Sabado santo etapa rieti

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SÁBADO SANTO_ETAPA RIETI 1 El Señor fue mi apoyo" Sal 17 Invocación al Espíritu Dios mío, ilumina las tinieblas de mi corazón y concédeme una fe que guíe, una esperanza que me sostenga y un amor que nada excluya. Permíteme sentir quién eres tú, Señor, y reconocer cómo cumplir tu mandato. (S. Francisco de Asís) Introducción "Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección (Circ 73). Es el día del silencio: junto a toda la comunidad cristiana velamos junto al sepulcro. Callan las campanas y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío. La Cruz sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad. Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la Palabra, está callado. Después de su último grito de la cruz "¿por qué me has abandonado"?- ahora él calla en el sepulcro. Descansa: "todo se ha cumplido". Pero este silencio es plenitud de la palabra. El anonadamiento, es elocuente. "Resplandece el misterio de la Cruz." El Sábado es el día en que experimentamos el vacío. Si la fe, ungida de esperanza, no viera el horizonte último de esta realidad, caeríamos en el desaliento: "nosotros esperábamos... ", decían los discípulos de Emaús. Es un día de meditación y silencio. Algo parecido a la escena que nos describe el libro de Job, cuando los amigos que fueron a visitarlo, al ver su estado, se quedaron mudos,

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SÁBADO SANTO_ETAPA RIETI 1

“El Señor fue mi apoyo" Sal 17 Invocación al Espíritu

Dios mío, ilumina las tinieblas de mi corazón y concédeme una fe que guíe, una esperanza que me sostenga y un amor que nada excluya. Permíteme sentir quién eres tú, Señor, y reconocer cómo cumplir tu mandato. (S. Francisco de Asís)

Introducción

"Durante el Sábado santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y su muerte, su descenso a los infiernos y esperando en oración y ayuno su resurrección (Circ 73).

Es el día del silencio: junto a toda la comunidad cristiana velamos junto al sepulcro. Callan las campanas y los instrumentos. Se ensaya el aleluya, pero en voz baja. Es día para profundizar. Para contemplar. El altar está despojado. El sagrario, abierto y vacío. La Cruz sigue entronizada desde ayer. Central, iluminada, con un paño rojo, con un laurel de victoria. Dios ha muerto. Ha querido vencer con su propio dolor el mal de la humanidad. Es el día de la ausencia. El Esposo nos ha sido arrebatado. Día de dolor, de reposo, de esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la Palabra, está callado. Después de su último grito de la cruz "¿por qué me has abandonado"?- ahora él calla en el sepulcro. Descansa: "todo se ha cumplido". Pero este silencio es plenitud de la palabra. El anonadamiento, es elocuente. "Resplandece el misterio de la Cruz." El Sábado es el día en que experimentamos el vacío. Si la fe, ungida de esperanza, no viera el horizonte último de esta realidad, caeríamos en el desaliento: "nosotros esperábamos... ", decían los discípulos de Emaús. Es un día de meditación y silencio. Algo parecido a la escena que nos describe el libro de Job, cuando los amigos que fueron a visitarlo, al ver su estado, se quedaron mudos,

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atónitos ante su inmenso dolor: "se sentaron en el suelo junto a él, durante siete días y siete noches. Y ninguno le dijo una palabra, porque veían que el dolor era muy grande" (Job. 2, 13). Eso sí, no es un día vacío en el que "no pasa nada". Ni un duplicado del Viernes. La gran lección es ésta: Cristo está en el sepulcro, ha bajado al lugar de los muertos, a lo más profundo a donde puede bajar una persona. Y junto a Él, como su Madre María, está la Iglesia, la esposa. Callada, como él. El Sábado está en el corazón mismo del Triduo Pascual. Entre la muerte del Viernes y la resurrección del Domingo nos detenemos en el sepulcro. Un día puente, pero con personalidad. Son tres aspectos - no tanto momentos cronológicos - de un mismo y único misterio, el misterio de la Pascua de Jesús: muerto, sepultado, resucitado:

"...se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo...se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, es decir conociese el estado de muerte, el estado de separación entre su alma y su cuerpo, durante el tiempo comprendido entre el momento en que Él expiró en la cruz y el momento en que resucitó. Este estado de Cristo muerto es el misterio del sepulcro y del descenso a los infiernos. Es el misterio del Sábado Santo en el que Cristo depositado en la tumba manifiesta el gran reposo sabático de Dios después de realizar la salvación de los hombres, que establece en la paz al universo entero".

Desde la Palabra

Había un hombre llamado José, natural de Arimatea, ciudad de Judea. Pertenecía al

Consejo, era justo y honrado y no había consentido en la decisión de los otros ni en su

ejecución, y esperaba el reino de Dios. Acudió a Pilato y le pidió el cadáver de Jesús. Lo

descolgó, lo envolvió en una sábana y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca, en

el que todavía no habían enterrado a nadie. Era el día de la preparación y estaba al

caer el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde galilea fueron detrás

para observar el sepulcro y cómo habían colocado el cadáver. Se volvieron, prepararon

aromas y ungüentos, y el sábado guardaron el descanso de precepto. (Lc 23,50-56)

La muerte de Jesús es la suprema adoración del Hijo al Padre, el máximo

reconocimiento. Su rostro reclinado en tierra, tendido en el suelo, en total postración, es

alabanza filial. Reacción de abandono en las manos paternas. No hay defensa ni discurso. No

es argumento lo razonable del hecho o el sinsentido. Ahora, superados los contrarios, lo

lógico o ilógico, entre afirmar o negar, surge, por encima, una extraña certeza: es la hora de

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Dios y de su poder. Cuando el hombre da por entero su existencia, sin tiempo ya de respiro,

entrega como último don su aliento. Entonces es el instante de la única y suprema verdad.

Apertura al Invisible,

acogida profética a la Vida,

esperanza en la verdad inmutable,

testigo de la calma,

quieta seguridad en el inmóvil cimiento de la muerte.

No es la hora inerte del impotente, es la serenidad de la obediencia.

No es el entreguismo del escéptico, es la radicalidad del confiado.

No es haber dado alcance al humilde, es la afirmación del exaltado.

No es la muerte de Dios, es la nueva vida del hombre.

Jesús nos deja contemplar en sus flácidas facciones humanas, la fuerza de una

entrega, el testimonio de una confianza. (A la hora de la brisa un encuentro con Jesús; A. Moreno de Buenafuente; Col Buenafuente, Madrid 93; pp. 203 y 205)

Espiritualidad franciscana

Cuentan que el Hermano León tímido, inseguro y quizá lleno de escrúpulos, acudió al Hermano Francisco para que éste le consolara, le diera confianza y seguridad. El hermano Francisco no le dio consejos, ni siquiera le dijo que confiara, ni que todo saldría bien, ni le dio una plática sobre la confianza.

¡No! El hermano Francisco abrazó al hermano León y le dictó las alabanzas al Dios

altísimo: “tú eres la seguridad, tú eres el protector, tú eres la esperanza, tú eres la fortaleza…”. Y dicen las viejas crónicas que el Hermano León quedó feliz y desde entonces su rostro resplandecía como el sol.

Es que el hermano Francisco, que apenas cita una sola vez la palabra confianza, es sin

embargo el hermano de la confianza total: en los otros, en la creación, en todo… No hay nada que temer ni nadie de quien defenderse; es bueno confiar; sin la confianza no se puede vivir y desplegar.

Pero, sobre todo, el Hermano Francisco dio con la fuente de la confianza, que es de lo que se trata. Si el corazón no tiene fuente, se agota. Francisco dio con el Señor Jesús, fuente y origen de toda confianza.

Con Jesús se tiene al Padre y con el Padre, Todo.

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Oración

"Desde el cielo alargó la mano y me agarró, me sacó de las aguas caudalosas, me libró

de un enemigo poderoso, de adversario más fuerte que yo.

El Señor fue mi apoyo: me libró porque me amaba" (Sal 17)