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j|ff# j:¡"!¡??i:P:¡lfl!ii|;l •• !¡ i RWISTA EURÉ \ ° DE JULIO DE 1 877. '^H '*:-•> IV. TRAíCTORES PORTUGUESES DE HORACIO. i. Eios siglos XVI y XVII no fue lan considerable el niero de intérpretes de Horacio en Portugal coren Castilla. Húbolos, sin embargo, en bastan- te mero, y llevó honrosamente su tributo la eru- di<n de los latinistas lusitanos al acervo común del ciencia española. ombraré ante todo á Antonio Ferreira, de quien hle hacer luego más larga memoria, como do pta horaciano. Ahora sólo he de advertir que al- pas de sus odas, aunque aplicadas á asuntos mo- tnos, son, más que imitaciones, traducciones de iracio. Acontece esto, sobre todo, en la 6. a del li- 0 I, A una nave de la armada en que iba su her- mano García Frois. Es el Sic te Divapotens Cypri, ""•^«sin mudanza alguna: Assi a poderosa, Deosa de Chipre, e os dous irmaos de Helena Claras estrellas, e o gran Rey dos ventos, Segura Nao e ditosa... (i). „ La versificación es dura y el estilo desigual, pero 1 espíritu de la composición latina está bien tras- adado. Fuera de estos ensayos de Ferreira, los primeros le traducción de Horacio que vio Portugal fueron debidos á otro guinhentista, Andrés Falcao de Re- sende, poeta casi desconocido hasta el presente si- glo, en que aparecieron tres mss. de sus obras, y se comenzó una edición (há tiempo suspendida) de estas en la imprenta de la Universidad de Coimbra. Su poema Microcosmographía é discripcao do Mun- do pequeño, que é o Eomen se ha impreso á nombre de Camoens muchas veces. No es poeta de primer orden Falcao de Resende, antes adolece de seque- dad y prosaísmo, pero participa de las condiciones generales de gusto y pureza de lengua que adornan á fos poetas peninsulares del siglo XVI. Interpretó Andrés Falcao treinta y dos odas de Horacio y la sátira 9." del libro I. Se había propuesto traducir, á lo que parece, por lo menos toda la parto lírica; pero, como se ve, apenas pasó del primer libro. Que (1) Poemas lusitanos do Doutor Antonio Ferreira. Se- gunda impressao, emendada e accrescentada com a Yida e comedias do mesmo poeta. Lisboa. Na Reg-. ofñei- tia typographica, anuo MDCCLXX. Tomo I, pág. 106. TOMO X. sus fuerzas no eran inferiores á tan difícil empresa, mostraránlo algunos ejemplos. Así empieza la tra- ducción del Jamsatis terris: Com qué tormentas já, com qué portentos, Com qué varios furiosos, Con qué chuvas e ventos A Roma e aos cidadaos seus temerosos Os Deoses mostrao claro estar irosos. De Júpiter tonante a mao ardente Espanta a gran cidade, Teniendo toda a gente . De Pyrrha outro diluvio e tempestade, Con tanto impeto d' agua e quantidade. Ya Prótheo apacentou nos montes altos 0 seu gado morinho E os peixes derao saltos Sobre o álamo duda a pomba já fez ninho, E n' agua as cervas lazem seu caminho... El Rutente dextera está bien traducido en el ex- celente verso: De Júpiter tonante a mao ardente... Pero Falcao decae con frecuencia. La versión del Sic te Diva empieza bien. Assin Venus amena . Te dé viagem prospera e segura E os dois irmaos de Helena Te iniluao boa ventura. Assfri... Éolo aos ventos brandura... No me agrada, sin embargo, que el traductor res- tituyese largas perífrasis al sencillo verbo regat. En la estancia siguiente anda más infeliz: E os outros encerrando Assim Yápygo, ó Nao, so vá comtigo. Que (qual deves) levando Virgilio, intimo amigo D'alma, de Athenas tornes sem perigo... Esto es malo, y el dimidium animm mew no está conservado ni por asomo. El inoportuno qual deves prueba que el traductor no penetró bien la fuerza del creditwm. El Solvitur acris es digno de citarse por las dos primeras estrofas: o pesado Invernó o rigor perde, E ao Favonio brando Obedecendo vai, e ao verao verde,

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RWISTA EURÉ\ ° DE JULIO DE 1 8 7 7 .

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IV .

TRAíCTORES PORTUGUESES DE HORACIO.

i.

Eios siglos XVI y XVII no fue lan considerableel niero de intérpretes de Horacio en Portugalcoren Castilla. Húbolos, sin embargo, en bastan-te mero, y llevó honrosamente su tributo la eru-di<n de los latinistas lusitanos al acervo comúndel ciencia española.ombraré ante todo á Antonio Ferreira, de quien

hle hacer luego más larga memoria, como dopta horaciano. Ahora sólo he de advertir que al-pas de sus odas, aunque aplicadas á asuntos mo-tnos, son, más que imitaciones, traducciones deiracio. Acontece esto, sobre todo, en la 6.a del li-0 I, A una nave de la armada en que iba su her-mano García Frois. Es el Sic te Divapotens Cypri,

""•^«sin mudanza alguna:

Assi a poderosa,Deosa de Chipre, e os dous irmaos de HelenaClaras estrellas, e o gran Rey dos ventos,Segura Nao e ditosa... (i). „

La versificación es dura y el estilo desigual, pero1 espíritu de la composición latina está bien tras-adado.Fuera de estos ensayos de Ferreira, los primeros

le traducción de Horacio que vio Portugal fuerondebidos á otro guinhentista, Andrés Falcao de Re-sende, poeta casi desconocido hasta el presente si-glo, en que aparecieron tres mss. de sus obras, yse comenzó una edición (há tiempo suspendida) deestas en la imprenta de la Universidad de Coimbra.Su poema Microcosmographía é discripcao do Mun-do pequeño, que é o Eomen se ha impreso á nombrede Camoens muchas veces. No es poeta de primerorden Falcao de Resende, antes adolece de seque-dad y prosaísmo, pero participa de las condicionesgenerales de gusto y pureza de lengua que adornaná fos poetas peninsulares del siglo XVI. InterpretóAndrés Falcao treinta y dos odas de Horacio y lasátira 9." del libro I. Se había propuesto traducir,á lo que parece, por lo menos toda la parto lírica;pero, como se ve, apenas pasó del primer libro. Que

(1) Poemas lusitanos do Doutor Antonio Ferreira. Se-gunda impressao, emendada e accrescentada com aYida e comedias do mesmo poeta. Lisboa. Na Reg-. ofñei-tia typographica, anuo MDCCLXX. Tomo I, pág. 106.

TOMO X.

sus fuerzas no eran inferiores á tan difícil empresa,mostraránlo algunos ejemplos. Así empieza la tra-ducción del Jam satis terris:

Com qué tormentas já, com qué portentos,Com qué varios furiosos,Con qué chuvas e ventosA Roma e aos cidadaos seus temerososOs Deoses mostrao claro estar irosos.

De Júpiter tonante a mao ardenteEspanta a gran cidade,Teniendo toda a gente .De Pyrrha outro diluvio e tempestade,Con tanto impeto d' agua e quantidade.

Ya Prótheo apacentou nos montes altos0 seu gado morinhoE os peixes derao saltosSobre o álamo duda a pomba já fez ninho,E n' agua as cervas lazem seu caminho...

El Rutente dextera está bien traducido en el ex-celente verso:

De Júpiter tonante a mao ardente...

Pero Falcao decae con frecuencia. La versión delSic te Diva empieza bien.

Assin Venus amena. Te dé viagem prospera e segura

E os dois irmaos de HelenaTe iniluao boa ventura.Assfri... Éolo aos ventos dé brandura...

No me agrada, sin embargo, que el traductor res-tituyese largas perífrasis al sencillo verbo regat. Enla estancia siguiente anda más infeliz:

E os outros encerrandoAssim Yápygo, ó Nao, so vá comtigo.Que (qual deves) levandoVirgilio, intimo amigoD'alma, de Athenas tornes sem perigo...

Esto es malo, y el dimidium animm mew no estáconservado ni por asomo. El inoportuno qual devesprueba que el traductor no penetró bien la fuerzadel creditwm.

El Solvitur acris es digno de citarse por las dosprimeras estrofas:

Já o pesado Invernó o rigor perde,E ao Favonio brandoObedecendo vai, e ao verao verde,

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REVISTA EUROPEA. 1 . ° DE JULIO DE 1 8 7 7 .

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E as máqgifias tirafdo*^Ven qs seceos, navios ¡Ao fondo niar, dos jiortos e dos nos.Deíxa o rustico ao fo¿oNem alva geada ja émbranquece o prado.Em doce e alagfe jogoPor clara Lúa e fría

. Ja Venusapraziveis danoas guía... (1).

Atendiendo á los frecuentes aciertos del trabajode Resende, es de sentir que este distinguido hu-manista y fácil versificador no hubiese dotado á supaís natal de una traducción completa del líricolatino.

No se han impreso más ensayos de traduccionespoéticas de Horacio, hechas en portugués duranteese período. Barbosa cita una traducción que ms.dejó de la odas Juan Franco Barreto, intérprete ce-lebrado de la Eneida, en el segundo tercio del si-glo XVII, pero hoy no parece. A juzgar por suversión de Virgilio, debió tener algún mérito la deHoracio.

Hubo algunas interpretaciones literales en prosa,para uso de los estudiantes, por el estilo de las deVillén de Biedma y el P. Urbano Campos. A este gé-nero de libros llamaban los escolares portuguesesPaes velhos. Literariamente son de interés muy es-caso.

Alejo de Sequeira, natural de Panoyas, en elAlentejo, tradujo y dedicó á D. Verissimo de Lan-castre, después cardenal é inquisidor general, lasOdas de Horacio en portuguez, para uso dos Estu-fantes, Jívora, por Manuel Carvalho, 1633, 8.°, libromuy raro, citado por Barbosa, y no visto por Ino-cencio da Silva. Yo tampoco le lie podido haber álas manos.

Jorge Gómez de Álamo parece ser el verdaderoíiutor del Entendimento literal, e construicao por-lugueza de todas as obras de Horacio, principe dospoetas latinos lyricos com hum, índex copioso dasHistorias é Fábulas conteudas nellas, libro dado áluz r 1639 por el mercader de libros Francisco daCosta, A quien han atribuido algunos la paternidad<}• tal versión (Lisboa, por Manuel da Silva, 4.").Hízose una seguida edición, idéntica á la primerahasta en el número de folios, á costade MatheusRo-dríguez, mercador de libros, y debió ser de uso fre-cuente en las escuelas, pues todavía en 1718 sereimprimió en Coimbra (off. de José Antunes daSilva) con el título ligeramente alterado: Obras de

(1) En O Interesante, periódico que se publicaba hasta1839, se imprimieron algunas de las traducciones de Re-seude por vez primera. Véanse las citadas, á las páginas121, 153, 177. La edición completa de Coimbra no se hapuesto aún á la venta (que sepamos), por no estar termi-miiiada. aunque se empezó en 1854,

Horacio, principe dos poetas latinos li/cos, comentendimento literal, etc. Eme&dades neo, ultima,impressao (1). Es, en concepto de Cándidqusitano,un plagio mal hecho de la Declaración magtral deVillén de Biedma.

El mejor de los comentos de Pai- Velho% el de]jesuíta Gaspar Pinto Correa, maestrode Braga y Coimbra. Titúlase su obra:in libros Q. Hbratü Flacci primo j-aceta vhorumordinem, uberioribus deinde notis illustrai con-tinens quatuor libros Oarminwm et librum Ef^n...Conimbricm, 1655, 4.° La interpretación es pibrapor palabra, colocando después de la latina Uor-respondiente portuguesa. Por igual procedimatotradujo Pinto Correa las obras de Virgilio. Su»a-bajos prueban, á lo menos, conocimiento mattalde los originales.

Los comentadores portugueses de Horacio fuenen bastante número, aunque muy pocos llegaroadar á la estampa el fruto de sus estudios. Al freí-de todos merece colocarse Aquiles Stac.o ó Statitdoctísimo é infatigable ilustrador de libros de la atigüedad sagrada y profana. Entre sus innumerableescritos filológicos, cuyo catálogo puede verse ela Bibliotheca Lusitana de Barbosa, publicó un Comentario del Arte Poética de Horacio, impreso,,Amberes, 1553, y digno de muy señalada memori-,.por algunas variantes atinadas que contiene, y por-que en él se comprueban y concuerdan los precep-tos de Horacio con los de Aristóteles y otros retó-ricos griegos.

No he llegado á ver el comentario horaciano dePedro de Veiga, impreso, según afirman varios bi-bliógrafos, en Amberes, off. de Christiano Hauwel,1578, 8."

Aunque muy breves, merecen citarse las In li-brum de Arte Poética Horatii emplanationes (Vene-cia, por Francisco de Franciscis, 1587,8.*), produc-ción de aquel insigne humanista Tomás Correa,digno émulo de Marco Antonio Mureto, y profesorafamado en los gimnasios de Palermo, Roma y Bo-lonia.

Los dos jesuítas Bento Bereira y Pedro Peixotodejaron comentarios mss. á Horacio, hoy perdidos.Cítanlos N. Antonio y Barbosa.

Tampoco parecen el comentario de Manuel Ma-chado de Fonseca á la oda 24 del libro III Intactisopulentior, ni las notas que al Arte Poética de Ho-racio y á la Retórica de Cicerón había hecho donFructuoso de San Juan, canónigo regular.

De ambos no queda otra noticia que las brevísi-mas indicaciones de Barbosa.

En la Biblioteca pública de Évora se conserva un

(1) Las dos primeras tienen Vil más 250 folios; 1» últi-ma IV más 4^6 páginas.

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N.° 175 MENENDEZ PELAYO. TRADUCTORES PORTUGUESES DE HORACIO.

manuscrito titulado Paraphrases latinas as odes deHoracio e á Eneida de Virgilio, letra del siglo XVI.Parece ser el códice que Fr. Manuel do Cenáculodice haber encontrado entre los papeles del colegio *de San Pedro de Coimbra, y que por la identidad deletras atribuía á Fr. Sebastian do Regó (1).

En la misma biblioteca se guarda un códice ti-tulado Vernácula ad Horatium, escrito en 1635 porManuel Fernandez de Abreu. Es una interpreta-ción literal, y palabra por palabra, especie de Paifelho (2).

Mayor es el número de traductores en el si-glo XVIII. Citaré, ante todo, á Antonio Diniz (entrelos Árcades de Lisboa Elpino Nonacriense), poetapindárico de bríos, y donosísimo autor del poemaheroi cómico El Eysopo. Tradujo en verso sueltocon exactitud y elegancia la sátira 4.a del libro Ide Horacio:

Eúpolis, Aristófanes, CratinoE os mais autores da comedia antiga... (3)

No faltaron intérpretes de la Epístola ad Pisones.Fue el primero el P. Jacinto José Freiré, de la con-gregación del Oratorio, más conocido por su nom-bre poético de Cándido Lusitano. Trabajó no pocoen la reforma de los estudios, según el mélodo deVerney, especialmente con una Poética original,tomada en sustancia de Muratori y Luzán. Pero ade-más tradujo la de Horacio, que apareció impresacon el título siguiente:

«Arte Poética de Q. Horacio Flacco, traduzida ó¡Ilustrada en portugués por Cándido Lusiano. Lis-boa, na officina patriarcal de Francisco Luis AmenoMDCCLVI11. Com as licencas necessarias, 18 m. pres.sin foliar, y 218 pp.» Este libro, soberbiamenteimpreso y dedicado á Pombal, cuyo retrato va alfrente, se encabeza con un discurso preliminar,erudito y juicioso, harto mejor que la versión fiely literalísima, pero mala y prosaica, como de unlatinista que nada tenía de poeta. Aseméjase muchoá la de nuestro triarte, que la tributó grandes elo-gios. En el prólogo pasa revista Cándido Lusitano álos comentadores y traductores de Horacio que éláCñocía. De los españoles cita á Aquiles Staco, To-más Correa, el Brócense, Benito Pereira, Espinel yVillén de Biedma. Con juicio y discreción habla delas dificultades del traducir. En las notas que vanal pió de las páginas, siguió á Dacier. La traduc-

(1) Memorias históricas da ordem terceira de S. Fran-cisco, eto., pág*. 58.

(2) Catálogo dos nianuscriptos da Biblioteca PublicaEborense, ordenado com as descripqoes e notas do biblio-thecario J. H. da Cunha Rivera, tomo II.

(3) Poesías de Antonio Diniz da Cruz é Silva, na Arca-dia de Lisboa, Elpino Nonacriense, tomo IV, que contienepoesías varias. Lisboa, 1814, na typographia Lacerdma,pág. 65.

cion está en verso suelto, y va acompañada daltexto latino; acabado el cual, se pone un Suplemen-to á las Notas con indicaciones tomadas de Vida,Boileau y Pope, y unas Observaciones sobre ciertasvariantes del texto. Como trabajo filológico mere-ce atención el de Cándido Lusitano. Hay dos ó tresreimpresiones, no raras, de esia Poética.

Tradujo además el Padre Freiré, aunque no llegóá darlas á la estampa, las Sátiras y Epístolas delVenusino. Consérvase el manuscrito (1) en la biblio-teca pública de Évora, y á juzgar por la sátira pri-mera, que como muestra publicó Seabra, es obra deescasísimo merecimiento. Así principia:

Donde vira, Mecenas, que contenteNinguem vive do estado que professa,Ou por justa razao, ou por destinoAntes louva somente ó. que outros seguem...

Está en versos sueltos, prosaicos y flojos.Otra versión de la Epístola ad Pisones publicó el

médico Miguel do Couto Guerreiro, aventajado la-tinista é intérprete asimismo de las Heroidas ovi-dianas. Titúlase su trabajo:

«Arte Poética de Horacio. Traduzida em rimapor Miguel do Couto Guerreiro. Lisboa. Na Reg.Off Typographica. Anno MDCCLXX1I (1772). Comlieenca da Real Meza Censoria. XVII-t-50 pp. 12.°»

En la advertencia ao leitor defiende algunos pa-sajes de su traslación en que usó de libertad exce-siva. Hízola primero en versos sueltos, que luegoconvirtió en pareados, muy malos ciertamente.Vaya una muestra:

A Poesía ha de ser como a Pintura,Achas neita de perto formosura,Em outra, quando está mais separada;Esta repugna a luz, outra che agrada,Que he toda a que nao teme, que os perfeitosJugadores a notem de defeitos:He tal que huma só vez he applaudida,Outra sendo dez veces repetida...

Esta traduccian no lleva notas, y merece aí'rbanzamuy escasa. Algo mejor que ella, y aun que la deCándido Lusitano, es la que se rotula: Arte Poeíicade Q. Horacio Flacco: traducida em verso rimado.Coimbra, na Reg. Off. da yniversidade, 178i, 8.°mayor, 47 pp., y lleva el nombre de Rita ClaraFreiré de Andrade. Esta señora existió realmente,pero la traducción es atribuida por el mayor núme-ro de los bibliógrafos á su esposo Bartolomé Cordo-vil de Sequeira y Melio, profesor de gramáticalatina; y por algunos á Isidoro dos Sánelos, bedelde la Universidad de Coimbra. Mas sea lo que fuerede esta cuestión no resuelta todavía, puesto que

(1) Autógrafo. 102 hojas útiles.

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no hay datos irrefragables, sino tradiciones y ru-mores vagos, cúmpleme advertir que la traslaciónde Rita Clara, versificada en los enfadosísimos pa-reados que hemos visto empleará Miguel do Couto,y que usó también Soares Barbosa, es apreciable,á pesar de este defecto, por mostrar más animacióny espíritu poético que las demás traducciones por-tuguesas del Arte Poética, si exceptuamos la deSeabra, y quizá la de la marquesa de Alorna.

No ya mala, sino de todo punto ridicula, es la quepublicó Jerónimo Soares Barbosa, así rotulada:

«Poética de Horacio, traduzida é explicada me-Üiodicamenle por Jeronymo Suares Barbosa, jubila-do na cadeira de Eloquenza, é Poezía, da Universi-dade de Coimbra.» La edición que he visto es lasegunda, impresa en Lisboa. Na TypograpMa Bo-llandiana, 18-18. Com licenca da Real Meza do Des-embargo do Paco, IV-v-252 pp. El libro debió impri-mirse por primera vez hacia 1790, pues ya Costa ySá le menciona en su traducción impresa en 1794.

Tras una Prefacao y diversos preliminares, vieneun cuadro analítico de la Poética, tal como la en-tiende y divide Soares Barbosa. Así comienza estallamada versión, mala como de dómine:

Se a cabeca humana hum pintor quisessel'escoco de cavalho unir, e a esteJuntar membros de todos os viventesKevestindo-os de plumas differentes...

A cada pocos versos viene un comentario largo yerudito al modo de tantos otros, algo farragoso,pero de buena doctrina.

Mayor aprecio merece la traducción en prosa delcelebrado humanista y académico Pedro José daFonseca:

«Arte Poética de Q. Horacio Flacco. Epístola aosPisóes, traduzida em portuguez, e ¡Ilustrada comescolladas notas dos antigos e modernos interpre-tes, e com hum commentario critico sobre os pre-ceitos poéticos, licoes varias, e intelligeneia doslugares dificultosos, por Pedro José da Fonseca.Lisboa, Na Off. de Simáo Thadeo Ferreira. AnnoMDCCXC (1790) X!X+272 pp.. 4."

Siguió Fonseca el texto de Cuningham, consul-tando además gran número de comentadores y tra-duetores, entre ellos á Iriarte. En una página colocat;l original latino y al frente la versión portuguesa.En la pág. 98 empieza el Comentario Crítico, quees docto y curioso, citándose en él á la continuaejemplos de poetas portugueses. Conocidos son lostrabajos filológicos de este erudito académico, unode los fundadores de la Academia Real de Ciencias,y la parte activa que tomó en el volumen primerodel Diccionario de Autoridades que comenzó á pu-blicar dicha sabia corporación en 1793.

El padre Tomás José de Aquino, conocido por sus

ediciones de Camoens, hizo, siempre con escasafortuna, repetidos ensayos de traducción de Hora-cio. Publicó primero dos rarísimos opúsculos, quecontienen versiones de varias odas, á saber:

«Traduccao portugueza da ode IV do libro IV deQuinto Horacio Flacco, Príncipe dos Poetas LyricosLatinos, por Paulo Germano. Vay juntamente humaanalyse da mesma ode, e vao tamben humas notastumultuarias. Lisboa: Na off. de Manoel CoelhoAmado... Anno MDCCLXI (1761). V. m. sin foliar,y 17 PP-»

En una advertencia e satisfaegao necessaria aoleitor, trata el Padre Aquino de la poesía lírica. Laaprobación de Felipe José da Gama es un juicioso yerudito discurso sobre las traducciones, fundado enlas doctrinas de Huet, De claris interpretibus, sinolvidar las indicaciones del rey D. Duarte en elLeal Cosselheiro. Sostiene el aprobante que la tra •duccion ha de ser literal, y cita buen número detraductores, tomándolas noticias del libro de Huet.A continuación se halla el análisis de la oda Qualemministrum fulminis alitem, y luego su traducción,que es prosaica y mala, y comienza así:

(Jual a ave que os rayos lie ministra,A quem o Rey dos DedresJúpiter deo poder ñas aves vagasTeudo experimentadoNo roubo do fermoso GanymedesSua fidelidade;A qual, em outro. tempo, á mocidade,E o paternal vigorDo ninho fez sahir, inda inexpertaDos trabalhos: e os ventosDa Primavera, as chuvas ja apartadas,Os insólitos voosTímida ehe ensiñarao; logo o forteImpeto á fez vaixarAos curraes e aos apriscos das ovelhasContraria e inimiga...

Al pié de la traslación léense breves notas.Encuadernada con el raro ejemplar de este folle-

to que he visto en la Biblioteca del Convento deJesús, hoy de la Academia de Ciencias, se encuen-tra una copia manuscrita por Fr. Manuel Salgado, dela «Traduccao Portugueza da ode undeima do livroprimeiro, e da quinta do livro torceiro de Q. Hora-cio Flacco, Príncipe dos Poetas Lyrieos Latinos, porPaulo Germano (Fr. Tomás de Aquino): Vao junta-mente os analyses das mesmas odes, e vao tambenhumas notas tumultuarias. Lisboa. Na off. de Ma-noel Coelho Amado... Anno de MDCCLXII.» Sirve deprólogo una larga aprobación de Gama. Cada una delas odas va acompañada de análisis y notas. Estatraducción del Tu ne quessieris y del Cmlo tonan-tem apenas tiene otro mérito que el de la concisión.

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N.° 175 MENENDEZ PELAYO. TRADUCTORES PORTUGUESES DE HORACIO.

Dos distintas interpretaciones del Arte Poéticapublicó el Padre Tomás de Aquino. Titúlase la pri-mera, que es muy singular por varios conceptos:«A Poética de Q. Horacio Flacco restituida a suaordem: com a interpretaijao parapsfrastica em por-tuguez, e huma carta do editor a certo amigo sobreeste mesmo assumpto. Lisboa. Na Regia OfficinaTypographica Anno MDCCSCI1I (1793) XXVII -+-167 pp.«

El P. Tomás de Aquino no se da por autor sino poreditor de esta obra, á lo que se deduce de la cartapreliminar, pero hay motivos harto fundados parasuponer que le pertenece. El orden natural que enesta edición se sigue no es el de Cáscales, sino elde Petrini, tan absurdo y desbarajustado como elprimero. La anónima traslación portuguesa es unaparáfrasis muy libre hecha según la interpretaciónlatina en prosa del P. Inocencio. Las notas son enparte de Petrini, en parte del traductor portugués,en parte de otros intérpretes y comentadores. Asíellas, como el descoyuntado texto que acaba en elverso Sit Ubi Musa lyroi solers et cantor Apollo,y la paráfrasis impresa debajo llegan hasta la pá-gina 68. Llenan el resto del volumen las. notas deMetastasio, algunos lugares sueltos de la Poéticatraducidos en verso portugués muy medianamente,varias notas, y el diálogo de Cáscales sobre la poe-sía épica. Todos estos fragmentos fueron traduci-dos ó arreglados por el P. Aquino.

Unida á la traducción del Cum tol sustineas apa-reció tres años después otra de la Epístola adPisones, trabajadas las dos por el infatigable PadreAquino. La portada dice asi:

«A Epístola I do Livro segundo de Q. HoracioFlacco á Augusto, com a interpretac.ao em versoportuguez por Thomás Joseph de Aquino, presbyte-ro secular: Acresce a Poética do mesmo Horaciorestituida á su ordem, e traducida em verso vul-gar. Lisboa. Na Regia officina Typographica. AnnoMDCCXCVI. 4.°, 111 pp., con un prefacio suscritopor Jorge Bertrand.»

Hizo el P. Aquino esta versión en ratos de ocio,y bien se conoce en lo desmadejada y ñoja. Asícomienza el Cum tot sustineas:

Como tu só sustentes, e á teu cargoCousas tao graves se achem cometidasComo sao segurar co'as fortes armas0 Imperio Romano, ennovrecello...

Así está versificada toda la epístola. Síguenlacuriosas notas, y acaba el tomo con el Arte Poé-tica, trasladada igualmente en verso suelto:

Se hum pintor por capricho unir quisiereA huma cabeca humana coló equido...

No lleva comentarios, pero sí el texto latino pa-

reado con el portugués. Distínguense las interpre-taciones del P. Aquino por la abundancia de desu-sados latinismos y frases exóticas.

Notabilísima por sus ilustraciones me parece el«Arte Poética ou Epístola de Q. Horacio Flacco aosPisoes, vertida e ornada no idioma vulgar comillustragoes e notas para uso e instruiíjao da moci-dade portugueza por Joaquín José da Costa e Sá,Professor Regio de Lingua Latina na Corte. Lis-boa, MDCCXCIV. Na officina de Simao Thadeo Fer-reira, 44 -+- 294 pp.

Encabeza el tomo una carta latina á Costa e Sá,suscrita por T. D., y viene en pos un muy eruditoDiscurso preliminar e critico sobre a Poética de Q.Horacio Flacco, dividido en siete secciones, que tra-tan: 1.°, de esta versión y del método seguido enella; 2.", de los gramáticos antiguos que interpreta-ron á Horacio; 3.°, de las ediciones; 4.", de los co-mentarios; ?>.', de los códices y traductores de Ho-racio; 6.°, de los filólogos portugueses que trabaja-ron sobre sus obras; 7.°, de las pruebas intrínsecasy testimonios que abonan el orden comunmenteseguido en la Poética. Siguen á estos doctos preli-minares el catálogo de las ediciones consultadas,el argumento y sinopsis de la Poética, el texto tra-ducido en prosa y muchas .notas al pié de cada pá-gina. En la 193 se Icen unas Regras analíticas ex-trahidas da Arte Poética ou Epístola de Q. HoracioFlacco aos Pisoes, y en la 209 diversas ilustracio-nes y adiciones á las notas. El comentario, que eslo interesante en el libro de Costa e Sá, está funda-do en los de Luisino, Grisolio, Ascensio, AquilesEstac.0, Lombino, Gesner, Baxter, Bentley, Sana-don, Cuningham, Batteux, Vallart y otros.

En la Biblioteca pública de Évora se custodian encinco volúmenes As odes de Q. Horacio Flacco,tradxsidas em a lingua vulgar por Joaquim, José daCosta e Sá. La traducción es en prosa y con notas,exceptuando el libro IV y los Epodos, que no lasLienen. El bibliotecario Rivar dice que falta el li-bro V; pero se equivoca, porque en las poesías lí-ricas de Horacio no hay más libro V que los Epodos.

En la Biblioteca de la Universidad de Coimbra heexaminado una traducción del Arle Poética, nomencionada por los bibliógrafos anteriores. El títulode este códice es como sigue: «Arte Poética deQ. Horacio. Traducida da lingua latina para a por-tugueza, em obsequio damocidade. Por Joao Rossa-do de Villalos e Vasconcellos, Bacharel nella Uni-versidade de Coimbra e Profesor Regio de Rhetoricae Poética na cidade de Evora. Ms. de 19 folios útiles,con un prefacio y un Compendio das regrasprinci-paes da versiftcao portugueza.» Está en prosa, y valepoco ó nada. Lleva al fin la licencia para imprimir.

El distinguido é incansable bibliófilo Inocencio díaSilva poseía una traducción manuscrita (en prosa)

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6 REVISTA EUROPEA.——1 .° DE JDLIO DE 1 8 7 7 . N.° 175

del Arte Poética, hecha por el profesor Bento José

da Sousa Farinha, conocido por su epítome de laBiblioteca de Barbosa y sus ediciones, poco esme-radas, de las comedias de Jorge Ferreira de Vas-concellos.

Comenzaban á caer en desuso las interpretacio-nes literales de Pinto Correa y Gomes de Alonso,cuando el profesor José Antonio da Matta publicóotra más aceptable, así rotulada:

«Odes do Poeta Latino Q. Horacio F!acco. Tradu-zidas literalmente naLingua Portugueza. Obra utilis-sima para todo o genero de persoas que dezejáo en-tender sem trabalho os agudos pensamentos, frazesselectissimas e fábulas exquissitas deste táo meta-pborico como purissimo autor da Lingua Latina.(Ilustradas com copiosissimas notas, que evidente-niontc aclarao o manifestamente dissipao a eseuridade das mas translacoes, por José Antonio da Mat-í¡i, profesor regio da Lingua Latina nesta corte.Lisboa. Na off. Patr. de Francisco Luiz Ameno.MDCCLXXXIil (-1783) XI+399 pp.»

151 autor (cuyo gusto puede juzgarse por el fron-tis) publicaba esta obra por cuadernos; pero nollegó á estamparse más que el primer tomo, redu-cido á los dos primeros libros, y no íntegros, puestoque aparecen del todo suprimidas, por motivos dehonestidad, las odas 5.a, 13, 19, 23, 25, 'Sí del I;•i.", 5." 8." del II, y muchos pasajes de otras. La tra-ducción es en prosa y por el estilo de la del P. Ur-bano Campos. Lleva largas notas explicativas, y alprincipio de cada oda se apunta el género de metri-licacion á que pertenece, y aun se mide una estrofapara muestra.

Traducciones de odas sueltas se hallan en lasobras de algunos poetas de este tiempo, ó en publi-caciones diversas. Citaré las que recuerdo.

Francisco Dias Gomes, notable crítico, interpretóla oda 14 del libro I, Oh navis, referent in mare.Hállase en las notas á la oda 7." de las suyas origi-nales (1), y no pasa de mediana. Así comienza:

Novas ondas vorazes,Atrevido Baixel, a o mar te levao:Oh vé bem o que fazes:Olha que as tempestades já se elevao:A vela nao te facas,Vé que una de remos te espedacas,..

Domingo Caldas Barbosa insertó la oda i.", Me-canas alavis, en la tercera parte del Almanach dasMusas, offerecido ao genio portuguez, impreso enLisboa, 1793.

i, \) Obras Poéticas de Francisco Dias Gomes: Mandadas11 u li if car por orden da. Academia Real das Sciencias, á 1>e-nrfirio da Viuda e Orfa.os do Author. LisÍJ.>a. Na Typo-í_T»pliia da Academia R. das Sciencias. Anno de 1799,l.áíí. :¡3C.

El célebre y desdichado matemático José Anasta-sio da Cunha, perseguido por el Santo Oficio á causade sus ideas y escritos impíos, cultivó, y no con es-casa felicidad, la poesía. Sus versos fueron publi-cados por Inocencio da Silva (4) en 1839; peroaños después de hecha esta edición tropezó el doc-to bibliógrafo con varias poesías inéditas, entreellas una versión de la oda 3.a del libro III dellírico romano, Juslum et tenacern.

Con el título de Obras inéditas dos nossos insignespoetas Pero da Costa Perentello, coevo do grandeLuis de Oamoes, e Francisco Cfalvao, eslribeiro doDuque D. Theodosio, e de muilos anónimos... Ba-das á lut fielmente trasladadas dos se-us antigos ori-ginaes... por Antonio Lourenco Caminka, profesorregio de Rhetoricae Poética, salieron varios tomi-tos á fines del siglo pasado. La autenticidad de mu-chas do las composiciones en ellos incluidas andaentela de juicio. En el tomo 1 (Lisboa, na off. deAntonio Gomes, 1791) se insertan al fin algunasoclas de Horacio vertidas en Mngoagem portugueza,que ni por el estilo ni por la versificación puedenpertenecer al siglo XVI siendo á todas luces obrasdel editor ó de contemporáneos y amigos suyos. Es-tas odas son:

1.* del libro I, Mcecenas ata-ois:

Ramo ilustre dos reys, claro Mecenas,Amparo e gloria minha...

3." del mismo, Sic te Diva:

Assim de Chypre a Deoza poderoza,Y de Helena os irmaos, astros luzentes...

Otra versión de la misma oda:

Assin de Chypre a Deoza poderoza,Assin de Helena os dois Irmaos no olympo...

30." del mismo libro, Oh Venus Regina Gnidi.14.a del II, Bheu fugaces:

O tempo voa, o Posthumo, que os anuosDa curta idade nossa fugitiva...

o." del IV, Divis orte bonis:

0 Augusto, de Eneas descendente,Pai da Patria querido...

2." del Epodon:

Feliz únicamente0 que no campo izento de cuidados,Bem com'a antiga gente...

(1) Composieoes poéticas do Doutor Joseph Anastasioda Cunha,, natural de Lisboa. Lente de Matliematíca naUniversidade de CoinVbra, falecido no anno de 1787, agoracolligidas pela primeira vez. Lisboa... Auno de 1839.

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N.° 175 MENENDEZ PELA.YO. TRADUCTORES PORTUGUESES DE HORACIO.

13." del mismo, Hórrida tempestas:

Em quanto asanha os ventos furibundos0 encarquilhado Invernó, e das mazmorras...

Algunas de estas odas se atribuyen á Gilinto. Comoquiera que sea, me parecen buenas y dignas de co-nocerse. Trascribo por muestra la más breve:

Deixa a querida Chipre, o de GlieeraVen habitar a caza magestoza,Tu que gobernas sobre Pafo e Gnido,

Deoza formoza.Ella t'invoca, e em sacrificio attende,Como tornando vai grossos os ares0 leve fumo de queimado incensó

En teus altares.Ninfas, Mercurio, Amor o as Grabas nuasVoen sobre os teus passos delicados,E a gentil Hebe so por di cercada

Del mil agrados.

José Días Pereira, entre los Arcados Silvano Ery-cino, tradujo la oda 17.a del libro II de Horacio.Hállase en la versión del Cato sive de senectute pu-blicada por el padre Tomás de Aquiao á nombre deMarcial de Rcsende, y en el Jornal Poético que en1812 daba á la estampa el editor Desiderio MarquésLeao.

Francisco Manuel de Oliveira, profesor de Filoso-fía en Funchal, trasladó á lengua portuguesa lasodas 1.*, 2.", 5.a, 6.a y 22 del libro 1, la 3." del IIy los Epodos 11." y 15.° Léense en el tomo 11 de suColleccao poética (1), pág. 84 y ss. Son de méritomuy escaso.

Bartholomeu Soares de Urna Brandao en susObras poéticas tiene traducciones de la oda 13.' dellibro I, y del epodo 2." No he visto los ensayos deeste traductor, mencionado por Inocencio da Silva.

Vagamente cita el mismo Silva traducciones deHoracio hechas por José Fernandez Oliveira Lailaode Gouvea y algún otro.

En la Biblioteca de Évora se conserva una pará-frasis latina de la oda 14.a del libro I, Oh nams, enverso y por autor anónimo, letra de comienzos delsiglo pasado (2). En la misma Biblioteca se guardauna traducción y comentario en portugués de lastres primeras odas por Antonio Carlos da Silva Fran-co, autor de la misma centuria, á lo que sospe-chamos.

il) Lisboa, na off. de Ferreirn, 1191, eu 8.", 178 pags.CXIV

(2) Oód. (fol. 109.)1—19

I I I .

Casi simultáneamente aparecieron en los primerosaños de este siglo dos traducciones de las Odas deHoracio en verso portugués, notables ambas pordiversos conceptos. Hizo la una el célebre P. JoséAgustín de Macedo, escritor fecundísimo y atrabi-liario, hombre do varia erudición y de lucido inge-nio, aunque de escaso gusto y sobrada arrogancia.Rotúlase su libro: Obras de Horacio, traducidas emverso porluguez por José Agostinho de Macedo. To-mo 1.° O* quatro Hvros das Odes e Epodos. Lis-boa. Na lmpressao Regia. Ánno 1806, y constade XXXV pgs. de preliminares, 222 de texto y unade erratas. En el Prefacio quéjase el P. Macedo dela corrupción del gusto, aludiendo con toda clari-dad á Bocage y sus discípulos. Divide su introduc-ción en tres artículos. Trata el primero de las tra-ducciones que se han hecho de Horacio en diversaslenguas. Macedo, escribiendo de memoria, según sucostumbre, cita algunas francesas, inglesas é italia-nas, dos portuguesas en prosa, sin especificarlas, ymienta como de oidas algunas más. En el segundoartículo discurre sobre el método seguido en sutraducción y las causas que le obligaron á hacerla,entre las cuales muy inocentemente apunta la gransemejanza que hallaba entre el carácter é ingeniode Horacio y el suyo. Por lo demás, dice con buenacuerdo que la traducción ha de hacerse por peso yno por medida. El párrafo tercero de su discursopreliminar, dedicado á la vida y escritos de Horacio,nada ofrece digno de particular memoria. SiguióMacedo para su traslación el texto latino de JuanBoud (Amsterdam, 1750, Off. de Bteu), que es delos más correctos. Puso íntegras todas las Odas,excepto el Quid Ubi vis mulier dignissima, barris,que suprimió por completo.

El Horacio del P. Macedo no lleva notas, y estátodo en versos sueltos diversamente combinados.Ha tenido siempre escasa fama, quizá por ser tanexecrada en Portugal la memoria del acerbo detrac-tor de Camoens; pero juzgándole con imparciali-dad, ha de confesarse que la traducción es en con-junto buena, aunque no muy poética n¡ agradable.Adolece de frecuentes prosaísmos y abunda en ver-sos débiles y malos, pero pocas veces yerra el sen-tido, y precisión y exactitud las tiene casi siempre,á pesar de las. libertades que el traductor gusta detomarse. Lo que le falta es espíritu lioraciano, ysentimiento de las delicadezas y armonías del ori-ginal. Tiene además trazas de obra improvisada, sinpreparación ni estudio suficientes, y por tal razónni puede darse como definitiva ni tomarse por mo-delo, aunque quizá vencería puesta en cotejo conla de Ribeiro dos Sanctos. La versión del Canto Se-cular es muy buena en Macedo, y no menos, aun-

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8 REVISTA EUBOPEA. 1 . " DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.° 17o

que afeada por algunas desigualdades, la de laOda 29.* del libro III. Thyrrena Regum progenies.Como esta traducción es poco leida, aun en Portu-gal, transcribo el Poscimus si quid (Oda 32." dellibro I.)

A LYHA.

Se de cuidados desprendido, ó Lyra,Á sombra recostado,

Versos dignos de tí cantava outr'ora,Humilde te suplico,

Eterna duracáo des a meu canto:Eia, o Lyra, acompanha

Lyricos versos en latino idioma:Modulou-te primeiro

Raio da guerra, o cidadáo de Lésbos,Que on no mavorcio campo,

Ou dando fundo ás naos na fresca praia,Cantava de contino

As Musas, e Liéo e a Cypria Deosa,E o folgazáo Menino

Que ella nao deixa separse do ladoE Lycas magestoso

De negros sehos, de cabellos negrosO d'Apollo ornamento,

Prazer de Jove, armoniosa lyra,Dos meus duros trabalhos

Em todo o tempo bálsamo suave,. Ó Lyra, eu te saüdo:

Invocada por mim, propicia acudeA meus férvidos vates.

Macedo tradujo también las sátiras y las epísto-las, pero no llegaron á imprimirse. Fr. Mariano Ve-lloso, director de la Real Imprenta, llevó el manus-crito al Brasil en 1807, y allí hubo de perderse.

En el Semanario de Instrucgao y Eecreio en quecolaboró Macedo se insertaron paráfrasis de lasodas 12." del libro II, 30.a del III, 16." y 14." del II ytraducciones más literales de la 5.a del libro I, 3." y"2." del mismo, d:stintas todas de las incluidas en laedición de 1807. Se publicaron por el orden en quevan especificadas.

Mayor celebridad ha obtenido A Lyricade Q. Ho-racio Flacco, Poeta Romano, trasladada literal-mente em verso poriuguez por Elpino Duriense.Tomo 1. Lisboa, Na lmp. Reg. Anno 1807.

Ksta elegante edición consta de dos volúmenes,el primero de IX + 227 pp., y el segundo de 299de texto y 1 de índice. Encabézala, una dedicatoriaá Ricardo Raimundo Nogueira, traductor de la Poé-tica de Aristóteles, y acompaña á la traducción untexto latino muy correcto.

El traductor oculto bajo el nombre arcádico deBlpino Duriense, no es otro que el erudito y labo-riosísimo bibliotecario Antonio Ribeiro dos Sanctes,

cuyas obras inéditas llegan al portentoso númerode loO volúmenes en 4." En el prólogo á su trabajohoraciano afirma que no le hizo en prosa por enten-der (y con razón) que la prosa nunca fue el idiomade los oráculos de Delfos ni la lengua de los Dio-ses, y que los poetas solo pueden y deben ser tra-ducidos en verso. Era Ribeiro dos Sanctos versifi-cador elegante y buen hablista, lírico de segundoorden, al modo de su tiempo, y grande imitador deAntonio Ferreira. Mas para traducir á Horacio fal-tábanle fuerzas y nervio, y más que todo, flexibi-lidad de ingenio y riqueza de recursos artísticos.Por eso, su traducción, sin ser insípida, como pre-tende Almeidar-Garret, es por lo menos en alto gra-do monótona, como si se fundiesen en un solo yestrecho molde todas las creaciones del lírico lati-ne, y se diese un carácter uniforme, descolorido yde académica elegancia á todos los rasgos de suvivo, agudo y caprichoso ingenio. El grave magis-trado no logró hacer hablar portugués á Horaciosino sacrificando su carácter poético en aras de unaregularidad fria y seca. Su traducción es literal,pero muerta. Está allí el cuerpo, mas no el alma deHoracio. No deja, por eso, de ser obra de admirableestudio, y digna en tal concepto de alabanza. Laversificación es casi siempre fluida y sonora, usan-do Ribeiro con predilección la estrofa de Franciscode la Torre. Suprimió por motivos de decoro losdos epodos In anum libidinosam, un trozo del II ACanidia, los finales de las odas 4.* y 6." del I, 8." y9." del II y un retacito de la 6.a del III. Para mues-tra del trabajo de Ribeiro dos Sanctos, insertolas primeras estrofas del Odi prophanum vulgus etarceo:

Aborrego o profano vulgo, e afasto.Calaivos: eu das Musas sacerdoteA's virgens e aos meninos versos canto,

Nunca até agora ouvidos.Sobre o proprio rebanho os reis tremendos,Nos mesmos reis tem Jove imperio, claroC o giganteo triumpho, que o universo

Com o sobrólho abala.Disponha hum mais arvores á linhaDo que outro: ao campo desea hum candidatoCom mor nobreza: este mais pertenda

Por costumes e fama.Outro tenha mor turba de clientes:Com lei igual sorteia a fatal morteOs altos e os pequeños: a grande urna

Revolve os homes todos.A quem sobre á cerviz impia a espadaNua pende, nem siculos banquetesDarao doce sabor, nem canto d' aves

Ou lyra trará somno.0 somno brando dos agrestes homens

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N.° 175 MENENDEZ PELAYO. TRADUCTORES PORTUGUESES DE HORACIO.

Os humildes albergues nao desdenha,Nem as umbrosas ribas, nem os Tempes

Dos Zéíiros movidos...

En la Biblioteca Nacional de Lisboa se conservaun manuscrito titulado: Trasladacgao de algumasodes de Horacio em linguagem mandadas copiarpeí o Dr. Antonio Ribeiro dos Sanctos. Tiene lamarca D—4—22. Algunas de estas versiones sondel mismo Ribeiro y distintas de las que despuésincluyó en su Horado, á saber:

Oda 1." del libro I, Mecmnas atavis.Id. 3." del mismo libro, Síc te Diva:

Assim de Cipre a Deosa soberana...

Id. 14.* del libro 11, Ehev, fugaces. Es una pará-frasis, y la incluyo para que se compare con la tra-ducción literal, única hasta ahora impresa:

Posthumo, Posthumo, os veloces annosDa curta idade nossa fugitivosEsoapando-nos vao, sem que os detenha

A constante virtude.Nunca faras por mais que justo sejasQue venhao tarde as rugas, e a velhice,Que sobre tija pende, se demore

E a indomavel morte.Cano.as-te em vao por mais que en sacrificioAo Déos Plutao qne nunca se internece,Bárbaro sangue de trezentos toiros

Derrame cada dia.Terrivel Déos que a Geriao disformeDe tresdoblado corpo monstro horrendoE o fulminante Tycio retem prezos

Aleín do triste río.Río fatal que todos surcaremos(¿uantos cá sobre a térra respiramos,Ou nos sejamos Príncipes potentes

Ou povrés lavradores.Em vao fugimos de arriscar a vidaNa sanguinosa guerra, em vao tememosDo Adriático mar que se espedaca

Surcar as loucas ondas.De balde acautelados procuramosAbrigar-nos do Austro que no AutonoDas negras azas sobre nos sacode

Mortíferas doencas.Pois que havemos de ir ver Cocyto escuroQue vai dormeues agoas arrastrando,Iremos ver de Bello as impias netas

Na barbara fadiga.E a Sysipho infelis pelo alto monteNos já cansados hombros carregandoCom incessante lida o enorme pezo

Do voluvel rochedo.Tri3te hum dia ha de oireni, que tu deixes

Para nunca a ver mais a patria térra,O soberbo palaco, á char a esposa,

Metade da tua alma.D'arvores mil que tu cá tens plantadoDe que has de ser senhor por poucos días,Somente irao contigo a sepultura

Os lúgubres cyprestes.E o licor de Champania que mesquinhoDebaixo de cem chaves aferrolhas,Mais digne do qae tu, pródigo herdeiro

O beberá rindo.O vinho que mais doce nunca viraoAs Pontificias sumptuosas mezasDerramará com mao desperducada

No rico pavimento.

En el citado manuscrito se conservan algunasodas traducidas por Fr. Alejandro da Sacra Fami-lia, obispo de Malaca y lio de Almeida-Garrett. Losbibliógrafos portugueses no las citan. Son:

4.a del libro I, Solvüur acris:

Amacia-se o duro invernó a voltaBenigna do verao, e de Favonio...

7.a, Vides u taitas te t nivecandidum:

Vez como d'alta nevé está SoracteBranco?...

10.*, Mercuri facunde:

O'Mercurio facundo neto d'Atlas...

17.*, Velo® amanum sospe Lucretilem:

Do Lyceo ao Líbrete ameno Fauno...

21.% Djpnam terne:Cantai, Dianna, tenras donzelinhas,Cantai, meninos, ao intenso Apollo...

12.*, Integer vita:

O varao inocente, e sem maldadeNem dos arcos moriscos...

14.*, MUSÍS árnicas:, .

Eu grato ás Musas, a tristeza e medosEntregarei aos ventos apanhados...

2." del libro 11, Nullus argento color est avaris:

Nao tem a prata cor, Crispo Sallustio...

10.a, Rectius vives:

Melhor, Licinio, diviras nem sempre...

16.*, Olium Divos:

Socego aos Deoses pede esmorecidoNo largo mar Egeu o navegante...

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1.' del III, Odi prophanum vulgus:Profano vulgo, eu fujo, eu te aborreeo...

i." del IV, Pindarum quisquís:

0 que a Pindaro tenta imitar, Yolio...

7." Diffugere nives :

Ya fugirao as neves...

13." Audivere, Lyee:

Ouvirao, Lyce, os Deoses os meus votos,Ouvirao, Lyce, os Deoses,Estas velha

2." de los Epodos, Beautus Ule:

Feice o que apartado dos negociosComo os mortaes antigos...

3.% Parentis olim si quis impía mam...

Si algem com impía mao do pai ja velho...

Casi todas estas versiones, que no pasan de me-dianas, aunque hechas con buena inteligencia de losoriginales, llevan algunas notas. Al obispo de Ma-laca parece que debe atribuirse también el Quidde-álicatum poscil Apollinen que aparece en el mismo(Códice: . •. .

Que pede ao dedicado Apollo o vate,Que roga, que pretende...

De Fr. José do Coracao de Jesús, poéticamentelllamado Almeno, hay en el ms. citado una traduc-ción del Mec0#$s atavis.

Ramo illustre dos Reys claro Mecenas,Amparo e gloria minha...

Es distinta de la incluida en el tomo II (pág. 61),ctle las Poesías de Almeno, publicadas por ElpinoDuriense (Lisboa, na Typ. Lacerdina, 1815,12.")

Otra traducción completa de las odas hi^o el di-plomático Antonio Araujo de Azevedo, conde deBarca, protector y amigo de Filinto. Quedó inédita,y debía valer poco, pues el mismo, ,Franqisco Ma-muel era de opiíiioflf queel Horacio latino debía con-sagrarse á Venus, y el portugués á Vnlcano.

Al frente de los traductores de odas1 sueltas debeJügurar el¡; citado Filingo Elysio, ó sea FranciscoManuel do Nascimento, poeta horaciano de los másseñalados de nuestra Penísula. En sus Obras Com-pletas (París, na pfficina de. A. Bobee, 1819), queconstan de once volúmenes, hay esparcidas dife-rentes versiones horacianas. Lóense en el tomo Iuna parodia ds la pda 2-* Jam satis terris, y unatraducción del Recliuspipes(10." del libro II):

Melhor, Licino, lograrás a vidaNem sempre com a proa... (pág. 447.)

En el III, interpretaciones de las odas siguientes:12." del libro I, Quem virum aul heroa:

Que homen, que héroe, que Déos, oh Clio, elegesNa lyra celebrar, na arguta flauta...

13.* del mismo libro, Cum H Lydia Telephi:

Quando de Télepho o rosado eolioLouvas, oh Lydia, e os nidos bracos louvas...

Epodo 7.°, Quo, quo, scelesti ruitis:

¿Onde ides de tropel? ¿onde, malvados?A que é tanto preparoDe acicalados ferros para as dextras.

En el 5.° la epístola 2." del libro I:

Máximo Lolio, em quanto tu declamasEm Roma, repazei eu em PrenesteEsse scriptor da guerreada trova... (pág 1S4).

En el 11.°, las odas que á continuación van regis-tradas:

11." del libro I, Tune quasieris:

Tu nao trates (que e mao) saber, Leuconoe.Que fim darao a mim, a ti os Deoses

38." del mismo libro, Pérsicos odi, fuer, appa-ratus:

Dos persas abhoréQO os aparatos:Desagradao-me, oh Moco...

8.* del libro III, Casio tonantem:

Reinar eremos nos Ceos tronante Jove...

3." del libro I, Sic te Divapqtens:

Assim de Chipre a Deosa poderosaE de Helena os irmaos, astros luzentes.

(Es casi idéntica á la incluida en las Poesías iné-ditas de Pero da Costa Perestrello.)

22." del mismo libro, Integer vitos:

Homen de vida san, limpa de crime,Nem de venablos, nem de Mauros arcos...

v23." del mismo libro, Vitas hinnuleo:

Qual o gamo, que á mae medroza busca...

9." del libro II, Non semper:

Nem sempre as nuvens sobre allivasbrcnhas...

31." del libro I, Quid dedicatum poscit Apollinem.

Grande suele ser la concisión y el carácter hora-

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N.°175 MENENDEZ PELAYO. TRADUCTORES PORTUGUESES DE HORACIO.

ciano en las traducciones de Filinto, aunque lasafeen desaliños de estilo (nunca de lengua) y malosversos. Fáltale, asimismo, variedad de tonos, y suriqueza de medios artísticos no es grande, aunqueharto mayor que la de Ribeiro dos Sanctos.

Francisco Garcao Stockler, general, hombre po-lítico, y matemático señalado, tradujo las odas Me-carnas atavis é Meger vitce (1.* y 14." del primerlibro). Hállanse en las páginas 49 y siguientes desus Poesías líricas., impresas en Londres, 1821,por T. C. Hansard.

De Pedro José Constancio, poeta fallecido en 1820,dice Inocencio da Silva que dejó traducciones ma-nuscritas de algunas odas de Horacio.

Ñuño Alvarez Pereira Pato Moníz hubiera podidodar á Portugal el monumento horaciano que aún lefalta, á haber sido mayor su diligencia ó menosazorada y tempestuosa su vida política y literaria.Los fragmentos hoy conocidos sirven sólo pava ha-cernos lamentar la pérdida de lo restante. En elObservador PorHguéz, obra de erudicao e recreio,por huma Sociedade de Literatos, periódico que sepublicaba en Lisboa en 1818 (Na Typ. de JoaoBaptista Morondo), se estamparon las odas siguien-tes, traducidas por Pato Moniz en igual número deversos que el original:

3." del libro I, Sic te Diva:

AssimiJe Chipre a Deosa,E de Helena os Irmaos, lucidos Astros,Assim o Rey dos ventosTe reja, e todos prenda, excepto o Jápyx...

19.", Bacchwm in remolis.3." del libro III, Justum et tenacem:

Ao Varao justo, e em seus propostos lirme,Nao ó Povo que ardente orden» insanias,Nem do Tyranno o formidavel vulto

D'altas tencoes o desee...

i." del libro IV, Pindarum quisquís:

(iuem quer que tenta emulacoes com PyndaroEm céreas plumas de lavor Dedáleo,Se firma, ó Julo, é tem de dar seu nome

Ao vitreo ponto...

2.", del Epodon, Beatus Ule.

Ditoso aquelle que evitando trátagosQual os mortaes primeiros... (1)

listas odas han sido más tarde reproducidas enO Instituto de Coimbra, y en otras partes. En ellas

(1) Las dos primeras se leen en el tomo I, páginas 158y 1~5 del Observador; las restantes en el II, páginas fi, 101,128 y 101.

Pato Moniz compite con Burgos, y excede á todoslos intérpretes lusitanos. Juzgúese por el Bacehumin remolís:

Crede-o, vindouros: em remotas grutasVi Bacho, versos ensinando, e as NynfasE os caprípedos sátiros auri-hirtos

Escutando aprendían.Evoé! recente horror me oceupa a menteCheio de Bacho en torbacao me alegro,Evoé! perdoa, o Bacho, formidando

C'o veneravel tyrso.Dá-me que eu cante as Thyadas protervasE do vinho a nascente, e os uberososRÍOS de leite, e que dos cavos troncos

Manante o mel rediga.Dá que eu da tua fausta esposa canteA croa entre as estrellas collocada,Por térra os pacos de Pentheo, e as penas

Do Tlireicio Lycurgo.Tu donas rios e revoltas mares,E temulento en desviados serros,Sem damno das Bistonides apertas

Em no vipéreo a grenta.Tu .dos Gigantes quando a impia formaOs montes sobrepondo, a o Ceo tentaraCom guerra, e dentes de Leao terrivel

A Rhetho profligaste.É bem que as dangas, jogos e prazeresMais que a peleja idóneo tejulgavam,Tu eras igualmente poderoso

Na paz, ou já na guerra.Das áureas pontas descorado vio-te0 Cerbero inoffenso, e humilde a caudaMeneando ao voltares, c'o trilingüe

^ Bocea nos pés lembea-te.

iUuó arranque: lírico tienen algunas estrofas deesta versión desigual por otra parte! ¡Y qué latinis-mos más felices, el auri-hirlos, por ejemplo!

El presbítero Francisco Roque de Corvalho Mo-reira insertó en sus Poesías Varias (Lisboa, 1817)una traducción del Mecmnas atavis.

José María Dautas Pereira de Andrade, marino ymatemático, tradujo el Epodon 11." BtatutilU, y laepístola 2." del libro I. Pueden leerse en el tomo 11de Diversoes métricas (Lisboa, Imp. Reg., 1824),páginas 73 y 78.

Un anónimo publicó en los Annaes das Scienciat,das Artes e das Letras, versiones de las odas i.*,2.", 3.% 4.", 6.", 7.', 8.a y 14.' del libro I, y del Epo<don 2.°, tantas veces imitado y traducido. CítalasInocencio da Silva.

Lugar muy señalado merece en este registro detraductores de Horacio la bella y discreta marquesade Alorna, doña Leonor de Almeida, conocida por

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REVISTA EUROPEA. 1 ,° DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.° 175el nombre arcádico de Alcippe. En el tomo II desus Obras Poéticas (d) hallamos estas composicio-nes más ó menos directamente tomadas del Ve-nusino:

Epístola A Jonio, imitación que puede pasar portraducción libre de la primera del libro I de Ho-racio.

A Irancilia, oda imitada de la de Horacio Quemtu Melpomene semel.u Traducción, generalmente buena, del Jam satisterris.

Oda á la muerte del marqués de Aloma, hermanode la autora. Imitación del Qus desiderio.

A la Fortuna, imitación del Oh Diva gratum.A meujilho, imitación del Angustam amici.A Henriqueta minha Jila, imitación del Tu ne

quesieris.A Federica minhaJilha, traducción (salvo el final)

del Solvilur acris.A S"\ imitación del MUSÍS amicus.Sobre a proyectada funcgao da valla com o Alpia

coulo em Almeirin. Imitación del Laudabunt alñ.A minha lyra, imitación del Poscimus si quid.

A unafonte... del Ohfons Blandusia.Hay otra imitación del Non usitatá nec tenui

/erar.Estos ensayos son con harta frecuencia débiles y

prosaicos; pero encierran estrofas y rasgos dignosde memoria. El Retortis violentar undis nunca seha traducido mejor que en este pasaje:

Vio-se o Tibre torcer violento as ondasQue a Etruria repulsaba contra Roma,Derrubando de Numa o paco excelso,

E a capella de Vesta.

Los dos últimos versos de este cuarteto son flo-jos , y la capella infelicísima. Mejor interpretóBurgos;

Anegar amagando en roja espumaTemplos de Vesta, alcázares de Numa.

Pero en los ÜOS primeros lleva la ventaja Alcipe.En -1812 imprimióse en Londres (oficina de T.

Hlarper) la Poética de Horalio, e o Emsaio sobre aCritica, de Alexandre Pope. Em Portuguez. Dedi-cado a preciosa memoria d'el Bey D. Joao IV. Porhuma portuguesa (171 pp.).

La portuguesa no era otra que Leonor de Almei-da, que encabezó su obra con un valiente soneto.

(1) Obras poéticas de doña Leonor d'Almeida PortugalLorena é Lencastre, Marqueza d'Alorna, Condessad'Assumar e d'Oeynhausen, conherida entre os poetasportuguezes pelo nome de Alcipe. Lisboa. Na ImpransaNacional, 1847, 6 tomos 4." con el retrato de la autora.

La traducción de la Epístola ad Pisones está enverso suelto, y adolece, como todas las obras de laMarquesa, de falta de nervio, de igualdad y de cor-rección. Pero el texto está, fuera de dos ó tresdescuidos, soberanamente interpretado, y si no daá la autora el galardón de excelente poetisa, debegranjearle á lo menos el de muy entendida latinis-ta, lauro común en los tiempos de Luisa Sigea y deFulvia Morata, pero muy raro en ios nuestros. Hedicho que hay algún yerro, aunque leve, de inter-pretación en el trabajo de la ilustre dama: véase unejemplo. El verso

Aittfamam sequere, autsibi convenientia tinge,

en que el convenientia sibi indica que haya conse-cuencia entre las ficciones del poeta, fue entendidopor Alcipe en el sentido de verosimilitud, de estasuerte:

Pintai segundo a fama, ou de maneiraQue o fingido provavel nos paréca...

Mas tiene disculpa, y no poca, en este lugar lamarquesa del Alorna, pues la frase es oscura, y tra-ductores egregios la han interpretado de muy di-versos modos. Burgos dijo:

Si caracteres conocidos trazas,Ó del todo confórmate á la historia,Ó no la contradiga lo que añadas...

en lo cual, como se ve, apartóse igualmente de lainterpretación común, aunque por diverso caminoque Leonor de Almeida. Acercóse á Burgos donJuan Gualberto González, traduciendo:

Tú, escritor, ó confórmate á la historia,Ó sigúela de cerca en lo que añadas...

Yo, dejando á cada cual en su opinión, sigo lamás natural y adoptada por el mayor número decomentadores.

La traducción de la Marquesa de Alorna fue reim-presa en el tomo V de las obras de esta escritoranotabilísima, gloria de su sexo y ornamento de lanobleza lusitana.

Otras versiones de la Poética aparecieron despuésde la de Alcipe.

El Dr. Antonio José de Lima Leitao, traductor deVirgilio, Lucrecio, Boileau, Milton y otros poetasantiguos y modernos, publicó en Bahía, el año 1818,el Arte Poética de Horacio, traduzida en verso (4.°,V-t-58 pp.) Reprodújose en Lisboa, 1827 (na typ. deManuel José da Cruz, 31 pp.), pero alcanzó éxitomuy dudoso. Es dura, escabrosa y llena de latinis-

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.IC 175 MENENDEZ PELAYO.—TRADUCTORES PORTUGUESES DE HORACIO.

mos y transposiciones violentas. El autor era mé-dico excelente y erudito filólogo, pero nada poeta.

D. Gastao Fausto da Cámara Coutinho, capitán de

fragata y bibliotecario del Ministerio de Marina,hizo una Pora/rase da Epístola aos Pisoes, comun-mente denominada Arte poética de Quinto HorarioFlacco, com annotacoes sobre muitos logares. Lis-boa: Na Typ. de José Baptista Morando. 8." 77 •-479 pp. Más que la paráfrasis merecen estimaciónlas notas, que son atinadas y eruditas. Fue postumala edición de este libro.

Un nombre glorioso, el del rey de los poetasportugueses de nuestra era, hemos de añadir á lalista de traductores de odas sueltas del Venusino. Enlas Flores sem fruto (Lisboa: Na Imp. Nac. 1858),publicó Almeida-Garrett traducciones del Pindarumquisquís y del Mater soiva cupidinum, dignas decontarse entre las mejores que atesora la lengua dePortugal, y testimonio bastante de la aptitud delilustre autor de Fr. Luis da Sousa, de Adosinda yde Doña Branca, para este género de trabajos, enque apenas probó sus fuerzas.

Véanse algunas estrofas del Pindarum, quisquís,y compárense con las de Burgos:

Como esse rio que ingrossou co' a cheiaE vem do monte, as ribas alagando,Tal ferve é corre da profunda bocea

Píndaro inmenso.Sempre dos couros apolíneos digno,Ou dithyrambos cante em novos termosE livre entoe numerosos versos

Da regla soltos,Ou cante os numes, ou reis sangue d'ellesQue justa morte deram á CentaurosE hórridas chammas apagar poderam

Da atra chimera.Ou va coroando com os dons das Musas,Os que vencendo na corrida ou luctaRicos das palmas d" Elide que cingem

Aosceus se elevan.Ou sobro a esposa abandonada choreA quera roubaram o marido joven,E áureos costumes, e a virtude exalte,

Pragueje o inferno...

Es patente la inferioridad de Garrett respecto altraductor granadino, á pesar de los buenos versosesparcidos en este trozo. Burgos traduce con máslimpieza y aliento lírico. Cierto es que en el Pinda-rum, quisquís aparece superior á sí mismo y casiinsuperable.

Francisco Evaristo Leoni, en sus Obras poéticas(Lisboa, 1836), inserta una elegante traducción delDoñeegratus (oda 9." del libro III):

£m quanto aos olhos teus era agradavel,Nem mancebo mais bello ao nivio eolioOs brac,os te lanzaba,

Mais próspero vi vi que o Rey dos Persas...

En el tomo I de O Interesante, periódico ya men-cionado al hablar de Andrés Falcao, vieron la luztraducciones anónimas de las epístolas y sátiras si-guientes:

Epístola 1.a del libro 1, A Mecenas:

Nos meus primeiros versos celebradoDos mais sublimes digno, o meu Mecenas...

Sátira 1.a del libro II, A Trebacio:

Acre de mais na satyra hums me julgao,E exceder seus preceitos julgao outros...

Sátira 7.*, Proscriti Rupilt:

Nao ha rameloso, presumo e barbeiroQue ignore a desforra, que for derradeiro0 Híbrida Persio firon dos conviciosDe Rupilio Reí proscrito por vicios...

Estos pareados de arte mayor hállanse por prime-ra vez, que yo sepa, en la sátira de Torres Naharrocontra Roma. En portugués los usó Gregorio deMaffor, é imitáronle el P. Macedo y algún otro. Tie-nen vivacidad y movimientos, pero cansan muypronto.

Sátira 8.", Olim truncus erat:

Eu era ha pouco um tronco de flgueiraMadero inútil, quando hum carpinteiro...

Sátira 1.*, Quí fet Mecmnas:

Como he, Mecenas, que ninguem có a sorteQuealhe deo a eleicao ou trouxe o acaso...

D. Francisco Alejandro Lobo, obispo de Viseo,'tradujo las odas 7.a del libro I y 14." del II. Hallánseen el tomo I de sus Obras, pág. 410 y siguientes.

Un anónimo, con las iniciales J. A. C. de M. y S.,estampó en O Beija-jlor, semanario ilustrado, quese publicaba en 1838 y 39, traducciones de las odasMécosnas alavis:

Mecenas, oriundo de avós regiosE refugio meu, e doce gloria...

y Ánguslam, amici, pauperiem:

Ñas arduas lides marciaes apronda0 robusto mancebo...

Leénse en las páginas 96 y 111 del tomo I de esarevista. La segunda es ómnibus numeris absoluta, yla trascribiría, si no me retrajese el temor de ex-tender demasiado estos apuntes. Quédese para mi

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RETISTA EfJR0PEA.~-1." DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.* 175Biblioteca de traductores con otras versiones nomenos olvidadas y dignas de conservarse.

A pesar de tantos ensayos y tentativas parciales,aún carecía Portugal de una traducción completa yestimable, cuando Antonio Luis de Seabra intentóremediar este vacío por lo que toca & las Sátiras yepístolas. Apareció de molde su libro en 1846 conel título de Satyras e Epístolas de Quinto HoracioFlaceo, traduziius ¿amoladas... Porto. Emcasa deCruz Ooulinho, dos tomos en 4.*, el primero deXVI-t-321 páginas con una más de índice y erratas,y el segundo de 320 (i). En la advertencia indicaSeabra que comenzó la traducción en 1823 y la re-visó en Bélgica en 1829. De traducciones portugue-sas anteriores, cita sólo el Entendimiento literal, lamanuscrita de Cándido Lusitano y las parciales deAntonio Diniz y Tomás de Aquino. Propúsose e'moderno intérprete reproducir el pensamiento deHoracio sin añadir ni quitar cosa alguna, excepto enlos pasajes oscuros, y templando un poco las frasesen los obscenos.

La traducción es en verso suelto, siendo de no-tar que Seabra (y lo mismo hacen casi todos suspaisanos) es descuidadísimo en evitar los asonan-tes y hasta los consonantes en medio y al fin de losversos. El tomo primero contiene las Sátiras quefueron revisadas por el cardenal Fr. Francisco deSan Luis. El texto va seguido de largas, eruditas yexcelentes notas é ilustrado con una lámina querepresenta el triclinio de Nasidieno.

Las Epístolas (inclusa el Arte poe'tica) llenan lasprimeras 128 páginas del segundo volumen, vinien-do en pos un suplemento con traducciones de Cán-dido Lusitano, Antonio Diniz, Filinto, etc., que lle-ga hasta la 154. Cierran la colección buen núme-ro de notas, en las cuales, así como en las de lasSátiras, se haee mérito de los pasajes de Horacioimitados ó traducidos por vates portugueses. Unade estas notas, la más extensa, es una reseña críti-ca de las anteriores versiones de la Poética.

Como estudio filológico, el Horacio de Seabrahonra á Portugal y pone en muy alto punto el nom-bre de su autor. Quizá los inteligentes desearíanmás brío en la dicción, más robustez en los versos,y mayor variedad en los cortes rítmicos. En puntoá fidelidad y exactitud, Seabra es intachable.

Poco conocidas, aunque impresas no há muchosaños, son las Odes de Q. Horacio Flacco traduzi-das em verso na lingua portugueza, por José Au-gusto Cabral de Mello, Caballeiro Profesor na Or-den de Christo, Advogado público, Secretario daCámara.Municipal d'Augra do Heroísmo, Ilka Ter-

(1) Lleva al frente una estampa con el busto de Hora-cio. El tomo I está dedicado a A. Cardoso de Faria; el IIal Vizconde de la Graciosa.

cetra, onde nasceu... dadas á luz en 1853. Rarascircunstancias tipográficas concurren en esta obra.Cuatro años duró la tirada, estampándose las 234páginas primeras en Augra, capital de la Isla Ter-cera, y lo restante del volumen, hasta el folio 403,6 sea el Canto secular y las Notas en Lisboa. Sólose imprimieron 622 ejemplares.

Por preliminares lleva esta edición un prefacio,una vida de Horacio, y el juicio de algunos autoresclásicos sobre su mérito. Cabral de Mello tenía tra-ducidas las odas desde 1828. Califica la traducciónde Ribeiro dos Sanctos de excesivamente literal, yla del P. Macedo de demasiado libre. Él piensa ha-ber evitado ambos inconvenientes, á pesar de locual sus Odas han obtenido reputación escasa. Qui-zá sea esta la última de las desgracias que, segúnInocencio da Silva, afligieron siempre á este labo-rioso literato de las Azores. Y en verdad que no lasmereció en modo alguno, porque sabía latin y hacíalindos versos, aunque un tanto incoloros. Juzgúesepor el Quis multa gracüis:

Que delicado moco, ó Pyrrha, de óleoOloroso bauleado, entre mil rosas,Em seus bracos te apertaNa deleitavel gruta?Quem te move a prender com simple gracaOs dourados cabellos? Quantas vózesA fe por tí quebrada,E os inconstantes deoses,Afflicto chorará, nao costumadoA ver o mar turvarem negros ventos,Esse que meus encantosDisfruta glorioso,E crédulo imagina que has de sempreDe outro nao ser, e espera sempre acuavelVer-te nescio de quantoSao instaveis os ventos.

Años antes de hacer la edición completa de lasOdas, había publicado como muestra Cabral de Me-llo la Ode 3.a do livro III... Angra do Heroísmo,1841, en un raro folleto de 8 páginas.

No han faltado en el Brasil traductores de Hora-cio. Manuel Ignacio Loores Lisboa publicó una ver-sión de las Sátiras en Rio-Janeiro, 1834, (typ. Im-perial y Const. de Seignot Plancher y comp.) No hellegado á verla.

El Dr. Luis Vicente de Simoni, médico italianoestablecido en el Brasil, tenía mss. traducciones dealgunas odas, al tiempo de la publicación del Dic-cionario Bibliográñco de Inocencio da Silva. Ignorosi llegó á publicarlas.

En resumen, la literatura portuguesa posee unaexcelente traducción de las Sátiras y Epístolas,pero aún espera un traductor digno de las Odas.

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N.» 175 E. NAVILIE. TEORÍA DK LA VISION.

De todas suertes, es rica en esta parte del sueloespañol la cosecha horaciana.

DE OTRAS LENGUAS Y DIALECTOS PENINSULARES.

No tengo noticia de qué Horacio haya sido tras-lado nunca al bable ó dialecto asturiano, ni al vas-cuence, ni al caló ó jerga de los gitanos, ni á nin-guna de las lenguas habladas en las colonias caste-llanas ó portuguesas de América y Oceanfa.

De todas suertes, bien se ha cumplido el vatici-nio del poeta:

Me peritusDíscet Iber...

M. MENENDEZ PELAYO.

TEORÍA DE LA VISION.

La hipótesis de la estatua de Condillac es inge-niosa y útil para el estudio de las funciones de lossentidos; puede hacer un verdadero servicio á lapsicología, con tal que no olvidemos que desde elmomento en que la estatua siente, vive ya, y queal estudiar los resultados de las acciones ejercidasdesde el exterior sobre sus órganos, es preciso nodejar á un lado las condiciones previas de la vida ydéla sensación.

La hipótesis cede su puesto á la observación y ála experiencia, en el caso en que un sentido cerra-do ó sin haber ejercido hasta entonces sus funcio-nes, puede abrirse en un adulto ó en un niño capazde dar ya cuenta de sus impresiones. Este caso, sino estoy equivocado, no se ha presentado más quepara los ciegos. Yo no sé que seres humanos priva-dos, a nativitate, del oido, del gusto, del olfato ódel tacto, hayan adquirido el uso del sentido queles fallaba. Respecto á la vista, la cuestión ya esdistinta: ciegos de nacimiento pueden ser curadosy lo han sido algunas veces. No son muchos los ca-sos de esta naturaleza; y bajo este aspecto, los pro-gresos del arte médico y las exigencias de la filan-tropía perjudican á la observación científica. En lospueblos que participan de la civilización, un niñociego de nacimiento, en condiciones que permitenvolverle la vista, es operado casi siempre en suprimera edad, en una época en que no puede dar lamás leve indicación de las impresiones que experi-menta. Los cirujanos que habitan en regiones enque sólo principia á penetrar la civilización euro-pea, se hallan en circunstancias que les permitiríandedicarse, más frecuentemente que sus colegas losmédicos de los países en que la ciencia y la filantro-

pía han adquirido un gran desarrollo, á estudios deesta naturaleza (1).

Las observaciones sobre las curas de los ciegosde nacimiento son escasas, y se presentan con cir-cunstancias que siempre atenúan algo su valor bajoel punto de vista psicológico. En efecto, la ceguerasólo es curable cuando ha quedado intacta la retinay en relación normal con el encéfalo por el nervioóptico. En otros términos: no puede sanar un ciegosino cuando la causa de la ceguera es una pantallaque puede hacerse desaparecer. Ahora bien: la pan-talla nunca es completamente opaca. Casi todos losciegos curables tienen sensaciones visuales, incom-pletas y débiles, pero reales: no perciben ningunaimagen, pero distinguen la oscuridad de la luzcuando esta tiene cierto grado de intensidad. Se ha-llan en la misma situación que cuando cierra lospárpados uno que ve. El Dr. Dufour, en una notamanuscrita que ha tenido la amabilidad de comuni-carme, dice: «Un ciego de nacimiento, totalmenteprivado de la sensación de la luz, al menos que yotenga noticia, no ha sido jamás operado con buenéxito y no ha podido ser objeto de experiencia al-

(l) Hé aquí una nota que debemos á la benevolenciadel Dr. Dufour, los casos de curas de ciegos de nacimien-to que se han publicado con detalles suficientes para po-der servir de base á un estudio científico. Indico sucesi-vamente la fecha de la operación, el nombre del operador,el enfermo, la enfermedad y la fuente en que estos datosse adquirieron:1728. Cheselden. Niño de trece años.—Catarata cong'é-

nitu.-Philosophical Transaclians, año1/728, pág. 447.

1800. Home. Niño de doce años. — Catarata congé-nita.—Philosophical Transactions, año1807, pag-. 83.

Id. IcU Niño de once años.—Id., Id.1826. Wárdrop. Mujer de cuarenta y seis años.—Adhe-

rencias iríticas que obstruían la pu-pila.—Philosophical transactions, año1828, pág-, 529.

1840. Franz. Joven de diez y siete años.—Cataratacongénita. — Philosophical transac-lions, año 1841, p á g . 59.

? Trinchineth. Niño de diez años.—Catarata congé-nita.—Archives des sciences physique*el naturelles de la Biblioteca Uni-versal, año 1847, pág. 336.

? . Id. Niño de once años.—Id., id.1852. Recordon. Joven de diez y ocho años.—Catarata

congénita.—Bulletin de Vi Socielé Me-dícale de la Suisse romande, año 187(>.

1874. Hirechberg'. Niño de siete años.—Catarata congé-nita.—Archives de Orcefe, XXI, 1.

Id. Hippel. Niño de cuatro años.—Id., id., XXI, 2.1875. Dufour. Joven de veinte años.—Catarata con-

g-ónita.—Bullelin de la Societé Medí-cale de la Suisse romande, año 1876.

1876. Hirschberg. Niño de cuatro años.—Oclusión pupi-lar.—Archives de Grcefe, XXII, 4.

En 1801, Ware operó la catarata de un niño de sieteaños ^Philosophical Transactions, 1801, pág . 382); pero estecatarata probablemente fue adquirida,

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16 EEVISTA EUROPEA. \ ." DE JÜL1Q DE 1 8 7 7 . N.° 175

guna. Ninguna curación de un ciego de nacimientopresenta el carácter de haber permitido el paso a'goce de la vista desde un estado de completa su-presión de aquellas funciones. Para que así sucedie-ra, hubiera sido preciso que fuera curable una en-fermedad de la retina ó del nervio óptico, capaz deproducir la ceguera absoluta, caso que aún no se hapresentado.»

Cuanto menos frecuentes son las curas de losciegos de nacimiento, más interés tiene la cienciaen registrarlas y estudiarlas con cuidado. Una ope-ración de esta naturaleza hecha por un práctico há-bil, que al propio tiempo es un observador inteli-gente, instruido y atento, es una casualidad muyfeliz para la ciencia, casualidad que se ha repetidodos veces en el trascurso de algunos años en elhospital oftálmico de Lausanne, como se indica enla nota anterior. El Di*. Recordon curó un ciego denacimiento en 1852, y su colega el Ur. Dufour otroveintitrés años más tarde. Este segundo caso for-mará la base principal de mi estudio (1).

Un joven saboyano, Noé M., nació ciego en laaldea de Contaminos, en el camino de Coldu Bon-homme (Alta Saboya). Creció en aquella apartadaregión de los Alpes, en el seno de una poblaciónque probablemente ni aun sospechaba fuera posi-ble su curación. Un dia le encontró el Dr. Martin(de Saint-Gervais-les-Bains), reconoció la posibili-dad de la cura de su enfermedad y le envió á Lau-sanne: tenía veinte años. La enfermedad de No¿M. era una catarata congénita de ambos ojos; ade-más tenía opacidad córnea, especialmente en elojo izquierdo, y un movimiento pronunciado denystagma, ó sea guiño espasmódico de los ojos.Le operaron el ojo derecho el 14 de Junio de 1875.La operación no presentó ningún incidente notabley tuvo buen éxito; la cura fue normal. Tan luegocomo le fue posible, M. Dufour verificó una seriade observaciones y experiencias, usando cristalesconvexos á propósito para obtener en la retina imá-genes tan claras como fuera posible. Para apreciarlos resultados de aquellas observaciones y expe-riencias, bajo el punto de vista psicológico, que esel objeto de mi trabajo, es necesario entrar en al-gunas consideraciones acerca del estado general dela cuestión.

Observaciones numerosas y experiencias fácilesestablecen que el objeto de la percepción directade la vista es y permanece siempre una superficiesimple en que se determinan las formas por la di-versidad de los grados de la luz y por los matices

(1) Véase elBulletin de la Socielé Medícale de la Suisseromande, 1876.—El artículo se ha impreso aparte y formaun folleto de 26 páginas en 8.°, Curación de un ciego de na-cimiento, por M. Dufour.—Lausanne, imprenta Cortiaz,1876.

de los colores. La vista no percibe directamente elrelieve de los cuerpos ni sus dimensiones más queen una superficie; el relieve solo se percibe de unmodo secundario y adquirido cuando el ser que veha comprendido la significación de las sombras dela luz; es un juicio por costumbre que resulta délaexperiencia. Este juicio, por lo mismo que no re-sulta de la acción inmediata y directa del sentidode la vista, puede engañarnos; es la causa esencialde las ilusiones ordinarias de la vista, ilusiones tanfrecuentes y que, propiamente hablando, no sonerrores de la percepción visual, sino errores de losjuicios formados con motivo de esta percepción.Son numerosos los hechos que apoyan esta tesis. Es ¡difícil y á veces imposible distinguir en el techo ¡de una habitación elevada molduras verdaderamen- |te de relieve de las que se hallan figuradas en una Isuperficie plana por un artista hábil. Es muy difícil, \aun á un ojo experto, reconocer en una buena de- icoracion de teatro dónde terminan los bastidores y Idónde principia el telón de fondo: es preciso para ¡esto costumbre y un juicio práctico. Recuerdo ha- jber visto en una sala de pinturas las obras de unpintor hábil que se había propuesto la especialidadde engañar al ojo con sus pinturas de relieve: la "ilusión era tan perfecta que para desengañarse era •preciso acercarse mucho á la pintura, y al retirarse ¡dos pasos se reproducía nuevamente la ilusión en \toda su viveza. Sin embargo, el ojo llega á percibir, !y sin error en la mayor parte de los casos, el relie- '•ve de los cuerpos, y en cierta medida, su distan-cia relativa en una dirección perpendicular á la su-perficie que es objeto de la percepción directa: esel resultado de la educación de un sentido por me-dio de otro. El relieve de los cuerpos que están alalcance de la mano se reconoce primero por el tac-to; su distancia, cuando se trata de objetos cono-cidos, se calcula por el grado de su iluminación yespecialmente por sus dimensiones aparentes; porúltimo, interviene la inteligencia, armada con losprocedimientos de la ciencia, primero para exten-der los usos de la vista, y después para rectificarsus ilusiones persistentes. La Fontaine ha escrito:

Si Ceau courbe un b&lon, ma raison le redresse.(Si el agua dobla un palo, mi razón le endereza.)

En el caso supuesto por el célebre fabulista, noes necesaria la intervención de la razón, porque elsentido del tacto puede rectificar el falso juicioformado por causa de las percepciones visuales;pero sólo á la ciencia pertenece el establecer lasverdaderas dimensiones de los cuerpos que estánfuera de nuestro alcance; el darnos idea de la mag-nitud del Sol; el alejar á distancias enormes, y, auná veces, relegar á distancias inconmensurables á

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N.° 175 E. NAVILtE. TEOBÍA DE LA VISION.

algunos astros que, por la percepción directa de lavista, aparecen siempre como puntos luminososfijados en la superficie uniforme del cielo.

Las experiencias hechas en los ciegos de naci-miento confirman los resultados de la observaciónde los hechos comunes, bajo el punto de vista de lanecesidad de la educación de la vista por el tacto.Cheselden ha operado varios ciegos de nacimiento;ha publicado de entre sus observaciones la cpaeconsideró como más importante: es el caso de unniño de trece años, á quien operó en 4728. Cuandoaquel niño recobró la vista, lodos los objetos se lopresentaban en una superficie plana que, á su jui-cio, tocaba á su ojo. El ciego operado por M. He-cordon en el otoño de 1882, creía que estaban áigual distancia dos casas muy separadas una deotra. Resulta muy evidentemente de las observa-ciones de M. Dufour, que Noé JM. no pudo formarjuicio en un principio y en grado alguno, por las im-presiones de la vista, del relieve de los cuerpos.Veía, sin reconocerlos, los objetos que le eran másfamiliares; pero los distinguía tan pronto como po-día tocarlos, y no queda duda alguna de que sólodespués de una serie de experiencias aprendió atraducir sus impresiones visuales en percepcionesdel relieve. Tocaba todo, corno hacen los niños pe-queños cuando se les deja seguir los instintos de sunaturaleza. Su vigilante notó que cuando creía queno le observaban, cogía en sus manos todos losobjetos que le rodeaban, los miraba por todos lados,al mismo tiempo que palpaba toda su área. La edu-cación de la vista por el tacto no es menos notableen los demás casos observados. El niño operadopor Checelden no podía distinguir en un principiocuál era el perro y cuál el gato de la casa. Un diale vieron coger el gato, al que conoció por el tacto,y después de haberle mirado con mucha atenciónmientras le palpaba, le soltó diciendo: «Vete, mino,en adelante ya te conoceré.» La mujer operadapor Wardrop, antes de haber adquirido la expe-riencia necesaria, alargaba el brazo para coger unobjeto situado muy cerca de su ojo, ó, por el con-trario, buscaba muy cerca de su cara objetos queestaban muy distantes. Noé M. fue presentado alaSociedad Valdense de Medicina en su sesión de 5 deAgosto de 4875, es decir, próximamente dos mesesdespués de la operación. En aquella sazón, apenascometía error alguno acerca del relieve de los ob-jetos que conocía, ni acerca de la apreciación de sudistancia. Conocía, pues, la significación de la dis-minución resultante en la magnitud de una imagenpor la distancia del objeto; pero si se trataba dedistancias considerables y de objetos que no cono-cía, sus nociones eran aún excesivamente confusas,y la vista de un paisaje, al parecer, confundía todassus ideas.

TOMO x.

Fundándose ya en observaciones y en experien-cias fáciles de hacer en todo tiempo, ya en las ob-servaciones de los ciegos de nacimiento que hanpodido adquirir la vista, puede afirmarse que el ob-jeto de la percepción directa de la vista es sólo unasuperficie coloreada. Teniendo como cierto estehecho, y resuelta negativamente la cuestión de sa-ber si la vista percibe directamente el relieve y ladistancia, se presenta una segunda cuestión. ¿Per-cibe la vista directamente las formas planas? El pro-blema fue planteado por Molineux, sabio irlandésde fines del siglo XVII, dedicado especialmente alestudio de las matemáticas y de la óptica. La espo-sa de Molineux quedó ciega poco tiempo despuésde su matrimonio. Esta circunstancia, unida á lanaturaleza de los estudios de M. Molineux, contri-buyó probablemente á dirigir la atención de éstesobre las cuestiones relativas á la ceguera. Despuésdo reflexionar sobre este punto, propuso á Locko,amigo suyo, la cuestión siguiente: «Supongamos unciego de nacimiento que ya ha llegado á la edad vi-ril, y á quien se lia enseñado á distinguir por eltacto un cubo y un globo, casi del mismo grueso,de modo que cuando toca uno y otro puede decircuál es el cubo y cuál es el globo. Supongamos queeste ciego adquiere la vista, y se pregunta: ¿Pues-tos el cubo y el globo sobre una mesa, al verlos,sin tocarlos, podrá discernir y decir cuál es uno ycuál es otro?»

Esta cuestión figura en los anales de la cienciabajo el título do Problema de Molineux. El mismosabio responde en estos términos: «No, porque auncuando este ciego haya aprendido por experienciade qué modo afectan á su tacto el globo y el cubo,aún no sabe, por consiguiente, que lo que afecta ásu tacto de tal y tal manera debe impresionar susojos de tai ó de tal modo.» Loeke aceptó la solucióndel problema tal como la daba su amigo. Esta cues-tión, así planteada, fue objeto de las experienciasde Cheselden. El informe de este cirujano, á mijuicio, no determina experimentalmente y de unmodo cierto que su operado no distinguiera lasformas planas, al paso que comprobó de la maneramás explícita y positiva que no tenía ninguna per-cepción primitiva del relieve, y que, por consi-guiente, no conocía los objetos sino después de ha-berlos tocado. Condillac aceptó y vulgarizó la teoríade Locke y de Molineux. Afirmó que la vista sólonos suministra directamente puras sensaciones, queno envuelven ninguna percepción objeliva ni de lasformas ni del relievo (1). Bajo la influencia combi-nada de la opinión de Locke y de Condillac, dominóen el siglo XVIII la de que todo conocimiento de las

(1) Traite des sensations, parte I, capítulo XI; y par-te III, capítulo III y siguientes.

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REVISTA EUROPEA. 1 .° DE JULIO DE 4 8 7 7 . N." 175

formas en la percepción visual se funda en la expe-riencia y en la comparación con la impresión táctil.Ésta teoría fue enégicamente impiigaiiada por JuanMüller, no en lo relativo al relieve (bajo este aspectono há lugar á discusión), sino respecto á las formasplanas. Müller está tan firme en su opinión, que nocontento con decidirse por la percepción directa delas formas planas, manifiesta que no comprendecómo han podido Molineux y Locke adoptar la nega-tiva (i). En este estado de la controversia científica,las observaciones hechas en Noé M. tienen un vivointerés. Dejando á un lado el examen de la inter-pretación de los hechos, de que me ocuparé másadelante, debo de hacer constar que las observa-ciones hechas por M. Duíbur no son favorables á latesis de Müller y parece que confirman la de Mo-lineux.

Efectivamente, realizada con éxito la operación,Noé M. continuó moviéndose como ciego, en tér-minos que el Dr. Duíbur creyó por un momentoque no se habia obtenido la curación. El segundodia de las experiencias, después de haberse cercio-rado con el oftalmoloscopio de la integridad delfondo del ojo, hizo el doctor sentar á su paciente yle presentó su reloj por la cara del cuadrante, á ladistancia de un paso. Noé dijo sin vacilar: « Veo unacosa blanca.» La sensación visual estaba estableci-da; ¿sucedía empero lo mismo con la percepción? Ala pregunta: ¿Esto -es redondo ó cuadrado? Noóno respondió. Se le preguntó: ¿Sabe usted quéesun cuadrado? Demostró con una disposición conve-niente de sus manos que entendía muy bien loque le preguntaban, fie un modo análogo, forman-do un anillo con una de sus manos, respondió á lapregunta de si sabía qué es un redondo. Tenía,pues, una ¡dea precisa del cuadro y del redondocuando se trataba de la forma tangible; pero la vis-ta no le permitía reconocer si los objetos que lepresentaban tenían una ú otra de estas formas. Sinembargo, su mirada estaba fija en el reloj. Al diasiguiente, es decir, el tercero contando desde el dela operación, repetida la misma experiencia, tuvo elmismo resuKado; pero esta vez, lo que el dia antesno se verificó, se le hizo tocar el reloj. Tan luegocomo Noé M. lo tomó en sus manos, dijo: «Estoes redondo; es un reloj.» Fue necesario para reco-nocer la forma del reloj, con solo el uso de la vis-ta, que interpretase una sensación visual con elauxilio del tacto.

Esta afirmación fue perfectamente confirmada porla experiencia siguiente de que da cuenta el doctorDufour en estos términos: «Le puse de manifiesto»dos trozos de papel blanco del grueso de una car-

(1) Manuel de physiologie, libro V, sección I, capítu-lo III, letra G-.

»tulina. Estos pedazos formaban dos rectángulos,»uno de unos diez centímetros y el otro de unos«veinte, y de igual ancho.—«¿Qué ve usted?—Dos^objetos blancos.—¿Son iguales?» Respondió con va-«cilacion:—«No. —¿Hay uno más largo que otro?» Si-lencio.— «¿Cuál es el más largo?» No contestó: es- <«trechado por mí, declaró que no podía decirlo. Los«tocó, y, haciendo correr su mano de uno á otro«extremo de los rectángulos, señaló el que tenía«mayor dimensión y en seguida miró atentamente«uno y otro. Se le presentaron dos pedazos del mis-«mo papel blanco, uno cuadrado y otro redondo: el«redondo cortado á mano, es decir, algo oval.—•«¿Nota usted diferencia entre estos papeles?—Sí.—«¿Cuál?» No contestó.—«Pues bien,uno de estos pa-»peles es cuadrado y el otro redondo. ¿Cuál es el«cuadrado?» Noé M. tardó algún tiempo en res-«ponder, y al fin dijo que no podía designarle. Le«dije que los tocase: dirigióse primero al cuadrado,«y al sentir uno de sus ángulos en la mano, dijo«con una viveza que no le era habitual al eontes-«tarnos:—«Este es el cuadrado.» Tocó en seguida»el pedazo redondo, los examinó después uno y«otro, y desde entonces siempre ha podido distinguir«los objetos redondos, solo por la sensación vi-«sual. Efectivamente, no se habrá olvidado que en«una experiencia precedente, al examinar el cua-«drante de un reloj, nuestro operado había visto«ya un redondo y había comprobado aquella sen-«sacion por medio de! tacto. Pero sea que no se«hubiese grabado la forma en su memoria, sea que«la experiencia hubiese sido demasiado corta y que«no habiendo oposición do otra forma distinta del«redondo, en el momento en que tocaba el reloj,»la diferencia de los contornos le llamó menos la«atención , aquella primera experiencia no bastó«para fijar en la mente de Noé M. la sensación vi-«sual especial que nos afecta cuando miramos un«objeto redondo. La experiencia de los dos pápe-nles, por el contrario, bastó para darlo el completo«conocimiento de aquellas formas simples. El papel«redondo tendría próximamente unos diez centíme-«tros de diámetro."

La desigual longitud de dos papeles, la diversi-dad de las aristas de un cuadrado y de; una circun-ferencia, se traducen, independientemente de todorelieve, por formas planas. Noé M. no distinguía lasformas planas, por solo la visión, antes de una ex-periencia en que intervino el tacto,

Hé aquí la tercera cuestión: ¿Percibe el ojo elmovimiento sobre una superficie, primitivamente yantes de toda experiencia? A esta cuestión, Condi-llac habia dado teóricamente una respuesta ente-ramente negativa: había afirmado con insistenciaque el conocimiento del movimiento no pertenecenaturalmente á la vista y exige el ejercicio del tac-

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N.° 175 G. GDEROULT. EL DARVINISMO.

to (i). La comprobación experimental de esta hi-pótesis ha llamado muy poco la atención de los ob-servadores, y esto es lo que da una importanciaespecial á las experiencias de M. Dufour. La cues-tión es saber si la variación de sitio de las im-presiones visuales en la retina despierta inmediata-mente la idea del cambio de lugar de los objetos.En el caso de Noé M., la respuesta es negativa.Una de las experiencias intentadas el primer diafue esta: El doctor hizo sentar al paciente de es-paldas á la luz; poniéndose él á una distancia dedos pasos, lo hizo mirar y dio á su mano, que esta-ba bien alumbrada, un movimiento oscilatorio deunos cincuenta centímetros de carrera sobre unfondo negro. A la pregunta:—«¿Ve usted algunacosa?» Noó contestó:—«Veo una cosa clara.» Re-cuérdese que cuando ciego distinguía una luz vivade la oscuridad; tenía, pues, la noción de la clari-dad y también alguna noción de los colores, comoveremos luego. A la pregunta:—«¿Afa ve usted mo-verse algo?» no pudo responder, aun cuando el mo-vimiento se suspendió y volvió á efectuarse diferen-tes veces. Estrechado por repetidas preguntas diopor toda respuesta:—«Es una cosa clara.»

El tercer dia, el doctor hizo oscilar ante sus ojosuna cadena de reloj, y en seguida dijo:—«Eso esamarillo; eso se mueve.» Ya había visto el movi-miento. ¿Qué había ocurrido entre aquellas dos ex-periencias? M. Dufour reconoce que no tiene datopreciso respecto á esto particular, que no ha podi-do sorprender el momento preciso en que Noé M.aprendió á distinguir el moviento del reposo, y, porconsiguiente, no puede determinar las condicionesde este progreso. En vista de esto, presenta, conla prudencia de un talento científico, las conclusio-nes siguientes: «El examen de Noé M. no tiene el»carácter de una experiencia definitiva... Conservo»de él la impresión de que la distinción entre el»reposo y el movimiento, por medio de la visión,»es cosa que debe aprenderse. Evidentemente la«imagen del cuerpo que se mueve cambia de lugar»en la retina del observador; pero este cambio de«lugar, ó la irritación sucesiva de los diferentes"elementos de la retina, no da repentinamente la«noción del movimiento. Si el enfermo mirase flja-«mente para seguir á un cuerpo móvil, tendría que«mover forzosamente sus ojos, y entonces la con-«ciencia que tuviese de sus movimientos oculares»le daría probablemente la noción de la movilidad»del cuerpo observado. Salvo esto medió, no alcan-»zo otro que pueda inculcar esto conocimiento, á no»scr la coordinación con el tacto, ó bien un ruido«conocido con la intervención de otros eonoci-

(1) Traite des sensalions, parte primera, cap. XI, pár-rafo 10; parte segunda, cap, III, párrafos -i y 18.

«mientos adquiridos previamente por la experien-»cia. No me fue posible saber corno habia adquiri-»do Noé M. la noción del movimiento.»

En resumen, la observación del Dr. Dufour con-firma las hechas anteriormente en casos análogos,las completa y las extiende. Establece que, al me-nos en muchos casos, cuando un ciego de naci-miento adquiere el uso de la vista, adquiere la sen-sación de los colores; pero que el empleo de solala vista no le suministra inmediatamente ningúnelemento de localizacion, es decir, de distancias, deformas y de movimientos. Estos son los hechos.Pasemos ahora a su interpretacion-

ElíNEST- NAVILLE .(Concluirá.)

EL DARWINISMO.

LO QUE HAY DE VERDADERO Y BE FALSO

EN ESTA TEORÍA *.

Las teorías comprendidas bajo el nombre generalde darwinismo han hecho en el mundo mucho rui-do; y pocos sistemas hay que en tan poco tiempohayan llegado á preocupar tanto los ánimos.

Hay para ello muchas razones en las que los es-trechos límites de este resumen no nos permitenentrar, porque se refieren á cuestiones filosóficas,Pero aun así, nada puede haber, si no más intere-sante, al menos de mayor utilidad, que resolver elproblema planteado por M. de flartmann, ó, lo quees lo mismo, determinar lo que hay de verdadero yde falso entan importante sistema.

M. de Hartmann es un filósofo eminente, y, comotal, emprende su obra por varios lados á la vez.Nosotros no expondremos más que la parte pura-mente científica de su crítica; pero recordemos an-tes el sistema de Darwin y sus tres bases fundamen-tales, que son: la descendencia, el trasformismo y laselección natural.

Todo el mundo sabe de qué procedimientos sevalen los criadores para obtener ciertas variedadesde animales domésticos. Supongamos, por ejemplo,que se tratase de obtener una variedad sin cuernosde la especie bovina; el criador elegiría el toro y lavaca que tuviesen menos desarrollado el sistemacórneo, y los haría reproducirse; su descendencia,exagerando las cualidades ó los defectos de susautores, resultará aún menos provista, y despuésdedos ó tres generaciones, se obtendrá el resultadoapeíecido.

* Un vol., por B. de Hartmann.—París, Gcrmer-Bai-lliere.

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REVISTA E0BOPEA. i .° DE JULIO DE 1 8 7 7 . N.° 175

Esta operación, que es la selección artificial, su-pone:

i.° Que la especie puede variar én determinadamedida;

2." Que por medio de la herencia, las propieda-des adquiridas por los individuos tienden á tras-mitirse á sus descendientes y á perpetuarse enellos; y

3.* Que la voluntad, la inteligencia del criadordirige los cruzamientos de modo que se obtengasiempre una acción en el mismo sentido.

Darwin, partiendo do la experiencia incontesta-ble é indiscutible de la selección artificial, admitepara las especies una variabilidad indefinida é ili-rmitada, y hasta la trasmisión hereditaria de las pro-piedades individualmente adquiridas. ¿Pero y la vo-luntad, la inteligencia del criador?

Hé aquí de qué manera tan sencilla, tan ingeniosay tan nueva vence Darwin la dificultad:

«Todos los seres, dice, se hallan en constante lu-cha por adquirir la subsistencia que los es nece-saria. Hay concurrencia, se combate por la vida(struggle/or Ufe), y los más fuertes, los mejoresejércitos alcanzan necesariamente la victoria sobrelos más débiles, que deben fatalmente sucumbir.De aquí se deduce que, si, en una especie cual-quiera, un individuo, ó un grupo de individuos, seencuentra casualmente en posesión de una mejora,ya resulte de una conformación más regular-, ya deun órgano nuevo, ó ya do facultades superiores, elindividuo ó el grupo resistirá victoriosamente á lasdificultades ante las cuales deben los otros sucum-bir. La reproducción no se operará fructuosamentesino entre los individuos del grupo que sobreviva;la mejora en cuestión se generalizará, se fijará porla herencia en las generaciones posteriores, y sehabrá creado así una variedad, una especie nueva,por la marcha regular de las leyes de la selecciónnatural.»

Ampliando estas conclusiones, Darwin y su es-cuela admiten que todas las especies, desde el infu-sorio hasta el hombre, han podido nacer así, por unaserie de trasformaciones y transiciones insensibles.En cuanto á los claros ó vacíos que ofrece la es-cala de seres vivientes que conocemos, «son pági-nas arrancadas del libro;» además de que la paleon-tología nos permite hallar un buen número de esosintermediarios desaparecidos.

En resumen, según Darwin y su escuela, en latrnsformacion, el trasformismo gradual de las espe-cies, que hacen salir á unas do otras por medio dela descendencia genealógica, bajo la impulsión, lapresión de la concurrencia vital, es donde única-mente hay que buscar la explicación del origen delas diferentes especies vegetales y animales. Pres-cindimos por ahora de otros principios invocados

por Darwin, como auxiliares, y de los cuales ten-dremos ocasión de ocuparnos más adelante.

Lo que la ciencia debe explicar es la analogía delas diferentes formas animales ó vegetales que hanpoblado sucesivamente el globo. Es cierto é incon-testable que todos los tipos del reino animal y delreino vegetal ofrecen entre sí cierta semejanzaque nos sugiere la idea de una especie de paren-tesco.

Fundándose en esa semejanza, se ha podido esta-blecer entre todos los seres clasificaciones siste-máticas.

Hay indudablemente, por lo monos á primera vis-ta, una considerable diferencia entre el mamífero yel molusco. Y examinándolos de cerca, se encuen-tra, sin embargo, en los dos, órganos, funciones idén-ticas; los dos nacen, mueren, respiran, comen, etc.por procedimientos casi iguales. Esta analogíatoma un carácter más sorprendente, recorriendotodos los grados que forman la transición lógicaentre esas dos extremidades de la escala. Sobre losmoluscos vienen los articulados, después los verte-brados. Se comprende, se concibe el insecto, el pez,el cetáceo, el mamífero terrestre, como los términossucesivos de una misma serie.

Mas no es esto todo: ese orden do sucesión, sis-temático en cierto modo, que establecemos entrelos animales y los vegetales, no es una simple apreciacion; no obedece á preocupaciones puramentelógicas el clasificar los seres como se clasificaríanlos minerales ó los libros de una biblioteca. La pa-leontología nos demuestra que ese es al mismotiempo el orden cronológico con que las formas vi-vientes se han sucedido en la tierra. El molusco haprecedido al articulado; los peces han aparecidoantes que los mamíferos; en cada uno de estos gru-pos hay también un orden de sucesión, á la vezlógico y cronológico; una especie de ascensión con-tinua, una constante progresión, de forma más ómenos perfecta. En una palabra, hay en ellos evo-lución; la vida se desarrolla en la tierra como deun árbol brotan las ramas, las flores y el fruto. En-tre los diversos representantes de la vida en todoslos grados, hay un parentesco, una filiación ideal.Por otra parte, la experiencia de todos los dias nosmuestra semejanzas del mismo género entre los sé-res ligados entre sí geneológicamente. Luego nadamás natural que, procediendo por analogía, se de-duzca la semejanza de las especies de su parentes-co real, y se establezca el principio de la descen-dencia.

Esta deducción adquiere mayor fuerza todavía porlas siguientes consideraciones:

Todo ser procede de un huevo, omne vivum exovo; pero todo huevo procede de un ovario, omneovum ex ovario; todo ser que sale de un huevo tie-

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N.°175 O. GUEROULT. EL DARWINISMO.

ne necesidad de cuidados, de una iniciación, deuna enseñanza especial. No podemos concebir unaespecie creada en el estado adulto, sabiendo, sinhaberlo aprendido nunca, como no fuese por tras-misión hereditaria, servirse de sus órganos (1).

Sólo le sería permitido á la ciencia apelar á lahipótesis de la creación de especies adultas, cuando victoriosa y perentoriamente hubiese refutadola posibilidad de la descendencia. ¿Se ha hechoesto? ¿Se ha opuesto á la teoría de la descenden-cia alguna de esas objeciones á las que nada re-siste, y que son el golpe de muerte de un siste-ma? ¿La fijeza, la «variabilidad de las especies?Cierto es que desde la aparición del hombre no hahabido ejemplo alguno, comprobado, do que unaespecie se haya convertido en otra. Pero lo mismosucede respecto á los hechos sobre que descansanlas principales leyes y las principales hipótesis dela astronomía.

Según la hipótesis cósmica generalmente admitidahoy, los cuerpos celestes pasan del estado ígneo,fluido, al estado sólido. Nosotros no hemos asistidonunca, sin embargo, á una trasformacion de estegénero; solamente vemos en el cielo las muestras,los indicios de esos diversos estados, y, por consi-deraciones muy atendibles, hemos llegado á admitirque tal planeta opaco ha sido un sol incandescente,que tal nebulosa gasiforme se convertirá en sol,luego en planeta, etc.

Y lo mismo sucede exactamente en cuanto á lasespecies.

Las especies vivientes en la actualidad no tienenrepresentantes en las faunas y las floras anteriores;pero los géneros, las familias, los órdenes sí lostienen. Y, aun considerando las clases más diferen-tes del reino animal, los peces y los mamíferos an-fibios, por ejemplo, si se retrocede en la escala delos tiempos, se llega á épocas en que esa diferenciatan manifiesta se debilita cada vez más.

Luego la teoría de la descendencia, de la filiacióngenealógica de las especies, tiene por sí sola lodala fuerza que ofrecen las más legítimas induc-ciones.

No avanzaremos, sin embargo, hasta decir ó su-poner, con Darwin y sus discípulos, que la teoríade la descendencia es la única explicación posible ynecesaria do todas las semejanzas, comprobadas

(1) Hace cuarenta anos se encontró encerrado en unahabitación, donde probablemente había vivido desde quenació, á un pobre muchacho llamado Gaspar Hanser, quohabía crecido sin más compañía que la del personaje mis-terioso que le daba de comer é iba á verlo de vez en cuan-do. A los quince ó diez y ocho años, aquel infeliz no sabíahablar ni andar; y fue preciso bastante tiempo para ense-ñarle las cosas más usuales. Cuando llegó á sabor lo bas-tante para poder reunir sus recuerdos y contar su histo-ria, murió asesinado,

entre los objetos animados ó inanimados. Y no lle-garemos hasta ese punto, poi'una razón muy sen-cilla; porque no nos es dado comprobar esas seme-janzas tan marcadas cuanto es posible entre objetosque no tienen ningún vínculo genealógico. Todaslas sales minerales que se cristalizan en cubos separecen más, entre sí, que el hombre al mono. Nose le ocurrirá á nadie deducir que haya entre ellosel menor lazo de parentesco real.

La teoría de la descendeneia no tiene, pues, elcarácter de universalidad, de necesidad, que á todotrance se le quiere atribuir. Será tal vez un proce-dimiento general, pero no es el único procedimientode la naturaleza.

Ahora bien: la teoría de la descendencia ¿implicanecesariamente, como pretende el darwinismo, latrasformacion lenta, gradual, insensible de las es-pecies, ó, como se suele decir, el trasformisino?

Los fisiólogos alemanes Baumgartner y Kollikerno lo creen así, y han supuesto lo que ellos llamanla generación heterogénea. Admiten que la trasfor-macion de una especie en otra se verifica de unamanera brusca en el germen. En otros términos,bajo la influencia de circustancias determinadas,uno ó varios huevos de la especie madre puedensufrir bruscamente una modificación íntima, envirtud do la cual se formaría el embrión de la nue-va especie. Este punto do vistjfc» original como es,y que repugna á los conceptos mecánicos, hoy enboga, es mucho más defendible de lo que al prontoparece.

Es imposible, por ejemplo, explicarse de otromodo que por una brusca trasformacion, el cambiocomprobado en las relaciones numéricas de los ele-mentos del»isqueleto. Se han visto nacer personascon seis dedos en cada mano, do padres que te-nían el número normal; nadie ha tenido un númerode dedos intermedio entre cinco y seis.

Llegamos, por fin, al principio de la selecciónnatural, que es el punto en que los darwinianos secreen más fuertes, y del que deducen las más gra-ves consecuencias.

Por esto, sin duda, Mr. de Hartmann ha reservadopara él las objeciones más rigorosas y más tópicas.

La selección natural, tal como la hemos definidomás arriba, descansa en los tres principios si-guientes:

1.° La concurrencia vital.1° La variabilidad de las especies.Y 3." La trasmisión hereditaria de las particu-

laridades adquiridas individualmente.No nos detendremos, como lo ha hecho Mr. de

Hartman, á demostrar que el primero de estos tresprincipios, la concurrencia vital, es el único quetiene el carácter material, mecánico, automático,tan decantado como uno de los principales méritos

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22 REVISTA EUROPEA. 1 . " DE JULIO DE 4 8 7 7 . N.° 1 7 5

de la nueva escuela. Nos limitamos a afrontar aquíel lado puramente cientifico de los argumentos delfilósofo alemán. En cuanto á Ja concurrencia vital,supone que cierta particularidad asegura la victoriaen la lucha á los que de ella se hallan fortuitamen-te provistos. De lo cual se deduce que todas lasparticularidades de menor importancia, por ejem-plo, las de puro recreo ó simple adorno, quedansin influencia para el resultado de la selección.

No se puede comprender cómo la propiedadque tiene el pavo real de extender en forma deabanico su magnifica cola, haya podido asegurarleninguna superioridad en la lucha para la vida, sobreel gallo ó el faisán, sus más próximos aliados. Tam-poco es posible explicarse cómo, por el solo hechode su conformación, tiene el insecto una superiori-dad decisiva sobre el molusco, y el cetáceo sobreel pez. En una palabra, todas las diferencias dopura forma, las diferencias puramente morfológi-cas, esas, precisamente, sobre que descansa nues-tra clasificación en especies, géneros, variedades,parecen escapar por completo á la acción utilitariade la concurrencia vital. Pero hay más. Bajo el pun-to de vista puramente utilitario, el paso de unaforma á otra más perfecta, suele ser una causa deinferioridad. Un reloj de pesas, un cncil, se descom-pone mucho menos que un reloj astronómico quemarque los minutos, los segundos, los dias y losmeses, las fases de Ta luna, etc. Una organizaciónmás rica, más perfecta, más complicada, es por estamisma razón más delicada, y ofrece más campo álas causas de destrucción. Bastó un grano de arenapara hacer morir á Cromwell; un guijarro, diez ve-ees más grueso, no hubiera producido desordenapreciable en la concha de una ostra. Lejos de fa-cilitar la explicación de la evolución ascendente delorganismo, la selección natural lleva á la luchapara la vida una nueva dificultad, que es el esfuerzonecesario para conservar intactos los juegos másdelicados, más frágiles, más numerosos.

No es esto todo. Sucede con frecuencia que en eldesarrollo gradual de un órgano destinado á dar al-gún dia la saperioridad á la especie que de él estádotado, hay un período en el que las dimensionesinsuficientes aún de ese órgano determinan una cau-sa de inferioridad. Supongamos una de esas plantascuya fecundación no puedo operarse sino por mediode un insecto dado, por ejemplo el trifolium incar-natum, que necesita el concurso de la abeja. Porconsecuencia de una causa cualquiera, el trifoliumincarnatwm ve hacerse más profundo su cáliz; tien-de á convertirse en el tnfoMumpratense. El primerresultado de esta trasformacion es oponer un obs-táculo á la fecundación por la abeja, cuya trompa,bastante larga para el cáliz primitivo, es demasiadocorta para el nuevo. Pero la misma abeja, dirán los

darwinianos, esforzándose en ese caso por llegarhasta ol fondo, verá alargarse su trompa, y se tras-formará en abejarrón ó abejorro, el fecundador natu-ral del irifolium pratense.

Concretándose á la acción estrictamente mecáni-ca de la selección natural, es difícil admitir que lasdos trasformaciones correlativas del trifolium y dela abeja sigan rigorosamente la misma marcha. Desuerte que el estado que constituye la transición deuna especie á otra más perfecta, es, en cuanto á lalucha para la vida, un estado inferior tanto al inicialcomo al final.

Sabido es que los crustáceos tienen un esqueletoexterior que no crece á la pac que ellos, y que seven obligados á abandonar. Hasta que puedan reem-plazarlo por otro más grande, más duro, es evidenteque esa trasformacion que los desnuda y los desar-ma es una causa muy real de inferioridad para ellos.Podríamos multiplicar hasta el infinito los ejemplos.

Para no extendernos demasiado, sólo añadiremosá lo que precedo una observación que nos parecetambién de bastante fuerza. Se refiere á uno de losfactores principales de la selección natural, á la tras-misión hereditaria de las particularidades favora-bles adquiridas por los individuos, y ha sido sincera-mente aceptada por Darvvin.

lió aquí cuál es:Según la hipótesis darwiniana, en los caracteres

más útiles debería sor más cierta la trasmisión he-reditaria; los caracteres indiferentes, inútiles en lalucha, deberían ser los más variables. Pues preci-samente sucede lo contrario. La posteridad se pa-rece invariablemente á sus autores en ciertos ras-gos típicos, específicos, que definen la especie;ésta difiere de ellos, y con frecuencia alcanza ungrado más elevado, por los caracteres fisiológicosdo adaptación. Los que deseen profundizar estacuestión pueden acudir á la obra de M. Hartmann;pero tal vez basta con lo que precede, para de-mostrar que el principio de la selección natural porvía de lucha para la vida, es científicamente ineíi-ficaz para llenar la misión que se le atribuye. Laselección natural desempeña un papel, pero un pa-pel relativamente secundario; es en cierto modo elmoderador de la viveza de la evolución, la correade trasmisión que regula la acción de las ruedasasociándolas. Cuando los individuos se adelantan óse retrasan en la evolución normal, la selección na-tural los suprime, y así contribuye á la armonía, ála concordancia de las diferentes partes del proces-sus cósmico.

Es, pues, el regulador, no el motor del gran me-canismo; y por haberlo hallado, Darvvin tiene supuesto reservado en la historia de los grandes pen-sadores y de los grandes naturalistas.

A las anteriores observaciones no dejan de replí-

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N.° 175 A. P0USCHK1NE.- •ÜN TIRO.

car los darwinianos, que su sistema no descansa enun solo principio; que admite otros auxiliares, comola influencia directa de las circunstancias exterio-res sobre el organismo, la acción del uso ó el des-uso sobre los órganos, la selección sexual, y sobretodo, la ley de correlación de desarrollo.

No obstante nuestro deseo de abreviar, no pode-mos menos de detenernos un instante sobre esteúltimo principio. En el reconocimiento de la ley dede correlaccion, ve Hartmann la confirmación desus propias ideas, la negación del carácter mecáni-co y material, atribuido por los darwinianos á laevolución cósmica. «De ahí resulta, dice, que todoslos caracteres que constituyen el tipo de una espe-cie se hallan en una dependencia mutua y regular.Si una especie debe trasforrnarse en otra, hay enella todo un conjunto, todo un sistema que tambiéndebe modificarse, según una ley. La modilicacionaislada de un sólo carácter no puede presentarsecomo comprendida en la fisiología anormal; es unamonstruosidad que cae bajo el dominio patológico.So deduce que aceptando la ley de correlación, eldarwinismo echa por tierra sus principios mecáni-cos de explicación que tienden todos á hacer con-cebir el tipo como una especie de mosaico formadopor la eventualidad de los sucesos exteriores, comouna masa casual de caracteres producidos aislada-mente, ó uno después de otro, por la selección ó lacostumbre.»

M. de Hartmann infiere de todo esto que existeuna ley de evolución orgánica interna que so realizasegún un plan regular y en direcciones teleológica-mente determinadas. Tal deducción nos lleva al ter-reno de la filosofía y de la metafísica.

Esto no quiere decir en manera alguna, para nos-otros, que sea falsa; pero sí quiere decir que es de-finitivamente necesario que nos detengamos aquí.

GEORGES GUEROULT.

UN TIRO.

Estamos en un pueblecito. Conocida es la vida deun oficial de línea: por la mañana ejercicio y re-vista; come casa del jefe del regimiento ó en unaliosada judía, y por la noche el bol de poncho y lascartas. En el pueblecito no había ninguna casa querecibiera ni que pensara en ello. Nos reuníamos encasa de un compañero y allí sólo veíamos uni-formes.

En nuestra sociedad sólo había un paisano. Esteera un hombre de treinta y cinco años, poco más ómenos, y por esta razón le considerábamos comoun veterano. Su experiencia le daba cierta autori-

dad entre nosotros. Su habitual tristeza, su ásperocarácter y su sarcástica lengua tenían grande in-fluencia en nuestros inexpertos ánimos, y su exis-tencia estaba rodeada de cierto misterio; aunqueparecía ruso, llevaba un nombre extranjero.

En otro tiempo había servido en húsares y conmucha fortuna. Todo el mundo ignoraba por quéhabía abandonado el servicio y se había instaladoen un miserable pueblecillo en donde la vida eratriste y costosa. Siempre salía á pié, aunque eltiempo fuera malo, y siempre vestía un gabán ne-gro. Su mesa estaba á disposición de todos los ofi-ciales de su regimiento, y su comida sólo consistíaen dos ó tres platos condimentados por algunos sol-dados viejos retirados del servicio; pero en cambiono se agotaba el champaña.

Nadie conocía sus recursos, pero tampoco seatrevía ninguno á preguntarle sobre este asunto.Su biblioteca estaba formada en gran parte de li-bros militares y novelas, que prestaba con gusto,sin que nunca las reclamara cuando olvidaban de-volvérselos. Pero debemos decir que, por su parte,no devolvía jamás los libros que le prestaban. Suprincipal ocupación era tirar la pistola; las paredesde su cuarto, acribilladas á balazos, estaban llenasde agujeros, como una colmena. Su único lujo erauna rica colección de pistolas; tal era la perfeccióncon que manejaba esta arma, que si hubiese pro-puesto á un oficial de nuestro regimiento derribarde un balazo una manzana puesta sobre su cabeza,no hubiera vacilado en aceptar.

En nuestras conversaciones, frecuentemente ha-blábamos de duelos; Sylvio,—este nombre le dába-mos,—nunca tomaba parte en estas conversacio-nes. Si por casualidad le preguntaban:—¿Os habéisbatido álf una vez?—respondía con un sí áspero yseco, pero no daba detalles de sus duelos, y se co-nocía que tales preguntas le eran sumamente des-agradables.

Todos estábamos persuadidos de que su concien-cia le acusaba de alguna víctima de aquel arte fa-tal, en que pudiera haber sido maestro. Por lo de-más, nunca se nos había ocurrido sospechar que fue-se cobarde. Es verdad que hay muchos hombrescuyo aspecto aleja toda sospecha sobre este punto.Pero sobrevino una aventura que nos asombró átodos.

Un dia comíamos casa de Sylvio diez compañerosy bebíamos como de costumbre, es decir, enorme-mente. Después de comer, suplicamos á nuestro an-fitrión tallara una banca. Este rehusó, porque raravez jugaba. Sin embargo, estrechado por nuestrasinstancias, hizo traer una baraja, y después de echarsobre la mesa cincuenta ducados, comenzó á tallar.Todos nos agrupamos en derredor de la mesa, ycomenzó el juego. Como de costumbre, guardaba

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profundo silencio, no disputaba y nunca había quedar explicaciones. Si el que apuntaba padecía unerror, él pagaba lo que faltaba; si el error era en suprovecho, lo escribía.

Desde mucho tiempo sabíamos esto y le dejába-mos obrar á su gusto; pero aquel dia estaba connosotros un oficial recien llegado al regimiento;jugando con distracción dobló una apuesta; Sylviotomó un lápiz y según su sistema, la apuntó. Cre-yendo el oficial que se había equivocado, quiso unaexplicación; pero Sylvio, sin hacerse cargo de ello,continuó tallando. Perdiendo la •paciencia entoncesel oficial, cogió el lápiz y borró lo que creía estar demás. Sylvio cogió á su vez el lápiz y volvió á escri-bir la cantidad. Excitado el oficial por el vino, eljuego y las risas de sus compañeros, se creyó gra-vemente ofendido, y en un movimiento de cóleracogió un candelabro y se lo arrojó á Sylvio á la ca-beza; éste, por fortuna, esquivó el golpe.

Syhio se levantó pálido de cólera y arrojando lla-mas por los ojos.

—Salid, caballero,—le dijo,—y agradeced á Diosque haya sucedido esto en mi casa.

No podíamos engañarnos sobre el resultado deaquella agresión, y mirábamos ya á nuestro compa-ñero como muerto. El oficial salió diciendo que, ha-biendo insultado á Sylvio, estaba dispuesto á darlela satisfacion que quisiese.

Continuamos jugando algunos minutos aún, peroviendo que el dueño de la casa ya no pensaba en elj uego, volvimos á nuestros alojamientos hablando dela próxima vacante que no podía menos de haber enel regimiento.

Al dia siguiente, al vernos en la revista todos nosPreguntábamos si vivían aún el pobre teniente. Enníquel momento enlró.

Todos nos dirigimos á él, y nos dijo que hastaníquel momento no había oido hablar de Sylvio.

Entonces fuimos casa de éste y le encontramos envi patio, pistola en mano y clavando bala sobre balaem un as pegado á la puerta cochera.

Recibiónos con su expresión habitual, y no hablópalabra sobre el lance de la víspera.

Pasaron tres dias y el teniente continuaba vivien-do. Todos nos preguntábamos si no se batiría Syl-viio. Sylvio no se batió. Contentóse con una ligeraexplicación é hizo la paz.

Esto le perjudicó mucho en el aprecio de los jóve-nes. La falta de valor os lo que se perdona más difí-cilmente en la primera edad de la vida, que ve en labravura el non plus ultra do las virtudes humanas yla excusa de todos los vicios.

Sin embargo, todo se olvidó poco á poco y Sylviorecobró su ascendiente sobre nosotros.

Únicamente yo no podía acercarme á él: dotado deimaginación novelesca, era el más adepto á aquel

hombre, cuya vida era una enigma y que se me apa-recía como héroe de una novela misteriosa. El meapreciaba, y si no me apreciaba, solamente conmi-go prescindía de sus habituales sarcasmos y habla-ba de todo con franqueza, sencillez y agrado. Perodespués de aquel desgraciado lance, la idea de lamancha que había recibido su honor, mancha queno había querido lavar, no me abandonaba y me im-pedía ser para ól el mismo que antes: imposible meera mirarle á la cara.

Sylvio era demasiado perspicaz y demasiado ex-perimentado para no conocer mi frialdad y adivinarla causa; parecióme que lo sentía; al monos obser-vé que dos ó tres veces había deseado explicarseconmigo; pero yo rehusé, y Sylvio renunció á la ex-plicación.

Desde entonces sólo le vi en compañía de mis ca-maradasy cesaron nuestras conversaciones íntimas.

Los habitantes de las ciudades no conocen esassensaciones tan conocidas de los que habitan las al-deas, como por ejemplo, la llegada del correo: losmartes y viernes se llenaba de oficiales el cuartelde nuestro regimiento: uno esperaba dinero, otroperiódicos, aquel cartas; las cartas se abrían habi-tualmente en el acto, circulaban las noticias y elcuartel ofrecía un cuadro sumamente animado.

Sylvio recibía sus cartas por la vía militar y sopresentaba en el cuartel los dias de correo. Una vezJe presentaron una, cuyo sobre rompió con viva im-paciencia. Al leerla lanzaron relámpagos su ojos;pero como cada cual se ocupaba de sus asuntos,ninguno se fijó en ello.

—Señores,—dijo Sylvio,—el estado de mis asun-tos exige que parta inmediatamente. Parto, porconsiguiente, esta noche, y espero que no rehusa-reis comer conmigo por última vez. Os esporo á vostambién, y os espero absolutamente,—añadió diri-giéndose á mí.

Dicho esto, salió precipitadamente, y nosotrostambién, prometiéndonos acudir á su invitación.

Llegué casa de Sylvio á la hora indicada, y allíencontré á casi todos los oficiales del regimiénte-los muebles y efectos estaban ya embalados, noquedando más que las paredes acribilladas de ba-lazos.

Sentémonos á la mesa; el dueño de la casa estabade buen humor, y pronto se nos comunicó á todos:saltaron los tapones, llenáronse los vasos y desea-mos de todo corazón feliz viaje al que partía.

Era tarde ya cuando nos levantamos de la mesa;todos empezaron á despedirse, y cuando iba yo áhacer lo mismo, me cogió Sylvio la mano, dicióndo-me en voz baja:

—Necesito hablaros.Quédeme, pues. Cuando se retiraron todos, que-

damos uno en frente de otro, y en medio del más

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profundo silencio, comenzamos a fumar nuestraspipas.

Sylvio estaba preocupado; no le quedaba rastroalguno de su nerviosa alegría. Su lívida palidez, susbrillantes ojos y las nubes de humo que le rodea-ban le hacían parecer un demonio.

Pasaron algunos minutos y Sylvio rompió al fin elsilencio.

—Tal vez no nos volvamos á ver más,—me dijo.—Antes de partir quisiera tener una explicacióncon vos. Quizás habréis observado que me ocupopoco de la opinión que puedan formar de mí; perocomo os aprecio, sentiría dejaros conservándomeen mal concepto.

Detúvose para llenar otra vez la pipa, y yo callépermaneciendo con los ojos bajos.

—¿Verdad que os ha parecido extraño que no pi-diese reparación á ese borracho estúpido que mearrojó el candelabro á la cabeza? Comprendereisque teniendo la elección de armas y el derecho detirar primero, su vida estaba en mis manos, mien-tras que la mia ningún peligro corría. Podía atribuirmi acción á grandeza de alma; pero no quiero men-tir; si hubiese podido castigarle sin arriesgar mivida, no le hubiera perdonado.

Al oir esto, miré estupefacto á Sylvio: tal confe-sión me repugnaba.

Sylvio eontinuó:—Sí, es cierto, no tongo derecho á arriesgar mi

vida. Hace seis años que recibí un bofetón, y el queme lo dio vive aún.

Mi curiosidad estaba sumamente excitada.—¿No os batisteis?—le preguntó.—¿Vuestros ne-

gocios sin duda os habrán alejado al uno del otro?—Me batí,—dijo Sylvio, — y ved la prueba de

nuestro duelo.Levantóse y tomó de una caja una gorra de uni-

forme, que se colocó en la cabeza: tenía un agujerode bala á una pulgada de la frente.

—Ya sabéis,—dijo Sylvio,—que he servido en elregimiento de húsares de**'. Conocéis mi caráctery habréis podido comprender que estoy acostum-brado á ser el primero en todo. En mi juventud estofue una necesidad irresistible: en mi tiempo estabaen moda ser alborotador, y yo era el primer albo-rotador de todo el ejército. Aplaudíamos á los bebe-dores intrépidos, y yo he bebido más que el célebreD... que fuó cantado por D. ü. En nuestro regi-miento eran más que diarios los duelos, y en todosera testigo ó actor. Mis compañeros me adoraban,y los comandantes, que á cada momento eran cam-biados, me consideraban como un mal incurable queafligía al regimiento.

Descansaba yo sobre mis laureles, cuando un jo-ven, rico y de ilustre familia—permitid que calle sunombre—ingresó en el regimiento.

Nunca había visto hombre más feliz.Figuraos la juventud, el talento, la belleza, la

loca alegría, el valor sin límites, un bolsillo inago-table, todo esto reunía además de su gran nombre.Ya comprendereis qué puesto había de ocupar en-tre nosotros.

Mi imperio vacilaba. Oyendo hablar mucho de mí,empezó por desear mi amistad; pero le recibí confrialdad, y él se alejó con indiferencia.

Cobróle rencor, y su éxito en el regimiento y conlas mujeres me llenó de desesperación.

Empecé á buscarle quimera, pero respondía á misepigramas con epigramas más agudos y picantesque los mios. Mi rabia aumentaba porque conocía susuperioridad.

En fin, en un baile, casa de un señor polaco,viéndole objeto de atenciones por parte de todaslas mujeres, y especialmente de la dueiia de la casa,que estaba en relaciones conmigo, me acerqué á ély le dije al oido una injuria grosera.

Al oiría, perdió la cabeza y me dio un bofetón.Echamos mano á los sables, desmayáronse las se-

ñoras; nos separaron, y aquella misma noche arre-glamos el duelo.

Cuando amaneció, estaba yo en el sitio designadocon mis testigos, esperando con ansiedad la llegadade mi adversario. El sol de primavera había salidoya y derramaba su calor. A los pocos momentos levi á lo lejos; traía la pelliza colgada en el sable, yvenía á pié y acompañado de un solo testigo.

Salimos á su encuentro, y se acercó á nosotros,llevando en la mano su gorra llena de cerezas.

Yo tenía derecho á disparar primero; pero era talla agitación de mi pulso, que no estaba seguro demi bala, ó insistí para que tirase primero él; perorehusó,1»

Entonces decidimos someternos á la suerte.La suerte fuó para aquel favorito de la fortuna.Apuntó y me atravesó la gorra.Había llegado mi vez. Al fin tenia su vida entre

mis manos.Miróle con avidez, tratando de descubrir en él

la menor sombra de estremecimiento; pero espe-raba mi bala comiendo cerezas, cuyos huesos ar-rojaba á mis pies.

Su sangre fria me exasperó.—¿Qué necesidad hay,—me dije,—de arrebatar

la vida á un hombre á quien le parece tan indife-rente?

Una idea diabólica atravesó mi mente; bajó lapistola y dije:

—Creo que no estéis preparado á morir, puestoque almorzáis con tanta tranquilidad. Permitid queos deje terminar el desayuno.

—No me incomodáis, caballero; pero obrad comogustéis. Tenéis un. tiro que disparar contra mí; bien

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ahora ó bien más tarde, siempre estaré á vuestradisposición.

Entonces me volví hacia mis testigos, y les dije:—No dispararé hoy.Estaba terminado e! duelo.Pedí la licencia y me retiré á este pueblscito, en

donde no ha pasado un dia sin pensar en la ven-ganza.

Pero ha llegado la hora.Sylvio sacó del bolsillo la carta que había reci-

bido aquella mañana, y me la dio para que laleyera.

Uno, creo que su agente de negocios, le escribíaque el individuo en cuestión se disponía á casarsecon una joven encantadora.

—Desde luego comprendereis, — continuó Syl-vio,—quién es el individuo en cuestión. Pues bien,parto para Moscou, y ahora veré si mañana ó pasa-do mañana le será tan indiferente la muerte comoel dia en que comía cerezas.

Diciendo esto, se levantó Sylvio, arrojó la gorraal suelo y empezó á pasearse en el cuarto como untigre en la jaula.

Mirábale sin pestañear, y observaba que choca-ban en su mente opuestas y extrañas ideas.

El criado entró diciendo que estaban preparadoslos caballos. Sylvio me estrechó la mano; nos abra-zamos; montó en un carruaje en que sólo llevabaun saco de viaje y una caja de pistolas, y partió algalope.

Muchos años pasaron después; mis negocios meobligaban á habitar en una aldea en el distrito deN... Aunque me ocupaba de los asuntos de mi casa,no por eso dejaba de echar de menos mi vida deotro tiempo, tan aleare y descuidada. Lo único áquie no podía acostumbrarme era á pasar las largasveladas de primavera ó invierno en completa sole-dad. Hasta la hora de comer encontraba el mediode matar el tiempo, bien hablando con mi staros-la (1), bien visitando mis campos, ó bien las cons-trucciones que hacía ejecutar; pero en cuanto des-cendía el sol al horizonte, no sabía ya qué hacerme.

Los pocos libros que había podido encontrar, lossaltiía ya de memoria; las historias y cuentos quepoidía referirme mi ama de llaves, Kirolowna, loshabía escuchado muchas veces, y las canciones delosi aldeanos habían concluido por inspirarme me-lancolía. Hubo una ocasión en que recurrí al licorde cerezas; pero este licor me abrasaba, y temíallegar á convertirme en borracho por tristeza, lapeor especie que conozco y que abundaba en aqueldistrito.

No tenía más vecinos que dos ó tres borrachos

(1) Alcalde de aldea <jue frecuentemente es esclavo, ápesar de su elevado cargo.

amargos, cuya conversación consistía frecuente-mente en bostezos y suspiros: en vista de todo esto,comprendí que lo mejor que podía hacer era acos-tarme temprano, comiendo lo más tarde posible.De este modo prolongaba los dias y acortaba lasnoches.

A cuatro kilómetros de mi casa había una ricapropiedad de la condesa B..., pero en ella no vivíanadie más que el intendente. La condesa estuvo enella un mes durante el primer año de su matrimo-nio, y en la segunda primavera de mi soledad corrióel rumor de que la condesa vendría con su esposoá pasar el estío en el campo, y, en efecto, llegaroná primeros de Junio.

La llegada de un rico vecino es un acontecimientopara los que viven fastidiados en el campo. Los pro-pietarios y sus criados hablan de ellos dos mesesantes de que lleguen y tres después de que partan.Por lo que á mí hace, os confesaré francamente quéla llegada de mi joven y rica vecina había ocasiona-do gran trastorno en mi existencia, y que me devo-raba la impaciencia de verla. Por esta razón, el pri-mer domingo, después de su llegada, fui á su pro-piedad para ofrecerme á Su Excelencia como elvecino más próximo y el servidor más respetuoso.

El lacayo me llevo al gabinete del conde y medejó en él para ir á anunciarme.

Aquel inmenso gabinete estaba adornado con elmayor lujo. Las paredes estaban cubiertas por losarmarios de libros, y sobre cada uno de estos habíaun busto de bronce; sobre la chimenea de mármolbrillaba un gran espejo. Sobre el piso había un pañoverde, y sobre el paño tapices. Como en mi retirohabía perdido la costumbre del lujo y hacía muchotiempo que no veía riquezas, sentí una emoción pa-recida al temor, y esperé al conde con la extrañasensación del pretendiente de provincia quo esperala salida del ministro.

Abrióse la puerta, y un hombre de noble rostro ytreinta y dos ó treinta tres años de edad entró en elgabinete.

El conde, porque era él, se acercó á mí con airefranco y amistoso. Empezaba á tranquilizarme y tra-taba de dominarme por completo, cuando me inter-rumpió el conde.

Nos sentamos, y su alegre conversación acabó dedisipar mi salvaje timidez.

Empezaba ya á entrar en posesión de mí mismo,cuando vi entrar á la condesa, y quedó más turbadoque anteriormente.

Era hermosísima en verdad.El conde me presentó á su esposa y yo traté de

mostrarme amable; pero cuanto más lo procuraba,más turbado me veía.

Para darme tiempo á dominar mi emoción, elconde y la condesa empezaron á hablar entre ellos,

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concluyendo por tratarme como si fuese antiguoconocido, es decir, sin ceremonia: mientras habla-ban, examiné los libros que había sobre las mesasy los cuadros colgados en las paredes. No soy en-tendido en pintura, pero uno de aquellos cuadrosme llamó la atención.

Era un paisaje de Suiza; pero no era el paisaje nila ejecución lo que yo miraba, sino un doble balazoque había atravesado el cuadro.

—¡Diablo! hó ahí un buen pistoletazo,—dije alconde.

—Sí,—respondió,—es un tiro notable, ¿verdad?Y vos,—me preguntó,—¿tiráis bien?

—Medianamente,—le respondí;~á treinta pasosestoy casi seguro, con una pistola que conozca, deponer una bala en una carta de baraja.

—¡Ah! ¿de veras?—dijo la condesa con suma cu-riosidad.—Y tú, amigo mió,—añadió volviéndosehacia su esposo,—¿harías otro tanto?

—Probaremos,—dijo el conde.—En otro tiempoora algo diestro en eso ejercicio; pero hace cuatroaños que no he tocado una pistola.

—En ese caso,— repliqué,—apuesto á que no to-cáis una carta ni á veinte pasos de distancia. Lapistola exige ejercicio diario; lo só por experiencia:en el regimiento era uno de los mejores tiradoresde pistola. Una vez ocurrió que, teniendo mis armasen reparación, estuve un mes sin tirar, y la primeravez que lo hice erré cuatro veces seguidas unabotella á veinticinco pasos. Es preciso no abando-nar este ejercicio, señor conde, de lo contrario sepierde en seguida la destreza. El mejor tirador quehe conocido acostumbraba á cortar todos los dias,antes de comer, tres balas en un cuchillo. Esto eratan necesario para él como la copitade aguardienteantes de !a sopa.

El conde y la condesa parecían muy satisfechosde verme lanzado á la conversación.

—¿Y cómo tiraba?--me preguntó el conde.—De un modo muy sencillo,—respondí;—si veía

una mosca en la pared,—¿os reís, condesa?—os juroque os digo la verdad,—gritaba: «Cousma, una pis-tola.» El criado le traía una cargada; apenas tomabatiempo para apuntar:—¡paf! — ia mosca quedabaaplastada en la pared.

—Es maravilloso,— dijo el conde;—¿y cómo sellamaba?

—Sylvio.—¿Habéis conocido á Sylvio?—exclamó el conde

dando un salto.—¿Habéis conocido á Sylvio?...—No sólo conocido; éramos amigos. En el regi-

miento le considerábamos como compañero, y hacecinco años que no he oido hablar de él; pero á juz-gar por vuestras palabras, vos le habéis conocidotambién, señor conde.

—Sí, le he conocido, y bien, os lo juro. Si erais

su amigo, como decís, os debió referir una historiabastante singular.

—¿La de un bofetón que recibió en un baile?—¡Sí! ¿y os dijo el nombre del que le dio el bo-

fetón?—No, señor conde.En seguida, iluminado por una idea y mirando á

la condesa:—¿Fuisteis vos?—exclamé.—Si, yo, — exclamó el conde con viva agita-

ción,— y ese cuadro agujereado es un recuerdo denuestra última entrevista.

—¡Oh! querido amigo, no refieras eso á este ca-ballero, — dijo la condesa, — sabes que me hacedaño.

—No, este caballero sabe de qué modo insulté ásu amigo: que sepa también cómo se vengó.

El conde acercó una butaca. Sentéme y escuchécon vivo interés el siguiente relato:

«Hace cinco años que soy casado. El primer mes,the honey moon, la luna de miel, lo pasó en esta al-dea. Esla casa guarda los recuerdos más dulces ylos más tristes de mi vida.

Una tarde íbamos á caballo la condesa y yo,cuando el caballo de ésta se encabritó; tuvo miedo,saltó al suelo, me echó las bridas y se encaminó ápió hacia la casa.

Cuando llegué vi un carruaje de camino. Dijéron-me que me esperaba en el gabinete una visila y queel que aguardaba no había querido decir su nombre;pero había dicho que le traía un asunto concernien-te á mí solo. Entré en el gabinete y vi á un hombrecon larga barba y cubierto de polvo. Estaba al ladode la chimenea.

Estuve examinándole un momento.—¿No me conoces, conde?—me preguntó con voz

sombvfe.—¡Sylvio!—exclamé.Y confieso que se me erizaron los cabellos.—Me toca tirar,—dijo,—¿estás dispuesto?Llevaba una pistola en la cintura.Moví la cabeza significando que reconocía su de-

recho, y midiendo doce pasos, fui á colocarme enel ángulo déla habitación, suplicándole que tirarapronto, antes de que entrara mi esposa.

—No veo,—dijo;—haz que traigan luz.Llamó á un criado y le mandé encender las bujías:

en seguida cerró la puerta y fui á colocarme en elpuesto, suplicándole otra vez que no me hiciese es-perar.

Apuntó y conté los segundos; pensaba en ella.Pasó un momento terrible.Sylvio bajó la mano.—Es una desgracia que jla pistola esté cargada»

con una bala en vez de un hueso de cereza; pesa yme fatiga la mano.

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REVISTA EUROPEA. i . " BE JULIO DE 4 8 7 7 . N." 175

Y después de un momento que me pareció unsiglo:

—En verdad,—dijo,—esto no sería un duelo, sinoun asesinato. No tengo costumbre de tirar sobre unhombre desarmado. Volvamos á empezar y sortee-mos quién haya de disparar primero.

Estaba aturdido, y creo que al pronto no consentí.Sin embargo, recuerdo que cargamos las pistolas,que escribimos nuestros nombres y pusimos los bi-lletes en la gorra que yo había agujereado: la suer-te me favoreció.

Por segunda vez tiré primero.—Eres muy afortunado, conde,—me dijo con una

sonrisa que no olvidaré jamás.No sé cómo ocurrió, pero en vez de herir á mi ad-

versario, clavé la bala en ese cuadro.»El conde señaló el cuadro con el dedo; su rostro

estaba enrojecido; el de la condesa, por el contra-rio, estaba pálido hasta la lividez. Al verlos no pudecontener una exclamación.

—«Sylvio levantó de nuevo la pistola y apuntó.La expresión de su rostro me decía bien claro

ahora que no tenía que esperar gracia.De pronto se abrió la puerta; entró María, y lan-

zando un grito de terror, se abrazó á mi cuello.Su presencia me devolvió la serenidad.Hice un esfuerzo y lancé una carcajada.—¡Loca!—la dije,—¿no ves que es una broma? Es

una apuesta. ¿Es posible que te asustes así? Vamos,vé á beber un vaso de agua, vuelve y te presentaréú un antiguo amigo.

Pero no quiso creer nada de lo que dije.—Caballero, en nombre del cielo, ¿es verdad?—

preguntó dirigiendo la palabra al sombrío Sylvio.—¿Es esto una broma? ¿es cierto que sólo se trata deuna apuesta?

—Sí, sí,—contestó Sylvio,—era una broma, escostumbre del conde bromear. Bromeando me dioun dia un bofetón; otro dia, bromeando también, meagujereó con una bala esta gorra; en fln, bromeandoaiin acaba de errar el tiro por segunda vez. Ahorame toca á mí bromear.

Y pronunciando estas palabras levantó la pistolaháicia mi pecho.

María lo comprendió todo y se arrojó a sus pies.—¡Oh!—exclamó,—¿no te avergüenzas?Y añadí furioso:—¡Vamos, caballero! ¿concluiréis? ¿tiráis ó no?—No,—respondió Sylvio.—¡Cómo! ¿no?—No, estoy satisfecho, he visto tus temores, tus

angustias, tu terror. Dos veces te he hecho dispararsobre mí y dos veces has errado el tiro. Ya te acor-darás; te dejo con tu conciencia.

Y se adelantó hacia la puerta para salir.Ya en esta se detuvo, y volviéndose hacia el cua-

dro y sin casi apuntar, hizo fuego y salió. Para queno dudara de su destreza, había clavado su bala en-cima de la mia.

Mi esposa se había desmayado.Mis criados no se atrevieron á detenerle y le mi-

raron pasar con miedo.En la puerta de la casa llamó á su cochero y par-

tió sin darme tiempo para reponerme.»El conde calló.Acababa de oir el final de la novela en cuyo prin-

cipio tanto interés había tomado.Desde entonces no había vuelto á ver á Sylvio.Después se extendió el rumor de que cuando

en 1820 dio la señal de la revolución de Grecia Ale-jandro Ipsilanti, Sylvio mandaba una compañía degriegos, y murió en la batalla de Dragachan.

A. POUSCHIUNK.

LA ENSEÑANZADE SORDO-MUDOS Y DE CIEGOS. *

Por tercera vez en el espacio de dos años, quejustamente hoy cumplen, me cabe la honrosa sa-tisfacción de levantar mi siempre humilde y des-autorizada voz en este modesto recinto, y por ter-cera vez me propongo hablar de los brillantestriunfos que la caridad cristiana obtiene allí dondedespliega el celeste manto de su protección divina,allí donde encuentra necesidades que socorrer,desgracias que aliviar, consuelos que repartir y fa-vores que dispensar. Y como las necesidades y lasdesgracias afligen por doquier al hombre degra-dado por la culpa de su primer progenitor, y comoesas desgracias y esas necesidades son tan múlti-ples y de tan variada índole, como variadas y múl-tiples son las facultades del alma humana, y comocomplicados, múltiples y variados son los elemen-tos del no menos complicado organismo del cuerpodel hombre, de aquí los múltiples, complicadísimos,variados é ingeniosos matices que esmaltan el man-to de ia caridad; de aquí también las múltiplos yvariadas manifestaciones de la primera, de la másgrande y de la más general, modesta é ingeniosade todas las virtudes, de aquella virtud que ejerci-da por el divino mártir del Gólgota, dio salud á losenfermos, oido á los sordos, habla á los mudos, álos ciegos vista y vida á los muertos, devolviendo elpadre al hijo, el hijo al padre, al hermano el her-mano, y á la sociedad uno de sus individuos; perorobustecido ya y libre de la desgracia que le hacía

* Discurro leido en la solemne distribución,de pre-mios, en el Colegio Nacional de Sordo-mudos y ciegos, el24 de Junio de 1877.

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N.° 175 P . CABELLO. LA ENSEÑANZA DE SORDO-MUDOS T CIEGOS.

inútil y le impedía consagrar sus esfuerzos en bene- |ficio de sus semejantes. Esa misma virtud, cuyoscaracteres esenciales, como en años anteriorestuve ocasión de observar, son merecer aplausos yevitarlos, como que no espera premios en la tierra,sino atesorar méritos allí donde ni la intriga pene-tra ni la justicia falta, nos congrega hoy, como tan-tas otras veces, y nos congrega como siempre paracelebrar una solemnidad modesta en sus aparien-cias; pero en realidad, grande, magnífica y brillan-te por el fin a que se dirige y por los resultados quese propone.

Dos clases de desgraciados van á recibir en ellael lauro que con su buena conducta, constanteaplicación y aprovechamiento notable, han sabidoconquistar en el curso que hoy termina.

Pertenecen á la primera, infortunados seres áquienes la ignorancia de los tiempos , la ciencia ylas antiguas y arraigadas erróneas tradiciones hanegado por espacio de luengos siglos condicionesinherentes á la humana personalidad; seres á quie-nes el padre de la medicina consideró absoluta-mente incapacitados para el ejercicio del preciosí-simo don que distingue inmediatamente al hombredel bruto, seres que en sentir del primero de losfilósofos, apenas si podían proferir una especie devoz, pero nunca discurrir; los sordo-mudos, en fin,que sin facultad do hablar, sin facultad de pensar,sin facultad de querer y hasta sin facultad de sen-tir, pues todas esas facultades se les negaban, nirecibían educación, ni se creía que pudieran reci-birla, ni podian tampoco ejercitar ninguna clase dederechos civiles ni políticos, ni aun aspirar á con-sideraciones á que como individuos de la especiehumana, como miembros necesitados de una socie-dad, tenían opción preferente.

Tan respetables y respetados fueron los nombresde Hipócrates y de Aristóteles, tanto valor se dio ásus afirmaciones, tanto eco produjeron y hasta talpunto se generalizaron, que no sólo algunos histo-riadores, sino el gran padre de la Iglesia San Agus-tín, interpretando, no en su, espíritu, sino en suletra, un pasaje de la epístola de San Pablo á losRomanos, asienta como principio incontrovertibleque la falta del oido desde el nacimiento, impidela entrada de la fe, deduciendo de aquí que lossordo-mudos, incapacitados para oír, carecen de lanecesaria aptitud para comprender sus verdades.

Corrían los siglos, se trasformaban los pueblos,sucedíanse unas á otras con vertiginosa rapidez lasgeneraciones, cambiaban las costumbres, adelanta-ba la civilización, ensanchaban su esfera de acciónlos humanos conocimientos, variaban las creenciasde los hombres; la organización política, civil yadministrativa de las nacionalidades también setrasformaba, y sin embargo de que vanfínes tan in-

signes como el arzobispo Beverley, Rodolfo Agríco-la y Cardano, insinuaron la posibilidad de que lossordo-mudos oyeran leyendo y de que hablaran es-cribiendo, las doctrinas del eminente filósofo quecon su enseñanza preparó el engrandecimiento de laGrecia y puso á los pies del vencedor de Darío elcetro del Asia, ejercían tal predominio en el mun-do de la ciencia, que su voz, semejante á una gotade agua dejada caer en proceloso mar, pasó des-apercibida, y los infelices sordo-mudos hubieron decontinuar sumidos por la más temible de las des-gracias, en el más amargo de los aislamientos.

Pero el impulso se habia dado, la semilla estabuarrojada. Faltaba únicamente un hábil cultivadorque la hiciera germinar y nacer y desarrollarse ydar dulces y sazonados frutos, gloria reservada almás caritativo y humilde de los hijos de San Benito,al insigne y nunca bastantemente alabado Fr. PedroPonce de León, gloria de España, de la Orden cuyohábito vestía y de la hidalga castellana tierra.

Posible es que al consagrar el benedictino dsOña sus vigilias y su ardiente, caritativo celo á lainstrucción de sordo-mudos, en que tan copiosos ysazonados frutos llegó á obtener; posible es, repite,que habiéndoles enseñado á hablar, y á leer, y á es-cribir, y á contar, y á rezar, y ayudar á misa, y áconfesarse por palabra, y latin, y griego, y á sabery entender la filosofía natural y la astrología, y árezar las horas canónicas á los que de entre sus dis-cípulos llegaron á ser ordenados y á tener oficio ybeneficio por la Iglesia, utilizara no sólo los im-pulsos déla divina inspiración y los cuantiosos re-cursos de su peregrino ingenio y de su industriaincreíble, tan elogiados por Vallós, Morales, Casta-ñiza y otros no monos esclarecidos varones de sutiemjso; pero también es muy posible que, cono-ciendo el abecedario manual aplicado por el fran-ciscano español P. Yebra á la confesión de los mo-ribundos cuando habían perdido el uso de la pala-bra, le ocurriese la idea de utilizar este medio, elprimero y principal entre los de comunicación y deenseñanza, en la difícil y al parecer temeraria em-presa de abrir la boca á los mudos. ¡Quién sabe'¡Son tantos los grandes descubrimientos, debidos áuna casualidad afortunada!

Cuestión es ésta que no pretendo debatir por elmomento, ni tampoco me propongo reseñar las vi-cisitudes de una enseñanza en que nuestro venera-ble Ponco avanzó á pasos de gigante; basta á mi ac-tual propósito consignar una vez más que el divinoarte en cuya virtud hallaron voz las esfinges tantotiempo mudas, gloria es y gloria inmarcesible qine,como tantas otras, esmalta las brillantes páginas idenuestra secular historia, y que de España se exten-dió á Europa, y de Europa á los más apartados con-fines del globo.

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No menos infortunados que los sordo-mtidos, losciegos, algunos de los cuales recibirán hoy el pre-mio debido á sus constantes esfuerzos durante elcurso, considerados como pesada carga en los tiem-pos en que se querían hombres vigorosos capacesde soportar las fatigas de la guerra en que princi-palmente se cifraban las glorias de la patria; creyén-dose en otros que aun destinados al público entre-tenimiento en circos y plazas públicas, se le honrabasuficientemente, y, por último, degradados, envile-cidos, si por carecer únicamente de vista no se lesnegaba en absoluto capacidad de instruirse, al me-nos en todo aquello que de viva voz puede ser en-señado y aprendido, ni alcanzaron mejor suerte quelos sordo-mudos, ni dispusieron de otros mediospara cultivar su inteligencia que los que individual-mente y á costa de prolongadas vigilancias podíanalgunos proporcionarse, hasta que la caridad cris-tliana vino á sacarlos del aislamiento acudiendo áremediar su inmensa desgracia, como acude siempreal de toda clase de personas necesitadas del auxi-lio ajeno.

Que los ciegos reúnen y han reunido siempre ca-pacidad para instruirse, dígalo la prolongada seriede los que, cuando aún carecían de escuelas apro-piadas, lograron desde Dydino de Alejandría, maes-tro de San Jerónimo, hasta Weissembourg, no pocareputación en filosofía, en letras, en ciencias, enteología, en derecho, en medicina, en la mecánica,en la pintura, en la eseultera, en la música, y final-mente en todas las ramas desprendidas del árbol delhumano saber, asombrando al mundo unos desdee) pulpito, otros con sus publicaciones, otros en lascátedras, otros con sus descubrimientos y otros consus obras de arte.

lian sido los ciegos mismos, los inventores de lamayor parte de objetos y aparatos que en su espe-cial enseñanza son de general y necesaria aplicación,y nada más natural en verdad, porque nadie mejorque ellos puede apreciarlas dificultades que en ellahay que vencer, ni los obstáculos con que tieneque luchar.

Aprendió el Alejandrino á leer valiéndose de unabecedario de maoera que representaba las letrasen nelieve y que él mismo había construido; Saun-derswn, matemático aventajado, construyó una cajano miuy desemejante á la que hoy se emplea para laenseñanza de la aritmética; la cantante Paradis logrótrasladar al papel por medio de trozos picados encartas, los sonidos de las composiciones que hacíaó debía aprender; Carulhi esbribió las suyas pormedio de clavillos, en cilindros de madera que talvez no se diferencien de los empleados hoy en losorganillos y cajas do música; á Weissembourg, queescribía y leía perfectamente en caracteres inven-tados por él mismo, se debe la idea de globos y

mapas especiales, así como otra caja aritmética pa-recida á la de Saunderson; Foucaul inventó la má-quina de escritura usual tal como hoy la conocemos;Isern otra para escribir música, y finalmente, Abreu,actual profesor de solfeo, piano y órgano en esteColegio nacional, ampliando el sistema de escrituraen puntos de relieve debido á Mr. Braille, ha sabidoordenar otro de notación musical, por cuyo medioaprenden los ciegos esa interesante parte de suinstrucción tan regular, metódica, ordenada y per-manentemente como los de sentidos expeditos quela estudian en el de notación común.

A la fundación de escuelas precedió la de algúnestablecimiento benéfico en cuyo recinto pudieronpreservarse los infelices ciegos de la pobreza, de lamiseria, del aislamiento y de la degradación en quevivían. A esta clase pertenecía el asilo de los Quince-Vingts creado por San Luis en la capital de Franciapara los nobles que perdieran su vista en las abra-sadoras arenas de la Palestina, y cuyos beneficiosse hicieron extensivos más tarde á los demás ciegos,que á su desgracia unían la desgracia de la pobreza.

Aunque Jerónimo Cardano había aventurado laidea de la posibilidad de enseñarles á leer y á es-cribir por medio del tacto, sólo Francisco Lúeascon sus reglas para la formación de las letras, consus muestras abiertas en planchas de madera, consus letras cortadas en relieve ó trazadas en surcosobre las tablas, y con sus pautas de filetes metá-licos ó de cuerdas de guitarra pegadas á la tablamisma para señalar, también en relieve, la altura yanchura de los caracteres de la bastarda española,y poco después el P. Lana Terzi, indicando ade-cuados medios para realizar ol pensamiento queaventuró Cardano, suministraron materiales pre-ciosos cuya práctica aplicación á la enseñanza de-pendía solamente de la existencia de una personainteligente, caritativa y suficientemente hábil quelos reuniera y condensara en cuerpo de doctrina, yse encargara do patentizar al mundo que semejan-tes reglas y semejantes afirmaciones nada tenían deutópicas ni de irrealizables.

Cabe, pues, reivindicar para España y para elsevillano Francisco Lúeas plácemes que la posteri-dad ha concedido á personalidades distintas. Cabe,pues, afirmar que si España no ha sido siempre laprimera en aprovechar las inspiraciones de sus pro-pios hijos, y que si la gloria de la fundación delprimer establecimiento consagrado á la rehabilita-ción de los ciegos no puede en justicia negarse áMr. Haüy, impulsado á tamaña empresa por el sen-timiento de conmiseración que suscitó en su almael grotesco espectáculo en que ocho ó diez deaquellos desgraciados desempeñaban un papel pocoenvidiable, tampoco hay razón para negar á Españala que legítimamente le corresponde por ser espa-

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N.° 475 MISCELÁNEA. 34

ñol el autor de reglas tan aplicables como aplicadasa la especial enseñanza de que me vengo ocupando.

La creación de Haüy en 1784 tuvo muy prontoeco en Inglaterra, en Rusia, en Prusia, en Austria,en Bélgica, en Sajonia, en Suiza y en Dinamarca; nitardó mucho en propagarse al resto do Europa, yen América, y en Asia; ni España podía quedarrezagada en el general movimiento, ni fuera delconcierto de ésta como de otras partes de la hu-mana civilización, y mucho menos contando en suseno corporaciones de tan señalado patriotismocorno la Sociedad Económica Matritense; hijos detan caritativa abnegación y de tan constante ini-ciativa como el director que fue de esta Casa, mirespetable antecesor D. Juan Manuel Ballesteros,que & la enseñanza de cuantos por falta de algunode los sentidos no podían recibir la ordinaria, con-sagró la mejor y mayor parte de su laboriosa vida;Gobiernos celosos, ilustrados y amantes de las glo-rias de la "patria, y monarcas tan decididos á cobi-jar bajo los pliegues de su regio manto el desen-volvimiento de los intereses morales y materialesde la nación, como la segunda Isabel, en cuyo rei-nado tuvo lugar la creación, instalación y aperturade nuestra primera escuela do ciegos agregada alColegio nacional de Sordomudos. ¡Gloria, pues, ála Económica Matritense, á Ballesteros, A la Reinay á los Gobiernos todos, á los unos por lo que hi-cieron y á los otros por la decidida, paternal yconstante protección que han dispensado y dispen-san á la enseñanza de los desgraciados ciegos,como a la de los antes desheredados sordo-mudos!

Pero los trabajos de la Sociedad que fundaronCarlos III y Jovellanos, los deseos del Jefe supremodel Estado y las disposiciones del Gobierno, seríanineficaces si el personal encargado do su ejecuciónen el establecimiento á cuyo frente me hallo, nohiciera cuanto es posible para que los trabajos quefueron, y los deseos y disposiciones que son, pro-duzcan sus naturales resultados. Resolver si esepersonal ha respondido y responde á la confianzaen él depositada, ni aun relativamente á los tiempospasados me corresponde, porque nadie puede serjuez en su propia causa, y vuestra causa, dignísi-mos profesores, es hoy mi propia causa, como vues-tra gloria es mi gloria, y vuestro oprobio sería tam-bién el obrobio de quien alcanza la inmerecida hon-ra de dirigiros. Resuelta está sin embargo la cues-tión, y resuelta afortunadamente y para gloria deEspaña en sentido afirmativo, por el imparcial, se-vero é inapelable fallo do la pública opinión, de laopinión manifestada en el palenque abierto al ge-nio en París como en Zaragoza, en Viena como enMadrid, y finalmente en las antes incultas y fértilellanuras de la virgen América. En esos palenques,en esas monstruosas exposiciones de los trabajos

de la ciencia y del arte, ha obtenido nuestro Cole-gio honrosísimas distinciones; en todas ba sido pre-miado, y en todas ha sido objeto de plácemes y defelicitaciones que deben servirnos de poderoso estí-mulo para aplicar cada vez con m'ás ahinco todanuestra actividad y nuestra inteligencia toda, á sos-tener su bien fundado crédito, que sólo así podre-mos disfrutar de la inefable tranquilidad que en laconciencia produce, la conciencia del cumplimientode nuestros sagrados deberes.

Conocedores de los vuestros, creo inútil recordá-roslos; pero no cumpliría los mios si, antes de ter-minar mi desaliñado discurso leyendo la bellísimacomposición que mi ilustrado amigo D. AntonioBalbin de Unquera dedica á la gratísima memoriadel virtuoso Ponce, y de agradecer al distinguidopúblico que nos honra la benevolencia con que meescucha, no protestara con toda la energía de mialma esencialmente española, en nombre del mismoPonce, en el vuestro, en el de la ilustre pléyada demaestros españoles que tanto han logrado distin-guirse en la emancipación intelectual y moral deaquellos á quienes nuestro Benedictino soltó la len-gua, y en el mió propio, contra la afirmación re-cientemente consignada en uno de nuestros perió-dicos de Instrucción pública, según la cual, Españano ha planteado hasta ahora en sus escuelas desordo-mudos la enseñanza de la lectura labial y lade la pronunciación, precisamente cuando esos dosmedios de comunicación y de enseñaanza, y no tan-to de enseñanza como de comunicación, han sidosiempre y continúan siendo, entiéndalo bien el arti-culista anónimo que desdo París afirma lo contrario,característicos de la escuela española, y sepa quepara que esa escuela tomara el nombre do alemana,no ha exaudo otra causa que la que privó á Cristó-bal-Colon de tan legítima gloria como la gloria delegar al nuevo mundo su esclarecido nombre.

PEDRO CATIELIO Y MADURGA.

MISCELÁNEA.

Nuevo combustible para las máquinasde vapor.

En Italia se ha ideado el siguiente procedimientopara utilizar el petróleo como combustible en lasmáquinas de vapor. Para esto se hace uso del amian-to, que, como es sabido, resiste al fuego. El petró-leo se echa en el horno sobre un lecho de amianto,y se inflama, produciendo un calor intenso. La poca

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REVISTA EUROPEA. i." DE JOLIO DE 1 8 7 7 . N.° 175

conductibilidad del amianto hace que todo el calorse aproveche dentro del horno; pues debajo la tem-peratura es tal, que un papel no se quema.

Se cubren de igual textil las partes de la calderay máquinas en que no ha de pasar el calor, á fin deque éste no se pierda por irradiación.

Perfume de las flores.

Un químico, M. Millón, ha hecho constar que. elsulfuro de carbono es un agente precioso para di-solver los aceites esenciales que las llores contie-nen. Se ha puesto ya en práctica la idea del señorMMlon para extraer de ciertas flores el perfume queno puede obtenerse sino con grandes gastos y des-pués de muchas operaciones. El ensayo se ha he-cho con el heliotropo, la violeta, el jazmín, las li-las, etc., y todas las plantas cuyo perfume es muyfugaz y queda destruido por el calor siempre quese trata de obtenerlo por desiilacion. £l procedi-miento que se ha seguido es el que vamos á ex-poner.

Se llena un frasco con pétalos de flores reciente-mente recogidas; se echa sobre los mismos el sul-furo de carbono en suficiente cantidad para quequeden cubiertas con dicho líquido. Se tapa el fras-co y se agita. El sulfuro de carbono penetra en lasflores, y desaloja al agua de vegetación, que cae alfondo del frasco. Después de seis días de macera-cion en frió, se decanta el sulfuro de carbono enotro frasco lleno de la misma flor. Después de ha-ber practicado esta operación cuatro veces, se so-meten las flores á la prensa. Si se obra sobre gran-des cantidades de flores, el líquido toma un colorintenso.

Para separar el aroma de una flor del sulfuro decarbono, puede hacerse de varias maneras, segúnque se obre en más 6 menos cantidad de materia.El procedimiento en pequeño consiste en dejar eva-porar al aire libre todo el sulfuro de carbono em-pleado, y en tratar la pequeña cantidad de esenciaque queda por el alcohol á 40 grados. Puede igual-mente obtenerse la separación del aroma por elmétodo siguiente: se añade aceite de almendrasdulces al sulfuro de carbono, se agita fuertementelia mezcla tres ó cuatro veces al dia, durante cuatrodias, y se vierte el todo en una cápsula que se dejaexpuesta al aire libre. Si se obra sobre grandes can-tidades, se destila al baño-maría y á la más bajatemperatura posible, para no perder el sulfuro decarbono ni destruir el aroma que se trata de fijar.

Las proporciones siguientes han dado muy buenosresultados:

Pétalo de flores 5 •»Sulfuro de carbono 5 »Aceite de almendras dulces.. 1,500

kil.

Un aceite fino perfumado por este medio, puedeservir de cosmético, y entrar en las pomadas ó lini-mentos prescritos por el módico.

El mayor túnel del mundo.

Es el que atraviesa el monte Thabor'por la gar-ganta del Tejus, y que deja muy al Norte el ¡nonteCénis, á pesar de conocerse por este nombre aque-lla soberbia galería, que mide 42.232 metros delargo. La entrada del túnel, del lado de Francia,está á 1.202 metros sobre el nivel del mar, y dellado de Italia, 1.334 metros. La galería sube dulce-mente durante 4.000 metros; á partir de esta dis-tancia se alza bruscamente y llega casi en verticalá 2.969 metros sobre el nivel del mar. Este es elpunto culminante, que se halla, no en medio de lagalería, sino algunos centenares de metros máspróximo á la entrada francesa que á la italiana.

* * *

Necrópolis etrusca.

En Montelparo, cerca de Ascoli-Pibro, se acaba dedescubrir una vasta necrópolis etrusca, en la que sehan encontrado muchos objetos curiosos de bronce,hierro y barro, de los cuales se supone que el go-bierno italiano hará donación á los museos de Flo-rencia.

Nuevo aparato respiratorio.

El profesor inglés Tyndall acaba de inventar unaparato con auxilio del cual puede un hombre res-pirar durante media hora, por lo menos, en mediodel más intenso humo.