RUTAS VERDES

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_ Indice de contenidos por orden alfabético de localidades. ALAMEDA DEL VALLE. Por la senda del arroyo Saúca y sus ocultas verdagueras 44 ARANJUEZ. Paseo botánico otoñal por los bellos Jardines del Príncipe......57 ARANJUEZ. Por los campos y sotos en busca del castillo de Oreja...........31 ARANJUEZ. Visita a los escasos tarayales del sur de la región.............43 BELMONTE DE TAJO. Entre carrascos, la esencia del pino mediterráneo.......40 BREA DE TAJO. Visita a la Dehesa de Brea de Tajo..........................23 BUSTARVIEJO. Por la cuesta de la Plata, en busca de la Torre de la Mina. . .55 CADALSO DE LOS VIDRIOS. En busca de uno de los escasos madroños de la región ........................................................................49 CAMARMA. Entre avutardas y liebres por la Cañada Real Galiana.............26 CARABAÑA- Entre Carabaña y Tielmes por la vía del tren de Arganda.........27 CERCEDILLA. Cultura y naturaleza por la carretera de la República.........62 CERCEDILLA. La vuelta al valle de la Fuenfría.............................15 COLMENAR VIEJO. De la sorpresa del arroyo Tejada hasta el monte del Pardo. 53 EL BERRUECO. El olvidado camino que va de El Berrueco a Dehesa Vieja......56 EL BERRUECO. Los mejores pastos de Madrid desde el siglo XVI..............39 EL BOALO. De la ermita de San Isidro al parque del Manzanares.............30 EL ESPINAR. Visita al escondido y refrescante paraje de la cascada del Aljibe..................................................................20 EL PARDO. Por la Senda Real, del río Manzanares a la portilla del Tambor. .29 EL PARDO. Por los viejos caminos junto a la muralla del Pardo.............52 EL TIEMBLO. El Abuelo, el árbol más venerable de El Tiemblo...............58 GALAPAGAR. Excursión por las orillas del pantano de Valmayor..............28 GUADALIX. Viaje por el gran encinar secreto de Madrid.....................12 GUADARRAMA. Paseo hasta la olvidada Peña del Arcipreste de Hita...........22 GUADARRAMA. Pinos laricios, los árboles más viejos del territorio madrileño 2 LOZOYA DEL VALLE. En busca de las austeras sabinas madrileñas.............11 MADRID. A la sombra de los árboles monumentales del Parque del Oeste......70 MADRID. El Campo del Moro, un bonito jardín de exótico nombre.............69 MADRID. El Pardo, el mejor bosque mediterráneo de la región...............34 MADRID. El último pulmón gigante de la ciudad.............................66 MADRID. La Dehesa de la Villa, primer espacio verde de los madrileños.....71 MADRID. Recorrido por la zona norte alrededor del cerro de Garabitas......63 MADRID. Un bosque en el corazón de la gran ciudad.........................67 MADRID. Un jardín paisajista ensordecido por la M-30......................64 MADRID. Un tesoro escondido en el corazón de Madrid.......................68 MANZANARES EL REAL. Bajo el equilibrio imposible de la Peña del Arco......14 MANZANARES EL REAL. Del castillo de Manzanares el Real al puente del Batán 59 MIRAFLORES DE LA SIERRA. Al pie de los sombríos tejos milenarios..........10 MIRAFLORES. De Miraflores a Guadalix, entre rojo y blanco.................13 MONTEJO DE LA SIERRA. Hayedo de Montejo, la más famosa de las arboledas madrileñas...............................................................9 NAVACERRADA. En busca de los austeros enebrales del Alto del Hilo.........37 NUEVO BATZAN. En busca de los ignorados quejigares de la zona este........47 PEGUERINOS. Un paseo por la Frontera......................................16 PELAYOS DE LA PRESA. Por los pinares de la Senda del Infante..............18 PINILLA DEL VALLE. Excursión por los robledales de la Mata de los Ladrones. 6 PUEBLA DE LA SIERRA. Por los viejos caminos de La Puebla de la Sierra.....61 RASCAFRIA. En busca de los robustos y cotizados pinos silvestres..........42 RASCAFRIA. Por los refrescantes bosques finlandeses de los Batanes........21 ROZAS DE PUERTO REAL. En el fructífero castañar de Rozas de Puerto Real....8 S.M. VALDEIGLESIAS. Por los pinares del Valle-Frías, patria del lince ibérico..................................................................5 SAN AGUSTIN. Bajo las umbrías arboledas que crecen a orillas del Guadalix. .7 SAN MARTIN DE LA VEGA. Por los perdidos coscojares de La Marañosa.........48 SAN MARTIN.DE VALDEIGLESIAS Los singulares cornicabrales de la Atalaya....50 SOMOSIERRA. En busca de los acebos de la Dehesa de Somosierra.............33 TOROS DE GUISANDO. Una visita a los enigmáticos Toros de Guisando.........35 TORRELAGUNA. Entre árboles de corcho de la Dehesa Vieja....................3 TRES CANTOS. De Tres Cantos a Valdelatas por el monte del Pardo...........54 VALDEMAQUEDA. Entre el aroma resinero en Valdemaqueda.....................46 VALDILECHA. A través de los olivares que rodean Valdilecha................36 1

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_Indice de contenidos por orden alfabético de localidades.

ALAMEDA DEL VALLE. Por la senda del arroyo Saúca y sus ocultas verdagueras................44ARANJUEZ. Paseo botánico otoñal por los bellos Jardines del Príncipe................................57ARANJUEZ. Por los campos y sotos en busca del castillo de Oreja......................................31ARANJUEZ. Visita a los escasos tarayales del sur de la región............................................43BELMONTE DE TAJO. Entre carrascos, la esencia del pino mediterráneo.............................40BREA DE TAJO. Visita a la Dehesa de Brea de Tajo..............................................................23BUSTARVIEJO. Por la cuesta de la Plata, en busca de la Torre de la Mina............................55CADALSO DE LOS VIDRIOS. En busca de uno de los escasos madroños de la región..........49CAMARMA. Entre avutardas y liebres por la Cañada Real Galiana.......................................26CARABAÑA- Entre Carabaña y Tielmes por la vía del tren de Arganda................................27CERCEDILLA. Cultura y naturaleza por la carretera de la República....................................62CERCEDILLA. La vuelta al valle de la Fuenfría.....................................................................15COLMENAR VIEJO. De la sorpresa del arroyo Tejada hasta el monte del Pardo...................53EL BERRUECO. El olvidado camino que va de El Berrueco a Dehesa Vieja..........................56EL BERRUECO. Los mejores pastos de Madrid desde el siglo XVI........................................39EL BOALO. De la ermita de San Isidro al parque del Manzanares........................................30EL ESPINAR. Visita al escondido y refrescante paraje de la cascada del Aljibe....................20EL PARDO. Por la Senda Real, del río Manzanares a la portilla del Tambor.........................29EL PARDO. Por los viejos caminos junto a la muralla del Pardo...........................................52EL TIEMBLO. El Abuelo, el árbol más venerable de El Tiemblo............................................58GALAPAGAR. Excursión por las orillas del pantano de Valmayor.........................................28GUADALIX. Viaje por el gran encinar secreto de Madrid......................................................12GUADARRAMA. Paseo hasta la olvidada Peña del Arcipreste de Hita..................................22GUADARRAMA. Pinos laricios, los árboles más viejos del territorio madrileño.......................2LOZOYA DEL VALLE. En busca de las austeras sabinas madrileñas.....................................11MADRID. A la sombra de los árboles monumentales del Parque del Oeste.........................70MADRID. El Campo del Moro, un bonito jardín de exótico nombre......................................69MADRID. El Pardo, el mejor bosque mediterráneo de la región...........................................34MADRID. El último pulmón gigante de la ciudad..................................................................66MADRID. La Dehesa de la Villa, primer espacio verde de los madrileños............................71MADRID. Recorrido por la zona norte alrededor del cerro de Garabitas..............................63

MADRID. Un bosque en el corazón de la gran ciudad..........................................................67MADRID. Un jardín paisajista ensordecido por la M-30........................................................64MADRID. Un tesoro escondido en el corazón de Madrid......................................................68MANZANARES EL REAL. Bajo el equilibrio imposible de la Peña del Arco............................14MANZANARES EL REAL. Del castillo de Manzanares el Real al puente del Batán................59MIRAFLORES DE LA SIERRA. Al pie de los sombríos tejos milenarios...................................10MIRAFLORES. De Miraflores a Guadalix, entre rojo y blanco................................................13MONTEJO DE LA SIERRA. Hayedo de Montejo, la más famosa de las arboledas madrileñas..9NAVACERRADA. En busca de los austeros enebrales del Alto del Hilo.................................37NUEVO BATZAN. En busca de los ignorados quejigares de la zona este..............................47PEGUERINOS. Un paseo por la Frontera..............................................................................16PELAYOS DE LA PRESA. Por los pinares de la Senda del Infante..........................................18PINILLA DEL VALLE. Excursión por los robledales de la Mata de los Ladrones.......................6PUEBLA DE LA SIERRA. Por los viejos caminos de La Puebla de la Sierra............................61RASCAFRIA. En busca de los robustos y cotizados pinos silvestres.....................................42RASCAFRIA. Por los refrescantes bosques finlandeses de los Batanes................................21ROZAS DE PUERTO REAL. En el fructífero castañar de Rozas de Puerto Real........................8S.M. VALDEIGLESIAS. Por los pinares del Valle-Frías, patria del lince ibérico........................5SAN AGUSTIN. Bajo las umbrías arboledas que crecen a orillas del Guadalix........................7SAN MARTIN DE LA VEGA. Por los perdidos coscojares de La Marañosa..............................48SAN MARTIN.DE VALDEIGLESIAS Los singulares cornicabrales de la Atalaya......................50SOMOSIERRA. En busca de los acebos de la Dehesa de Somosierra...................................33TOROS DE GUISANDO. Una visita a los enigmáticos Toros de Guisando.............................35TORRELAGUNA. Entre árboles de corcho de la Dehesa Vieja................................................3TRES CANTOS. De Tres Cantos a Valdelatas por el monte del Pardo...................................54VALDEMAQUEDA. Entre el aroma resinero en Valdemaqueda.............................................46VALDILECHA. A través de los olivares que rodean Valdilecha.............................................36VALSAIN. En busca del antiguo secreto del río Frío.............................................................17VALVERDE DE LOS ARROYOS. En busca de las chorreras de Despeñalagua.......................24ZARZALEJO. En busca de los escondidos castaños de las Machotas....................................60

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RUTAS VERDES / BOSQUES.

Pinos laricios, los árboles más viejos del territorio madrileño

En busca de los rodales donde viven desde hace más de 500 años en un escondido rincón de la Sierra de Guadarrama.

Pinos laricios en La Jarosa.

GUADARRAMA.- Partía Cristóbal Colón desde Palos de La Frontera en busca del Nuevo Mundo cuando en este perdido rincón del Guadarrama ya habían echado sus primeras acículas los pinos plateados. Desde entonces crecen y soportan estoicos los caprichos serranos.

En esta peculiar singladura excursionista por los bosques madrileños, hoy toca el turno a los pinos laricios, cenicientos y atormentados vegetales que crecen en muy contados enclaves de la región. Tan pocos, ciertamente, que los únicos que alcanzan a formar auténticas frondas se encuentran en los extensos pinares que crecen en torno al embalse de La Jarosa.

En su búsqueda se echa a andar el caminante Puerto de La Cierva abajo. Por su lado sur se cruza una alambrada y algo más abajo se alcanza un senderillo de cabras poco marcado, que desciende sorteando piornos y jarales. A veces se extingue ante una mata de vegetación más cerrada, pero siempre aparece algo después.

La bajada carece de excesivos problemas, sólo hay que seguir la parte más profunda del barranco, hasta alcanzar un riachuelo. No hay que transitar demasiado a su vera para llegar a otro sendero más evidente que discurre a media ladera. Tomar el sendero a mano derecha.

En mitad de este remoto y olvidado rincón del Guadarrama, al caminante se le va el santo al cielo mientras contempla cómo sobre un tronco seco el pájaro picapinos realiza su trabajo, cuando un estruendo impensable le devuelve a la realidad, mientras que al carpintero lo manda a las espesuras.

Del fondo del bosque surge una horda de moteros. Uno tras otro, hasta sumar la media docena, cruzan a toda máquina por el estrecho camino. Tras su paso, el hedor mecánico permanece en el aire, mientras el monte devuelve el eco de su emponzoñado estruendo. Mucho más tiempo permanecerán abiertas en el suelo las profundas rodadas que causa una afición tan respetuosa con el medio ambiente.

No serán estos bárbaros los únicos. A lo largo de la excursión se repite el desagradable encuentro con otros cuatro grupos. Los amantes del lado más salvaje del todoterreno han decidido saltarse a la torera la ley y, lo que es peor, nadie parece hacer nada para evitarlo.

El camino marcha a media ladera hasta una valla de piedra. En el otro lado se baja a la izquierda para empalmar con un cortafuegos que conduce a una pista, por la que se sigue a la derecha. Un corto tramo en subida lleva a la altura de un depósito en construcción. A partir de allí aparecen los primeros laricios. Sigue en suave descenso y varias barranqueras. En un punto la pista gira 90º a la izquierda y algo más adelante, se alcanza un pino situado en su izquierda, que tiene en su tronco un cartel contra el fuego.

No hay que descender mucho más, justo hasta llegar a la altura de unas rocas anaranjadas que se alzan en el otro lado del barranco. Los laricios se esparcen por todo el tramo. Se distinguen con facilidad de sus parientes los pinos silvestres. En vez de lucir sus encendidos tonos naranjas tienen sus troncos de tonos más grises, cenizas. No destacan por nada, aparte de por su aspecto larguirucho y desgarbado, como abriendo sus ramas con desdén. Y esto ha sido, según dicen los expertos, su mejor seguro, porque para qué talar una madera tan díscola y poco aprovechable.

Por eso son los seres vivos más viejos que tenemos. Los dendrobiólogos del Instituto Nacional de Investigaciones Agrarias lo comprobaron hace casi un año. Mediante la barrena Pressler, una útil herramienta que obtiene una muestra del interior de su tronco, los científicos supieron que uno de ellos nació nada más y nada menos que en 1487. Seguro que no es el único.

La vuelta se efectúa por la misma pista hasta alcanzar un hito de piedras situado a su orilla, en la pradera de La Covacha. Allí se inicia un empinado camino que lleva a la línea de cumbres, donde al otro lado de una alambrada se empalma con el GR10, que se toma a la derecha.

La senda es un balcón abierto al Guadarrama que devuelve al caminante a su punto de partida, mientras contempla el panorama que va desde la cercana Peñota hasta las remotas cumbres de Valdemartín y Maliciosa. Apenas espolvoreada de tímidas nieves, la Sierra espera al invierno.

Datos prácticos.

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-6, hasta el desvío del kilómetro 47, empalmando con la M-600, dirección Guadarrama. Cruzar este pueblo y seguir por la antigua carretera de La Coruña, rumbo al alto del León. Allí mismo se inicia una carretera, que por la línea de cumbres lleva hasta Peguerinos. En el kilómetro 5,300 se alcanza el collado de La Mina o de La Cierva, donde se puede dejar el vehículo.Horario. Entre 2 y 2 1/2 horas y media para todo el recorrido, sin contar las paradas.Indicaciones. Itinerario que requiere cierto conocimiento del terreno de montaña. La excursión no debe realizarse con tiempo inestable o en caso de una reciente nevada, pues los caminos desaparecen bajo el manto de nieve.Valores naturales. La agrupación de pinos laricios más importante de Madrid. Además, se trata de los árboles más viejos de la región. Dónde comer. La Chimenea, en Guadarrama (Tel.: 918 542 936).

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RUTAS VERDES / BOSQUES MADRILEÑOS

Por las espesuras de arces en el paraje de La Herrería

La más importante masa forestal de esta especie en la región crece en compañía de rebollos junto a la Silla de Felipe II

SAN LORENZO.- Muchos recordarán, cuando éramos niños, que uno de nuestros juegos favoritos era hacer girar las sámaras de los arces. La forma de estos pequeños frutos alados, hacía que las creyésemos minúsculos helicópteros. Las hélices de estos aparatos se comportaban al tirarlos al aire de manera sorprendente, imitando su patrón real. Su pausado vuelo, hecho a base de interminables giros, las llevaba lejos de donde estábamos.

Los arces forman una gran familia compuesta por más de 200 especies. Gran parte de ellas cultivadas por el hombre, en reconocimiento de sus valores ornamentales. Sobre todo antes de la caída de sus hojas, momentos en que se encienden en las más cálidas y luminosas tonalidades.

A pesar de su diversidad, en la Comunidad de Madrid sólo se localiza de forma natural el llamado arce de Montpellier. Se trata de un arbusto arborescente o arbolillo que en ocasiones puede alcanzar hasta los 15 metros de altura.

Hojas verde oscuro

Se les distingue sobre todo por sus hojas. Estas son de pequeño tamaño y aspecto coriáceo, tienen tres lóbulos en ángulo recto. Similares en anchura y longitud, hasta el otoño son de color verde oscuro por el haz y glaucas por el envés.

De muy diversos usos, son buen complemento forrajero para animales, mientras que su leña arde a las mil maravillas. Por su parte, la dureza y el agradable color de la madera de este vegetal la ha hecho muy estimada en trabajos ebanistas.

Autóctono de la región, al arce de Montpellier se le encuentra por todas partes, aunque es frecuente que esté en compañía de otras especies como encinas, fresnos y rebollos. Es lo que ocurre con las mejores agrupaciones de nuestro suelo, localizadas en el prodigioso y bellísimo paraje de La Herrería, en San Lorenzo de el Escorial.

Por la carretera que da acceso a este enclave, transita la primera parte de la ruta, que enseguida deja atrás la ermita de la Virgen de Gracia. Poco después, una visible señal blanquirroja sobre un árbol indica el momento de abandonar el asfalto. Se trata de una marca del GR10, sendero de gran recorrido que cruza la península Ibérica desde Valencia hasta Lisboa y que discurre por esta parte de la Sierra de Madrid.

Seguir por la pista que del otro lado de una barrera se adentra en la espesura. Convertida pronto en camino, empieza un ascenso en el que se sortean recios berruecos vestidos de musgo y cerradas matas de un simpar arbolado.

Sin demasiado esfuerzo se alcanza el margen de la carretera, en una curva. Recorrer una decena de metros su cuneta, para abandonarla de nuevo y penetrar en la floresta. A partir de ahora el dosel vegetal se aclara, al tiempo que aumenta la presencia de rotundos roquedos.

Alcanzar un cruce de caminos y seguir por el de la derecha. Es la parte más empinada de la hermosa marcha que, antes de lo esperado, desemboca en la explanada situada al pie del magnífico domo granítico de la Silla de Felipe II. A los pies del histórico berrueco se localiza el más extraordinario ejemplar de arce de estos bosques. Su armoniosa copa se eleva más de 10 metros, idéntica medida que su propio diámetro. En perfecto estado, sólo una antigua cicatriz tatúa su enorme tronco.

El regreso

La excursión puede prolongarse una tirada, para lo cual sólo hay que seguir el sendero señalado por las marcas del GR10, hasta alcanzar una ancha pista forestal. Por ella se retorna hasta la carretera que lleva de nuevo a la Silla de Felipe II. El camino regreso se efectúa por un recorrido diferente al seguido a la ida. Se inicia cerca del chiringuito situado en este punto del trayecto y desciende con suavidad por la ladera este del mismo cerro.

Ancho y cómodo, por este camino se descubren umbríos y tranquilos rincones. Tras una zona despejada, penetra de nuevo en el denso bosque y por fin alcanza la encrucijada de la subida. La meta se alcanza tras seguir el descenso por el camino de la derecha que, sin grandes dificultades, desemboca en los alrededores de la ermita.

Datos prácticos

Cómo llegar. Tomando el coche desde San Lorenzo de El Escorial hay que coger la M-505, hasta el punto kilométrico 30,3 donde surge un corto desvío hacia la Silla de Felipe II. Lo más recomendable es dejar el vehículo en su inicio y continuar a pie. Horario. Puede emplearse en torno a una hora, sin contar las paradas que se realicen. Indicaciones. Esta excursión es sencilla y sin complicaciones. A pesar de las subidas, no resulta demasiado dura para realizarla andando. Valores naturales. Existe una valiosa muestra de arces. Además de robles, encinas, fresnos y otras especies. Por todas partes salpican llamativos canchales graníticos. Destaca también la presencia de abundante fauna ornitológica forestal, azor, buitre, mochuelo, picapinos, jabalí, corzo y conejo. Dónde comer. En La Herrería hay varias áreas que invitan a comer al aire libre. El merendero que está situado junto a la Silla de Felipe II sirve comidas.

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RUTAS VERDES / BOSQUES

Entre árboles de corcho de la Dehesa Vieja

Visita al único y olvidado bosque de alcornoques de la Comunidad de Madrid, en las cercanías de Torrelaguna TORRELAGUNA.- Antaño, cualquier lugareño que se preciase, sabía que tal o cual árbol era castizo, cuando en la montanera doblaba su peso en bellotas y cada decenio se dejaba desvestir de sus aislantes trajes de corcho. Hablaba del alcornoque, árbol majestuoso y recio donde los haya. Generoso como pocos con el hombre, le proporcionaba productos del más variado aprovechamiento. Primero alimento, y no sólo para sus gorrinos; hubo muchos días en que no pocos de los sufridos españoles de posguerra sólo tuvieron sus dulces bellotas para llenarse la andorga. Luego el corcho de su corteza, empleado para los más diversos fines.

Las necesidades de este vigoroso vegetal confinan su distribución al área occidental del Mediterráneo, teniendo en España y Portugal sus principales cuarteles. Primo hermano de las encinas, es elemento fundamental en el bosque mediterráneo, si bien necesita más humedad y menos fríos que sus severas parientas.

Aunque en la península Ibérica existen feraces alcornocales, en Madrid su presencia es testimonial, fruto a buen seguro de excesivas talas en el pasado. Existen ejemplares aislados en El Pardo y Hoyo de Manzanares, y en Torrelaguna se encuentra el único de sus bosques en toda la región. Es el alcornocal de Dehesa Vieja, ignoto rincón de las serrezuelas que cierran el norte de Torrelaguna y que nadie sabe a ciencia cierta cómo ha podido perdurar hasta nuestras fechas.

A pesar de tal singularidad y de los valores naturales que encierra, hasta ahora a nadie se le ha ocurrido otorgarle el menor grado de protección, algo que aseguraría su conservación. Una buena manera de descubrirlo es a través de la vía pecuaria que surge en la carretera que lleva hasta El Berrueco.

Pista por un barranco.

La pista remonta un escondido barranco que cruza en su inicio el Canal de Isabel II. Al poco, y nada más tomar una curva a la izquierda, se abandona esta pista, por la que se habrá de retornar, para tomar un pronunciado descenso rumbo al fondo de la barranquera. Se cruza el riachuelo que la recorre y dejando otra pista que sigue a la derecha, se empalma con un senderillo que se dirige a otro escondido barranco. En ligera subida se marcha un largo trecho junto a una oxidada cañería, medio enterrada, hasta alcanzar un registro de la conducción de agua.

Se sigue subiendo entre una cerrada vegetación que en ocasiones tapa el camino, hasta alcanzar una zona despejada a la izquierda, en cuyo final hay una construcción abandonada. Delante de ella se inicia una pista, que en menos de 100 metros lleva hasta la carretera de El Berrueco. Cruzarla para seguir por la vía de servicio del Canal de El Villar, que desciende del otro lado del asfalto. En la primera bifurcación coger la pista de la izquierda.

Sigue un pronunciado descenso por un cerrado bosque de encinas que a veces obligan a caminar al caminante por el interior de un túnel vegetal. Hasta alcanzar la plataforma bajo la que va la conducción del Canal de Isabel II. Tan escondidos están, que hasta aquí se ha transitado al arrimo de chopos, encinas y carrascas, sin haber descubierto ninguno de los árboles del corcho.

Plataforma.

El siguiente tramo consiste en recorrer esta plataforma que cruza en horizontal las fragosas laderas en donde de vez en cuando se descubre algún ejemplar. Poco después de una torreta de piedra, se llega a un apartado valle en cuya ladera, al fin, aparece una concentración de alcornoques, que se distinguen por los tonos más amarillentos de su hojarasca.

En una cerrada curva a la derecha se alcanza el más sobresaliente ejemplar, un árbol centenario que supera los 20 metros de altura. Cruza la plataforma del canal la vaguada donde se espesa el alcornocal más que en ningún otro lado.

En el otro lado se deja el camino para alcanzar la cercana carretera que discurre algo más arriba. Seguirla hacia la izquierda, dirección hacia el municipio de El Berrueco, durante un kilómetro, más o menos. Unos 100 metros antes de la pista que lleva a la casa abandonada, seguida en la primera parte de la ruta, se toma otra pista que a la derecha, que desciende hasta el punto de partida del recorrido.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la carretera de Burgos, A-1, hasta el kilómetro 50, desviándose por la N-320, dirección Torrelaguna. Desde el centro del pueblo, tomar la M-131, dirección hacia El Berrueco. Sobrepasado el kilómetro 3, desviarse por una pista que aparece en una curva a la izquierda, a la altura de la conducción del Canal de Isabel II. Cartel de vía pecuaria. En su comienzo se deja el coche. Horario. Entre hora media y dos horas todo el recorrido.Indicaciones. Itinerario entretenido que exige un mínimo sentido de la orientación para no perderse. Llevar buen calzado en previsión del suelo embarrado en invierno. Valores naturales. El único alcornocal de la región que, a pesar de ello, no está protegido. Presencia de jabalí, corzo, zorro, águila, buitre, torcaz y rabilargo. Dónde comer. Restaurante Nuevo Pontón, en Torrelaguna. (Teléfono: 918-430-003).

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RUTAS VERDES / BOSQUES

Por los pinares del Valle-Frías, patria del lince ibérico

Excursión por las más remotas espesuras de piñoneros de la región, una zona milagrosamente salvada del asfalto S. M. DE VALDEIGLESIAS.- Tras un tiempo de incertidumbre, se ha producido uno de esos hechos que, por su escasez, más que a noticia suenan a milagro. Acaba de conocerse el informe científico que ha estudiado el impacto de duplicar la carretera de los pantanos y sus conclusiones son contundentes: hacerlo sería una puñalada para lo más sobresaliente de la fauna madrileña. Así que ecologistas y amantes de la naturaleza pueden dormir tranquilos en lo que a este tema respecta. También el águila imperial, el buitre negro, la cigüeña negra y la docena escasa de linces ibéricos que, aunque parezca mentira y como dicen los incrédulos «nadie ha visto», todavía campan por estos bosques.

No estaría de más que los responsables del medio ambiente madrileño, respondan a los científicos y declaren a la zona Parque Regional, para lo que tiene sobrados merecimientos. Se trata de una importante masa boscosa, pinos piñoneros en su mayoría con escaso grado de humanización. Montes comunales que sólo han conocido el escaso solivianto del piñoneo y el pastoreo. Aunque últimamente los incendios se han sumado a tan tradicionales actividades.

Entre las enormes posibilidades para la marcha y el paseo que ofrecen sus espesuras, destaca el Valle-Frías, un remoto rincón que recorren abruptas pistas y empinados cortafuegos.

Arranca la excursión al pie de la controvertida carretera. Una curva al pie de una casa aleja la pista del denso tráfico que la recorre. A partir de allí asciende el estrecho barranquillo, en cuyo comienzo se cruza un cortafuegos. Por él se retornará desde el Alto de La Parada, que cierra el horizonte por el Norte.

Un tramo de subida empinada cruza por solanas donde las carrascas se alternan con los pinos, ofreciendo una saludable variedad al ancestral monte. La pendiente permite ganar altura con rapidez, al tiempo que se abren las perspectivas, descubriéndose detrás del repetidor que remata la cuerda Verduguera, la rocosa cabeza de la no muy lejana Almenara.

Nada más pasar un calvero donde se sitúa un colmenar, la pista da un giro a la izquierda, en el punto donde se inicia un desvío. Sin hacerle caso, se sigue por el camino principal, que en empinadas curvas sigue ganando altura. Poco después se deja otra pista a la derecha. Lo despejado del terreno, permite vislumbrar el Valle-Frías en toda su extensión y descubrir las lejanas dehesas que, hacia el Sur, se esparcen más allá de Navas del Rey.Al fin remite la feroz cuesta, alcanzándose un amplio collado, del que surge otra pista menos marcada. La ruta gira 180 grados y emprende viaje hacia el Sur. Es este un buen punto para encaramarse a la parte más alta de ladera y recorrer la línea cimera que lleva al Alto de la Parada. Allí se descubre un gran panorama hacia el Oeste, oculto por la montaña hasta

ahora. Desde las profundidades donde se encaja el oscuro pantano de San Juan, hasta las ariscas Cabreras, patria chica de una de las mejores colonias de buitres leonados de la región. Más allá, Gredos cierra el horizonte.

Alcanza la cumbre por el Sur un ancho y descarnado cortafuegos. Por él se desciende hasta empalmar a la altura de un hombro con la pista. Por ella se desciende un corto tramo que circula por la vertiente oeste de la montaña, hasta que de nuevo se junta con el cortafuegos. La pista inicia aquí una larga bajada rumbo al pantano de San Juan. Así que conviene dejarla, para seguir el último tramo de la excursión, por la empinada bajada del cortafuegos.

Visto de cerca parece desmesurado, pero teniendo en cuenta como las gastan aquí los pirómanos, al caminante se le antoja en su justa medida. No hay más que ver los renegridos montes que se extienden frente a la bajada.

En la Ruta Verde sobre la aliseda de Guadalix, se señala el retorno por el paraje conocido como Laguna de los Patos, cuando el mismo se encuentra situado dentro de un coto de caza. Por esta razón, se ruega a los excursionistas que realicen la citada ruta retornen desdeel Canal de IsabelII por el camino seguido a la ida, sin penetrar en dicha propiedad privada.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, tomar la A-5, carretera de Extremadura, y continuar hasta San José de Valderas. Allí, desviarse hacia la M-501, dirección San Martín de Valdeiglesias, hasta el kilómetro 47, poco antes de Pelayos de la Presa. En este pueblo se inicia una pista protegida por una barrera, a cuyo pie queda el vehículo aparcado. Horario. Entre una hora y media y dos horas. Indicaciones. Excursión sin dificultades, excepto el descenso por el empinado cortafuegos. La manera más cómoda de descender por sus tramos más inclinados es hacerlo en una especie de zigzag, de lado a lado del mismo. Es conveniente llevar calzado recio. Valores naturales. Se trata de uno de los más notables bosques de toda la región madrileña, donde viven cuatro joyas de nuestra fauna: lince ibérico, águila imperial, buitre negro y cigüeña negra, entre otras muchas especies naturales de interés. Dónde comer. Restaurante Estudio 2002, en Navas del Rey. (Teléfono: 918 650 311).

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RUTAS VERDES / BOSQUES MADRILEÑOS

Excursión por los robledales de la Mata de los Ladrones

Este denso melojar guarda entre sus espesuras la curiosa historia de un PINILLA DEL VALLE.- Una visita a cualquiera de los robledales de la región tira por tierra la más elemental de las clasificaciones de los árboles que aprendimos en la niñez. Los divide ésta en caducifolios y de hoja perenne, en razón de la pérdida o no de sus hojas con la llegada de los fríos. Pero estos bosques nos descubren que hay algo más.

Cómo es posible, si no, explicar que, con el invierno ya echado a los montes, aún permanezcan las hojas colgando de sus peciolos. Se trata de la marcescencia, una incógnita vegetal que hace que, a pesar de estar secas, las hojas no se caigan y sigan vistiendo a los árboles hasta la primavera.

Se ignora el porqué del fenómeno, aunque hay quien señala que podría tratarse de evitar que el viento, la nieve y el agua se lleven las hojas caídas. Así el árbol las deja caer en primavera, cuando las condiciones ambientales favorecen una más rápida descomposición y, por tanto, mayor aporte de nutrientes en el lugar donde crece.

Especial característica

Los robles son los más característicos entre los árboles marcescentes de nuestra geografía. Aquí se llaman rebollos o melojos y se trata de una de las cuatro especies de robles ibéricos que presentan tan peculiar característica.

A caballo de los mundos atlántico y mediterráneo, han escogido las faldas del Guadarrama para establecer sus mejores cuarteles. Y entre ellos, destacan los que crecen en el valle del Lozoya. En su busca echa a andar el caminante al pie mismo del río, rumbo a la Mata de los Ladrones, por el antiguo camino que en la Edad Media unía las localidades de Pinilla del Valle y Canencia.

Una suave subida entre pastos donde pace el vacuno lleva a una cancela. Nada más atravesarla, se penetra en el melojar, que alcanza por este lado su límite norte. Se trata de árboles de poca edad, que delatan la explotación intensiva a la que llevan siendo objeto desde hace siglos. Los delgados fustes conforman cerradas marañas vegetales que delimitan los praderíos y salpican las laderas con los tonos pardos y dorados de sus hojas.

Nevadas alturas

Sigue una subida pronunciada con varias curvas hasta cruzar una segunda barrera. Seguir de frente sin hacer caso de la pista que gira a la izquierda. Un tramo largo y despejado permite vislumbrar a placer todo el medio y alto Lozoya. Desde el embalse de Pinilla hasta las ya nevadas alturas del Peñalara.

La nieve recién caída cubre el suelo y de las ramas cuelgan las hojas encendidas por el otoño. La negra y quebrada silueta de los peñascos que van del Espartal a la Cachiporrilla cierran el horizonte. Las huellas de corzos, ardillas, zorros, armiños y tejones han escrito sobre la nieve recién caída una página más de la historia invernal de estos montes.

Según se sube por esta mata, los árboles poco a poco engordan su tronco. Entre ellos y muy de vez en cuando se descubre algún ejemplar excepcional, milagroso superviviente de talas seculares.

Casi debajo del Portachuelo, la pista se torna camino, que emprende una fuerte subida. Se pasa a la derecha de un pilón y se atraviesa una cerca de espinos. Desde allí, hay que trepar por la ladera hasta la cresta de la izquierda. Una vez alcanzada, se desvela el tramo final de esta excursión, que discurre por la plana línea de cumbres.

Desde la última, se descubre otro melojar que alcanza un collado. Es la famosa mata de los Ladrones o del Tuerto, un apartado rebollar, que debe su nombre al Tuerto de Pirón, salteador segoviano que se trabajó el Guadarrama en los años finales del XIX. Cuenta la tradición que el malhechor tenía por costumbre esconderse dentro del tronco de la ahora caída olma de Rascafría y sacar beneficio de las conversaciones de los lugareños que se sentaban a sus pies. También que su arrojo le hizo secuestrar personajes importantes de la Villa madrileña.

Las remotas espesuras de la mata que se extiende a los pies del caminante fueron su refugio. Aunque entre su cerrada hojarasca, que no se decide a caer, ahora sólo busca refugio un corzo que huye inquieto cuando descubre al hombre sentado sobre un peñasco.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid por la A-1 y M-604 hasta Pinilla del Valle. Frente a la Casa Consistorial se levanta un crucero, donde se inicia la ruta. Hay que seguir por la calle de los Artistas, hasta alcanzar una zona recreativa a orillas del pantano. Remontar entonces el río Lozoya (hacia la izquierda), hasta empalmar con una pista que lo cruza por un puente de hormigón. En la otra orilla hay cuatro pistas, de la que debe tomarse la de la izquierda de las dos que surgen de frente. Es el camino de Navalmaillo. Horario. La excursión dura entre tres horas y tres horas y cuarto. Indicaciones. Imprescindible calzado recio con suela de buen dibujo, ya que la nieve y el hielo pueden cubrir parte de la ruta. Tampoco están de más gafas de sol, crema protectora y ropa de abrigo. Se vuelve por el mismo camino. Valores naturales. En la zona se encuentra uno de los más notables robledales de la región madrileña. Dónde comer. En el Bar Mirasol, en la localidad de Pinilla del Valle.

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RUTAS VERDES / BOSQUES MADRILEÑOS

Bajo las umbrías arboledas que crecen a orillas del Guadalix

Tranquila visita a una de las alisedas más importantes, desconocidas y espesas de toda la región madrileña. SAN AGUSTIN.- Para el arcipreste de Hita, el aliso era el árbol de la sombra. Más prosaicos, los romanos utilizaron su madera para hacer embarcaciones debido a su proverbial imputrescencia.

Ligadas a las riberas, las alisedas han sido forestas apreciadas hasta la santidad. Tanto griegos como pueblos celtas lo asimilaron a sus deidades. Algo que no impidió que, siglos después, el saber popular los considerase símbolos del infierno, debido a las propiedades de su madera, amarilla nada más ser cortada, pero que luego torna al anaranjado brillante para terminar roja.

Lejos de todo ello, los alisos son árboles ligados a las aguas que conforman originales bosques de notable interés ambiental pues sirven de refugio a variada fauna y atenúan el efecto de las riadas. A pesar de ello, nadie se ocupa de los alisares, que se muestran en franca regresión por la destrucción de las riberas.

Uno de los más interesantes alisares de la región cubre con su espesura el curso del Guadalix. En su búsqueda, echa a andar el caminante avenida de Madrid abajo, hasta que alcanza el puente. Sin cruzarlo, abandona la carretera para arribar al Ardal. Aquí mismo, un puentecillo de madera permite cambiar de orilla y acceder a un área recreativa. Un camino remonta la orilla izquierda del río al tiempo que permite ver justo enfrente los ariscos cortados terrosos entre los que se encajona el Guadalix. Cruzar una amplia zona despejada que se extiende entre el río y una zona industrial, a la derecha. Al final de la explanada, se empalma con una pista que lleva a la vieja papelera, cuyo canal de desagüe se cruza por encima.

El camino discurre, a partir de allí, bajo la arboleda. La espesa foresta tamiza la luz y otorga un aspecto umbrío al paraje. Arboles y espesos matorrales se adentran hasta las tranquilas aguas. Entre una vieja alambrada y las aguas, transita el camino que brinca sobre las raíces. A veces, mostrando sus características verrugas otras en gruesas madejas verdosas que parecen nidos de serpientes prestos a tomar vida. Un tramo emboscado misterioso que parece el escenario de cualquier cuento o leyenda.

Pero la magia de tan idílico paraje no es más que un espejismo que se desvanece cuando se atisban montones de basura y toda clase de detritus en los márgenes del camino y en el río. No pasan 10 minutos cuando se alcanza un rústico puente de madera que debe cruzarse. En la otra orilla, encaramarse a otro camino que discurre separado de las aguas. Una curva del río ha creado una despejada pradera desde la que se contempla un amplio tramo del curso fluvial.

Sobrepasada una angostura, el camino desciende a la vera de las aguas en una zona de lecho rocoso denominada el Brincadero, apreciada zona por la bondad de sus charcas, hoy desaparecidas por la regulación del cauce.

Se sigue por las rocas hasta que la espesura vegetal aconseja abandonar la cercanía de las aguas. Es un punto donde los alisos compadrean con fresnos, chopos, sauces, majuelos, arces de Montpellier, zarzas y cornicabras.

Sin más compañía que nuevos cúmulos de basura, se asciende un empinado trecho justo a la altura de una mínima cascada a cuyos pies nadan infames botellas de plástico. En fin, un cero a los visitantes del lugar pero también otro cero patatero al Ayuntamiento de San Agustín, carente de interés por adecentar una zona tan rica.

El camino abandona la garganta y trepa por la ladera para cruzar una cerca de espino y empalmar con la carretera de servicio del Canal de Isabel II. Un breve descenso lleva hasta el puente de San Antonio. Sin cruzarlo, bajar hasta el río por un camino que se adentra a la izquierda por la maleza. Se empalma con una pista que sube a la izquierda. De ella surge otro sendero que marcha paralelo al río, adentrándose en la zona más umbría del bosque situada al pie del puente del Canal, punto ya de retorno.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-1 (Burgos) hasta la salida al municipio de San Agustín de Guadalix. Cruzar el pueblo por la avenida de Madrid para dejar el vehículo aparcado llegado ya el final de la población. Horario. Entre una hora y cuarto y hora y media, sin contar las paradas.Indicaciones. El retorno desde el Canal de Isabel II se realiza por una pista cerrada que arranca junto al puente de San Antonio. Discurre por encima del río y pasa junto a las lagunas de los Patos para acabar en una cancela que da acceso al polígono industrial de la localidad. Para cruzarla, hay que pasar por un agujero situado a la derecha de la pista. Ya en la calle principal, ésta lleva hasta el río Guadalix y, tras cruzarlo, se encuentra el punto de partida de la excursión propuesta.Valores naturales. Se trata de una de las mejores alisedas de la región madrileña.Dónde comer. Casa Juaneca, en el centro urbano de San Agustín de Guadalix.

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RUTAS VERDES / BOSQUES MADRILEÑOS

En el fructífero castañar de Rozas de Puerto Real

Breve recorrido otoñal por la más importante mancha de castaños que existe en la región madrileña ROZAS DE PUERTO REAL.- Majestuosos y feraces, los castaños llegaron a Iberia de la mano de los romanos, que los plantaban para alimentar con sus frutos a gorrinos y esclavos. Apreciados del mismo modo por las virtudes de su madera, desde entonces sus bosques perviven en nuestro territorio.

Las mejores castañeras de la zona centro subsisten al arrimo de la sierra de Gredos, alcanzando la parte más occidental de la región madrileña. Es en torno al pequeño embalse de Los Morales, donde crece un interesante ejemplo de este ecosistema. Una sencilla ruta que rodea las aguas y se adentra en las tupidas laderas, permite recorrer sus mejores rincones.

Empieza la caminata en la portalera del Romero, junto al muro de la presa. Allí, un panel informa de la variedad de paisajes que se encuentran en este rincón, sobre los que dominan robles y castaños. Desde esta despejada atalaya los montes que rodean la presa, se ofrecen con sus laderas recubiertas de un arboleda que luce la más variada gama de colores de todo el año.

Pista

La pista discurre entre dos cercas; al otro lado de la de la izquierda, los pescadores mojan lombriz en los playones desnudos; a la derecha se escucha el gasto de pólvora de los cazadores, tras la espesura de robledos y castañeras. En fin, una delicia.

Cumplido el primer kilómetro, la pista penetra en la Finca del Castañar, surgiendo allí mismo un sendero carretero, por donde prosigue el camino, hasta que cruza un arroyo. Es aquí donde se descubre la primera espesura de tan feraces vegetales. Así que, a la búsqueda de sus sabrosos frutos, el caminante abandona la cercanía del pantano y se adentra ladera arriba por la vereda montaraz.

El camino discurre por un cerrado túnel que pasa del verde al amarillo. Los castaños son una selvática angostura formada por millares de finos troncos que ascienden hacia el cielo rectos como varas.

Pronto se alcanza la primera de una serie de praderas que se alternan con la masa forestal. El camino la cruza para desembocar en otra situada algo más arriba. El arroyo, seco en esta época del año, discurre a escasa distancia de la vereda, que se dirige a la izquierda, en busca de paso a través de la muralla vegetal. Justo delante de un fino tronco, doblado hasta el suelo, la senda gira a la izquierda y, tras salvar un desnivel de pocos metros, desemboca

en otra más importante, que prosigue ladera arriba. Sin tomar ningún desvío, se alcanza una zona despejada a la altura de un pequeño poste de madera.

Se recorre hacia la izquierda este praderío. En su final, un paso entre los árboles lleva hasta una pista. Cogerla hacia la izquierda y, en un tramo en suave descenso, recorrer la ladera rumbo a poniente. Es una zona despejada en la que se descubre abajo y a la izquierda el ahora lejano pantano. Así se alcanza un cruce. Seguir de frente por un tramo en ligera subida que cruza la parte más cerrada del castañar. No se descubren notables ejemplares, sólo hay árboles jóvenes. Fruto de una explotación intensiva, su aspecto muestra una fisonomía bien diferente a la de otros castañares cercanos como los de Casillas o El Tiemblo, sobrados de monumentos vegetales.

La pista desemboca en la carretera, por la que se puede retornar al inicio de la ruta. Aunque mejor es tomar la veredilla que surge justo a la izquierda de la cerca que cierra el comienzo de la pista. Es un camino enrevesado pero que, a cambio, permite transitar por la parte más remota de estos bosques. Se desciende por terreno despejado, en las cercanías de una cerrada muralla vegetal que crece a mano derecha.

En un punto penetra en la enramada y, siempre en bajada, el camino culebrea entre prados y bosquetes. A veces se extingue y, entonces, parece que no se puede continuar, pero siempre resurge algo más abajo. Así hasta que desemboca en una amplia pradera, separada por una alambrada de la pista que bordea el pantano. Sólo queda cogerla a mano derecha y continuar la última y tranquila tirada, hasta alcanzar el punto de partida.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid por la A-5 (Extremadura), hasta San José de Valderas. Seguir por la M-501, dirección Plasencia, hasta sobrepasado San Martín de Valdeiglesias; desviarse en el kilómetro 68,5 a la derecha, por la M-549, en dirección de Casillas. A 500 metros abandonar la carretera por una pista que conduce al pie de la presa de Los Morales, donde se puede dejar el coche.Horario. La excursión tiene una duración aproximada de entre una hora y cuarto y una hora y media, sin contar las paradas. Indicaciones. Se trata de un camino sin dificultades, aunque puede haber tramos con exceso de barro, máxime ahora con las recientes lluvias caídas. Valores naturales. Recóndito castañar e interesante zona húmeda que sirve de refugio a una variada fauna que abarca a especies tan distintas como el corzo, el águila, el ánade silbón o la garza, entre otras. Dónde comer. Restaurante El Fogón, en la cercana Casillas.

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Hayedo de Montejo, la más famosa de las arboledas madrileñas

Visita a un insólito bosque que ha logrado sobrevivir a la presión del clima y de los hombres MONTEJO DE LA SIERRA.- Pocos árboles tienen elegancia tan perfecta. Tronco rotundo y copa armónica en la que ramas y hojas se organizan en capas horizontales. La cambiante belleza del haya la convierte en el árbol preferido de muchos. Desde sus perfectas formas estivales, llenas de color y de vida, a la escultura, sabia mezcla de aire y madera, que el invierno convierte la vida latente de sus ramas desnudas, las hayas no tienen parangón. Pero es en otoño cuando se muestran más esplendorosas y seductoras.

Amarillas, doradas, algunas todavía verdes. Otras anaranjadas, rojizas o pardas. Los colores de sus hojas hacen que destaquen aún más las cortezas de suave plata. Y abajo, en el suelo, el viento y la lluvia han tejido un tupido tapiz del que apenas sobresalen las raíces, enguantadas con brillantes musgos y las cabezas de los corros de hongos. Si a ello unimos que en Madrid se encuentra uno de los hayedos más meridionales de Europa, no es extraño que se haya convertido en el favorito de los bosques madrileños. Propios de climas húmedos, estos ecosistemas se extienden en nuestro país a lo largo de la cornisa cantábrica y Pirineos, con manchones en el sistema Central y Cataluña.

Protegido desde 1974, para visitar el monte de El Chaparral es necesario tener permiso. Y durante el resto del año ya están todos concedidos. A sí que, hay quien reniega de ponerle puertas al campo, y, cada fin de semana, los espontáneos se agolpan a las puertas del hayedo, sorprendidos al ver que se necesita un permiso para recorrerlo.

No es difícil imaginar cómo habría acabado tan singular espacio sin estas limitaciones: ramas tronchadas para alimentar las recurrentes barbacoas domingueras, motos y bicis todoterreno por doquier atropellando excursionistas y un mar de basura en vez de las setas que afloran en cada uno de sus rincones.

Pero existe una posibilidad que, sin penetrar en tan privilegiado entorno, permite disfrutarlo en idéntica medida. Consiste en recorrer el camino que bordea su borde oriental, por la otra orilla del Jarama. Se inicia justo en el otro lado del puente y remonta un largo trecho de su cauce. Las características señales bicolores de los senderos de gran recorrido marcan su rumbo, que discurre en cercanía de las aguas, permitiendo los boquetes que se abren en la cerrada hojarasca vislumbrar algunos de los más proverbiales rincones del hayedo. Separado de tan aclamado bosque por un hilo de agua, el caminante se sienta en una gastada peña y mientras contempla uno tras otro, hasta media docena de monumentos vegetales, recuerda que no hace demasiados años triscaban por estos vericuetos la nutria y el desmán.

El primer tramo de la ruta no está demasiado marcado. Pero es fácil seguir su rumbo. A veces cruzando las espesuras del robledo que aquí prospera, en otras trepando a las risqueras, se alcanza un destacado cantil. Sobre las pizarras aguanta una corraliza, desde cuya cerca se contempla la cerrada masa vegetal que cubre todo el monte del Chaparral. De su interior brota la inquieta algarada otoñal de decenas de aves fo-restales, música de fondo para el majestuoso vuelo del águila, colgada de las alturas.

A escasa distancia y ladera de arriba, se alcanza una ancha pista. Por ella seguir remontando el cauce. Pronto se cruza el arroyo del Ermito. Un ligero tramo en ascenso, que transita junto a algunos notables ejemplares de robles, desemboca en una despejada majada. Allí aguantan los restos de algunos chozos.

A sus pies está el arroyo del Horcajo y más allá el sendero se sitúa junto al Jarama. Luego su trazado se hace cada vez menos evidente hasta que los matorrales terminan por tragárselo. Es un salvaje rincón de pozas, piedras y saltos de agua.

No hay duda de que si quedan nutrias y desmanes, es aquí y no en otro lado. Por si acaso, en un punto donde la ladera se cubre de robles centenarios, el caminante da la vuelta de puntillas y comienza a desandar todo lo andado.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la carretera A-1, hasta el kilómetro 76, sobrepasado el municipio de Buitrago de Lozoya, hay que desviarse dirección Gandullas y Montejo de la Sierra, por la M-137. Desde el pueblo de Montejo, hay que seguir por la carretera M-139 rumbo a Cardoso. En el kilómetro 8 de esa vía, junto al río Jarama, se localiza el hayedo de El Chaparral. Horario. Entre dos horas y dos horas y cuarto es lo que se tarda en realizar el recorrido de ida y vuelta. Indicaciones. Itinerario que carece de dificultades destacables que tampoco salva un desnivel importante. Es interesante llevar en la mochila una guía botánica para identificar las diferentes especies vegetales que nos vamos a encontrar. Valores naturales. Uno de los hayedos más meridionales de Europa. Bosque mixto donde las hayas se agrupan con robles, melojos, fresnos, tejos, abedules, servales y cerezos silvestres, entre otros. Dónde comer. Asador La Hontanilla, en Montejo. (Tel: 918 69 70 65)

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RUTAS VERDES. BOSQUES MADRILEÑOS

Al pie de los sombríos tejos milenarios

Un recorrido otoñal por el más enigmático y sagrado bosque de la región en el puerto de Canencia MIRAFLORES DE LA SIERRA.- El tejo es árbol extraño. Monumento biológico de los bosques eurosiberianos, desde siempre el hombre quedó turbado por sus dos más loadas características: su longevidad y su toxicidad. En su derredor las antiguas culturas tejieron tupidas historias que le hicieron mil veces sagrado. Tantas como siglos puede cumplir. Tantas como potencial tóxico guardan sus enigmáticas formas.

Aseguran que hay ejemplares de más de 9.000 años de edad. Se sabe que todas sus partes, excepto el arilo carnoso de su encarnado fruto, son venenosas en extremo. Entra en su composición la taxina, una substancia de elevado poder tóxico. Tanto que 50 gramos de sus hojas o corteza son suficientes para llevar a un hombre a la tumba.

La urdimbre de leyendas lo hicieron sagrado tanto para los griegos como para los pueblos bárbaros. Mientras los sacerdotes helenos lo consagraban a las Euménidas, los druidas lo hacían a sus dioses subterráneos. Los celtas y los germanos le llamaban el árbol de la muerte y, como tal, lo plantaban en sus cementerios.

Siglos después, en la larga Edad Media, fue talado durante centurias por las pro-piedades elásticas de su madera, la mejor para arcos y ballestas. Así, sus primitivas extensiones fueron reduciéndose hasta el actual estado en que se encuentran. A pesar de ser tan mítico y venerado, hoy nadie se acuerda de los tejos, casi extinguidos de nuestra tierra.

Subsisten aislados ejemplares monumentales y en muy pocos parajes se agrupan en mínimos bosquetes. Uno de ellos está en los aledaños del puerto de Canencia, al arrimo del arroyo del Sestil del Maillo. Desde donde se deja el vehículo, hay que sortear una doble alambrada, a escasos metros sobre la carretera, para iniciar allí un camino difuminado entre la maleza que asciende con el arroyo a mano izquierda.

No han pasado 100 metros cuando aparecen los primeros tejos. Son ejemplares jóvenes, de 80 o 100 años, que crecen entre la masa de pinar silvestre, con abedules, robles, avellanos, servales y acebos.

Las tejeras, extinguidas

De vez en cuando, alguno de sus grupos oscurece aún más la ladera. Las tejedas, los tejedales, otrora poblaban muchos riachuelos y parajes como este arroyo. Junto a una alambrada se remonta el valle hasta alcanzar el curso del arroyo. Es en este punto donde crecen los ejemplares más sobresalientes. En especial un robusto árbol que cuenta con seis

ramas principales que se prolongan hasta los ocho metros de altura. Su corteza alcanza una circunferencia de nueve metros, por lo que tendrá más de 1.000 años.

Muy cerca de allí, una cerca permite salir del barranco. Cruzada la carretera, se alcanza el puente de las Pasadas, a cuya izquierda se inicia una pista que prosigue junto al riachuelo. A ambos lados crecen nuevos grupetes de tejos, esencia del tiempo convertida en negras manchas vegetales. Poco después el camino cruza el río. Lo hace a la altura de una cueva formada por unos peñascos justo en el borde de las aguas. En las grietas de las rocas, hace varios siglos que otros tejos decidieron hundir sus raíces.

Encrucijada

Más adelante se cruza de nuevo el arroyo, y el camino comienza a subir por la ladera, al tiempo que da un giro de 180º. En 5 minutos de ascenso, se alcanza una encrucijada, señalada por una baliza amarilla. Coger el sendero de la izquierda que recorre la ladera en un cómodo descenso, que va descubriendo al caminante nuevos rodales de tejos, que se van alternados con metálicos acebales.

La bajada termina junto a la carretera, que habrá de seguirse a la izquierda, hasta el cercano puente de las Pasadas. Desde allí volveremos a traspasar la cancela, para zambullirnos de nuevo en la silenciosa espesura del barranco del Sestil del Maillo, uno de los últimos reinos de los más ancianos del mundo vegetal.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la M-607, hasta Colmenar. Seguir por la M-609 a Soto de El Real y luego por la M-611 a Miraflores de la Sierra. Continuar por la M-629 al puerto de Canencia ybajar hasta el kilómetro 10,800, justo donde hay una cerrada curva a la izquierda, donde se deja el coche.Horario. Entre una hora y hora y cuarto. Aunque deben hacerse paradas frecuentes para contemplar los árboles. Indicaciones. Además del lugar indicado, el vehículo puede dejarse en el kilómetro 9,800, en el desvío situado junto al puente de las Pasadas. También puede iniciarse la excursión desde el puerto de Canencia, bajando hasta el arroyo del Sestil del Maillo por la carretera M-629 o por la parte alta de la senda ecológica de Canencia. Valores naturales. Destacado interés botánico y paisajístico. Presencia de abundantes aves forestales, ardilla, jabalí y corzo. Dónde comer. Mesón Maíto, en Miraflores de la Sierra (teléfono: 918-443-567).

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RUTAS VERDES / BOSQUES DE MADRID

En busca de las austeras sabinas madrileñas

Un tranquilo y agradable recorrido por el mejor sabinar de la región, situado en el valle de Lozoya LOZOYA DEL VALLE.- Austeras, sufridas y solitarias, las sabinas conforman con sus primos los enebros y los tejos las más monacales especies arbóreas de la región. Como si de un fraile medieval se tratase, este vegetal de severa figura, cuyo nombre latino (juniperus) parece más propio de un convento que de una soleada ladera, busca la severidad que le ofrecen los suelos áridos y los climas rigurosos.

Lo cuentan los paleobotánicos: otrora gran parte del interior continental íbero estaba poblado por tan reseñable especie. Tiempos como el cuaternario, época seca y fría que conoció el apogeo de nuestro árbol. Pero aquel inhóspito momento dejó paso a periodos más benignos, en los que florecieron otras formas botánicas que tienen un crecimiento mucho más rápido.

Aquello fue el comienzo del fin de las sabinas. Los cambios fueron arrinconando al oscuro árbol. La puntilla, como no, se la dio el hombre. Debido a sus proverbiales características como madera imputrescible, durante siglos, de sus extensos bosques salieron millones de vigas y tablones, con los que se construyeron las casas de media España y toda la flota que surcó los océanos.

Hoy la sabina albar es una especie relicta, esto es, reducida a muy escasos cuarteles, rodeada por otros árboles o por simples parameras. En Madrid malvive agrupada en abiertos rodales, cuando no se trata de solitarios ejemplares, que viven los últimos momentos de su historia.

Pero hay un lugar donde todavía puede contemplarse cómo era el antiguo sabinar. Sobrevivido al acoso de calores y de hachas, su situación le hace aún más exclusivo. Prospera con la lentitud de los suyos en ese prodigio de naturaleza que es el valle de Lozoya.

Empinada ladera

La empinada ladera en la que se asienta y su orientación sur han tenido buena culpa de su pervivencia. Aquí se presenta una elevada radiación que permite una fuerte evaporación diurna del rocío matutino. Este sabinar ha crecido en un suelo silíceo, cuando lo habitual es que prospere sobre calizas.

Se trata de un bosque poco espeso, con los ejemplares bien distantes entre sí y que muestra una mezcla con encinas y enebros. Bosque, lo que se dice bosque puro, es decir, sabinar, sólo hay una breve extensión de apenas un kilómetro cuadrado, aunque si se

incluyen las zonas más dispersas y con presencia de las otras especies se eleva hasta los seis kilómetros cuadrados.

El sabinar se ve bien justo desde el pie de la Hoya Encavera, la depresión donde se asienta el muro del embalse de Pinilla. Allí mismo, al otro lado de la carretera, surge una pista que da acceso a la parte baja de las laderas del monte del Chaparral.

La excursión no tiene mayor misterio que el de deambular por la ladera, siguiendo cualquiera de las abundantes trochas cabreras, en busca de algún ejemplar sobresaliente. El mejor de todos, incluido en el catálogo de árboles monumentales, es la sabina de Los Canalizos, situada en mitad de la ladera. Se la distingue desde lejos, con su desvencijada figura sobresaliendo por la línea del bosque. Dicen que en su copa anidó un águila. No queda ni una rama del nido. También el árbol ha perdido varias de las suyas, cortadas por los pastores, tal vez para calentar las noches.

Recorrida la solana, habrá que dirigirse al extremo sudoeste de la ladera, justo a la izquierda de una pista que alcanza el límite inferior del sabinar. Allí empieza un sendero que asciende la ladera. Un tramo especialmente empinado pasa junto a los restos de un aprisco cabrero. Aquí la sabina se entrevera sin tapujos con enebros, rubias y carrascas. A medida que se asciende, se hace cada vez más escasa, hasta que las encinas se adueñan de la ladera. Para entonces ya habremos alcanzado la redondeada cumbre del Chaparral, desde donde se contempla el Alto Lozoya y, en el último rincón, justo bajo nuestros pies, el bosque de las austeras y oscuras sabinas.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-1 (Burgos), hasta el kilómetro 68,900, sobrepasado Lozoyuela, donde se toma la M-604 hasta sobrepasar el kilómetro 13. A la altura de la pista que baja al muro del embalse de Pinilla, tomar la desviación de enfrente, que sube a la derecha. En su inicio se deja el vehículo.Horario. Dependerá del recorrido efectuado por la solana. La subida y bajada hasta el Chaparral supone entre hora y hora y cuarto. Indicaciones. Excursión de corto desarrollo apta para todos los públicos, aunque no debe olvidarse que en la misma se salva un desnivel considerable.Valores naturales. Además de contemplar el mejor bosque de sabinas de la región, destaca la presencia de encinas e importantes masas de robles. También, presencia de buitre, milano real, ratonero y abundantes reptiles, entre ellos, el lagarto verde y la culebra de escalera.Dónde comer. Restaurante Leoncito, en Lozoya del Valle. (Teléfono: 918.693.080).

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RUTAS VERDES / BOSQUES DE MADRID

Dulce como el Lozoya

Jaras, romeros, tomillos y pinos resineros aroman el camino que baja desde Berzosa al embalse de El Villar

BERZOSA DEL LOZOYA. Las tierras que se extienden desde el pueblo de Berzosa hasta la presa de El Villar, en el curso bajo del Lozoya, son un vasto y reseco jaral. No quiere decirse que sean feas. En esto estamos con Unamuno, a quien producía 'una más honda y más fuerte impresión estética la contemplación del páramo.... que uno de esos vallecitos verdes que parecen de Nacimiento de cartón'. Es cuestión de sensibilidades.

Y también de momentos. A finales de abril y primeros de mayo, la jara, 'pebetero del desierto' (de nuevo, Unamuno), inciensa el campo soleado y lo tachona de flores blancas, grandes como puños. Vense asimismo por doquier las pálidas florecicas azules del romero mirando casi con amor para las colmenas, donde las abejas, muy unamunianas ellas, hacen dulce lo árido. Y está la fragancia del tomillo, que días después de andar por estos yermos aún perdura en nuestras botas. ¡Qué bien le cuadra a Berzosa el refrán: 'Vete al monte algún buen día, que Dios da de balde su perfumería'!

Otro que iba de flor en flor por estas tierras, de las que fue señor, era el marqués de Santillana. Y de seguro que fue un día dulce de primavera cuando halló motivo para su serranilla: 'Al pie de essa grant montaña, / la que diçen de Verçossa, / ví guardar muy grant cabaña / de vacas moça fermosa. / Si voluntat no m'engaña, / no ví otra más graçiosa: / si alguna desto s'ensaña, / lóela su namorado'.

Lomas y barrancos

Además, en esta tierra sedienta, que se precipita por lomas y barrancos como ávida del agua dulcísima del Lozoya, existe la notable excepción arbórea del pinar de Casasola, una vieja repoblación de pino negral o resinero que sombrea la orilla oriental del embalse de El Villar. Se le llama también marítimo porque es árbol habitual del litoral mediterráneo, y en verdad que nada nos cuesta imaginar, mientras aspiramos el aroma cálido y dulzón del pinar asomados a la quebrada ribera del embalse, que nos encontramos al filo de alguna cala solitaria y casi inaccesible de la Costa Brava.

Dulce asimismo de andar es el camino que lleva hasta el pinar. Nace a mano derecha justo antes de entrar en Berzosa -suponiendo que nos acercamos por el norte, desde la vecina aldea de Serrada de la Fuente- y es una buena pista de tierra que, ignorando dos tempranos desvíos -primero a la diestra y poco después a la izquierda-, enfila sin pérdida posible hacia un cerrete de 1.077 metros que se alza en el paraje de Los Hoyuelos, donde descuellan varios chalés y desde donde se avizora la cercana sierra de Guadarrama, con las peñas graníticas de La Cabrera en primer término.

Rebasado el cerro, el camino desciende suavemente por el jaral hasta la linde del pinar, al que se accede franqueando una barrera levadiza, para enseguida llegar -como a una hora del inicio- junto al refugio de Casasola, antigua casa forestal rehabilitada como aula de naturaleza. Aquí se le une otra pista procedente de Serrada, formando un solo ramal por el que seguimos de frente hasta salir a la carretera de Cervera. Y ya por el asfalto, a mano derecha, bajamos a la presa de El Villar en un periquete: media hora desde el refugio.

Erigida en 1879, esta presa no sólo es la más antigua de las que aún están en servicio en Madrid, sino la primera de su tipo (gravedad) que se construyó en Europa. Para más lujo, puso la primera piedra el ministro de Fomento don José Echegaray, luego premio Nobel de Literatura. Y para no olvidarla, hay que verla al límite de sus 22,4 hectómetros cúbicos de capacidad, desaguando por una canaladura rocosa que semeja una catarata salvaje de 50 metros de altura.

De vuelta en el refugio y la confluencia de pistas, cogemos la de la izquierda para pasear por una bonita zona de pinar entreverado de encinas y quejigos nativos. Y así hasta que, cumplidas tres horas de marcha, y tras pasar una nueva barrera, dejamos la pista para cruzar el arroyo Los Vallejos a la altura de una línea eléctrica y subir a su vera, por un buen camino que enseguida se presenta, hasta Berzosa.

En época de flores o de setas

Dónde. Berzosa del Lozoya dista 82 kilómetros de Madrid y tiene su mejor acceso yendo por la carretera de Burgos (N-I) hasta Lozoyuela, para seguir desde aquí las indicaciones viales hacia Manjirón, Paredes de Buitrago y Serrada de la Fuente. Por este camino se cruza la presa de Puentes Viejas, que también es digna de verse.

Cuándo. Marcha circular de 15 kilómetros y unas tres horas y media de duración (sin contar paradas), con un desnivel acumulado de 250 metros y dificultad media, que debe hacerse entre abril y mayo para disfrutar de la espectacular floración del jaral. Otra buena época es otoño, por la abundancia de setas en el pinar.

Quién. Vicente M. Ortuño es el autor de Las mejores excursiones por la Sierra Norte de Madrid, editada por El Senderista (teléfono 91 541 71 70) donde se describe un itinerario algo más breve por el pinar de Casasola. Información sobre alojamientos, restaurantes, rutas, etcétera, en la página web www.sierranorte.com

Y qué más. Cartografía: mapa Sierra Norte, a escala 1:50.000, de La Tienda Verde (Maudes, 23 y 38; teléfono 91 534 32 57); en su defecto, hoja 19-19 (Buitrago del Lozoya) del Servicio Geográfico del Ejército o equivalente (484) del Instituto Geográfico Nacional.

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RUTAS VERDES. DEHESA DE MONCALVILLO

Viaje por el gran encinar secreto de Madrid

San Agustin de Guadalix esconde una de las aventuras paisajísticas más tranquilas y con mayor historia de la Comunidad GUADALIX.- Cuentan las crónicas que corría 1459 cuando los Mendoza, a la sazón señores de muy amplias posesiones aposentadas a lo largo del actual territorio serrano madrileño, cedieron estas dehesas a las municipalidades de Pedrezuela y San Agustín de Guadalix. Lo hicieron con una única condición: que jamás la dividieran ni la vendiesen.

Caso omiso hicieron los vecinos de Pedrezuela, quienes se adueñaron cada uno de una parte de su porción. No así pasó con los de San Agustín de Guadalix, que, fieles a su palabra, la mantuvieron y mantienen hasta la fecha.

Ha sido, pues, más que remarcable el papel histórico jugado por esta villa en la conservación de tan primordial enclave, hoy felizmente declarado reserva de la biosfera.

Unas 800 cabezas pacen en este rincón privilegiado y señalan que la cultura campesina todavía resiste en esta villa, a pesar de que poco a poco sus arrabales se van poblando de bloques de cemento y filas de chalés adosados, en un escenario que sincretiza los mundos rural y urbano.

En busca de este retazo de naturaleza, echa andar el caminante desde el pie del Ayuntamiento de San Agustín. Calle de Lucio Benito arriba, deja a la izquierda el polideportivo, la plaza de toros, el instituto de enseñanza secundaria y, ya en las afueras, el cementerio. Allí mismo, el asfalto deja su turno a la tierra y por una ancha pista, discurre un largo trecho entre sembradíos, que ahora descansan en barbecho. Siguen fincas ganaderas y algunos chalés, que se agrupan en poco terreno como si tuvieran miedo de los amplios espacios que se contemplan desde el camino.

Una breve cuesta conduce hasta una plazoleta, al pie de una finca abandonada que pertenece al Canal de Isabel II. En su parte trasera se inicia un camino apenas marcado, que trepa por una empinada ladera. Deja a la derecha algunas canteras abandonadas y marcha al encuentro de un tendido eléctrico. A su izquierda se empalma con un camino un poco más ancho, que prosigue cuesta arriba.

En el final de la pendiente se alcanza una recia valla de piedra, en la que se abre una cancela. Con cuidado de dejarla convenientemente cerrada, se traspasa la linde, penetrando en la dehesa de Moncalvillo. El camino emprende un suave descenso, al tiempo que gira a la derecha, recorriendo la falda del monte cuajado de encinas. Entre sus huecos se contempla la armonía de este bosque ancestral, que alcanza el horizonte, señalado por la inconfundible silueta del cerro de San Pedro.

El denso tapiz de encinas y enebros, trepa majanos y desciende hasta el fondo de las abruptas barranqueras.

Antaño, más de tres cuartos del actual territorio madrileño eran como todavía se muestra esta dehesa, pero el acoso de los hombres ha ido limitando cada vez más sus extensiones. Moncalvillo, sin embargo, parece que ha resistido tan duro trance sin males aparentes.

Sigue el suave descenso la senda, hasta que alcanza una zona despejada que limita otra cerca de piedra. Se cruza por uno de sus rotos y continúa la marcha de nuevo por mitad del cerrado bosque de encinas. Tras cruzar una pequeña pedrera, el camino se abre en tres. El ramal del medio lleva a una cerca de piedra, que puede cruzarse algo más abajo por otro portillo.

En el otro lado se transita por una zona despejada. Un camino desciende directo hacia la llamada Sima. Es un profundo barranco que cruza un esbelto acueducto del Canal de Isabel II. Su lomo sirve para pasar al otro lado, empalmando con una pista que lleva a una torreta de piedra caliza. Abajo se distingue, medio escondido entre la vegetación del arroyo de Navaperal, otro acueducto. Hacia allí debe descenderse para coger un sendero en el otro lado del riachuelo que más adelante empalma con una pista que lleva hasta San Agustín.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-1 (Burgos), hasta el kilómetro 33,5. Una vez en el pueblo, en la plaza del Ayuntamiento se inicia y termina esta excursión circular.Horario. Casi dos horas para todo el recorrido. Indicaciones. Itinerario no demasiado exigente, que no salva desniveles excesivos. Conviene, no obstante, llevar agua y calzado recio. Imprescindible dejar cerrada cuanta cancela o puerta se cruce, para evitar que se escape el ganado. Valores naturales. La marcha transita por diferentes ecosistemas. La primera y última parte lo hace por sembradíos, desnudos ahora del cereal. Tiene un corto tramo en el que se discurre por un agradable soto, que a pesar de sus reducidas dimensiones, cuenta con una completa representación de los árboles que componen el bosque de galería. Por último, destaca el encinar de Moncalvillo, inalterado desde hace siglos. Estas dehesas dedicadas a la explotación ganadera son lo ambientalmente más valioso de la zona. Dónde comer. Asador Portobello, en San Agustín. Teléfono 91 848 90 90.

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RUTAS VERDES / SIERRA NORTE

De Miraflores a Guadalix, entre rojo y blanco

Recorrido por la Cañada Real segoviana a través de uno de los valles mejor conservados del Guadarrama

MIRAFLORES.- Entre los muchos caminos usados por la trashumancia para cruzar el Guadarrama, la Cañada Real Segoviana fue uno de los más utilizados. Gran parte de su recorrido transita muy cerca del límite norte del territorio madrileño y cruza por municipios y paisajes que todavía conservan las características de la época de mayor esplendor merinero.

Uno de los más notables trechos de esta vía pecuaria es el que une Miraflores de la Sierra con Guadalix. Circula a través de unos parajes increíblemente ocupados tan sólo por sotos, dehesas y apriscos ganaderos.

Los cerros de curiosos nombres que delimitan este mundo cerrado se ven desde la entrada del valle, junto a las últimas casas de Miraflores. El primero es Cabeza Cristiana, cuyas últimas laderas aprisionan el arroyo del Valle en un vano intento para que no las tribute poco después al río Miraflores. A la izquierda, la mole del Pendón. Vestido de robles y pinos casi hasta la cumbre, sólo queda fuera de la cobertura vegetal, la cimera de bolos de oscuro granito.

En el otro lado de un anónimo puente de hormigón que cruza el arroyo, un camino transita paralelo a las aguas. Tomarlo hacia la izquierda, comenzando a remontar el valle. En un largo tramo, el senderillo transita pegado a un soto. Fresnos, álamos y melojos dan sombra al riachuelo.

Tutelado por las marcas blancas y rojas del GR 10, el camino se separa del arroyo, iniciando una suave cuesta que le lleva a alcanzar una pista, junto a una cancela metálica. A la izquierda, la ladera de la Perdiguera da una lección de ecología. Junto al río, los sotos aparecen los primeros, pero pronto dan paso al robledal. Trepan sus dehesas muy alto, hasta que una tupida línea de pinar les impide el paso. Las alturas son su territorio.

La pista desciende de nuevo hasta la orilla del arroyo. A partir de allí, discurre cuesta arriba. Un primer tramo, corto pero más empinado de la cuenta, lleva a una cubeta ocupada por una abierta dehesa de robles. Sigue una sucesión de suaves curvas, por una ladera que sube cubierta de un espeso pinar. Al final se alcanza una finca vallada. A muy escasa distancia se encuentra la Fuente del Collado, lugar donde merece la pena realizar una parada, antes de emprender el regreso.

Hasta llegar al punto de unión con el sendero que baja junto al arroyo del Valle, será el mismo que a la ida. Pero al llegar a este punto, seguir por la pista principal, en vez de desandar el camino traído a la vuelta.

De esta manera se traspasa la cancela metálica. Así se penetra en un espeso robledal, que cubre por completo a la pista en algunos de sus tramos. Más adelante se alcanza una bifurcación, tomando la pista de la derecha, más transitada. Unas piedras constituyen un oteadero para contemplar a placer las dehesas de la Llanadilla, La Nava y los Endrinales. A la izquierda, la mole del cerro de San Pedro; al frente se vislumbra la línea de cumbres de la Pedriza, difuminada por la calima.

Una cancela da paso a una encrucijada. Tomar la pista de la derecha que emprende una bajada hasta el arroyo del Valle, algo más abajo del puentecillo de hormigón, en el punto donde las laderas de la Cabeza Cristiana persisten en su vano intento de detener sus frescas aguas.

Datos prácticos

Cómo llegar. Por la M-607, autovía de Colmenar, desviarse por la M-609, hacia Soto del Real y Miraflores. Seguir por la M-610 durante 1,5 kilómetros hasta la entrada de la urbanización de El Peralejo. Bajar por su calle principal. A la izquierda de unas casas, un cartel de vía pecuaria marca el inicio de la marcha.Horario. Itinerario de 14 kilómetros que se realiza entre 2.30 y 2.45 horas. Indicaciones. La excursión también puede iniciarse en Miraflores. En ese caso, bajar hasta la depuradora, situada junto al río. Se toma allí un sendero que marcha hacia el este. Tras pasar por la estación de ferrocarril seguir el camino, que marcha entre la vía del ferrocarril y la urbanización El Peralejo. Al pie de sus últimas casas, un puente de hormigón cruza el arroyo del Valle. Valores naturales. Dehesas de robles, pequeños sotos fluviales. Destacado interés paisajístico de uno de los valles más desconocidos y menos humanizados de esta parte de la Sierra del Guadarrama. Dónde comer. Mesón Maíto, en Miraflores. Tfno: 918/44 35 67.

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RUTAS VERDES / PEDRIZA DEL MANZANARES

Bajo el equilibrio imposible de la Peña del Arco

Visita a una de las maravillas que se esconden en el roquedo de la Cuesta Alta del Manzanares MANZANARES.- Nadie se va a sorprender de la singularidad de la Pedriza del Manzanares. La culpa de sus fantásticas formaciones la tiene la lluvia, pero también el viento y la nieve. En una acción de millones de años, han ido desgastando la roca y creando un lugar irrepetible.

Son cientos, miles de cumbres llamativas, intrincados recovecos y rotundos paredones. Entre todos, destaca por sus características un puñado de ellos. El primero es la peña del Yelmo, que, junto con La Maliciosa, son los dos accidentes geográficos más reconocibles de Guadarrama.

A la hora de buscar una filigrana en mitad de este universo mineral, se hace obligatorio hablar de Peñalarco. También llamada Peña del Arco y risco del Hueso; es una formación única en el mundo. Es una enorme columna de granito de más de 80 metros que se mantiene separada de una lancha de granito. Su silueta es la máxima expresión de los caprichos de los elementos y que sólo culminarán cuando, vencida por su mal equilibrio, se desplome.

El caminante deja atrás el canto Cochino y cruza el puente de madera sobre el Manzanares para encarar a mano izquierda la autopista de la Pedriza. Cerca del arroyo de la Dehesilla, de vez en cuando aparecen entre las ramas del espeso pinar, las lejanas formas de las Buitreras y Peñalarco, justo a su derecha. Pero desde esta distancia, apenas se aprecia la magnitud de la roca, que se difumina sobre la interminable lancha anaranjada que le da apoyo.

Una breve tirada conduce a la primera bifurcación de caminos. Habrá de tomarse el de la derecha, que lleva hacia el refugio Giner, de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara.

Tras cruzar otro puente, se atraviesa el prado Peluca, siguiendo un sendero abierto entre los profundos jarales que trepa por la pendiente hacia la izquierda. El camino deja a la izquierda el canto del Tolmo y se dirige hacia collado de la Dehesilla. A 200 metros aparece una bifurcación. Se deja el camino principal y, por el de la izquierda, se cruza el cercano arroyo de la Dehesilla, casi seco en esta época del año. Al otro lado del cauce, el camino gira a la derecha y emprende una subida más empinada por mitad de un pinar y sorteando grandes bloques. Poco a poco va ganando en inclinación, al tiempo que se acerca a las paredes de Las Buitreras.

Las raíces de los árboles conforman una rústica escalera que conduce al pie de un enorme bloque que forma una cueva. Luego se gira a la derecha para recorrer una zona despejada.

Tras ella, se enfrenta de nuevo a la arisca subida, triscando entre numerosos bloques, hasta que se encara un vertical canal que separa las Buitreras, a la izquierda, del Hueso, a la derecha. Más arriba, se abandona este camino y, con una travesía a la izquierda, se alcanza la base de la columna.

Sus primeros 40 metros están separados por una estrecha chimenea en la que a duras penas cabe un hombre. Por allí discurre una acrobática escalada. La otra que recorre este hueso de piedra, lo hace por el lado opuesto. La columna está formada por tres partes. Vista desde enfrente, sus formas se asemejan a un arco. Cuando, sentado en su base, el caminante mira la parte más alta, y descubre a dos escaladores pegados a la pared, parecen auténticas moscas en un cristal.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid por la carretera M-607, autovía de Colmenar, hasta el kilómetro 35. Continuar por la M-609, dirección Soto del Real, desviándose antes de llegar a este pueblo a mano izquierda por la M-608 hasta llegar a Manzanares. Sin entrar en el pueblo, proseguir en dirección a Cerceda. Una vez cruzado el Manzanares, tomar el primer desvío a la derecha, señalado como Parque Natural. En su final, está el aparcamiento de Canto Cochino. Horario. De dos a dos horas y cuarto para el recorrido de ida y vuelta. Indicaciones. El recorrido de vuelta es el mismo que el de la ida. Imprescindible protección: gorro, gafas de sol y crema protectora. Es recomendable realizar la marcha temprano, para evitar las horas de más calor. Conveniente calzado adecuado para la marcha. Valores naturales. Gran interés paisajístico. Destacada presencia de buitre leonado, rabilargo, corzo y jabalí. Dónde comer. Puede tomarse un tentempié en cualquiera de los dos chiringuitos que hay en Canto Cochino.

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RUTAS VERDES / SIERRA DE GUADARRAMA

La vuelta al valle de la Fuenfría

Un largo recorrido por los refrescantes pinares que se extienden desde Navarrulaque hasta La Peñota CERCEDILLA.- Siguiendo la huella de los pioneros del guadarramismo, el fin del estío es época propicia para perderse por los pinares de la Fuenfría. Recorriendo la sendas que llevan a Marichiva, el caminante recuerda la labor de los profesores de la Institución Libre de Enseñanza, maestros que fueron los primeros en triscar por sus andurriales, cuando sólo los recorrían pastores y bandoleros.

Carretera de las Dehesas arriba, quedan atrás las obras de la estación de Cercedilla. Los últimos edificios casi alcanzan los primeros tramos de la calzada romana que se conservan. La carretera asfaltada termina cerca del puente del Descalzo, el tramo más impresionante de cuantos aguantan de aquella importante vía romana. Por el contrario, la parte que sigue a continuación muestra un deterioro más que notable.

Chalé de Peñalara

Con una pendiente también notable, se alcanzan los aledaños del chalé del Peñalara, a la altura del monumento a los hermanos Ceballos y a un cartelón que señala rutas y senderos del valle. Detrás de él, pasa la carretera de la República por la que se sigue la ruta. A la derecha, se alcanza el arroyo de la Navazuela, dando un giro a la derecha. Al sur de una curva cerrada a la izquierda, se encuentran los miradores de Vicente Aleixandre y de Luis Rosales. Para gozar de sus notables vistas, hay que recorrer una senda entre canchos que muestran grabados versos de Machado, Panero, García Nieto y los citados Aleixandre y Rosales.

La pista principal sigue con el rumbo puesto en Siete Picos. A su izquierda, está el reloj solar erigido en memoria de Camilo José Cela y, después, se alcanza la pradera de Navarrulaque. Desde allí, sigue la carretera más horizontal hasta el puerto de la Fuenfría, coincidiendo de nuevo con la calzada romana.

Este puerto es una de las más importantes encrucijadas de caminos de la sierra. A la mencionada calzada romana, se une el camino que recorre la cara norte de los Siete Picos, otro que bordea la cara sur del cerro Ventoso, con un trazado paralelo pero algo más alto que el último tramo de la carretera de la República y la Senda del Infante.

Por esta última, prosigue la segunda parte de nuestra ruta. Desde la Fuenfría sale una pista rumbo al suroeste que, sin perder altura, recorre las laderas del cerro Minguete y la Peña Bercial. Es una zona despejada que permite vislumbrar a placer el panorama que se extiende desde Siete Picos a La Peñota.

Collado de la Marichiva

En menos de media hora, se alcanza una fuente y, tras un descenso, el collado de la Marichiva. Encaramarse a ella permite vislumbrar el valle del río Moros, al otro lado de la montaña. Desde allí, la pista sigue rumbo sur, cortando la mitad de la ladera de la Peña del Aguila. Despreciar los senderos que se abren a la izquierda y que descienden a pico hasta las profundidades del valle. Se sigue con ligeras subidas y bajadas. Sin tomar un ancho sendero que desciende a la derecha se alcanza una segunda fuente, la del Astillero.

A su altura, pero mucho más alto, se localiza el collado de Cerromalejo, depresión que separa la Peña del Aguila de La Peñota. Esta parte del pinar es la más remota de toda la Fuenfría y resulta difícil encontrarse con alguien recorriendo sus pinares. La pista va bordeando la parte final de la Peñota, al tiempo que se despeja poco a poco el pinar, hasta que éste desaparece, ya en las cercanías del collado del Rey.

Desde este punto se inicia una bajada hacia Cercedilla. El sendero se pierde pero no resulta difícil orientarse. Una zona de matorral da paso al pinar por un sendero que marcha junto a un arroyuelo hasta llegar a una pista que lleva a la explanada del Raso de la Hornilla. Desde ese recurrente lugar de acampadas, alcanzar la estación de Cercedilla es más fácil que hacer un fuego.

Datos prácticos

Cómo llegar. Lo mejor es llegar a Cercedilla en ferrocarril. Si se va en coche desde Madrid, siga por la A-7 hasta Villalba, para continuar la carretera M-601 dirección Puerto de Navacerrada. Luego, seguirla hasta el cruce con la M-614 que lleva a Cercedilla. Después de cruzar el pueblo, debe tomar la carretera de Las Dehesas en cuyo final se deja aparcado el vehículo. Horario. Excursión que exige entre 3.30 y 4.15 horas. Aunque puede acortarse el horario si se sube al de la Fuenfría por la calzada romana. Indicaciones. Ruta de largo recorrido que exige entrenamiento. Aunque hay alguna fuente, es necesario llevar agua y algo de comida. También gorro, gafas de sol y crema protectora. El Centro de Información, en el kilómetro 2,5 de la carretera de la Fuenfría, facilita detalles sobre ésta y otras rutas de la zona (Tel: 918 52 22 13). Valores naturales. Destacado interés paisajístico. Importantes masas de pino silvestre. Presencia de corzo, jabalí, ardilla, buitre leonado y águila. Dónde comer. Restaurante Gómez. Cercedilla (Tel: 918 52 01 46).

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RUTAS VERDES / DEHESA CEPEDA

Un paseo por la Frontera

En busca de un remoto monte madrileño enclavado entre las provincias de Segovia y Avila MADRID.- Son sólo dos kilómetros, pero el caso es que la Dehesa Cepeda, territorio madrileño cien por cien, se encuentra separada del resto del suelo de nuestra comunidad por una franja de prados y bosques. Enclavada entre los términos de la abulense Peguerinos y del segoviano El Espinar, este feraz terruño es lo que los entendidos denominan un enclave.Como el condado de Treviño, vamos. Pero sin las ínsulas de aquel pedazo de territorio. La verdad es que el asunto no parece importar a los escasos senderistas que se cruzan con el caminante. Y mucho menos a las vacas, que pastan y sestean con la característica languidez de su género.

El origen de tan peculiar rincón se remonta a comienzos del siglo XIII, cuando pertenecía al concejo madrileño. Así se mantuvo hasta la desamortización de Mendizábal. Aquella revolución de guante blanco lo único que hizo fue permitir que la dehesa fuese adquirida por la acaudalada familia de los Sainz de Baranda, de cuyas manos la propiedad pasó a ganaderos más humildes, aunque sin que por ello dejase de pertenecer al municipio madrileño de Santa María de la Alameda.

Salida de Peguerinos

No se sale de este pueblo para visitarla, sino del cercano Peguerinos. En coche, en bicicleta o andando, hay que recorrer los cuatro kilómetros que separan sus casas del camping, donde se inicia una carretera que se encuentra protegida por una barrera.

Hay que cruzar entonces por un roto que tiene la valla a la izquierda de la cancela. Seguir por la izquierda del cámping, a través de dehesas, por una pista en ligera subida que, en unos pocos metros, alcanza la recoleta presa de Peguerinos. Durante un trecho, el caminante cree sentirse en mitad de las Rocosas canadienses, tanta es la soledad y agreste belleza de este recóndito paraje en el que sólo se echa de menos una piragua mohicana.

En el recorrido se descubre cómo algunos de los pinos más cercanos a las aguas han terminado sucumbiendo a la tentación de bañarse en el embalse. Ahora yacen en las orillas, desnudos de ramas y medio escondidos entre los carrizos. Así se alcanza el cruce con el camino de Gargantilla, que se abre a la derecha. Entonces, se debe continuar por la pista que gira a la izquierda. Por la cartelería aquí situada se deduce que hasta hace poco estas carreteras estaban abiertas al tráfico rodado. Por fortuna, aquel momento pasó y las barreras impiden el tráfico rodado, siendo su recorrido un asunto exclusivo de caminantes y ciclistas.Cumplida la media hora aparece a la izquierda el refugio de Las Esquinillas. Está al final de una pradera llena de miles de diminutos saltamontes, que con sus saltos tejen un dibujo

imposible sobre la hierba seca. Las austeras líneas de la construcción remiten a la arquitectura bélica de los búnkeres y refugios que abundan por esta zona.

De nuevo por la pista, en busca de Dehesa Cepeda, la roja sorpresa de una ardilla distrae al caminante de la tarea que le ocupa en los últimos minutos: espantar a los enjambres de moscas que le asaltan sin piedad como si de una res se tratase.

Ya por terreno desarbolado, una ligera pendiente lleva hasta una encrucijada. A la izquierda se distingue entre un grupo de árboles el vértice geodésico del Alto del Llanillo. En ese punto hay que seguir de frente, iniciando un curveado descenso.

Rebaños de vacuno

Una arruinada construcción situada a la izquierda y un par de bosquetes de robles llevan a una bifurcación. La pista de la derecha baja hasta una cerca cerrada. Del otro lado, se abre una extensa cubeta, poblada por sotos y espaciosos robledales. Esparcidos por las agostadas praderas, los rebaños de vacuno pastan ajenos al calor que ocupa la Dehesa Cepeda. Una recia valla de piedra marca todo su contorno. Allí mismo, una sombra la cruza como si nada. Su dueña es una imperial, que patrullea por estos cielos. Y es que el águila no entiende de límites ni fronteras. Para eso es la soberana del Guadarrama.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-6 (La Coruña), hasta la salida Guadarrama, Valle de los Caídos. Seguir por la M-600 hasta San Lorenzo de El Escorial. Continuar por la M-505 hasta el Puerto de la Cruz Verde, desviándose por la M-505, dirección Avila, hasta el kilómetro 37,400, en el que nos desviamos por la M-535, dirección Santa María de la Alameda y Peguerinos. Cruzar este último pueblo, y seguir hacia la urbanización Las Damas y el cámping Peguerinos. Valores naturales. Ruta que discurre por dos ecosistemas bien diferenciados: pinares y robledales, estos últimos formando dehesas más o menos abiertas. Presencia de águila imperial, milano real, rabilargo y picapinos como especies animales más destacadas. Horario. Entre 2 y 2 1/2 horas para completar el recorrido de ida y vuelta. El camino de retorno se hace por el mismo camino que la ida. Dónde comer. Restaurante Poker, en Peguerinos. Tfno: 918.983.000.

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RUTAS VERDES / RIO FRIO

En busca del antiguo secreto del río Frío

Por los bosques de Valsaín hasta alcanzar la vieja toma de aguas del acueducto romano de Segovia VALSAIN.- Nacido en las mismas cumbres del Guadarrama, el Eresma tiene un hermano. Apartado, agreste y oculto, es el río Frío, un arroyuelo que ha creado con su barranco uno de los más apartados y bellos rincones del Guadarrama. Pero no por oculto ha pasado desapercibido. Hace dos mil años, hasta aquí llegaron los ingenieros romanos. No se dieron la pechada para contemplar tan bucólico escenario. Ni tan siquiera para darse un chapuzón en las oscuras charcas que espejean las truchas.

Mucho más prácticos, subieron en busca de la mejor toma de aguas para nutrir de caudal al acueducto de Segovia. Luego la valleja quedó en el olvido. Aquello todavía se conserva como entonces. Para verlo hay que caminar por la carretera del cementerio de Valsaín. Parece tranquila, pero eso es difícil en el Guadarrama. A pesar de estar cerrada, tiene un tráfico nada despreciable. A los todoterrenos de paisanos, ganaderos y agentes forestales, se une en días festivos el abundante tránsito de bicicletas.

En parejas o en bandas, rara vez en solitario. Si suben, todo va bien. Pero cuando bajan es otro cantar. Sólo escuchas su zumbido cuando los tienes encima. Si te los encuentras en una recta, los ves venir. Pero lo normal es que te salgan al paso tras una curva cerrada. Entonces viandantes y jinetes se llevan el susto. Los primeros por verse morir atropellados. Los segundos por verse descalabrados al caer de sus monturas metálicas.

El percance no suele tener mayores consecuencias y menos en estos tiempos en los que los ciclistas van aprendiendo a tener en cuenta que no sólo son ellos los que triscan por los montes. Las últimas curvas llevan a la Cruz de la Gallega, humilde portacho que parece debe su topónimo a los segadores gallegos que, rumbo a las llanuras manchegas, cruzaban hace decenios el Guadarrama por estos pagos.

La Mujer muerta

La carretera se bifurca. Coger el ramal de la derecha que, tras un corto descenso, retoma la suave subida. Por terreno despejado alcanza un hombro de la ladera. El rumbo está marcado por la silueta en escorzo de la Mujer muerta, hasta cuya falda llegan los límites del espeso pinar.

Al punto se penetra en las espesuras del pinar. Entre los pinos silvestres subsisten otras especies: rebollos agrupados en rodales, acebedas escondidas en las espesuras y solitarias encinas, arraigadas en las escasas praderas que no han colonizado los pinos, salen al paso, convirtiendo esta parte en un paseo botánico.

Siempre en descenso y antes de una hora de caminata se alcanza el río Frío. Lo cruza un puente junto a un montón de troncos cortados. En este punto se abandona la pista, descendiendo por un senderillo que arranca junto al puente y desciende por la orilla derecha de las aguas.

El río hace honor a su nombre y esconde en sus umbrías los parajes más frescos del Guadarrama. En bajada suave no tarda el camino en toparse con un enigmático mojón. Torcido y musgoso, muestra en una de sus caras una inscripción: Bedado Cabeza Gatos Santillana. Algo más abajo está su compañero. Más sobrio, sólo tiene grabado la fecha de 1762 y una corona real.

Están junto a una mínima represa. Formada por gastadas lanchas unidas por bridas de hierro, su hechura permite desvelar sus lejanos orígenes. Es la toma de aguas romana. Los posteriores canales y diques levantados a su vera señalan que la vieja obra aún tiene su utilidad. Sentado en una pradera, con un mendrugo de pan y un trozo de chorizo por compañía, el caminante descubre por un momento a qué sabe la felicidad.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la autopista de La Coruña, hasta llegar a Villalba. En ese punto, tomar la M-601 hasta el Puerto de Navacerrada. A partir de allí, esta carretera se denomina CL-601. Al llegar a Valsaín, hay que cruzar todo el pueblo y seguir por la carretera del cementerio. Alrededor de un kilómetro más adelante, una barrera impide continuar a los vehículos. En este punto comienza la excursión. Horario. Entre dos horas y media y tres horas. Indicaciones. Aunque carece de grandes dificultades, el hecho de que discurra por pistas y carreteras, se trata de una excursión que exige una cierta preparación física. El camino de retorno es el mismo que el de la ida. Valores naturales. Se encuentran los pinares más importantes de la Sierra de Guadarrama. También es destacable la presencia de águila imperial y buitre negro como especies destacadas, junto con corzos, jabalíes, zorros, mustélidos, picos y aves insectívoras. Dónde comer. Restaurante Las Palomas, en el pueblo de Valsaín.

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RUTAS VERDES / PELAYOS DE LA PRESA

Por los pinares de la Senda del Infante

Largo paseo por caminos de pastores, a través de unos bosques que guardan la huella de un antiguo incendio PELAYOS DE LA PRESA.- Huele a humo. A pesar de lo lejos que está el municipio de Cenicientos, en los alrededores del pantano de San Juan huele a quemado. Fue ayer mismo cuando los remotos bosques de aquel término del sudoeste madrileño se prendieron fuego. Y su olor ha impregnado estos espesos pinares que se extienden al oriente del embalse.

La zona por la que discurre la ruta se encuentra milagrosamente conservada, y en ello tiene mucho que ver el que la carretera de los pantanos no haya sido convertida en autopista, pese a los intentos para que lo sea. Dentro de poco, los científicos emitirán un informe del cual depende que se duplique esta vía.

Sin embargo, cuando la recorres no necesitas informe alguno: te das cuenta de que es mejor que permanezca así. No hay más que ver las decenas de especies de aves forestales y detectar las huellas de toda clase de mamíferos, entre los que se encuentran, no hay que olvidarlo, los últimos linces de la zona centro. Hasta hace bien poco estos montes eran bien conocidos por los ganaderos transterminantes de la zona. Al contrario que los trashumantes, cuyos largos recorridos cruzaban media España, éstos se limitan a cortos desplazamientos de su ganado. Hasta aquí traían sus vacas y cabras desde Cebreros. Lo hacían por esta senda del Infante, viejo camino que servía de unión entre Robledo de Chabela y San Martín de Valdeiglesias.

Su recuerdo, junto con los rústicos carteles que advierten de la prohibición de recoger piñas, señalan un tiempo en el que los hombres vivían mucho más integrados con el medio.

De las cercanías del kilómetro 49 de la controvertida carretera arranca una pista que discurre un tramo en paralelo. Guían el rumbo las omnipresentes marcas del GR-10.

Paseo entre pinos

Al poco se llega hasta el entronque con otra entrada de la carretera. Allí gira a la izquierda, hacia el norte, adentrándose en el pinar. Nada más hacerlo se deja otra pista que también se inicia a la siniestra.

A 300 metros se salva una barrera canadiense, tras la cual se cruza una barranquilla, al tiempo que la pista inicia una larga subida. Desde una curva cerrada a la derecha se divisa un espantoso depósito de bombeo del Canal de Isabel II. Prosigue la cuesta durante medio kilómetro y medio, hasta alcanzar un desvío a la derecha protegido por una barrera, que no hay que tomar. Poco después se acaba la cuesta, la más importante del día de hoy, continuando la pista recta y despejada. Lo hace por la parte más despejada del pinar,

aquella que todavía no se ha recuperado del incendio que hace 33 años asoló estos montes, desde San Martín a Robledo de Chavela.

Todavía con el olor al quemado de Cenicientos dentro de las narices, el caminante recuerda aquella lejana catástrofe, cuyo rastro todavía no ha podido borrar la naturaleza. Fue un fuego terrible que no respetó ríos, ni cortafuegos. Era tanto y tan grande, que los saltaba por encima. Las crónicas contaban que los pájaros escapaban con las plumas incendiadas. Cuando se apagó, se descubrieron miles de animales carbonizados entre un suelo que permaneció negro mucho tiempo.

Cruz del Quijiguillo

Se termina la rampa en la Cruz del Quejiguillo. En este breve collado confluyen cuatro pistas: la que llevamos, otra que llega de la izquierda y dos que siguen de frente.

De éstas tomar la de la derecha, que sigue de frente por la parte más profunda del pinar. Se continúa por la pista, con ligeras subidas y bajadas, despreciando todos los ramales que se abren en ambos sentidos para no perder el rumbo. Es una zona despejada que tiene a la derecha el Alto de la Parada.

La parte final de este trayecto, que discurre en las cercanías del arroyo de la Puebla, tiene un ligero desnivel, hasta alcanzar la carretera M-512.

El regreso puede hacerse por el mismo camino que a la ida, o, si se quiere cambiar de paisaje, a través de otra pista que recorre la vertiente este del Alto de la Parada y que desemboca de nuevo en la senda del Infante a dos kilómetros del punto donde se inició la excursión.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-5 (Extremadura), hasta San José de Valderas, donde se sigue por la M-501 hasta el kilómetro 49,1. De ahí sale una pista a la derecha. Allí se deja el vehículo. Horario. Entre tres horas y tres horas y media para el recorrido ida y vuelta. Indicaciones. Ruta que discurre en todo momento por amplias y cómodas pistas forestales. Es un itinerario especialmente recomendado para bicicleta todoterreno. Evitar las horas más calurosas del día y llevar agua abundante, así como gorro y crema protectora. Valores naturales. Frondosos bosques de pino piñonero. Es fácil descubrir ardillas y picapi-nos en el bosque, mientras que en las zonas despejadas, se descubre el alto vuelo de milanos, ratoneros y buitres. En la zona se asienta la colonia de leonados más importantes del sudoeste madrileño. Dónde comer. Mesón del Puerto, junto al puente de San Juan, que cuenta con horno de leña para asar corderos y carnes de Avila. (Teléfono: 91-864-40-58).

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RUTAS VERDES / SIERRA DE AYLLON

Visita al escondido y refrescante paraje de la cascada del Aljibe

Uno de uno de los más curiosos y desconocidos saltos de agua que pueden encontrarse en la zona centro EL ESPINAR.- Caminaba Paco Ruiz por el alto Jarama, en uno de sus habituales recorridos por la zona centro junto a sus amigos José Luis Cepillo y Juan Madrid. Los tres se dedican a descubrir olvidados caminos y rescatar sendas del pasado, para luego incluirlas junto con miles de datos más en los mapas que publica la Tienda Verde, comercio especializado en bibliografía de campo y montaña que regenta desde hace un cuarto de siglo el propio Paco.

No existía información sobre la zona y recorrerla no era cosa sencilla. El caso es que descendían desde el rudimentario puente que cruza el río madrileño a la altura de Matallana, cuando Paquito se vio sorprendido por un inopinado ruido que procedía de una barranquera que se abría en la orilla izquierda del Jarama.

No tenía noticias de industria o actividad alguna en aquel lugar y, a simple vista, no parecía que hubiera nada. Pero aquello sonaba un montón. Así que se decidió investigar. A medida que subía por el barranco, éste se angostaba más en su fondo, al tiempo que el estruendo crecía. Hasta que encaramado a un altozano descubrió su origen. Unos 20 metros más abajo, entre afilados cantiles de pizarras, un arroyo se precipitaba en una sucesión de saltos, terminando el último de ellos en una piscina natural de 10 metros de diámetro. El arroyo era el del Soto y el salto la cascada del Aljibe. Tanto les impactó su descubrimiento, que este recóndito paraje ilustra la portada de su mapa de la sierra de Ayllón.

Para llegarse hasta allí hay que partir desde Espinar, un severo pueblo que, por austero, ha prescindido hasta del artículo en su propio nombre; Espinar, así a secas, sin más. Junto a las últimas casas se inicia una pista que marcha en suave ascenso hacia un altozano. En la despejada loma destacan algunos solitarios y hermosos robles. La inmensidad de algunos de ellos los convierte en auténticos monumentos vegetales.

Al final de la cuesta, el camino se bifurca, continuando por el ramal de la derecha hasta que cien metros después hay que desviarse por una senda, en la que unas tenues rodadas se adentran hacia los pedregosos barbechos de la derecha. En este tramo, el rumbo queda marcado por el arisco perfil de la Sierra de La Puebla, que cierra el horizonte por el oeste.

Siempre de frente se cruza una pista marcada, transitando entre matas de robles, milagrosamente respetados por el azote del arado. Hasta alcanzar el borde del amplio cerro, casi una meseta, cuya ladera se precipita empinadísima hacia el tajo abierto por el Jarama. Por ella se lanza decidida nuestra pista, teniendo como objetivo un roblón que parece aguardar con los brazos abiertos a que caiga un caminante. El incómodo descenso termina en un sotillo que oculta un hilo de agua. Era de esperar en esta época del año. Así como en

invierno y primavera cuesta más de un apuro cruzar este arroyo del Soto, ahora se salva con una breve zancada. Más no habrá de cruzarse, sino que tomando el sendero que recorre su orilla izquierda, se recorre el cerrado matorral hasta que, en cinco minutos, ya cerca de la unión del arroyuelo con el Jarama, se escucha el murmullo que escamó a Paquito.

Asomado a la barranquera, se descubre abajo el milagro hecho por el agua teniendo el tiempo como única herramienta. Un primer represamiento conduce a un salto de un par de metros, en cuyo final el agua se embalsa en una suerte de bañera natural que desborda por el lado opuesto. Lo hace en una cascada de una decena de metros sobre otra balsa más grande y sombría, parte de la cual está cubierta por una espesa bóveda vegetal. Su perfección, encajada en las paredes pizarrosas, la convierte en un aljibe natural. No podría tener otro nombre.

Hasta su orilla da la vuelta el caminante y allí con el polvo del camino como único estorbo, se sumerge en esta morada de truchas y ranas, que tiene su fondo tapizado de piedras redondas como óbolos.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, tomar la A-2 (Barcelona), hasta el kilómetro 50, desviándose hacia Cabanillas de la Sierra y Guadalajara. En esta ciudad seguir por la CM-101, dirección Humanes y luego a Tamajón por la CM-1004. Desde esta última localidad, continuar dirección Mataelrayo, hasta el pueblo del Espinar, en cuya era comienza la excursión. Horario. Entre 1,30 y 2 horas. Las mejores épocas para visitar la cascada son primavera y verano. En los meses estivales conviene realizar la marcha temprano, evitando las horas más calurosas. A pesar de ello, llevar gorro, crema solar y agua. Indicaciones. Aunque corta, la marcha salva un desnivel muy abrupto. Es imprescindible llevar un calzado de marcha adecuado. Valores naturales. Territorio despoblado donde habitan jabalí, corzo, liebre, cárabo, lechuza, búho, mochuelo, águila real y cernícalo. Dónde comer. El Portalón de Sonsaz. (Teléfono: 949/859.087). Situado en el kilómetro 24 de la CM-1004, a la entrada de Tamajón.

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RUTAS VERDES. ALTO LOZOYA

Por los refrescantes bosques finlandeses de los Batanes

Un rincón del Guadarrama con la sorpresa de una sauna, un embarcadero y unos árboles venidos desde el norte de Europa

RASCAFRIA.- Habrá más de uno que al descubrir tan bucólico rincón, se frotará incrédulo los ojos pensando ser víctima de una alucinación. Cuesta creer que en nuestro suelo se localice una auténtica sauna finlandesa, en mitad de un bosque también venido de aquellos territorios nórdicos.

Escondida en las fragosas espesuras del Lozoya, se encuentra una diminuta cabaña de la que sale un rústico embarcadero que se adentra en un estanque, donde se reflejan abetos, acebos, escaramujos, pinos y otros vegetales escandinavos.

Lo llaman el bosque finlandés y está en la finca de los Batanes, una de las más valiosas posesiones de los cartujos. Aprovechando la fuerza del Lozoya, los monjes instalaron un molino que en principio servía para aserrar madera. Con el tiempo la instalación se adecuó en importante fábrica de papel. Hasta el punto de que de ella salieron las resmas donde se imprimió la primera edición del Quijote.

Después la industria cayó en el olvido, hasta que, acabada la Guerra Civil, la Sección Femenina instaló aquí sus reales. Después de ello, zarzales y abandono lo convirtieron en ruinas. La finca era, lo es todavía, rica en especies forestales. Pinadas, olmedas, abedulares y robledales ocupan sus extensiones. Para comprobarlo, nada mejor que cruzar el Lozoya por el puente del Perdón, continuando por la pista asfaltada hasta el acceso al albergue juvenil Los Batanes, que al poco se abre a la izquierda.

No habrá que andar mucho por este desvío, pues a tiro de piedra se localiza un poste indicador. Frente al mismo y a la izquierda, se inicia un caminillo entre el robledal. Tras dejar a la izquierda un campo de fútbol, se accede a una pradera.

Como si de un corro de brujas se tratase, ha crecido a la sombra de un umbrío abedul un círculo de trabajadas sillas de madera. Allí está la fuente del Botijo. Al final de la pradera y por mitad de una alameda, prosigue el camino que se topa con un cartel de madera: señala la entrada del Bosque de Finlandia.

El sendero que aquí se inicia cruza un pequeño abetal que da paso a la cabaña de la sauna, un primitivo depósito de agua y el embarcadero. Fue en abril de 1996, cuando la embajadora de Finlandia en persona inauguró tan sorprendente lugar. Unos 100 árboles fueron plantados. «Los bosques son nuestros pulmones, hay que tratarlos con cuidado. Es nuestro legado a las futuras generaciones», dijo la señora Forsman en tan memorable ocasión.

Desde entonces, las coníferas se han adaptado al clima del Alto Lozoya, como si de emigrantes forzosos se tratase. La sauna nunca se puso en marcha. Ya entonces se reconoció difícil su uso. «No es posible tenerla en funcionamiento. La destrozarían», dijeron los responsables del lugar.

A pesar de todo, la cabaña y el embarcadero no han sido demasiado masacrados por los bárbaros. Sentado en su bancada de madera, el caminante piensa en lo beneficioso que le resultaría someterse al salutífero rito del calor y frío, administrados en sabia alternancia.

Como consuelo, se despoja a hurtadillas de su magra vestimenta y, ya que no es posible (ni recomendable) encender yesca alguna para sudar primero, se conforma con el chapuzón final en la lagunilla. Su gélida temperatura hace efecto y prosigue la caminata con renovados bríos.

Marcha el paseo hasta alcanzar el viejo molino, junto al que se cruza una cancela. Más adelante un desvío a la izquierda lleva a un puente sobre el Lozoya. Cerca está el camino asfaltado que transita junto a la carretera.

De regreso, el caminante cavila sobre el interés de esta ruta que, a pesar de su curiosidad, nula dificultad y destacado valor para sembrar afición al excursionismo, no ha sido marcada por la Comunidad. Algo que sauna, abetos y estanques y canales de los Batanes piden a gritos.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-1, llegar hasta la localidad de Lozoyuela, desviándose por la comarcal M-604, dirección al valle de Lozoya. Sobrepasar Rascafría, hasta llegar al monasterio de El Paular, en cuyas cercanías se deja el coche aparcado y empieza la ruta. Horario. Este recorrido circular puede hacerse en una hora. Aunque, aquí más que en otro sitio, no hay que tener prisa en terminarlo. Información. En el Centro de Información del Puente del Perdón, situado junto a este puente y frente al Monasterio de El Paular, dan información sobre ésta y otras rutas que recorren todo el valle del Alto Lozoya. Horario: abierto todo el año de 10 a 18. Domingos y festivos de 10 a 20. (Tfno: 918.691.757). Valores naturales. Importantes masas de robles, pinos, álamos y abetos, junto con abedules, acebos, escaramujos y otras especies vegetales. Paraje fluvial destacado. Presencia de ardilla, zorro, jabalí, picapinos y otras aves de bosque. Dónde comer. Restaurante Pinosaguas, km. 32, carretera M-604. (Tel: 918.691.025).

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RUTAS VERDES / GUADARRAMA

Paseo hasta la olvidada Peña del Arcipreste de Hita

Visita a un recoleto y desconocido rincón de la Sierra que fue uno de los lugares más tempranamente protegido de España GUADARRAMA.- «Existe en la Sierra de Guadarrama una particularidad que merece la declaración de monumento natural de interés nacional. Se refiere ésta a un risco o canchal granítico, con grandes piedras caballeras, situado en el término municipal de Guadarrama, entre el collado de la Sevillana y la peña del Cuervo».

Publicado en la Gaceta de Madrid, este texto que a muchos les sonó a música celestial, vio la luz en 1930 y supuso una de las más tempranas declaraciones de protección jamás efectuadas en España.

Para celebrar el 70º aniversario de la efeméride, nada mejor que rescatar del olvido a un paraje entonces definido como «síntesis de los paisajes serranos del Guadarrama: el matorral de helechos y de arbustos rodeando al risco; un rodal de añosos pinos, de formas singulares, junto a él una fuente que tiene un verde y ameno pradillo en la delantera».

Aunque parezca increíble, todo aquello aún se conserva, como si el tiempo se hubiese detenido. Para comprobarlo sólo hay que darse un corto garbeo que comienza en las cercanías de la otrora llamada curva de las Campanillas.

Muy cerca, una esbelta piedra caballera muestra en su pecho los galones blancos y amarillos que indican que, además, por aquí pasa una senda de pequeño recorrido. En la parte alta del berrueco una vieja inscripción marca el inicio del camino que lleva a la Peña del Arcipreste y a la Venta del Cornejo.

Los preceptivos carteles que prohiben hacer fuego y una valla americana en el suelo dan paso a una pista forestal que transita a media ladera. Un kilómetro después, y a 100 metros de una barrera que cierra el paso a los vehículos, dos hitos de piedra situados a mano izquierda son el humilde pórtico de un sendero que se adentra en el pinar.

Sin mucho esfuerzo gana altura mientras recorre un bosque que conserva una imagen ancestral y primigenia. Los árboles se desparraman al albur entre afloramientos rocosos. Helechos, piornos, rosales silvestres, dedaleras y otras arbustivas conforman un sotobosque esponjoso.

A lo lejos se ve brincar a una ardilla y junto al camino, un batiburrillo de plumas señala que allí mismo el azor dio cuenta de la zurita. Antes de lo pensado se alcanza la fuente Aldara, que brota de un sencillo brocal. Sigue el camino su ascenso, dando un par de requiebros entre pinos y peñascos, rumbo a unas rocas situadas en lo más alto del horizonte.

Fue iniciativa de la Real Academia Española de la Lengua, consagrar aquel lejano 1930 este paraje, por donde anduvo el bueno del Arcipreste de Hita, justo a los seis siglos de la creación de su Libro del Buen Amor.

Cuesta leer las dos inscripciones, medio borradas por el tiempo, que realizaron Ramón Menéndez Pidal y su hija. Un pino insolente y retorcido ha crecido delante, medio escondiéndolas con sus ramas: «Al Arcipreste de Hita, que cantó esta sierra do gustó las aguas del río de Buen Amor».

En una grieta abierta entre las peñas situadas a sus pies, una vetusta arqueta de madera guarda una entrañable colección de objetos: un ejemplar del Libro del Buen Amor, cuadernos con toda suerte de anotaciones, bolígrafos, lápices, caramelos, cigarrillos y tarjetas de visita.

Se sigue subiendo hasta culminar la ladera y toparse con una alambrada que señala la linde entre las provincias de Madrid y Segovia. De regreso, se alcanza en seguida la fuentecilla. Su nombre no es otro que el de la pastora cantada por el Arcipreste. A su lado la recoleta pradera invita al solaz contemplativo, a la espera de la improbable aparición de la zagala o a desplegar la merienda. Todo es cuestión de gustos.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid por la A-6 hasta Guadarrama, donde se sigue por la vieja carretera N-VI, rumbo hacia el puerto de Los Leones. Poco antes de llegar, justo a la altura del kilómetro 56, a la derecha se inicia una pista forestal. Horario. Entre 1/2 y 2 horas si se vuelve por el puerto de los Leones. Si sólo se llega hasta la peña del Arcipreste, calcular una hora para el recorrido de ida y vuelta. Indicaciones. Marcha corta y en absoluto esforzada. En vez de volver por el mismo camino, existe la posibilidad de realizar una marcha circular. Para ello, seguir desde el collado del Arcipreste por la línea de crestas hacia el oeste. Tras subir la Sevillana, se alcanza el puerto de los Leones, desde donde se baja por el margen de la carretera. Valores naturales. Lugar tranquilo y solitario. Cerrados bosques de pino silvestre, que acogen una variada avifauna. Interés paisajístico e histórico. Dónde comer. Restaurante El Jardín. Las Zorreras, Galapagar. (91 851 02 42).

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RUTAS VERDES / CAMPOS DEL SURESTE

Visita a la Dehesa de Brea de Tajo

A pesar de que es uno de los ejemplos más notables de bosque mediterráneo, su situación la hace pasar inadvertida BREA DE TAJO.- En un campo solitario y al pie de un cruce que hace la carretera de Brea con un camino, hay una inesperada mesa de piedra. Tan sencilla área recreativa marca el paso de la Cañada Real Soriana a través de uno de los más remotos rincones de Madrid, donde se asientan los terrenos de este pueblo prolijo en dehesas y aceitunas.

Allí mismo, entre campos arados donde han echado sus raíces blancos caseríos y un bosque de copudas encinas, trepa esta vía pecuaria rumbo hacia el sur. Es una subida de medio kilómetro, que alcanza una cimera donde se abre el panorama.

Un breve tramo horizontal y el descenso que le prosigue conducen hasta una hundida majada. En su centro se abre el pozo de la Yusera, elemental e imprescindible monumento que se mantiene igual que en los tiempos de don Quijote, sin más cambios que un bidón de plástico para remontar el agua, en vez del tradicional cántaro. En el fondo de su blanco brocal espejea el agua, a escasa distancia del suelo.

La excursión de hoy traza un inmenso ocho en esta dehesa y, a la vuelta, volverá a asomarse a tan reparador agujero. Cañada Real adelante, pues, sigue un camino de subidas, bajadas y bandeos entre cultivos recién arados. No es necesario recorrer ni medio kilómetro cuando se descubre al fondo de los surcos de la derecha, una blanca construcción. Hasta ella merece la pena darse un aventón.

Aunque en parte arruinada, muestra sus sencillas formas, de techumbre cónica y pequeña puerta. Situada sobre un majano que domina los campos del derredor, esta choza merinera es uno de los típicos refugios que, espaciados a lo largo de todo el recorrido de las cañadas, era usado para pasar las noches por los pastores trashumantes en sus largos viajes mesetarios por estos caminos seculares.

De vuelta a la pista, se alcanza un cruce de aspa. Allí se abandona la cañada, para seguir por el camino que se abre a la izquierda. Tras cruzar los tranquilos campos roturados y una cortina de robles, se alcanza la parte más hermosa de esta dehesa primigenia. Es un campo tan verde y brillante como un tapiz, en el que surgen en armonioso desorden negras y gigantescas encinas, recios gigantes que llevan siglos de inmóvil espera. Tan bello es el paraje que en vez de marchar recto el camino se entretiene dando una y otra curva. Al final se encarama en un alto, donde se sitúa un nuevo cruce.

A la izquierda, un camino particular, defendido por una cadena; a la derecha una larga fila de olivos señala el rumbo de la otra pista, que es la que debe seguirse. Hace tiempo que se

recogió su fruto, pero el olor que se desprende de sus hojas y ramas plateadas inunda con su inconfundible aroma todo el ambiente.

Un descenso suave lleva a otro cruce en forma de aspa en un terreno despejado. Lo flanquean dos carteles: el primero señala un coto de caza, el segundo, que estamos de nuevo en la Cañada Real Soriana. Tomar el ramal de la derecha, que se inicia con una corta subida entre un despejado terreno arado a la izquierda. Tras llegar a otro cruce, se desanda el tramo que lleva de nuevo al pie del pozo de la Yusera.

A sus pies se inicia una pista casi difuminada entre los surcos. Al poco deja la huella del arado y con una corta subida se planta uno en la parte más arisca y cerrada de la dehesa.

En un punto, el camino casi se pierde entre la espesura de carrascas y robles, pero no es difícil adivinar el rumbo que siguen sus rodales. Al final desembocan en una ancha pista que bordea unos extensos cultivos. Sobre ellos, inmóvil, otea los suelos un ratonero. Pasado un momento se lanza en picado, para remontar a menos de un metro del suelo.

Tomada la ancha pista hacia la izquierda, ésta recorre primero un tramo horizontal, con el bosque de encinas a la izquierda y los interminables sembrados del otro lado. Finalmente, un suave descenso que conduce hasta la carretera, a escasa distancia del punto donde se inició esta ruta.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-3 (Valencia), hasta la salida 41, dirección Perales de Tajuña, Tielmes, Valdelaguna. Desde la localidad de Tielmes, hay que seguir hasta Carabaña y, una vez allí, por la M-204, hasta Orusco. Una vez allí, se debe seguir hasta Brea de Tajo tomando la carretera M-229. Indicaciones. Excursión que puede realizarse perfectamente en bicicleta todoterreno, dado lo franco de las pistas que recorre y el escaso desnivel que salva. Horario.- Entre dos horas y cuarto y dos horas y media, para algo menos de 10 kilómetros. Valores naturales. Uno de los más interesantes y desconocidos sistemas adehesados de la región. Se pueden encontrar olivares, robles y quejigos. Presencia de ratonero, perdiz, cuervo, graja, torcaz, liebre y jabalí. Dónde comer. Bar restaurante Wilma, en Orusco. (918.724.148).

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RUTAS VERDES / SIERRA DEL OCEJON

En busca de las chorreras de Despeñalagua

A pesar de la escasa lluvia caída en la región, estas cascadas siguen desbordándose en espectaculares saltos de agua VALVERDE DE LOS ARROYOS.- Desde su mundo entre las nubes, los meteorólogos han declarado a los cuatro vientos que este recién cumplido febrero ha sido desalentador. Y esto es bien visible aquí en el alto Sonsaz, donde, hasta hace unos pocos años, las nieves aislaban la comarca durante unos inviernos que eran tan blancos como fríos. Despensa de agua para la primavera y verano, la nieve hoy brilla por su ausencia.

No parece, por tanto, una idea demasiado brillante acercarse hasta tan remoto lugar para contemplar un salto de agua. Pero, por pocas lluvias que hayan caído, en Despeñalagua siempre desborda un chorro lo suficiente como para que merezca la pena el paseo. Tiempo atrás aquí se venía en esta época a ver cómo las delicadas columnas de cristal helado sustentaban la negra pared que las enmarcaba. Debía entonces el caminante abrigarse de invierno y andar un buen trecho abriendo huella en la nevada. Pero el calentamiento global mandó todo ello a la historia.

Ahora, los caminos que recorren ese tiempo de ninguna época, libres de nieve, aún cruzan por unos campos dormidos, incapaces de vestirse del color de la de primavera. El gastado Ocejón luce su negra silueta. Entre sus crespas pizarras, apenas resisten unas mínimas manchas de nieve; es todo el testimonio que dejan los fríos.

Hay en la parte alta del pueblo un campo de fútbol que es único. Con un césped tan tupido y sano que sería la envidia de los del Madrid y el Barcelona, extiende su geometría en suave pendiente. Tal vez por ello el caminante nunca vio allí jugar al fútbol. Tal vez por ello es reconocida pista de aterrizaje de parapentistas y aladeltistas. Tras la portería de su parte alta se inicia un camino entre huertos, robles y castaños que, sin apenas salvar desnivel, recorre a media altura la cerrada garganta que se adentra en la montaña. Quien busque un lugar remoto y solitario, donde no sienta otro ruido que sus pasos y no tenga más compañeros que su bastón y su macuto, que no venga a las chorreras.

Paraje famoso

Son muchos, tal vez demasiados, quienes hasta aquí vienen en busca de un arroyo que siempre está de fiesta, aunque sean tiempos de sequía. Llegan atraídos por la fama de un paraje que, amén de agua, desborda ese encanto especial que sólo tienen algunos lugares de nuestra naturaleza. Vienen para verlo y, de paso, darse un breve garbeo. Para disfrutar, aquí se anda lo mínimo que despachan. Lo justo para abrir el apetito y desentumecer el esqueleto.

Junto al camino canta una acequia que, a tramos, se esconde dentro de un feo tubo de plástico donde se escurren los caminantes. No pasa mucho tiempo, cuando el cómodo sendero da un requiebro entre unas peñas y cambia de rumbo. Lo hace para cruzar la pequeña garganta abierta por el arroyuelo de la Angostura, que en un corto tramo se funde con el sendero.

Al otro lado, un puñado de solitarios robles son el sufrido testigo de los bosques que hace mucho desaparecieron de la solana. Dan paso a una ladera preñada de piornos, entre los que curvea una senda que hace mucho abrieron los cabreros, pero que ahora mantienen a raya los cientos de turistas que la visitan. Cruza por un amplio rellano, privilegiado balcón sobre el arroyo de la Chorerra, al otro lado del cual se eleva la inacabable ladera del Ocejón, que termina mucho más arriba, exactamente a 2.048 metros. Hacia aquel punto convergen las crestas de agudas pizarras. Son simples aris-tas, pero sus renegridas formas asemejan el crespo espinazo de fantásticos reptiles.

Sin más que contar y sin haber cumplido siquiera una media hora de andadura, se llega a las losas donde vuela la cascada. Justo al pie de un anfiteatro rocoso, partido por su mitad por una intermitente cortina de agua. La forman tres saltos principales y media docena más de pequeños despeñaderos que alcanzan en su conjunto un desnivel cercano a los 50 metros.

Perspectiva inédita

A la derecha, otro hilo de agua cae por una larga esquina rocosa. Entre la bruñida piedra, una luminosa vegetación encuentra su acomodo bajo la inacabable ducha. Cruzando justo a los pies de la cascada, trepa el camino por la otra orilla, hasta alcanzar un hombro en la ladera. Hasta allí se llegan los más esforzados en busca de una inédita perspectiva. Lo normal es desandar el fácil sendero seguido a la subida.

Pero hay a quien el cuerpo le pide más marcha. Para dársela, desde aquel punto, debe continuarse por una larga travesía en ligera subida hasta alcanzar un ancho collado. Allí mismo se enlaza con una ancha pista por la que, en varias revueltas, se alcanza el fondo del arroyo de la Chorrera, algo por encima de Valverde. Tras cruzarla por un rústico puente, sólo queda ascender la pesada cuesta que lleva hasta la aldea.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid por la A-2 hasta Guadalajara, salida Cabanillas. Seguir por la GU-124 a Humanes y Tamajón, por la CM-1004. Un kilómetro después de esta villa, dirección Majalerayo, desviarse a la derecha hasta Valverde de los Arroyos. Indicaciones. Excursión cómoda y breve -menos de una hora-, ideal para iniciar en la caminata a los niños. Valores naturales. Presencia de jabalíes, corzos y buitres. Dónde comer. Mesón Los Cantos, en Valverde de los Arroyos. (Tfno: 949.307.453).

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RUTAS VERDES / VALLE DEL HENARES

Entre avutardas y liebres por la Cañada Real Galiana

Sencillo recorrido a través de una vía pecuaria que discurre entre campos sembrados por la Alcarria madrileña CAMARMA. Los gastados cerros por los que asciende hacia el norte el Valle del Hena-res han sido hasta ahora una tierra al margen. Sólo los campesinos y pastores gober-naban estos territorios. Pero ahora, las cuchilladas de asfalto de vías como la M-50 o la M-45 están partiendo en pedazos estos campos que surcan los caminos de la Mesta.

Para recorrer uno de los más conocidos, la Cañada Real Galiana, se echa a andar el caminante por esta Alcarria del Henares, granero de las aves esteparias. La Galiana marcha rumbo al nordeste recta como una vara. Sin mayores sobresaltos que el polvo levantado por un alejado rebaño, se alcanza el cruce con la carretera que lleva a Camarma. Al otro lado, la cañada cruza el arroyo de Camarmilla.

Nada más pasarlo, la pista se bifurca, y aunque un cartel de vía pecuaria invita a tomar la que se abre a mano izquierda, debe seguirse de frente, pasando junto a una escuela de equitación. Al fondo aparece clavado, entre los cultivos, el caserío de Meco.

Encrucijada

Hacia allí hay que dirigirse hasta alcanzar una encrucijada, donde se cambia el rumbo para penetrar en una valleja que, entre los cerros de La Peinada, se abre hacia el norte. Tan recta y ancha como las demás pistas de la zona, transita por una gastada vaguada encima de cuyas lindes desbordan vides y olivares.

Entre ellos, el caminante vislumbra primero una liebre y ésta le lleva hasta otra y otra más. Al cabo de un momento, toda la solana aparece plagada de los inquietos lagomorfos, que se entregan a un extraño frenesí. Cortas y quebradas carreras terminan con frenazos impensados. De vez en cuando, otras se entregan a repetidos saltos, presas de una indudable inquietud. Más allá, otras se concentran en una especie de ring, donde dos contrincantes puestos en pie sobre sus patas traseras se enfrentan en una suerte de peculiar pugilato. No hay duda, el celo ha llegado al mundo de las liebres un año más. Sentado en la orilla de la cañada, el caminante deja pasar las horas ante tan inusual espectáculo. Inmóviles, las liebres se olvidan de él y, poco a poco, se entregan a sus ardores a una distancia cada vez más cercana. Hasta que una, especialmente grande, al pasar a una decena de metros, le descubre, dándose a la fuga, no sin dar el aviso a sus compadres con su inconfundible grito de alarma.

Termina la vaguada sobre la zona deportiva de Camarma. Allí gira a la derecha y con un descenso marcha al encuentro del pueblo. Al llegar a la altura del arroyo de la Camarmilla, en vez de cruzarlo, toma un camino que sigue a su lado, dirección sur.

Un campo de olivos ocupa la ladera de la izquierda. Entre los apagados árboles, un bando de perdices trepa hasta la cimera y allí pone en fuga a otro hatillo de liebres que, a lo lejos, asoma, de vez en cuando, sus orejones.

De nuevo, en la encrucijada al pie de la hípica, debe girarse a la derecha para desandar parte de la Galiana recorrida. Se cruza de nuevo la carretera de Camarma, para nada más hacerlo, de las dos pistas que allí se inician, tomar la de la derecha, que emprende una larga subida hasta los cerros de Las Particiones, donde se sigue hacia el norte.

Al llegar a un nuevo cruce, junto a un centro canino, se toma la pista de la izquierda, que recorre las esteperas donde nace el arroyo de la Cuba. Y es allí, en los campos solitarios, donde unas lejanas figuras caminan con andares lentos y pausados. Su gran tamaño las delata, son avutardas, las avestruces castellanas.

Parada nupcial

En la distancia se ve como un grupo de hembras está hipnotizada ante la rueda, su llamativa parada nupcial, que les ofrece un macho. En silencio y casi agachado, para no molestar, sigue su marcha el caminante, emprendiendo el descenso al valle abierto por el arroyo de Valdelagos. A sus pies, muere la pista, debiendo seguir por la vera del río hasta alcanzar la carretera de Daganzo, a escasa distancia de donde inició la ruta.

Pero antes de llegar al asfalto, la carrera de una liebre que salta el arroyuelo descubre al caminante otra sorpresa: en los cercanos sembrados, un grupo de aves emprende la fuga entre indignados siseos, son sisones, las otras destacadas aves esteparias.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la N-II, hasta Alcalá de Henares. Seguir dirección Daganzo de Arriba. A la altura del kilómetro 5, nada más pasar un visible pinar, hay que desviarse a la derecha por la Cañada Real Galiana, que aparece asfaltada hasta la entrada a unos depósitos de combustible. Allí se deja aparcado el vehículo. Horario. Entre tres y cuarto horas. Indicaciones. Toda la ruta transcurre por anchas pistas y vías pecuarias con desnivel poco pronunciado. Resultan muy recomendables para recorrer en bicicleta todoterreno, pudiendo en ese caso prolongar la excursión hasta Meco. Valores naturales. Zona esteparia y de cultivos con olivares y eriales de tomillo y cantueso. Presencia de liebres, perdices, milanos, avutardas, sisones, calandrias y codornices. Comer. As de Copas, Camarma de Esteruelas. (91 886 60 51).

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RUTAS VERDES / VALLE DEL TAJUÑA

Entre Carabaña y Tielmes por la vía del tren de Arganda

Excursión por uno de los tramos rehabilitados de un ferrocarril de vía estrecha desaparecido hace medio siglo CARABAÑA «El tren de Arganda, que pita más que anda». Durante décadas, los niños madrileños cantaban la monótona tonadilla infantil mientras jugaban. La canción está hoy tan olvidada como aquel humeante trenecillo que justo echó a rodar hace 99 años.

El objetivo de aquella máquina de hierro que echaba más humo que andaba, era llegar hasta Zaragoza, pero se quedó por el camino. El trazado sólo pudo estirarse hasta tocar la Alcarria. Pese a ello, dio un encomiable servicio, tanto en el transporte de viajeros como en el de mercancías. Sus convoyes estuvieron saliendo todos los días desde la estación del Niño Jesús, junto al Retiro, hasta el año 1953. Luego, los 143 km. de aquel trazado cayeron en el olvido. Mucho tuvo que ver en ello el popular 600, que hurtó al ferrocarril muchos de sus viajeros. Tantos que hubo que cerrarlo.

Lo primero que desaparecieron fueron las cotizadas vías, más tarde lo hicieron algunos tramos de su plataforma, que fue ocupada por construcciones ilegales, en idéntica suerte a la corrida por las ancestrales cañadas ovejeras.

Sólo se mantuvo activo el tramo que, desde Vicálvaro, servía para acarrear el cemento salido de las canteras de El Alto, en las cercanías de Morata de Tajuña. Así siguió hasta 1998, fecha en que sus vetustas traviesas dieron paso al trazado de la línea de metro que lleva hasta Arganda.

La Fundación de los Ferrocarriles Españoles, en su afán por recuperar los más de 6.700 km. de vías férreas, tan abandonadas como la del Tajuña, ha habilitado una parte importante de este trazado. Hay quien lo llama la vía verde del tren dulce, no en vano, gran parte de su uso fue el transporte de remolacha.

Tramo señalizado

En la actualidad está habilitado y señalizado para su recorrido a pie o en bicicleta en el tramo que une Morata de Tajuña con Mondéjar, ya en Guadalajara, y se baraja el proyecto de unirlo con Arganda para poder acceder a la vía verde en metro. Dividido en sucesivas etapas, una de las últimas en ser acondicionadas es la que se extiende entre las localidades de Carabaña y Tielmes, objetivo del paseo de hoy. Horizontal en casi todo su recorrido, la marcha no tiene mayor enjundia que disfrutar de su entorno, siendo más que recomendable hacerla en bicicleta.

Desde Carabaña, un puente permite cruzar el Tajuña, encontrando el caminante de inmediato una cinta de asfalto casi tan rojizo como aquellas remolachas. Aquí echa a andar

hacia la derecha esta excursión que discurrirá siempre en compañía del Tajuña. Entre la cerrada arboleda, todavía aguanta en pie uno de los abundantes molinos que se esparcían por la vega de este río.

A los 400 m., el camino se mete entre sembrados, dejando la carretera que lleva a Villarejo. Primero junto al río y luego entre fincas agrícolas marcha el camino hacia poniente, cerrando el horizonte los cerros de Cabeza Gorda y Horcajo. Sus gastadas laderas acogen grises olivares que se reparten con orden el terreno. A 2 km. se cruza una ignorada carretera; une Villarejo con Chavarri, cuya abandonada central eléctrica se asoma entre los árboles que crecen junto al Tajuña. Allí mismo se encontraba la estación que recogía los millares de botellas en que se enviaba hasta la capital la apreciada agua de Carabaña.

En este tránsito, la vía verde se ha ido alejando del río y ahora transita a los pies del Horcajo y, en un punto, da un cerrado giro, emprendiendo una subida, como si quisiera ascender por sus faldas. Pero, en breve, gira, y entre un cerrado carrizal prosigue su rumbo paralelo al Tajuña. No tarda mucho en aparecer, justo a la vera del camino, un blanco caserío. Es la ermita de los Santos Niños, blanqueada por última vez hace apenas cuatro años. La vega se extiende a los pies de este altozano. El sinuoso trazado del Tajuña rompe la monotonía de los cultivos, que alcanzan hasta la alejada Morata.

Una larga bajada deja al caminante ante la carretera que lleva a Villarejo de Salvanés. Por ella, y a manoderecha, se acerca hasta la orilla del río. Allí mismo, un viejo puente lleva hasta Tielmes. Desde su viejo pretil se contemplan las aguas. Y la luz de la tarde envuelve el paisaje de tonos suaves, casi tan dulces como aquel ruidoso tren remolachero que los cruzaba hace cincuenta años.

Datos prácticos

Como llegar. Desde Madrid se sale por la A-3 (salida 41), dirección Perales de Tajuña, hasta llegar a Tielmes. Se atraviesa esta localidad y se continúa por la M-204 hasta Carabaña, donde comienza la excursión de hoy. Indicaciones. Todo el camino discurre por terreno asfaltado, por lo que es muy recomendable realizar la ruta en bicicleta. El recorrido entre los pueblos de Carabaña y Tielmes es de 6,6 km., por lo que si se hace en bicicleta y quedan ánimos puede prolongarse la marcha hasta la localidad de Morata. En este caso, la distancia total del recorrido será de unos 21 kilómetros para la ida y otros tantos para la vuelta. Valores naturales. Vega fluvial con destacados ejemplos de bosques de rivera. Monte bajo y cultivos. Presencia de liebres, perdices, milanos y cernícalos. Horario. Caminando ida y vuelta entre Carabaña y Tielmes, dos horas. Donde comer. Restaurante Castilla (Tielmes).

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RUTAS VERDES. GALAPAGAR

Excursión por las orillas del pantano de Valmayor

Visita a un refugio invernal de aves acuáticas, rumbo a un remoto cauce fluvial que recorre las dehesas del Guadarrama GALAPAGAR.- Echarse al monte temprano es asunto que reporta muchas ventajas al caminante. De esta manera, por ejemplo, se puede asistir a la lucha del sol de madrugada, aún sin fuerzas, que mantiene con las neblinas que difuminan los contornos del lado sur del embalse de Valmayor. Pero, sobre todo en los días festivos, madrugar es garantía de recorrer sin agobios esos caminos y veredas. A pesar de ello, ¡sana afición!, ya hay un puñado de pescadores dándole al aparejo. Allí quedan, anclados a su paciencia que se sumerge en las aguas, mientras el caminante sigue orilla arriba del último tramo de este embalse acostado entre las dehesas del Guadarrama.

En la recula del pantano se sumerge un arruinado puentecillo, utilizado antaño por pastores y por los vecinos del cercano Navalquejigo. Allí mismo se alza el muro del pequeño embalse de Los Arroyos. Una corta subida permite alcanzar su remate, por donde se cruza hasta la orilla opuesta. Hacia la mitad, un espigón se adentra en las aguas una docena de metros. Su punta es un destacado mirador para escudriñar a las aves que aquí han buscado su refugio para el invierno. En su centro dormitan las anátidas y entre los cañizos chapotean las fochas, señalando el límite de hielo que orla las orillas.

Termina el muro ante un camino que habrá de seguirse de frente, con una leve subida, al tiempo que descifra el paso entre la cerrada carrasquera. Pronto se olvida el embalse, comenzándose a caminar junto a un ignoto curso fluvial que se conserva en muy buen estado. Es el arroyo Ladrón.

Sin mayores inconvenientes que lo embarrados que se encuentran algunos tramos, se alcanza una zona despejada que aparece surcada por abundantes pistas. Se sigue por la más cercana a la vieja cerca de piedra de la izquierda. Un corto descenso se da de bruces con la orilla del hilo de agua, que transita en el fondo de una bóveda vegetal. Chopos, álamos y encinas otorgan al paraje un encanto especial.

Pero la dicha raras veces es completa. Una banda de energúmenos motorizados irrumpe en el lugar y, entre humos y salpicaduras de nieve y barro, dejan la paz hecha jirones entre un apestoso olor a combustible quemado. Su estruendo permanece un buen rato colgado de la helada mañana.

No es esto algo que sorprenda al caminante, acostumbrado a bregar con los émulos del Paris-Dakar por todos los campos y montes de los suelos madrileños. Día tras día, se suceden los encuentros. Hoy ha sido aquí, en Galapagar; ayer en El Escorial, Montejo o Cercedilla, mañana le tocará el turno a Robledo, Miraflores o Aldea del Fresno. Y no parecen

dispuestos a respetar monumentos como la calzada romana, ni lugares preservados. Las autoridades lo saben, pero se hacen oídos sordos.

De vez en cuando, algunos claros entre el arbolado permiten otear los montes de El Escorial, que con la ayuda de esta radiante mañana intentan sacudirse los nevazos de días pasados.

Más adelante, la pista desciende hasta el arroyo y, tras cruzarlo, prosigue por la orilla izquierda remontando su corriente. Entre el agua y la linde de la urbanización de los arroyos se alcanza sin mayores problemas una despejada dehesa. A su lado, sendos muros capturan al Ladrón en dos pequeñas represas, casi unas piscinas que aparecen casi congeladas. En su final, una cerca de piedra señala el punto de retorno.

De vuelta hasta el embalse de Los Arroyos, en vez de cruzar su muro, seguir por el sendero que recorre los despejados playones de esta orilla. Así se alcanza la carretera de El Escorial. En la ruta del 5 de febrero, en el monte del Pardo, se aludía a la Quinta del Sordo, cuando su nombre verdadero es Palacio de la Quinta.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid por la A-6 hasta Majadahonda. Seguir luego por la M-505, dirección Galapagar y El Escorial. Sobrepasada la primera población, seguir por la desviación de Los Arroyos, situada justo en el kilómetro 20. Nada más tomarla, girar a la izquierda para dejar el vehículo en el aparcamiento situado junto a la carretera, y a escasa distancia de la orilla del pantano de Valmayor. Horario. Entre una hora y 45 minutos y dos horas para todo el recorrido. Indicaciones. Parte de las pistas y caminos se encuentran en esta época del año recubiertos de nieve y hielo. Es imprescindible llevar un calzado de buen perfil en la suela y, quien quiera más seguridad, un bastón para evitar resbalones. Valores naturales. Zona fluvial, primero en la cercanía de un embalse y luego a lo largo de un escondido arroyo. Carrascal, encinar y bosque de galería en buen estado de conservación. Destacada presencia de anátidas, zancudas y gaviotas. Zona ganadera. Dónde comer. Restaurante Alameda. c/Alcudia, 10. Las Zorreras. (Tel: 918.491.089).

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RUTAS VERDES. MONTE DE EL PARDO

Por la Senda Real, del río Manzanares a la portilla del Tambor

En esta parte de la Senda Real se cruza el monte de El Pardo por los alrededores de la Quinta del Sordo

EL PARDO.- Regulares, frondosos, desmesurados. No podían encontrarse mejores mojones para dar comienzo a esta última etapa de la Senda Real que los dos olmos que montan guardia a orillas del Manzanares.

Incluidos en el catálogo de árboles monumentales madrileños, su edad se aproxima a los doscientos años, el mayor sobrepasa los 25 metros de altura y su tronco alcanza los 8,65 metros de circunferencia en la base.

Desde el aparcamiento, cruzar la carretera del Pardo y seguir en dirección al pueblo. A la altura del kilómetro 2 se inicia la carretera de la Quinta del Sordo. Seguir por un camino que discurre en el lado derecho de la carretera. Señalado por una sucesión de cilindros azules y blancos, que nos acompañarán gran parte del recorrido. Lo mismo que el estrépito que producen los mil y un disparos que se escuchan en toda esta parte del recorrido que transita a escasa distancia del tiro de pichón, situado sobre las colinas situadas a la derecha.

En 500 metros se pasa por un túnel bajo la vía del ferrocarril. Sobrepasado el mojón del kilómetro 1, las señales pintadas en el tronco de una acacia indican un cambio en el rumbo. Después de cruzar la carretera, se penetra en el encinar.

En dirección norte, la pista pasa ante una excepcional encina. Pronto se alcanza la conducción del Canal de Isabel II, donde se gira a la derecha, continuando por un elevado camino. El despejado altozano ofrece una generosa vista de esta parte del monte.

Tras atravesar una vaguada, otra cuesta termina ante un puente que cruza un arroyo seco. Allí se enlaza con una pista que, a mano izquierda, sigue subiendo. Entre el eco de los disparos, se descubren hacia el sur las instalaciones del tiro de pichón. Desde allí escapan con vuelo de prófugo tres palomas azoradas.

Alcanza la pista una despejada loma donde gira a la izquierda, despreciando otra que baja de frente. Sigue un largo tramo horizontal en el que la pista cruza una hermosa dehesa salpicada de armoniosas y desconocidas encinas. Casi sin darse uno cuenta, arriba a la puerta trasera de la Quinta del Sordo. Al otro lado de la cancela se extiende un escondido olivar. La puerta permanece felizmente cerrada, impidiendo el paso de los vehículos por el interior de la finca de este abandonado palacete construido en tiempos de Felipe V.

Junto a su entrada, un camino marcha pegado a la valla del Pardo y, de sopetón, se alcanza la carretera de Fuencarral, que habrá de cruzarse allí mismo. El camino sigue a su lado, hasta que una cerrada curva nos lleva a la portillera del Tambor.

Tras asomarse al otro lado y contemplar las desnudas parameras en las que los siglos de agrícola laboreo cambiaron las encinas mediterráneas por abandonados barbechos, el caminante decide darse la vuelta en busca del abrigo del bosque que se esconde tras la protectora valla de metal.

Desandado el camino hasta la entrada de la Finca del Sordo, en vez de retornar por el mismo lugar que a la ida, puede seguirse por un terreno despejado que sigue de frente, ligeramente a la izquierda de la entrada. Fue abierto para las conducciones del agua del Canal y sus casetas de ladrillo sirven de referencia.

Al llegar al puentecillo, se coge hacia la izquierda la pista de grava que lo cruza y que pasa al pie del más sobresaliente de todos los pinos piñoneros del contorno. Espigado, eleva sin esfuerzo aparente sus más de 20 metros por encima del mar de encinas.

La pista termina ante una barrera, tras la cual se alcanza la carretera de la Finca del Sordo a la altura de un puente de granito. Desde allí, el punto de partida está a tiro; aunque se trate de un tiro de pichón.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, hay que tomar la A-1 hasta Puerta Hierro, para continuar después por la carretera del Pardo, M-605 hasta el kilómetro 1,7, desviándose entonces a la izquierda en la entrada que lleva al Palacio de la Zarzuela. Allí mismo se puede dejar el vehículo en un aparcamiento que está situado justo frente del Club Deportivo Somontes. Horario. Entre una hora y media y dos horas (ida y vuelta). Indicaciones. Sendero de gran recorrido inaugurado recientementeValores naturales. El tramo de hoy discurre por una importante encinar. Varios árboles monumentales en el recorrido. Presencia de buitre negro, águila imperial, gaviota reidora, graja, urraca, picapinos y anátidas. Dónde comer. El Torreón del Pardo. Teléfono 91.376.07.77.

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RUTAS VERDES. EL BOALO

De la ermita de San Isidro al parque del Manzanares

Agradable recorrido invernal por uno de los lugares más bellos e ignorados de la Sierra del Guadarrama EL BOALO.- Pronto se olvida la calle de Vallejuelo del asfalto y, entre fincas protegidas por muros de piedra, ve como el relente ha convertido el barro de su suelo en un firme tan duro como el hormigón. Sorteando el hielo que esconden los charcos se alcanza el despejado corredor al pie de la Sierra de los Porrones.

Esta estribación, que señala parte de la linde sur del Guadarrama, es de la misma naturaleza que la Pedriza del Manzanares. Es más, sus rubios y rotundos canchales son la parte final del laberinto pedricero. La muralla que desde el collado de Quebrantaherraduras conforma un creciente paredón que sólo se rinde a los pies de la altiva Maliciosa.

Desconocida y apenas visitada, a no ser por los clientes de los cercanos negocios de hípica y los naturales de El Boalo, es uno de los lugares más ignorados de todo el Guadarrama.

Una cómoda pista recorre la amplia vaguada. Se trata de la antigua vía pecuaria que discurría justo al sur de la sierra y que hoy utiliza el omnipresente GR-10 para transitar por esta parte de Madrid. Allí mismo está un área recreativa y la ermita de San Isidro Labrador, construida hace muy pocos años.

Nada más cruzar el arroyo, un grupo de jinetes permite abrevar a sus monturas en un amplio pilón. Frecuentan este camino los aficionados a la equitación. Allí mismo se gira a la derecha y se sube hasta el collado de la Jarosa, en la misma linde del Parque Regional del Alto Manzanares.

Se deja a la izquierda una pista y, poco después, en un nuevo cruce, se toma la bifurcación de la izquierda. Dormitan las reses bravas entre severas encinas. Hacia el norte, una desconocida perspectiva de la Pedriza ofrece como punto destacado el risco del Yelmo, tocado en su cara norte con un llamativo velo blanco. Mucho más arriba, las Torres y la inmaculada Cuerda Larga.

Entre viejas cercas de piedras alcanza la cañada una nueva encrucijada, al pie de un arroyo. De frente y a muy poca distancia está el collado de La Jarosa.

De vuelta al cercano cruce de caminos, se traspasa la cancela que da paso al interior del Parque Regional. Allí se inicia una senda que discurre entre la cerca de piedra y un cerrado pinar. En breve se alcanza una zona despejada. Se abandona el sendero que prosigue de frente rumbo al collado de Quebrantaherraduras, para tomar otro menos marcado que cruza un riachuelo.

Por un terreno poco definido, se alcanza un tramo en cuesta. Allí debe girarse a la derecha hasta alcanzar una abandonada carretera que ahora recubre la nieve. Hay que seguirla durante 500 metros hasta que surge una pista que lleva a una cancela situada muy cerca.

En vez de cruzar esta entrada a una finca particular, tomar el caminillo de la derecha, que marcha en las cercanías de la valla de piedra, por una corta subida, rumbo al risco gris denominado Torreta de los Porrones, hasta alcanzar un cartel de zona de caza controlada, situado sobre una alambrada.

A partir de ahora, el camino discurre apenas marcado entre jarales y pedrizas. El tramo ofrece, sin embargo, las mejores vistas de toda la excursión. Tras cruzar bajo una majada de pastores, el camino vuelve a aparecer más nítido. Seguir de frente rumbo a una roca de forma cúbica. Unos 20 metros antes, y a la izquierda, se descubre un hito de piedras sobre otro canchal. En su derecha se abre una canal por donde se sumerge el sendero en una abrupta bajada.

Se trata de la parte más arisca y difícil de seguir. El descenso termina ante una alambrada. Tras cruzarla, se enhebra con un camino más marcado situado en sus cercanías y visible desde lo alto, que conduce hasta la cercana ermita de San Isidro.

Doblada la mañana se alcanza el templo construido en honor del patrón de El Boalo. El brillo de su dorada campana no le impide al caminante contemplar el vuelo de las decenas de buitres que anidan en los cercanos riscos.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid por la M-607, hay que seguir hasta Cerceda; en el kilómetro 48,800, se toma la M-608, dirección Manzanares el Real. En el kilómetro 28,900 hay que desviarse a la cercana localidad de El Boalo. Cruzar la población, para en su final, coger a la derecha la calle de Vallejuelo, en cuyas inmediaciones se deja el coche. La mejor referencia para el inicio de esta excursión es la roja marquesina de las líneas de autobuses 672 y 724. Horario. Desde El Boalo, entre una hora y cuarenta y cinco minutos y dos horas para todo el recorrido. Indicaciones. Ruta sin excesivos problemas, excepto el corto tramo situado bajo la Torreta de los Porrones, donde puede perderse el sendero. Valores naturales. Parte de la excursión discurre por una vieja vía pecuaria. Recorrido por pinares de repoblación y zona de jaras y pedrizas. Dónde comer. Restaurante Don Baco (Teléfono: 91 897 37 94).

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Page 30: RUTAS VERDES

RUTAS VERDES / ARANJUEZ

Por los campos y sotos en busca del castillo de Oreja

Paseo a orillas del Tajo en busca de una olvidada fortaleza musulmana, auténtica atalaya sobre la vega madrileña

ARANJUEZ.- Aun en invierno, recorrer las interminables filas de falsos plátanos que sombrean la calle de la Reina, es un asunto más que recomendable. Los suelos de la larga avenida permanecen alfombrados por un espeso tapiz de hojarasca que, a lo que parece, el viento es incapaz de despejar y la mirada no puede resistir la tentación de saltar al otro lado de la verga de los jardines del Príncipe.

Esparcidos por su interior, mil y un árbol monumentales muestran sus auténticas formas y dimensiones, desnudos y libres del tupido ropaje de hojas bajo el que se esconden el resto del año.

Entretenido con su visión recorre el caminante la franca carretera de Soto, al tiempo que recuerda que tan nobles ejemplares fueron plantados en su mayoría bajo el impulso del monarca Carlos IV, cuando aún era Príncipe de Asturias. Hasta entonces este inmenso territorio anexo al Tajo no era sino 150 hectáreas de labrantíos. De la mano del jardinero Boutelou y del mismísimo Juan de Villanueva, las huertas demudaron en jardines muy a la moda de los que solazaban a las cortes inglesa y francesa a finales del siglo XVIII.

Las rotundas filas de plátanos dan paso a los viveros de Sotopavera, a continuación de los cuales traza el Tajo un tranquilo meandro en cuyo fondo se acumula la arena. Es la playa de la Pavera, recurrente lugar de baño estival hasta hace pocas décadas, en que el dominical viaje desde Aranjuez con toalla y merienda fue sustituido por las letras del adosado con piscina incluida.

Justo frente a la Pavera se encuentra la casa de La Monta. Antaño caballerizas reales, es ahora una escuela taller de rehabilitación. En esta zona se atraviesa un curioso pinar de pequeñas dimensiones. Deteriorado y con abundante basura, atesora sin embargo algunos árboles de armoniosas proporciones. En su final, la carretera da paso a una pista, al tiempo que quedan atrás las últimas casas de Sotomayor.

Campos y huertas

Se abre paso sin problemas la ancha pista por dormidos labrantíos, todavía cubiertos por una escarcha pertinaz, obstinada en encanecer los surcos a pesar de que hace un par de horas que el Sol calienta estos campos. Sin mayores sobresaltos que el crujir del hielo que recubre los charcos bajo sus pisadas, el caminante va viendo crecer los cortados yesíferos a su mano derecha.

Llegado un punto, los arruinados paredones despliegan una mínima teoría de cordillera, con picachos, descarnadas agujas, aristas, cumbres y cortados que en ocasiones superan los 40

metros de altura. A la altura del punto donde dos severos olmos montan guardia a la vera del camino, se sitúa la parte más arisca del desmoronado corte. Es allí donde un denso bando de grajillas juega a las acrobacias aéreas, quién sabe si para sacudirse el frío de la mañana.

Traspasada la linde de las posesiones de Soto de Oreja, una curva del camino se encarga de ofrecer al caminante la primera vista del castillo de Oreja, objetivo de esta ruta. El altivo y macizo torreón se asoma al vacío, en medio de los restos de otras construcciones. Fue levantado antes de que cumpliera el primer milenio por los musulmanes, quienes supieron ver la importancia estratégica de estos escarpes sobre la feraz vega del Tajo. No tardaron mucho las huestes cristianas en su conquista, que coincide con la toma de Toledo por Alfonso VI.

No parece que estuvieran con ello conforme los hijos del islam. Tanto es así que no habían pasado 25 años cuando en el 1109 lo reconquistaron. Y Alfonso VII hizo lo propio 30 años después. Pasado tan turbulento periodo y con la línea de la Reconquista cada vez más al sur, fue la orden de Santiago que estableció en la fortaleza sus reales.

Cruce de caminos

Pasada una amplia finca, el castillo se convierte en objeto principal del horizonte. Así se alcanza una bifurcación de caminos; el de la derecha trepa hacia lo alto de la plataforma para allí seguir hasta las cercanas poblaciones de Ocaña y Noblejas. La otra sigue de frente y, tras pasar bajo la fortaleza sigue su tranquila andadura hacia la Aldehuela.

El caminante no sigue ninguna, sino que por la valleja situada a los pies de la fortaleza se encarama hasta el pie mismo de sus ruinas. Desde la cumbre de los venteados cortados, se contempla la interminable teoría de sembrados que guarda la vega. Los surcos parecen subrayar lo relativo del tiempo. Así, lo que antaño fue deseo de monarcas, disputa de ejércitos y causa de cientos, o acaso miles, de muertos, hoy no es nada y los arruinados resto del castillo de Oreja, sólo son refugio de grajas y jueguete del viento.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid por la A-4, hasta el km 37, donde hay que desviarse por la M-305 que en 8,5 kilómetros lleva hasta Aranjuez. La carretera de Soto se inicia en los jardines del Príncipe. Horario. Caminando desde La Pavera, entre hora y media y dos horas para el recorrido de ida y vuelta. Indicaciones. Ruta muy recomendable para recorrer en bicicleta, pudiendo iniciarse en ese caso en Aranjuez. Valores naturales. Ecosistema de ribera, sembrados y parameras de gran interés. Dónde comer. Casa José (Abastos, 32, Aranjuez. Tfno: 918.911.488).

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Page 31: RUTAS VERDES

RUTAS VERDES / ZONA NORTE

En busca de los acebos de la Dehesa de Somosierra

Excursión hasta uno de los escasos bosques de la región del árbol que más se asocia con el invierno SOMOSIERRA.- El caminante considera que no puede dejar pasar el invierno sin visitar uno de los bosques que más importancia tienen en esta época. Símbolo de las fiestas navideñas, los acebos son mucho más que eso.

Especie de hoja perenne, es durante el frío cuando su hojarasca se convierte en una espesa y cerrada cúpula en cuyo interior se mantiene un microclima especial que puede estar hasta cinco grados por encima de la temperatura exterior. Si a esto unimos que es en invierno cuando sus rojos frutos maduran, no es de extrañar que hasta ellos acudan innumerables especies animales que van desde los míticos urogallos, hasta gamos y jabalíes.

Podados y arrancados como ornamento navideño, han desaparecido de muchas zonas y ahora está rigurosamente prohibido cortar ni una hoja de acebo.

Así que, una fría mañana de enero, deja atrás el caminante la dormida Somosierra, en busca de la Dehesa de la Cebollera Nueva.

Justo en el punto donde está el desvío de la autopista a este pueblo, debe cruzarse una cerca para entroncar con una pista que sube hacia la izquierda. Gira luego la pista hacia la derecha, para recorrer toda la ladera sur de este gastado cerro, transitando de vez en cuando al arrimo de los árboles de frutos encarnados.

El caminante deja a la izquierda una torre en ruinas y, después de pasar bajo una línea de alta tensión y una estación repetidora, se planta al pie de la linde de un feraz robledal. Traspasada una nueva cancela, la pista se hace más franca y atenúa su desnivel.

Es momento de guardar silencio, intentando formar parte de un bosque que dormita bajo la tenue manta de nieve. Entre el sueño del ecosistema, rebulle la vida. Primero son un bando de descarados carboneros. Luego, se descubre a una atribulada ardilla que intenta recordar dónde escondió alguna de sus bien nutridas despensas.

Así se llega a una cerrada curva, siendo el momento de abandonar la pista para penetrar en el bosque hacia la izquierda. Se alcanza una desnuda avellaneda. Y allí, a su vera, se encuentra un rodal con el más magnífico de los acebos de esta dehesa. Su estilizada forma, las lustrosas hojas y los encendidos frutos son una lección de naturaleza.

De vuelta a la pista, prosigue la suave subida entre robles y acebos y se alcanza un claro del bosque en cuyo centro aparece un alargado pilón. Es el chorro de la Fuentefría, el centro de la Dehesa Bonita. Algo más arriba destacan tres enormes abedules. Avellanos, mostajos, acebos y otras especies se esparcen por el bucólico lugar. Pero tal vez destaquen entre

todos ellos los servales. Desnudos de hojas, sus ramas se vencen por el peso de los rollizos racimos de sus frutos.

Desde aquí, puede volverse por el mismo camino o seguir el curso del arroyo para luego desviarse hacia la derecha por una difuminada vereda. Evitando penetrar en la cerrada garganta abierta por el arroyo de la Dehesa, se sigue el descenso por su margen derecho, hasta entroncar con una pista que va hasta la vieja carretera, a tiro de piedra de Somosierra.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la N-I hasta el kilómetro 91. Allí hay que tomar la vieja carretera nacional, hasta el pueblo de Somosierra, donde se puede quedar el coche. La primera parte de la excursión desanda este tramo de carretera hasta la misma entrada de la autopista, donde ya se toma una pista forestal. Horario. Se trata de un corto recorrido de una hora y media aproximada de duración. Indicaciones. Fácil y breve, los únicos inconvenientes son los derivados de la época del año. Hace mucho frío. Hay que llevar ropa de abrigo y, sobre todo, botas de montaña. Esta prohibido cortar ni una hoja de los acebos. Valores naturales. Bosque de roble albar con importantes manchas de abedules, acebos, avellanos, mostajos y servales. También se observa fauna de media montaña como corzo, jabalí, ardilla, águila real y buitre, entre otras especies. Dónde comer. El Restaurante mesón La Conce, en el pueblo de Somosierra, es un buen lugarpara reponer fuerzas. Teléfono: 91 869 90 14.

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RUTAS VERDES / BOSQUES MADRILEÑOS

El Pardo, el mejor bosque mediterráneo de la región.

De marcha por un peculiar paisaje de bosques de encinas autóctonas y pinos plantados por el hombre.

MADRID.- A mitad de camino entre el bosque primordial ibérico y el parque urbano asilvestrado, el monte del Pardo es uno de los orgullos naturales de la Comunidad de Madrid. Aunque vedado para el disfrute ciudadano, en la mayor parte de sus extensiones, tiene algunos cuarteles que son de libre acceso y que merecen ser descubiertos por la belleza de los parajes que esconden.

Una de las marchas más remotas transita pegada a la valla que delimita el reservado. Lo hace a través de los dos bosques más importantes del lugar: encinares naturales y pinares plantados por el hombre. Esto es, una antítesis forestal por excelencia, aunque, sin embargo, ambos se complementan para ofrecer un variado y rico panorama.

Justo frente al cementerio de Mingorrubio comienza un camino que bordea la valla, compañera del caminante durante esta jornada. Nada más pasar la entrada de un restaurante, empieza una empinada cuesta que advierte de la tónica del resto del recorrido: fuertes y pronunciadas pendientes que cruzan las vaguadas abiertas por las lluvias temporales en este terreno de características arenosas.

Pinar verado de encinas

No pasan 5 minutos una vez alcanzada su cima cuando se empalma con una ancha pista que gira 90 grados a la izquierda. Por ella se recorre un cerrado pinar entreverado de encinas. En ese momento, hay que dar un giro a la derecha, al tiempo que comienza otra subida, y que permite ir ampliando el horizonte que se extiende al otro lado de la valla. A los 15 minutos de caminata, se descubre a la derecha de la senda una monumental encina que hace tiempo cumplió la centena.

Respeto

Situada en mitad del bosque, los pinos han dejado un círculo a su alrededor que al caminante se le antoja como evidente muestra de respeto. Primero una cuesta, a continuación el camino gira 90 grados a la derecha, rumbo hacia las descarnadas torrenteras abiertas en el suelo migoso del amplio barranco de Mingorrubio. En la parte baja se sitúa una de las puertas que da acceso al monte reservado. Del otro lado del camino, se sucede una cuesta en cuya mitad destaca otra poderosa encina.

El camino prosigue, invariablemente, con sus incansables subidas y bajadas por los cuarteles del Romeral. Habrán de cruzarse hasta cinco vaguadas consecutivas, constituyendo sus toboganes la parte más esforzada del recorrido.

A los 45 minutos de la marcha, aproximadamente, y en mitad de una zona elevada y despejada, se cruza la carretera que lleva hasta El Goloso, en un punto que proporciona excepcionales vistas que se extienden hasta el Guadarrama. Sin dejar en ningún momento la cercanía de la valla, un descenso conduce hasta la valleja labrada por el humilde arroyo de La Nava. En su fondo, una tranquila área recreativa.

El estrecho cauce da paso a una subida empinada, aunque el camino pronto se atenúa. Termina la suave pendiente cuando se alcanza la caseta de los guardas de la Portillera del Tambor, límite del encinar con el término de Fuencarral.

Sin cruzar la carretera, se comienza a desandar el camino por una senda que se aleja de él y culebrea entre las carrascas hasta llegar a un gastado tocón. Allí, desciende un corto pero abrupto tramo y empalma con un cauce seco que discurre paralelo y cercano a la valla. En su lecho arenoso se distinguen abundantes huellas de caballos. El cauce se une al arroyo de la Nava. En ese punto hay que cruzarlo y seguir de frente por una senda que atraviesa el área recreativa, hasta un banco situado bajo una gran encina.

Otro recorrido

Del otro lado de la cerca situada allí mismo, se inicia un camino que, hacia el oeste, remonta una cuesta. Tras ella, se accede a una encrucijada de caminos en mitad de una zona despejada; luego se alcanza una carretera.

En su otro lado se extiende un pinar. Hay que bordearlo por la derecha y dejar un cruce para tomar la senda de la izquierda, que marcha sobre un lomo durante un tramo. Luego, se abandona para tomar otra menos marcada que desciende por la derecha penetrando en un espeso pinar. Allí, se entronca con otro camino por el que se alcanza un cruce donde hay que tomar un sendero que, a la derecha, se enfrenta a una empinada pendiente hasta alcanzar una caseta abandonada. A sus pies, arranca otro camino que marca la dirección de la valla, situada a la derecha, retornando desde este lugar por la primera parte del camino seguido a la ida.

Datos prácticos

Cómo llegar.- La línea de autobuses 601, Moncloa-Mingorrubio, tiene su última parada justo en el comienzo de la ruta. Horario.- La marcha se prolonga entre 2 1/2 y 3 horas para todo el recorrido, sin contar paradas. Indicaciones.- Itinerario esforzado que requiere buena condición física. Hay que realizar la ruta con un buen calzado y no olvidar llevar agua. Valores naturales.- En este trayecto se encuentran las más importantes manchas de bosque mediterráneo de la región. También hay importantes bosques de pinares, así como algunos árboles monumentales. Hay que resaltar la presencia de destacadas especies animales: águila imperial o buitre negro así como arrendajos, rabilargos, picapinos y otras aves forestales. Entre los mamíferos, ciervos, gamos, jabalíes, conejos y liebres. Dónde comer.- La Marquesita, en El Pardo. (Teléfono: 913 76 19 15).

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Una visita a los enigmáticos Toros de Guisando.

Suave recorrido por los primeros montes de la sierra de Gredos, a cuyos pies la Historia hizo nacer el Reino de España.

TOROS DE GUISANDO.- «En este lugar fue jurada doña Isabel la Católica como princesa y legítima heredera de los reinos de Castilla y de León, el 19 de septiembre de 1468». Cuesta leer la leyenda grabada en un lienzo de sillares mohosos. Debajo, una lápida aclara que «hizo poner esta inscripción en el año 1921 doña María de la Puente y Soto, marquesa de Castañiza». Un moderno cartel, clavado allí mismo, despeja las dudas del testigo intrigado: estamos en la venta juradera de los Toros de Guisando.

La citada venta ya no existe, pero quedó acuñado el topónimo, dada la importancia que tuvo el humilde hospedaje. Sí que permanecen los toros, cuatro imágenes inconfundibles.

Se encierran tras un inútil cercado de altas paredes. Forman filas los cuatro ídolos, tal vez, están montando guardia vigilante mientras recuerdan el pasado que vivieron. Desmochados, sus flancos aún enseñan los pliegues de cuellos y costillas. El tercero muestra un costurón de plomo que cierra la brecha que parte su gastado lomo.

Iberos

Fue la tosca mano íbera la que sacó de los domos graníticos serranos sus rotundas siluetas. La caricia de los elementos ha ensalzado aún más su carácter simbólico. Monumentos funerarios, deslinde de territorios o divinidades ganaderas.

Poco importa cuando se contempla la cuadrúpeda imagen de estos verracos, respetados por las centurias romanas y convertidos en testigos eternos y privilegiados de la fundación del estado español, posterior descubrimiento de América y tantos acontecimientos históricos. Le cuesta al caminante el tono que toma el discurso, pero la realidad fue esta: tal y como reza la inscripción, el 19 de septiembre de 1468, en aquel ventorro, se firmó el Tratado de los Toros de Guisando, en virtud del cual, Enrique IV declaró a su hermana Isabel la Católica heredera de Castilla, hecho sobre el que se asentó la piedra angular de la unidad ibérica.

Durante tiempo, tierras fronterizas; más tarde, áspero retiro para la santa meditación y, por último, tránsito de ovejeros, el lugar tiene ese marchamo telúrico que sólo atesoran contados puntos. Por si fuera poco, aquí se juntan las dos sierras más importantes del centro de la península ibérica: Gredos y Guadarrama.

Frente a los toros se alza un monte de lomos tan redondeados como los suyos. Disimula la montaña su silueta tras un fragoso y anárquico manto vegetal que enmaraña jarales, castaños y encinas con otros muchos vegetales de diversa tipología.

El cerro de Guisando fue refugio de eremitas y religiosos y en mitad de su ladera todavía se localiza un viejo convento jerónimo.

Hasta alcanzar su soledad se desarrolla la marcha de esta jornada, que cruza la carretera y, traspasada una portilla, atraviesa prados y empalma con la Cañada Real Leonesa.

Tomada a mano izquierda, por ella se transita durante un kilómetro aproximadamente, para desviarse por otra pista que, a la derecha, se encara con la Cuesta Colorada.

No tarda mucho en alcanzarse el arruinado cenobio que albergó al mismísimo rey Felipe II. Sin embargo, donde antes descansó el monarca más poderoso del orbe, hoy crecen despreocupadas las hiedras. La naturaleza tiene estas cosas.

Desde las ruinas arranca una senda cabrera que, rumbo hacia el sur, alcanza una alambrada. Sigue luego cuesta arriba, para poco después girar de nuevo hacia el norte y, ya horizontal, arribar a las praderías que conducen hasta la cumbre misma del cerro.

No muy lejos se encuentran las cuevas que habitaron en el siglo XIV unos ermitaños italianos que encontraron en éste el mejor de los lugares para la contemplación. La más grande de todas es la llamada San Patricio. El caminante no osa penetrar en su inmensidad, no sea que, como cuenta la leyenda, vaya a parar a Portugal.

Datos prácticos

Cómo llegar. Por la carretera de Extremadura hasta San José de Valderas. Seguir por la M-501, sobrepasar San Martín de Valdeiglesias y seguir hasta el kilómetro 62,400, donde se toma la AV-904. Los Toros de Guisando están en el kilómetro 1,5. Horario. Unas dos horas. Indicaciones. Se sigue la Cañada dos kilómetros rumbo norte hasta la carretera de los Toros. Valores naturales. En la zona vive la única población madrileña de lince ibérico. También es hábitat del buitre negro. Otras especies son arrendajo, rabilargo, ciervo, jabalí, zorro, conejo y liebre. Alrededores. En San Martín de Valdeiglesias destacan la iglesia de San Martín y el castillo árabe de La Coracera. Dónde comer. Guilian's, en San Martín. Casa Mariano, en El Tiemblo. Hospedaje. Hotel La Corredera. (3 estrellas). San Martín de Valdeiglesias (918 611 084).

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A través de los olivares que rodean Valdilecha

La milenaria relación que el hombre mantiene con este árbol ha convertido sus extensiones en un bosque domesticado

VALDILECHA.- Foresta hecha con tiralíneas o cultivo de árboles. El olivar es el bosque hecho paradoja. Cómo explicar si no, la naturaleza de unos troncos por mil años retorcidos que se ordenan en cultivos que parecen plantados con escuadra y cartabón.

Madrid no es Jaén, pero según señala la Dirección de Agricultura, sus dos millones de olivos repartidos a lo largo de 24.000 hectáreas produjeron durante la pasada temporada 21 millones de kilos de aceituna. De ellos salieron 4,8 millones de kilos de aceite.

El Madrid aceitunero se concentra en el sudeste de la región. Morata de Tajuña, Villarejo de Salvanés, Chinchón, Valdaracete, Arganda, Colmenar de Oreja y Valdilecha son sus principales municipios productores. Adentrarse en sus olivares permite descubrir la razón de tan geométricas extensiones. Hacerlo recién estrenado el año es garantía de pegar hebra con aceituneros afables y curtidos, que no hacen ascos a los barros que este invierno inundan sus campos.

Maraña de pistas

En la campiña que rodea a la citada Valdilecha se extiende una maraña de pistas que posibilita la cómoda andadura entre el ruido de los vareos y el caer de las olivas. Junto a una destartalada explotación agrícola situada en el km 10,8 de la carretera que lleva a Arganda, echa a andar el caminante sin saber a ciencia cierta si lo que sale a su paso es un bosque ordenado o más bien una huerta forestal.

Primero junto a la cerca que cierra la granja, a continuación en las lindes de un vertedero y, por último, en las cercanías de un lodazal, extiende el camino su trazado horizontal, mientras cruza fincas de suelo rojizo y pedregoso en el que se agarran los severos olivos. Curvea la pista por mitad de su arbolado, que se alterna con viñedos y cultivos de frutales, ahora adormecidos de frío.

Poco después se despeja el arbolado, dando paso a un campo donde brotan diminutas y tiernas ramitas, protegidas por cilindros de plástico. Guardería de plantones, si los respetan inviernos y rebaños se harán árboles tan viejos como sus vecinos.

Sin hacer caso a ninguna de las desviaciones que se abren a siniestra del camino principal, no hay que andar demasiado para comenzar la travesía de aquella parte donde crecen los más añosos ejemplares. Arboles centenarios, cuya edad queda señalada por las profundas arrugas de sus troncos.

Esparcidos por los campos, se quitan el frío los hombres a fuerza de mover sus largas varas.

«Este año toca becería y no están muy cargados», señala Alfonso González, un vareador venido desde Getafe, con perfil tan oscuro y orondo como las aceitunas que desprende de las ramas. -«¿Perdone, pero qué es eso de la becería?» -«Pues ya se sabe: en el olivar un año se recoge mucho y al siguiente poco. Así que este recogeremos la mitad que el pasado, que fue abundante».

Una zona despejada conduce hasta un cruce junto a un viñedo inundado. Coger la pista de la derecha que, en ángulo recto, se adentra recta y plana por una suave depresión. Así seguirá poco menos de un kilómetro, hasta alcanzar un nuevo cruce. Se enhebra allí con el ramal que parte hacia la derecha, cuyo rumbo queda marcado por una lejana explotación agrícola y dos antenas repetidoras apoyadas en el horizonte.

Una barca en el olivar

Al poco se vuelve a transitar por olivares. La pista se acomoda a las pequeñas cercas de piedra que la obligan a dar mil y una curvas y requiebros. Junto a uno de ellos aparece la mayor sorpresa del camino. Sobre un cúmulo de piedras, yace boca abajo una barca de vientre encarnado. No hay nadie que pueda dar cuenta del porqué de semejante hallazgo, aunque al ver lo inundado que aparecen estos campos, bien pudiera ser idea de algún campesino que, temeroso ante la llegada de cualquier crecida, quisiera asegurarse la retirada.

En esta parte de la ruta, los árboles prosperan en un terreno pedregoso. Algo que no parece perjudicar a su producción, pues los que aún no han sido vareados muestran sus ramas vencidas por el peso de miles de diminutas aceitunas.

Un camino se une por la izquierda a la pista principal, que sigue hasta alcanzar otro vertedero. Tubos, neumáticos y chatarras despiden la ruta, que desemboca en la carretera. Desde aquí sólo queda seguir 300 metros a la derecha, bordeando la explotación agrícola, hasta llegar de nuevo al punto de partida.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la N-III, hasta la salida 35, dirección Perales de Tajuña. Continuar por la M-220 dirección Campo Real. Dejar a la derecha las instalaciones de Hispasat y, sobrepasado el kilómetro 3, desviarse por la M-229, dirección Valdilecha. En el kilómetro 10,8, surge a la derecha (sur) una pista por la que se inicia la ruta. Horario. Entre 1,15 y 1,30 horas para toda la marcha, sin contar paradas. Indicaciones. Llevar calzado adecuado para caminar por terreno embarrado. Valores naturales. Presencia de zorro, conejo y liebre. De paso. La iglesia de San Martín, en Valdilecha, es uno de los escasos ejemplos madrileños de arte mudéjar. En esta localidad se encuentra la casa de Carlos Mahou, el patriarca cervecero; debería convertirse en un museo. Dónde comer. Los guisos de Angelita y Juani Gómez Brea convierten a La Ochava de Valdilecha en el más destacado figón del sudeste madrileño. (Tel. 918.738.069 ).

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Hospedaje. El Palacete de la Ochava. (Tel.918.738.180). RUTAS VERDES / BOSQUES MADRILEÑOS

En busca de los austeros enebrales del Alto del Hilo

Este es un árbol acostumbrado a las privaciones que crece en terrenos duros como los de esta serrezuela

NAVACERRADA.- Severo y adusto como su hermana sabina, el enebro es una cupresácea acostumbrada a las privaciones. Tan poco le importa el substrato en el que arraiga, que es asiduo de suelos esqueléticos donde apenas subsisten especies más acomodadas como los quejigos y las encinas. Tanto es así que resulta dicho común entre los botánicos el que afirma que cuando el enebro desaparece de un lugar, ningún otro árbol es capaz de sucederle.

En el enebro todo es cónico, desde su figura, que puede alcanzar los 15 metros de altura, hasta sus hojas, diminutos triángulos isósceles aplanados que tupen toda su superficie. Sólo se encuentra una especie espontánea de este junípero en nuestra región, el enebro de la miera, que tiene sus mejores cuarteles en el largo sotomonte en el que se apoya por su vertiente sur del Guadarrama, y que abarca la amplia franja de terreno que va desde Navalagamella hasta El Berrueco.

Serrezuela

En su búsqueda parte una mañana invernal el caminante, a recorrer los vericuetos de la serrezuela del Alto del Hilo, teniendo como horizonte la inmaculada línea de cumbres del Guadarrama. También conocida como Cerros de las Cabezas, estas leves protuberancias se alzan al pie de la porción central de la Sierra, justo pegadas al embalse de Navacerrada.

Junto a su muro y detrás de una cerca que se traspasa por una portilla, arranca un camino que marcha por la orilla oriental de esta mancha de agua. Su primera parte discurre junto a una alambrada hasta llegar a una cantera abandonada. En su lado norte, se inicia un caminillo marcado con hitos de piedras que trepa por la ladera.

Remonta la breve cuesta hasta situarse sobre la explotación y tras bordear por la derecha unas rocas, desemboca en una pradera cerrada en su final por una alambrada. Sigue el camino hacia la izquierda en la proximidad de la cerca de alambre, alcanzando la parte superior de las mencionadas rocas. Sobre ellas se alza otro rellano donde crecen los primeros enebros. Entreverados de jaras y alguna que otra encina, los más viejos alcanzan una talla de cinco metros.

Siempre junto a la línea de alambre, se alcanza la base de otro amontonamiento de grandes rocas. Un hito de piedras marca una canal que supone el único punto con una mínima dificultad en la jornada. Hay que subir una decena de metros por el granito, hasta alcanzar dos pequeños mojones de piedra, enclavados sobre las enormes rocas. Una corta bajada por

el otro lado lleva a una recoleta pradera donde se transita por un característico y despejado enebral. En la cercanía de la alambrada se alcanza un nuevo escalón, éste sin dificultades, que lleva junto a otra pareja de mojones tallados en el granito. Los hitos de piedra conducen a un curioso paso por un callejón abierto entre dos peñas. Del otro lado se alcanza una amplia zona despejada en la que se asienta la primera de las cumbres de esta sierra, en cuyo vértice se alza una caseta de vigilancia contra los incendios.

Se desciende del vértice por un ancho sendero, que conduce hasta el collado que separa las dos prominencias más importantes de la sierra. Lugar querencioso para las vacas, allí mismo se empalma con una ancha pista que, siempre hacia el este, penetra en un espeso pinar de repoblación.

Depósitos

Una suave y corta cuesta lleva hasta unos depósitos de agua, detrás de los cuales se inicia un sendero que, a mano derecha, trepa entre las peñas. Los hitos conducen hasta un estrecho collado, desde el que ya se prosigue junto a la línea de cumbres.

Justo en la más elevada, el caminante comparte el panorama y el azote de los vientos guadarrameños junto con tres soberbios juníperos que no han encontrado mejor lugar para su arraigo. Desde el altozano se contemplan las entrañables montañas madrileñas, enmarcadas por la inconfundible línea de cumbres de La Pedriza, en el este, y los cercanos cerros del Castillo y de la Golondrina, por el oeste.

Con ese rumbo prosigue la travesía, que cruza un bosquete de enebros de troncos esbeltos y desnudos, a los que la voracidad del ganado ha despojado de hojas. Desde allí , y junto a una línea eléctrica, se retorna a la pista situada abajo y a la derecha.

De nuevo en el collado, se desanda el camino para proseguir en suave descenso hasta las cercanías del embalse de Navacerrada. Sólo queda retornar por la orilla y tras pasar junto a una fuente y la cantera, se alcanza el punto de partida.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-6 (La Coruña), hasta Villalba, donde hay que tomar la N-601, dirección Segovia. Hasta su kilómetro 9, donde a mano izquierda hay un aparcadero, justo a la altura del muro del embalse de Navacerrada. Horario. La ruta dura entre una hora y quince minutos y una hora y treinta minutos. Indicaciones. Sencilla y corta excursión que recorre la desconocida serrezuela del Alto del Hilo, que separa los términos de Becerril y Navacerrada. La ruta descrita, no obstante, requiere alguna corta trepada, que debe evitarse si están húmedas las rocas. Valores naturales. Enebrales que crecen en mitad de berrocales graníticos, en ocasiones mezcladas con alguna encina. También hay pinares de repoblación. El buitre leonado es la especie de más fácil avistamiento.

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Dónde comer. Restaurante Félix el Segoviano, en la localidad de Navacerrada (Tel.918.560.002).

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Los mejores pastos de Madrid desde el siglo XVI

Un paseo entre los fresnos de una de las dehesas comunales más deslumbrantes de la región

EL BERRUECO.- Corren malos tiempos para la ganadería. Locas o no, hemos dado la espalda a las familiares vacas y cada vez son más quienes piensan ganarse la vida de cualquier otra manera antes que trajinando reses.

No siempre fue así para este pueblo del norte madrileño. Según explica un cartel que acompaña a la picota alzada en mitad de la plaza, de la actividad ganadera de esta villa existe constancia desde el siglo XVI. Pero a buen seguro que se remonta mucho antes.

Y fue precisamente la presencia de vacuno la razón de la prosperidad de la comarca. También de la pervivencia de los dos monumentos más singulares que posee. Uno es el mencionado rollo justiciero, único monumento de los de su estilo que se conserva en toda la región. El otro, la dehesa que arranca casi a sus pies y se prolonga cientos de varas hacia el oeste. Una de las mejor conservadas del suelo madrileño.

En este recorrido por nuestros bosques, hoy marchamos en pos de la esencia de las fresnedas. Algo así como el bosque ganadero. Asunto que se intuye desde el momento de escuchar el nombre del enclave: dehesa boyal, es decir, dehesa de los bueyes.

Con el tiempo fueron transformadas en labrantíos o polígonos industriales cuando las nobles bestias entregaron su testigo a tractores y demás máquinas agrícolas. Recientemente, aún este feraz refugio del pueblo bovino tuvo que sufrir un nuevo envite. Su cercanía a las poblaciones le hizo pasto de urbanizaciones de adosados. Pocas boyales han resistido.

Desde la plaza de la Picota, se echa a andar por la carretera que lleva a La Cabrera, junto a la que no tarda mucho en aparecer la proverbial fresneda. Marca sus lindes una cerca de piedra, mantenida en pie por secular tradición que asegura sea reparada por todos los vecinos un día de cada año.

A su vera habrá de caminarse algo menos de un kilómetro para tomar una pista que se inicia a la izquierda. Trescientos metros después se ensancha y bifurca a la altura de unos chalets. Continúa por el camino de la izquierda, que se inicia al otro lado de un riachuelo. Poco después se alcanza otra bifurcación, habiendo de tomar de nuevo el ramal de la izquierda, que durante un trecho encierran al camino junto a un pequeño arroyo.

Entre jarales y enebros

En suave subida, se alcanza una zona despejada. Sin alejarse de la cerca, se transita por entre jarales y enebros. El sendero se divide de nuevo y otra vez se toma el de la izquierda.

Entre berruecos de granito, jarales y escobones, se alcanza una pista que lleva a una cancela de hierro, por la que se accede a la dehesa. Tras dejarla bien cerrada, el caminante empalma una suave vereda que atraviesa la hermosa pradería arbolada. Al poco, merece desviarse unos pasos para encaramarse en la cimera de un pequeño amontonamiento granítico. Otero desde donde se contempla a placer este espacio privilegiado.

En su parte más alejada de la población, muestra un carácter más montaraz y salvaje. Aquí crecen los fresnos en atávica mezcla con melojos, arces de Montpelier y quejigos, emboscados por endrinos, zarzales, boneteros, aligustres, majuelos y rosales silvestres. Mientras que en la parte baja, el arbolado cede terreno a los prados, donde sólo prosperan los fresnos.

Vegetación

Tienen estos árboles alterada su figura. Gruesos y cabezones, muestran una hirsuta cabellera de ramas tan delgadas como largas, que acentúan aún más la desproporción de sus troncos.

Desmochados durante decenios, con la llegada del invierno se les cortaban todas las ramas a la altura de la cruz, sirviendo hojas y cortezas de alimento a los bóvidos en la fría estación, mientras que la flexibilidad de las ramas las convertía en varas y preciosa materia carpintera.

A los pies del majano hay un abrevadero donde se inician varios caminos. Tomar el de la izquierda, que atraviesa la parte más fragosa de la dehesa, perdiéndose en ocasiones, mientras que en otras marcha junto a un pequeño canal. Seguir hasta alcanzar la comunal cerca de piedra, que guiará los pasos al punto donde se inició la marcha.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-1, hasta la salida 60, situada a la altura de La Cabrera, para continuar por la M-127 dirección a El Berrueco, distante 6 kilómetros. Puede tardar en llegar entre una hora y una hora y quince minutos. Indicaciones. Excursión sin dificultades en la que sólo hay que tener en cuenta el barro que ocasionalmente aparece en algunas zonas tras días de lluvia. Valores naturales. Dehesa de fresnos, en la que abundan otras especies vegetales como melojos, arces de Montpelier y enebros. Destacada comunidad de aves forestales. De paso. La picota, rollo, columna o pilón, que de todas esas maneras puede denominarse, data del siglo X, aunque las inscripciones que conserva son del XVI. En el mismo El Berrueco, también destacan algunos grupos de casa que guardan las formas y composturas de la arquitectura popular de la comarca, mejor que en cualquier otro pueblo de la zona. Dónde comer. Restaurante el Picachuelo, en El Berrueco.

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Entre carrascos, la esencia del pino mediterráneo

Sencillo recorrido por uno de los bosques más austeros, que se asienta en la esquina oriental del territorio madrileño

BELMONTE DE TAJO.- Aunque cueste creerlo y para escándalo de más de uno, botánica y paleobotánica se encargan de demostrarnos que, los muchas veces denostados pinos, son árboles tan mediterráneos como las encinas. Al menos una porción de sus numerosas clases, los llamados pinos mediterráneos.

Son ocho especies, de las que cinco tienen cumplida presencia en la Península y también en territorio madrileño: carrasco, piñonero, negral, salgareño y silvestre. Entre ellas hoy toca excursionear por las austeras espesuras de los primeros.

Están tan ligados al ámbito del Mare Nostrum que su nombre latino, halepensis, alude a la ciudad siria de Alepo y se localizan en todos los países de la cuenca mediterránea. Sus mejores arboledas se encuentran en el norte de Africa: Argelia y Túnez, mientras que escasea en las penínsulas italiana y balcánica. En España se esparce por toda su mitad oriental e islas Baleares.

Autóctonos

Aunque muchas de las masas de este árbol, que suele mostrar aspecto desgarbado, escasez de hojas y abundancia de piñas, han sido introducidas, los botánicos señalan algunos puntos del sudeste madrileño donde parece haber crecido de manera autóctona.

Cultivados por el hombre para la explotación de su agradecida madera, el pino carrasco debe ser destacado, antes que por cualquier otra razón, por el excepcional papel ecológico que desempeña en algunas de las áreas que puebla. Resistente en extremo al calor y la sequía, es más que reseñable su proverbial tolerancia hacia aquellos suelos arruinados en los que abunda la cal. Sobre ellos prospera, lejos de la competencia de otras especies arbóreas más exigentes, que es lo mismo que decir todas las demás de nuestro entorno.

Austera figura

Debe este árbol a su carácter frugal la austera figura que le caracteriza, y en la que el desgarbado tronco se vuelve ceniciento según se aleja del suelo, del que no suele alejarse más allá de los 20 metros. Aunque a poco que las circunstancias le sean favorables, no duda en superar semejante cota.

Justo en el kilómetro 2 de la carretera que lleva desde Brea a Villamanrique del Tajo, se inicia una pista a la derecha que se aventura en un bosque donde los pinos se entreveran de encinas y otras especies vegetales, en un terreno que marcha en ligera subida.

En breve se alcanza un altozano donde se sitúa un cruce. Continuamos de frente, sin olvidarnos que habremos de regresar a este mismo punto por el ramal de nuestra izquierda. Desde allí se desciende hacia un pequeño valle densamente poblado de carrascos.

Sin hacer caso de los caminos que se abren a ambos lados, se alcanza el fondo de la fragosa hondonada. A la altura de una pista que se inicia a la derecha, nuestro camino inicia una amplia curva al lado contrario. Casi allí mismo se abandona por otra pista que emprende una tímida subida por terrenos blanquecinos y migosos.

Un tramo despejado permite contemplar la cúpula del extenso y tupido bosque que cubre cerros y depresiones. El camino pasa al pie de un característico árbol de tres ramas y de inmediato alcanza una casa arruinada, junto a la que hay una encrucijada de caminos.

Seguir por el que se inicia a mano izquierda y que desciende a una cerrada vaguada, remontándola a continuación por su orilla opuesta. Es una subida abrupta que nos saca del interior del pinar por un terreno plagado de huras y túneles de conejos. Ya en lo alto de la cuesta, se llega a un punto donde el camino cruza un cortafuegos.

Tomar éste a mano izquierda, prosiguiendo la subida hasta que de nuevo se penetra en el pinar. Lo hacemos por una de sus partes más jóvenes, con árboles no tan crecidos como los contemplados hasta ahora. Es la parte más montaraz del camino, con un sotobosque selvático en el que menudean las bellotas con sus raíces ya hundidas entre espartos, tomillos, coscojas, romeros, aladiernos y cornicabras.

El cortafuego se torna en sendero, para por mitad de un bosque tan espeso como adormecido, alcanzar la primera de las encrucijadas,quedando finalmente sólo por desandar el corto trecho que nos separa de nuestro punto de partida.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, salir por la A-3 (Valencia) hasta la salida 48, en dirección a la localidad de Belmonte del Tajo. Desde allí por la M-319, en dirección Villamanrique del Tajo, hasta el kilómetro 2, donde se puede dejar aparcado el vehículo. Horario. La excursión dura entre una hora y una hora y quince minutos. Indicaciones. Aparte del equipo habitual para estas caminatas hay que prever un calzado recio para caminar por suelos que ahora están casi siempre embarrados. Valores naturales. En esta zona se encuentran las masas más importantes de pino carrasco del territorio de la región madrileña, que prosperan en suelos austeros y de naturaleza caliza. En cuanto a la fauna, hay presencia de conejo, zorro y otros pequeños mamíferos, así como ratonero y aves forestales... De paso. La cercana población de Colmenar de Oreja ha sido declarada conjunto histórico-artístico. Destaca la plaza Mayor y, bajo ella, el histórico Arco de Zacatín. No muy lejos también se encuentra el castillo de Oreja, fortaleza que perteneció a la Orden de Santiago. Dónde comer. La Cantina J. Mingo, en Colmenar de Oreja. (Tel. 91 894 44 26).

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RUTAS VERDES / BOSQUES MADRILEÑOS

En busca de los robustos y cotizados pinos silvestres

En uno de los rincones más escondidos del Alto Lozoya se encuentran las mejores extensiones madrileñas de este árbol

RASCAFRIA.- Fuste poderoso tintado en su parte superior de brillantes tonos naranjas, ramas robustas, capaces de aguantar fuertes nevadas, una altura que no le cuesta superar los 40 metros y una madera que se sitúa entre las más cotizadas de las pináceas.

Su fortaleza le hace encontrar arraigo en los más desabridos rincones y no hay céfiro capaz de tumbar a uno de estos gigantes. Por todo ello, el pino silvestre debe ser considerado el monarca de los pinos españoles.

También llamado albar y de Valsaín, al ser este enclave segoviano su patria más conocida, este árbol tiene su más preciosa ubicación en las alturas montañosas que van de los 1.000 a los 1.900 metros de altitud.

Allí pasa su infancia y juventud con unas formas cónicas. Pero a medida que pasan los decenios, estos árboles se crecen y empiezan a tomar la forma que más les place. Así retuercen su tronco, lo engordan en trechos o ensanchan sus ramas como si fueran brazos de culturista.

De esta manera, los más venerables ancianos de la cofradía de los pinos silvestres son gigantes felices cuyas formas exudan satisfacción, igual que si fuera resina, por prosperar en parajes ásperos.

En el Alto Lozoya se localizan algunas de estas frías selvas. Desde el paraje de La isla, descender un trecho la carretera del Paular, hasta tomar la pista del Mirador de los Robledos. De inmediato penetra en un cerrado pinar, donde algunos robles apenas logran levantar un par de metros del suelo, agobiados por la omnipresencia de los poderosos pinos silvestres que les rodean y hurtan hasta el menor rayo de sol. Pronto se accede al mirador de Los Robledos, con el monolítico monumento al guardia forestal. En la parte alta de este espacio, la pista sigue, atravesando varias barreras. Después de la última, empalma con otra, que habrá de tomarse a mano derecha.

Termina en un cruce de pistas, inmediatamente después de haber cruzado el arroyo de la Umbría, también conocido como de Garcisancho. La nueva pista, que se sigue a mano izquierda está trazada sobre el camino del Palero, el viejo camino rural que unía El Paular con el puerto de Cotos, en vez de hacerlo por el valle paralelo de la Angostura, por donde discurre la actual carretera.

El nombre define mejor que nada la naturaleza de los bosques que aquí se aposentan. Sus cerradas espesuras dan cobijo al corzo, al jabalí, al zorro y a la ardilla, entre las bestias con

pelo, mientras que las que se cubren de plumas, están representadas por el picapinos, el azor, el cárabo y sobre todos ellos, el buitre negro.

Difícil resulta descubrir a ninguno, pero la nieve que cubre el suelo es un libro abierto donde unos y otros han escrito con sus huellas la historia de la vida en el Alto Lozoya. Una vida que repite sus ciclos desde hace siglos y que, ahora en aras del progreso, el hombre tal vez rompa.

Es aquí donde algún proyecto planea abrir una salida de emergencia para el tren veloz. Si prosperase, el valor de este irrepetible paraje se habrá destruido para siempre. Festonean el camino marcas blancas y rojas. Son las trazas del GR-10, que recorre estos andurriales. Cuesta arriba, quedan varias entradas de pistas. Así se llega a una nueva bifurcación, justo antes de que el camino del Palero trace una empinada curva a la izquierda.

De inmediato se bifurca. Aquí se abandona el camino que sigue a Cotos, para seguir por el de la izquierda, que salva el cercano arroyo y comienza a ascender por la ladera septentrional de Cabeza Mediana.

El tramo ofrece las mejores vistas de la ruta. Luego emprende un tranquilo descenso que le lleva a una nueva encrucijada. Debe tomarse el ramal de la derecha que termina junto al mirador de Los Robledos.

Una vez allí, se puede seguir a la derecha, para pasar junto a la laguna del Operante y la Casa de la Horca, cruzar la carretera de Cotos y, ya junto al arroyo de la Angostura, alcanzar La isla, animados por el aroma que desprenden sus figones, enfaenados en la temporada de caza.

Datos útiles

Cómo llegar. Desde Madrid por la A-1, hasta Lozoyuela. Seguir por la M-604 hasta sobrepasar Rascafría. En el kilómetro 31,300 tomar el desvío a la derecha que lleva hasta el mirador de los Robledos y el monumento al Guardia Forestal. Horario. La caminata lleva entre hora y media y dos horas. Indicaciones. Imprescindible calzado recio e impermeable en esta época del año. Valores naturales. Importantes masas boscosas de pino silvestre. También robledales y alguna acebeda. Presencia de corzo, jabalí, zorro, ardilla y buitre. Dónde comer. La carta que ofrece el restaurante Los Claveles, en La Isla, es capaz de devolver las fuerzas al más cansado excursionista.

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Visita a los escasos tarayales del sur de la región

Uno de los mejores ejemplos de este resistente arbolado se localiza en el municipio de Aranjuez

ARANJUEZ.- Pocos hay tan austeros. Se arreglan para subsistir sobre suelos calizos, yesíferos, salobres y definitivamente salinos. Asociados a las ramblas y cursos fluviales estacionarios, parecen sentirse a gusto en las secas condiciones mediterráneas. Por si fuera poco, el taray cumple la paradoja de ser el árbol por excelencia de la desarbolada llanura manchega.

Su nombre nada tiene que ver con tan espartanas costumbres, aunque sí con el lugar en el que vivía. Es la derivación del nombre romano Tamaris, río italiano donde este árbol prosperaba en abundancia hace 20 centurias.

Presenta el taray unas ramas flexibles, delgadas, algo colgantes y de color rojizo, cuando no grisáceas. Aunque durante el invierno apaga mucho sus tonos. Tiene las hojas pequeñas y con escamas, parecidas a las del ciprés. Pero llegada la primavera sus flores le iluminan hasta el punto de ser muy utilizado como planta ornamental.

En invierno, su tronco se abre en una apagada pelambrera de innumerables ramas, ahora desnudas de hojas. Son precisamente éstas las que cumplen un papel decisivo en la fisiología del vegetal, la denominada decurtación.

Se trata de un evolucionado proceso mediante el cual las pequeñas hojas se convierten en los depósitos de las sales que absorbe del suelo, y de los cuales se desprende cuando éstas caen durante el otoño.

Los mejores tarajes de la zona centro se encuentran ligados al río Tajo, en especial en los alrededores de la localidad toledana de Noblejas. En Madrid, las ocupaciones ilegales de las riberas imposibilitan recorrer este río aguas abajo de Aranjuez. Por ello, el caminante se dirige al cercano arroyo de la Cavina, en busca del mejor tarayaje de la región. Tributario del Tajo en su orilla izquierda, discurre este arroyo por una gastada depresión, anegada durante los inviernos.

En mitad de los redondeados cerros, camina una pista junto al arroyo, al que tapan las espesuras encarnadas de estos árboles. De los cuatro tarayales de nuestra geografía, el denominado canariense es el que prospera en estos saladares.

La exclusiva sapina

Comparte suelos y sales con otras plantas tan austeras como la exclusiva sapina o los exóticos almarjal, fenalar y orzagal. Junto con cardos y otros hierbajos, forman un ralo

cortejo de fantasmales seres vegetales que dormitan en un suelo gris, muerto de puro invierno.

Anclados a lo largo del recorrido del arroyo, hunden los tarayes sus raíces en unas aguas y encharcamientos que a poco que caliente el sol se evaporarán como por ensalmo.

Aunque aún no han alcanzado su característico color encendido del estío y se muestran desnudos de hojas, los cerrados bosquetes que componen estos arbolillos se hacen notar, dando pinceladas rojizas al anodino paisaje.

Es un bosque lineal que ensancha y difumina su trazo, que recorre el centro de la depresión abierta por el riachuelo, convirtiéndose en la única línea de color que alegra estas tristes y ensombrecidas parameras de la cola de la región.

La ruta no encierra mayor misterio que recorrer el arroyo por su orilla izquierda para, una vez alcanzado el ancho valle del Tajo, emprender el retorno por el lado opuesto. Se trata de una marcha facilona y sin desniveles en la que el único problema deriva en el tránsito de alguna zona embarrada.

La visión del lagunero colgado del cielo, de la cigüeñuela recortada en el reflejo de un charcal y de la imperial imagen de una garza inmóvil sobre la orilla, son las mayores sorpresas de una ruta salpicada por frecuentes carreras de liebres y conejos.

En la orilla izquierda del arroyo, cierra el horizonte el chato cerro rematado por la robusta ruina de la casa de la Cavina y a los pies del mismo, unas corralizas, por cuya puerta se pasa de retorno, al tiempo que la luz de la tarde prende definitivamente fuego a la cabellera de estos humildes arbolillos.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la Autopista A-4, hasta Aranjuez. Cruzar la villa hasta su lado sur, rumbo a la antigua nacional. Seguir esta vía, teniendo a la izquierda el mar de Ontígola y a la derecha la finca del Regajal, hasta el cruce con la A-4. Empalmar con la solitaria M-400, que conduce a Toledo. El inicio de la excursión está en una pista que se abre a la derecha en el kilómetro 32.500. Horario. Hora y media. Indicaciones. Desde las corralizas en vez de alcanzar la carretera por el sendero que marcha junto a unos sembrados, puede continuarse por la pista la M-400 en el kilómetro 34, retornando por su arcén hasta el punto inicial. Valores naturales. El más importante bosque de tarayes de Madrid. Dónde comer. Casa José, en Aranjuez. (Tlfno: 918.911.488).

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Por la senda del arroyo Saúca y sus ocultas verdagueras

Uno de los más peculiares arbolados de la región vive en los riachuelos montanos del alto valle del Lozoya

ALAMEDA DEL VALLE.- Encierra el Alto Lozoya una curiosidad arbórea que sólo conocen los botánicos o los lugareños como Manolo Morales, vecino de Alameda del Valle, que todas aquellas mañanas de invierno que lo permite el nevazo arrea su corto hato de avileñas rumbo a Los Rasones.

«Se las cambio por la cámara de fotos», interpela resignado al caminante. «Nadie las quiere y no valen ni lo que comen en una semana; primero las vacas locas y ahora la lactosa», se lamenta este vaquero, agobiado por unos males que no sabe ni cómo vinieron ni cómo se irán.

El Alto Lozoya es tierra de ganado. De vacas sobre todo. También de caballos, que corren por las interminables y mullidas dehesas, por ahora libres de cualquier locura. Y de ovejas. Como las que apacenta Toribio Harcones.

Merinas

«Son las únicas que merecen la pena: tienen la mejor lana; las demás no valen pa ná. Son merinas de raza serrana». Este pastor de zamarra de piel y talega de cuero viejo vino de la raya de Pedraza hace casi medio siglo y desde entonces no ha salido del valle.

-«¿Por dónde caen las saucedas?» -«Querrá decir verdagueras. Siga todo este camino y luego cruce el río y allí mismo las ve».

Los sauces son un mundo entre los árboles. Hay tantas especies, que para conocerlas todas hay que ser botánico de postín. O un paisano apegado a su tierra, como lo son Manolo Morales y Toribio Harcones.

El caminante, que apenas llega a distinguir la coscoja de la carrasca, el olmo del chopo y el carrasco del negral, lo tiene algo más crudo. Pero a fuerza de preguntar se anda el camino.

Así se ha enterado de que en todos estos arroyos montanos prosperan los sauces. Pero no unos sauces cualquiera. Aquí lo hace una especie exclusiva de sauce montañero; el llamado cinéreo, debido a su aspecto grisáceo, que gusta vivir al arrimo del helado frescor de los veneros del Guadarrama.

Toribio y Manolo, igual que el resto de sus vecinos, los llaman verguera o verdaguera. Palabra que parece derivar del término verga, en clara alusión a las rectas y potentes varas en que se convierten sus ramas.

Esta curiosa formación mitad árboles, mitad arbustos, crece a partir de los 1.400 metros de altitud y se asocia a los numerosos arroyos de montaña que bajan directamente desde las nieves de la Sierra.

La ruta del arroyo de la Saúca, también llamado de La Zarza, arranca en la misma población de Alameda del Valle. Justo al otro lado de la carretera que lleva a la localidad de Rascafría. Lo hace por una cómoda pista que, tras cruzar un fresco soto, atraviesa sendas vallas americanas y alcanza un puente. Nada más cruzar sobre sus aguas, gira a la izquierda para llegar a las despejadas dehesas de Los Rasones.

En mitad de las vastas praderías, el camino se bifurca a la altura de unas explotaciones ganaderas. La ruta prosigue por el ramal de la izquierda, que se aproxima al cauce. La pista lo cruza por un puente de hormigón, aunque el caminante prefiere hacerlo por otro más humilde de madera, situado más arriba.

Dehesas

Emprende luego su tramo más empinado, al tiempo que se aleja un tanto del arroyo, rumbo a las cerradas lomas de Peñas Crecientes. Entre vallas de piedra que encierran vacas y robles, el camino ofrece un paisaje de dehesas partido por la raya del río. La esconde la cerrada espesura grisácea de un bosque de galería formada por estos árboles de carácter arbustivo, cuya altura de su tronco es inferior a la del penacho de sus desnudas ramas.

La pista se difumina en un punto donde la garganta se angosta. Es el momento de emprender el retorno de este camino que desvela la secreta existencia de un pequeño árbol de madera blanca y liviana, cuyas ramas eran otrora usadas como mimbres y materia para elaborar cestería.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-1 (Burgos) hay que dirigirse a Lozoyuela. Una vez en esta localidad, hay que empalmar con la carretera M-604 hasta el kilómetro 21,900, justo a la entrada de la población de Alameda del Valle. A la derecha, nada más cruzar el arroyo de la Saúca, aparcar el vehículo a la entrada de una pista que se adentra hacia el norte. Horario. Seguir esta agradable ruta por el norte de la Comunidad de Madrid lleva entre 1 1/2 y 2 horas, aproximadamente. Indicaciones. Es imprescindible llevar calzado recio e impermeable en epoca de lluvia. Valores naturales. La mayor parte de los cauces de esta parte del río Lozoya albergan esta peculiar especie de sauceda o verdaguera, como el árbol es más conocido entre los madrileños. Lo remoto de algunos les convierten en refugio de primer orden para una variada fauna. De paso. El núcleo urbano de Alameda del Valle es el mejor conservado de esta parte del valle del Lozoya. La iglesia parroquial de Santa María, la ermita de Santa Ana, la Casa Consistorial y las antiguas escuelas son sus edificios más remarcables. Dónde comer. Restaurante El Boliche, en Alameda del Valle. (Teléfono 918.690.017).

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Entre el aroma resinero en Valdemaqueda

En este término municipal crecen algunas de las más hermosas extensiones de pino de la Comunidad de Madrid

VALDEMAQUEDA.- Estamos ante una de las bestias negras que en materia arbórea tienen los ecologistas. Sólo los vilipendiados eucaliptos superan en mala fama al ubicuo pino piñonero, árbol que ante todo se distingue por su agradecida austeridad.

Esta característica, unida a su rapidez de crecimiento y antigüedad, le ha convertido en la especie preferida para las repoblaciones diseñadas por aquellos ingenieros forestales más atentos a la rentabilidad económica que a la fidelidad ecológica.

Aunque ha ayudado mucho en su actual distribución peninsular la mano del hombre, es árbol dispuesto a soportar climas tan dispares como los que presentan fuertes sequías estivales y aquellos otros caracterizados por los más duros rigores invernales.

Habitante de costas e interiores, lo mismo puebla llanuras que mesetas, valles que montañas. En cuanto al tipo de suelo, es un adicto a la diversidad. Puestos a señalar alguna preferencia, hay que destacar los sustratos arenosos y pobres en nutrientes.

Los botánicos lo conocen por su nombre latino, pinaster, pues según sea su lugar de residencia, se le llama negral, rodeno o resinero, denominaciones que lían aún más el batiburrillo de los pinares ibéricos.

Pinácea antigua donde las haya, como atestiguan las piñas y el polen fosilizados descubiertos en Portugal y que datan del Mioceno, es decir de hace al menos 10 millones de años, puede cumplir más de 300 años.

Abundantes y repartidos por toda la región, los mejores pinares de resinación madrileños se localizan en los intrincados montes del oeste. Como los de Valdemaqueda, donde están los mejores ejemplos. Una fácil caminata que arranca del pueblo es buena manera de conocerlos.

A la derecha de la carretera de Robledo comienza un camino que marcha paralelo al asfalto. Seguirlo hasta sobrepasar el mojón del kilómetro 4. A escasos 100 metros, cruzar la carretera y tomar la pista que atraviesa una cerca y se adentra en las últimas estribaciones del pico de Santa Catalina.

Bifurcación

De inmediato se alcanza una bifurcación, situada bajo un tendido eléctrico. Tomar allí el camino de la derecha que trepa hacia una construcción medio derruida. Tras ella, se

desparrama. Continuar entonces por el ramal principal hasta alcanzar una amplia pista horizontal.

Hace trecho que los primeros piñoneros salpican los aledaños del sendero. Desgarbados y oscuros, muchos están parasitados por matojos de muérdago, que cuelgan de las ramas.

Estos bosques fueron plantados a mediados del siglo pasado por la Unión Resinera Española. Sus plantaciones fueron sangradas durante décadas en busca del pegajoso fluido. Así que, cansados, los resineros ralentizaron el crecimiento. Aún así, se les manifiesta en su porte deformado y en los surcos de sus troncos.

Industria química

El desarrollo de la industria química trajo nuevos productos sintéticos que extinguieron la tradicional explotación resinera, caída desde entonces en el olvido. Por ello, el monte se ha espesado y muestra frondosa la cobertura vegetal que acompaña a este bosque: jarales, escobones y enebros.

La pista debe seguirse a la derecha para no abandonarla durante el resto de la marcha. Más adelante se alcanza una zona despejada, de donde arranca un sendero a la izquierda. Aparece cruzado de arriba abajo por grandes tablones, que parecen una escalera hasta el Santa Catalina. Pero lo mejor es seguir por la pista, hasta alcanzar una barrera que marca el punto del retorno.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid a El Escorial por la A-6 y M-600. Desde El Escorial, seguir por la M-505 hasta el puerto de la Cruz Verde. Una vez allí continuar por la M-512, dirección Robledo de Chavela y desde este último pueblo hasta Valdemaqueda por la M-537. Horario. Entre una hora y 45 minutos y dos horas. Indicaciones. La ruta propuesta empieza y termina en la puerta de el cámping El Canto la Gallina, situado en la entrada del pueblo. Durante el regreso, lo más cómodo es no dejar la pista horizontal, que termina frente a dicho establecimiento. En invierno es imprescindible llevar un calzado recio que facilite la caminata sobre terrenos frecuentemente embarrados. Valores naturales. Importantes masas de pino pinaster. Asociado a este bosque de plantación se descubre la presencia de enebro de la miera, jara blanca, escobones, coscojas. Es de reseñar la abundancia de muérdago, que se distingue por sus frutos blancuzcos de aspecto lobulado. Abstenerse de su recolección. También se pueden encontrar aves forestales, con picapinos a la cabeza; jabalí, zorro y corzo. También buitre negro y águila imperial. Dónde comer. Restaurante del cámping El Canto la Gallina, en Valdemaqueda. (Teléfono: 918.984.948).

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En busca de los ignorados quejigares de la zona este

Una excursión por las últimas estribaciones de los robledales alcarreños en el territorio de Nuevo Baztán

NUEVO BAZTAN.- El quejigo pertenece a los llamados robles marcescentes. Esto es, los que mantienen las hojas secas en sus ramas durante el invierno. De las cuatro especies peninsulares, dos se localizan en la región: melojo y el mencionado quejigo.

Aunque en desuso, hay lugares en que se le conoce como cajiga, debido al parecido que tienen sus hojas, de borde dentado como el de las encinas, roble enciniego, carrasqueño o carraspizo. Arbol de mediana talla, de tronco grisáceo, recto y con frecuencia recubierto de líquenes, su copa no es demasiado densa. En los bosquetes que forma abundan los rebrotes.

Con una necesidad de agua un punto más elevada que la encina, las mejores manchas del centro se localizan en La Alcarria. En su límite resiste el quejigar de Nuevo Baztán, espesura marginal que crece escondida en el barranco de la Vega. La senda de Valmorés permite descubrir sus intrincadas espesuras.

Junto a dos señales de coto de caza, arranca la embarrada pista. Al principio son dos caminos, pero de inmediato se juntan al pie de una corta cuesta. El fondo de la barranquera está ocupado por fincas y sembrados, mientras que las laderas se cubren de carrascas y espartales. En breve se alcanza una bifurcación. No hacer caso de la pista de la derecha, que cruza el arroyo de la Vega, y seguir de frente.

Entre labrantíos y monte bajo, salen cientos de aves. Primero un bando de perdices. De inmediato un par de abubillas, que levanta su atropellado vuelo; a pesar de lluvias y fríos ya están aquí los gallitos de abril. No hay que caminar demasiado para vislumbrar en la suave ladera de la derecha el quejigar. Con sus tonos invernales grisáceos y apagados, ya está casi desnudo de hojas. Su suelo, alfombrado de una capa de hojas que hace brillar la lluvia. Durante un trecho se contempla a placer, con algunos añosos ejemplares que destacan de su parda cobertura.

Así se alcanza un punto donde la depresión por cuyo fondo caminamos, se abre a la izquierda en otra valleja. De ella baja el turbulento arroyo Cordero, que albañala el camino. Conviene aquí encaramarse hasta el rubio cantil que se enseñorea en la loma de la izquierda. Es el reborde de la cueva del Cura. Oquedad que debe su nombre a un sangriento suceso. Cuentan que en mitad de la Guerra Civil española, y con la zona bajo control republicano, el párroco del lugar decidió escapar al monte para salvar el pellejo. Se refugió en la olvidada espelunca y allí estuvo un tiempo tranquilo, quién sabe si consagrado a la oración o sin que le llegase la sotana al cuerpo.

Hasta que cierto día los carboneros que solían acercarse hasta El Perete para fabricar su mercancía, atisbaron la negra silueta. Y dieron cuenta de que no se trataba de un cuervo, precisamente. Hasta la bocacha de la cárcava subieron los milicos. El cura al verlos, preso del pavor más cerval, dio un salto al interior del negro abismo, en un inútil intento por conservar la vida.

Y casi así fue, pues según cuentan las lenguas, los pliegues de su hábito actuaron como providencial paracaídas que amortiguó los más de 20 metros de caída. No le sirvió de mucho, pues antes de que tocase el suelo ya estaba en el punto de mira de los rifles perseguidores.

Sorteado el arroyo Cordero y 20 metros antes de llegar a una caseta situada en un sembrado, bajo una línea de alta tensión, llegarse hasta el arroyo de la Vega. Cruzar la corriente de agua por alguno de sus puntos más estrechos, para remontar apenas unos metros y tomar a la derecha un camino emboscado en el quejigal. El alma de la foresta lo diluye a tramos. Es un camino viejo, perdido, que sólo siguen la raposa y los jabalíes.

Con ligeras subidas y bajadas, la senda camina cerca de la linde que separa los bosques de los sembrados. Así se alcanza un juncal. El camino lo cruza, pero lo inundado de esta parte aconseja descender a la derecha, abandonar el bosque, saltar de nuevo el arroyo y empalmar con la senda de Valmorés, desandando su tramo final.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid por la carretera de Valencia, N-III, hasta el desvío 22, en dirección a las localidades de Arganda y Campo Real. Tomar entonces la M-209, dirección a este último pueblo. Sin abandonar la carretera, seguir hasta Villar del Olmo. En esta población, desviarse por la M-204 hasta Nuevo Batzán. Ya en Nuevo Batzán, hay que coger el desvío hacia Olmeda de las Fuentes, situado a la entrada del pueblo. Una vez allí, descender por la carretera M-219 hasta el punto kilométrico 17,8, donde una cerrada curva a la derecha pasa por encima del arroyo de la Vega. Allí arranca una pista a mano izquierda. En su comienzo se puede dejar el coche aparcado para iniciar la caminata. Horario. La excursión dura, aproximadamente, ente una hora y hora y cuarto. Indicaciones. El camino está muy embarrado en esta época del año, sobre todo por la abundante lluvía caída; hay que prever, por tanto, llevar un calzado adecuado. Valores naturales. Se trata del quejigal más importante de la región madrileña, muestra de las importantes masas forestales presentes en la cercana comarca de La Alcarria. Presencia de rapaces como cernícalo, milano y azor. También perdiz, abubilla, urraca, grajilla, jabalí, zorro y otros pequeños mamíferos. Dónde comer. Un buen sitio es la Taberna Olmeda, en Nuevo Baztán. (Tfno. 918.734.392).

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Por los perdidos coscojares de La Marañosa

Un abundante ecosistema vegetal que crece entre frondosos pinares y rodeado de campos de cultivos

SAN MARTIN DE LA VEGA.- Aunque todo el mundo la conoce como coscoja, su segunda denominación -maraña- hace más justicia a la verdadera naturaleza de esta especie densa y chaparra. Vegetal que cierra filas en torno a sus rastreras espesuras de hojas brillantes y pinchudas, es una de las plantas más frecuentes de los suelos de influencia mediterránea.

Elemento fundamental de diferentes ecosistemas boscosos, suele alcanzar alturas de hasta 6 metros, constituyendo cerrados reservorios para la vida animal y vegetal del sotobosque, como micromamíferos, roedores, pequeños carnívoros y la miríada de especies invertebradas que encuentran en sus laberintos el mejor de los resguardos.

Los coscojares madrileños más representativos se asocian a la depresión del Tajo. Concretamente en el sur de Aranjuez está el mejor de todos ellos. Ocurre que se incluyen en el espacio protegido de El Regajal, no siendo posible su visita.

Hay que ir más al norte, concretamente a las cercanías de La Marañosa, para descubrir otro coscojar. Este, crecido al arrimo del pino carrasco, en una de las más comunes asociaciones que establece nuestro vegetal.

Junto al kilómetro 11 de la carretera que va de Madrid a San Martín de la Vega, hay un descansadero utilizado por los ciclistas que recorren el carril situado en esta vía. En la zona soleada, situada tras el aparcamiento prospera una amplia sociedad de coscojas, que aprovecha el amplio claro dejado por el pinar.

Las cerradas espesuras de la coriácea planta alcanzan aquí los tres metros de altura. No veremos un solo ejemplo que desborde esta cota, por lo que tampoco debemos considerarlo como un ecosistema boscoso en el sentido literal.

Pero no siempre es así. En ciertos lugares, las especiales condiciones ambientales hacen el milagro de transformar a la especie arbustiva en arbórea. El más conocido está en la sierra Arrábida, cerca de Setúbal, Portugal. Allí la planta abandona su característica esencia rastrera y adopta un porte arborícola que sobrepasa los 15 metros.

Tras el aparcamiento arranca un camino a mano izquierda, que penetra en el dosel del pinar y muestra el suelo alfombrado de cortezas y maderas. De vez en cuando en los claros se asientan diminutos coscojares que ofrecen una nota de diversidad.

La pista gira a la derecha en pequeño descenso, hasta que alcanza una zona salteada de coscojas y encinas. Tras la mata más importante, la pista da una vuelta sobre sí misma. Abandonarla allí mismo para seguir de frente hasta la linde que separa al pinar de unos

amplios labrantíos. Allí, unas rodadas permiten la cómoda caminata. Cogerlas a la izquierda, justo a la altura de un pino especialmente corpulento.

A un lado el pinar, con sus entrañas coscojadas, al otro la alfalfa recién brotada, ésta será la tónica del resto de la marcha. Sin abandonar la raya que separa árboles de cultivos, dar una curva cerrada a la izquierda y emprender una subida que termina en un suave collado, donde se localiza un pequeño vertedero.

En el collado se sitúa una encrucijada; tomar el camino de la derecha, que marcha por una loma elevada, teniendo un fino filete boscoso a mano derecha. Cuando éste acaba, el camino gira a la izquierda. Abandonarlo para cruzar el sembrado de la derecha, hasta alcanzar un nuevo bosquete situado a unos 50 metros. Empalmar con otra pista que marcha por su borde, para no dejarla, a pesar de ser varios los caminos que se adentran en recónditas vaguadas.

En una cuesta arriba crecen decenas de plantones protegidos por redecillas. Poco después, cruzar otra lengua de sembrados y proseguir al borde de otra mancha boscosa. Cruzar una segunda vaguada y luego una tercera, para empalmar con el último límite boscoso, en dirección norte. Seguir por la pista en suave subida, que ahora tiene el bosque a la diestra, hasta llegar a los aledaños de la vía ciclista, ya muy cerca del punto de partida, situado a la derecha.

Datos prácticos para una excursión sin contratiempos

Cómo llegar. Desde Madrid por la autovía A-4, carretera de Andalucía hasta tomar la salida 20, dirección Pinto, San Martín de la Vega. Empalmar con la M-841 hasta la segunda localidad. Desde allí por la M-301 hasta el kilómetro 11. Horario. Unos 45 minutos (aproximadamente) para todo el recorrido descrito. Indicaciones. Camino que debe seguirse con atención para evitar pérdidas. Hay que llevar calzado recio para caminar por terreno embarrado. Es interesante llevar también unos prismáticos y una guía de aves, para disfrutar la riqueza ornitológica de este entorno. Valores naturales. Es una interesante muestra de coscojar asociado a pino carrasco, salpicado con algún árbol de carácter monumental. Dónde comer. Una sugerencia: visitar el restaurante bar El Sol, en San Martín de la Vega.

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RUTAS VERDES / BOSQUES MADRILEÑOS

En busca de uno de los escasos madroños de la región

A pesar de su protagonismo en el blasón de la Comunidad, este árbol es de los más escasos de nuestro territorio

CADALSO DE LOS VIDRIOS.- Son tan pocos, que hay más en los repetidos escudos de la Villa, que por los campos de nuestra región. De hecho no existe ni una agrupación de tan blasonuda especie. Sólo se localiza un puñado de ejemplares aislados, la mayoría de ellos, para más inri, enraízan en parques y lugares urbanitas. Pero no podía quedarse fuera de este peregrinaje arbóreo un capítulo dedicado al vegetal madrileño por excelencia: el madroño.

Arbolillo que se agrupa dentro de una más que variada comunidad vegetal, coscoja, codeso, espino, majuelo, lentisco, cornicabra, escobón, espino, brezo y durillo son los más frecuentes miembros de su cortejo. Si el sometimiento antrópico se lo permite, el madroño no se corta en extenderse. Entonces el sencillo arbusto se transforma en árbol de armoniosas proporciones, cuya altura en algunas ocasiones va más allá de los 10 metros.

Los mejores madroñales ibéricos se localizan en la salmantina Sierra de Francia y en puntos escogidos de Extremadura, Toledo y Ciudad Real. También en algunas foces montanas de ambiente cálido, como en Picos de Europa y Pirineos centrales.

En Madrid sólo es posible encontrar los mencionados ejemplares aislados. Casi todos crecen en lugares remotos de la zona oeste, donde en las cercanías de San Martín de Valdeiglesias se conserva un topónimo denominado El Madroño.

Resulta curioso constatar que a pesar de tan escasa presencia, sea el árbol elegido para estar en la heráldica madrileña. Cuentan que esto fue así en la búsqueda de un símbolo que representase la paz conseguida hogaño entre el Cabildo y el Concejo castizos, tras las prolongadísimas disputas que mantuvieron a causa de los pastos y bosques. Al final se eligió al oso para representar a uno y al madroño para el otro.

Flores y frutos

Su carácter perennifolio, otorgado por sus ancestros lauroides, junto a su peculiar característica de mantener al tiempo flores y frutos, le confieren un valor paisajístico que le ha hecho especie preferida de parques y arboretos. Es el caso de los jardines de Aranjuez o de la capitalina plaza de la Lealtad.

A la búsqueda del que quizás sea el más monumental de los madroños silvestres madrileños, se echa a andar el caminante una mañana de primavera por las campiñas abiertas hacia el sur de Cadalso.

Al poco de pasar el kilómetro 8 de la carretera de Almorox, se atisba a la derecha la desvencijada masa de unos arruinados autocares. Una pista marcha a su encuentro, transitando junto a un campo de almendros. Al llegar al desguace, tomar la pista que lo bordea por su izquierda y emprende un suave descenso.

No se tarda mucho en pasar al pie de una explotación de arena. Después se alcanza una zona despejada de olivares y viñedos. Seguir la pista principal sin hacer caso de las frecuentes desviaciones que se inician en el camino. Queda a la izquierda una construcción y, tras una curva, se alcanza un cruce. Dejar allí la pista principal para tomar otra menos marcada que se abre a la izquierda por un terreno de vegetación más cerrada.

Marcha el descenso hacia el sur y tras un tramo más empinado, alcanza el arroyo del Molinillo, un riachuelo de aguas tan sucias como olvidadas. Lo cruza un puente de hormigón. En la otra orilla, tomar el camino que sigue de frente y cruza una portilla, abandonando la pista, que marcha a la derecha junto al río. La ruta elegida emprende una arisca subida junto a cultivos de almendros. Hasta que llega a lo alto de una loma.

Poco después se alcanza una cantera. Seguir de frente para acometer una suave bajada, en cuyo fondo discurre un riachuelo. Cruzarlo y remontar la orilla opuesta con una cerrada ese. Y allí mismo, en mitad de un viñedo, se descubre la oscura silueta del anhelado madroño del cerro Majuelito.

Datos prácticos

Cómo llegar. Se sale de Madrid por la A-5, carretera de Extremadura, hasta el pueblo de San José de Valderas. Seguir por la M-501 con rumbo a San Martín de Valdeiglesias. Llegar hasta la localidad de Pelayos de la Presa y, a la salida del pueblo, en el kilómetro 53, tomar la M- 541, a Cadalso de los Vidrios. Empalmar allí con la carretera M-542, dirección a Almorox, hasta el kilómetro número 8,6 donde se abre a la izquierda un camino, por el que se inicia por fin la marcha. Horario. Entre una hora y media o dos horas para el recorrido de ida y vuelta. Indicaciones. Ruta algo complicada por la naturaleza del terreno. Aunque son numerosos los vecinos que trajinan en las huertas junto a las que se transitan, muy pocos conocen la existencia del madroño, por lo que conviene ser muy cuidadosos en seguir al pie de la letra la descripción de la ruta. Valores naturales. La visita se realiza a uno de los madroños silvestres más interesantes del territorio madrileño. Se trata de un árbol que sobrepasa los cinco metros de altura y con un diámetro de copa de siete metros, estimándose su edad en más de 60 años. Dónde comer. Recomendamos almorzar en la posta de Corpes. (Tlno. 918.611.416).

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RUTAS VERDES / BOSQUES MADRILEÑOS

Los singulares cornicabrales de la Atalaya

Visita a una rara y valiosa formación vegetal que crece en los montes del oeste de la Comunidad de Madrid

SAN MARTIN.- Entre las muchas formaciones vegetales que pueblan nuestros montes, el cornicabral es una de las más singulares. Propia de los ámbitos mediterráneos, gusta disfrutar de terrenos abruptos y pedregosos.

Aunque abundante, este arbusto que puede llegar a arbolillo con una talla por encima de los cuatro metros, suele crecer solitario, siendo poco frecuentes los enclaves donde se agrupa. Debe su nombre a los característicos cuernos que pueblan su anatomía. Se trata de agallas, similares a las del roble, cuya forma también le ha dado el nombre de corneta o cornetal.

Con querencia hacia el oeste de nuestra región, justo en su linde y no muy alejada de la localidad abulense de El Tiemblo, crece uno de los mejores ejemplos de la península Ibérica de esta rara formación; el cornicabral de La Atalaya. Situado en las faldas de esta cota de tercera categoría, su recorrido supone triscar como las cabras por una orografía accidentada, aunque necesariamente breve al limitarse al ámbito de dicho ecosistema.

Mejor en otoño

Una pista supera la breve cuesta que se inicia en el breve portillo con el que la carretera de El Tiemblo supera las estribaciones de La Atalaya. Conduce a una pradera, donde se abandona la pista que desciende hacia la derecha, para seguir por unas rodadas apenas marcadas, rumbo a la cercana cimera. Transformadas en camino, llevan por el lado sur al punto culminante.

Entre las peñas que atalayan al caminante y, desde allí, ladera abajo, aparecen las cornicabras, ahora desnudas de hojas, aunque hace días que comenzaron a echar sus rollizos brotes. No es éste el mejor momento para la planta. Lo tiene durante el otoño, cuando tintan las laderas cálidos tonos que van del amarillo al carmesí.

De vuelta al sendero, se emprende un descenso rumbo al nordeste. A la izquierda y poblando la ladera que baja a pico hasta el arroyo de los Chorrancos, aparecen las más cerradas matas de cornetales, que en esta época cenicientan el monte.

De una corraliza situada al otro lado del hilo de agua, un cabrero saca su hato de cabras. Los botánicos subrayan que los cornetales son el producto de la modelación del monte por parte del ganado caprino y ovino.

Siglos de ramoneo terminaron con la mayoría de las especies de estos lugares, menos con las cornetas, debido a su toxicidad. Interacción entre ganadería y hábitat, en algo que ha dado en llamarse etnoecosistema.

Se cruzan los restos de una cerca de piedra y se pasa entre dos grandes pinos. Luego bajo un tercero, cuyo tronco muestra los descarnamientos inferidos por los jabalíes en el cotidiano afile de sus cuchillos. Prosigue el descenso por una zona abierta en la que se salpican grandes montones de piedras. Sin camino definido, se arriba a una arruinada majada, justo delante de un pequeño pinar.

Pasar por su izquierda, por un cerrado escobar, y dejar atrás el arbolado. A la izquierda, una rústica valla formada por todo tipo de materiales protege unas vides. Dirigirse hacia otras ruinas situadas en el este. Nuevas matas de cornetales salen al encuentro del caminante enseñando sus desnudos nudillos que poco a poco se pueblan de brotes, brillantes como anillos.

Se salta otra cerca de piedra, junto a unas rocas donde se alza un hito de piedras. Siempre en bajada, se transita por un terreno en bancales al que se agarran olvidadas vides. Entre un cerrado cornicabral, que crece junto a un berrueco y la valla de un viñedo, circula un senderillo que marcha hacia un tendido eléctrico.

Sin variar el rumbo, alcanzar un nuevo terreno de viñas, ahora en la izquierda. Entre la valla que lo cierra y bosquetes de cornetales, pronto se alcanza una pista, que se sigue a la derecha. Un par de curvas llevan al tramo que cruza el amplio Majadal del Sordo.

Hacia su final, surge un camino que gira a la derecha. Marcado con puntos rosas, gira hacia el sur y tras varias curvas, emprende una larga subida por terreno despejado donde se alternan cornetales y enebros.

Sin dejar la subida, se transita por terreno despejado entre viñedos hasta empalmar con una pista. Tomarla a la derecha hasta alcanzar el punto de partida.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid por la A-5, carretera de Extremadura, hasta San José de Valderas. Seguir por la M-501, dirección Plasencia, sobrepasar San Martín de Valdeiglesias y seguir hasta el kilómetro 59,5, donde se toma, a la derecha, la N-403, dirección Avila. Proseguir esta carretera hasta el kilómetro 85,9. Allí está el punto culminante de un portillo, a cuya derecha hay un aparcadero donde se deja el vehículo y comienza la ruta. Horario. Tres cuartos de hora son suficientes para el recorrido descrito, sin contar el tiempo empleado en las paradas. Indicaciones. Un singular ecosistema que tiene su mejor momento en el otoño, por el cromatismo de sus hojas. Ruta sin camino definido en su primera parte. Valores naturales. Se trata de uno de los mejores ejemplos de la península Ibérica de esta peculiar formación vegetal. Presencia de abundante fauna, como conejo, liebre, perdiz, arrendajo, rabilargo, jabalí, zorro, milano y buitre. Dónde comer. Casa Mariano, en El Tiemblo.

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RUTAS VERDES. SENDA REAL

Por los viejos caminos junto a la muralla del Pardo

Recorrido entre Valdelatas y la portillera del Tambor, a la vera del largo muro que protege el viejo cazadero real MADRID.- Pronto serán seis los siglos que llevan empolvando estos viejos senderos a pastores, furtivos y caminantes. Discurren por la linde de un territorio cuyo valor lo convirtió en favorito de reyes, méritos por los que hoy se pelean para su salvaguarda ecologistas y ministerios.

Seis siglos atrás no había muralla que separase bosques y secarrales, y encinadas y alcornocales se extendían hasta las áridas campiñas manchegas del sudeste. Lugar favorito de Alfonso X el Sabio para cazar, algo más tarde Alfonso XI señala en su Libro de la Montería que era este monte feraz refugio de osos y lobos. Estos últimos sobrevivieron hasta ayer como quien dice. A mediados de los 80 una loba de 40 kilos fue abatida por el guarda del cercano Soto de Viñuelas.

Dejando al otro lado de la carretera de Colmenar esta prolongación que tiene El Pardo hacia el oeste, echa a andar esta caminata desde el ignorado apeadero de Valdelatas. Lo hace por un puente que salva las vías del tren y entre fincas agrícolas, herederas de los extensos labrantíos que dejaron estos andurriales mondos de toda encina en mor de la agricultura del medievo. Coincide este primer tramo con el ramal madrileño del Camino de Santiago, que sigue recto hacia los Fuencarrales.

La ruta de hoy, que es el tramo de la Senda Real entre Valdelatas y la Portillera del Tambor, bordea hacia la derecha las últimas fincas para plantarse ante la interminable tapia que cerca las vaguadas y colinas del Pardo.

Fue Enrique III de Castilla quien, a comienzos del siglo XV, decidió construir un pabellón de caza que facilitase las correrías cinegéticas de su corte por las otrora alejadas fragosidades. Así transcurrieron siglos y reyes, mientras osos, lobos, linces, gamos, ciervos, jabalíes, buitres y águilas se reproducían sin sufrir apenas merma en sus efectivos.

A pesar de ello y para proteger a tan ilustre galería animal, Fernando VI mandó levantar en 1753 un severo muro que cerrase todo su perímetro. Fueron 99 kilómetros de recias losas de granito y ladrillos de terroso color púrpura los que encerraron 15.000 hectáreas de valiosa belleza.

No lo hizo para conservarlos de la extinción, ni mucho menos, sino para poder cazarlos a placer. Con tan recia albarrada se mantenía a raya a los furtivos que hasta aquel entonces no tenían reparo en desafiar prohibiciones, multas, destierros e incluso penas de muerte. Desde entonces y hasta nuestros días, todos los monarcas y jefes de Gobierno españoles han tenido en estos bosques su particular coto de caza.

Junto al cierre discurre el Canal de Isabel II. Lo señalan las sucesivas casetas de registros. A su vera marcha una pista que, más o menos alejada del viejo cerco, permite atisbar la diferencia de lo que hay a sus dos lados.

En esta parte de la cercada, áridos campos desnudos, donde los escobones no dan abasto a tapar decenas de vertederos ilegales. Tal vez, si al caminante le acompaña la suerte, podrá sorprenderse por el salto de alguna liebre azorada que huye de su encamada o por el vuelo intermitente de un bando de jilgueros.

Al otro lado del bardal, se ha conservado una fragosa mancha mediterránea, ya única, donde no cuesta vislumbrar ciervos y gamos, corzos y jabalíes... así hasta 200 especies animales que viven entre encinares y alcornocadas, sorprendentemente a salvo gracias al gastado valladar de piedras y ladrillos. Viendo la diferencia, sólo cabe decir: ¡Cierra la muralla! Ya de regreso, esta vez por la pista que, pegada a la cerca, sube y baja profundas vaguadas, el caminante se asombra al escuchar un lejano trompeteo. En el cielo cuelga la elegante V de un bando de grullas que vuela en migración; buscan refugio entre las encinas del otro lado de la pared. Entonces ya no le cabe ninguna duda: ¡Cierra la muralla!

Datos prácticos

Cómo llegar. Valdelatas está a la altura del kilómetro 16 de la M-607, carretera de Colmenar. Para llegar a La Portillera del Tambor, seguir esta misma vía hasta el kilómetro 10,900, donde está el cruce con la M-612, en cuyo kilómetro 4 se encuentra la entrada del monte. A Valdelatas puede llegarse en tren de Cercanías o en alguno de los autobuses que salen de la plaza de Castilla. Indicaciones. Recorrido de ida y vuelta que puede iniciarse en cualquiera de sus dos extremos. No hay agua en todo el recorrido, algo muy importante para los días calurosos. Itinerario ideal para recorrerlo en bicicleta todoterreno. Valores naturales. Campos despejados. En las próximas semanas será el mejor lugar de Madrid para contemplar las migraciones de grullas, pues una de sus rutas principales coincide con esta parte del Pardo. Horario. Entre una hora y 45 minutos y dos horas, para los ocho kilómetros que tiene el recorrido ida y vuelta. Dónde comer.- El Mesón. Carretera Colmenar, kilómetro 14,5. (Tel: 91 734 10 19).

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Page 48: RUTAS VERDES

RUTAS VERDES / COLMENAR-TRES CANTOS

De la sorpresa del arroyo Tejada hasta el monte del Pardo

Este tramo de la Senda Real desciende por la rampas colmenareñas para encontrarse con un escondido curso de agua COLMENAR VIEJO.- Dirigido por las abundantes marcas blancas y rojas y las flechas amarillas estampadas sobre las vallas, piedras y paredes, deja Colmenar a su espalda el caminante. Desde la ermita de Santa Ana coge el rumbo de la Senda Real, que no es otro que el que lleva hasta el cementerio.

Este tramo, que se extiende entre Colmenar Viejo y Tres Cantos, es la parte más desconocida de la Senda Real, el histórico camino recién inaugurado que une la ciudad de Madrid con la sierra de Guadarrama. Se trata de un recorrido que coincide con el ramal madrileño del Camino de Santiago.

En algo más de un kilómetro de suave descenso por un arcén sembrado de bancos y falsos plátanos, se alcanza el camposanto de Santa Ana. A su lado se extienden las amplias explotaciones ganaderas de las rampas colmenareñas.

El prolongado descenso quita penas a la marcha y permite distraerse con unos campos donde se desperdigan los bosquetes de enebros y encinas.

Sigue la pista sobre una afilada loma hilvanada con interminables empalizadas que marcan el camino hacia el sur. Tras pasar junto a una yeguada, al fin se alcanza el arroyo de Tejada. En este punto cambia el paisaje y desde las venteadas y desnudas rampas uno se da de bruces con el recogido abrigo de este recóndito cauce. Poblado por un prolongado bosque de ribera, es una de las más agradables sorpresas que pueden encontrarse en los alrededores de la capital madrileña.

Cruzadas sus aguas, circula la pista un buen tramo junto al arroyo. Tras una curva, las pasará de nuevo. Así, jugando a hacer ochos, camino y arroyo se entrelazarán hasta 10 veces.

En un punto donde se ensancha el cauce, las señales de los troncos mandan al camino fuera de la pequeña vaguada, para encaramarse sobre un breve terraplén. Desde allí sigue entre vallas, pasa junto a una casa y entronca a otro más ancho, para girar a la izquierda. En vez de esto, el caminante sigue por la pista principal junto al arroyo, cruzándolo al poco y empalmando con el citado camino ancho, que prosigue por la orilla derecha de las aguas.

Casi de inmediato la pista se bifurca, ofreciéndose dos posibilidades para continuar. La de la izquierda cruza el río, para salir de la vaguada por un terreno despejado y entroncar con una larga subida que deposita en las cercanías del parque tecnológico de Tres Cantos, ya junto a la carretera de Colmenar.

La que sigue de frente permite alcanzar la parte más remota del arroyo, ya muy cerca de El Pardo. Allí es donde cruza por última vez sus aguas, encarando una prolongada cuesta que, nada más empezar, deja un ramal a la derecha. En su parte final discurre junto a la encinada de El Pardo, hasta que alcanza la carretera, en el mismo punto que la variante descrita antes.

Desde allí, sólo queda recorrer el sendero junto a esta carretera, hacia la derecha, rumbo hacia el sur. Así se pasa ante la amplia finca que tiene el Ayuntamiento de Madrid en Tres Cantos, justo en la linde del Monte del Pardo. Es el colegio Palacios Valdés, donde el Consistorio tiene un aula de la naturaleza. En un kilómetro y medio, se alcanza una parada de autobús, situada al pie de una pasarela.

El camino sigue hacia el sur. Pero aquí, junto a El Pardo, se encuentra el fin de esta etapa.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la M-607, hasta la salida del kilómetro 36,5, Colmenar Viejo. Desde el centro de la localidad, seguir hacia el sur por la antigua carretera que lleva a Madrid. En la primera rotonda, sobrepasada una gasolinera, desviarse a la derecha, dirección Hoyo de Manzanares. Seguir un kilómetro hasta una nueva rotonda, que habrá que rodear hasta alcanzar la ermita de Santa Ana, donde comienza la excursión. Indicaciones. Para realizar esta excursión es recomendable utilizar alguno de los autobuses que van desde la plaza de Castilla a Colmenar Viejo, retornando desde la parada donde termina la marcha de idéntica forma. Valores naturales. Excursión que recorre dos ecosistemas bien diferenciados : rampas ganaderas y cauce fluvial. Duración. Entre una hora y cuarenta minutos y dos horas. Comer. Restaurante Kantuta, en Tres Cantos (918.034.750).

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RUTAS VERDES / SENDA DEL REY

De Tres Cantos a Valdelatas por el monte del Pardo

Este sendero transita por los límites de este bosque mediterráneo que ha quedado fuera del viejo cazadero real TRES CANTOS.- A la circunstancia de ser el más joven municipio madrileño, debe unir este pueblo el privilegio de hacer nacido pegado a uno de los enclaves más sobresalientes de la geografía de la región. Y es que todo el límite oriental del suelo tricantino limita con la excepcional masa encinada del monte del Pardo.

Aprovechando tal linde, extiende la Senda Real el tramo que la lleva hasta la cercana Valdelatas, a través de un territorio que quién sabe por cuánto tiempo podrá recorrerse. Uno de los proyectos para el tren de alta velocidad Madrid-Valladolid contempla extender por este feraz pasillo verde su enorme trinchera.

Para recorrerlo, la Senda Real ha elegido la misma traza que el ramal madrileño del Camino de Santiago. Así, el caminante encuentra cómo sus marcas blanquirrojas se hacen acompañar por las inconfundibles flechas amarillas de la Vía Láctea.

Al pie de la pasarela, que a la altura de Tres Cantos cruza la autovía, el camino aprovecha las conducciones del Canal de Isabel II en su viaje hacia el sur. Centenarias encinas, escapadas de la tutela de la valla que cierra el monte, conforman un pasillo natural que da más de sí de lo que parece.

Sin mayores inconvenientes que caminar lo más alejado posible de la autovía de Colmenar, se alcanza el apeadero de El Goloso. Junto al amplio aparcamiento, situado frente a los cuarteles, surge una pista que se aleja hacia las vías del tren. En suave ascenso y dejando a la izquierda la colonia de El Goloso, se alcanza la puerta que aquí tiene El Pardo. Bajo la misma, hay un túnel que utiliza el ferrocarril.

Desciende el camino por el lado izquierdo de la vía del tren, para alcanzar una remota vaguada poblada por bosquetes de alcornoques. Luego, el camino sube una cuesta junto a una valla, para girar a la derecha, sobre un túnel, en busca de un senderillo que lleva a una ancha pista que debe tomarse a mano izquierda.

En descenso, y siempre con la vía del tren a la derecha, se alcanza una zona inundada, tras la cual y sin hacer casos a los caminos que se abren a ambos lados, emprende una larga subida que termina en una curva a la izquierda. Frente a un edificio marrón rodeado de escombros, enhebra con otra pista, que se coge a la derecha. Pronto se bifurca. Se toma el ramal de la izquierda que, enseguida, deja atrás las cerradas carrascas. Así se alcanzan las cercanías de la clínica Sears. En su entrada debe tomarse la carretera a la derecha, para pasar entre el hospital y el apeadero de Valdelatas. Tras cruzar sobre las vías y girar a la derecha en el primer cruce, se llega junto a la valla del Pardo.

Allí mismo, se inicia un sendero con el que se desanda todo el camino. Siempre por la estrecha franja situada entre la valla de piedra y la vía, se alcanza al fin la finca del Ayuntamiento de Madrid. Aquí se cruzan las vías y, tras una subida junto a la cerca, se llega al punto de partida.

Pero antes, el camino obliga al caminante a recorrer remotas vaguadas y transitar por espesos alcornocales. A cambio, le otorga el regalo de descubrir cómo pacen desocupados los rebaños de ciervos, gamos y jabalíes.

Datos prácticos

Cómo llegar. Por la autovía de Colmenar Viejo, hasta Tres Cantos. La ruta comienza en el kilómetro 21,5, junto a la calzada en dirección Madrid, a la altura de una marquesina y una pasarela peatonal. En autobús desde plaza de Castilla: Líneas 721, 722, 724, 725, 726 y B-2. Indicaciones. Desde Valdelatas puede volverse por el mismo camino que a la ida, aunque resulta mejor hacerlo por el otro lado de la vía del tren. En este caso, hay que tener en cuenta que en algunos tramos el sendero se difumina entre la vegetación que ha crecido junto a la valla de El Pardo. Valores naturales. Desconocidas manchas de vegetación mediterránea, sobre todo encinares y alcornocales, que han crecido al amparo del monte del Pardo. Posibilidad de avistamientos de una amplia representación de las casi 200 especies. Horario. Entre dos horas y dos horas y media para los 10 kilómetros que tiene el recorrido ida y vuelta. Dónde comer. Restaurante El Goloso, en la colonia de El Goloso, kilómetro 17,400 de la M-607. (Tel. 917.341.490).

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RUTAS VERDES. BUSTARVIEJO

Por la cuesta de la Plata, en busca de la Torre de la Mina

Sencillo recorrido por la pista que conduce a las viejas explotaciones mineras que socavaron el cerro Bustar BUSTARVIEJO.- Aunque las explotaciones mineras auténticamente certificadas en este rincón del Guadarrama pertenecen a finales del XVIII, hay autores que defienden su origen árabe e incluso romano. Emparentándolas en este caso con la vía que comunicaba las ciudades de Talamanca y Segovia.

El caso es que, en la creencia de encontrar abundante mineral de plata, hace ya dos siglos que aquí se construyó una explotación minera de tecnología punta para la época. Las esperanzas fueron vanas y lo único que produjeron fue un par de topónimos y una destartalada torre. También quedó de aquella fiebre una de esas marchas suaves y calmas que hacen más llevaderos los excesos a donde conducen los fogones de la zona.

Nada mejor para ello que echarse a andar desde Bustarviejo, carretera de Miraflores abajo, hasta llegarse al recién estrenado parque del Collado. Se trata de un área recreativa, tal vez demasiado organizada, que cuenta con mirador, paneles informativos, bancos, mesas y parque infantil.

El primer tramo de esta excursión consiste en llegar desde allí hasta la cercana fuente del Collado, algo que haremos sin cruzar la carretera de Miraflores, retornando a la vuelta por el lado contrario. Así se transita por una vereda en cuyo lado derecho hay una alambrada. En la primera bifurcación se toma el senderillo que, hacia la derecha, marcha hacia un cercano pino. Desde allí se descubren la fuente del Collado y el restaurante crecido a su arrimo. Es momento de cruzar la carretera y, ladera arriba, dirigirse hacia los pinares que crecen en el cerro Bustar. A no más de 30 metros se extiende un ancho camino que recorre la base de la montaña. Debe seguirse a mano izquierda, coincidiendo el siguiente tramo de la ruta con el sendero de gran recorrido GR-10.

Es en este collado cercano a Bustarviejo donde se bifurca el sendero más conocido de la zona centro. Mientras que el ramal principal desciende hacia Miraflores por la Cañada Real Segoviana, su variante principal se separa del amplio valle, para ascender las pendientes que le llevarán hasta el puerto de Canencia y, mucho después, a las alturas del Peñalara. En cinco minutos el ancho camino se abre en dos ramales. Mientras que el GR-10 sigue de frente emprendiendo un breve descenso, la ruta toma el ramal de la izquierda, que gira sobre la ladera del Bustar, para encarar el pequeño barranco abierto por el arroyo de la Mina. A la derecha, el tupido pinar disimula los escasos roquedos que tiene este cerro, que alcanza los 1.505 metros de altura. Al otro lado son los robles los que alcanzan el fondo de la barranquera.

La maciza ladera de la Sierra de la Morcuera cierra el horizonte por el fondo. Y enfrente, recortada sobre la oscura vertiente, se eleva la Torre de la Mina, encaramada a pequeñas montañas de residuo mineral. A su derecha se descubre una recoleta pradera en la que crecen tres desnudos álamos. Se transita al pie de una construcción abandonada. En este punto la pista se transforma en sendero, que conduce a la cabecera del valle. Allí encara la fuerte ladera con sucesivos zigzages. Es la llamada Cuesta de la Plata, que sube por encima de los restos minerales, en un tramo incómodo por la abundancia de piedras sueltas. La torre cilíndrica, que algunos historiadores emparentan con las atalayas árabes del Jarama, es monumento histórico, como parece querer certificar su ruinoso estado.

Una pista que sube hacia la derecha permite encaramarse al collado abierto. Al arrimo de una piedra bajo el venteado paso, el caminante se siente satisfecho al descubrir una inédita perspectiva de la Morcuera, las peñas de Mondalindo y el escorzo de la Sierra de la Cabrera. Hacia el sur, el valle se prolonga hasta Miraflores.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la M-607, autovía de Colmenar, hay que desviarse por la M-609, en dirección Soto del Real y Miraflores en el kilómetro 35. Seguir por la M-610, que lleva a Bustarviejo. El área recreativa del Collado, donde comienza la excursión, está a la derecha, un kilómetro antes de llegar al pueblo. Horario. En una hora más o menos se despacha el recorrido de ida y vuelta a la Torre de la Mina. Si se quiere prolongar la marcha hasta el cercano collado, la opción supone añadir otra hora a la caminata. Indicaciones. Se trata de una excursión corta carente de cualquier tipo de dificultades, excepto las derivadas del terreno embarrado los días de lluvias. Valores naturales. Masas forestales de fresnos, álamos, rebollos y pinos salgareños, rodenos y silvestres. Además hay interesantes vistas de la zona oeste del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares, Peña del Perdón y municipio de Miraflores. Dónde comer. Una buena elección es el bar restaurante Mirasierra, en Bustarviejo.

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Page 51: RUTAS VERDES

RUTAS VERDES. ZONA NORTE

El olvidado camino que va de El Berrueco a Dehesa Vieja

Por campiñas y gargantas olvidadas, en busca del más importante alcornocal que guarda el territorio madrileño EL BERRUECO.- Hace tiempo Dehesa Vieja era lugar de cita obligada tras los calores estivales. Era cuando las cuadrillas de alcornoqueros se afanaban con sus hachas en desnudar los arrugados troncos. Con el tiempo, todo aquello fue olvidándose y, aunque hoy algunos de estos alcornoques aún muestran el torso desnudo, el oficio ha perdido el predicamento de antaño y las brumas que acarrea el abandono del campo no dejan ver la anaranjada desnudez de tan nobles vegetales.

A su encuentro echa a andar el caminante desde el pie del cuidado rollo medieval que preside la vida de El Berrueco. Camino de Torrelaguna deja atrás la última de las casas, para casi allí mismo girar hacia la derecha por una pista que transita entre amplias praderías. Bajo sus fresnos se desperdiga parte de la feraz cabaña ganadera de esta población. Pero no son éstas las dehesas que hoy busca el caminante.

Pista adelante y después de dejar un camino a la izquierda, se cruza una valla americana. En la siguiente encrucijada hay que tomar el ramal de la izquierda, hasta que el camino se planta en medio de un puñado de rústicas construcciones. Son los restos del antiguo pueblo de Valcaminos, hoy aprisco medio arruinado.

Allí mismo la pista se bifurca. Dejando la de la izquierda, se siguen unos metros hasta tomar un pequeño camino que desciende hacia la barranquera de la izquierda donde se acuestan las últimas casas. Pasa junto a un abrevadero y continúa entre vallas hasta que, bien por una senda, bien por unas rodadas situadas más abajo, se gira otra vez a la izquierda, para luego enhebrar con alguna de las abundantes veredas que cruzan un terreno despejado y se dirigen hacia el fondo de una vaguada de la que asoman dorados chopos.

Desciende el camino por un paso abrupto hasta la cabecera de este tajo abierto por el arroyo de San Vicente. En dos pasos, el camino se vuelve más importante y pronto se separa del fondo, permaneciendo a la misma cota por la ladera de la izquierda del valle. Se trata de la conducción del Canal Bajo de Isabel II, que desde la presa del Villar lleva el agua hasta los depósitos de la alejada Torrelaguna.

A partir aquí no hay pérdida, sólo hay que seguir sobre la enterrada conducción. Al poco, aparece la robusta almenara de Matamulos, con un trabajado rebosadero de piedra y una gran escala clavada en el suelo, que permite comprobar el nivel de las aguas que circulan debajo. Desde este altozano se contemplan los dorados manchones de los bosquetes que crecen junto a la ribera. Es esta barranquera uno de esos parajes olvidados por todos menos por cabreros y, en tiempo de veda, por cazadores. Abrupta e incómoda, recubre sus ariscas laderas una cerrada espesura de quejigos, carrascas y jarales imposibles. Son estas remotas

profundidades lugar querencioso de raposos, jabalíes, corzos y garduñas, que encuentran en esta época el mejor momento del año para llenarse la andorga con los frutos del generoso bosque. Un menú en el que el plato principal son las suculentas bellotas del más importante alcornocal madrileño. Se amolda el camino a las idas y venidas de la ladera, mientras el arroyo cada vez se hunde más en su barranco. De vez en cuando, el canal atraviesa algún que otro lomo; entonces una veredilla trepa a su cumbre, para encontrar de nuevo a tan providencial vía, sin la cual el paso sería imposible.

A medida que se avanza, el camino se hace más estrecho y el terreno más salvaje. Es en este punto cuando comienzan a aparecer los primeros alcornoques. De similar apariencia a la encina, se distingue este quercus sobre todo por su arrugada corteza. Algunos muestran sus troncos pelados, pero son más los que visten sus inconfundibles arrugas. Sus hojas muestran los bordes silueteados con breves espinas, mientras que las rotundas bellotas son algo más voluminosas que las de las encinas, teniendo su sombrerete recubierto de escamas más puntiagudas.

Más adelante, la ladera se despeja y permite contemplar el amplio valle del Jarama. En laúltima loma, destaca la solitaria atalaya de Arrebatacapas. Un poco antes, justo en la zona donde los árboles adquieren un porte mayor, se abandona el canal para tomar alguno de los caminos que trepan por la ladera hasta llegar a la vieja casa del guarda. Allí justo, al pie de la carretera de Torrelaguna, los mejores alcornoques de Dehesa Vieja montan guardia.

Datos prácticos

Cómo llegar. Partiendo desde Madrid, hay que tomar la carretera de Burgos (N-I) hasta llegar a la salida del kilómetro 60; hay que desviarse entonces por la carretera M-127 en dirección a la localidad de El Berrueco, que está situada a 4,5 kilómetros de distancia, aproximadamente. Horario. A un paso normal, se tarda en hacer esta ruta entre dos horas y media y tres horas para hacer el recorrido completo, es decir, de ida y vuelta. Indicaciones. Excursión que tiene una dificultad mediana. Las cancelas que se encuentran en el camino siempre deben dejarse cerradas para evitar que se escape el ganado. Valores naturales. Además de hallarse en esta zona el más importante alcornocal que puede verse en la Comunidad de Madrid, también a lo largo del camino es posible encontrarse fresnedas, enebrales, carrascales y pequeños bosquetes de ribera. Dónde comer. Bar Restaurante El Molino, situado en el mismo pueblo de El Berrueco.

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RUTAS VERDES / ARANJUEZ

Paseo botánico otoñal por los bellos Jardines del Príncipe

En el Real Sitio se concentra el mayor número de árboles monumentales de toda la península Ibérica ARANJUEZ.- La idea de ajardinar los inmensos sotos y huertas que se extendían aguas arriba del Tajo surgió durante el reinado de Felipe II, quien se ganó merecida fama de hacendado jardinero. En este periodo Juan Bautista de Toledo urbaniza la calle de la Reina.

El impulso definitivo de los jardines no fue otro que dar gallardía al camino que debía llevar hasta el arsenal que acogería las falúas utilizadas en los afamados divertimentos musicales dirigidos por el castrato Farinelli en honor de Fernando VI y Bárbara de Braganza. De esta manera, avenida arbolada, embarcadero y real atarazana se terminaron en 1754.

Fue sin embargo Carlos IV, cuando aún era Príncipe de Asturias, quien decidió urbanizar el extenso territorio anexo de 150 hectáreas, a la moda imperante en los jardines ingleses y franceses de finales del XVIII. Realizaron el proyecto el jardinero Pablo Boutelou y Juan de Villanueva, momento en el que se planta la mayor parte de los árboles que hoy son monumentos vivos.

Con tan breve resumen histórico y un otoño algo retrasado bajo el brazo, se coloca el caminante al comienzo de la calle de la Reina, donde la vista se pierde en las interminables hileras de plátanos centenarios de la que tal vez sea la avenida arbolada más larga de Europa.

Nada más entrar en los jardines, un gigantesco plátano de fuste como una columna marca el inicio del largo paseo que lleva hasta el museo de falúas reales. En vez de seguir hasta allí, y dado el carácter botánico del paseo, al llegar a la primera rotonda debe girarse a la derecha, para proseguir por otra larga avenida flanqueada por sendas filas de copudos plátanos.

Mientras a la derecha está la llamada Huerta de la Primavera, a mano izquierda se abren recoletas plazas, ahora difuminadas por una fronda dorada que también alfombra el suelo. En una de ellas aparece la fuente de Narciso, en cuyo pilón nada un inmaculado cisne. Las cestas de mimbre blanco y los bancos de piedra con historiados hierros forjados refuerzan la sensación de romántico abandono de este jardín.

En el cruce con un ancho paseo hay que seguir a la derecha para descubrir un vetusto ahuehuete. El camino lleva a la Puerta de Carlos III. Tras la caseta de recepción, un bosque de robustas sequoyas da penumbra a esta parte del jardín. Es al otro lado de esta entrada, donde se encuentra uno de los más venerables ancianos vegetales del lugar.

Es el llamado plátano Padre, que se eleva en el centro de una rotonda flanqueado por una sequoya. Se sigue por un abandonado camino cercano a la verja. Graves sequoyas crecen alrededor de las gastadas acequias que surcan la parte más remota y olvidada de los jardines. Al poco aparece el plátano Mellizo, así llamado por su doble tronco y, tras éste, los zanjones conducen al plátano de la Eternidad, el tercer ejemplar de una trilogía arbórea irrepetible. No lejos de allí, en mitad de un tapiz de brillantes hojas amarillas, crece solitaria la esbelta pacana de los Jardines.

Tras enhebrar con la calle de San Francisco de Asís, se llega a la Casa del Labrador por un camino que señala una fila de sequoyas. Tras bordearla se accede al paseo que discurre junto al Tajo. En un punto donde la avenida se abre en una rotonda que se adelanta hacia el río, se abandona para dirigirse a una montaña artificial.

Desde el cansado mirador de su cima se contemplan los dibujos de los parterres. Tras ellos se encuentra el estanque chinesco. En su derredor se elevan los dos ahuehuetes más notables de estos jardines. El mayor de estos gigantes alcanza los 46 metros de altura. Junto a ellos un variado conjunto arbóreo en el que destacan cipreses y caquis.

Allí está la Fuente de Apolo, la más monumental de estos jardines. Fue colocada en este lugar en 1803. En su construcción se utilizaron esculturas procedentes del Palacio de la Granja que, desde entonces, componen una escenografía que sólo supera el esplendor otoñal de la arboleda.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid por la carretera deAndalucía, hasta el kilómetro 37, donde hay que desviarse por la M-305 que, en 8,5 kilómetros, lleva hasta Aranjuez. Hay que dar la vuelta a la segunda rotonda y coger la calle de la Reina, junto al restaurante El Rana Verde.

Horario. Realizar este recorrido dedicándole la atención que merecen sus árboles monumentales y rincones más destacados ocupará, aproximadamente, media jornada.

Indicaciones. El horario de apertura al público de los jardines es de 8.00 a 19.00 horas todos los días. En su interior puede visitarse el Museo de Falúas Reales y la Casita del Labrador. La Oficina de Turismo de Aranjuez (Plaza de San Antonio, 9. Tfno. 91 891 04 27) facilita información sobre estos y el resto de los monumentos del Real Sitio.

Valores naturales. Es, sin duda, el enclave con mayor concentración de árboles monumentales de España.

Dónde comer. En Casa José (calle de Abastos, 32, Aranjuez. Tfno: 91 891 14 88).

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RUTAS VERDES. SIERRA DE GREDOS

«El Abuelo», el árbol más venerable de El Tiemblo

En las cercanías de esta localidad se encuentra uno de los bosques más recomendables para una visita otoñal

EL TIEMBLO.- Un año más, en la cabecera de la garganta de la Yedra se ha acomodado el otoño. Y es alrededor del refugio de la Dehesa de la Villa donde muestra sus mejores galas. Allí está El Abuelo, el más venerable de cuantos árboles puedan encontrarse por estos contornos.

En su búsqueda parte esta vez el caminante en compañía de Carlos Díaz Soto, alias El Barbas, el mejor de los cicerones que pueda uno encontrarse para desvelar los más escondidos rincones del más celta de todos los bosques: El Castañar.

La cancela de al lado del Regajo del Castañar, da la salida de esta caminata con su grito estridente. Del otro lado, las vacas siguen indiferentes empachándose de castañas. Un riachuelo humedece aún más el suelo, luego por la zona de los Cazueleros se descubre la umbría ladera de la que brotan cientos de troncos.

Fue el castaño uno de los primeros árboles que se dejó domesticar por el hombre. Lo cultivaron y respetaron los celtas, como prueba el poblado encontrado en el cercado paraje de Ceniceros. También lo hicieron los romanos, quienes esparcieron sus semillas hasta los más apartados rincones de su vasto imperio. Eran la garantía para que no faltase la madera de sus barcos, de sus carros, de sus espadas y lanzas. Pero sobre todo era la seguridad de que no faltaría la pitanza para sus ejércitos y sus esclavos.

Este castañar nos llega directamente desde entonces. Es una de las más importantes manchas que subsisten de tan ancestrales bosques. Escondido entre montañas de clima favorable y apartado de la presión de los hombres, ha dejado transcurrir los siglos.

Remite la cuesta y, al tiempo que se aclara el bosque, aparece en medio de un claro refugio de la Dehesa de la Villa. El hoy decrépito edificio tuvo antaño una notable importancia, pues era la base de operaciones donde almacenaban las castañas e, incluso, pasaban las largas noches de noviembre los lugareños que sacaban el sustento del castañar.

No más de un centenar de metros tras el refugio se encuentra El Abuelo. Muestra este monumental castaño su tronco abierto en una gigantesca herida que le ha arrebatado la mitad de su ser. Desmochado y requemado aún guarda suficiente corpulencia para destacar en la distancia.

Pariente del mítico castaño de los Cien Caballos siciliano y del de Hervás, que oficiaba de chiquero con el toro del encierro, es hermano de otro Abuelo, castaño capaz de dar cobijo a media docena de pastores en la no muy lejana Guadalupe. Este de El Tiemblo tiene un

diámetro por encima de los ocho metros y su perímetro alcanza los 16, uno de los más grandes de Europa.

Igual que su hermano, también cobijaba en su interior a pastores y caminantes. La proverbial humedad de estos gigantes hace posible que pueda hacerse en el interior de su tronco sin que arda el árbol. Así estuvo decenas, tal vez cientos de años. Cada vez más renegrido, pero vivo y entero. Hasta que alguien le pegó fuego hasta que consiguió hacerlo arder. Destrozado, aún tuvo fuerza para reverdecer y sacar nuevos brotes. Con ellos siguió agarrado a la vida. Y ahí sigue en pie, produciendo ramas, hojas y castañas, como siempre hizo.

Sigue el camino hacia lo más profundo del castañar y, tomando los ramales que van abriéndose a la izquierda, trepa por la ladera hasta que, en un terreno más despejado y salpicado de robles, encara la última cuesta que le lleva al portacho de La Llanada. Allí, encaramados en sus puestos, disparan a lo loco los cazadores de palomas.

Poco puede aguantarse allí y, de nuevo en el castañar, El Barbas guía la vuelta del caminante por los veneros del Tío Elegante y del Resecadal, donde se esparcen centenarios árboles. También pasan por Prado Hueco, donde otros dos monumentales vegetales cubren el suelo con sus erizos preñados de ardientes castañas.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid tomar la carretera M-501 hasta la localidad de San Martín de Valdeiglesias. Continuar por la carretera local CL-403, en dirección a la provincia de Avila, hasta que nos encontramos El Tiemblo. Justo al llegar al pueblo, hay que desviarse a la izquierda por la carretera de San Gregorio, que está bien señalizada en su entrada con el cartel «Urbanización Buenavista». Horario. La excursión debe ocupar cuanto menos media jornada, aunque lo mejor, para sacarle el máximo partido, es dedicarle todo el día, así se puede recorrer la totalidad del bosque sin prisas. Indicaciones. Es interesante llevar en la mochila un buen par de guantes recios para no pincharse con los erizos que protegen a las castañas que hay en los árboles. Valores naturales. En este lugar nos encontramos con uno de los castañares más extensos y en mejor estado de conservación de la Península Ibérica. Dónde comer. En Casa Mariano, buena cocina castellana en la entrada de El Tiemblo.

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RUTAS VERDES. SENDA REAL

Del castillo de Manzanares el Real al puente del Batán

Es el primer tramo de un recién inaugurado camino que permite ir andando desde el Guadarrama hasta Madrid MANZANARES EL REAL.- No han podido encontrar otro lugar mejor Félix Sánchez, Juan García, Jesús Sánchez y sus amigos que el castillo de Manzanares para iniciar (o finalizar, que también es posible) la Senda Real. Durante meses, este entusiasta grupo de senderistas, que militan en asociaciones como Ecologistas en Acción y las Plataformas Salvemos la Dehesa de la Villa y Salvemos la Casa de Campo, soñó con resucitar este histórico camino, sepultado bajo el asfalto en aras del progreso.

Su esfuerzo ha logrado desenredar el sendero entre una cerrada maraña de caminos y pistas rurales, por donde sus señales blanquirrojas son una brújula segura que guía al senderista entre roquedos, dehesas y pastizales haciendo posible el milagro de unir la sierra de Guadarrama con Madrid. Es el sendero de gran recorrido 124.

Aún rebullen las cigüeñas en sus nidos sobre la cercana iglesia de Manzanares, cuando echa a andar el caminante desde el pie de las barbacanas del recio solar de los Mendoza. Fue hace más de 500 años cuando se construyó este castillo, hoy convertido en símbolo madrileño. Al mismo tiempo que, 47,5 kilómetros más abajo, los mismos que tiene esta senda, Enrique III de Castilla ordenaba construir un pabellón que facilitase sus batidas de caza en El Pardo.

Con estos cavilamientos cruza sin sentir el pueblo el caminante, que ahora transita por el puente medieval tendido sobre el Manzanares, a los pies del primitivo castillo árabe. Aquí se toma la carretera a la izquierda, hasta encontrarse con la que lleva a El Boalo. Tras cruzar ésta, se prosigue de frente hasta arribar a la cola del pantano de Santillana.

Un largo puente cruza el aguazal, para llegar al cuidado mirador situado al otro lado y a la izquierda. Sentado en sus bancos y a poco que uno sea paciente, descubrirá más de una docena de especies y que van desde las abundantes anádes, a las ruidosas gaviotas, pasando por somormujos y garzas.

Allí mismo, se toma la pista que, hacia el sur, comienza una suave subida que en sólo dos curvas se planta ante una barrera. En este punto las señales indican al caminante que debe continuar por el sendero que abandona la pista por la izquierda.

De piedra suelta y en su principio empinado, poco a poco se suaviza el repecho hasta unirse de nuevo a la pista. En breve, se alcanza el despejado collado que conduce al alto del Enebro. Desde allí, se divisa el Guadarrama, que cierra por el norte todo el horizonte, mientras que, hacia el sur aparecen las amplias rampas de Colmenar y, en frente, la sierra de Hoyo de Manzanares.

Una suave bajada por mitad de un cerrado bosque de encinas y enebros lleva a una encrucijada. Aquí hay que tomar la pista que, a la izquierda, prosigue entre vallas de piedras. Con este rumbo, se pasa en las cercanías del cerro de La Camorcha y, poco después, una pista se abre a la izquierda hacia las fragosas pedrizas de la Cabeza de Manzanares.

Entre fincas ganaderas que de vez en cuando abren sus recias portillas, se inicia una larga y monótona bajada, que sin embargo resulta muy transitada.

El descenso termina en el río Manzanares.

Justo en el inicio de sus renombradas gargantas. Allí todavía permanece tendido el humilde puente del Batán. Justo encima suyo, el bufido de los coches que transitan a toda mecha por la carretera que va de Colmenar a Navacerrada señala al caminante que ha llegado el momento de retornar por donde vino.

Datos prácticos

Cómo llegar. Por la autovía de Colmenar Viejo, M-607 hasta el km. 35, desviándose por la M609, dirección Soto de El Real. En el km 5,600 de esta vía, tomar a la izquierda la M-862 hacia Manzanares. Una rotonda hace tomar la M-608 a la izquierda hasta Manzanares El Real. Indicaciones. Esta descripción contempla el recorrido de ida y vuelta a Manzanares, aunque también puede continuarse hasta Colmenar Viejo, necesitándose una hora más para ello. Hay que ir a Manzanares en la línea de autobús nº 724 y volver desde Colmenar en las líneas 721 y 722, todas con final en la Plaza de Castilla. Valores naturales. La parte más interesante es la que se sitúa en las orillas del pantano de Santillana, lugar de refugio de numerosas especies de ánades, así como gaviotas y algunas zancudas. Entre estas últimas, destaca la colonia de cigüeñas, que vive durante todo el año en los alrededores de Manzanares El Real. Horario. Entre dos horas y media y tres horas para todo el recorrido. Dónde comer.- Mesón Los Arcos, en Manzanares.

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Page 55: RUTAS VERDES

RUTAS VERDES / SIERRA DE GUADARRAMA

En busca de los escondidos castaños de las Machotas

Por las viejas veredas de Zarzalejo hasta el pie de unos árboles centenarios, resto de los frondosos bosques que aquí hubo antaño. ZARZALEJO.- Si hoy le dices a cualquiera que marchas a la sierra del Castañar, se rascará la cabeza dubitativo y pensará que nos vamos a Asturias, a Galicia o, como mucho, a León o a Avila. Para nada imaginará que nuestro destino está a menos de 60 kilómetros de la capital del Reino.

Es tanto el olvido que ha caído sobre este escondido rincón, que todo el mundo se extraña cuando descubre que en Madrid hay castaños. No puede decirse que su masa forestal sea tan importante como la de los proverbiales bosques de El Tiemblo, de Casillas o de Hervás, pero haberlos, hailos. Están en Zarzalejo.

Arrazimado en torno a su parroquia, guarda este pueblo un encanto ya casi extinguido. Mérito al que se añade su situación, al margen de los circuitos turísticos. Y eso a pesar de que se encuentra a tiro de piedra de El Escorial.

Se apoya este caserío en el último rincón del Guadarrama y hasta allí, en mitad de la solana de Las Machotas, marcha el caminante para recorrer sus viejas veredas de aldea y para escuchar a sus escondidas fuentes. Hubo un tiempo en que eran tantos los que crecían en esta serrezuela, que era conocida como sierra del Castañar. Ya no queda ninguno y hoy sus cumbres se levantan desnudas al sur de San Lorenzo de El Escorial.

Tal vez les pasó lo mismo que a aquel mítico castaño que crecía en las laderas del siciliano Etna. Cuenta la leyenda que alcanzaba los 62 metros de diámetro y ya había cumplido el milenio en los tiempos en que Platón moraba en Siracusa. Durante tan largo periodo, alimentó con sus frutos encendidos a generaciones y generaciones de recolectores de castañas. Pero éstos mantuvieron el necio afán de asarlas allí mismo, en un fuego que alimentaban con las ramas del venerable ejemplar.

En Zarzalejo sólo queda un puñado de manchas. Son tan pequeñas que llamarlas castañares sería una exageración. Sin embargo, sus árboles son extraordinarios. Incluidos en el catálogo de árboles monumentales madrileños, su magnífico porte sobrepasa en los casos más destacados los 20 metros de altura y los 25 de diámetro de copa.

Para alcanzar a uno de estos bosquetes, sólo hay que seguir hasta su final la calle de la Fuente del Rey, que se inicia al pie de la torre berroqueña. Luego, ya hecha vereda de aldea, continúa entre huertas y chalés. En la primera encrucijada, queda una pista a la derecha mientras la senda sube suave por la ladera, ya convertida en camino de Entrecabezas, la vieja senda por la que se iba andando hasta El Escorial.

No ha transcurrido mucho tiempo, cuando entre las peñas se asoman las hojas, ahora doradas, del primero de estos gigantes. En el suelo se esparcen sus sabrosas y brillantes castañas. Pasos después, otro notable ejemplar surge potente entre grandes moles berroqueñas. Ladera abajo se esparcen entre los bancales otros árboles igual de hermosos. Grandes piedras

Sigue trepando el camino hacia el cercano collado, que se vislumbra entre las dos Machotas. Por un breve y despejado terreno se alcanza a la pradera situada a los pies del portacho, donde se localiza un abrevadero del que surge del arroyo de los Morrales.

Allí mismo, y por su orilla izquierda, desciende otro caminillo. Menos marcado que el anterior, tiene por contra abundantes hitos de piedra. Marcha hacia la estación de Zarzalejo, recorriendo toda la ladera de la montaña. La cómoda bajada permite contemplar los bosquetes de castaños en el fondo de la vaguada.

Tras pasar bajo una alambrada, se desemboca en una ancha pista, justo al pie de otro castaño de ramas despelujadas. Debe seguirse a la derecha, sin hacer caso de los desvíos, hasta la carretera que, también a la diestra, cruza el arroyo de los Morrales para coger una empinada pista de grava. Esta debe abandonarse en seguida por un camino que surge a la derecha.

Seguir hasta una curva de 90 grados a la izquierda, justo delante de una verja verde con dos luminarias características en sus lados. A su derecha se inicia un sendero que llega hasta elfinal de la valla. Prosigue un corto trecho por los bancales de la derecha, hasta toparse con otro grupo de corpulentos ejemplares.

Datos prácticos

Cómo llegar. Coger la autovía de A Coruña -A-6- desde Madrid a San Lorenzo de El Escorial, hasta el kilómetro 47 y tomar la salida por la M-600. Una vez llegado al pueblo seguir por la M-505 hasta el puerto de la Cruz Verde y, casi en la cumbre, desviarse a la localidad de Zarzalejo. También puede llegarse en tren, que tiene parada en la estación correspondiente situada a tres kilómetros del pueblo. Horario. Entre una hora y hora y media, a paso tranquilo, sin contar las paradas. Mucho frío en invierno. Indicaciones. La mejor época para este recorrido va de finales de octubre a mediados de noviembre, cuando las hojas del arbolado tienen sus colores más atractivos y el suelo se cuaja de castañas. Es decir, ya mismo. Valores naturales. Interés botánico. Arboles monumentales. Notables formaciones graníticas. Apenas quedan castañares pero sobreviven unos ejemplares únicos en nuestra región. Dónde comer. Restaurante bar La Posada, en Zarzalejo.

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RUTAS VERDES. SIERRA NORTE

Por los viejos caminos de La Puebla de la Sierra

Recorrido por las sendas tradicionales y las modernas pistas forestales que salpican los montes de este pintoresco pueblo LA PUEBLA DE LA SIERRA.- Hasta hace bien poco, los 1.636 metros que alcanza el collado de Cerro Montejo, también conocido como puerto de La Puebla, eran la llave que comunicaba a este pueblo con el resto del mundo. Era una larga y peligrosa carretera que permitía a los lugareños llegar hasta la vecina Prádena.

En verano no había problemas. Pero en invierno era otra cuestión. Con las primeras nieves, La Puebla quedaba aislada hasta la primavera.

Ahora es otra cosa. Aunque la subida sigue siendo larga y empinada, una cuidada cinta de asfalto, suave y lisa como la seda cruza el puerto. Hasta La Puebla sólo llegan turistas y visitantes, quienes descubren uno de los pueblos madrileños más respetuoso con su entorno.

Poco a poco han ido surgiendo en los últimos tiempos nuevas casas, al tiempo que se remozaban las antiguas. Pero en todas ellas se ha tenido el acierto de conservar la arquitectura de la zona. Fachadas de pizarras, vigas de madera, tejas árabes...

En éstas y otras cuestiones se entretiene en pensar el caminante cuando, muy de mañana, echa a andar desde la ermita de los Dolores dejando a la izquierda la bovedilla de la Fuente Vieja y el recoleto cementerio, se dirige carretera de Robledillo adelante.

Algo más abajo y a mano izquierda se inicia una pista. Esta senda era el camino que antaño, cuando no existía la carretera, seguían los vecinos del pueblo para llegarse hasta Alpedrete, Valdepeñas y Guadalajara a través del remoto collado de las Pinillas. Junto al río queda el área recreativa de La Tejera.

El camino recorre un fecundo robledal que comienza a amarillear. No hay duda de que a esta puerta ya está llamando el otoño. Sin pérdida posible, la pista alcanza una encrucijada. Allí se deja la que trepa a la izquierda y, tras cruzar una barrera, se prosigue el mismo rumbo.

En suave bajada se llega a una cerrada curva que sortea una arista de afilados riscos. Allí mismo se obtiene el regalo de divisar la recoleta presilla que ocupa la salida del barranco del Portillo. Sus mínimas dimensiones y la feraz reunión de robles, álamos y arces dan encanto al lugar.

Junto a una pradera un musgoso puente de piedra permite salvar el arroyo y enlazar con la trocha que trepa en cerrados giros por la ladera de enfrente. Pronto queda atrás el arbolado

y se arriba a una zona de prados. El camino se difumina, pero allí un copudo roble actúa de baliza. Hay que dirigirse hacia arriba, a la derecha. Cuando la cuesta se suaviza, cruza un bosquete de robles que llevan en suave travesía a un destacado mirador desde donde se contempla a placer todo el valle de La Puebla y las desnudas sierras que lo rodean.

En este punto hay que olvidar la senda para enfrentarse al tramo más incómodo del recorrido. Consiste en ascender por la cimera del Lomillo, a través de un terreno cubierto por espeso matorral. Sigue después por el interior de un pequeño pinar. En su final se conecta con una de las modernas pistas abiertas en la serranía. Debe seguirse a mano izquierda durante cinco kilómetros. Tras recorrer las cabeceras de las barrancadas de Puente Viejo y Valdiluengo, se alcanza una cerrada curva a la derecha. En este punto, un hito de piedras señala el inicio del camino que nos lleva por una empinada bajada hasta La Puebla.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-1 hasta el kilómetro 76,200, sobrepasado Buitrago donde se toma la antigua N-I hasta la desviación por la M-137, dirección Gandullas y Prádena. En este pueblo, se debe tomar la M-130 que ya nos lleva hasta La Puebla. Horario. El recorrido circular exige entre tres horas y cuarto y cuatro horas. Indicaciones. Esta ruta puede seguirse en su totalidad o sólo en alguna de sus partes. Siendo el recorrido circular tal vez algo exigente, muchos pueden optar por alcanzar únicamente la presa del arroyo del Portillo, empleando en ello entre una hora y hora y cuarto en la ida y vuelta. Quienes quieran encaramarse a lo alto del Lomillo, necesitarán entre dos horas y dos horas y media para todo el recorrido. Valores naturales.- Importantes bosques de robles y pinares donde abundan las setas en esta época. Presencia de corzo, jabalí, ardilla y ratonero. Interés geológico. Dónde comer. En El Parador de La Puebla, (Tfno. 91 869 72 51).

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RUTAS VERDES. SIERRA DE GUADARRAMA

Cultura y naturaleza por la carretera de la República

Un suave recorrido por la Fuenfría, idóneo para ciclistas y caminantes, a través de una pista que nunca llegó a funcionar CERCEDILLA.- Huyendo de los últimos coletazos que pega el estío y de los negros sinsabores con que el fuego nos ha tiznado bosques y laderas, al caminante no le queda otro remedio que tirarse al monte en busca de consuelo y amparo. Para ello, no hay mejor lugar que los familiares rincones del Guadarrama. Y allí, las verdes espesuras de la Fuenfría son el bálsamo más adecuado para reconfortar el eco de sus pisadas.

Aunque, la verdad, esto no es nada nuevo. Bajo el más agreste horizonte serrano, la Fuenfría se convirtió en lugar de obligada visita casi desde que el mundo es mundo. Fueron los mismísimos romanos sus primeros visitantes. Aquí acometieron la travesía de la otrora peligrosa e ignota serranía, para lo que construyeron la increíble calzada que unía Titulcia y Segovia.

Fue mucho después cuando de la necesidad se pasó al gusto. O lo que es lo mismo, cuando el turismo descubrió la sierra madrileña. Así, con el siglo nació una de las más recurrentes colonias estivales del momento. Fueron parroquianos suyos gentes como Ramón y Cajal, Luis Rosales o Sorolla. Al tiempo, una pléyade de amantes del recién nacido deporte de las montañas exploraba estos andurriales.

Muchos son los caminos que recorren este enclave serrano. Demasiados. Pero si lo que uno quiere es ilustrarse de este espíritu guadarramista al tiempo que se camina, la elección no puede ser otra que recorrer la vieja carretera de la República. A su paso saldrán miradores, como los de Aleixandre y Rosales, descansaderos como el de González Bernáldez, el reloj solar de Cela, monumentos minimalistas como el dedicado a los hermanos Ceballos o paneles mapa tallados en madera con un peculiar celo barroco.

Debe su nombre la vía al periodo en que fue trazada: la II República, poco antes de la Guerra Civil. Por fortuna se clausuró su uso y su asfalto ha sucumbido al abrazo del clima guadarrameño, que la ha dejado en simple pista. Su suave desnivel y lo franco de su trazado la ha convertido en la ruta preferida entre los amantes de la bicicleta todoterreno, sin duda la opción más recomendable para recorrerla.

Camino claro

Desde los aparcaderos de las Dehesas el camino no admite pérdidas. Tras pasar sendas barreras y cruzar el puente del Descalzo, debe proseguirse por la vía romana hasta el punto donde ésta se cruza con la carretera. Allí se sitúa el monumento a los hermanos Ceballos. Sus líneas sencillas son fieles al carácter de aquellos botánicos profundamente enamorados del Guadarrama. Frente al mismo, se eleva un desmesurado panel labrado en madera donde pueden descubrirse algunas de las rutas de la zona.

En este punto la carretera sigue a la derecha. Un tramo horizontal alcanza el arroyo de la Navazuela, tras el que se empina la pista. En dirección sur trepa por la ladera, al tiempo que se aclara el arbolado. Así se llega a una cerrada curva, junto a la que hay un elevado roquedo. Es el mirador de Vicente Aleixandre. Desde allí surge una vereda que alcanza otro mirador, el de Luis Rosales. En busca de sus vistas se recorre una senda entre canchos que muestran grabados los versos de Antonio Machado, Panero, García Nieto o de los mismos Aleixandre y Rosales.

De vuelta a la pista principal, algo más adelante y a mano izquierda, está el reloj solar erigido en memoria de Camilo José Cela. Después aparece la pradera de Navarrulaque. Se vuelve entonces la carretera más horizontal, para encarar el último tramo que la lleva hasta el Puerto de la Fuenfría. Desde allí, ya con el ánimo bien reforestado y naturalizado, es momento de emprender el retorno.

Datos prácticos

Cómo llegar. Desde Madrid, por la A-6 -Autovía de A Coruña- hasta Villalba, para continuar por la M-601 en dirección al puerto de Navacerrada. Seguirla hasta el cruce con la M-614, que lleva a Cercedilla. Tras cruzar el pueblo, tomar la carretera de las Dehesas en cuyo final se deja aparcado el vehículo a la altura del Parque Recreativo de Las Berceas. Horario. Caminando, ida y vuelta por la carretera de la República, entre 3.15 y 3.45 horas. En bici, según las fuerzas de cada uno. Indicaciones.- Ruta idónea, por su cómodo trazado, para iniciarse en la bicicleta todoterreno. El Centro de Información, situado a la altura del kilómetro 2,5 de la carretera de la Fuenfría, facilita información sobre ésta y cualquier otra ruta de la zona (Tfno: 918 522 213). Valores naturales. Destacado interés paisajístico y botánico. Importantes masas de pino silvestre. Presencia de corzo, jabalí, ardilla, buitre leonado y águila. Dónde comer. Restaurante Casa Gómez, en Cercedilla (Teléfono 91 852 01 46).

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RUTAS VERDES. CASA DE CAMPO

Recorrido por la zona norte alrededor del cerro de Garabitas

Visita a la parte más remota de la Casa de Campo, refugio de una naturaleza salvaje a tiro de piedra del centro de Madrid MADRID.- En estos primeros días del año, los cerros, bosques y vaguadas de la Casa de Campo están más solitarios que nunca. El caminante no tuvo problemas en la festividad de San Manuel para levantar de su encame a media docena de liebres muy cerca del lago, contemplar el vuelo de una pareja de picapinos real, asustar al mochuelo que anida cerca de una reja de Sabatini, espiar el altivo vuelo de un milano mientras pasaba el tren y comprobar que aún quedan ardillas en las umbrías del Pinar Grande.

Por el contrario, sólo alcanzó a cruzarse con una pareja de silentes jinetes y un ciclista. Y todo ello a tiro de piedra de la Plaza de España. Rumiando sobre la insensatez de transformar en lupanar el remoto cerro que se eleva al otro lado de la vía del tren, el caminante circula por un senderillo que marcha cercano al camino de hierro. Hace ya un buen rato que partió de la orilla del lago rumbo a la vieja Puerta de las Moreras, para seguir luego hasta el cercano puente de los Franceses.

Tras pasar por un puente bajo el ferrocarril, abandonó la olvidada carretera paralela a la M-30 y alcanzó el depósito de cantería que aquí esconde el Ayuntamiento. Justo encima, el senderillo marcha hacia la última de las esquinas del gran parque. Pasa un convoy y levantan el vuelo las torcaces rumbo a las espesuras de Garabitas.

Antes que solucionar un problema, el Ayuntamiento intentó esconderlo bajo la alfombra. El problema era las abundantes prostitutas que se esparcen por los alrededores del Parque de Atracciones; la alfombra, las soledades de este Garabitas, un majano que con 677 metros es la altura culminante de la Casa de Campo. Por suerte, las denuncias de ecologistas y organizaciones sociales impidieron el desmán.

Declarado lugar de valor natural sobresaliente, parece que, de momento, prostitutas y cerro seguirán como estaban. Todo su lado norte lo limita la vía de los cercanías y, a su lado, este camino, lineal escenario donde encuentran un raro equilibrio grajos y ciclistas, perdices y maratonianos.

Poco después de cruzar la cerrada vaguada por donde discurre el arroyo de Antequina, el camino alcanza un puente que cruza sobre las vías. Al otro lado debe seguirse de frente por la carretera. Pronto se alcanza un área recreativa en las cercanías de un puente. Sin cruzarlo, tomar una pista a la derecha hasta alcanzar otra que va pegada a la valla. Allí cerca está una de las mejor conservadas entre las cinco rejas diseñadas por Sabatini.

Dirección sur y tras cruzar el puente de Las Garrapatas, una larga subida conduce a una amplia explanada junto a la Puerta de los Pinos. Al otro lado se extienden las replantadas laderas del parque de Somosaguas. Coger allí la pista más ancha que se aleja de la puerta

hacia la izquierda, hasta la primera encrucijada, donde debe tomarse otra que desciende, dejando la parte más amplia del pinar a la izquierda. Unos 200 metros después se entronca con el camino del Pinar Grande. Se toma a la izquierda hasta alcanzar un cruce de carreteras. Seguir por el margen izquierdo de la que sigue de frente. Tras pasar junto a la estación del teleférico, emprende un largo descenso que lleva hasta el lago.

Datos prácticos

Cómo llegar.- Las mejores opciones para llegar hasta la Casa de Campo son el metro, con parada en la estación de Lago, y el teleférico, que se coge en el paseo del Pintor Rosales. Horario.- Se tarda, aproximadamente, entre dos horas y cuarto y dos horas y media para realizar todo el recorrido propuesto.

Indicaciones.- La excursión transita por las zonas más apartadas y solitarias de la Casa de Campo donde es posible no encontrarse a nadie.

Valores naturales.- Variadísima muestra vegetal, en la que destacan, fundamentalmente, encinares, pinares y fresnedas. Entre la fauna que con mayor facilidad se descubre en esa zona de la Casa de Campo hay que citar la urraca, la paloma, el pito real, la ardilla y la liebre, entre otras especies.

Dónde comer.- Junto al cercano lago y en la Puerta de las Moreras hay varios merenderos donde poder tomar un refrigerio. Otra posibilidad consiste en recalar en la cercana y conocida Casa Mingo, situada junto a la ermita de la Florida. (Teléfono: 91 547 79 18).

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RUTAS VERDES / PARQUES MADRILEÑOS / LA FUENTE DEL BERRO

Un jardín paisajista ensordecido por la M-30

A lo largo de sus distintos niveles aparecen un palacio, paseos, estanques, rías, palomares y árboles monumentales MADRID.- Nada más entrar al parque, el caminante se apercibe de que no disfruta de una de las mejores virtudes que, necesariamente, debe tener todo espacio verde que se precie. El que la M-30 se encuentre justo pegada a sus endebles vallas, convierte la parte más cercana a dicha autopista en una zona poco recomendable para el sosiego. Esto es especialmente visible en la estrecha ceja que debe recorrerse en su principio.

Luego, cuando uno se pierde entre setos y árboles, la sensación se atenúa, aunque el murmullo de los coches nunca resulta del todo disimulado. Se hace imprescindible señalar la falta de las adecuadas barreras sónicas que, de verdad, separasen autopista y zona verde. Pues, aunque un corto trecho sí que las tiene, éstas son insuficientes. Aquí se necesita potenciarlas con una fila de chopos, como ya ocurre en otras partes de esta misma M-30.

Termina esta primera parte lineal y de escaso interés, tras cruzar ante la pasarela que permite el tránsito hasta la cercana Elipa sobre la M-30. Más adelante se une al primitivo parque, debajo de una elevada zona infantil. Sobre los árboles, la antena del Pirulí, cuajada de parabólicas, es el árbol más destacado de un sobresaliente universo vegetal.

Tomar el camino que parte a la derecha de las escaleras de piedra. Entre lilas florecidas se esconde el monumento a Gustavo Adolfo Bécquer. Allí mismo juegan los jubilados al julepe. Les hace compañía la estatua del músico Enrique Iniesta, que toca el violín con un arco sin cuerda. Enfrente crece un boj. Junto al palomar se levanta un gran magnolio, uno de los árboles monumentales que encierra la Fuente del Berro, y que puede recorrerse siguiendo una senda botánica.

Frente al refugio de las colombas hay un estanque cuajado de patos. También de toda clase de basuras: bolsas de plásticos, latas de refrescos, botellas rotas, barras de pan... Las papeleras desbordan las inmundicias y muchos carteles están rotos o, sencillamente, se han evaporado. Está claro que la Fuente del Berro ha conocido momentos mejores.

Rehabilitado, por fin

Bordeando el estanque, asciende un paseo que lleva hasta la puerta del abandonado palacio, que dentro de nada será, por fin, rehabilitado. A su puerta, una escultura de Alexander Ruskin, como si estuviera allí para cerrar el paso. Un pavo real mira al caminante desde la rama de un cedro. Al lado está la rotonda en cuyo centro acoge un estanque donde manan las afamadas aguas de este parque. La rodean sequoias, cedros del Himalaya y otros gigantes vegetales que carecen de ningún tipo de cartel que explique su importancia. Fueron estas aguas la causa de que en el siglo XVII, el rey Felipe IV se hiciera con la Quinta.

Tiempo después, ésta fue cedida a la orden benedictina, que realizó una profunda transformación de los jardines, plantando la mayor parte de los árboles que hoy son monumentos vivos.

Descender hacia la pradera central, para pasar a los pies de un par de cipreses y una gigantesca secuoya. Al final de la zona despejada, el tejo más impresionante de los que crecen en la capital ofrece su oscura sombra. Detrás suyo, desciende un pasaje hasta una plazuela. Antes se pasa ante una fuente presidida por una figura descabezada, bajo la que surge un canalillo. Lleva a la rotonda donde un excepcional ginko y un pino piñonero crecen junto a otro palomar. Se accede a una zona despejada, rodeada de árboles de gran importancia, como un cedro del Líbano y un haya de hoja roja.

Siglo XVII

Tras ella, una tenue cascada se escurre por los vericuetos de una pared de piedra recubierta de musgo. Por unas escaleras de piedra se accede a su parte superior, donde crecen un cedro bestial y varias secuoya. A la derecha se alcanza el punto donde se inició el recorrido. Un alcornoque y un eucalipto despiden al caminante entre el fragor de la M-30.

Los orígenes de este parque se remontan al siglo XVII, cuando el condestable de Castilla y León, Bernardino Fernández de Velasco, Duque de Frías y Conde de Haro, compró sus tierras a diversos propietarios, formando una Quinta llamada de Miraflores, de Frías o Huerta del Condestable.

En diciembre de 1630, Felipe IV adquirió la heredad por 32.000 ducados reservándose el derecho de sus afamadas aguas. En 1641 la Quinta se cede a la orden de los Padres Benedictinos castellanos. En dos años, los religiosos le dan un cambio radical. En 1703 compra la finca la adelantada de Costa Rica, doña María Trimiño Vázquez de Coronado. En 1948, el parque lo adquirió el Ayuntamiento de Madrid por 6.700.000 pesetas. Su extensión era de 7,9 hectáreas y estaba rodeado por una recia muralla de mampostería, parte de la cual todavía se ve. La M-30 destruyó parte de la misma y rebajó la franja de terreno junto a ella.

Datos prácticos

Situación. Entre las instalaciones de Radio Televisión Española (Torre España o Pirulí) y la Plaza de Las Ventas, junto a la autovía urbana M-30. Transporte. Metro Ventas. Autobuses 21, 38, 42, 53, 106 y 110. Cómo llegar. Si se quiere llegar en coche, salidas de la M-30 números 6 (calle de Alcalá) y 7 (Avenida de Marqués de Corbera y calle de O Donnell). Horario. Abierto todo el día. Indicaciones. El acceso desde la plaza de Toros de Las Ventas, además de ofrecer un recorrido más prolongado e interesante, constituye una manera menos habitual de iniciar una visita a este parque. Lo más normal es entrar al parque por su puerta principal, situada en la colonia de la Fuente del Berro. Sin embargo, para acceder por la ruta que proponemos hoy, sólo hay que seguir el estrecho paso que lleva en apenas 50 metros desde el puente

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que salva la M-30 hasta su comienzo. A este punto concreto también se llega desde la cercana plaza de la América Española.

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RUTAS VERDES /PARQUES MADRILEÑOS / JUAN CARLOS I

El último pulmón gigante de la ciudad

Levantado sobre enormes campos abandonados, huertas y un olivar, tiene amplios paseos y numerosas esculturas MADRID.- Yashuo Kato y su mujer Yunko no han dudado en incluir este parque entre los lugares que tenían que conocer en su breve visita a Madrid. Es domingo por la tarde y la pareja de japoneses comenta animada la fuerza de las esculturas que se integran en este espacio verde madrileño. Han venido en metro desde el centro y así, de paso, ver el Campo de las Naciones, una zona que, según señalan, es conocida en su país. Aunque no hablan una palabra de español, no han tenido problemas entre su inglés y la tradicional hospitalidad madrileña. Ahora sonríen mientras ven volar las cometas.

La ruta más recomendable para la visita del último gran parque madrileño consiste en rodear su perímetro, desde la entrada principal. Allí mismo hay dos conjuntos escultóricos de interés; el primero, Sin Título, del israelita Dani Karavan, sincretiza los modernos elementos con milenarios olivos. Algo más adelante, la impactante Dedos, de Mario Irarrázabal, sirve para que los niños se encaramen sobre las desmesuradas yemas que surgen del suelo.

A la izquierda desciende un amplio paseo que recorren incansables los patinadores. Muere la tenue cuesta ante la serpenteante Fisiocromía para Madrid, del venezolano Carlos Cruz. Tomar allí el rumbo que lleva a un visible cerro de forma piramidal. Sobre su cumbre, sentado bajo la herrumbrosa Sin título, de Jose Miguel Utande, el caminante contempla a placer cómo practican con más fe que tino los golfistas en este plácido campo municipal de golf, de recoletos búnkeres y bruñidos charcones donde se reflejan los olivos.

Del otro lado se remansa la ría en un amplio estanque. Un largo puente lo cruza de punta a punta, permitiendo descubrir a las numerosas aves acuáticas que recalan en sus aguas. La mayoría son ánades, pero también hay gaviotas. Proseguir junto a la linde entre parque y campo de golf, hasta alcanzar la pirámide que cierra el horizonte, último rincón del Juan Carlos I.

En la cumbre montan guardia cuatro adustos cipreses. En medio una esfera de acero bruñido refleja el ocaso. Unos cuantos de estos olivos coronan un cerro alargado en varias jorobas. En su cumbre, las parejas hacen que miran al atardecer. Tras recorrerlos, el caminante baja y cruza el salvaje bosque de olivos que se extiende a sus pies. Son los restos del centenario y famoso olivar de la Hinojosa, felizmente incorporados a este moderno parque. Del otro lado aparece una totémica rosquilla encarnada. Para alcanzarla se sube por una adoquinada ladera con reminiscencias aztecas, que termina bajo este circular Espacio México, enorme obra de Andrés Casillas y Margarita García.

Sólo queda descender por la otra ladera y, hacia la izquierda, remontar la ría, cauce artificial que es lugar preferido por los aprendices del arte de lanzar la mosca.

Durante la primavera y hasta bien entrado el verano, los profesores de la Federación de Pesca instruyen a los alevines de pescadores en tan difícil oficio. Fue aquí mismo donde no hace dos años uno de ellos enganchó con su arte a una piraña de más de 20 centímetros de longitud. «La tiró alguien que no la quería en casa», dijeron sin que eso sirviera para tranquilizar a nadie. Con el revuelo también se supo del rumor que asegura que en la ría tiene su territorio un cocodrilo. En su búsqueda se fletó una barcaza dotada de cámaras, mas nada pudo hallarse.

Tal vez el saurio sobreviva a escondidas, a fuerza de disputar a otras sangrientas pirañas las migajas que les dan los turistas y algún que otro pato que echarse a las fauces.

Una suave cuesta al lado de la cascada, que forma por esta parte la ría, lleva a la pradera sur. Allí, el caminante cierra el círculo de este parque concéntrico. Tumbados en la pradera Yashuo y Yunko contemplan con su sonrisa beatífica cómo las cometas pugnan inútilmente por sustentarse en un aire que no tiene nada de viento.

Datos prácticos

Se trata del último de los grandes parques madrileños, cuya construcción se comenzó a finales de 1989.

En el lugar donde hoy se extienden las cuidadas praderas, las grandes rías y las modernas esculturas, había vertederos, huertas y el conocido olivar de la Hinojosa, parte del cual ha sido integrado en el parque.

- Situación. Entre la M-40, la autopista de acceso por el norte al aeropuerto y los recintos feriales del Campo de las Naciones.

- Transporte. Metro Campo de las Naciones. Autobús 122.

- Cómo llegar. Por la M-40, salida 8, Feria de Madrid.

- Indicaciones. Puede realizarse un recorrido en tren o en barco por el interior del parque. Tren: adultos, 200 ptas. Niños y tercera edad, 100 ptas. Precios barco: adultos, 300 ptas, niños y tercera edad, 200 ptas. Horarios. Tren: de martes a viernes, de 16,00 a 18,00 horas; sábados, domingos y festivos, de 11,30 a 14,00 y de 16,00 a 18,00 horas.

- Teléfono. 917.220.400.

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RUTAS VERDES. PARQUES MADRILEÑOS: EL RETIRO (I)

Un bosque en el corazón de la gran ciudad

En el interior del pulmón madrileño los monumentos artísticos armonizan con sus grandes valores naturales MADRID. Al paseante le hubiera gustado estar aquí, en la entrada de la Puerta de Alcalá, hace 233 años. Exactamente el 12 de mayo de 1767. En aquella fecha, Carlos III demostró, una vez más, que fue el mejor alcalde de la capital, pues en esa jornada permitió que por primera vez los madrileños pudieran entran en el Parque del Buen Retiro.

Hasta entonces, aquellas extensiones fueron coto exclusivo de la realeza, que la usaba para su divertimento o para el de sus invitados y, en algunas ocasiones, para retirarse a meditar o a cumplir penitencia en alguna de las abundantes ermitas que contenía.

Pero, salvando las distancias, la estampa de aquel lejano 12 de mayo no debió de ser muy diferente a la que ofrece cualquier día festivo el más reseñado espacio verde madrileño. Desbordantes de público, sus paseos y alamedas convergen en el Gran Es-tanque, a cuyas orillas se arraciman mercaderes, adivinos, pintores, músicos, descui-deros, pedigüeños... Todo igual que entonces. Si acaso, muchos menos soldados.

Volviendo al presente, sólo queda telegrafiar un recorrido que, por obvio, no debe ser despreciado. Desde la puerta de Alcalá, obra de Sabatini, el paseo de México lleva hasta el estanque; tras seguir su destacable hilera de bojs, se desemboca en la fuente de los Galápagos, donde dos quelonios se reparten con sendas ranas la responsabilidad de verter el agua dentro de su pilón. Allí debe seguirse hacia la derecha por los paseos que discurren junto a la calle de Alfonso XII, hasta alcanzar el parterre. Es la parte más afrancesada del Retiro.

Destruido casi por completo durante la Guerra de la Independia, su fisonomía actual difiere de la primitiva. En su parte más alejada del exterior está el jardín ochavado, con sus curiosas formas. Pero aquí el soberano es otro elemento. Se trata del ciprés calvo, para muchos el árbol más valioso de España. Este enorme ejemplar, que cuenta con 400 años de edad, tiene forma de candelabro y tras la intensa vigilancia y cuidados que se le procesa goza de buena salud. Oriundo de México, se trata de una de las más antiguas especies arbóreas actualmente vivas.

Prosigue a continuación la parte más silvestre del Retiro. Aquella donde las bandas de gatos vagabundos campan por sus respetos. Trepan los caminos rumbo a la Chopera, en cuyas cercanías se localiza un ignorado arroyo a cuyo derredor se localizan algunos de los rincones más románticos y sombríos del parque.

Más allá se extiende la calle de Fernán Núñez. Sube hacia la izquierda hasta alcanzar una rotonda, en cuyo centro se alza la irrepetible estatua del Angel Caído. Diseñada por el arquitecto José Urioste, le dio forma el escultor Ricardo Bellver.

Es creencia popular que se trata del único monumento del mundo dedicado al diablo. Pero no es cierto; que se sepa, al menos hay otra en la localidad ecuatoriana de Tandapi. A los pies de Satanás se descubren unas excavaciones. Fue en ellas donde el pasado mes de febrero se descubrió un túnel labrado en piedra berroqueña y cuya boca se abre en el Huerto del Francés a una profundidad de ocho metros. Con una altura de dos metros, los indicios apuntan a que podría tener una doble galería y medir casi un kilómetro, con lo que llegaría hasta la Glorieta del Emperador Carlos V por un trazado subterráneo coincidente con la actual Cuesta de Moyano.

Existían pruebas documentales del mismo: es la que fue llamada Mina del Arroyo. La hasta ahora oculta galería servía como vía de agua de la Real Fábrica de Porcelanas de El Retiro, una institución cuyos productos tuvieron idéntico prestigio que las mejores porcelanas inglesas y francesas. Tanto fue así, que la fórmula de la pasta con la que se moldeaban platos, tazas, fuentes y vajillas durante el reinado de Carlos III fue más secreta que hoy lo es la de la Coca-Cola.

El misterio podría descubrirse 240 años después de que fuera levantada la Fábrica. Los expertos consideran que en el fondo de la conducción podrían haber quedado depositados residuos de aquella composición, lo que daría pie a su reconstitución en un laboratorio. De momento, bajo el brocal ya ha aparecido un crisol.

Datos prácticos

Historia. El Real Sitio del Buen Retiro fue creado en el siglo XVII gracias al impulso del Conde-Duque de Olivares, quien decidió aumentar la extensión del Cuarto Real de San Jerónimo, espacio ajardinado donde los monarcas se retiraban a descansar y que data de los tiempos de los Reyes Católicos.

Situación. En el centro de Madrid, entre las calles de Alcalá, Menéndez Pelayo, Alfonso XIII y Paseo de la Reina Cristina. Transporte. Metro Retiro. Autobuses 1, 2, 9, 15, 19, 20, 26, 28, 51, 52, 63, 74 y 146. Indicaciones. No es en absoluto recomendable recorrer su interior una vez anochecido. Valores naturales. Abundantes árboles monumentales, muchos de ellos con sus respectivos carteles: cipreses, castaños de Indias, plátanos, tilos, encinas, almeces, fresnos, robles, sóforas y pinos son las especies más reconocibles.

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RUTAS VERDES / PARQUES MADRILEÑOS/ EL RETIRO (II)

Un tesoro escondido en el corazón de Madrid

Según la leyenda, en el interior de la fuente construida en honor de Ra hay un fabuloso tesoro MADRID.- Al acceder por la prolongación de la Cuesta de Claudio Moyano, la Rosaleda, en El Retiro, desborda en este tiempo colores y formas. Flanquean sus flores algunos destacados árboles, como el pino piñonero que se eleva en el final del Paseo de Coches, su compadre, el Pantalones, un boj y una camelia.

En una hondonada de las cercanías de la Rosaleda está el jardín chino, curioso espacio recorrido por una pequeña ría circular que cruzan dos puentes. En la zona destacan un madroño, un árbol del cielo, una araucaria chilena y un eucalipto.

Más allá se sitúan los palacios de Cristal y de Velázquez. Ambos creados por el arquitecto Ricardo Velázquez Bosco con motivo de la Exposición Universal de 1887. El primero luce radiante tras salir de una profunda remodelación. Frente a ellos, un estanque en cuyo centro asoman varios cipreses de los pantanos. Al otro lado del Paseo de Coches se encuentran los jardines dedicados al que fuera jardinero mayor del parque, Cecilio Rodríguez. Situados a lo largo de la calle Menéndez Pelayo, se unen con la antigua Casa de Fieras, erigida en 1830 bajo el mandato de Fernando VII.

Hasta hace 25 años encerraron a diversos animales salvajes, pero cuando éstos fueron trasladados a la Casa de Campo, ocuparon su lugar funcionarios del Ayuntamiento. Al final del parque se encuentra la Montaña Artificial o de los Gatos. Antes de llegar hasta ella, se cruza ante la Casita del Pescador, en medio de un recoleto estanque y de la cercana ermita de San Isidoro.

La Montaña guarda en su interior la sorpresa de la ahumada chimenea utilizada para cocer las piezas de cerámica. Rescatada de la ruina en los años 80, hoy es una sala de exposiciones.

De nuevo rumbo al centro del parque, se alcanza el estanque a la altura del recién restaurado monumento a Alfonso XII. No lejos de allí, florece una leyenda. Rescatada hace bien poco del olvido, señala la presencia de un escondido tesoro entre los macizos. Tan enterrada como los doblones de oro y la pedrería que promete, la historia remite a los tiempos del monarca Felipe IV, quien reinó a mediados del siglo XVII y en cuya época, asegura la quimera, se enterró un valioso tesoro junto al gran estanque.

Según la leyenda, ese punto tiene mucho que ver con una enigmática construcción que se alza en el lado oeste de aquél, justo enfrente del monumento de Alfonso XII, en las cercanías de dos quioscos. De planta rectangular, sus dimensiones son 15 metros de larga, 10 de ancha y unos cuatro de altura. Lo coronan extrañas figuras que se encuentran fuera

de este lugar: dos esfinges tumbadas que parecen montar guardia sobre una copa de piedra que se alza justo entre las dos a nivel del suelo, dentro de una hornacina.

Sobre la tapa del enorme copón, un busto de hierática expresión nada dice de a quién representa. Granito y ladrillo son sus materiales. Aunque el ingenio popular la conoce como La Tripona, los documentos señalan el adorno como la Fuente egipcia, de igual modo que subrayan la existencia de dos desaparecidas norias en sus laterales.

Tal parece que la responsabilidad de tan estrafalario monumento recae sobre Fernando VII, el afrancesado monarca que, emocionado por la campaña egipcia de Napoleón, hizo erigirlo. Para ello contó con el concurso del arquitecto real Isidro González Velázquez.

Aquél diseñó una enorme columna, de 30 meros de altura, destinada a ser colocada en el centro del estanque. Nunca llegó a esculpirse. Sí que se hizo el conjunto que debiera rematarla: una fuente de inspiración egipcia consagrada a Ra. Dentro de su ventruda panza se asegura que se encuentra el tesoro. En su búsqueda, el paseante husmea buscando algún escondido resorte que se lo entregue. Pero la fuente no tiene ni agua. Hace mucho que de ella dejó de manar. Cosas de la sequía.

Datos prácticos

Situación.- En el centro de Madrid, entre las calles de Alcalá, Menéndez Pelayo, Alfonso XIII y Paseo de la Reina Cristina.

Transporte.- Metros Retiro y Príncipe de Vergara. Autobuses 1, 2, 9, 15, 19, 20, 26, 28, 51, 52, 63, 74 y 146.

Indicaciones.- No es en absoluto recomendable recorrer su interior una vez anochecido.

Valores naturales.- Entre los árboles monumentales destacan varios pinos piñoneros, un eucalipto en las cercanías del estanque del Palacio de Cristal y varios magnolios, madroños y árboles de Júpiter.

Construcciones.- La Casita del Pescador es la única superviviente de las construcciones de recreo que había en el parque. La ermita de San Isidoro es el único monumento románico de Madrid.

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RUTAS VERDES / PARQUES MADRILEÑOS

El Campo del Moro, un bonito jardín de exótico nombre

Construidos como espacio anexo al Palacio de Oriente, estos jardines son un oasis vegetal en el centro de Madrid MADRID.- Un fotógrafo se esmera en colocar la interminable cola de raso que luce la novia. El novio sólo acierta a decir: «Aprovechar ahora que todavía se deja...». La gracia espolea a propios y a extraños, que disparan sus cámaras para inmortalizar el momento. «¡Que se vea el palacio!», pide la novia.

Durante la primavera y el verano, hasta esta amplia avenida que enseña toda la fachada occidental del Palacio de Oriente acuden decenas de niños y niñas de primera comunión y recién casados. Pero aparte de tan excepcionales visitas, el parque no recibe demasiado público. A pesar de ello, los jardines del Campo del Moro bien merecen un pausado recorrido. Deben tan exótico nombre a un hecho guerrero que data de 1109, fecha en la que acampó con sus huestes el caudillo moro Alí Ben Yusuf, quien pretendía reconquistar el Alcázar de Magerit, a la sazón en manos cristianas.

Carlos III encomendó a Sabatini la remodelación del lugar, pero, igual que sucedió con otros muchos proyectos, las obras no llegaron a comenzar. Tuvieron que transcurrir dos reinados y la Guerra de la Independencia para que este espacio fuese definitivamente ajardinado. En 1844, el arquitecto mayor de la Corte, Pascual y Colomer, realiza un proyecto con plataformas, cascadas con diversos juegos como tiro al blanco, la rueda del Diablo o columpios.

Medio siglo después, el parque recibe un impulso definitivo, con una profunda transformación realizada por el jardinero Ramón Oliva. Debajo de las escaleras que dan acceso al Campo está la Gruta, lóbrego pasadizo que cruza bajo la calle de la Virgen del Puerto y certifica la presencia en tiempos pasados de subterráneas galerías que llevaban desde el Palacio hasta el entorno del Manzanares y la Casa de Campo.

A la derecha se encuentran el Museo de Carruajes y la mínima y circular rosaleda. Y a su lado, el paseo de los Plátanos describe una amplia curva, hasta situarse bajo la Almudena. De vuelta al paseo, se desciende a través del bosque de la Copa, espesa cobertura vegetal que debe su nombre al enorme copón situado en mitad de la zona. Allí se entronca con la ancha avenida de las Damas. A este paseo abre sus puertas una curiosa edificación de vigas de madera embutida en la encalada fachada. Es el Chalecito de la Reina. Algo más adelante está el Chalé del Corcho. Sobre el trino de los pájaros, el inconfundible reclamo del pavo real. En su búsqueda el caminante se aventura hacia la espesura y, tras pasar junto a la evocadora Fuente de la Almendrita, descubre un pequeño aviario con tórtolas, palomas y faisanes. Es aquí donde se sitúa un formidable tejo. De nuevo en el paseo de las Damas, se alcanza el centro de los jardines. Allí se alza la fuente de las Conchas, que junto con su vecina de los Tritones, son los dos monumentos más destacados del Campo del Moro. Se

sigue dirección a la Cuesta de San Vicente, descubriéndose un extraordinario roble. Ni un solo cartel señala la importancia y características del gigante vegetal. Sí hay, por contra, un enorme cartelón que refiere las características de las ardillas. Frente al retorcido roble, un desgarbado pino carrasco que sobrepasa los 30 metros. Su edad es de más de 150 años y es uno de los árboles más elevados. No lejos de allí, se alza la poco agraciada estatua de La Chata. A su lado, un diminuto estanque rodeado de bambúes sirve de refugio a una bandada de patos. Bajo un magnolio sestean tres azulones, ajenos al orondo gato que, igual que un tigre de la India, avanza reptando hacia las suculentas anátidas. Prosigue el camino en las cercanías de la valla del parque, comenzando un suave descenso que termina junto a los novios que todavía resisten en pie los disparos de las cámaras.

Datos prácticos

Historia. Felipe II compra los terrenos que desde el Alcázar descienden hasta el Manzanares. Desde entonces se realizan sucesivas reformas; una de las últimas fue la construcción de las escalinatas que descienden desde el Palacio a los jardines, contruidas en el reinado de Alfonso XII. Las fuentes monumentales de los Tritones y de las Conchas son dos de los adornos más destacados de todo el parque. En estas fechas se acomete su restauración, por lo que no pueden contemplarse.

Transporte. Metro Príncipe Pío. Autobuses 25, 33, 39, 41, 46 y 75.

Cómo llegar. Situado junto a la Cuesta de San Vicente, que une Plaza de Espa±a con la Casa de Campo.

Horario. De 9.00 a 18.00 horas.

Indicaciones. La única entrada que permite el paso a los visitantes es la situada en la Virgen del Puerto, Están prohibidos los perros y circular en bicicleta o jugar a la pelota en el interior del parque. Sería interesante limpiar de gatos silvestres el parque, así como dotar de carteles explicativos a los árboles monumentales.

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RUTAS VERDES / JARDINES MADRILEÑOS

A la sombra de los árboles monumentales del Parque del Oeste

Es uno de los más extensos espacios verdes de la ciudad y paso natural entre la Casa de Campo y el Monte del Pardo MADRID.- A la altura de un chiringuito que durante el curso escolar es refugio recurrente de universitarios díscolos y pelleros, se inicia un suave descenso que deja a la izquierda la estatua de José Ortigas. A escasa distancia aparece el primero de los titanes vegetales que son el galardón más notable de este parque. En este caso es un olmo. Como en todos los demás ejemplos, un enciclopédico cartel enseña a los paseantes todas las obras y milagros de una especie que puede sobrepasar los 20 m.

Justo enfrente se encuentra uno de los más llamativos ejemplos botánicos de este entorno. Allí crece un ignorado bosquete de retorcidas hayas, el único que ha logrado crecer en el áspero clima de la capital madrileña. De sus ramas ya han nacido los tiernos brotes, señal inequívoca de su buena salud.

Más adelante le toca el turno a una pareja de románticos tilos, a cuyos pies nace un canal que recorre el fondo de una vaguada. Por el camino que transita junto al riachuelo se alcanzan unos almendros y un notable ejemplar de arce negundo. Conviene en este punto emprender la subida por las praderas, para pasar ante un tupido bosque de bambú, tras el que se esconde el artístico monumento a Federico Rubio.

Seguir a su izquierda hasta alcanzar la despejada plaza que se abre ante el recuerdo kitsch de José Rivero, director del periódico decano de la prensa cubana. A los pies del altozano serpentea el canal, a donde debemos dirigirnos. Hacia la derecha la ladera asciende para mostrarnos un severo ciprés de Lawson, una pareja de pinos piñoneros y un eucalipto que les disputa la supremacía de su tamaño.

Un poco a la izquierda se encuentra el único manantial del Parque del Oeste. Sus aguas son apreciadas por todas las vecindades del contorno debido a sus presuntas virtudes medicinales. Desde la fuente conviene subir a la derecha, hasta alcanzar la parte más elevada. En este lugar se encuentra una pequeña charca artificial, donde el Ayuntamiento ha creado el único observatorio ornitológico de la capital.

En el charco se reúnen diversos tipos de aves, como ánades reales, patos colorados, barnaclas y gaviotas reidoras. Pero hay muchos más. Hasta una cigüeña que, a lo que se ve, no le ha debido gustar demasiado el nido que le han preparado sobre la picorota del búnker que se alza a las espaldas del observatorio. Como el situado un poco más arriba, son de los escasos ejemplos de esta arquitectura guerrera que aún perduran desde nuestra Guerra Civil.

Desde el observatorio, se desciende hasta cruzar la carretera que parte en dos al parque. En el otro lado, una elegante chopera se alza justo ante la valla que separa parque y vías del tren. Un estilizado puente de hierro pasa sobre las vías para dar acceso a la parte recién incorporada a este espacio y que llega casi hasta la vieja estación del Norte. Este tramo termina bajo las chimeneas de la Escuela Madrileña de Cerámica. Se cruza la calle y, tras pasar bajo el tendido del teleférico de la Casa de Campo, se sigue junto a la espectacular rosaleda. Durante estos meses este espacio ha sufrido importantes reformas y un cartel señala que se abrirá en breve. Junto a su final, empieza una fuerte pendiente que termina en una explanada con un quiosco de música.

De regreso, por encima de la rosaleda, se desciende hacia el paseo de Luis de Camoens. Se recorre todo el paseo hasta descubrir en el suelo a la derecha un curiosísimo mapa de España que reproduce en cemento hasta el mínimo detalle de nuestra geografía. Al final del paseo, se alza la monumental estatua de Miguel Hidalgo, donde se inicia una calle que lleva hasta el punto donde comenzó la ruta.

Datos prácticos

Historia.- El Parque del Oeste nació con el siglo XX. Construido durante los tiempos del alcalde Alberto Aguilera, se aprovecharon para erigir este espacio verde los desmontes del arroyo de San Bernardino sobre los que se elevaba la calle de Pintor Rosales. Con 100 hectáreas, es de los más extensos de Madrid.

Situación.- En el extremo noroeste de la barriada de Argüelles.

Transporte.- Metro Moncloa. Autobuses 1, 16, 44, 61 y 84. Cómo llegar.- Está situado justo a la entrada de Madrid por la carretera de La Coruña, a la altura del Arco del Triunfo. El inicio del paseo está justo enfrente del intercambiador de Moncloa.

Horario.- El parque permanece abierto durante todo el día, aunque por la noche no es recomendable adentrarse en sus espesuras.

Indicaciones.- Desde el punto de vista natural, lo más reseñable es el elevado número de árboles monumentales que alberga. Por su situación es el paso natural entre la Casa de Campo y el Monte del Pardo, a través de la Ciudad Universitaria y de la Dehesa de la Villa.

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RUTAS VERDES / PARQUES URBANOS

La Dehesa de la Villa, primer espacio verde de los madrileños

Los orígenes de este espacio público se remontan diez siglos atrás, pues aquí se extendía la amplia dehesa de la capital MADRID.- Lo cuenta el cronista Capmany en su imprescindible Origen histórico y etimológico de las calles de Madrid. Parece que este territorio antaño se conocía como monte de Amaniel, en honor a don Lope de Amaniel, ballestero mayor del rey Enrique II. Era éste «hombre de gran valor que jamás temió el encuentro con las fieras y con su enorme pica se defendía de la acometida de los osos que abundaban por aquellos contornos y trepando por los árboles se libraba de los colmillos de los jabalíes».

Aunque cueste creerlo, tan feroz y peligroso paraje, no era otro que estas gastadas vaguadas donde hoy juegan a la petanca los jubilados. Rodeadas casi por completo por un oceano de asfalto y hormigón, sus umbríos pinares todavía conservan ese punto que caracteriza a la naturaleza silvestre.

La Dehesa de la Villa siempre ha tenido entre los madrileños un notable ascendente a la hora de hablar del campo. Durante muchos años, era el objetivo de las meriendas domingueras y hasta su frescor nocturno se llegaban los vecinos de Tetuán arrastrando sus colchones para dormir en las calurosas noches madrileñas.

Considerado como el más antiguo de los parques madrileños, en su origen eran las dehesas comunales donde los vecinos conservaban su ganado.

Muchos son los paseos que invita a recorrer este espacio verde. Entre todos ellos el que hoy se relata da la vuelta al actual parque, de extensión mucho más reducida que la proverbial dehesa de Amaniel. El punto de arranque para su visita no es otro que frente a la puerta del Instituto Virgen de la Paloma, junto a un reluciente quiosco situado en la esquina de las calles Francos Rodriguez y Pirineos. Inaugurado estos días atrás, viene a sustituir a uno de los viejos chiringuitos cuyo aroma a chorizos fritos, conejo al ajillo y tortilla a la española venían directamente de la posguerra. A sus mesas siguen acudiendo los vecinos de la Paloma, Saconia y barrios limítrofes.

Desde el merendero, seguir en paralelo a Francos Rodriguez, bordeando por la izquierda un depósito del Ayuntamiento. Tras cruzar la calle que da acceso al Instituto Médico Municipal Fabiola de Mora y Aragón se alcanza la carretera de las llamadas curvas de la muerte. Justo por aquí el alcalde Manzano proyectó hace un par de años abrir una descomunal autopista que uniese Bravo Murillo con Puerta de Hierro, a costa de partir por la mitad la Dehesa. Sólo la contundente y precisa oposición vecinal salvó a sus valiosos pinares de perecer bajo el asfalto.

En el otro lado de la carretera, un amplio paseo horizontal se inicia en una fuente pinchada al mismísimo Canal de Isabel II. Desde el final de la avenida, se contempla el lejano Guadarrama, colgado sobre los tejados de Valdeconejos. Poco a poco las casitas de la popular barriada van dejando paso a las cerradas filas de chalés acosados. Una abrupta bajada, en cuyo final debe cruzarse de nuevo la carretera, lleva al inicio del paseo más cotizado de la Dehesa. Se trata de un camino habilitado sobre el Canal de Isabel II. La mejor hora para recorrerlo no es otra que el atardecer, cuando la brisa fresca del Manzanares sube hasta allí tras sobrevolar la ciudad Universitaria.

Desde su primera curva, se contempla a placer todo el norte madrileño. Poco después de un alto depósito se pasa bajo el cerro de los Locos, también llamado de las Balas. En el abierto altozano, los jubilados han instalado su cuartel general y, entre los macizos de flores que cuidan con primor, algunos toman el sol, mientras otros juegan a las cartas, al fútbol o al frontón y hay quien aprovecha para cortarse el pelo.

De nuevo sobre el paseo del Canal se sigue su traza hasta que una valla cierra el paso. Es una pena que el sendero no pueda continuar, pues priva de unir de una forma lógica y natural la Dehesa con las cercanas zonas verdes de la Ciudad Universitaria, Parque del Oeste y Casa de Campo. Así que, de retorno hasta la Universidad Antonio de Nebrija, debe tomarse una amplia vaguada que asciende entre lospinos. Termina en la calle de Pirineos, en cuya compañía se alcanza el punto donde comenzó la marcha.

Datos prácticos

Historia.- La primera referencia que nos llega de la Dehesa de la Villa data del 1 de mayo de 1122, fecha de una carta del rey Alfonso VII al Concejo de la Villa de Madrid, mediante la cual, hace donación al pueblo madrileño de 1.470 fanegas de monte, para su uso como dehesa. Un documento fechado tres siglos después, en 1434, habla de los montes de Cantarranas y Amaniel. Desde entonces, el territorio, que se extendía desde Cuatro Caminos hasta el Real de Manzanares y Fuencarral, fue reduciéndose hasta alcanzar sus reducidas 70 hectáreas actuales.

Situación. Norte de Bravo Murillo, a la altura de Estrecho.

Transporte.- Metro Virgen de la Paloma. Autobuses 44, 64, 127,132.

Cómo llegar.- La Dehesa de la Villa se encuentra al final de Francos Rodríguez.

Indicaciones.- Este espacio verde se encuentra unido a la Ciudad Universitaria y al Parque del Oeste y la Casa de Campo. Por su lado norte, gracias a la Senda Real, puede llegarse caminando hasta el Monte del Pardo.

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