ley Nacional 19.587 de Seguridad e Higiene en el Trabajo y otras normas). En cuanto al ámbito eventual es un entorno flotante y variable donde la persona permanece relativamente poco tiempo y con escasa continuidad. Está ligado a las actividades de esparcimiento, toma de vacaciones y relaciones públicas. Incluye desde sitios ubicados en ambientes naturales de las sierras o el mar hasta estadios de fútbol y locales bailables con música a intensidades dañinas para el organismo.

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Aunque los modelos de vida de las personas dependen de sus culturas, trabajos, ingresos, edades, sitios en los que viven y otras variables, la calidad de vida que tiene cada uno de los ámbitos que utilizan y ocupan diariamente condiciona fuertemente la calidad de vida total. La salud de una persona es un complejo condicionado por las múltiples variables de cada ámbito. De allí que la disminución de los riesgos sanitarios y el aumento de la calidad de vida dependan de los mecanismos de control que operan en cada uno de esos ámbitos (si es que existen) y de la propia conducta individual, fruto a su vez de la experiencia y de la información personal. Cuando se establecen modelos y patrones de desarrollo sostenible al interior de cada escenario, incluido el doméstico, los riesgos sanitarios decrecen en forma significativa. La controversia está dada por el tipo de modelo que adopta la persona, o los responsables de cada escenario. En términos generales el desarrollo duro impone fuertes riesgos sanitarios, como la exposición a plaguicidas, campos electromagnéticos, residuos tóxicos y alimentos contaminados. De allí que independientemente de los controles que se apliquen a nivel de ecosistemas en mosaico, resulta fundamental desarrollar sosteniblemente la vivienda. Esto implica un estricto control de lo que sucede en el interior, y una constante vigilancia del peridomicilio. Entre las pautas sostenibles figura el pretratamiento de residuos cloacales mediante cámara séptica, ahorro del agua en todas las operaciones, prohibición interna de descargar residuos peligrosos al inodoro y al sistema de recolección de aguas grises, separar en la medida de lo posible aguas grises de aguas negras, pre-reciclar los residuos sólidos, practicar compostaje aerobio de restos orgánicos, y aislar y darle un destino separado a los residuos peligrosos. También es importante identificar las fuentes de riesgo y atenuar o eliminar sus causas. No deberían utilizarse plaguicidas organoclorados ni organofosforados, tendrían que adoptarse alternativas blandas a los productos químicos de limpieza y desinfección (por ejemplo flores de crisantemo secas que poseen insecticidas naturales en lugar de naftalina) y los sitios con alta densidad de artefactos eléctricos, pantallas de computadoras y pantallas de televisión deberían mantenerse alejados de niños y adultos. En toda vivienda urge reducir al máximo el uso de sustancias químicas de todo tipo y suspender indefinidamente la quema de tabaco (cigarrillos, pipa, cigarros). Los tanques con fibrocemento que tienen amianto deberían ser reemplazados, al igual que las cañerías de agua hechas con plomo. En la vivienda no debe haber termómetros de mercurio ni tostadoras hechas con amianto. La ventilación debe ser excelente, en particular cuando se utilizan calefactores, cocinas y otros artefactos que queman combustibles fósiles. Lo óptimo es disponer de calefactores solares y modificaciones estructurales que promuevan el ahorro de energía. Una mayor cantidad y densidad de vegetación también mejora la calidad de vida. Solo deben evitarse las especies tóxicas y las que producen alergenos reconocidos. Entre las especies tóxicas que se encuentran en el centro de Argentina se encuentran Robinia pseudoacacia, Ailanthus altissima, Melia azedarach, Quercus robur, Anemone coronaria, Mirabilis jalapa, Delphinium sp., Hedera helix, Nerium olander y Ricinus communis. Nerium olander produce con frecuencia intoxicación en niños. Como parte de esta estrategia debería aumentarse la biodiversidad de plantas nativas (que requieren menos cuidados y son más resistentes). Esto permitirá el desarrollo de la microfauna autóctona. Por razones ambientales y de salubridad no es aconsejable tener mascotas de especies nativas. La presencia de retiros y patios con abundante cobertura vegetal reduce la escorrentía y aumenta la infiltración de agua de lluvia. Toda vivienda de ambiente semiárido debería poseer, al menos para provisión de agua de riego, aljibes y pequeños contenedores independientes. Debe asegurarse, en todos los casos, que no haya recipientes ni resquicios con agua donde puedan reproducirse mosquitos transmisores del dengue y la fiebre amarilla (Aedes aegypti). En aquellos lugares donde la vivienda carezca de agua de red tratada, la contaminación microbiológica puede reducirse drásticamente mediante tratamiento solar. Los sistemas más simples consisten en botellas de plástico y de vidrio transparentes que se llenan de agua, se cierran y se exponen al Sol durante todo un día. Este método destruye microorganismos pero no disminuye la contaminación por sustancias químicas. En la página web de Trudy C. Rolla se resumen algunas de las tecnologías y procedimientos actualmente disponibles (www.solarcooking.org/sunandwater.htm). El Principio de Precaución y la Epidemiología Popular Uno de los conceptos más novedosos y útiles para la protección de la salud y el ambiente es el “Principio de Precaución”. Según Aníbal Falbo “en casos de cierta incertidumbre (o duda) debe preferirse la protección del ambiente y la salud antes que su no protección o la no prevención de daño ambiental. Ante la posibilidad de error habrá de preferir los riesgos a equivocarse a favor de la prevención y recuperación

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de los daños ambientales y jamás decidirse, ante la incertidumbre, por la no prevención”. Agrega que “Esperar certidumbre normalmente nos habilitará solamente para reaccionar y no para una regulación preventiva, tal como declamó la jurisprudencia en los Estados Unidos, en “Ethyl Corp vs. EPA” (Falbo, 1995). Este principio se aplica: (a) Cuando no existe información científica que demuestre la inocuidad de una obra o acción. (b) Cuando existe información científica parcial o no definitiva que demuestra riesgos para la salud y el ambiente, y (c) Cuando la obra o acción tiene alternativas que no producen el impacto a que aluden esos trabajos científicos preliminares. Veamos como puede aplicarse a un caso concreto, la contaminación por campos magnéticos. En Argentina la Resolución 77/98 del Ministerio de Economía permite una exposición igual o inferior a 25 uT, pero trabajos metaepidemiológicos recientes indican que exposiciones iguales o superiores a 0,3-0,4 uT pueden incrementar en 1,7-2,0 veces el riesgo de leucemia en niños (Greenland y otros, 2000; Ahlbom y otros, 2000). Dado que: (a) no se ha demostrado la inocuidad de los campos magnéticos, (b) existe información científica suficiente para considerar de riesgo valores más bajos que los establecidos por normas vigentes, y (c) puede aumentarse la distancia que existe entre la fuente de contaminación y los receptores, corresponde aplicar el “Principio de Precaución”. Acciones en este sentido ya se concretaron en Argentina y Paraguay. En Asunción el trabajo conjunto de vecinos y FUNAM logró que la empresa eléctrica del Paraguay, ANDE, desistiera de construír una estación de transformación eléctrica en barrio Vista Alegre, y erradicara una línea de 66 kV en Puerto Sajonia (Montenegro, 2002; Defensoría del Pueblo de Asunción, 2002). Para facilitar el uso de este criterio introdujimos dos nuevos criterios, las nociones de “estándar precautorio” y de “medida precautoria”, ambos definidos en base a valores y criterios bibliográficamente fundados (Montenegro, 2001). Los estándares precautorios derivan de publicaciones con referato donde se establecen valores de riesgo sanitario para sustancias o energías que no están contempladas en legislación vigente, o que sí son reguladas pero a valores mucho más altos. De este modo la precaución se anticipa al criterio normativo. Recordemos por ejemplo el alto número de muertes que debieron producir estándares técnicos muy permisibles. La ICRP ofreció indirectamente un buen ejemplo. En 1958 estableció un estándar de “0” muertes por leucemia y cáncer por millón de personas irradiadas (cuerpo entero) por una dosis de 1 rem (10 mSv). En 1966 ICRP cambió su estándar a 20 muertes. En 1972 a 40 muertes, y en 1977 a 100-125 muertes. ¿Cuántas personas murieron en aquellos países e instalaciones nucleares donde se adoptaron los estándares permisivos de 1958, 1966 y 1972?. Cabe acotar que incluso los estándares oficiales actuales de ICRP estarían subestimados (Graeub, 1992). El principio de Precaución, los estándares precautorios y las medidas precautorias proveen un mecanismo auxiliar y transitorio de protección de la salud hasta tanto se diriman los conflictos técnicos y lo que es mucho más lento, se incorporen a la legislación. Un caso muy interesante se registró en Bélgica. Durante una investigación sobre la contaminación del aire, tres investigadores de la Universidad Católica de Lovaina encontraron efectos negativos del cloro en los niños que usan con frecuencia piletas de natación (Carbonelle, Buchet y Bernard, 2000). El cloro gaseoso afecta el epitelio pulmonar de los niños. En algunos casos los niños tenían sus pulmones tan afectados como los de fumadores adultos. Sin embargo no existían estándares. De allí que al conocerse los resultados P. Hazette y J.M. Nollet del Ministerio de la Comunidad, en Bélgica, utilizaran el Principio de Precaución y sugirieran restricciones en el uso de piletas de natación cuyas aguas estuviesen tratadas con cloro para niños alérgicos, con rinitis y con asma (Hazette y Nollet, 2001). En Córdoba también utilizamos este Principio a nivel agrícola. Desde la Cátedra de Biología Evolutiva y FUNAM le solicitamos formalmente al gobierno que suspendiera la aplicación del insecticida malathión en el valle de Traslasierra. El Ministerio de Agricultura estaba promoviendo allí su uso a gran escala. Argumentamos entonces que las dosis de aplicación estaban referidas al malathión propiamente dicho, pero no a sus ingredientes inertes ni a sus derivados isomalathion y malaoxon. El malaoxon es 40 veces más tóxico que el malathion puro (ver Brodeur y Dubois, 1967; Montenegro, 2001). Lindout y Hageman (1987) habían mostrado por otra parte que los fetos de mujeres embarazadas expuestas al malathión sufrieron atrofia de sus músculos esqueléticos. Dado que las medidas gubernamentales no garantizaban la salud, y que los estándares disponibles no hacían mención del malaoxón ni del isomalathión FUNAM exigió que se suspendiera su aplicación. En un trabajo conjunto con los vecinos y con la ONG Valle Azul logramos que buena parte del valle de Traslasierra se declarara libre del uso de malathión (Montenegro, 2001). Esta noción de estándares precautorios complementa la existencia de estándares técnicos, que no siempre coinciden entre distintos equipos de trabajo y centros de investigación, y de estándares legales, por lo general muy variables en diferentes países. Los estándares precautorios se deberían lograr siguiendo tres procedimientos bien diferenciados, aproximaciones lineares, donde para cada sustancia en particular se

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establece un valor máximo de exposición (por ejemplo plomo y cobre, y aproximaciones no lineares. Estas son las más complicadas. En este trabajo ejemplificamos muchos casos en que dos o más factores de riesgo interactúan generando un efecto distinto del que podrían producir sus componentes individuales. La aproximación no linear incluye fenómenos de adición simple (por ejemplo plomo y selenio), fenómenos de reducción (por ejemplo interacción entre isómeros del malathión que disminuyen su efecto tóxico) y fenómenos de sinergismo (potenciación de efectos). La depleción del sistema inmune puede originarse en fenómenos de sinergismo. Esto ocurre, por ejemplo, cuando sobre un mismo organismo actúan simultáneamente óxidos de nitrógeno, radiación ultravioleta, algunos plaguicidas y dioxinas y furanos. Su acción conjunta puede disminuir la resistencia de la persona a enfermedades bacterianas y virales. Desde la Cátedra de Biología Evolutiva de la Universidad Nacional de Córdoba y desde FUNAM estamos intentando consolidar un banco internacional de datos para facilitar la aplicación de los estándares precautorios. Otra de las nociones que introdujimos recientemente es la de medidas precautorias. Un buen ejemplo es la regla de los 10 días de la ICRP para prevenir los efectos de la aplicación de rayos X. En este caso no se trabaja con rangos de valores, sino con recomendaciones. Su enfoque puede ser univariado (el caso de la regla de la ICRP) o bien multivariado. Un caso típico de recomendación multivariada incluye medidas para reducir la exposición a uno o más contaminantes, complementadas con pautas de buena alimentación y ejercicio físico regular. Estos enfoques fueron presentados originalmente en la “International Conference on Children’s Health” (Universidad de Georgetown, Washington, 2001). La crítica situación ambiental de los territorios en que vive y se desplaza una persona, con gran cantidad de variables de riesgo poco evaluadas e incluso desconocidas muestra que los sistemas usuales de detección gubernamental no funcionan correctamente. Dos de los casos más paradigmáticos de efecto indeseado, el de la Talidomida entre los medicamentos y el del DDT a nivel de plaguicidas, se conocieron gracias a las consecuencias prácticas y no por previa evaluación. Aunque muchos países, instituciones y grupos de trabajo están escaneando aceleradamente las actuales tecnologías y modos de vida para detectar posibles factores de riesgo sanitario, la tasa de producción y uso de nuevos productos mantiene la brecha. La misma dificultad se observa incluso en países con alta capacidad técnica y financiera, y buenos registros de morbi-mortalidad. Muchos de los “nuevos” riesgos se identifican a partir de crisis que detectan los centros de investigación y Universidades, pero también son advertidos por la propia población. La casuística de morbi-mortalidad registrada por grupos de vecinos afectados o preocupados suele delatar la presencia de factores de riesgo conocidos o totalmente nuevos. Uno de los casos pionero de epidemiología popular fue conducido por Lois Gibbs en Love Canal (Estados Unidos), en 1977-1978. Sus estudios identificaron valores muy altos de malformaciones congénitas, enfermedades del sistema nervioso y afecciones hepáticas y renales en Love Canal, un barrio del Estado de Nueva York. El vecindario había sido construido sobre el antiguo vertedero de la Hooker Chemical Corporation (Gibbs, 1998). Desde entonces la epidemiología popular ha seguido practicándose en distintos países, seguida luego de estudios epidemiológicos profesionales. Además de alertar a los sectores técnicos y gubernamentales sobre la existencia de “zonas calientes”, este proceso concientiza a sus participantes y promueve en ellos mecanismos de autoformación técnica. En Argentina se registraron recientemente dos importantes casos de epidemiología popular, uno en el barrio de Ituzaingó Anexo, en la ciudad de Córdoba, y otro en la localidad de Ezpeleta, en la ciudad de Quilmes. En ambos participamos luego, técnicamente, FUNAM y la Cátedra de Biología Evolutiva Humana de la Universidad Nacional de Córdoba. El relevamiento hecho por las madres de barrio Ituzaingó bajo la coordinación de Sofía Gatica detectó, en base a la declaración de las viviendas encuestadas, sobre un total de 4 manzanas, 9 casos de leucemia, otros 7 casos de cáncer (mama, cuello, intestino, otros órganos), 2 casos de Hodgkin, 3 casos de Lupus, 3 casos de Púrpura, 2 casos de anemias hemolíticas, 12 casos de anemias y 9 casos de enfermedades de la piel. El grupo de trabajo resumió sus datos en una tabla donde indicó, en cuatro columnas, nombre del paciente (actual o fallecido), edad, diagnóstico y dirección. Los propios vecinos identificaron como posibles causas los PCBs de los transformadores eléctricos (uno de los cuales contenía 281 ppm de PCB) y los plaguicidas usados en un campo de soja contiguo al barrio. El posterior relevamiento de morbi-mortalidad realizado por el Ministerio de Salud de la provincia de Córdoba confirmó 7 casos de leucemia, 2 casos de linfoma, 11 casos de cáncer de mama, 6 casos de otros tipos de cáncer, 5 casos de púrpura, 2 casos de Hodgkin, 3 casos de Lupus y 4 casos de anemia. Más allá de las diferencias registradas entre los resultados de ambos estudios epidemiológicos, se confirmó la existencia de tasas anormalmente altas de leucemia y la posible existencia de por lo menos cuatro fuentes de contaminación (PCBs, plaguicidas, campos magnéticos y efluentes industriales). En la actualidad los vecinos, el Estado, FUNAM, la Universidad y varias otras instituciones integran un equipo de trabajo para mejorar el diagnóstico y acordar soluciones. También se están desarrollando formularios tipo y

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manuales de procedimiento para ayudar a los vecinos de lugares sin registros epidemiológicos oficiales para que puedan hacer sus propias evaluaciones. Bibliografía 1. Adams, M. y otros. 1993. “Guidance document for arsenic in shell fish”. Center for Food Safety and

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